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Las cuestiones relativas a la persona constituyen uno de los temas favoritos de la filosofía
contemporánea. Con el idealismo hegeliano, la persona concreta fue sucesivamente reemplazada en el
análisis por el espíritu, la razón, la idea o el yo trascendental, impersonales y anónimos.
En el materialismo, se niega la espiritualidad del hombre, todo sólido fundamento de la personalidad
se derrumba, y lo que se sigue designando con el nombre de persona, queda reducido a una serie de
fenómenos pasajeros.
Actualmente, las corrientes fenomenológicas y los distintos pensadores agrupados bajo el nombre de
existencialistas, se están ocupando extensamente de la "persona" humana, como el movimiento
personalista. Sus representantes son, entre otros, Scheler, Mounier, Lersch, etc. Es aquí donde los grandes
filósofos cristianos, como San Agustín, Santo Tomás, Pascal, etc., han dejado una huella imborrable en lo
que respecta a la exploración intelectual de la existencia, valor y destino, de ese núcleo intimo con carga
infinita de valores que es el alma espiritual.
El pensador religioso danés Kierkegaard ha ejercido una influencia decisiva en el redescubrimiento
del significado de la persona: afirma que, sin lo absoluto, caen todos los valores, y con ellos, el valor
fundamental que es la persona humana.
Muchos filósofos siguen también la senda abierta por Max Scheler, en la elaboración de una
antropología, o estudio de la naturaleza o esencia del hombre. Por otra parte, la pedagogía y la psiquiatría,
están profundamente interesadas, como es lógico, por todo lo que se refiere al estudio de la persona
humana. Más aún, los grandes problemas del hombre, han sido expuestos en la novelística y el teatro
actuales, por figuras de la talla de T.S. Eliot, P. Claudel, A. Camus, G. Marcel, G. Greene, G.K.
Chesterton, etc.
Además, los estudios psicopatológicos y ciertas extrapolaciones nacidas de un estudio unilateral de la
psicología animal, han hecho de la persona humana normal, una excepción de la personalidad neurótica.
Ha sido sobre todo Freud, uno de los responsables de este tipo de concepciones.
Para hablar de las imágenes del hombre que son el fundamento de las corrientes filosóficas
contemporáneas, conviene partir de una definición de hombre que sirva de presupuesto para realizar una
exposición crítica. Blanco, admitiendo la especificidad de lo humano, dice que el hombre es el ser vi-
viente corporal, vegetativo y sensorial, que puede tener actos espirituales, (como actos de inteligencia y
actos de voluntad).
El “animal técnico”.
La teoría del homo faber, a la que hace referencia Scheler, surgió en el siglo XIX, y cobró gran fuerza
en el siglo XX por un librito de Spengler titulado El hombre y la técnica, publicado después de su gran
obra La Decadencia de Occidente, en la que hacía una interpretación histórica del mundo sobre una base
biológica, comparando las culturas con los organismos (también las culturas tienen nacimiento,
crecimiento y muerte). La teoría del homo faber, es "naturalista", positivista y también "pragmatista".
En El hombre y la técnica, Spengler viene a decir que como el león, también el hombre se alimenta
comiéndose a otros animales, también es un animal de poderío que ha creado el Estado -un sistema de
poder-; no tiene garras pero compensa esta falencia mediante lo que podemos llamar garras artificiales,
las máquinas, toda la creación instrumental que englobamos bajo el nombre de técnica. El hombre sería
entonces una especialización en la línea de los animales técnicos con un mayor desarrollo, no una
diferencia específica.
La teoría del homo faber es una lectura del fenómeno de la técnica. Esta doctrina empieza por
negar una "facultad racional" específica en el hombre. No hay entre el hombre y el animal diferencias de
esencia; sólo hay diferencias de grado.
El hombre no es más que un ser viviente, especialmente desarrollado. Eso que llamamos "espíritu",
"razón", no tiene un origen metafísico propio y separado, sino que representa una evolución prolongada
de las mismas facultades psíquicas superiores que ya encontramos en los monos antropoides, un
perfeccionamiento de la "inteligencia técnica".
Para esta teoría del homo faber, el hombre es un animal de señales (idioma), de instrumentos, un ser
cerebral, es decir, que consume mucha más energía en el cerebro que los demás animales.
Esta idea encontró apoyo en los grandes psicólogos del instinto, como Feurbach, Schopenhauer,
Nietzsche, Freud y A. Adler.
El fenómeno de la técnica
En la segunda mitad del siglo XIX surge y se impone el uso de la palabra "técnica", que se refiere a la
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fabricación de algo, al modo racional de hacer algo ("técnica de la respiración", por ejemplo).
Indudablemente, el fenómeno técnico acompaña al hombre casi desde su aparición en el mundo, y es
objeto de una evolución en el curso de la historia, hasta nuestros días. Hoy se ha tornado tan importante
que Jaspers, en su libro Origen y meta de la historia, dice que no podemos continuar llamando a nuestra
época "Edad Contemporánea", y propone denominarla "Edad Técnica" porque, si bien el fenómeno
técnico no es exclusivo de nuestros días, su grandiosidad es la característica fundamental de nuestro
tiempo.
Después de haber sustituido la energía animal humana por la energía animal, se sustituye la energía
animal por la máquina, por el motor. Todo el progreso técnico de la humanidad está ligado a la perfección
del maquinismo por una parte y al uso de nuevas fuentes de energía por otra.
Para el homo faber el trabajo es un fin (teleología finalista), mientras que para el Homo sapiens el
trabajo es un medio (para transformar la realidad, para recrear la realidad, para reflexionar sobre la
realidad),
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