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Magistrado Ponente:
CÉSAR JULIO VALENCIA COPETE
I. ANTECEDENTES
1. Ante el Juzgado Cuarto Civil del Circuito Especializado de Medellín, las mencionadas
aseguradoras demandaron a Transportes Tatis Díaz Limitada “Transtadiz Ltda.” y a Guillermo
León Betancur Rozo, para que se declarara que incumplieron el contrato de transporte
celebrado con Polyban Internacional S.A., como remitente, y Comercializadora Internacional
Uniban S.A., como destinatario, al no trasladar a su destino las mercancías entregadas el 2 de
octubre de 1993; asimismo, para que, consecuentemente, se reconociera plena validez a la
subrogación legal de las compañías y se condenara solidariamente a los demandados al pago
de los perjuicios ocasionados, en los valores que se discriminaron así: a). $9‟343.453.00, para
la Aseguradora Colseguros S.A.; b). $1‟334.779.00, para Latinoamericana de Seguros S.A.
(antes Seguros del Comercio S.A.); c). $1‟334.779.00, para Seguros Colpatria S.A.; d).
$1‟054.475.00, para la Compañía Mundial de Seguros S.A.; y e). $ 280.304.00, para La
Previsora Compañía de Seguros S.A.
De igual manera, se pidió que los demandados fueran condenados al reconocimiento y pago de
la corrección monetaria o indexación sobre las sumas que se fijaran como indemnización total,
así como de los intereses comerciales remuneratorios y moratorios, desde la fecha de
celebración del contrato hasta la de cancelación.
3. Una vez enterados del libelo, los demandados se opusieron a la prosperidad de las
pretensiones. Transtadiz Ltda. formuló las excepciones de mérito que denominó “Fuerza Mayor
y Caso Fortuito”, “Cobro de lo no debido”, “Falta de legitimación activa en la causa”, “Falta de
prueba de la propiedad y del valor establecido para la mercancía objeto del siniestro”,
“Aplicabilidad de la sanción”, “Contrato no cumplido”, “Inoponibilidad al transportador”,
“Compensación” y “Legitimación de la personería del demandante”. Por su parte, Guillermo
León Betancur Rozo propuso las que llamó “Fuerza mayor”, “Inexistencia de la obligación”,
“Falta de legitimación en la causa” e “Inexistencia de subrogación para demandar”.
1. Primeramente, el Tribunal precisó que la acción ejercida era la prevista por el artículo
1096 del Código de Comercio, instituida, por ministerio de la ley, en favor del asegurador que
pague al asegurado una indemnización, hasta concurrencia del importe cancelado y contra las
personas responsables del siniestro, quienes, a su vez, pueden oponerle las excepciones que
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tuvieran frente al damnificado.
Seguidamente, anotó que con apoyo en la citada norma y en el artículo 1666 del Código Civil, la
jurisprudencia ha considerado que para su prosperidad se requiere: a). la existencia de un
contrato de seguro; b). un pago válido en virtud de tal contrato; c). que el daño producido por el
tercero esté amparado por el seguro; y d). que ocurrido el siniestro surja acción contra el
responsable.
2. A continuación, el ad quem tuvo por probado el contrato de transporte, así como la falta
de entrega de la mercancía a su destinatario, debido al hurto por sujetos desconocidos
acaecido el 3 de octubre de 1993.
Por tanto, afirmó que no había duda sobre la cobertura y vigencia de la póliza, para considerar
que el siniestro fue válidamente indemnizado por las aseguradoras, en favor de la
Comercializadora Internacional Uniban S.A., que el 21 de junio de 1994 obtuvo $13‟347.790.00,
en los porcentajes y valores indicados en el libelo, de modo que halló cumplidas las condiciones
del artículo 1096 del Código de Comercio para la subrogación legal y legitimadas a las
compañías para actuar frente a los causantes del perjuicio.
3. Pasó el sentenciador a destacar cómo el artículo 991 del Código de Comercio prevé, en
ciertas ocasiones, la solidaridad entre el propietario del vehículo en que se efectúa el transporte
y la empresa que contrata o la que conduce, respecto de las obligaciones surgidas del negocio
jurídico; sin embargo, indicó que, en este caso, el demandado Guillermo León Betancur Rozo
no estaba legitimado en la causa, pues para la época de celebración del contrato no era dueño
del camión, como tampoco tenía el control, dirección y vigilancia sobre el mismo, por lo que
debían acogerse las excepciones por él planteadas.
Finalmente, puntualizó que la causa extraña debe ser imprevisible e irresistible, de modo que si
el hecho pudo ser previsto tanto por el acreedor como por el deudor, a éste le bastaba
demostrar, para liberarse de responsabilidad, que aquél sobrevino, no obstante la observancia
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de la diligencia y cuidado debidos. Y, agregó, que como esta prueba fue suministrada por la
deudora, al adoptar “... medidas razonables para evitar el suceso, se destruye su presunción de
culpa y queda liberada de responsabilidad (C.C., arts. 1729 y 1625 num. 7º)”.
CARGO ÚNICO
En él se denuncia la violación de los artículos 982, 991, 1030, 1031 y 1096 del Código de
Comercio, 1625, numeral 7°, 1666, 1667, 1668, 1670 y 1729 del Código Civil, por falta de
aplicación, y del 992 del Código de Comercio o 10 del decreto 1 de 1990, por aplicación
indebida, a causa de errores de hecho en el análisis del material probatorio.
1. Para empezar, los recurrentes mencionan los aspectos que consideran pacíficos en las
conclusiones del Tribunal, así: a). la acción ejercida es la descrita por el artículo 1096 del
Código de Comercio; b). está demostrado el contrato de transporte, la falta de entrega de la
carga al destinatario, el contrato de seguro y su cobertura desde el 10 de septiembre de 1993,
así como la indemnización válida del siniestro por $13‟347.790.00 y los porcentajes en que ella
se efectuó; c). la legitimación de las aseguradoras para pretender que Transtadiz Ltda., en
virtud de la subrogación legal, reembolse lo pagado; y d). la ausencia de legitimación por pasiva
de Guillermo León Betancur Rozo, por no ser propietario del vehículo ni tener su control en el
momento de celebración del contrato de transporte.
Precisan que su discrepancia fundamental estriba en que el fallo “... declaró probada la
excepción de causa extraña ... siendo que la prueba aportada al proceso no es suficiente para
desbaratar la presunción de culpa que pesa sobre la transportadora por no haber satisfecho su
obligación de entregar al destinatario las mercancías, típica obligación de resultado que fue
totalmente insatisfecha.”
2. Seguidamente, para demostrar los errores, manifiestan que del examen de las
probanzas brota que “... el transportador, a pesar de conocer a ciencia cierta que entre Turbo y
Apartadó frecuentemente son asaltados los camiones de carga o hurtadas las mercancías
transportadas como lo acepta también el Tribunal, en esa precisa zona el conductor Noel
Ahumedo no viajó en caravana con otros vehículos como lo hace un avisado transportista,
desdeñando temerariamente el inminente riesgo de viajar sólo, y se aventuró solitario con su
simple ayudante, emprendiendo el recorrido de esa zona sin la compañía de otros
transportadores como es lo aconsejado y prudente, y sin una escolta armada que hiciera más
segura la conducción, o apoyado por un convoy militar como los que de ordinario transitan esa
región”. El conductor del vehículo, prosiguen, no tomó las medidas adecuadas para recorrer el
tramo final de la carretera a Apartadó, pues salió de Turbo acompañado sólo por su ayudante,
sin atender las indicaciones reglamentarias y de experiencia que recomendaban marchar en
caravana o con el apoyo de una escolta bien equipada para la defensa.
Por ende, dicen, el ad quem cometió error de hecho al considerar que si “... el conductor del
camión ... llevaba un ayudante y tenían una machetilla (sic) para su protección ...”, había
implementado “todas las medidas razonables” que en idénticas circunstancias habría
desplegado un transportador diligente según las exigencias de su profesión para evitar el
perjuicio, como lo impone el artículo 992 del Código de Comercio. Añaden, entonces, que el
sentenciador pasó por alto que no hay ninguna prueba de la que se desprenda que el
transportador o el conductor hicieron gestión alguna para que el camión viajara en caravana o
con una escolta armada, o de que se hubiera pedido protección especial a la fuerza pública, de
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suerte que deducir “... sin que exista una sola prueba que conduzca a tal resultado, que la
demandada está exenta de responsabilidad porque adoptó „todas‟ las medidas razonables que
un transportador hubiera tomado para evitar el perjuicio, constituye una clara contraevidencia
frente al material probatorio recogido ...”.
Así, puntualizan que de tales pruebas no emerge, como lo hizo el Tribunal al caer en error
fáctico, que la transportadora hubiera efectivamente tomado todas las medidas razonables,
como lo exige el citado artículo 992, para que la mercancía arribara a su destino, yerro este
que, adicionan, también se aprecia cuando el juzgador dejó de concluir, ante la paladina
confesión de la sociedad, que para la época del transporte existía una grave inseguridad entre
Turbo y Apartadó, donde ocurrían hasta cinco atracos semanales, que entre las precauciones
que, en tales condiciones, hubiera seguido un transportador prudente necesariamente estaban
las de viajar en caravana con otros automotores, ir escoltado por guardia armada o bajo la
protección de las autoridades militares.
En efecto, aseveran los impugnadores que tal confesión de la situación de inseguridad, por el
representante legal de la transportadora, consta en la carta de 25 de octubre de 1993, en la
contestación de la demanda y en el interrogatorio de parte, que pese a haber sido vistos por el
Tribunal, no le permitieron colegir, incurriendo en el error que se le imputa, que las condiciones
de la mencionada carretera hacían necesario viajar en caravana o con escolta armada para
evitar el hurto de las mercaderías.
En este orden de ideas, al acreditarse que Transtadiz Ltda. no implementó “... todas las
medidas razonables que hubiera tomado un transportador según las exigencias de la profesión
para evitar el perjuicio ...”, resulta que el Tribunal cayó en contraevidencia al concluir lo contrario
y admitir la exoneración de responsabilidad consagrada por el artículo 992 del Código de
Comercio, pues, al tenor de éste, no bastaba la simple prueba de que la causa del daño era
extraña, sino que, además, debía establecerse que “... adoptó todas las medidas razonables
que hubiera tomado un transportador según las exigencias de la profesión para evitar el
perjuicio ...”, no siendo suficientes algunas.
1. En primer término, ha de recordarse que las decisiones proferidas por los jueces de
instancia llegan a la Corte asistidas de la presunción de acierto, tanto en la apreciación de los
hechos como en la aplicación del derecho, la que sólo puede ser desvirtuada cuando el
recurrente logra demostrar cabalmente alguna de las causales que el artículo 368 del Código de
Procedimiento Civil tiene previstas para el éxito de la impugnación.
En fin, como puede verse, el yerro fáctico toca íntimamente con el aspecto material de los
elementos de convicción, a lo que debe agregarse que, para ser relevante en casación, ha de
ostentar un carácter notorio o protuberante, es decir, debe mostrar una magnitud o entidad
suficiente como para contrariar abiertamente la lógica y la razón, de modo que salte a la vista y
se imponga por sí mismo, sin mayor esfuerzo ni raciocinio. Desde luego, la irregularidad de la
que se viene hablando sólo se abrirá paso ante la Corte en el evento en que sea también
decisiva, trascendente o determinante, vale decir, cuando tenga incidencia directa en la
providencia atacada, lo que, en últimas, equivale a afirmar que el único error que revestirá
importancia será aquél que, además de cumplir tales características, de no haberse cometido,
habría indudablemente modificado el sentido o la dirección de la resolución judicial objeto del
recurso extraordinario.
Como prestación fundamental de este negocio jurídico se destaca aquella consistente en que el
transportador está obligado, cuando se trata de cosas, a recibirlas, conducirlas y entregarlas en
el estado en que las recibió, presumiéndose - iuris tantum - que ha sido en buen estado, o,
cuando el servicio se presta a personas, a conducirlas sanas y salvas al lugar de destino,
compromiso este cuya intensidad pone de presente la existencia de una de las llamadas
obligaciones de resultado, que reclama del deudor el despliegue de todos aquellos
comportamientos que sean idóneos y necesarios para garantizar la efectiva consecución de la
finalidad concertada. Por tanto, es claro que el transportador asume los diversos riesgos
propios de su actividad, la que ha de ejercer con estricto apego a los estándares de diligencia,
cuidado y previsión exigibles a un operador mercantil profesional - artículo 20, numeral 11,
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Código de Comercio - .
Desde luego, no es este un régimen absoluto, dado que el ordenamiento, en todo caso, prevé
los supuestos que habilitan al transportador para liberarse de la responsabilidad que, por regla,
le incumbe. Es así como el artículo 992, inciso 1°, del Código de Comercio, modificado por el
10 del decreto 1 de 1990, dispone:
Por razones obvias, para que el evento eximente pueda ser considerado como tal, es menester
que su ocurrencia no sea atribuible, por acción u omisión, al agente, pues de ser así el suceso
no sería propiamente “extraño”, sino que estaría situado dentro de la órbita de acción que
compromete la responsabilidad del profesional. Evidentemente, como de antiguo lo ha
pregonado la doctrina jurisprudencial, ningún hecho podría ser catalogado de fuerza mayor o
caso fortuito, como tampoco encuadrarse dentro del género de la “causa extraña”, si ha
mediado alguna especie de culpa o descuido de la persona que en su favor lo alega, por
ejemplo, si se expuso imprudentemente a él, o no se preparó debidamente para evitarlo o
encararlo - pudiendo hacerlo -, o si confió infundadamente en que podía sortearlo o superarlo,
pues, es claro, semejantes actitudes determinan que el agente, de algún modo, asuma el hecho
o, por lo menos, comparta su suerte, sin que le sea posible desligarse de los efectos nocivos
que él llegue a producir. (cfr. G.J. t. LXIX, pag. 555; CLXV, 12; CLXXX, 229; entre otras)
En primer término, debido a que el hurto “... fue ejecutado por sujetos desconocidos
fuertemente armados, al parecer guerrilleros o delincuentes comunes ...”, lo que constituyó “...
un hecho determinante de causa extraña que enerva la pretensión subrogatoria de las
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demandantes ...”,
Y, en segundo, por cuanto “... aunque ese accionar de guerrilleros o de otros delincuentes (de
común ocurrencia en la zona donde sucedió) pudo ser previsto como posible por ... „Transtadiz
Ltda.‟, fue para ésta irresistible debido a la forma de actuar (varios sujetos fuertemente armados
y movilizándose en vehículo automotor), no obstante haber adoptado ... todas las medidas
razonables según las exigencias de su propio reglamento de seguridad y de la compañía
aseguradora líder ...”, a lo que agregó que “para evitar sucesos como el ocurrido (viajar en el
día y en la compañía de otras personas, reportes periódicos, etc.). ... en casos como el aquí
debatido, en donde el suceso pudo ser previsto como posible tanto por el acreedor ... como por
el deudor ... a éste último le bastaba demostrar, para liberarse de responsabilidad por causa
extraña, que no obstante la observancia de la diligencia y cuidado debidos, el hecho aconteció.
Y como ... esta prueba fue suministrada por la deudora ..., quien, ... adoptó medidas razonables
para evitar el suceso, se destruye su presunción de culpa y queda liberada de responsabilidad
(C.C., arts. 1729 y 1625 num. 7º)”. (subrayas fuera del texto)
Como se aprecia, en principio, el razonamiento del Tribunal toca con los requisitos que impone
el artículo 992 del Código de Comercio, modificado por el 10 del decreto 1 de 1990, para que el
transportador pueda liberarse de responsabilidad, esto es, ha de repetirse, “que la causa del
daño le fue extraña o que, en su caso, se debió a vicio propio o inherente de la cosa
transportada” y que “adoptó todas las medidas razonables que hubiere tomado un transportador
según las exigencias de su profesión para evitar el perjuicio o su agravación.”
Y, ha de precisar la Corte, el enfoque dado al reproche nada tiene de irregular, como tampoco
puede pensarse que lo torna incompleto, pues si la exoneración de responsabilidad del
transportador depende, como se vio, de la cabal acreditación de la causa extraña o del vicio
propio de la cosa transportada, en comunión con las medidas de cuidado y prudencia, basta,
entonces, con que el recurrente desvirtúe uno cualquiera de tales extremos para que
inmediatamente la excepción resulte frustrada.
Desde luego, cardinal es tener en cuenta que la estimación del sentenciador acerca de las
medidas tomadas por el transportador, en tanto que se trata de una cuestión de hecho, sólo
será excepcionalmente atacable en casación cuando se acredite rotundamente su
contraevidencia o absurdidad, pues, por regla, dicho criterio habrá de permanecer dentro de la
órbita de libre apreciación probatoria del Tribunal.
5. Para comenzar, nótese que los censores sostienen que el error de hecho recayó sobre los
siguientes medios de convicción: a). la carta de 25 de octubre de 1993, suscrita por el
representante legal de la transportadora; b). el interrogatorio de parte absuelto por este último;
c). la contestación de la demanda; d). la declaración del conductor del vehículo, Noel Ahumedo
Vásquez; y e). el documento firmado por Emerson Díaz Herrera, José Manuel Robles Medina,
Jorge Manuel Robles Díaz, Néstor Rafael Castilla Álvarez y Gil José Martelo Martelo, así como
las declaraciones rendidas por ellos.
En esta materia, los impugnadores cuestionan que el Tribunal dejó de concluir que si “... la
sociedad demandada confesó paladinamente que para la época en que se desarrolló el contrato
de transporte, existía una grave inseguridad entre Turbo y Apartadó, zona en la que ocurrían
hasta 5 atracos semanales, entre las medidas razonables de seguridad que, en esas
circunstancias, hubiera tomado un transportador prudente, necesariamente estaban las de
viajar en caravana con otros automotores y la de ir escoltado por guardia armada o bajo la
protección de las autoridades militares” Y, también afirman que “... el Tribunal aunque vio
esas pruebas, no dedujo de ellas, cometiendo el yerro que le endilgo, que la situación de
inseguridad en la carretera de Apartadó, hacía necesario viajar en caravana o con escolta
armada para evitar el hurto de la mercancía”. (C. Corte, fls. 30 y 31)
En la contestación de la demanda, por su parte, se afirmó que “... la EMPRESA PUSO TODAS
LAS MEDIDAS DE SEGURIDAD en la conducción de la mercancía hasta el punto de que
además del conductor NOEL AHUMEDO VÁSQUEZ, iba otra persona como acompañante en el
vehículo, precisamente para ayudar a proteger la mercancía y esta circunstancia forma parte de
lo manifestado por AHUMEDO en la denuncia”. (C. 1, fl. 115)
Por otro lado, en la declaración rendida por Noel Ahumedo Vásquez, conductor del automotor,
relató que “... iba con Secundino que era mi ayudante ...” y, sobre las precauciones asumidas,
que “en la planilla le ponían de 6 de la mañana a 6 de la tarde, yo les comunicaba en el camino
sobre el viaje que todo iba normal, yo me comunicaba hasta dos veces al día, de Arboletes para
allá era lo más bravo”. (C. pruebas conjuntas, fl. 49)
Por último, en el documento suscrito por las cinco personas mencionadas se enumeraron los
cuidados que Transtadiz Ltda. puso en práctica, consistentes en la contratación de un conductor
de confianza y capacitado, la protección de la mercancía con una carpa amarrada con lazos, los
reportes telefónicos periódicos del conductor, el acompañamiento por parte de un ayudante y la
provisión de una peinilla para una posible defensa. (C. pruebas conjuntas, fl. 32)
6. Así las cosas, el estudio conjunto de las piezas relacionadas permite inferir, como un
hecho inequívoco, que el representante legal de la transportadora se encontraba al corriente y
tenía plena conciencia de la enorme inseguridad que azotaba la región, conocimiento que
antecedía a la celebración del contrato de transporte que originó la controversia; sobre el
particular, nótese cómo llegó a reconocer que se presentaban más de cinco atracos semanales
y que la empresa, incluso, suspendió sus operaciones por un mes, para reanudarlas a petición
de su cliente Polyban Internacional S.A., con la advertencia de que el servicio se prestaría bajo
su “cuenta y riesgo”. Por demás, este es un aspecto en el que todos coinciden, pues los
recurrentes, desde luego, lo mencionan en su discurso, y, por su lado, el Tribunal, recuérdese,
también entendió que el hecho era previsible y de “común ocurrencia en la zona donde
sucedió”.
De igual modo, de tales pruebas emerge que los correctivos que Transtadiz Ltda. puso en
marcha para afrontar la situación fueron, en síntesis, la revisión mecánica y de la
documentación del vehículo, la escogencia de un conductor conocido, con referencias y
experiencia, así como debidamente capacitado, la protección de la mercancía con una carpa
amarrada con lazos, el cubrimiento del trayecto durante el día, los reportes telefónicos
periódicos del conductor, el acompañamiento de un ayudante, así como la provisión de una
peinilla para defensa.
Ciertamente, las medidas concretas que asumió Transtadiz Ltda., por numerosas que, a
primera vista, pudieran parecer, no podían catalogarse, ni por semejas, como razonables en
orden a sortear la alarmante y compleja situación que se presentaba y que - ab initio - era
perfectamente conocida por la empresa, sino que, al contrario, lucían escasas, o, apenas, como
las acciones que ordinaria y habitualmente debía desplegar una sociedad que operaba
profesionalmente una actividad lucrativa, además, considerada de antaño como peligrosa.
Mal podría la Sala estimar que las susodichas medidas estuvieron a la altura de la obligación de
resultado del transportista, pues si bien ellas apuntaban, en su mayoría, a prever, conjurar o a
facilitar el manejo de otras contingencias, verbi gratia, los desperfectos o fallas mecánicas, la
infidelidad o fraude de sus empleados, las sanciones administrativas, el desprendimiento o la
caída de la mercancía, entre otras, lo cierto es que no guardaban relación directa con la
circunstancia que contextualmente se erigía como la mayor amenaza para la empresa, esto es,
la inseguridad, o, si en algún momento guardaban tal conexión, como podría predicarse de
algunas de ellas - viaje diurno, reportes y acompañamiento -, no mostraban ninguna proporción
ni relevancia frente a las dimensiones y características, bien conocidas - previsibles -, del
problema que se trataba de encarar, sin que, además, resultara aceptable el argumento que en
algún pasaje esgrimió el transportador, consistente en que la reanudación en la prestación del
servicio hacia la zona afectada se hizo “por cuenta y riesgo” de su cliente, por cuanto ello tipifica
un pacto de exoneración legalmente inadmisible, a la luz del artículo 992, inciso 3°, del Código
de Comercio.
Sobre el particular, en asunto semejante esta Corporación dijo: “la diligencia y cuidado en la
escogencia del vehículo y el conductor, a que alude el recurrente, es apenas uno de los varios
aspectos que el transportador ha de tener en cuenta en el desarrollo normal de su actividad;
pero en manera alguna constituye una circunstancia fáctica excluyente de la culpa o negligencia
encontrada por el fallador en no haber adoptado los medios normales en la previsión de los
asaltos armados, formas de impedirlos o evitarlos y, en fin, de todas aquellas diligencias
necesarias para evitar la pérdida de la cosa transportada, teniendo en cuenta, como es sabido,
su obligación de llevarla sana y salva al lugar de su destino” (G.J. t. CXCVI, pag. 141).
Desde luego, lo dicho no puede entenderse, ni ello le compete a la Corte, como una lista
acabada o exhaustiva de las medidas que un transportador debe implementar, según las
exigencias de su profesión, frente a situaciones concretas, con el fin de evitar el perjuicio o su
agravación, pues, en línea de principio, es él quien, en su momento y lugar, debe identificar los
riesgos asociados a su negocio, medir el nivel de exposición respecto de ellos, al igual que la
posibilidad de conjurarlos y emprender las acciones que estime prudentes y adecuadas, las
cuales, en caso de controversia, estarán sometidas, por obvias razones, a la ponderación del
juzgador, conforme a los dictados del sentido común y la sana crítica. Tampoco la Sala quiere
dar a entender de manera general - a priori - , por no ser necesario ni conveniente, que las
medidas sugeridas por los recurrentes - caravanas, escoltas, convoy militar, etc - pueden ser
calificadas judicialmente como razonables, o que alguna o algunas de ellas fuesen
imprescindibles y, mucho menos, que constituyan las únicas, pues, se insiste, tal valoración se
hará con arreglo a las circunstancias específicas, empleando, precisamente, el conocimiento y
experiencia que posee el transportador profesional, sin que sea viable intentar siquiera la
elaboración de un listado, porque se trataría de una fórmula cerrada e inmutable, y, por tanto,
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insuficiente.
En suma, lo que para este caso importa es concluir, sin hesitación alguna, que las medidas
desplegadas por Transtadiz Ltda. no resultaron razonables, según las exigencias del oficio, para
evitar el perjuicio o su agravación, toda vez que, como se analizó a espacio, era menester que
el transportador asumiera una conducta más diligente y previsiva o, dicho de otra forma, un
comportamiento de mayor disposición o capacidad para disuadir, como era propio de un
profesional, con lo que se descubre el yerro manifiesto o notorio denunciado por los recurrentes,
así como aflora la violación del derecho material, descrita, precisamente, cuando en la demanda
de casación sostuvieron que de “las probanzas enlistadas no puede deducirse, como lo hizo el
Tribunal cayendo en error fáctico, que la sociedad transportadora hubiera efectivamente tomado
todas las medidas razonables, como lo exige el artículo 992 del C. de Comercio ...”.
8. En cuanto al alcance que tiene el quiebre del fallo de segundo grado, ha de precisarse
que el éxito de la acusación se extiende exclusivamente a lo que toca con la excepción de
causa extraña interpuesta por Transtadiz Ltda. y a la denegación de las pretensiones que, como
consecuencia del triunfo de la defensa, resolvió el Tribunal. En lo restante, es decir, en lo que
incumbe con las excepciones formuladas por Guillermo León Betancur Rozo y que fueron
acogidas por el ad quem, la providencia se mantiene incólume, en tanto que se trata de un
aspecto no fustigado por los recurrentes. Esta última parte, por lo mismo, simplemente se
reproducirá en la sentencia de reemplazo.
V. SENTENCIA SUSTITUTIVA
Como quiera que están cumplidos los presupuestos procesales y no se observa irregularidad
alguna que impida emitir un pronunciamiento de fondo, procede la Corte a plasmar las
consideraciones de rigor, en orden a sustituir, en lo pertinente, la sentencia del Tribunal.
1. El artículo 1096 del Código de Comercio dispone que “el asegurador que pague una
indemnización se subrogará, por ministerio de la ley y hasta concurrencia de su importe, en los
derechos del asegurado contra las personas responsables del siniestro.” Como puede verse,
este precepto reclama la existencia de un soporte básico, cual es el pago de una indemnización
por parte del asegurador, a raíz de una póliza de seguro previamente expedida;
consecuentemente, la compañía se subroga - ipso iure - en los derechos del asegurado, de
modo que entra a ocupar la posición que éste tenía dentro de la relación jurídica respectiva, que
no se extingue por tal razón, asumiendo la titularidad de todos los créditos, garantías y acciones
con que contaba su antecesor, frente a los causantes del siniestro.
Es evidente también la existencia del contrato de seguro que amparaba el transporte de las
mercancías, como quiera que obra en autos copia auténtica de la póliza 505732-3, sus
condiciones generales y anexos, así como del certificado respectivo. (C. 1, fls. 1 - 19)
Finalmente, al haberse visto que las excepciones de “fuerza mayor y caso fortuito” e
“inoponibilidad al transportador”, sustentada con el mismo argumento de la primera, no
prosperaron, por las razones expuestas cuando se desató el recurso, sólo queda examinar
aquellas restantes. En cuanto a la que se llamó “cobro de lo no debido”, donde
inextricablemente se dijo que “no existe una solidaridad entre la Empresa como entidad o
persona jurídica y el Codemandado” y que el “demandante no ha perdido absolutamente ningún
valor puesto que en la Compañía de Seguros está asegurada tal y como se demuestra en la
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misma demanda”, basta señalar que se ve frustrada en la medida en que se han comprobado
los presupuestos que permiten a los actores el ejercicio exitoso de la acción consagrada por el
artículo 1096 del Código de Comercio. Además, la solidaridad que se menciona resulta
impertinente, toda vez que, como se sabe, las excepciones formuladas por Guillermo León
Betancur Rozo fueron acogidas. Alrededor de la excepción que se rotuló “aplicabilidad de la
sanción”, en la que se denuncia una supuesta infracción del artículo 1010 del Código de
Comercio por inexactitud en la información suministrada por el remitente al transportador, debe
anotarse que aparece totalmente desfasada de la materia discutida, como también desprovista,
por obvias razones, de todo soporte probatorio.
3. Con respecto a la cuantía de los perjuicios, el artículo 1031 del Código de Comercio,
modificado por el 39 del decreto 1 de 1990, prevé:
“En caso de pérdida total de la cosa transportada, el monto de la indemnización a cargo del
transportador será igual al valor declarado por el remitente para la carga afectada (...)
“En el evento de que el remitente no suministre el valor de las mercancías a más tardar al
momento de la entrega, o declare un mayor valor al indicado en el inciso tercero del artículo
1010, el transportador sólo estará obligado a pagar el ochenta por ciento (80%) del valor
probado que tuviere la cosa perdida en el lugar y fecha previstos para la entrega al destinatario.
En el evento contemplado en este inciso no habrá lugar a reconocimiento de lucro cesante”.
Establecido en estos términos el importe de la condena, de paso, también quedan sin sustento
las excepciones de “cobro de lo no debido” y “falta de la prueba de la propiedad y del valor
establecido para la mercancía objeto del siniestro”.
VI. DECISIÓN
RESUELVE
4. DECLARAR que Transtadiz Ltda. está obligada a reconocer y pagar el valor de los
perjuicios reclamados por la parte actora, en los términos del numeral subsiguiente.
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¿Es exactamente lo mismo que al autor de un daño lo persiga la víctima, a cuando lo persigue
otro que ha pagado por él, caso de las aseguradoras?
Nuevamente se ocupa la Corte de cuál debe ser el monto de la subrogación prevista en el artículo
1096 del código de comercio. Vale decir, si el monto que pagó la aseguradora ha de ser escueto
o, antes bien, con la respectiva corrección monetaria. Y se ha inclinado otra vez por considerar
que ha de ser corrigiendo los efectos de la desvalorización. Como no veo, ni descubrir puedo,
razones de peso para que así sea, fuerza es salvar mi voto, pues sin explicación está todavía eso
de porqué la Corte, si bien reconoce la corrección monetaria para muchos casos, no la abrazaba
para este caso particular.
El asunto, después de todo, es que lo particular del caso escapa sin lugar a duda a la regla
general. Porque, bien vale recalcarlo, la singularidad que denota la especial subrogación del
artículo 1096 del código de comercio, señaladamente en que la triangulación que supone la
subrogación en general, particularizada se halla aquí porque la aseguradora no paga deuda
ajena sino propia, cual con insistencia lo consideró la jurisprudencia en el pasado. La
aseguradora, en efecto, pagó lo que se comprometió a pagar por un contrato de seguro, por el
cual a su vez cobró. Pago por una actividad que constituye el giro ordinario de sus negocios,
ramo en el que, por lo mismo, es un profesional. Y no cualquiera, pues armado siempre de
enjundiosos estudios de probabilidad escoge, entre otras cosas, qué riesgos asumirá y cuál el
monto de la prima que cobrará, calculando meticulosamente de antemano todas aquellas
circunstancias que influyen en su realización, operación compleja a cual más, en cuyo
desenvolvimiento tiene especial interés el Estado que reclama unos márgenes de solvencia que
prevengan distorsiones nocivas para el sector. Y claro, eso ya marca una enorme diferencia.
Ahora la Corte, nuevamente, sin hacer cuenta de esa desemejanza dice que da lo mismo que
el abono de perjuicios lo persiga la víctima o la aseguradora que le paga. Allá quien vea en ello
cosas iguales y por ahí derecho se crea con autoridad para reclamar a voces la aplicación de la
Constitución Política. La aseguradora, repítese, paga no sólo porque es su deber hacerlo so
pena de incumplimiento, sino porque el fin del seguro, sus objetivos primarios, así lo imponen,
desde luego que la concepción económica de este negocio no se reduce a los estrechos lindes
de cada seguro individualmente considerado trascendiendo a un ámbito macroeconómico. Ese
origen obligacional percute en el hecho de que no puede reclamar lisa y llanamente por los
perjuicios causados a la víctima, sino hasta cierto monto, exactamente lo que pagó. Algo así
como un simple reembolso -cual lo expresara la jurisprudencia- así la sentencia pretenda
desconocerle esa condición. Por eso sostuvo la Corte que en ese caso la equidad de la
corrección no operaba. Es por eso y por nada más, que se ha cuidado de indexar allí; vale
decir, no es porque haya dicho, como si contrariara su misma doctrina, que al indexarse se
paga un perjuicio o se paga de más. Y valga recordar algo que definitivamente aclara la posible
tergiversación. En efecto, igualmente ha dicho la Corte, esta sí doctrina invariable hasta hoy,
que tampoco opera la tal corrección, precisamente en aplicación de ese principio superior,
cuando el contratante, aunque incumplido, tiene derecho a la restitución de las sumas de
dinero que entregó.
Y oportuno ha sido traer a capítulo esto último, para ver de demostrar que lo decisivo en casos
tan particulares es el principio de la equidad, y no el argumento de que quien paga indexado no
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está cancelando ni un peso de más, como en últimas lo hace la sentencia de ahora; pues
entonces la pregunta obligada es: si es cierto que lo importante y definitivo es que nadie paga
más cuando indexa, ¿por qué no ha obligado la Corte a que al contratante incumplido sea
restituido también con indexación? Según los propios términos que hoy emplea, ¿no estaría él
recibiendo exactamente lo mismo? O lo que es decir, el obligado a restituir nada agregaría con
devolver indexado; o es que por dicha, ¿ese sí está autorizado para recibir un dinero con cierto
poder adquisitivo y devolver otro envilecido? O es que si lo obligan a indexar, ¿estaría
premiando al otro incumplido? ¿Y premiando de qué si no estaría recibiendo ningún plus?
Obviamente la respuesta a interrogantes semejantes no está, como pretende hacerlo ver ahora
la sentencia, en que al incumplido se lo tenga allí como contratante de mala fe, pues no hay
duda de que lo relevante en el punto, antes que ese aspecto, es la equidad. Las demás
justificaciones quedan entonces fuera de lugar y lo que hacen es confundir.
En la subrogación dicha, cuyos alcances deben medirse con un rasero distinto al que cabe
frente a la subrogación del régimen común, pues su carácter sui generis así lo impone, es muy
difícil, en ese orden, justificar la indexación en equidad. Y de paso, sobre todo para épocas
severas de inflación, subrogarse en dichos términos sería la mejor inversión, pues se cobra
por pagar, y, en pagando, a cubierto queda de la desvalorización de la moneda, por ingente
que ella sea. Pagar por otro, inversión segura.
Lo cual no es todo. Ya que si el centro de gravedad del reajuste está en el principio de reparación
integral de que habla la sentencia, reparación cuyo trasunto está además en la subrogación,
quedarían en espera de respuesta, sin embargo, otros interrogantes que dejan ver cuán
inequitativa resulta a la postre la fórmula de la corrección; pues si el asegurador recibe la prima y
dispone de ella, aplicándola a todos los conceptos contables que el negocio aseguraticio requiere,
incluso cediéndola proporcionalmente a los reaseguradores, ¿por qué entonces no se compensan
esas primas, debidamente reajustadas, por supuesto, con lo pagado por el asegurador a cuenta de
la indemnización?
Y más aún, si al recibir la prima el asegurador tiene la obligación de constituir una reserva para
cubrir los siniestros que lleguen a causarse, ¿por qué dicha proporción no se aplica a la
indemnización que paga si finalmente es una suma cuya destinación no tiene por objeto cosa
distinta a la de cubrir el riesgo propiamente dicho? Porque si de equidad se trata, ¿qué obsta
buscar por todos los costados que ésta no acabe siendo un enunciado vacuo y formalista? A decir
verdad, después de todo, en lo único que puede convenirse es en que la prima y la indemnización
conforman un haz indisoluble del que no resulta válido desentenderse a la hora de evaluar lo
tocante con la equidad, pues el influjo que tiene una cosa sobre la otra proscribe entrar en
escisiones de esa naturaleza.
Por todo ello sigo hoy pensando lo mismo que antes. Razón más que suficiente para reproducir
la sentencia que ahora se varió, en donde aparece con mayor claridad explicado el asunto.
“Consagra el artículo 1096 del Código de Comercio que „el asegurador que pague una
indemnización se subrogará, por ministerio de la ley y hasta concurrencia de su importe, en los
derechos del asegurado contra las personas responsables del siniestro‟.
“Aproximando la norma al cargo en estudio, cabe memorar que la Corte en jurisprudencia que es
reiterada e invariable, ha precisado los alcances de la expresión „hasta concurrencia de su
importe‟, para cuya reseña basta traer, en vía de ejemplo y en orden cronológico, los siguientes
pronunciamientos:
“b) Confirmó y amplió este criterio en 1985 al puntualizar que „en orden a precisar los alcances de
la subrogación legal que consagra el artículo 1096 del Código de Comercio, ha de tenerse en
cuenta que la indemnización que paga el asegurador estará determinada por el valor del daño
derivado del siniestro, evaluado al momento de su ocurrencia e indemnizado en términos del
contrato, lo cual excluye, desde luego, los intereses o perjuicios moratorios que el artículo 1080
impone al asegurador, en su caso, pues estos desbordan el concepto de daño asegurado. La
suma que limita el derecho del asegurador, „transmitido‟ ope legis por el asegurado, es la del día
del pago de la indemnización, y a esa suma ha de quedar limitada también la responsabilidad del
causante del siniestro.
“ „Si con miras a la correcta interpretación del citado artículo 1096 se consultan sus antecedentes,
cuya importancia en este campo reconoce el artículo 27 del Código Civil, será necesario insistir
que la expresión „hasta concurrencia del importe‟ no puede tener alcance distinto al que indica su
tenor literal. Ello es así por cuanto, como lo tiene admitido la doctrina general de los autores, el
asegurador, a consecuencia de un siniestro indemnizable, no puede sufrir perjuicio en la acepción
jurídica de la palabra. Y no puede sufrirlo porque la indemnización que él pagó al asegurado tiene
un origen contractual, y porque ha recibido con la prima la contraprestación correspondiente a su
obligación y porque opera en función del cálculo de las probabilidades‟2.
“c) En 1993 tuvo la oportunidad de expresar que „ha querido el legislador otorgarle al pago del
seguro con subrogación una naturaleza de orden público, con la imperatividad, obligatoriedad y
consecuencias allí indicadas, con cierta autonomía de lo que ha ocurrido cuantitativamente antes o
después del pago. En efecto, para determinar el límite cuantitativo del objeto subrogado se toma
en cuenta únicamente el valor de lo pagado por el seguro, con independencia del valor de las
primas pagadas, o del mayor valor del objeto asegurado o de las circunstancias posteriores al
pago, como son su deterioro monetario, improductividad financiera, etc. Luego se trata de un límite
cuantitativo fijado por la ley que, a la vez que satisface los intereses privados del asegurador y el
asegurado, también da seguridad jurídica al monto exacto a reclamar y garantiza certeramente
derechos de terceros y, concretamente, los del autor del daño. Por eso, prescribe el artículo 1096
del Código de Comercio que la subrogación legal del asegurador en los derechos del asegurado
contra el tercero responsable, tiene como límite la suma pagada de acuerdo a lo asegurado, que,
por su naturaleza debe entenderse restrictivamente para los efectos cuantitativos, porque esa es la
clara intención inequívoca del precepto, y que, por lo tanto, no permite extender o completar su
sentido de tal manera que desborde dicho límite. (…). Por consiguiente, reitera la Sala su doctrina
en el sentido de la improcedencia de corrección monetaria e intereses sobre el derecho subrogado
legalmente y fundado en la suma pagada por concepto del seguro‟3.
“d) En 1995 reafirmó su jurisprudencia, la cual se halla vigente, al manifestar que „la expresión
1
Cas. Civ. de 22 de enero de 1981, G.J. CLXVI, pág. 156
2
Cas. Civ. de 6 de agosto de 1985, G.J. t. CLXXX, pág. 239
3
Cas. Civ. de 23 de sept. 1993, G.J. t. 2464, pág. 567
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„…hasta concurrencia del importe…‟ a que alude el artículo 1096 del Código de Comercio, debe
interpretarse a la luz de lo dispuesto en el artículo 27 del Código Civil, razón por la cual no puede
tener un alcance distinto al que señala su tenor literal. La razón de ser de este precepto estriba en
el carácter indemnizatorio de esta especie de contrato, motivo por el cual no puede ser fuente de
ganancias o riqueza‟. Y más adelante agrega que „el cimiento de la subrogación no es
propiamente la protección patrimonial del asegurador, al cual, de todas formas, se le abre la
posibilidad de la subrogación, la cual, en verdad, tiene por objetivo básico la necesidad de evitar el
enriquecimiento del causante del daño, así como enervar la posibilidad de que el asegurado
obtenga un doble pago del perjuicio. El carácter indemnizatorio lo fija la ley para la prestación a
favor del asegurado, desde luego, para evitar allí también que la ocurrencia del siniestro se torne
en una fuente de lucro, no de restablecimiento del equilibrio patrimonial para éste. Todo lo cual se
halla inspirado en nítidos principios de moral social. Y si pudiera decirse que ese carácter
indemnizatorio se traslada a la pretensión del asegurador que ha pagado, en frente del directo
causante del daño, sólo podrá ser dentro del marco de su propia erogación, no sólo por lo ya
dicho, sino también porque no se entendería cómo si el asegurador sólo queda obligado frente al
asegurado a pagarle una suma determinada por razón de la pérdida sufrida por éste, él sí pueda
exigirle al causante del daño una corrección monetaria que no ha cubierto, máxime cuando no fue
el directamente perjudicado.
“Son tan sólidos los criterios jurisprudenciales acabados de memorar, que la Sala no puede menos
de prohijarlos en esta nueva ocasión. En efecto, todos ellos a una, descubren las potísimas
razones que entregan una fisonomía jurídica muy propia a la subrogación que consagra el artículo
1096 del Código de Comercio, de lo cual es diamantino reflejo el mandato por fuerza del cual la
aseguradora no tiene más derecho que a la suma que efectivamente pagó por virtud del contrato
de seguro. Dicha norma, pues, lejos de contener descuidadas voces legislativas, denota una ratio
legis respetabilísima, y hace de su preceptiva el acuñamiento de un raciocinio sazonado,
particularmente si en cuenta se tiene que acaso esa es la manera más aconsejable como se
preserva el equilibrio de todas las relaciones jurídicas que se dan cita en el punto.
“No es de recibo argüir, entonces, que cuando así se decide resulta desnaturalizado el carácter
indemnizatorio de la obligación subrogada, porque, insístese, la del artículo 1096 en cita es una
subrogación de estirpe singular; tanto, que no tiene la fuente común del fenómeno conocido como
pago realizado por un tercero, ya que la aseguradora ha pagado deuda propia, la misma que a su
cargo surgió del contrato de seguro, lo cual repugna, hay que admitirlo, si pasase por persona
digna de ser indemnizada. Es claro que ella tiene derecho a ser reembolsada, mas no
indemnizada, y esto mismo pone fuera de lugar la invocación del criterio de equidad que en
eventos indemnizatorios ha tenido presente la Sala, atendiendo pautas como la del art. 16 de la ley
446 de 1998.
“En otros términos, al pagar el asegurador, libera o extingue la obligación del autor del daño,
respecto del asegurado, hasta la cuantía de lo pagado, merced a la existencia de un contrato de
seguro que protegía a la persona que precisamente le trasladó el riesgo, quedando aquél
subrogado, hasta esa cuantía, en los derechos del asegurado, según el imperativo legal. Es
4
Cas. Civ. de 13 de octubre de 1995, G.J. número 2476, pág. 1123.
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posible que de cara a esta disposición, el monto de la condena a cargo del responsable del daño
no resulte igual a aquel que hubiera arrojado si el demandante fuese la propia víctima, porque para
ésta no existe norma que de suyo limite, y su reclamo, ese sí indemnizatorio, podría gozar de
mayor amplitud; mas, como ya se dijo, el diverso resultado se explica por la presencia de un
asegurador que, con arreglo a sus fines, ayuda a paliar las pérdidas, sin que por ello adquiera la
calidad de víctima o de directamente perjudicado, pues el hontanar de su obligación es muy otro, a
saber, el contrato de seguro, dentro de cuyo marco ha recibido contraprestación. Total que el
asegurador no puede pretextar que la consabida limitación legal implique un empobrecimiento
suyo. Ni es dable alegar, por otra parte, que sin la corrección monetaria el demandado resultaría
pagando una cosa diferente a la debida, en lo que se violaría el artículo 1627 del Código civil, pues
sea lo que fuere, el caso es que el censor pasa de largo ante el hecho de que es la propia norma la
que deja lugar a reservas, al disponer, a renglón seguido, que todo ello es sin „perjuicio de lo que
en los casos especiales dispongan las leyes‟, con lo que dejó de lado explicar, como es de
necesidad en un recurso dispositivo, porqué su caso lo enmarca en la regla general y no cuadra
dentro de las excepciones, siendo que, como viene de verse, la subrogación del artículo 1096 es
asaz particular.
“Y comoquiera que la Corte estima que la solución dada por la ley es la más justa de todas,
antinómico fuera reconocer la corrección monetaria que edificada sobre el postulado de la equidad
ha dispuesto la Corporación en otros asuntos”.
Fecha ut supra
SALVAMENTO DE VOTO
5
Hirschberg, Eliyahu. “El principio nominalista”. Desalma. Buenos Aires.
1976. Pág. 54
6
Ibídem.
7
Zannoni, Eduardo. “Revaluación de obligaciones dinerarias (indexación)”.
Astrea. 1977. Pág. 12
C.J.V.C. Exp. 7724 23
3. Demostrado como se encuentra que no existen razones justicieras que
aconsejen la corrección monetaria de la deuda del tercero civilmente responsable para con el
asegurador que se ha sustituido a la víctima, resta por examinar si la subrogación derivada del
pago de su obligación es suficiente motivo de justificación.
Al respecto, baste con recordar que si bien no puede negarse que el pago del
asegurador lo subroga en la misma acción de la que es titular la víctima, no es menos cierto que
se trata de una forma de sustitución personal bastante singular pues el contexto que la rodea le
acuña una indeleble impronta. Lo primero que en el punto cabe precisar es que no es el
asegurador quien realmente recibe el perjuicio, pues no era el titular del derecho menoscabado
ni se ve sorprendido por el hecho lesivo.
Como no hay razones para modificar la añeja jurisprudencia que ahora la Corte,
presurosa e intempestivamente recoge, menos aún cuando en lugar de agravarse, se han
morigerado, las circunstancias en las que ella fue decantada, debo separarme del criterio que
aquí se adopta.