Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La relación terapéutica y
el proceso terapéutico
Índice
Esquema 3
Material de estudio 5
2.1. Introducción y objetivos 5
2.2. La relación terapéutica y el proceso terapéutico
en adultos 6
2.3. La relación terapéutica y el proceso terapéutico
en niños y adolescentes 12
2.4. Dificultades en la relación y en el proceso
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
terapéuticos: ejemplos 21
2.5. Referencias bibliográficas 26
A fondo 29
Test 30
Esquema
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
Primera sesión
En este caso tenemos escenas de una primera sesión en psicoterapia con las que
poder trabajar aspectos como el encuadre, los primeros establecimientos de la
alianza, el saludo, etc. El protagonista acude a sesión y se enfrenta al primer
encuentro con la terapeuta. El objetivo que se pretende, para reflexionar antes y
después de la lectura de este tema, es que tengas una aproximación a esta situación
y prestes atención a algunos aspectos relevantes que se van presentando.
Por su parte, del proceso con adultos estudiaremos algunos autores importantes que
han desarrollado teorías en este ámbito, como Rogers y Carkhuff, entre otros.
Además, veremos la importancia del encuadre, de las actitudes y del estilo del
terapeuta.
en consulta.
La relación terapéutica
Bienestar del cliente: esto significa ofrecer Hacer demasiadas preguntas sin dar tiempo a
El proceso terapéutico
Por su parte, el modelo secuencial de Egan (1986, citado en Rivero, 2011) combina
dos estilos terapéuticos: directivo y no directivo.
La idea básica del modelo es fomentar una buena relación en las fases iniciales,
mediante el respeto, el deseo de comprensión y una actitud no directiva, para
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
después ir cambiando a una actitud más directiva que permita alcanzar los cambios
conductuales propuestos. Propone las siguientes fases en el proceso terapéutico:
El estilo no directivo es más útil en las fases exploratorias del problema. El terapeuta
totalmente directivo iniciaría la terapia en la fase III, mientras que el no directivo la
terminaría en la fase I o al principio de la fase II.
Otros elementos que cabe tener en cuenta son el estilo personal del terapeuta, el
encuadre y las actitudes que dificultan el proceso terapéutico.
• Honorarios.
• Duración de las sesiones.
• Frecuencia de las sesiones.
• Espacio donde van a tener lugar.
1. Los padres perciben la necesidad de hacer una valoración psicológica del menor.
2. Otros adultos del entorno del menor (que no son los padres) recomiendan la
asistencia a valoración psicológica.
En cualquiera de los dos casos, un psicólogo que trabaja con menores va a tener que
hacer un doble vínculo si quiere tener alguna opción terapéutica:
Con el menor.
Con los padres.
En los casos en los que no son los padres los que han detectado la necesidad de que
el menor acuda al psicólogo, probablemente será más difícil construir un vínculo
terapéutico con ellos.
La relación terapéutica
Como comentábamos antes, es poco frecuente que sea un niño el que demande
atención psicológica. En adolescentes es más probable, sobre todo si su entorno
cercano tiene alguna referencia sobre la figura del psicólogo (por ejemplo, algún
familiar de esta profesión o algún amigo que esté acudiendo al psicólogo).
En los casos 1 y 2 será más fácil generar un vínculo terapéutico que en el caso 3.
Hacer la primera entrevista con los padres (más recomendado cuando los niños
son más pequeños).
Hacer una primera entrevista familiar (más recomendado cuando son
adolescentes).
A partir de ahí tenemos que decidir con qué encuadre vamos a continuar la
valoración. Por ejemplo, podemos hacer varias sesiones con el menor y después con
los padres, o bien alternar entrevistas individuales con el menor con entrevistas con
los padres y entrevistas familiares, dependiendo de en qué queramos centrarnos en
un primer momento y de la demanda inicial.
Lo primero que tenemos que hacer es crear un vínculo con los progenitores, así que
si, por ejemplo, ellos piensan de forma rígida que el que tiene los problemas es el hijo
y las sesiones deben ser por él, podemos iniciar la evaluación así. Lo que haremos
más adelante será plantearles la necesidad de que acudan para ayudarnos a ayudar
a su hijo (para algunos padres es más fácil aceptar esto que aceptar que el problema
actual tiene un origen sistémico, ya que lo pueden interpretar como si se les acusase
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
Respecto a la primera sesión con un menor, tenemos que tener en cuenta que en la
mayoría de los casos ningún adulto le habrá preguntado directamente qué le parece
que le lleven al psicólogo, con la emoción que eso puede generar.
En cualquier caso, no debemos dejar de preguntar esto por miedo a la respuesta que
obtengamos, así que tenemos que estar preparados para manejar cualquier tipo de
respuesta.
Por tanto, cuando le preguntemos al menor, hay que explicitar que su opinión es
importante y que siempre se le va a dar voz. Debemos entender que, con
independencia de dónde esté el foco del problema, todos, de alguna forma, lo están
sufriendo.
Tenemos que ser muy cuidadosos y estratégicos con el lenguaje que usamos. Si el
menor no ha hablado de que haya «problemas», no tenemos por qué usar esta
palabra, aunque los padres la hayan utilizado en una primera entrevista. Y si la
usamos, que sea haciendo referencia a «tus padres plantean que hay un problema
con…», es decir, marcando claramente quién lo considera un problema, ya que, si
adoptamos la terminología de los padres, de forma implícita nos estamos aliando con
ellos, y si hay un enfrentamiento o dificultades en su relación, esto impedirá que
podamos crear un vínculo con el menor.
Una herramienta que nos será de utilidad a la hora de plantear hipótesis sobre lo que
ocurre son las preguntas circulares, que veremos más detalladamente en el Tema 4.
En cualquier caso, tendremos que ser muy cuidadosos con la terminología que
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
Una vez que tengamos una hipótesis sobre lo que le ocurre al menor, siempre dentro
de su contexto individual, familiar y social, es necesario transmitírselo tanto a él como
a los padres, preferentemente en una entrevista conjunta, para que nadie maneje
información antes que el resto. En esta entrevista, denominada sesión de
devolución, vamos a plantear también la estrategia de tratamiento, es decir, en qué
creemos que les podemos ayudar y cómo (desde qué encuadre), qué objetivos se van
a trabajar más de manera individual y cuáles más en las sesiones con padres,
hermanos o familiares.
Si no les damos voz, la familia vivirá el proceso de forma pasiva, como receptora de
técnicas del experto, lo que limitará mucho la consecución de objetivos al limitar la
proactividad, la iniciativa y la asunción de responsabilidades.
Con toda probabilidad, tendremos más dificultades en los casos en los que los padres
estén separados y permanezca el conflicto entre ambos.
Un caso especial son los menores que no están siendo cuidados por sus padres
biológicos, sino que se encuentran en acogimiento familiar o residencial. En estos
casos, trabajaremos con los tutores, o con los agentes responsables del menor,
implicándoles de igual forma en el proceso.
El proceso terapéutico
El establecimiento de un vínculo, tanto con los padres como con el menor, nos
posibilita iniciar un proceso terapéutico. Para conseguirlo, primero tenemos que
pasar por varias etapas: en primer lugar, entrar y acomodarnos en el sistema familiar
para poder recoger información sobre su dinámica y estructura; a continuación,
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
mantenernos en una posición de respeto de las reglas actuales del sistema; y, por
último, potenciar aspectos funcionales. A partir de aquí, y con un vínculo terapéutico
creado, podemos introducir modificaciones en el sistema familiar: técnicas de
reestructuración y desequilibrio.
Partiendo de la teoría del apego como la base del desarrollo psicosocial de los niños,
se entiende que el apego va a tener un papel fundamental en el proceso, bien como
hipótesis de una alteración del apego como fundamento de las dificultades actuales
del niño (hipótesis relacionada con el origen del problema), bien como hipótesis de
que el apego desempeña un papel en el mantenimiento del problema. En cualquiera
de los dos casos, durante el proceso terapéutico, uno de los objetivos básicos va a ser
el establecimiento de un apego seguro entre los padres y el menor. Esto será posible,
de forma necesaria, mediante la creación de un apego seguro entre el terapeuta y el
niño y el terapeuta y los padres.
Para que el apego cumpla su función, los cuidadores deben estar disponibles, ser
confiables y ser receptivos a las necesidades de bienestar y protección del menor. De
esta forma, se le proporciona una base segura que favorecerá su desarrollo
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
psicosocial. Así, el apego seguro es lo que nos permite relacionarnos con el mundo y
con nosotros mismos de forma segura, posibilitando la exploración, el aprendizaje,
las interacciones y la gestión de las emociones, y se genera mediante la confianza y
la satisfacción de necesidades. La existencia de distintas figuras de apego favorece
un desarrollo afectivo adecuado.
Como decíamos antes, cuando un menor acude a consulta es porque hay algún adulto
preocupado por alguna cuestión relacionada con dicho menor, y se considera a este
como el paciente identificado o designado (portador del síntoma o del problema).
Para entender qué ha ocurrido hasta llegar al momento actual, es necesario conocer
en qué etapa evolutiva se encuentra la familia, sabiendo que nos podemos encontrar
con dos tipos de crisis:
Por último, cabe señalar que en el proceso terapéutico con niños y adolescentes es
muy importante coordinarse con otros profesionales del entorno del menor, ya sean
del ámbito educativo, sanitario o social (por ejemplo, profesores, pediatras,
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
Por otro lado, siempre hay que tener en cuenta que las sesiones de terapia no tienen
un carácter terapéutico predefinido, sino que se tiene que ir construyendo
gradualmente, al ritmo que cada paciente permita. Hay pacientes que necesitan
generar un vínculo durante muchas sesiones antes de poder hablar de lo que les
No es infrecuente que algunos pacientes, bien porque sus propias experiencias les
resultan anómalas/egodistónicas, bien porque es lo que escuchan en su entorno, nos
planteen si creemos que están locos. No es una pregunta a la que debamos tener
miedo y debemos ser lo más honestos posible.
En este caso, una de las primeras cuestiones que debemos valorar es si el paciente
cree que debe cambiar algunas cosas, por ejemplo, en su forma de relacionarse, o si
no cree que deba cambiar nada.
Para tratar este tema, primero debemos conocer bien al paciente y su mundo, con el
fin de detectar si hay algo que mantiene y que provoca que no consiga sus objetivos
personales/familiares/sociales/laborales. No se trata de convencer al paciente, sino
de establecer objetivos de forma conjunta. También debemos explorar su historia de
vida para entender por qué es tan importante mantener intacta su personalidad,
cómo se ha ido construyendo, qué dificultades ha encontrado, etc.
Desde luego, si el paciente percibe que nuestro objetivo y el suyo no coinciden o que
tenemos objetivos no verbalizados, será muy difícil establecer un vínculo terapéutico,
y sin esto no es posible la psicoterapia.
impulsos, con una descompensación psicopatológica, etc., por lo que debemos estar
formados para saber manejar este tipo de situaciones. Desde luego, nunca podremos
gritar a un paciente ni tratarle de forma hostil. Mediante nuestra postura corporal,
tono de voz, etc., debemos conseguir que el espacio terapéutico sea un espacio de
contención.
Todas las veces que sea necesario recurriremos a explicitar el encuadre acordado,
por lo que es importante que este sea muy claro desde el primer momento.
Pero es importante, desde el encuadre inicial, explicitar al paciente que esto será así
con la excepción de que esté en riesgo su integridad física o la de otras personas.
Hay algunas ocasiones en las que, por ejemplo, un menor puede revelar haber sido
víctima de abuso sexual en el entorno familiar. En este caso, debemos informar al
menor de que tenemos que ponerlo en conocimiento de sus tutores y de la fiscalía
de menores, ya que debemos protegerle para que eso no vuelva a ocurrir más.
También es importante, tanto con niños como con adultos, comunicarles que vamos
a transmitir esa información antes de hacerlo. En algunas ocasiones, esto puede
suponer la ruptura del vínculo terapéutico.
En este sentido, nos podemos encontrar con varias situaciones. Si el paciente llega
tarde de forma repetida, debemos verbalizarlo y valorar si es un problema de
organización (por ejemplo, sale de trabajar a una determinada hora y no puede llegar
antes; entonces, habría que cambiar el horario de la sesión) o si no hay motivo
justificado (por ejemplo, un día llegó tarde porque se quedó dormido, otro porque se
le pasó la hora…). Se puede interpretar como una resistencia al trabajo terapéutico o
como falta de interés.
Dependiendo de si esto ocurre de forma regular, de si llega muy tarde (por ejemplo,
llega cuando quedan 15 minutos para acabar la sesión), etc., debemos acordar con el
paciente cómo proceder en las siguientes ocasiones que ocurra. Por ejemplo, se
puede acordar que, si llega más de 15 minutos tarde, no se iniciará la sesión, pero
tendrá que abonarla.
Del mismo modo, se puede acordar que, si se anula la cita con menos de 24 horas de
antelación, a no ser que sea una emergencia, también se abonará la sesión. Dar
estructura al paciente en cuanto al encuadre y su incumplimiento tiene un carácter
terapéutico.
En el caso presentado al principio del tema hemos podido ver algunas situaciones
que son muy frecuentes, sobre todo en las primeras sesiones. El paciente llega a
consulta por primera vez y se encuentra en un contexto desconocido para él; puede
que acuda de manera involuntaria o, como en el caso del protagonista del vídeo,
derivado por su profesional de atención primaria. Así pues, cabe prestar atención a
las siguientes cuestiones:
Chazenbalk, L. (coord.), Mammi, K., Nachman, C., Parera, M., Reizes, M. y Arcuschin, O.
(2003). La incidencia del self del terapeuta en el proceso terapéutico. Psicodebate.
Psicología, Cultura y Sociedad, (3), pp. 107-116.
Este artículo es útil para profundizar en las variables del terapeuta y su relación con
la práctica psicoterapéutica.
Accede al artículo a través del aula virtual o desde la siguiente dirección web:
http://www.palermo.edu/cienciassociales/publicaciones/pdf/Psico3/3Psico%2007.
pdf
Psicoterapeutas
Accede a la página a través del aula virtual o desde la siguiente dirección web:
http://psicoterapeutas.com
7. Las tres etapas básicas que propone Rogers (1942) en el proceso terapéutico son:
A. Exploración, comprensión y actuación.
B. Identificación, establecimiento de metas y acción.
C. Catarsis, insight y acción.
D. Ninguna de las anteriores.
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
10. Si un menor nos revela en consulta haber sido víctima de abuso sexual, tenemos
que:
A. Informar inmediatamente a los tutores y aclarar la situación con el menor.
B. Informar a la fiscalía de menores, a los tutores, y decir al menor que es
necesario para protegerle y que no vuelva a ocurrir.
C. Si no tenemos claro cómo proceder, lo mejor es consultar con un asesor legal
del colegio oficial de psicólogos.
D. B y C son correctas.
© Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)