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 Estudios 389  La vulnerabilidad de los jóvenes

La vulnerabilidad de los jóvenes


Irune López es psicóloga. Coordina el Departamento de Orientación
psicopedagógica de los Salesianos de Bilbao

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO

Desde la descripción y explicación del concepto, señalando sus factores habituales y


mostrando la fenomenología de la vulnerabilidad, a través de algunas cuestiones que
invitan a la reflexión, este artículo se detiene especialmente en una aproximación
psico-social de la vulnerabilidad de los jóvenes actuales. Señalas las amenazas que
rondan a los jóvenes, los persistentes factores y situaciones de riesgo, subrayando la
necesidad de combinar en la acción educativa, la prevención y las mitigación.

Vulnerabilidad es un término que ha irrumpido con fuerza últimamente en el mundo


de las Ciencias Sociales. Lo encontramos en Educación, Sociología, Psicología o
Desarrollo. La introducción de este concepto, definido como“posibilidad de ser
herido o recibir lesión, física o moralmente” o “debilidad que puede ser
aprovechada por una amenaza”, abre las puertas a nuevos enfoques, muy
interesantes, en diferentes ramas del saber y la técnica y, de forma especial, en
nuestro caso, a los educadores.

1. De qué hablamos cuando hablamos de “vulnerabilidad”

 
“Vulnerabilidad es un sinónimo de inseguridad, en el sentido más profundo del
término: inseguridad para la existencia; incertidumbre frente a la historia cotidiana y
frente al mundo circundante”, dice Gustavo Wilches-Chaux.Podemos entender que
algo o alguien es vulnerable cuando resulta incapaz de resistir y absorber,
ajustándose, los efectos de un determinado cambio en el medio ambiente.  Por
ejemplo, un edificio que no aguanta las inclemencias del tiempo,  una población 
diezmada por una epidemia o una persona de baja por estrés laboral. En general,
ante la presencia de un riesgo determinado se produce un bloqueo, una
imposibilidad de responder adecuadamente, con el consecuente desastre.

La vulnerabilidad, pues, tiene dos caras: una externa, los riesgos, presiones,
condiciones a las que un objeto o sujeto se ve sometido; y una interna, la falta de
estructura o recursos para afrontar la situación con éxito. Esto último es lo que
solemos llamar indefensión. Hablar de vulnerabilidad es hablar
de riesgos,  habitualmente de tres tipos: el riesgo de verse expuesto a una situación
amenazante; el riesgo de no tener capacidad para afrontarla; y el de sufrir
consecuencias graves o incluso no recuperarse. Luchar contra la vulnerabilidad es
intentar incidir en estos tres niveles para evitar que se produzca la catástrofe.

Podemos ver que este concepto nos invita a poner el énfasis en la prevención; a
anticiparse, prepararse, dotarse de armas.

1. 1. La ecuación del desastre

Antes de entrar a analizar la realidad de la vulnerabilidad en nuestra sociedad hoy,


es importante entender la propia dinámica de la vulnerabilidad. ¿Qué factores entran
en juego? ¿Cómo se interrelacionan? A partir del estudio y análisis de la
vulnerabilidad en todas las áreas del saber humano, se ha llegado a establecer esta
afirmación:

Riesgo x Vulnerabilidad = Desastre

Sin ser avispados matemáticos, podemos captar que, cuánto mayor sea cualquiera de
los dos factores, riesgo o vulnerabilidad, peor será el desastre y que, si uno de los
dos factores es igual a 0, nunca se producirá.  Lo que en nuestro contexto quiere
decir que una situación sólo podremos considerarla un riesgo si se produce en una
persona o grupo vulnerable a ella. Si se da esa vulnerabilidad, entonces habrá que
centrarse en la probabilidad: si hay muchas posibilidades de que ocurra, tendremos
que considerarla una amenaza. Y el que el resultado sea undesastre dependerá de la
magnitud de la situación y el nivel de vulnerabilidad de quien la padezca.

La vulnerabilidad de las personas y grupos humanos no es algo estático, sino


dinámico. Fluctúa según las circunstancias, al ser consecuencia de la interacción de
una serie de factores internos y externos que convergen en un lugar y momento
dados. También al intervenir habrá que valorar si nos encontramos en un proceso de
disminución o aumento  de la vulnerabilidad.

1.2.                      Factores de vulnerabilidad

Una situación de vulnerabilidad puede ser producto de múltiples factores que


habitualmente se refuerzan mutuamente y van de lo “macro” o estructural a lo
“micro” o personal. Realizaremos un elenco de ellos que pueda ayudarnos  a
identificarlos en la práctica.

Condicionantes personales

Cada ser humano por su propia realidad puede resultar más o menos vulnerable a
determinadas situaciones. Características que suelen influir son: edad, género, etnia,
religión, clase social, actividad laboral,   lugar de residencia y estatus jurídico.
Además, determinadas carencias en aspectos como capacidades físicas,
psicológicas, salud y nutrición, cualificación, habilidades de vida o capital social
(redes sociales y vínculos afectivos) pueden favorecer un estado de indefensión
personal, que dificulta la autoprotección y  preparación frente al riesgo.

Condicionantes estructurales
Otro grupo de factores provienen del medio social que, a veces, genera situaciones
de peligro y desprotección,favoreciendo la indefensión  social. Por un lado,
carencias del entorno social cercano como inseguridad familiar, falta de horizontes y
modelos, dificultad de acceso a recursos, falta de acciones de apoyo y solidaridad…)
Por otro, aspectos más estructurales como políticas, legislaciones, normativas y
medidas de protección del Estado u otras instituciones, que no proveen de los
recursos necesarios para evitar o resistir  los embates de las circunstancias.

Sistemas de vida

Factores relacionados con el estilo o forma particular de vida de un individuo o


grupo, que puede favorecer la exposición al riesgo o falta de recursos de
afrontamiento: ocupación del tiempo, lugares frecuentados, concepción del mundo,
patrones de conducta, costumbres, hábitos, medios de supervivencia, oportunidades
de ingresos…

Procesos de recambio

Otros factores provienen de los propios cambios en sí: duración, intensidad,


complejidad, periodicidad,  origen, período de gestación (Hay cambios lentos y otros
de aparición repentina), así como la cantidad de veces que nos vemos expuestos a
ellos.

1.3.                      ¿Vulnerabilidad o vulnerabilidades?

 
Para estudiar e identificar focos de vulnerabilidad, se han definido diferentes tipos,
todas  estrechamente interconectadas entre sí.  Las vemos enumeradas en el
siguiente cuadro:

Nuestra vulnerabilidad intrínseca fruto de  nuestras


NATURAL limitaciones como seres vivos, nuestro código genético y
capacidades físicas y psíquicas particulares.

Se refiere ubicaciones en zonas de riesgo y deficiencias


FÍSICA
de infraestructuras para  evitarlos o «absorberlos».

Incapacidad de vivir autónomamente y acceder a


ECONÓMICA recursos materiales y actividades necesarias o
favorecedoras.

Carencias de relación, cohesión, organización,


SOCIAL sentimientos de pertenencia y responsabilidad e
implicación social de las personas en sus territorios.

Dificultad para afrontar situaciones de presión,


frustración o sufrimiento y distorsiones cognitivo-
PSICOLÓGICA
emocionales que suele derivar en fragilidad,
somatización y desesperanza.

Referida a la forma de toma de decisiones


POLÍTICA (participación, funcionamiento y control), así como
ideologías imperantes.

Funcionamiento o descoordinación de las instituciones


INSTITUCIONAL que dificulta prevenir o responder de forma ágil y
adecuada a los riesgos.

En relación a la concepción del mundo y el papel de los


seres humanos en él y la integración del conocimiento
IDEOLÓGICA
científico, con el sentido trascendente de la existencia y
las vivencias cotidianas (pasividad, fatalismo, mitos…)

CULTURAL Patrones de relación, roles, nivel cultural, estereotipos


que marcan la vida diaria de un colectivo y sus
relaciones, así como el papel de los medios de
comunicación.

Carencias sociales e individuales de instrucción,


EDUCATIVA cualificación y formación en capacidades, actitudes y
habilidades.

Falta de recursos y habilidades técnicas, y escasa calidad


TÉCNICA técnica de las infraestructuras físicas y sociales que
sustentan la vida del individuo o grupo.

1.4.                      El perfil de vulnerabilidad

Tras los dos puntos anteriores, probablemente se habrá llegado a una conclusión 
bastante evidente: No hay dos vulnerabilidades iguales. Todos somos vulnerables a
algo, pero cada persona o colectivo, en función de sus circunstancias, es susceptible
a determinadas situaciones y con un grado propio.  Esto significa que raramente dos
personas o grupos en la misma situación son vulnerables de la misma forma a las
mismas cosas. Si además le unimos que  cada situación “golpea” de una forma,
poniendo a prueba aspectos diferentes de la idiosincrasia personal o colectiva,
comprenderemos que difícilmente podemos establecer vulnerabilidades estándar.

Cuando el objetivo es prevenir, lo mejor es elaborar en cada caso perfiles de


vulnerabilidad, analizando la presencia de los diversos factores y tipos de
vulnerabilidad y los puntos fuertes y débiles de la persona o grupo. A partir de este
perfil, podremos identificar situaciones que resulten un riesgo, detectando de entre
ellas las que, al ser más probables, puedan convertirse en una amenaza real. Así
podremos tomar decisiones para una adecuada intervención, incidiendo en los
aspectos realmente  relevantes.
No podemos obviar en esta reflexión el llamado círculo de la vulnerabilidad y
algunos fenómenos relacionados con él:

– Las consecuencias de la vulnerabilidad de una persona o grupo, genera muchas


veces riesgos y vulnerabilidad en personas o grupos interrelacionados con él.

– La propia condición de vulnerable se puede convertir para la propia persona o


grupo en un factor de vulnerabilidad, al dar lugar a nuevos riesgos que, a su vez,
generen nuevas posibilidades de desastre.

– El miedo a la vulnerabilidad o a volver a sufrir  provoca más vulnerabilidad.

– Al ser la sociedad un sistema, las vulnerabilidades de sectores, grupos o zonas,


hacen más  vulnerables, directa o indirectamente, al resto de los sectores que han de
afrontar, solidarizarse, defenderse… de esa realidad vulnerable.

1.5.                      Intervención ante la vulnerabilidad

Esta es la pregunta fundamental relacionada con la vulnerabilidad. ¿Se puede evitar


el daño? ¿Hay algo que podamos hacer? ¿En qué hemos de incidir?  Recordemos la
ecuación: si logramos que cualquiera de los dos factores tienda a cero, el desastre
deberá tender a cero. Por consiguiente, las posibilidades de actuación son:

–          Minimizar el riesgo (PREVENCIÓN)


Se intenta evitar que se produzcan las realidades hacia las que determinadas
personas o grupos son vulnerables o que se vean expuestos a ellas. Se habla
de eliminación, control, reducción, precauciones.  Suele resultar complicada en
riesgos de origen múltiple o natural

–          Minimizar la vulnerabilidad (MITIGACIÓN)

Se busca reducir la impotencia de las personas o grupos, ayudándoles a desarrollar


estrategias de evitación o afrontamiento, haciéndose más flexibles y fuertes. Existen
medidas estructurales y medidas no estructurales de mitigación: Las estructurales
son actuaciones sobre el entorno, las condiciones, las leyes, los medios… y las no
estructurales sobre las  personas, conductas, formación… Las intervenciones suelen
dirigirse a toda la población, pero intentando focalizar en quienes están más
expuestos Esta perspectiva,  relacionada con la prevención primaria, es fundamental
a largo plazo y si no es posible controlar los riesgos.

–          La tercera vía: Reducir los efectos negativos del desastre 


(PREPARACIÓN)

Cuando se valora que, a pesar de las medidas de prevención y/o mitigación, el


desastre se puede producir o por simple prevención, se prepara a la persona o grupo
para saber afrontarlo de la mejor manera posible; es decir, reducir la magnitud del
sufrimiento individual y/o colectivo y acelerar la reconstrucción. Guarda mucha
relación con la prevención secundaria. Lógicamente la actuación más eficaz en
general es la que articule medidas de  los tres tipos; pero resulta complejo y a veces
innecesario. La pista nos la puede dar en cada caso el perfil de vulnerabilidad. En la
mayoría de ocasiones lo que sí conviene es incidir de forma coordinada en el aspecto
estructural (macro) y en el particular (micro). Algo que aún hoy resulta difícil de
conseguir. Seguimoscompartimentados y con escasez de planes globales.

2. Cuestiones de fondo sobre la vulnerabilidad

Una vez realizado el recorrido por el concepto de vulnerabilidad y antes de entrar a


analizar la vulnerabilidad juvenil, conviene detenernos en la fenomenología de la
vulnerabilidad en nuestro entorno, a través de algunas cuestiones que inviten a la
reflexión.

¿Al hablar de vulnerabilidad hablamos de exclusión?

No. Vulnerable es la persona o colectivo que vive de forma bastante normalizada,


aunque con riesgo de deslizarse  a  una situación precaria, situándose en esa zona
límite entre la estabilidad/integración y el desequilibrio/exclusión. Según los
factores y tipos de vulnerabilidad que converjan, el perfil  será más alarmante. Sin
embargo, puede no llegar nunca a producirse la exclusión si no se producen
situaciones de riesgo o se cuenta con recursos para afrontarlos.

¿La vulnerabilidad es social o personal?

Son dos tipos de vulnerabilidad diferentes. Hay vulnerabilidades que tienen causas
claramente sociales o comunitarias, pero hay situaciones de vulnerabilidad
individual, fruto de carencias o circunstancias personales. Bien es verdad que en
ocasiones una lleva a la otra; sin embargo, muchas veces es sólo de un tipo.
Profundicemos un poco en cada una de ellas

La vulnerabilidad social es una situación de fragilidad fruto de los factores sociales


que hemos llamado anteriormente condicionantes estructurales. Podemos pensar en
personas, hogares, colectivos e incluso países quequedan expuestos a sufrir
alteraciones bruscas y significativas en sus niveles de vida e integración social. Es la
manifestación de las lagunas en el sistema de bienestar y suele ser la  que más nos
viene a la cabeza cuando oímos vulnerabilidad.

Por el contrario, la vulnerabilidad personal es consecuencia de características


personales. Todos, por nuestra condición humana, somos vulnerables: No podemos
prescindir de nuestros iguales para subsistir y nuestra capacidad de pensar nos hace
sentirnos afectados por todo lo que nos rodea y conscientes de nuestra falibilidad; lo
que puede acrecentar nuestra vulnerabilidad.

Pero, además de esta vulnerabilidad intrínseca, siguiendo a Rafael Fayos (2005),


podemos hablar de diferentes niveles de vulnerabilidad personal. Los dos primeros
son externos al individuo: Un primer nivel, producto de  no considerar a una persona
como tal, sino como un objeto, con lo que corre un serio riesgo de que se la dispense
un trato infrahumano. Un segundo nivel, cuando se cuestiona la condición de
persona a alguien que no es capaz de ejercer su capacidad de raciocinio y libertad
(los primeros o últimos estadios de la vida, ciertas discapacidades o enfermedades).
El entorno decide sobre ellas, su forma de vida e incluso su vida misma. Son los
eslabones más vulnerables de nuestra sociedad. En ambos niveles, para evitar
consecuencias funestas ha de incidirse fundamentalmente sobre el entorno, pues la
situación tiene raíces ideológicas. Un tercer nivel es fruto de nuestra condición
biológica: el riesgo de enfermar corporal y mentalmente. Los siguientes dos niveles
proceden de nuestro interior, de nuestra forma de enfrentarnos a la realidad. La
vulnerabilidad existencial que surge de la incertidumbre y fragilidad que
experimentamos frente a nuestro proyecto vital (sufrimiento, frustración,  conciencia
de la muerte…). Y, por último, una vulnerabilidad psicológica o incompetencia para
afrontar las dificultades y estresores de la vida. En este caso hablamos de
personalidad vulnerable.

Hay personas a las que todo les afecta de forma especial, aún lo más insignificante.
Cambios habituales en la vida activan en ellas sentimientos perturbadores y son
vividas como un trauma. Se caracterizan por un estilo de pensamiento negativo y 
sentimientos de indefensión y desesperanza; en resumen, pérdida de la confianza 
básica en sí mismas y la vida. Sus rasgos más habituales son un sentimiento
permanente de «estar al límite», intolerancia a la frustración, miedo a sufrir,
hedonismo, impulsividad, inestabilidad emocional  y excesiva dependencia.

Entre los factores de esta vulnerabilidad psicológica pueden estar los biológicos o
experiencias traumáticas tempranas; pero, sobre todo, los educacionales: la persona,
por  pensamientos y actitudes aprendidas, no desarrolla estrategias cognitivas de
afrontamiento.

Podemos hablar también de una vulnerabilidad autoinducida, observada en


personas que, teniendo fortaleza, recursos y capacidades para afrontar cualquier
situación, se perciben como débiles o amenazados; lo que les sitúa en una situación
de peligro cuasi permanente.

Tampoco podemos dejar de mencionar también a determinadas personas o grupos


que generan su propia vulnerabilidad por victimización. Personas que se etiquetan
como miembros de un colectivo al que en etapas anteriores se ha marginado o
atacado y que, aun habiendo cambiado las condiciones, siguen sintiéndose
“amenazadas” y  actuando como víctimas de riesgos ya inexistentes.

¿Hay ideas que nos hacen más vulnerables?


Sí. Como se puede deducir de lo anterior, todos mantenemos respecto a lo que nos
sucede ciertos pensamientos– la mayoría  “automáticos”- que hemos elaborado o
absorbido del entorno. Estas ideas, cuando están distorsionadas o no responden a
una filosofía de vida sana, favorecen la vulnerabilidad psicológica. Entre ellas están
las llamadas por la  Psicoterapia cognitiva creencias irracionales  (v. fig.2) y otras 
como: “No es justo que me pase esto”; “Las personas siempre deben portarse
bien”, “A mí nunca me pasará”; “El mundo siempre debe ofrecerme unas
condiciones fáciles para conseguir lo que quiero sin mucho esfuerzo”.

En resumen, tres actitudes destructivas: el tremendismo (“Es una catástrofe…”),


la no-soportantitis (“Esto me supera”…), elclientelismo (“¿Para qué están las
instituciones?”)

Para la lucha educativa contra la vulnerabilidad, será clave transmitir a los más
jóvenes las ideas contrarias a estas y, si es necesario, “desprogramarles”,
desmontando las irracionales ya asumidas.

  

  
¿Vivimos en una “sociedad vulnerable”?

Una reflexión que también es conveniente hacernos es: ¿Hay sociedades que en su
conjunto son más susceptibles de tener problemas? ¿La cultura, ideología o estilo de
vida imperante puede hacer que los miembros de una sociedad desarrollen
personalidades más vulnerables? Más en concreto, la nuestra ¿es una sociedad
vulnerable?

Nuestra sociedad es llamada habitualmente sociedad del bienestar. ¿Este bienestar


nos hace más fuertes y resistentes? Para responder quizá sólo debamos mirar a
nuestro alrededor

En la UE hay un suicidio cada nueve minutos y un 11% de sus ciudadanos sufre


alguna forma de enfermedad psíquica. Socioeconómicamente vivimos mucho mejor
que en épocas pasadas, pero se observa un aumento progresivo de
desestructuraciones personales (depresiones, suicidios, adicciones, rupturas
familiares…) Si volvemos a la ecuación, teniendo en cuenta que los riesgos en
nuestra sociedad tienden bastante a cero, podemos concluir que es el otro factor, es
decir, la vulnerabilidad, el que provoca los desajustes. Nuestra sociedad tiende a
hacernos débiles.

Vivimos en lo que se ha dado en llamar el Estado Postsocial, caracterizado por el


individualismo, búsqueda de la riqueza, minusvaloración de la autoridad, una escasa
vida familiar, relativismo y falta de valores, incertidumbre con respecto al futuro,
debilitamiento de las relaciones sociales, gran influencia de los mass media, etc.
frente a épocas anteriores en las que la concepción del mundo y la existencia hacían
a las personas resistentes frente a inclemencias mucho mayores que  las actuales.

Parece, pues, que esos mecanismos de vulnerabilidad psicológica comentados


anteriormente se están instalando en nuestro inconsciente
colectivo, vulnerabilizándonos y son transmitidos a las nuevas generaciones que
crecen respirando vulnerabilidad y, lógicamente, funcionando en consecuencia.
 

¿Podemos también hablar de personalidades invulnerables?

Quizá no tanto, pero sí de personalidades resistentes al estrés. Estas personas tienen


lo que Echeburúa (2004) llama  habilidades de supervivencia,  recursos que permiten
afrontar positivamente las situaciones, adaptarse y salir airosos sin que quede
gravemente afectado el bienestar personal.

Estas habilidades se adquieren durante el proceso de desarrollo y para ello son


claves un amor y estabilidad familiar, riqueza intelectual, valores y principios
morales sólidos, control de los impulsos y emociones, autoestima, aficiones
gratificantes y un estilo cognitivo positivo.

En esta línea se ha escrito mucho últimamente sobre la resiliencia. Concepto


proveniente de la Física que denomina la capacidad de un material de recobrar su 
forma original después de haber sido sometido a altas presiones.  En nuestro
contexto nos referimos a la capacidad de determinadas personas de resurgir sin
secuelas psicológicas apreciables tras sucesos traumáticos, Desde el estudio de este
fenómeno se nos aportan también algunos aspectos clave: tener al menos alguien
significativo como guía y estimulo en quien depositar los afectos y la admiración, el
sentido del humor y el lenguaje interno positivo.

Como educadores, podemos concluir que promover en niños y jóvenes estas


características es trabajar en la línea de la mitigación y preparación, proveyéndoles
de  un escudo protector ante las adversidades.

“Lo que no te mata te hace más fuerte” se suele decir. Y es que muchas veces el
sentirse vulnerable es un acicate para la superación personal. Otras, el comprender el
significado del peligro, puede reducir su impacto. Otras, pasar por una situación
puede promover recursos o convertirse en una especie de antídoto. Otras, el
superarlo, es fuente de autoafirmación. Otras el vivirlo acompañado de adultos
puede dar pautas de afrontamiento. Así pues, vivir una situación de riesgo puede
convertirse en factor de protección. Aunque hay situaciones que mejor no vivirlas
nunca.

3. La vulnerabilidad de los más jóvenes

Todo niño, adolescente o joven es vulnerable por el sólo hecho de serlo. ¿Acaso no
es la infancia un período de dependencia total del entorno y las personas adultas?
Los más jóvenes son el eslabón más débil porque precisan del resto de la comunidad
para subsistir; pero también porque tienen toda una existencia aún por construir y
todo lo que vivan ahora influirá en su futuro. Y además porque se entregan a
corazón abierto a las personas que quieren y admiran, lo que les convierte en
especialmente maleables; es decir, vulnerables, a sus “ídolos” y, cómo no, a sus
educadores.

Por ello, el quid de la vulnerabilidad infantil y juvenil está en el ambiente. Son


los factores estructurales los que modelan a niños y adolescentes, ayudándoles a
configurar sus capacidades personales y sus  sistemas de vida. (v. fig.1)  Se pueden
señalar algunos de manera especial:

La familia

Según Dellutri (2008), “el ser humano tiene un período de gestación intrauterina que
dura nueve meses, pero un período mucho más amplio de gestación extrauterina
donde se forma la personalidad, y es la familia quien tiene que actuar como útero de
contención”. No hay estudio que no destaque la importancia transcendental de una
familia estable, afectuosa y con criterios educativos y éticos claros para la correcta
estructuración de la persona. Las personas más vulnerables suelen haber crecido en
hogares caóticos, desprovistos de capacidad de conducción.

Según Elzo (2008): nuestro modelo mayoritario (50%) es la familia nominal. Padres
e hijos “coexisten pacíficamente”, aunque con poca comunicación, sobre todo por 
falta de implicación parental. La falta de profundidad en los vínculos puede derivar
en la no transmisión de valores,  contribuyendo a la vulnerabilidad.

El sistema educativo

El siguiente factor protector por su importancia es la cultura y el éxito académico.


Los conocimientos nos hacen competentes, unas calificaciones adecuadas son factor
clave de autoestima y la cualificación profesional, un pasaporte a la integración
social. Además en la escuela se desarrollan habilidades sociales y personales
fundamentales para la vida. Es importante cuidar de forma especial las transiciones
educativas; sobre todo, de Primaria a Secundaria; pues suelen resultar
particularmente desorientadoras.

Los medios de comunicación

Configuran parte del inconsciente colectivo. Los más jóvenes son especialmente
sensibles a las ideas, mensajes y valores que transmiten, ofreciéndoles
constantemente modelos e ideas a seguir.

Las comunidades
En la ciudad actual es difícil hablar del barrio como espacio de socialización. En
general nos creamos nuestras comunidades presenciales o virtuales (grupos de
iguales, de intereses, etc.) que influyen poderosamente en la vida de ocio y elección
de estilos de vida. La presencia educadora y la  intervención en estos ambientes, a
ser posible coordinada, ayudarán a evitar riesgos, mitigar la vulnerabilidad y
preparar a las personas frente a las adversidades.

3.1. Amenazas que rondan a los jóvenes

¿Cuáles son los riesgos, las posibles “desastres”, a los que están expuestos  en este
momento los sectores más jóvenes de la población?

En este mundo globalizado no podemos olvidar que la primera amenaza que se


cierne es la  no-supervivencia.  Según UNICEF, alrededor de 150 millones de
menores sufren desnutrición, 11 millones mueren al año por enfermedades
fácilmente evitables, 300 millones están expuestos a la violencia y explotación y el
reclutamiento de niños soldados y ataques en tiempos de guerra han empeorado. Si a
esta realidad unimos las dificultades económicas y de educación en determinadas
zonas del mundo…

Centrándonos en nuestra sociedad, la primera amenaza, por su especial repercusión,


es la exclusión social:la imposibilidad de participar de adultos en la vida económica,
social y cultural de una forma normalizada. La exclusión, suele ser fruto de diversos
factores como la no cualificación laboral, dificultades de salud, desestructuración
personal o familiar, desempleo, patrones o  estilos de vida marginales.

Aún así, las mayores amenazas hoy son los trastornos psíquicos:  estrés, depresión,
ansiedad, trastornos alimentarios, suicidios, adicciones… actualmente se considera
que la cuarta parte de la población adolescente tiene riesgo de sufrirlos, con graves
consecuencias en las próximas generaciones de adultos; teniendo en cuenta, además,
que nuestra ratio de psiquiatras es de las más bajas de la UE y no contamos con
especialidad de Psiquiatría infanto-juvenil.

Conductas muchas veces promovidas por ideologías e intereses adultos, pueden


conllevar un  detrimento de la salud: adicciones y sus consecuencias fisiológicas,
enfermedades de transmisión sexual, muertes en carretera…Son especialmente
vulnerables a la violencia: maltratos, abusos, violaciones, acosos… como víctimas y
como agresores. No sólo en el mundo real, sino también en internet.

Una de las mayores amenazas es también el no encontrar razones para vivir y esto
les impida tener proyectos ilusionantes sobre su presente y su futuro. Y por último,
la amenaza de no-madurar: eternos PeterPanes bajo la dictadura de una
impulsividad, irresponsabilidad, dependencia y egocentrismo infantiles.

Como el período de la juventud se ha alargado tanto en nuestra sociedad que, a


diferencia de otras, no tiene ritos de paso que incorporen a los jóvenes a la adultez,
muchos jóvenes buscan vivir esas sensaciones que necesitan (éxito,
acompañamiento emocional, integración) en el riesgo mismo o tienden a
anestesiarse para huir de la frustración. La posibilidad de que abandonen estos
comportamientos vuelve a estar en manos del entorno, si son capaces de ofrecerles
alternativas que satisfagan esas necesidades, porque todo joven necesita ser alguien,
sentirse alguien.

3.2. Factores de riesgo en la infancia y juventud.

 
Cuando se aplican criterios generales sobre la vulnerabilidad a los más jóvenes, no
se cumplen tan linealmente por la propia etapa evolutiva.  En estas edades influyen
de forma especial:

– La falta de presencia y dedicación de los progenitores.

– La sobreprotección.

– Convivir con personas  de personalidad vulnerable.

– Inmadurez.

– Cambios fuertes (mudanzas, migraciones…)

– La desocupación.

– Desafíos consumistas.

– Falta de educación ética y normativa.

– Falta de metas, proyectos y actividades que den sentido.

– Accesibilidad a sustancias y estilos de vida de trasgresión y evasión, entrando en


circuitos de riesgo.

– Las propias conductas de riesgo, fruto de la exploración en la adolescencia.

– La sensación de invulnerabilidad propia de esta edad.

Otro dato importante para valorar el grado de vulnerabilidad de las personalidades


juveniles es lo que Javier Elzo (2005) llama el resumen del resumen  de los valores
de los jóvenes españoles (Figura 3).
 

La mayoría son factores que pueden revertir en situaciones de vulnerabilidad.

3.3. Sectores en el punto de mira

En estos momentos, con una crisis económica en estado incipiente, no existen datos
muy concluyentes que nos iluminen; pero con anterioridad, diversas instituciones
han llamado la atención sobre un llamativo fenómeno de juvenilización de la
pobreza. Según Cruz Roja (2006) el 44,1% de los pobres en España son menores de
25 años (en la pobreza extrema más del 65%). Del conjunto de niños y jóvenes que
se encuentran en situación de vulnerabilidad social en nuestro país, más del 84% son
españoles, el 58%  menores de 12 años y, a mayor edad, mayor proporción de
varones respecto a mujeres. Los niños, adolescentes y jóvenes  que parecen estar en
mayor situación de riesgo y a los que se deberá prestar una especial atención son:
– En estado de desprotección: Existe una tendencia marcada al incremento de
problemas de negligencia, falta de apoyo o situaciones conflictivas familiares. Por
ejemplo,  uno de cada 7 niños sufre algún tipo de maltrato físico.

– Extranjeros y extranjeras jóvenes. Bien varones, (de mayor riesgo)  sin hogar, ni


recursos y estudios primarios, bien mujeres, cualificadas, con estudios secundarios o
universitarios, pero en desempleo y con problemas familiares.

– Con fracaso escolar: Se sitúa en un 29,6%, máximo histórico, (aumento del 1,1
en el último año). La descentralización de nuestro sistema educativo produce cada
vez resultados más dispares entre comunidades autónomas. Aun así, siempre
elevados.

– Con trastornos psíquicos: sobre un 20% del total, de los que la mitad (10%) son
graves. Es un rasgo bastante común en los menores con problemas con la justicia. Se
estima que la mitad de estos trastornos no suelen detectarse.

– De barrios desfavorecidos: En España unos 374 barrios en ciudades de más de


50.000 hab. Cascos históricos, promociones de vivienda, áreas periféricas… No
suelen estar degradados, sino ocupados por población desfavorecida que muestra
claros síntomas de vulnerabilidad: abandono escolar, paro juvenil  (49%)

– De estilos de vida “en el límite”: Hay en nuestra sociedad un grupo (12 %) de


jóvenes que sin proceder de entornos problemáticos, rechazan la familia, el trabajo,
lo normativo, y justifican la violencia contra cosas, colectivos y  policía;
consumidores de drogas ilegales y que no valoran prácticamente nada. (Elzo 2008).

3.4 Algunos desafíos

 
Para ayudar a nuestros niños y jóvenes necesitamos combinar principalmente
la prevención: (neutralizando los riesgos y poniendo límites a sus conductas fuera de
control)  y la mitigación (fortaleciendo las capacidades protectoras del entorno,
reduciendo la vulnerabilidad psicológica y promoviendo habilidades de
afrontamiento).

– A modo de pinceladas, algunos retos ahora pueden ser:

– Pensar intervenciones en todos los ambientes clave, a ser posible coordinadas.

– No identificar sólo aspectos carenciales, sino sobre todo puntos fuertes  a reforzar.

– Personalizar la intervención, pues el poder está dentro de cada persona.

– Concienciar al mundo adulto, en especial a quienes influyen en los jóvenes.

-Iniciativas educativas que ofrezcan recursos y mecanismos de cualificación.

– Apoyo y promoción de la familia, base de la fortaleza de toda persona.

– Profundizar en ese novedoso mundo que es internet, identificando oportunidades y


riesgos, y así poder concienciar de ello sobre todo a niños y niñas..

– Hacerles protagonistas en la prevención de la vulnerabilidad.

– Consenso de valores y proyectos colectivos que ofrezcan horizontes de sentido a


las nuevas generaciones

Y nunca, nunca olvidar que respecto a la vulnerabilidad nadie somos observadores


externos sino, por el contrario, protagonistas.

 
BIBLIOGRAFÍA

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IRUNE LÓPEZ


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