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“Vulnerabilidad es un sinónimo de inseguridad, en el sentido más profundo del
término: inseguridad para la existencia; incertidumbre frente a la historia cotidiana y
frente al mundo circundante”, dice Gustavo Wilches-Chaux.Podemos entender que
algo o alguien es vulnerable cuando resulta incapaz de resistir y absorber,
ajustándose, los efectos de un determinado cambio en el medio ambiente. Por
ejemplo, un edificio que no aguanta las inclemencias del tiempo, una población
diezmada por una epidemia o una persona de baja por estrés laboral. En general,
ante la presencia de un riesgo determinado se produce un bloqueo, una
imposibilidad de responder adecuadamente, con el consecuente desastre.
La vulnerabilidad, pues, tiene dos caras: una externa, los riesgos, presiones,
condiciones a las que un objeto o sujeto se ve sometido; y una interna, la falta de
estructura o recursos para afrontar la situación con éxito. Esto último es lo que
solemos llamar indefensión. Hablar de vulnerabilidad es hablar
de riesgos, habitualmente de tres tipos: el riesgo de verse expuesto a una situación
amenazante; el riesgo de no tener capacidad para afrontarla; y el de sufrir
consecuencias graves o incluso no recuperarse. Luchar contra la vulnerabilidad es
intentar incidir en estos tres niveles para evitar que se produzca la catástrofe.
Podemos ver que este concepto nos invita a poner el énfasis en la prevención; a
anticiparse, prepararse, dotarse de armas.
Sin ser avispados matemáticos, podemos captar que, cuánto mayor sea cualquiera de
los dos factores, riesgo o vulnerabilidad, peor será el desastre y que, si uno de los
dos factores es igual a 0, nunca se producirá. Lo que en nuestro contexto quiere
decir que una situación sólo podremos considerarla un riesgo si se produce en una
persona o grupo vulnerable a ella. Si se da esa vulnerabilidad, entonces habrá que
centrarse en la probabilidad: si hay muchas posibilidades de que ocurra, tendremos
que considerarla una amenaza. Y el que el resultado sea undesastre dependerá de la
magnitud de la situación y el nivel de vulnerabilidad de quien la padezca.
1.2. Factores de vulnerabilidad
Condicionantes personales
Cada ser humano por su propia realidad puede resultar más o menos vulnerable a
determinadas situaciones. Características que suelen influir son: edad, género, etnia,
religión, clase social, actividad laboral, lugar de residencia y estatus jurídico.
Además, determinadas carencias en aspectos como capacidades físicas,
psicológicas, salud y nutrición, cualificación, habilidades de vida o capital social
(redes sociales y vínculos afectivos) pueden favorecer un estado de indefensión
personal, que dificulta la autoprotección y preparación frente al riesgo.
Condicionantes estructurales
Otro grupo de factores provienen del medio social que, a veces, genera situaciones
de peligro y desprotección,favoreciendo la indefensión social. Por un lado,
carencias del entorno social cercano como inseguridad familiar, falta de horizontes y
modelos, dificultad de acceso a recursos, falta de acciones de apoyo y solidaridad…)
Por otro, aspectos más estructurales como políticas, legislaciones, normativas y
medidas de protección del Estado u otras instituciones, que no proveen de los
recursos necesarios para evitar o resistir los embates de las circunstancias.
Sistemas de vida
Procesos de recambio
1.3. ¿Vulnerabilidad o vulnerabilidades?
Para estudiar e identificar focos de vulnerabilidad, se han definido diferentes tipos,
todas estrechamente interconectadas entre sí. Las vemos enumeradas en el
siguiente cuadro:
Tras los dos puntos anteriores, probablemente se habrá llegado a una conclusión
bastante evidente: No hay dos vulnerabilidades iguales. Todos somos vulnerables a
algo, pero cada persona o colectivo, en función de sus circunstancias, es susceptible
a determinadas situaciones y con un grado propio. Esto significa que raramente dos
personas o grupos en la misma situación son vulnerables de la misma forma a las
mismas cosas. Si además le unimos que cada situación “golpea” de una forma,
poniendo a prueba aspectos diferentes de la idiosincrasia personal o colectiva,
comprenderemos que difícilmente podemos establecer vulnerabilidades estándar.
Son dos tipos de vulnerabilidad diferentes. Hay vulnerabilidades que tienen causas
claramente sociales o comunitarias, pero hay situaciones de vulnerabilidad
individual, fruto de carencias o circunstancias personales. Bien es verdad que en
ocasiones una lleva a la otra; sin embargo, muchas veces es sólo de un tipo.
Profundicemos un poco en cada una de ellas
Hay personas a las que todo les afecta de forma especial, aún lo más insignificante.
Cambios habituales en la vida activan en ellas sentimientos perturbadores y son
vividas como un trauma. Se caracterizan por un estilo de pensamiento negativo y
sentimientos de indefensión y desesperanza; en resumen, pérdida de la confianza
básica en sí mismas y la vida. Sus rasgos más habituales son un sentimiento
permanente de «estar al límite», intolerancia a la frustración, miedo a sufrir,
hedonismo, impulsividad, inestabilidad emocional y excesiva dependencia.
Entre los factores de esta vulnerabilidad psicológica pueden estar los biológicos o
experiencias traumáticas tempranas; pero, sobre todo, los educacionales: la persona,
por pensamientos y actitudes aprendidas, no desarrolla estrategias cognitivas de
afrontamiento.
Para la lucha educativa contra la vulnerabilidad, será clave transmitir a los más
jóvenes las ideas contrarias a estas y, si es necesario, “desprogramarles”,
desmontando las irracionales ya asumidas.
¿Vivimos en una “sociedad vulnerable”?
Una reflexión que también es conveniente hacernos es: ¿Hay sociedades que en su
conjunto son más susceptibles de tener problemas? ¿La cultura, ideología o estilo de
vida imperante puede hacer que los miembros de una sociedad desarrollen
personalidades más vulnerables? Más en concreto, la nuestra ¿es una sociedad
vulnerable?
“Lo que no te mata te hace más fuerte” se suele decir. Y es que muchas veces el
sentirse vulnerable es un acicate para la superación personal. Otras, el comprender el
significado del peligro, puede reducir su impacto. Otras, pasar por una situación
puede promover recursos o convertirse en una especie de antídoto. Otras, el
superarlo, es fuente de autoafirmación. Otras el vivirlo acompañado de adultos
puede dar pautas de afrontamiento. Así pues, vivir una situación de riesgo puede
convertirse en factor de protección. Aunque hay situaciones que mejor no vivirlas
nunca.
Todo niño, adolescente o joven es vulnerable por el sólo hecho de serlo. ¿Acaso no
es la infancia un período de dependencia total del entorno y las personas adultas?
Los más jóvenes son el eslabón más débil porque precisan del resto de la comunidad
para subsistir; pero también porque tienen toda una existencia aún por construir y
todo lo que vivan ahora influirá en su futuro. Y además porque se entregan a
corazón abierto a las personas que quieren y admiran, lo que les convierte en
especialmente maleables; es decir, vulnerables, a sus “ídolos” y, cómo no, a sus
educadores.
La familia
Según Dellutri (2008), “el ser humano tiene un período de gestación intrauterina que
dura nueve meses, pero un período mucho más amplio de gestación extrauterina
donde se forma la personalidad, y es la familia quien tiene que actuar como útero de
contención”. No hay estudio que no destaque la importancia transcendental de una
familia estable, afectuosa y con criterios educativos y éticos claros para la correcta
estructuración de la persona. Las personas más vulnerables suelen haber crecido en
hogares caóticos, desprovistos de capacidad de conducción.
Según Elzo (2008): nuestro modelo mayoritario (50%) es la familia nominal. Padres
e hijos “coexisten pacíficamente”, aunque con poca comunicación, sobre todo por
falta de implicación parental. La falta de profundidad en los vínculos puede derivar
en la no transmisión de valores, contribuyendo a la vulnerabilidad.
El sistema educativo
Configuran parte del inconsciente colectivo. Los más jóvenes son especialmente
sensibles a las ideas, mensajes y valores que transmiten, ofreciéndoles
constantemente modelos e ideas a seguir.
Las comunidades
En la ciudad actual es difícil hablar del barrio como espacio de socialización. En
general nos creamos nuestras comunidades presenciales o virtuales (grupos de
iguales, de intereses, etc.) que influyen poderosamente en la vida de ocio y elección
de estilos de vida. La presencia educadora y la intervención en estos ambientes, a
ser posible coordinada, ayudarán a evitar riesgos, mitigar la vulnerabilidad y
preparar a las personas frente a las adversidades.
¿Cuáles son los riesgos, las posibles “desastres”, a los que están expuestos en este
momento los sectores más jóvenes de la población?
Aún así, las mayores amenazas hoy son los trastornos psíquicos: estrés, depresión,
ansiedad, trastornos alimentarios, suicidios, adicciones… actualmente se considera
que la cuarta parte de la población adolescente tiene riesgo de sufrirlos, con graves
consecuencias en las próximas generaciones de adultos; teniendo en cuenta, además,
que nuestra ratio de psiquiatras es de las más bajas de la UE y no contamos con
especialidad de Psiquiatría infanto-juvenil.
Una de las mayores amenazas es también el no encontrar razones para vivir y esto
les impida tener proyectos ilusionantes sobre su presente y su futuro. Y por último,
la amenaza de no-madurar: eternos PeterPanes bajo la dictadura de una
impulsividad, irresponsabilidad, dependencia y egocentrismo infantiles.
Cuando se aplican criterios generales sobre la vulnerabilidad a los más jóvenes, no
se cumplen tan linealmente por la propia etapa evolutiva. En estas edades influyen
de forma especial:
– La sobreprotección.
– Inmadurez.
– La desocupación.
– Desafíos consumistas.
En estos momentos, con una crisis económica en estado incipiente, no existen datos
muy concluyentes que nos iluminen; pero con anterioridad, diversas instituciones
han llamado la atención sobre un llamativo fenómeno de juvenilización de la
pobreza. Según Cruz Roja (2006) el 44,1% de los pobres en España son menores de
25 años (en la pobreza extrema más del 65%). Del conjunto de niños y jóvenes que
se encuentran en situación de vulnerabilidad social en nuestro país, más del 84% son
españoles, el 58% menores de 12 años y, a mayor edad, mayor proporción de
varones respecto a mujeres. Los niños, adolescentes y jóvenes que parecen estar en
mayor situación de riesgo y a los que se deberá prestar una especial atención son:
– En estado de desprotección: Existe una tendencia marcada al incremento de
problemas de negligencia, falta de apoyo o situaciones conflictivas familiares. Por
ejemplo, uno de cada 7 niños sufre algún tipo de maltrato físico.
– Con fracaso escolar: Se sitúa en un 29,6%, máximo histórico, (aumento del 1,1
en el último año). La descentralización de nuestro sistema educativo produce cada
vez resultados más dispares entre comunidades autónomas. Aun así, siempre
elevados.
– Con trastornos psíquicos: sobre un 20% del total, de los que la mitad (10%) son
graves. Es un rasgo bastante común en los menores con problemas con la justicia. Se
estima que la mitad de estos trastornos no suelen detectarse.
Para ayudar a nuestros niños y jóvenes necesitamos combinar principalmente
la prevención: (neutralizando los riesgos y poniendo límites a sus conductas fuera de
control) y la mitigación (fortaleciendo las capacidades protectoras del entorno,
reduciendo la vulnerabilidad psicológica y promoviendo habilidades de
afrontamiento).
– No identificar sólo aspectos carenciales, sino sobre todo puntos fuertes a reforzar.
BIBLIOGRAFÍA
IRUNE LÓPEZ
2020
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