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Discurso del método

El Discurso del método para dirigir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias (tal
es su título completo) no es solamente la obra fundamental del filósofo francés René
Descartes; ha sido juzgada además como el hito que marca el final de la escolástica y el
inicio de la filosofía moderna. El Discurso del método fue publicado anónimamente por
primera vez en Leiden en 1637; en aquella primera edición venía a ser el prólogo de los
tres tratados científicos contenidos en el libro (La dióptrica, Los meteoros y La
geometría), y, de hecho, no se publicó de forma independiente de los tratados hasta el
siglo XIX.

René Descartes

El Discurso del método consta de un breve prefacio y seis partes. La primera parte se


ocupa de la ciencia de su tiempo; hay que observar que, pese a ser una obra filosófica,
no carece de elementos autobiográficos, y precisamente en esta primera parte Descartes
constata la decepción que le causaron, en general, sus estudios en el colegio de los
jesuitas de La Flèche, a excepción de las enseñanzas matemáticas.

Para Descartes, ninguna de las materias que se estudiaban en su tiempo se interesaba en


la búsqueda de la verdad. O eran un pasatiempo placentero, como la literatura o la
retórica, o bien tenían un fin práctico, como las disciplinas técnicas. Y las diversas
filosofías, contradiciéndose unas a otras, mostraban no haber llegado a su objetivo. Sólo
las matemáticas, gracias al rigor de su método, presentaban absoluta certeza.

La matemáticas, sin embargo, no se aplicaban a la investigación de lo real. Y esta


consideración es la que determina su proyecto filosófico, que no es otro que evitar las
especulaciones sin sentido y los razonamientos sin fundamento; en lugar de ello, es
preciso encauzar la razón por los deseados caminos del rigor y del buen hacer
metodológicos que caracterizan a las matemáticas, disciplina a la que el propio
Descartes realizó aportaciones decisivas. De este modo esta primera parte es a un
tiempo una autobiografía intelectual y una revisión, con conclusiones deprimentes, de la
ciencia de su tiempo.

La segunda parte (escrita probablemente en un principio como introducción a La


geometría) quiere poner remedio a esta situación de las ciencias proporcionándoles una
metodología, un fundamento firme, unos cimientos indiscutibles para cualquier mente
racional. Su método será la duda, pero su objetivo será muy diferente del de la duda
escéptica. Si el escéptico duda para permanecer en la duda, Descartes dudará (o fingirá
dudar) para alcanzar justamente lo contrario: la certeza, la ausencia de posible error, el
fundamento seguro. Es esta duda metódica radical la que le llevará al establecimiento de
un nuevo método simple y claro.
La primera de las cuatro reglas de su método está en íntima relación con esa "duda
metódica": no admitir como verdadera cosa alguna sin conocer con evidencia que lo es,
evitando la precipitación; es preciso partir de principios racionalmente evidentes, es
decir, claros y perfectamente inteligibles.

Las tres reglas siguientes formulan el cauteloso procedimiento que lleva al


conocimiento cierto: dividir los problemas en sus elementos primarios, los cuales se
revelarán como verdaderos o falsos (análisis); reunir y organizar ordenadamente los
conocimientos elementales así obtenidos para ir ascendiendo poco a poco, como por
grados, hasta el conocimiento de los compuestos (síntesis); enumerar y revisar todas las
verdades conocidas para estar seguro de no omitir nada y comprobar si se relacionan las
unas con las otras (enumeración y prueba).

Primera edición del Discurso del método (1637),

La tercera parte del Discurso del método contiene las denominadas máximas de la moral


provisional. Ello no contradice para Descartes la regla de la duda metódica; ocurre
simplemente que, mientras no se alcance la verdad, es necesario establecer normas
provisionales para dirigir nuestros actos. Estas normas incluyen obedecer siempre las
leyes y costumbres del país; permanecer fiel a las opiniones aceptadas como verdaderas,
mientras no se demuestren como falsas, evitando así las incertidumbres en la
investigación; aceptar las verdades halladas y los hechos inevitables, adaptándose a
ellos en lugar de pretender que se adapten a nosotros; y, por fin, aplicar nuestras vidas al
cultivo de nuestra razón y adelantar todo lo posible en el conocimiento de la verdad
según el método expuesto anteriormente.

Según algunos autores, esta exposición de una moral de respeto de las situaciones
existentes que constituye la tercera parte habría sido redactada directamente para
obtener el privilegio para la impresión y tranquilizar a los censores. En todo caso, en
ella se encuentra lo básico de la aportación cartesiana en el dominio de la ética, bien
poco relevante por cierto y tachada a menudo de conservadora y neoestoica.

En la cuarta parte hallamos lo más interesante y conocido del Discurso del método: el


encuentro con la certeza, con la primera afirmación indubitable. La proyección de la
duda sobre la forma en que percibimos el mundo, sobre la fiabilidad de los sentidos
(vemos doblarse una vara al introducirla en el agua), sobre la misma existencia de este
mundo exterior (imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño) e incluso sobre las
mismas verdades racionales (mediante la hipótesis de un genio maligno que
deliberadamente nos engaña) es la que llevará a la primera certeza, a la roca firme sobre
la que levantar el edificio del conocimiento humano.
Descartes nota que, en efecto, podemos dudar de todo, pero no podemos dudar de que
dudamos, y, como dudar es pensar, no podemos dudar de que pensamos. El
pensamiento es nuestra primera certidumbre, y nos lleva a la certidumbre de nuestra
existencia: "Pienso, luego existo". El hombre existe al menos como cosa pensante,
como res cogitans. La existencia del pensamiento es un concepto claro y distinto, una
verdad evidente que sirve como punto de partida.
Cuando, tratando de llegar a una certeza, dudamos, estamos intentando superar un
estado imperfecto y alcanzar otro perfecto que aún no poseemos. Pero la idea de
perfección (sin la cual el hombre no podría tener idea de su imperfección en cuanto
sujeto que duda, que se equivoca) no puede venir del pensamiento, que es imperfecto,
sino de un ser perfecto: Dios. Dios es el ser perfecto que ha puesto en nuestro
pensamiento la idea de perfección. Se trata de la versión cartesiana del argumento
ontológico de San Anselmo de Canterbury: la idea que tenemos de Dios encierra ya en
sí misma su existencia, puesto que no podría poseer la suma perfección si le faltase
alguna cualidad; si le faltase la cualidad de existir, ya no sería perfecto.

De nuestra propia existencia y de la existencia de Dios se desprende que el mundo


exterior, diferente de nosotros, también existe. Si el mundo no existiese, Dios nos
estaría engañando, haciéndonos aparecer como existente un mundo que no existe; pero
Dios, siendo como es perfecto, no puede engañar: el engaño y la falsedad son
imperfecciones, y no pueden ser atributos de un ente supremo perfectísimo. Por lo tanto,
concluye Descartes, el mundo exterior existe y podemos confiar (aunque críticamente)
en el testimonio de los sentidos.

En la quinta parte, Descartes expone algunas aplicaciones de su método científico a los


estudios físicos. La creación, el universo, está gobernada por leyes mecánicas que
permiten dar cuenta de todos los fenómenos materiales. Descartes concibe el cuerpo
humano como un mecanismo, y desarrolla aquí su explicación mecánica del
movimiento del corazón, así como su concepción de los otros seres vivientes como
“animales-máquina”.

La sexta y última parte nos narra las incidencias en la elaboración de la misma obra,
explicando las razones por las que retrasó tres años su publicación (temor a provocar
escándalo, como Galileo, y a ser turbado con eventuales polémicas) y las razones que le
inducen finalmente a publicarlo: mostrar honestamente el resultado de sus estudios y dar
a otros la posibilidad de continuarlos.

Respecto a Galileo, se adhiere a las tesis contrarias al geocentrismo, y, sobre la ciencia,


destaca la función práctica, de dominio de la naturaleza, que puede tener: el fin del
conocimiento es la felicidad y no la mera contemplación; la medicina ejercerá una
función muy importante, puesto que la salud del cuerpo es la primera condición de toda
actividad espiritual. Encontramos también en esta sexta parte, escrita quizás como
prefacio a La dióptrica y a Los meteoros, consideraciones sobre el trabajo científico
como una actividad de cooperación a gran escala y reflexiones sobre la ciencia como
una obra colectiva de larga duración, para la cual es indispensable la constitución de una
verdadera comunidad de investigadores.
Se ha afirmado repetidamente que el Discurso del método de Descartes es una de las
obras que inauguran la filosofía y la ciencia modernas. Entre sus virtudes sobresale la
lucidez y simplicidad de su argumentación, que favorecería (junto al hecho de estar
redactada en francés) la divulgación de las nuevas directrices de la filosofía racionalista.
Este racionalismo, que culminará en Spinoza, está sin embargo todavía atemperado en
la obra de Descartes por el dualismo entre materia y pensamiento y por un
espiritualismo en el que perduran diversos aspectos del pensamiento religioso, en
especial de San Agustín de Hipona.
Descartes es considerado como el padre de la filosofía moderna, en gran parte gracias a
la publicación de su libro Discurso del método para guiar bien la razón y buscar la
verdad en las ciencias, en 1637. El título completo en francés era Discours de la
méthode pour bien conduire sa raison, et chercher la vérité dans les sciences, plus la
Dioptrique, les Météores et la Géometrie qui sont des essais de cette méthode.
La Dioptrique, que trata de los descubrimientos que hizo Descartes en el campo de la
óptica; los Météores, que explica en detalle sus teorías sobre algunos fenómenos
naturales como el arco iris, y la Géométrie, en la que explica los importantes progresos
que hizo en el ámbito de la geometría y su relación con el álgebra; eran tres apéndices
en los que se demostraba el uso del método general de Descartes. Descartes decidió
escribir el libro en francés para que fuera accesible al número más amplio posible de
personas francófonas, siguiendo de este modo el ejemplo de Galileo, que escribió en
italiano por los mismos motivos. Las suyas fueron algunas de las primeras obras de
importancia intelectual en ser publicadas en idiomas vernáculos, y no en el latín propio
de la Iglesia y las universidades.

Pero el Discurso no fue publicado en Francia. Lo publicó por vez primera el 8 de junio
de 1637 el editor Jean Maire en Leyden, Holanda. La primera edición del libro se
publicó de forma anónima.

La filosofía de Descartes, que está expuesta en el Discurso (y en sus obras posteriores)


proporcionó las bases del racionalismo del siglo XVII, una tendencia filosófica que
pone énfasis en la razón y el intelecto más que en la emoción o la imaginación. El
racionalismo se contrapone normalmente al empirismo –el punto de vista según el cual
la fuente principal del conocimiento es la experiencia. La filosofía de Descartes se basa
en la aceptación de ciertas verdades esenciales, no derivadas de la experiencia, y en la
búsqueda de un sistema de pensamiento filosófico basado en estas verdades a priori y
elaborado con ayuda del método de razonamiento que Descartes denominaba “duda
metódica”. Descartes consideraba las nociones de mente, Dios y materia como ideas
innatas que no pueden discernirse a partir de nuestra experiencia sensorial en el mundo.

El objetivo de la filosofía de Descartes es utilizar su método para alcanzar la verdad.


Descartes no pretende descubrir una multiplicidad de verdades aisladas, sino más bien
un sistema de proposiciones verdaderas en las que no se presupone nada que no sea
evidente por sí mismo. Así, insiste mucho en que haya fuertes conexiones entre todas
las partes del sistema de conocimiento que construye. De este modo el sistema resulta
inmune a los peligros del escepticismo.

Descartes consideraba la filosofía como el estudio de la sabiduría. Y para él la sabiduría


significaba el conocimiento perfecto de todas las cosas que los seres humanos pueden
conocer y entender. Descartes, por lo tanto, también incluía en su filosofía la metafísica,
la física y las ciencias naturales. Incluso incluía en ella la anatomía, la medicina y la
moral. Descartes hacía hincapié en los aspectos prácticos de la filosofía, y afirma que un
estado no puede poseer bien mayor que la verdadera filosofía. Descartes rompió
deliberadamente con su pasado, y estaba decidido a iniciar su búsqueda de la verdad al
principio de todo conocimiento, no aceptando jamás por principio la autoridad de
ninguna filosofía anterior. Según Descartes, todas las ciencias están interconectadas y
tienen que ser estudiadas como una sola entidad utilizando un proceso concebido para
obtener la verdad. En este sentido, su pensamiento estaba en desacuerdo con la filosofía
medieval cristiana, la escolástica o escolasticismo, que incluía los principios
aristotélicos y sostenía que las diversas áreas del conocimiento han de distinguirse unas
de otras.

*   *   *

El Discurso fue el primer libro publicado por Descartes (aparte de la tesis que había
escrito para obtener su licenciatura en leyes en 1616). Descartes tenía cuarenta y un
años cuando se publicó el Discurso, que pronto se convirtió en el libro más importante,
más leído y más controvertido de su época. La gente pronto averiguó la identidad del
autor de esta obra fundamental. Si bien no había publicado nada hasta alcanzar esta
relativamente avanzada edad, Descartes sí había escrito mucho. Había escrito el libro
que había decidido no publicar, Le Monde (cuyo título completo era Le Monde ou
Traité de la Lumière) y era también el autor de las Reglas (Règles pour la direction de
l’esprit en la recherche de la vérité), que generalmente se cree que fue escrita en fecha
tan temprana como 1628. Descartes había decidido no publicar tampoco esta obra. Las
razones de la tardía publicación del Discurso, y de la no publicación de
las Reglas siguen siendo un misterio y han sido ampliamente debatidas por los expertos
en la obra de Descartes. René era una persona realmente reservada, un hombre que
llevaba una “máscara”, reacio a revelar al mundo sus pensamientos más profundos y sus
teorías. Sabemos que fue el juicio contra Galileo en 1633 lo que motivó la no
publicación de Le Monde, pero ¿por qué no quiso publicar nada con anterioridad, cinco
o seis años antes del juicio contra Galileo? ¿Fue el temor que sentía Descartes por la
Inquisición incluso en este temprano momento? ¿O había otras razones que justificaban
el comportamiento de Descartes?

Galileo había sido condenado por vez primera por la Iglesia en 1616 por apoyar a
Copérnico. Y mediante un edicto hecho público ese mismo año, la Inquisición prohibía
la publicación de cualquier libro que respaldase la teoría copernicana en todos los países
que estaban bajo la influencia de la Iglesia católica. Descartes había tenido
conocimiento de estos hechos y es posible que ya estuviera cautelosamente al tanto de
cuál podía ser la reacción de la Iglesia ante su propia obra, caso de que se atreviera a
publicarla. Por lo tanto, es muy posible que, antes incluso de que se celebrase el juicio
contra Galileo, hubiese decidido no dejar que se publicase su obra. La noticia del juicio
contra Galileo, sin embargo, intensificó mucho la sensación de Descartes de que había
tomado la decisión correcta.

El Discurso del método y sus apéndices científicos reflejan el doloroso dilema de


Descartes. Por un lado, no podía permitirse publicar libremente sus ideas sobre física, ya
que todos los conceptos que sustentaban sus teorías estaban en total consonancia con las
ideas de Galileo y Copérnico, y Descartes había jurado no contradecir los puntos de
vista de la Iglesia. Por otro lado, en 1637 Descartes sentía un fuerte impulso de hacer
públicos sus escritos, y estaba sometido a la presión en este sentido de muchos amigos y
corresponsales que le solicitaban poder leer sus escritos filosóficos y sus opiniones
sobre la naturaleza.

El libro y sus apéndices eran, pues, una especie de compendio de las ideas de Descartes,
pero en el que partes esenciales de su física habían sido suprimidas para evitar que en el
texto se expresasen las ideas propias del punto de vista heliocéntrico. El universo de
Descartes, como puede deducirse de sus obras publicadas, es un universo que no tiene
centro y cuyas dimensiones son infinitas. Estos supuestos permitieron a Descartes
mantener ocultos sus verdaderos puntos de vista y sus deducciones respecto al universo,
y evitar totalmente verse envuelto en la controversia copernicana. Estos puntos de vista,
sin embargo, también eran contrarios a la tradición escolástica, según la cual el universo
es finito y la infinidad es algo que solamente puede atribuirse a Dios.

De acuerdo con la más reciente investigación sobre la cronología de los escritos de


Descartes y sobre el desarrollo de sus ideas, los tres apéndices, la Dioptrique,
los Météores y la Géométrie habían sido formulados en el contexto del libro titulado Le
Monde, que había decidido no publicar. Así, pues, habían sido escritos unos años antes.
Lo que Descartes había hecho durante los años transcurridos desde entonces había sido
reformatear cuidadosamente su obra, desechando Le Monde y reescribiendo sus partes
científicas de modo que no quedasen en ellas restos de la física prohibida. Luego
escribió un prefacio a los tres apéndices que contenían sus escritos científicos
expurgados, y los publicó. De hecho, como se pone en evidencia con la lectura de la
sexta parte del Discurso, así como de las diversas cartas que Descartes escribió en 1633
y 1634, el propio texto titulado Le Monde era simplemente una extensión de una obra
anterior titulada Les Météores, que trataba una gran variedad de temas del campo de las
ciencias naturales, y que estaba lista para ser publicada en 1633. Además, otro tratado
titulado La Dioptrique estaba listo para ser mandado a la imprenta en fecha tan
temprana como 1629, cuando decidió retirarlo y no hacerlo público. Estos escritos
tempranos fueron minuciosamente revisados y fueron publicados precedidos del
actualmente famoso prefacio que lleva el título de Discurso del método. La complicada
historia de la publicación de los escritos de Descartes demuestra a qué extremos estaba
dispuesto a llegar con tal de protegerse. El suyo fue seguramente el intento más
complejo de expurgar material polémico de una obra que se conoce en toda la historia
de la edición de textos filosóficos.

*   *   *

El Discurso del método, que al principio había sido concebido como un simple prefacio,
se convirtió en la pieza principal del libro, porque contenía los principios de la filosofía
de Descartes. Y por ello este libro se publica a menudo como un tratado con sustancia
propia. El Discurso también es un libro único por su formato y estilo, ya que constituye
un relato biográfico del desarrollo de una filosofía –la historia del viaje hacia el
descubrimiento de un filósofo.

El Discurso del método de Descartes consta de seis partes. En la primera parte del libro,
Descartes introduce sus pensamientos y explica cómo se han formado. Escribe sobre su
educación en el Colegio de La Flèche, y describe las ideas a las que ha estado expuesto.
“Lo que más me agrada es la matemática, debido a su certeza y a sus razonamientos”,
escribe. Descartes explica cómo llegó a pensar que podía utilizar la idea fundamental de
la demostración matemática en el ámbito de la filosofía. Esto le llevó al concepto de
duda y a la decisión de dudar de todo aquello que no pudiese afirmar con absoluta
certeza que era cierto. Aquí, el incipiente pensamiento cartesiano diverge de la filosofía
escolástica medieval aceptada, que sostenía que había tres posibles niveles de verdad en
todas las proposiciones: falso, probable y verdadero.

Al adoptar los métodos puramente matemáticos de obtener el conocimiento, Descartes


elimina lo meramente probable y da por supuesta la falsedad de todo aquello que no
puede ser probado con un poder lógico similar al utilizado en la demostración de un
teorema de la geometría. Escribe Descartes: “Siempre he tenido un extremo deseo de
aprender a distinguir lo verdadero de lo falso, para poder ver con claridad en todo lo que
hago, y para marchar con confianza por la vida”. Descartes menciona los años de viajes
que siguieron a su educación, durante los cuales tuvo la oportunidad de “estudiar en el
libro del mundo”, y concluye declarando su decisión de continuar su búsqueda de la
verdad por medio del estudio introspectivo, sin apartarse jamás demasiado de lo que se
dice en sus libros.

Descartes empieza la segunda parte del Discurso contándonos que, después de asistir a
la coronación del nuevo emperador del Sacro Imperio Romano, y de alistarse al ejército
en Alemania, pasó el invierno en una “habitación con una estufa” dedicando su tiempo a
pensar. Entre sus primeras ideas estaba la noción de que las obras creadas por una sola
persona son más atractivas, y en cierto sentido más auténticas y reales, que las que han
sido construidas por varias personas. Desde este punto de vista, concluye que su primer
deber es renunciar a todo el conocimiento que haya podido obtener como resultado del
trabajo de muy diferentes personas, es decir, se propone rechazar toda la filosofía
imperante –que obviamente es la obra de muchas mentes a lo largo de muchas
generaciones– y empezar la construcción de un sistema de conocimiento que sea obra
de una sola persona: a saber, del propio Descartes. Lo único que quiere conservar del
conocimiento previo es la lógica, la geometría y el álgebra. Luego enuncia cuatro
principios que espera puedan guiarle en esta empresa:

1. Aceptar como verdadero solamente aquello de lo que no sea posible dudar.


2. Dividir cada problema en tantas partes como sea necesario para poderlo resolver
correctamente.
3. Ordenar los pensamientos desde lo más simple a lo más complejo.
4. Enumerar todos los conceptos de modo que no se omita nada relevante.

Descartes discute luego cómo se resuelven los problemas matemáticos utilizando su


sistema, que es una extensión del antiguo método griego de demostrar teoremas a partir
de primeros principios y de conceptos lógicos.Y declara su deseo de ser capaz de
derivar un conocimiento filosófico por medio de la misma metodología matemática
utilizada en el ámbito de la geometría.

La tercera parte del Discurso del método está dedicada a cuestiones morales. Descartes


nos dice que ha resuelto seguir las leyes y costumbres propias de la tierra en la que vive.
Quiere ser firme y decidido en todas sus acciones, y está dispuesto a dedicar su vida a
cultivar su razón y su racionalidad, y a aplicar éstas en todas sus acciones. Descartes nos
cuenta que, cuando regresó de sus viajes, se pasó los nueve años siguientes “rodando de
un lugar a otro por el mundo”. Describe su traslado a Holanda y su alejamiento de los
lugares en los que era conocido.

En la cuarta parte del Discurso, Descartes retoma el tema principal del desarrollo de su


filosofía. Empieza con su duda metódica: yo niego o dudo de todo aquello que no puede
ser probado de una forma matemática, afirma. Entonces, ¿qué es lo que Descartes puede
probar? Todo se considera falso. Pero Descartes, la persona, está dudando de todas estas
cosas. Por ello hay una cosa que sí puede deducirse como verdadera: que Descartes
existe. De lo contrario, no podría dudar. Así, desde la negación de todo, se deriva una
prueba de la existencia de la persona que está efectivamente dudando. Esta es la
deducción más brillante de la historia del pensamiento occidental. La prueba es
absolutamente hermosa, y procede según los principios de la demostración matemática.
Podemos incluso considerarla como una prueba por contradicción –uno de los métodos
de prueba favoritos de la matemática: supongamos que no existo. Pero si no existo, no
puedo dudar ni dar por supuesto que todo en el universo es falso. Así que tengo que
existir. De esta deducción se sigue el famoso “Cogito, ergo sum” de Descartes: Pienso,
luego existo.

El pensamiento que tengo es la duda primordial que inicia la cadena de deducciones.


Dudo de todo, pero esta duda es un pensamiento; y el pensamiento prueba que existo.
No puedo dudar del hecho de que estoy dudando; así que yo, al menos, tengo que
existir.

Descartes continúa su proceso lógico de derivación de la verdad. La duda implica


incertidumbre. Y la incertidumbre implica imperfección. Los seres humanos y todo lo
que los rodea son imperfectos. Pero la idea de lo imperfecto implica la existencia de
algo que no es imperfecto. Lo que no es imperfecto es, por definición, perfecto. Y la
perfección pertenece a Dios. Así, Descartes deduce la existencia de Dios del hecho de
que lo perfecto tiene que existir. Los triángulos y los círculos perfectos son figuras
geométricas que no existen en nuestro imperfecto mundo de cada día –pero sí existen
como ideas, como modelos a los que los triángulos y los círculos imperfectos del mundo
real se aproximan. La perfección ideal implica un ser perfecto, Dios. A continuación,
Descartes pasa a analizar el concepto del espacio geométrico. Según Descartes, el
espacio es infinito: se extiende indefinidamente en todas direcciones. La idea de
Descartes de un espacio que es ilimitado en su extensión le lleva a la idea de lo infinito,
y a la conclusión de que lo infinito es Dios. Por consiguiente, la noción de que el
espacio es infinito da a Descartes otra confirmación de la existencia de Dios.

En la quinta parte del Discurso, Descartes pasa a considerar problemas de física y de


filosofía natural. Afirma que no puede divulgar todas sus creencias sobre el mundo
físico, una alusión indirecta a la no publicación de Le Monde. Escribe acerca de la
gravedad, acerca de la Luna, y sobre las mareas. Sus escritos demuestran que tiene un
conocimiento muy completo del mundo físico. Luego Descartes pasa a la biología y a la
anatomía, como otro ejemplo de la aplicación de su método de razonamiento. Describe
la función del corazón, pero de un modo incorrecto. Descartes supone que la
temperatura del corazón es más elevada que la del resto del cuerpo, y que es esa
diferencia de temperatura la que hace fluir la sangre hacia dentro y hacia fuera del
corazón. La discusión de la función que desempeñan otras partes del cuerpo, igualmente
errónea (no entiende cuál es la función de los pulmones, pues piensa que su propósito es
el de enfriar la sangre), le lleva a examinar la diferencia entre los animales y las
personas. Descartes cree que el lenguaje implica la existencia de razón e inteligencia, y
que por consiguiente los animales no poseen ninguna de estas dos cosas. Los animales
son autómatas, concluye, y carecen de inteligencia y de alma. Cuerpo y alma son dos
cosas distintas y separadas, según Descartes, y también aquí su filosofía está en
contradicción con la escolástica, según la cual el alma es una parte del cuerpo.

En la sexta y última parte del Discurso del método, Descartes expone las razones por las
cuales ha escrito el libro. Su propósito principal era contribuir al bien general: se ha
convertido en un autor para mejorar la condición de la existencia humana. De nuevo
vuelve a los peligros inherentes en el hecho de escribir y repite su afirmación de que no
puede decirlo todo acerca de sus pensamientos y de sus deducciones relativas al mundo
físico. No está dispuesto a aceptar ningún tipo de patrocinio o de pensión estatal por su
obra, nos dice. Quiere aplicar su método a la búsqueda de una comprensión profunda de
la naturaleza con la finalidad de encontrar la forma de prolongar la vida. Este objetivo
estaba en conformidad con el espíritu de su tiempo, el siglo XVII, cuando la gente
confiaba vivir tantos años como los patriarcas. Finalmente, Descartes explica por qué ha
escrito su obra en francés y no en latín.

Pero Descartes se da cuenta de que su filosofía es polémica. Es muy consciente del


hecho de que contradice el pensamiento imperante en su época. Muy perspicazmente,
Descartes predice que encontrará una acérrima oposición a sus puntos de vista –pero,
como soldado que ha sido, manifiesta estar dispuesto a defender su filosofía. Y
efectivamente, se vería forzado a hacerlo.

La publicación del Discurso del método hizo a Descartes inmensamente famoso. El


libro pronto suscitó comentarios positivos y negativos de los estudiosos, y Descartes
pasaría mucho tiempo en los años siguientes a la publicación del libro, contestando las
cartas sobre su obra que recibió de muchos de estos estudiosos. Su tratado se convirtió
en un éxito de ventas en toda Europa, pero la polémica resultante de la discusión sobre
su obra hizo que Descartes se recluyese cada vez más y que prácticamente solo se
relacionase con el mundo exterior de una manera epistolar.

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