Amor Romántico: Mecanismo de Occidente para la Legitimación de la Desigualdad de Géneros.

Betnaly González; Ivel Urbina*

Resumen:

En occidente, existe la idea preconcebida del amor como un sentimiento que expresa lo más bondadoso y
perfecto de la humanidad, no se permite en dicha concepción el cuestionamiento sobre la naturaleza del mismo:
es por tanto una realidad omnipotente. Entiéndase que en nuestra sociedad occidentalizada el amor es como la
representación de la felicidad máxima a la que todos deberían aspirar, esto es por ende una idealización, la de
un amor “romántico” específicamente, idea que cada día es reforzada y promovida con mayor fuerza por un
sistema que legitima dicha concepción como la oficial. La noción del amor romántico es de hecho
relativamente reciente, y repercute directamente en la configuración individual de los roles de género y las
relaciones interpersonales (no solo de la pareja aunque sea la constitución de esta lo que se relaciona con mayor
facilidad al amor), dentro de este amor normativo ya existen para ambos sexos una figura que deben adoptar y
mantener, reproduciendo así las relaciones de poder y subordinación ya conocidas que han venido siendo
escudadas en cierto determinismo biológico para la justificación de la desigualdad de géneros un fenómeno, de
hecho, completamente social.

Palabras Clave: amor romántico, género y poder, sexualidad.

*Escuela de Antropología, Universidad Central de Venezuela.

Contacto: bygy-guiri@hotmail.com; Ivel35amas@hotmail.com

 Deconstrucción Histórica Del Amor
Para problematizar el amor romántico como
fenómeno social, es pertinente considerarlo también
como un hecho de construcción histórica, que ha
pasado por su propio proceso de formación y ha
tenido sus respectivas modificaciones a través del
tiempo, aun mas, cuando se está considerando desde
un contexto especifico, el occidental.
Así mismo, nos parece pertinente aclarar las debidas
complicaciones de rastrear el amor como hecho
socio-histórico, ya que ha habido una
invisibilización, por parte de la comunidad
científica, de realizar reflexiones criticas del amor y
sus repercusiones sociales, debido a que desde hace
siglos, cómo lo aclara la antropóloga Esteban
(2010), ha habido una escencialización y
naturalización de éste “sentimiento” por parte de los
medios y de la misma comunidad de “intelectuales”
puesto que las emociones, como construcciones
culturales, juegan un papel primordial en la
conformación del sujeto occidental, constituyendo
la base de su identidad por lo que una
deconstrucción del mismo implica la
desestabilización de los cimientos de esta sociedad
y sus individuos.
Igualmente, esta problematiza será debidamente
expuesta más adelante. Con respecto a nuestro
planteamiento inicial, se intentará rastrear al amor,
desde lo que se tiene registro, de lo que fue sus
inicios. Para este análisis, nos basamos
principalmente en el libro Amor, sexo y matrimonio
(1980) de Carlos Alberto Seguín, quien hace un
recuento semántico del amor a través de la historia.
Comenzando por los griegos de los siglos IV,
quienes se piensa fueron los primeros que
empezaron a tratar este tema, no como lo
conocemos hoy en día sino desde un razonamiento
falocéntrico de superación del “hombre”.
Se abre un paréntesis con respecto a la utilización
de la palabra hombre como designación universal,
ya que es este contexto histórico la mujer está
completamente invisibilizada, considerándola un ser
inferiores e irracionales, que no contaba con las
cualidades ni el privilegio de poseer conocimientos
y por lo tanto, de belleza y amor.
Independientemente de lo que ha querido inculcar
los medios, de naturalizar estas dos características
en la feminidad.
En la cosmología de los griegos, la mitología tiene
un peso muy fuerte en el imaginario colectivo y
jugaba un papel sumamente importante para la
estructuración social, siendo pertinente para este
planteamiento el caso del dios Eros y Afrodita. El
dios del amor, Eros ocupaba una posición
privilegiad en este aspecto, siendo el primer ser en
existir, era una entidad superior a cualquier dios
existente que después pasó a ser una deidad menor,
con respecto a esto “Platón consideraba que él fue el
creador de todo la existencia, movido por las
fuerzas del amor” (Seguín, 1980:24). Sin embargo,
el amor era algo tan sagrado en este contexto
histórico pero no se visualizaba en la relación entre
las personas y mucho menos entre mujer y hombre,
sino que se centraba en la trascendencia del
individuo a los cielos relacionándolo directamente
con la belleza (Seguín, 1980).
Afrodita, diosa de la belleza, pasó a ser concebida
como la madre de Eros, por lo que no es casual la
relación íntima y eterna que se da entre el amor y la
belleza, y que se puede seguir rastreando hasta
nuestros días. Así mismo, la belleza era la fuente de
la verdad última, sinónimo de conocimiento y saber.
la cual no cualquiera podía poseer por lo que sólo
ciertos “hombres” tenían el privilegio de alcanzar
utilizando el amor como vehículo (Seguín, 1980).
Por lo tanto, a diferencia del amor altruista que se
conoce en la actualidad, éste era centrado en el yo,
como búsqueda individual de la felicidad y la
ascendencia a los dioses.
Paralelamente, Seguín (1980) explica cómo se
empieza a concebir a Eros como símbolo del amor
espiritual y pasión del alma, totalmente contrario a
Afrodita que simboliza la belleza, el amor carnal y
lógicamente la sexualidad. Como si no fuera
suficientemente obvio, es claro la disyunción de
Eros, como hombre, representa la razón y la mujer,
Afrodita, la naturaleza, concepción no muy alejada
a épocas mucho más contemporáneas. No es ningún
secreto que la cultura griega fue la génesis de
muchos de las representaciones y de las
concepciones arraigadas en la sociedad occidental,
lo que se buscó, con este pequeño recuento, es
ilustrar un poco este punto.
Otro institución que tuvo y tiene mucha influencia
en el imaginario colectivo con respecto al amor, es
la iglesia católica con la biblia, “Aunque éste no lo
define propiamente, está ahí, incuestionablemente y
se escucha eternamente Dios es amor, como Dios lo
creó todo se puede figurar el amor como el principio
de todas las cosas” (Seguín, 1980:82). Aquí se
puede notar como se neutraliza el concepto de amor
como hecho social y pasa a trascender la existencia
del ser humano.
Además, otro de los grandes postulados con el que
se suele jactar la iglesia católica, y se hace muy
evidente en el antiguo testamento, es el “amor al
prójimo”. Se habla de un amor al prójimo sin
importar lo bueno y lo malo, ya que Dios proyecta
el suyo a todos los individuos por igual y esa es la
premisa que enseña para que los creyentes la
reproduzcan.
Por lo tanto, continua Seguín (1980), no se concibe
un amor de pareja propiamente dicho, sino todo lo
contrario, la mujer es penalizada considerándola
como un ser pecaminoso, debido a que en la biblia
la sexualidad siempre ha sido fuente de infortunios
y tragedias, no nos olvidemos del relato de Adán y
Eva. Sin embargo, en el nuevo testamento aparece
una nueva figura que es la de la Virgen María,
utilizándola como referencia de lo que debe ser una
mujer, devota y sumisa, despojándola de cualquier
residuo de sexualidad, considerándola hasta
asquerosa, sino léase Bartolomé De Las Casas.
En la edad media, se aleja la concepción de amor a
lo divino, a un amor de hombre a mujer, lo que se
puede considerar propiamente dicho como amor
romántico, aunque no se puede fechar exactamente
cuándo comenzó, se piensa que empieza con la
poesía, Seguín (1980) “toda poesía europea ha
salido de los trovadores del siglo y ella es la
exaltación del amor desdichado” (Seguín,
1980:105). Una búsqueda de amor imposible, de un
hombre luchando por una mujer, obstaculizado pero
lo importante es la obtención de ese amor o perecer
en el intento. El autor nombre varias obras que
ilustran este punto, como por ejemplo Lancelot de
Chrestien de Troyes 1168, quien relata la historia
del típico caballero que se enamora de una
damisela, a quien no puede otorgarle su amor por
múltiples razones y por quien, se suicida
siguiéndolo más atrás ella que también lo amaba
profundamente, básicamente una predecesora de
Romeo y Julieta.
Se puede notar como la imposibilitación del amor
crea una efervescencia del mismo, Seguín (1980)
tiene una hipótesis interesante con respecto a este
punto que nos parece importante considerar. Él
piensa que el amor romántico es una repuesta a la
satanización religiosa con respecto al sexo entre
individuos, ligado a la representación de la mujer
como algo mundano, lo que provoca además, el
castigo del mismo y como consecuencia la muerte,
porque es de recordar que el matrimonio en este
contexto no se hacía por amor al otro sino por
conveniencia social y económica de las dos partes.
Sin embargo, es difícil concluir cuándo y cómo se
empieza a hablar de amor romántico, aclarando que
ésta concepción es una construcción netamente
occidental que no necesariamente se reproduce de
manera igual en todas las culturas y las sociedades
(Esteban, 2005), considerando debidamente las
implicaciones que tiene la globalización en este
aspecto. Aun así, tomando de punto de partida la
poesía de la Edad Media, el amor ha sido el plato de
cada día desde entonces, la cual también ha tenido
sus metamorfosis pero todavía conservando algunas
características de las anteriormente se nombraron.
A pesar, de las consideraciones señaladas hay
autores que piensan que la génesis del amor
romántico es en el siglo XVIII (Corona Berkin y
Rodriguez Morales, 2000), donde el amor se desliga
de la sexualidad y la trasciende, que se ve reforzado
con el matrimonio y el surgimiento del “hogar”,
donde el rol de la madre cumple un papel de
cohesión con el cariño y todo además, bajo una
moral cristiana que enfatiza la unión de dos
personas heterosexuales, por el resto de sus vidas.
Igualmente, se hablará más adelante del amor
romántico en occidente actualmente.
La División De Géneros En Occidente
Es importante aclarar que se concibe como
género y sexo, ya que los mismos son términos que
se han trasgredido a través del tiempo pero no de
forma casual ya que el poder, a conveniencia, se han
encargado de difuminar las líneas que las separan
logrando sembrar en la psique de los individuos
categorías universales de género/sexo, como lo
expresa perfectamente Cabral (2013) “Se trata de
una intrincada red de discursos y prácticas
socioculturales que habitan la sexualidad, ordenan,
circulan, producen y reproducen sexualidad, ya ello
subyace una lógica que la constituye entre
estrategias, mecanismos y dispositivos de
dominación” (Cabral, 2013:101).
Entonces, el sexo, son las características
biológicas de cada individuo que se utilizaran para
categorizar a las personas dentro de un género
especifico, siendo éste el contenido conductual y
sociocultural que se le asignan al “sexo”
propiamente dicho y se ha usado históricamente de
excusa para legitimar la aplicación de la
desigualdad de géneros, anclada a una cultura
androcéntrica y sexista que hunde sus raíces en una
ideología patriarcal, profundamente asimétrica. Así
mismo, siendo este cuestionamiento la mejor
aportación que ha ofrecido el movimiento
feministas, que ha quebrantado los cimientos en los
que está estructurada la sociedad occidental.
Por lo que, es importante destacar que el
análisis realizado en este estudio no está
comprometido a un ataque hacia los hombres y de
colocar a la mujer en una posición de huérfana, sino
de un razonamiento alrededor de las categorías de lo
femenino y lo masculino, siendo los individuos
recipientes y reproductores de significados
preestablecido que los trascienden. Siendo el
cuerpo, como asiento de los genitales, dividido
desde el nacimiento y habitado por un lenguaje
castrador y machista, que inhibe la libre identidad
de las personas moldeándolas a dos formas
cerradas, hombre y mujer, que se ha visto corta en
la contemporaneidad para dar respuesta a todos los
cambios y los nuevos modos que han salido al
escenario actual.
El cuestionamiento alrededor de las
relaciones desiguales de género en la sociedad
occidental, comienza con la pregunta de que sí las
categorías y los roles que se le otorgan a las
individuos son naturales o culturales, aunque,
efectivamente, hoy en día se sabe, como lo explica
Cabral (2013) “Es una construcción sociocultural,
es decir, inextricablemente vinculada al contexto
social que la define, le da forma, curso y contenido”
(Cabral, 2013:87), aun, lógicamente, sin ignorar su
enraizamiento biológico fueron históricamente
ignoradas por la comunidad científica.
Paralelamente, en el imaginario colectivo
éstas divisiones se siguen concibiendo como
naturales, debido a que las elites interesadas en
mantener las estructuras sociales intactas tienen el
poder para legitimarlas a través de las distintas
instituciones, los cuales se han encargado de
reproducir estos modelos, históricamente desiguales
y preconcebidos de convivencia para interiorizarlos
en cada individuo, dificultando el intento de
despojar esas categorías mentales de las y los
sujetos.
Aunque, “Todas las sociedades conocidas
reconocen y elaboran algunas diferencias entre los
sexos (...) en todas partes hay tareas, modales y
responsabilidades características asociadas
primordialmente a las mujeres o a los hombre”
(Rosaldo, 1979:154), por eso ha sido difícil su
cuestionamiento ya que surgen preguntas como:
¿Por qué se critica los roles de género en la
sociedades occidentalizadas y en otras son
respetadas?, ¿Quiénes somos para cuestionar las
mismas? O sencillamente ¿Sí en todas las
sociedades hay una diferenciación de sexos, por qué
ésta es criticable? A pesar de que hay muchas
opiniones por parte de la comunidad científica que
surgen alrededor de estas preguntas, consideramos
que la posición a la cual se le ha renegado a lo
femenino es muy inferior con respecto a lo
masculino, colocándola en una relación de
dominación-sumisión.
Igualmente, a pesar de que esta concepción
perjudica la integridad física y psíquica de las
mujeres, como portadoras de lo femenino, y se ha
prestado para la discriminación de otros ámbitos
sexo/diverso, no se puede invisibilizar el hecho de
que a los hombres, como contenedores de lo
masculino, también se han visto perjudicados
psicofísicamente por estas estructuras de
preestablecidas, por lo tanto, en resumidas cuentas,
se tiene todo el derecho y hasta el deber, de
cuestionarlo y criticarlo.
La definición de lo masculino y lo femenino,
se ha desarrollado bajo una concepción dicotómica
pero a su vez complementaria, con rasgos diferentes
para cada uno y en su mayoría desiguales, y se les
han ubicado en roles específicos de público/privado
o lo racional/natural, el primero para lo masculino y
lo segundo para lo femenino. Dicha dicotomía, es
bastante común en todas las sociedades conocidas y
estudiadas y vienen dada en gran medida por la el
papel de la mujer como madre, es decir, por su
condición biológica.
Sin embargo, las investigaciones en el
terreno de la biología aunque ayuden a aclarar
tendencias humanas, no pueden explicar el hecho de
que todas las culturas han conferido a lo masculino,
como categoría opuesta a lo femenino, importancia
social y valor moral. La capacidad única que tienen
las mujeres de engendrar seres humanos se presta
para que las sociedades busquen medidas para
alienarlas física e ideológicamente, definiendo sus
cualidades y actitudes de sumisión y debilidad,
exclusivamente bajo ésta capacidad orgánica de la
fecundación, naturalizándola y por lo tanto,
universalizándola. Como lo explica Rosaldo (1979):
“El hecho de que las mujeres paren a los niños y los
críen (…) resulta ser el centro de la distinción más
simple en la división de trabajo de los adultos de un
grupo humano. Las mujeres llegan a verse
absorbidas predominantemente por las actividades
domésticas a causa de su rol de madres” (Rosaldo,
1979:160).
Aunque, esta consideración es importante y
trasversal, no abarca por completo todas las
complicaciones que conlleva este tema tan amplio,
por lo que para una análisis holístico de la situación
entre los géneros y su repercusiones en la sociedad
occidental, hace falta más estudios al respectos de
las distintas áreas de conocimiento, considerando
todas las dificultades que esto significa, véase el
hecho de hablar desde un contexto occidental, con
el peso simbólico del capital y la búsqueda de la
expansión del mismo por unos pocos, y bajo la
influencia de la globalización como fenómeno
social, que se ha encargado de masificar la división
de géneros y cohesionar la vida de los individuos,
reproduciendo estos modelos haciendo aún más
difícil su cuestionamiento.
La tragedia romántica: Amor en los medios,
¿Amor de Consumo?
El amor se considera popularmente como un
sentimiento profundo, marcado por el drama, dar
una definición completa de lo que es el amor
romántico es sumamente complicado y pecaríamos
de absolutismo, sin embargo, dice Esteban (2005)
citando a Tennov (1979:173) sobre el amor: “Así, el
amor, en tanto que complejo modelo de
pensamiento, emoción y acción estaría constituido
por un repertorio de ideas, valores, capacidades y
actos encarnados, que combinados e implementados
de maneras diversas, darían lugar a procesos de
interacción donde existiría una tensión entre la
gratuidad del „don puro‟ y la reciprocidad estricta
propia de otros ámbitos. En consecuencia, las
nociones, clasificaciones y vivencias en torno al
amor adoptarían formas múltiples en las distintas
culturas, grupos sociales o individuos” (Esteban,
2005:165), en este fragmento podemos observar dos
cuestiones muy importantes, uno es que el amor
varía culturalmente, no es un modelo único y
predeterminado, sino impuesto y es un fenómeno
totalmente occidental; por otra parte, el amor
responde al principio del don, pero en este caso se
da entre una pareja en la que se espera dar y recibir
en proporciones iguales, una de las características
más popularizadas del amor romántico. La
problemática principal en el estudio estructural del
amor como lo advierte esta misma autora, es que se
cree que se puede llegar a banalizar las emociones,
dice la autora que en las entrevistas para la
realización de su proyecto, las mujeres
específicamente profesaron que “la racionalización
del amor podría tener como resultado la
desaparición de la magia del enamoramiento”
(Ibíd.:158), en palabras de la autora las féminas
mantienen una idea de que podrían perderse los
sentimientos mientras que los hombres por su parte
dudan de que se le pueda dar un carácter
investigativo a este tema.
Cuando se habla de amor, pueden evocarse
fácilmente a la imaginación esas escenas de
lánguidas miradas y apasionados besos a las que el
cine, las telenovelas y la literatura nos tienen
acostumbrados. La idea del amor romántico como
meta para la felicidad humana, aunque bastante
potente, también es un fenómeno relativamente
reciente y está tan arraigado en nuestra cultura
gracias a que sobre él se fundamenta el matrimonio
y por ende se construye la institución familiar en el
ideal del amor (Sanpedro, 2005:1), la idealización
de los sentimientos hasta tal punto, conduce a la
construcción de un modelo de comportamiento
afectivo que cuando falla, y suele hacerlo muy a
menudo, produce en los amantes frustración y
disgusto, pero esto no es del todo negativo, ya que
el amor suele estar acompañado de tragedia, de
auges y caídas, ¿Qué sería el amor sin drama?. La
empresa de deconstruir el ideal amoroso de
occidente ha sido de interés flamante para la
psicología, la psiquiatría, la sociología y
antropología, sin embargo, mucho del material que
existe sobre este tema está cargado de un alto grado
de determinismo biológico o psiquiátrico que
evidentemente raya en un intento inmoderado de
tratar de explicar por qué amamos y como lo
hacemos, como es el caso de la antropóloga
norteamericana Helen Fischer (1992) que se ha
dedicado al estudio neurofisiológico del amor y se
ha olvidado de su componente sociocultural, pocas
son las investigaciones que se han encargado de
quitarle la característica pre-cultural al amor y
advertir cuales son los mecanismos que lo
reproducen como modelo ideal y cuáles son sus
repercusiones sociales, nuevos investigadores
intentan abordar al amor como una práctica social y
cultural, evitando presuponer que los órdenes
biológicos y psicológicos son los que rigen
únicamente este fenómeno, sugiriendo que existe
una jerarquía sobre lo social y la producción de
símbolos y significados queda a un lado.
El amor romántico funciona en nuestra
sociedad con las características de un mito, se ha
idealizado las relaciones amorosas con ciertos
patrones que se espera sean cumplidos por los
amantes: “…el mito permite captar de un número
infinito de situaciones más o menos análogas… de
un vistazo ciertos tipos de relaciones constantes y
destacarlas del revoltijo de las apariencias
cotidianas…” (Sanpedro, 2005:3), el mito del amor
romántico actúa generando un prototipo de relación
único y permanente recargado de estereotipos sobre
las actitudes de los individuos en una relación de la
pareja, que depende del sexo de cada uno lo cual se
profundizará más adelante, el amor actúa entonces
en la configuración del individuo moderno.
Este fenómeno es diariamente personificado
en los medios masivos de comunicación, para poder
ser asimilado y estar presente como código cultural
en las manifestaciones populares. El modelo
romántico ha sido legitimado por occidente desde la
Revolución Industrial, momento en que el consumo
de objetos suntuarios se hizo mucho más arraigado
y las relaciones interpersonales cambiaron, el
talante afectivo cobró fuerzas hacia finales del siglo
XIX y el amor se hizo un requisito para consumar el
matrimonio, la elección de la pareja viene a tener
entonces un peso fundamental, se consideran los
posibles cónyuges a partir de características tanto
físicas como de estatus. El boom del amor
romántico hacia esta época puede percibirse en los
textos y literatura principalmente dedicado a damas
en el que la trama principal siempre constituía la
pretensión hacia una damisela y los obstáculos que
debía vencer el héroe para obtenerla, además es
necesario mencionar en este punto que puede
considerarse que el amor tenga componentes de
edad, sexo y clase, puesto que, como lo explica
(Illouz, 2009), en un principio el consumo de la
utopía romántica se destinó principalmente a la
surgente clase media, se puede observar además
como la mujer burguesa es la principal consumidora
del mito romántico y no casualmente, ya que a ella
se han asignado las principales características que
tienen relación con el amor: sensibilidad e
inestabilidad, “…el amor romántico aparece en las
revistas de la época destinadas a la clase media
como un sentimiento religioso capaz de sublimar los
instintos animales y elevar el alma mediante la
dedicación permanente al ser amado.” (Illouz,
2009:55), en este punto, explica la autora el amor a
reemplazado la religión como pivote de la sociedad
A partir de entonces, occidente legitima la
utopía romántica por medio de mecanismos masivos
como las novelas y el cine, como menciona
Martínez-Plana (2004) vivimos en “…un mundo de
clichés e imágenes que fomentan la utopía
romántica a través de rituales de cortejo y
matrimonio… el discurso del amor romántico es
una simple conjugación plural de niveles de
adhesión, conciencia, cultura, historia y tradiciones
en los modos de pensar y actuar comunicables a
partir del lenguaje y los signos” (Martínez-Plana,
2004:1), como lo indica de igual forma Pilar
Sanpedro (2005), el amor pasión se ha construido
mediante la expresión, el lenguaje, sino se expresan
los afectos, sino se muestra públicamente a las
masas, sino se expresan los amantes no existiría
entonces el referente semántico de amor.
Como plantea Lipovetsky (1999) “Todas
estas publicaciones han defendido a gran escala, el
ideal romántico femenino, las virtudes de la
felicidad y la virginidad, la imagen de la –mujer
cenicienta- que espera realizarse tras las llegada de
su hombre extraordinario” (Lipovetsky, 1999:22),
las características de la literatura rosa convergen
para crearle una identidad a la dicha femenina con
la realización amorosa, por medio de largas
cuartillas de momentos de seducción, espera,
cortejo, miradas y un intenso sentimentalismo, la
novela romántica del siglo XVIII hasta el XX
constituyó el principal medio de difusión del
estereotipo femenino sensible que se asentó gracias
a una fuerte energía consumista por parte de las
jóvenes de la época.
El ideal romántico del amor hoy día se
considera como un valor a alcanzar, dentro de sí
mismo, incluso se llega a considerar como
trasgresor, históricamente tumba las barreras
impuestas por la iglesia y legitima las emociones
como rectoras de la acción humana, lo que lo hace
además un valor supremo. El presente apogeo de la
utopía del amor se ve acrecentado hacia el siglo XX
con la industria del cine, como nos explica Illouz
(2009), hacia 1930 el 95% de las películas
producidas en Hollywood tenían al menos una línea
relacionada con el romance, la llamada “formula
romántica” fue una especie de reciclaje “En efecto,
las temáticas anteriores, extraídas de tradiciones
como la literatura caballeresca, la novela romántica
burguesa y el melodrama estadounidense,
entrelazan el amor con el matrimonio para ofrecer
un ideal de felicidad conyugal que representa la
vida matrimonial en términos de un -final feliz-
(…)las películas comienzan a elaborar una fórmula
autoconsciente de moralidad sexual y romántica
para la clase media que abreva en las principales
características de la cultura estadounidense de la
época: el individualismo, el consumo, el ocio, las
citas amorosas fuera del control familiar y la
exploración de una nueva moralidad sexual” (Illouz,
2009:58). El fenómeno hollywoodense no solo se
quedó en la presentación de filmes, la creciente
conversión de las figuras estelares en objetos de
consumo y la publicación por prensa de la vida
privada de las estrellas los muestra dentro y fuera de
la pantalla como ejemplos de romances, como
modelos a seguir.
Más recientemente, la revolución sexual ha
resignificado las nociones del amor, se mantienen
firme las ideas de liberalismo sexual promovido por
industrias como la pornografía y la literatura
erótica, pero aún puede observarse que el ideal
romántico es perseguido y aun promovido por la
industria del espectáculo y la literatura tradicional,
de hecho puede observarse como el reciente auge de
la literatura erótica para mujeres no deja de lado el
ideal romántico sembrando en las jóvenes de este
siglo la conjunción de la idea del disfrute sexual y la
idea del amor romántico en una sola: aún se espera
al príncipe azul, solo que ahora tiene otros encantos,
y se sigue consumiendo la utopía del amor.
División Sexual del Afecto: Desigualdad
de Géneros en el Amor Romántico
En la modernidad, podemos observar que la
sociedad está constituida en base a un fuerte
impulso de individualización que no deja fuera de la
cultura de riesgo a las relaciones interpersonales y
de pareja (Beck-Gernsheim, 2000), sin embargo,
aparece en palestra el modelo del amor romántico
que contradice totalmente la idea individualizadora
de la modernidad, es decir, el amor se mantiene
superviviente ante las presiones de la actualidad,
¿Cómo es posible que se mantenga una práctica que
es aberrante ante las concepciones individuales de
hoy día, y cómo, se encuentra la división
amorosa/sexual en una sociedad que presiona en pro
de la igualdad?, el caso es, que aún con todo los
pasos históricos que se han dado para establecer la
igualdad, para este caso de géneros, aún se mantiene
una estructura patriarcal subyacente que sigue
reproduciendo la asimetría sexual de los roles
afectivos (Lipovetsky, 1999).
 Como ya vimos, la idealización del amor es
un fenómeno cultural de occidente, y está
legitimado y reproducido en los distintos medios de
consumo masivo, como advierte Esteban: “…la
omnipresencia del amor en las canciones, películas
y novelas, bajo la forma de relatos absolutamente
saturados de estereotipos y lugares comunes, que no
hacen más que recrear un “como si”: que el amor –y
el amor entre un hombre y una mujer lo
representaría mejor que cualquier otro– es lo más
genuino, lo más auténtico del ser humano y queda al
margen de todo tipo de distinciones y jerarquías.”
(Esteban, 2005:159).
Históricamente, se han designado roles
dentro del teatro de la conquista y la cotidianidad en
una relación de pareja, roles que tienen lugar solo
para dos actores: un hombre y una mujer, que se
deben comportar como tales recordemos que
“vivimos en un régimen cultural heterosexual que
favorece que la gente aprenda a desear a “ese otro”
definido como lo opuesto pero al mismo tiempo lo
que completa a uno mismo” (Esteban, 2009:37).
Obsérvese en este punto que la utopía romántica es ante
todo heteronormativa, además de ser un desafío para la
individualidad. Psicoanalíticamente el amor y el cuerpo
son cercanos, se supone que el amor es manifestación
variable de procesos fisiológicos universales, que se
observan en comportamientos en el momento de
enamorarse: “La ceguera ante la realidad y la
compulsividad acompañan el fenómeno del
enamoramiento y se relacionan con una transferencia de
la infancia, un regreso a un estado narcisista, y por tanto,
patológico” (Morales y Berkín, 2008:55), en
contraposición, Erich Fromm (2005), propone que el
amor tiene un principio psico-biológico en el que lo
femenino y lo masculino buscan la complementación por
medio de salvar las barreras de la separatividad, esto es
las concepción del amor erótico, donde se nos presenta
de nuevo hombre y mujer destinados al principio de la
unión.
Los elementos comunes a todo amor son el
cuidado, la responsabilidad, el respeto y el
conocimiento, como advierte el psicólogo A. Ellis
(2013), se reconoce que el amor romántico “intenso”
incluye características como: “la idealización de la
persona amada, un alto grado de exclusividad con alto
componente sexual, la convicción de que el amor durará
para siempre, obsesión con pensamientos sobre la
persona amada, urgencia por realizar y sacrificar casi
cualquier cosa por lograr a la persona amada, la
convicción de que el amor es lo más importante del
mundo y la creencia de que uno puede fundirse
prácticamente con la persona amada y convertirse en uno
con ella o él.” (Ellis, 2000:2). El autor señala una de las
características que pueden notarse en casi todos los
autores y que representa el eje de la división sexual
afectiva: la entrega absoluta, la exclusividad y el
sacrificio.
En occidente, la presión por la búsqueda de
pareja, lleva a acciones como el “abandonarse en el
otro”, el enamoramiento se reconoce como un estado de
irracional enajenación de sí mismo, y es en este punto
cuando se vuelve algo mucho más humano que lo
humano, el amor transgrede el principio de la
humanidad, a saber, la razón, al ser irracional se le
deifica, y es aquí donde contradice la constitución
individualista de la modernidad, es válido oponerse al
desafío de la individualidad si se busca “la media
naranja” ya que existe una jerarquía del amor de pareja
(erótico/romántico) por sobre cualquier otro tipo de
afecto y contratos interpersonales (Esteban, 2005).
Desde los límites impuestos de la regla de entrega
absoluta hasta el comportamiento, pasando por el
acto de seducción, se establecen principios que son
aplicados diferencialmente a hombres y mujeres,
esta autora menciona que el género es una forma de
“Estar” y no de “Ser”, este es preconcebido como
una identidad fija no como una opción, por tanto el
sentirse hombre o mujer se condiciona durante toda
la vida y para que se dé el amor romántico, la
heterosexualidad es obligatoria, como norma social
para entender lo que es femenino y masculino
(Ídem., 2009:37).
El amor, según Lipovetsky (1999), “…debe
ser desinteresado, ajeno a los cálculos de intereses
económicos, sociales o matrimoniales. Por
naturaleza, únicamente reconoce la libertad de
elección de los amantes y la autonomía del
sentimiento. Solo es verdaderamente el mismo en la
fidelidad y la exclusividad; quien ama de veras, ama
a una sola persona a la vez. En definitiva, apunta a
la reciprocidad de los sentimientos; se trata de amar
y de ser amado, el ideal consiste en un amor mutuo,
un amor ≪igual y compartido≫. Algo en el amor
pasion trasciende sus metamorfosis históricas: ≪El
amor será siempre el amor.≫” (Lipovetsky,
1999:16), comprometiendo así la totalidad de uno
mismo en relación al otro, sostiene el autor que la
cultura del amor en su devenir histórico nunca ha
dejado de reproducir el modelo de disimilitud de los
sexos, tradicionalmente, a la mujer se le ha sido
asignado el rol pasivo mientras que al hombre el
activo, que puede exhibirse en frases como “en las
mujeres se ve una necesidad de amor más grande”,
la figura femenina ha estado ligada por años con la
sensibilidad y la pasión, se tiene a la mujer en
occidente por un ser caótico e irracional, ella está
predispuesta a las pasiones del corazón, como
argumenta el autor, la ternura y la sensibilidad
aparecen cada vez más arraigados como atributos
femeninos, su ideal por tanto no puede ser otro que
el amor, ya que no puede valerse según reza la
tradición, esto tiene sus raíces en la representación
de la femineidad cuya esencia constituye el
entregarse (Ibíd.:19).
Así pues, históricamente la mujer ha sido
designada a la esfera privada, se debe a complacer
los deseos de felicidad de un hombre, espera
pacientemente hasta que su “amor eterno” aparece,
es un ser dependiente. En la vida cotidiana en
pareja, suelen ser las mujeres las que con mayor
frecuencia se expresen sobre la relación y toquen el
tema de los sentimientos, al hombre se le es
cohibido socialmente, se le prohíbe ser sensible por
que no va de acuerdo a su identidad masculinizada,
el hombre no ha sido socializado para el
romanticismo (Lipovetsky, 1999:27), “Las mujeres
son más propensas que los hombres a creer en este
mito (el amor romántico), y las que „aman
demasiado‟, es decir, las que buscan el amor
romántico obstaculizado por la elección de personas
difíciles y agresivas, tienen más posibilidades de ser
víctimas de la violencia y de consentirla, porque esa
relación es la que da sentido a su vida” (Sanpedro,
2005:1), en el anterior fragmento podemos observar
como el modelo romántico favorece y facilita la
violencia de género de manera dramática (en favor
del amor), el tema de los celos, del odio y de buscar
provocar negativamente a la pareja para intentar
reanimar la relación forma parte del mito del amor y
es socialmente válido por que se supone que se está
luchando por la persona amada, entonces se
verifican relaciones que tienen subidas y bajadas
que se intentan remediar con la violencia en algunos
casos, para luego volver al disparo de hormonas con
los mimos y caricias.
Si bien a simple vista, tras el liberalismo
sexual y la institucionalidad del divorcio, se puede
pecar de simplista y decir que el amor romántico ya
no tiene fuerza en la vida de las personas, la
realidad es otra, tras estos procesos la noción del
“amor verdadero” se ha enaltecido, los matrimonios
rompen por insatisfacción de alguna de las partes de
la pareja, que posiblemente no consiguió en el otro
la perfección a que aspira el amor, el liberalismo
sexual, más bien privilegia la búsqueda del amor, ya
que no se considera que el amor es sexo o viceversa
(Lipovetsky, 1999). La competencia sexual entre
hombres y mujeres es actualmente mayor,
tradicionalmente y de manera conservadora, la
mujer esperaba la atención del pretendiente y era
significada como una suerte de trofeo para el
hombre, que se jactaba de ella, hoy día más que
perder el interés por el romanticismo se han
resemantizado algunas conductas de género, por
ejemplo, se ha psicologizado al hombre moderno
para que adopte conductas más sensibles, en una
táctica tal vez de inversión de roles: buscar lo
propio en el opuesto, sin embargo, “…los hombres
siguen considerando a las mujeres enigmáticas y
contradictorias, imprevisibles y <<complicadas>>;
impulsivas e <<invasoras>>; las mujeres reprochan
a los hombres ser faltos de psicología y de
sentimentalidad, su egoísmo y su <<mutilación>>
afectiva.” (Ibíd.:34), y mientras ambos sexos se
consideren de maneras opuestas existirá asimetría
entre los roles.
La creencia del amor, trajo a la luz prácticas
como el cortejo y la exaltación de la amada, estas
prácticas son socialmente delegadas a los hombres,
mientras que la mujer en su rol pasivo, está
confinada a la subordinación no le resta más que
construir sus anhelos en base a otro, suprimirse a sí
misma y plantearse a su amado como “un motivo
para vivir”. El amor actúa para activar en las
personas un impulso hedonista y narcisista en el que
el halago y la conquista forman parte para mantener
el ego de los sujetos en una demanda moderna de
reconocimiento individual, si bien los intentos de
autoposeerse de la mujer no han sido en vano,
siguen imperantes los ideales estereotípicos del sexo
(en cuanto relaciones sexuales) y el amor, y
prevalecen ideas como la de “el hombre da el
primer paso”, y para él la conquista es literalmente
una guerra, donde la ganancia son los favores que la
mujer le pueda ceder, para lo cual sus armas serán
sus virtudes: apariencia, intelecto, humor, etc.,
mientras que para el hombre el atractivo sexual de
su opuesta basta para el acercamiento (Lipovetsky,
1999:56).
En este siglo el amor romántico aún
representa un eje para la sociedad ya que norma las
relaciones básicas de esta (matrimonio y familia),
sin embargo recientemente ha estado impregnado de
fenómenos nuevos, como el de la mujer queriendo
tomar la delantera que ha hecho que el malestar de
la masculinidad sea más evidente, resulta
intimidante para la identidad masculina que pende
entre el machismo y la desaparición del macho
(Lipovetsky, 1999:52), que las mujeres quieran
tomar partido de sus actitudes. Finalmente, el amor
romántico continua reproduciendo la desigualdad
de los géneros, aún hoy frente a todas las iniciativas
que un individuo pueda tener y toda la actividad
sexual no comprometida que pueda practicar, el
sexo opuesto sigue siendo simples opciones que
responden a una lógica de buscar al más apto para
satisfacer deseos y aspiraciones propias que se ven
reflejada en el otro por medio de una necesidad
afectiva para llenar la demanda de plusvalía
afectiva, del enaltecer al individuo por medio de
otro: “…el amor romántico debe ser interpretado
como un empuje de los valores modernos fiel, no
obstante, a la división tradicional de los sexo…”
(Lipovetsky, 1999:41)

FUENTES CONSULTADAS

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