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LA FAMILIA EN LA CRISIS DE LA MODERNIDAD

Blas Manuel Alberti


María Laura Méndez
Capítulo 1: LAS INVARIANTES EN LAS ESTRUCTURAS PARENTALES
El objeto de la antropología contemporánea es la búsqueda de invariantes para delimitar lo que por excelencia
defina a la condición humana y es soporte de todas sus manifestaciones. De esta manera podrá reconocerse
aquello que está presente en todas las culturas en el marco de la particularidad.
Este aspecto resulta fundamental para la antropología ya que permite comprender las complejas relaciones
entre la estructura y la historia.
Las estructuras de parentesco constituyen un núcleo fundante al respecto pues son la manifestación más
evidente de la universalidad de una institución al poner en evidencia los elementos invariantes y a su vez las
manifestaciones singulares en cada cultura y en cada momento histórico.
Este concepto de “universalidad” debe ser aclarado, porque en nuestra cultura, la “occidental”, cuando se hace
referencia al mismo se lo confunde habitualmente con su propia forma histórica, o sea, con el conjunto de
cosmovisiones y de prácticas que al mundializarse por vez primera en la experiencia histórica de la humanidad,
son designados como su “forma verdadera”.
Por lo tanto, cuando hablamos de “la familia”, nos referimos a una institución presente en todas las sociedades
pero bajo formas diferentes. Se hace necesario, por lo tanto, ver cuáles son los elementos comunes, insistiendo
en que lo que tienen en común constituye la materia prima con la que se constituyen los modelos o estructuras
de la institución. Estas estructuras están presentes siempre en las formas históricas, por detrás de los contenidos.
La familia se origina siempre en el matrimonio, entendiéndose éste como la unión de una mujer y un hombre
o de varias mujeres y varios hombres, de un hombre con varias mujeres o viceversa, que ocupan lugares de esposo
y esposa. Se incluyen siempre a los que se consideran hijos, hayan nacido o no de esta unión.
Al afirmar esta característica se marca ya la primera diferencia respecto de una familia concebida de acuerdo
al modelo biologista ya que lo que se privilegia son los lazos culturalmente establecidos.
Unión que tiene como base lazos jurídicos, es decir que se trata del un acto legitimado socialmente y que debe
contar con reconocimiento desde un lugar de exterioridad. Para que la familia exista tiene que haber una
terceridad que la reconozca como tal mediante normas explícitas. Esta unión está basada por lo tanto en una red
de derechos y obligaciones que son de naturaleza múltiple: económicos, religiosos, sociales, afectivos, sexuales,
etc.
En torno a la familia hay una red precisa de relaciones referidas a prohibiciones y prescripciones sexuales,
aspecto que la distingue del resto de las instituciones, ya que podría afirmarse además, que de su explicitación
depende su funcionamiento.
Este deriva a su vez de la existencia de un sistema de “denominaciones”, ya que los distintos lugares ocupados
por hombres y mujeres están determinados por este sistema que integra los términos del parentesco, padre,
madre, tío, abuelo, en una red de significantes.
Los términos implican siempre una actitud para quien es portador de la denominación. Cuando se trata de esta
relación siempre se hace referencia a cada sistema en particular ya que no existe ninguna actitud que sea efecto
literal de la denominación ni ninguna denominación que connote universalmente una función.
Podemos establecer, de acuerdo al planteo que realiza Levi-Strauss, en su texto sobre “La familia”, que hay
instituciones que permiten gran posibilidad de variaciones y que es justamente la antropología la que muestra el
abanico de posibilidades en torno a diferentes aspectos que las culturas se han dado para resolver diferentes
problemáticas, para poder subsistir, pero que hay otras, por el contrario, en las que sus posibilidades
combinatorias se hallan limitadas.
Las instituciones religiosas serían un ejemplo de las primeras; nos es muy difícil enunciar las formas religiosas
que conocemos, por la gran posibilidad combinatoria que ofrecen. Estas irían desde una forma monoteísta a la
multiplicidad casi infinita de dioses, héroes, vírgenes, mitos, ya que esta forma de relación con lo que está “sobre”
o “debajo” de los hombres, en el “más allá”, permite infinidad de variaciones.
Pondríamos entonces, en un extremo a la religión y en el otro a la familia ya que sus posibilidades
combinatorias son mínimas porque el matrimonio, que como dijimos es su base, desde su estructura sólo puede
ser poligámico o monogámico, y agrega Levi-Strauss en el texto citado, que el matrimonio es siempre poligámico
siendo “la monogamia su límite mínimo”. Desde la perspectiva evolucionista, por el contrario, la monogamia es la
etapa última de la institución a la cual se llega después de un largo recorrido que se inicia con la forma promiscua
o matrimonio indiferenciado y a través del cual la antropología clásica imaginarizó un “no lugar” para cada
miembro y desde allí, pasando por una serie de etapas “necesarias”, se llegaría a la expresión propia de la
“naturaleza humana”, que es el matrimonio monogámico. Si esto fuera realmente así, ninguna institución sería
motivo de relaciones conflictivas, ni tampoco sería la familia motivo de reflexión.
Esta es entonces, la expresión de la “ilusión del mito” en el que se apoya una forma particular de sociedad, la
burguesa capitalista, sustentada en tres pilares fundamentales: el matrimonio monogámico, la propiedad privada
y la religión monoteísta.
Estas tres instituciones expresan la semántica de la modernidad, restringida siempre a la unicidad ontológica.
Esta particular cultura, no sólo se sostiene en esta ilusión, ya que podemos reconocer que cualquier sociedad
se justifica imaginarizando sus formas como “las formas humanas” por excelencia, sino que esto constituye en sí
mismo una de sus características esenciales: la fijeza de sus formas institucionales, y por lo tanto la imposibilidad,
no solo de pensar otras formas fuera de ella, sino también de pensar sus propias transformaciones.
En este contexto, toda transformación es traducida como expresión de una patología que reclama la institución
de la forma consagrada, sin avizorar que son manifestaciones de los cambios históricos que se producen en toda
institución. Nuestro horizonte de pensamiento está atravesado por el mito bíblico, según la interpretación
escolástica, que supone la lectura literal de los textos Este hecho acarreó consecuencias diversas, por ejemplo,
para comprender la metáfora del tiempo referida a la creación del mundo en 7 días, Europa necesito 100 años y
más aún para comprender que su significado estaba referido al concepto de “no eternidad" de la tierra, de la vida,
de la cultura etc., tal como lo narran todas los relatos míticos.
Esta imposibilidad de metaforización consolida este horizonte de fijismo que permanece; aun presente en
nuestras cosmovisiones.
El otro aspecto se refiere a los contramitos o mitos cerrados mediante los cuales occidente pretende fundarse,
y que al ser considerados como verdades incuestionables, como certezas absolutas, deniega sus contradicciones
.Se hace referencia, de este modo, a uno sólo de los polos en las relaciones opositoras, negando la existencia del
antagónico. Por ejemplo, cuando se establece que la MONOGAMIA, es la forma “natural” del matrimonio se niega
la existencia de la forma POLIGÁMICA , sin tener en cuenta que no son términos aislables de por sí , ya que al decir
de Levi-Strauss, la evidencia empírica nos revela que como ya lo dijimos “la monogamia es el límite mínimo de la
poligamia". Esta última acordaría con lo imposibilidad de encontrar el hombre o la mujer deseada, hecho que los
lleva a desear a muchos hombres o mujeres, si no fuera porque la cultura delimita el número en cada caso
particular.
Por el contrario se desconoce la diferencia y se cierra toda posibilidad de su aceptación; las formas alternativas
o las soluciones no convencionales quedan del lado del pecado, de lo desnaturalizado, de la locura. Es la más nítida
expresión de la violencia que se encubre tras el pretexto “lógico” que impone la “forma Verdadera”.
La poligamia puede manifestarse de dos maneras, una es la poligamia, un hombre que se casa con varias
mujeres y la otra la poliandria, una mujer con varios hombres; la forma matrimonial es siempre efecto de las
formas de organización social y de sus transformaciones históricas.
En todas las sociedades hay un número aproximadamente igual de hombres y mujeres con un porcentaje que
varía aproximadamente, en un diez por ciento, lo que hace que comúnmente la distribución de las mujeres
permita su circulación y evite su acumulación.
Actualmente, si bien se sostiene la forma de matrimonio monogámico, éste ya no existe en su expresión
tradicional, porque con la legitimación de los divorcios, que supone una forma de poligamia “sucesiva” y la pérdida
de valor de la fidelidad matrimonial, irrumpe desordenado un nuevo modelo que ofrece resistencias
institucionales porque no condice con la idealización del amor romántico, y la idea de familia “propia” de la
“naturaleza”.
El conflicto surge por la imposibilidad de representación de los procesos de transformación de los modelos
culturales y las consecuencias en las prácticas sociales, ya que lo que permanece sin variaciones son las ideologías
en que aquellos se sustentan.
Resulta evidente pensar que en toda cultura las transformaciones sociales se han dado con desfasajes, y esto
ha generado siempre complejas formas que llamamos de transición, pero en la contemporaneidad, este mismo
hecho produce mayor conflicto porque implica la ruptura con el modelo idílico de unidad, armonía y equilibrio, a
la que habrían llegado las instituciones, después de su larga y necesaria evolución.
En todas las culturas existe una distinción entre las uniones legalmente reconocidas y las que no se sustentan
en vínculos legales y que no tienen, por lo tanto, la misma validez social.
Otra característica generalizada es el desprecio por la soltería, ya que este estado implica la imposibilidad de
establecer otras relaciones sociales. A los solteros suele identificárselos con los abandonados, relacionándolos con
la idea de maldición sobrenatural que aún persiste en los intersticios de nuestra cultura.
El matrimonio no está referido en ninguna sociedad a personas privadas, es la legitimación de la unión de dos
grupos, él es entonces la manera de ratificarla, la que ofrece mayores posibilidades de perdurabilidad.
Es notorio el privilegio del que goza la institución de la alianza, en toda sociedad, ya que ella es la institución
cultural por excelencia; “al reconocer y sancionar la unión de los sexos y la reproducción, la sociedad se impone
al orden natural; pero al mismo tiempo da al orden natural su oportunidad y puede decirse de todas las culturas
del mundo lo que dijo un observador de una de ellas: La noción religiosa más fundamental se refiere a la diferencia
que reina entre los sexos. A su manera cada uno es normal, pero su contacto está lleno de peligros”.
No resulta extraño, entonces, la justificación que en Nueva Guinea se da a la institución matrimonial al decir
que: “se casan para obtener cuñados”, como dice Margaret Mead.
El matrimonio como asunto privado es un hecho histórico reciente, que se imaginariza como corolario del amor
romántico que debe durar toda la vida, vínculo moral que debe ser eterno, sin tener en cuenta los conflictos y
vicisitudes que esta ilusión implica.
También en nuestra cultura contemporánea el matrimonio supone la unión de los dos grupos familiares, pero
sus relaciones son implícitas, no están regladas, ya que éstos están obligados a cumplir también con el ideal de
armonía, equilibrio y manifestación positiva de la afectividad. Cuando este modelo se rompe, cosa que sucede
frecuentemente, cuando no responde a la idealización, se manifiesta el conflicto siempre ligado a la culpabilización
del pariente exogámico, suegra, cuñado, nuera. En algunas culturas, que la Antropología considera excepcionales,
no existe el matrimonio como institución debido siempre a causas que obedecen a una particular organización.
Por ejemplo entre los Nayares de la India, pueblo dedicado a la guerra, no hay unión patrimonial debido a la escasa
permanencia de los hombres en los poblados, la filiación de los hijos es con el padre o con la madre, de manera
excluyente o combinada, pero sin que exista vínculo legal entre ellos. Otro ejemplo lo constituyen los Hopis en
América del Norte, donde solo existen uniones inestables que varían permanentemente, basadas en un sistema
jurídico-religioso que establece las líneas de pertenencia de los hijos y las formas de herencia. Se trata de un
sistema frágil, porque sólo está fundado en los afectos, tal vez semejante a nuestro modelo.
Todas las formas que adquieren los sistema de parentesco son siempre intentos para el logro del equilibrio
social, que asegure la satisfacción de los ideales éticos, por esto los ejemplos de diversidad son vastísimos. Hay
otro caso en la Guayana Francesa que por ser un grupo demográfico chico permite que todos los hombres y todas
las mujeres se casen entre sí en forma rotativa.
La familia tal como la conocemos en la actualidad es, como dijimos, un modelo nuevo. La forma que la precedió,
la familia de la sociedad agrícola, se nucleaba en torno al descendiente de mayor edad, encargado de organizar al
grupo política, económica y socialmente, es decir que cumplía con amplias funciones sociales y las interconexiones
de sus miembros garantizaban una amplia red de relaciones.
Esta forma fue mal llamada extensa o extendida por la sociología porque se la concebía como la reunión de
varios grupos familiares restringidos, de acuerdo al modelo de la familia nuclear de base biologista representado
como el átomo constitutivo de la sociedad.
Al respecto resulta ilustrativo la información de Levi-Strauss[ “Cuando la familia cumple un rol funcional débil,
tiende a descender por debajo del propio nivel conyugal (cuando como institución no tiene una función
determinada en la trama social) En el caso inverso se actualiza por encima de él. Tal como hoy existe, en nuestras
sociedades, la familia conyugal no es pues la expresión de un deseo universal, y ya no está inscripta en el trasfondo
de la naturaleza humana, representa a una solución media, un cierto estado de equilibrio entre dos fórmulas que
se oponen a ellas y que otras sociedades han efectivamente preferido”.
La familia restringida tal como la conocemos, cumplió una función social cuando el papel de la mujer estaba
restringido a ser “reproductora de los productores” y “repetidora” de la ideología que proclama su lugar pasivo,
negándole derechos de protagonismo social y considerando a la función maternal como excluyente, posición que
sólo se justifica desde una perspectiva biologista.
Esta institución comienza su imperceptible transformación cuando las mujeres ocupan otros lugares en la
trama social; se produce una verdadera REVOLUCIÓN, cuyas consecuencias no podemos preveer.
Transformación que también se manifiesta en el sistema de circulación del poder, porque esta forma de
“familia aislada” se basa en un modo particular de distribución del poder. El “externo” en manos exclusivas de los
hombres y el doméstico, “interno”, en manos de las mujeres.
De manera que sería pertinente hablar de la división sexual de poder, en lugar de la división sexual del trabajo,
ya que éste es un sistema de diferencias presente en todas las culturas, que no implica desigualdad per se como
en la nuestra, en donde el trabajo doméstico aislado es negado como tal y tan sólo sirve para reproducir las
condiciones de aislamiento y privacidad de la familia, sosteniendo a la vez la existencia del resto de la estructura
productiva. En esta trama se encubre la cuestión del “poder”, que permanece negado en la institución familiar ya
que se da por sentado que su ejercicio es privativo de los hombres.
Existe el preconcepto de que el matrimonio tiene como función conservar las diferencias generacionales, sin
embargo nos llamarían la atención ciertas prohibiciones explícitas, como las existentes en Australia, donde se
prohíbe el casamiento con el abuelo.
La Antropología se ha encontrado también con casos extremos, uno es el de un pueblo siberiano, los “Chucchis”
en donde las mujeres se casan con bebés de dos años y tienen hijos con amantes oficializados, pero el padre de
los niños es su marido bebé, ratificando que el padre es aquel que la cultura determina. El otro ejemplo se
encuentra en Melasen, donde ocurre lo contrario, los hombres se casan con mujeres niñas a las que crían.
Concebimos las uniones matrimoniales como uniones entre individuos de distinto sexo biológico, pero esta
característica tampoco es universal porque existen matrimonios entre homosexuales. En África, por ejemplo,
donde en ciertos pueblos las mujeres pueden casarse entre sí, costumbre reservada generalmente para las
mujeres de alto rango social que pueden obtener esposa, y que se convierten en padre de los hijos que sus mujeres
tienen con amante.
La paternidad otorga garantías en relación a la herencia no solamente material sino de linaje, lugar social,
religión, etc.
En la mayoría de los casos la función de la familia está en relación con la crianza de los hijos en un tiempo que
varía, función que comparte en general con otras instituciones; pero este hecho tampoco es universal, en algunos
casos los hijos son confiados a los tíos o dados a otras familias, como en Polinesia. Lo que pone en evidencia
también que el lugar de hijo está determinado culturalmente y que las formas de asumirlos son variadas.
Los miembros de la familia están unidos en todos los casos por lazos jurídicos, esto implica derechos y
obligaciones que son de naturaleza social económica, religiosa y sobre todo por una red precisa de prohibiciones
y prescripciones sexuales.
Nos encontramos nuevamente con el prejuicio moral del occidente que piensa al comercio sexual
extramatrimonial como pecaminoso, jurídicamente penado e hipócritamente negado.
En otras sociedades la sexualidad no es el eje que da el fundamento del matrimonio, está dado por la necesidad
de la división sexual del trabajo y por constituir la garantía de las distintas formas de intercambio que fundan la
trama social.
Este hecho abre una fructuosa discusión alrededor de un tema que parecería obvio. Nos al carácter
indiferenciado que en Occidente poseen la prohibición sexual y la prohibición matrimonial entre diversos grados
de cónyuges posibles. Tal situación justificaría la represión de la sexualidad infantil, tan característica de nuestra
cultura. El psicoanálisis tiene su fundamento en el descubrimiento de los efectos de esa represión en el psiquismo,
descubrimiento que abrió el camino a la construcción del “complejo de Edipo”. Lo que habría que preguntarse
(ver más adelante) es si la prohibición del incesto implica a la sexualidad en general o, si por el contrario, la misma
sólo tiene que ver con la regulación de las uniones legítimas.
Nuestra cultura se sostiene en base a la prohibición de las relaciones sexuales fuera del matrimonio, haciendo
de la monogamia un valor intangible. En la mayoría de las sociedades existen relaciones prematrimoniales, pero
éstas se dan también de manera prescripta; las formas, los tiempos y los lugares son establecidos por la cultura
que sirve de esta manera de continente para este tema tan delicado para la condición humana como son la
sexualidad y la familia, ya que éstos constituyen los ejes que garantizan la existencia misma del grupo social.
El orden económico constituye otra forma de la manifestación de las promociones y prescripciones, aunque
comúnmente se lo conozca como “división sexual del trabajo”, podríamos decir que es otra manera de afirmar
que en materia de orden cultural todo debe ser instituido, nada puede ser dejado al azar y no depende en ningún
caso de ninguna determinación natural. Hace más de 140 años Marx puso de manifiesto esta especificidad
histórica de la condición humana al elaborar la categoría de “modo de producción”.
Levis-Strauss establece que la división sexual del trabajo podría haberse llamado “prohibición de ciertas
tareas”, ya que esta diferenciación implica tareas prohibidas para los hombres o para las mujeres, lo que garantiza
la permanencia de una trama social.
Lo mismo podría decirse en relación a la prohibición del incesto, porque lo que esta Regla establece son los
derechos de las familias a la regulación de sus relaciones; esto podría llamarse entonces, regulación de la
sexualidad entre familias.
Llegamos así al planteo nodal de la antropología; podemos preguntarnos: ¿Por qué tiene que existir la familia?
Que es lo mismo que preguntar por la existencia de la cultura o de la sociedad. Estamos en este caso ante
preguntas equivalentes. Las respuestas que la antropología clásica dio a estos enigmas fueron manifestaciones
del imaginario que se construyó como efecto del devenir histórico de la cultura que la engendró.
Ya se hay analizado algunas de las respuestas que se gestaron desde las teorías evolucionistas, pero en realidad
el verdadero problema de la noción de la prohibición del incesto es de naturaleza epistemológica, es un planteo
que tiene que ver con el conocimiento y a la vea con el desconocimiento.
La interrogación acerca de “la primera vez” que desveló a los clásicos, hoy podemos afirmarlo, sólo puede ser
enunciado mítico, ya que…#era necesario ver que los fenómenos que ponía en juego la estructura más
fundamental del espíritu humano no pudieron aparecer de una vez por todas; se repiten por entero en el seno de
cada conciencia y la explicación que le corresponde pertenece a un orden que a la vez trasciende a las sucesiones
históricas y a las correlaciones del presente. La ontogénesis no reproduce la filogénesis o lo contrario. Las dos
hipótesis desembocan en las mismas contradicciones. Sólo se puede hablar de explicación a partir del momento
en que el pasado de la especie vuelve a jugarse en cada instante, en el drama indefinidamente multiplicado de
cada pensamiento individual, porque sin duda el mismo no es más que la proyección retrospectiva de un pasaje
que se produjo, puesto que se produce continuamente”.
Este pasaje a la cultura produce un vacío y en ese lugar a “manera de bisagra”, se instala LA PROHIBICIÓN DEL
INCESTO que implica el establecimiento de heterogeneidades, de diferencias, a partir de una marca, “marca
significante” que no está sustentada en materialidad alguna. “Madre”, “padre”, son denominaciones que
significan la prohibición de unión sexual con quienes se denominan hijos, ya que si no fuera por el nombre y el
lugar que ocupan a partir de él nada los distingue de los otros hombres o mujeres del grupo.
Comienza así una cadena de prohibiciones y prescripciones de uniones legales, que obliga al grupo a buscar
una salida exogámica que pone en funcionamiento diferentes circuitos de intercambio.
A partir de estas operaciones los elementos pueden combinarse de formas diversas, formas que dependerán
de cada uno de los sistemas de parentesco. En ningún caso estará sólo determinado por el lazo biológico. Porque
por esta articulación entre la naturaleza y la cultura se instala un orden nuevo que implica de por sí la imposibilidad
de coincidencia con el objeto: el ORDEN SIMBÓLICO.
Es este orden el que funda las instituciones de la cultura, y que tiene como fundamento la universalidad de la
PROHIBICIÓN. A su vez el aspecto positivo de su enunciado funda la donación, ya que se puede hablar de la
obligación de donar a los parientes con los que no está permitida la unión legal dentro del mismo grupo, acto que
garantiza recibir a cambio a alguien con quien sea posible formalizar la alianza.
La forma en que se presentará esta REGLA será siempre particular, por eso decimos que es la manera
privilegiada de plantear el tema de la relación entre la estructura y la historia, porque se trata de una Ley universal,
que funda un orden pero que sólo la podemos aprehender en sus manifestaciones históricas.
No está de más aclarar que estas “manifestaciones históricas” suponen un entrecruzamiento de “múltiples
determinaciones.”
CAPÍTULO II: LA PROHIBICIÓN DEL INCESTO, ALIANZA E INTERCAMBIO
La articulación entre la naturaleza y la cultura no es un dato objetivo ni un hecho comprobable como lo
pretendería la ciencia experimental, ya que ningún análisis de los datos de la realidad permite captarlo, es sólo
una distinción lógica perceptible desde sus efectos.
La PROHIBICIÓN DEL INCESTO es la única regla que es universal si bien no se encuentra en los dominios de la
naturaleza, porque aunque parta de ésta al sustraer ciertos comportamientos de las determinaciones instintivas,
funda un nuevo orden dinámico que constituye una síntesis en permanente movimiento, lo que implica que este
“pasaje de la naturaleza a la cultura”, no se da de una vez y para siempre, sino que se renueva en cada acto
humano.
Si se admite la anterioridad histórica de la naturaleza, sólo gracias a las posibilidades dejada por ella puede la
cultura, sin discontinuidad, insertarse e introducir sus exigencias. La cultura puede definirse entonces como una
forma de intervención. Interviene en el lugar de indeterminación que la naturaleza deja vacío, ya que es necesario
la unión de dos para que nazca uno, pero la naturaleza no establece quiénes serán esos dos… “la naturaleza
impone la alianza sin determinarla y la cultura sólo la recibe para definir enseguida sus modalidades”
La cultura impone pues los contenidos y determina las modalidades de la alianza a partir de la cual el
parentesco se constituye en un hecho social. A cultura introduce un Orden, allí donde no existe ninguno. Su papel
es asegurar la existencia del grupo como grupo, y sustituir en todos los dominios el azar por la organización.
Este orden se manifiesta en todos los dominios en donde el grupo pone en juego los valores esenciales para su
existencia, las mujeres, las palabras y los bienes, se expresa en las medidas de control colectivo que garantizan y
establecen su forma de circulación.
Mediante esta regla se supera la desigualdad natural de distribución de las mujeres “cuya demanda está
siempre, real o virtualmente, en estado de desequilibrio y de tensión.
Se establece así el único acceso posible de libertad para todos los integrantes del grupo ya que todos los
hombres se encuentran igualmente situados en La competencia por las mujeres, porque las relaciones se definen
en términos del grupo y no de familia.
Por esto el matrimonio es siempre una institución de tres, puesto que la mujer es un valor esencial para la vida
del grupo, éste siempre interviene de manera explícita, como en los sistemas llamados elementales, o en forma
implícita como en nuestra cultura, para afirmar que la relación que hace posible el matrimonio debe ser social,
definida en términos grupales y no naturales.
Esta afirmación implica que en materia de relaciones sexuales el grupo de puede legitimar cualquier relación,
sino sólo aquellas que prescribe.
El aspecto positivo de la prohibición es entonces marcar un comienzo de organización, en un terreno en donde
no existe ninguna determinación “natural”. El reparto de las mujeres será un asunto primordial en todo grupo que
determinará sus formas, por lo tanto, no se contradice con la poligamia ya que la monogamia es, como dijimos,
sólo su límite inferior y por lo tanto son complementarias.
Considerada como interdicción: la Prohibición del incesto afirma la supervivencia del grupo, el predominio de
lo social sobre lo natural, de lo colectivo sobre lo individual, de la organización sobre lo arbitrario”. Toda
prohibición es al mismo tiempo prescripción y genera un sistema de prestaciones y contraprestaciones que
conecta entre sí a los miembros del grupo y al grupo con otros grupos, define el límite del mismo, y establece las
relaciones entre la endogamia y la exogamia.
Queda determinado así el alcance de la connotación lógica de la idea de comunidad, que es la función de la
solidaridad efectiva de cada grupo.
La endogamia “verdadera” es la que manifiesta la imposibilidad del matrimonio fuera de los límites de la
cultura, lo que está sujeto a diversas definiciones según la filosofía del grupo; en nuestra cultura se expresa de
manera difusa lo que acarrea sin duda efectos contradictorios.
Endogamia y exogamia no son categorías independientes dotadas de existencia objetiva, son perspectivas
solidarias de un sistema de relaciones fundamentales donde cada término se define por su posición en el interior
del sistema.
Esta relación convierte a cada término en un nombre, en el interior de un sistema significante, regido por una
sintaxis, que establece la ley combinatoria, fuera de la cual sólo queda reducido a un término aislado sin
posibilidad de engendrar significado.
En la endogamia se manifiesta que el aspecto negativo de la prohibición es superficial, ya que un grupo
prohibido implica necesariamente la existencia de otro de características definidas en el interior del cual el
matrimonio es posible e inevitable.
La prohibición del Incesto, como su expresión colectiva, la Exogamia, fundan la regla de reciprocidad porque la
mujer que es rechazada es ofrecida a grupos definidos o a la comunidad, por lo tanto ambas instituciones de
manera directa o indirecta, inmediata o mediata, el Intercambio.
El intercambio se presenta como donaciones recíprocas, como “hecho social total”, cuya significación es a la
vez social, religiosa, mágica, utilitaria, sentimental, jurídica y moral; es un conjunto complejo de maniobras
consciente e inconscientes para ganar seguridades…” sustituye en la vida social la yuxtaposición por el vínculo,
éste se establece mediante una serie de oscilaciones alternadas, según las cuales uno ofrece un derecho de dar y
se dispone a una obligación de recibir, siempre en los dos sentidos, más allá de lo que se dio o se aceptó”.
La prohibición del incesto, a través de la forma de donación recíproca, pone de manifiesto la repulsión
individual y la reprobación social dirigida contra el consumo unilateral de los bienes que deviene siempre en
acumulación.
Por lo tanto la exogamia instaura la Reciprocidad: sólo se puede obtener un bien en la cultura si otro lo dona,
se puede obtener mujer si alguien dona a su hermana, a su hija, a su madre, en espera de una acción recíproca.
Esta forma de donación está siempre regulada por una ley que define en cada instante de la vida social una
multiplicidad compleja y renovada de términos directa o indirectamente solidarios.
El Intercambio y la Reciprocidad son las manifestaciones del nuevo orden instaurado por la cultura, el Orden
Simbólico, cuyo efecto es instaurar la operación de transformación de todo estímulo en signo, definiendo en este
paso fundamental la articulación entre la naturaleza y la cultura.
Por la mediación de esta Ley surgen las instituciones, que pueden definirse como los espacios en donde se
hacen posibles y se definen los distintos intercambios.
El reduccionismo economicista que rige las cosmovisiones de nuestra cultura, limita el intercambio sólo a su
manifestación económica y lo intercambiado a un solo valor, el dinero, dejando afuera el resto de la vida social,
que supone se regulará por sí misma ya que su funcionamiento es consecuencia propia de la naturaleza humana.
El surgimiento del orden simbólico exige que los bienes, convertidos en signos sean intercambiables para
superar, en el caso particular de las mujeres, la contradicción entre dos aspectos incompatibles, ser objeto del
deseo propio y a su vez sujeto, percibido como tal del deseo del otro, es decir mediadoras de la alianza.
La humanidad, tal como lo expresan los mitos, soñó con captar y fijar ese instante fugitivo en el que fue
permitido creer que se podría engañar a la Ley del Intercambio, o sea “ganar sin perder y gozar sin compartir”.

Contratapa

Desde la época clásica, antropólogos y abogados se interesaron en el tema de la familia, por la importancia de la institución en tanto
fundamento de la sociedad, según creencia de la época, como también para investigar los distintos tipos de descendencia en diversas
culturas y sus consecuencias jurídicas.

Hace pocas décadas la posición dominante en el campo de los estudios del parentesco, consideraba a la familia como una entidad de
soporte biológico, sin reparar mayormente en los aspectos sociohistóricos y simbólicos que constituyen la lógica fundante de la institución,
más allá de la explicación meramente naturalista.

La familia resulta así una institución que se consagra a partir de un orden social que la preexiste, tanto como preexiste al sujeto.

Esta evidencia resalta sobre todo en el seno de la crisis de la modernidad en donde la familia sufre sus efectos de manera tan notoria
como para pensarla desde otras dimensiones. Esto sucede porque en la presente época la institución queda reducida a la conyugalidad y
al sostén de la ilusión que la hace depender de la libre elección de los cónyuges. En este marco. la ideología moderna impone la creencia
de que en el seno familiar deben reinar la armonía y la afectividad positiva, relegando al conflicto como a una pura contingencia o desviación
patológica circunstancial.

Nada más reñido con la realidad. En el contexto de una suposición, que se sostiene desde las diversas instituciones y se difunde
permanentemente por los medios, por la cual la familia es una institución invariable, toda transformación en los hechos es considerada
como patológica o peligrosa.

Este libro se empeña en demostrar el carácter mítico que posee la familia tal como es vivida en la tradición del Occidente moderno y a
la vez intenta mostrar los efectos nocivos que pueden observarse, tanto en la clínica, como en los campos educativos, jurídico, etc.

El interés por el presente volumen le surgirá a una gama muy variada de lectores, desde los especialistas en Ciencias Sociales hasta el
público en general, interesado siempre en aquellos temas que hacen a la presencia acuciante de la crisis de fin de siglo.

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