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El amor romántico, una mirada revolucionaria

Por

Susana Eskenazi de Leon

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mirada-revolucionaria/

Cuenta la historia que el amor en Europa antes de la


Revolución Francesa no definía ninguna unión. Las
alianzas en esa época se realizaban por contrato, y la
subsistencia era el factor determinante. En las clases
pobres, el matrimonio era la forma de organizar el trabajo
agrícola. Pensar en expresiones afectivas y palabras de
amor asociadas al sexo era imposible.

La pasión estaba por fuera del matrimonio. Algunos grupos


aristocráticos tenían más libertad sexual y esto estaba
relacionado con el poder en juego. Pero esta libertad no era
parte de la unión, es decir elección, pasión y expresión
sexual no podían relacionarse con lazos, con proyectos ni
con futuro.

El amor romántico es revolucionario, llega junto con los


cambios de fines del Siglo XVIII para unir lo que antes se
encontraba totalmente separado. A partir de ese momento
amor, pasión, encuentro sexual y libertad de elección se
amalgaman y las ataduras a las antiguas reglas se van
transformando. Comienza así un periodo donde el amor fue
expresión de liberación sublevándose al orden imperante y
siendo los sujetos los dueños de sus elecciones.

Pero, ¿qué es el amor romántico? Anthony Giddens,


sociólogo británico reconocido por su teoría de la
estructuración y su mirada holística de las sociedades
modernas, explica que es un amor íntimo que incluye la
tragedia y puede ser alimentado con la transgresión, pero
también producir triunfo. Con él se idealiza a la persona
amada desde la sexualidad terrenal y la lujuria; es un
encuentro de espíritus y presupone una comunicación
psíquica. En el amor romántico el otro responde a una
carencia que no se reconoce necesariamente, hasta que se
inicia la relación amorosa, es decir el individuo imperfecto
se completa.

El “yo” busca una validación en el descubrimiento del otro,


la captura del otro es un proceso de la creación de una
biografía narrativa mutua. Este proceso es activo por parte
de los dos integrantes, tanto en las novelas como en la vida
real.

Este nuevo amor es un concepto  que no sólo fue


subversivo en el momento imperante, sino
que  representó también una mirada donde los sujetos
que se amaban eran los autores y protagonistas de su
destino.  Era un encuentro donde dominaba el impacto
intuitivo, amor a primera vista, y el deseo de conectarse
mutuamente.
Este nuevo amor es un concepto que no sólo fue
subversivo en el momento imperante, sino que representó
también una mirada donde los sujetos que se amaban eran
los autores y protagonistas de su destino. Era un encuentro
donde dominaba el impacto intuitivo, amor a primera vista,
y el deseo de conectarse mutuamente.

Pero dicha revolución duró poco. Con el advenimiento de la


sociedad industrial y su rol ordenador y de poder sobre el
sujeto, lo subversivo del amor romántico quedó frustrado.

Ha sido el carácter disciplinario de las sociedades de la Era


Industrial el que, a través de las distintas instituciones tanto
religiosas como políticas, cambió al sujeto y su sentir. El
amor romántico se transformó en el reaseguro de la
permanencia del matrimonio, la familia, y la maternidad,
moldeando los contenidos naturales del afecto como reglas
de convivencia y de continuidad de los mismos. Dichas
normas fueron creadas externas al matrimonio, pero
inspiradas en el sentimiento.

Un ejemplo de ello es que de acuerdo a las convenciones


expresadas muchas veces por la Iglesia y por el Derecho,
una vez encontrado el amor tenía que ser para siempre. Si
bien reconocían que la pasión era el motor del encuentro,
gradualmente se tenía que convertir en la crianza y
educación de los hijos. La mujer era quien debía sostener
el amor romántico, siendo éste exclusivamente femenino,
mientras que el hombre, tenía que abocarse a su labor
como fuerza de trabajo de la sociedad.

El amor romántico en su estado originario no era


compatible con la organización de la familia. Lo
complejo del amor romántico quedó reducido a reglas
de cnvivencia y a sostener un orden social que cuidara
de la normalización, la previsibilidad. A partir de allí
quedó establecido el orden que incluida los roles, los
géneros, la distribución laboral, los hijos y la relación
de la familia con la comunidad.

Con respecto a las relaciones padres e hijos, el hombre a


pesar de seguir detentando el lugar de poder, al ser parte
del aparato económico productivo, se separa de lo
domestico, colocando a la mujer en el control de la
educación y el afecto del hogar. Esto condujo a una
idealización de la madre y a la asociación de la maternidad
con la femineidad, contribuyendo a formar los roles
relacionados al género dentro de la familia, y la definición
de la sexualidad como sostén de la reproducción.

Estas divisiones, aparte de su ideología de carácter


patriarcal, propiciaban las elecciones heterosexuales y las
uniones monogamicas como expresiones naturales del
amor romántico.

A partir del advenimiento de la sociedad industrial resultó


una escisión en dos mundos: por un lado quedó el amor
como expresión de sostén en la tarea doméstica, y por el
otro lado, el amor como utopía de expresión de libertad.
Dicha utopía quedará en el imaginario social a través de las
narrativas expresadas en novelas, poemas, películas, etc.,
como una meta a alcanzar, cargadas de promesas de
felicidad y sueños a realizar.
A partir del advenimiento de la sociedad industrial resultó
una escisión en dos mundos: por un lado quedó el
amor como expresión de sostén en la tarea doméstica, y
por el otro lado, el amor como utopía de expresión de
libertad. Dicha utopía quedará en el imaginario social a
través de las narrativas expresadas en novelas, poemas,
películas, etc., como una meta a alcanzar, cargadas de
promesas de felicidad y sueños a realizar.
Ahora bien, ¿cómo explicaríamos el amor romántico en la
actualidad, sabiendo que todo lo que fue poder y sostén en
las sociedades industriales no lo es más, es decir que las
instituciones religiosas como políticas ya no sostienen, ni
moldean al hombre ni al matrimonio?Lo que vemos en la
actualidad es que el matrimonio ya no sirve a la jerarquía
estamental, ni a la gran política, y la comunidad ya no
existe, es decir, todo lo firme y predeterminado se ha
desvanecido,  generando un vacio de sostén. Entonces,
¿podemos entender el amor como otra revolución, que
ubica a los sujetos sólo como creadores de su propia
realización? ¿Cómo podemos pensar las uniones y el
matrimonio?
Las uniones son más etéreas, es decir el matrimonio es por
amor, por pasión y por afán de auto encontrarse. Por lo
tanto, lo que ha perdido el matrimonio es su estabilidad
impuesta desde la cultura, pero no ha perdido su pasión. Lo
que nos estaríamos encontrando es una utopía emocional
basada en los orígenes del amor romántico, y en su puesta
en escena, como expresión de libertad.

Esto nos llevaría a que lo complejo del amor romántico, sus


opuestos y contradicciones, tienen más cabida en este
modelo de la unión posmoderna, que integra y no regula
los opuestos, donde la familia y los divorcios ya figuran
como parte de las dos caras del amor.

El amor y su realización poseen una realidad propia que ya


no es sancionada por el mundo exterior. El amor en esta
época postmoderna no viene desde arriba, desde el cielo
de las tradiciones culturales, no tiene más predicamento
desde el púlpito, por lo tanto despliega su obligatoriedad
desde abajo, con el poder del deseo, de los impulsos
sexuales y la existencia individualizada. En este sentido el
amor ya no es una tradición, pero posee un grado muy
fuerte de responsabilidad en lo creado.

La creencia en el amor romántico posmoderno no respeta


las características clásicas, porque no necesita la
institucionalización, ni la codificación, ni la legitimación
para desplegar su construcción respecto a su creación.
La creencia en el amor romántico posmoderno no respeta
las características clásicas, porque no necesita la
institucionalización, ni la codificación, ni la legitimación para
desplegar su construcción respecto a su creación.

El amor romántico es una fuente de emociones


compartidas que amortiguan la soledad. Es una contra
soledad en pareja. Las personas se sienten en comunidad
de a dos, rearmándose entre los vacíos y antiguos
esquemas. En definitiva, el amor se ha vuelto es una
especie de religión posmoderna individualizada, que nos
convierte en protagonistas de nuestra propia novela, que
nos hace sentir especiales y que logra transportarnos a una
dimensión sagrada, alejada de la gris cotidianidad de
nuestra vida.

¿Podríamos pensar que en esta comunidad de a dos, la


lucha de géneros, la confrontación de hombres y mujeres,
la lucha de igualdad de status, no tendría tanto valor
porque serian únicamente dos lo que se enfrentarían en
esta construcción?

¿Será este amor una utopía no tradicional, no codificable,


no obligada a legitimarse que intenta crear nuevas formas
de vida y de sentido?

No lo sabemos; pero sí es claro que este amor se ha


erigido como única respuesta al fin del modelo tradicional,
como tal está cargado de movimiento, de incertidumbre, de
preguntas, de auto reflexión, con una fuerte
responsabilidad individual y de igualdad.
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