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03 Violencia de género en parejas entre adolescentes

Presentación del tema

Luego del recorrido que hemos hecho estamos en condiciones de reflexionar sobre cómo es la
socialización en las relaciones sexo-afectivas especialmente las que se dan durante la adolescencia. Los
modos de concebir y de transitar las relaciones de pareja, incluidas las que transcurren durante la
adolescencia, se encuentran fuertemente ligados a los modelos y a las concepciones transmitidas por la
cultura en cada momento y también por lo vivenciado al interior de los contextos de los que se ha
formado parte. Sin embargo, muchas veces, perdemos de vista que esos modos han sido aprendidos y
que, en ese sentido, pueden ser objeto de análisis y de revisión en aquellos aspectos que resultan poco
saludables.
Esta clase continuará situándonos en la perspectiva o el prisma desde el cual enfocamos la temática de
la violencia de género y abordaremos aquí, más específicamente, la que ocurre durante el transcurso
de las adolescencias y en sus vinculaciones sexo-afectivas.

Socialización en las relaciones afectivas

En consonancia con lo que venimos trabajando en las clases anteriores podemos observar en
diferentes estudios académicos que así como las cualidades genéricas se han asociado históricamente
con la portación sexual biológica, también se han naturalizado maneras diferenciadas de vivir la
experiencia amorosa tanto para las masculinidades como para las feminidades.
En este sentido, coincidimos con Oliva López y Flores Pérez (2017) quienes expresan que el carácter
histórico y socialmente construido de las emociones y de los sentimientos experimentados en una
relación amorosa no se suele visualizar y que más bien aquellos tienden a ser concebidos sólo como

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una vivencia íntima, propia de “la naturaleza humana” cuyo éxito o fracaso se adjudica exclusivamente
a la historia y capacidad individual de los sujetos.
Han sido las ciencias sociales las que han desplazado las emociones del cuerpo y de la naturaleza para
llevarlas a la cultura toda vez que los postulados sociológicos, antropológicos e históricos sobre las
emociones las conciben no sólo como elementos psicofisiológicos (por sentirse en el cuerpo), sino
también como parte constitutiva del mundo simbólico de las personas, siempre en contextos
determinados. Estos campos de estudio reconocen las dimensiones cognitiva y psicofisiológica que
atraviesan a las emociones pero, a su vez, destacan el carácter simbólico/cultural que las construyen.
Por esto último es necesario que tomemos en cuenta la variación histórica y contextual de su expresión
y de sus significados. Por ejemplo, la habilitación de la expresividad afectiva en el noviazgo en el tiempo
de nuestras abuelas estaba muy lejos de lo aceptado en estos tiempos.
El análisis de las emociones pensadas como construcciones culturales y no únicamente como
respuestas biológicas y cognitivas universales, nos ayuda a comprender mejor la vida social y cultural
y cómo las regulaciones que orientan sus modos de expresividad pueden ser revisados y puestos en
cuestión. En este sentido también podemos decir que las emociones forman parte de la estructura
social porque su contenido y significado dota de sentido a las relaciones sociales según la clase, el
género, la etnia y otras variables, toda vez que sus significados son empleados para valorar o excluir a
las personas. Es así que, como lo mencionamos en la primera clase, los sistemas de creencias tienen un
componente afectivo que guían y direccionan las prácticas vinculares. Cuántas veces escuchamos
expresiones de rechazo, juicios negativos y desvalorizantes hacia aquellas personas o grupos
discriminados por algún aspecto de su identidad.
Por lo tanto, los modos de concebir las relaciones de pareja o amorosas no son únicamente un hecho
individual, sino que la vivencia del amor se entreteje con la identidad de género, la orientación sexual,
la edad, la clase social y otras dimensiones sociales, económicas y culturales que requieren ser
problematizadas para comprender nuestra cultura actual.
Las concepciones sobre el amor, en cada momento y geografía, condicionan las relaciones íntimas y
suponen los modos personales de entender el deseo, nuestras representaciones y prácticas en los
vínculos amorosos. A su vez el mercado de consumo, el arte, la literatura y los medios de comunicación
también participan de la construcción del ideal del amor romántico sustentado en el imaginario con
expresiones tales como “la media naranja” o “el alma gemela” que ha de asegurar la unión esperada y
duradera; en el orden de las prácticas concretas que llevan adelante las personas, estas visiones

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esquemáticas, convocan figuras estereotipadas, es decir, hombres fuertes y viriles y mujeres dulces y
discretas (Illouz, 2016).

Un poema:
“Amor”
El amor es la vida, y la vida es amor;
engendra la locura y abre paso al delirio;
purgatorio de goces y cielo de martirio;
su dolor es tan fuerte, que su dicha es dolor.

Va abriendo paraísos y cerrando ataúdes;


con puñales y flores hace ramos dorados...
Es el mayor pecado de todos los pecados,
y la virtud más grande de todas las virtudes.

El amor es el perfume, y el néctar, y es veneno;


es camino de rosas y es camino de cieno;
es un rayo de luna besando un corazón...

Es débil como un niño, como un Hércules fuerte;


el amor es la flecha que nos causa la muerte
y tiene el privilegio de la resurrección.

(Autor: Joaquín Dicenta)

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El amor romántico, nacido en la modernidad pero aggiornado y vigente en los tiempos
contemporáneos, se ha convertido en un modelo cuyos componentes han promovido un orden
emocional en términos complementarios para hombres y mujeres. Y en ese orden no solo se han
habilitado cualidades emocionales diferenciadas por género sino que, unido a ello, el mundo de lo
sensible se convirtió en un elemento fundante de la identidad femenina mientras que ha ocupado un
lugar tangencial en la masculina. Por ejemplo, emociones tales como el miedo y la empatía aparecen
más propias del mundo femenino mientras que el enojo, el coraje y los celos se ubican como parte del
masculino. De esta manera, las emociones han servido al orden genérico para etiquetar las diferencias
y sustentar las desigualdades entre varones mujeres y LGTBIQ+.
En el mismo sentido, se puede pensar que si bien las habilitaciones sexuales en los encuentros
amorosos se han ampliado enormemente en las últimas décadas, para ambos géneros, esos mayores
permisos no han sido iguales para las masculinidades y las feminidades. Como lo analizamos en la
clase anterior, la acumulación de experiencias sexuales constituye un rasgo de estatus masculino
mientras que esta calificación no opera de igual modo con las mujeres, quienes aún se encuentran
fuertemente condicionadas a ligar los encuentros sexuales al mundo emocional o afectivo, priorizando
los vínculos más íntimos y estables.
Nos interesa ubicar aquí, entonces, a la experiencia amorosa como las formas de sentir socialmente
establecidas y diferenciadas para las masculinidades y las feminidades e identificar las emociones
interiorizadas como parte de una supuesta naturaleza femenina o masculina para explicar el vínculo
amoroso. Pretendemos contribuir, entonces, a la desnaturalización y desencialización de las emociones,
mostrando su variabilidad cultural e histórica. Es necesario, entonces, hacer hincapié en los aspectos
vinculados con su construcción y reproducción que favorecen la desigualdad y la inequidad en las
relaciones de género.

Al igual que el género, las emociones permiten a las personas explorarse y


modificarse a sí mismos como parte de la sociedad. Es decir que la
negociación y construcción personal que cada sujeto logra a partir del
cumplimiento de las reglas del sentir, reflejan también modelos de
pertenencia social, cuyo cumplimiento contribuye a la identificación,
pertenencia e inclusión del grupo social de adscripción; por el contrario, su

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desobediencia genera la desidentificación y la exclusión social. (Oliva López y
Flores Pérez, p. 194)

Es así que, si podemos considerar el significado cultural de las emociones, estaremos en mejores
condiciones de cuestionar su acepción universal y aislada de contextos institucionales y sociales. Es
decir que las formas de sentir son variables en sus significados y también en sus lenguajes, entendidos
como las formas en la que las emociones son “habladas”, qué decimos de ellas si es que decimos, ¿son
las mismas las habilitaciones sociales de su expresión para LGBTIQ+, hombres y mujeres?, ¿lo hacemos
de iguales modos, con los mismos “lenguajes”?
Ana María Fernández (1993) plantea la existencia de tres mitos asociados al imaginario social de lo
femenino: el de la mujer madre, el de la pasividad erótica y el del amor romántico. Aquí nos
detendremos en este último como una matriz cultural que continúa condicionando la mirada social
sobre los sentimientos en en las relaciones sexo-afectivas y sus regulaciones.

El modelo sociocultural del amor romántico

El modelo de amor romántico se ha considerado parte de la estructura social del capitalismo como
modelo económico de producción de mercancías aparecido en el siglo XVIII. El amor romántico se
extendió a todas las clases sociales y con él las uniones maritales reemplazaron los cálculos materiales
entre consortes por la esperada “comunidad de almas”. (Oliva López y Flores Pérez, 2017).
El valor simbólico y cultural otorgado al amor se centra en las acciones sociales, institucional e
individuales pero también en la socialización y producción de identidades femeninas y masculinas, la
organización y la proyección de la vida cotidiana. Es por la vía de internalización de las normas sociales
y de las pautas establecidas para desempeñar los papeles como hombres y como mujeres –de manera
opuesta, complementaria y excluyente de otras posibilidades- que se mantiene y reproduce
socioculturalmente el imaginario del amor. Más allá del carácter privado y singular de la experiencia,
esta es resultado del modo en que los grupos y las instituciones estructuran la vida emocional.

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Los mitos del amor romántico

Podemos considerar que los mitos del amor románticos son el conjunto de creencias socialmente
compartidas sobre la “supuesta verdadera naturaleza del amor”. Los mismos forman parte de los
sistemas de creencias que sostenemos socialmente y nutren extensamente muchas de las
producciones culturales y los modos convencionales y diferenciales por género en los que solemos
posicionarnos en la pareja y en sus acontecimientos y experiencias. Resumimos a continuación una
revisión de los principales mitos románticos que se han sustentado en el tiempo y en diferentes
geografías:
Mito de la “media naranja”, o creencia de que elegimos a la pareja que teníamos predestinada de
algún modo y que ha sido la única elección posible.
Mito del emparejamiento o de la pareja, creencia de que la pareja–heterosexual- es algo natural,
universal y que la monogamia amorosa está presente en todas las épocas y todas las culturas.
Mito de los celos, o creencia de que los celos son un signo de amor, e incluso el requisito indispensable
de un verdadero amor.
Mito de la equivalencia, o creencia en que el “amor” (sentimiento) y el “enamoramiento” (estado más
o menos duradero) son equivalentes y, por tanto, si una persona deja de estar apasionadamente
enamorada ello significa que ya no ama a su pareja.
Mito de la omnipotencia o creencia de que “el amor lo puede todo” y por lo tanto si hay verdadero
amor no deben influir los obstáculos externos o internos sobre la pareja, y es suficiente con el amor
para solucionar todos los problemas.
Mito del libre albedrío, o creencia de que nuestros sentimientos amorosos son absolutamente íntimos
y no están influidos por factores socio-biológico-culturales ajenos a nuestra voluntad y conciencia.
Mito de la pasión eterna o de la perdurabilidad, esto es, creencia de que el amor romántico y pasional
de los primeros meses de una relación puede y debe perdurar. (Bosch Fiol, 2007)

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El concepto de amor romántico (y los mitos derivados) es impulsado y sostenido por los procesos de
socialización de género. La construcción social de este tipo de amor se ha fraguado desde una
concepción patriarcal asentada en las desigualdades de género, la discriminación hacia las mujeres y la
sumisión de éstas a la heterosexualidad como única forma de relación afectivo-sexual (Ruiz Repullo,
2009). 1

La creencia de que el amor todo lo puede llevaría a considerar (erróneamente) que es posible vencer
cualquier dificultad en la relación y/o de cambiar a su pareja (aunque sea un maltratador) lo que
llevaría a perseverar en esa relación violenta; considerar que la violencia y el amor son compatibles (o
que ciertos comportamientos violentos son una prueba de amor), justificaría los celos, el afán de
posesión y/o los comportamientos de control como muestra de amor, y trasladaría la responsabilidad
del maltrato a quien lo padece por no ajustarse a dichos requerimientos.

1
Ruiz Repullo, C. (2009). Abre los ojos. El amor no es ciego. Sevilla: Instituto Andaluz de la Mujer. Consejería por la Igualdad
y Bienestar Social. Disponible en:
http://www.juntadeandalucia.es/institutodelajuventud/miraporlaigualdad/images/descargas/Abre% 20los%20ojos.pdf

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El amor romántico es también una experiencia fuertemente generizada (Burns, 2000; Denmark et al.,
2005; Duncombe y Marsden, 1993; Redman, 2002; Schäefer, 2008)2. Si para las mujeres se espera
pasividad, cuidado, renuncia, entrega, sacrificio para los hombres tiene mucho más que ver con ser el
héroe y el conquistador, el que logra alcanzar imposibles, seducir, quebrar las normas y resistencias, el
que protege, salva, domina y recibe. Por tanto, se esperará de ellas que den, que ofrezcan al amor su
vida (y que encuentren al amor de su vida), serán para un otro, y se deberán a ese otro, obedientes y
sumisas.

Asumir este modelo de amor romántico y los mitos que de él se derivan puede dificultar la reacción de
las mujeres que viven en una situación de violencia de género (para ponerle fin, para denunciar o
poner en acto alguna otra estrategia de afrontamiento.

En el siguiente link podrán escuchar una canción en la cual se van relatando


sentimientos relacionados por su autora con el enamoramiento. ¿Qué mitos
del amor romántico encuentran sostenidos en esta canción?

https://youtu.be/8e-dmDnaBRs

Los movimientos feministas han sido quienes más han cuestionado el ideal y la práctica del amor
romántico como fuente de felicidad y de realización personal, así como las explicaciones
individualistas en torno suyo. Sostienen que esta concepción del amor suscita desigualdades de
género al no reconocer que su práctica se desarrolla junto a la reproducción de pautas de la cultura
patriarcal, donde los roles, entendidos en clave de complementariedad, favorecen las prerrogativas
masculinas.
Desde esta mirada se considera que en las prácticas del amor romántico se reproducen las
dependencias materiales, afectivas, sociales y subjetivas entre los sexos, por medio de los mandatos

2
Schäefer, G. (2008). Romantic love in heterosexual relationships: women’s experiences. Journal of Social Sciences, 16(3),
187-197. Redman, P. (2002). Love is in the air: romance and the everyday. En T. Bennett y D. Watson (eds), Understanding
everyday life (pp. 52-91). Open University: Blackwell Publishing. Duncombre, J. y Marsden, D. (1993). Love and intimacy: the

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en torno a las vivencias genéricas de las emociones, el deseo, la sexualidad y el cuerpo. Por lo cual, el
amor tiene un papel fundamental en el proceso histórico de subjetivación de las masculinidades y las
feminidades, en la producción de las identidades de género y en las regulaciones que pautan sus
condiciones de relación.
Así también se ha visibilizado que las formas de sentir, socialmente establecidas y diferenciadas de
manera jerárquica para hombres y mujeres desde el modelo tradicional de amor romántico,
reproducen la heteronormatividad, la subordinación de las mujeres, y, con ello, las posibilidades de
prácticas de violencia de género en la vida íntima.

Relaciones entre géneros y abusos de poder en parejas adolescentes

Durante la adolescencia suelen ocurrir los primeros ensayos y aprendizajes de la vida en vínculos de
pareja, los cuales pasan a acompañar y a formar parte del proceso de construcción de la propia
identidad. En este sentido, las experiencias iniciales van dando pie al desarrollo del ejercicio de la
sexualidad compartida, las primeras vivencias de vínculos amorosos o de búsqueda de intimidad con el
otro.
Entre las y los adolescentes la importancia atribuida a estas primeras experiencias de acercamiento
suele ir de la mano con la ubicación de las mismas en un lugar central en la propia vida, con la
intensificación del mundo emocional, y con creencias y prácticas que magnifican el lugar otorgado a ese
nuevo vínculo. En este sentido, muchas veces, durante la adolescencia se recrean esas formas del amor
totalizantes que promueven posiciones complementarias y dependientes.
Por otro lado, los/as adolescentes provienen de familias o de hogares con un particular ambiente
interactivo en el que se combinan no solo las características y componentes de la historia personal de
cada uno/a de los/as cuidadores/as, sino también la de la pareja y la de la familia como grupo. Si en
sus interacciones se generan y reproducen pautas, conductas y actitudes abusivas pueden instalarse
patrones de vinculación donde el maltrato y la desconsideración pasan a ser el código aceptado como
vía de comunicación y de resolución de los conflictos. En las familias donde priman relaciones signadas
por la violencia, esta última adquiere una dirección que se corresponde con las variables de edad y de
género. Es decir que se orienta desde los adultos a hacia niñas, niños y adolescentes y desde los
miembros masculinos hacia las mujeres y LGBTIQ+. Los procesos de socialización de género pueden

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favorecer que los hijos varones se identifiquen con el agresor incorporando activamente lo que alguna
vez sufrieron pasivamente, mientras que las mujeres realicen aprendizajes que habiliten en ellas
condiciones de sumisión e indefensión que les genera mayor vulnerabilidad frente a posibles
agresiones.
Las historias de vida de los miembros de la familia constituyen también un condicionante importante
en las características que asumirán los vínculos futuros de los miembros más jóvenes. Los antecedentes
de quienes están involucrados en relaciones abusivas muestran un alto porcentaje de contextos
violentos en las familias de origen. La violencia vivida cotidianamente puede ser incorporada como vía
habitual de resolución de los problemas y ejercer el efecto de su “naturalización” al pasar a ser una
respuesta practicada y repetida por las figuras más importantes.
Es así que, quienes han vivenciado malos tratos familiares, pueden llegar a tener una percepción
diferente de los mismos en sus nuevas relaciones en comparación con quienes han sido respetados y
valorados desde edades tempranas. En este sentido, es común escuchar relatos de adolescentes que
padecen alguna forma de maltrato por parte de sus parejas, que dan cuenta de la banalización que
otorgan al mismo. Mantener la relación, lograr que la pareja cambie o responder en forma más acorde
a sus requerimientos pasa a ser, muchas veces, los objetivos prioritarios. Algunos estudios han
encontrado también que, en muchos casos, las adolescentes consideran a las agresiones de sus parejas
o compañeros como una broma o como un juego que a veces puede “irse de las manos” o como
respuestas “normales” ante malos entendidos, celos o desacuerdos. (González Lozano, 2008)
Desde este punto de partida, vamos a considerar que existe violencia o maltrato a en todas aquellas
modalidades de vinculación dentro de parejas o vínculos sexo-afectivos entre adolescentes que, por
acción u omisión, implican abuso de poder, la instalación paulatina de maniobras de dominación y de
control sobre la otra persona y, consecuentemente, la restricción de derechos, así como la producción
de daños para quien los padece. En este sentido, es necesario aclarar que, a los fines prácticos,
adoptaremos una consideración que abarca todas aquellas modalidades de relaciones más o menos
estables o reconocidas como tales. Incluimos sí los vínculos que, aunque sean más o menos duraderos
o reconocidos, tienen un cierto margen de continuidad.

En diversos trabajos existen coincidencias en cuanto a la posibilidad de que el niño maltratado adopte
esta forma de comportamiento o la tolere cuando de adulto deba relacionarse y formar su propia
familia, como producto de haber incorporado este modelo de crianza. Sin embargo, en relación a ello,
algunas investigaciones aclaran que, mientras que retrospectivamente en los estudios de investigación
la historia de maltrato conduce de forma aparentemente inevitable al maltrato, prospectivamente el

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ser maltratado no lleva necesariamente al maltrato, haciéndose evidente las múltiples posibles
trayectorias y resultados en el desarrollo. En este sentido, desde nuestro rol como docentes, si bien es
necesario tener en cuenta las vivencias de origen para comprender el comportamiento o la situación de
cada niño, niña y adolescente, es importante también mantener una mirada de apuesta a la
transformación subjetiva, en la que nunca pensemos la historia como destino. Así por ejemplo la
disponibilidad de una relación de apoyo emocional en la infancia, una relación terapéutica
profesional en un período determinado de la vida y la formación de una relación estable con un
adulto en la madurez, pueden ser factores importantes en la discontinuidad del ciclo del maltrato
(Gracia Fuster, 1995).
Según la Organización Mundial de la Salud las mujeres son las víctimas más frecuentes de violencia
dentro de la familia y entre parejas íntimas. Tres de cada diez adolescentes denuncian maltrato en sus
relaciones de pareja. Al mismo tiempo, muchas de las mujeres que han reconocido ser maltratadas por
sus parejas refieren haber vivido violencia desde las primeras etapas de la relación, ya sea desde el
inicio del vínculo luego de algunos meses o años y que esta situación continuó durante la convivencia,
aumentando su intensidad.

Algunas señales para la detección


Cuando hablamos de relaciones abusivas, estamos refiriéndonos a aquellas en las cuales las maniobras
interpersonales para ejercer el control sobre la pareja establecen un patrón vincular que se reitera e
instala con el correr del tiempo. Los malos tratos como modo de relación no surgen en forma abrupta,
sino que se van instalando progresivamente desde las primeras actitudes cotidianas de
desconsideración y desvalorización las que, una vez toleradas o pasadas por alto, pueden habilitar
otras conductas de mayor importancia.
En general esta modalidad abusiva de vinculación comienza con reiteradas y diferentes actitudes de
manipulación en el orden de lo emocional, orientadas a ubicar a la pareja en un lugar devaluado, a
controlar sus decisiones y actos y a que aquella responda a los propios reclamos e intereses. En torno al
primer fin podríamos ubicar actitudes tales como la ridiculización, las críticas, no tomar en cuenta sus
opiniones, los insultos, los silencios como respuesta o la negación a entablar un diálogo, etc. El control
para restringir el margen de decisión personal de la pareja puede instalarse a través de la exigencia de
información en cuanto a horarios o personas con las cuales se interactúa, las escenas de celos, etc.,

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actitudes que también pueden más tarde convertirse en expresiones amenazantes, en hostigamiento e
invasión progresiva de la intimidad.
El acoso emocional en las parejas entre adolescentes a veces es tal que las jóvenes llegan a cambiar su
comportamiento, limitan sus decisiones o el contacto con amigos, familiares y compañeros de escuela,
con el fin de evitar peleas o que su pareja se moleste. Luego de ello, o a la par, el maltrato puede
tender a lograr que la pareja actúe o se comporte en función de los propios objetivos y decisiones,
aunque ello implique la postergación o desestimación de las necesidades, de los tiempos y de las
decisiones de aquella. Por ejemplo en este tipo de relación donde se establece un patrón vincular de
dominio el inicio de las relaciones sexuales o muchas de las decisiones que conciernen a su ejercicio (el
momento, el adoptar o no un método de prevención del embarazo o de las ITS, las prácticas sexuales,
etc.) suelen ser uno más de los terrenos en los cuales el varón es el que define. Es así que, muchas
veces, las jóvenes van generando un proceso de acomodación y de adaptación para evitar nuevas
agresiones, permaneciendo pendientes de los gestos, reclamos y hasta de la forma de pensar de sus
compañeros, aumentando, como consecuencia, su vulnerabilidad y su dependencia
Algunos indicios y comportamientos de control que pueden ponerse en juego son:
• Querer saber con lujo de detalles adónde va su compañera, dónde estuvo, con quiénes se
encontró o a quiénes va a ver, los horarios y el tiempo que permaneció en cada lugar; cuánto
tiempo estará afuera y el horario de regreso, que comprobará con sucesivos llamados telefónicos o
“pasadas” por la casa de ella.
• De manera permanente vigila, critica o pretende que ella cambie su manera de vestir, de peinarse
o maquilarse, de hablar o de comportarse.
• Formula prohibiciones o amenazas respecto de los estudios, el trabajo, las costumbres, las
actividades o las relaciones que desarrolla la joven.
• Fiscaliza a los parientes, las amistades, los vecinos, los compañeros de estudio o de trabajo,
sospechando, desconfiando o criticándolos luego de querer conocerlos a todos para ver cómo son.
• A veces da órdenes y otras incomoda con el silencio.
• Demuestra frustración o enojo por todo lo que no resulta como él quiere, sin discriminar lo
importante de lo superfluo.
• Culpa a la pareja de todo lo que sucede y la convence de que es así, dando vuelta las cosas hasta
confundirla o dejarla cansada o impotente.
• Decide por su cuenta, sin consultar ni pedir opinión a su compañera, ni siquiera en cosas que le
atañen a ella sola.
• Exagera los defectos de su pareja para hacerla sentir culpable y descalificada.

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• Mezcla el afecto con las discusiones haciendo notar que, si ella no piensa como él, no podrá seguir
queriéndola.
• Impone sus intereses y necesidades como la prioridad en la relación. (Ferreira, 1995).
Los niveles de aceptación o de minimización de estas conductas pueden variar, llegando en algunos
casos a considerarse como algo “normal”. Otras veces, las adolescentes suelen tolerar estos tipos de
actitudes porque se encuentran ligadas afectivamente a sus parejas, temen que sus marcaciones o
puesta de límites impliquen la ruptura del vínculo, por vergüenza a lo que opinarán otras personas,
porque tienen miedo de lo que pueda ocurrir si son ellas las que toman la iniciativa de terminar la
relación o porque, a pesar de los malos tratos, la relación permite responder a ciertos intereses que se
valoran: tener compañía, explorar el propio desempeño frente al otro sexo, sentirse importante para
alguien o protegida frente a los otros, etcétera.

Dificultades para el reconociendo


Cuando en una pareja de adolescentes existe el maltrato, es muy difícil que las protagonistas puedan
dar cuenta de la situación que están viviendo. Hay factores de diverso origen a su alrededor que les
impide ver el rumbo que está tomando la relación: el amor romántico con sus componentes de
autorenuncia y sacrificio de la autonomía, la idealización de la pareja, la tolerancia por amor, la
naturalización y minimización de los celos o las actitudes posesivas, el temor a los efectos que puede
causar una denuncia de los hechos, entre otros (Tilli G. y Del Luca C., 2014).
Ante la naturalización de episodios de violencia es común que las adolescentes oculten lo que les
ocurre, lo justifiquen, se sientan responsables por no ser lo suficientemente buenas como para que las
cosas sean diferentes o se consideren llamadas a hacer algo para que su compañero pueda cambiar.
Ello lo podemos asociar con las adjudicaciones culturales hacia el rol femenino en relación a sus
funciones de brindar contención y de responder ante las demandas y carencias ajenas. Por otro lado
en los noviazgos adolescentes, como ocurre en parejas de personas adultas, los episodios de violencia
suelen tener un carácter cíclico que alterna períodos de calma y de manifestaciones afectivas con otros
de tensión, conflictos y maltrato. En muchos casos suele ocurrir que, luego de un acto abusivo, el joven
pide perdón, promete no volver a comportarse así o tiene gestos de consideración hacia su pareja
como estrategias para mantener la relación. Ello también contribuye a la confusión y al surgimiento
recurrente en ellas de esperanzas en torno a la posibilidad de que las cosas puedan mejorar.
En este tipo de relaciones subyace el concepto de amor romántico, con su carga de sacrificio,
abnegación y entrega, que se les enseña a las mujeres desde que nacen y en cuyos mandatos se filtra

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permanentemente la cultura. El amor romántico implica la entrega total, adaptarse al otro, postergar
lo propio y una importante dependencia emocional que es otro elemento común en las relaciones
abusivas.
Tal como lo abordamos en la segunda clase desde la infancia se incorporan valores culturales acerca de
lo que “deben ser” lo femenino y lo masculino. Desde la masculinidad se debe demostrar que se es
fuerte, competitivo, seguro, ganador. El modelo masculino tradicional incluye prohibiciones como no
llorar, no expresar los sentimientos, no mostrar debilidad e inseguridad, no fracasar. Mandatos que
llevan a esconder las emociones, tales como el dolor o la tristeza, y a una marcada obsesión por
alcanzar el éxito, lo que le exige estar en un permanente estado de alerta y competencia. Bajo la
construcción de un vínculo de fuerte dependencia muchos varones suelen sentir a menudo celos
intensos, sentimientos posesivos y deseo de exclusividad, viendo a las otras personas como una
amenaza para la relación. En este sentido, la restricción de la posibilidad de simbolizar y de desarrollar
capacidades expresivas saludables de las emociones deja en condiciones de limitación a quienes han
sido educados en un modelo tradicional y machista. Las conductas violentas, en general, constituyen
una actuación o puesta en práctica de aquellas emociones perturbadoras que no se han podido
mediatizar con la reflexión y con palabras contemplativas de un/a otro/a.
Por todas estas características es imperioso construir con las y los jóvenes nuevas significaciones de la
masculinidad en la adolescencia que comprendan el respeto hacia las demás personas, un refuerzo de
la estima personal y la posibilidad de una libre expresión de los sentimientos. Responder a un
estereotipo de género es perjudicial no solo para las mujeres, a los varones también les genera un
costo muy alto en su salud mental y física, que no siempre es visibilizado.

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Por todo lo que venimos desarrollando resulta necesario dejar en claro que atribuir las causas de la
violencia masculina a la socialización y a las expectativas de privilegio y poder impuestos por la cultura,
es insuficiente. No todos los varones y mujeres socializados en la misma cultura son personas
violentas o víctimas de violencia; por eso la importancia de considerar, además de las generalidades,
los recorridos de vida de quienes conforman una relación de intimidad.
Si bien las maniobras y modalidades de interacción abusivas descritas anteriormente guardan
similitudes entre parejas adultas y jóvenes o adolescentes, en éstas últimas, en general, la problemática
aparece menos reconocible como tal para quienes son sus protagonistas. Por tratarse de sus primeras
relaciones de pareja y encontrarse en una etapa importante de construcción de su subjetividad y de su
ser social muchas veces esos estilos de relación son asociados con juegos descontrolados, con
sentimientos fuertes “difíciles de manejar” o con conductas pasajeras propias de la inexperiencia en
relaciones de intimidad. Sin embargo, el impacto de las interacciones violentas de pareja, en este
momento de la vida, suele adquirir muchas veces una significación intensificada al jugar en la
adolescencia un papel tan preponderante la mirada del otro y la imagen sobre sí mismos/as.
La visibilización temprana de este tipo de interacciones, ya sea por parte de la misma joven, de sus
allegados o de algún referente adulto, y la ayuda a tiempo pueden evitar que prosigan hacia formas
más graves. Por ello es tan importante la sensibilización, el compromiso y la intervención frente a estas
situaciones por parte de quienes trabajan y/o tienen cercanía con la población adolescente.

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Concluyendo

Los movimientos sociales de reclamos por mayores niveles de equidad entre géneros vienen
planteando un escenario en el cual los modelos tradiciones conviven con nuevas formas de identidad y
de vínculos que construyen relaciones más igualitarias. Ello nos da muestras de nuevas generaciones
que están transitando una época de reconfiguración de las formas de pensar y de vivir el amor y la
pareja. Sin embargo como plantea Elizalde (2015) se trata de un mapa complejo puesto que con el
cuestionamiento a ciertas prescripciones sobre la heteronormatividad y los mandatos de género, aun
persisten patrones y modelos tradicionales que regulan y condicionan las prácticas afectivas y sexuales.
Poner en cuestión diferentes estilos de vinculación que se hacen presentes en las relaciones de pareja y
los procesos que intervienen en su generación puede ayudar a visualizarlos como modos aprendidos de
interacción, con posibilidad de ser modificados y de constituir una elección en la medida en que se
disponga de recursos para revisarlos. Resultaría una instancia constructiva el generar debate en torno a
las diversas representaciones, expectativas y prácticas presentes en los vínculos de pareja actuales
entre los/as adolescentes. Un aporte podría constituir el hacer visibles las pautas de relación que
replican posiciones de inequidad, mutuas dependencias y vulneración de derechos y, simultáneamente,
construir consenso en torno a los estilos de relación que operan en sentido de ampliar los recursos
personales y las vivencias saludables.

Actividades

Foro de la Clase 03

Para reflexionar e intercambiar sobre el desarrollo de la clase y la


bibliografía les vamos a pedir que, inicialmente, lean el testimonio de una
adolescente de 15 años, el cual encuentran en la pág. 89 del Cuaderno 2 de
ESI para Secundaria (lo pueden ver en el siguiente link)

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https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/esi_cuaderno_secundaria_
ii.pdf

¡Nos encontramos en el Foro!

Actividad del Foro de la clase 3

Para reflexionar e intercambiar sobre el desarrollo de la clase y la bibliografía les vamos a pedir que,
inicialmente, lean el testimonio de una adolescente de 15 años, el cual encuentran en la pág. 89 del
Cuaderno 2 de ESI para Secundaria (lo pueden ver en el siguiente link)

https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/esi_cuaderno_secundaria_ii.pdf

La consigna consiste en que analicen el testimonio leído, a la luz de los aportes de esta clase 3 y del
texto de Ferrer Perez y Bosh Fiol, y armen su intervención en el foro contestando a las siguientes
preguntas:

1) ¿Por qué sostenemos que las situaciones como la relatada en el testimonio tienen un origen
social/cultural? ¿Cómo influyen los modelos tradicionales de socialización diferencial por
género en cuanto a lo esperable al formar un vínculo de pareja?
2) ¿En qué actitudes, actos y hechos encuentran manifestaciones de violencia en la situación de la
joven? Relacionen las mismas con algún aporte conceptual o algún párrafo del texto de la clase.
3) ¿Pueden relacionar las canciones trabajadas en el foro de la clase 0 con alguno de los mitos o
mandatos del amor romántico? ¿Con cuál?.

Para responder a esta actividad les solicitamos que aporten ideas y reflexiones propias sin repetir el
contenido de posteos previos.

¡A seguir compartiendo!

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Material de lectura

Bosch Fiol, E. y Ferrer Pérez, V. “Del amor romántico a la violencia de género. Para una coeducación
emocional en la agenda educativa.” En Profesorado. Revista de curriculum y formación del profesorado.
Vol. 17, numero 1, enero-abril de 2013. Universidad de Granada. España, pp 105-122.

Bibliografía de referencia

Bosch fiol, E. (2007). Del mito del amor romántico a la violencia contra las mujeres. Ministerio de
Igualdad y Universidad de Les Illes Balears
Elizalde, S. (2015). Estudios de juventud en el Cono Sur: Epistemologías que persisten, desaprendizajes
pendientes y compromiso intelectual. Una reflexión en clave de género, en Última Década Nro. 42,
Proyecto Juventudes. Centro de Estudios Sociales, Valparaíso, Chile
Fernandez, A. M. (1993). La mujer de la ilusión. Buenos Aires: Paidós
Ferreira, G. (1995). Hombres Violentos, Mujeres Maltratadas. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.
González Lozano, M. P. (2008): “Violencia en las relaciones de noviazgo entre jóvenes y adolescentes de
la comunidad de Madrid.”. Tesis Doctoral. Universidad Complutense de Madrid. Facultad de Psicología.
Madrid.
Gracia Fuster, E. (1995). Maltrato emocional. En Maltrato infantil: prevención, diagnóstico e
intervención desde el ámbito sanitario. Documento Técnico nº 22, Capítulo 7. Dirección General de
Prevención y Promoción de la Salud. Comunidad de Madrid.
Illouz, E (2016). Por qué duele el amor. Una explicación sociológica. Buenos Aires:Katz Ediciones y
Capital Intelectual.
López Sánchez O. y Flores Pérez, E. (2017). Capitulo “Reflexiones iniciales para una genealogía del amor
romántico en clave de emociones”. En Abramowski A. y Canevaro S. Compiladores (2017) Pensar los

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afectos. Aproximaciones desde las ciencias sociales y las humanidades. Buenos Aires: Universidad
Nacional de General Sarmiento.
Tilli, G. y Del Luca, C. (2010). Relaciones Abusivas en los Noviazgos Adolescentes. Un Proyecto de
Prevención. Buenos Aires, Fundación Dignos de Ser y Ministerio de Desarrollo Social de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires.

Créditos

Programa Nacional de Educación Sexual Integral. Dirección de Derechos Humanos, Género y Educación
Sexual Integral. Subsecretaría de Educación Social y Cultural. Secretaría de Educación. Ministerio de
Educación de la Nación.

Cómo citar este texto:


Programa Nacional de Educación Sexual Integral. (2021). Clase 3: Violencia de género en parejas entre
adolescentes. La ESI en la escuela: Vínculos saludables para prevenir la violencia de género. Buenos
Aires: Ministerio de Educación de la Nación.

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