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Eso Tiene Ser Mujer - Masculinidades - Miguel Ramírez
Eso Tiene Ser Mujer - Masculinidades - Miguel Ramírez
1 – INTRODUCCIÓN 2
a) Mediante objetos 29
d) Mediante descripciones 33
5 – CONCLUSIONES 50
6 – REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 54
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1 – INTRODUCCIÓN
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Así, dentro ya de La casa de Bernarda Alba, procederemos a analizar las formas
de presentación de las masculinidades en el texto. En un primer momento, se analizarán
aquellos personajes caracterizados como masculinos por el propio texto –pese a ser
mujeres– y de qué forma se produce esta caracterización. En un segundo lugar, se
identificarán cuáles son las masculinidades ausentes que invaden la escena a lo largo de
la obra y cuáles son los procedimientos presentes en el texto para conseguirlo. Gracias a
una fuerte separación entre el espacio mimético –el escenario– y el espacio diegético, el
autor consigue que la atención –tanto de las protagonistas como la de la audiencia– sea
dirigida hacia los hombres ausentes bien sea por objetos que penetran en la casa, bien por
la audición de sonidos del exterior o bien por la mirada de las protagonistas desde las
ventanas de la casa. Gracias a cualquiera de estas formas de acercamiento se producirá en
el escenario una descripción de los hombres que habitan más allá de escena, generando
una aproximación a la masculinidad ideal. Esta imagen mitificada será posible recogerla
en base a la presentación que hacen las protagonistas de todos los hombres, pero su
encarnación más perfecta la presentará el hombre por excelencia de la obra: Pepe el
Romano. Gracias a un cuadro que recoge sus características, será posible atender a los
rasgos favorecidos por el texto, así como a los símbolos asociados a la masculinidad.
Por último, tras el análisis de los personajes, se aplicarán los modelos actanciales
de Ubersfeld para identificar cuál es el deseo que mueve la obra, esa diferencia entre
querer y hacer que plantea La casa de Bernarda Alba desde su principio. Tras identificar
a los personajes que pueden encajar con la posición de sujeto deseante (Martirio,
Angustias y Adela), se procederán a describir sus dinámicas de deseo y la actuación del
resto de personajes con respecto al mismo. Así, la hermana pequeña parece vertebrar la
obra en torno a su deseo por el Romano, pero en una lectura más profunda se hace posible
redirigir este modelo actancial Adela Pepe –que resulta tan solo parcialmente
satisfactorio– hacia el auténtico concepto sublimado que atraviesa la obra de principio a
fin: la masculinidad, sugiriendo que el verdadero deseo de Adela es el de una
masculinidad no hegemónica que le permita habitar el mundo exterior a la casa, el mundo
de los hombres.
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2 – LORCA Y EL TEXTO DRAMÁTICO
Federico García Lorca alcanza una buena parte de su popularidad por la recreación
sin precedentes de la escena andaluza, que se convertirá en una de las señas de identidad
del panorama español. No obstante, en su producción literaria se conjugan a la perfección
esa mezcla de tradición y vanguardia que genera un lenguaje poético de corte muy
personal. Sus obras ‒ya sean poemas, dramas u otras manifestaciones artísticas‒ muestran
a un autor que se maneja entre diferentes corrientes, en constante experimentación entre
temas y géneros de la tradición literaria que señala a través de novedosas técnicas
expresivas como la influencia del Surrealismo (Vilches de Frutos, 2017: 15-16).
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2.2 – Análisis del texto dramático
Así, Pavis explica que los textos dramáticos poseen marcas de la práctica escénica
por el hecho de que su escritura ha sido dirigida hacia las condiciones de la actuación
(2015: 7). Es en este sentido que el mismo autor diferencia una dramaticidad externa al
texto teatral y una interna, que le es inherente y que debe ser considerada en el análisis
textual. Esta dramaticidad interna se ve reflejada en las características especiales del texto
dramático, entre las que destacan su formación mediante diálogo y didascalias ‒las cuales
suelen aludir a la existencia de un escenario y unos personajes‒ (Ubersfeld, 1989: 17). La
forma en la que está construido el texto dramático es la que permite al lector y, al mismo
tiempo, le incita a elaborar el texto en su forma de representación (Pavis, 2015: 4;
Ubersfeld, 1989: 7).
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Parece que la teoría de la recepción podría ser una de las opciones más adecuadas
para acercarse a la obra teatral, ya que conecta ‒a través del espectador‒ el mundo
ficcional creado sobre el escenario con el de la realidad extratextual, el referente del texto.
Vincent Jouve apunta a la construcción mediada por el texto de una ilusión de personaje,
que se refiere a la parte intersubjetiva de la recepción del texto ‒para defenderse de los
que critican el carácter subjetivo de la percepción individual–. Así, explica que “la obra
se presta a diferentes lecturas, pero no autoriza cualquier lectura. La libertad del lector
está codificada por el texto” (1992: 15). Mientras que asume que el texto puede estar
abierto a diferentes interpretaciones, Jouve rechaza los acercamientos sin base textual y
pone el foco en “una primera lectura, la que se conforma al desarrollo lineal de la
narración” (1992: 21). Este acercamiento es especialmente interesante en el caso de la
recepción teatral, pues coincide con la representación de la pieza frente al público, que
tiene una recepción lineal en tanto que ve la obra puesta en escena por primera vez. Sin
embargo, desde el acercamiento propuesto se hace necesario una lectura más profunda ‒
propia del lector instruido‒ para analizar las estructuras y fenómenos que no son
reconocibles a simple vista.
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teoría de la recepción para clarificar por qué la noción de persona no puede ser totalmente
apartada en el análisis de los personajes:
Unless we take the view that the critical consensus of virtually all preceding epochs of
literature was based on a delusion, we must deal with the fact that the canonical texts of the
Western literary tradition have seemed to readers to deal with people and to project powerful
images of discrete human beings. Indeed the characters who figure in the classical texts have
elicited responses that are closely analogous to the responses people had to other, real people,
contemporary or historical (Hochman, 1985: 28).
Desde este posicionamiento, es necesario asumir que los personajes están construidos
mediante moldes humanos ‒excepto en algunas obras, como podrían ser El público o Así
que pasen cinco años, en el caso de Lorca‒.
En esta dirección, Kurt Spang diferencia tres aspectos llamativos en vías de definir
la figura dramática, el personaje. Por un lado, señala las “relaciones de correspondencia
y contraste” (1991: 157), que se refieren a las características que pueden hacerlos
similares o diferentes con respecto a los otros, en tanto que estas relaciones son
importantes en el momento de estudio de los personajes dramáticos. Por otro lado, el
alemán alude al comportamiento de éstos y a las relaciones entre ellos para señalar un
segundo factor caracterizador, así como a los códigos extraverbales (vestuario,
maquillaje, gestualidad…). Por su parte, Pavis define la “caracterización” como una
“técnica literaria o teatral utilizada para proporcionar informaciones sobre un personaje o
una situación” (1998: 63). Así, no hace sólo referencia al espectro de los rasgos del
carácter, sino que también engloba otros aspectos. Henrik Dyfverman, por ejemplo,
apunta hacia la conexión entre los rasgos caracteriales y los estados de ánimo, diciendo
que “el personaje retratado no es sólo una persona, un cierto carácter. Es también en cada
momento de la obra esta personalidad en un cierto estado de ánimo” (en Josephs y
Caballero, 1988: 23). Spang explica que “de un modo general, la caracterización de la
figura dramática se puede definir como presentación plurimedial de rasgos psíquicos
constantes. Ahora bien, aunque el objetivo de la caracterización es la plasmación de los
aspectos psíquicos permanentes de la figura, lo transitorio y lo efímero de sus actos no es
totalmente desvinculable de lo duradero; lo primero es expresión de lo último; la forma
de ser de una persona condiciona su manera de actuar, y ésta nos suministra informaciones
acerca de su carácter” (1991: 166).
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señala como medio de caracterización al nombre de los personajes y de los lugares. En
tercer lugar, Pavis explicita que tanto el discurso proveniente del propio personaje como
las referencias que a éste hacen otras figuras también sirve como caracterización. Bajo el
epígrafe de “juegos escénicos y elementos paralingüísticos: tonos, mímica, gestualidad”
(1998: 64) acoge el lado más específico de la escena, conectándolo a su vez con las
didascalias ‒donde estos datos suelen estar recogidos‒. En último lugar, el crítico señala
las acciones dentro de la obra, así como a la importancia de elementos como las ausencias,
las ambigüedades o los silencios por parte de los personajes para comprender, de esta
forma, sus motivaciones.
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la fuente principal de información para describir los movimientos y las acciones de los
personajes, prestando especial atención a elementos paralingüísticos como la gestualidad.
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El actante debe ser entendido como un elemento que asume una función específica
dentro del modelo actancial. Se describen hasta seis tipos y sus diversas funciones dentro
del modelo pueden resumirse como “una fuerza (o un ser D1); guiado por él (por su
acción), el sujeto S busca un objeto O en dirección o en interés de un ser D2 (concreto o
abstracto); en esta búsqueda, el sujeto tiene sus aliados A y sus oponentes Op” (Ubersfeld,
1989: 49). La pareja sujeto-objeto y su unión se define como el núcleo del modelo
actancial, pese a la dificultad para localizar quién es el sujeto de la acción ‒que, según
Ubersfeld, no debe ser asimilado automáticamente con el protagonista de la historia‒. El
sujeto es “aquello o aquel en torno a cuyo deseo se organiza la acción” (Ubersfeld, 1989:
56). Así, el sujeto puede incluso ser un personaje colectivo, pero no una abstracción, y ha
de hallarse en escena. También es preciso clarificar que el deseo que vertebra la acción
no puede ser considerado de tipo “conservador” en el marco de la relación sujeto-objeto,
ya que “no se puede considerar como sujeto de deseo a alguien que quiere lo que tiene o
que busca simplemente conservar lo que posee” (1989: 56).
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2.3 – El deseo en la producción dramática de Lorca
De esta forma, Girard propone que el deseo es, en toda ocasión, mimético. Así, el
sujeto deseante estaría emulando lo que el autor denomina un “mediador”, un tercer
elemento que genera el deseo en el sujeto deseante por el objeto de deseo a partir de un
mecanismo de imitación. De forma contraria al modelo del “deseo espontáneo”, que
puede ser representado con una línea recta dirigida desde el sujeto deseante hacia el objeto
deseado, Girard propone un triángulo en cada uno de cuyos vértices sitúa al sujeto, al
objeto y al mediador. Este último podría ser, por ejemplo, un enemigo que despierta
sentimientos negativos en el sujeto deseante y, así, da forma al objeto deseado o, en
sentido inverso, un modelo cuya imitación genera una atracción por el objeto deseado. Al
hilo de esta aseveración, el francés diferencia entre dos tipos de mediación en función de
la distancia entre el sujeto y el mediador, dando lugar al concepto de mediación externa
y mediación interna. Gracias a este acercamiento al deseo entendido como un fenómeno
fundado en el mediador y no en el objeto deseado o en el sujeto deseante, Girard resta
importancia a las características del objeto deseado en la dinámica que aplica a las leyes
del deseo (Girard, 1991: 25-30).
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apunta el concepto freudiano del “principio de placer”. Este tratamiento del deseo es un
elemento primigenio de la obra de Lorca que, al mismo tiempo, aparece en íntima
conexión con fenómenos como el amor, el erotismo, la atracción sexual o la pasión. De
este modo, el modelo de Ubersfeld se hace especialmente adecuado para el análisis dentro
de este marco de trabajo, ya que delimita de forma concisa el vector del deseo:
“Contrariamente a los análisis de Greimas, que enumera las motivaciones posibles del
sujeto que desea (amor, odio, envidia, venganza, etc.), nosotros limitaremos de buen
grado este deseo a lo que es en esencia el deseo del sujeto freudiano, es decir, al deseo
propiamente dicho, con sus diversas virtualidades: narcisismo, deseo del Otro y, quizás,
instinto de muerte” (Ubersfeld, 1989: 59). En este sentido, la autora francesa rechaza que
otros temas presentes en la obra lorquiana como el honor, el odio o el deber se puedan
erigir como deseos dentro de los límites de su modelo actancial, delimitando que la flecha
del deseo “es siempre, positivamente, deseo de alguien o de algo” (1989: 59). Aun así, es
preciso delimitar las posibles ambigüedades de la descripción de Ubersfeld con respecto
al “deseo del sujeto freudiano” o al “deseo propiamente dicho”, siendo una clarificación
adecuada la propuesta por Dumolié, quien explica que la aproximación freudiana al deseo
se relaciona directamente con la experiencia de la pérdida y, principalmente, consiste en
un esfuerzo por revivir el placer experimentado en un momento previo a esta pérdida
(1999: 79-86). En este sentido, el deseo al que se hará referencia se rige por el principio
de placer, obteniendo un amplio significado que puede ir desde el deseo de comer hasta
el deseo edípico de un hijo por la madre.
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pueblo” (acto I: 163). Es a raíz de este código moral que el deseo en la obra dramática de
Lorca siempre acaba frustrado. Los hombres deseados son de difícil acceso, bien por su
ausencia o bien por su prohibición, o, si son accesibles, aparecen retratados como carentes
en alguna faceta y no son capaces de despertar el deseo en las protagonistas, viendo éstas
frustrado su deseo. Esta relación directa del deseo con la ausencia, con la prohibición o
con la carencia del hombre asocia la visión general del deseo como un fenómeno
destinado al fracaso (León, 2008: 11).
Girard refuerza la concepción pesimista del deseo, ya que esta idealización sólo puede ser
sostenida si el sujeto deseante nunca se funde con el objeto deseado. La misma unión del
sujeto con el objeto de deseo sitúa en una posición de peligro al propio deseo, puesto que
el objeto deseado nunca podrá satisfacer las expectativas idealizadas del sujeto deseante
y desencadenará el desvanecimiento del deseo.
Gran parte de la crítica refiere que LcBA describe con mayor realismo la sociedad
rural andaluza, en contraposición a Bodas de Sangre o Yerma, que parecen más próximas
a lo surrealista (Klein, 1986: 283). En este sentido, es posible ver una mayor crítica social
en la obra que nos ocupa, comenzando con el desarrollo de un entorno femenino en el que
la sexualidad está reprimida ante la autoridad de Bernarda Alba, como es posible observar
a lo largo de la obra en los diálogos de las hijas. Martirio explicita que es mejor “no ver
a un hombre nunca” (I: 170) porque “a ellos les importa la tierra, las yuntas y una perra
sumisa que les dé de comer” (I: 171). En contraposición a esta represión, las mujeres
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hablan de los hombres y de las formas permitidas de acercarse a ellos, siempre tras la reja.
Es desde este espacio interno y cerrado que Angustias cuenta sus conversaciones con
Pepe cuando le “salía el corazón por la boca” (II: 196), que son confirmadas por La Poncia
(II: 197-198). El temor al poder de la madre hace que el resto de las mujeres hable de los
hombres a sus espaldas (Martínez, 2016: 203). Inés Marful apunta hacia una estructura
general con respecto a las figuras masculinas de la obra teatral en Lorca, presentando un
triángulo con la mujer en uno de sus vértices mientras los otros dos se hallan copados por
la lucha entre un varón débil (al que denomina “varón edípico”) y un ideal de
masculinidad (1991: 7), estructura que bien podría superponerse al modelo mimético del
deseo que plantea Girard.
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2.4 – Masculinidades en la producción dramática de Lorca
15
argumenta que “even if the sexes appear to be unproblematically binary in their
morphology and constitution (which will become a question), there is no reason to assume
that genders ought also to remain as two” (2010: 5-6).
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desaparecido. Es desde esta postura desde donde Lynne Segal argumenta que “when men
have written of themselves [...] they have done so as though presenting the universal truths
of humanity, rather than the partial truths of half of it” (1990: 261).
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excluyen del foco de atención. La idea de que, así en literatura como en el día a día, lo
masculino pasa desapercibido, siendo raro para el lector o para el espectador prestar
atención a un discurso que dirige la atención específicamente a la masculinidad, es la
piedra angular de su estudio.
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sitúa el énfasis sobre la “domination of women, competition between men, aggressive
display, predatory sexuality and double standard” (1995: 31).
Ramadés señala a los personajes masculinos del teatro de Lorca como causantes de todas
las “desgracias y frustraciones” de las mujeres, así como Lázaro Carreter apunta que “los
hombres son simples contrapuntos, meros pretextos para la pasión femenina. En la última
de sus tragedias, ni un solo hombre aparece. Pepe el Romano, siempre ausente, y siempre
vivo en la sangre de aquellas hermanas desesperadas es, simplemente, una tosca fuerza
masculina; de él lo ignoramos todo, salvo su poder de seducción” (1960: 33).
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son inaccesibles por algún tipo de prohibición relacionada con un código social que
penaliza ciertos comportamientos ‒como el adulterio‒, por lo que aparecen representados
como prohibidos. En el polo opuesto a estos personajes, que activan el motor del deseo
femenino, aparecen los personajes caracterizados como carentes, ya que aparecen
retratados como hombres deficientes o débiles (León, 2008: 11).
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posteriores a la muerte del poeta. Mientras que la actividad sexual del varón se aplaude ‒
o, en el peor de los casos, es discretamente ignorada‒, la sexualidad femenina es vista a
menudo con miedo o sospecha. Con base en el relato bíblico, la mujer es vista como
peligrosa, usando de forma astuta su sexualidad para seducir y corromper a los hombres,
en una asociación tradicional del hombre con el bien y de la mujer con el mal (1996: 34).
Las mujeres que inician o que fantasean con la intimidad física con el hombre no
aparecen, en la obra dramática de Lorca, reflejadas como presas y, en este sentido, no
“tienden una trampa”. Su comportamiento no se corresponde con la necesidad de
adueñarse de la excitación de los hombres, sino que, por el contrario, se mueven
impulsadas por sus propios deseos. Las mujeres en la obra de Lorca están comprometidas
con la búsqueda de su propio deseo mediante acciones determinadas siendo dibujadas
como “emancipadas” y no como mujeres “femeninas”, en palabras de Beauvoir.
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poderosa: “mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente” (II: 207). En este
caso, el hombre no es comparado con un líquido para calmar la sed de la mujer, sino que
su propia esencia se convierte en ese líquido saciante. Smith ha observado que la Novia
en Bodas de sangre también busca consumir a Leonardo mediante cada uno de sus
sentidos, refiriéndose a este proceso como “devouring orality” (1998: 48). La expresión
de Adela impacta con una profundidad tal que permite comparar la satisfacción de su
deseo mediante la sangre de Pepe con el sacramento cristiano de la comunión.
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3 – MASCULINIDADES EN LA CASA DE BERNARDA ALBA
La dominación ejercida por el hombre hacia la mujer es, como apunta Connell,
“the main axis of power in the contemporary European / American gender order” (1995:
74) y, en la obra de Lorca, parece haberse invertido. Gilmore observa ‒en un estudio
realizado a mediados del siglo XX‒ que el rol de la mujer en la sociedad española del sur
no era tan servil como podría esperarse, teniendo en cuenta la autonomía de la esposa en
el ámbito cotidiano del hogar. El autor observa que hay una tendencia hacia el ejercicio
de roles de poder en la mujer no basada en la autoridad femenina, sino aceptada a través
de la adopción del rol estereotipado del patriarca. Así, Gilmore resalta la resonancia del
verbo “mandar” en el ámbito doméstico, sugiriendo que es llevado a los límites de su
significado en este contexto y explicita que va más allá de la simple influencia e incorpora
un sentido político de poder y control (2000: 15). Si mandar es leído bajo esta acepción,
es preciso resaltar la potencia del primer diálogo que menciona a Bernarda en LcBA,
donde se alude a ella como “mandona” (I: 155). La violencia y dominación que ejerce la
matriarca en la casa dota al personaje de una masculinidad que hace decir a Rice que
“Bernarda’s gender is totally masculine” (1999: 340).
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Además, existen claras restricciones que operan en su esfera de influencia, como la clara
división entre el espacio interno y externo de la obra, que evidencia la restricción de su
poder como mujer al ambiente doméstico. Mientras que Gilmore observa que para las
mujeres en el ámbito rural “domestic power is real and unqualified” (2000: 318), también
alude a que ese poder depende directamente de un marido y, por lo tanto, opera dentro de
un marco complejo de interacciones de poder en las que intervienen factores como la
clase o la edad.
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3.2 – Masculinidades ausentes
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Connell, un lugar donde los hombres dominan y la mujer no puede ser libre (1995: 53).
La audiencia sólo tiene la experiencia directa del interior de la casa, pero es invitada a
transgredir la pared gracias a los relatos de las mujeres o a sus acciones. El episodio sobre
el robo del retrato de Pepe el Romano puede ser interpretado como una forma metafórica
de cómo los elementos masculinos invaden la casa, cómo, a pesar de su invisibilidad en
escena, la masculinidad se introduce en la obra. Ya desde el propio título de la obra, la
oposición dentro/fuera refleja la inexpugnabilidad de la casa excepto por las ventanas, el
lugar más peligroso ya que por él aparecen los hombres que colocan a las mujeres en el
lugar de sujeto deseante.
Evelyn Fox Keller plantea una “utopia in which gender and science run free, no
longer grounded either by sex or by nature” (1997: 196). Este deseo se acerca a lo
propuesto por Lorca en LcBA, donde el autor se aleja de forma clara de la tradicional
relación de lo masculino con el hombre mediante un proceso de atribución de
características típicamente masculinas a las protagonistas femeninas. La dominación que
ejerce Bernarda en su casa puede ser descrita, según las convenciones, como una
característica masculina. A este hilo, Lima comenta que Bernarda “has become manlike
in dominance and attitude” (2001: 139). Sin embargo, estos atributos masculinos no
suponen un reto para el género de las protagonistas, sino que vienen dados a través de su
discurso, ya sea oral o corporal. Lorca parece así aludir a la separación entre los conceptos
de “sexo” y “género” para sugerir a la audiencia la no aceptación de las normas
tradicionales de identidad de género.
También en este sentido, es posible ver cómo el dramaturgo fija una mirada
cargada de un deseo carnal en sus personajes varones. La dirección del deseo tradicional
implicaría que el hombre observa de forma activa la figura pasiva de una mujer y, como
es posible apreciar, en LcBA esta flecha se invierte, siendo la “mujer empoderada” ‒en
palabras de Beauvoir‒ quien examina al hombre. Según el psicoanálisis, la resolución del
complejo de Edipo comienza con el cese de la identificación del hijo con la figura de la
madre y la construcción de un Otro mujer ajeno a ella, generando una estabilidad en la
identidad del hombre dependiente de la perpetuación de esa oposición ‒lo que Nancy
Chodorow denomina “a psychological investment in difference (1994: 47). La sexualidad
masculina rampante, focalizada en el falo como “significante trascendental” (Freud,
2015: 47)‒, enfatiza constantemente la ausencia de falo en la mujer para marcar lo
femenino como diferente y deficiente. Es el hombre, tradicionalmente, quien debe
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enfatizar su propia sexualidad mediante un rol activo. Traspuesta en literatura, esta
dinámica puede ser rastreada a través de la función activa de la mirada, por la cual el
hombre observa a la mujer. La necesidad consecuente de demostrar la masculinidad de
forma constante conduce a una experiencia visual de la mujer cargada de significado
sexual. Mulvey observa que “in a world ordered by sexual imbalance, pleasure in looking
has been split between active/male and passive/female. The determining male gaze
projects its fantasy onto the female figure, which is styled accordingly” (1989: 19).
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definida como activa mientras que el hombre es cosificado como un sujeto pasivo.
Aunque la relación de dominación que se construye a través de la mirada puede ser
recíproca y continuar mediante un episodio de intimidad física, ya sea sugerido o real, en
LcBA prevalece un discurso sexualizado más por sus referencias directas y explícitas que
por referencias indirectas de una mirada sexual voraz. Las alusiones a la sed femenina
son el símbolo más frecuente y explícito que aparece en la obra; el calor excesivo y la
sequedad son evocadas en repetidas ocasiones. Las escenas de LcBA se guían por un
lenguaje que está positivamente saturado por la tensión que resulta de la frustración de
un deseo intenso.
Tanto la mirada de las mujeres como el relato sobre su deseo conducen la atención
hacia los hombres ausentes de LcBA, buscando un instrumento de satisfacción. De la
misma forma, sus estrategias de control de la relación con el hombre sitúan el foco sobre
el interior emocional del hombre, como se ha visto previamente en el caso de Bernarda.
Todos estos elementos se combinan armoniosamente, seduciendo a la audiencia y
moldeando sus percepciones para asegurar la atención sobre las masculinidades. Mientras
que Lorca consigue arrastrar a los personajes varones fuera de las sombras y colocarlos a
la luz del escenario, lo más interesante de su logro es el asombroso éxito que consigue al
colocarlos en el centro del escenario pese a estar materialmente ausentes. Gwynne
Edwards se acerca brevemente a esta técnica en LcBA sugiriendo que mediante el elogio
repetido de la masculinidad de los personajes varones ‒físicamente ausentes‒, Lorca trata
de separar el sexo ‒situado en el cuerpo del hombre‒ del género. De esta forma, el
dramaturgo cuestiona los márgenes del género en tanto que alude a la diferencia entre
ambos y no sólo señala lo femenino como “diferente” frente a lo masculino como
“universal” ‒desde el entendimiento bipolar convencional de los conceptos de sexo y
género‒ (1980: 67-68).
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protagonistas de la casa, sujetos activos de deseo, son una fuente constante de comentarios
elogiosos hacia sus objetos de deseo, convirtiéndose de esta forma en portavoces de cierto
ideal masculino.
Para mostrar el deseo sexual y romántico de las mujeres en escena, Lorca elige
hacerlo antes de que cualquier personaje hombre haya tomado cuerpo en escena, para que
la audiencia se identifique con la agonía de su anhelo insatisfecho y con su búsqueda de
satisfacción. Los hombres son dibujados a los ojos de los espectadores como un recurso
para satisfacer el vacío creado por el deseo insatisfecho de la mujer. Así, desde un primer
momento de LcBA, tanto las protagonistas como la audiencia buscan al hombre fuera de
escena y anticipan su llegada, excluyendo la neutralidad de una primera impresión. Este
sentido de anticipación se localiza de forma más específica cuando un hombre en
particular es percibido por la mujer como candidato a rellenar el vacío de su deseo. Esta
presentación temprana del deseo femenino hace que el mismo deseo se convierta en una
lente para observar el resto de la obra e interpretarla subjetivamente.
a) Mediante objetos
De esta forma, la bolsa de dinero que aportan los hombres tras el funeral de
Antonio María Benavides (I: 154) no trae consigo un vínculo visual, sino que “the men
introduce themselves into the house indirectly through the gift that La Poncia brings”
(Lima, 2001: 139). La naturaleza de este regalo es significativa, ya que enlaza
directamente la masculinidad con la riqueza material. Sin embargo, más significativa es
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su presencia en el interior de la casa al inicio de la obra, pues supone una primera
esperanza de que la barrera presuntamente impenetrable es más porosa de lo que Bernarda
querría, de que existe una posibilidad de atravesar ese límite que separa a las mujeres de
los hombres en el interior de la casa.
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En los momentos finales de la obra aparece otro efecto de sonido cuidadosamente
posicionado, que atrae la atención hacia Pepe el Romano, fuera de escena. En el último
acto, Bernarda deja la escena con prisas, buscando la pistola cuando “suena un disparo”
(III: 277). La repercusión de ese sonido en la audiencia resulta problemática, puesto que
está predispuesta a suponer que el origen del mismo es consecuencia directa de una acción
femenina. La protagonista parece hacer alarde de su capacidad de dominación no sólo
dentro de la casa, el espacio que le es inherente, sino también más allá de sus límites. Sin
embargo, la relevancia específica de un disparo fuera de escena conlleva un importante
significado simbólico. El tiro evoca la idea de Bernarda apuntando a Pepe, “atrapándolo”
en el marco de su mirada y disparando la bala. Que su intento no sea satisfactorio no es
conocido de inmediato y, durante la fracción de segundo en el que el disparo reverbera
sobre el teatro, las mujeres en escena ‒así como el público‒ son cautivadas por la
poderosa imagen de una bala, saturada del poder de penetrar y matar, trazando su
recorrido desde los ojos de la mujer hacia el cuerpo del hombre.
Una vez más, la dirección es establecida desde la identidad de una mujer como
origen hacia un hombre como receptor. Tal y como está planteado el escenario, resulta
más sencillo imaginar a Pepe herido, sangrando en el suelo y huyendo con posterioridad,
que a Bernarda apuntando y disparando de forma sosegada. Es interesante que este evento
refleje tan claramente la dinámica que se identifica con la mirada de la mujer. Mediante
el uso de un disparo, Lorca trae a la mente una compleja relación en la que la mujer es
percibida como ostentadora del poder de capturar y cosificar la forma masculina como
pasiva, pero el hecho de que el disparo no alcance al hombre no resulta banal. Si Bernarda
es interpretada capturando la forma masculina mediante su mirada, la huida de Pepe es,
de forma absoluta, un emblema de la frustración del deseo femenino y del fracaso final
de la mujer al tratar de apresar al hombre pese a su determinación. Además, también
resulta representativo de la futilidad de los intentos de la mujer por ostentar su poder fuera
del ambiente doméstico.
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descrita frecuentemente como un punto estratégico en LcBA que permite evitar la
represión de las mujeres facilitando la mirada deseante hacia los hombres del exterior. Si
la casa es una olla a presión donde se cuecen los deseos y las emociones reprimidas, la
ventana es la válvula de escape que permite a las hijas satisfacer temporalmente sus
anhelos mediante la observación de los hombres. Si bien es posible entender la ventana
como una vía bidireccional, la intensidad del deseo femenino en busca de resolución hace
que predomine su acepción unidireccional, hacia los hombres del exterior (I: 181-182):
CRIADA. (Apareciendo.) Pepe el Romano viene por lo alto de la calle.
(AMELIA, MARTIRIO y MAGDALENA corren presurosas.)
MAGDALENA. ¡Vamos a verlo!
(Salen rápidas.)
CRIADA. (A ADELA.): ¿Tú no vas?
ADELA. No me importa.
CRIADA. Como dará la vuelta a la esquina, desde la ventana de tu cuarto se verá mejor. (Sale
la CRIADA.)
(ADELA queda en escena dudando; después de un instante se va también rápida hacia su
habitación.)
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exterior masculino y el espacio interior femenino es en sí mismo un factor que contribuye
al potencial sexual que ocupa el espacio de unión. Esta división “elicits the inexhaustible
appetite for surveillance and transgression” (1989: 120) en la obra y subraya la tensión
que toma cuerpo en la “reja” ‒único obstáculo que bloquea el acceso representado por la
ventana‒. Lima (2001) también comenta el poder restrictivo simbólico de la verja. En el
momento en que queda claro que Pepe continuaba en una ventana de la casa, horas
después de haber dejado a Angustias, comienza un escándalo (II: 234-235):
BERNARDA. ¿Qué es lo que pasa aquí?
LA PONCIA. ¡Cuida de enterarte! Pero, desde luego, Pepe estaba a las cuatro de la madrugada
en una reja de tu casa.
BERNARDA. ¿Lo sabes seguro?
LA PONCIA. Seguro no se sabe nada en esta vida.
ADELA. Madre, no oiga usted a quien nos quiere perder a todas.
BERNARDA. ¡Ya sabré enterarme! Si las gentes del pueblo quieren levantar falsos testimonios,
se encontrarán mi pedernal.
Esta revelación dramática hace patente la carga sexual de la ventana, que es buscada y
experimentada en privado por cada una de las mujeres. En cierto modo, la sugerencia de
que la ventana es un instrumento para el placer femenino, empleado para mirar con deseo
los objetos prohibidos del exterior contradice el acercamiento al espacio como una zona
de deleite bidireccional. Incluso si la ventana es usada para satisfacer el deseo, como en
las conversaciones entre Angustias y Pepe, esta transgresión puede ser vista como
bidireccional, mientras que la vigilancia no lo es. A este respecto, el hombre ‒presente
únicamente en el espacio extraescénico‒ es el objeto de la vigilancia y es hecho presente
en escena pese a su ausencia. Las mujeres actúan como una lente que proyecta la mirada
del espectador más allá de los límites del escenario.
d) Mediante descripciones
El uso de las descripciones que hacen las protagonistas es el método más frecuente
para caracterizar a los hombres ausentes. Los diálogos centrados en torno a la figura del
hombre ayudan a dibujar en la mente del espectador a la persona en cuestión. En el caso
de Pepe, el espectador es dirigido a juzgar a Pepe el Romano, a pesar de su ausencia,
como un resultado de las descripciones que de él ofrecen las hermanas: “es buen hombre”,
“tiene veinticinco años y es el mejor tipo de todos estos contornos” (I: 175-176). La
simple mención de un personaje masculino se encarga de que su ausencia física no sea
equivalente a su exilio del discurso dramático.
33
sobre la masculinidad. Edwards ha observado que “La Poncia paints a verbal picture of
the young men’s strength and looks” (1980: 255), refiriéndose a los Segadores. Resulta
significativa la idealización de la belleza física masculina que se repite a lo largo de estas
descripciones. Pese a la tendencia de la masculinidad a permanecer oculta tras la
presumida neutralidad del género, la exaltación repetida de la belleza física masculina en
las referencias descriptivas de las mujeres de la casa añade énfasis a lo que podría verse
convertido en un diálogo monótono y sin pretensiones, creando un monumento verbal a
la masculinidad de los hombres ausentes.
34
Los primeros minutos de la obra están marcados por referencias constantes a este
suceso extraescénico, aumentando su impacto. Las primeras palabras de La Poncia
forman un relato descriptivo del funeral que narra su experiencia visual directa: “Llevan
ya más de dos horas de gori-gori. Han venido curas de todos los pueblos. La iglesia está
hermosa. En el primer responso se desmayó la Magdalena” (I: 139). Lorca aumenta la
conciencia del funeral más allá del sonido de las campanas, añadiendo a este símbolo un
significado más allá del patriarcado eclesiástico: las campanas traen la figura del padre
muerto ‒o, al menos, su memoria‒ al centro de la escena. Además, cuando el funeral ha
terminado y las mujeres retornan, la Criada expone su información (I: 147):
CRIADA. […] Sí, sí, ¡vengan clamores! ¡Venga caja con filos dorados y toallas de seda para
llevarla! ¡Que lo mismo estarás tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso
con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a levantarme las
enaguas detrás de la puerta de tu corral!
La audiencia puede así conocer las emociones íntimas de este personaje con respecto a
Antonio. La energía del monólogo hace que el interés se centre en el hombre que
desprende tal pasión, pero sus palabras añaden una nueva dimensión. El discurso de la
Criada tiene un carácter extremadamente sexual, lo que refuerza el elogio de la
masculinidad que es posible apreciar en las referencias descriptivas que las mujeres
realizan a lo largo de la obra.
35
3.3 – El ideal de masculinidad
Una escena clave en la que el texto transmite una imagen masculina ideal es la del
paso de los Segadores por la calle. Al inicio de esta escena, el discurso de La Poncia es
de elogio: “No hay alegría como al de los mozos en esta época. Ayer de mañana llegaron
los segadores. Cuarenta o cincuenta buenos mozos. [...] Vinieron de los montes. ¡Alegres!
¡Como árboles quemados! ¡Dando voces y arrojando piedras!” (II: 211). Junto con el
elemento simbólico del “árbol” ‒elemento de complicada caracterización, pudiendo tener
significado de “robusto” en este contexto‒, aparece una imagen de la masculinidad como
alegre, hermosa, alborotadora y sexual. Tras el paso de los Segadores cantando, Amelia
los caracteriza como resistentes al exclamar “¡y no les importa el calor!” (II: 213) y, con
la advertencia relativa a la ventana, son descritos como atrevidos y fuertes.
36
aparece una imagen de Pepe como transgresor, desleal, cobarde, frío, preocupado…,
destacando la ausencia total de rasgos positivos en su autocaracterización. Aun así, pese
a su posición como personaje diegético, el Romano no está ausente para Adela ‒con quien
se encuentra en el espacio extraescénico en varias ocasiones‒ o para cualquiera de las
otras mujeres de la casa, quienes añaden información del personaje a través de la
heterocaracterización (tabla 2).
En varias de las alusiones de Adela, el poder de seducción de Pepe es exaltado,
así como su sensualidad, su carácter dominador, su fuerza y su poderío. El comentario de
Magdalena, “Y un hombre tan guapo” (II: 196), apunta hacia la belleza como un ideal de
masculinidad. Sin embargo, es La Poncia quien ejerce el papel de portavoz, independiente
del eje del deseo. Esta criada, con su sabiduría popular, su voluntad de ayuda y su
capacidad de comprensión, es el personaje más autorizado por el mismo texto, como
escribe Fernández-Cifuentes: “La Poncia es la que sabe, la que habla, la que vigila, la que
define” (1983: 99). Así, en varios momentos de la obra parece ser la única que conoce en
profundidad lo que sucede en la casa, como cuando le dice a Bernarda: “Adela. ¡Esa es la
verdadera novia del Romano!” (II: 231). También al inicio del tercer acto, en medio de
una tranquilidad aparente, La Poncia le dice a la Criada: “¿Tú ves este silencio? Pues hay
una tormenta en cada cuarto. El día que estallen nos barrerán a todos. [...]” (III: 260),
prediciendo el final trágico de la obra.
Adela también caracteriza a Pepe con numerosos rasgos con carga negativa
(codicioso, falso, mentiroso) pese al retrato como figura sensual, seductora y dominadora
‒que coincide con la imagen ideal que el texto favorece‒. La pequeña de las hermanas
asocia a Pepe con símbolos como los juncos o el león, en referencia a la sexualidad, el
erotismo, la fuerza o el poder. El símbolo de la sangre muestra una cierta dualidad entre
la muerte y otros aspectos, como la fertilidad, haciendo una descripción hiperbólica del
Romano: “Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente” (II: 207 ). Martirio
también añade elementos negativos a la descripción de Pepe (codicioso, falso, malo,
cobarde) que sobrepasan en número a otros de corte positivo (atractivo, seductor,
honesto), adquiriendo una intensidad que no se halla en la descripción de Adela, como
cuando se refiere a Pepe como “Ese hombre sin alma” (III: 270).
37
RASGOS SÍMBOLOS
HETEROCARACTERIZACIÓN
- Seguro
- Dominante
- Desapasionado *
- Frío *
ANGUSTIAS - Distraído
- Preocupado *
- Distante *
- Falso
- Inaccesible
- Engañoso
- Transgresor
• Sangre
- Falso
• Juncos
ADELA - Seductor
• León
- Sensual
- Dominante • Caballo
- Codicioso
- Atractivo
- Sincero
- Honesto
- Codicioso
• Luna
- Falso
MARTIRIO • Noche, oscuridad
- Seductor
- Malo • Caballo
- Transgresor *
- Desleal *
- Cobarde *
- Joven
- Atractivo
MAGDALENA - Codicioso • Noche, oscuridad
- Falso
- Seductor
- Atractivo
- Seductor
AMELIA • Caballo
- Codicioso
- Falso
- Transgresor *
- Falso *
LA PONCIA - Desleal * • Mar
- Seductor
- Sexual
CRIADA - Fuerte
- Peligroso
BERNARDA • Noche, oscuridad
- Amenazador
- Cruel
MARÍA JOSEFA • Gigante
- Inhumano
- Incorrecto
PRUDENCIA - Tacaño
CARACTERIZACIÓN AUTORIAL
• Noche, oscuridad
• Caballo
AUTOCARACTERIZACIÓN
- Transgresor
- Cobarde
* acciones que hetero y autocaracterizan al personaje
TABLA 2: Características de la masculinidad ideal en Pepe el Romano de LcBA
38
Parece necesario reseñar el símbolo del caballo en relación a la masculinidad, que
aparece a lo largo de toda la obra. La asociación poética yace entre los hombres y sus
caballos, enfatizando la potencia física de lo masculino, así como ciertos valores como la
sexualidad y la virilidad. Esta asociación se da más frecuentemente mediante experiencias
auditivas más que visuales ‒resultan obvias las limitaciones de la escena para involucrar
animales, pero en LcBA la experiencia visual directa se ha visto fuertemente relacionada
con una serie de valores propios de la relación mujer-hombre‒. Así, Angustias habla de
que ha visto el caballo de Pepe por la noche junto con su amo, pero Amelia revela que,
pese a que no vio a Pepe”, oyó “los pasos de su jaca” (II: 193). La narración de
experiencias auditivas frente a experiencias visuales tiene el efecto de distanciar al sujeto
de la enunciación del origen masculino del sonido ‒por lo que el caballo representa
simbólicamente al amo‒ sin disminuir la extensión del hombre como centro de atención.
Como símbolo del deseo, el caballo aparece varias ocasiones en el tercer acto,
asociado al término garañón ‒asno de extraordinaria corpulencia que se echa a las yeguas
para la procreación‒ tanto por Bernarda como por Adela. Mientras que la primera ordena
que lo guarden en el corral porque “debe tener calor” (III: 244), consciente del peligro
simbólico que supone el deseo libre ‒tanto que asusta a Amelia‒, Adela ve en el caballo
una esperanza (III: 252-253):
ADELA. El caballo garañón estaba en el centro del corral. ¡Blanco! Doble de grande, llenando
todo lo oscuro.
AMELIA. Es verdad. Daba miedo. ¡Parecía una aparición!
Tanto es así, que la propia Adela lo utiliza como una metáfora de la capacidad de su
deseo, de la intensidad y la fuerza de éste: “No a ti, que eres débil: a un caballo encabritado
soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique” (III: 273).
39
4 – EL DESEO EN LA CASA DE BERNARDA ALBA
Edwards considera que, en las obras de Lorca, “the theme of frustrated woman
was clearly a central one” (1999: 171). En LcBA, la intensidad de la frustración se ve
incrementada por el ambiente claustrofóbico del contexto, una casa donde las mujeres no
pueden ver satisfechos su deseo de amor por los hombres, quienes tienen prohibida la
entrada, pero tampoco por su madre. Esta frustración del deseo denegado se vuelve
sobrecogedora para Adela cuando, erróneamente, piensa que Pepe ha muerto y abraza la
muerte como solución final, al estilo de una heroína trágica. Frazier ha discutido el
conflicto entre vitalidad y represión en la obra, describiendo esta oposición como “a
Lorcan constant” (1973: 15).
Pepe aparece, de acuerdo con el código moral que aparece en el texto, como un
un personaje cuyo acceso se encuentra dificultado para Angustias –a través de las normas
sociales del noviazgo y elementos simbólicos como la nocturnidad de sus encuentros o la
reja de la ventana– y prohibido para el resto de hermanas. Esta inaccesibilidad se hace
patente cuando varios personajes tratan de convencer a Adela para que no de continuidad
a su relación con el Romano. La Poncia le espeta “¡Deja en paz a tu hermana y si Pepe el
40
Romano te gusta, te aguantas! [...] no vayas contra la ley de Dios” (II: 204) y Martirio,
quien la reprende diciendo “¡Deja a ese hombre!” (III: 269). No obstante, en palabras de
la propia Adela, “Hace la que puede y la que se adelanta. Tú [Martirio] querías pero no
has podido” (II: 237). En esta confrontación aparece una distinción clara entre el “querer”
y el “hacer, dos facetas del deseo repetidas a lo largo de la obra: el deseo como una
configuración psicológica del personaje y el deseo como una acción.
La didascalia referida al tono de voz más bajo evita la referencia directa al deseo
prohibido de Adela, mencionado en una primera intervención (“estaba loca por él”) como
configuración psicológica pero rechazado posteriormente para que no le condujese a
hacer “otras cosas”. En base al deseo del que hacen gala a lo largo de la obra las hermanas,
es posible utilizar los modelos actanciales de Ubersfeld para analizar la estructura
profunda de la obra. En orden de importancia ‒en tanto que son las que más acciones,
diálogos o alusiones protagonizan en la obra‒ se hace necesario el análisis de varios
modelos, correspondientes a Adela, Angustias y Martirio, prestando atención a sus
dinámicas de deseo.
41
FIGURA 2: Modelo actancial, Martirio como sujeto deseante
Sin embargo, este deseo no parece ser principal en la obra ya que el vector no es
reversible ni existen posibilidades de que lo sea, con lo que este deseo se mantiene en el
42
ámbito de los pensamientos y no de la acción. El balance entre las casillas de oponente y
auxiliar ‒vacía en este caso‒ refuerza la idea de que es un deseo prohibido que se mantiene
así durante la obra. Pese a lo secundario del deseo de Martirio, ayuda a clarificar cómo
funciona el deseo en la obra. Existe una estrecha relación entre la función de Martirio
como sujeto deseante en su modelo frente a la posición de oponente que ocupará en el
resto de los modelos analizados.
43
ambigüedad está presente a lo largo de todo el segundo acto, ya que Angustias se muestra
conforme con la boda y habla con su pretendiente, pero no expresa verbalmente su deseo.
En el tercer acto continúan los preparativos de la boda con la compra del ajuar y
Angustias se muestra positiva por primera vez, en conversación con Prudencia (III: 247).
Sin embargo, poco después contradice sus palabras hablando con su madre –“Una ya no
sabe lo que quiere” (III: 250)–, creando la duda de si es su deseo lo que falla o el de Pepe,
de quien dice que está distante. Así, el deseo de Angustias hacia Pepe queda en suspenso
ya que puede ser que la protagonista vea la boda como una forma de salir de la casa:
“Afortunadamente, pronto voy a salir de este infierno” (II: 191). Newberry ya apunta
hacia esta dirección: “Angustias, the only well-to-do sister, plans to enter into a loveless
marriage in order to escape the stifling environment” (1976: 804). Su ambigüedad destaca
en el contexto total de la obra, sobretodo en contraposición con la vehemencia de Martirio
y Adela, lo que parece apuntar a que no sea el modelo central de la obra.
Así, el deseo de Adela por Pepe conforma el modelo actancial que organiza la
acción de LcBA ‒Ubersfeld explica su teoría como un eje sujeto-objeto que “organiza la
acción” y “arrastra en su movimiento a todo el texto” (1989: 61)‒ y, además, es posible
hablar de la reversibilidad del vector deseo. En las distintas escenas de la obra se aprecia
cómo las acciones y conflictos de esta giran en torno al deseo de Adela, quien se rebela
contra sus oponentes para tratar de satisfacer su deseo.
44
Desde el primer acto, la pequeña de las hermanas da indicios claros de su deseo
en el diálogo por el que descubre la intención del Romano de casarse con Angustias:
MARTIRIO. ¡Es un vestido precioso! […]
MAGDALENA. ¡Lo mejor que puedes hacer es regalárselo a Angustias para su boda con Pepe
el Romano!
ADELA. (Con emoción contenida.) ¡Pero Pepe el Romano…!
AMELIA: ¿No lo has oído decir?
ADELA. No.
MAGDALENA. ¡Pues ya lo sabes!
ADELA. ¡Pero si no puede ser!
El uso de “pero” como conjunción adversativa, con la que inicia sus dos intervenciones,
hace patente su objeción y oposición, al mismo tiempo que deja abierta su última
intervención con los puntos suspensivos. Refuerzan estos indicios las didascalias, que la
describen “con emoción contenida” y “rompiendo a llorar con ira” (I: 180). El malestar
de Adela continúa a lo largo del segundo acto, gracias a referencias de que está “sin
sosiego, temblona, asustada, como si tuviese una lagartija entre los pechos” (II: 190), o
que “está mala” porque “no duerme apenas” (II: 199). La referencia al presunto insomnio
de la protagonista concuerda con las rondas de Pepe a altas horas de la madrugada, tras
haber hablado con Angustias. Así, el deseo de Adela aparece en primer lugar gracias a
alusiones indirectas, como las que aparecen en el primer acto, y en alusiones explícitas,
como en el diálogo entre La Poncia y la Criada (III: 260-261).
45
Con respecto a este modelo actancial, es posible revertirlo para colocar a Pepe en
posición de sujeto y a Adela como objeto de deseo. Pese a la ausencia del Romano de la
escena, su deseo es central en la obra y se cuela en la misma a través de los diferentes
canales estudiados previamente. Durante todo el segundo acto es posible tener noticia de
las actividades nocturnas de Pepe alrededor de la casa tanto con Martirio como con Adela
y, al final de esta parte, se escucha de boca de Adela que “¡Él me quiere para su casa!”
(II: 237). Como señala Gabrielle, “any discussion of Adela entails a discussion of Pepe”
(1994: 386). El desequilibrio entre las posiciones de ayudante y oponente en este modelo
reversible refleja la prohibición que ronda ambos deseos, de forma que en ninguno de los
dos existe más cooperador que el propio sujeto y todos los demás actantes se sitúan en
contra de su deseo.
46
4.2 – El deseo de Adela
Para completar el desarrollo del modelo actancial que tiene como sujeto a Adela,
es preciso analizar si se produce la transfiguración que Girard propone como definitoria
del deseo. Según este autor, la imagen ilusoria que un sujeto deseante crea a partir del
objeto es mantenida en tanto que el objeto de deseo es inalcanzable. No obstante, si este
objeto se convirtiese en accesible, esta imagen irreal que el sujeto deseante posee se
desvanece, eliminándose también el deseo. Así, el deseo necesita de obstáculos que
pospongan el encuentro con el objeto, siendo necesaria la separación para sostener la
transfiguración y, consecuentemente, el deseo. Girard, además, añade el concepto de
transfiguración mimética basándose en el carácter imitador del deseo: “el prestigio del
mediador se comunica con el objeto deseado y le confiere un valor ilusorio” (1985: 22).
47
a las costumbres nocturnas de la pequeña. Del mismo modo, cuando La Poncia le
pregunta “¿Por qué te pusiste casi desnuda con la luz encendida y la ventana abierta al
pasar Pepe el segundo día que vino a hablar con tu hermana?” (II: 204), también parece
estar indicando que el deseo de Adela se desencadena a raíz del noviazgo de Angustias.
Sin embargo, el hecho de que los intentos de la hermana pequeña de seducir a Pepe
ocurran en paralelo al compromiso de la mayor no es garante de que este deseo nazca a
partir de este hecho o que esté basado en un mecanismo de imitación, propio del deseo.
Las palabras de La Poncia y la Criada (II: 260-261) en las que se deja entrever una
relación previa entre Pepe y Adela desliga el deseo de ésta con el de su hermana.
48
Romano es posible encontrar un caso de transfiguración parcial, que no parecen indicar
que el deseo de Adela vaya dirigido en última instancia hacia él.
Sin embargo, si planteamos a Pepe como el mediador del deseo de Adela por el
único concepto plenamente idealizado de la obra, la masculinidad, el modelo actancial
adquiere un significado más profundo y satisfactorio:
En este planteamiento, Adela se sitúa como sujeto deseante del Romano, objeto
de deseo, pero que funciona como un mediador mimético del concepto que, como se ha
visto previamente, se idealiza de forma total en la obra: la masculinidad. En su función
como mediador, Pepe mantiene la dualidad idealización-desprecio que exige Girard para
que el modelo funcione, mientras que la masculinidad aparece como sublimada. Esta
transfiguración se sostiene en tanto que inalcanzable, por ser Adela una mujer a la que ni
su familia ni las normas y códigos morales de la obra le permiten alcanzar las
características masculinas que aparecen indicadas en la obra.
49
5 - CONCLUSIONES
Fernández-Cifuentes alude que “casi todos los personajes femeninos de Lorca […]
presentan alguna carencia que su código declararía fundamental: carencia del marido, la
del padre, la del hijo o la de todos juntos” (1983: 94). Destaca, pues, el estudio que se ha
realizado tradicionalmente de las mujeres en la obra del dramaturgo –piezas centrales en
la mayoría de sus piezas, sin duda– frente al estudio de esos maridos, padres e hijos
ausentes. En LcBA, el hombre es una “ausencia omnipresente y dominadora” (Miró, 1988:
56), lo que ya indica que su participación en las acciones de las protagonistas es
merecedora de una atención más específica que la dada tradicionalmente.
Sin embargo, siguiendo las teorías de Ubersfeld, el vector deseo que apunta
directamente hacia Pepe el Romano aparece como insuficiente cuando es aplicado a las
protagonistas de LcBA. Si bien quedan descartadas tanto Bernarda como La Poncia o la
50
Criada –por ser sus deseos de tipo conservador, por ser su voluntad la de preservar el
orden tradicional–, los deseos de Angustias, Martirio o Adela son lo suficientemente
fuertes como para movilizar el entorno a su alrededor. En el caso de Martirio, a través de
la escena del robo del cuadro, es posible apreciar cómo se maneja en el “querer”, en el
deseo de dar alcance a la figura ausente del Romano. Sin embargo, la ambigüedad con
respecto a la posición de mediador que ostenta Adela y el hecho de que este deseo no
tenga posibilidad de reciprocidad hace que Martirio sea descartada como originadora del
deseo que genera el movimiento en LcBA.
51
Por el contrario, es posible atestiguar que Adela utiliza un lenguaje ambiguo y
oscuro en su descripción de Pepe, al que alude con símbolos muy potentes y positivos –
como el caballo, los juncos o el león– a la vez que describe con rasgos negativos. Este
enigma planteado por las palabras de Adela puede ser resuelto a la luz del concepto de
transfiguración de Girard –presente en su modelo del deseo–, por el cual se genera una
mezcla de admiración y odio hacia el objeto de deseo. Sin embargo, en la escena final de
la obra, cuando Pepe huye a lomos de su caballo, la imagen ideal del objeto de deseo se
desmorona, deshaciendo la ilusión de transfiguración creada por Adela y dejando este
modelo actancial parcialmente resuelto.
Es en esta situación cuando se plantea la posibilidad de que Pepe sea tan sólo el
mediador del deseo de Adela por otro actante, no ya un personaje sino un concepto
abstracto. Ya apunta Girard que “el héroe de la mediación interna, lejos de vanagloriarse
de su proyecto de imitación, lo disimula cuidadosamente” (1985: 16). Es en este sentido
que es posible apuntar hacia la verdadera naturaleza del deseo de Adela, un deseo por lo
único que aparece completamente transfigurado e idealizado a lo largo de toda la obra,
pese a permanecer ausente de la escena. La masculinidad emerge como pilar fundamental
en LcBA, en el centro mismo del espacio mimético representado por los decorados de la
casa. Los comentarios de todas las protagonistas giran en torno a este concepto y es éste
mismo el que vertebra la obra en torno a su no presencia.
52
Adela desea conquistar una masculinidad no hegemónica que le será negada a lo
largo de toda la obra y, en el último momento, cuando parece haber conseguido arrollar
y sobrepasar todos los obstáculos que se le plantean en el microcosmos creado en el
interior de la casa donde está retenida, parece ser consciente de la realidad: está abocada
a la muerte. Su masculinidad es irrealizable extramuros, es un imposible en un entorno
dominado por el hombre y sólo le queda una opción: la muerte. Ya dice Girard que “la
verdad permanece oculta en el seno mismo de su desvelamiento” (1985: 21) y el deseo
de masculinidad de Adela ha sido disfrazado tradicionalmente como una tragedia del
amor imposible bajo la égida del heteropatriarcado. Sin embargo, en una lectura profunda
del texto de Lorca es posible atisbar como la pequeña de las hermanas no lucha a favor
de un amor prohibido, sino de unas características que le son negadas una y otra vez,
pagando el precio con lo único que no le puede ser arrebatado: la vida.
53
6 - REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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