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Considérese aquí la actual realidad socioeconómica del país a partir de los índices de pobreza y desigualdad que ofrece
periódicamente CONEVAL, y añádasele la perspectiva negativa que se abre en este momento (junio de 2020) a raíz de la
crisis sanitaria provocada por el COVID-19.
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Sería conveniente lograr eso por consenso de todos los actores e instituciones implicadas, sin presiones de ningún tipo
de por medio, atendiendo básicamente a criterios de interés social.
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importante para determinar la calidad de la propia vivienda. En ese sentido, una
buena ubicación urbana podría compensar ciertas ‘deficiencias’ de la vivienda. De
igual modo, el acceso a servicios comunes en el caso de conjuntos habitacionales –
sobre todo verticales– permite relativizar hasta cierto punto el criterio de
superficie, la cantidad de metros cuadrados útiles que tiene la vivienda. En todo
caso, es preciso establecer un mínimo ético de referencia3 en atención al principio
de dignidad humana. Hoy, dependiendo sobre todo de la ubicación de la vivienda,
los metros cuadrados son algo más orientativo que determinante a la hora de
elegir entre diversas opciones.
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A ser posible por consenso de todos los actores e instituciones implicadas, sin presiones de ningún tipo de por medio,
atendiendo básicamente a criterios de salud –física y psíquica– y dignidad humana.
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En casos como el de Monterrey se ha dicho que “el 20% del suelo urbano está desocupado” (Carlos Ortiz G.), lo que
implica un enorme desperdicio de infraestructura, servicios, etc.
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estas últimas a precios asequibles para los grupos de población que estamos
considerando; 4) amparo, protección y apoyo a iniciativas de autoconstrucción de
vivienda, pero siempre bajo supervisión y asesoría técnica de un arquitecto –o, en
su defecto, de un ingeniero civil–, para lo cual podría procederse a la creación de
cuerpos públicos de arquitectos que, de manera análoga al papel que desempeñan
los médicos de cabecera en el sistema público de salud, brindasen ese servicio de
forma gratuita; y 5) recuperar –con las adecuaciones pertinentes– la función que
tuvo el INFONAVIT en sus orígenes, haciendo que vuelva a implicarse directamente
en la producción de vivienda social de calidad, y superando así las limitaciones que
le acarrea su actual y exclusivo rol financiero.
8. El relativo bajo costo no tendría que ser sinónimo de resultados simplistas, mala
calidad o menor profesionalismo, y en ese sentido la vivienda social tiene que ser
entendida también –al igual que otros tipos de vivienda de mayor costo– como un
lugar para estar y disfrutar, para vivir, no sólo para ir a dormir o para sobrevivir,
es decir, no sólo una guarida en el sentido más animalesco de la palabra. Una
vivienda social bien resuelta será aquella que garantice u ofrezca “libertad de
habitar”. Abórdese por tanto como problema complejo que habrá de requerir
también, en coherencia, soluciones complejas.
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Puede ser mediante estímulos de diversa índole, por ejemplo de carácter fiscal.
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pagarles hasta este momento por sus servicios particulares, que son una minoría–,
lo cual implica un (humilde) acercamiento a esa mayoría social desatendida hasta
ahora, que vive en condiciones de pobreza o con algún tipo de carencia o
vulnerabilidad (**); y 3) de recuperación de valores éticos, filosóficos y
humanísticos, que equivale a “recuperar la intelectualidad como herramienta de
trabajo”, soltando lastre al mismo tiempo al desprenderse de la “codicia” y la
“banalidad” (***).
(*) El criterio de independencia obliga al gremio –representado por sus colegios profesionales– a
generar su propia agenda, autónoma con respecto a los intereses de la industria de la construcción,
sin que ello implique cuestionar la parte legítima de negocio que tiene la arquitectura a través de
esa industria. Dicha independencia podría expresarse también –como complemento a esa pizca de
rebeldía frente a las injusticias sugerida antes– en términos de apoyo o reivindicación de mejora de
las condiciones laborales y salariales de los trabajadores de la construcción, que no deja de ser una
apuesta de progreso social. Por lo demás, acercarse a esa mayoría social a través de la vivienda,
sobre todo en los casos de autoconstrucción, implicará trabajar directamente con los pobladores,
escuchándolos y ‘educándolos’, y con idéntico profesionalismo al ejercido con otro tipo de clientes.
(**) En cuanto al criterio de compromiso social, el hecho de trabajar para ciudadanos con limitados
recursos económicos no es algo necesariamente incompatible con la idea de negocio. El reto está
en lograr conciliar esa exigencia con el principio ético-humanista de prestar servicio a quien lo
necesite, más allá de su condición o nivel socioeconómico, de modo análogo a lo que representa el
juramento hipocrático para los médicos en relación a la salud de las personas. Por otra parte, el
compromiso social tampoco es incompatible con la prestación de servicios a clientes más
acomodados.
(***) El criterio de recuperación de valores éticos tiene múltiples derivadas. Pensemos, por
ejemplo, en la idea de calidad aplicada a la vivienda social. ¿Qué puede hacer ahí el arquitecto? La
tradición cultural judeocristiana ha servido de base a veces para proponer algo tan elemental como
no hacer (diseñar) para otros lo que no querríamos para nosotros o nuestras familias. O pensemos
también, si somos congruentes con la idea del derecho a la vivienda como principio básico de
inclusión social, en la necesidad de que se debata en los colegios de arquitectos la revisión del
arancel de honorarios profesionales para no excluir a nadie del servicio. Los arquitectos pueden
hacer verdadera política con mayúsculas; sólo tienen que atreverse a emplear su actividad
profesional como herramienta capaz de resolver –o al menos contribuir a ello– problemas sociales
como el de la vivienda.
10. Dado que la academia juega un papel determinante en la formación del perfil
con que llega el egresado al mundo profesional, ella es responsable también de
lo que ocurre con la vivienda social. La etapa de formación es clave en términos
de sensibilización de los estudiantes universitarios con la realidad social del país y
los grandes problemas nacionales. Es ahí, en la academia, donde hay que empezar
a inculcar la idea de servicio a TODA la sociedad; donde hay que mostrar
directamente a los estudiantes –para visibilizar el problema y suscitar empatía–
cómo viven los conciudadanos que habitan infraviviendas en las periferias
marginales de nuestras ciudades; donde hay que impulsar la generación de
compromiso social; donde hay que poner a trabajar a los alumnos en proyectos de
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esta índole desde los primeros semestres6 –incluyendo prácticas y experiencias
inmersivas en colonias populares– para que se familiaricen con la problemática;
donde hay que enseñar que a veces el arquitecto tiene que enlodarse o ensuciarse;
donde hay que combatir y evitar reduccionismos como la identificación de la
arquitectura con el negocio y la industria de la construcción; donde hay que
propiciar la complicidad de los estudiantes con la dimensión intelectual y
humanista de la disciplina; donde hay que formar alumnos críticos, capaces de
detectar abusos, engaños, simulaciones o corruptelas en los procesos de diseño,
aprobación oficial, construcción, venta y financiación de compra de vivienda
destinada a personas humildes o de escasa educación; o donde hay que fomentar
la investigación para la mejora continua de materiales de construcción más
eficientes y económicos, etc.
11. Sin cuestionar su legítimo derecho a hacer negocio con la vivienda social, el
sector empresarial, otro de los actores clave en la materia, tiene que hacer un
esfuerzo que se traduzca en mayor capacidad de empatía y sensibilidad social
con la población más desfavorecida del país, viendo eso incluso como un ejercicio
de patriotismo. En ese sentido, resulta desacertado, por ejemplo, tratar de
defender –como se hace a veces– las llamadas “minicasitas” de los
macrodesarrollos horizontales de vivienda unifamiliar con el argumento de que “si
esas casas se venden es porque no tienen nada de malo”. Si a las múltiples
evidencias científicas en contra de la calidad de esas viviendas se añade la ya
amplia experiencia de abandonos y la escasa o nula capacidad crítica de los
compradores, no es difícil inferir que si esas casas se venden no es porque sean
buenas sino porque no hay otra cosa en el mercado para ese segmento de la
población. Y se profundiza en el error, además, al pretender justificar falazmente
las supuestas bondades de esas viviendas en serie con el argumento de que
“siempre será mejor eso para quien viene de vivir en casitas de cartón y lámina”;
es decir, el beneficio no se hace depender de las cualidades intrínsecas de las
minicasitas sino de su comparativa con algo notoriamente peor. O dicho de otro
modo: “no me das algo bueno, sino sólo acaso lo menos malo (dentro de lo malo)”.
En consecuencia, la industria de la construcción tiene que asumir un cambio de
rumbo o paradigma que implique actitudes responsables ligadas a cuestiones de:
1) ‘generosidad’, sobre todo en el sentido de moderación en el afán de lucro; 2)
búsqueda de alianzas con gobiernos y organismos públicos que permitan rebajar el
costo final de la vivienda y ampliar así la base de beneficiarios potenciales; 3)
compromiso serio y firme con la calidad de los productos que ofrecen, tomando
siempre como referencia no infraviviendas sino los mejores resultados en materia
de vivienda social a nivel nacional e incluso internacional, es decir, la calidad –sin
necesidad de lujos– debe hacerse depender de la observancia de una variedad de
criterios perfectamente identificables –no basta con una estructura firme de
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En todo caso, la formación relacionada con arquitectura social, o más específicamente con vivienda social, no puede
quedar limitada a una materia optativa o de libre elección, de tal modo que llegue a ser posible obtener el título de
arquitecto sin haber visto nada de estos temas durante la carrera.
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concreto armado y unos muros sólidos– y no supeditarse a razones de rentabilidad
empresarial7; 4) anteponer, en relación al futuro usuario de las viviendas, la
condición de persona o ser humano a la de cliente o consumidor a la hora de
producir sus construcciones; 5) renuncia ética a todo tipo de presiones, amaños,
compra de voluntades y prácticas de corrupción en general para imponer intereses
particulares, ya sean individuales o de grupo; y 6) mejorar las condiciones laborales
y salariales de sus trabajadores.
12. Urge aprender de los errores del pasado, de experiencias previas que –como en el
caso de las viviendas de muchos macrodesarrollos horizontales– hablan de
hacinamiento, uniformidad despersonalizante, etc. Ello invita a cuestionar los
modelos en serie, a ser más flexibles y diversos, menos rígidos; a entender que si
las familias son diversas y distintas, la oferta de vivienda tiene que serlo también.
Urge ampliar el abanico de posibilidades. Los desarrollos verticales favorecen más
esa flexibilidad.
13. ¿Sobra quizá referirse a la adecuación de las viviendas a cada entorno específico,
tanto en términos climáticos como culturales, antropológicos, de técnicas
constructivas, etc.? La experiencia demuestra –lamentablemente– que no está de
más insistir en ello. El asunto no es baladí, sobre todo porque a veces se recurre a
este ‘principio’ para abusar interesadamente de él, es decir, como excusa o
pretexto para no contravenir ciertas tradiciones o inercias culturales que hoy
pueden resultar contraproducentes para, por ejemplo, un desarrollo urbano
armónico y equilibrado.
14. Tan importante como dinamizar la oferta de vivienda social a través de nuevos
proyectos es promover la rehabilitación y puesta en valor de antiguos conjuntos
habitacionales de calidad que se encuentren hoy dañados o deteriorados –pero
que siguen dando alojamiento a muchas familias–, y cuyas comunidades de
vecinos no puedan asumir por sí solas las obras de mejora o mantenimiento
necesarias. Para favorecer esos procesos de rehabilitación se buscará el apoyo de
organismos públicos mediante préstamos a bajo interés o a fondo perdido.
15. Actuar de manera adecuada en esta materia tan sensible para el bienestar de las
familias no sólo beneficiará a los directamente afectados sino al conjunto de la
sociedad, evitando la proliferación de ciudadanos resentidos y eventuales
episodios de desestabilización social. Basándose en experiencias vividas en los
macrodesarrollos horizontales de viviendas unifamiliares, algunos estudiosos del
tema han descrito estos enclaves residenciales como “bombas de tiempo”.
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La rentabilidad sin calidad no es ética. Como tampoco es ético vender humo o falsos paraísos de felicidad.