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Lessa, Sergio (2014) O revolucionário e o estudo. Por que não estudamos?

Instituto Lukács. Brasil. Pp. 68-74 (traducción no oficial)

La lectura inmanente (págs. 68-74)


¿Cómo extraer de un texto lo que él contiene –en vez de proyectar, en el texto, nuestra
concepción del mundo?
Cuando se trata de precisar las concepciones de cualquier autor, es imperioso que
se conceda la más rigurosa prioridad al texto1. La lectura inmanente es el mejor conjunto
de procedimientos para una comprensión profunda del texto. El primer paso es tan decisivo
que trataremos de él al final, después de haber examinado el cuarto y último paso.
Iniciemos, por tanto, por el segundo paso: todo texto está compuesto de partes (si
fuese un libro, de capítulos, introducción, etc.; si fuera un artículo, de partes, etc.), y las
partes están compuestas de párrafos. Los párrafos, a su vez, están formados por sentencias.
En general, cada sentencia es un pensamiento, y cada párrafo, un raciocinio.
Pues bien, el segundo paso se inicia por la lectura de cada párrafo. Lo más frecuente
(y, aparentemente, que funciona mejor) es dar un número a cada párrafo de la parte
(capítulo, en el caso de libros; partes, en el caso de artículos, etc.) y, en seguida, examinar
cada párrafo como si fuese una totalidad independiente de los párrafos encima o debajo de
éste. Lo decisivo es retirar de cada párrafo la idea central, el raciocinio o información
fundamental –retirar de él la razón por la cual el autor redactó aquel parágrafo. Cuanto más
clara y concisa sea nuestra forma de anotar la idea central del párrafo, mejor será el
desarrollo posterior de la investigación.
Muchas veces el párrafo no es, así, tan independiente de los párrafos
inmediatamente próximos; otras veces posee dos o más ideas o informaciones centrales.
Sin embargo, debe ser tratado como una unidad aparte, separada de las otras, y la
anotación debe corresponder a esto. Como regla general, en ese momento de la
investigación no es recomendable que se anoten dos o más párrafos juntos: casi siempre
algo fundamental se pierde.
Muchas veces, incluso, entendemos tolas las palabras, pero no entendemos lo que
quiere decir el párrafo o parte de él. En ese caso, siempre e imperativamente, debemos
transformar esa duda en una pregunta. Algo así: “el texto afirma X y, en seguida, Y. Después
de Y, afirma Z. ¿Qué quiere el autor decir con Y en ese contexto?”. Ese procedimiento va
permitir que una duda “quede rondando” nuestra conciencia de tal modo que, más pronto
o más tarde, podamos encontrar la solución a la pregunta o, incluso, el avance de la lectura
pueda traer elementos que resuelvan la duda. Nunca debemos dejar una duda catalogada
como “no entendí”, pues eso nos coloca en un hueco negro, sin pregunta y sin significado,
lo que dificultará su solución futura.

1
Hasta lo que sabemos, fue José Chasin el primero entre nosotros que trató de esta cuestión,
en el ítem 3 de La Introducción a su O integralismo de Plínio Salgado (Chasin, 1978).
Hecho el párrafo primero, vamos al segundo. Hacemos el mismo procedimiento: la
idea central, dudas convertidas en preguntas, y así en adelante. Tenemos, aún, ahora, una
nueva tarea que no teníamos en el primer párrafo. Necesitamos aclarar la relación entre el
primer y el segundo párrafo. Puede ser una relación aditiva (“y”), adversa (“pero”, “con
todo”, “todavía”), un contrapunto (“por otro lado”), etc.
Hecho el segundo, al tercer párrafo! Ahora buscando establecer la relación entre
los párrafos anteriores y este que estamos estudiando.
Ese es el segundo paso: descubrir y anotar el contenido de cada párrafo, así como
las relaciones entre ellos.
El tercer paso prepara la próxima sesión de estudio. En los quince o veinte minutos
finales del tiempo que tenemos para estudiar, es necesario que dejemos las pistas que irán
a orientar la retoma del estudio. Si fuese un texto corto, digamos, de veinte páginas, es un
problema más simple del que sería si fuese un texto como El Capital, o Para más allá del
Capital, que reúne muchas centenas de páginas. En caso de que fuéramos siempre a repasar
todos los párrafos que estudiamos anteriormente, la investigación no conseguiría pasar de
las primeras pocas decenas de páginas. Por eso es necesario desarrollar un mecanismo que
posibilite, al retomar el estudio, realizar la recuperar rápida y eficiente de lo ya investigado.
Eso se consigue al final de cada sesión de estudio. Las anotaciones de los parágrafos
deben ser convertidos en un esquema, con marcas y todo lo demás, que indiquen algo así:
§1: “idea central” => §2: “idea central”
De tal modo que sea posible, de una mirada, recuperar el contenido de lo
anteriormente investigado.
Muchas veces, al volver al estudio, lo que nos pareció claro en el día anterior puede
no ser tan claro al día siguiente: a veces, no entendemos las anotaciones que hicimos! Es
necesario, entonces, regresar a lo que anotamos de cada párrafo. Si incluso así no
entendemos, debemos regresar al texto (pero, entonces, sabremos exactamente lo que
debemos leer en el texto para aclarar el asunto). Corríjanse entonces las anotaciones del
párrafo y el esquema y… manos a la obra, avanzamos en nuestra investigación.
Esos son los pasos segundo y tercero.
En ese momento de la investigación en que nos estamos aproximando a los párrafos
y sus relaciones, es más frecuente que raro que las personas entren en una –permítaseme
la broma– “depresión”. Por un lado, la investigación avanza tan lentamente en relación a
nuestras expectativas iniciales –plenas de inexperiencia y desconocimiento del texto– y
nuestras debilidades teóricas para comprender el texto van haciéndose explícitas de tal
manera –el único modo disponible de tomar conciencia de ellas y, de poco a poco,
superarlas–, que tenemos la sensación de que nunca seremos capaces de entender lo que
tenemos al frente. El desanimo surge y, a su vez, puede hasta impedirnos estudiar.
Intentamos encontrar justificaciones para abandonar el esfuerzo y hacer algo más
“productivo” – casi siempre, más fácil y más compatible con las alienaciones de la vida
cotidiana.
Todos pasamos por eso. Desarrollar la capacidad de colocar bajo control nuestra
subjetividad de tal modo que no seamos paralizados por esas (permítaseme, nuevamente)
“depresiones” hace parte del aprendizaje de cómo estudiar. Luego, con todo, esa sensación
tenderá a ser sustituida por la alegría (a veces también desequilibrada, que roza la euforia)
de estar aprendiendo y haber conseguido descubrir el mundo que antes era un “misterio”.
También en el caso de la euforia, algún control de subjetividad debe desarrollarse, aunque
sea por razones opuestas.
El cuarto paso será realizado en dos momentos. Al final de cada capítulo o parte
importante del texto, se debe redactar un pequeño y resumido texto en el cual sea dicho:
“En este capítulo el autor postula esta tesis (idea, categoría, etc.) y con tales argumentos
ordenados de esta forma”. El segundo momento es reunir, en un único texto, los textos
parciales que fueron producidos a lo largo de la lectura. En ese texto, final, resumido y
directo, sin rebuscamientos o “adornos”, decimos: “El autor escribió ese libro para defender
esa idea (o concepción, o conceptos, etc.) con tales argumentos así ordenados. En el
capítulo primero, postula X con tales argumentos; en el capítulo dos, postula Y con tales
argumentos”, y así en adelante. La mayoría de las veces, cuando se trata de un texto no
muy grande (un artículo o algo como Salario, Precio y ganancia, de Marx), el primer
momento puede ser dejado de lado e irse directo al segundo. En textos mayores, los dos
momentos son imprescindibles.
Al final del cuarto paso, podemos exponer con precisión el contenido del texto (libro,
artículo, ensayo, etc.), sus principales tesis, o encadenamientos de sus argumentos, etc. O
sea, tenemos el texto en nuestras manos. Acumulamos, en ese recorrido, un “tesoro”:
tenemos anotados todos los parágrafos y además, de pasada, un esquema general de toda
la obra. En caso que necesitemos, años después, recuperar ese texto, en poquísimas horas
podremos tenerlo todo en nuestras manos, nuevamente. Esto es el resultado natural de un
estudio bien hecho.
Percibam que el secreto de todo está en que no buscamos, en ningún momento,
nuestra opinión o sensación. No interesa lo que nosotros pensemos o dejemos de pensar
del texto; o lo que el texto nos provoca o deja de provocar. Nuestra reacción subjetiva en
relación al texto no tiene ninguna importancia. Lo que importa es lo que el texto contiene,
cuáles son sus ideas principales, cómo articula los argumentos, etc. Lo que el texto, en sí
mismo, objetivamente contiene es lo que importa –y no como a él reaccionan nuestras
individualidades. En la relación de nuestra conciencia con el texto, durante la lectura
inmanente, lo que es decisivo es el predominio del texto sobre nuestra subjetividad, no lo
opuesto.
Al final del cuarto paso, más de una conquista fue realizada –aunque ella venga
siendo preparada y realizada parcialmente desde el inicio de la investigación. Ya vimos que
la totalidad es más que la suma de partes– eso que es verdadero para las esferas inorgánica,
orgánica y social, también lo es para un texto. En posesión, por lo menos, del esbozo de la
totalidad del texto podemos tener una noción más clara y precisa del contenido de sus
partes. Muchas de las cuestiones que fueron transformadas en preguntas durante la lectura
son resueltas y respondidas a partir de ese acceso a la totalidad del texto. Otras veces,
aquello que leemos en este o aquel pasaje, sin ser falso o incorrecto, gana en contenido y
riqueza a partir de la totalidad del texto. La cuarta etapa, por eso, no es raro que coloque la
necesidad de una segunda lectura del texto para examinar algunas cuestiones que, ahora,
ganaron mayor relevancia. Esa es la razón por la cual el estudio de las obras clásicas
raramente se agota en una o dos lecturas.
En el caso de una segunda o tercera lectura, si una lectura inmanente no resulta más
necesaria, de todas formas se debe siempre realizar anotaciones e, incluso, siempre
terminar en un texto. Escribir es –siempre– la última etapa de un estudio bien realizado.
Finalmente, el primer paso.
Para que cada lectura inmanente sea bien realizada es necesario que sea preparada
con cuidado. En primer lugar, requiere un estudio sistemático. En caso de que estudiemos
un texto con mucho espacio de tiempo entre sesiones, o con poco tiempo en cada vez, la
investigación no avanza y se transforma en una tremenda frustración. Por eso es
imprescindible el ordenamiento de la vida cotidiana de tal modo que, por ejemplo, el
domingo de noche seamos capaces de establecer el programa semanal de estudio que
garantice que, hasta el otro domingo, tengamos disponible diez o quince horas para la
lectura inmanente. Esto es siempre posible y sólo depende de la decisión del revolucionario,
como ya vimos en el Capítulo IV.
Por otro lado, las jornadas de estudio de cuatro o cinco horas ininterrumpidas son,
típicamente, el límite para que no caiga de más la productividad al final. En mi experiencia
personal lleva entre 15 y 20 minutos para “entrar” en el texto en cada inicio de sesión y que,
cerca de dos horas y media después, mi concentración comienza a disminuir. Pero, algunas
veces, consigo llegar hasta a tres horas y media con una productividad todavía aceptable.
Una jornada más dura, de cuatro o cinco horas, agota mi capacidad de trabajo de todo el
día –aunque, más joven, eso no fuese así. Eso varía mucho de persona en persona y también
con la edad, y no debe ser tomado como una regla. Es importante que adquiramos
conciencia de nuestros límites.
Para que se consiga estudiar por horas seguidas, algunas comodidades son
imprescindibles: un lugar silencioso – o al menos no tan escandaloso –, una silla confortable,
una mesa adecuada y una iluminación (esta sí) perfecta (no puede ser lámpara fría o de esas
que consumen menos energía, pues ellas parpadean y cansan la vista; lo ideal son las
antiguas lámparas de filamentos).
Adicional a una vida cotidiana en la cual tenga lugar las horas necesarias de estudio
y un lugar con lo mínimo de comodidad, hay todavía un último acto para terminar el primer
paso: es necesario que preparemos nuestro espíritu. Los afanes y ansiedades de la vida
cotidiana no pueden perturbar nuestro contacto con el texto. Tenemos que concentrarnos,
apagar el celular, no atender el teléfono, impedir que el computador nos avise que llegó un
nuevo mensaje en Facebook (o similar) o un nuevo e-mail. En pocos minutos estaremos
visitando las ideas más geniales del más genial pensador de algún momento de la
humanidad, estaremos elevando nuestro intelecto al máximo que la humanidad consiguió
llegar en un dado momento histórico. Estaremos reproduciendo, en nuestra conciencia, una
parte fundamental de la trayectoria de la humanidad: no debemos permitir que nada de la
vida cotidiana, plena de alienaciones, atrape ese increíble “viaje”. Por eso, nada de celular,
teléfono, mensajes electrónicos o cosas semejantes mientras estemos, perdónenme, en ese
“nirvana” de los revolucionarios que decidieron estudiar.
Sin ese primer paso, ninguna lectura inmanente, lo que quiere decir, ningún estudio
serio, será posible. Principalmente de aquellos clásicos sin los cuales nada hay de teoría
revolucionaria. Las razones para esa imposibilidad están expuestas en los capítulos iniciales
y pueden ser así resumidas: en ese momento contrarrevolucionario en que vivimos, la
determinación de la existencia sobre la conciencia es de tal forma alienada que, sin alguna
separación de la vida cotidiana, ninguna formación teórica revolucionaria es posible.
Por dónde iniciar?
Esa no es una cuestión con respuesta simple. Por un lado, ninguna lectura inmanente podrá
ser bien sucedida si no atiende, por algún sentido, la curiosidad y el deseo de conocer el
mundo de lo que es un comprometido revolucionario. Sin que tengamos algún placer en el
estudio, el esfuerzo que requiere la lectura inmanente se vuelve casi insoportable. Es
importante que se inicie por algo con lo cual se tenga alguna afinidad.

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