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La polémica acerca de la superioridad de la literatura sobre el cine no es nueva, como tampoco

lo es, en general, la tentación de establecer una jerarquía entre las artes, por no hablar de la
distinción entre ars y techné, consideración de donde procede en buena medida toda esta
polémica. Y es que, como arte colectivo, ciertamente se juntan en la creación cinematográfica
diferentes técnicas, artesanías u oficios que coadyuvan en la creación de un producto artístico.
Ahora bien, ¿de dónde procede pues la consideración artística de este producto cultural sino en
la capacidad del director cinematográfico de aunar todos estos elementos orgánicamente en una
obra indiscutiblemente personal? Cabe recordar pues la distinción que suele realizarse entre
«cine de autor», ―aquel con un sello propio en el que la personalidad artística del director se ve
reflejada―, y «cine de estudio», esto es, en el que los elementos creativos que lo componen
aportan solamente un valor técnico a una producción impersonal en la que el director, guionista,
etc. pasan a desarrollar un papel puramente funcional y organizativo.
Hemos de retrotraernos a Hesíodo

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