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Jacqueline de Romilly

LOS GRANDES SOFISTAS


EN LA
ATENAS DE PERICLES
Una enseñanza nueva que desarrolló
el arte de razonar

Seix Barrai
F oto: Irrneli Jung

Jacqueline de Romilly nació en Chart res


el 26 de marzo de 1913 . Profesora de gr ie-
go c lás ico en las un iv ers id ad es de L ille
(1949-1957) y Pans-Sorbona (1957-1973)
y en el Co llège de France (1973-1984 , y
honorar ia desde es ta fecha) , en 1971 in-
gresó en la A cadém ie des Inscr ip tions e t
Be lles-Le ttres y en 1989 en la Academ ia
Francesa . Traduc tora de Tuc íd ides al fran-
cés , ha publi cado es tud ios sobre Esquilo ,
E u r íp id e s y H o m ero , e n tre o tro s ; pero
qu izá de m odo espec ia l se ha in t eresado
por la re lac ión en tre la G rec ia an tigua y
los grandes prob lem as de la p o lítica , en
libros ta les como Tucídides y el im peria-
lismo ateniense (1947) , Problem as de la
dem ocracia griega (1975) , o Grecia y el
descubrim iento de la libertad (1989) . Ha
ob ten ido ext raordi nari a resonanc ia su A l-
c ib ia d e s (1 9 9 5 ; Sei x B arrai, 1996) . Su
obra más rec ien te , H ector (1.997), se cen-
tra en la figura del héroe homérico .
JACQUELINE DE ROMILLY
de la A cadem ia Francesa

Los grandes sofistas


en la Atenas de Pericles
T r a d ucc ió n d el fr an cés p or

P IL A R G I R A L T G O R I N A

&
SEIX BARRAL
Tít u lo ori g i n a l:
Les Grands Sophistes dans
l ’Athènes de P éridès
Pri mer a e d ic ió n : abril 1997

© É d itio n s d e F allots, 1988

D e r e c h o s ex c lu s iv o s d e ed ic ió n en ca stella n o
reser va dos para t o do el m u n do
y p ro p ie d ad de l a tr a ducció n:
© 1997: E ditori a l S e i x Ba rra i, S . A .
C ó r ceg a , 2 7 0 - 0 8 0 0 8 B a rcelo n a

IS B N : 8 4 -3 2 2 - 4 7 7 4 - X

D e p ó s ito lega l: B . 14 .288 - 1997

I m preso en E s paña

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almacenada o tran sm itida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea e léc trico, químic o,
mecánico, ó ptico, de grabación o d e fo toco pia , sin permiso previo del editor.
A Paul Lemerle
PREFACIO

Al ev oca r la Ate nas del s iglo v a.C. ac ude en seguida a


nuestra mente una multitud de grandes no mbres y obras
deslumbrantes. Sabem os qué fue «el siglo de Pericles», qué
era Atenas en aquella s fechas después d e su papel en las
guerras mé dicas: l a ciudad más p od eros.a de Grecia ll E a
ne amaba
c la d me ocra ci
a ,us marina le aseguraba eld m o i-
nio del mar, estaba a la cez ab a de un verdader o i e omp e leó
ri y
smp s c sos u re co ur s enir s no tru e toslo m num e n d la
Acróp olis, alrededor de los cuales todavía n os ag olpam os
e n la actualidad. Sabe mos que a la sazón el esculto r Fidias
la dotó de célebres obras de arte. También s abe mos que
antes de la guerra del Pel op on eso, que oc upó el úl tim o ter-
cio del siglo, y durante toe da errsta, guófocles
a S y Eurípi-
des escribie ro n s us tragedias, y Aristófanes ro p jodu s s uco
e m i s.d a Sab em os que el h istori ador H erod oto fue a vi v ir,
la me n os durante unt iempo , aest a A te na
s de Pericles y que
Tucídides com en za ría una historia audazmente lúcida, con -
sagrada esta vez a la guerra del Pelop on eso, que enfrentó a
Atenas y a Espar ta, y duró c asi hasta finalizar el siglo.
Sabem os igualmente que Sócrates f rec uent aba l as calles de
la ciudad , disc utie ndo co n jóve nes aristócratas y descu -
br iéndo les ideas nue vas que ho y co noce m os p or d os d e su s
discípulos, Platón y Jenofonte. Sabemos, en fin, que toda
e actividad intelectual sep rolong ó ha sta el fina l del siglo.
sta
Cuand o se p ro dujo la derrota ateniense, que pu so fin a la
guerra del Pelo po neso en el año 404 , hacía veintici n añosco
que Pericles había muerto y p oco después morirían S ófo-
cles y Eurípides, Sócrates sería conde nado a muerte efí 61
399 y Tucídides desaparecería alreded or de esa misma
fecha. Sab em os que hub o un corto espa cio de tiemp o, p ero
capital, para la historia de la civ iliza ción griega e incluso de
la civilización occid ental. En c ambio, poc a gente co n oce a
los sofistas. Los no mbres de Protágoras, de Gorgias y, co n
mayor razón, los de Hipias, P ró dico y Trasímaco, sólo son
familiares para los especialistas.
S in embargo, es fáci l con stata r que en el desarro llo tan
a somb roso d e la ép oca d esemp eña ron un papel n o m en os
sorprendente. T od o par ece, en efecto, haberse llevado a
c o ba jo us influencia y co
ab n us pa rt o o el
icipa ción . T d
mundo recon ocía su import ancia, to dos los escritores de la
é oc
p a uf ero c
n dis ípulo ssuyos, to d osap re ndie ron alg ode
s s, s o o c t
lo sofista lo imitar n dis u ie n n llos.ro co e
A Protágoras lo en con tramos desd e el p rin cip io estre-
chamente vinculad o con Pericles , el p rin cipa l p ersonaje de
Atenas. Plutarco, en la Vida de Pericles, nos habla de estos
dos ho mbres disc ut iendo durante un día entero so bre una
cuestión de resp onsabili dad j urí dic a e n un acc id en te d ep or-
tivo. ¿D iscu sión ocios a y téc nic a? ¿ Disc us ión de «sofist as »
en el sentido mo der no del tér mino? Tal vez. o Per t é
ambi n
análisis de l a noció n d e respo ns abilidad y refl ex ión sob re el
derech o: toda la ev olu ción del derec ho ateniense y tod os los
debates de lo s orad ores, hi storiado res y tr ágic os sob re la
responsabilidad están latente s en la dis cusión. Nuestro
sofista aparece, en estas circunstancias , com o un h omb re
e
minente y respetado. D elm ism o m od o, uand c oP nd
e es
organizó en 443 el envío d e una colon ia panhelénica a
Turio, en el sur de Italia, fu e Protágoras el e nc ar gad o de
redactar las leyes: una gran respo ns abili dad para este
extranjero, que con firma la estima en que se le tenía.
En cuanto a los escritores, i ncl uso sin d eten em os en l a
influ encia indirecta eje rcida por este re duci do número de
h ombres ni en la n otoriedad de que goza ron , sin m e n cio-
na r siquiera las múltiples alusiones d e Aristófanes, que lo s
trata co m o a personas con ocidas p or to dos, está con stata -
d o qu e la may or parte de lo s autores fu eron alumno s suyo s
y que los meros datos fundamentales so n pa sm osos. Eurí-
pides pasa p or hab er seguid o la s enseñanza s d e Anaxágoras,
pero también las de Protágoras y las d e Pró dico, o se a, l as
de do s de estos sofistas; y, efectivamente, su teatro e stá lle-
n o de ideas, de pro ble mas o de giros de estil o tomados con
toda evidencia de su s hábitos. Tucídides pasa p or hab er

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s ido discípulo de Gorgias, de Pró d ico y d e Antifón, es decir,
de 1res de ellos; seguramente est tra adición n o es más que
una con clu sión s acada de l as similitudes evidentes entre
sus obras y la enseñanza de los sofista s; o bras que, n o cab e
la m en or duda y salta a la vista, tratan del m ism o m étod od
e
análi is sde, la m mais p nrese
a n tdialéctica,
ció del m m is o
espíritu positivista y de las mismas investigaciones del esti-
lo. El prop io Sócrates se nos presenta com o si mantuviera
rela ciones constantes con lo s sofista s y a algunos de ellos
lo s tra ta co n con sid era ción . Platón le ha ce decir, en el
Menón, que f ue alumno de uno de ellos, de P ród ico; es cier-
to que pre cis a e n el Crátilo —para mofarse, pero co m o algo
ve rosím il— que n oha oíd o d e P ród ico la lección d e cin -
cuenta dracmas, s ino la de « un dr ac ma» (384 b). Más tar-
de, Platón se refiere incesantem entea esto s hombres; d e
su s diálogo s, d ond e los saca a m enud o a escena , hay d os
qu e llevan com o título el n omb re d e lo s do s p rim eros sofi s-
tas; Gorgias y Protágoras . P or último, Isócrates, fundador a
principios del siglo iv de una nueva escuela de retó rica y de
filosofía, de fine a ésta en rela ció n con los sofistas, d e quie -
nes corr ige ciertas tendencias pero a quienes sigue muy de
cerc a en espíritu: él mis mo había si do alumno del sofista
Gorgias, c uyos c ursos había se gui do en Tes ali a. En la lite-
ratura de la é poc a vemos por do quier que se nos presenta a
los sof istas co m o gent e cuya influ encia era decisiva .
¿ Có mo, en estas co ndicio nes, no desear co mpre nd er lo
que fueron ? ¿Y có m o, cuand o se es especialista del siglo v
ateniense, no desear al tér mi no de largos estudios so bre los
textos de esta ép oca , remo ntarse al fin a estos personajes
tan p oco con ocid os, pero tan importante s? A d ecir verdad,
no se compre nde nada de lo que f uero n, y nada del siglo de
Pericles, ni siquiera del «milagro grieg o», si n o se tiene una
idea clara de la naturaleza y del a lcance de su influencia.
Sólo que l a empresa es tan ardua co m o necesaria. Por-
que se da el c aso de que estos h omb res tan influy ent es, que
acumularon tratado tras tratado sob re gran cantidad de
temas, se nos escapan cruelmente. Sabem os, en g en eral,
quiénes eran. Si pu ed e existir alguna vacila ción de d e tall
e
sob re ta l o cua l personaje, con ocem os sus nombres , su s
fechas, su reputación. Se trata de maestros venidos de
diversas ciudades, que e nseñaron en A tena s.. . en la segun-
da mitad del siglo v a .C. y un p oco antes. P oseem os díver-

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sos tes timonios sob re su actividad y sob re la clas e de en se-
ñanza que impartían. Pero las dificultades e mpiez an c uan -
d o intentamos verlo con más claridad .
Ant e tod o nos enfrentamos a la par ad oja d e qu e su s
obras, su s tratados , tan diverso s y tan célebres, estén p rá c-
ticament e per didos en la actualidad. ¿Serían acaso de ma -
s o técn icos? Nos en con tram os con elh ech o d equ ede
iad
esta gran cantidad de escritos sólo perduran pe que ños f rag-
mentos, la mayor ía de muy poca s líneas, los salvados úni-
cam ent e p or la s cita s.1Todos estos fragm ent os d e los sofis-
tas n o ocupa rían en su co njun to más de veinte páginas. Y
p or añadidura, no s llegan sin n ingún cont ext o. Adm itiend o
que las citas, he cha s despues de vario s siglos, sean correc-
tas y fieles (lo cual sería muy loable), quiene s suelen ha cer-
las son autores que n o buscan dar una ide a de sus doctri-
na s, sin o sólo a vece s ofrecer un ejemp lo d e estil o o m os-
tra r alguno s rasgos generales p or lo s qu e los siglos clá sicos
parecían con firmar s us pro pias ideas, escéptic as o idealis -
tas según los casos. Dic ho de otro mo do, el p rim er pro ble-
ma es el d e la interpretación . Cada un o tien e qu e recurri r
fo rzosam en te a buena part e d e imag ina ción , hasta el pun -
to de que las controversias causan estragos... Es cierto que
también tenemos algunos t est imonios, mu ch d os loe s c ua-
les datan del tie mpo de Platón. Y en efe cto, tod os pe ns am os
en Platon, que n o cesó en toda su o br a de presentarnos a
los sofistas. Platón es nuestro m ejor guía. Pero, ¡oh, para-
doja!, este guía es, según todas la s evidencias , parcial, ¡p or-
que si presenta a los sofistas, es para ha cer que su s tesis
sean refutadas p or Sócrates! Sentimos, pues, cierta inquie -
tud al seguirle, t eniendo l a se ns ació n de qu e estos sofista s
corren el riesgo de ser víctimas de una il umi nación enga-
ñosa.
A sí pues, la cu esti ón d e intentar reco nstruir estos d eba -
tes no es fácil. Y el esfuerzo realizad o en dic ho s entido ha
o b te n ido a vece s resultados que más desalientan que ani-
man. L os sabios han estudiado cada fragm ent o, han tradu-
cido, com en tad o, rectificad o y disc uti do. L o han h ech o con
co n ocim ien to y per sp ica cia , pero se han visto expuestos
con frecue ncia a un d ob le peligro.
En p im r erugal r,ante loa du r ode a l s uestiones
c y mulos
h c os puntos en litigio , lo s má s m eticu losos daban a sus
debates un c ar ácter erudito un poco abrumador: el estudi o

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de los sofistas se acercaba casi al esote rism o, co n los i nco n -
venientes que esto conlleva.
P or ot ra parte , para disc utir estas cuestiones era preci-
so ser filólo go y filosofo; pero la s dos aptitude s no suelen
d osificarse de manera uniforme. Cuando pre do mina la filo-
sofía, lo lóg ico es qu e los pro ble mas se planteen en f unción
d e un pe ns amien to más esp ecia lizad o y má s m od ern o que
el de los sofistas. De ahí, para la interpreta ción de un frag-
m ento de Protágoras, p or e jemplo, una interpretación
«hegeliana» o una in terpre ta ción «nietzscheniana». De ahí
también la costumbre de leer a un autor antiguo «a la luz»
d e un filósofo de los tie mpos m od ern os. De repente se con s-
tata —y escasi inevitable— que para el con un j to d elm ov i-
mien to intelectual en camad o en nuestros sofista s, cada
escuela filosófica tiende a leer estos fragmento s tan insufi-
cientes en con trand o en ellos su s p rop ios p roblema s o su s
p ropia s orientaciones. A veces se ha visto en ellos un ra cio-
nalism o puro, o una experiencia existencial; en nuestros
días ver íam os más b ien en lo s fragm ent os de los sofista s los
elemento s de una fil osofía del lenguaje (lo cual n o sorp ren -
dería a nadie).2
Una investigación de este t ipo —siempre que se lleve a
c abo co n pmde nci a— puede tener un valor e stimulante
para tod os y abrir perspectivas sugeridoras. Pero está cla ro
qu e da la espalda, deliberadamente, a la historia vivida ,
aquella cuyo marco es la Atenas del sigl o v y cuya acció n
po ne en escena, por una parte, a ho mb res avidos de co n o-
cimientos y, p or otra, a estos maestros animados de un
espíritu nuevo. De esta historia part imos aquí; y a ella es a
la que querríamos volve r en este lib ro, ab ordando así a los
sofistas desde un ángulo un tanto diferente.
E l p rop ósito de este lib ro con ciern e en efecto a la h isto-
ria de la s ideas, entendida en el sen tid o más ampli o del tér-
m ni o.N o esun ib l rode filosofí
a ni de filósofos.N o sepu de-
estudiar
e la Grecia cl ásica sin bañarse en la fi losofía, qu e
en ton ces lo penetraba tod o. Pero, a fin de cuentas, los sofi s-
tas del sólo
siglo V enseñaban
filósofos a los so y e lorcie-
je ro
n in fl ue nc ia so bre los filósofos. Tucídides y Eurípides
están totalmente imbuidos d e su enseñanza, al igual que
Isócrates años más tard e. Aristófanes habla de ellos y, cuan -
d o Platón n os los presenta, n o es si empre en lo s d iá log os
más austeros. Los ha m ezclad o co n la vida de la ciudad . Y,

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sin duda, d eb e de estar per miti do, co m o a cualquie r otro,
tratar de me dir s u papel a quien ha co noci d o bie n a estos
dis cípulos y a estos testigos. Así que te ne mos l a sue rte de
capta r su p en samien toen lo sm ism os términ osque reflejan
las obras de los co nte mporáneos. Además, p od em os d efin ir
este pe nsamiento en f unció n de la aventura extraordinaria
en el c urso de la cual Atenas lo aco gio, lo disc utió y al fi n
ac abó por asimilarlo. He mos tratado a los sofistas en su
re lac ión co n esta cultura d e Atenas a la que marc ar on tan
profundame nte.
Est o implica cie rto núm ero de s ile ncios que so n i ndis-
cutiblemente deliberados; y una esperanza precisa, qu e da
su sentido a l a empresa.
N o p od em os enumerar to dos lo s silencios, pero sí p o d e-
m al m enos señalar algunos.
os
Silencio, en pr imer lugar, sobre la bib liog rafía , las o b je-
ciones y las sugerencias. Quien desee informa rse a este res-
p ecto dis po ne de los instrumentos necesarios; p ero es un
trabajo de especialistas. Después de haber leíd o tod o lo que
ha ca íd o en nuestra s man os, h em os op tad o p or n o cita r
nada en absolut o: los sofistas ya so n bastante di fíciles d e
abordar para qu e tengamos que añadir ademas las notas
d e una erud ición de masiad o pesada.
P or la misma razón , n o m en ciona rem os nun ca los pro-
blemas anexos que n o compre ndí an realmente el alcan ce de
las obras. Ni t ampoco los títulos de los que n o siempre se
sabe si se trata de un capít ulo o de una o rb a aparte.
Silencio, tambié n —y esto pue de ser más grave— , so bre
lo s a sp ect os más técnicos de la actividad de lo s sofistas.
Algunos se ocupa ro n de las matemáticas, com o Hipias y
Antifón, y aporta ron cosa s nu eva s a est e campo. Otros se
ocuparon del ejercicio d e la m emoria , com o Hipias. Varios
de ellos con tribuyero n a la historia, estab leciendo diversas
coleccion es de he cho s. Estos asp ect os de su actividad
deben ser recordad os, pero no los estudiaremos aquí a fin
de tener en cuenta las posi bili dades de ate nció n del lector
y para separar m ejor la con tinu idad general d e la aventura
intelectual que estaba e n jue go.
P or la s ra zon es ya indicadas, en la in terpret ació n de la s
obra s he mos d ejado d e lad o la s que ya se han hh ec o nen
mbo re d e las fil osofí as post eriore s: he mos querid o li mi-
tarnos a lo que p od ían comp render los lectores de la ép o-

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ca. Era tal vez un p oco m en os sugerente, pero en cualquie r
ca so má s co n form e co n la p reocupa ción d e la verdad his-
tórica.
Por último, en n omb re de esa misma p reocupación, n o
hem os h ech o intervenir nunca lo qu e se ha llamad o l a
segunda sofística, es d ecir, un m ov im ien to intelectua l basa-
d o en la ret óri ca e inspirado en el ejemplo de los sofista s del
sigl o V . Esta segunda so fística se sitúa en el siglo 11 d.C., es
decir, siete siglos después de la primera que es la que nos
ocupa, y está mu ch o más consagrada a la re tóri ca qu e la p ri-
mera y mu ch o más abierta a las tendencias irracionale s que
flore cían en aquella ép oca . Repetimos que para quien refle-
xiona sobre la retóri ca o sob re el lenguaje , este acercamien-
to tiene interés; pero n o lo ti en e para quien intenta com -
prend er lo que su ced ió y se p en só en la Atena s d el siglo v.
E sta s op cion es imp on an
í , sin duda, cierto núm ero ed o
aband on s; p ero en camb io, fundan una esperanza , que es
la d e reparar una injusticia.
Tal es el nudo de l a cuestión: estos maestros fu eron
grandes maestros. Pero resulta que tambié n se les ha ac u-
sad ode se rmalo smaestros. En diversa s p é oc
as, ni clu soen
la Atenas de entonces, f uero n atacad os públicamente . De
hech o, se les acu só de to do: de haber deterior ad o la moral,
de haber rechazad o todas l as verdades, de haber se mbrado
la mala fe, de hab er soliviantado las amb icion es, d e habe r
perd id o a Atenas. Platón tuvo su papel en es te mo vimien to
de protesta; pero n o fu e el ún ico. Y el resultado fue que este
b ello título que habían adqu irido al llamarse «sofista s», es
decir, especialistas en sabiduría, se convirtió e n seguida, y
así ha con tinuado hasta nuestro tie mpo, en sinón im o de
hombres retorc id os. ¿Por qu é? ¿ Có m o? ¿Tan p oco dignos
eran estos ho mbres de tener los discí pulos que tuvieron?
¿Tan i mpíos eran? ¿Hub o tantos malent endid os? , y en este
caso, ¿de dó nd e arrancan?
Estas preguntas son las que no s habían detenido, esti-
mu lado y d eten id o de nuev o vagamente en el cu rso de
mu ch os años de investigación y lectura; y ellas so n las que
forman el tema de este libro.
Implican una p reocupa ción de m étod o que n o se im p o-
ne del m ism o m o do a la s obras consagradas habitualmen-
te a los sofistas: e ra preciso, en e fecto, evitar a toda costa
co nfundir a los grandes sofistas co n sus discípu los dema-

13
siado complaci entes. En general f uero n estos últim os los
verdaderos, y quizá los ún icos, amoralistas. Po r lo tanto
hay que guardarse d e coloca r a l Cali cíes de Platón entre los
sofistas, p orqu e nada sugiere que lo haya sido; la dif eren -
c pued ese rdecisiva; y la co
ia n uf sió
n ,admitida co n ex cesi-
va fre cu en cia , amenaza con falsear comp letam en te los
datos. También Eurípides pud o ser in flu id o p or lo s sofistas,
p ero nun ca fu e un o de ellos. En fin, un filósofo com o
D e mócrito pud o esta r muy cerca de lo s sofistas, su s con -
temporáneos, p ero su orien tación, así co m o su ma rco de
actividad era otra. Había que trazar un límite más firme .
En esto residía la ún ica posi bili dad de volver a situar a
los sofistas pro piamente dichos ba jo una lu z ad ecuada y de
descubrir có m o se deform ó co n tanta fa cili dad s u pensa-
miento.
Nos ha pa recid o que de este m o d o p o d íam os aclarar un
aspecto capital de l a historia del pe ns amie nto griego y, a la
vez, ayudar a co mpre nder có m o se falsea el diálo go entre
un pen samiento teórico rigu roso y un púb lico má s o me nos
bien in formado y más o me nos apto para captarlo. Est as
interpretaciones erróneas eran p osible s en Atenas: una
información má s extendida pero n p o ello
or má exacta s lo haces
p b osin les e a
todas l s épocas, y presta a la aventura
ateniense un sabor d esgraciadamente ejemplar.
Es, pues, hacia este diálo go entr e lo s sofistas y la op i-
n n ateniense hacia el que he mos intentado atra er la aten-

ción , con sid eránd olos en sus diversos papeles: de p rofeso-
res, de pe ns ad ore s de ideas atrevidas, d e moralistas lú cid os
y teóricos de la política . En cada c amp o se repite la mis ma
historia, una historia que hace desfilar sucesivamente los
descubrimientos audaces, el escándalo, las críticas y, final-
mente, después de algunos r etoques y una acl ar ac ión, el
retorno a los cam inos que habían indic ado.
Pues bien, esto s cam in os — com o se verá— son todavía
e n gran me di da los nuestros, vei nticinco siglo s má s tarde.3

14
N O T A S D E L P R E F A C IO

1. Estos f ragmentos, en general procedentes de citas, ya han sido seleccio nados-


Aqu se . citarán
í según la edición autorizada y utilizada por todos, a saber:
Diels-Krantz, F ra gm en te d e r V o rso k ra tik er
(numerosas reediciones, revisadas a
partir de 1951). Cada sofista tiene en ellos un número que, contrariamente a las
costumbres filológicas, no daremos en las referencias. Los testimonios de cada uno
están agrupados bajo la rúbrica A y los ragmentos f propiamente dichos bajo a rúbrica B.
l
Así, una órmula como «B f 4» quiere decir: cuarto ragmento de autor considerado
f en l
a edición Diels-Kranz l .
2. El hecho es muy sensible en los dos volúmenes de reciente
l coloquio de Cerisy,
publicados por Barbara Cassin, Le P la is ir de parler, é tu d e s de s o p h is tiq u e c o m p a ré e,
en las ediciones de Minuit, 1986 y P o s itio n s de la s o p h is tiq u e ,
, en as l
ediciones Vrin también
, en 1986 Siguiendo
, las huellas de sus problemas moder nos -
sobre estas pistas ma balizadas,
l algunos comentaristas buscan a veces una filosofía
«implícita» que podría, ser una prolongación de a de los sofistas.
l
3. Deseo expresar m i más sincera gratitud a Madame Jacqueline Salviat, que
accedió a leer una primera versión de este libro y a ofrecer sus críticas. Madame S
Saïd me ayudó. en a corrección del as pruebas y por lello le estoy muy agradecida.

15
C apítulo I

APARICIÓN Y ÉXITO DE LOS SOFISTAS

¿Quién era e sta gente que aún ho y llamamos sofistas?


El m is mo no mbre nos lo indica: eran pro fes ionales de l a
inteligencia. Y sabían a la perfecció n có mo enseñar a ser-
virse de ella. N o eran «s abios», o sophói, palabra que n o
designa una profesión , sino un estado. Tamp oco eran «filó-
sofos», palabra que sugiere una paciente aspir ació n a lo
verdade ro, más coquefi una z no ant ist
a p iml a ro en iacopetep a
c mp. n ia C o nocí an los proce dim ie ntos y po dí an trans-
mitirlos. Eran maestros del pe nsamiento, maestros de la
palabra. El saber era su especialidad co m o el piano es la de
un pianista. La ide a f ue so berbiame nte formul ada p or un o
de ellos, Trasímaco, qu e hizo i nsc ribir en s u tumba: «Mi
patria era Calc ed onia y m i p rofesión el s ab er.»1
En principio el término tenía un valo r bastante amplio.
Se p od ía llamar sofista a un ho mbre que poseyera a fond o
los rec ursos de s u pro pi a actividad, ya fuera adivino o poe-
ta.2 A veces se co ntinuaba aplicando la palabra a personas
co mo Platón o Sócrates. No obstante, muy pronto se apli-
có al grupo de ho mbres de quienes habl are mos aquí, y per-
man eció ligada a la clase de enseñanza que ellos impartían.
También en el cu rso de las re accion es suscitadas p or esta
enseñanza, la palabra adquirió, en Platón y en Ari stótele s,
el matiz peyorativo que aún mantiene. Pero cuando, mu ch o
más ta rd e, ci erto s maestros qu isiero n inspirarse en su
ejemplo , rec up eraron elté min
r ode sofistas: en on
t ces con s-
tituyeron, en la ép oca del imp erio roman o, lo que ha dad o
en llamarse «la segunda sofí stica».
To do esto dice bastante so bre la importanc ia de los pri-

17
meros maestros, p ero n o d ice lo que hacían : la palabra sólo
los presenta como pro fesores sin otras co nn ota cion es.
Esto s p rofe sores surgieron d e tod os lo s rin con es d e Gre-
cia más o me nos en la m isma é poca. Y tod os en se ñaro n
,
algún tie mpo en Atenas: sólo allí es do nde los e nco ntr amos
y con ocem os.
Los más grandes f uero n Protágoras, que venía de Ábde-
ra, en el Norte, lindand o con Tracia; Gorgias, qu e venía de
Sicilia; P ród ico, qu e p roce dí a de la p equeña isla de Keos;
Hipias, que venía de Elis, e n el P elop on eso; Trasímaco, que
p roced ía de Calcedonia, en Asia Menor. Otros se han que-
dad o en m eros n omb res qu e cuentan bastante m en os. S ólo
d os ateniense s figuran entr e tant o extranjero: Anti fón y Cri -
tia s; n o pa rec e que fueran ni siquiera maestros p rofesiona -
le s e itinerantes, sob re tod o el segund o. E s segu ro que hub o
otros sofistas: por ejemplo , hay dos que Platón h izo revivi r
en un di álo go muy irón ico, los dos her manos Eutide mo y
D io nisod oro, el p rim ero de lo s cuales d io el título al di álo-
g o de Platón. Estos sofistas no f uero n tan eminentes com o
lo s pri meros maestros que acabam os de n omb ra r: fu eron
m enos innovadores, m en os filósofos y me nos c élebres. Indi-
vidualmente, los con oce m os p oco: de h ech o, sólo estamos
i formad osd eque esta se rie de personaje s u
n f eron lo sma s-
carones de p roa3por su s enseñanza s y su s escritos, además
de p or sus dem ostracion es profesionales.
Protágoras de bió de llegar a Atenas poco después del
añ o 450, pues to que le vemos rel acio nado co n Pericle s en
443. Gorgias llegó en 427, después de l a muerte de Pericles.
Eran los de má s edad. Parece ser que Protágoras murió
hacia 411; pero Gorgias, P ró d ico e Hipias vivían aún duran-
te el proceso de Sócrates en 399. El mo v im ien to corres-
p onde, pues, a la segunda m itad del siglo V , que partiend o
de la grandeza de Atenas la lleva a s u derrota. I ncl uso aña-
diend o a estos p ocos h omb res los autores de d os tratados
que nos llegaron de manera anó nima p ero qu e p ertenecen ,
sin duda alguna, al mis mo mo vi mie nto edes pto, n el
amien
núm ero d e personas implicada s es redu cid o: un puñado de
hombres activos, en líneas generales, durante una genera-
ción.
Gracias a Platón, s abe mos muy bie n quiénes eran y qué
e moció n s uscitó su llegada. Hay que cederle un p oco la
palabra para su entrada en escena, por que nad ie pue de tes-

18
tim onia r m ejor la extraordinaria n otoriedad de este puña-
d o de hombres.
En el Protágoras, nos ofrece prim ero la imagen d e la
exaltación que embargaba a los jóve nes ante la idea de oír
a los sofistas. Al co m ie n zo de este pe que ño diálogo, Sócr a-
tes cuenta que un jove n irr umpió un día en su casa al ama-
n ecer y le dijo : «Anoche, de madrugada, Hipócrates, h ijo de
Apolod oro y hermano de Fasón, gol peó mi puerta con vio-
lentos ba stonazo s; c uando le abrim os, se precip itó en el
inte rio r gritand o con toda s sus fuerzas: "¿Estás despierto,
Sócrates, o duermes ?” R econ ocí su v oz y le dije: "¿Eres tú,
Hipócrates? ¿Qué noticia me traes?” "Nada enojoso —dijo— ,
¡s ólo una ex celen te! ” "En tal ca so, tu n oticia será bienveni-
da, pero ¿de qué se trata y p or qué esta no ticia a hora t an
intempestiva?" "¡Protágora s está aquí! ” —exclamó, dete-
niéndos e cerca d e mí» (310 a-b). La frase griega e xpresa
in clu so la falta de aliento del jov en . Quiere ser discípulo de
Protágoras y lleva en seguida a Sócrates a ver a los sofistas.
Estos sofistas están e n casa del acaudalado Calías,
m iemb ro d e una de las familias más nob les d e Atena s. S on
muchos, rod ead os de d iscí pulos y admiradores.
He aquí ante to do a Protágoras, pase ando p or el vestí-
bulo , escoltad o p or dis cípulos, mu ch os de los cuales son
extranjeros «a los que Protágoras anima a seguirle en todas
la s ciudade s p ord ond e pasa ,man ten iénd olos ba jo elh ech i-
zo de s u voz co mo un nue vo Orfeo». Y Platón nos de sc rib e
l s ev olu cion
a es e deste coro e sigu
que l a maestros s en u
vuelta s y paseos , apartándos e cada vez que da media vuel-
ta para dejarle pasar en m edio .
Más lejos, en l a mi sma casa, se encuentra también
Hipias, en un asiento elevado, con tod o un g rup o de d iscí-
pulos sentados en bancos: Hipias res po nd e a todas sus pre -
guntas, «desde lo alto de su tro no»...
En otro aposento , ¡he aqu í a P ród ico! «Estaba todavía
ac ostad o, envuelto en pieles y manta s más bien numerosas,
según m e pa reció.» Platón no mb ra a los efe bos atenienses,
bellos y muy con ocid os, que le ro de aban. Hipia s hablaba de
las cosas celestes, pero n o sé sabía d e qué hablaba P ród ico: En
uan
« ac tema
to del su nv a ión
co ers c n, o pud edarm e
cuenta desd e fuera , a pesa r d e mi viv o d eseo de oír a Pró-
dico, que me parece un h ombre de una cien cia s uperior y

19
realmente divina; pero su v oz de bajo pro ducí a en el apo-
sento un z umbi do que hací a ininteligibles s us palabras.»
La casa está llena y sigu e a cud iend o gen te: toda la cre-
ma de Atenas se apiña para oír a los maestros; en el m is m o
m om en to en que llegan Sócrate s y su efeb o, entran el b ello
Alcibiade s y Cridas, d os h omb res llamados a juga r un gran
papel en la historia ateniense.
A d ecir verdad, n o se trata d e una presen ta ción de sofis-
tas, sin o d e una prese nt ació n de su in creíble éxito.
P d oíamr os l este p qu
imaginar, a leer e ñ e oexto
t qu , éxito
e el
se d ebía má s b ien a una m oda del m om en to, al entu-
sia sm o p oco ju stificad o de una juv en tud ciega p or p ensa-
dores inquietantes. Pero tod os los hech os con trad ice n e sta
hipótesis. L o que he mos recordado en el prefa cio acerc a de
la influencia duradera y prof unda e jerci da p or estos ho m -
bres sob re lo s diversos autores d e est e siglo o del siguiente
n o permit e la m en or duda a este re spect o. Y la enseñanza
de la retórica o de la filosofía han que dado marc adas para
siempre p or las ideas lanzadas y los debates abiertos p or
ellos.
De be mos admitir p or tanto que, si hub o entusiasmo, f ue
general, y qu e Atenas, en el ap og eo de su p od er y su esplen-
dor, se ech ó sin vacila r en b ra zos de estos maestros, hast a
el punto de que s u literatura co nser vó para siempre s us
huellas.
Enton ces ¿qué aport aban para co nsidera rlo tan nuevo y
tan maravilloso? ¿Cuál era el moti vo de esta fa scina ció n?
¿Qué enseñaban? Ya es h ora de desc ubrirlo y de a cercamos
un p oco más a estos maestros qu e n os han d jad e o entrever,
en el Protágoras, Sócrates y s u jo ve n compañ ero.

N o se habían co noci do nunca maestros co m o ellos, que


enseñaran com o ellos lo hacían.
Hasta entonces , la e duc ació n había si do la de una ciu -
dad aristocrática d onde l as virtudes se transmitían p or
her en cia y p or el ejemp lo: lo s sofistas aportaban una edu -
c ción intelectual que d ebía p er
a mitir a quienes pud ieran
pagárselo distinguirse en la ciudad.
Estaban, en efecto, t an seguros de sus leccio nes, que se
hacían pagar p or ella s. Al señalar e ste h ech o en nuestros
días, se nos antoja una banalidad. Pu es bien, fue cau sa de

20
un pe que ño escándalo. Vendían la co mpete nci a i ntelectual.
La vendían in clu so muy cara.
El princi pio parecí a sorprendente: en la Apología, el
Sócrates d e Platón iron iza sob re este as pe cto y, falsamente
admirad or d e Gorgias, P ród ico e Hipias, exclama: «¿Qu é
maestros son éstos, ju eces, que van d e ciudad en ciudad y
s
aben atraer a mu ch osjóv nes,
e cuand oéstos podrían, sin
pagar nada, vincularse a cualquiera de sus con ciudadan os
e
legid op orello
s e (19 ).

Además, los p recios eran elevados. Si Sócrates habla ,
re firiéndose a P ró dico, de una mo dest a lecció n por un
dracma, señala otras muy impo rtantes a ci nc ue nta drac-
mas, lo cual ya pa recía una cantidad desorbitada. R ecord e-
m os que el fam oso subsidio para lo s ciudadan os qu e ser-
vían co m o jueces — subs idio que pa reció tan d emag óg ico en
la é p oca y tuvo tantas r epercu sion es — era de dos ó b olos, y
más tard e de tres, es d ecir, m d e iodracma .P or lo demás,
Platón n o escatima adjetivos n i compar acion es. En el
Hipias Mayor , Sócrates dice que Gorgias, «p or sus sesiones
privadas y sus conversa cion es con lo s jóv en es sup o reunir
fuert es suma s que se llev ó de Atenas» , qu e P ród ico «daba
clases particulares y charlas p or la s qu e ingresaba suma s
abulo
f sa s» y que silo s sabi os d e otro tiemp o n o creían que
debieran ganar din ero con su cien cia , éstos lo hacían sin
tapujos, com o Protágoras an tes que ellos (282 c-d). Según
la tradición , Protágoras llegaba a hacerse paga r cie n minas
(equivalentes a die z m il d racmas) . E s cie rto que al parecer
tenía demasiados solicitantes; y sus d iscípulo s estaban tan
encantados que en con traban a Protágoras muy mo desto: si,
después de las lecciones, n o estaban de ac uer do co n l a
suma, declaraban ba jo ju ram en to en cuánto las valoraban;
y Protágoras lo aceptaba ( Protágoras, 328 b). Se a lo que sea
él se enriquecía. Y el resultado era, si ten em os que creer el
Menón (91 d) que ¡Protágoras ganó él solo más dinero qu e
Fidias y diez escultores más juntos!
Sin detenernos demasiado en la idea de esta é poc a feliz
en qu e lo s criterios d e la s ganancias más elevada s estaban
p or lo vist o del lad o de las artes, p od em os ver en el escán -
dalo de esta s obs erva cio nes la p ru eba d e d os circunstan -
cias. Son , en prim er lugar, una pr ue ba má s d el extraordi-
nario éxito de lo s sofista s. Pero también son el ind icio d e
una primera novedad, consistent e en la id ea d e que ciertos

21
con ocim ien tos intelectuales se transmiten y son di recta-
mente útiles. Si se hacían pagar, es porqulo e sofista
s s
transmitían una enseñanza com o profesionales. La id ea de
p rofesión y d e técnica especializada, que se p ercib e en su
n ombre y se afirma en sus p rogramas , ju stificaba esta acti-
tud. Y el h ech o es que n o hay un p rofesor que no sea el
heredero directo de las pretensione s que ch oc a ro n tanto a
Platón cuando fueron emitidas p or p rim era ve z.4
¿Qué querían hacer?
En primer lugar, querían enseñar a hablar en público, a
d efender sus ideas eante lo ola asamblea del pu b ante el tri-
bunal; eran , en p rimera instancia, maestros de retórica.
Porque, en un m om en to en que tanto lo s p rocesos com o la
in flu en cia p olí tica y las decision es del Estado , depend ían
del pu eb lo, que a su vez d ep end ía d e la palabra , resultaba
esencial saber hablar en público, argumentar y a con se jar a
sus con ciudadan os en el terren o de la p olítica . Esto forma -
ba un tod o y p rop orcionaba la clave d e una a cción eficaz.
Así se explican las divergencias en las definicion es, qu e
so n so bre to d o una cuestión de matices: vemos, e n efe cto,
que Gorgias se define, en Platón, com o un ma estr o de retó-
rica y Protágora s com o alguien que enseña p olítica . Un o
habla (en el Gorgias de Platón, 449 a) del arte de la retóri-
ca (retoriké téjne), admitiendo que se trata a fin de cuentas
d e debates de los tribunales y de la Asamblea. El otro admi-
te que enseña el arte d e la p olític a (polittké téjne): e stá en el
Protágoras de Platón (319 a); precisa in clu so que se tr at a de
saber administrar bie n s us ne gocios y los de la ciudad ; p ero
el arte de decidirse un o mis mo y de aco nse jar a otros des-
cansa sob re la comp eten cia en argumentar; y Protágoras ha
escrito muc ho sob re la argum entación . E stá seguro, pues,
d e que la di fere nc ia de defin ició n expresa una orien ta ción
diversa en los dos ho mbres ; p ero está igualmente seguro de
que la retóri ca y la p olítica van estrechamente ligadas, sien-
d o el ob jeto de la primera llegar a la segunda y p rop orcio-
narle todas las armas para e llo. For jaba e n efecto para este
fin reglas, recetas y una técnica: la palabra téjne, e mpleada
en lo s dos casos, refleja b ien la amb ició n del pro p ósito y el
sentimiento de hab er elab orad o un m étod o.
En su s m ism os com ien zos tal enseñanza apuntaba al
éxito práctico. Al insistir en la posib ilidad para tod os de
acced er a él y conse gu irlo, abría las carreras de la palabra

22
a cualquiera. Si la clientela de los sofistas no sugiere, en
realidad, una ren ova ción social verdadera, la posibilidad
estaba de tod os m od os as egurada . Y, mientras tanto , ya se
e nco ntr aba fundada y co dific ada una nueva disciplina.
Este fin eminentement e p rá ctico n o era el único; ni esta
d ob le disciplina, la únic a perspectiva nueva que aportaban
estos personajes. Al hablar de administrar bie n s us asuntos
y los del Estado, la d efin ición de Protágoras sup on e un co n -
te nido i ntelectual, una sabiduría y una experiencia nacidas
del arte de dirigir b ien sus ideas. Este co nte ni do intelectual
es, de hech o, inseparable de la misma retórica, y ello por
dos razones.
En p rimer luga r, está cla ro que saber analizar una situa-
ció n a fuerza de argume ntos puede servir tanto para tomar
partid o uno mis mo co m o para conv en cer a lo s demás. P ro-
tágoras parece co nsidera r evidente la idea; un p oco más
tard e Isócrates la e nunciaría con todas su s letra s y n o sin
nobleza, en el elog io de la palabra que repit e do s veces en
s ob a
u r (en elNicoclés, 5 9- ,y en eldis u c rsoSobre el inter-
cambio, 253-257): «L os m otiv os d e creen cia mediante los
cuales p ersuadimos a lo s demás a l hab la r, son lo s m ism os
que no s sirven en nuestras reflexiones personales: llama-
mos bue nos oradores a los ho mbres capaces de dirigirse a
l a masa, pero bue nos co nse jeros a aquellos que saben de ba-
tir mejor las cues tion es en sí m ism os.»
Además, esta p osib ilidad de analizar una situación
supone cierta carga de obs erva cion es y con ocim ien tos resu -
m idos en lugares comunes s usceptibles de aplicarse en
diversas circunstancias . Toda argume ntació n se basa en
probabili dades, lo cual implica en co njunto una lóg ica y
una visión clara de l as co nduct as humanas habituales,
aceptadas y razonables. Toda dem ostra ción , de d erec ho o
de política , se basa en la id ea d e tales p robabilidad es. ¿Era
normal, en tal situación, toma r el partido qu e se ha elegi-
d o? ¿Era normal, bajo tal presión, co meter la fa lta que se
ha com etid o? ¿Es normal, si se ad op ta ta l solu c ión, esperar
el éx ito? Esto s eran los tip os d e ra zonam ien to que siempre
se de bía aprender a practicar. Y toda una cien cia de los
co mportam ientos humanos —una téjne, t ambié n e sta vez—
se desliza así en la es tela de la retó rica y la política. S e pue-
de decir que, en la práctica, todas las reflexiones generales
ofrecidas en apo yo de su defensa por los oradores de Tuc í-

23
dides o los personaje s de Eurípides, p roced en d irectam en -
te de este entusiasmo p or un con ocim ien to nuev o del h om -
bre y de sus costumbres.
Además, este deseo de con ocim ie n tos llevaba a los
maestros de la é poc a a señalar y cl asi fic ar cantidad de
hech os en diverso samp c os: esto explica los sorprendentes
títulos de cierto s tratados m en ores de nuestros sofistas.
Porque, junto a grandes tratados de retórica o de p olítica ,
en con tram os, entr e los título s, escrit os sob re la lu cha (P ro-
tágoras), so bre l a o no mást ica ( Gor gias), so bre los no mbres
e los pu
d e blos, o la se r ie d
e venced ores olí mp icos (Hipias),
so bre los sueños (Antifón) o so bre las co nst itu cio nes (Cri -
tias).
Se sabe, por lo demás, qu e en un o de estos sofistas,
Hip ia s, este celo de con ocerlo to do d esemb ocaba en un
cu rioso en ciclop ed ism oque eng lobaba n i clu so al s técn ica s
es e t ,
art anales. Cu n a Platón que un día en Olimpia, Hipias
se ja ctaba de haber h ech o sus ropas, su anillo, su sello; y,
según sus palabras, había f abricad o su ca lzad o y tejid o su
manto; llevaba en cima poemas y epopeyas . D eclaró (tam-
bién según Platón) entender más que nadie de ritmos, gra-
mática, mnem otecnia... Ciertamente, esto era exce pcio nal;
p ero su ca so refleja, en un gr ado máxi mo, el extrao rdinario
d eseo de do m inar to dos lo s con ocim ie ntos, que es p ro pio
de estos hombres.
Estas cosas, n o obstante , eran nimiedad es. Porque la
actividad de los sofistas d esbordaba su enseñanza de la
r
etórica eiba mu h c omá slejos. E sde sup on erque en estos
debates en el cu rso de los cuales se daba la vuelta a la s res -
ponsabilidades, los argumentos y las críticas, se formaba el
hábit o de con sid era r siempre la p osib ilidad de una tesis
contraria, y p or cons iguien te de critica rlo y cu estionarlo
tod o. Este hábito lan zaba el espíritu ha cia nu ev os çamin os:
al p rin cip io del respeto a las reglas su cedía su impugna -
ción. Y el h ech o es qu e en el mund o intelectual de los sofis-
tas, d ond e nada era a cep tad o a priori, el ún ico crite rio segu-
ro ter minó sie ndo la exper iencia humana, inmediata y co n -
creta. Los dioses, las tradicione s, los rec uer dos m ític os ya
n o contaban : nuestros ju icios, nuestras s ensaciones, nues-
tros intereses constituían desd e ahora el ún ico cr iter io
seguro. «El h omb re —decía Protágoras— es la m e dida de
todas las cosa s.» Al fin y al c ab o, para los espíritus i nici a-

24
dos era fáci l dis cernir lo qu e, en la s tradicion es o en las
r
egla s de al ciudad , era pu ra conv en ción : sedaba muy a
me nudo el cas o, y los sofistas se apresuraban a demos trar -
lo, par a l a gran e xcit ació n de tod os. E scribie ron tratados d e
metafísica, analizaron n ocion es, refl ex iona ron bsoa reu lticia
j s-
.
En resumen, a m m l is o tiemp oque maestros de retó-
rica fu eron filósofos, en el sentido má s estrict o d el término,
y filósofos cuyas doctrinas, p or sus mismas perspectivas,
liberaban los espíritus, los estimulaban y les abrían cam i-
nos no hollados. Los nuevos filósofos —que n o d eb en co n-
fundirse con lo s nuestros— e mpeza ron así una verdadera
revolución intelectual y moral.
Esta revolu ció n está j alonada para nosotros p or el
recuerdo de los grandes tratados de metafísica y de moral
que h o y en día se han per di do. Platón lo s ha co me ntado,
discutido y r efutado tan a m e nudo qu e nos permite medir
su importancia . Convendrá d efinir lo má s exactamente
posib le su alcan ce crítico y negativo, pero también re stituir
sus aspectos más positivos.
Resulta en efecto que l a parte crítica, al pro voc ar vi vas
re accion es, ha llamado más la atención. Es l a que ha dis-
cutido Platón y la que han ut ilizado un p oco a la ligera los
oyentes n o filósofos. Pero su es cándalo no deb e oculta r la
existencia d e una recon stru cción d e cierto s valores s ob re
base s enteramente nue vas.
Nuestra tarea co nsist irá en pre cis ar los má s diversos
aspecto s de la actividad de los sofistas, en s u do ble papel
de profe sores y de pensadores.
Al hacerlo, no hay que pasar por alto qu e cada un o de
ellos ha tenido su originalidad propia. Algunos se han inte-
resado sobre tod o p or la retórica, otros por la filosofía moral.
Del mis mo m od o hay quienes han s ido más radicales que
otros en la crítica de los valores tradicionales o en el análisis
del co noci mie nto y del mundo; otros han s ido más tradicio-
nalistas. Algunos se han oc upado sobre to do de derribar y
refutar, otros más bien de reconstruir. Ser á pr eciso volver a
los individuos en el desarrollo de cada capítulo. Pero los r as-
gos que acabamos de esbozar son, en general, comunes a
todos ell os: esto es cierto en cuanto a las innovacione s que
aportaron en su calidad de profes ores y lo es también en lo
que se refiere a aque lla ás per a crítica de suma trascendencia
que los indujo a tod os a hacer tabla rasa, más o menos lim-

25
píamente, de los valores recib id os hast a entonces, y defender
e ambio
n c ,también con más om en osprecisión, valore s nue-
vos basados en las exigencias de la vida de los hombres y de
las ciudades. Y es este elemento común , este « espíritu sofis-
ta», lo que ante to do procuraremos defin ir. Él explica, en
efecto, la e m oción suscitada p or estos hombres. Porque su
éxito fue resonante, pero el escándalo n o lo fue menos.
Esto se desprende d e Las nubes de Aristófanes, una
co me di a c ons agr ada por entero a l a nueva e duc ació n, que
fue representada en 423.
Es una co m e dia muy injusta, ciertamente, puesto que
Sócrates, que bu scaba la verdad y no el éxito, se co nfunde
co n los sofistas. Después de to do, ¿ no pasaba el t iempo,
también él, dis cu tiend o ideas, p on iend o en duda lo que l a
gente creía saber?, ¿y n o impartía tambié n él una e nse ñan-
za totalmente intelectual? Una com ed ia p od ía jugar a co n-
fundirlos. La pieza, p or otra pa rte , se muestra sin duda
igualmente injusta con lo s p rop ios sofistas. Pero es s into-
mática, ya que denuncia ante tod o el rechazo de las tradi-
ciones, el rec ha zo de la moral y el arte engañ oso d e defen-
der sus intereses co n argumentos aparentes.
Tres años después de la llegada d e Gorgias a Atena s, la
pie za muestra en tod o ca so que la ciudad entera estaba sen-
sibilizada a esta crisis de valores aportada por los nuevos
filósofos y a l a revolució n que intro duc ían en los espíritus.
Traían co nsi go cos as buenas y cosa s malas, co n oci-
mientos maravillosos y riesgos morales seguros... En cual-
quier ca so, novedades.
Pero una vez reco noci do este hec ho, surgen inme diata -
mente d os preguntas: no s vem os o bligados, en efecto, a p re-
guntarnos de d ónd e venían estas novedade s y có m o es que
espíritus diversos, salido s de c iudades griega s muy alejadas
unas de otras, hayan ab ordad o a sí jun tos esta s vías en lí-
neas paralelas; y res ulta i mposib le no inquirir p or qué su
a
cció nse i mp o n
e ato d os en A te nas, a fin de c ausa r llí
a el
efecto que ac abamos de mencionar.
En cie rto sentido , la causa es el prog reso ex ce pcional del
siglo V ateniense y, más allá d e este p roceso, el mec anis mo
de las grandes mut ac iones que se pro du ce n a vece s en la
historia de las ideas.

26
Al princ ipio, es manifiest o que estos sofista s re spo ndían a
una espera y se in tro ducí an en una e vol ución p ro funda que
se revelaba e nto nces e n to dos los c ampos. En Grecia, el
pensamiento y l as letras tendían a hacer más sitio al h om -
bre y a la razón.
La historia de la filosofía es, en este aspecto, co nvi n-
cente. Pasa del universo al h omb re, de la cosm o g o n ía a la
mora l y a la política.
Hasta el p rim er tercio del siglo v, la filosofía, ya fuera
jó n ic a o d e la Magna Grecia, se había p ropuesto reve lar los
secretos del Universo . Esto es cie rto n o sólo si nos referi -
mos a Tales, a Anaximandro o a Anaxímedes, sino también
si hablamos de Heráclito, Parménides y Empé docles. Má s
tard e, en la ép oca de Pericles, se a caba ron est os «maestro s
de la ve rdad». Entre aquellos cuyas enseñanzas siguió Peri-
cles se encuentra, entr e tantos maestro s con ocid os, Anaxá -
goras . Anaxágoras había naci do en Asia Menor ; p ero había
ve nido a vivir a Atenas. Ahora bien , Plutarco en la Vida de
Pericles nos lo presenta com o un racionalista. Plutarco
cuenta, en efecto, que a pro pósito d e un m oru eco de un
solo cuern o cuya c abeza habían llevado a Pericle s, el adivi-
n o Lamp ón interpretó el h ech o com o un presagio , p ero
Anaxágoras , a l abrir el crán eo, d io una e xp a n pura -
lic ció
m ent e fisiológ ica , y all í d ond e un o v e la a cción divina , el
otro se vale de cie la cin ao yser la b vació n. Es la misma ten -
de ncia racio nal que volvemos a en con tra r al final de la Vida
de Pendes , c o el uand
o re h mb ode Estad l iloto
muestra oa ep que e él n d b temer a uncié eclipse, ha rend er
ole co
ri ci io mpco o
nd s l
el
se p n p sí nl un s lad de u manto: . or o a mitad r ,del siglo o-v
r slibera
ofrecía de a ,supersticiones
co o s s re P cesore tra pa te Anaxág l
a o, ero lo
a también m el u p de os, un sistema
i s de
e tos p el
mund quei regía sistema ya n eran el n loor ele-
el
m n s ni
o io, o el azar n la necesidad, nisesiquiera lams y s
d in c c(nous).
espíritu
e es Y esto s parecía r zóa a causa.
inteligibles y xpli a ion coaccesible e a el la a n l humana e
También Sócratesl esc cuenta
r est n gracia n Fedón a al gría
que sintió a d ub o ire to a teoría de Anaxágoras.
e c Pensó
to o co
que
a partir de ese m m cn bastaría
ejor c so para expli carloc esd co n-
enseñar lo. mic o en otro ada oa o, y sacar xplie a ro ionto or-
m
prensibles
to D hfilosofí
de m d Sócrates,
e el o qure,p seni ab ó
daríaer edacouna tr o a centrada n h mb magin -
hab n n ad ya un guía en Anaxágoras, y un pensa

27
miento qu e le ind icaba el cam in o. P ero tuv o qu e desenga -
ñarse. Había un aliciente, una posib ilidad ; p ero la nco nua ti-
ción del texto (98 b y siguientes) relata en el mis mo
to
n ola d silusión
e de Sócrate sa pl rosegu irla lectura y p der er-
su bella s s
esperanza suand
c o, en lugar de una finalidad
ra cional, ve puesto s en en tredich o diversos elemento s mate-
riales ajenos a la razón. Es tas causas materiales le dece p-
cionan. Imagina que si al preguntarle p or qué está s entado
en te
es l uga
r, el filósofo bu sc ra a mile xp
lica cio
n esmat ria-e
les, diría que su c uerp o está co mpu esto de huesos y nervios,
que fun cionan d e tal o cual manera, p ero omitiría la ver-
dadera ra zón , a saber, que, tra s hab er sid o cond enad o, le ha
parecid o m ejor estarse sentado en este lugar, y más justo
p erman ecer en él para sufri r el castig o que le espera.
Esperanza , pues, ¡pero esperanza frustrada ! Est e texto
notable revela muy b ien que Anaxágoras marc a un prog re-
so hacia lo humano y r acional, pero un pro greso destinado
a parecer insuficiente a los ojos de sus sucesores.
Esta mis ma ev olu ción , atrayente al p ri nci pio p ero p ron -
to superada, pro ducirí a sin duda el m ism o efecto en un filó-
sofo me nos co noci do, Diógenes de Apolon ia , que tamb ién
fue a vivir a Atenas y te ní a, co n form e a la tr adición , c u rio-
sidades d e ord en m éd ico, e interé s p or la s exp lica cion es
tele ológicas.
Pero pro nto se supera el pa so. De mócrito de Ábdera es
uno de los padres del ato mis mo: es p or lo tant o un ho mb re
que también se pro po ne e xplic ar el universo, pero de un
m o d o, esta vez, objeti vo y materialista. Además d e su tra-
tado so bre el or de n de l universo, había escrito otro so bre el
or de n humano: este compatriot a de Protágoras era, co mo
Sócrates, un moralista.
Estos h ech os p ru eban muy bi en que la in sp ira ción d e
lo s «físicos» seguía manifestándose. Por esto Aristófanes
pud o mezc lar en Las nubes sus intereses con los d e S ócra -
tes y presentar a éste com o muy p reocupad o p or la s «cosa s
celestes». Pero con ello des cuidaba comple tam en te la orig i-
nalidad del filósofo.
En efecto, con Sócrates to do cambia : en lo sucesivo sólo
cuenta el ho mb re y los fines que se pro po ne; sólo cuenta el
bien. En tan sólo una ge ne raci ón , la filosofía ha camb iad o
de terreno y de or ien ta ción. El c amb io es tan cl aro que se
adquiere el hábito de llamar a tod os los filósofos anteriores

28
a Sócrates , en b loqu e, filósofos « presocrá ticos». Entre ellos
sealin ea a lo s sofistas, d elos cuales fue sensiblemente con -
te mpor áneo (tema veinte años me nos que el de más edad,
Protágoras, y veinte más que los más jóve nes). Pero ellos
también habían dad o el m ism o viraje; este paral eli sm o
revela clarament e que se trataba de una tendencia profun -
da hacia una filosofía cada vez má s humana y racional. E l
hech o de que la ev olu ción haya pasad o por una serie de
pen sadores pertenecientes a ciudade s diversas e xpli ca tam -
bi én que haya p od id o d esemb oca r en esta apa rición con co -
mitante en países alejado s entre sí. E l terreno estaba p re-
parado.
P or otra parte hab rem os ob servado, al h ilo d e la ev oca -
ción , que la d escrip ción del univ erso se ha cía desd e su lad o
más cien tífico y racional . Ahora bien , en el mis mo m o m e n -
to en que la filosofía socrá tica se volvía hacia el h o mbre,
ab riénd ose así a un camp o nuevo, asistimos a otro na ci-
miento: el de la m edicina científica.
La medicina, en efecto, aeren u s ig or e ca ácter mayr
n de
m n or e gte reli ioso mág o ico.
Emp a iezn co
un dios, A
sc y subsiste
lepio , durante mu h c o tie mp de o dr gao s con o-
cidas p or tradición o p or a za r. En el siglo v aparece el inte-
rés d e comprend erla , de co nocer el c uer po human o y su
f cionamien to. E s imp osib le d ecir en qu éfecha surg e este
un
interés: seguramente se trata d e una lenta madu ra ción; la
m ed icina com o cien cia n o empieza para n osotros ha sta
Hipócrates . Pero Hip ócrat es, qu e era d e Cos, pa rece que
na ció ha cia 460 , com o Tucídides y D em ócrito, n o es, pues ,
el p rim ero en despertar en lo s autores de la ép oca la cu rio-
sidad médica . H em os visto que D ióg en es de Ap olon ia se
interesaba p or el cu erp o human o (c on servam os de él un
fragm en to sob re las venas); de m o d o todavía más claro,
Tucídides se d ed ica a d escribir co m o un clín ico m inu cioso
la peste qu e h izo estragos al p rin cip io de la guerra del Pelo-
p on eso, recog iend o toda una lis ta d e síntoma s que p od ían
condu cir a un d iagn óstico: n o es d eb id o a la in flu en cia d e
Hipócrates , que entonces deb ía de tener un os treinta años;
t ampoco es una m oda que proceda d e Hip ócrates c uando a
cada instante sus orad ores se refieren, para su a cción p olí-
tica, al m o d elo d e la m edicina . Así pues, hub o p red eceso-
res; existieron anun cio s y aspiraci on es má s antigua s; d e
este m o d o ca lcu lam os que en las décadas anteriores d eb ió

29
d e desarrollarse el deseo de co nocer m ejor la naturaleza
físi ca del h ombre. Hipóc rates es en este campo el resulta-
do, del mis mo m od o que Sócrate s lo es en el camp o de la
moral. Desde entonces, la ra zón y el m étod o se afirman
resueltamente. Lo s tratados hipocráticos rea ccio nan co
n traa
l s
interpretaciones supersticiosas de ciertas enfermedades .
Otros d escub ren la s reglas d e un m étod o rigu roso y p ru -
dente . N o faltan quienes hablan de la influencia d el clima.
Otros en fin d esc rib en el fun cionam ien to d el cu erp o huma -
n o de una manera que h oy nos pa rece hart o superada , p ero
que en tonc es era audazmente nueva. Este interés cie ntífico
corresp onde al deseo de fundar una téjne, co m o hacían lo s
sofistas en materia política .
Los sofistas no intervienen e n este desarrollo: l a co nti-
nuidad del pro greso m éd ico y la s fechas p ro bable s de la
actividad de lo s h omb res descartan esta hipótesis . En cam -
b io, el p rin cip io de la cien cia médica , aunqu e imperfecto e
imp recis o, pud o tentar e inspirar a los futuros sofistas,
co m o también pud o con tribuir a fav orecer la expectativa
del público d octo en este aspecto. Pero en esta d ob le apa-
rició n ve mos s obre to do el nacimien to de un m ism o espíri-
tu, que inspira las ambic iones paralela s de los fundadores
de estas téjnai.
P or un rasgo simb ólico, el hermano del sofista Gorgias
era mé dico; y Gorgias parece que se rela cion ó co n el
ambiente m éd ico; así habría p o d id o determinar m ejor la
parte del or ador y del mé dico: p or lo me nos es lo que Pla-
tón le hace d ecir (en el Gorgias, 456 b).
Po r lo demás, in clu so más cerc a de los sofistas, el espí-
ritu de la téjne com en zaba a extenderse hasta el mundo de
las letras. En Sicilia, la retó rica y las téjnai retoricái existie-
ro n antes de los sofistas: Corax y Tisi as sólo so n no mbres
para n osotros o poco más. Per o se sabe qu e ya man ejaban
el argumento de la pro babili dad y lo hacían d e una man e-
ra que Sócrates (en Fedra, 273 b) c alifica d e «experta y lle-
na de arte» (sophón y tejnicón).
Constatamos, p or otra parte, que el más antiguo de lo s
trágicos atenienses, Esquilo, que mur ió e n 456, y por lo tan-
to antes de m edia r el siglo, d ejó en el Prometeo un elo gio
de tod os los desc ub rim ien tos que el Titán pro porcio nó a los
hombres. S on hallazgos, p rocedimien tos, a rte s y recursos
{sophismata, mejanémata, téjnai, porói : las palabras son

30
múltiples e insistentes, pa ra terminar, en el verso 506, resu-
m iendo: todas las téjnai ); y en tre esto s d escubrimien tos
figuran las diversas invencion es materiales , pero también,
co n la adivinación, so bre la cual ins iste el p iadoso Esquilo,
d escubrimientos más ra cional es com o el núm ero y, natu-
ralmente, la medicina.
A d ecir verdad , el espíritu d e la ép oca e stá tan present e
en semejante tema que, p oco después, Syófocles Eurípides
lo recuperarán, po nie ndo énfasis cada un o en d esc ub ri-
mientos diferentes y en o tras responsabilidades , p ero cele-
brando, cada uno a su manera, la s maravilla s de la vida
civilizada y de las artes y técnicas en las que se basa. Era
el tema del siglo, y varios sofistas volverán él.a lEs ofista
Hipias, e n el Hipias Mayor de Pl ató n, asimila el pro greso de
su arte al de l as o tras artes, que m en cio na co mo una evi-
dencia; y admite que en materia d e cien cia la téjne de los
sofistas ha dejado atr ás a los antiguos (281 d).
N o obstante, esta s ob serva cion es n o hacen más que
anticipar la que va a sob revenir a con tinua ción . Volviend o
a Esquilo, p od em os d ecir que, independientement e d e las
téjnai que triunfan en el Prometeo, toda su ob ra con firma el
m od o com o el espíritu nuev o se extenderá progresivamen -
te a partir de la pr imera mitad del siglo.
Si su teatro es todavía enteramente reli gioso y dir igido
or
p la ccióa s dioses,si marca, den
n de lo tro del géner o trá -
ico,
g un pun to de partida , se pu e de c onstatar a pesa r de
to do que también es una i nterro gac ión que el coro, o bst i-
nadamente, tra ta de co mpre nd er y de ver ificar la idea de
que lo s dioses son justos . Las viejas ideas sob re el hybris
son revisadas a la luz de esta fe; y el adivin o arbitrario es
correg ido con fuerza. M ejo r todavía: E squil o ha s ido a tor-
m en tado por lo s problema s de la falta y el castigo : toda la
trilogía de La Orestiada tiende a rechazar l a vieja ley del
talion, a m edir más equitativamente la respons abilidad y, a
fin de cuentas, a transmitir a los ho mbres y a la ciudad el
encargo de asegurar la justicia. Se advierte, d etrás de este
teatro, una ob sesión m oral que se examina, instituciones
que se ordenan y se humanizan.
La prueba está en que después de Es quilo se p on e d e
manifiest o que el teatro de Sófocle s, pese a seguir teniendo
un sentido muy fuerte de la s oberanía de los dioses, se p re-
gunta m en os sob re sus razones que sob re la respuesta que

31
deben suministrar los hombres: co n el heroísm o, el interés
se centra e n la acció n humana; lo s contrastes firmes y fu er-
tes se enfrentan a l as diversas actitudes po sibles, co m o
po d rían hacerlo lo s verdaderoste litigan s. El c ioamb de
perspectiva es claro; se pasa d e lo s dio ses a los h omb res.
S ófocles ya tenía cin cuen ta años cuando el p rim ero de los
grandes sofistas lleg ó a Atenas; y si pud o llegarle tardía-
mente la in flu en cia d e la s nueva s m oda s para ta l o cua l
m étod o de expresión, es evidente que su in sp ira ción p ro-
funda n o les d eb e nada.
El contraste co n Eurípides ofrece la prueba: c uand o la
in fluen cia de los sofistas ha pa sad o p or algo, nadie pu ed e
engañarse. La ev olu ción d el g én ero trágic o con firma qu e si
hub o un umbral franquead o en el m om en to en que se a fir-
ma la influencia de lo s sofistas, la ev olu ción ha cia el h om -
b re y hacia la ra zón se había d ibu jad o mu ch o tiemp o an tes,
y sin que lo s sofistas intervinieran para nada . Al con tra rio,
esta e vol ució n preparó el terreno para su a cción y para su
éxito.
L o m ism o su ced e con la historia. H erod oto es para el
co mie nzo de l g én ero h istóric o lo que Esquilo es para el de l
género trágico. Pero su ob ra Encuestas, todavía llena de
leyendas, dioses y orá cu los, sólo debe su co nd ició n de pr i-
mera ob ra históri ca verdadera a un do ble dese o: el de
seguir ra cionalm ente los s ucesos recientes, dependientes
de l mundo human o y n o del mundo legendario, y el deseo
de controlar, gracia s al espíritu crítico y al ju icio, los testi-
m on ios de unos y otros. Antes de H erodoto, lo s relatos que
hacían refe renc ia al pasad o trataban so bre to d o de las fun -
da ciones de las ciudad es y la s genealogía s de lo s héroes.
Después, H ecate o de Mileto intentó ser más crític o, p ero
aún n o había con ceb id o la idea d e centrar su ob ra en los
hech os histór icos de manera determinada y coherente . La
historia d e H erod oto y la tragedia en su s com ien zos com -
parten el pri nci pio de apasionarse p or el co mportamie nto
humano, a riesg o de verse expuestos a la s dificultades y a
la sinrazón.
Hay que sumar a esto que H erod oto, co m o tantos otros,
acaba en Atena s y que el fin d e su relato, del que Atena s es
el p ersonaje p rin cipal, es también la parte d e su obra d on -
d e la s técni cas d e la p olítica o d e la estrategia están m ejor

32
analizadas y las leyendas i rracionales so n más rar as y más
breves.
Ciertamente n o era todavía la historia crítica, positiva y
altam ente amb iciosa para la ra zón humana com o la de
Tucídides, después d e lo s sofistas. Aquí también hay un
umbral. Sin emba rgo, H erodoto, que no pud o reflejar s u
influencia más que indire ctamente y en pasajes aislados,
p on e de manifiesto, hasta en la ev olu ció n interna de su
obra, la misma aspir ació n a la razón y a lo human o que
aparece en todas las produ ccio n es de est e siglo.
Si añadimos a es to que, co m o viajero c ur ioso, re unió
so bre los usos de los diversos pue blos to da clase de datos y
que o bt uvo de e sta co mpar ació n un s entido muy vivo de l a
relatividad de tod os estos usos, co mpre nderem os que el
espíritu m ism o que animaba sus investigaciones me nos sis-
temáticas condu cía directamente al relativismo de lo s sofis-
tas y pudo pro porcio narles tanto puntos de partida co mo
just ificac iones.
Por do quier extendía este espíritu sus r amas, desplaza-
ba lo s equilibrios y lo s intereses. P od ríam os bu scar pruebas
i clu so en a
n l s a rtes, d ond e eel
n c rso
u de al primera mitad
del siglo se ven de sapare cer lo s m on stru os y tod os los ani-
males m en os el caballo , para dejar so lam ente en el puesto
de h o n or a la figura humana, co nsi der ada a partir de aho-
ra en s u realidad viviente. Y después, precisame nte hacia
450, se iniciael estilo ll amado cl ásico. Fidias es am igo de
Pericles, com o Anaxágoras y Protágoras. Y es él quien sabe
d ota r al cuerp o humano de una majestad sobrenatural.
También es él quien se distingue en el vi rtu osismo téc nico
de las grandes estatuas criselefantinas.
Se había puesto en ma rcha una ev olu ción p rofunda en
tod os io s camp os, que se manifestaba desde hacía mu ch o
tiemp o p ero que se ac en tu ó a com ien zos del siglo V ,ya uf e-
ra p orque el desarro llo de la vida polític a co ntri buyó,
co munic ando a los c iudadanos el s entimiento de la i mpor-
tanc ia de los acontecimientos humanos, ya porque las gue-
rr as mé dicas y l a experiencia de una acció n co mún y res-
po ns able preci pitó l as c osas. Sea co mo fuere, est a orienta-
c ión, que es una de l as características esenciales de l a c ivi-
lización griega , fu e desd e en ton ces particularmente sen -
sible.
Es la única explic ació n d el h ech o de que las teorías de

33
lo s sofistas pud ieron nacer casi a la par en ciudades tan ale-
jadas com o las de Sicilia , la Ábdera septentrional y Asia
Menor . Cada un o d e ellos, a l hacer se innovador, estaba
imp elid o p or un impuls o común ; este m ism o impu lso expli -
ca también el éxito que alcanzaron .
Pero falta dec ir que es en Atenas do nd e los en con tram os
a tod os, que vinie ron aquí , aqu í fu eron a cog id os y aqu í ejer-
c ron u
ie s nfluencia
i en p rofundidad . Sin A te na s, n o abc e
duda de que ni siquiera co n oceríamos sus nombres . Y estos
no mbres carece rían además de sentido e interés. Hay que
admitir, p or tanto, que la mo da de los sofistas sólo existió
gracias a un catalizador que sólo p od ía p rop orciona r la Ate-
nas de Pericles.

La con cen tra ción de pensadores y artistas en Atenas es un


fe nó m e no impresionante. H em os visto en el breve re paso
precede nte venir a establecerse aqu í a Anaxágoras de Cl a-
zome ne y a Diógenes de Apolo ni a e instalarse a H erod oto
durante largos períod os. ¿C óm o asombrarse después d e
esto de ver lle gar, un o tras ot ro, a lo s sofistas, ven id os de l
norte del Egeo, de Sicilia , d e las islas? Protágoras, Gorgias,
P ród ico, Hipias, Trasímaco , tod os pa sa ron largas temp ora -
das en Atenas, do nd e eran a cog id os com o príncipes; fue
aqu í d onde tuvieron disc ípulos co n ocid os, do nd e ejerc iero n
una p roy ección p or la ua c l transmitieron hasta nuestros
días elemento s de s us obras y co mpe ndios de su p ensa-
mien to. Ilustran una conv erg en cia que ciertamente contri-
buy ó más que nada al de sarrollo sin par angó n de la litera-
tura ateniense. Esta literatura no había ten id o e n sus ini-
cios la importancia de las pro duccio nes de Asia M en or o de
las isla s: lo s talentos que la ciudad sup o atra er hicieron
de ella, en el siglo v, la primera de todas.
El h ech o de esta conv erg en cia en Atenas, e n este lugar
de reunión al pie d e la Acrópolis, que n o es sólo ob ra de lo s
sofistas, se expli ca p or razone s que son evidentes p ero que
m erecen ser meditadas.
La pr imera es, naturalmente, el poder. Atenas había sido
la gran v en ced ora de l as guerras médicas en 480. Entonces
to m ó el mando de tod os los griegos m ovilizad os con tra el
bárbaro; y después co nser vó este lugar; organ izó a los anti-
guos aliados en una con fed era ción —la liga de Délos— y,

34
p oco a psioco,
nd eademás
o ic
la ún a ciudad rica y a ún l a que
ic
p ose
ía una marina, ap ro vechó el m en or pretexto para
imp on er la ley p or la s armas. La con fed era ción se conv ir-
tió en un imperio . El tesoro federal fue transportado a Ate-
na s, ad ond e la s ciudades aportaban solemn em ente s u tri-
buto. Y la ciudad prefería emplear este tributo a su man e-
ra, co n tal de que asegurase la libertad de los mares. Con él
se pagaro n las con str ucciones de la Acrópolis . Por otra par-
te, A tena s se había conv ertid o en el gran cen tro d el com er-
cio marítimo, lo c ual la e nr iquec ía todavía más. Tení a dele-
gados en las islas, a veces colonia s, los habi tantes d e las
islas debían ser j uz gados en la ciudad , p or muchas causas.
En cin cuen ta años se conv irtió en la capital de toda la Gre-
cia marítima. Y la flota co n que se la dotó para las gu erras
m édicas, p ero que las con tribu cion es aliada s habían co n si-
derado pr imor dia l ac recent ar y mantener, era t an dueña de
los mares que Pericles, al pri nci pioedl a guerra del Pelo-
po neso, se comp la cía en d ecir que nada po dí a obstac ulizar
u
s a cción .
Ahora bien, estas riquezas se co nsag raban en gran par -
te a la belleza, al lujo y a las co m o d idades de la vida. Tucí-
dides, en la ora ción fúnebre de los ho mbres muertos en la
guerra, que presta a Pericles, le ha ce p roclama r con fuerza
esta idea: «C on es to, para rem edio de nu estra s fatigas,
hem os asegurado al espíritu numerosos recre os, tenemos
con cu rsos y fi esta s religiosas qu e se su ced en tod o el año, y
también, en nuestras casas, instalaciones lujosas cuya
co m o d idad c otidiana aleja la c ontrariedad. Gracias a la
import ancia de nuestra ciudad , v em os llegar a nuestros
hogares tod os los pro ductos de to da l a tierra» (II, 38).
No hay, pues, nada s orprendente en el h ech o de que este
po d er y estos fastos atrajeran a gran cantidad de extranje-
ros, algo así co m o la gran ciudad atrae a los provincianos .
Además, esta victoria de las guerras médicas, que había
id
s ola fuente del p d o eríoateniense , todavía prestaba
le a l
aureola de un prestigio ún ico una g en era ción o m ed io siglo
después. Toda s la s ciudades gri ega s se habían visto amena-
zadas p or el bá rbaro y todas p od ían ver en Atena s a la lib e-
radora, la ciudad que p or us va lor y su determinación , tan-
to co mo por sus armas, se había ganad o el d erecho a la gra-
itud
t y la adm ira ción d e tod os. Todavía en elsiglo vi , lo s
discursos de lo s orad ore s atenienses, en Tucídides , y lo s elo-

35
gios de Atenas, n o dejan de recor dar este gran m o m e nto y
de reivindicarlo. Cuando un ho mb re co m o Hero doto, en
Asia Menor, deci dió con sag rar se a la hi storia de est as gue-
rra s médicas, ¿cóm o n o iba a desear sob re todas la s cosa s
vivir en la ciudad que era su heroína? Del m i s m o m od o un
ho mbre co mo Gorgias, ve ni do de aquellos países de l a Mag-
na Grecia que habían pa rticipad o en la lu cha y habían
e nvi ado una embajada a Atenas para pe dir apo yo, Gorgias,
que más tarde abogaría por una nueva unió n de los griegos,
¿có mo no i ba a querer prolo ngar s u visita a Ate nas, laci u-
dad que había e nc amado este ideal? La capital de la Gre-
cia insular era t ambié n la depositarí a de una tr adició n pan-
helénica que la guerra del Pelop on eso emp ezó a ec lipsar en
el últim o tercio del s iglo pero que aún tenía to da su f uerz a
ba io Pericles. Y no es ciertamente una c asualidad que,
cuando Pericles co nci bió el p ro yecto de una colo n i a pan-
helén ica en Turio en 443 , H erod oto se i nscri bió para ser
m ie mbro y ciudadano de la nueva urbe, mientras P rotág o-
ras redactaba sus leyes.
Es tas dos circunstancias explic an l a co n ce ntr ació n de
talentos en la Atenas de Pericles; pero n o son las únicas.
Po rque Atenas no sólo representaba la libertad griega res ~
p ecto a l bá rba ro: e nc amaba tamb ién la libertad p olítica a
secas, puesto que se había lanzad o desd e el inicio del siglo
hacia las ví as a la s azó n nue vas de la de mocracia. Y fue en
460 cuando se dec ret aro n a este respecto l as re for mas mas
decisivas, y cuand o Pericles a cced ió al poder. Entonces
to do era inve nc ión, inve nció n y de scubrimiento. Y sin duda
— los con temp orán eos lo obs erva ron— , el pap el d el imperio
y el d e la flota fue muy importante en esta ev olu ció n p; que
or-
lo mas n eran ri osdel pu b e loy ah or a con taban más que
lo s caball eros
y hoplitas.
los En d to a o c so,a ld me ocra cia
n o dejaba de afirmarse. In clu so la s con stru ccio n es d e la
A cróp olis teman el fin, p or lo m en os en part e, d e dar tra-
ba jo a l pu eb lo: Plutarc o lo expli ca b ien en la Vida de Pen-
des) este p rog rama ha sid o llamad o a veces el «socia lism o
de Estado» de Pericles. ... ,
Semejante experiencia, semejante espíritu de libertad
tenían que atraer a tod os aquellos a quienes irritaba, en s u
país, la o presió n de la tiranía o el rig or de la oligarquía. Asi-
m ism o tenía que atraer a tod os aquellos que, interesado s en
lo s problema s políticos, se preocupaban p or comp rend er

36
las posibilidades de la libertad y los me dios de garantizar-
al ; d ebía atraer in clu so a quienes ya se inquietaban p orlos
riesgos d e una libertad d ema siad o grande. Y ante tod o,
naturalmente, d ebía atraer a aquellos cuya actividad misma
se justi fic aba p or el nuevo papel con feri do a los c iudada-
nos: lo s sofistas, que enseñaban a distinguirse p or la pala-
bra, encontraban en Atenas s u lugar privilegiado de actúa-
C7on.
Por último, n o p od em os olvidar uno de los aspectos de
este espin tu de libertad que hizo que todos esto s h omb res
o a os y ri ll ante
s del mund o rg ieg
o pudieran establecer-
se en Atenas si así lo deseaban. Desde siempre, el gran
orgullo de Atenas era , en efecto, mostrarse hospitalaria y
acog ed ora co n los extranjeros. N o es éste el lugar de bu s-
car en el pa sado má s lejan o de la c iudad las aportaciones
p or matr imo nio, ado pció n o naturalización, que co ntri bu-
yeron a enrique cer o a engrandecer Atenas: a este respecto
se había pro du ci do un e ndureci mie nto. Y c uando los ci u-
dadanos tuvieron más derechos, se hizo más difícil l a co n-
cesió n del título. En c ambio, se abrían los brazos a los
extranjeros, que se instalaban y pa rticipaban en tod o sin
convertirse en ciudadanos . A tena s lo hacía con scien tem en -
te y de ello derivaba su gloria. Alardeaba in clu so de esta
difer en cia que la distinguía de Esparta, d ond e las expulsio -
nes de extranjeros, o xenelasias , eran una costumbre y un
m ed io de preservar el ord en moral, al m ism o tiemp o que
los secretos de la defensa. Tucídides, e n l a misma ora ción
funebre en que celeb ra el esplendor y l a opule nci a de l a
vida ateniense, señala también este rasgo: «N os distingui-
m os a simism o d e nuestros adversario s p or nuestro m o do
d e prepararnos para la p rá cti ca de la guerra . Nu estra ciu -
dad esta , en efec to, abierta a to dos, y no ha ocu rrid o nun -
ca que, p or expulsiones de extranjeros, pro hibamos a
alguien un estudio o un esp ectá cu lo que, al n o esta r ocu l-
to, pue de ser visto por un e ne mi go y ser le útil» ( Π, 39, 1).
Una hospitalidad semejante no es me nos importante
que el poder, y pue de pro du cir este efecto bie nhec hor e n
c ualquier é poc a en los países que la pr actican. El papel de
los intelectuales y de los pro fesores en la vida actual de
Estados Unidos po drí a ser una referencia... mutatis mutan-
dis, cla ro está.
Se p od ría obje tar que la hospitalidad ateniense para con

37
lo s intelectuales extranjeros no se pro du jo sin alguna s cri-
sis. Con Pericles, un aristócrata culto estaba a la cab eza de
la dem ocra cia : le gustaba rodea rse d e personas brillantes y
protegerlas. Fue amig o de todlo os que
s bresalían
so en pen el
amien s ytoen el a rte.
Y esto amb t niétien e su imp or-
t
ancia Cuand o élm is m oestuvo n e dificultades ,y despues,
una vez muerto, tod o este brillante círcu lo tuvo que sufrir
y fue p erseguid o p or impiedad: el pu eblo , cuand o en cu en -
tra la s pruebas, se vuelv e con tra los innovadores y los
rechaza. Aspasia , natura l d e Mileto, refinada amante d e
Pericles, fu e perseguida p or impiedad ; y má s tard e d icen
que persigui eron a Protágoras e n las mismas cond icio nes y
quemaron sus lib ros en público. Pero tale s h ech os forman
parte de los desórdenes públicos en tiemp os d e guerra; n o
pa rece que atacaran a extranjeros en ca lidad de tales: no
co n oce m os pr áctic am ente más qu e dos cond ena s a muerte
de intelectuales y se tra ta de do s aten ienses; el p rim ero es
Antifón, que fue co nde nad o a muerte por su pap el en el
ré gim en oligárquico de los Cuatrocientos, en 411; el segun-
d o es Sócrates, que pag ó por todas las inn ova cion es de los
otros, e n 399. ,
La aco ge dora Atenas sólo se vol vió co ntr a los extranje-
ros en la m ed ida en que participaban, co m o otros, en m ov i-
mientos de ideas que le parecían asoc iados a su s males. No
fu e nunca x en ófoba .
E ste ra sg o se suma a lo s otros para explic ar el atractivo
que eiercía sob re los m ejo res espíritu s d e toda s la s ciuda -
de s. A sí pues, el h ech o tuvo evidentemente con secu en cia s
incalculables: ha sta el siglo v apenas se con oció otro auto r
que el ateniense S olón , d e 450 a 350 . Durante el gran sigl o
de Grecia, n o se con oce prácticam ent e un texto qu e n o sea
ateniense: un o o d os fragmentos, h istóricos o líricos, em er-
gen apenas de la nada. Gracias a las circunstancias y a la
ap orta ción de to dos, Atenas se con fund e durante un tiem -
p o con Grecia: esto es un su ceso capital. Sin emba rg o, des-
de nuestr o actual pun to de vista , esta conv erg en cia en A te-
ñas tuvo otras co nse cu encia s. Los extranjeros n o sólo iban
a llí sin o qu e era un pun to de encuentro. En la escena ima -
ginada p or el Protágoras d e P la tón , en con tram os jun tos en
casa de Ca lía s a los principale s sofistas: Protágoras, Hipia s
y P ród ico. Esto s con ta ctos diversos deb ían de estimularle s
a favorecer lo s in ter cambios , hacer p rog resa r o delimita r

38
las tesis y c ausar una co mp eten cia latente, ero
p constante .
Ademas, en el m ism o diálo go en con tram osealr e or
d d de
estos extranjeros, toda una elit eateniense qu e incluye
entre otros, a los do s hijos de Pericles y a Eri xí maco (eí
m ed ico), a l jo ve n Fe dro y, muy pro nto, a Alcibiades y Cri-
tias. Es d e s upo ner que Platón haya añadido má s de la
cuenta y que semejante asamblea n o se reunía habitual-
mente. Pero la ficción n o habría tenido ningún sen tid o si la
multiplicidad de lo s con tactos no hubiera s ido un eleme n-
to esencial de esta intensa ferm en ta ció n intelectual.
Esto ya orienta la atención, n o hacia lo que po dí a atraer
a lo s sofistas a Atenas, sino ha cia lo que Ate nas espera-
tícular eXtranjerOS en general y de Ios Sofi yas en par-
Esperaba mu cho; esto reza para c ada un o en particular
p ero también para laudadci en g n e aer l. Porque cada uno
en par ticular y l a ciudad en general tenían una necesidad
urgente y apasionada de saber debatir pr oblemas polít icos
ju rídicos y morales.
Atenas era una d em ocra cia directa: tod os po d ían espe -
r r, si sabían expresarse, hacerse un n omb re y adquirir
a
influencia. Quienquiera que tuviese la posi bil idad de ser
esc uc hado debía cultivar sus talentos a toda costa: de este
m o o p od ría intervenir en la asamblea o de fender unac au-
as ante un tribunal. En cuanto a los demás, se entrenaban
para comprender , criticar, apreciar : ya que al final po drían
votar, tambi én ellos, so bre las cu estiones de polític a o sob re
as causas jurídicas. Sabe r debatir o j uz gar era esencial
para el ciudadan o d e una urbe semejante. Y aún lo era má s
para lo s jóv en es dotados , capa ces de toma r part e en las
luchas políticas.
Se ha pr egunt ado a me nudo si l a enseñanza impartida
p or los sofistas a estos últimos representaba una orienta -
clon p olítica determinada . E s un p rob lema que deberem os
tratar en su mo me nto, p ero resulta un p oco artificial, p or-
qu e n o hay ra zón alguna para sup on er qu e tod os lo s sofi s-
ta s tuvieran la misma. En contram os d e nu ev o a algunos d e
ellos en el círculo de Pe ricles, y a otros
entre los nstigad
i reso-
de a oligarquía.
l L o impo rtante es co mpre nder que
aportaban una téjne muc ho más que un programa. Y esta
tejne era indispensable para quienquiera que deseara
desempe ñar el papel de co nsejero de l pu eblo . Incluía insti-

39
tuc iones dem ocráti cas y j óvenes aristócratas acomodados:
Atenas tení a am bas cosas.
Pero se n a tra ic ionar l os hechos atenerse a este aspecto
puramente pragm át ico, que sól o contendrí a l a a m t o n y
las carreras. Porque a f in de e jercer as i sus facu ltades de
d iscuti r y decidir, l os ateni enses entraban en una gran bus-
queda que todo los preparaba para segu ir apas ionada -

Atenas h ab ía m adurado durante la evol u ci ón que


hem os descri to y que pri vil egi aba c a d a vez m ás al h o m re
y l a razón. Se h abí a vol ca d o - s u teatro d a fe de e l l o - e n
l prob lem as de la ét ica , de l derecho , de la guerra y de la
os
p az Se h ab í a revel ado, durante l as guerras m edi cas y en
las décadas que si gui eron, com o l a gran p o ten ci a naval
orgull osa de sus navi os y de su arte de l a m a ni o b r a re n l a
cresta del progreso y de l a téjne en contraste co n E sp ar-
ta , la conservadora . Además, p l anteaba todos l os p robl e-
m as de la dem ocraci a. P l anteaba tam b ién l os debates
sobre las i nstituc i ones y l os sal ari os , sobre l a guerra y a
estrategi a; e i gual m ente todos l os prob l em as de l a g e s t e n
de un i m peri o, l as cuesti ones del derecho y de l a fuerza,
las de la va lid ez de los tratados , de l m ando de uno so lo , y
de l pape l desem peñado por e l m iedo o por las esperanzas
ingenuas. Todo un con o ci mi ento del hom bre se el aboraba
de este m odo co n frenesí. Pero , ¿no era esta « e n c í a de l
hom bre p rec i sam ente l o que l os sofi stas ap ortaban y tun
d ab an a part ir de su retór ica? El im p u lso de u n o s corres-
p o n d ía a l a ll am ad a de l os otros; entre l os dos se establ e-
c ía u na est im u laci ón rec íproca. L os sof istas eran ,
resumen, tan necesari os en l a Atenas de entonces co m o
pueden serlo l os grandes fí si co s en una ép o ca de guerra

E l éx ito de l os sofistas , por consigui ente , e s t á v incul ado


en todos los aspectos a l desarrol lo dem ocráti co de Atenas.
Y este ví ncul o fundam ental vi ene a añadi rse a l as otras ci r-
cunstanc ias para exp licar el entusiasmo que susc itaron en
al segunda m tad i de l sig o
l v , donde una convergenc ia de
razones diversas parece haber preparado e l terreno para lo
que ten ían que ofrecer.

40
E ste m i sm o entusi asm o no carecí a de peli gros, cu yos e fe c-
tos no tardaron en hacerse no tar baj o l a form a de reacci o
nes cr iticas o i ncl u so hostil es.
N atura lm ente, qui enqui era que aporte al go nuevo tro-
p ieza co n res istenc ias . Y l os m aestros que enseñan a m a n-
tener no m p o rta i qué tesis h ac en , do i tab a rasa l de as tral-
d ic iones m ás arrai gadas, se exponen m ás que otros a estas
resistenci as: el escándal o es el p reci o de su éxito.
S in em bargo, esto n o fue todo en el caso de l os sofi stas
N o h a y que extrañarse de as l bur las y protestas de A r stói -
fanes , p o r e jem p lo , pero es que E ur íp ides , que fue tan c la -
ram ente m arcad o p o r su inf luenc ia , tam b ién los cr it icó en
v a n a s ocas iones . Inc lu so Sócrates , q u e se re lac ionaba co n
ellos; p ero P latón consagró to da su obra a convencer les de
su error p o r m ed io de í m ism o Sócrates . E Isócrates , que les
s igu ió y se conv irt ió a su vez en m aestro de retóri ca abri ó
su escue la co n la p u b lic a c i ó n de un Contra los so fista s .
H ubo , pues, en A tenas al go m ás que l as resi stenci as nor-
m a les a toda i n n o vaci ó n un p o co audaz. H ubo un fen ó m e-
n o de rechazo, un deseo de responder, de poner en guardi a
de retocar m u ch as de sus tesis.
Se puede ser aco ged o r con ios extranj eros, abi erto a l as
ideas nuevas, ap asi o n ad o del progreso y, no obstante, re ac-
c i on ar con vehem enci a. C o n m ayo r razó n se hará cu and o
as
l deasi m
i portadas afectan ,q u zá i m ás de ol que se habr aí
mi ag ni a d o a lp r ni c pi oi ,a as
l trad ci ones
i ,a as
l creenc as
i ,a
os
l fu ndam entos de as l eyes
l y de al mora l.Pero tam b én
i es
m u y p ro b ab le que la evo lu c ión de las cosas acentu ara p ro n -
to las d ivergenc ias entre los nuevos m aestros y su púb lico .
Por e llo perm ítasenos creer que , seduc idos p o r su prop io
éx ito a la vez que p o r una fe desm ed ida en sus m étodos y
en la razón, l os sof istas llegaran a exagerar la nota y se
de j aran llevar progresi vam ente d em as i ado le jos.
Se produ jo , en efecto, un fenóm en o curi oso. Ni Pl atón
n i Ari stóte les ni Isócrates ni Jenofonte h abl an m al de l os
pr im eros grandes m aestros cu yos nom bres hem os dado
aqu í, pero todos l os llam an «sof istas» en general, o «sofi s-
tas de hoy». E l h ech o fue señ al ado p o r A ri stótel es ,6 y ci er-
tam ente se h a apli cad o tam bi én a Pl atón. Exi ste, po r otra
parte , u n texto cu ri o so de Jenofonte (Sobre la ca za, XIII)
que sug iere l a mi sm a con cl usi ón. E s u n ataque vi ol ento (y
ap arentem ente exces ivo) con tra l os sofi stas. Se encuentran

41
frases co mo éstas: «M e a sombra que los ho mbres llamados
sofistas mantengan que conduce n en gene ral a los jóv en es
a la virtud, cuando los conduce n a lo con tra rio . [...] S on
hábiles en la palabra, pero no en ideas. [ ...] Pretenden e nga-
ñar co n sus palabras y sus escritos, con mira s a su p rov e-
c h o per sonal.» Ahora bien, este escrito tan violen to precisa
en dos ocasiones: « los sofista s actuales». Además, d ice que
los sofistas no aportan ningún escrito del que se desprenda
el de ber de ser virtuoso; e n camb io es el mis mo Jenofont e
quien nos ha transmitid o con respeto la apolo gí a de P ródi-
co, m ostrando p or qué razó n Heracles, entre el v icio y la
virtud, escog e la virtud . ¡Hay que creer, pues, qu e «los sofis-
tas» de l siglo IV ya n o son lo que eran!
¡Y si sólo hubieran sido los pro fesionaqu
les los v eu enaol -
cio ron a sí! En Atenas se m edía m ejor cada día el p elig ro
d e la s teoría s lanzadas p or lo s sofistas, que lo s jóv en es
amb iciosos habían agravado y de for mado. Ya h em os visto
que, desd e 423, Aristófanes atacaba las leccion es de am o-
ralidad a las cuales asoci aba a Sócrates y los sofistas: muy
p ron to llegaron ho mbres que, d ejánd ose llevar p or la m oda
del mo me nto, desnaturalizaron la enseñanza que co nocí an
más o me nos directamente y la de sacreditaron.
El resultado es que al e ntusia sm o d e unos res po ndió
p ron to la irr itación violenta de otros. Y Platón nos aporta
el testimonio. He mos abierto este capítulo co n un cuad ró
de d ich o entusiasmo, p roced en te del Protágoras: en él se
encuentra la irritaci ón ev ocada con brillante z en el Menón .
Allí Sócrates sugiere que los maestros de virtud en los cua -
les se po dría pensar son lo s sofistas; y Anitos se indigna.
Anitos era un p olítico que fue estratego en 409 y jugó un
papel en el restablecimient o de la de mocra cia en 404. Estu -
v o presente sobre to d o en el origen de la a cu sa ción co ntra
Sócrates. Su cólera, sólo al oír el n ombre de los sofistas, no
tiene me dida: «¡Que ninguno de mis parientes o amigos, ni
ci udadano ni extranjero, com eta la locu ra d e ir a dejarse
m ima r p or esa gentuza! » «L os locos son los que les pagan,
y aún más lo s responsables, lo s parientes, y sob re tod o la s
c
iudad esqu e osl dejan entra ry n o losexpulsan ,tanto si so n
extranjeros com o si son ciudadan os quienes se ded ican a
ha cer esto !» Y con cluye: «N o hay nadie e n Atenas que no
pu eda superar a lo s sofistas en hac er m ejor a un h omb re.»7
La re acció n de Anitos es aquí tan injusta (y Platón lo da

42
a entender p orqu e Anitos con fiesa nr> ™
mente a los sofistas) co m o L· c°n ocer personal-
fon te en Sobre la caza P or lo 6η& exPre sada por Jeno-
vencía entre los sofista , y L e n a T f o e Y ^ ^ k ^
Pero estas tempestades v T V6CeS íemPestuosa.
a los grandes maestros y en ®ras n o atacaron jamás
nadie que tuviera que ver con ellas E n ^ 7 ? T C° ntró a
fitos y las bruscas indignaciones dp ! ° !> 06 los c o -
para toda una enseñanza nara de hat ° S mas‟ . lugar
est a enseñanza tendremos que v o l v e d ' ^ mfluencias· A
cernir lo que pud o e xplicar tanto el érito d T T * dÍS'
co mo las re acciones suscitadas co ntr a el l t 6Str° S
co m o, p oco a poco la + ontra eUos» y para ver
na parte de e sta enseñanza c o t T ir ié n d T aSÍ mil° una bu e-
C o m o es natural, p r e f e i ^ r í a m o T t e t ^ ^ t ^ ^ 013·
fron la ción en co nd icion es m,·™ q hacer la co n -
que los escrito s d e los sofistas hahte11^ ' ^ hemos dich o
n o iban destinados al gran púw fco v ^ 8^ ntíáo- C °m o
dos y po co di fundidos, se han pe r di di P°, C
°° Ci p a~
uan
c toa u s enseñanza a u s smn pf ^ SU totalidad ·En
que fuesen, e ran evidéntemen re c s t or ^ ia > P s
s brillante
lo ci° es
destinadareoc
to». a que
ció Tucídides
or l »UamiT™?uÇ
. , e! βn el efímeras,
o e -
oc La p
ció upa n n
o r " s ro n h l << ^ ΓeI,e ' I m re-
d m n
eupa
lo escrn po o " 0β ° n a mdad y h° b 2a« a" P
d it p Γ n **** ada
c fcsre r r seór ,o e tr l“ e los
ua
osotrosS e r i ql e s , S „ ma S ^ a stlt e d
n s la trv és e l án n d ™f ' f° * *j0 COn
° er cou> ociP ™
os
l a av s, d a visión Hr
má c que S Π S n d
par ia de quiene o sc r s se t o » y
frase
r suya c para estcriticarla
s bu re a u sn id P Una
osotros
se edu en a a apariencias lativa n
e e lo te ” s s
papel sot n T sS n s ^ r n S 3 ^ 7 má e s de u
paraésno e ro de u ob a v d<*
tr qU„ ° ha obrevivido
ec o
ficav o de stos autores s s Nenien
s f i. i ha o'
h h° ¡-a
adst y repensado c u idea rte a m e ,ad m d
ícil
E a situación
c r onvieo or e?„ ° rtI J IÜTOS
r enuevos·e
dif de re onst uir per ñ n 8 pa CU fa “m nte. ns
squizá
o también
s ro sore ese r, fa o E
res,
in lo p fe s. d a n los auto
s s f ero s rofesores s e e es.
LOS ofista u n lo p del iglo d P ricl
N O T A S D E L C A P ÍT U L O I

1 A 8 En sriego :m i téjn e e s
la so p h ia .
2. E l verbeuse emplea ya en Hesiodo el sustantivo
; aparece en Píndaro en ,

es t e u lt 5mo sera d o . dos extract0S ;seguidos de tratados sofísticos

cuvos :
autores desconocemos uno , orma
que f un con unto j llamadc
, ¡ D is c u r s o s
d o b le s , o D ia lé x e is ; e l otro se conoce
con el nombre de Anón mo de i Jambhco y ,

tiene^cuatfo l
se suceden en e curso l ogo
de diá l titulado El s o f is
ta -
este aspecto lucrativo se subraya siempre: el sofista es un «cazador rnte re ado en
í r ca»; es «negociante
gente i en cienc as»; «trafica en idiscursos y ens -
ñanzas relativos a la virtud».
5. Cf. más adelante, pp 213 . -
218 .
6. Cf. J . C . Classen, en la colección Kerferd (ver bibliogra ), p . '
7 . Para otro eco de esta hostilidad podemos
, rem t mosi ial discurso C o n tra
L a c r ito s ,
falsamente atribuido a Demóstenes (cf. 39 42 - ).

44
Capítulo Π

UNA ENSEÑANZA NUEVA

Si se quiere apreci ar lo que representaba la enseñanza


de los sofistas, es importante co mpre nd er hasta qué pun to
era una novedad. F
Atenas no tenía, en efe cto, nada que se le pareciese ni
d e lejos a lo equ osotros
n os s
llamam enseñanza erior*
up v
mu ch o me nos a lo que po drí a ser una enseñanza inteléc-

Para la forma ción de la juventud, en una socie dad aris-


ocratica, se cuenta pri mero co n la h eren cia y después co n
ios mo delos qu e con stituy en lo s antepasados, la familia las
T eS? i Una f ocif dad semejante, es normal ap recia r
ante to d o el valor y lo s diversos méritos físicos . Era el ca so
de Atenas. Estos méritos e nco ntr aro n originariamente su
razón de ser en la guerra ; después se in clina ron ha cia el
deporte y el atletismo . Los jóv en es d e A tena s, in clu so des-
pues del estab lecim iento de la de mocracia, co ntinuaban
s iendo edu cad os en este espíritu.
C on ocem os por l a literatura los diversos maestros a
d o ra s^ ^ C° niñ o; su s espe cialidades son revela-

Estaba en p rim er lugar el paidotríbes, es decir, «el qu e


entrena a los nm os»; se trata, p or supuesto, del entrena-
m ien to d ep ortiv o, que se realizaba e n la palestra y abarca-
ba toda s la s forma s d e deporte, cuya imp ortan cia han con -
sagrad o los con cu rsos y lo s ju eg os: carrera y salt o, lanza -
f J j T °ude dÍSCO‟ y es Pro bable que también
ciertas for mas de lucha. El papel del paidotríbes ilus tra bien
a las claras el valo r que se daba a la edu ca ción física. La
perfecció n del c uerpo, su fuerza, su flexibilidad, su gracia,

45
r e p r e s en ta n e n este c a s o u n a p a r t e n o t a b le d e l i d e a l h u -

Un p oco más cerc a de nuestra idea de la cultura Pero


todavía muy lejos , sin embargo— , se encuentra el citarista ,
es decir, el ma estro de música. Ciertamente la citara e ra un
instrumento b ien co ncreto, pero la for mació n corres po n-
diente estaba mu c ho más extendida. Los nm os aprendían a
cantar y a bailar, cas i siempre en coro. Y era todavía una
de las actividades no bles de la socie dad aristocratice . P or lo
demás, se esperaba d e estos estudios mu ch o mas qu e la
mera competen cia musical: el sentido d e la dis cip lina y e
de la armonía, con to dos los aditamentos morales que una
y otra pueden conllevar.
L o sabe mos muy bie n p or Platón quien en ple no si -
glo IV bas aba todavía la e duc ació n de los guardianes de su
ciudad idea l en la mú sica y la gimnasia, d e a cu erd o con
una tr adición, según decí a él, «est ablec ida desde t iempos
i nme mor iales». No sólo vuelve a to mar este pro gr ama por
su cuenta en La república, s ino que co m enta de manera
insistente su s entido y utilidad. En lo que co n ciern e a a
música , se constata que hacia el fin de su vida , en Las leyes,
aún llama h omb re sin in stru cción a l que es in capa z d e pa r-
t
icipa rne los coros(654 a-b), y culpa a la slibertades ni tro-
ducidas en la mú sica de la d ecad en cia de una Atena s sumi-
da en la anarquía (700-701). Esto s do s p olos p rin cipa les de
al edu ca ción d elo sn ñ i ostodavía subsisten ,sm un am c 10
p rofundo, después del siglo v. ^
Sería injusto , sin embargo, negar la existencia d e una
formació n intelectual para lo s niños: el que la daba era el
grammatistés o maestr o d e escuela, es decir, el qu e ensena-
ba a leer y escribir. C on estos tres maestros se tema tod o,
Sócrates lo recuerda a lp rin cip io del Protagoras a l hablar de
al enseñanza recib da i «d elmaestr od eescuela, del citarista
y del paidotríbes» (312 b ).! Además, la ensenanza de l as
letras se impartía, de sde el s iglo v, en verdaderas escuelas
ad onde asistían num erosos niñ os. Ademas d el eje rcici
p rá ctico d e la lectura y d e la escritura, lo s nmos se forma -
ban en la lectura de los poetas: en Ho mero y en los poetas
lí ricos, cop iaban pasajes y aprendían fragm en tos de m em o-
ria. Además, del m ism o m od o que esperaban d e la mu sica
que fuese una formación moral, se esperaba del c o c i -
miento de los p oeta s que fuese una in icia ción a la sabidu-

46
na, al a expe rie ncia mor al o política, al co noci mie nto de los
ser es y del mundo. Protágoras lo dice bien cl aro en el di á-
lo go de Platón que lle va s u no mbre: c uando el maestro ve
que los ninos co noce n las letr as, «les hace leer en la clase
amueblada con hileras de ban cos, los versos de los grandes
poetas y les hace aprender de me m ori a sus obra s llenas de
a n Z T Cr e|OS' ΐ dif esiones y eI° g i°s que exalt an a los
hJíání ' ^ ‟3 n qu e el ní flo· imPulsad o p or la emú-
ación, los imit e e inte nte parecerse a ellos» (325 e -326 a)
Ho mero, sob re tod o, era la Biblia d ond e se alimentaban los
,
? SJ tememesj babían co mpre ndido lo que n osotros
hem os olv idad o con demasiada frecuencia : que es a tr avés
su siglo^Xt° S eranOS Como uno mej ° r aprende a vivir en

Las pruebas también so n abundantes a este respecto· y


lo so n tanto mas c uanto que la cost umbre se mantiene. Én
gipto se ha en con trad o un pap iro de un cole gi al d o nd e
pr eci sam en te H om ero sirv e para lo s eje rc icios de escritura
de paráfrasi s y d e tran scrip ción e n lengua moderna, y esto
en la ép oca helenística. P or otra parte, en la s personas
cabales la pr ac tic a de Ho mero - y la d e la m e m o r i a - est a-
at ata d eml tàe que un p er sonaje d el Banquete d eJ ne fon o-
te alardea de saber d e m em oria to do el texto de c ab o a
rab o. C om o los rapsodas daban frecuente s sesiones de reci-
ta cion mas o me nos mim ética, esta forma de inst rucc ión se
prolongaba y pr ac tic aba in clu so entre lo s adulto s d e la
buena sociedad.
S ólo que, por desgracia, era casi la únic a en beneficiar-
c lin p ° ? ga c‟ ón ' P or regla general, el jov en a sí edu-
cado, no aprendía absolutamente nada más después, salvo
por l a rp acti
c a cotidiana.
fn,íU exfcep ci0n ' n° obstante, en el terreno intelec-
; filósofos teman discípulos; los testimonios anti-
f ^ L mt US° T compí acen a veces en decir: «al umno s»
Fm n^ *alUI? n®* de Jenófanes; Gorgias, «a lumn o» de
Empédocle s, etc.). Pero n o hay que dar a estas palabras un
alcance muy m od ern o. Sm duda los jóve nes aprendían del
ma estr o tod o lo qu e éste había p en sad o y ap reciad o: cien -
cias y teorías sob re eluniverso, do trina
c religiosas
s o m ora -
les, i ncluso polí ticas. Sin e mbargo, ya vemos de qué se tra-
taba. solo eran grupos redu cid os d e ftituros filósofos, m ov i-
dos p or la cu rio sidad o la admiración, sin o bjeto p rá ctico y

47
sin «cursus» regular; se trataba de rela ciones privadas, en
círculos muy restringidos.
Aparte de estos c asos e xce pcio nales, n o había nada. Los
jóve nes atenienses p od ían aprender una p rofesión de un
maestro esp ecializado ( mé dico, es cultor, arquitecto, p iloto
y otros oficios téc nicos que sirven tan a m enud o de punto s
d e compa ra ció n en lo s di álo gos de Platón). Per o no reci-
bían ninguna for mació n intelectual sistemática. Aprendían
viviendo y mir ando a s u alre dedor.
¡Mas he aquí que entran e n escena los maestro s iti n e-
rantes! iOfrecen esta formació n, y l a venden! Enseñan a
hablar, a razonar, a juzgar, tal co m o el c iudadano de ber á
ha cerlo toda su vida. Y lo enseñan a jóve nes ya pro vis tos de
la in stru cción tradicional. Les ap ortan alg o má s que el
deporte y la música, algo más, i ncl uso, que los poetas d e los
tiempos pasados: lo s arman para el éxito y para un éxito
que no se basa en la fu erza y el valor, s ino e n el uso d e la
inteligenci a .
La práctica de l a intelige ncia era co m ún a to dos ellos
co n los filósofos. Pero ahora se ejercitaba, co n ellos, e n un
marco nue vo y para fines nuevos. Estos maestros n o eran,
co m o lo s filósofos cuy o papel a cabam os d e evocar, teóricos
desinteresados en busca de verdades metafísicas , la ins -
tr ucción qu e fa cilitaban era tan práctica, y debía ser tan efi-
caz en la vida co m o una técn ica profe sional, p ero su alcan-
ce rebasaba el ma rco de las p rofe sion es: era una téjne para
el ciudadano.
Esta s ituación expli ca b ien la d ifi cu ltad que pa recen
haber en con trado lo s con tempor áneos para d efinir esta
enseñanza nueva, las vacilaciones del jo v e n del Protágoras,
que a pesa r de ello corre a buscarla, y las divergencia s mis-
mas en las fórmula s empleadas p or los maestros. También
explica ob serva cion es com o la d e Protágoras, a l p rin cip io
del di álo go que lleva s u no mbre: el maestr o d ice en él que
la sofí stica es antigua , p ero que existía d e man era ocu lt a
ba jo máscaras diversas, la d e la p oesía , la de las in icia cio-
nes y pro fec ías, e in clu so la d e la gimnasia y la música , la
enseñanza del sofista era la ens eñanza p or ex celencia y la
verdadera forma ción del h omb re p od ía decir se que se disi -
mulaba má s o m en os en la s di stinta s forma s d e in stru cción
ya existentes; p ero Protágora s es el p rim ero que reivindica
abiertamente para ella un lugar aparte y una identidad
autónoma.
En un n de sta itua ión se mp nd eambién t
d b f gull ció de lo e sofista s cC m nco tenían re en ter el
n o ni le poredecesores
o sni ivales. o juo gaban o maestros esteua re-
o
ad r
para toda la r ma s, nseintelectua z de hombre. c lifi- A
c nosa io de a for nció
ma profe na lu l urso n l
co tr r para convertirse
seguían l for cióa u vezsio l, s s c n para
en sofistas, s o se se
ad brillantes, udadans ompetentes si o spíritu r
or oresn p n an ningún
sagaces ci límitosa c a paideía X , pe ns
a : mpo omí an a transmitir e sta est enseñanza . deor co -
man
tr inmediata
ra , se co roy ficaz;
etí hablaban de euna téjne ratoria p e-
tica m e tra a d una o
n a determinada, o olí- n
regla , co no sidase qu t pse d ae aprenderse téc ic n facilidad. co
E stacocaracterística
oci s, e expli
o í a la nn va con ya m n ionada,
a abs que se hacían pagar; c y pi mit o ció mp nd e c m
a sdiferen
er, ia que lo distinguía deerSócrates. e co Are er n se ejor
l
hubiera c u d cobrar, s m amp éste o
a ningún le
an oc
uyarriconversaciones,
o co o nte t amoco nte p vada filósofo
podían
enterior,
ique er c los spíritu de quienes e r a e cuchaban: ri s, n am
b r lo sofistas,
c s ea detentar s una téjnel sinmediatamente
es e c ca -
io s
y transmisible marcaban p l m m h h de efi p dir z
dm ro a , a a y , va or elp á is o ec o
de u le ion s. e
El exi , est que eficp m ci aneste p d alorllamarser ctico normalmente
s s cc una e
é toión lo roua etí
re ribu n p do a íhacerse n a búsqueda de a
verdad
t c , c l o o í co l l
S .p ib a da la n v dad d sta in u n y
d e lo erc deseos e sí quetovenía a oa e a eR e p nd str a a cció
a nue-
to os nds
va n políticas; sp tisf
nd acer.ambién es o a íp gl s de
la sreflco x n n d loicioamp es ares
la oa n ní txis ía nada
de esto. E ta enseñanza l roa reso e ió eoriginal.
totalmente to os E s célebr
c
lib d H Ma u os; b las zó du a o en n ta Antigüedad
n vacila s n ibir (p er104 N d masiadl fuert e
hablar
ro ede .una I. virou son re llevada e a c ab ció pe lo l sofista n
eloterreno de e la escrdu a n . griega.»
): « o es e o e
E ta n v dad re expli
ol cióa el xi c aoo dinario
xt or s que sne
n y también e lac ció p d mb iagu que d b d
adueñarse s ode e lo nuevos c maestros.
é to e r r co o-
cieroQu n p m ían es ecie¿Quée ne anun r ez
iaban Ee vió b e
épaggettéin [epanguelein] s qu gn a «anunciar, p m
ter»¿ vuelv é o sinro sa et a ?es tema o y en cdas ? a lp er m o
a suena una n an a ,orgullosa. e si ific «Joven — d ro e-
Protágo-
, e ce r te , to est s ro e-
s s co fi z ice 49
ras en el Protágoras de Platón e n 318 a—, si me frecuentas,
he aqu í lo que se te ofrece: después de un día pa sad o co n -
mig o, volverás a tu casa m ejor d e lo que eras, y lo m ism o
al día siguiente, y así c ada o un
e t sd í us d a quedará marc a -
do por un pro greso hacia lo me jor .» No intentemos, p or el
mo me nto, definir el tér mino « mejor» en co mpar at ivo y
superlativo: la dif eren cia co n Sócrates está enteramente en
germen en esta ambigüedad. Pero una cos a es segura, la
certeza que tiene Protágoras de alcanzar el éxito, y alcan-
zarlo deprisa. Del m ism o m od o, a la pregunta: «¿Te com -
pr om ete s a forma r bu en os ciudadan os?», resp ond e: «Ta l es
exactament e el comp rom iso que m e p rop ong o cumpli r»
(319 a); en otra oca sión declara sin tapujos : «Creo... un o de
ésos, p od er m ejor qu e nadie prestar a lo s demás el servicio
de ha cer de ellos ho mb res cabales y m erecer p or esto el
salario qu e reclam o» (328 b ). Igualmente, en el Gorgias ,
Sócrate s pregunta: «Dime, Gorgias, ¿e s cierto lo qu e asegu-
ra Calicles, de que eres capa z d e con tes tar a todas la s p re-
gunta s que te pu ed en ha cer?» Y Gorgias recon oce que, en
efecto, «asi lo he declarado hace un m om en to» (447 d).
Lo sabían to do y lo enseñaban to do, i ncl uso las ciencias.
Y p or tod o, n o sólo ofrecí an una lenta me dit ació n sobre los
principios, sin o so bre los resultados inmediatos: ¡bastaba
co n aprender! Era así de s enc illo y de r ápido: « Por Zeus,
ofrécele dinero e intenta persuadirle: hará también de ti un
sabio » Protágoras
(. , 310 rló , Sócrates, bu o n p nd
d). Y er , ca
uando se tr at a de los dos sofistas del Eutidemo: «Vuestras
i nve nc iones son de tal calibre y habé is puesto en ellas tan-
to arte, qu e un instante bastaría a cualquiera para ap ren-
derlas» (303 e).3
Naturalmente, la iro nía de Sócrates c onvierte e n sospe-
c h oso su testim onio por que sin duda nuestros sabios no lle-
gaban tan lejos. Pero la i mpres ión de be de expresar bien l a
sorpresa d elo s coet án eosy el orgu llo de losnuevos ma es-
tros. Algunos d e ellos de bieron de perder un p oco el senti-
d o de la mo der ació n. A veces Platón los presenta terri b e -
mente arrogantes y seguros d e sí mis mos, o po ntificand o
co m o desde lo alto de un trono. ^
A esto se sumaba la necesidad natura l d e public idad .
Los sofistas impartían sus clases ba jo la for ma de conv er-
aciones,
s agrupada s n e series;p ero ofrecían ambién
t ses
io -
nes públicas a l as que p o dí a asistir cualquiera. Se trataba

50
tanto de ale gatos ficticios co mo d e inf ormes ; a m e nud o se
trataba de contestar a unas preguntas, lo cual les brindaba
l oca sión d e desarrollar su s ideas mientra s daban una
a
prueba directa de la efica cia de su m étod o intelectual.
La gente asistía bo qui abiert a a estas fies tas de la inteli-
™ , ^ ue con sti tu ían a su s ojos un espec tá culo fascinan-
te. bl Cleón de Tucídides de plora el placer c ausado así a los
ciudadanos que, incluso en la Asamblea, habían co gi do la
cost umbre desd e en ton ces d e co mporta rse co m o meros
«es pe ctadores de los sofistas». En to do c aso, e ntre los ini-
c iados y los semiiniciados se veía aparecer en Ate nas una
es pec ie has ta ahor a desco noci da, pero a l a que se augura-
ba un gran porvenir: los intelectuales .
Para ser una novedad, er a de una t all a extraordinaria...
Se con oce, sin emba rgo, p or lo m en os a un h ombre que
po dí a con fundirse co n ellos en este punto: Sócrates seguía
siendo un filósofo en toda la a ce p ción de l término; no se
hacía pagar; n o prometí a un pro greso rápido; n o prepara-
ba para una a cción práctica : al con tra río , n o d ejaba de fre-
nar a los jóve nes, de masi ado fo gosos; pero te ní a puntos en
co mún co n estos sofistas, co n lo s cuales se mezclaba de
buena gana. En aquellos t iempos en que el ho mbre adqu i-
ría c&da vez más importancia, él también discutía sob re
p roblemas humanos y nocio nes morales. C om o a ellos, le
gustaba argumentar, d efinir, desconcertar. Adversario de los
sofistas en lo con cerniente a los obje tivos, se parecía a ellos
en lo sm ed iosy en lo sm étod os. Po r lodemás ,mu h c osate -
nienses debie ron d e con fundir se; voluntariamente o no,
Aristófanes, en su ataque cont ra los nu ev os maestros, m ez-
cló y j unt ó a to dos estos intelectuales e nto nces de mo da. Lo
prestó t° d o a su Sócrates. L e d io las cur iosidades c ientí fi-
cas de los físicos, curiosidades a l as cuales c iertos sofistas,
en su afán de saber, n o eran ajenos, p ero que eran recha -
zadas p or el ve rdader o Sócrates. L e d io asimism o el ob jeti-
v o d e los nuevo s maestros de retórica y la s célebres fórmu -
las de Protágoras. No intentó hacer distinciones. Y sin duda
lo s at enienses de en tonces n o eran capa ces de hacerl o. El
g rup o de Sócrates se comp ortaba exteriormente com o lo s
sofistas: p or esto Platón trataba tan obstinadamente de
marcar la di fere nc ia que le separaba de ellos.
Pero el resultado fu e que la nueva enseñanza impartida
p or los sofistas co ndu jo a do s clases d e rea ccion es: una,

51
e nglo bando a la vez a sofistas y filósofos, se aco ge a esta
prerrogativa de la inteligencia; la otra, hacie ndo re fere nc ia
sólo a los sofistas, se a cog e a lo qu e le s distinguía de los
filósofos. Si además se tiene en cuen ta el h ech o de que la
amb ición de su s p romesas planteaba un p ro b male d e fon -
d o, relativo a la posib ili dad m isma de semejante for mación ,
se adivina qu e la apa rición de esta nueva en señanza ba a
ocupar durante muc ho tiemp o los espíritus: lo textos ide la
é poca están impregnad os de estas diversas controversias
s .
La que má s se destacaba era la op osició n así abierta
entre la inteligencia y el deporte. Insistir sob re el e spíritu ,
en lugar de entrenar a los jóve nes para la palestra y pre pa -
rarlos para lo s jue gos, e ra la no ve dad más sorprendente.
Sab em os p or Aristófanes qu e inquietaba a l as gent es sen-
cillas.
En Las nubes, Aristófanes ins iste e n la triste for ma físi-
ca de los intelectuales de mo da . Los trata d e «caras páli-
das » (103); el jove n se niega a ingresar en su e scuela p or-
que n o quiere «mira r a los caballeros con una tez tan estro-
peada» (120); o n os repite en otra parte que tienen el a spec-
to «de los prision eros l acon ios d e Pil os» (186) o que n o pue-
den permanecer muc ho tie mpo «fuera, al aire li bre» (99) . Y
lo que es más, el contraste entre la s d os educ ac ion es, la
antigua y la nueva, es una op osició n perpetua entre la s
argucias de los intelectuales y la formació n físic a trad icio-
nal. Es cie rto que co n la edu ca ción antigua se veía reina r la
dis ciplina y l a reserva, p ero estas virtudes se tr aduc en en un
retrato físico o puesto a otro: el text o es bastante re vel ador
y bastante sugestivo para ser cit ado co n un p oco más de
extensión, en particular el retrato de lo que espera al jov en
si elige bien: «Brillante y fresco co m o una flor, pasarás el
tie mpo en lo s gimnasios, en lugar de re cita r en el ág ora
charlas espinosas sin pies ni cabeza com o se hace h oy en
día, o d e agitarte a p rop ósito de una p equ eña c uestió n
hecha de sutilezas, réplicas y marrullerías. I rás a la Acade-
mia [¡se trata, record ém oslo, d e un gi mnasio!] donde, bajo
lo s o livos sagrados, emprenderás la carrera, coronad o d e
grácil caña, con un am igo de tu edad, d esp reocupado, co n
la zarzaparrilla en flor, con el álamo bl anco que pierde sus
amentos, disfrutand o de la estaci ón primaveral cuand o el
plátano susurra con el olm o. Si hace s lo que te d i go y apli-
as
c en ello tu esp rituí ,tendrá ssiempr e elp ech o robu sto, el

52
cutis m oren o, los ho mbros anc hos, la lengua corta, las nal-
gas firmes, la verga pequeña. En c ambio, si practicas las
costumb res d e ho y día, tendrás la tez pálida, los ho mbros
estrechos, el p ech o redu cido, la lengua larga, las nalga s del-
gadas, la verga grande y larga la prop osición de d ecreto»
(1002-1019). Indepe ndientemente de tod os los males mor a-
les, aquí se caricaturiza a l intelectual, frente al efe bo for-
mad o según la tr adición .
La re acció n es clara: de bí a de corres po nder a una sus-
p ic aci a bastante notoria hacia lo s di scuti dores y espíritus
demasiado sutiles, y se advierten mu ch os detalles que reve-
lan este re n cor y esta inquietud.
Así pues, la palabra que, bellamente co mpue sta, desig -
naba a la v ez la ignorancia y la necedad , la palabra ama-
thía, era evidentemente peyorativa y con tinu ó siéndolo casi
siempre . Pero los que eran hostiles al espíritu nue vo e mpe-
aron,
z p or re
a cció
n ,a elo e amathía .En al historia
g ai r sta
de Tucídides, el rey de Esparta alaba la forma ción d e sus
co nciudadanos, for ma ción que co mport a la suficiente
amathía para que n o se crean p or e nci ma de las leyes (I, 84,
3), y el ateniense Cleón declara preferir la amathía a co m -
pañada de sabiduría, a la habilidad aco mpañada de un
ex ceso d e libertad (III, 37 , 3 ). N o d eb ían de falta r personas
que alabaran el antiguo buen sentido frente a estos i ntelec-
tuales inquietantes e individualistas. Y semejantes re a ccio-
nes indic an muy bie n el ab ism o que se había abierto.
En cambio, p or otra parte, ciertos atenienses ya empe-
zaban a lanzar pullas con tra los atletas. Es de s uponer que
no atacaran al jo ve n cabal ev ocad o por Aristófanes. Pero
así com o éste se había bu rlad o en Las nubes de los intelec-
tuales de profesió n, aquéllos se bu rlaron d e lo s deportistas
sólo preoc upados p or la fuerza física, deportistas qu e ten-
dían p reci sam en te cada vez má s a la especi alizació n p rofe-
sional. Así ataca a m e nudo Eurípides a e sta fuerza, que no
es nada, que es i ncl uso nociva si está ma rcada p or la ama-
thía. Poseem os sobre tod o un lar go f ragmento de un drama
satírico, el Autolicós , que es un ataqu e a fo nd o con tr a los
atletas. «Entre lo s millares d e males que sufre Grecia, el
p eor d e tod os es la raza de los atletas.» Sólo piensan e n su
régime n y no s aben vivir; los griegos se equiv ocan a l con -
gregarse para admirarlos: «sería m ejor corona r a los ho m-
bres de b ie n4 y aprecia r a aquellos que s aben actuar del

53
m ejor m o d o para la ciudad y apartar de ella los males con
sus palabras». Aquí se enfrentan d os f ormas de vida: la del
atleta p rofesional y l a del ci udadano capa z d e re flexionar y
de expresar su reflexión. Por otra parte, en gr ieg o se ob ser-
va un giro de exp resión característico: para designar a los
«ho mb res de bien », Eurípides no emplea la exp resión tra-
d iciona l «b ell os y bue nos», sin o otra d o nd e parece n haber
penetrad o la s cualidades intelectuales, pu esto que llama a
estos h ombres «sagaces y bu en os». 5
Inclu so a prop ósito de p roblemas diferentes, esta op osi-
ció n entre la fuerza y las cualidades del espíritu se p erci b e
en otras obras: es co m o un hil o rojo qu e se sigue a través
de figura s variadas . E s el ca so, p or ejemp lo, del célebr e
debate de Antíope, que cita, pr ecisam ente, el Gorgias , y d on -
de , en la p ersona de do s hermanos , se enfrentan d os forma s
d e'v ida, la activa y la contemplativa. El h erman o «co n tem -
pla tiv o», Anfión, no deb e nada a la sofistica, cree en los
d ones de l arte; n o bu sca el éxito; desea una vida retirada, a
la antigua; p ero defiende, t ambié n él, la sabiduría y la refle -
x ión co ntr a la fuerza; co ns ider a la amathía una plaga terri-
ble. Incluso en este debate diferente, do nde ya se n ota en el
autor el peso d e las desilusiones , se vuelve a e nco ntr ar la
huella d e este b ru sco camb io d e orien ta ción que corres-
p o ndió a la aparición de la nueva enseñanza d e lo s spfistas,
cuyas p rom es as y exigencias habían llamad o la ate nc ión
hacia ella.
Per o aunque era una espe cie de rev olu ción hab er ced i-
d o el pa so a la s cualidades intelectuales, con si der adas
co m o más útiles que tod o lo demás, y aunque e sta revolu-
ción p od aí p rov oca r un ma lesta r, n o había , sin emba g r o,
a cu erd o sob re el papel de esta s cualidades ni sob re la m ejo r
manera de cultivarlas. A este resp ecto se plantearon ot ros
p roblemas y s ur gieron o tras protestas p or parte, esta vez,
d e los filósofos. Los sofistas p rometían , mediant e la finan-
ci ación, un éxito p rá ctico relativamente rápido: esto era, a
los ojos de los filósofos, a lo s ojos de Sócrate s y d e sus dis-
cípulos, perseguir un mal fin, dar la espalda a la verdád y
al bie n, en suma, equivoc arse co mpletam en te de or ient a-
ción.
Sócrates, y Platón después de él, no desdeñaban las acti-
vidades del ciudadano y su pa rtici pa ción en los n eg ocios;
p ero la s situaban al tér mi no de una larga maduració n

54
desinteresada y eran bastante hostiles a la prisa sos pec ho-
sa favorec ida por los so fistas.
Es precisamente esto, a fin de cuentas, lo que da su
aspereza a l con flicto en tre Ca licíes y Socrates en el Gorgias .
Ca licles, en cuya casa habita Gorgias, se indigna con tra
Sócrates p orqu e sigue filosofand o a su edad, en lugar de
dedicars e a la vida a ctiva. La filosofía es recom endab le para lo
s jóv enes: «Mas c uand o v eo a un an cian o filosofand o
todavía y qu e n o ha renun ciad o a este estudio, m e digo ,
Sócrates, quelo co nsi dero merece d or ed se r ca
s tigad o co n
el látigo . Porque, com o a cab o de d ecir , p or muy b ella s dotes
naturales qu e tenga ese h omb re, no puede por me nos de
degradarse al evita r los lugares f rec ue nt ados de la ci udad y
la s plazas públicas , d ond e lo s h ombr es, com o d ice el p oe-
ta, adquieren la celeb ridad» (485 c -d); y recuerda que
Socrates, si fuera acusad o, n o sabna defenderse: serí a con -
de nado a muerte. Al contrario, según Sócrates, ést e n o es el
p eor mal a que se arriesga un h omb re; el éxito a que alude
Calicle s implicaría p or su parte esclavitud y corrupción :
«Es ne cesario , pues, dejar nos guiar por las verdades que se
nos acaban de apare cer a nosotros y que nos enseñan que
la mejor manera de vivir co nsiste en practi ca r la justici a y
la virtud, en la vida y e n la muerte» (527 e). Imp osible ima
ginat" dos puntos de vista más p ro funda y dramáticamente
opuestos.
Por supuesto, Calicles n o es un sofista, ya lo hem os
d ic ho y vol ver emos a repetirlo. Pero su amb ición y su d ese o
de ilustrarse so n caracterís ticos de lo qu e los jóve nes ate-
nienses esperaban de lo s sofistas. Y lo s p rop ios sofistas, si
n o tenían la misma pa sión egoísta que su a rd oroso alum -
no, n o les m ov ía evidentement e el solo d eseo de l a verdad;
según su s p ropia s d ecla racion es, su enseñanza , com o téjne,
tenía un fin ante tod o p rá ctico.
¿P od ía ser de otro m od o? ¿Y hay que culparles p or ello?
Una ciudad n o pu ed e ser h echa p or filósofos puros qu e
m editan sob re esencias . Es p reciso que florezca en ella cier-
to sentid o de l as realidades. Es p reciso, p or lo tanto, for mar
a gente capaz de tomar parte, sin esperar demasiado, en la s
delibera cion es políticas, y también de defenderse, sin
demasiada torpeza, ante los tribunales. Se necesitan «acla-
racion es de tod o». Ciertamente , quienquie ra que lea el diá -
lo g o está neces ariame nt e en con tra de Calicles y a favo r de

55
Sócrates, con tra la ambició n y a favor de la filosofí a; no
obstante, el ideal de Sócrates se rev ela , a fin d e cuentas, tan
e ce
x p cio
na l com oadmirable; y nadie, en un Estado, p n e as -
ría d e hech o en generalizarlo.
Contra este p ragmatismo de lo s sofistas y contra la rapi-
dez de los resultado s en que con fiaban , Platon re da cto
todas la s forma s d e ironía , desd e la s más bastas a la s mas
su tiles.Después de la ir on aí d eAristófanes con tra losinte-
lectuales y la de Eurípides c ontr a los deportistas he aquí
aho ra la del filósofo co ntr a estos maestros or ien tados hacia
la co mpete nci a práctica. Po r lo visto es dif ícil en Atenas
aportar alg o nuevo sin ser b lan co de la burl a general.
Estas ironía s de Platón surgen e n c ada lmea c uando des-
cribe la s p rom esas de los sofistas, su s u f i c ie n c ai y su éxit o.
Apare cen so br e tod o en l a ev oc ació n de los sofista s de
segund o orden ; y la que no s ofrece de lo s do s h erman os en
el Eutidemo es una verdadera b roma d e co media. En c am-
b io en el mis mo diálo go, se vuelven má s disimuladas c uan-
d o Sócrates e mpieza a d escrib ir a los nuevos maestros
co mo « int ermediar ios e ntre el filósofo y el político» (305 c)
y a recordar, con tra ellos , qu e toda posició n intermedia n o
es más que un quiero y n o pue do. La fórmu la era de P ro-
d ico y encuentra un eco en la punta lanzada p or Pl ato
contra Isócr ates al final de Fedro, ese Isócrates que, se gún '
el texto, inspiraría esperanza (¡era bastante v iejo!) porque
su espíritu co mp orta «cie rta filosofía » (279 a). Expresa ba s-
tante bie n l a difere ncia —y la contr oversia— entre sofistas
Y filósofos. . c λ
En cualquier c aso, to d o c onverge ; vivos ataques , falsos
aires protectores , escaramuzas y alusiones; el re proch e es
siempre que los sofistas creen enseñar algo cuand o solo los
filósofos auténticos serían capac es de hacerlo .
Está claro que la con fu sión que amena zaba co n estab e-
cerse en el público entre Sócrates y lo s sofistas reforzó, en
Platón el deseo de hacer ver esa dist inc ión, de i mpo nerla y
p on erla de relieve. Se ha en con trad o esta con fu sión en Aris-
tófanes, p ero las a cu sa ciones dirigidas con tra Socrate s
(corro mp er a los jóvenes, n o creer en lo s d ioses d e la ciu -
dad) también lo fom en taban con siderablemente . Y se
recordará que Anito, que en el Menón es tan violen to con -
tra los sofistas, figura desd e el p rin cip io d e estas a cu sa cio-
nes: quizá n o fu e sin inte nción el que Platón le hicie ra co n -

56
fesa r que nunca se había a cercado a lo s sofista s y que sus
violencia s pu ed en se r in ju sta s, com o lo son su s amenaza s
apena s veladas con tra el p rop io Sócrates . Sea com o fuer e
se comp rend e qu e Platón haya qu erid o aclarar toda s esta s
con fesion es, al igual que Jenofonte , que en el texto ya cita -
do, Sobre la caza, n o olvida precisar : «lo s sofistas, n o lo s
niosoros».
Pero, aparte de l as cuestiones de las personas, sigue
siendo c ier to que la disti nció n era esencial. Pod em os in clu -
so pe ns ar que el sentimiento de Platón al res pecto marcó
to do su pensamiento. Porqu e fu e un p oco p orare cció n n racolo -
s p
sofistas or loque fijólo sp in r ipio
c sde un idealis-
m o exigente y absoluto .eD repent e c na
ro ie n d os forma s
contrarias de pen samien to y d e enseñanza. Contra la rapi-
de z p ra cti ca d e los sofistas, Platón reiv indic ó la palabra qu e
habían lan zado los p itagóricos: n o se p roclam ó «sab io» o
«maestro d e sabiduría», sin o «filósofo», es decir, «apa sio-
nad o d e la sabiduría» . Contra su confian za en el éxito p rá c-
tico, solo ace ptó un objetivo, p or ardua que fuese la inves-
tigación: lo verdadero. Y a estos d os punto s de vista d ife-
rentes corresp ond ieron d os sistemas de pen samien to qu e
n o lo eran me nos.
Socrates , ta l com o lo presenta Platón, no tra tó jamá s
con d es p recioa lo sgrandes sofistas d elo s com ienpzos; latón ero
n
o cesonunca de d fin e ir y estigmatizar lo qu e repre -
sentaban los sofistas en general, e incluso, filosó ficam en te,
«el sofista». La distin ción se en se ñoreó de la historia de su
P ™ -n t o y pensamiento grieg o en su conjunto .
El resultado es que s us críticas ayudan a co mpre nder a
la vez la exigencia radical que es la suya y, de rebote, la ori-
ginalidad d e la amb ición qu e animaba la enseñanza de
nuestros sofistas.

Esta amb ición planteaba diversos p roblema s: hay un o que


pu ed e se r ca lificad o d e pr elim ina r y que, d e h ech o, iba ha s-
j u cuestión. Estamos en la Atenas del s iglo v*
n o debe, pues, a sombr am os que este problema , qu e fue
mu ch o más d eba tid o qu e lo s otros, fuera también el má s
ab stracto y el más fundamental . Es el que cu esti ona la p osi-
bilidad m isma d e que una enseñanza pue da revestir una
efica cia semejante.

57
Ya lo hem os recordad o: en una socie dad aristocrática, l a
virtud es inna ta : se p osee p or el azar del na cim ien to o mas
a m enud o p or herencia. También pu ed e reforzarse , en la
práctica, p or la emula ción de lo s antepasados. Se tra t a de
una idea que en con tram os con frecu en ci a en Píndaro y que
S ófocles d efi end e en plena guerra d el P pelon o eso. Su E lec-
tra, su Ayax, apelan a la grandeza de s us padres. Todavía
con má s claridad , el Filoctetes de Sófocles muestra, p ese a
la influencia de Ulises, có m o la verdadera naturaleza de l
hijo de Aquiles se revela con toda su fuerza. La palabra
«naturaleza» aparece constante me nte e n la o br a; la súbita
d ecisión de l jov en se expli ca com o el tri un fo de sus virtu-
des heredadas: «Ha s d em ost rad o, hi jo, la naturaleza d e la
cua lha sna cid o» (1310).
Tal vez esta mis ma insistencia .denota en Sófocles l a
necesidad de rea ccionar co ntr a l as ideas nuevas que habí a
visto difundirse. En efecto, la re volución de lo s sofistas es
precisame nte hab er alzado la enseñanza frente a la natura-
leza y con tra ella, y haber co nsiderad o que el mérito se
aprendía co n s u co nt acto.
Esto pl an teó una cu estión que- a los lectores m od ern os
se les antojará un p oco teórica , casi escolar , o escolástica,
p ero que situada en su ép oca y puesta en rela ción con la
nueva enseñanza y las no vedades sociales qu e i mplicaba,
adquiere una agudeza y una actualidad palpitantes.
Esta c uestió n s alía directamente de la audaz e mpresa de
lo s sofistas. O por lo m en os sa co de esta e mpres a y de s u
éxi touna u rgencia qu eh oy ya n o se comp rend e sin esfuer-
zo. ¿Pueden los m éritos enseñarse, pued en aprenderse?
¿Cuenta más la enseñanza que la heren cia ? De impro viso,
to d o el mund o en Atenas se apasiona p or este problema.
Los té rminos y la ns igaterro n cion es
id so
n n é ticos, n o sólo e
to dos los tratados y en tod os los filósofos, si no t ambién en
los autores literarios, tanto si se tr at a de tragedia co mo de
historia. Este debate tan constant e y re ñi do refleja la em o-
ció n que suscitaba la con fian za d e lo s nuevo s maestros en
el éxito de su enseñanza.
Por otra parte, es un h ech o que esta cu estión con sti tuy e
el tema m ism o del d iálo go que Platón con sag ró al p rim erode
los grandes sofistas: lo qu e el Protágoras discute abie r-
tamente es la cues tió n de saber «si la virtud, pued e ense-
ñarse».

58
El dia logo es sutil y s u com p osicio n desconcertante,
precisamente p orqu e Sócrates también cree que la virtud sé
enseña , ya que es d e ord en intelectual; p ero en su op in ión
n o se enseña del m od o qu e cr ee Protágoras, n i con la fa ci-
lidad que este imagina. Así pues, Sócrates tiene dudas que
afectan al con junto del pro gr ama de lo s sofistas; y es a esta
crítica en c ierta maner a pr eliminar a la que Protágoras
intenta res po nder empleand o sucesivamente los re cur sos
del m ito y de la argumentación .
Dejaremos aquí de lado los d etalles dea dis l c
usión, l
a fe
ren re
ia ac a nseñanza
l e i
mpartida p or la ciudad, las pro-
mesas de Protágoras y su turbac ión al de finir co n rigor esta
virtud que se p rop on e propagar, así com o al d ecir si es sen-
cilla o múltiple y al abor dar otras cue stion es espinosas
so bre las cuales le está entr enand o Sócrates: lo importante
es ver el pro ble ma fundamental tan claramente pues to en
reliev e y tan estrechamente vi nc ul ado a las pretensiones del
gran sofista.
P or si esto fu era poco, otro dialogo, el Menón, versa de
p rinci pio a fin so bre el mis mo pro ble ma; las primeras pala-
bras son: «¿Pod ría s d ecirm e, Sócrates, si la virtud se
adquiere p or m ed io de la enseñanza , o p or el eje rcicio, o si
n o res ulta ni de la enseñanza ni del ejercicio, sin o que vi e-
ne dada a l h omb re p or la naturaleza , o p or alguna otra cau -
sa ?» Aqu í también la s solu cion es son matizadas. Pero tam -
bién en este c aso los sofistas so n sagaces y ya hemos visto
más arriba la cólera expresada contr a ellos por Anito en
esta oc asión .
A partir de este mo me nto se ha ce evidente que se trat a
de una insistencia rara y que el pro yecto d e los nuevos
maestros suscitaba una e norm e m ov iliza ción intelectual.
Esta eferves cen cia se manifes tó en los m edio s filosófi-
cos, pero también fuera de ellos.
De tod os los pensado res de la é poca , sofistas o n o sofis-
tas, posee mos algún fragmento, algún t estimonio, alguna
alusión o algún i ndicio de que intervinieron más o menos
largamente en la querella que enfrentaba la herencia a la
edu ca ción ; y n o pa rece hab er hab id o nadie que n o haya
intentado decir e n qué me di da po dí a enseñarse l a virtud. El
texto anó n im o que pa rece emanar de un d iscípulo de Pro-
tágora s y que se con oce con el n omb re de Discursos dobles,6
presenta un os temas de debat e escola r, a la s azó n de moda;

59
entre ellos figura, en el núm ero 6, el debate titulado «S ob ré
la sabiduría y la virtud: si pu ed en enseñarse» . S e en cu en -
tran en él, para resumir la s o pi nio nes de los que n o cree n
en la p osib ilidad d e esta enseñanza , vari os de los argumen-
tos esg rimidos p or Platón e n el Protágoras (¿d ónde están los
maestros?, ¿p or qué la s personas eminentes n o han enseña-
d o esta svirtudes a su sh jo i s? Hay alumno s que han segui d -
o in ustr
una cció
n en van y os o quotr e seilustrad sin hab
han o
er recib di o lección a lguna , etc.). E l auto r refuta b reve -
mente estas obje cio nes. Y, a pro pósito de las ano malías en
los resultados, ob serva que los d ones naturales tienen s u
import ancia: «Está también la naturaleza.» Por últ imo, en
una corta frase, emplea el a rgum ento que se encuentra
desarrollado en el Protágoras d e Platón, que descri be l a
edu ca ción an ón ima que la ciudad ofrece a l niño. E l texto
n o tiene gran interés en sí mis mo; parece un rep ertorio d e
argumentos con ocid os; pero compa rad o co n el Protágoras,
p ru eba de manera cont undente hasta qu é punto re produ cía (
Platón dis cu siones reales y te sis efectivament e defendidas . ■
Además, p or su sequedad casi esc ola r, el tratado muestra lo „
habituales que eran estos debates.
Pero aún es má s interesante c onstatar qu e no se limita-
ban en absolu to al gr up o de los filósofos, ya se trata se de
los sofistas, ya d e sus adversarios . Este debate tan abstrac -
to a nuestros ojos se difunde por doquier, penetra en la lite-
ratura, surge en el teatro, determina las maneras d e p erci-
bir las circunstancias po líti cas y morales de la vida.
Se pue de juz gar a favor d e un os p or Tucídides y a favor
de otros por Eurípides.
Tucídides n o discut e el p rob lema teórico. En camb io, su
m o d o d e pensar y de presentar la guerra está do mi nado por
la op osición entr e do s norma s de ex celen cia y d os forma s
d e valor: lo s atenienses representan el valo r lú cid o, na cid o
de la experiencia y d e una téc nic a razonada; el de los lace-
d e m o n ios se basa en l a valentía innata y e n la tradición . En
lo s dis cu rsos
ro I,
del libs or lo ores ade s d oslo d os co bandr l
s mpa an sa ventaja respectivas e est s d os fora ds ma de
superioridad ; los jefe s que se enfrentan e n la pr imer a bata-
lla naval de l a guerra se e ntre gan, en lo s disc ursos que d iri-
gen a lo s soldad os, a un largo análisis sob re el m ism o tema:
los unos e xplican el valo r p or la con fian za qu e in spira la
experiencia, los otros ju zgan que sólo la valentía natural

60
permite la aplic ac ión del s aber. ¡En el i ns tante de l a acció n
es prec iso, por lo tanto, que el de bate del mo me nto se abra
c ami no entre estas e xho rtaciones! Cualesquiera que sean
l as tesis sostenidas por c ada uno, el pro ble ma surge a cada
pa so y fuera d e lugar.
En cuanto a Eurípides, vuelve sin ce sar a la cuesti ón en
lo s m om en tos en que se imp on e m en os. E l ejemp má lo s
patente es el d e Hécuba. Cuando la anciana reina se entera
de la muerte d e su hija , inm olada p or lo s griegos , un o
encuentra en la obra, en lugar del desesper o que se ría de
prever, cua tro o cin co versos d e lam ent os y en seguida, sor-
prendentemente, una m editación so bre los p od ere s d e la
du
e a c ión
c N o esalg oextraño ?Una mala tierr
: «¿ a , si b
o tie-
ne de los dioses condicio nes favorables, da hermosa s esp i-
gas, y un buen terreno, a l rev és d e lo qu e cab ría esperar, da
malo s frutos [ dic ho de otro m od o: el aporte p oster ior cu en -
ta más que la c ali dad de la ti erra], mientra que s co n los
humanos siempre r ige la mi sma ley: el malo sólo sabe ser
ma lo y el ho mbre h on rad o con tinúa siendo ho nr ad o, sin
que las circunstancias ech en a p erd er su naturaleza . ¿Es l a
he renc ia o la edu ca ción lo que prevalece ? E s segu ro que
una buena educ ació n aporta cierta enseñanza so bre la
n ob leza moral; y, si esto se aprende bien, se reco noce el mal
a l referirlo al bien » (592 -602).7 E sta d ig resión es tan sor-
prendente que Eurípides lo recon oce en cie rto m od o. En
efecto, Hécuba se interrumpe de imp rov iso para volver a s u
drama: «P ero éstos son tema s —d ice— d ond e m i espíritu
divaga.»
Semejante digresión en un m om en to tan patét ico no
habría sid o p osib le si Eurípide s y su púb lico n hubieran
o
estado ob sesionad os p or est e p rob lema . Después de todo,
Hécuba es, al parecer, d e 424 : el mo me nto d e la mayor efe r-
vescen cia res pecto a los sofistas.8
N o fue sin embar go una oca sió n única, ni muc ho
m en os; p orque poseem os com o m ín im o una buena d ocena
de textos de Eurípides en que sus personajes o el coro de
sus tragedias vuelven a la c ues tión; estos textos empiezan
con obras antiguas, com o Hipólito o ciertas trag edia s p er-
didas {Fénix, Peleo), se encuentran de nuevo, después de
Hécuba, en Las suplicantes, pero también en las tragedias
más tardías, co m o Electra o Ifigenia en Áulide.9 Incluso sin
intentar p on er de a cu erd o todas las d ecla ra cion es de los

61
diversos personajes —lo cual, n o obstante, p od rá y d eberá
hacerse— , es evidente , d e entrada , qu e el p rob lema a tra -
viesa toda la ob ra y sigue siend o p rim or dia l a lo s ojos de
Eurípides. ¿Realiza un h éroe de tragedia una a cción admi-
rable o una a cció n criminal ? La rea cción del p oeta es pre -
guntarse cóm o se hace, y lo s térm in os m ism os surgen en
seguida : ¿e s natural? , ¿e s edu ca ción ?
Esto da la me di da del estupor y l as dificultades suscita-
das por la s pretensiones d e lo s sofistas c uando instauraron
de repente la enseñanza, o diáajé , e n lugar de la naturaleza
o pkysis.
Pero, ¿era realmente en su lugar? La audacia que s upo-
nía dar así a la enseñanza un papel importante era de
hech o tan grande, que el de la physis parecí a comp leta -
ment e apartado: para ser sinc ero , hay qu e confes ar que ésta
n o fu e sin duda la i nte nción d e los primeros sofistas.
Un fragme nto de Protágoras (B 3 ) recon oce, en ef ecto,,
que «La enseñanza necesita la naturaleza y el en trena :-
m ien to», y también: «Para ap rend er, es neces ario e mpe zar
desde la j uv entud» (lo cual implica, co m o se ve, el entrena-
miento y el hábito).10 Las palabras que le presta Platón e n
el di álo go que lle va s u no mbre reco noce n este papel de l a
naturaleza en el c aso de personas eminentes que no ense-
ñan a sus h ijos el m ed io de imitarles: Protágoras habla de
los h ijo s p oco o nada d otad os (327 c). Del m ism o mo do los
Discursos dobles que a cabam os de cita r, pr ecisaban, com o
se habrá o bservado, que «t ambié n e stá la naturaleza».
Esta p osición , matizada y razonabl e, d eb ió de ser ad op -
tada por los grandes maestros de los com ien zos. Sin emba r-
go, com o lo esencial era el desc ubrim ien to d el pap el de la
enseñanza, el equilibrio n o tard ó en rompers e.
Ciertamente, los sofistas m od er ados co nti nua ron m os-
t rándose matizados. El Anó ni mo de Jámblico, que tiene
toda la apariencia d e se r un sofista p ero que se ex ced e tan
p oco que se ha creído i dent ificarlo con el filósofo De mo-
crito, 11 declara con perfe cta p recisió n qu e ante tod o es
necesaria la naturaleza, después el deseo del bie n, el gusto
del esfuerzo y lo s estudios p rolongad os (I, 2). P or lo tanto,
lo s sofistas se inclinaban de bu en grad o por privilegia r el
papel de la enseñanza. Así Antifó n c uando afirma: « Lo más
importante para el ho mbre es, me i magi no, la e duc ació n»
( B 60); y Cridas: «Más personas de be n s us méritos a lo s

62
cuidados que a la naturaleza» (B 9). Por lo demás, ind e-
pendientemente de c ualquier toma de p osició n teórica, la
misma con fian za en las pro mes as f ormulada s por los sofis-
tas tendían a hacer olvidar tant o el pap el d e la naturaleza
com o el del entrenamiento. E s lo que sugiere , p or ejemplo ,
la fó rmula de Sócrates al hablar en el Eutidemo (304 c) d e
los sofista s que se comp rom eten a instruir a todos lo s que
pu ed en pagar, «¡sin ex cep ción d e naturaleza n i de edad!» .
Y es con tra esto co ntr a lo que re a cciona ro n mu chos ate-
nienses, seducidos p ero inquietos, maravillados p ero frena-
dos por su experiencia cotidiana.
En el siglo v , Eurípides pu ed e suministrar la prueba .
Porqu e ante el núm ero d e pasajes con sag rad os a este p ro-
blema en su obra, se ha hab lad o a veces de inc ohe rencia s
y con tradic cion es: y se debería más bien hablar d e un sen -
tido admirable de la complejidad de las cosas.
Es cie rto que, sob re tod o en las primeras obras , llega a
recordar a s us personajes la parte a m e nudo important e d e
la herencia; p ero en co njunto intuimos a un ho mb re atraí-
d o p or la s idea s nueva s a quien su m ism o sentido de la psi -
colog ía rev ela con frecu en cia que «ve r d ónd e está el b ien »
n o es suficiente. Aquí radica p recisamente tod o el con tra s-
te entre él y Sócrates: no es un intelectualista. Esto es lo
que declara su Medea: «Sí, comp rend o el mal que osaré
hacer, per o la fuerza vital (zymos) go bierna mis resolu cio-
nes: es ella la causa de ios peores males de lo s mortales»
{Medea, 1078-1080). Y también su Fedra declara, co n no
m en or claridad: «Tenemos la n oció ny el d isc ern im ien to d e
la honrad ez, p ero n o realizam os el esfu erzo de aplicarla ,
un os p or pereza, otros p or pref erir a l b ien un place r que se
aleja d e él» (Hipólito , 380-381). Así pues, enseña r está bien ,
para esto puede servi r hab er ap rend id o; p eroones s ufi -
ciente. E l su til p sicólog o que era Eurípid es n o pi erd e nin-
guna oca sión de d ecirlo con una p recisión admirablement e
matizada.
Record em os el texto de Hécuba, con sus palabras va ci-
lantes pero bien pensadas, y sus reticencias y pacientes
retoques: «Una bu ena edu ca ción in cluy e asimismo cierta
enseñanza de la no bleza mor al»; l ue go e sta elecció n atenta
de los términos, c uand o d ice queesta en señanza permite
aprender «a reconocerel bie n y a discernir el mal ». El texto
n o dice en ninguna parte que, una vez ap rendido esto un o

63
obrará bien. Del mis mo omo,d en Ifigenia en Áulide se dice
que las naturalezas difiere n y que la edu ca ció n contribuye
mu ch o a la virtud; el texto habla t ambié n aquí de discernir
el deber... Los dos e lementos se p on en en paralelo y se reco-
n oce el a lcance po siti vo de la enseñanza, aunque c ui dad o-
samente limitado.
Estas indicacion es co ncu er dan co n los límites fijados
en otra parte, cuando se lee, en un fragm en to d e Fénix,
que una bu ena e duc ació n n o pued e ha cer bu en o al h omb re
vil y que p or con sigu ien te «la naturaleza es lo esencial »
(fr. 810).12
Ahora bien, suce de lo m is m o co n este otro elemento
irracional que es el entrenamiento, la form a ció n de las cos-
tumbres. En Las suplicantes y e n el fr agme nto 1027, Eurí-
pides in troduce i ncl uso el e jemplo del n iñ o qu e ap rend e a
ecir
d y a entend er aquello que n o p osee por el co n
oci mie n-
to ap rendid o: este n iñ o se forma p or el ejercicio (áskesis ) y
co n él ado pta costumb res que el h ombre conservará hasta
la vejez y que serán com o su segunda naturaleza.
Sería ciertamente inútil multiplicar las citas e ir a bu s-
car tod os los textos que, en aquella ép oca , se hace n eco de
estas ob serva cion es. S on num erosos bajo la forma d e p ro-
p osicion es aislada s, testim onio s y alusiones. D em ócrito,
p or ejemplo, o bser va en el fragmento 242 qu e hay más
ho mbres convertidos e n virt uosos por el e ntre namien to que
p or las cualidades naturales: ya n o es el rein o d e lo s don es
naturales; p ero tamp oco es el intelectualis mo de lo s sofis-
tas.13
Y, p or úl tim o, to d os esto s in tercamb ios, todas esta s reti-
cencias, to das est as om ision es y estos re descubrimie ntos
desembocan en la toma d e p osició n , mo derada en su es pí-
ritu, pero pere nto ria en su presen tación , qu e ofrecen lo s
discurso s-programas d e Isócrates.
S ólo m ed io siglo después de la aparició n d e lo s grande s
sofistas, se abre una escu ela en Atenas: una e nse ñanza inte-
lectual co m o la suya, dirigida ha cia la a cción p olítica , co m o
la suya, y dispuesta a dar una forma ción general co m o la
suya. Pero el p rim er manifiest o de esta nueva escuela, que
se inscribe bie n a las claras co m o su con tinua ción , se lla-
ma Contra los sofistas. Su pri mero y ún ico ataqu e con tr a
ellos es justamente el que se ha vi sto madu ra r a través de
la s retic encia s del siglo v : le p s re rocha n, e efecto,hab er

64
querid o prom eter d emasiad o y n o hab er tenid o en cuenta ,
al lad o de la enseñanza, los dos factores irracionales que
son los dones naturale s y el entrenamiento práctico. Es el
m is mo ataque de su dis cu rso: «Si tod os los que se ocupan
de la edu ca ció n quisieran d ecir la verdad, sin hace r p ro-
mesas superiores a los resultados que deben obtene r, ten-
drían una reput ac ión m ejor ante el gran público.» Pronto
aparecen nuestros tres términos, claramente reivindicados :
«
En estepoder, n oatribuyen ninguna part en ia al xp e e-
rien cia ni a las cualidad es naturale s del dis cípulo , y pre-
tenden transmitirle la cien cia d el d iscu rso del mism o m od o
que la de la escritura» (10). Recu erda entonc es — com o el
au tor de lo s Discursos dobles— que «mu ch os, despué s d e
hab er estudiado fi loso fía , se han quedad o co m o simples
particulares, y otros, sin haber frecu en tado jamás a ningún
sofista se han co nv ertid o en bu en os orad ores y hábile s p olí-
ticos» (14). ¿ Por qué esto ? «Por que l a facultad de hacer dis-
cu rsos y pra cti ca r las demás actividades aparece en las per-
sonas dotadas de cualidade s natur ales y en aquellos qu e se
han eje rcitad o p or la experiencia, p ero a quienes la edu ca -
ció n hace mas sabios en su arte y más capaces en sus inves-
t iones
iga c p( or
qu e son instruidos para en co r d nd
nt ar ó e
e bi en p repa ad
stá r o lo que an tes en con traban p ora ar).z
Los que tienen una naturaleza m en os rica n o p odrían con -
vertirs e p or la edu ca ción en bu en os polemistas ni en crea -
dores de discursos, p ero pued e hacerles progresa r y ha cer-
lo s más reflexivos en muc hos pun tos.» 14
Naturalmente, el méto do camb i a de improviso: lo que
p od ría llamarse trabajos pr áct icos va a desarrollarse a
e
xpensas d el uc rso magistral.'5 Pero, so b re tod o, senota
que el ton o se ha vuelto mu h má prudente y má s cir-
c o s
cun sp ecto. Un ex ceso de con fian za en la s osip bilidad es d e
un aprendizaje fundado en una esp ecie de recetas int elec-
tuales ha llevado p rim ero a un malestar y a críticas, para
acabar al final en una rectific ació n.
Pero este cir cuit o, d el cual los diversos capítulos de este
lib ro n os ofre cerán una imag en rep etida sin cesa r, n o de be
ha cern os olvidar do s circunstancias que se desprenden cla -
ramente de esta serie de tes timonio s.
La primera co n ciern e a Atenas y al to no mis mo de estas
polémicas. Apenas lanzada una n ovedad, se constata que
lo s atenienses, escritores, h omb res de teatr o o filósofos, se

65
p recipitan a un debate que h oy n os pa rece in creíb lem en te
abstract o y filosófico: n osotros dis cu tiríamos d e buen gra -
d o para saber si, de hec ho, los alumnos de un sabio salen
airosos ; pero, ¿quién iría a plantear lo s pro ble mas a priori f
e términos generales? En uan
n c toa lo satenienses, selan-
zaban alegremente a estos debates . Para ellos n o había
nada qu e n o se convirtiese al instante en p rob lema s uni -
versales y e n desc ubr imie ntos de ideas.
Este impulso era tanto más vivo cuan to que los p ro b le-
mas surgían en su no ve dad palpitante. Acabamos de verlo :
la idea misma de que una enseñanza intelectual pudiera
tene r una utilidad p rá cti ca era una n ov edad para ellos. A ca -
baba de aparece r en Atenas, vinculada al camb io social. Y
el ardor de debatirla se había in cre mentad o p or esta causa .
El resultado es que si ho y l legamos, en nu estro cam in o,
a una refl exión so bre lo s límites que co noce to da enseñan-
za, o sob re la utilidad de compre nd er bien una situación si
querem os mostrarno s audaces, o si intentamos d efinir la
parte de la forma ción general y d e la es pecializa ción en las
enseñanzas intelectuales, trop ezam os en seguida y casi
infaliblement e con argumentos qu ,e ya figu raban en lo s tex -
t de entonces ,y en caliente, alineados, sop esad osy coor-
os
dinados ha ce v ein ticin co siglos.
Tal vez est a costumbre fue alentada y reforz ada p or
nuestros sofistas gracias a su arte de e xplic arlo y discutirlo
to do. En c ualquier c aso, la otra circunst anci a que llama l a
a ten ción en e stos debates les co nciern e muy directamente
a ellos, p ero también nos con ciern e a n osotros.
Vemos, en efecto, si ob servam os el p rin cip io y el fin de
la disc us ión, que su novísima amb ició n marc a en nuestra
historia un com ien zo absoluto , y que deja tras ella una
s
itua c jamá salcanzada ha ta
ión s entonces .
Era una novedad total, com o se ha visto, esta idea de
una forma ción intelectual dirigida a c ua lqu ier adulto, co n
miras a m ejora r su s aptitude s en cualquie r c ampo me di an-
te técni cas del espíritu y d e las cien cia s humanas. Esta idea
sorpre ndió; c amb ió en prof und idad la maner a de represen-
ta r al h omb re y la s razone s qu e determinan su s mérito s
má s o m en os grandes. R equ irió correccion es y rectifica cio-
n es; pero, nun ca hasta h oy , un país civ ilizad o tuvo qu e v ol-
ver sobre el asunto.
Y aquí h em os d e v olv er a la fuerza a Isócrates. Sí, recti-

66
fica. Si, ataca Pero es p orque piensa que así se p od rá sal

tarde n ha a t ΓΤ
c h é m oIlT e n s T T Y „ °
°
“ aqUeUa ° ca sión - Esc u'
„' U n ° S cuaren t® años má s
arde, n o ha camb iad o d e op in ión , ya qu e cita largamente
ma Z Z taS ,y -añade otros testim onios en el m is-
o m sentido;
erop rocl
pama que la n ov edad aerbuena y ú til·
«¿Quien ignora, pues, que muc hos de entre nosotros des-
ma?Hee h estudia^ ° con lo s s°Bstas , hemos s í d o ‟vícti-
a e rt r d v eea sk ^
adversarios soddfi st
Ylo s], &" Γea ΓÍ qu
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unC6 6seo[ hgaent
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Io ' ° tr e c ces e se r,
, " ° tf o or l s re io-
T n Ss e c ^os
es, OS n smaestros apa co des nrecisió
ña y
e ql P d j z p r la vida iscprivada
rsos son,r co en sejos‟
a un,- e
n ma du ad que ante y pueden, n má p n
e e es reci r oc ció , c z co ferir
qu a mayoría, u ga los d u y da n S
s s r c c
puo se
d d p a semejante upa e n apa de o e nc e -
an grande cualidade a aquellos que la p a ti an?» (204)
t s reto es o o i o ció e co -
N puede, y ya nadie se atrevió a llo. Teniend n u n
ac lor ó ' quc f ap ' " rtad s, la nn va n d Protágoras e n
eró iceró osot s. i
a T n v 1116 ^s a Is0crates' s Isocrates 'directament s est a
Cic n y C n directamente a n ro S tenemos una
j tes, os re er, i cl so s t r
ensenánza para lo alumno de instituto, para lo u
co ocer r s e s, e e os ro o s
ans s para Ja gente dese a de ap nd n u má a
de a n y maneja la id a lo d b m a P ^ág S
y a u amigos. es oti os r oco
ero osotros o s r
sororendídn
cer oco^ ent° s enC tenía m v para esta
j stici c un p i-
sorprendida,
cio es p n e si tenemos
o s tambiénem otivo pa e-a
ha un p má d u a a estos maestros u y L amb
cenesoss“eran oc rtro . d ma
ro todavía e ° ad
el viva para :Íert° qu e ns hayas oUs
;,S 0
rexc ve SaO O
p nSÍ 6t°
1 C d d6SCOn<
sor re qu e su roS r -
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erer e r olític , el j icio l
n ΑρΓ ° h mOS V S 1θ máS P ndente d u p g a
ma. Porqu qu nseña la virtud p a
l i' l l i u y a
extraa¿ees°srrrttooddoo eesstto?edet u“zna ,ise^nza·tle
:o enseña daeUcrakrtc-eadePeesaroor“<autoerrear
X T
co te
Tnn a alo— la pra utensi
da P nT b nsofistas.
de lo a a ya h
N O T A S D E L C A P ÍT U L O Π

1. De paso se comprenderá con esto por qué, en os debatesl de entonces sobre a


l enseñanza, se referían tan a menudo a aprendizaje
l de la lectura y de as letras.
l l
Isócrates criticará más tarde l os sofistas de enseñar
a pretensión de
e l arte de l discurso como se enseñan las letras de alfabeto
l ( C o n tra lo s s o fis ta s ,
10, citado más arriba p, 64 . ),
2. Por otra parte, osl sofistas utilizaban e comentario
l l en sus ecciones y
de os poetas
l en sus debates. Parece ser que Protágoras uzgaba esencial jser «cono -
cedor en poesía» ( P r o tá g o r a s
,
338 e); ver además las observaciones de detalle
transmitidas en los testimonios A 29 y 30 entre , otros.
3 . Ver ya 303 c : «Qué feliz sois, dije, con estos dones admirables, de haber llevado
a cabo, ta n a p r is a y en ta n p o c o tie m p o ,
una tarea semejante.»
4 . Isócrates también empieza su P a n e g írico
extrañándose de que se corone
a los atletas y no a osl que sirven a su país con e uiciol j y la palabra.
5. En griego, e lprimer término es s o p h ó n o u s.
6. Cf. abajo, p. 86.
7.La traducción de os l ú timos
l versos ha sido ligeramente mod cada
ifi para poner
más de manifiesto la prudencia de Eurípides (véasearriba pp. , 63 -64 ).
8. La batalla de Naupactos se considera anterior; L as n ubes
son posterio -
res en un año.
9. Ver , aparte de ltexto de H éc u b a
ya citado: H ip ó lito ,
80 y 917 ; L a s s u p li-
c a n te s ,
911 -917 ; E le c tr a ,
369 -370 ; I figen ia en Á u lid e,
567 -569 ; y os
l fragmentos
516 , 617 , 810 , 1027 , 1068 ; aquí no figuran osl textos que hablan de la herencia o de las
cualidades naturales s n contrastarlas
i con la educación (así 380 H éc u ba ,
,
fragmentos 75 ,232 ,333 495
, ).
10. Estos tres elementos (naturaleza-ensenanza-entrenamiento) figuran también en
las declaraciones que Platón presta a nuestro sofista cuando distin- gue os méritos
debidos
l «a a naturaleza y a azar»
l de los que sel adquieren
«mediante e lcuidado e, entrenamiento
l y la enseñanza» 323 d).
(
11.
Cf. abajo, pp .172 y ss .
12.
Cf. D ic ty s
(333 ): «La sentencia antigua es válida: no se puede ser bue-
no habiendo nacido de un padre malo.»
13. Para otras referencias, menos seguras o más tardías, ver Heinimann N o m o,s
u n d P h ysis, H erk u n ft u n d B e d e u tu n g e in e r A n tith e s e im g rie c h isc h e n D en - ken d e s
5 J a h r h u.n d e r ts , nota 36, p 101 . .
14. 14 -15 , traducción ligeramente modificada.
15. Así, 17 : «E l a lumno ,además de las cualidades naturales necesarias, debe
l
conocer os métodos de discursol y ejercitarse en su empleo e maestro debe
, l ser capaz
de exponer estos métodos tan fielmente que no omita ninguno de los puntos a enseñar y
para el resto, ponerse a sí, m smo com o ejemp o.» i l

68
C a p ít u lo III

UNA EDUCACIÓN RETÓRICA

Par a los atenienses del siglo v a. C., y en general para


to dos los griego s de la é p oc a clásica, ser «hábil en l a pala-
br a» o saber «hablar bie n» er a un méri to esencial que había
que adquirir: el individúo, en aquella é poc a, po dí a hacerse
oír directamente y t odas l as grandes dec isiones se t omaban
en los debates públicos; l a palabra e ra un me dio de a cción
privilegiado y lo fue todavía más a me di da que pr ogre saba
ja de m ocra cia . N o es de extraña r, p or lo tan to, que este a rte
de la oratoria, esta retórica, figurase entr e los p rim eros
objet ivos re ivindicados p or la ens eñanza de los sofistas.
Cuando, al p rin cipio del Protágoras de Plató n, el jov en neó-
fito que corre a co nf iarse al maestro deb e d ec ir lo que éste
le enseña, no encuentra de mo me nto otra e xp lica ción que:
Protágoras « da habilidad para hablar» (312 d).
De hecho, se trata de uno de los punto s comun es a los
diversos sofistas; es también lo qu e representará a l m ov i-
miento que se dará en llamar la «segunda so físt ica » bajo el
imperio helenista: lo s maestros que la forro ma n deseaban
ser maestros del pe ns amie nto y n o vacilaban en ac on seja r
a las ciudades o a los grandes, p ero fu ero n ante tod o maes-
tros de retóri ca y proc ur aro n mostra r su habilidad en este
terren o tratand olo s temas má s con trove rtid os: recon cilián -
dose de este m od o con los p rim eros sofistas: lo s del siglo v
ateniense.
El fin de semejante enseñanza era cla ro y compren sible ;
su co n ten ido, en camb io, planteaba p rob lemas. La retórica
po dí a ir desde la simple fór mul a al análisis teórico, del est i-
lo al pensamiento, de la efic aci a pr áctic a a l a for mació n
intelectual. Ahora bien, si se e xamina lo que e nseñaban los

69
nuevos maestros y co n qué e spíritu, se aprecia en seguida
una c ur iosa paradoja. En e fecto, s u mis mo o bjet ivo parecía
indicar una se paració n radical entre el fo ndo y la for ma
co mo diríamos nosotros hoy; pero los me dios fo rmales que
inventaron y propagaron se revelaron n o obstante a l p rim er
jefe co m o me dios de i nv estigaci ón y de forma ción intele c-
tual.
Tal es, p robablemen te, el h ech o en toda enseñanza retó-
rica, se pueda o no se pueda percibir. Pero hay grados .s Y
lo sofistas de mitad el dforjsiglo
ro v e a n realment instru-
me ntos nuevos para el e spíritu, lo c ual se co mpre nd e b ien
cuando se mide el c ambio bru sco que los separa de los
anteriores.
En general se o po ne n a los pri meros bal buceos de los
precurs ores la s d os orien ta ciones que d ieron a la retóric a
los dos h omb res má s distinguido s e ntre los pr im eros sofis-
tas, Gorgias y Protágoras. Ot ros, más jóvenes, c onti nuaro n,
matizaron, comple taron ; p ero d e tod o se da claramente en
el d ob le impuls o de ren ova ción qu e anima a lo s d os gran -
des maestros de este arte apenas nació.

Un testim onio de Arist óteles, relatado p or Cic erón ( Brutus,


46), sitúa el na cimien to de la retóri ca e n Sicilia, tras la
expulsión de lo s tiranos, es d ecir, ha cia el p rim er tercio de l
siglo V, y la po ne en rela ción con el núm ero de p rocesos que
se pro dujero n entonces. En cualquie r caso, la ind ica ción
expresa con nitidez lo que tuvo de p ragmá tico este a rte
nuev o y hasta qué punto estaba vin culad o con el mund o
estrecho de los pleitos y los enredos.
En Sicilia , lo s dos maestros que intentaron cod ifica r lo s
p recep tos fu eron Córax y su alumn o T isias, a amb os casi se
les pued e con sid era r sofistas, puesto que enseñaban ha cién -
d ose paga r p or ello y le s apasionaban los raz onamiento s.
Además, Tisia s habría s ido el maestro de Gorgias y le
habría a compañado en su embajada a A tena s. Córax y
Tisias habían escrito tratados o tejnái, de los cuales Platón
y Aristóteles nos ayudan a hacernos una idea, por lo m en os
e n lo que co ncier ne a la argumentación, aunque ésta apa-
rece seca, rígida y un p oco simplista . Per o esto n o le impi-
d e apoyarse en lo que serán lo s mism os cimien tos de la
argumentación en los sofistas, a saber, el a rgum ento de la

70
verosimilitud. Para estos alegatos de abogados, lo verdad e-
ro no se p on ía en tela de ju icio (y aquí se p ercib e ya lo que
tanto choca rá en la retó rica del porvenir); en c ambio, lo s
retóricos sabían jugar de maner a s util y sistemática co n lo
verosímil; y sabían emplearlo e n el se gundo grado, para dar
la vuelta al sentido. El pr imer as pecto aparece en Fedra de
Platón, c uando resume el arte isi de
s: Tse a «Si el cdaso e a e
o
— escribe— d qu un h mb re i or sin v g y temerario haya
vapuleado a otro, vi goroso y co bar de, que le haya arranca-
do el manto u otr a cos a, y después declare ante los tribu-
les, ni un
na o niotro dirál a verdad. Muy la co tr n ra io
, coel
bar de pretenderá que el t emerario n o ha si do el único e n
vapulearle, a lo c ual el otro r eplicará sin duda que estaban
cara a cara; pero el gran ar gumento al que recurrirá será:
"¿có mo po dría y o, h ech o co m o estoy, atacarle a él, h ech o
co m o está? ” » En c uanto a l segundo aspecto, Aristót eles,
menos severo con el princi pio y más interesado en la téc-
nica, enuncia el con tenido, en lo qu e con ciern e a Córax
(Retórica, III, ,24 d): «S
i uno hremb o n e da pil a sació acu a-
co tr él, nsi, a or e p
n dirigida , o reun h mbes cdébil
jemplo so e
a u ad s s,d smalo trato seru sdefensa
c l ili- á que u u pab
dad no es verosímil; pero si el in cu lpad o da pi e a la acusa-
ció n, si, p or ejemplo, es fuerte, su defensa será que esta
a cusa ción n o es v erosímil p orque debería parecerl o y que
sé sabía por adelantado. »
D icho de otro m od o, en el interior de un marco m od es-
to, que aún n o con templaban la p osib ilidad de reba sa r,
estos fundadores habían pre parado ya el terreno: de finida
la finalidad de l a retór ica y de mostrad o en la p rá cti ca el
funcionam ien to mis mo de una argumentación basada en
l s rea ccion es comun es d e lo s hombres . Quizá habían
a
h ech o todavía más, p orqu e lo s Tratados en general con sid e-
aban
r (sin que sesepa desd e uánd c o) mucha spart esde l
dis cu rso que n o eran , p ropiam en te habland o, la prueba: la
narración, el elogio, el ataque personal, etc.
Ante la multitud de pr ecursores, la retó rica de los so fis-
tas debía con tinuar p or este mis mo c am ino. Suministraban
mar cos , ejemplo s de argumentos, tipos de razonamientos ,
lugares comunes; ofrecían m od elos y esquemas; Sócrates,
en Fedra (226 d y siguientes), cita, no sin ironía, estos diver-
sos m od elos con su s n omb res técn icos. Contempla la for-
ma ción ora toria en general; p ero nuestro s sofista s co ntr i-

71
buyeron a ello; y es probab le que recurrieran a p rocesos
parecidos. Trasímaco, p or ejemplo , había escrito, además
de un Tratado de retórica, coleccion es de dis cudrsos beli rade-
ores y Recursos retóricos. De Gorgias nos quedan dos
breves ej emplos de defensa, Helena y Palamedes, a los c ua-
les v olv erem os a hacer m en ción . Y Protágoras había publi-
c ado Discursos fulminantes, que eran ta l vez, a l m en os en
parte, m od elos de a rgum entaci ones sin réplica .
Pero si el co nte ni do práctico de esta enseñanza no hacía
más que desarrollar y pre cis ar los o bje tivos de los p recu r-
sores, es evidente que desde lo s p rim eros grandes maestros
las perspectivas cambian , y lo s p ocos testimonios que n os
quedan pr ueban l a e vide nc ia de que el es tudio de estos
recursos p rá cticos ofrecid os a los d iscípulos estaban ahora
animados por un espíritu co mplet ame nte nuevo. Dere pe n-
te vemos apare cer co n los nuevos maestros una re fle xió n
so bre el disc urso y desc ubr imos sus pos ibilidades; esto
atrae a su alrededor una rea cción co mpren sib le y una inte-
rro gació n apremiante so bre la rel ació n de la retó ric a co n la
just icia y la verdad. La c uest ión e stá planteada y quedará
zanjada durante siglos. Y ello con una especie de entusias-
m o por la novedad de las ideas, que da a estos debates una
actualidad siempre renovada.
De hecho, si se sigue la aport ació n de los dos más gran-
des, Gorgias y Protágoras, se ve que abren dos nuevos
caminos: un o des cubre la magia de l d iscu rso y lo s recurs os
del estilo, el otro establece un m éto do de disc usió n y reve-
la los c imientos dialéct icos de toda ar gumentació n.

Est o n o quiere decir que Gorgias se haya desinteresad o de


la argumentación: de h ech o, p osee mos (¡enteros, por una
vez!) dos pequeñ os tratados suyos escritos a título de m o d e-
los : un Elogio a Helena (que es t ambién una defensa de la
he roína) y una Defensa de Palamedes.x Palamedes era el pro-
totipo del ho mbre injustamente conde nado; hab ía si do ac u-
sado por Ulises ante Troya y, en el siglo V, E squil o, S ófocles
y Eurípides le habían d e dicado sendas tragedias, hoy p er-
didas.
El género del de fensor ficticio to maba aquí s us cartas de
noble za : los maestros p od ían pro ba r así su aptitud para
d efender cualquier causa... y, a ser posi ble, l as más difíci-

72
les. Más ta rd e, esto se convertirá en una espe cie de ju eg o y
manif estación de vir tuosismo. Isócrates lo practicará a su
manera en el siglo iv , p ero se quejará de aquellos a quienes
«
invade el or
gull o uand
c o, después d ehab erel gid e oun
tema extrañ o y pa rad ójico, logran tratarl o d e forma sop or-
table»; sab em os que existían dis cu rsos elo giosos d e la sa l
(Platón se burla d e ello s en el Banquete) o d e la muerte (e ste
título está atestiguado p or Alcidamas en el siglo i v).
Esta mo da, llevada a extremos in con ceb ib les, es ca r ac-
terística del éxit o d e estos ejemplo s ficticios p ra cti cad os p or
Gorgias. Pero también n os ayuda a m ed ir la diferencia, p or-
que tanto en el Elogio a Helena co m o en la Defensa de Pala-
medes se tra ta de «causas céleb res» qu e planteaban p rob le-
mas de culpabilidad y d e in ocen cia sumament e típicos.
Ahora bien, la s do s defensas, o esquemas de defensas,
escritas p or Gorgias proce de n de m od o exactamente pare-
cid o en lo con cerniente a la argumentación . La s dos recu -
rren en efecto a la divi sión a priori , qu e comb inan con los
razonamiento s de ver osimilitud psicológ ica .
Así, para la culpabilidad de Helena, el autor co nte mp la
cua tro ca sosp o sib les: o Helena ha segu di o a Pa rísp or qu e
así lo quería la suerte; o los diose s o los decretos de un de s-
tin o inevitable; o ha sid o raptada p or la fu erza ; o co nv en -
cida p or la palabra o d om inada p or el amor. Pero en nin -
gun o d e estos ca sos es responsable, pu esto que en la s cua -
tr o hipótesis ha sufr id unao fuerza d masiad
e o p od erosa
para que pudiera op on erse a ella.
C o m o se ve, el princi pio es rec hazar una posibilidad,
sosteniend o que n o existía elección . Es una constante en los
orad ores de Tucídides: éstos aseguran que han sido forza-
d os a la guerra u o bligados por las circunstancias a ejerce r
el imperio; si es un pu eb lo que tiene agravios, que él ha
d eb id o seguir a sus maestros; si invade una ciudad, que
unos ciudadanos le habían llamado. El p rin cip io también
es constante en los debates de la tragedia y, más tarde, e n
lo s oradores.
Pero aquí el argumento es en cierto m od o multiplicado
p or cuatro p or el hec ho de la d iv isión a priori. Ésta, al pare-
cer, que no deja de lado ninguna posib ilidad, da la sensa-
ció n de una de mostra ció n riguros a que acaba impo nié ndo-
se. Permite además — lo cua l es muy p rop io de un filóso-
fo — los r azonamientos de orde n teórico y general: se tien e

73
un inventario de hipótesis en lugar de un análisis de
he chos. ^
Pero este proceso, que es original, se encuentra también
en Palamedes, e inc luso varias vece s está mezclad o co n el
argumento de verosimilitud para apartar todas las posibles
interpretacione s de la trai ción que habría co m eti do Palame-
des. Habría po di do traicionar p or la riqueza (15), p or el
h o n or (16), por la seguridad (17), para ayuda r a amigo s (17)
o para evit ar un temor, una prueba, un peligro (18). Pero el
or ad ordemuestra ac sop orcas oque la exp lic a ción n o esvá da
li-
:
Palamedes ti n esuficiente
e din ero y pocas necesidades,
está bastante ro de ad o de honores; se excluye la bú squ eda d e
seguridad po rque, cuando traiciona, uno se hace odia r y ace-
char p or todos; ayudar a s us amigos t ampoco pu ed e ser un
m óvil (por que traiciona precisamente a s us amigos); e nfi n ,
de n o ser p or tem or o para huir d e un peligro, nadie en con -
traría nada que invocar. Así, de nuevo, la impre sión de haber
considerado todas las posibilidades pres ta fuerza al defensor.
Se observa, al mis mo tiempo, que la división se basa en un
análisis firm e d e los principales móviles human os (riqueza,
honor, seguridad); Tucídides, para justificar el imperio de
Atenas, hará me nciona r a sus atenienses estos tres mismos
sentimientos, que declaran fundamentales: el honor , el tem or
y el interés (I, 75, 3 y 76, 2). Es más, cada uno de los análi-
sis de Palamedes, salvo el último, se basa en una reflexión
general rel ativa a las costumbres de los ho mbres según estén
en tal o cual situación («n o son aquellos que... sin o aquello s
que», «los honores vienen de... y n o de...» , «para tod os, el
traidor... », etc.): el uso, com o ya se sab e, es exactamente
el mis mo en los discursos de Tucídides.
Las dos defensas ficticia s de Gorgias están , pues, lejos
de ser indiferentes al punto de vista mis mo de la argume n-
ta ción : revelan, j unto a un man ejo ya s abio del argume nto
de v erosimilitud y de la p sicolog ía de los h omb res e n gene-
ral, un p roceso de análisis a prioñ que en ninguna parte
figura atestiguad o d e m od o tan claro y sistemático y que
p o dría haber si do p rop io de nuestro sofista. Era, en efecto,
más teórico y más ab stracto qu e los otros: un fragm ento
suyo, relativo al no ser, suministra una prue ba manifiesta
de este virtu osism o a l juga r con lo s con cep tos.

74
Sin emba rgo , sus coetán eos n o han llamad o la a ten ción
hacia tales p rocesos: parece se r que el estilo adquiere en él
una importancia excep cio nal y su no mbre sigue vincu lad o
a figurasre toricas que hace n más atildadoeste e stilo. Des-
de la Antigüedad se hablaba d e las «figuras a lo Go rgias ».
Los p ocos escrito s suyos que posee mos e stán esmaltados
con este estilo en cada lin ea . A si, p ra cticand o com o mu ch o
la antítesis, intentó recalcar el efecto mediante toda clase
de procedimientos, las asonancias finales, o r imas, la igual-
dad del num ero de silabas, el empleo de términos parale-
los, ya sea en su formació n, ya en su sono ridad, ya en s u
valor métric o... Una prosa tan trabajada da , tanto co m o la
poesía, la impresión de que ni una sílaba se ha d ejad o a l
azar.
Era una rev olu ción en l a manera de escribir; hay que
confesa rlo , los e jemplos de los textos con servados n o dan
de esta re volució n una i mpresió n muy favorable . Tantos
artificios aturden y parece que má s bien merman la clari-
dad del sentido.
Al leer una tr adu cci ón , en la cua l los efectos estilísticos
desaparecen necesariamente, un o n o capta con exactitud el
hilo del discurso , el n i icio con servad o d e su Ovación fúne-
bre . pued e p or lo m en os darnos una idea de l p rin cip io y de
su s inconvenientes. En su tradu cción este inicio sonaría
alg o pa recid o a esto: «¿Qu é faltaba a estos héroes que los
hé roe s debieran tener? ¿Qué tenían ellos que n o debieran
tener? ¿Pod ría y o estar en situa ción d e d ecir lo qu e d eseo y
desear d ecir lo que d eb o, evitando a l cólera divina y esca -
pand o d e la envidia humana? P orqu e divin o era su mérito,
p ero human o su lad o m ortal...» Hacia el fin de la corta
página —la única que ha ll egado hasta nosotro s, a título de
jemplo
e estilístico lo
, sadjetivos sea n li an
e ada
, c un o con
un comp lem en to, en grupos paralelos durante una docena
de lín ea s: «violen tos para co n lo s v iolentos, intrépidos pa ra
co n los intrépidos, terribles para co n los terribles...», tod o
para con clu ir que «con su muerte, el pesa r que inspiran no
está muerto : inmortal, s obrevive e n seres n o inmortales ,
mientras ellos n o sobreviven».. .
A d ecir verdad, uno se am od orra un p oco, y este estilo,
tan in sóli to y tan recargado, parece, de todas l as i nvencio -
nes de lo s sofista s, una d e la s más artificiales y m en os
serias. Suert e qu e nadie sigui ó al maestr o en estos excesos.

75
Hay que recon ocer, no obstante, que hub o imitadores
más discreto s que él. El p rin cipa l es Tucídides. Cuand o
e
mplea esteestilo co i
n particular nsistencia (en la ora ción
f
úneb rep ronun ciada p orPericles , esd ecir,un texto parale-
lo al de Gorgias), los comentaristas se e nfu rece n2 y c laman
co ntr a l a co mplic ació n; co mo c uando e scribe, e n II, 40, 1.
«Cultivamos lo b ello en la sencillez, y las cosas del espíritu
sin qu e nos falte firmeza. Empleam os la riqu eza pre fere n-
temente para ob ra r con d ecoro, no para hablar con a rro-
gancia.» Sin embargo, es t ambié n evidente que estas rimas
y estos paralelismos (de los que aquí sólo se vis lumbra una
parte) no sólo prestan brillantez al estilo, sino fu erza a la s
antítesis; y, de esta manera, el p en samien to s ac a a su vez
mayor fuerza y se acrecienta. Además, en otros pasajes este
c
arác t aparec emás cla ro; son aquellos en losqu en o se
er
da énfasis. As í, el fam oso paralelo entre Esparta y Atenas
en el lib ro I está lle no de tales efectop
s; éstos
ero agudizan y
r
efuerzan elcontraste; «Ellos so ,
n innovadores vivos para
imagina r y realizar sus ideas; v osotros conservái s vu estra s
adquisiciones , n o inv entáis nada y, en la realización, n o
satisfacéis siquiera a lo indispensable.» El análisis con tien e
rimas, repeticiones d e p refijos verbales, efectos de todas
clases, y se p rolonga durant e una página; p ero n o tiene
nada de artificia l y lo s efectos n o son constante s n i sob re-
añadidos.
Gorgias puede pas ar, pues, p or el inventor de una prosa
artística rebu scada, de la que da ejemplo s artificiales y for-
zados, p ero que, empleada oportunam ente al servicio d e un
pensamiento serio, po dí a convertirse en una herramienta
muy útil. Es el pr im er ca so que e nco ntr amos en la realidad
d e la cultura ática en el cua l la ap orta ción de un sofista n o
ha cob rad o su s entido hasta que se ha d ecan tado y adqui-
rido más modestia.

Pero este gusto de las figuras estilísticas sólo era uno de los
aspecto s de lo s que Gorgias se servía para la crea ción de
una p rosa trabajada , capa z de influir indir ectam ente en los
spíritu
e sy la s e ocio m es.n , Y
e n definitiva
, o esn smá
que una
co quetería inspirada p or su adm ira ción ante los p od e-
res de la palabra.
Aquí encon tramos verdaderamente lo esencial. Porque a

76
este respecto p oseem os un text o del p ro p io Gorgias en que
celebra de manera impre sionante el p od er casi mág ico de
las palabras. Este texto pertene ce al Elogio a Hclcnci y con s-
tituye la justific ació n de Helena en el caso de que se de ja-
ra «conve ncer p or la pal abra». Entonces, de repente, el
énfasis se hace más personal: la retórica, «ob rera de la p er-
suasión», es precisamente lo que ha llenado la vida de Gor-
gias; y los en can tos que celeb ra son lo s qu e n o han d ejad o
de ocuparle. '
Ahora bien, lo que retiene de ellos —y esto parec e ca ra c-
terístico— es sob re tod o la p osib ilidad de influir en las
me ocion es.«lia palabra — - escrib —
e esun gran poder , es lo
qu e a partir del ser físico ma s p equ eñ o y menos p ercep ti-
ble ejerce la acció n más divina. Puede hacer cesa r el temor,
quitar la a flicción , suscitar la alegría, desarrollar la p ie-
dad.»
Inmediatamente, en un pri mer acerc amie nto impulsado
p or esta d escrip ción , compa ra la palabra en general con la
poesía. A la compa ra ció n n o le faltaba audacia. Has ta
entonces , sólo la p oesía había sid o una forma d e exp resión
n ob le; había estado también vinculada a l a i ns piració n y a
la s Musa s. Y he aqu í qu e Gorgias reivindica lo s m ism os
p oderes para la palabra: co nsider a y de fine la poesía en su
con junto co mo «una palabra ordenada métricamente».
Toda palabra adquiere los prestigios de la poesía, y es de
aquí de donde proce de, según toda evidencia, su gusto p or
las investigaciones estilística s, destinadas a comparar la
ros aco n la poesía.
p
Pero p ron to la s metáfora s o la s compa ra cion es del tex-
to superan el niv el de la p oesía para alcanzar el de la magia .
S e encuentran los términ os de h ech izos, de magia, d e sor-
tilegio, de droga, de brujería . ¿C óm o expresar, si no, que
p or me dios que pa recen i rracionales las palabras e nc ade-
nen al oyente y le afecten a su pesar?
La p osib ilidad de esta acció n mágic a se explica p or otra
parte en funció n de un análisis del co n oci m ie nto: el co n o-
cim ie nto en general está p oco segu ro y co nt ien e elementos
subjetivos; también la me mori a es limitada; forzoso es,
pues, remitirse a op in ion es sencillas, si empre frágiles y
cambiantes. Per o son ella s las que expli can el papel de l a
palabra, capaz de influir en estas o pinio nes, de mo dificar-
las, de entusiasmarlas... co m o dan fe to dos los debates don-

77
de se v e dis cutir a los sabios, a lo s orad ores y a lo s filóso-
fos. La a cción de la retóri ca está ju stifi cada p or la incerti-
dumbre del co noci mie nto; s u efic aci a de pe nde de nuestra
co ndició n en este campo.
Ésta es la razó n de que la palabra adquiera esta efica ci a
absoluta. En l a última parte del texto, rebas ando l as dos
co mpar acio nes ofrec idas hasta allí, Gorgias e mpiez a a
hablar de una acción necesaria y apremiante d e la palabra ;
ya no hay elección po sible; sólo se pue de aprobar, y sólo l a
palabra es respon sable de los actos que se com eten en ton -
ces; Helena, co nv en cida d e seguir a Pa ris, n o ha h ech o más
que ob ed ecer a esta palabra tod op od eros a.
P oesía -magia-c oa cción : se ha pa sad o en una página de
una espec ie de placer en la e m oción a un p od er d e per sua-
sión qu eya n o pued edetener nada .
En apariencia, to d o parece ser cuestión, en este reduci-
do texto, de los errores de Helena y del papel de los malo s
co nse jeros, c oart ada banal i nvoc ada po r no pocos c ulpa-
bles; p ero el análisis aumenta de volum en , se enriqu ece co n
argumentos y refleja de hec ho una toma de co ncie nci a
maravillada de los recursos de la elocuencia, re cur sos que
el arte de la retórica pued e elevar hasta su punto álgido.
P or otra parte, se observa además el empleo por dos veces
de la palabra téjne para l as técnicas del lenguaje. La justifi-
c ación de Helena se abre paso por un grito de orgull o del
maestro de retórica.
A partir de ahora to d o volverá a sus c auc es: to do lo que,
independientemente del pro pio argumento, puede sostene r
l a magia de l as palabras por me dios irracionales. Gorgias
es co noci d o por haber dado un lugar import ante al arte de
ap rovechar la oca sión y adaptarse a la o portun idad (l o qu e
los griegos llaman kairós). Y s abe mos p or Platón qu e Tra-
sí maco, «se m ost raba sup eri or en e nf urecer a una multitud
y, a co nti nuación , una vez so metid os lo s fu riosos a sus
hechizos, en sosegarlos: so n sus expresiones; sin igual tam-
bién, sea cual fuere el c aso, tanto para ca lumn ia r 'co mo
para disipar la c al umni a». 3
Estos practicantes del nuevo arte jugaban, pues, co n l as
pasiones. Sabían suscitarlas o calmarlas a su cap ric ho.
Ap rovec haban para lo grarlo la fragilidad de las o pi nio nes
de los ho mbres, y tod o su arte consistía, justamente, en
aprovecharse de ella.

78
Esto ya presagia bastantes características alarmantes.
Las pasiones so n peligrosas, y este ju eg o con la s opin ion es
sup on eun d esp reciode lov erdad eroy lojusto. E lp rop io
Gorgias recon oce esta p osib ili dad en su Elogio de Helena,
ya que, según él, si Helena ha ce d id o a los influjos de la
palabra, ha sid o en este c aso una palabra pérfida, que nco du-
ía ca una condu cta culpable . En este ca so, Gorgias lo
precisa bien, la persuasión es mala y el engañ o flagrante (lo
d ice y lo repite en lo s pá rrafo s 8 , 10 y 14 ). Estas co nd enas
apoyadas op on en tale s palabras a lo s «h ech izos d iv in os» d e
lo s qu e h em os partido . Y a sí d escub rim os una nueva toma
de con cien cia , perfe ctam ent e lúcida, p or la cual se rev elan ,
sta
e vez, la ambival e ncia d ela retóric a y su speligros. S i el
maestro pensaba así, se adivina que los demás tenían m oti-
vos para inquietarse.

El arte de la oratoria, en efecto, es p or esencia engañoso, y


cada un o mid e su s perjuic ios. La d em ocra cia ateniense fu e
muy p ron to víctima de lo s «p icos de oro», y los autore s se
lamentan. En la vida c orriente, los defensores hábiles, que
ha cen creer cualquie r cosa , son también una p laga , y la s
protestas llu ev en . In clu so Eurípides, que tanto se interes ó
p or la s investigaciones de lo s sofistas, qu e practicó los
debates de oratoria, enf ren tand o alegatos co ntr adictor ios,
incluso él que tanto gozó co n el ju eg o de las respo nsabili-
dades rechazadas, hasta el pun to de prestar a Helena
— iprecisamente a ella!— toda una argum entaci ón qu e,
echando la culpa a los dioses o a la p ob re Hécuba, co n si-
gue, en el mis mo espíritu de Gorgias, demos tra r su in ocen -
cia... in clu so él se alarma ante esta retórica, sobr e tod o
c uando la ve en manos de los de mago gos. En Hipólito (d os
años antes de la llegada d e Gorgias a Atenas), Tese o ya
d eplor a que se inventen tantas novedades maravillosa s y n o
se p rocu re enseña r la sabiduría (916-920); vari os años d es-
pués, en Hécuba , el ton o se vuelv e más vi olento a p rop ósi-
to de Ulises, «el ladino, el astuto parlanchín de lenguaje
seductor, el adulador de las masas», que sabía influir en el
ejército con la persuasión (131-133, a las que se pue de aña-
dir 254-257). Además, las tragedias de Eurípides están lle-
nas de esos ho mbres ruines qu e ju stific an con excesiva fa ci-
lidad su s condu cta s egoístas; en cada ca so, el coro, o la v íc-

79
tima, se quejan de que el talento del defen sor no guarde
relación con el valor de la causa...
Con la enseñanza de la retóric a y su mo da, surgiría, en
efecto, el pro ble ma de su rel ació n con la justici a y l a ver-
dad. Y era inevitable que este pro ble ma ch oc ar a de lleno
con lo s maestros d e retóri ca y los filósofos com o Sócrates .
Jenofonte lanza violentamente a lao posició n en el c apí-
tulo ya citad o de Sobre la caza . Su severidad con tra lo s
sofista s, maestros d e retórica , n o sorp rend e mu ch o en este
apa sionad o de l d ep ort e qu e es, además, d iscípu lo de S ócra -
tes.L esacusa agriamente de bu sca r el engañ oy nada má s.
Pero , sob re tod o, el con flicto entr e el filósofo y el ma es-
tro de retórica ocupa , ha cia la m isma ép oca , tod o el Gor-
gias de Platón. Es i n clu so tan central en él que exige, antes
de ab orda r los hallazgos más técn icos vinculad os al n om -
bre de Protágoras, con sid era r p rim ero esta c ues tió n esen-
cial, planteada a p rop ósito del gran retórico que era G or-
gias.
La p osición d el p rop io Gorgias en el d iá lo g o es la m is-
ma que se transparenta en su Elogio de Helena: la retórica,
co mo_ Ia. palabra, pue de emplearse para bie n o para mal.
Platón presta a su Gorgias esta mi sma neutralidad. Le hace
d ecir que la retó rica «retiene ba jo su d om in io a tod os los
p oderes» (455 a); p ero le hace admitir qu e este po der pu e-
de servir tanto para el mal co m o para el bien. Es el ca so d e
numerosas técnicas: «Es p reciso usar este arte com o todas
la s otra s a rtes d e comba te. Sean cuales sean la sque se cu l-
tivan, no hay r azón para usarla s con tra tod o el mund o»; y
lo m ism o con la retóri ca: «Si un h omb re que ha adquirid o
habilidad en la retórica, hace servir lu eg o su p od er y su arte
para hac er el mal, no es el maestro, en mi o pi nió n, quien
m erece la rep roba ción y el destierro, p orqu e éste enseña s u
arte con vis ta s a un us o legítimo, y el d iscípulo ha h ech o de
él un abuso bie n co ntr ario» (457 a-c).
Esta actitud de Gorgias era razonable; pero estaba poco
re lac ionada co n la ambició n de los nue vos maestros, y era
terriblemente inquietante. Por esto Platón se co mpl ació en
mostrar en s u di álo go a un Gorgias vacilante que, después
de bellas dec lar acione s, no puede r enunc iar a la idea de que
a pesar de to do uno adquiere t ambién a s u l ado el sentido
y el resp eto d e la ju sticia (460 a N ). stáo ae u anchas
s s uand
c o lo dice. Y el hec ho es que Gorgias —el ver dadero —

80
era muy reservado sob re este punto: n os d ice en el Menón
(95 c) que él n o p rom etía enseñar la virtud y se m ofaba de
los otros sofistas que adquirían semejantes co mpro m isos; él
sólo se pro po ní a for mar bue nos oradore s. Sin e mbar go,
ante las preguntas de Sócr ates no po dí a negarse a admitir
qu e su retóri ca imp licaba cierta experien cia d e lo qu e es
justo. Tampoco tenía, ni en el d iá log o ni en otra par te, nada
de amoralista. D e ah í el malestar que presenta tan sutil-
m ente Platón, los «pa rece ser», «e sto tien e tod o el a sp ec-
to»... Y p ront o, en el d iá log o, Platón ha ce tomar el relevo a
d isc ípulos má s resueltos que, a d ife ren cia del maestro,
renuncian con rotund idad a la justicia. Platón n o podía
prestar a Gorgias las ideas que éste había conde nado púb li-
camente ; p ero se la s arregla para revelar hacia qué te ndía,
d e h ech o, este nu ev o arte.
Gorgias se agazapa, en el d iá log o, ante un interloc utor
más joven, P olo; éste recon oce que a sus ojos tod o culpable
que evita el castigo es feliz. Después Polo se agazapa a su
vez ante un jov en arrogante, Calicles, que ya ni siquiera es
del oficio: éste sostiene que la ley del más fuerte d om ina el
mundo y qu e el justo es sólo un pacto i mpuesto p or los
débiles. Ah ondando en los so bree nte ndi dos que imp lica la
retórica, se encuentra el rechazo del ju sto; los discípulos lo
aceptan. La retóri ca part ió unida con la injusticia.
¿C óm o podría hab erlo ace pt ado Só crat es? Desde que
implica esta orien ta ción , sólo puede rechazarla. No es una
ciencia, porque sus m éto dos n o se basan en princi pios cla-
ramente ra zonados. Y n o es una cien cia p orque no busca
ni el b ien ni la verdad. N o es más que un arte del halago,
co m o la coci na o el tocador. No es seria. Y sus defensores
d eb en con fesa r que tienen fines p oco morales, lo cual un
verdadero filósofo debe cond ena r co n todas sus fuerzas.
Es cierto que más tarde, en Fedra, Platón diseñaría el
p roy ecto de otra retórica que sería una cien ci a dialéctica.
Este pro yecto lejan o destaca, p or contraste, l as ins uf icie n-
e
cias d la retó c e o l
ri a d los sofistas: n quita nada a a fuerza
de la primera re a cció n expresada en el Gorgias , qu e tiende
a un recha zo abs olu to en no mb re de la moral.
Gorgias, con su ind iferen cia ció n de la retórica, fue des-
bordad o, p or un lado, p or lo s dis cípu los, pró xim os o leja-
nos, que le vincu laban al inm ora lism o, y p or el otro , {con -
d enad o p or lo s que exigían la bú squ eda del b ien y del ma l!

81
Era un call ejón sin salida; la r etórica , apr isionada entre
estos dos extremos, estaba e n grave ries go de salir mal
parada,
¿No había, pues, salvación para una retórica sana? ¿ No
había esperanzas de recon cil ia rla con la m ora l? Sí había
una, p ero también esta vez en Isócrates. Éste es en un sen -
tid op rofundam en te ief la la con fian za d e su ma estr oGor -
g e s y fiel asimism o a su va cila ción . Carece de la severidad
de Platón respec to a la op in ión : reco n oce su fragilidad
co m o Gorgias. Pero con sid era que en general es sana . En
cualquier caso, es tod o lo qu e tenemos , p orqu e las grandes
verdades perseguidas p or Platón le parece n muy lejanas. Y
en esto encuentra una posib ilidad de co ncili ario to do: si la
o pi mó n es s ana, la preoc upació n de persuadir a un audito-
rio debe tenerla necesariamente en cuenta. El orad or d eb e-
rá ser b ien visto para imp resiona r fav orablement e a su
pub lico; deberá sostene r ideas aceptadas y consid er adas
valida s. Esta p reocupa ción le llevará en genera l a lo que
p o d e m os percibir co mo verdadero, c uyo signo es la ap ro-
ba ción del p rójim o. Ciertamente, n o es ni el bien ni la ver-
dad según ios filósofos co m o Platón; de acuerdo, pero es el
bien y la verdad, t al co m o lo s h ombres se los re prese nt an*
«Exhortan — escrib e al hablar de los filósofos — a una vir-
tud y a una sabiduría ignoradas p or lo s demás y so bre la s
cuales ellos mism os discuten; yo exhorto a una virtud reco-
n ocida p or to do el mund o» {Sobre el intercambio, 84), La
retóric a y l a virtud se dan l a mano a partir de ahora.
Y he aqu í que, para dar un ejemp lo, Isócrate s elige a su
vez el tema de Helena y se sirve de él para situarse co n rela-
ció n a Gorgias: reproc ha a éste hab er anunc iad o un elo gio y
haberse con ten tad o con una d efensa de tip o jud icia l.4 É l,
para d em ost ra r sin m ied o qu é entiend e p or una d efensa de
tip o jud icia l hace el elog io de tod o cuan to p od ía se r admi-
rable en Helena: el na cim ien to divino, la s p roeza s de quie -
nes la han p retendido, la bell eza y su p od er universal, el
culto qu e se le rinde, la a cción que empre nd ió para un ir a
Grecia con tra el bárbaro . Ya n o en con tram os nada de la
habilidad sutil del viejo maestro; pero e nco ntr amos en
camb io a p rop ósitod eH elena , tod o lo qu e recib e al ap ro-
ba ción humana y qu e pu ed e pasar comúnm en te p or virtud
E argumentador en situación d ifícil ha ced id o el lugar al
educador.

82
Aquí p o d e m os ver lo qu e se pie rd e y lo que se gana . Lan-
zada en la Atenas de l siglo v com o la llave de tod os los éxi -
tos, la retó rica había g en erado malestares y dis cu sion es
desde el pun to d e v ista de la justicia: le to caba a un maes -
tro ateniense, antiguo discípu lo d e Gorgias, recon cilia r este
p od er de la palabra co n la mór al pr áctic a y tradiciqnal;
mediante lo cual se preservaban la p ro pi a r etórica y l a idea
de l papel so beran o d e la op in ión , qu e sigue vinculada a
ella.5 i - , λ
Otro m o d o de preservar la herencia era la fórmula, toda-
vía en vigor hasta ha ce p oco tiemp o, consistent e en ha cer
coexistir, o más bie n sucederse, estudios de «filosofí a» y
estudios de «retórica ». Pero, ¿cóm o esperar que en la ép o-
ca de Gorgias el invento tan nuev o y tan efic az de la retó-
ric a se perc ibier a co n s us límites, sus perfiles y su ámbit o
exactament e delimitado? Ella era demasiado nueva para
saber dó nde de bía ubicarse.
La retórica tenía me nos p od er que la palabra, o lógos,
qu e para un grieg o equivalía a pe ns amien to hasta qu e de
h ech o la retórica vin o a interesarse p or el a rte de ra zona r,
d e discutir y d e juzgar. Esto se ve bie n a las claras en cuan -
to pasamos a Protágoras.

Del m ism o m o d o qu e Gorgias n o se desinteres ó del tod o, n i


mu ch o me nos, de la argum entación , tampoco Protágoras se
desinteresó de l tod o de la exp resión formal . Sin emba rgo ,
mientra s Gorgias se p reocupaba d e la magia de l estilo , P ro-
tágoras se dedicaba , en es te terreno, a l rig or de la lengua.
E l lenguaje tamb ién le fascinaba, com o a Gorgias , per o lle-
vand o má s lejo s el análi iss quería
, co
n sid er
a rlo com o una
herramienta para el p en samien to, comp rend er su s p osib ili-
dades y afinar su preci sión .
Se interesaba, lo sab em os, p or la gramática. Según Aris-
tóteles, distinguía los géneros de los no mbres y los tie mpos
de los verbos. Y Sócrates, en Fedra (267 c), le atribuye el éri
m to de haber i ntro duci do en laretó ric a la« pro pie dad de
la expresió n» u orthoépeia.
¡Qué di fere nc ia entre los d os punto s de vist a ! Uno se
ocupaba, en suma, del efecto p rodu cid o sob re el auditorio ,
y el otro de la corresp onde ncia pre cis a entre pensamient o

83
Era un call ejón sin s alida; la r etórica, apr isionada entre
estos d os extremos, estaba en grave riesg o de salir mal
parada.
¿No había, pues, salvación para una retóric a sana? ¿N o
había esperanzas de reco nc ili ar la co n la mor al? Sí había
una, pero también esta vez en Isócrates. Éste es en un se n-
ti do pro fundame nte f iel a la co nfi anz a de su maestro Gor-
gias y fiel asimismo a su vacilació n. Carece de la severidad
de Platón respecto a la op in ión : reco noce su fragilidad,
co mo Gorgias. Pero co nsider a que en general es sana . En
cualquier cas o, es to do lo que tenemos, p orque las grande s
verdades perseguidas p or Platón le parece n muy lejanas, Y
en esto encuentra una posib ilidad de co nciliario to do: si la
op ni ión es ana
s ,la p reocupa ción de p ersuadi ra un aud ito-
rio de be tenerla necesariamente en cuenta. El orad or de be-
rá ser bien visto para imp resio nar f avorable mente a s u
púb lico; deberá sostene r ideas aceptadas y co nsider adas
válidas. Esta preocupa ción le llevará en general a lo que
p od em os p ercibir com o ve rdadero, c uyo s igno es la ap ro-
ba ción del prójim o. Ciertamente, 110 es ni el b ien ni la ver-
dad según los filósofos com o Platón; d e acu erd o, pero es el
bien y la verdad, tal com o los h omb res se lo s representan:
«Exhortan — escrib e al hablar de lo s filósofos— a una vir-
tud y a una sabiduría ignoradas porslosodemás re y s cb s la
uales ello osmism o ediscuten; y xhorto a una virtud reco-
n ocida p or tod o el mund o» (Sobre el intercambio, 84). La
retórica y la virtud se dan la man o a partir de ahora.
Y h e aqu í qu e, para dar un ejemplo, Isócrate s elige a su
vez el tema de Helena y se sir ve de él pa ra situarse co n rela-
ción a Gorgias: re procha a éste hab er anun ciad o un elo gio
y haberse con ten tado co n una defensa de ti po j ud icia l.4 Él,
para demos trar sin m ie do qué entiende por una defensa de
tipo judicial, hace el elog io de tod o cuanto p o d ía se r adm i-
rable en Helena: el naci mie nto divino, las proeza s d e qu ie-
nes la han pre tendido, l a belleza y su po der universal, el
culto que se le rinde, la a cción que empre ndió para unir a
Grecia con tra el bá rbaro . Ya n o en con tram os nada de la
habilidad sutil del viejo maestro; pero e nco ntr am os en
cambio, a p rop ósito de Helena, tod o lo qu e recib e la ap ro-
ba ción humana y que pued e pasar comúnm en te p or virtud .
El argumentador en situación di fícil ha ce di do el lugar al
educador.

82
Aquí p od em os ver lo que se pierde y lo que se gana. Lan-
zada en la Atenas del siglo v com o la llave de tod os los éxi-
tos, la retórica había g en erad o malestares y discusiones
desd e el pun to de vista de la jústicia: le tocaba a un mae s-
tro ateniense, antiguo discípu lo de Gorgias, reco ncilia r este
po der de la palabra con la m or al pr ác tic a y tradicional;
mediante lo cua lpreservaban
se la p p aroretóri
i a yc la idea del
papel b soaner d o e la o pi nió n, que sigue vinculada a
ella.5
Otro m o d o de preservar la heren cia era la fórmula, toda -
vía en vigor hasta ha ce p oco tiempo, consistent e en hace r
coexistir , o más b ien sucederse, estudios de «filosofía » y
estudios de «retórica ». Pero, ¿cóm o espera r que en la ép o-
ca de Gorgias el invento tan nuevo y tan efica z d e la retó-
rica se percibiera co n sus límites, sus perfiles y su ámbi to
exactamente delimitado? Ella era demasiad o nueva para
saber d ónd e debía ubicarse.
La retórica tenía me nos p od er que la palabra, o lógos,
qu e para un gr ieg o equivalía a p en sam ien to hasta que de
h ech o la retórica vin o a interesars e p or el a rte de ra zonar,
d e discutir y de juzgar. Esto se v e bi en a las claras en cuan -
to pas amos a Protágoras.

Del m ism o m o do qu e Gorgias n o se desintereso de l tod o, ni


mu ch o me nos, de la argumentación, t ampoco Protágoras se
desinteresó del tod o de la expresión formal . Sin emba rgo ,
mientras Gorgias se p reocupaba de l a magia del estilo, P ro-
tágoras se de dicaba, en este terreno, al ri gor de la lengua.
El lenguaj e tambi én le fascinaba, com o a Gorgias, p ero lle-
vand o más lejos el análisis, quería con sid era rlo mco ouna
herramienta para el pensamiento, comp rend er su s p osib ili-
dades y afinar su pre cisión .
Se interesaba, lo sabemos, p or la gramática. Según Aris-
tóteles, distinguía los género s de lo s no mb res y los tie mpos
de los v erbo s. Y Sócrates, en Fedra (267 c), le atribuye el
mérito d e hab er i ntroduci do en la retórica la «pro pie dad de
la expres ión» u orthoépeia.
¡Qué di fere nci a entre los dos puntos de vista! Uno se
ocupaba, e n suma, del efecto p rodu cid o sob re el auditorio,
y el otro d e la corresp ond en cia preci sa entre pensamiento

83
y expresión. Las investigaciones de Protágoras figuraban de
entrada com o más científicas.
A decir verdad, n o se sabe prácticamente nada de sus
trabajos en este terreno... sólo que existían . De l m ism o
m o d o, ign oram os tod o este a spec to de l a actividad de los
otros sofistas. Se sabe que en sus estudios estaba implic a-
da una filosofía del lenguaje. Y es to es una n ov edad sor-
prendentemente moderna. Se preguntaban so bre los rec ur-
sos del lenguaje y sob re sus imperfecc iones. Protágoras
co m o De mocr ito, debía d e co ns ider ar la atr ibució n de los
nombres com o p roced en te de los h ombres y sin tener raí-
ces naturale s. Por desgracia, es dif ícil hacerse una id ea de
sus doc trinas sin modernizarlas muc ho y sin darles t am-
bién una importan cia que aún n o tenían . De h e¿h o,„el Ínte-
res de los sofistas por el lenguaje está orie nt ado esencial-
mente hacia el deseo de enseñar a manejarlo lo m ejor p osi-
ble. Y la s obs erva cion es de Protágoras rela tiva s a las imp er:
recc-iones de H o mero o a lo s p rob lema s sob re el gén ero de
un no mbre n o parecen hab er tenido otra finalidad. Se sabe
asimismo que Hipias había es crito obras de gramática v de
p rosod ia que se oc upaban de l a cantidad de la s sílabas, de
lo s ritmo s, de l a métrica: tod o esto nos es desco noci do.
Ignor amos i ncl uso si los otros esofistas
se oc quro l upa n de
co o
a retórica, m eoTrasímaco,
oro iz T ciod o de B an Evenos
de Paros, trataron esta s cuestiones, pevidente
ero es que a l
reflexion so bre el lenguaje acababa d e constituirse, co n los
sofistas, en una rama de l saber; sus investigaciones pare-
ciero n ya lo bastante precisas para que se haya habl ado de
e las co mo de los «i nicios de l a filolo gí a», o de « pio neros e n
ei terreno filolog ico y gramatical» (ta les son lo s título s d e
estudios pub licad os p or Diels en 1910 y p or P. B. R Forbe s
en 1933).
Sólo a uno de ellos co noce mos a este res pecto, y aun
indirectamente, pero es un bue n e jemplo: se tr at a de Pró-
dico. Preoc upado también por la pro pie dad de la expresión,
se pro puso dar al voc abul ario una ace pció n precis a distin-
guie ndo con c uidado las palabras cas i sinónimas : lo s num e-
rosos t est imo nios que han llegado hasta nosotros a este res-
pecto revelan la imp ortan cia extraordinaria qu e este géne-
ro de investigaciones adquirió en Atenas para la elabora-
ció n de la lengua.
Entre los d iscípulos de Pród ico figura Tucídides y Eurí -

84
pides. Sócrates, no sin una pizca de ironía , se declara dis-
cípulo suyo. Platón lo c ita y le hace intervenir más de doce
veces. Y siempre (salv o en un pasaje de Jenofonte que se
refiere a la enseñanza m ora l del sofista) se tr at a de matices
d e vo cabu la rio . Platón se burla , naturalmente, y c alifi ca
esta costumb re d e dulce manía. Juzgaba, sin duda, que
estas distinciones entre l as palabras seguían siendo un poco
formales y n o conducí an a un análisis filosófico.c En ua l-
quier caso, al citarlas tan a m enudo, lo qu e hacía era p on er-
l as de relie ve. Muestra a cada instante a Pró dico pre cis an-
do matices de sentido: disc utir no es dis put ar, la apro ba-
ció n no es l a alabanza, querer y desear no son idénticos,
co m o tamp oco se r y llegar a ser, tamp oco son lo m ism o el
te m or y el espanto. To dos e stos ejemplo s están extraídos
exclusivamente de P r o tá g o r a s.
El P ro tá g o ra s no los cita sin una iro nía un p oco protec-
tora; y el hech o es que la re petición m isma del proceso
sugiere un hábito bastante artificial. Pero n o podríamos
repetir bastante el papel que desemp eñ ó para el rig or d e la
lengua y para la fi rm eza d el p ensamiento. P or otra pa rte,
nos permite c onstatar to do lo que le debe un autor tan de n-
so y profundo co m o Tucídides. A veces vuelve en sus dis-
c ursos a l as distincione s prestada s a P ródic o. Este distin-
guía, por e jemplo, «discutir» y «disputar»; los cori ntios del
li bro I precisan: «Que nadie ve a e n nue stras dec lar aciones
ninguna hostilidad, sin o un simple reproche: los re proc hes
se dirigen al amigo que se equivoca; las acusacione s al en e-
migo que nos ha hech o daño» (1, 69, 6); adaptada y precisa,
es la misma distinción. Y so bre to d o se encuentra de nue-
vo la génesis cada vez que Tucídides, ci ñé nd ose al sentido
de las nocion es, la s rod ea d e contrastes precisos. No so lo es
el c aso de tem or y espanto, s ino de todas las forma s de
valor y audacia, i ns urrecc ión y deserc ión, h eg em on ía e
i mperio... La f irmeza del pensamie nto es fun ción dea aestn
ión
te prestada
c p or P ró d ico y p or Protágoras al e omple
correcto del voc abulario.
No obstante, e sta vuelta a Prod ico, sugerida p or as
investigaciones so bre la lengua, no deb e ha cem os olvidar
que éstas n o eran más que un a spect o má s o meno s secun-
dario de la actividad de Protágoras. En efecto, su principal
originalidad resid e en ot ra parte; su retórica es an te tod o
una dialéctica. P od em os comp rend er su naturaleza gracias

85
a las dos ideas que la tradición no s ha legad o sob re su d o c-
trina.
La primer a es la de lo s «disc ursos o puestos». Diógene s
La ercio y Clemente d e Alejandría la citan ba jo forma s pare-
cidas: «É l [Protágoras ] fu e el p rim ero en d ecir que había, a
p rop ósito de to do, do s dis cu rsos opuestos» ( D. L., IX, 51),
o «Los griegos pretenden, después de Protágoras, que res-
p ecto a to do discurso, existe otro o puesto a él» (Estroma-
tes, VI, 65).
¿Qué se puede decir? La palabra griega lógos es siempre
embarazosa. Aquí se le pu ed e dar el sentido amplio , y así
la fórmula ya tiene una po derosa resonancia. Porque, si hay
que entender que a toda tesis se op o n e una antítesis y que
un o puede a su elección sostener una u o tra, se abre toda
la trad ición de lo s debates de ideas, agónes, d ond e se op o-
nen dos punt os de vist a contrarios, expuestos e n peroratas
paralelas. Se sabe que tanto en Eurípide s co m o en Tucídi-
des estos debates, llamados co n frec ue nci a «antilo gías »,
so n de uso constante. A dec ir verdad, er an, a pesar de una
fórmula simplista de Diógenes Laercio, anteriores a la sofís-
tica. Antilogías las hay en Sófocles; desd e su origen, forman
el centro de las c omedias; ¿y cóm o extrañarse d e ello,' si so n
en ju sticia ya la ra zón misma del d ebate? Sin emba rg o, P ro-
tagoras, al desarrollar esta técnica, h izo d e ella una especie
de méto do, para el cual su enseñanza era una pre paración .
Además, se sabe que había escrito un Método de las contro-
versias y dos libros de Antilogías . D ich o de otro m od o,
ensenaba a d efender sucesivamente dos puntos de vist a, el
elo gio y la censura, la a cu sa ció n y la defensa, etc. Para
estos enfrentamiento s dialéct icos se e mpleó a m enud o el
té rmino de «disc ursos dobles».
Es la fórmu la qu e en con tram os e n un pe que ño tratado
an on im o qu e fu e escrit o an tes del ano 400 y pa rece repre- ¡
senta r un plan de enseñanza d ond e se recon oce la influen-
cia de Protágoras: in clu so se cita el tratado co n e ste título.
Comienza , en efec to, p or enunciarque hay d «u isc rsos
dob les» so bre el bien y el mal, un o diciend o qu e se co n -
funden, porque to do d ep ende d e las circunstancias , y el
otro que se distinguen, co n lo c ual se c ae en l a co ntr adic-
ción. Y el tratado co nt inúa con lo b ello y lo feo, lo ju sto y
lo injusto, etc. Cadaez v hay dos tesis. El autor de fie nde las
dos, p ero elig e una. Tod o esto huele a un p roced im ie n to

86
y refleja sin duda las costumbres de la enseñanza de en-
tonces.
No obstante, la fórmu la no estaba reservada a la gente
de escuela: un fragme nto de la Antíope de Eurípides lo afir-
ma así: «S e p od ría entablar un debate de discursos do bles
so bre cualquier tema, s iempre que se sea un or ador hábil »
(189 N).
¡Oh, maravilla! ¡Saber de fender d e manera co nvincente
los pros y los contras! ¡ Y s aber, al oír una tesis, de fender lo
contrario!
Pero , ¿cóm o lo ha cían ? Aqu í es d ond e interviene el otr o
sentido de la palabra lógos, y un arte d ia léctico mu ch o mas
refinado. 7 Por que no se con tentaban con en con trar ot ros
argumentos, sin o que p or cada a rgumento p od ían en con -
trar el con tra rio y desc ubrir que también hay «discursos
opu estos». N o sólo se refutaban: se replicaba a lo s argu -
mentos. Era, si se quiere, la e xpansió n y la generalización
d e lo que lo s p rim eros maestros enseñaban co m o v erosimi-
litud en segund o grad o, que permitía devolv er la v erosi-
militud (e l h omb re fuerte n o atacaría , sab iend o que la s sos-
pec has apuntarían en seguida hacia él). A este respecto,
Protágoras p roced ía co m o d ia lectico y tal vez se inspiraba
en lo s m étod os p ra cticad os p or los filósofos de E lea . P ero
los hací a entrar e n la pr áctic a, dando lugar a una téc nica
co mplet ame nte nueva. En cual quier cas o, pueden verse en
Tucídides todas las sabias o per acio nes a l as que l levaba la
gene ralizac ión de t al proce di mie nto. A veces, se co nsi der a
la misma a cción en m o m entos diferente s de su historia, o
do s móviles presentados co m o con trad ictorios se comb inan
en un tod o; o se admite un h ech o pero se cambia su inter -
p retación... Así, cuand o A tena s interviene en Sicilia, su s
adversarios tratan de sublevar a la s ciudades cont ra ella ,
diciend o: «E s el mis mo t ipo de inter ve nció n que en Grecia,
só lo piensan en sui mperio.» Los atenienses r esponden: « Sí,
sólo pe ns amos en nuestro i mperio, pero e sta preoc upació n,
aquí, n os empuja, al rev és de qu lo u eenocGrecia,
rre a d fend a
los
e puerb e cuya
los ind p nde n e iae c conv ien e a
nuestros intereses» (VI, 75-88). Y a sí n o se rep lica sólo a un
argumento, sin o a tod os: la el egancia es sabe r toma r a l otro
sus hechos, sus ideas y sus mismas palabras para sacar una
co n clu sión contraria. Est o sup on e desplazamientos, reco
n s-
tr uc cio nes, to d o un ju e g o sutil, cuy o secr eto los mco n ea t -

87
ristas, fascinados, se ejercitan en penetrar y que era, sin
duda, el secret o de Protágoras.
Esto sugiere que los tratados ya citad os po drí an haber
sid o más téc nicos y sabios de lo qu e a vece s supo nem os.
También es posi ble que un reflejo de esta técnica se halle
en el título de Kataballontes, o Discursos fulminantes, que
fue emple ado y parece designar el tratad o co n ocid o ba jo el
no mbre de La verdad ,
Pero esta interpretación p roy ect a una luz interesante
so bre la segunda de las do s ideas que la tr ad ición ha co n-
servado com o características d e Protágoras. Esta segunda
idea se manifiesta en la exp resión «ha cer más fuerte el
ar gumento más débil de los dos».8Aristófanes, que cita esta
fó rmul a e n Las nubes (112 y ss.), la entiende al pa recer en
el sentido mas amplio: para él, se tra ta d e tesis; y ha cer
triunfar la tesis débil es ha cer triunfar la injusticia. Pero
Aristóteles no s coloca en el cam in o de un sen tido má s téc-
nico, porqu e critica el p rin cip io d iciend o que constituy e un
pretexto falso de veros imilitud, pro pio de la retó rica y la
erística. Es, pues , muy p robab le que c uando Protágoras
alardeaba de p od er inver tir la sup eri oridad d e un lógos
so bre el otro, se refería p reci sam en te a este arte de dar l a
vuelta a los argumentos para que una circunstanc ia abru-
mad ora se convirtierae j st u ifica
n una c ,ión y una circ un s-
tancia favo rable en un ag ravante . Para p on er un ejemp lo
sencillo y casi ingenuo, vemos en Tucídides que los ate-
nienses ju stifican s u imperio recor dando su glorios a con -
du cción de la s guerras médicas: el éforo de Esparta resp on -
de que si su condu cción fue buena entonces y mala ah ora ,
«m erecen ser castigados doblemen te p or haber pa sad o deí
bien a l mal» (I, 86 , 1 ). Mu ch os ejemp los son más su tiles;
algunos sorp renden y a primera vista , desconciertan .
No hay que descuidar, pues, este s entido téc nico, ni para
el pr imer test imo nio ni para el s egundo: sería falsear gra-
vemente el alcance de la enseñanza de Protágoras. Sin
emba rgo, es pro bable que en l a pr ác tic a los dos sentido s se
superpusieran: a l s tesis se p on oaní m ejor entre sí c uand o
los argumento s también se o po nían, y la tesis má s débil
triunfaba p orque cada v ez el argumento más dé bil se volvía
«abr umador». Ésta es la razó n p or la que los pri nci pios de
esta enseñanza se vuelven a en con trar p or doquier, ap lica-
dos con may or o me nor finura o ri gor. De hec ho, se inser-
taban en la práctica de la retóri ca corriente . Se pued e ju z-
gar p or los disc urs os ficticios del orador Antifón, qu e son
muy caract eríst icos del espíritu de la época.
S on tres grup os d e cua tro discurs os o tetral ogías. N o
hay nada wagnerian o en est e término; cada vez se tra ta ,
sob re un m ism o asunto judicial, de cua tro esquemas de dis -
curso (el fiscal, la defensa, de nue vo el fiscal, de nuevo la
defensa). En el primer caso, los defensor es tratan de un
asunto sin prueba s en el que sólo cuentan las verosimilitu -
des; el tip o mism o, por consigui ent e, del b ello ejercicio de
la dem ostra ción. En los otros d os c asos se tr at a de aquello
en lo que tanto se distinguían lo s sofistas, es decir, en las
resp onsabilidad es a establecer o a rechazar; la segunda
tetralogía se refiere a un a ccid en te ocu rrid o en un g imna -
s que rec
io, u erda mu hc o eldebate entre Protágoras y P n e -
d es, y sugiere que allí d eb ía de hab er — com o se ha vist o
en el ca so de Helena— clases de p roblema s típic os e n los
que cada uno po dí a ejercitarse en debates de escuela.
E stos debates n o consti tuían puros e je rcicios formales :
corres po nde n a una re fle xió n nueva y seria so bre to dos los
problemas de responsabilidad ; el a rte di aléctico ayuda a
p reci sa r las circunstancias. Haber ma tad o por error, p or
imprudencia , involuntariamente, sin p od er evitarlo: esta s
n ocion es ch ocan entre sí y se afinan en el cu rso de ta les d is-
cusiones y penetran p oco a p oco en la con cien cia ju rídica.
Pero, sobre tod o, lo que imp resiona es la extraordinaria
agilidad de la técnica. Las tetralogías de Antifón dan e jem-
plos constantes, co n el arte de pasar de l a tesis a l a antíte-
sis, vo lviendo cada vez a la aprecia ción d e las mismas cir-
cunstancias del h ech o. La vícti ma había corrid o p or delan-
te del ar ma, es, pues, re sp on sab le del h om icid io; p ero el
paidotríbes había h ech o una seña l de recog er la s a rma s:
quien ha lan zad o el arma tenía que hab er prestado aten -
ción; por lo tanto, el paidotríbes, que ha dado la orden, es
más resp on sable que este último.. . Un espíritu mal entre -
nado se pier de en estos ver icuetos; so nel re flejo del arte de
Protágoras. P or lo demás, p od em os añadir que estos mis -
m os dis cu rsos pu ed en recurri r igualmente a l a rte de p reci-
sar el p ensamient o con la s antítesi s entr e palabras de sen -
tid ossimilares, a lm od o de P ród ico: a sí, el a cto imp ío y al
falta (1 a 3), o la mala suerte y la desgracia (2 γ 8 y δ 10):

89
to dos lo s p roced im ien tos co nver ge n y se encuentran en la
alegría de los descubrim ientos recientes.
Descubr imientos alucinantes, pero n o por ello me nos
alarmantes.
En esta aptitud para d efend er lo s p ros y lo s contras se
p od ía d escub rir un en ojoso d esp recio d e la verdad. En esta
manera de d efend er cualquie r causa, la ju sticia ya no tenía "'
ningún papel. En una palabra, este a rte de replica r a cada*
a rgumento ha cía sosp ech oso el p rin cip io m ism o de toda
a rgumentaci ón y sugería que estos ra zonam iento s d e lo s
sofistas eran lo qu e p recisamen te odavía t h oy llamam os
sofismas.
¡Pero se multiplican! ¡Pululan p or todas part es! Aho ra se
pu ed e p roba r cualquie r cosa , negar la evidencia, sa lir a iro-
so de los p eores pasos. Est e inquietante talento había sido
recon ocid o antes de la guerra y ya p reocupaba en ton ces a
los atenienses. Plutarco cita la frase de un adversario de
Pericles a quien preguntaron quién era más fuerte e n l a
lucha, él o Pericles; su respuesta fue : «Cuand o le d errib o en
l a lucha , él sostiene que n o se hac a í do, yse s aleco
n al uya
s
co nve nciend o a los asistentes» (Pericles, 8).
Sin embargo, co n el entrenamiento técn ico y la mo da de
los sofistas, esta ingeniosidad se desarrolló. El jov en de Las
nubes, apenas formado para los nuevos maestros, destaca
co n soltura. Y puede verse el reflejo de este h ech o en los
escritos teóricos de la ép oca , com o el p equ eñ o tratado d e
los Discursos dobles . Porqu e en él se encuentran, revueltos,
ba jo una forma breve , tod os los argumentos p osibles, lo s
emp leados p or lo s m ejo res pensadores, qu e p roced ían
directament e de la refl ex ión filosófica , p ero también lo s
más exteriores y artificiales. Así el bie n y el mal, según el
tratado, ¡se con funde n por que la enf erm edad es mala para
el enferm o pero bu ena para el mé dico y la muerte es mala
para el moribund o pero buena para el enterrador! Apren -
die ndo demasiad o a discutir, se corre el ries go de acabar
sie ndo un cri ticó n.
Y el hech o es qu e Platón se burla , co mo hacía Aristófa-
nes. E sce nificando e sta pasión de la co ntro versia o «erísti-
ca », enseña una esp ecie d e ju eg o dialéctico al va cío, en el
cual la gente tien e respuesta para tod o. Po de mos ha cern os
una idea de cóm o es p or los dos sofistas del Eutidemo , que

90
están tan orgullosos de alinear los razonamiento s má s art i-
ficiales.
La gente se afic ionaba: as istía a estos co mbates de argu-
mentos co m o se aplaudiría en un co mba te de bo xeo. Y P la -
tón, naturalmente, se mo fa. Al final del Eutidemo, tras un
r zonamien to n o tan bu en o com o lo s otro
a s, Sócrates se
declara «abr umado», y más lejos «subyugado»; en cuan to a
los asisten tes, éstos p on en p or las nubes el argumento y a
los dos extranjeros: «reían, aplaudían, manifestaban su ale -
gría hasta per der el aliento» (303 b).
P oco a p oco, esta cost umbre de l a argumentación al
vacío se va extendiend o peligrosamente. El Cleón de Tu cí-
dides, en un pasaje ya cit ad o, ruega a los atenienses que no
se dejen llevar por el gusto de los argumentos nuevos y que
no se conviertan en «gente d om inada p or el placer de esc u-
c r,pa recida a un púb licopue sto a llíp orlo ssofista sy n o
ha
a ciudadanos que deliberan so bre su ci udad» (III, 38, 7).
Este tec nicis m o acabará p ro nto rec haz ado y des prec ia-
do. En varias oca sion es, Isócrates —de a cu erdo co n Pla-
tó n— ataca a los disc utidor es, a los «erísticos». Sus disc u-
siones so n estériles, aburridas, sin utilidad.9 La palabra
«erística» se co nti nuó aplic and o para lo s ló gicos de la
escuela de Megara; pero el abuso del proce di mie nto lo
había invalidado e n el espíritu del público y s al pi cado al
co n junto de la retó rica de lo s sofistas.
Habr ía que añadir a esto la s uficie nc ia y la arrogancia
qu e amenazaban con llevarse estos éxitos d emasiad o fá ci-
les. A Eutide mo, Dio nisi oro,
d Trasímac o
y Calicle n s os los
presenta Platón com o insolentes y arrogantes. La pa sión de
co nfundir al adversario los hace intolerantes. Con el gusto
de la verdad se pierd en también la pa cien cia , la cor tes ía y
el sentido del verdadero diálogo.

Se po drí a imaginar, o esp era r, que se trataba de simple s


deformacion es pro fesio nales y de abuso s siempre previsi-
bles cuand o se trata de una técn ica nueva. N o obstante,
diversos hechos sugerían que la cuestión era alg o má s g rav e.
Al pri nci pio resulta evidente que en el fo ndo de est a téc-
nic a e xiste un post ul ado l atente que co nsiste en admitir que
el éxito cuenta más que la verdad. Se sabía por adelantado.
Era verdadera retórica, i ncl uso o ratoria y sug estiva. Pero

91
estci retó rica del r azo namie nto afectaba realmente a los
p rop ios pasos del espíritu. A p p ro del
ósito
éxito lo gr ado en
Atenas p or Protágora s y en el d iá log o que lleva su n omb re,
Platón recuerda, o ha ce recorda r a Socrates , qu e es p eli-
g roso entregarse sin prec aucion es a la enseñanza d e los
maestros; porque lo que se aprende penetra de h ech o en el
alma sin que uno se dé cuenta. Y a pro p ósito d e esta ense-
ñanza d e Protágoras Aristófanes ataca el efecto peli groso d e
tales leccion es. Estrepsíades, en efecto, cita cas i exacta -
mente las dos fórmulas que resum en para n osotros la ense-
ñanza d e Protágoras: se felicita de que existan para tod o
dos tesis y de que uno pue da apre nder, co n lo s nuevos
maestros, a refo rza r la tesis ma s débil. Precisa y esto ha
e
ngañad oa personas ma s sagaces que los es pe ct ad oresde
la ép oca— que esta tesis más dé bil es la « que dice la s cosa s
má s injustas» (115). Y, después de todhay o, que recorda r-
lo: si Estrepsíades, y l ue go s u hi jo, se dirigen a los nuevos
maestros, es para en con trar algún secreto que pe rmita no
pagar las deudas. To do el ataque se lleva a cab o contra una
etórica
r que sólotien esentid o com ouna a cro ba ci a intele c-
tual que serví a a lo s peores fines.
Por lo demás, se co noce el resultado: el jo ve n saldrá de
casa de lo s profe sores con un arsena l d e argumentos para
n o pagar, jugando con el n omb re del d ía previsto para el
pago (1175-1191). Pero saldrá tambié n con ra zon es ing e-
niosas para dem ost rar qu e está muy b ien que un h ijo p egu e
a su padre: Aristófanes ha ilustrado, pues, de man era con -
creta, el arte d e la replica, tan qu erido p or Protagoras .
Estrepsíades, p or hab er qu erid o salvar su s intereses con
argucias deshonestas, se ve a su v ez maltratad o p or el m is-
m o a quien ha en se ñad o este arte.
P or otra parte, ya he mos recordad o el gran debate de la
co me di a, que enfrenta a la vie ja y la nueva e duc ació n, pero
ya es h ora de precisar uno o dos detalles so bre có m o se ha
in iciado este debate; p orque ah ora adquieren to do su sen-
tido. El d ebat e se presenta com o opu esto, n o a d os e duc a-
cion es, sin o a d os « discu rsos», uno de los cuales, «el mas
débil»,' se declara apto para v en cer a l otro (893-895): lo
hará gracia s a unas ideas nuevas que debe a la gente del
arte y a su talento para practicar, con tra la s ideas d e ju sti-
cia, el a rte d e la antilogía (901), con el cual d eja hablar p ri-
m ero al «d iscu rso ju sto», reservándose después su aniqui-

92
l adó n «co n pequeñas frases y pens amientos nuevos, co m o
o s an
tra t at sfl ec
ha s».Y es loque hará sin oc u lt
a rsu sver-
daderas intenciones. «En ve rdad, hace mu c h o t iempo que
m e asfixiaba hasta las entrañas, impaciente por aplasta r
to dos es os argumento s mediante máximas contrarias. Por-
que yo, el ra zonam ien to débil, fu i pr ecisam ent e llamad o a sí
entre los pensado res por hab er sid o el p rim ero en dar co n
la idea de con trad icción (antílexis ) entre la s ley es y la ju sti-
cia» (1036-1040). De hec ho, to da la co nti nuación de la
defensa está inspirada por el m ism o am ora lism o y p or un
total desp recio de la ver dad.10El ataqu e es d irecto y br ut al.
Y demuestra el arte te mible en que destacaba Protágoras.
La protesta de princi pio con tra el inm oralis mo de la
retó rica da aquí un giro más preciso y más gr ave.
Y lo que es más, este ataque ya no co nduce solamente,
co mo en el ca so de Gorgias, a imp lica cio nes latentes o a
defor macio nes faciles, esta vi nc ulado de manera directa a
declaraciones estrepitosas de Protágoras e n persona. Y el
pensamiento del gran sofista vien e a co nfir mar la inquietud
de sus adversarios.
Protágoras er a el autor de un tratado titulado La verdad;
en el pri nci pio de este tratado declara: «El ho mbre es l a
me dida de todas l as cosas: para l as que son, medida de s u
ser; para l as que no son, me dida de s u no ser» (B 1). Esto
quiere decir que el ser se re duce al a apariencia: no hay ver-
dad fuera de la sens ac ión y de l a o pin ión . La idea vale para
lo que sentimos, pero también para to dos lo s juicios; para
lo que es « bello y feo, justo e injusto, pío e i mpío», nues-
tras aprecia ciones so n subjetivas y relativas; sólo valen para
nosotros.
El análisis de Gorgias, a l m ost rar que la op in ión tien e
un papel decisivo, es aqu í sumament e exagerado. Y se con -
cib e la gravedad de tales d ecla racion es. Platón les atribuye
la suficiente imp ortancia para discutirlas en va ria s oc asio-
nes, tanto en Cratilo (386 a-e ) co m o en Teeteto ( 151 e -172 c).
Se ha de bat ido muc ho so bre el se nt ido de estas decla-
raciones y co nve ndr á examinarlas más detenidamente en
otro lugar. Pero está claro que en c ualquier ca so eran re vo-
lucionarias: después de siglos religioso s, después de l as filo-
sofías del cosmos, inauguraban un relativismo total que no
dejaba subsistir nada trascendente o asegurado.
Ahora bien, la rela ción de est as ideas co n la retór ica de

93
Protágoras es manifiesta; y es de la s más estrechas. Porque
la doctrina que se pro p on e aquí implica justamente que
tesis y antítesis coexisten para siemp re en una con fron ta -
ció n sin s alida.12
P or lo tanto, la orien ta ció n purame nte pr agmát ica de la
retórica no es un acc idente. Es abs olutame nte cierto que n o
busc a lo j usto ni lo verdadero; y, en el ca so de Protágoras,
d escub rim os que p od ía tanto m en os bu sca r la ve rdad cuan -
to que ésta n o es má s que un señuelo. S e diría qu e en con -
tramos aqu í com o una con firma ción filosófica de las p ro-
testas que elevaba Platón co ntr a la retórica , o pues ta a l a
búsqueda de lo verdadero .
C on fesém oslo : la retóri ca n o se rest able ció nunca de l
to d o de este lance.
Pero si en sus i nicios n o se presenta co m o una bú squ e-
da de lo verdadero, y si, en el ca so de Protágoras, apenas
po d ía pretenderlo, t ampoco se ha d ich o nunca que en l a
práctica n o pue da ayudar a d elimita r y a do m i na r ciertas
formas de lo verdade ro. Es i ncl uso seguro , justamente para
Protágoras, que haya d esemp eñad o este papel: para con s-
tatarlo y para compre nder có om lo hizo, basta con ec har
una mirada a la literatura de la ép oca.
Ya es hora, en efecto — con form e a l espíritu de P rotág o-
ras— , de escu char un p oco otra me ntalidad y de descubrir,
después de la tesis, la antítesis. La tesis se sa caba d e los
debates teóricos que versaban sob re la relació n d e la pala-
bra y de la verdad: la antítesis aparece en los textos en que
los h omb res intentan ver cla ro en su exp erien cia cotidiana .
En este ca so, ¡sorpresa! H e aqu í a la retóri ca a l serv icio de
fines muy diferentes de lo s que i maginaba Aristófanes; hela
aquí convertida en la clave de este arte de decid ir bien, que
los atenienses de en ton ces llamaban eybülía y al cual los
sofistas eran tan a ficionados.
Es cierto que cada un o pue de man tener una tesis o la
cont ariar y qu lo e argumentos
s se re , e yeste
plican d o o, m o ed e
cada un pusti d cjur fi a cualquier cosa . Per o el p rin cip io
de las contro ver sias es precisam ent e que uno tenga las dos
tesis, juntas y enfrentadas. Requiere que se enc uentre n de
lad o el argumento y el cont raa rgum ent o, cerc a el uno del
otro. Y a sí, lo qu e p od ía se r gratuito y artificia l pa ra cada
uno p or separado , se convierte , en cuan to se han juntad o

94
los dos discursos, en un m e dio riguroso de me di da y co n-
frontació n.
Por esto, si dos abogados contrincantes de fie nde n co n el
m ism o talento a d os clientes en litigio, n o p ensamo s, ni
t
amp ocoahora en la actualidad, que al clarividencia d eun
juez o de un jú rado puede verse perjudicada, sino tod o lo
contrario.
Y a sí fun ciona en A tena s, tant o en la tragedia com o en
la historia.
Al igual que en las Tetralogías de Antifón, es el mis mo
autor quien trata sucesivamente las d os tesis; lo s d os dis- u
c rsoses án t compu estos un o en un f ción del otro , siend o
precisame nte la fi nalidad enfrentarlos entre sí.
Ocurre naturalmente cuando se trat a d e personajes que
tienen un carácte r y una historia, que uno de los dos pr ac-
t esa habilidad d esh on esta bu scada p orAristófanes ;p ero
ica
en este ca so el text o lo deja traslucir y lo s sofismas se vuel -
ven contr a lo s culpable s demasiad o hábiles. P or ejemplo ,
en la tragedia, con ocem os a los personajes, s abemos quién
es el o pri mi do y quién el opresor, nues tras simpatías están
orientadas. Si n o lo están bastante, las rea ccio n d es aev ltimaíc-
no guían s y también
, a l bs ovaser n ciodel
es Su
coro.
denuncia, que constituye, co mo he mos visto, un testimonio
del pelig ro de la retórica, sirv e, a su vez, en las mismas
obras, para atenuarlo y correg irlo. En la tragedia Medea,
cuand oJasón , después de hab er tr aic io
nad o a Medea, se
ju stifica co n su tiles argum entacion es, el corifeo le dice:
«Jas ón , ha s p res entad o b ien tu d iscu rso, y n o obstante creo
— aun en el ca so d e que deba sorprenderte— que vas con -
tra la just icia al traiciona r a tu es pos a» (576-578). Y e n Las
troyanas, c uando Helena intenta probar todavía más sutil-
mente su inoce nci a, el coro d ice a H écuba que necesita
luchar co ntr a la per suasi ón de Helena; «por qu e habla bien,
mientras ob ra mal; y esto es te mible» (966-968). Po r lo
demás, esta v ez, in clu so el v ered icto cond ena a Helena :
M en ela o se inclina, al m en os p or el m om en to, hacia las
razone s de su acusadora.
En ca sos co m o éste, la hab ilidad razo nadora fracasa:
sólo ha dem ostrad o, gracia s a l contraste, hasta qué pun to
las bases mismas eran insuficientes.
Otras veces, sin embar go, las parte s son más i guales:
pasiones y rec uer dos diferentes surgen de una y otra pa rte,

95
co m o cuand o Clitemnestra y Electra discuten tan áspera-
ment e sob re el asesinato de Agam enón, de jánd on os ba jo la
imp resión d e querella s irrecon cil iab les. O la s resp on sabili-
dades se compe ns an y enfrentan, com o cuand o T índaro y
O reste s discuten, en Orestes, sob re el ma tricidio . Los d os
generalizan, m ostrand o la gravedad d e semejante acto y su
c á
a r cter intolerable: Tíndaro demuestra que es igual de
intolerabl e que un h ijo vengue directamente a su pad re
matand o a su pro pi a madre: si tod os proce dier an así, ¿ dó n-
de se detendrían las calamidades ? Per o Ores s
te ind aicque
el asesinato de un padre, si queda impune y los hi jos no lo
vengan, abre a su vez el c ami no de una serie de asesinatos
igualmente desastrosos . Entre lo s dos está el p rob lema de l
d erech o en su generalidad y gravedad , plant ead o con cla ri-
dad total, y el ju eg o de los argumentos revela el p eso de lo s
imperativos contr arios. El debate de id eas, sin salida apa-
rente, n o d esemb oca en una verdad, sin o en la comp ren sión
trágica de ob liga cion es opuestas.
Esta vara de me dir la situació n y sus diversas tensiones
se vuelve pr imordia l en la historia, tal com o la ha p ra ctica -
d o Tu cídid es.13 Esta vez n o se trata d e pintar en d iscu rsos
n i la hip ocresía n i la pasión ; tamp oco se tra ta d e em oción :
se trata únic amente de analizar una situación co n los d os
lógoi, las d os tesis que, entre ambas, a caban co n el sentido.
Cuando un disc urso est á aislado en l a o br a de Tucídides,
lo más f recuente es que el adversario no tenga una clara
visión de los hec hos, o que carezc a de impo rtancia; Pericles
no tiene nunca contradictor, co mo si no existiera un lógos
o pu esto. Pero casis iemp re los dis u
c rsos van a pares , ys cou
mb nai ció n n os ofrece a sí, co
m juntas
o n eun b qu lo e,d cara
os
contrarías
s de u
l s ceso en
c esu óti n yosd istv s aso reb ejor
la
m manera de ab da or amba rlo, s sólidas, f precisas,
- un
dadas en la experiencia humana y en la p robabilidad ,
amba s dibujadas la una para la otra y unida s entre sí p or
la may or can tidad de detalle s p osib les para qu e se vea exa c-
tamente dó nde se hace el desvío, d ó nde subsiste una duda
y de qué de pe nde el resultado. Tras lo cual el r elato viene a
quitar valo r o a con firma r la s diversas afirma ciones de lo s
d os dis cu rsos, con un rigor mu ch o más conv in ce nte que las
vagas aprecia ciones de un coro de trag edia .
El ti po más cl aro y más es que mático de este méto do de
análisis lo prop orciona un relato de batalla co m o la batalla

96
de Naupacta en el li bro II, co n sus dos dis cu rsos antitéticos
que lo analizan tod o, desd e la naturaleza del valo r hasta el
papel de la maniobra, y con su relato, qu e a l p rin cip io pare-
ce dar la r azó n à los pelo po nesios y después, gracias a un
detalle incidental, ofrece a lo s análisis atenienses la oca sió n
de verificarse pun to p or punto. Cuando se trat a de anális is
p olític os, el pri nci pio es el mism o: la co n firmación del rela-
to es me nos detallada y m en os sistemática.
En todos estos casos, los pares de discursos, los «lógoi
opu estos», y el arte d e fo rta lecer el argument o débil, des
irec lo, s do s elemento s del pro grama de Protágoras, se
convi erten en un m ed io dnv e i stigaci
e n óy evaluación qu e
permite delimitar de la manera más objetiva posi ble una
verdad de elem en tos comp lejos que a partir de entonces se
tornan inteligibles .
Pued e decirse , p or otra parte, que el m étod o de pregun -
tas y refutaci on es de Sócrate s d eb e mu ch o, también él, al
arte de Prot ágoras.14
T od o es, en co nsec ue nci a, f un ción d el m od o com o se
practique este nu ev o arte.Gorgias lo d ijo bien; p ero la d ife -
rencia entre el m od o bue no y el malo d e p ra cti ca rlo es aquí
aún má s precisa y más decisiva. Si se trata, com o en A ris -
tófanes, de d efender una tesis determinada, elegida co n
fines p rá cticos para justifi ca r una condu cta pa rticular, tod o
d ep ende, naturalmente, de la ne gación de lo verdader o y lo
buen o; en ton ces este a rte merece co n crece s los sarcasmos
que ha suscitado. Pero emp lead o con una reflexión seria ,
que co mbi ne el análisis de dos tes is c ontradictor ia s, p erm i-
te p or el con tra rio llegar a una forma de verdad más p ro-
f
unda que cada una d e ella s: en el en u c en trode do s «pa re-
ceres», de dos « disc ursos», de dos tes is, este arte c ons tit u-
ye com o una téc nic a del espíritu y ofrece el mejor me dio de
afrontar lúcidame nte el universo incierto qu e nos rodea.
E s verdad que nun ca se tra ta d e una verdad rel a ti va,
aproximada, unida a l «pa recer» y a los «d iscu rsos». Cuan -
d o se declara que la verdad de los sofistas sólo está e n l sa
palabras, es esto, so bre tod o, lo que se quiere decir.l Pero o a
h mb re oc upad o con lo l e e z r
rea y qu tiend a ju ga mejor,
nada pu ed e llevarle más lejos. El estud io de una retóric a
ba sada e n el razo namie nto y en la dialéctica se convierte
ent onc es, sin bu sca r una verdad absoluta, en un o de lo s

97
caminos má s seguros que pue de elegir el p en samien to más
leal y más exi ge nte.

P od ríamos co n cluir que, dado a con ocer en Atenas, el


m étod o de las controver sia s p rov ocó d e entrada i nquietud
y escándalo, p ero que, un id o a la gran curiosi dad p or el
h ombre que sentían entonc es lo s atenienses, se conv irtió en
un m étod o de análisis de una novedad y una efica cia n ota -
bles.
Esto sería ve rdad y, sin e mbar go, sólo daba cuenta de
los h ech os d e una forma imperfecta. P orqu e este m étod o de
la s controversia s florece p or d oqu ier a finales del siglo v ,
p ero pro n to deja de practicarse . Y tamb ién desapare ce de
a
l historia de la retórica. Ya h em os visto que Is ócrat es la
rechaza. En cuan to a Aristóteles estudia en su Retórica,
co m o Protágoras, los m od os de r azo namiento y los l ugares
que impo ne n su ley; pero es una cla sific ació n lo que ofre-
ce, ya no es una prácti ca de la co ntroversia. Además, una
vez estas ciencias ocupa ro n cada una sus resp ect ivos luga-
res, el análisis de los me dios para reforza r el argum ento
débil se d educirá mas p or la lóg ica que p or la retórica .'5
Ocurre con el arte de la con trov ersia de Protágora s lo
que con la s figura s de estilo y la magia de lo s d iscu rsos d e
Gorgias; surgidas en el entusiasm o d e los des cub rimien tos,
estas enseñanzas pareciero n magnífic as y revoluc ionarias;
presidieron el nacimien to de ob ras maestras, p ero después
se suavizaron, l as amb icion es d isminuy eron y la pr ude nci a
aumentó. Todo que dó asimilado, for malizad o, digeri do. Y
to d o sigue presente en nuestras tradiciones.
Ah ora sólo se olvida, c uando se encuentra el v iejo arse-
na l de la retórica ta l com o se p ra cticó y com o todavía se
practic a, qué desc ubrim ien tos explosivos, qu é lucha s y qué
esfuerzos de bieron pro pici ar su na cim ien to.
Se olvida, en fin, otra cos a que ya es h ora de recordar.
Porque, cuand o la m oda se retir ó y la s agua s v olv ieron a su
au
c ce, la loc a amb ición d e los ni icios n o sólo d jó e en
man os de lo s su cesores esta cien cia forma lizada y cóm oda
que se llama retórica: d ejo también , a su lad o, toda s la s vía s
de inve stigación y todas la s disciplinas que ésta había sus -
itad
c o.D ejo la gramática, con lo s estudios d e al s forma s y
del vo cabul ario, asi co mtodas
o la clases
s de indaga cio n es

98
que suscita lo que ho y vol ve mos a llamar, e n un sentido
amplio, el « isc
d urso». D ejó también la lógi ca, p orqu e est áa
cl ro que Aristóte les, tanto en este c ampo co mo en otros,
tuvo so bre to do la or iginalidad de sacar la lecció n teór ica
de aquello que los sofistas habían si do los pr imeros en
pr ac tic ar de manera e mpírica: él mis mo lo reco noce. 16De jó
al mis mo tie mpo verdaderas cienc ias humanas que había
te nido neces idad de inventar para servir a sus p ropios
designios.
Entre éstas figura la psicolo gí a, en la cual se basaban los
argumentos de la pro babilidad: el es tudio de los caracteres,
el estudio de l as re acc ion es habituales del hombre, de sus
móviles, de s us de bilidades y de l as c onstantes observables
en s u comport amiento. Las reflexiones generales que esmal-
tan los debates de Eurípides y los disc ursos de Tucídides
so n la pr ue ba palpable de ello; y l a pre sencia de una des-
cri pció n de los caracteres y de l as pasiones en la Retórica
de Aristóteles co nfir ma la re lac ión. También aquí se con s-
tata, por otra parte, en los coetáneos de los pr imer os sofis-
tas, una co nfi anz a amb iciosa en la posib ilidad de estable -
cer las leyes universales y una cie ncia general del h omb re;
después se po dan est as ambicio nes para o bser var, c lasificar
y recon oq er la variedad de lo s ca sos y los individuos .
Esta psicolo gí a solía aplicarse a l as ciudades: se ve en
Tucídides, p ero tamb ién en Eurípides. E l con ocim ien to d e
al s regla sque presid en la condu cta de la s ciudades en tiem -
p o de paz ô en tiemp o de guerra cons tit uy e a su vez el p rin -
ci pio de una c ienc ia polític a y socioló gic a. Las dos apare-
ce n en Tucídides; las dos aparecen esencialmente en los dis-
cursos, o d nd
e rop orcio
p nan una bas e de ar gume ntació n
para el análi sis d e los oradores: la cien cia p olítica y la cien -
cia socia l na cen en la estela d e la retóri ca, para servirla y
reforzarla.
L o m ism o ocu rre co n la estrategia, que se basa e n un
análisis de la s rea ccio nes corrientes de un ejército: «sie m-
pre un ejército, después de una victori a», «sie mpre un jefe,
si quiere logr ar el éxit o», «siempr e un co mba te en el mar»,
otras tantas reflexiones, también ellas generales y p oco
perentorias, que sirven de base a los análisis de los genera-
les. Y la estr ate gia, co mo c ienc ia, nace en la estela de l a
retórica. Cabría añadir es as c ienc ias de no mbres recientes
c uyo anunc io se enc uentr a en Tucídides, la p olitología, l a

99
p olem olog ía , etc. E l pun to d e partida es el mism o. S e par -
te del impulso de la retórica. Y después, una vez se ha cog i-
d o ímpetu , esta s diversa s cien cia s humanas se liberan, se
diversifican y, una vez más, se ha cen má s e mpíricas y más
modestas.
Era precis o recorda rlo aquí, p orque la desco nfi anz a de
los atenienses en la retó rica y sus mentiras po drí a hacerlo
olvidar, igual que la suspicacia coen quc mu os co
h si er
n d an
ho y los estudios de este género. Era preciso porque, en el
c aso de nuestros sofistas, amenaza co n se mbra r la co n fu -
sió n en s us do mi nios.
Una cosa es, en e fecto, inquietarse por las co nsec ue nci as
morales que puede n derivarse del uso de la retóric a y otra
rea ccionar a doctrina s recon oci das que niegan la existencia
de los valores. Ahora bien —ac abamos de ver lo por un tra-
tado de Protágoras, s u tratado so bre la ver dad—, lo que
co mplic a aquí la s ituac ión es que los grandes sofistas no
sólo fu eron profesores de retórica: fu eron también, y siguen
sié ndo lo desde su fundador, pensadores . Un p oco por
demost rar s us c apacidade s, pero sin duda alguna tambi én
p or defender sus doctrinas, escribían. Sus escritos teóricos
eran co n ocid os, célebres. Y a m enud o eran tan cáu stico s
co m o el vitriolo. Aparte de toda técn ica re tórica, su s análi-
sis críticos ha cían tabla rasa de tod o aquello en que se
había creíd o hasta entonces.

100
N O T A S D E L C A P ÍT U L O I I I

1. Gorgias también escribió un T ra ta d o ,


del cual lo ignoramos todo (véan- se os
testimonios
l de A 3 y 4 y también B 13): sólo sabemos que versaba, entre otras cosas de
la oportunidad
, k a ir ó s
A veces ha( sido discutida
). la autenticidad
de lP a la m ed e s.
Sobre estas cuestiones de retórica, en su conjunto, véase J de .
Romil yl , M a gic a n d rh e to ric in p n c ie n t G reece,
Harvard Un. Press 1975 , cap
, I . .
2. Dionisio de Halicarnaso analizó escrupulosamente todas estas investi -
gaciones estilísticas y no olvidó señalar la influencia de Gorgias y otros sofistas:
«¡Qué investigación ,qué afectación en una multitud de giros! Multiplica los perío- dos de
miembros simétricos, las paronomasias, as antítesis ly todos estos orna- mentos pueriles
en los que Gorgias de Leontinos Polo Licimnio y otros , sofistas
,
contemporáneos se mostraron tan pródigos» ( S o b re T u c íd id e s ,
24 ).
3. En esta parte de Fedra,
Platón menciona las diversas partes de discur l -
so, sutilmente distinguidas por Evenos de Paros, Tisias y Gorgias. También men -
ciona , al l ado de los grandes sofistas, trabajos de Polo, e ldiscípulo de Gorgias que
escribió S a n tu a r io s o r a to r io s d e la s M u s a s
y estudios sobre la repetición, e l
estilo sentencioso y el estilo gráfico 267 ( c ).
4. La distinción se presenta a la manera de Pródico (ver más arriba, pp 83
85 . - ).
5. E l prob ema
l no debió de parecer esencial a los ojos de Aristóteles, que intenta
hacer la retórica más científica y convertirla en fin, en una, sin rea- téjn e,
nudar por ello la condena de Platón.
6. En griego téjn e é ristik ó n :
la última palabra será conservada por los filó-
so fos en su acepción técnica (ver más arriba p 90 , . ).
7. Este doble valor de a palabra
i ló g o s
ha creado a menudo malentendidos
en la interpretación de los textos sofísticos véase
: e buen
l análisis de C Natali, en el vo
umen P o s itio n s de la s o p h is tiq u e ,
l
pp 105 106
. - .
8. «Más débil» y «más fuerte» se entienden evidentemente, referidos a
, l
valor persuasivo de cada argumento; esto no quiere decir, como se admite a veces,
que «más fuerte» signifique «mayoritario»; se trata de un enfrentamiento dialéctico y
razonado En cambio el término no se refiere a la mera superiori- dad mora como
. ,
sugiere Aristófanes).
l (
9
.
H elen a ,1 y 6; cf. C o n tre les s o p h is te s ,
3 y ss.
10 E adúltero que se deja sorprender empezará por negar 1079 1080 antes
. l
de recordar — como en a H elen a
de Gorgias— que el propio Zeus sucum
( - )
l -
be a amor.
l11 Cf, más an ba pp. 78 111
12 . Curiosamente
i este
, - . parece capaz de volverse hasta e ími- te
escepticismo
: , ll
contra la propia dialéctica: Protágoras, nos dice Platón, no creía en la posibi- lidad de
refutar; para esta cuestión de orden puramente ilosófico ver e ^capítu lo siguiente.
f , l -

101
13. .
Sobre los discursos antitéticos de Tucídides, ver J de Romilly , H is to i-
re e t r a is o n c h ez T h u cy d id e ,
Par is , Les Belles Lettres, 967 î ,
cap. III. Y sobre la
influencia de Pródico, ver de, la m sma i autora, «Les manies de Prodicos et la rigueur
de la langue grecque». M u s e u m H e lv e tic u m ,
1986 pp. 1-18 , .
14. Cf. la obra colectiva de G B.. Kerferd , The S o p h is ts a n d th e ir L ega cy,
«Hermes Einzelschriften» 44, 1981 , p,4 . .
15. E l lugar de lo que.se ama ll la dialéctica se sitúa, de hecho en a, con l -
tinuación de arte
l de la controversia; pero también aqu se trata í mucho menos de una
práctica que de un análisis teórico basado en los principios de una cier ta lógica. -
16. En sus R é fu ta tio n s d e s a r g u m e n ts d e s s o p h is te s
183 184 define o que
le distingue de tipo de razonamiento retórico de os sofistas. En ( primer
- ), lugar, l
este tipo de razonamiento
l só o alcanza probabilidades l ilusorias, no lo verdade- ro.
Después, no representa una téjn e,
l sino una serie de aplicaciones (ta a p ó tés téjn es).

102
C a p ít u l o IV

LAS DOCTRINAS DE LOS SOFISTAS :


LA TABLA RASA

Los escritos de los sofistas hacían algo más qu e con fir-


mar las inquietude s atenienses: al margen de su enseñanza
retórica, las doctrinas que reflejan sus tratados y de las que
circulaban p or la ciudad frases y resúmenes, r echazaban
con osadía las tradiciones populares y po dían suscitar fá cil-
mente el es cándalo.
Con ella s se entra en un ámbito diferente; a partir de ah o-
ra será c ues tión de verdaderas doctrinas filosóficas, densas y
res ueltas, y por lo me nos tan audaces co mo lo er a l a a cció n
de los so fista s en la enseñanza. Es importante decirlo, por-
que n o deben salir pe rdiendo a causa de la compar ació n co n
esta acc ión. Ciertas críticas, en efecto , sufrieron la influencia
del aspecto pr ác tico de las leccion es que daban los sofistas y
p or la manera arbitraria co n que, com o maestros de retóri-
ca, jugaban a mantener todas las tesis y sus antítesis; estos
sabios tuvieron así la tentación de minimizar el sentid o de
un pensamiento qu e es, n o obstante , un o d e los má s firm es
que ha hab id o nunca. Otros fu eron influido s p or Pla tón , y
sen sib les al contrast e qu e op on e su r igor fil osófica al lado
má s práct ico del pensamiento de los sofista s. A sí'na ció la
idea d e que estos maestros sólo habían tenido la s doctrinas
qu e les implicaban o exigían sus actividade s profe siona les.1
Esta impre sión se debe a una óp tica deformadora que n o
carece de injusticia. Se pue de" seguir un papel pr áctico e in te-
resarse p or la s realidades cotidianas aun teniendo un pensa-
miento firme sobr e los principio s en cuestión; y hay otra s
filosofías además de la de Platón . Intentaremo s mostrar qu e
los sofistas hicieron muc ho má s que insertarse en el fácil

103
co nform ism o de los re alist as y pragmáticos. Todo les va bien:
el to no mis mo d e s us fórmulas, que es claro, resuelto y
auda z, supon e una toma de partido consciente ; además, tie -
nen coh eren cia y están estrechamente unida s en tre sí. Y, p or
último, su destino rev ela su imp ortancia y, a l pa recer, su ori-
gina lidad. Porqu e han ch ocad o y estimulado; han s ido cita-
da s, criticadas, discutida s en su m om en to y durante siglo s.
Aquí intentamos en con tra r de nuevo este p en samien to
aislándol o de lo s escritos que compusieron : casi c ada Uno
de ellos pa rece haber sido un ataqu e fran co con tr a las pri n-
cipales certezas de lo s pensadores anteriores.
Estos escritos se han per dido, naturalmente; pero tene-
m fragmentos, fórmula s a m enudo revol ucionaria s, ter-
os
minantes, y no s orpr ende ver que han si do transmitidas co n
frec ue nc ia por el filósofo escé ptico del s iglo π d. C. Sexto
Empírico: en s u luc ha co ntr a el do gmatis mo, nadie po dí a
suministrarle más armas que este puñado de filósofos de
nuev o cuñ o qu e as ediaron Atena s si ete siglo s an tes y som e-
tieron todas las creencia s a su análisis d espiadado.
S e pued e seguir en todos los camp os esta serie de trastro-
camientos y rechazos: se les ve agravarse a cada paso , de tex -
to en texto. Ninguna trascendencia, ningún absoluto se re sis-
te a los at aques bruscos y violentos de una r azó n ya se gura
de sí misma y dispuesta a criticarlo todo. Asistimo s, pues, a
un desmoronamiento repentino que avanza por doquier: des -
de la idea del ser y la existencia misma de una verdad, has-
ta temas que afectan directamente al m o d o de vivir que con s-
tituye n las bases de la religión o d e la ética , a saber, la e xis-
tencia de los di ose s y el sentid o que hay que dar a laj usticia.
K En estos diversos camp os, a v eces es difícil n o dejarse
llevar p or la s interpretacione s doctrinaria s o la s simp lifica -
cion es fáciles, que ha hab id o mucha s. Intentaremos, con si-
d erando por t um o los diversos temas, de finir exactament e
los límites de su s declaracion es: in clu so devuelta s a s u
exacta d im en sión , esta s d ecla ra cion es siguen ten iendo una
fuerza negativa qu e des conc iert a.

E l ser y la verdad

El ser, en el se nti do met afísico del tér mino, sólo co n -


cierne a los filósofos de profesió n. L os ataques en este c am -

104
p o sólo han ven ido de Gorgias. Si aquí los co nsideramos en
p rim er luga r, aunque Gorgias llegas e a Atena s varios año s
después de Protágoras, es p orque el texto d onde se expre -
san estos ataques es el ún ico en que, en vez d e ad opta r ya
de entrada el pun to d e vista del h ombre, se refiere a las filo-
sofías anteriores y se m id en co n sus p roblemas. Los p rim e-
ros filósofos hablaban del universo; afirmaban su unidad o
su diversidad. Parménides, en s u gran poe ma Sobre la natu-
,
raleza sostenía su unidad d icie «El
nd o:r se
es i cren ado e i
mp ereced ero, comp leto, ún ico, inm óvil y sin fin» (fr. 8, 3 -
4); y declaraba que el no ser n o po d ía existir, ya qu e no
p o d ía ser pensado.
De tod os los sofistas, Gorgias es el ún ico de quien tene-
m os un escrito d e varias páginas con aire met afí sico que
ad opta los -marcos d e pe ns amie nto de las escuela s prece-
dentes; viene pre cisam ent e de Sicilia, patria de Empé do-
cles, n o lejo s d e la ciudad d e Elea, patria d e Parménides.
Se conserva de él (gracias a Sexto Empírico, cla ro está) un
fragm ento bastante largo de un tratado que se titula, de for-
ma característica, Del no ser o de la naturaleza. Aquí el ser,
el n o ser, la p osibilidad de pensar esto o aquello, y también
lo s albores del ser, resurgen en primer plano de un mo do
que un o no se sor pre nde a l en contrar , en el siglo I, un
opú scu loperipa étict otitulad o S
« ob reMeliso, Jenófanes y
Gorgias». Meliso era un filósofo eleático de la é poca de Gor-
gias, Jenófanes un filósofo anterior que (pese a marcar la
diferencia entre el con ocim ien to y la op in ión ) admitía tam-
bién el principio de un ser ún ico e inmutable. La compa ra -
ció n de nuestro Gorgias con estos autores demuestra bien
a las' claras la rel ació n del tema de que trata co n las p reo-
c upacio nes filosófic as dominantes a la sazón.
Pero aquí se acaban las semejanzas. Porque, si el pro-
blema es antiguo, las solucion es de Gorgias n o lo son: so n
r adical e imperios amente negadoras. Se definen, en efe cto,
co n tres tesis: «Nada e xiste. Si algo existiera n o es percep -
tible; admitiendo que sea perceptible, es inco municab le.»
Todo es ab olid o a la vez: el se r y el co noci mie nto.
La dem ostra ción, a decir- verdad, es desorientadora: de
forma seca y rápida, acumula las fó rmula s llevándono s al
p rincipio de co n tr adicción (p or ejemplo: si el no ser es, esto
querrá decir que es y que no es, etc .) se observará que Gor-
gias proce d e un p oco co mo co n la i noce ncia de Helena, a

105
g olp e de distincione s a priori (p or ejemplo : si alg o es, es o
el ser o el n o ser, o b ien el ser y el n o ser; si el se r es, es
o eterno o situad o en el porvenir, o b ien eterno y situad o en
el porvenir...); cada vez interviene una esp ecie de ju eg o lóg i-
co, soste nido por un tintin eo verbal r ápi do y crepitante.2
Detrás de este métod o en que se reco n oce al maestro ed
retórica, está el filósofo. Y un o p ercibe en el texto com o una
respuesta a Par mé nides. ¿Acas o n o d ecía éste que el ser es y
que el n o ser no es, p orqu e n o pued e ser pensado? Gor gi as,
al intro ducir i deas co m o la del p rin cipio del se r o d e sus lími-
tes, señala las con tradic cion es con las qu e tropieza . De
h ech o, con esta s demostracione s críticas tan yuxtapu estas, lo
que al final do mi na en él es la idea de que n o se puede saber
nada, ni afirmar nada, ni decidir nada. Ni siquiera se a trev e
a establece r que la nada exista: quiere demostra r qu e la s
reflexiones sobre el ser se cambian fácilmente y so n en su
p rincipio mismo, vana s. L o vi o muy bie n Sexto Empíric o,
que en la introducc ión de este texto coloca a Gorgias entre
los que han suprimido el «m ed io de juzgar» (el kritérion).
Quizá haya en esta de m ostra ción tan formal una bu ena
parte de jue go. Aún hoy , la cu estió n es p rofu sam en te d eba -
tida . S e observa que ni Platón ni Aristóteles pa recen haber-
la tenido en cuenta y que Isócrates, que no era, a d ecir ver-
dad , muy met afísico, trató con altanería esto s análisis.3 L o
cual n o impide que el ejercicio, si era tal, se si tuase en p ro-
blemas con ocid os en el pun to ex trem o d e la n ega ción y de l
escepticismo, y que jugar sob re estas cue stiones ya es de
p or sí escep ticis mo. La ironía, en semejante terreno, ha ce
tabla rasa de todas las reflexiones so bre el ser.
Por lo demás, ¿n o se encuentran en el texto, llevadas
hasta las últimas con secu en cia s, las res ervas hec has en otra
part e p or Gorgias sob re la p osib ilidad del con ocim ien to?
P or aquí este ju eg o p olém ico recib e serias crítica s e
imp lica un camb io comp leto d e pun to d e v ista. Y al no
dejar subsistir nada segu ro ni siquiera pensable, abre l as
puertas a l escep ticism o en toda s su s formas . D e est e m od o
se con cilia p rofundam ente con una de las doc trina s ma es-
tras del pe ns amie nto sofista: el relativismo de Protágoras.

Ya h em os h ec ho alu sió n4 al tratado que Protágoras había


titulad o La verdad , cuyo co m ie n zo d ecía «el h omb re es la

106
m edida de todas las cosas: para l as que son, medida de s u
ser; para las que no so n, m ed ida de su no ser». Encontra-
remos de nue vo la fórmula , en este lib ro, en un ió n con
diversas ideas: es la con signa de l p en sam ien to d e los sofis-
tas y d om ina tod o el resto.
Es importante, pues, m e dir su sentido y su alcance.
Naturalmente, el sentid o general está claro. T odavía se
habla del ser y del n o ser, p ero toda cu esti ón de realidad o
de verdad desaparece a partir de ahora para dejar paso sola-
mente a las impres iones del ho mbre; sólo ell as deciden sus
sensaciones u o piniones, sensaciones u opinion es que n o se
pued en enfrentar ni co nfirmar y qu e varían en funció n de
las personas y de las circunstancias . Pero so n el único cri-
terio, la únic a medida: «tal co m o las cosa s m e parecen, a sí
so n para mí» > resume Sócrates en Cratilo (386 a).
De repente tene mos al ho mbre co mo ún ico ju ez, y he
aquí que todas las ideas se po n e n a flotar, sin nada qu e les
‟ sirva de ancla.
Por lo demás, p od em os ha cern os una idea d e este rela-
t
ivism o leyendo , en el p equ eñ o tratado d e lo s Discursos
dobles, las ar gume ntacio nes qu e tienden a p roba r qu e el
b ien y el mal , lo h erm oso y lo feo, lo ju sto y lo injusto, se
con fund en p orqu e sólo son ta les en fun ción de un h omb re
y una situación.
Se trata de un princip io absolutamente revolu cionari o
que hace tabla rasa de toda creencia en una verdad objetiva.
De improvis o, tod o se cuestiona, emp ezand o p or la p osi-
bilidad d e la c ienc ia y la existencia m isma del error; y se
compre nd e qu e Platón se haya deci di do (en el Teeteto
en particular) con la te sis de Protágoras . Incluso
a pelearse
Aristóteles pa rece in sp irad o p or esta p reocupa ción , si se da
crédito al lib ro III de la Metafísica. Es una tesis filosófic a,
a la ve z seria y temible.
Se observará, por lo demás, que d e forma en apariencia
pa rad óji ca , parece haber en za rzad o a l pad re d e la s con tro-
versia s y la s antilogías en una querella filosófica d ond e se
encu entra en extraña compañ ía : Platón le cita com ooune sd
aquello que niegan quese pu eda men tir o refutar (antile -
géin). 5 Es ta querella era cé lebre ( Isócrates la cita desd e las
primeras frases de s u Helena); pero la te sis a sí formulada
parece hab er compa rado a gente co m o Parménides, que
creía en la unidad absoluta del ser (n o se p od ía , según él,

107
d ecir el n o se r), con otros co m o Protágoras, que no creía e n
ninguna verdad (n o se p od ía p retende r d ecir nun ca el ser ).
La p olém ica , p or falta de textos, se n os escapa en par te;
p ero se pu ed e extra er de su s ecos una prueba que a l m en os
co nfirmaalcanel ce etm sico
afí de l as decla raciones de
o
nuestr sofista. P rescind end de odas a querellas de
i o t l s
escuelas, es segu ro que su tratado ofrecía un mund o sin
verdad. Platón, después de Parménides, d io un paso qu e
p roclamó la existencia de una ver dad absoluta, universal y
trascendente, p or lo que f ue sin duda muy audaz; el pa so
de Protágoras, p or el cual negaba rot undame nte la existen-
cia misma de una verdad era a la inversa, p ero n o menos
audaz. Y Platón, en su filosofía , resp ond e en bu ena parte a
Protágoras.
Nos gustaría , dada la import ancia de e sta tesis, p od er
precisar más, pero si la orie nt ació n del. con junto es de una
claridad total, n o siempre es fá cil d ecir co n exactitud hasta
d ónd e iba Protágora s en es te sentido . L os autores m od er-
nos se han e mple ad o a fo ndo para precisarlo: aqu í n os lim i-
taremos a señalar los grandes rasgos.
Ante tod o n os pre guntam os si, p or « h o mb re» hay que
entender al individu o o a lo s hombres en general. Si nos
atenemos a l testim on io de Platón, n o cab e duda po sible:
uand
c ove oc a est trina ne elTeeteto , n odeja d e ni sistir,
a d oc
sob re el a sp ecto individual. Los ejemp los que cita son ejem -
pl os de sensaci one s que varían d e un h omb re a otro (com o
lo dulce y lo amar go). Y habla de «c ada uno», de «c ada uno
p or sí solo», de «sensaci on es individuales» ( idíai ). Habla
también de diferencias entre « uno» y «otro»: «Infinita es la
diferencia entre uno y otro, por el hech o mis mo d e que
para un o es y aparec e esto, y para otro aquello» (166 d).
Puede ser que Platón, que c reía e n esencias absolutas, sus-
ceptible s de se r alcanzadas p or el espíritu , haya qu erid o ll e-
var hasta el límite el relativism o de Protágoras. N o ob stan -
te, tod os los ejemp los con cretos que cita d e pas o con cu er-
dan con lo qu e dice . Y n o p od em os duda r d e qu e ta l sea el
sentido. A ccesoriam ente , este sentido pu ed e con corda r
también con un fragm en to recient em ente a tribu id o a P ro-
tágoras y qu e declara: «A ti que está s a llí, y o parezco sen-
tado ; a otros ausentes, n o: si lo estoy o n o, n o está cla ro.»6
El individuo es pri mor di al en e sta doctrina.
S e imp on en , p or lo tanto, ciertas reservas. Y ta l vez n o

108
se de ba d ecid ir entr e lo s d os sentidos con tod o el rig or de
nuestro pensamiento m od ern o: el i ndi vi duo del siglo v a. C.
no estaba p en sad o en su aislamiento, y Protágoras te nía
más que otros el sentid o de la colectividad. 7
Sin emba rgo, con esta idea d e cole ctividad surgen reto-
ques todavía más importantes. P orque al parecer, según el
Teeteto, Protágoras admitió que se p od ía conv en cer al pró-
jimo y que ta l op in ión p od ía ser más útil que tal otra para
ada
c ,persona y para la co ectiv l dad
i . Así pues, su relativis-
m o con ocía límites d e ord en p rá ctic o. Y en esto es p recisa -
mente en lo que basa se Platón para refutar u ds trocna ide h l
mbo re-m edida. A vece s le hace reco n ocer la existencia de
cierta sabiduría, may or en un ho mbre que en otro; así, en
el Teeteto 166 d, c uand
o Sócrates
i magina lo que o rí p
d eca d ir Protágoras: «La sabiduría , s el ,abio
es letoys
muy jo de negarlos.
or l co tr P rio, efiesto, o l asn io a co o d el n e
a abel sm que sabe invertirl s cos s entidosed todas s-
a o e osotros
a que manifie so tanl en un d n
»: es ylo n ma as,elhasta é ico convertirlas
co en buenas el sofis-
co s que hace m d n el enfermo,
ta no su alumnos. r co cl sio es e si o
s Nec hayr cquees saca oco n u n sd ma ad radicales rec zo de
la d la a ion ce eun p estoabrupta del sofista. o Su hales
se
de la verdad s e ds el ie pu to oaseverdadesi e c acoalgol sque s
parece:
ter Yr u p n am n n l d ntifi así n a doctrinasi
pos
se l s io es que encerrarán
e o coa osujeto ro en mismo,
soli sis o. tanto
io a ellamaésubj s tivism
ie to e otros m pu c os p m 8 Un estu- reci-
d
s o, d cosufir
p n amo n nort c amp e ayudará a p l s
r arl ns e mande s la imp .an ia qu da Protágoras a a
elacione
or ntrr lo, hombres
ó s e io, sc o s
e Pl s otra pa te s Di gene La rc e ciobu and lo orígenes
d a doctrina escépticas,ero o c m n na gran cantidad l de
autores antiguos p osició n ita a Protágoras: r , estvisto c ro a a luz e sde
ciertas tomaso o de es p n posterio es á la qu u
relativism
o n ilimitado.s est s se s, e reco o- cer
Per una vez planteada a s re rva r c hay io, qucrí- t tn
que ceste
oc relativismo
co l s constituye,
c ens f uosófic
p in ip s una re- sí
ica emible que h a n a do trina co il l sare que posi-
tendían
c es ser una s coverdade es en mismasl ys n a el p supo se
ion apena co nsci
s nt mediante
r a cualesl vulg : o-
asegura con valore
s s que sle si ven de puntal to en a vida Pr
tágoras,
est s n u fórmula audaces, niega lo cda existencia
o sólo a
a doctrinas, a estos puntales. En su esiv hay

109
o pinio nes basadas en las sensaciones, y todas perso nales. A
partir d e ah ora se viv e d e la apariencia; no se co noce otra
cosa; a un punto de vista se op on e siempre otro pun to de
vista; y aquel a quien le gustaba ver el ch o qu e d e d os lógoi
contrarios nos ofrece, a fin de cuentas, un mund o en que
este c ho que es la ley y d onde cada tesis es tan válida co m o
su contraria.
La imp ortancia d e esta d octrina en la historia del p en -
samiento gr iego es con siderable ; su alcan ce se mide co n las
re accion es de Platón. Éste no sólo habla d e ella, n o sólo la
cr ítica en diversas oca sion es, t ambién parece con struir su
ro
p p i afilosofí a enf unció n de t ale
s ideas y parares p o nd er
a ella s. Se ve muy bien en El sofista, do nde no se tr at a es pe-
cialm ente de Protágoras, pero do nd e Platón intenta definir
al sofista co m o tal; para ello, sin e mbargo, tiene que dar un
la rg o rod eo y pasar por Parménides, a fin de establecer
contra él la posi bilidad de l error, que da existencia a lo que
n o es. El ser, el n o ser, la verdad, Parménides, esto con sti-
tuye un rod eo importante y revelador; co ntr a el pen sa -
miento de los sofistas que, i ns pirado p or Protágoras, nega -
ba la d istinción entre error y verdad, Platón presenta con
rigor ob stinado una filosofía totalmente contraria.
Esta o p osición fundamental se expresa en otra parte en
los mis mos términos.
La palabra que suena altivamente en la fór mul a de Pro-
tágoras es «el h ombre»: «la m ed ida d e todas las cosas es el
hombre».
El ho mbre: esto quiere d ecir que renun cia a toda rela-
ció n co n el ser, a toda verdad qu e esté de a cu erd o con los
diose s; esto quiere d ecir que instaura d e repent e un uni-
verso nue vo do nde éstos ya no tienen ningún papel. A fuer-
za d e in terrogam os si la m ed ida exacta en la cual «el h om -
bre» de Protágora s es individual o colectivo, he mos a c aba-
d o p or p erd er de vista este contraste esencial que lo c am-
bia tod o.
En esto Platón se muestra un mo me nto delib eradam en -
te injusto c uando, por una c his tos a humor ada, hace decir a
Sócrates, en el Teeteto ( 161 c), que el com ien zo d e P rot ágo-
ras le ha sor pre ndido: «¿P or qué no ha d ic ho al i niciar su
verdad que l a me di da d e todas las cos as es el "cer do” , el
"ci nocéfa lo” o algún anima l todavía má s c urioso entre lo s
que tienen sensaci on es? Hubiera sido un m o d o magn ífico y

110
para n osotros sumament e despreciativ o d e emp eza ru sdis u -
c rso.A sín oshubiera m ostrad o, uand c ole admirábam os
igua l que a un dio s p or su sabiduría, que después de tod o
n o era superior en ju icio, n o d ig o ya a ningún otro h omb re,
sino a un re nac ua jo.»
El texto es divertido y vivo, p ero la refe rencia al « ho m -
b re» n o tiene, en Protágoras, nada d e arbitraria; sabía lo
que ha cía a l emplearla. Recha zaba la trascendencia; se
encerraba en un mundo de sensaciones, o pinio nes e intere-
ses, tanto individuales co m o generales ; conservaba la p osi-
bilidad de reconstruir, a partir de este mund o, to do un sis-
tema de pensamiento y toda una m oral, y esto sin ayuda de
ningún absoluto, ni o ntoló gico, ni reli gioso, ni ético.
Todo esto se jugaba con esta fras e. Y se co mpre nde que
Platón —dejando aparte cual qu ier b ro ma— sintiera que
impli caba al pro ble ma filosófico má s decisivo. Y tamp oco
es c asualidad que él mis mo, al tér min o de su investigación,
escribie ra en Las leyes (716 c); «La divinidad po drí a ser
muy bie n para nosotros, más que to do, la me dida de todas
al s cosa s.»
L os do s polos opuestos de la filosofía occid en ta l son
designados p or esta s dos fr ases.

Los d ioses

Este anális is del co n ocim ie n to y de la verdad implicaba


al rev oca ción d e toda certidumb re religiosa. Ah ora bien ,
s
abemos t
que Protágoras ambién e rció us cr
je ítica n e este
terreno, qu e era a la vez central para su doc tri na y pelig ro-
so en rela ción con la op in ión ateniense. Y lo que es má s
cu rioso, n o fu e el ún ico sofista que sigui ó este cam in o: el
pensamiento del últim o cuarto de siglo parece, a este res-
p ecto, precipitarse so bre sus huellas.
El h ech o es que, cuand o la crítica d e lo s sofistas se refie-
re a lo s temas de los que dependen la vida y el co mp orta -
miento de la gente, encuentra mu ch os más ecos: lo s diver-
sos maestros la p ra cti can y se la v e reforzarse o agravarse
de forma progresiva. Pero, pre cis ame nte por esta razón,
exige t ambién ser co nsi der ada más de cerca.
La a ten ción de semejante mirada pu ed e rçclama r un
es fuerzo; pero éste nunca se realiza e n vano. En efecto, só lo

111
numerosas com paraciones pueden m ostrar c ó m o cada p ro -
greso en la crítica constituye una etapa decisiva , pero que
dej a no obstante su lugar a otra situada un p o c o más allá.
De ahí la necesidad a cada instante de m edir el cam ino
recorrido y el que queda p or recorrer , de apreciar su auda-
cia , pero también sus límites; de recon ocer la osadía de la
innovación , pero también su relativa prudencia. Así se evi-
tará en prim er lugar confundir a estos maestros que no
eran intercambiables pero se enriquecían de buen grado
mutuamente; se evitará asim ism o sim plificar tesis que, p or
e hech o de su im pacto y su influencia, se sim plificaron
dem asiado desde la Antigüedad. F orzoso será proceder
paso a paso si queremos encontrar de nuevo, más allá de
las confusiones antiguas o modernas, el rigor de pensa-
m iento que imperaba entonces.
Respecto a Protágoras y a los dioses, el problem a es
racil: se trata de una sola frase perfectamente clara.
Según nos dice el cristiano Eusebio , abría su tratado
Sobre los dioses y lo atestiguan numerosas citas esta frase:
«S obre los dioses, n o puedo saber siquiera si existen, ni si
no existen, ni qué form a es la suya; muchas circunstancias
im piden saberlo: la ausencia de datos sensibles y la breve-
dad de la vida» (B 4).
Las últimas palabras , a veces omitidas son, sin em bargo ,
importantes : muestran el terreno en que se coloca b a Protá-
goras y cuál era el sentido de su agnosticismo . S ólo con si-
deraba el punto de vista del conocim iento ; la palabra grie-
ga que emplea dos veces en la misma frase es la de eidenái
«saber», no creencia o fe. Protágoras quiere decir que n o
sabem os nada sobre los dioses y no que no existan . La dife-
rencia aún n o está apuntada . Ya Cicerón (en el tratado
Sobre la naturaleza de los dioses, I, 1, 2) hacía la distinción
entre la duda de Protágoras y el ateísmo . Según una fó r-
mula empleada p o r ciertos sabios, nada permite afirmar
que nuestro sofista n o admitía otros fundam entos para la
religión; la continuación del tratado lo aclaraba p o c o. De
hecho, aquí sólo se tiene un análisis riguroso perfectam en-
te evidente. Algunos han hablado al respecto de fen om en o-
logía.
< * e d a P °r decir, n o obstante, que esta manera de partir
del hom bre con el fin de no retener más que aquello que
puede o no conocer , al tratarse de los dioses adquiría un

112
carácter revolucionario . Decir que no se puede saber si los
dioses existen es indiscutible desde el punto de vista del
conocim iento , pero la afirm ación va directamente al
encuentro de las tradiciones religiosas , las pone en duda,
las condena y, p or consiguiente, suscita el escándalo al
abrir el cam iiio a la impiedad .
La cuestión es bastante grave c o m o para intentar repre-
sentarnos las circunstancias en las cuales surgía este agnos-
ticism o . i i , 1
La religión griega , en efecto, no im plicaba dogm a ni cle-
ro . No podía ser tan grave form ular dudas al respecto co m o
para otras religiones. De hecho, podía acoger a dioses nue-
vos· los mitos divinos podían m odificarse según los autores
o los lugares de culto. Para cada dios había varias leyendas
y varios cultos. Existía una libertad fundamental en este
aspecto . Y esta libertad se traduj o en una depuración p ro -
gresiva de la idea que uno se hacía de los dioses . Ya H om e-
ro oculta ciertas leyendas, m uy con ocidas en su época
(sobre los amores de Zeus , p o r e jem plo) . El propio Pinda-
ro confiesa que es preciso hablar bien de los dioses y que,
para ello , ha m od ifica d o los relatos que conciernen a Pélo-
pe (O I I, 35, y también 52: « ¡N o !, n o p u edo llamar caníbal
a ninguno de los dioses ...») . Esquilo, a su vez, intenta c o m -
prender m e jor la j usticia de Zeus, apartar la idea de una
némesis casi automática que castigaría la riqueza o la gran-
deza más que la falta o el crimen. Y el filósofo Jenófanes,
que acaba de ser evocado a prop ósito de Gorgias , fue , a
partir del siglo vn , m u ch o más le jos al negarse a prestar a
los dioses el aspecto an tropom órfico que la religión les atri-
buía . Dotarlos de vestiduras, de una voz, de un cuerpo , no
era a sus o jos más que una ilusión humana . En cierto sen-
tido , Protágoras , c o n su agnosticismo , no pecaba m ucho
más contra las creencias al uso.
Y, no obstante, hay un umbral que es decisivo. M odifi-
car, revisar, corregir el contenido de la religión era, desde
dentro, mej orarla. Pero pon er en duda la existencia misma
de los dioses era otra cosa . Todos recordam os que si la reli-
gión griega carecía de dogm as y sacerdotes, en cam io
estaba indisolublemente unida a la vida de la ciudad . Los
dioses protegían la ciudad . También protegían la moral , los
juram entos y las leyes, que aseguraban el buen orden d é l a
ciudad . A partir del m om en to en que se admitía que los dio-

113
ses podían no existir, el conj unto de estos fundam entos cívi-
cos y morales parecía p oder relajarse. Y la ciudad respon-
dió multiplicando , c o m o se ha dicho, los procesos de im -
piedad .
H ubo una primera oleada, m uy fuerte, contra Pericles y
sus amigos . Pericles era íntim o de Protágoras . Representa-
ba a los espíritus ilustrados ; y ya hem os visto10 que prefe-
ría las explicaciones científicas a los presagios . El pueblo
aceptaba esto . Pero cuando intervinieron las dificultades
co n Esparta y se increm entó la hostilidad contra Pericles ,
se persiguió a sus allegados , y a m enudo p o r impiedad .
Aspasia , la amante de Pericles, fue acusada de impiedad , y
a Pericles le costó m u ch o traba jo salvarla. Se aludió a Ana-
xágoras p or un decreto que decía que se perseguiría p or cri-
m en contra el Estado a aquellos que n o creyeran en los d io -
ses y que enseñaran doctrinas relativas a los fenóm enos
celestes .11 Plutarco , que registra el hech o en la Vida de P eñ-
oles (32), añade que el autor del decreto — ¡ un augur, c o m o
p or casualidad !— «miraba a Pericles a través de Anaxágo-
ras» . Por prudencia , Pericles hizo que el filó so fo abando-
nara la ciudad . N o se habla claramente de Protágoras en
aquella época (aunque Plutarco , en la Vida de Nicias, 23,
asocia su destierro al arresto de Anaxágoras) , p ero dicen
que más tarde fue acusado de im piedad y sus libros fueron
quem ados públicamente . N o olvidem os que esta acusación
reaparece contra Sócrates , ya que uno de los dos cargos
retenidos en el acta de acusación es «n o recon ocer c o m o
dioses a los dioses de la ciudad e introducir a otros nue-
vos» .
Con el agnosticism o de Protágoras se pisa, pues, un
terreno muy resbaladizo.
Más adelante llegó la confirm ación, prob a n do que la cri-
sis iniciada entonces en Atenas era grave. Porque, después
de Protágoras , se sumaron a él otros sofistas, y después de
los im pulsos racionalistas de mitad de siglo, la oleada de
irreligión pareció adquirir m ucha más fuerza. T odo el p ro -
ceso se desarrolló en veinticinco años.
Pródico , que apareció tan cercano a Protágoras p o r su
cuidado de la expresión correcta, n o era un espíritu revo-
lucionario , sino un apasionado de los valores morales. Aho-
ra bien , en lo concerniente a los dioses, parece haber segui-

114
do el m ism o cam ino de Protágoras y haber incluso agra-
vado la situación .
Ya no considera la cuestión desde el único ángulo del
conocim iento : c o m o si creer en los dioses fuera un fen ó-
m eno c o m o cualquier otro, ofrece una explicación antro-
pológica y positivista. Desde el punto de vista del espíritu
científico y de las ciencias humanas , hay una avanzada
racionalista apenas creíble . En cam bio, desde el punto de
vista religioso, para los dioses sólo subsiste — o p o r lo
m enos para m uchos de ellos— el estatuto de invenciones
humanas . Dice, en efecto, en un fragmento (citado, natu-
ralmente , p or Sexto Em pírico, pero también co n o c id o por
m uchos otros testim onios) que «el sol, la luna, los ríos y los
manantiales , así c o m o tod o lo que favorece la vida, fueron
considerados p or los antiguos c o m o divinidades a causa de
su utilidad , c o m o el Nilo p or los egipcios» (B 5).
Aquí se m ezcla todo : ¡la utilidad, la explicación natura-
lista, el interés comparativo! La teoría de Pródico, que a
veces se ha com parado con el evemerismo (aunque no pare-
ce haber supuesto la posibilidad de que los hom bres se c o n -
virtieran en dioses), es sin duda alguna muy audaz, y se ha
dado un gran paso en el sentido de un cientificism o radi-
cal . ¿Es esta vez el ateísmo , c o m o han pretendido ciertos
testigos antiguos (Sexto E m pírico entre otros)? No es una
certidumbre . P ródico habla de los dioses en otra parte;
sabios m odernos c o m o E. R . D o d d s 12 han distinguido cui-
dadosamente su doctrina del ateísmo : sólo han visto en éste
la marca de un espíritu m uy m oderno . De hecho, ésta es sin
duda la característica más notable del texto: el interés cien-
tífico gana, se expande y afirma , de j ando p o c o lugar para
el interés religioso , al que , sin em bargo , n o ataca de frente.

Pero estas afirm aciones n o serían raras entre los sofistas.


Incluso lo serían cada vez m enos de año en año. Se c o n -
serva un fragmento de veintidós versos de una obra titula-
da Sísifo, que ofrece a este respecto un testim onio cla m o-
roso . Por desgracia, es difícil decir quién fue el autor, p or-
que se citan los versos, según los casos, baj o el nom bre de
Critias o ba j o el de Eurípides. Por otra parte es un extraño
destino el que quiere que casi todos los fragmentos trágicos
atribuidos a Critias puedan ser reivindicados p or Eurípides

115
y lo hayan sido: p or esto se m iden los parentescos entre
todos estos espíritus más o m enos penetrados p or las ideas
nuevas y la influencia de los sofistas. En cualquier caso,
para Sísifo hace tiem po que las opiniones se han in corp o-
rado a la de Wilamowitz, que atribuía el extracto a Critias;
después , un examen reciente y preciso lo ha devuelto, n o
sin autoridad, a Eurípides. 13
Ahora bien, para las perspectivas adoptadas aquí, la
diferencia es bastante grande . Critias, en efecto, es bien
co n o c id o . Era tío de Platón y u no de los más audaces de los
treinta oligarcas que tom aron el p od er en Atenas en 404;
p ero también era un sofista, o p or lo m enos así le designa-
ba la Antigüedad y aquí hem os seguido este uso, pues aun-
que no se hacía pagar las lecciones , vivió c o m o un intelec-
tual, escribiendo sobre las constituciones , participando en
los debates de los filósofos y contribuyendo a difundir las
ideas de los sofistas . Eurípides, en cam bio , aunque sufrien-
do su influencia , estaba manifiestamente fuera. ¿Se trata de
un texto de sofista, o n o ? ¿Y hay que h ablar de él c o m o
de un testim onio sobre sus doctrinas , o sobre su influencia?
De todos m odos, la vacilación entre estos dos nom bres
es reveladora , ya que resulta que el más resuelto de los tex-
tos examinados aquí c o m o partidario de la religión es tam-
bién el que está más en el límite, com parado con el grupo
de los sofistas, y más lej os de los prim eros grandes m aes-
tros. El autor o es un ateniense que ha oíd o a los sofistas,
a saber, Eurípides, o es un hom bre que, si podem os lla-
marle sofista, era otro ateniense m uy orientado hacia la
a cción práctica y muy am bicioso: en suma, un hom bre que
ya n o era sofista en el sentido riguroso del término. Al
difundirse más allá del círculo de los maestros propiam en-
te dichos, las doctrinas se endurecen: más adelante en con -
traremos muchas pruebas de ello.
Si el texto en cuestión figura aquí entre los escritos de
los sofistas auténticos, se ve que es con todas las reservas,
y para n o exponerse al reproche de endulzar su pensa-
miento : reflej a tal vez más la influencia de los sofistas que
el giro m ism o de sus análisis. Por lo m enos ofrece la pro-
longación exacta.
El pasaj e, que pertenece en tod o caso a un drama satí-
rico de la última parte del siglo v, expresa el pensamiento
de un persona j e p o c o entorpecido p or escrúpulos morales

116
(un p o c o c o m o el Cíclope de Eurípides), pero expresándo-
se en un tono más bien doctrinal.
Em pieza p or evocar. — c o m o tantos otros de la época—
los progresos de la vida humana después del desorden ini-
cial, e indica que en los orígenes no había recompensas
para los buenos ni castigos para los malos. Después los
hom bres establecieron leyes, a fin de hacer reinar la j usti-
cia . Pero éstas no actuaban sobre los actos ocultos, que
carecían de testigos . ¿Entonces? Pues bien, dice el texto,
«m e parece que entonces un hom bre sagaz y de espíritu
ingenioso (sóphos), para inspirar tem or a los malos, inclu-
so a propósito de actos , palabras o pensamientos ocultos ,
hizo intervenir a lo divino , y la idea de que existe una divi-
nidad dotada de una vida sin fin , que oye y ve por el espí-
ritu» . Esto , naturalmente , sólo era un invento có m od o :
«Ocultaba la verdad ba j o palabras falaces. » A partir de
entonces, los hom bres tuvieron m iedo de todos los fenó-
m enos naturales; pero, de repente, sus desórdenes desem -
b oca n en el m iedo.
Esta vez el texto trata de la existencia de los dioses co m o
una invención o una mentira.
No cabe ninguna duda sobre el alcance de estas menti-
ras. Se habría p o d id o creer, a primera vista, que se referían
solamente a la justicia de los dioses y a su preocu pación de
castigar a los ma jos . Es exacto que el texto se adhiere
resueltamente a esta primera idea : esta j usticia divina con s-
tituye tm m ito sin fundamento. En esto el Sísifo se suma a
una tendencia bien atestiguada, que contribuyó m u ch o a
animar las dudas religiosas de la ép oca y que los sofistas
ayudaron a difundir . Esta tendencia consiste en preguntar-
se si los dioses existen , ya que su a cción j usticiera no se
nota en la vida humana . Otro fragmento de un sofista de la
época , Trasímaco , observó que los dioses n o hacían nada
para favorecer el reino de la justicia : «Los dioses no ven los
asuntos humanos ; de lo contrario , no descuidarían el
m ayor de los bienes humanos , la j usticia : vem os en efecto
que los hom bres no la practican» (B 8). La justicia divina
ha planteado siempre problemas ; nuestros sofistas n o iban
a de jar pasar seme jante dificultad . Platón se hará eco ,
m edio siglo más tarde , de este estado de ánim o cuando
escribirá en Las leyes (X, 888 c) que «ha persistido una creen-
cia , no en m uchos , pero sí en algunos , según la cual los dio-

117
ses existen, pero no se preocupan de los asuntos hum anos».
El problem a revivirá en Plutarco y en tod o el pensam iento
occidental.
N o obstante, el pequeño texto de Sísifo no se detuvo en
esta primera form a de incredulidad ; fueron los prop ios d io -
ses los que se convirtieron para el autor en una invención
y un mito , destinados a infundir tem or entre los malvados .
D os versos de con clu sión no de jan ninguna duda sobre este
punto , porque dicen: «Creo que fue así c o m o alguien per-
suadió al prim ero de los mortales a admitir la existencia de
una raza divina (daim onon ) .»
Este punto de vista se aparta com pletam ente del punto
de vista científico de Pródico . P ródico había partido de sen-
timientos espontáneos existentes en los hom bres; su expli-
ca ción seguiría siendo un rasgo característico, con matices
diversos , de todas las filosofías materialistas.' 4 Él había cri-
ticado la adm iración natural de los hom bres ante lo que era
útil a la vida ; los epicúreos (después de D em ócrito, co n -
tem poráneo de P ródico) criticarían los tem ores naturales
de estos m ism os hom bres ante los fenóm enos que n o c o m -
prendían . Tales tentativas trataban de rendir cuenta de una
tendencia espontánea cuya existencia en los hom bres podía
ser constatada ; en cuanto al autor de Sísifo, supone tem o-
res inspirados artificialmente a estos m ism os hom bres p o r
uno de ellos; éste habría inventado las mentiras que, más
tarde , L ucrecio se esforzaría en refutar, a fin de tranquili-
zarlos : la cólera de los dioses es aquí una fábula ideada p o r
un político sagaz. J5
Después de la reserva agnóstica de Protágoras, la evolu-
ción ha sido m uy rápida. En algunas fórmulas audaces, el
espíritu de libre pensam iento ha sucedido a la simple luci-
dez en las definiciones . El hom bre, m edida de todas las
cosas , se ha convertido en el ú n ico inventor de una falsa
trascendencia.
Ahora bien, es evidente que la naturaleza de esta orien-
tación era para em ocion a r al público; la m ism a em o ció n
falseó las perspectivas : el ca m p o al que se aplicaban estas
teorías — el de la religión— se parecía dem asiado a las tra-
diciones y a las creencias de los ciudadanos para que estas
diferencias de grado, que son tan importantes filosófica -
mente, pudieran percibirse y respetarse; de todos m odos,

118
hubo un escándalo, y nadie se tom ó la molestia de mirar
c o n detalle o de entrar en las distinciones.
Este escándalo era , p or añadidura, tanto más com pren-
sible cuanto que c o n la creencia en los dioses también
corría el peligro de desaparecer uno de los fundamentos
esenciales sobre los que reposaban la m oral y el respeto a
las leyes.

La justicia

Leyes sancionadas p or los dioses que expresaban su


voluntad : c o n esto se tenía una base clara y sólida. Incluso
sin la sanción de estos dioses, se podía en rigor preservar
la idea de un equilibrio del cosm os, del cual la j usticia sería
la imagen . Pero , ¿quién con ocía esta j usticia absoluta?
¿D ónde se veía? Si el hom bre es medida de todas las cosas,
la justicia es tam bién la-j usticia, es decir, cierta idea que se
hace de la justicia y que expresa en sus leyes. Entonces ya
n o hay diferencia entre lo justo y lo legal, pero lo legal varía
según las épocas y los lugares.
¡He aquí, pues, la j usticia, a su vez inestable, relativa, sin
fundamento ! ¡He aquí la j usticia, dispuesta a relajarse,
c o m o el resto!
Se observará que esta ruptura corresponde a otro aspec-
to de la crítica de la época: la de aquí ya n o parte del aná-
lisis teórico, sino de la experiencia concreta de la diver-
sidad .
H erodoto era contem poráneo de Protágoras. Precisa-
mente acababa de mostrar, en sus investigaciones de etno-
logía , la variedad de los usos hum anos; incluso había pues-
to de relieve la idea en sus apólogos. La con clu sión que
sacaba era que siempre había que mostrarse tolerante. Así
se imagina en el libro III (38) que si se recogieran de todas
partes las reglas de vida y las leyes más hermosas para
ofrecerlas a los hom bres , cada uno elegiría las suyas pro-
pias . Y cita c o m o ej em plo usos considerados m onstruosos
entre los griegos y practicados en otros lugares , co m o
com er el cu erpo del p rop io padre, tal c o m o hacen ciertos
indios .
Esta experiencia de la diversidad de los usos podía tam-
bién llevar a considerarlos todos vanos y sin fundamento .

119
Pero los sofistas sentían curiosidad p o r este género de
cosas .Al parecer ,Hipias h izo a su vez investigaciones etno-
lógicas y escribió sobre los nom bres de los pueblos . En
cualquier caso , el pequeño tratado de los Discursos dobles
prueba con claridad que esta variedad en los u j icios de
valor era un maravilloso argumento para los relativistas,
que éstos , sin vacilar, utilizaban a H erodoto . En efecto , que-
riendo mostrar la relatividad de lo herm oso y lo feo , el
autor cita toda una serie de costum bres , ya griegas , ya bár-
baras , que son severamente rechazadas p or otros pueblos .
Los lacedem onios encuentran bello que las doncellas des-
cubran su cuerpo y practiquen e jercicios gimnásticos : esto
es feo entre los jon ios ; los tesalianos encuentran bello
dom a r caballos o sacrificar bueyes : esto es fe o para los sici-
lianos , y así sucesivamente . El texto pasa revista a costum -
bres m acedonias , tracias , masagetas , persas , lidias , egip-
cias ... Uno creería estar releyendo a H erodoto . L o creería
todavía más cuando declara que , si se recogiera de todas
partes las reglas de vida de los hom bres, a fin de permitir
a cada u n o hacer su elección, se reanudarían todos los usos
y, para terminar, nada sería desechado c o m o un desperdi-
c i o · ^ tratado, en II, 18, resume el texto de H erodoto en II,
38. Pero su prop ósito ya n o es predicar la tolerancia, sino
dem ostrar que lo herm oso y lo feo no tienen ninguna razón
obj etiva, del m ism o m o d o que no la tienen lo j usto y lo
in justo.
Tal es, en efecto , la tesis que se encuentra en los sofis-
tas, en la confluencia entre el relativismo filo só fico y la
antropología.
Notablemente , Protágoras, que tan a m enudo abrió el
cam ino , parece haber sido m uy reticente y reservado en
este terreno . N o parece haberse consagrado nunca a la ju s-
ticia . Adm itió sin duda que cada ciudad tenía su derecho y
sus leyes ; pero ninguna crítica sobre el principio parece
haberse vinculado a esta constatación ; en tod o caso , no ha
llegado ninguna hasta nosotros . Por el contrario , el p rop io
Platón , en el Protágoras, le hace celebrar en su m ito el papel
del «p u d or y la justicia» que Zeus envía a los hom bres para
que haya en las ciudades la arm onía y los vínculos creado-
res de amistad. Se tiene, pues, la sensación de que aquí los
ataques bruscos y violentos com enzaron después de él.
También necesitaron , para empezar, otra idea además

120
de la del hom bre medida: necesitaron la distinción entre la
naturaleza y las reglas humanas, entre physis y nom os.

La historia de la op osición entre physis y nom os aclara un


aspecto importante de la transform ación intelectual del
siglo v: ha sido estudiada co n detalle p or E Heinimann y
nos dispensaremos de volver a ella, pero es esencial con s-
tatar que se encuentra en las obras de casi todos los sofis-
tas y n o necesariamente en un papel de destrucción y de
rechazo : puede ser incluso un papel m uy positivo y sirve
solamente para liberar a los hom bres de m arcos tradicio-
nales dem asiado estrechos . Es lo que se observa en dos
sofistas: Hipias y Antifón.
Hipias tuvo toda clase de actividades e intereses, pero en
el Protágoras de Platón, todo su papel está centrado en
nuestra distinción entre la naturaleza y la ley . Declara, en
efecto , con firm eza que «la ley, tirana de los hombres ,
im pon e su obligación a la naturaleza» (337 d) . D icho de
otro m od o , existe p or una parte un ám bito natural y, p or
otra , reglas artificiales impuestas p or los hom bres y c o n -
trariando este estado natural . -
No podríam os expresam os más claramente ni establecer
una distinción más indiscutible.
Pero tod o se reducía a saber a qué iba a aplicarse esta
distinción.
En el Protágoras, al que acabam os de aludir, la afirma-
ció n de Hipias n o tiene nada de revolucionaria . ¡Al contra-
rio ! En efecto, quiere decir que todos los asistentes, que
p roceden de diversas ciudades pero tienen en com ú n el
am or a la filosofía , son «parientes, allegados, conciudada-
nos según la naturaleza si no según la ley». Defiende senci-
llamente la arm onía entre la gente de buena voluntad , cual-
quiera que sea su origen. n,
Apenas podem os percatarnos de paso de que, mas alia
de esta intención sosegadora, la form ula, que es muy gene-
ral, puede contem plar otros casos y proyectar cierto des-
crédito sobre diversas distinciones sociales: la literatura de
la ép oca aprovecha la ocasión para aplicar una a los escla-
vos o a los bastardos, cuyo estatuto sólo descansa sobre una
conven ción (en contraste c o n la naturaleza) y sólo consti-
tuye una «palabra» (en contraste c o n la realidad) .

121
Sospecham os que la aplicación puede tam bién incluir a
las leyes y a las reglas de la justicia . Hipias le daba cierta-
mente este valor : lo vem os en Los Memorables de Jenofon-
te (IV , 4 , 14 y ss.), donde se le lleva a admitir que las leyes ,
que cam bian tan fácilmente , n o son nada serio . ¡Perspecti-
vas alarmantes!. .. Pero el p rop io Hipias no se com p rom ete-
ría m u ch o p o r este cam ino . Porque , si hem os de creer al
m ism o pasa je de Los Memorables, admitía, al lado de estas
leyes variables e inciertas , la existencia de las famosas leyes
n o escritas, que eran válidas en diversos países y que, divi-
nas o naturales, no dependían de este o aquel texto de ley.
Es preciso , pues, esperar a sofistas más resueltos para
que la op osición entre la ley y la naturaleza afecte verda-
deramente a la j usticia.
Llegados a este punto es preciso recordar que esta o p o -
sición conservará a veces en los más audaces su valor p o si-
tivo y , si puede decirse , humanista . El sofista Antifón nos
da una prueba aplastante en un fragm ento donde afirma la
fraternidad natural de todos los hom bres , nobles y villanos ,
griegos y bárbaros : «El hech o es que todos som os p o r natu-
raleza y nacim iento idénticos , griegos o bárbaros [...]. Nin-
guno de nosotros ha sido distinguido en su origen c o m o
bárbaro o c o m o griego : todos respiramos aire p o r la b o ca
y p or las narices» (fragmento 44 a, B, col. 2).
Con esto Antifón n o pide que las diversas categorías
sean abolidas en la práctica : n o hace más que analizar y
distinguir lo que com pete a la naturaleza o a la convención .
Pero pronunciar seme jantes fórmulas en la Grecia de las
ciudades , pronunciarlas en una Grecia todavía orgullosa de
su triunfo sobre los bárbaros , im plicaba una audacia asom -
brosa: la tesis de la fraternidad humana hace allí su prim e-
ra aparición.
Se puede j uzgar em ocionante que esta fórm ula audaz
aparezca en uno de los raros sofistas que han sido ciuda-
danos de esta Atenas tan impregnada de su preeminencia ;
pero sin duda no es una casualidad que esta línea de pen-
samiento , inspirada p o r el sentimiento de la relatividad de
los usos y de la diversidad del m undo , se haya manifestado
ustamente
j en el ambiente cosm opolita de los sofistas .
Estos profesores itinerantes que venían de toda Grecia y n o
tenían vínculos sociales, no podían , ni en sus conquistas ni

122
en sus rechazos, hacer otra cosa que rebasar el m arco de la
ciudad . No es su única aportación a nuestra cultura.
Había, sin em bargo, otras maneras de ej ercer la op o si-
ció n entre la ley y la naturaleza; si, p or su lado positivo,
podía abrir tales perspectivas, es fácil imaginar la fuerza
destructora que era susceptible de adquirir cuando se apli-
cara — en el m ism o Antifón y en otros— no ya a las distin-
ciones sociales o nacionales , sino a las leyes y a la justicia .
Ni Protágoras ni Hipias habían abierto el fuego: Trasí-
m a co y Antifón com pensaron ampliamente esta discreción ,
lo cual sugiere, también aquí, la ruptura entre Protágoras y
los sofistas posteriores : después de él, la crítica parece
acentuarse progresivamente y a pasos agigantados .

Es casi im posible establecer una diferencia de fecha entre


Trasímaco y Antifón; son coetáneos y quizá incluso Trasí-
m a co es el más j oven. Si em pezam os aquí por él, y no por
Antifón, se debe simplemente a que su obra nos es m enos
con ocida. El único fragmento un p o c o desarrollado que
tenem os de él (ocupa dos páginas) pertenece a un discurso
político ; n o trata de leyes ni de la j usticia, ni tam poco de la
naturaleza opuesta de las convenciones. Para sus doctrinas
en la materia sólo poseem os las palabras puestas en su
b o c a por Platón en el Libro I d e La república. C om o se tra-
ta de refutarlo , p odem os suponer que el pensamiento de
Trasímaco es, en esta ocasión, más bien duro y presentado
sin indulgencia . Por lo m enos el papel que se le atribuye
prueba que Trasímaco ocupaba un lugar importante en este
debate.
Pero, ¿cuál es su tesis, según La república ? Es simple y
brutal. Trasímaco irrumpe salvaj emente en la discusión; se
burla de tod o lo que han dich o los otros: ¡declara que lo j us-
to n o es más que «el interés de los más fuertes»!
¿Qué decir a esto? Sócrates parece sorprendido: «Espe-
ro haber com prendido , dije , lo que quieres decir ; de
m om ento , todavía no lo entiendo... » N osotros también esta-
m os sorprendidos, pero la tesis n o es tan insensata ni
siquiera tan radical de lo que parece a primera vista.
Trasímaco amaba la j usticia; lamentaba tal vez que fue-
ra tan mal recom pensada en la vida humana, y el testimo-
nio de Hermias le presta un pensamiento que ya ha sido

123
citado a propósito de los dioses y que habría expresado así:
«Los dioses no ven los asuntos humanos; de lo contrario, no
olvidarían el mayor de los bienes humanos, la justicia;
vemos, en efecto, que los hombres no la practican.» «El
mayor de los bienes humanos» es, evidentemente, un tér-
mino laudatorio. Pero, ¿basta hablar de pesar y amargura?
Admiramos más el tono objetivo del observador: «vemos...».
En cualquier caso, Trasímaco no habla en La república
de la justicia en sí: sino de la que se inscribe en las leyes y
que depende de una decisión política, adoptada en un
momento dado, en una ciudad cualquiera.
Sus variaciones las habrían señalado otros, pero la ori-
ginalidad de Trasímaco, en relación con los otros textos que
se han conservado, es la de haberse preguntado quién
tomaba la decisión y quién hacía estas leyes. Sin lugar a
dudas, los que tienen la autoridad y la fuerza para hacerlo,
es decir, los gobernantes. Y, sin lugar a dudas, lo hacen en
función de su propio interés. Lo justo, definido por la ley,
representa exactamente esto a los ojos de Trasímaco, «el
interés de los más fuertes».
Esta conclusión es válida para el pueblo, para una oli-
garquía, para un tirano. Ellos establecen las leyes al servi-
cio de su interés. Esta observación, que es de orden políti-
co y que se parece un poco a los consejos que dará Aristó-
teles para la preservación de los diversos regímenes, se pro-
longa en boca de Trasímaco con un análisis más general y
más cargado de consecuencias: algunos han pensado inclu-
so que reflejaba una interpretación abusiva de parte de Pla-
tón. Sin embargo, no se puede descartar a pñori sencilla-
mente porque parece más audaz que cualquier otro testi-
monio. Este análisis tiende a justificar el hecho de que los
legisladores piensan en su propio interés. Para eso explica
que tal es el objetivo de todos aquellos que se ocupan ya sea
de un rebaño de animales, o de una colectividad humana.
¿Y cóm o no? Todo el mundo lo sabe: la justicia es un mal
asunto, en el que nadie encuentra jamás su recompensa.
Esto es lo que dice Trasímaco, según Platón. Sin duda
alguna, el paso dado es grave. Resulta que a partir de aho-
ra la justicia, bajo todas sus formas, se convierte en un
señuelo sin provecho. Por el contrario, la injusticia lo da
todo. Llevada a su punto extremo, proporciona al tirano
una prosperidad que ya nadie critica. Nadie osaría criticar-

124
la, ni siquiera querría hacerlo; porque, a fin de cuentas,
todo lo que se dice contra la injusticia procede de un solo
temor, que no es de ningún modo el de cometerla, sino el
de sufrirla. La injusticia, cuando se manifiesta sin restric-
ción, es algo más fuerte, más libre, más dominante que la
justicia (344 a-c).
Incluso teniendo en cuenta el recrudecimiento que haya
podido aportar Platón, no cabe duda de que ésta era una
tesis coherente y terriblemente destructora.
Por su pesimismo fundamental, concuerda con el frag-
mento más tímido citado por Hermias. Al insistir en el
hecho de que todos persiguen su propio interés y ningún
otro, se acerca a una de las constantes del pensamiento
sofístico.
En este mundo realista, en efecto, la utilidad y la venta-
ja están siempre en primer plano. Incluso en materia de
retórica, las probabilidades suponen siempre que cada uno
busca su interés. Toda la psicología, individual y colectiva,
que sostiene los argumentos, se centra sobre esta misma
idea. En ella descansan las justificaciones de los actos que
se aconsejan, incluso los actos heroicos; de ella se sirven los
oradores para explicar, con gran naturalidad, las opciones
políticas de cada uno. Con mayor razón, la misma idea se
aplica con fuerza para las ciudades, cuyo interés se con-
vierte en la preocupación de todos y que ellas mismas no se
recatan de obedecer, despreciando todo el resto: sabemos
que éste es un tema esencial en los análisis de Tucídides.
Así pues, Trasímaco está en esto de acuerdo con el espíritu
de la época.
Sin embargo, no se contenta con adoptar este pesimis-
mo moral e ignorar todo idealismo: con un rasgo más
audaz y sin duda más personal, descarga contra este idea-
lismo una condena radical: la justicia es a sus ojos — siem-
pre según Platón, en 348 c-d— una «ingenuidad muy
noble», mientras que la injusticia es la marca de un espíri-
tu sagaz (está al lado de la eubúlia, dice, empleando la pala-
bra que ya designa esta sabiduría eminentemente práctica
que predican las nuevas ideas). Protágoras jamás habría
dicho esto. Nadie habría dicho esto jamás antes de Trasí-
maco o sus amigos. Y uno comprende que toda la defensa
de la justicia haya pasado, para Platón, por una refutación
de estas ideas y por un ataque contra este personaje.

125
Hay que tom ar conciencia de este hecho. Hay que co n -
fesarlo en voz m uy alta. N o obstante, se im ponen algunos
correctivos .
Es cierto: ¡hay que ser prudente! Incluso suponiendo
que la idea de Trasímaco n o haya sufrido ninguna d efor-
m ación , debem os interpretarla co n circu n spección y m edi-
da. Y debem os despistar c o n cuidado los riesgos de forzar
o falsear las cosas .
Uno de estos riesgos persiste en nuestras costum bres
modernas , que tienden a ver p o r doquier tom as de partido
y «com p rom isos»: pesan terriblemente sobre la interpreta-
ción de los sofistas y de estos fragmentos que nos llegan
siempre de manera aislada. Afirmar que la j usticia «no
com pensa» es una constatación de hecho. Incluso decir que
es un mal cálculo y una ingenuidad es otra constatación de
hecho . Y nada es tan peligroso c o m o traducir constatacio-
nes de hech o p o r fórmulas del género: el autor está a favor
de esto o en contra de aquello.
Pero el peligro se agrava, en el caso de Trasímaco, p or
una circunstancia particular. En efecto, Platón recurrió en
otro diálogo a otro personaj e — el Calicles del Gorgias—
para ilustrar ideas bastante similares y c o n las cuales tal
vez se corra el riesgo de confundirlas. Calicles tam bién tra-
ta la j usticia de convención. También él dice que se inven-
tó arbitrariamente para defender intereses, pero el espíritu
de rebelión alienta en él co n m ucha más fuerza.
Ante todo , una diferencia de h ech o importante: Trasí-
m a co decía que las reglas de la justicia habían sido fijadas
p o r los gobernantes , es decir , p or los más fuertes. Calicles
dice que las ha fi jado la coa lición de los débiles , atentos a
protegerse de los fuertes . Es casi lo contrario. Este ca m b io
sólo es posible porque Calicles es un individualista . Detes-
ta ob edecer las reglas . Detesta la dem ocracia ateniense en
la que vive. Imagina c o n ardiente simpatía al superhom bre
que pisotearía todos estos textos contra natura ; entonces se
vería brillar co n tod o su esplendor el derecho de la natura-
leza .18 La a m bición egoísta se yergue aquí contra el dere-
cho ; reniega de él, en nom bre de la fuerza: se diría que es
una sociedad animal, donde cada u n o tiene el espacio co n -
quistado p o r su fuerza física , una sociedad, precisamente,
anterior a la existencia de las leyes .19
Pero sobre todo — acabam os de verlo en las últimas

126
palabras citadas— Cálleles declara este triunfo de los fuer-
tes j usto según la naturaleza. Admite un derecho según la
naturaleza , que se opon e al derecho de los hombres. M ien-
tras Trasímaco constataba solamente la separación de los
dos ámbitos , Calicles desliza lo j usto hacia el lado de la
naturaleza .
Volvemos a Calicles, en ciertos aspectos c o n enfoques
diferentes de los de Trasímaco. Será preciso investigar
quién era y p or qué es él quien hace declaraciones m ucho
más radicales que los otros. Mientras tanto, el contraste
debe ayudarnos a situar la audacia sorprendente de Trasí-
m a co ba j o su verdadera luz, y a ver hasta dónde llegaba el
h ech o de un pensamiento teórico y analítico. Meter en el
m ism o saco a la j usticia y al interés y decir que la j usticia
hace daño a quien la practica, es ir hasta el b orde m ism o
del conse jo de desobedecerla; pero no es dar este paso. 20 El
paso decisivo lo da Calicles, no lo da Trasímaco, ni siquie-
ra en la imagen que Platón nos transmite de su pensa-
miento , que califica de brutal.
Vemos la tremenda influencia que podían esgrimir tales
ideas cuando se les daba un pequeño em puj ón; pero la dife-
rencia que constituye este em puj ón dej a entrever igual-
mente que tal vez los análisis de los sofistas, considerados
en su verdadero valor, podían com binarse con otras doctri-
nas , m enos rebeldes y m enos amorales, cuyas huellas inten-
taremos descubrir en el m om ento oportuno. D ebem os en
todo caso constatar que los análisis de Trasímaco están
le jos de excluir semej ante posibilidad .
El ataque b ru sco y violento lanzado p o r él en La repú-
blica fue , desde el punto de vista ético, uno de los más fuer-
tes que podían sacudir la viej a moral; pero expresa más el
rigor crítico de aquellos espíritus audaces que una toma de
p osición en el terreno práctico. Por esto no nos hem os o cu -
pa d o hasta ahora, en este libro, de investigar en qué c o n -
cordaba este análisis c o n fragmentos en apariencia menos
destructivos . Se trata de un problem a general de interpre-
tación que deberá ser exam inado en fu n ción de diversos
sofistas , y sobre to d o en fu n ción de autores cuyos textos
estén m e jor conservados .
Es el ca so de Antifón, en quien la crítica de la j usticia se
refuerza y profundiza, pero de quien poseem os fragmentos
de varias páginas cuyo hallazgo fue clam oroso .

127
En 1915 se encontró un papiro c o n fragmentos de Antifón.
Se sabe p or com proba cion es seguras que pertenecían a su
tratado Sobre la verdad.
S ólo el título ya sugiere que esta reflexión sobre la j us-
ticia se contaba entre las grandes ideas del sofista: era el
título de Protágoras, y el· de Antístenes probablem ente; se
diría , pues, que p or sí m ism o anuncia una especie de m ani-
fiesto sobre puntos fundamentales de la crítica filosófica .
Ahora bien, en los tres extractos que poseem os, el pen-
samiento va más lej os que en ninguna otra reflexión sobre
la justicia.
Desgraciadamente la existencia de un texto nuevo que
parece un hallazgo tan importante, n o basta para aclararlo
todo . Estos tres extractos no han conseguido el acuerdo de
los intérpretes. Todo lo contrario. Sin entrar en el detalle de
las discusiones que han suscitado, nos vem os obligados a
seguir otra vez la pista de la idea apoyándonos en el deta-
lle de estas palabras tan preciosas y tan discutidas .
El prim er fragmento (44 a) parte de una definición que
no sorprende m u ch o en la atmósfera intelectual de enton-
ces: según las primeras palabras del texto, la j usticia c o n -
siste en n o transgredir ninguna de las leyes legales admiti-
das p or la ciudad donde se vive. El carácter positivista de
esta definición im plica estas variaciones de las leyes que
uno ha encontrado en otras partes.
Pero aquí surgen las dificultades.
Algunos , en efecto, han pensado que Antifón citaba esta
definición para mostrar sus consecuencias , sin p or ello
hacerla suya. ¿Por qué suponer esto? Las razones son de dos
órdenes . Para empezar, otro de los nuevos fragmentos, el
tercero , ofrece una definición diferente: define la j usticia
c o m o el h ech o de n o per judicar a nadie. Y, dich o esto,
muestra las contradicciones que lleva con sigo esta defini-
ción . P odem os suponer , pues , que el prim er fragm ento
sigue los m ism os pasos y parte también de una definición
provisional . Después de todo, el fragmento com ienza afor-
tunadamente en el in icio del pliego encontrado ; ¡no sabe-
m os qué lo precedía y si servía de introducción a la defini-
ción que ya tenemos ! Pero aquí interviene la otra razón : si
ciertos autores han recurrido a esta interpretación c o m o la
m enos hipotética , es simplemente porque les han sorpren-
dido las consecuencias que ha sacado Antifón : n o osan atri-

128
buir a un hom bre siempre generoso y cuidadoso del bien
colectivo tesis tan revolucionarias.
Al parecer , esto es seguir un m étodo equivocado.
Toda la continuación del texto , en efecto, concuerda a la
perfección c o n la definición dada y saca de ella su justifi-
cación . Esta continuación va con la definición . Es además
dem asiado firme para ser un m ero argumento ocasional .
Tal c o m o está, el fragmento form a un tod o , y un tod o que
brilla por su evidencia . Será preciso, pues, arreglarse co n
las dos dificultades señaladas: explicar c ó m o puede ir más
le jos una definición diferente, y sobre todo c ó m o un h om -
bre generoso y cuidadoso del bien colectivo puede sostener
lo que sostiene; pero el prim er deber consiste en leer el tex-
to tal c o m o está.
El hech o es que su lectura sorprende; es im posible apli-
car más radicalmente a la idea de j usticia la famosa op osi-
ción entre la naturaleza y la ley, o la convención. Antifón
distingue dos órdenes: el de la naturaleza, que existe en
to d o tiem po y en to d o lugar, y donde cada uno persigue
satisfacciones materiales , y el de la j usticia, que se sobre-
añade y lo contradice .
Trasímaco decía en La república de Platón que la j usti-
cia iba al encuentro de nuestros intereses: he aquí la mis-
m a idea que surge en Antifón , pero ¡ cuánto más radical,
más razonada , más sistemática! Tras haber definido la j u s-
ticia c o m o la obediencia a las reglas legales, el texto conti-
núa : «El hom bre tiene, pues, tod o el interés en observar la
justicia si hay testigos cuando respeta las leyes; pero , solo
y sin testigos, encuentra su interés en los imperativos de la
naturaleza. Porque tod o lo que es de la ley es accidental, y
lo que es de la naturaleza es necesidad ; lo que es de la ley
está establecido p o r con ven ción y no nace de sí m ismo ; en
cam bio , lo que es de la naturaleza nace de sí m ism o y no
depende de una convención ; además , cuando se transgre-
den las reglas legales , si es a espaldas de los autores de la
convención , uno sale sin vergüenza ni daño; en el caso c o n -
trario , esto ya no es cierto. En cam bio , si forzando lo posi-
ble , se viola una de las disposiciones de la naturaleza ,
incluso a espaldas del m undo entero , resulta un mal; e
incluso a la vista de todos , este mal no es peor: el daño, en
efecto , no está en función de la opinión , depende de la ver-
dad .»

129
Es im posible distinguir c o n más firm eza entre dos órde-
nes diferentes. Im posible analizar c o n más rigor el c o n -
traste entre dos sistemas. Tal vez sólo se podría vacilar
sobre qué es exactamente este orden de la naturaleza; p ero
las dos colum nas siguientes vienen a precisarlo, n o sólo
m ostrando la diferencia entre los dos ámbitos, sino la o p o -
sición e incluso la guerra que existe entre ellos (polémios):
«Se ha legislado para los o j os lo que deben y n o deben ver;
para las orej as, lo que deben y no deben oír; para la lengua,
lo que debe y n o debe decir; para las m anos, lo que deben
y no deben hacer; para los pies, los lugares adonde deben y
no deben ir; para el espíritu, lo que debe y n o debe desear.
Pero n o hay más afinidad o parentesco c o n la naturaleza en
aquello de lo cual las leyes nos ale jan que en aquello hacia
lo cual nos empu jan ; lo que es de la naturaleza es vivir y
morir ; pero nosotros vivimos de lo que es nuestro interés y
m orim os de lo que n o lo es .» El fragmento con clu ye con las
ideas de placer y sufrimiento, que todavía son más precisas.
Estos dos cam pos, estos dos sistemas son radicalmente
otros. Antifón lo dice co n fuerza e insistencia. N o obstante
—ya es hora de precisarlo— , n o se le oye nunca añadir nada
más .
De m od o que n o se refiere a las leyes de la naturaleza.
N o habla (c o m o los idealistas) de unaj usticia natural, basa-
da en el orden del m undo; pero tam poco habla (c o m o Cali-
cles) de las «leyes naturales» que im ponen el triunfo de los
fuertes . No sólo n o lo hace, sino que la reserva de sus for-
m ulaciones es notable a este respecto. No emplea nunca
para la naturaleza las palabras «leyes» y «reglas»: habla
extrañamente de «arreglos»; en cuanto a aquello hacia lo
que nos empu jan , recurre a un neutro casi intraducibie :21
«lo que es de la naturaleza». «L o que es de la naturaleza»
son las tendencias que impulsan a los seres a sobrevivir, a
prosperar, a regocijarse . Se despliegan sin que ningún
decreto hum ano se entrometa: son «libres», mientras que
las leyes constituyen, en relación con la naturaleza, «ca de-
nas» .22 No agreguemos, porque n o lo dice en ninguna par-
te , que lo m e jor sería sacudirlas y rechazarlas.
Esto n o significa, claro está, que la naturaleza n o c o n -
lleve molestias. Se puede decir, p o r ej emplo, que el fuego
siempre quemará , que las puntas herirán, que n o se podrá
prescindir del aire, ni de alimento, ni de bebida. P or esto

130
Antifón habla de los casos en que se «fuerza lo posible»;
admite c o n toda evidencia que cada infracción en este
terreno se paga. Pero los límites así definidos son tan natu-
rales co m o los deseos o los placeres, todos igualmente uni-
versales c o m o la sensación o la vida: no se trata de un dere-
cho , m enos aún de un m odelo . Ninguna metáfora viene a
falsear el rigor del análisis.
Lo que podría falsearlo, a los oj os del lector, es más bien
la insistencia m ism a del texto.
Para dar más relieve al contraste entre la j usticia y el
interés , cita en la siguiente colum na (col. 5) el caso de aque-
llos que extreman el respeto a los padres hasta devolver
bien p or mal. Existen. Son idealistas. Pero... van, claro está,
contra su interés.
El texto recuerda asimismo que la ley no puede prote-
ger a quienes la respetan, p o r la simple razón de que, en la
práctica, interviene después. Si alguien es atacado, ¿qué
puede hacer? Sólo entra en acción cuando el mal ya está
hecho , y sin averiguar quién ha em pezado: contar c o n ella
sería una locura .
Del m ism o m od o , Antifón , recordando que la j usticia
supone n o per judicar a quien no nos ha hecho daño, m ues-
tra que un ciudadano que declara contra otro perj udica a
quien no le ha hech o nada. Después de las insuficiencias
del derecho , he aquí, pues, sus contradicciones.
Esto es m ucho : ¡es demasiado! En efecto, cuando la
definición de los dos grandes ámbitos estaba perfectamen-
te clara, y era incluso evidente, la argumentación (que, por
otra parte, no poseem os en su continuidad, lo cual fastidia
m u ch o) parece aludir aquí ya sea a una j usticia más amplia
que la del derecho , ya sea a flaquezas particulares de este
último , o a contradicciones que le son inherentes: la dem os-
tración lo utiliza tod o a su paso.
¡No nos quej em os de que la novia es dem asiado bella!
N o nos quej em os de que Antifón n o repare en medios para
probar el carácter artificial de las leyes y su op osición al
interés ! Esto sólo sería grave si aceptara p o r el cam ino defi-
niciones diferentes23 o tesis diferentes. Pero no lo hace. A
pesar de las lagunas de lo expuesto y los márgenes de incer-
tidumbre que persisten, nada se desvía ni despista. En cada
caso , la tesis es siempre la misma: ob edecer a la j usticia es
ir al encuentro del p rop io interés.

131
Siempre se acaba aquí; la idea parece de una claridad
cegadora . Casi es para preguntarse c ó m o ha p o d id o pres-
tarse a tantas divergencias y tantos malentendidos.
Ahora bien, estas divergencias y estos malentendidos
son múltiples: su misma existencia revela bastante a las cla-
ras todos los riesgos que no dej an de acechar a los intér-
pretes de esta idea sofística, tan fácil de dirigir hacia el sen-
tido que uno desea.
Estos riesgos eran , para Antifón, todavía mayores que
para Trasímaco.
Se han evocado para Trasímaco dos circunstancias que
invitan al malentendido: la existencia de Calicles p or una
parte y, p o r otra, la dificultad de atenerse a simples co n s-
tataciones de hecho. Y estas dos circunstancias j uegan aquí
de manera intensificada .
Calicles, en efecto, confirm a a Antifón ai m enos tanto
c o m o a Trasímaco; y en la medida en que p od em os j uzgar
p o r estos textos perdidos, está también más cerca de él ya
que , c o m o Antifón, parte de la op osición entre la ley y la
naturaleza : «A m enudo — dice—, la ley y la naturaleza se
contradicen» ( Gorgias , 482 e). C om o saca de ello una m oral
de rebelión , no se tarda en identificar los dos pensamientos
y en prestar la m ism a moral a Antifón. Sin em bargo, una
mirada más atenta revela que, p o r el contrario, existe una
diferencia entre los dos y que, además, es esencial. Antifón
es pura ob j etividad, Calicles se declara abiertamente parti-
dario . Estima que hay una «ley de la naturaleza» en virtud
de la cual los fuertes aventaj an a los débiles y que las reglas
inventadas p o r los hom bres se han h ech o para m antener a
raya a los fuertes . ¡Pues bien , bravo p o r los que saben
rechazar estas hipócritas patrañas ! ¡Bravo p o r los que
saben aprovechar su ventaja ! Lo que en Antifón es análisis
teórico se convierte aquí en consej o, elección y decisión
práctica . La con fu sión de estos dos pensamientos tan pró-
xim os en apariencia es, p or m uy grave e inj ustificada que
sea, tentadora a primera vista .
El paso de uno a otro es fácil, terriblemente fácil.
La tentación es tanto m ayor cuanto que la ob j etividad es
un e jercicio austero, sobre tod o en los períodos de crisis,
c o m o el siglo v ateniense , o en las épocas de pensamiento
com prom etido , c o m o la nuestra. Y no obstante , ¿tan im p o -
sible es atenerse a la idea de que hay una diferencia entre

132
la naturaleza y la ley? Antifón no añade nada más en nin-
guna parte. ¿Es realmente necesario que cada uno quiera
leer una tom a de partido en lo que es un análisis? Las crí-
ticas lo hacen constantemente . Unos, al ver que, según Anti-
fón , la j usticia va contra nuestro interés, no vacilan en
transcribir que es «hostil» a la ley de la ciudad, que la
«rechaza» y que es un «defensor» de la naturaleza {uphol-
der}) cuando dice que n o es ventaj oso para el hom bre res-
petar la ley cuando n o hay testigos , estos m ism os sabios lo
trasponen diciendo que el hom bre «debería» , en este caso ,
no respetarla {one should ) . Es inútil citar a los autores de
estas trasposiciones : ¡se encuentran entre los mej ores espí-
ritus y en todos los países ! ¿Y en nom bre de qué? ¿Es nece-
sario , porque dicen que una condu cta n o es ventajosa, c o n -
cluir que uno es hostil a ella? ¿No hay muchas defensas de
la justicia que n o se basan en el interés personal e inm e-
diato del individuo? ¡Es necesario creer , por lo visto , que
nuestros com entadores de hoy son más retorcidos y están
más obsesionados por las ventajas prácticas que los propios
sofistas de entonces ! ¡O bien hay que admitir que la fa m o-
sa parado ja de Sócrates según la cual el m e j or y más ven-
ta joso coincidente se ha convertido en una evidencia para
todos ! Sin em bargo, todos sabem os hasta qué punto era
una parado ja , extraña, aislada y audaz. De hecho, amar a
la justicia no exige que se la confunda c o n el interés.
Insistiendo en esta propensión , se ha hablado demasia-
do a m enudo de Antifón , c o m o de Trasímaco, en el sentido
del am oralism o incurriendo en una distorsión muy grave.
Pero existe otra, no m enos grave, que se ha ej ercido en
sentido inverso, y que quiere «salvar» a los sofistas exi-
m iéndoles de tod o amoralismo. ¿Por qué esta preocupa-
ción ? ¿Por qué tantos esfuerzos? Porque ocurre que en
varios casos — lo hem os señalado de paso respecto a Trasí-
m a co— existen testimonios, escasos pero precisos, donde
se revela otra cara de su personalidad o de su pensamien-
to . Poseem os , junto a fragmentos críticos, palabras, frases,
incluso páginas , que reflej an una m oral m uy honesta.
H em os visto a Trasímaco socavar los cim ientos de las
leyes y describir un m undo gobernado p o r el interés. Pero
también llama a la j usticia el más grande de los bienes
hum anos . Y en otro lugar, el ú n ico fragmento que posee-
m os de él perteneciente a un debate político, donde parece

133
tener en cuenta la armonía en la ciudad y los méritos de un
buen régim en político: de m o d o que cree en el bien en p olí-
tica . Entonces, se minimiza. Se admite que Platón ha debi-
d o forzar las cosas y que su testimonio, válido para el prin-
cip io de la intervención de Trasímaco, n o lo sería cuando
se hace más radical: desde entonces sería una especie de
interpolación . Quizá Platón traiciona a Trasímaco; es m uy
posible ; en cam bio, es seguro que le traicionan a él cuando
quieren hacer con cord a r las intenciones de un texto co n las
de otro , seleccionando y suprimiendo.
Así pues, es un p o c o difícil, en el caso de Trasímaco,
conciliar los diversos fragmentos o testim onios; pero co n
Antifón es todavía peor. En uno molesta la ausencia de tex-
tos ; en el otro, su existencia. ¡ Porque también aquí los
tes- tim onios son divergentes ! El autor de estos
fragmentos terribles de Sobre la verdad fue también autor ,
de una obra Sobre la concordia, de la cual nos quedan
algunos frag- mentos que son netamente de. un moralista
Habla en ellos, de la amistad de las tentaciones en las
,
cuales triunfa sobre sí m ism o del , valor.24 ¿Qué hacer
entonces? P odem os recu- rrir , a soluciones diferentes
,
apoyándonos ya en la interpre- tación . ya en la selección
de fuentes , , j
En el caso de la interpretación se dice p ,o r e em plo — y
j
sin que ningún detalle ,
del texto lo insinúe— que la defini- ,
ción dada de , la usticia n o es la adoptada p o r Antifón que
al contrario la alusión a gentes que hacen más de lo que
jdeben im plica una. , profunda
adhesión , p o r su parte a una
usticia naturalj En suma leem os , tras estos fragmentos
puramente ob etivos y .descriptivos toda clase de sobreen-
tendidos m oralizadores
O bien — rem edio desesperado— se. em pieza a hacer una
selección y a distinguir, varios Antifón ;
A decir verdad un precedente anima a ello porque se
ha establecido la costum bre de distinguir entre Antifón el
orador (autor de las Tetralogías, tan importantes para la,
retórica) y Antifón el sofista (autor de num erosos tratados
entre ellos Sobre la verdad : y Sobre la concordia). Esta pri-
,
mera distinción . se remonta al siglo ni de nues-
es antigua j
.
tra era quizá incluso al i Esto n o quiere decir que esté u s-
tificada El h ech o de que haya entre los textos , diferencias
de género o estilo n o puede ; corroborarla ya que , pueden
explicarse de otro m od o la m ención «el sofista» que figu-
ra en ciertos testimonios, ta m p oco sirve, porque va unida a
m uchos nom bres sin que se pretenda una distinción entre
h om ón im os .25 A este respecto podríam os más bien asom -
brarnos de que, tratándose de un hom bre tan célebre co m o
el orador (de quien Tucídides hace un vibrante elogio),
nadie se haya cuidado de pon er en guardia contra esta c o n -
fusión . Pero al final prevalece la costum bre : cada uno em i-
te una vaga duda sobre la distinción entre los dos Antifón,
p ero hace causa com ún , p o r prudencia, con lo que parece
ser una hipotética «mayoría de opiniones» .
Es posible , una vez más, que haya habido en efecto dos
hom bres. Pero las razones en las cuales nos fundamos para
decirlo revelan bien a las claras el malentendido que inten-
tamos denunciar aquí. Y este m alentendido es tan grave
que es preciso detenem os un m om ento sobre este m o d o de
cortar entre un Antifón y otro y, eventualmente, un tercero .
Se dice lo siguiente: el orador era un decidido partida-
rio de la oligarquía (lo sabemos por Tucídides) y pagó co n
la muerte sus ideas políticas; pero el sofista expresa ideas
que no pueden ser más democráticas : ¡no es, pues, el mis-
m o hom bre ! ¡Ay, tres veces ay!, el texto donde se expresa-
rían estos sentimientos tan «dem ocráticos» es sencillamen-
te aquel en que el autor muestra que la distinción entre per-
sonas nobles o de humilde origen depende de las conven-
ciones humanas : una vez más se trata de una constatación
de hecho irrefutable, y se quiere leer en ella que el autor
está a favor de esto y contra aquello ...26
Del m ism o m odo , se convierte en argumento el hecho de
que el orador demuestra respeto p o r las leyes, cuando el
sofista está en «contra». ¡Ay, tres veces ay! No está en « c o n -
tra»; se puede m uy bien respetar una convención, recon o-
cida co m o tal, si parece útil.
¡Y si al m enos el asunto n o pasara de aquí ! Pronto, p o r-
que los fragmentos de Sobre la verdad son revolucionarios
y porque Sobre la concordia expresa la preocu pación de un
moralista , hay quien sugiere que este autor tam poco es el
m ism o . Para algunos (com o Nestle), Sobre la concordia
sería del «orador» , lo que p o r lo m enos nos ahorra un Anti-
fón . ¡Si no, ya tenem os tres! Y c o m o se habla también de
tragedias y de una obra sobre la interpretación de los sue-
ños , uno puede repartir a su antoj o, si n o prefiere seguir

135
multiplicando . Se decide en función de una interpretación
orientada y deform ada de los fragmentos.
Desde luego , éstos son revolucionarios. Asestan un gol-
pe terrible a la j usticia. Pero, c o m o tantos otros textos sofís-
ticos , este golpe es sólo a nivel filosófico; n o caen nunca en
el espíritu de paréntesis y proselitism o que es tan tentador
y equivocado adjudicarles.

A decir verdad, es precisamente aquí donde se m ide el gran


m alentendido que ha pesado siem pre sobre los sofistas y
que ya ha presidido la form a adquirida p o r su influencia
mientras vivían.
Incluso al principio , ¿c ó m o estos atenienses que oían
decir a grandes profesores que n o había verdad más allá de
las impresiones variables de cada uno , que se ignoraba si
había dioses , y que la j usticia sólo era una con ven ción a la
cual no interesaba obedecer , c ó m o estos atenienses podían
n o llevar incluso a la práctica el desprecio más ingenuo a
estas ideas y estos valores? De paso , para cada testimonio ,
para cada frase , procuraron poner límites y aislar la espe-
cie de neutralidad diamantina presentada p o r los análisis .
Pero era tanto más necesario tom ar esta precaución cuan-
to que a cada instante se corría el peligro de resbalar, de
de jarse llevar más le jos , dem asiado le jos . Ya se veía acen-
tuar la pendiente de Protágoras a Hipias o a Critias: cuan-
do se pasa a la interpretación «laica» y cotidiana , un ver-
dadero abism o se abre de repente ba jo los pies. Los discí-
pulos de los sofistas cargan las tintas, les atribuyen las d o c -
trinas, las simplifican , las banalizan .
Es necesario volver a cualquier precio a la fuente, o al
m enos río arriba hasta donde intervienen estas deform a-
ciones : entonces a partir de nuestros fragmentos se descu-
bre que se abría otra dirección, que existía otra pendiente
y otra co m e n te; otra corriente que está j alonada de gran
cantidad de señales. De im proviso se ve surgir un nuevo sis-
tema de pensam iento en el cual los fragmentos críticos exa-
m inados aquí se com binan c o n otros que sólo se han evo-
ca d o c o m o fuente de malestar, pero que existen: aquellos en
que nuestros sofistas, tan ansiosos de destruir, hablan co m o
sensatos moralistas .
El fen óm en o que ha salido aquí a la luz a prop ósito de

136
Antifón es, en efecto, general. Se encuentra ya co n Gorgias
y Protágoras . Ellos también han desarrollado doctrinas
positivas y constructivas ; todos los sofistas que les siguie-
ron han hech o lo p rop io .27 Todos han defendido valores y
virtudes. Todos lo han hech o a partir de la tabula rasa que
acabam os de describir. Porque han partido de ella para
reconstruir , sobre otros cimientos , una moral nueva , cen -
trada sólo en el hom bre . Más que suavizar y atenuar un
aspecto u otro de su pensamiento , el verdadero problem a
es entender có m o la destrucción de toda trascendencia les
ha p od id o con du cir justamente a esta reconstrucción: el
nexo entre los dos aspectos — negativo y positivo— es segu-
ramente el rasgo más original del pensamiento sofístico ;
este doble m ovim iento constituye un paso más decisivo que
ninguno en la historia de las ideas.
A partir de una sola crítica, la única, intelectualmente
radical pero libre de toda con clu sión práctica , se verá desa-
rrollar ahora dos tendencias opuestas . Una, refle jada , no
p o r textos filosóficos , sino p o r obras literarias de la época,
sigue hasta la exacerbación el rechazo de los valores . La
otra , que se aparta de nuestros fragmentos , abre perspecti-
vas que son todas diferentes: reinserta al hom bre en una
sociedad hecha p o r él y para él.
La distancia entre estas dos orientaciones — que segui-
rem os aquí una tras otra y de m o d o independiente— mide
la dificultad que siempre encuentra un pensamiento nuevo
para hacerse com prender en su con j unto y en sus matices...
aunque sea en el siglo v ateniense.

137
NOTAS DEL CAPÍTULO IV

1. Cf. H. .I Marrou , en su Histoire de l'éducation dans l'Antiquité, p. 90


,
donde dice que los sofistas no eran, «propiamente hablando, pensadores, busca-
dores de la verdad: eran pedagogos». Es posible ser ambas cosas a 3a vez. Otros
han subrayado el lado escéptico de los sofistas y el resultado ha sido el mismo;
así B. Cassin (Le Plaisir de parler, Études de sophistique comparée, p. 6):
«Philo- sophie des apparences et apparence de la philosophie.»
2. Para conservarlo, hemos mantenido siempre la palabra «ser», incluso
donde los filósofos modernos distinguirían entre «ser» y «existir»,
3. Elogio de Helena, 3: «¿Cómo superar a Gorgias, que osó declarar que
nada existe , o a Zenón, que intenta presentar sucesivamente la misma tesis como
posible o imposible, o a Meliso, que ante la masa infinita de realidades existen-
tes, se esfuerza en hallar la prueba de que formaban un todo único?» Gomperz
y Dodds admiten lo poco serio del texto de Gorgias (Introducción a Gorgias,
pp. 6-10).
4. Cf. más arriba, p. 93.
5. Eutidemo, 286 b-c, comparar con Cratilo, 429 d y ss., y con el Sofista,
237 a y ss. Un papiro de Toura atribuye la misma tesis a Pródico. Antístenes
parece haber tomado el relevo. Sobre este problema, véase, de G. Binder y
L. Liesenborghs, Museum Helveticum, 1966 (37-43), artículo continuado en Wege
der Forschung, pp. 452-462.
6. Este fragmento viene de un comentario de los salmos, que sería de
Dídimo el Ciego. Su autenticidad no es segura y se discute su sentido. Según
algunos, que puntúan de otro modo, la duda final sólo es válida para los ausen-
tes (ya que el texto dice que no es claro para ellos).
7. Cf. más abajo, pp. 167-170.
8. Ver recientemente las buenas observaciones de L. Rossetti en Positions
de la sophistique, pp. 167-170.
9. Protágoras había escrito otro tratado (o un capítulo) titulado: Sur ce
qui se passe dans les Hades. Se ignora el contenido, pero el análisis se basaba
probablemente en la crítica y, si puede decirse así, sobre la humanización de los
temas tradicionales.
10. Cf. más arriba, p. 26.
11. Los sabios que se ocupan de las cosas celestes son asimilados por los
espíritus fuertes: el papel de las «nubes» en la comedia de Aristófanes supone la
misma asimilación,
12. Comentario de las Bacchantes, 274-285, donde Tiresias (¡un adivino,
nada menos!) dice que Deméter es una diosa, pero también la Tierra, y Dioniso
un dios, pero también el vino.
13. A. Dihle, en Hermes, 105 (1977), pp. 28-42.
14. Es preciso distinguir estas doctrinas de las de ciertos físicos antiguos

138
que veían efectivamente fuerzas más o menos divinas en la obra de la naturale-
za (el Torbellino, el Éter, la Disputa, el Amor...); estas fuerzas podían pasar por
dioses nuevos: es lo que recoge Aristófanes con las nuevas divinidades que pres-
ta a Sócrates: las «Nubes». Así, las diversas formas de' impiedad se mezclan a los
ojos del público.
15. Estas teorías audaces han sido raramente formuladas de m odo tan
decidido: Guthrie (Los sofistas, p. 244) sólo encuentra comparaciones entre Poli-
bio y el pensamiento alemán del siglo xvm. Al parecer estos dos testimonios no
tienen todavía la fuerza brutal de los comienzos.
16. Y los dos preparan a Voltaire...
17. Nomos und Physis, Herkunft und Bedeutung einer Antithese im grie-
chischen Denken des 5. Jahrhunderts, Basilea , / 1 ed.,.
1945 . , . .
18. Sobre Calicles ver más abajo, pp 159-164
19 «Bestial» es el epíteto normal de esta vida original anterior al agrupa-
miento de los hombres: la palabra se emplea . en una docena de textos de la épo-
ca que describen la vida de los orígenes; cf nuestro estudio «Thucydide et ridée,
de progrès , au Vesiècle» en los. Annales . de l'École normale supérieure de Pise,
1966 .
143-191 sobre todo en las pp 146-148
20 :Sólo defiende la sabiduría .. atribuida
: a la injusticia para aquellos que,
llegan al grado supremo en este terreno, sojuzgando a las ciudades y los pueblos
(cf. 348 d «Aquellos que al menos ! .») las faltas pequeñas no merecen atención
pero también
. puede ocurrir que no sirvan al interés de los culpables ¡porque
corren el riesgo de ser arrestados (ibid.: «si escapan...»).
21 Incluso la palabra «imperativos» empleada en ía traducción ya sugiere
demasiado
. {esta traducción adopta elementos de la C.U.F., y la modifica en
varios puntos).
, 22 La oposición entre un estado natural , . universal y una fabricación
humana . precaria se reencuentra en un fragmento relativo a la materia y a la for-
ma que opone la madera y la cama (DK B 15)
23 La idea de no lesionar a quien no nos j ha hecho nada es una de las defi-
niciones tradicionales de la justicia; pero sólo refleja el empleo transitivo del ver-
b o adikein
. («lesionar a alguien»);
. y Antifón
. uega aquí con los dos valores de este
verbo: .«lesionar a alguien» y «cometer una injusticia». ;
24 Ver más abajo, pp 185-186
25 Puede ser una simple designación de profesión o de notoriedad en
ciertos casos puede. incluso basarse en una apreciación sumaria relativa a las
doctrinas. ¡mantenidas. La fórmula «Antifón el sofista» figura ya en Los Memora-
bles de Jenofonte
26. Esta observación le vale incluso ser tratado por algunos , de .hombre .
«de izquierdas»!
27 Sobre el testimonio contrario de Jenofonte, ver más arriba pp 41-42
C a p ítu lo V

LOS PELIGROS DE LA TABLA RASA :


EL INMORALISMO

El hech o es que en Atenas, en el últim o cuarto del siglo


V a.C., hace su aparición una crisis grave en el curso de la
cual todos se creen autorizados a la crítica sofística para,
defender puntos de vista decididam ente inm oralizadores .
Los diversos autores contem poráneos , Eurípides, Tucídi-
des , Aristófanes y un p o c o más tarde Platón, aportan el tes-
tim onio indiscutible .
Es evidente que esta crisis no se debe a la sola influen-
cia de los sofistas y que pudieron haber influido en ella cir-
cunstancias m uy dispares.
En prim er lugar, estaba la guerra. Todos los años Ática
era invadida , y lo seguiría siendo hasta 421; más tarde, des-
pués de una tregua de varios años, se encontraría parcial-
mente ocupada . Todos los años había muertos. Esto ense-
ñaba a dudar de la j usticia divina y a observar, entre los
hom bres , el triunfo del más fuerte. Una guerra tan larga y
tan general no es nunca favorable al m antenimiento de los
valores . Tucídides lo describió muy bien: «La guerra [... ] es
una maestra de conductas violentas y m odela en la situa-
ción las pasiones de la mayoría» (III, 82, 2).
Pero la guerra en cuestión doblaba sus males, cuyos
efectos eran aún peores . Primero h u b o la peste c o n su
secuela de muertes rápidas y crueles. El p rop io Tucídides
señaló la influencia que tuvo sobre la m oralidad de los ciu-
dadanos : «De manera general, la enferm edad fue en la ciu-
dad el origen de un creciente desorden moral . Todos se
entregaban sin reparos a lo que antes sólo hacían a escon -
didas: se veían demasiados giros bruscos a causa de los cua-

140
les hom bres prósperos m orían de repente y hombres, ayer
sin recursos , heredaban inmediatamente sus bienes . La
gente necesitaba además satisfacciones rápidas , que les
procurasen placer, ya que tanto sus personas c o m o sus bie-
nes carecían de futuro a sus oj os. [... ] La satisfacción inm e-
diata, sea cual fuere su origen, y tod o cuanto pudiera c o n -
tribuir a ella ventaj osamente, pasó a reemplazar a lo bello
y a lo útil. Ni el tem or de Dios ni la ley de los hom bres los
amedrentaba» (II, 53) . Habría que ser de mala fe para
subestimar una explicación tan bien resaltada p or un c o n -
temporáneo .
Más tarde, pasada la peste, vinieron los horrores de las
guerras civiles. Primero tuvieron lugar fuera de Atenas, en
las ciudades cuya alianza o soberanía se disputaban Atenas
y Esparta, una de las cuales defendía a los demócratas y
otra a los oligarcas. Desde la primera parte de la guerra,
Tucídides destacó la influencia moral de este azote que,
más adelante, alcanzaría a la propia Atenas. Le dedicó
incluso un análisis largo y brillante que evocaba los males
inherentes a la naturaleza humana p ero que agravan la gue-
rra y la guerra civil : entonces se ven rechazados los valores
y las cualidades se convierten en defectos : «Una audacia
irreflexiva pasaba p or valiente devoción al partido , una pru-
dencia reservada p o r cobardía disfrazada , la sabiduría por
la máscara de la pusilanimidad , la inteligencia en todo por
una inercia total; los impulsos precipitados se tom aban por
una cualidad viril , y las deliberaciones circunspectas p or un
bonito pretexto de evasión .» Nada , entonces , puede refre-
nar las pasiones . «N o había ningún m edio de aplacam ien-
to , ni palabra segura , ni juram ento terrible ; siempre los
más fuertes , evaluando p or cálculo la incertidumbre de las
garantías , intentaban prevenirse antes de llegar a otorgar su
confianza» (III, 83, 2).
Todos estos análisis confirm an la magnitud de la crisis
m oral y el vínculo evidente que la unía a la guerra, con
todos sus aditamentos más crueles.
Hay que añadir además que en esta guerra Atenas
defendía su im perio, y que la propaganda de sus adversa-
rios no dej aba de explotar contra ella el carácter inj usto y
tiránico del d om in io que ej ercía en Grecia. Esta propagan-
da inspiraba simpatías incluso en la propia Grecia. M uchos
se habían escandalizado al ver que Atenas gastaba para sus

141
m onum entos el dinero de sus aliados; m uchos se indigna-
ban al ver la hum illación de estos aliados ; y, si creem os a
Tucídides , hasta los defensores del im perio , en Atenas, lo
defendían en nom bre de la seguridad , sin negar que era
indefendible desde el punto de vista de la justicia . En tod o
caso , su Pericles lo reconocía : «Ahora bien , ya n o podéis
desestimar a este im perio [ ...] : a partir de ahora constituye
en vuestras manos una tiranía cuya adquisición parece
injusta , pero el abandono, peligroso» (II, 63, 2). Los atenien-
ses del diálogo de Milo , en el libro V, o del debate de Cama-
rino , en el libro VI, tendrán fórmulas todavía más duras
para describir el poder basado nada más que en la fuerza.
Pero n o cabe duda de que una ciudad que llega a confesar
tales principios se convierte para cada individuo en un terri-
ble m odelo .
Tucídides observa, p or otra parte, el progreso que c o n o -
cieron en el curso de la guerra las am biciones individuales .
Un Alcibiades , co n los escándalos que m arcaron su vida, y
sus pasos sin escrúpulo de un bando al otro , justificados
con declaraciones cínicas , constituye un buen ej em plo: al
parecer, la am bición de Atenas liberaba las am biciones p ri-
vadas .
Este vínculo es confirm ado c o m o de pasada p o r Platón:
cuando encam a en la persona del am bicioso Calicles tod o
el inm oralism o de la época, le hace remitirse, al m ism o
tiem po que a esos seres sin leyes que son los animales, a la
guerra y a la conquista : «La naturaleza, le hace decir, nos
enseña p o r doquier, en los animales y en el h om b re, 1en las
ciudades y en las familias, que está bien así, que la m arca
de lo justo es el dom inio del p od eroso sobre el débil y su
superioridad admitida . ¿Con qué derecho, si no, vino Jerjes
a traer la guerra a Grecia, o su padre a los escitas? ; Y cuán-
tos casos parecidos se podrían citar! » ( Gorgias, 483 d-e). El
e jem plo de Atenas era uno de estos «casos parecidos».
La explicación de la crisis m oral p o r la guerra, p o r la
guerra civil y p or el im perialism o parece incluso tan evi-
dente que se podría m uy bien admitir que da cuenta del
p rop io pensamiento sofístico. Al llegar en el buen m om en -
to , cuando los viej os valores cedían progresivamente p or
todos los lados baj o la presión de la evolución social e inte-
lectual, los sofistas habrían sido además im pulsados p o r la

142
experiencia com ún , p or las frases que se difundían y por la
orientación de la opinión .
No debe descartarse esta idea: seguramente es fundada
en parte; porque una revolución intelectual co m o la que
lanzaron no se hace sin un profundo acuerdo con las cir-
cunstancias exteriores y las tendencias que éstas liberan.
N o obstante, hay que admitir también que su papel fue,
de hecho , determinante.
M uchos signos ayudan a percibirlo .
Está, para empezar, el simple h ech o de que los m ism os
coetáneos lo juzgaron así y lo dij eron c o n insistencia. Se ha
p o d id o constatar en Las nubes que fue en la escuela de los
nuevos maestros donde el hij o de Estrepsíades aprende a
justificar la in justicia . Evidentemente , esos hombres n o son
sólo nuestros sofistas , ya que Aristófanes les da a Sócrates
c o m o portavoz ; pero es un Sócrates maestro de retórica,
ateo y retorcido : es un Sócrates sofista. Esto sin contar que
los «dos discursos» , el fuerte y el débil, condu cen directa-
mente a Protágoras , y que se nom bra al propio Pródico . Si
el joven se ha vuelto impío , si desprecia las leyes y acaba
pegando a su padre , la culpa es de estos pensadores . Ade-
más , Aristófanes da a entender que su lengua je es muy
oscuro : desde luego , a sus o j os son filósofos de profesión ,
n o filósofos en el sentido platónico o aristotélico de la pala-
bra , sino intelectuales especializados . La obra muestra ,
incluso , c ó m o un hom bre m uy sencillo puede con cebir la
idea de confiarse a estos adeptos de una m editación en apa-
riencia más bien esotérica .
En cuando a Platón , todavía es más preciso. Se refiere
indefinidamente a los peligros m orales im plicados en la
enseñanza de la retórica o de una pretendida virtud políti-
ca . Echa la culpa a Protágoras, a Gorgias , a Trasímaco...
Discusiones entre filósofos , se dirá. Pero Platón no discute
c o n la misma obstinación que los otros filósofos , Heráclito
o D em ócrito , E m pédocles o Diógenes de Apolonia: está cla-
ro que reserva su crítica para quienes j uzga responsables de
la crisis de valores morales y del rechazo de toda trascen-
dencia .
Esta am pliación repentina, que nos hace pasar de un
puñado de especialistas a un am plio público, no debe sor-
prendernos porque estos especialistas eran también confe-
renciantes y hom bres duchos en debates públicos . Tucídi-

143
des, ya lo hem os dicho, presta a su Cleón un reproche reve-
lador cuando reprocha a los atenienses parecerse más a
espectadores venidos a escuchar a sofistas que a ciudada-
nos que deliberan sobre asuntos pú b licos (III, 38, 7). 2
En cualquier caso, los testimonios convergen: los acusa
a todos , a los filósofos cuando son vagos y a los sofistas
cuando son precisos.
Pero, incluso aparte de estos testim onios, hay un signo
que no puede engañar : es el m ism o ton o que adoptan todos
los autores n o filósofos — historiadores u hom bres de tea-
tro— para describir el m undo en crisis en el cual viven. En
efecto , este tono es el m ism o en todos ellos: en todos es abs-
tracto , teórico , dem asiado teórico ; p o r el vocabulario
empleado , las distinciones hechas, las m ism a alusiones, se
sitúa en la línea directa de las investigaciones filosóficas y
de las fórmulas célebres de los pensadores de m oda. Este
parentesco entre los textos y esta m ism a abstracción n o se
explicarían si se tratase de expresar una simple experiencia
concreta ; entre esta experiencia y la lección que de ella se
saca es preciso , pues, restablecer un eslabón; este eslabón
es la brusca revelación que ofrece un pensam iento articu-
lado y autorizado.
P or lo demás, es lo que sugiere siempre la historia de las
ideas : los sentimientos existen , latentes, dispuestos a afir-
marse , pero la creación de una palabra o la aparición de
una doctrina les da una form a y, al m ism o tiem po, una
fuerza mayor. Sin una cierta situación material y política ,
tal vez los pensadores n o sabrían e jercer una influencia
realmente extendida ; y a la inversa, sin los pensadores, la
situación no evolucionaría de m o d o tan claro o tan radical .
La historia pasa p or ellos , p or sus reflexiones , p o r sus fór-
mulas , p or el sentido o el relieve nuevo que prestan a las
palabras.
Esto no quiere decir, claro está, que la sociedad de la
época , al valerse de sus ideas, les fuera fiel. Lo que hacía
era utilizar su pensamiento según las conveniencias del
m om ento . Se adueñó de fórmulas oídas aquí y allá y de
tesis con ocidas p or su audacia. Sacó de ellas excusas, reglas
de acción , consecuencias prácticas. Los «filósofos» ofrecie-
ron desde entonces una coartada.
Puede decirse, pues, que la crisis m oral de entonces
debió m u ch o a los sofistas y a la utilización que hicieron de

144
sus tesis. Porque, en su preocupación p or la acción prácti-
ca , podían ofrecer m edios y argumentos a los am biciosos,
daba la im presión de que los habían servido deliberada-
mente , y el sentido m ism o de sus análisis fue entonces
viciado y falseado .3 No es ciertamente el ú n ico caso en la
historia en que se ha visto a pensadores falseados por quie-
nes les interceptaban el paso , y su pensam iento deform ado
p o r una opinión inform ada c o n precipitación y a la vez p ro-
fundamente absorta en lo cotidiano . Pero el e jem plo de los
sofistas es uno de los más notables .
Vale la pena, pues, tratar de captar en vivo có m o las
diversas críticas emitidas p or los sofistas en relación con
las ideas aceptadas fueron en conj unto recuperadas y
ampliadas fuera del círculo de los filósofos. Los testimonios
de los autores atenienses son , a este respecto, elocuentes e
indiscutibles . No sólo muestran la existencia de una crisis
en los diversos cam pos donde se ej ercía esta crítica de los
sofistas : muestran también, p o r la elección misma de sus
palabras y argumentos, todo lo que debía esta crisis a la
influencia directa de los sofistas y todo lo que fue m odifi-
ca d o y sim plificado su pensamiento en el curso de la aven-
tura.
Se puede constatar interrogando a los tres grandes auto-
res de la época: Aristófanes, Eurípides y Tucídides. Pero
tam bién deberem os hacer comparecer, al lado de estos
autores fam osos , a un personaj e d escon ocid o que no escri-
bió nada , pero cuyo tono audaz y su existencia misma fo r-
man un testim onio sensacional. Es el personaj e a quien Pla-
tón d io un papel tan grande en el Gorgias, cuando no es ni
un sofista , ni un filósofo, ni un político co n ocid o: Calicles.
Tiene, en efecto , todas las posibilidades de encam ar la fo r-
ma extrema y temible de este inm oralism o al que se lanza-
ban los jóvenes atenienses, embriagados p or la parte nega-
tiva del pensam iento de los sofistas.
En el público , en la opinión com ún , en los escritores no
filósofos , no se puede encontrar el eco de las críticas rela-
tivas a la ontología o a la verdad. E n cam bio, todo lo c o n -
cerniente a los dioses y a la j usticia acabaría desencade-
nando la tormenta .
Esta tormenta aparece hasta en los hechos . Porque en el
curso de estas últimas décadas del siglo V vem os multipli-

145
carse de repente las marcas de im piedad o incluso de ateís-
m o declarado.
Ya hem os indicado la existencia de los procesos de
impiedad : todas las miras estaban puestas en Anaxágoras,
en los amigos de Pericles y en otros , entre los que se cuen-
tan los filósofos . Es difícil elaborar una lista, ya que los tes-
tim onios son a veces sospechosos y siempre im precisos ;p
ero una obra reciente enumera d iecioch o nom bres de per-
sonas implicadas , entre ellas nueve de nuestra ép oca .4
R ecordem os, en cualquier caso, que la definición de im pie-
dad dada al principio de la guerra, consideraba claramente
a los pensadores «que enseñaban doctrinas relativas a las
cosas celestes» .5Aún en los umbrales del siglo iv, si el p ro -
ceso de Sócrates no era un proceso de im piedad, es un
hech o que la negativa a aceptar los dioses de la ciudad figu-
raba de manera m uy inj usta pero m uy reveladora en el
núm ero de quejas.
La inquietud reinaba , pues, de manera manifiesta, y se
dirigía de buen grado hacia las doctrinas de los pensadores :
el «filósofo» em pieza entonces a teñirse, c o m o en nuestro
siglo xvni , c o n un matiz de librepensamiento . Y es un
hech o que Platón , en la Apología, al hablar de los reproches
dirigidos a «los que hacen filosofía» , adjunta inmediata-
mente la acusación de n o creer en los dioses (23 d).
Pero esta inquietud y estos procesos n o eran sino la res-
puesta ciega e irregular con la cual Atenas reaccionaba a
signos reales que se iban multiplicando .
Se produ j eron en la época varios escándalos graves.
Fueron los más célebres la m utilación de Hermes y la p aro-
dia de los Misterios , dos flagrantes marcas de im piedad , de
las que una descubrió a la otra y que tuvieron lugar justo
en el m om ento en que se preparaba la expedición a Sicilia
en 415 . Bustos de los dioses mutilados p o r toda la ciudad ,
misterios simulados en una casa particular, ¡eso era dem a-
siado ! Com o el acusado fue Alcibiades , esta dob le profana-
ción tuvo graves consecuencias políticas ; se la c o n o c e por
esta razón y también porque se conserva la defensa de uno
de los hom bres im plicados en el asunto , Andocides ; pero
hay que decir que la im piedad aquí estaba anunciada , era
casi combativa . Otro caso del m ism o género , que hizo
menos ruido pero que aun así aparece en ciertos textos lite-
rarios (entre ellos en Las ranas y La asamblea de las muje-

146
res de Aristófanes), fue aquel en que fueron atacadas las
estatuas de Hécate: un suj eto llamado Cinesias fue el res-
ponsable . En este últim o caso, se trata claramente de pro-
v oca ción más que de ateísmo.
Probablemente en la m ism a época hubo también un
hom bre del cual no sabemos gran cosa pero que se hizo
célebre p or su impiedad: Diágoras de Milo, apodado «el
ateo» .6 Se le atribuyen diversos actos de impiedad, en par-
ticular contra los misterios de Eleusis; fue solemnemente
condenado . Se dij o que j ustificó su negativa a creer en los
dioses basándose en los silencios de la j usticia divina (lo
cual hace pensar en Trasímaco). Su im piedad era, al pare-
cer, tan con ocida, que se podía j ugar a decir «Sócrates el
m ilense» para significar «Sócrates el ateo»: es lo que hace
Aristófanes en Las nubes y es la explicación que dan los
escoliásticos .
De hecho , la tradición ha recogido, al lado de los p roce-
sos de impiedad , las listas de ateos; la obra evocada más
arriba a propósito de estos procesos m enciona catorce
nom bres , de los cuales och o son de nuestra época, entre
ellos Protágoras , P ródico y Critias. Así pues, nuestros sofis-
tas pueden haber parecido ligados a este auge del ateísmo
y verse confundidos con los ateos. Pero Cicerón precisa
m uy justamente que el agnosticism o de Protágoras debe
distinguirse del ateísmo , y com para a nuestro sofista con
dos ateos recon ocidos , uno de los cuales es el tal Diágoras,
al que acabam os de aludir , y el otro T eodoro de Cirene : 7 la
indicación figura tres veces en el De natura deorum. Pero el
tumulto provocad or que evoca el nom bre de Diágoras es
m uy diferente de los análisis lúcidos y rigurosos que halla-
m os en los sofistas . Más allá de sus análisis, co n más fuer-
za y brutalidad , el incendio de cuya p rovocación son tal vez
los responsables , se extiende p or todas partes. N o es de
extrañar, p o r consiguiente , que en el siglo IV el fenóm eno
del ateísmo hubiese adquirido la im portancia suficiente
para que Platón , en Las leyes (en 908 b-e), distinguiera en
él varias formas de gravedad desigual . En la ép oca de Peri-
cles nadie habría soñado con hacerlo .
Estos hechos bastan para mostrar el brusco increm ento
de la irreligión en el curso de la guerra del Peloponeso, es
decir, en la época de nuestros sofistas. N o bastarían, sin
em bargo , para afirmar que se debía a su influencia, y las

147
escasas referencias que invitan a vincular los dos temas no
son decisivas . En cam bio , tod o varía si en vez de consultar
estos datos materiales que m arcan las fases del fenóm eno ,
m iramos los textos en los cuales revive y cuyo testim onio
permite profundizar en el análisis.

Los textos literarios, que no son ni sospechosos ni am bi-


guos, ilustran de m o d o m u ch o más claro este progreso del
ateísmo y su vínculo directo c o n las filosofías nuevas.
En Las nubes de Aristófanes, el desprecio p or los dioses
aparece p o r primera vez . Las nubes , dice Sócrates , son las
únicas divinidades . ¿Y Zeus? , pregunta Estrepsíades . ¿Qué
Zeus? ¡Ni siquiera existe Zeus ! (366-367) . Y en seguida
Estrepsíades transmite la enseñanza a su hi jo , que acaba de
nom brar a Zeus: «¡Ah! ¡El Zeus Olímpico ! ¡Qué locura , creer
en Zeus a tu edad !» (818-819) . Estos sentimientos , según
Estrepsíades , son «arcaicos» , y explica largo y tendido que
tod o esto ha pasado de m oda ... De hecho , al invocar al Tor-
bellino c o m o una divinidad que hubiera reem plazado a
Zeus , Estrepsíades (c o m o Sócrates antes que él) está más
cerca de los filósofos c o m o E m pédocles o Diógenes de Apo-
lonia que de los sofistas . Igualmente , la sustitución de Zeus
p o r las Nubes corresponde a una experiencia de la fam osa
ciencia de las cosas celestes . Pero , de todos m odos , se tra-
ta de pensadores , de sabios ; sólo falta que la irreligión sea
presentada c o m o de origen filosófico . Y lo que es más , Aris-
tófanes insiste , repite y reitera sus denuncias contra esta
irreligión . C om o una bonita réplica , cuando el j oven ha
sido iniciado en estas ideas nuevas y em pieza a rebatir a su
padre , le recordará, a título de excusa , los principios del
com ienzo : «¡Ah ! ¿El Zeus de mis padres? ¡Qué arcaico eres!
Zeus no existe» (1469-1470) . Este Zeus que era el fiador de
las virtudes (y en el cual Estrepsíades, m olesto p o r ser reba-
tido de este m od o , ya empieza a creer de nuevo) ya n o es
para los pensadores, tal c o m o los pinta Aristófanes, sino un
e j em plo y un precedente a citar en defensa prop ia cuando
uno es sorprendido en flagrante delito de adulterio (1079
y ss .).8 .
La irreligión es denunciada c o n brillante insistencia, y
se la asocia , en todos los aspectos, c o n teorías de filósofos
y costum bres de retóricos, es decir, de sofistas. Además, el

148
ton o perentorio de cada uno, que se hace más evidente por
la repetición , adquiere un pequeño aire profesoral muy
característico . La gente sencilla cree espontáneamente en
Zeus : se requieren los filósofos para enseñarles que se tra-
ta de una m oda prescrita .
Pero este ateísmo militante , aplicado a la vida práctica,
da p o r sentado que uno cam bia de creencias tan fácilm en-
te c o m o de m oda o de m oneda y parece una caricatura muy
deform ada de los análisis espistem ológicos o antropológi-
co s de los verdaderos sofistas. Se niega a Zeus; ni siquiera
se sabe quién es; se valen de ello para obrar a su m odo, sin
respetar nada. Las reflexiones de los sabios, flotando en
últim o plano , se perfilan c o m o una form a enteramente dis-
frazada .
¿Es porque se trata de una com edia? jDe ningún m od o !
Eurípides y Tucídides muestran el m ism o progreso de la
irreligión ; le prestan la misma tonalidad intelectual; le dela-
tan el m ism o ca m b io de sonido y de registro.
Eurípides habla a m enudo de los dioses; sus personaj es
dicen algunas cosas a propósito de ellos, pero la orienta-
ció n crítica es reveladora.
Con frecuencia , su actitud consiste solamente en con ti-
nuar el m ovim iento de depuración de la religión que se
había insinuado antes que él, y en dar a las creencias una
m ayor interioridad : esto no excluye en nada, sino más bien
al contrario , una disposición de «acogida» en relación co n
lo divino .9 No se puede, en este caso, hablar de ateísmo y
ni siquiera de impiedad ,
Esto n o em pece que sus reservas sobre la mitología,
para ser legítimas, sean las de un espíritu esclarecido que
se tom a ciertas libertades en relación c o n las tradiciones
religiosas. Sus personaj es se niegan a creer las leyendas que
les escandalizan (en Ion, 435-451, en Heracles, 1341 y ss.,
en Iftgenia en TáuHde, 391). L o que es más, su religión toma
a veces un giro singularmente filosófico . El e j em plo más
célebre es la ora ción de Las troyanas (884 y ss.): «Oh, tú que
sostienes la Tierra y eres sostenido p or ella, seas lo que
seas , esencia impenetrable, Zeus, ley inflexible de las cosas
o inteligencia del hom bre , yo te ven ero . »10 A veces es una
duda sobre la naturaleza de los dioses . Se habla de los d io -
ses «representen lo que representen estos dioses» ( Orestes,
418). Y esta duda ya es m ucho. En una obra perdida, un

149
verso expresaba graves reservas a p rop ósito de Zeus : «Zeus,
quienquiera que sea , pues sólo sé lo que dicen de él. » La
fórm ula , cuyo ton o es m uy p arecido al de Protágoras, debió
de escandalizar. Se cuenta que el autor, corrigiendo el ver-
so, lo reem plazó p or una afirm ación irrefutable: «Zeus,
¡com o m e lo dice la verdad !» Otro verso aislado es quizá
todavía más próxim o a Protágoras: se trata del fragm ento
795 que , repitiendo tres veces la palabra «saber», se alza
contra la loca pretensión de quien «se j acte de saber algo
sobre los dioses».
Estos impulsos, estos apartados audaces, estos ecos ,
expresan bastante bien hasta qué punto estaba Eurípides
im bu ido del espíritu nuevo . Pero sobre to d o su teatro ha
de jado de creer en la justicia de los dioses. Y esto es para
la fe la más temible de las dificultades . Otro texto, de un
ton o asim ism o muy filosófico , lo dice abiertamente (en
Helena, 1137-1143): «En cuanto a si esto es dios, n o es dios
o es intermediario , ¿qué mortal pretenderá saberlo al final
de sus largas pesquisas cuando ve a los dioses dirigirse en
un sentido, y después en otro, y cam biar otra vez c o n sobre-
saltos contradictorios y golpes de destino inesperados?»
En todo esto progresa la duda, las reservas se multipli-
can , y en un ton o siempre doctrinal que remite a los filó-
sofos . Hay ocasiones en que se encuentra incluso una idea
digna de P ródico y del Sísifo, pues en Ifigenia en Táuñde se
sugiere que hom bres crueles prestan a los dioses sus p r o -
pias tendencias . En cuanto al m ism o Sísifo, si es cierto que
es de Eurípides , ¡qué testim onio! Se ha citado p or su carác-
ter radical : iy esta perorata habría sido pronunciada en el
teatro , en pleno cora zón de Atenas! Hay m om entos en que
to d o oscila de repente, y un personaj e exclama, en un frag-
m ento de una tragedia perdida, el Belerofonte: «¡ Se dice que
hay dioses en el cielo: n o los hay! ¡ No los hay! » Estas decla-
raciones de im piedad en una obra representada pública-
mente, a expensas de la ciudad, im plican una difusión cre-
ciente del librepensamiento .
Estos hechos explican la reputación que tuvo pronto
Eurípides de n o creer en los dioses y de sembrar la im pie-
dad mediante sus obras . En Las tesmoforias de Aristófanes,
una m u jer se lamenta de haber sido arruinada p o r Eurípi-
des, porque vivía de las coronas que ella trenzaba y Eurípi-
des «con ven ció a la gente de que no había dioses» (451). En

150
Las ranas, el m ism o Aristófanes prestará a Eurípides una
plegaria a dioses «diferentes de los otros» (889) ¡y le hará
invocar al éter,1' la volubilidad de la lengua, la inteligencia
y las ventanas de la nariz!... Este Éter y esta Lengua eran
las mismas divinidades adoradas p or el Sócrates en Las
nubes. Uno se pierde entre estas burlas donde lo có m ico
cuenta más que la exactitud doctrinal: es para incitar a mas
risa , sin duda ... Pero hay algo seguro: que a los oj os del
pú b lico todas estas novedades filosóficas eran otros tantos
atentados a las creencias tradicionales .12
Atentados graves: en estos j uegos có m ico s se percibe
c o m o un anticipo del proceso de Sócrates. Y el hecho es
que todos estos testim onios sacados de Eurípides revelan
m uy bien c o n qué facilidad se salía del simple agnosticis-
m o filosófico. También en ciertas observaciones aisladas,
c o m o las del Belerofonte, o en resúmenes apresurados co m o
el j u icio sobre Eurípides en Las tesm ofoúas («H izo admitir
a la gente que no había dioses») se percibe una negación
m u ch o más audaz y más com prom etida que en los análisis
de los sofistas . Si el extracto de Sísifo es de Eurípides, c o n -
firm a lo que los otros pasaj es muestran claramente, a saber,
que al difundirse entre el público , la duda religiosa se libe-
raba y tom aba un ton o muy distinto, haciendo que pasara
m uy rápido a la reflexión crítica lo que a partir de enton-
ces se convertía en una rebeldía abierta .
N o se encuentra una cosecha tan variada en Tucídides;
pero lo p o c o que se encuentra es p or lo m enos igualmente
revelador. Ya es un signo que abunda m uy p o co, porque en
lo sucesivo la historia se desarrolla entre hombres, sin que
jam ás intervengan los dioses . Nada de oráculos co m o en
H erodoto : se hacen variar al capricho de los acontecim ien-
tos. Tucídides lo dice muy bien a prop ósito de los oráculos
sobre la peste y variantes entre «la peste» y «el hambre» (Π,
54) . Ningún tem or de los dioses, p o r lo m enos en la m ayo-
ría: si Tucídides habla de él, es casi siempre para señalar
que está desapareciendo. Pero sobre todo, la única vez que
sus personaj es se lanzan a un análisis sistemático relativo
al orden del universo y a la justicia divina, se expresan de
un m o d o asombrosamente próxim o al agnosticism o de
ciertos sofistas , y también a las ideas sobre el derecho del
más fuerte , tan extendidas en algunos otros; en el diálogo
de Mélos , en efecto , los representantes de la pequeña isla

151
esperan ser salvados p or los dioses porque representan a un
pueblo piadoso am enazado p or una agresión injusta ; pero
los atenienses responden que la a cción de conquista
emprendida p o r su ciudad no se aparta en nada de lo que
piensan los hom bres sobre lo divino o quieren en sus rela-
ciones recíprocas : «Estimamos , en efecto , que tanto del
lado divino c o m o del hum ano (en cuanto al prim ero , es una
opinión , y en cuanto al segundo , una certidum bre) una ley
de la naturaleza hace que el más fuerte siempre dom ine»
(V , 105, 2). Todo está en este texto : la incertidumbre relati-
va a los dioses , que sólo se co n o c e p or «la opin ión » , la idea
de que esta opinión sobre los dioses se inspira en los hábi-
tos humanos , y p o r últim o el triunfo de los fuertes , ratifi-
ca d o p o r la «naturaleza» . Es fácil ver que seme jante len-
gua je no conviene en absoluto a delegados nacionales que
arreglan un litigio político , que es dem asiado abstracto ,
dem asiado preciso y dem asiado con form e al lengua je de los
filósofos para no ser su refle jo ; este refle j o lo ofrece el his-
toriador en un pasa je donde el análisis se lleva más lej os
que en ningún otro lugar.
Esta vez , sin embargo, no se puede notar en los m ism os
términos esta agravación que parecía existir p or lo demás
entre el lengua je de los filósofos y el de la literatura. Pero
la com paración n o es m enos reveladora porque la diferen-
cia , aunque no esté en los términos, existe: depende de las
circunstancias ; depende del contexto; depende de la inten-
ción. En efecto, aquí ya no se trata de reflexiones teóricas
sobre nuestro con ocim ien to o desconocim iento de los d io -
ses: se trata de excusas esgrimidas en plena acción p or c o n -
quistadores sin escrúpulos. El escepticism o en t o m o a la
j usticia divina ha abierto la puerta a la violencia y al am o-
r f i s m o. Con ello este texto tan p róxim o a los sofistas ilus-
tra m ej or que ningún otro c ó m o un pensam iento filosófico
puede, cuando se manifiesta en términos de acción, ca m -
biar de sentido y de alcance. Si aquí hem os puesto en guar-
dia contra la costum bre de declarar que los sofistas estaban
«a favor» o «en contra» de tal o cual principio, es evidente
que la gente im plicada —los conquistadores, los a m b icio-
sos , los codiciosos , pero también los hom bres en general,
ansiosos de sobrevivir— es m ovida p o r los deseos que la
obligan a estar «a favor» o «en contra».
La yuxtaposición de los testimonios permite , pues , dis-

152
cernir c o n toda claridad una aventura bien precisa: los
sofistas habían sembrado las ideas en las cuales cada uno
encontraba una coartada o un argumento al servicio de
conductas prácticas. Habían dado las palabras, habían
abierto la brecha ... para ser finalmente dej ados m uy atrás
p or los que se precipitaban. El ca m b io de registro o ca sio-
naba un endurecim iento que nada podía detener.
Esto era tanto más grave cuanto que las creencias reli-
giosas eran, a priori, la única garantía verdadera de la j u s-
ticia.

H em os visto, no obstante, que la crítica de laj usticia entre


los sofistas pasaba p o r el rodeo de una distinción capital
entre la naturaleza y la ley: p or una característica sorpren-
dente y reveladora del papel de los filósofos, esta distinción
totalmente abstracta se extiende c o m o un reguero de polvo
p o r todos los textos de la época , incluso los menos filosó-
ficos .
N o es éste el lugar para seguir la m oda : los ej emplos han
sido agrupados y com entados por otros; y uno de los signos
de esta m oda es precisamente el núm ero de casos en que se
com paran las dos palabras sin m ucha razón por una espe-
cie de m oda estilística .
De hecho , la op osición entre la ley y la naturaleza no
siempre se utiliza para depreciar la ley. Pero constituye un
soberbio instrumento para quienes quieren hacerlo, y, efec-
tivamente , surge de manera constante en nuestros textos, al
servicio de los revoltosos .
El hij o de Estrepsíades, en Las nubes, n o llega a tanto,
pero tiene gran cuidado de recordar el carácter arbitrario
de las leyes que definen lo j usto. Selón es un hom bre que
ha dich o que no se debe pegar al p rop io padre; ¡otro h o m -
bre podrá decir lo contrario! Y contra las leyes que son
puramente convencionales evoca el uso natural de los
gallos y otros animales . El argumento proviene directa-
mente de los hábitos sofísticos , de los cuales es la caricatu-
ra. Es más , la idea vuelve a encontrarse b a j o una form a
equivalente en Las aves , donde se recuerda que pegar a su
padre está muy bien entre los pá jaros , mientras que entre
los hom bres sería «vergonzoso a los o jos de la ley» (755-
759; 1345-1348). Las variaciones de la ley, opuestas al orden

153
n a tu ra l, son la c o a rta d a facilitada p o r la ley a los m alos
sujeto s . E n estas excu sas reconocem os tem as de m oda,
co m o lo sería hoy u n a explicación estereo tip ad a en n o m b re
de lo s «complejos» .
D esde entonces, el conflicto entre la ley y la n atu ra le z a
p ro p o rc io n a sus co n sig n as a las dos elecciones c o n tra ria s
en m a te r ia de m oral: el d isc u rso inju sto de Las nubes e stá
m u y orgulloso de o p o n erse a las leyes (1040) y aconseja al
h o m b re joven: «Sigue la naturaleza» (1078).
E l m ism o co n tra ste se e n c u e n tra en Tucídides y E u ríp i-
des , y la o posición e n tre am b o s térm in o s sirve a los dos
p a r a d e s crib ir el a n ta g o n is m o entre los deseos y el bien. E n
u n o , este co n tra ste exp re sa u n a con statació n desengañada;
en el o tro, o en sus p erso n ajes, expresa con frecuencia u n a
ju stific ac ió n m ás o m e n o s d escarad a.
S ólo en el libro III de Tucídides vem os p rim ero el d is-
c u rso de Diodoto, q u e rec o m ie n d a indulgencia h acia los
sublev ad o s de M itilene, p o r la ra z ó n de que no se p ued en
e v itar las faltas: «La naturaleza quiere que todos, p a rtic u la -
res y E stad o s, c o m eta n faltas, y no existe ley que lo im p i-
da»; así pues, m ás vale no h acerse ilusiones: «En sum a, es
im p o sib le —y m uy in g e nu o quien se lo im agina— que la
naturaleza h u m an a , c u a n d o tiende ard ie n tem en te h acia
u n a acción , sea d esv ia da p o r la fuerza de las leyes o p o r
c u a lq u ie r o tra am enaza» (III, 45, 3 y 7). Después, he a qu í
el a n á lis is sobre los d esó rd e n es que a c o m p a ñ a n a las gue-
rra s civiles. Tucídides h ab la de m ales «que siem pre se p ro -
d u c irá n m ien tras la naturaleza h u m a n a sea la misma»;
esto s m ales se deb en a que ya no se re sp eta n las leyes: los
g ru p o s p olíticos d eja n de « resp etar las leyes vigentes d irigi-
das a la utilid ad, p a r a violarlas al capricho de la am bición»
(III , 82, 2 y 6). P o r fin un últim o p árrafo de este análisis,p
á r ra fo cuya a u te n tic id a d h a sido discutida , p ero que no h
a c e m ás q ue a b u n d a r en el conjunto , p recisa que la c iu -
dad fue tra s to rn a d a p o r esta crisis: «Y la naturaleza h u m a -
na , v ictorio sa sobre las leyes, en vez de co n ten tarse con
d esob edecerlas , p arece com placerse en d a r a conocer su
victoria» (III , 84 , 2).
Y he a q u í a E u ríp id es, e n quien la oposición se e n cu e n -
tr a u n poco p o r doquier, con valores diversos, p ero p ro p o r-
c io n a n d o a veces im p re sio n a n te s reivindicaciones: «Por mi
p a rte , dice uno , d eclaro que, en u na situació n crítica , no se
154
debe re sp eta r la ley a n te s q ue la necesidad. » «Tengo juicio ,
dice otro , p ero la naturaleza me violenta»; y p or últim o,a
gru p a n d o las dos p alab ras: «La naturaleza lo quería, y ella
no se p reo cu p a p a ra n a d a de las leyes» (se tra ta de los frag -
m entos 433 , 840 y 920) .
Sem ejantes textos m u e stra n b astan te bien la resonancia
de lo que h ab ía sido —P latón lo dice expresam ente— la gran
idea del sofista H ipias, a d o p tad a p o r varios sofistas. La idea
en tró en el lenguaje corriente , en la m oral corriente.
Sin em bargo, c a m b ió sú b itam en te , tan to de sentid o
com o de registro .
Ls oposición e n tre la ley y la n atu rale za , que e ra u n in s-
tru m e n to intelectual al servicio del análisis teórico , se c o n -
virtió , en los ú ltim o s textos citados, en u n a rm a del a m o -
ral ismo.
Decir que las leyes son u n a c u e rd o 14 opuesto a la n a tu -
raleza , puede im p licar la idea de un pacto útil, sano, p rove-
choso: en nuestros textos literarios sólo se ve la rebeldía; si
se tra ta de acuerdos, sólo se ve la facilidad de rechazarlos.
P or o tra parte , si lo m iram o s más de cerca, nos d am os
c u en ta en seguida de que, si esta oposición ha cam biado así
de función , h a sido c a m b ia n d o p rim ero de n atu raleza.
En efecto, ¿de q u é n atu raleza se tra ta en todos estos tex-
tos no filosóficos? Salvo en la arg u m en tac ió n c a ric atu resca
del joven Feidípides, ya no es la n atu ra le z a c o n tem p la d a
p o r los sofistas: é sta e ra de u n o rd en abstracto, universal,
q ue ab a rcab a todo lo que existe; los conflictos q ue la o p o -
n ía n al o rd en h u m a n o era n p u ram en te teóricos . Pero aquí,
¿de qué se habla? Casi siem pre de la n atu rale za h u m an a ,
de la n uestra; los conflictos a los q ue d a motivo son c o n -
flictos psicológicos, en tre tendencias, deseos e intereses; se
d esarro lla n en noso tro s; deciden n uestro s actos. O bedece-
m os o no a esta « naturaleza»; ella nos sirve, u n a vez m ás,
de excusa .
Bajo la capa de las m ism as nociones y las m ism as p a la -
b ras , jam ás el d eslizam ien to h a sido ta n acen tu ad o, ni tan
perceptible .

E ste sim ple hecho y a sugiere que la crítica de la ju sticia


en c o n tra rá en estos textos u n eco p a rtic u la rm e n te claro:
tod o el resto , los dioses , la n atu raleza , la ley y la m ism a ver-
155
dad, son otros tantos cam inos que llevan al problem a cen -
tral: el de la j usticia.
La j usticia era la regla de oro de la m oral griega. Ahora
bien , los textos citados muestran bastante bien que sufría,
en los hechos, una crisis; que n o sólo se actuaba cada vez
más co n desprecio de esta j usticia, sino que en las j ustifi-
caciones que los interesados daban de su conducta, se apo-
yaban sin escrúpulos en las ideas recientemente puestas de
m oda .
Por lo demás, un detalle basta para probarlo: al com ien -
zo de La república, Glauco declara haber o íd o ya la crítica
de la j usticia, tal c o m o se acaba de legislar, «hecha p or Tra-
sím aco y p o r miles de otros hom bres» (358 c).
N o m encionarem os aquí ni todos los testim onios de
tales conductas , ni todos los argumentos que puedan refle-
jar la influencia de las doctrinas sofísticas : sólo a quienes ,
en Tucídides o en Eurípides, se prestan a com paraciones
reveladoras.
, Primero Tucídides parte evidentemente del prin cipio de
que la fuerza es determinante y el derecho raramente escu-
chado . Sin duda conviene él m ism o en ello , ya que las expli-
caciones históricas que da se basan , casi sin excepción, en
el interés , en el temor, en el deseo de seguridad , en el deseo
de poder , ¿Y c ó m o sorprenderse de esto? Trata de la guerra
y de las relaciones entre las ciudades, un terreno donde la
justicia y la ley no tenían lugar salvo ba jo la form a bastan-
te imprecisa de cierto derecho de gentes. Las relaciones
exteriores son dom inadas p or la fuerza más que p o r el dere-
cho . En realidad, se encuentran en él, a prop ósito de los
Estados , fórmulas m uy fuertes y sorprendentes. En general,
sirven de excusa al im perialism o ateniense .
Es, p or otra parte , una característica notable ver a
emba jadores ofrecer excusas tan filosóficas. Nunca preten-
den que sus intenciones fuesen puras , o que hayan sido
provocados , o cualquier otra j ustificación c o m o las que se
encuentran en todas las épocas . No. Se refieren al orden del
m undo y a la relación norm al existente entre la fuerza y el
derecho . Helos aquí, p o r ej em plo, explicándose en la asam-
blea de Esparta en el libro I: «Es así que nosotros tam poco
hem os hecho nada extraordinario, ni que se aparte de los
m odos de actuar humanos, ya sea aceptando un im perio
cuando se nos ofrecía , ya sea no dej ando que nos lo quita-

156
sen cuando mandaban las razones más fuertes: honor,
tem or e interés ; c o n esto , no éramos los primeros en
desempeñar este papel , siempre ha sido un hecho estable-
cid o que el más débil es tenido a raya por el más p od ero-
so» (76 , 2). Estos delegados hablan incluso en el párrafo
siguiente de las razones de justicia, «que nunca, ante una
oca sión de adquirir algo p or la fuerza , han prevalecido para
evitar que alguien se engrandezca» ; pronto reclaman ala-
banzas porque «aun siguiendo la naturaleza humana, que
les hace dom inar al p ró j im o», jhan sido más j ustos de lo
que requería su poder ! La doctrina es absoluta, perentoria,
cínica . En su presentación, es abstracta y universal. En
general, adopta el aire de una filosofía de la acción.
Se im pone la com paración c o n Trasímaco, que también
revela diferencias características.
Trasímaco decía, c o m o algo evidente, que «los hombres
no practican la j usticia»: la idea de un universo com pleta-
mente regido p o r relaciones de fuerzas es una exageración
flagrante , y el hecho de j ustificar una a cción práctica le
presta un alcance temible .
Es verdad que en ciertos aspectos estamos bastante
p o c o enterados de las cuestiones planteadas p o r Trasímaco .
Se ocupaba de lo que era justo en las ciudades ; buscaba el
origen ; lo encontraba en las reglas promulgadas , en cada
caso , p or el gobierno en el poder, es decir , p or los más fuer-
tes : los atenienses de Tucídides se contentan con los
hechos ; se inquietan p o r saber en qué casos prácticos se tie-
ne en cuenta la justicia. Ellos observan simplemente que
estos casos son bastante raros . «Vosotros sabéis c o m o n o so -
tros — dicen— que si el derecho interviene en las aprecia-
ciones humanas para inspirar un ju icio cuando las presio-
nes se equilibran , lo posible regula, en com pensación , la
a cción de los más fuertes y la aceptación de los débiles»
(V, 89).
Pero si la descripción se limita a la obj etividad con cre-
ta, presenta en ca m b io un carácter universal que no dej a
nada fuera. Prueba de ello es que los adversarios de Atenas
lo admiten , si se tercia, c o m o este siracusano que declara:
«P or lo demás, entre los atenienses estas am biciones y estos
cálculos son bien disculpables; n o culpo a quienes desean
dominar, sino a quienes están dem asiado dispuestos a o b e -
decer ; porque la naturaleza del hom bre es tal, que siempre

157
dom ina cuando cede y se protege cuando lo atacan» (IV, 61,
5). Los com portam ientos humanos obedecen, p o r acciones
y reacciones, a fuerzas que ninguna de las cuales, al pare-
cer, depende de la justicia.
Hay que añadir «al parecer» , porque en la obra de Tucí-
dides hay casos en que los hom bres se vinculan c o n m ucha
fuerza a la j usticia; hay incluso la sugerencia de que a la
larga esta j usticia podría, reagrupando las simpatías, con s-
tituir la actitud más ventaj osa. 15Pero las palabras que pone
en b o ca de sus atenienses demuestran c o n claridad que la
lección de los sofistas, aplicada al terreno de la a cción prác-
tica, causaba terribles estragos.
Es evidente que los individuos aplicaban las mismas
máximas ; el alcance de las am biciones privadas ofrece la
prueba de ello . Ya hem os citado a Alcibiades y sus desór-
denes : el defecto que más llamaba la atención en él y que
suscitó una inquieta hostilidad hacia su persona fue, según
Tucídides , su manera de rechazar las reglas y las leyes: su
paranomía', el historiador lo dice en VI, 15, 4 y lo repite en
VI , 28, 2, declarando de los adversarios de Alcibiades (que
son a su vez am biciosos y celosos) : « c o m o últim o argu-
mento , alegaban el desprecio de la ley que m arcaba de fo r -
ma p o c o dem ocrática toda su conducta» .
Esta imagen del am bicioso sin escrúpulos , que se insi-
núa en Tucídides, con du ce directamente a Eurípides.
Si bien no se encuentran en su teatro fórm ulas tan sis-
temáticas c o m o las de Tucídides o sus embaj adores, ha pre-
sentado , en cam bio, personaj es dispuestos a j actarse de su
desprecio p or las leyes, em pezando p o r su cíclope, que en
una obra probablem ente antigua, ya exclamaba, entre otras
blasfemias : «En cuanto a los que han establecido leyes para
engalanar la vida humana, ¡que les cuelguen! » En ton o más
serio , también llegó, por lo m enos una vez, a hacer lanzar
a un persona j e una reivindicación apasionada a favor de
esta in justicia. Por una coincid encia característica, es de
nuevo en el caso de la conquista del poder; pero esta vez se
trata de un príncipe : se trata de Eteocles, uno de los dos
hi jos de Edipo, que no vacila en luchar contra su herm ano
y asolar su patria a fin de quedarse él solo c o n la herencia
paterna . Haría cualquier cosa, dice, para tener «la m ayor
soberanía de todas las divinidades» y este «m ayor» incluye
a la in justicia , confesada y asumida: «Porque , si hay que

158
violar la j usticia, debe hacerse p o r la soberanía; la piedad
debe aplicarse al resto» {Las fenicias, 524-525).
¿Se puede ir más le j os? ¿Puede decirse algo peor, o con
más cinism o?
Eteocles es un am bicioso , un hom bre sin escrúpulos. Es
posible que en ca m e a esos otros am biciosos sin escrúpulos
que sembraban la guerra civil en Atenas . En cualquier caso,
¡ hace filosofía , ni teoría ! Sus declaraciones no se basan
no
siquiera en un pensam iento coherente , porque reclama una
excepción para la adquisición del poder ; pero, si fuera posi-
ble seme jante excepción, ¿no sería abrir la puerta a todas
las excepciones? A Eteocles le tiene sin cuidado : ve el o bj e -
tivo que quiere alcanzar y ha oíd o a gente criticar a la j u s-
ticia, liberarse de ella. {De ahí su audacia!
De hecho , Eteocles es un admirable testigo de la crisis
m oral que atravesaba Atenas, y de la costum bre adoptada
p or los atenienses de no hacer nada sin acusar a la justicia ,
al poder , a la igualdad y a otros con ceptos generales . Pero
el vínculo c o n los sofistas podría parecer cobarde , y este
gran am bicioso podría , a este respecto , parecer d ecep cio-
nante si no tuviera un terrible gem elo en la persona de este
descon ocid o a quien sólo co n o c e n Platón y Calicles . Cáll-
eles form a el vínculo entre las dos series de testimonios :
entre los análisis filosóficos transmitidos ba jo el nom bre de
los sofistas y las protestas de am oralism o que se encuen-
tran desperdigadas p or las obras de la época . El lenguaj e de
Calicles los j unta en un todo.

Y finalmente, ¿quién es ese tal Calicles?


Sólo lo con ocem os p or el Gorgias de Platón. Pero Platón
no nos lo presenta , no dice nada de él, sólo que Gorgias es
su huésped . N o obstante, tiene un papel muy importante en
el diálogo . Esto se ve materialmente: Sócrates discute co n
Gorgias durante d oce páginas de la num eración tradicio-
nal; después discute c o n Polo , joven y ferviente admirador
de Gorgias , durante veinte páginas; y, bruscamente, Calicles
tom a la palabra y se convierte en el único interlocutor a lo
largo de cuarenta y cin co páginas. Pero la extensión mate-
rial n o es todo: el diálogo c o n Gorgias sólo había plantea-
do el problem a de la retórica, el debate c o n P olo revela sus
im plicaciones morales; la gran polém ica entre Calicles y

159
Sócrates trata a fon d o la cuestión de la j usticia y los fines
m ism os de la vida humana.
Esta gradación concuerda mal, en apariencia, c o n la
elección de interlocutores cada vez m enos cualificados . Nos
gustaría saber ; pero, si se busca, las tinieblas se espesan .
Platón no dice nada aquí y ya n o m enciona a Calicles en
otra parte . La tradición antigua n o ha revelado nada sobre
él ; se hace el silencio . Así pues, m uchos han llegado a pen-
sar que el persona je no ha sido más que un invento de Pla-
tón .
Naturalmente , podría haber existido sin que lo supiéra-
mos . Podría haber sido cualquier descon ocid o. Pero prestar
tanto relieve a un hom bre oscu ro o inventarlo p o r entero
viene a ser lo m ism o; de todas maneras, sólo existe p o r el
papel que le confía Platón y que es el de ser el más ardien-
te y el más insolente de todos los defensores del amoralis-
m o , sin ser p or ello un sofista.
Porque tal es justamente el quid de la cuestión : Calicles no
es un sofista. Es un hom bre rico que los frecuenta , pero que
no enseña: ¡es demasiado am bicioso para esto! Ha estudiado
con los maestros , con otra gente cuyos nombres evoca Platón
(en 487 c) , pero no ha querido llevar demasiado lejos la pro-
secución de este saber; se sabe que siente un desprecio extre-
m o por los que siguen filosofando una vez pasados los años
de juventud . «Ante un hombre anciano filosofando todavía y
que no ha renunciado a este estudio, me digo , Sócrates, que
le considero m erecedor de ser castigado con el látigo» (485 d) .
Ningún sofista habría podido decir esto. Calicles es, pues, la
imagen perfecta de las utilizaciones prácticas y laicas de una
enseñanza que ha juzgado inútil proseguir.
Esto m ism o da qué pensar. Porque un personaj e d esco-
n ocido , provisto de un papel de gran resonancia, es un caso
ú n ico en los diálogos de Platón. Y si es exacto tod o lo dich o
hasta ahora , se com prende que Platón se haya visto obliga-
do , p o r una vez, a recurrir a este procedim ien to de excep-
ción . Porque necesitaba poder criticar en la persona de este
d escon ocid o to d o aquello que los sofistas tenían de peli-
groso para quienes los deform aban en p rovech o de sus
pasiones o de sus am biciones. Quería m ostrar que la retó-
rica im plicaba el amoralismo, pero no podía sin falsear gra-
vemente las cosas encargar la defensa de este am oralism o
a ninguno de los verdaderos sofistas . Necesitaba a un joven

160
am bicioso , duch o en las costum bres de los debates sofísti-
cos , pero preocu pado únicamente p o r el éxito práctico.
Necesitaba la quintaesencia de las críticas sofísticas , y tam-
bién el extremo de la rebelión contra los valores. Sólo así
podía denunciar lo que se ocultaba detrás de la retórica y
lo que significaba la enseñanza nueva para quienes busca-
ban en ella normas prácticas de acción.
Esto puede parecer una reconstrucción a priorí, pero
todos los detalles del texto se aclaran gracias a ella y apor-
tan su confirm ación . Por este m otivo es preciso, después de
haber encontrado algún que otro aspecto en el curso de los
análisis precedentes , recon ocer su elocuente com binación .
Calicles entra en escena con arrogancia e insolencia,
c o m o el sofista Trasímaco en La república . La primera idea
que lanza es la necesidad de distinguir dos cam pos en los
cuales tod o se opone , a saber, la naturaleza y la ley: habla
así c o m o el sofista Antifón. «La naturaleza y la ley se c o n -
tradicen con frecuencia» , esto es cierto para la j usticia: «en
efecto , según la naturaleza, lo feo es siempre lo más des-
venta joso, sufrir la inj usticia; según la ley, es com eterla»
(483 a) .
Esta idea de fealdad ya implica la adm iración de los
fuertes. Calicles celebra al que sería lo bastante fuerte para
pisotear todas estas leyes arbitrarias y afirmar su dom inio :
Trasímaco también celebraba la in justicia del hom bre to d o -
p od eroso y declaraba la in justicia «más bella, más libre,
más dom inadora» .
Aquí estamos muy cerca de nuestros sofistas, pero hay
que desconfiar: ;deprisa, avancémoslos !
En prim er lugar, esta ley arbitrariamente definida ya no
lo es para los m ism os. A Calicles n o le inquieta m ucho
hacer cam biar la ley en función de los gobiernos, porque
para él, no son los fuertes quienes hacen la ley: ¡son los
débiles ! Este am bicioso, este impaciente, no tolera ver a
personas superiores molestadas p or «la mayoría». ¡Detesta
a esta gente oscura! Su interpretación sólo es diferente p or-
que ha de j ado de ser antropológica para tom arse com p ro-
metida y apasionada. Alcanza y dej a atrás el am oralism o de
los textos literarios .
Pero esto no es nada al lado de otra innovación en rela-
ció n c o n los verdaderos sofistas. Porque, después de definir
así dos principios de acción contrarios, ahora llama «dere-

161
ch o» y «j usticia» a este orden de la naturaleza que im pone
el triunfo de los fuertes sobre los débiles: ¡le confiere valor
normativo ! «Pero la propia naturaleza, en m i opinión, nos
prueba que en j usticia lo que vale más debe aventaj ar a lo
que vale m enos. » Y citando a los animales, citando a los
hom bres en guerra y a los conquistadores, declara que
éstos obran «según la verdadera naturaleza del derecho y
¡
por Zeus !, según la ley de la naturaleza» .
Este derecho del más fuerte, este derecho según la natu-
raleza, n o lo había reivindicado ninguno de los sofistas
con ocid os . En cam bio, Calicles lo reivindica hasta em bele-
sarse co n sólo oír las palabras. Es así c o m o resulta posible
el triunfo del superhom bre que se atreva a pisotear todas
estas leyes fácticas: éste «se rebelaría y erigiría en am o ante
nosotros , él que era nuestro esclavo; entonces el derecho de
la naturaleza brillaría en tod o su esplendor» (484 a).
Este «derecho de la naturaleza» es exactamente el
m edio de transformar un análisis teórico en regla de vida.
Allí donde Antifón decía que no es ventaj oso ob edecer a la
ley, a m enos que haya un testigo, Calicles hace de esta deso-
bediencia una regla nueva y un derecho nuevo ... Tal era sin
duda el peligro de los análisis sofísticos : tal era el paso que
se podía dar o no dar: Calicles lo dio , más resuelto que
todos los amoralistas de la época .
Estas mismas ideas, o estas mismas im plicaciones rea-
parecen a tod o lo largo de la discusión a la cual Sócrates
arrastra a un Calicles lleno de mala voluntad e irritación .
Porque Sócrates multiplica las preguntas , restableciendo
p or doquier los valores . ¿Quiénes son estos «más pod ero-
sos» celebrados p or Calicles? La plebe es más poderosa que
los individuos , y ella está a favor de la igualdad de la j usti-
cia . ¿Y quiénes son estos «m ej ores»? No sólo los más fuer-
tes: ¿acaso no deben ser también inteligentes, valerosos,
hábiles en política? No , dice Calicles, es preciso que tengan
m uchos deseos y estén en situación de satisfacerlos. Pero,
¿qué deseos? ¿N o hay que distinguir? P oco a p o co, de recha-
zos en afirmaciones y de refutaciones en abandonos, Cali-
cles calla, no sin que se hayan dibuj ado dos m odelos de vida
opuestos , centrado uno en el bien y el otro en el placer.
Esto bastaría para mostrar el carácter esencial de las
opciones que suponen la actitud de Calicles y su ardor al
tom ar los análisis de los sofistas para sacar de ellos reglas

162
de acción . Pero uno observa al m ism o tiem po que estos dos
géneros de vida se encuentran en política.
¿C óm o asombrarse de ello? En política el derecho del
más fuerte tiene un nom bre : tiranía. Y detrás de todas las
declaraciones de quienes desprecian el derecho , la vemos
anunciarse y delatarse . El p rop io Trasímaco, al final de la
exposición que le presta La república de Platón , ¿no cita el
ejemplo de la injusticia consumada , es decir, la tiranía (344 a)?
A sus o jos, esta inj usticia ya no era censurada ni castigada:
era envidiada p o r todos . Pero los textos literarios se preci-
pitan en este sentido . El im perio de Atenas, basado en la
fuerza , es, según la sentencia de la época citada por Tucí-
dides , una tiranía. Cuando el Eteocles de Eurípides declara
admitir la in justicia si se trata de obtener «la soberanía», el
texto griego dice : «la tiranía».
Del m ism o m od o, el am bicioso Alcibiades fue acusado
de codiciar la tiranía, y Calicles, si sólo es un dem agogo en
una dem ocracia, confiesa con toda claridad que le gustaría
ser más y rechazar la ley.
No es de extrañar, por consiguiente , que se discuta tan-
to sobre la felicidad o la desgracia del tirano en La repúbli-
ca y en el Gorgias. T am poco es de extrañar que la dem o-
cracia ateniense -—Aristófanes es testigo de ello— tuviera
constantemente m iedo , en esta época, de com plots en este
sentido . Detrás de la retórica y su deseo de éxito se perfila-
ba el régim en tan tem ido p o r la dem ocracia ateniense .
Es sin duda p or esto p or lo que el debate entre Sócrates
y Calicles, en el Gorgias, concluye co n la evocación de dos
políticas contrarias y después con un mito donde se
encuentra , en los infiernos, el castigo de este tirano tan
envidiado p or algunos .
Volvemos así al problem a de la retórica del cual había-
m os partido; pero, gracias al personaj e de Calicles, este pro-
blema se amplía hasta convertirse en el de dos géneros de
vida , de dos políticas y de dos morales.
El papel de Calicles en el diálogo de Platón está muy cla-
ro . Si los sofistas no hubieran tenido nada que ver en este
amoralismo , Platón no habría tenido ninguna necesidad de
partir de Gorgias ni de prestar a su Calicles ideas tan simi-
lares a sus doctrinas. El hecho de que se haya com etido un
error y de que, sin ninguna razón, Calicles sea descrito a
m enudo c o m o uno de los sofistas, prueba p o r sí solo la

163
relación que Platón ha sabido hacer sentir c o n tanta sutile-
za. Pero, a la inversa, si los sofistas hubieran sido inmora-
listas, Platón no habría tenido necesidad de ir a buscar a
Calicles. Su m ism a existencia atestigua el poder de la
corriente que entonces arrastró a los espíritus.
Esta corriente parte de las tesis sofísticas, la alimentan el
vocabulario de los maestros y sus fórmulas, la sustentan y
la engordan ; pero, al m ism o tiempo, la falsean y desvían su
sentido . Se desvía. Da vueltas. Deriva en un sentido nuevo.
De los vie j os maestros prudentes a los j óvenes arrogan-
tes llenos de im paciencia existe una continuidad ; el punto
de ruptura no es fácil de situar, p ero el hech o es que , en
alguna parte de este trayecto , interviene la ruptura : las tesis
de los sofistas fueron agravadas y luego deformadas p o r los
atenienses de entonces , a los cuales la guerra y sus pruebas
invitaban a agarrarse a estas ideas nuevas que les ofrecían ,
para encontrar en ellas armas y coartadas.
A causa de esta utilización clara e insolente, perdieron
m uy pronto de vista que las doctrinas, en su origen, p o -
dían abrir otras perspectivas . Las pasiones de los a m b icio-
sos ya sólo de j aron ver el inm oralism o, y así hicieron olvi-
dar el aspecto constructivo que acom pañaba la crítica de
los primeros maestros.
Es necesario, pues — y estaba previsto— rem ontar esta
corriente tan fácil de baj ar; también es necesario volver a
partir de los textos filosóficos si se quiere descubrir lo que
se podía reconstruir a partir de esta tabla rasa: n o era
inm oralism o , sino una m oral nueva.

164
NOTAS DEL CAPÍTULO V

1. El hijo de Estrepsíades invoca en Las nubes el ejemplo de los animales


para justificar que se pegue al padre: «Observa a los gallos y otros animales que
sabes cóm o devuelven los golpes a sus padres» (1427-1428).
2. Se supone que la frase fue pronunciada en 427, el mismo año de la lle-
gada de Gorgias a Atenas.
3. Se piensa a menudo que porque los sofistas impartieron una enseñan-
za orientada hacia el éxito práctico, todos sus análisis apuntaban en el mismo
sentido; esto equivaldría a olvidar en su conj unto el carácter sumamente teórico
de estos análisis y los testimonios precisos que atestiguan su orientación mucho
menos «inmoral» que la de sus usuarios.
4. W. Fahr, en una obra de 1969 titulada Theous nomizein estudia esta
expresión griega: es en esta época cuando pasa del terreno del culto al de las con-
vicciones.
5. Cf. más arriba, pp. 113-115.
6. Algunos lo juzgan más antiguo, pero el decreto promulgado contra él
data probablemente de 415 (si no data de 433): véase el análisis preciso de
L. Woodbury en Phoenix, 1965, pp. 178-211.
7. Este último es posterior.
8. Estas excusas, que recuerdan a la Helena de Gorgias, estarán igual-
mente presentes en Eurípides: véase, a propósito de Helena, Las troyanas, 987
y ss., pero sobre todo la perorata de la nodriza en Hipólito 451-459. Los térmi-
nos son tan parecidos a los de Las nubes, que hacen suponer sin vacilación o una
fuente común o una alusión directa.
9. Sobre este movimiento de depuración, cf. más arriba, pp. 112-114. La
expresión «acogida de lo divino» procede del excelente estudio de F. Chapou-
thier, en el tomo I de Entretiens de la Fondation Hardt («La noción de lo divino
desde Homero a Platón»), pp . 205-237.
10. Aquí también el texto remite de manera vaga a sistemas de filósofos
que no son sofistas, pero la multiplicidad de las sugerencias ofrecidas implica la
duda misma de los sofistas. También en Eurípides hay una especie de interiori-
zación y moralización de la religión, com o muestra bien la Teonoé de Helena,
con el santuario de la justicia que posee en su corazón (1002).
11. Las nubes (264 y siguientes): «Oh, maestro soberano. Aire infinito que
mantienes a la Tierra suspendida en el espacio, brillante Éter, y vosotras,
Nubes.» Véase también la Lengua en 424. Vuelve a encontrarse el Éter, con una
cita de Eurípides en Las tesmoforias (272).
12. Se compara a veces la fórmula de Las nubes (248), diciendo que Zeus
es «una moneda que no tiene curso aquí»: la palabra griega es la misma para
decir moneda y uso; se emparenta con la palabra nomos, la ley.
13. Cf. más abajo, p . 196, a propósito de un texto de Hécuba.
14. Tanto si se atacan com o si se defienden, se habla a menudo en lo suce-
sivo de las leyes «en vigor» (kathestótes: ) la palabra misma sugiere la.
relatividad
. . . .
15 Cf más abajo, p 177

165
C a p ítu lo VI

LA RECONSTRUCCIÓN
A PARTIR DE LA TABLA RASA

Si bien no poseem os más que breves fragmentos de Pro-


tágoras, y su interpretación plantea frecuentes problemas,
resulta en cam bio que Platón le h izo pronunciar un largo
discurso en el diálogo que lleva su nom bre . Todos los deta-
lles sugieren una im itación muy fiel del sofista, im itación
que se manifiesta hasta en el estilo y en los m étodos de
razonamiento . Aunque, p or otra parte, estas características
no eran palpables , sería absurdo imaginar que Platón se
toma tanta molestia para poner en b o ca de un persona j e
tan co n o c id o ideas que n o fueran suyas.
Ahora bien , este texto, c o n el m ito que constituye su
parte esencial, expresa una teoría m uy firme en defensa de
la justicia: muestra, en efecto, que sólo ciertos valores
morales permiten el bienestar del hom bre, haciéndole posi-
ble la vida en sociedad. Con esta idea, toda la reflexión
sofística cam bia de sentido: lo que ya no se j ustificaba con
la referencia a los dioses o a lo absoluto encuentra de
im proviso tod o su prem io en función, esta vez, de la vida
humana y del interés m ism o de los hombres .
Hay que confesar, sin em bargo, que en el m ito estos
valores tienen el aire de seguir vinculados a los dioses y a
sus dones , ya que son estos dones los que permiten a los
hom bres vivir en sociedad. Este h ech o — al cual volverem os
más tarde— 1 confirm a que a los oj os de sus contem porá-
neos Protágoras no hablaba ni se com portaba c o m o un
ateo , pero no debem os sobrestimar el sentido. Sólo se tra-
ta de un m ito , es decir, de una form a de expresión figura-
da y relacionada con un m a rco tradicional en el que cada

166
uno borda libremente para hacer aparecer ciertas ideas. De
h ech o podía elegir entre el em pleo del m ito y el del discur-
so razonado o logos', eligió el prim ero , que presenta , di jo ,
un m ayor atractivo (319 c) ; pero está claro que este atrac-
tivo se basa en un p o c o de invención . Lo que cuenta no es
esta envoltura poética , c o n Zeus , Prom eteo y Epimeteo,
sino lo que acaece a los hom bres y p or qué .
Esto es tanto más cierto cuanto que el mito de los orí-
genes de la humanidad y de sus progresos era entonces un
tema de m oda que se encuentra en m uchos autores . El Pro-
meteo encadenado de Esquilo relata c ó m o vivía el hom bre
en sus orígenes , «entre el desorden y la con fu sión » , sin
poseer técnicas ni con ocim ien tos hasta que Prometeo Ies
con ced ió el d on de todas las artes que hacen la civilización .
La Antigona de S ófocles evoca la misma serie de inventos ,
atribuyéndolos al hom bre , pero concluyendo que n o son
nada si no se emplean para el bien . Eurípides , en Las supli-
cantes, vuelve a su vez al tema, evocando la vida «confusa
y bestial» de los com ienzos (201) , describiendo después los
inventos sucesivos y ensalzando «a aquel de entre los d io -
ses» a quien los debe el hom bre . Se encuentran , en fin, cua-
dros del m ism o género en el tratado Sobre la medicina anti-
gua (3) , en el fam oso texto del Sísifo, citado más arriba
para la invención de los dioses , y en un texto de D iodoro de
Sicilia (1,8) que , según las hipótesis de ilustres sabios —hoy
en día un p o c o discutidas—-, se remontaría a D em ocrito .2El
tema vuelve a encontrarse en Arquelao , el discípulo de Ana-
xágoras y maestro de Sócrates , que analizó el m o d o en que
los hom bres en su aparición se distinguieron de los anima-
les. Se diría que toda esta ép oca no de ja de maravillarse de
lo que ve florecer para gloria del hom bre , al principio tan
desvalido .
Por lo demás , esta clase de ev oca ción debía perpetuar-
se durante m u ch o tiem po: se sabe la amplitud que adquie-
re, cin c o siglos más tarde, p or el libro V del poem a de
Lucrecio .
Se trata de un m arco m uy co n o c id o en el cual el análi-
sis podía adoptar fácilmente la form a de un relato más o
m enos ficticio . Pero se trata también — el número de los
textos es la prueba— de una reflexión esencial sobre los
inicios y la evolución de la humanidad. Ésta debía de ser
además particularmente importante a los o jos de Protágo-

167
ras si podem os interpretar en este sentido el título de un
tratado suyo que no poseem os pero que llevaba el título de
Sobre ¡a condición pñmera.
En estos relatos ficticios es capital, claro está, señalar la
naturaleza de los inventos sobre los cuales insiste cada
autor. Ahora bien , si hay entre ellos pequeñas diferencias,
la originalidad de Protágoras , com parada co n los otros, sal-
ta a la vista: de toda la serie , es el ú n ico que no hace depen-
der la evolución de la humanidad de las artes y la técnica ,
sino que introduce en la historia del hom bre dos tiem pos
sucesivos : prim ero llegan las artes y la técnica , otorgadas
p o r Prometeo , y después las virtudes políticas, donadas p o r
Zeus .
Esta doble intervención es necesaria p or el h ech o de que
las artes y la técnica no bastan para corregir la con fu sión y
la bestialidad de los orígenes: al contrario, dej an al hom bre
b a j o la amenaza de un aniquilamiento com pleto, debido
tod o ello a las luchas contra los animales y a las luchas co n -
tra los otros hom bres. Protágoras, siempre según Platón, lo
dice co n elocuencia : los hom bres n o tienen ciudades; son
destruidos p o r los animales ; «y su industria , suficiente para
alimentarlos , seguía siendo impotente en la guerra contra
los animales ; porque aún no poseían el arte político , del
que form a parte el arte de la guerra . Intentaron, pues , agru-
parse y fundar ciudades para defenderse , pero una vez
agrupados , se lesionaban mutuamente [el verbo , en griego ,
es adikéin] , p o r falta del arte de la política , de tal m o d o qué
empezaban de nuevo a dispersarse y a perecer» (322 b) .
Unirse y form ar ciudades: ésta fue sin duda la originali-
dad de los hom bres y la obligación que les im ponía su debi-
lidad . Para otros autores, el principio de esta agrupación no
pareció plantear problemas ; S ófocles había hablado de las
«aspiraciones de donde nacían las ciudades» (354); Isocra-
tes evocaría a los hom bres uniéndose gracias a la persua-
sión ; gracias a ella, escribe, «nos hem os reunido para con s-
truir ciudades, hem os prom ulgado leyes» (N icocles, 6 =
Intercambio, 254); incluso Platón mostraría en La república
a los hom bres agrupándose en ciudades a fin de satisfacer
sus necesidades , lo cual no podían hacer individualmente.
Pero había una primera con d ición para hacer posibles y
duraderos estos agrupamientos , que sólo Protágoras dedu-
jo . Sólo él distinguió dos tiempos en la evolución , separan-

168
d o las artes y la técnica de las virtudes políticas para ase-
gurar así a estas últimas un papel privilegiado y decisivo.
La originalidad de Protágoras en relación con otros tex-
tos que se rem ontan al nacim iento de las sociedades reside
enteramente en este papel dado a las virtudes políticas.
Se puede aducir, claro está, que nuestro sofista j ustifica
con ello su p rop io papel en la ciudad ateniense; tal es, en
efecto , el obj etivo confesado de su exposición, pero este
acuerdo entre su papel práctico y su doctrina no quita valor
a la im portancia de esta última, ni m ucho menos, porque
el análisis es nuevo, coherente y preciso.
Protágoras indica claramente el papel de las virtudes
políticas : «Entonces Zeus, inquieto p o r nuestra especie
amenazada p or la desaparición, envía a Hermes para que
lleve a los hom bres el pudor y la j usticia ( aidós 3 y dike), a
fin de que hubiera arm onía y vínculos creadores de amis-
tad en las ciudades . »
Es más, Zeus hace que estos sentimientos nos sean
dados a todos : «Porque las ciudades n o podrían subsistir si
sólo los poseyeran unos cuantos» (322 d); los hombres que
fueran incapaces de participar en ellas deberían ser con d e-
nados a muerte: este corolario refuerza el carácter de salud
pública que se asocia c o n estas virtudes.
¡He aquí la j usticia que ya n o sancionan los dioses, esti-
bada de manera inam ovible en la vida humana, cuya c o n -
servación sólo ella asegura. [Ahí está la garantía de la vida
en sociedad , única form a de vida posible para los hombres!
¡Ahí está, convertida indirectamente en producto de prim e-
ra necesidad para el individuo, que tiene demasiada ten-
dencia a olvidarla!
De pronto com prendem os que, para Protágoras, estas
leyes que aseguraban la cohesión del Estado pudieran ser
tan importantes, y que este agnóstico pudiera ser designa-
d o legislador que debería dar sus leyes a la ciudad nueva de
Turio, colonia panhelénica fundada p o r Pericles co m o ciu-
dad m odelo .
La j usticia, en efecto, permitía el éxito del grupo y, por
consiguiente , el de cada uno. N o olvidem os nunca que la
gente de entonces estaba convencida de que la felicidad del
individuo era función de la del Estado: Tucídides pone este
pensamiento en b oca de su Pericles, y S ófocles en la de su
Creón, pero esto no era en Protágoras una simple afirma-

169
ción de principio, lanzada sin dem ostración: su análisis del
desarrollo de la vida humana establecía claramente que
fuera de los grupos organizados no había supervivencia
posible .
Cada uno necesita a los demás. Cada uno necesita for-
mar co n ellos un grupo unido y coherente. 4 Semej antes aso-
ciaciones implican el respeto hacia el prój im o y el re c o n o -
cim iento de derechos recíprocos. Nuestro interés pasa por
el sentido de la justicia.
Podría decirse que este principio im plica una especie de
contrato p o r el cual cada uno se vincula a los otros para
obtener las ventajas inherentes a semej ante pacto: aunque
Protágoras n o form ula la idea baj o esta form a, se recon oce
en ella el germen de lo que m ucho más tarde se llamaría el
«contrato social».
Por ahora sólo se trata de un germen; p ero parece ser
que en el siglo v esta idea ya ha em pezado a brotar p or
todas partes.
Se ha discutido en qué m edida este térm ino de «contra-
to social» podía aplicarse a las doctrinas que imperaban
entonces. Los sabios han encontrado que (por lo m enos en
ciertos textos) la idea no se presentó c o m o constituyente de
una etapa histórica real. Otros j uzgan que (al m enos en
ciertos textos) no se dio suficiente relieve a la obligación
moral de ob edecer la ley. Éstas son querellas bastante fúti-
les; no se trata de volver a encontrar en el siglo v las for-
mas rigurosas de las doctrinas ulteriores; pero, con más o
m enos matices , la idea existía; esto es lo importante. La
vem os afirmarse c o n fuerza en m uchos, entre otros en los
sofistas : b a jo formas diversas , surge p or doquier.
S ólo aparece en las argumentaciones que son m uy
diversas, y hay que destacar su ambivalencia si se quiere
evitar los malentendidos y com prender en toda su fuerza el
pensam iento de Protágoras.
Ciertos textos sofísticos, en efecto, utilizan la idea de
contrato, o de acuerdo, para mostrar que la ley n o tiene
ningún fundam ento absoluto . Ésta es una de las form as que
puede adoptar la idea. Se puede decir que la ley es esencial,
p o r ser el fruto de un acuerdo al que debem os la supervi-
vencia y que continúa siendo válido: es lo que sostiene Pro-
tágoras . P odem os decir que la ley es desdeñable p or n o ser
sino una simple conven ción .5 Tal es la argum entación de

170
quienes querían sacar a la luz el carácter artificial y arbi-
trario de los textos de leyes. ¿C óm o demostrarlo m ej ór que
insistiendo en la intervención humana que había estableci-
d o deliberadamente sus bases? Los autores hablaban enton-
ces de acuerdos y de pactos.
Es el caso de Hipias, que en Los Memorables de Jeno-
fonte (IV, 4, 13) define la j usticia co m o «aquello que los ciu -
dadanos han decretado conviniendo j untos (synthem enói)
lo que debe o n o debe hacerse».
También es el caso de Antifón, cuando opon e la ley a la
naturaleza y declara : «L o que es de la ley está establecido
p o r conven ción (homologuethenta ) y no se produce p o r sí
solo : lo que es de la naturaleza no resulta de una conven-
ción , sino que se produce p or sí m ism o. » Y el resto del tex-
to reitera la frase, haciendo intervenir a «quienes han c o n -
cluido la conven ción» , c o m o si hubiera en ello un acto
determinado , situado en un m om ento temporal y repetido
para cada generación.
Es el caso de un sofista un p o c o más tardío, que fue al
parecer discípulo de Gorgias y se llamaba Licofrón. Sólo
sabemos de él lo que cuenta brevemente Aristóteles; el tes-
tim onio es formal, ya que Licofrón, según Aristóteles, lla-
maba a la ley un acuerdo , un tratado (.synthéke ) y decía que
se j ustificaba c o m o «garantía de los derechos recíprocos»
(fragmento 3). Por lo demás, agregaba que no podía hacer
a los hom bres buenos y j ustos, distinguiendo así de mane-
ra radical entre el contrato social y la ética.
Estos autores, o más bien estos textos (se verán más
le jos las razones de esta rectificación), no van en el m ism o
sentido que Protágoras. Por lo m enos prueban muy bien
que , baj o la form a de «convención», de «acuerdo» o de
«contrato» , la idea era muy con ocid a por nuestros sofistas
y constituía uno de los temas de m oda de la época.
¿Sucedía lo m ism o con la j ustificación de la j usticia que
creía encontrar en ella Protágoras? ¿Permanecía aislada?
Saber esto es todavía más importante .

Esta j ustificación no estaba aislada. Ya es hora de descubrir


p o r fin esta otra cara del pensam iento de la época: enton-
ces veremos que la j ustificación ofrecida p or Protágoras
encuentra un eco notable y que, mediante argumentos nue-

171
vos fundados en el interés, se anuncia un p o c o p o r doquier
una defensa de la j usticia, entre los m ism os sofistas y los
moralistas a jenos al m ovim iento, o un intento de responder
a las críticas que ya hem os visto .
En todos , efectivamente, se observa la marca de un
esfuerzo obstinado para defender la ley c o m o una inven-
ción humana saludable entre todas. Algunos insisten en la
existencia del contrato , y otros no; algunos hablan de utili-
dad , otros de com prom iso, pero todos los que querían
defender a la j usticia y responder así a las tendencias críti-
cas de la época, encontraron en estas nuevas perspectivas
un argumento maravilloso ; la ley, que ya no tenía a los d io -
ses c o m o valedores, hallaba otros nuevos en el interés bien
entendido de los hombres . Así la j usticia se reconstruía.
Es la tesis que encontram os en un texto debido prob a -
blemente a un sofista citado c o n el nom bre de A nónim o de
Jámblico , porque nos llegó ba j o la form a de una larga cita-
ción del Protréptico de Jámblico. ¿Quién era este anónim o?
Todo el m undo coin cid e en pensar que escribió durante la
guerra del P eloponeso y la mayoría admite que era un sofis-
ta, aunque también se pensó en D em ócrito. Pero, ¿qué
sofista? Los nom bres sugeridos son múltiples , c o n una
pequeña preferencia p or Hipias o Protágoras. 6 Retengamos
sólo estas vacilaciones : son testigo de la m oda de que goza-
ban estas ideas y de la facilidad co n que eran copiadas y
matizadas p o r unos y otros en una especie de diálogo sutil.
Ahora bien, el texto, que está im pregnado de debates
sobre la ley y la naturaleza, o de alusiones hechas p or algu-
nos a la cobardía que constituye la obediencia a las leyes,
prop on e una defensa resuelta de la ley; la fundamenta en la
necesidad que tiene el hom bre de vivir en sociedad . «En
efecto , si es cierto que los hom bres han n a cido incapaces
de vivir aislados y se han reunido ba jo la presión de la nece-
sidad , si toda su vida ha sido inventada p or ellos , así co m o
las técnicas que la aseguran , y si no pueden coexistir y c o m -
partir su existencia en ausencia de leyes (porque entonces
esto sería p eor que la vida en aislamiento) , todas estas razo-
nes im ponen necesariamente que la ley y la justicia reinen
entre los hom bres y no puedan ser abolidas : se trata de un
vínculo poderoso , en arm onía c o n la naturaleza. »7
Sin la m itología del Protágoras, se recon ocen los dos
tiempos distinguidos p or Protágoras en Platón , ya que entre

172
el aislamiento y la civilización surge, al menos en el pensa-
miento , el desastre que padecería una asociación que no
estuviera regida por la ley; c o n más audacia todavía que el
texto del Protágoras, el autor junta incluso la ley y la natu-
raleza , ya que el vínculo social que necesita la ley se basa
en la naturaleza. Por otra parte, c o m o en Protágoras, esta
justificación no alude sólo a la ley y a la legalidad, sino
también a la j usticia; el autor repite varias veces las dos
palabras j untas: el grupo humano necesita ante todo un
espíritu de unión y de equidad.
Unido , este grupo es soberano; he aquí a nuestro autor
respondiendo al sueño del superhombre , tal c o m o lo evoca
Calicles en el Gorgias : este hom bre n o .sabría imponerse
contra la fuerza de la justicia . «Im aginem os a un hom bre
que fuera p or naturaleza , y en el origen , físicamente invul-
nerable , inaccesible a las enfermedades y al sufrimiento ,
excepcional y de acero en su cuerpo y en su alma ; tal vez
habríam os p o d id o pensar que su superioridad sería sufi-
ciente para servir a su am bición (este hom bre podría , en
efecto , sin someterse a las leyes , perm anecer fuera de su
alcance) ; pero j uzgaríam os mal, porque , si un hom bre así
existiera , lo cual es imposible , no podría encontrar salva-
ció n más que aliándose con las leyes y la justicia y utili-
zando su fuerza para ellas y para lo que las corrobora : de
otro m odo , no resistiría; el conj unto de los hombres serían,
al parecer , sus enem igos y, gracias al uso de las leyes y a su
núm ero , lo vencerían y dom inarían p o r astucia o por la
fuerza. Es manifiesto que la superioridad, en calidad de tal,
no está asegurada sino p or la ley y la j usticia. »
El texto, aquí, es notable en la m edida en que responde
al individualismo del hom bre fuerte; pero también lo es en
la m edida en que, precisamente p or esta razón, insiste más
que el m ito de Protágoras en el interés de cada uno y no
solamente en el de los hom bres en general: el vínculo co le c-
tivo es una necesidad natural y no dej a ninguna puerta
abierta a los rebeldes, sean cuales fueren sus medios. El
Zeus del Protágoras decía que era preciso matar a aquellos
que carecían del sentido de la j usticia: el Anónim o de Jám-
b lico dice que están automáticamente destinados a desapa-
recer.
Continúa, p o r otra parte, evocando de manera directa
las ventajas de la justicia en la vida cotidiana: aquí ya no se

173
trata del origen de las leyes sino de su respeto y su mante-
nimiento en el presente; todos los bienes son presentados
c o m o resultado de este respeto y de este mantenimiento: la
confianza recíproca , el buen uso de la suerte y del tiempo,
la ausencia de preocupaciones, el sueño tranquilo, la rare-
za de las guerras y muchas otras ventajas ; el desprecio de
las leyes, p or el contrario, acarrea los males inversos y ade-
más la tiranía, que nace cuando ya no se respeta la ley y ya
no asegura la salvaguarda de las masas : mientras exista,
nadie podrá establecerse c o m o tirano .
Esta defensa, que no da p or sentada la n o ció n de c o n -
trato, sino que se contenta (co m o Protágoras) c o n sugerir
la necesidad de un acuerdo, es clara y resuelta. Marca
incluso un progreso en relación c o n Protágoras p or el
hech o de que considera las ciudades reales y que presenta
el papel de las leyes y de la j usticia c o m o tan indispensable
c o m o en el origen: es imperativo para la supervivencia de
cada día y para la alegría de vivir de cada uno .
Si se ha p od id o sugerir para el Anónim o el n om b re de
Dem ócrito , es en parte porque D em ócrito parece haber
mantenido ideas parecidas. Y he aquí al com patriota de
Protágoras en la lista de nuestros defensores, al lado del
Anónimo .
Se siente, sin embargo , cierta vacilación, porque existe
un testim onio (A 166) según el cual D em ócrito habría cri-
ticado la invención que constituye la ley, diciendo que el
sabio no debería estar su jeto a ella. Pero este testim onio
sólo es un resumen , sin duda tan sospech oso c o m o los
resúmenes actuales que dij eran que un autor está «contra
la ley» porque se op on e a la naturaleza. Además, es m uy
posible que D em ócrito esperase de la libertad del sabio que
se guiara por un m od elo interior más exigente que la ley.
Lo ignoram os .8 En cam bio , hay una cosa segura: tam bién
él ensalza en otra parte la utilidad del pacto constituido por
la ley. H elo aquí: «Las leyes no im pedirían a nadie vivir a
su capricho , siempre que no perj udicara a otro; de hecho,
la envidia form a el punto de partida de la guerra civil»
(fragmento 245) ; aquí se recon oce el refle j o de una defini-
ción del derecho que figura en Antifón («n o perj udicar a
nadie , si no es uno m ism o perj udicado»). Al m ism o tiem po
se recon oce esta reprobación de la guerra civil, presentada
c o m o un mal desastroso : el Protágoras también la denuncia

174
co m o tal. En otro fragmento , D em ócrito dice asimismo que
la ley quiere el bien de los hombres , pero no puede asegu-
rarlo si no sostienen su acción , porque , dice , «revela su p ro-
pia virtud a quienes la obedecen» (248) : esta vez, se reco-
n oce la evocación del Anónim o sobre los beneficios asocia-
dos al respeto de las leyes. En otra parte , otros fragmentos
dicen hasta qué punto la suerte del individuo depende de la
del Estado (252) y qué nefastas son para todos las disen-
siones y qué necesaria la con cord ia para las realizaciones
com unes (249 , 250)... P odem os , pues, admitir que D em ó-
crito , im pregnado de las discusiones sofísticas de la época,
tom ase la defensa de la ley sobre la base de una convención
humana eminentemente benéfica . Los dos pensadores de
Abdera no estaban probablem ente m uy alej ados el uno del
otro sobre este punto .
Pero el m ism o pensamiento se extendía más lejos y se
encontraba de nuevo en círculos bastante diferentes. En La
república de Platón , G laucón resume la doctrina (que no es
suya) en virtud de la cual, «según la naturaleza», sufrir la
in justicia es un mal, y muestra c ó m o los que quieren evitar
sufrirla « juzgan útil entenderse los unos con los otros (syn-
thésthai) para no com eter ni sufrir más la injusticia. De ahí
nacieron las leyes y las convenciones de los hombres entre
sí ( synthékas ). Las prescripciones de la ley se llamaron lega-
lidad y justicia [... ]. La ley ocu pa el punto m edio entre el
m ayor bien , es decir, la im punidad en la injusticia, y el
m ayor mal, es decir, la im potencia para vengarse de la
in j usticia» (359 a). El texto está inspirado en las teorías de
los sofistas y reclama de Sócrates una refutación. Aunque
éste desprecia esta ley de pura protección , reconoce, no
obstante , su utilidad y casi su necesidad.
¿Y el p rop io Sócrates? ¿D ebem os pensar que, preocupa-
do p o r una j usticia en sí, que sería un bien en calidad de
tal, no ha retenido nada de estas perspectivas? ¿Debemos
pensar que este contrato le parecía despreciable? ¡Ni
m u ch o m enos! Se limitó a cam biar la significación moral
de este contrato . Porque, a fin de cuentas, si en el Critón se
niega a abandonar Atenas p or fidelidad a sus leyes, lo expli-
ca evocando el contrato que le liga a ellas y le obliga a res-
petarlas. Lo dice expresamente: «Cuando se ha convenido
c o n alguien (hom ologueséi ) una cosa j usta, ¿hay que hacer-
la o faltar a la palabra dada?» (49 e). Y, todavía co n más

175
claridad , las leyes tom an la palabra para proclam arlo . N o
ob edecer las leyes equivale a destruirlas : «¿Es esto lo que
hablam os conven ido entre nosotros y tú?» Y recuerda có m o
han presidido toda la vida de Sócrates , c o n su consenti-
m iento tácito . Porque , si queda alguien en la ciudad , «pre-
tendemos entonces que ha aceptado de hecho el com p ro-
m iso de obedecer nuestras órdenes» (51 e). La insistencia
es grande; las palabras se repiten, se acumulan ; uno
encuentra, sólo en la página siguiente, cuatro formas del
verbo «convenir» (hom ologuein), tres veces la palabra «co n -
vención» (hom ologuía ), e incluso una fórm ula reforzada:
«los acuerdos y los com prom isos» (52 d).
Maravilla ver c ó m o cada uno utiliza el tema a su capri-
ch o y dosifica a su manera la parte del interés y la de la
moral , el aspecto p olítico o material y los valores diversos
de la idea de la convención. Pero también maravilla ver
hasta qué punto la idea misma se había extendido en todos
y hasta qué punto la tabla rasa de los sofistas obligaba a
cada autor, sofista o no, a reconstruir sobre la idea del c o n -
trato una defensa de la j usticia que el espíritu nuevo había
h ech o necesaria de repente.
La amplitud del m ovim iento del pensam iento explica
que de ahora en adelante esta idea de contrato parezca casi
una evidencia y reaparezca en el siglo iv en los pensadores
más diversos . Se encuentra entonces c o m o un abanico de
textos concordantes . Si el prim er discurso , Contra Aristogi-
ton, falsamente atribuido a Demóstenes , es realmente del
siglo IV (algunos lo dudan) , es el texto más desarrollado que
poseem os . El discurso defiende extensamente la ley, expli-
cando que to d o en la naturaleza es irregular e individual ,
mientras que la ley, seme jante para todos, quiere lo j usto,
lo bello , lo útil (15). En fórmulas de esta clase, la o p osición
entre la ley y la naturaleza subsiste, sin duda ; y la ley sigue
siendo una «convención» (synthéke, en los párrafos 16 y
70) ; pero esta conven ción es buena, sana e infinitamente
superior a la anarquía reinante en la naturaleza . ¿Y p or qué
n o? También Isócrates celebra , c o m o un título de orgullo
para los hom bres , el hech o de que estén reunidos , persua-
diéndose unos a otros, y de que se hayan fij ado unas leyes;
es incluso una idea m uy grata para él, puesto que el texto
se repite en dos discursos (Nicocles , 6 = Sobre el intercam-
bio, 254). Una vez más se trata de convención , pero de una

176
conven ción bella y provechosa . En cuanto a Aristóteles,
sólo corrige un punto : conserva la idea de una asociación
utilitaria , pero precisando que la virtud debe ser su meta.
La idea se abre cam ino y lo seguirá durante m ucho tiem-
po . Se encuentra m u ch o más tarde en el poem a de Lucre-
cio , cuando escribe : «Entonces tam bién los hom bres em pe-
zaron a entablar amistad entre vecinos para evitar per judi-
carse y maltratarse entre sí . [ ...] La m ayor parte de los h om -
bres observaba piadosam ente el pacto concertado (foedera):
de otro m od o , tod o el género humano, exterminado desde
aquella época , n o habría p o d id o propagarse hasta nuestros
días» (V, 1016-1024) . La seme janza c o n los orígenes es
incluso impresionante : más allá de los impulsos cívicos o
m oralizad ores , el poeta epicúreo adopta con gran exactitud
la tradición de Protágoras y del A nónim o de Jámblico , lle-
vándose sin duda a la zaga al atomista Demócrito .
Esto incrementa el núm ero de textos en que se encuen-
tran características com unes e ideas similares. Si se miran
de cerca, se constata que hay tantas orientaciones c o m o
autores ; los eruditos se dedican c o n pasión a descubrir las
filiaciones , semej anzas o diferencias. Pero la unidad de ten-
dencia sigue siendo la im presión dominante; los parentes-
cos revelan muy bien, en esta enorm e abundancia, la pre-
sencia en todos de un esfuerzo obstinado por hallar en la
unión social una justificación del derecho .
P odríam os también añadir todos los textos que, de
manera más general , se basan en la idea de que la unión
hace la fuerza y que, p or consiguiente, el individuo encuen-
tra su interés en la existencia de reglas colectivas que ase-
guran la coh esión del grupo. Esta idea aparece de paso en
el Anónim o de Jámblico , pero también Tucídides la expre-
sa p or b oca de aquellos que ponen en guardia al conquis-
tador imperialista (los débiles, al agruparse, darán razón de
él), y le sigue Isócrates explicando la necesidad de respetar
la opinión de los pueblos si se quiere preservar su poder y
su fuerza. La opinión, en efecto, sirve de intermediaria
entre la j usticia (que atrae las simpatías) y la fuerza (que
resulta de estas simpatías, cuando se reflej an en los
hechos). El Sócrates del Gorgias utiliza tam bién la misma
idea de unión cuando demuestra , contra Calicles, que la
mayoría es más fuerte que el hom bre fuerte . Y lo precisa en
La república, cuando el m ism o Sócrates explica que la

177
in justicia im pide a los hom bres obrar de com ú n acuerdo y
co n eficacia : «¿Crees que un Estado, un e jército, una ban-
da de salteadores , de ladrones o cualquier otra banda de
malhechores , asociados para algún mal golpe , podrían
lograr mínimamente sus propósitos si violaran entre ellos
las reglas de la justicia?» (351 c) . Por último, la misma idea
la expresa co n garra Demóstenes, que explica en la Midla-
nd que , si los ciudadanos se han agrupado , ha sido para
estar unidos y ser más fuertes que la gente c o m o Midias ...
Una vez más , todos estos textos varían de un autor a otro,
pero p or lo m enos concuerdan en que todos son variacio-
nes de una sola argumentación que consiste en defender , en
nom bre del interés, una j usticia ya privada de puntales y
garantías. Y las dos series de argumentos que hem os dis-
tinguido apuntan hacia la m ism a dem ostración, ahora c o n -
vertida en necesidad.
Así se preserva la legalidad contra las tentaciones de
anarquía y tiranía. 9 Así se preserva el orden de la ciudad.
Esquilo , en Las Euménides, había basado este orden en
Atenea, que al transformar las antiguas Erinias en divini-
dades protectoras, las Euménides, había instaurado en la
ciudad un saludable temor. El papel de Atenea ha pasado
desde entonces a la razón humana y en todas partes cada
uno se ingenia ahora en demostrar que las leyes constitu-
yen el bienestar de los ciudadanos.
Este gran esfuerzo de dem ostración constituye una bella
con firm ación de la im portancia que habían adquirido las
críticas de los sofistas y el nuevo espíritu que animaba a los
prom otores . Pero esto m ism o plantea un problem a, y un
problem a de peso.
Estas argumentaciones , en efecto, han sido recogidas
aquí al azar de los adversarios de los sofistas — c o m o Sócra-
tes— y de algunos de ellos mismos, puesto que al fin y al
ca b o tod o ha partido de Protágoras. Así pues, ¿quién ataca
a la j usticia? ¿Quién la defiende? ¿Acaso n o eran unánimes
aquellos fam osos ataques de los sofistas? ¿N o representa-
ban su última palabra?
Las respuestas a estas preguntas son evidentemente
esenciales para com prender lo que fue este m ovim iento del
pensamiento . Es aquí donde se j uega todo.
Una primera explicación , perfectamente válida y verosí-
mil , consiste en admitir que hubo dos clases de sofistas:

178
podríam os decir, para simplificar, los buenos y los malos,
los que reconstruían una j usticia nueva a la m edida del
hombre , y los que, solamente críticos , se com placían en
sacar a la luz sus puntos débiles .
A la cabeza de los «buenos» sofistas estaría Protágoras,
el más anciano , el más m oderado , el más próxim o a Sócra-
tes . Después la evolución traería, muy aprisa , actitudes
cada vez más críticas . Sin duda no hace falta endurecer las
líneas porque encontram os , en las fechas por otra parte
inciertas pero seguramente posteriores a Protágoras , acti-
tudes tan morales c o m o la suya: es el caso de Pródico , de
quien sólo con ocem os , en el aspecto moral, el apólogo de
Heracles prisionero entre el vicio y la virtud , eligiendo la
vida de heroísm o que le condu cirá a la verdadera dicha . Tal
es el caso , acabam os de verlo, del Anónim o, pero al fin
podríam os admitir la existencia de dos orientaciones dife-
rentes y, en general, sucesivas.
De todos m odos , tal vez había simplemente escuelas
diversas ; y no existe razón alguna para imaginar que estos
maestros itinerantes, originarios de ciudades diversas que
habían sufrido form aciones diversas, hubieran sostenido
todos las mismas doctrinas, ya fuera en política, ya, c o m o
aquí , en el terreno de la reflexión moral. Tenían actividades
parecidas y actitudes ilustradas, aunque no mantuvieran las
mismas tesis, en correspondencia c o n el espíritu de la ép o -
ca . En cam bio , podem os imaginar que se enfrentaban
resueltamente, ¡com o lo han hecho siempre y tienen el
deber de hacer los filósofos y profesores!
En este caso , las relaciones podrían ser muy estrechas
entre Protágoras, el Anónim o , D em ócrito y Sócrates, y
m ucho m enos estrechas entre Protágoras y, por e jemplo ,
Antifón .
Lo admitiremos e intentaremos retenerlo en la m em o-
ria. N o obstante, si miramos más allá de los argumentos en
línea de com bate y más allá de estos fragmentos sin c o n -
texto que el azar de las polém icas nos ha conservado, pron-
to descubrim os que las cosas son m enos confusas de lo que
parece y que los parentescos entre los diversos sofistas
podrían haber sido m u ch o más profundos de lo que sugie-
ren estos fragmentos.
Se encuentra, en efecto —y esto n o podría ser en ningún
caso una casualidad— , que tod os los sofistas que con oce-

179
m os se nos presentan c o m o si hubieran tenido, aparte de
los análisis críticos que ya hem os evocado, un pensamien-
to a m enudo constructivo en el cual el sentido colectivo
desem peñaba un papel importante. M inaron los cimientos
tradicionales de la moral, pero tuvieron una m oral lúcida y
exigente . Ninguno de ellos constituye una excepción.
Es preciso , pues, que hubiera en todos una orientación
de pensam iento com parable a la de Protágoras, que les per-
mitiera restituir c o n una m ano lo que habían con fiscad o
co n la otra. Así c o m o este contrato que j uega para despre-
ciar la ley puede servir también para defenderla, podría ser
p rop io de la reflexión sofística haberlo destruido tod o para
reconstruirlo sobre otras bases.
Podem os aseguram os de ello considerando a aquellos
m ism os que, a príoñ, parecen los más sospechosos y m enos
susceptibles de aliarse c o n la justicia.

Si dej am os aparte a los tres sofistas cuya con v icción m oral


no fue puesta nunca en duda y a los cuales volverem os más
adelante — Protágoras , P ródico y el A nónim o—, y si tam-
bién de j am os aparte al oscuro L icofrón, de quien n o se pue-
de decir nada, quedan tres sofistas, que fueron los más
com prom etid os contra la ley: son Trasímaco, Hipias y Anti-
fón . Ahora bien, su pensam iento presentaba sin la m enor
som bra de duda una cara positiva, no m enos importante
que la otra. Los testimonios y los fragmentos están aquí
para probarlo .
Trasímaco ataca vigorosam ente a la ley en La república
de Platón; esta intervención prueba que sus ideas sobre la
materia eran bien conocidas. Es él quien, en Platón, define
la ley c o m o el interés de los más fuertes y j uzga que la j us-
ticia es una tontería, com parada con la inj usticia. Vedle
aquí , pues , perdido desde el punto de vista moral . ¡Va a ser
tom ado p or un propagandista sin escrúpulos del individua-
lismo !
¡Y sería un error! Trasímaco, ya lo hem os visto, 10 no es
Calicles. ¡Cuando salimos de La república de Platón esta-
m os desconcertados! Se encuentran en sus fragmentos, j u n -
to a testim onios sobre su enseñanza retórica, dos textos que
sería una equivocación pasar p o r alto. Está prim ero la fra-
se que se que ja de que los dioses n o vean los asuntos huma-

180
nos, pues «de otro m od o, n o olvidarían el m ayor de los b ie-
nes humanos , la justicia , porque vem os que los hom bres no
la aplican» . Sí, ¡«el m ayor de los bienes hum anos»! ¿Qué
creer, entonces? ¿C óm o asociar esta justicia , que es una
necia ingenuidad en La república, con ésta, convertida has-
ta tal punto en benéfica? Se apela al tono , a la amargura :
esto no quita que haya dos aspectos diferentes que sería
m e jor conciliar que borrar. Y la única manera de conciliar-
ios es admitir, entre estas dos apreciaciones manifestadas
p or el m ism o hom bre , el puente y el paso que constituye el
interés colectivo . Para cada hom bre , individualmente, la
j
usticia es un mal asunto , pero puede ser para la colectivi-
dad el cam ino de la salvación y del m ayor bien . Es lo que
decían Protágoras , el A nónim o y m uchos otros de aquella
época . Tal vez Trasímaco desarrolló la idea en alguna par-
te . Tal vez la consideraba una de las evidencias sacadas
recientemente a la luz p or otros hom bres. Pero, tanto baj o
una form a c o m o ba jo otra , basta restablecer este sentido
del interés com ú n para que en seguida todo lo que parecía
contradictorio se junte en un sistema coherente.
Ahora bien, sabem os p or otro fragmento que Trasímaco
se preocupaba p o r este interés com ú n y que le atribuía un
gran valor. Este fragmento es el ún ico que tenemos de él
que abarca más de una página ; es el extracto de un discur-
so , citado p o r su estilo , donde el autor defiende la consti-
tución de los antepasados . Las ideas que expresa cuentan
para nosotros m u ch o más que el estilo que les ha valido ser
preservadas . Porque Trasímaco elogia el buen orden (los
j
óvenes que respetan a los vie jos) y deplora las faltas co m e -
tidas: éstas han introducido la guerra en lugar de la paz y
los disturbios en lugar de la buena armonía . ¿No serían
acaso los males que el A nónim o describe c o m o resultado de
la ausencia de ley o del desprecio de la ley? La armonía ,
que permite evitarlos , se llama hom ónoia y es el término
que quedará consagrado ; si, c o m o se tienen todas las razo-
nes para creer, el texto data de las revueltas civiles de 411,
esta apelación podría ser una de las primeras atestaciones
auténticas de la palabra .11En fin , el texto de Trasímaco pre-
tende establecer que el argumento de unos contiene final-
mente el de los o t r o s 12 y que la constitución de los antepa-
sados es la más «com ú n » a todos los ciudadanos; con ello
quiere decir sin duda que, siendo m oderada, concilia los

181
intereses de todos. La idea de unidad y de com unidad
social se encuentra subrayada con fuerza en este pequeño
texto : la armonía en el seno del grupo dom ina toda la argu-
m entación .
Podría ser, seguramente, un texto circunstancial, pero al
fin y al ca b o es el único texto auténtico que poseem os de
Trasímaco ; ningún discurso político insiste hasta este pun-
to en el papel de la organización colectiva para la felicidad
de los hombres . Quien ha descrito esto podía j uzgar que ,
para el individuo , el respeto a las leyes era a ρ ή ο ή un mal
asunto ; pero no cabe duda de que tam bién pensaba que era
un buen asunto para la ciudad , de la cual depende el desti-
no del individuo . La con cilia ción p or el contrato social n o
sólo se sugiere sino que se exige p o r el con junto de otros
testim onios que el de Platón.
Por lo demás, si el Trasímaco de La república parece tan
per j udicado p or las ventajas prácticas que se reservan a la
in j usticia, ¿quién sabe si no siente la misma irritación que
expresa al prin cipio del fragmento sobre el régimen, y el
m ism o deseo de m ej orar las cosas gracias a la política? Vis-
to baj o este prisma, el pensamiento es de una coherencia
perfecta ; podem os m edir el lugar que debía de ocupar, pre-
cisamente , la gestión de la ciudad.
Se im pone la interpretación; se im pone tanto más cuan-
to que en este caso se establece una notable convergencia
co n los otros sofistas.
La misma dem ostración puede estar hecha para todos,
e Hipias n o difiere de Trasímaco en este punto.
Ya se ha visto que Hipias da, p or lo m enos en Jenofon-
te, una definición muy relativista de la ley, considerada
c o m o una conven ción. En el Protágoras de Platón no llama
a la justicia «reina de los hom bres», según los términos
exactos de la cita, sino «tirana de los h om bres», lo cual es
infinitamente más crítico . N o obstante, ¿era p o r ello hostil
a la ley? ¡Ni m u ch o menos !
Primero , en el m ism o texto de Los Memorables, Hipias
admite la existencia de leyes no escritas, que son las m is-
mas para todos y que al parecer asociaba a la naturaleza .
P or otra parte , si su obra nos da la im presión de ser una
obra sabia , que revela curiosidades históricas, etnológicas o
científicas , co n o ce m o s también la existencia de un tratado
suyo titulado Diálogo troyano, o Troikós, que constituía un

182
estímulo a la virtud: el viej o Néstor exponía al j oven N eop-
tolem o lo que un hom bre debe hacer para mostrarse un
hom bre de bien. Ignoram os qué consej os prácticos form a-
ban el cuerpo de esta enseñanza, pero, sin discusión posi-
ble , la práctica de las virtudes con du cía a la gloria, exacta-
mente igual que en la obra de Pródico , donde Heracles, de
joven , se coloca b a en el lado de la virtud . Según esta obra ,
el esfuerzo se prolonga en la estima del pró j im o y en el
honor ; dich o de otro m od o , en el reconocim iento de la
colectividad . Si Hipias sostenía un ideal comparable, era la
m ism a manera de justificar las virtudes c o n la pertenencia
a un grupo . Esta sugerencia está, naturalmente , en el terre-
n o de las hipótesis , pero hablar de gloria al hij o de Aquiles
era sin duda cam inar en este sentido . De todos m odos,
cualquiera que fuese su contenido , es un hecho que el Troi-
kós era una enseñanza moral y que tal orientación era
incom patible c o n el escepticism o y el espíritu de rebelión
tan fácilmente prestados a los sofistas .
También se conserva un único fragmento de una obra
que no se precisa , pero que cita Plutarco y se manifestaba
(de manera bastante contundente para ser citada siglos des-
pués) contra la calumnia . Este fragm ento podría conside-
rarse c o m o una crítica de la ley-convención , en la medida
en que Hipias deplora el silencio de la ley contra los calum -
niadores , pero lo que él querría sería una ley más exigente,
una represión más fuerte . Querría un respeto acrecentado
a lo que uno debe a los otros ; su severidad se vuelve contra
las actitudes susceptibles de acabar con la amistad , que es
el vínculo más elevado (B 17): la amistad era también en el
Protágoras el tesoro derivado de los dones morales otorga-
dos p o r Zeus , que permitía la subsistencia de los hombres
(322 c) . Hipias se alzaba asim ism o contra la envidia, y tam-
bién es Plutarco quien lo registra . D icho de otro m odo , se
alzaba de buen grado contra lo que amenazaba c o n rom per
la unidad de la colectividad y, a la inversa , defendía las vir-
tudes que podían contribuir a mantenerla.
Si añadim os a esto que Hipias pronunciaba discursos en
Olimpia , dirigiéndose a todos los griegos y predicando pro-
bablemente la unión , se com prende la im portancia que
parece haber tenido su pensamiento en este cam po.
De repente, también com prendem os m ej or que los
sabios pudieran atribuir a Hipias el texto del A nónim o de

183
Jámblico : el respeto a los valores com unes ocupaba en él el
m ism o lugar que en este pequeño texto; valores que se j us-
tificaban en Hipias, c o m o en el Anónim o, p or su feliz efec-
to en el seno del grupo constituido p o r la ciudad .
Así pues, to d o converge. Todo indica que el m ism o
m ovim iento de reconstrucción que animaba el pensamien-
to de Protágoras debía de animar también el de Hipias: sólo
este m ovim iento puede explicar la presencia de los aspec-
tos positivos cuya huella surge aquí o allá de manera total
e irrefutable .
A decir verdad , esta conclusión no es m uy sorprendente
a p rop ósito de un hom bre que (en su intervención del Pro-
tágoras) utilizó en un sentido tan optimista y am istoso la
fam osa o p osición entre la ley y la naturaleza; sería, a prio-
n , más sorprendente verla aplicada a Antifón.
Y, sin em bargo , también está perfectamente fundada en
el caso de Antifón. Se podría sospechar un p o c o, ya que se
ha m encionado aquí, que al lado del tratado Sobre la ver-
dad apareciese otra obra titulada , precisamente, Sobre la
concordia. Incluso se ha señalado y a 13 que, ante esta apa-
rente contradicción , ¡algunos atribuyeron valientemente
Sobre la concordia a otro Antifón ! Mas he aquí que, en la
perspectiva que se nos ha abierto, to d o cob ra su sentido y
se organiza .
Y ante to d o este título : la concordia, que se vuelve a
encontrar, c o m o en Trasímaco. Detrás de este tíulo se anun-
cia ya un análisis que adivinamos .
¿Lo encontram os? A decir verdad, el tratado se ha per-
dido , pero los fragmentos que nos quedan confirm an y
superan nuestras expectativas.
Son las reflexiones de un moralista, bastante pesimistas
y austeras, pero manifiestamente inspiradas p or la p reocu -
pación p or el bien, aunque pronto constatamos que estas
cortas frases no reclam an la obediencia a las leyes: de
hecho , reclaman m u ch o más.
Incluso la palabra «con cord ia » facilitada p o r el título
parece adquirir aquí un sentido ampliado .
Sin duda alguna, se trata ante todo de la u n ión en la ciu-
dad : es el ú n ico sentido en el cual la palabra aparece y se
difundirá , y ciertos fragmentos confirm an que nuestro
autor estaba interesado p or tod o cuanto puede asegurar
una com unidad entre los hombres. Así, el fragm ento 61

184
declara sin ambages: «N o existe un mal peor para los h om -
bres que la anarquía. » El autor explica así la obligación de
obediencia que se im pone a los niños a fin de acostum -
brarlos a una vida de hom bres hechos y derechos. Lo c o n -
trario de esta anarquía es evidentemente la con cordia entre
los ciudadanos , basada en el respeto del orden.
Del m ism o m od o , Antifón insiste sobre la amistad.
Habla del vínculo constituido p o r las nuevas amistades y
del vínculo más estrecho todavía representado por las anti-
guas (64) ; denuncia asim ism o a quienes confunden las
amistades verdaderas c o n las amabilidades de los adulado-
res (65). Tiene, pues, conciencia de qué es la participación
en un grupo viviente. Dice además que entre aquellos que
pasan juntos la m ayor parte del tiempo, surge necesaria-
mente una asim ilación (62) .14
Esto bastaría para establecer que en Antifón se encuen-
tra la misma parte positiva que en los otros sofistas, y cen -
trada sobre las mismas nociones. Está casi seguro a su vez
de que incluso en él la ruptura absoluta entre la naturaleza
y la ley no im plicaba en absoluto la elección de la natura-
leza. En Sobre la verdad decía m uy j ustamente que no era
el interés del individuo obedecer a la j usticia; pero, ¿quién
sabía si ocurría lo m ism o con el interés de la colectividad?
¿Quién sabía si una conven ción sana n o constituía, tam-
bién en este caso, la base de una reconstrucción? Los frag-
mentos de Sobre la concordia lo sugieren c o n fuerza .
Sin embargo , p or una característica notable, Antifón no
parece estar satisfecho de esta primera «concordia» ; m uchos
de los fragmentos conservados apuntan a una sabiduría
totalmente interior : probablemente es este aspecto lo que ha
mantenido la atención de los citadores entre los filósofos
apasionados de la sabiduría ; de hecho, el m ism o Jámblico,
que nos ha conservado el Anónim o , com entó esta orienta-
ción diciendo que la «concordia» em pezó por unir las ciu-
dades , las casas y los hombres , pero que también englobaba
la armonía de cada individuo consigo m ism o , armonía que
se crea cuando el alma obedece a la única razón en lugar de
dejarse llevar en todos los sentidos (B 44 a).
¡Admirable inversión! Las virtudes habían perdido a sus
valedores: reaparecieron en escena p or el rod eo de la p olí-
tica, pero pronto la política proporciona, a su vez, un
m od elo para la ética y, de la ciudad, se pasa al alma. Este

185
paralelismo , que aquí sólo hem os esbozado, tenía sin duda
que alegrar a Platón, aunque las virtudes de que se trata no
son enteramente las suyas.
Antifón , en efecto, sigue la m ism a lógica que ha im pul-
sado a los sofistas a centrarlo to d o en el hom bre y en lo que
es con form e a su verdadero interés: recom ienda una disci-
plina capaz de asegurar la paz interior y la ausencia de tris-
teza o alypía .1SPara este fin hay que evitar los tem ores y las
esperanzas , las pasiones y los vínculos afectivos: es ya el
ideal del sabio epicúreo . Sin embargo, esta sabiduría no tie-
ne nada de fría ; se adquiere a fuerza de dom inar tentacio-
nes (B 59) .
Este entrenamiento m oral con d u ce sin duda a la felici-
dad del individuo ; pero está claro que se sitúa en los antí-
podas de la inj usticia y de los actos violentos que acom pa-
ñan siempre al tem or de algún castigo o venganza. Al re c o -
m endar esta form a de paz interior, Antifón es, pues, en defi-
nitiva , el más m oralizador de nuestros sofistas y, tal vez, en
el ca m po de la ética , el más próxim o a Sócrates .
¿Es p or esto por lo que Platón, que habla tanto de los
otros sofistas, n o ha dicho nada de él? ¿O será porque este
hom bre brillante y diverso com pu so tragedias en colabora-
ción co n D ionisio de Siracusa? En cualquier caso él, que
escribió que respetar la j usticia no redunda en interés del
individuo cuando n o hay testigos que lo ven, nunca fue
n om brado en los diálogos c o m o uno de los que socavaban
la justicia . 16
Sea c o m o fuere, cuando se com paran los restos disper-
sos de estas dos obras, Sobre la verdad y Sobre la concordia ,
se com prende un p o c o que ciertos sabios hayan sentido la
tentación de ver en ellas la obra de dos personaj es diferen-
tes; pero la com pa ra ción sugiere también otra interpreta-
ción . [Y cuán h erm oso es pensar que estos dos aspectos ,
que a primera vista parecían contradecirse , encontraron de
h ech o en el m ovim iento interior del pensam iento sofístico
una deslumbrante verdad puesta al servicio de una virtud
lúcida , enteramente reconstruida p or el hom bre y para el
hombre !
En este m om en to fue principio de tod o el pensamiento
sofístico unir entre sí a estos dos aspectos — negativo y
positivo— a fin de fundar una m oral que pudiera ser j usti-
ficada en términos hum anos y racionales .

186
En cierto sentido, volvem os a encontrar al término de este
m ovim iento del pensamiento la misma moral que habían
creído rechazar, pero afirmarlo de esta form a sería doble-
mente inexacto.
En prim er lugar, sólo es p o r un artificio de presentación
p or lo que hem os disociado aquí estos dos movimientos
inversos . Porque los m ism os autores, en la misma época,
recreaban con una m ano lo que destruían con la otra. Sólo
unos usuarios precipitados y am biciosos podían deshacer-
se de uno de los dos aspectos del pensam iento sofístico sin
tener en cuenta la contrapartida que lo acompañaba .
Entonces , ¿de qué servía?, nos preguntamos. Pero es
que aquí encontram os el segundo riesgo de error . Porque ,
al cam biar las bases y los cim ientos de esta moral , los sofis-
tas lo cam biaban todo . Era sin duda la misma moral pero
en lugar de sacar su existencia de los dioses , o de valores
absolutos , la construyeron sobre el análisis positivo de los
problem as planteados p or la vida en sociedad, y este hecho
renueva su significación . No asistimos, pues, a un retorno,
sino a una creación , cuya fuerza m ism a reside en el espal-
darazo que une entre sí a la crítica y a la reconstrucción.
Por esta razón se com prenderá que no j uzguem os equi-
tativo explicar, c o m o se hace a veces , las diferentes tesis de
los sofistas mediante preocupaciones oportunistas y diver-
gentes . Si se adopta este punto de vista, sus análisis críti-
cos no habrían tenido más alcance que el de proporcionar
instrumentos a los jóvenes am biciosos que esperaban de
ellos este servicio y, a la inversa, sus reflexiones a favor de
la legalidad no habrían tenido otro sentido que el de c o n -
cillarse con la dem ocracia ateniense que los acogía y el de
tranquilizarla . Pero esta doble sospecha está muy p o c o j u s-
tificada . Aquí se aprecia, en el caso de los sofistas, lo que
cuesta ocuparse de cosas prácticas y cuál puede ser el peli-
gro de los discípulos y de las desviaciones : ¡todo se presta ,
de repente, a las interpretaciones desfavorables! Quizá
— quién sabe— tal explicación pu do servir, p or una parte,
en el caso de ciertos sofistas... Pero en su conj unto, no está
a tenor de sus análisis ni concuerda con la rigurosa coh e-
rencia que une entre sí a sus dos form as de argumentación.
En efecto, en la com b in a ción de ambas se ve afirmarse
a través de cada palabra un hum anism o lúcido . En un
m undo que no admite resueltamente ni trascendencia ni

187
verdad absoluta, ni divinidades j usticieras, se elabora una
moral fundada en la razón y atenta a lo que sirve al h om -
bre: las dos caras del pensam iento de los sofistas se co m -
pletan y form an un todo .
El bien de los hom bres viene, apoyado en pruebas, a
reemplazar el bien a secas.

¿Puede ser suficiente? Tal vez no. Y la admirable serie de


textos que hem os visto n o debe engañarnos; n o debe disi-
mular el límite que la m oral de los sofistas n o podía fran-
quear : Antifón había planteado el problem a hablando del
individuo que practicara la in justicia sin testigo. Se podría
decir : sin testigo , ni tem or de testigo, sin riesgo de sanción,
sin ninguna clase de control . Glaucón , en La república, pre-
cisaba , evocando el caso de un hom bre invisible que p ose-
yera el anillo de Giges, que le permitiera serlo a voluntad .
En este caso , el argumento del interés no podía servir.
Es de aquí de donde parte La república de Platón para la
búsqueda de otra respuesta, ya n o sólo cuestionando la
arm onía entre los diversos elementos de la ciudad o entre
los diversos elementos del alma (que figura , no obstante, al
principio de su descripción), sino una j usticia absoluta y un
bien igualmente absoluto. Que el acto inj usto haga daño a
quien lo com ete, que perj udique a su alma y que esto sea
lo más grave, tal es la piedra angular del pensam iento
socrático , opuesto al de los sofistas. Y es interesante con s-
tatar que, atraído hacia el problem a fundamental, el pen-
samiento griego iba en efecto a seguir este cam ino, ayuda-
do p or el progreso alcanzado en el ca m po del análisis psi-
co ló g ico y en la descripción de los conflictos anímicos .
Pero esta orientación , que se anuncia más o m enos en
Sobre la concordia ba j o la form a de un ideal de serenidad
interior, se sitúa, n o obstante, en su conj unto, fuera del
pensamiento sofístico y más allá de él. Para nuestros razo-
nadores exigentes, la vida práctica en el seno de la ciudad
fue casi siempre lo que más contaba y les interesaba p rio-
ritariamente . Y era en esta d irección en la que se p ro p o -
nían , después de haber hech o tabla rasa de todos los valo-
res recibidos y, en su principio, sospechosos, reconstruir
una moral c o n la sola razón humana .
Esto ya era enorme . Y aquí hay uno de los aspectos de

188
su pensamiento que en general n o ha sido re con ocid o c o m o
se merece . Se com prende , y p or muchas razones . La prin-
cipal se debe al m o d o c o m o hem os sido inform ados por los
sofistas . Estos fragmentos de una o dos líneas , citados por
unos co m o argumentos para la crítica de los valores y por
otros para su defensa , no dan nunca , p o r definición , más
que uno de los aspectos de su pensamiento . Y desde enton-
ces la tentación de valorar u no u otro es todavía mayor. Por
fortuna , el m ito del Protágoras , que es un «a la manera de» ,
pero que constituye p or lo m enos un texto seguido , nos
facilita una clave para interpretar estos testimonios , a los
que su mera aparición aislada hace parecer contradictorios .
Gracias a esta clave , percibim os al fin toda una serie de
ecos , de reencuentros , de sugerencias y, al final, logram os
conciliar los dos aspectos —positivo y negativo— que se
concluyen sin excepción y sin am bigüedad posible , de cada
uno de los sofistas con ocid os .
P odem os añadir p or fin una última confirm ación: que
este esfuerzo de reconstrucción realizado por los sofistas, y
que hasta ahora hem os exam inado a propósito de la j usti-
cia , puede observarse igualmente en todo lo que estos m is-
m os sofistas habían em pezado apartando cuando se trata-
ba de creencias a priori.
Este m ovim iento de reconstrucción es dem asiado con s-
tante para no ser revelador . Y permite , una vez lanzado ,
recuperar para el hom bre todos los valores y las virtudes.

189
NOTAS DEL CAPÍTULO VI

1. Cf. más abajo, pp. 194-195.


2. Esta atribución, admitida hace tiempo, es hoy considerada dudosa.
Entre los nombres propuestos para designar la fuente del texto, se han ofrecido
los de Leucipo, Posidonio y a veces incluso el de nuestro Protágoras.
3. La palabra «pudor» es naturalmente impropia: el término griego, que
no tiene traducción exacta, designa todas las formas de consideración que se
pueden tener para con el prójimo, teniendo en cuenta lo que le es debido.
4. Sobre el hecho de que todo grupo de hombres tiene necesidad de que
sus miembros respeten la justicia entre ellos, véanse pp. 177-178.
5. Es preciso, no obstante, reconocer que quienes quieren desacreditar a
la ley insisten menos en su carácter convencional que en la arbitrariedad dei
poder que ha impuesto. Este carácter arbitrario provoca respuestas com o la del
joven de Las nubes (en los versos 1421-1424): lo que ha hecho un hombre, otro
puede deshacerlo.
6. Protágoras : K . Topfer (1907); un discípulo de Protágoras y de Demó-
crito: A. T. Cole (1961); Hipias: Untersteiner (1943; 1944) y, ya hipotéticamente,
H. Gomperz (1912); Demócrito: Cataudella (1932; 1950). Pero también se ha
sugerido a Pródico, Critias, Antifón, Antístenes, Teramenes y otros,
7. 6, 2: physéi.
8. Es , no obstante, lo sugerido en el fragmento citado más abajo. Otra
incertidumbre debida a la ausencia de contexto: Demócrito reconoce que el man-
do va, según la naturaleza, al más fuerte (267); pero no sabemos, por falta de
contexto, si aprobaba el hecho o lo deploraba.
9. Cf . más abajo, pp. 216-217 .
10. Más arriba, pp. 125-127.
11. Véase nuestro estudio sobre «La palabra homónoia : vocabulario y pro-
paganda» en Mélanges Chantraîne (KJincksieck , Études et Commentaires,.
79) .
12 Esta, idea parece opuesta a la costumbre de las controversias, pero sólo
en apariencia ya que el acuerdo (que es lo esencial) estriba en la recuperación
por parte
. de. cada. uno de. uno de los aspectos del pensamiento del otro.
13. Cf pp 133-135
14 Esta asimilación es importante. porque permite a los valores formar
,
poco a poco, una nueva naturaleza Sobre la verdad dice que nada separa por
naturaleza
, a un griego de un bárbaro; pero se puede admitir (sobre todo Anti-
fón si se le atribuye Sobre ία concordia, con, el papel que da este tratado a la edu-
cación) que se formen grupos homogéneos distintos unos de otros: la naturale-
za no tiene
. .la última palabra en la historia
. de la humanidad.
15. Cf más abajo, pp. 208-209
,
16 , Jenofonte,
. en cambio le da com o interlocutor a Sócrates en Los ,Memo-
rables, I 6 Pero sólo lo hace para asombrarse de que Sócrates viva mal no se
haga pagar y no participe en la vida política: estos asombros podrían concordar
con cualquier sofista.

190
Capítulo VII

LA RECUPERACIÓN DE LAS VIRTUDES

La reconstrucción se observa p or doquiera que hubiese


pasado el soplo de los análisis de destrucción: salvo en lo
que concierne a la ontología, que afecta p o c o a la vida de
los hom bres, todos los temas examinados p o r estos análisis
encuentran aquí una com pensación .

La verdad y ol útil

Protágoras había socavado los cim ientos de la verdad


diciendo que el hom bre es la medida de todas las cosas
conservando solamente las apariencias subjetivas, que se
prestaban mutua validez. Pero ya hem os señalado que este
relativismo im plicaba ciertos límites y reclamaba correcti-
vos: Sócrates los formula en el Teeteto al presentar una
defensa de Protágoras .‟
El principio de estos correctivos es sencillo : se reduce,
exactamente , al hech o de sustituir la idea de la verdad por
la idea , m uy práctica, de la utilidad. Es la primera recupe-
ración efectuada p or nuestros sofistas y es una recupera-
ción de peso . En efecto,* si no hay verdad, hay en cam bio
ju icios y gustos más útiles que otros : así restituyen el lugar
de la sabiduría y el discernim iento (166 d: «N o faltaría más
que negase la sabiduría y al sabio»).
¿En qué consiste, pues, esta sabiduría? Una definición
teórica puede desorientar , p ero el ej em plo con creto es cla-
ro : es el del m édico. El enferm o encuentra amargos algu-
nos alimentos ; esta apreciación es verdadera para él e irre-
futable, pero el m éd ico puede, c o n sus rem edios, invertir

191
la im presión del paciente, de m o d o que los m ism os ali-
mentos le parezcan buenos y lo sean. Ocurre lo m ism o en
el terreno de los j u icios de valor. Aquí tam bién hay j u icios
que se pueden corregir para hacerlos más satisfactorios .
La diferencia de calidad se introduce b a jo la form a de una
diferencia de utilidad) la utilidad acude a reemplazar a la
verdad .
S obre esta utilidad n o cabe la m en or duda . El texto
habla , en el ca so del enferm o, de d isp osicion es «m ej o -
res». P ero p ron to em plea la palabra jrestós, que sign ifica,
«b u en o, útil»; más adelante, en la página 172, em plea la
palabra sym phéron, que significa «ven taj oso». L os j u icio s
que em ite cada u n o p u eden ser así tan verdaderos unos
c o m o otros , p ero n o tod os p ro d u ce n resultados del m is-
m o valor.
P odem os admirar ya seme jante enderezam iento, que
basa en la práctica y al servicio del h om b re lo que había
apartado metafísicamente, a saber: la superioridad de una
op in ión sobre otra. Asim ism o p od em os adm irar que esta
doctrina de un m aestro de retórica se base en la p osib ili-
dad de conven cer al p rój im o y hacerle cam biar de opinión:
el pensam iento del sofista concuerda c o n su program a p ro -
fesional . M ej or todavía: el ca so con creto que el texto c o m -
para co n el del m éd ico es el del profesor , que prepara en
su discípulo disposiciones m e jores . Este m aestro es evi-
dentemente el sofista ; el texto lo dice : «El m éd ico prod u ce
esta inversión c o n sus rem edios ; el sofista , c o n sus discur-
sos .»
Pero estos discursos no se dirigen solamente al discípu-
lo ; el hecho es que, m uy rápidamente, se pasa del individuo
a la ciudad, que es sin duda alguna lo esencial. Son, en
efecto, las opiniones de la ciudad lo que se trata ante todo
de m odifica r o corregir; la utilidad para la ciudad es el
ob jetivo: nos situamos, pues, en la p rolon ga ción exacta del
m ito de Protágoras, y la ciudad sigue siendo prim ordial en
la reconstrucción moral.
En efecto , después del e j em plo del m ed ico y del m aes-
tro, se llega en seguida a la colectividad: «P or lo m ism o,
aquellos oradores que son sabios y buenos hacen que las
ciudades encuentren justas las cosas que n o son pern icio-
sas, sino bienhechoras . En efecto, tod o lo que parece j usto
y bello a una ciudad lo es para ella mientras así lo decreta;

192
p ero el sabio, en lugar de perniciosas, las hace ser y pare-
cer bienhechoras .»3Todas las incertidumbres en que el aná-
lisis había sum ido al hom bre son corregidas p or la preocu-
pación consciente del interés com ún . Aquí se encuentra
— dicho sea de paso— el m o d o de explicar y j ustificar el
papel de Protágoras c o m o legislador.
Al final, la conclusión de tod o el desarrollo tom a el
e jem plo de la política , recordando que , para cada ciudad ,
lo bello y lo feo , lo justo y lo in justo , lo p ío y lo im pío sólo
lo es mientras la ciudad lo juzga c o m o tal. En este terreno
nadie está más autorizado que otro ; pero «sobre el efecto
útil y n ocivo que tendrán para ella misma sus decretos» ,
hay una diferencia y una posibilidad de error. Se trata de la
ciudad , del grupo, de lo que se j uzga «en com ún»: en este
terreno, la utilidad tiene un sentido, el defensor un papel
que interpretar, el con se j o es oportuno y la experiencia p olí-
tica eficaz.
Se com prende p or ello m ucho m ej or que Protágoras
pudiera definir su arte, según Platón, c o m o arte político. Es
cierto que enseñaba a tener éxito en política, pero también
enseñaba a dar opiniones útiles . Nos acordam os de su
declaración : «El obj eto de mi enseñanza es la prudencia
para cada uno en la administración de su casa y, en cuan-
to a los asuntos de la ciudad, la capacidad de intervenir
m e jor que nadie con la palabra y c o n la a cción ». 4
Se com prende igualmente el ardor c o n el que los sofis-
tas y sus coetáneos adoptaron esta ciencia política que
basaron en la experiencia y en la clarividencia: esta nueva
conquista que fue la suya se recon oce, baj o una luz más
pura , en los análisis de Tucídides, cuando confronta los
diferentes cálculos de los hom bres de Estado para obtener
una política útil c o n posibilidades de éxito.
Nos gustaría dej ar para después la aplicación de este
arte : aquí nos referiremos solamente al principio . Ilustra la
posibilidad de hacer tabla rasa de la verdad en el plano
metafíisico, y de pod er tratar de convencer al pró jim o en la
vida colectiva y en la ciudad , inspirándole j uicios mej ores,
es decir , más capaces de concurrir al bien com ún . Las ciu-
dades se habían inventado apuntando a este bien com ún :
ahora se convierte en un fin a perseguir en las actividades
humanas , y un fin que viene a sustituir a la verdad destro-
nada.

193
Los dioses y la utilidad

Las cosas son un p o c o m enos claras para la piedad y


para los dioses. Sin em bargo, se puede aducir a este res-
p ecto varias indicaciones convergentes. Son tan nimias
c o m o la ceniza del cigarrillo contem plado p or el detective
de una novela policíaca pero, c o m o ésta, adquieren un sen-
tido al compararlas con otros hechos.
Protágoras había afirmado en voz alta que no podía
saber nada de los dioses, ni si existían o no, ni qué form a
tenían. Sin hablar de Trasímaco, quien observó que los d io -
ses no se ocupaban manifiestamente ni de los hom bres ni
de la justicia; nos encontram os c o n teorías explicativas
sobre la religión que no dej aban de ser inquietantes: Pródi-
c o explicó que el sol, la luna, los ríos y los manantiales se
consideraban dioses a causa de su utilidad; y el Sísifo decla-
raba que un espíritu avispado había inventado a los dioses
para obligar a los hom bres a mantener el orden. Todas
estas ideas, ya expuestas en un capítulo precedente, n o
de jaban m u ch o ca m po para la fe y correspondían más a la
crisis religiosa de la época .
No obstante, también aquí se vio que debían aportarse
reservas y correctivos a estas opiniones y que la mayoría de
los sofistas m encionados no podían ser considerados co m o
ateos . Es más, llegarán a m enudo hasta a hablar de los d io -
ses . Incluso sin tom ar en consideración a los sofistas nada
sospechosos , c o m o Hipias, debem os constatar que Protá-
goras introdu jo a los dioses en su mito, y que P ródico tam-
bién habla de los dioses en el apólogo m oral de Heracles
ante el vicio y la virtud. Jenofonte le hace proponer inclu-
so la benevolencia de los dioses c o m o uno de los obj etivos
de la virtud." ¿Debem os admitir que estos hom bres bien
con ocid os , cuyas ideas divulgaba tod o el m undo, eran unos
hipócritas y creían engañar a la gente? ¿Que lo eran
todos? ... Esto es muy difícil de creer. En cam bio, es m uy
razonable pensar que la contradicción observada entre sus
análisis destructivos y estas palabras sabiamente ortodoxas
sólo era una contradicción aparente que se explica p or la
pobreza de nuestras fuentes.
Al final Protágoras podía muy bien decir que no sabe-
m os nada de los dioses c o m o decía que no existía la verdad;
pero también podía respetar a los dioses de la ciudad don-

194
de se encontraba, c o m o respetaba sus leyes y podía j uzgar
que éstas encam aban el vínculo entre los ciudadanos, que
le parecía tan esencial. No era ciertamente el único en
emplear las palabras de «dioses» y «divino» y de esta mane-
ra vaga designar lo que hay de m ej or y más respetable en
la vida humana . Una m ezcla de agnosticism o y sentido del
bien de los hom bres podía conducirle fácilmente a sem e-
jante uso . Sin duda es p or esto p or lo que le vemos pre-
sentar estos vínculos c o m o un don de los dioses y decir que
los hom bres «participaban del patrim onio divino» porque
se distinguían de los animales p or la piedad, el lenguaje y
todos los inventos de la civilización . «Divino» sería otro
m o d o de exaltar al hom bre ... Si se admite una explicación
de este género , su hum anism o puede con corda r de manera
m uy legítima c o n un respeto real por lo que representan los
dioses , entendidos en el sentido más amplio y, sin duda
también , más depurado. Una vez más no estamos muy lej os
de esta religión bastante libre, pero vivaz, de su coetáneo
Eurípides .
También P ródico dio una explicación antropológica de
los cultos; pero ésta, c o m o se habrá observado, se basaba
en la utilidad : los resúmenes de su doctrina emplean con
insistencia las palabras ophélein y ophéleia; porque los h om -
bres , según él, adoraban lo que les ayudaba a vivir. Por una
notable característica que recuerda a Hesíodo, pensaba en
la agricultura y no en la ciudad ; su idea de una religión, en
cierto m od o agraria, tendría éxito entre los sabios m oder-
nos . Algunos supusieron incluso que este aspecto era esen-
cial en su pensam iento y llenaría todo su Tratado de las
Estaciones u Horas (según Nestle). En todo caso, la idea de
la utilidad era dominante , lo cual es un vínculo entre él y
Protágoras . Pero nada sugiere que P ródico haya repudiado
este culto , simplemente porque lo explicó. Además, su pre-
ocu p a ción p o r la agricultura no excluía la preocupación
p or el g m p o humano; sin duda no es casual que escogiera
c o m o héroe de su apólogo a Heracles, a quien Eurípides lla-
ma «el bienhechor de Grecia» .
La utilidad , la vida humana, las sociedades , todo esto
parece haber dom inado su pensamiento: también es en este
contexto donde hay que co lo ca r de nuevo sus declaraciones
relativas a los dioses. Se puede decir, p or consiguiente, que
ya n o acepta la creencia en los dioses sobre las mismas

195
bases que antes, que aporta a las consideraciones religiosas
un espíritu nuevo, más científico, más relativista, más crí-
tico . Se tiene la im presión de que, pese a todo, y desde
una perspectiva humanista, también debió de hacerles un
h u eco .5
En el límite, incluso el Sisifo, c o n tod o su positivismo y
co n todas sus teorías sobre la oportuna creencia en la j us-
ticia divina , no hace más que decir, a su manera: «¡ Si los
dioses no existieran , habría que inventarlos! ». En la m edi-
da en que el orden del Estado y la paz de los hom bres son
bienes preciosos , la piedad encontró allí un estímulo.
Volviendo a Protágoras y a Pródico , estaríamos más
tranquilos si tuviéramos un texto que expusiera c o n clari-
dad este vínculo que intentamos restablecer entre las dos
caras de su pensamiento. Nos gustaría n o tener que co n -
tentamos con estos dos trozos separados, entre los cuales
nos com pete a nosotros, los m odernos, tender un puente...
Disponem os en los textos de la época de un pasaj e donde
parece sugerirse tal vínculo; pero n o es de un sofista y per-
manece m uy oscuro . Se trata de un grupo de versos de la
Hécuba de Eurípides, que retuvo largo tiem po las críticas.
La anciana reina , al tratar de obtener j usticia de Agame-
nón , invoca a los dioses y a la ley; dice (en los versos 799
y ss.): «En cuanto a mí , soy esclava y tal vez sin fuerza. Pero
los dioses son fuertes, y también la ley que los dom ina . Por-
que es la ley la que nos hace creer en los dioses y vivir dis-
tinguiendo lo justo de lo injusto . Si, puesta en tus manos,
esta ley es destruida , si se escapan del castigo quienes
matan a sus huéspedes u osan saquear los santuarios de los
dioses , ya no existe equidad en la vida de los hum anos .» Es
un pensamiento piadoso y, p o r esta razón al m enos , tradi-
cionalista : p or ley , debem os entender probablem ente las
famosas leyes no escritas y la idea m ism a de justicia acep-
tada por todos . Esto no im pide que el orden sea aquí curio-
so y que la relación entre la ley y los dioses no sea lo que
esperábamos . La ortodoxia antigua habría dich o que los
dioses nos ordenan creer en la justicia ; la religión de H écu-
ba dice que la justicia nos lleva a creer en los dioses . La
ortodoxia antigua habría dich o que los dioses ratifican la
j
usticia de su voluntad soberana ; la religión de H écuba dice
que los dioses están som etidos a la ley , que los dom ina co n
su superioridad (krátos). Cualquiera que sea el sentido

196
exacto del texto, se ve muy claro que en esta época era posi-
ble expresar una piedad convencida y llena de esperanza,
pero que el m ovim iento también podía ir de los hom bres a
los dioses y n o a la inversa. Los m odos de obrar de los h om -
bres fundan la creencia en los dioses.
Esta nueva orientación es susceptible de ayudar a c o m -
prender m e jor có m o , de manera variable para cada uno , los
sofistas pudieron derivar del orden hum ano nuevas razones
de piedad , más pragmáticas y más centradas en el hom bre ,
pero , n o obstante, reales.
Con m ayor razón es así cuando se trata de divinidades
tutelares y cultos nacionales , que se confunden más o
m enos c o n el grupo hum ano correspondiente.
Es preciso recordar que los dioses de la Grecia antigua
tenían vínculos m uy fuertes con las ciudades , c o n las p ro-
vincias , y hasta c o n los grupos locales . Eran ob jeto de un
culto definido , p rop io de tal santuario o de tal ciudad . Lle-
vaban su nom bre . Protegían a sus fieles y a su área cultu-
ral , c o m o si estuvieran ligados p o r una especie de pacto .
Además , se trataba m enos de una religión interior o de fe
en un dogm a que de una relación colectiva c o n un protec-
tor . Ciertas fiestas de santos en nuestras provincias pueden
da m os una idea de ello ; m ucha gente , en la actualidad , par-
ticipa todavía en tales fiestas, c o n toda sinceridad , sin creer
p or ello en los milagros pasados que acuden a celebrar. La
piedad de los atenienses de entonces n o era refle jo de una
fe en el sentido en que entendemos el térm ino hoy en día;
sus dioses se confundían un p o c o c o n la ciudad . En estas
condiciones , nos cuesta menos imaginar la posibilidad de
que nuestros sofistas les reconocieran un papel , aun sin
esta fe. Y nos arriesgamos más fácilm ente a suponer que
debían de aceptarlos c o m o una de esas decisiones de la ciu-
dad , discutible y variable c o m o todas las otras , pero, co m o
ellas, legítima y bienhechora.

La educación por la ciudad

En cualquier caso, en materia religiosa, si presentamos


posibilidades de con cilia ción cuyo detalle es dudoso, desde
que volvem os a la conducta humana el papel de la ciudad

197
en la restauración de los valores se vuelve otra vez claro y
se revela preponderante.
Contribuye de diversas maneras a la form ación m ism a
de los individuos, así c o m o a la difusión o a la defensa de
los valores. A pesar de la rareza de los testimonios, p od e-
m os distinguir dos aspectos de su papel, aspectos en los
cuales Protágoras había insistido indiscutiblemente .
La primera form a de su a cción es oculta , p ero positiva:
en el Protágoras, nuestro sofista explica c ó m o los indivi-
duos se convencieron de las ideas sin las cuales una ciudad
no puede existir. Nada es más indispensable que estas ideas.
Aquello de lo cual no se puede prescindir no es «el arte del
carpintero , del fundidor o del alfarero , es la justicia, la tem -
planza , la con form ida d c o n la ley divina y to d o lo que yo
llam o c o n una sola palabra : virtud propia del hom bre» (324
e-325 a). Ahora bien , ¿quién nos enseña esta virtud? La
aprendemos sin da m os cuenta en la infancia y después a
tod o lo largo de nuestra vida . Sigue a continuación un lar-
go inform e que se inicia en el m om ento en que el niño
em pieza a hablar, en el cual la «nodriza , la madre , el peda-
gogo , el m ism o padre se esfuerzan sin descanso en hacerle
lo más perfecto posible ; a propósito de tod o cuanto hace o
dice , le prodigan las lecciones y explicaciones : esto es justo
y esto es in justo , esto es bello y esto es feo , esto es piadoso
y esto es im pío , haz esto y no hagas aquello ...» (325 d) . Des-
pués viene el tiem po de la escuela , los conse jos del maes-
tro , la lectura de los textos y de esas obras «llenas de bue-
nos conse j os y también de digresiones, de elogios , donde se
exalta a los héroes antiguos a fin de que el niño , seducido
p or la em ulación , los imite e intente parecerse a ellos» .
Siguen las lecciones de cítara y las bellas obras líricas , d o n -
de se aprende arm onía y ritmo , esenciales en la vida huma-
na. Luego viene el entrenamiento físico y, p o r último , la
ciudad misma entra en juego: obliga a los jóvenes a apren-
der las leyes . Del m ism o m o d o que se da un m od elo de
escritura , así se les ofrece el trazado de las conductas a
copiar ; reclama que se a justen a ellas y sanciona los actos
que se apartan . Pone el últim o toque a este esfuerzo inm en-
so «privado y público en favor de la virtud» . La adquisición
de las virtudes se hace , pues , para ella y p or ella.
Este texto notable expresa ideas nuevas y profundas . Su
novedad no está ligada a la originalidad de una observación

198
ni de un program a (aunque se puede admirar de paso la
presencia de ideas h oy dem asiado desconocidas , c o m o el
papel de los textos literarios en la form ación moral y cívi-
ca) : esta novedad se debe a una tom a de conciencia clara
de los m edios p o r los cuales se hace esta educación silen-
ciosa y anónima . Siempre conservarán este sentido agudo ,
que indica Protágoras , de la acción m oral ej ercida p o r un
ambiente determinado , y el m o d o c o m o p o c o a p o c o m od e-
la el espíritu y el corazón de cada uno.
La com paración aclara la im portancia de esta idea y su
fuerza particular en Protágoras.
Porque esta idea se encuentra en otras partes. Se la
encuentra un p o c o en Platón en la m edida en que admite
— con retoques— la educación tradicional; pero él la limita
a las lecciones propiam ente dichas y n o las da con el fin de
difundir la justicia . 6 Se la encuentra también (y el hecho
confirm a la autenticidad del testim onio aportado por Pla-
tón) en el pequeño tratado de los Discursos dobles, tan lle-
no en todos los aspectos del pensamiento del gran sofista
( ¡pero tan seco y tan pobre, com parado c o n lo que se sabe
de Protágoras! ). Este tratado tom ó precisamente la idea del
maestro sobre la educación que realizan sin darse cuenta el
padre , la madre y después el simple contacto c o n la reali-
dad cotidiana. Pero mientras Protágoras habla de la ense-
ñanza de los valores y de la j usticia, el autor de los Discur-
sos dobles sólo habla de la lengua: un niño griego, educado
desde la infancia en Persia, hablaría persa sin que pudiera
decirse quién le enseñó las palabras. .. Baj o este aspecto, la
idea es justa, pero simplista y p o c o impresionante; baj o la
form a que le d io Protágoras, era profunda .
También se encuentran ecos de la idea fuera de los
debates de los especialistas ,7 y particularmente en Tucídi-
des . En dos ocasiones , para Esparta y para Atenas, cuyas
dos personalidades m orales com para tan bien entre sí ;
emplea expresiones que sugieren esta integración progresi-
va descrita p o r Protágoras . Demuestra en esta oración fúne-
bre pronunciada p o r Pericles c ó m o la grandeza de la ciu-
dad im pone el am or de ciertos méritos que la distinguen y
la han encum brado a tal altura. Y muestra en el discurso
del rey de Esparta , Arquidamo, en el libro I (84), có m o ha
elaborado Esparta una form a de sabiduría y virtud que
también le es propia y que inculca a sus ciudadanos de

199
generación en generación . Es un asunto de form ación , dice;
el verbo que designa esta form ación , o esta educación, lo
repite dos veces . Tanto en esta variedad de las virtudes,
diferentes según los lugares, c o m o en este papel de la edu-
ca ción p or la ciudad , se recon oce la afinidad c o n Protágo-
ras: se encuentra en un texto y en otro el m ism o relativis-
m o y el m ism o sentido profu n do del bien com ún . Pero en
Tucídides se trata de breves indicaciones ; la exposición de
Protágoras es , p o r el contrario , com pleta y sistemática: se
afirma c o n toda su fuerza .
Ahora bien , constatamos que im plica p or su parte una
adhesión real a estos valores, cuya form a puede variar, pero
cuya utilidad para el grupo social está absolutamente fuera
de toda duda . Los llama «la j usticia, la templanza, la c o n -
form idad co n la ley divina». Es más, llega a re con ocer y
celebrar otras virtudes, todas las virtudes, porque recuerda
las «de los héroes antiguos». Sin duda sus sacrificios ase-
guran co n m ucha frecuencia, de manera directa o indirec-
ta , el bienestar de la ciudad y su esplendor. Pero hacen más
que esto: del m ism o m o d o que la arm onía y el ritm o per-
miten un feliz equilibrio y un buen entendimiento c o n el
pró jim o, también es posible, mediante estos m odelos, sen-
tir una devoción total p o r el interés com ún. Para la ciu -
dad , p or la ciudad, todas las virtudes renacen sobre bases
nuevas .
Con esto Protágoras justifica de alguna manera las
exhortaciones morales que escribieron P ródico e Hipias.
Restablece este puente que buscábam os y que permite c o n -
ciliar la crítica de los valores en el plano m etafísico c o n su
reaparición en el piano de la utilidad humana. Da coheren-
cia al con junto. Hace com prender lo que tenía de nuevo
este humanismo , que es tan fecu n do c o m o sistemático .
N o obstante , esta «form a ción continua», si se hace a
fuerza de lecciones y de ej emplos, conlleva asim ism o san-
ciones , c o m o ya hem os visto. Pero la idea de una educación
p or y para la ciudad iba acom pañada precisamente, en Pro-
tágoras , de una teoría relativa al castigo y a su papel edu-
cador : esta teoría es de una originalidad y de una fuerza
que aún actualmente siguen siendo convincentes .
También ella figura en el principio del Protágoras cuan-
do nuestro sofista se emplea en probar que la virtud se
aprende en el espíritu de las personas . La existencia de cas-

200
tigos es, a este respecto, un signo, porque es evidente que
se utilizan c o m o un aviso al porvenir : «Nadie , en efecto, al
castigar a un culpable , contem pla ni tom a co m o móvil el
hecho m ism o de la falta com etida , a m enos que se aban-
done c o m o una bestia feroz a una venganza exenta de
razón : quien se preocupa de castigar c o n inteligencia no
golpea a causa del pasado — ya que lo hecho , hecho está— ,
sino en previsión del porvenir, a fin de que ni los culpables
ni los testigos del castigo com etan nuevas faltas» (324 b).
Esta teoría del castigo c o m o lección para el porvenir no
es absolutamente nueva. Aparece en el teatro de Esquilo en
relación c o n la justicia divina: ésta , que es «violencia bien-
hechora» , invita a los culpables a refexionar y permite que
la sabiduría penetre en sus corazones contra su voluntad .
Del m ism o m od o , el tem or del castigo se inculca por el bien
de la ciudad , gracias a la sana amenaza que hace pesar el
tribunal del Areópago ; pues, co m o dice Atenea en Las Eumé-
nides (699), «si no tiene nada que temer, ¿qué mortal hace
lo que debe?» . Desde el m om en to en que la j usticia viene a
reemplazar a la venganza , el pensamiento griego se orienta
en este sentido y quiere ver en los castigos un estímulo para
obrar mejor. N o obstante, un cuarto de siglo después de La
Orestiada esta idea adquiere un relieve m ucho mayor, y se
aplica co n precisión a las penas humanas, infligidas p o r la
justicia humana .
Aquí se nos reserva una sorpresa. ¡Que la misma teoría
es puesta p o r Platón en b o ca de Protágoras y en la de
Sócrates ! ¡Él, que suele tomarse tantas molestias para
enfrentar al uno contra el otro!
En este punto se produce el encuentro . Porque en el
Gorgias, e incluso al final del Gorgias, cuando el tono se ele-
va y se consideran los mitos del más allá, Sócrates vuelve a
tom ar p or su cuenta la idea que acabam os de oír form ula-
da p or Protágoras; y la tom a a gusto, con insistencia: «Pero
el destino de tod o ser a quien se castiga, si el castigo es
infligido correctamente , consiste o en m ej orar y sacar p ro-
vech o de la pena, o en servir de ej em plo a los demás, a fin
de que éstos , p o r tem or de la pena que le ven sufrir, m ej o-
ren p or sí m ism os» (525 b). El texto continúa distinguien-
d o a aquellos cuyo mal es curable, de los que son incura-
bles: el castigo de éstos sólo vale c o m o e jem plo para los

201
demás ; constituye una especie de espantapáj aros, co lo ca d o
c o m o advertencia en las prisiones del Hades...
Hay que confesar que la com pa ra ción de estos dos tex-
tos es fascinante.
Por la semej anza que muestran, prueban la evidencia de
que entre el sofista y el filósofo no hay el abism o cuya exis-
tencia podría ser sugerida p o r el contraste entre ciertas
doctrinas suyas. Estos dos hom bres que respetaban p o r
igual las leyes de Atenas y se preocupaban p o r la enseñan-
za y por la virtud, podían coin cid ir en este punto. Platón no
habría atribuido esta doctrina a Protágoras si éste no la
hubiera sostenido; hay que creer que la sostenía y que
Sócrates , y Platón después de él, cuando quisieron exami-
nar hechos de la vida práctica en el seno de la ciudad, co m -
partieron naturalmente el pensam iento de un maestro que
no era — esto es claro— tan inmoralista c o m o algunos
habrían supuesto . Aun suponiendo un orden inverso , o
incluso una fuente com ún, el acuerdo n o resultaría m enos
significativo .
Por lo demás, este acuerdo n o es un caso aislado; tam-
bién Platón describe el nacim iento de las ciudades de m od o
realista y presenta la j usticia c o m o una con d ición de su
estabilidad . Tales coincidencias corresponden al ton o defe-
rente que Platón emplea siempre hacia Protágoras . Con-
cuerdan igualmente con un testim onio que ha dej ado estu-
pefactos a la m ayoría de los críticos, acostum brados a tra-
zar una separación radical entre los «b uenos» y los
«m alos». Es el testim onio de Aristógenes, transmitido por
dos fuentes, que afirma que La república de Platón se
encontraba casi entera en las Antilogías de Protágoras.
Com o testim onio de hech o es evidentemente un error o una
mentira . Pero si se trataba de afinidades , de puntos de co n -
tacto, de acuerdos de prin cipio que reconocieran la priori-
dad del sofista p o r m uchos análisis políticos , en este testi-
m on io habría m u ch o de verdad. En toda su parte positiva,
el pensam iento de Protágoras podía m uy bien ser seguido
p or Platón ; y, a la inversa, en toda su parte práctica, el pen-
samiento de Platón apenas podía evitar pedírselo prestado
a Protágoras .
Pero si la similitud ilumina afinidades c o m o éstas, que
conviene tener en cuenta> nos deleita de igual m o d o m edir

202
las diferencias. Porque entre los dos textos sobre el castigo,
que parecen tan cerca uno de otro, no to d o es idéntico.
Primera diferencia: Sócrates habla del castigo pensando
sobre tod o en los castigos del más allá, y su análisis a com -
paña un m ito de los infiernos. En cuanto a Protágoras, sólo
piensa en la ciudad y en los castigos humanos .
Asimismo , Sócrates utiliza m ucho la imagen de la enfer-
medad : quiere que el castigo haga m ej or a la gente y la cure
si se puede curar ; lo que le preocupa, pues, es el estado del
alma del culpable . A Protágoras sólo le preocupa evitar las
faltas del porvenir : así pues, le preocupa el estado de la ciu-
dad , a la cual las faltas amenazarían c o n envenenar y divi-
dir. Por otra parte, precisa que describe el uso predom i-
nante, en particular en Atenas; no piensa en los dioses ni
en los individuos: sólo tiene en la cabeza esta j usticia civil
que se e jerce para la defensa de las leyes de la ciudad.
Por último , Sócrates — y algunos lo consideran un méri-
to , ya que supone un análisis más detallado— distingue
entre las diversas faltas y los diversos casos . Comparte esta
característica c o n el Platón de Las leyes. En efecto, en el
libro IX de este tratado , Platón esboza tod o un proyecto de
justicia penal , distinguiendo entre los daños y la in justicia
y de jando a un lado los crímenes involuntarios, los h om ici-
dios debidos a la cólera , con o sin prem editación , etc. Es
una investigación preciosa y una etapa interesante en la
historia de las ideas morales y jurídicas . Pero Protágoras, al
m enos en este pasaje, no busca distinguir; sólo retiene una
idea que parece haber sido esencial en su pensam iento y en
su vida: la de una educación que se prolonga durante todas
las edades del hom bre. La encuentra tanto en la j usticia
penal c o m o en la vida política o vida cotidiana; al parecer,
es siempre la cuestión esencial para los hombres. A sus
o jos, el papel educador que desempeña la ciudad es al mis-
m o tiem po lo que la mantiene y j ustifica todas las medidas
que tom a para asegurar su cohesión, ya sean represivas o
de simple incitación. Partiendo de la idea eminentemente
griega del hom bre ciudadano , Protágoras sacó de una refle-
xión sobre la ciudad una j ustificación de las virtudes, fun-
dada en el interés com ún; en el m om en to en que los otros
cim ientos se revelaron de repente tan frágiles, encontró
para estas virtudes nuevas razones de ser, honradas y prac-
ticadas, en el seno del grupo civil.

203
Defensores de las virtudes

A prop ósito de Protágoras, vem os c ó m o un pensamien-


to humanista y razonado puede encontrar en la vida colec-
tiva una j ustificación nueva para m uchos valores. Ahora
bien , encontram os efectivamente en varios otros sofistas
estímulos n o m enos razonables para toda clase de virtudes .5
El principio es importante . Explica que, incluso entre el
público , los sofistas pasaron a veces p o r m aestros de moral.
En el diálogo que lleva su nom bre , cuando M enón busca
dónde adquirir «este talento y esta virtud que hace que uno
gobierne bien su casa y su ciudad , que honre a sus padres,
que sepa recibir a sus conciudadanos o a los extran jeros y
despedirse de ellos c o m o conviene a un hom bre honrado» ,
Sócrates contem pla en seguida a los sofistas para respon-
der a este deseo . La sugerencia fue m uy mal acogida p o r
Anito y sin duda n o era bastante seria. Pero lo cierto es que
el principio de la frase recuerda m u ch o la definición que
Protágoras da de su arte en el Protágoras ; p o r el contrario ,
la continuación enumera las virtudes más tradicionales y
más conform istas . ¿Se piensa para ellas en los sofistas?
M ucho más , se termina con los buenos m odales,.. Esta
m ezcla sugiere de form a divertida que , incluso para los
sofistas en general , no se consideraba que hubiera una rup-
tura absoluta : se podía enseñar m uy bien el nuevo arte y ser
un respetable maestro de moral.
Ya sabem os que era así. C onocem os a varios sofistas que
desempeñaron este papel. Al volvem os hacia ellos consta-
tamos que, p o r razones paralelas a las de Protágoras, llega-
ron a defender en sus escritos n o solamente a la j usticia
sino valores y virtudes diversos p o r los que abogaron de
form a declarada. Es el caso de P ródico y del A nónim o de
Jámblico : tenem os abogados defensores suyos que n o
admiten ninguna duda y que incluso aceptan la m oral cuya
presencia había sido revelada en el capítulo anterior en la
obra de Antifón , en relación c o n el tema de la concordia.
Estos dos defensores parecen más tradicionales, pero
muestran hasta qué punto nuestros sofistas eran p o c o am o-
ralistas. L o eran tan p o c o que se advierte en buena parte de
am bos textos el sentido del esfuerzo .
En el ap ólogo de P ródico sobre Heracles en la encruci-
jada de cam inos, una de las dos muj eres que se dirigen a él

204
ensalza la vida «más agradable y fácil» (Los Memorables, II,
1, 23): pero la otra, que es la Virtud, inicia su defensa con
la idea de que, p or el contrario, es preciso esforzarse: «De
tod o lo que es bueno y herm oso, los dioses no dan nada al
hom bre sin esfuerzo y sin aplicación» (28). Para todo hay
que entrenarse con traba jo y sudor. Esta última palabra
recuerda directamente el elogio del trabajo hecho por Hesio-
do : «Antes del mérito, los dioses han puesto el sudor. » Este
h ech o muestra bastante bien que los nuevos maestros abra-
zan a m enudo , de manera deliberada, las tradiciones m ora-
les del pasado . P ródico n o fue ciertamente el único en
hacerlo : también el Anónim o em pieza diciendo que para
lograr el éxito en cualquier ca m po hay que ser «am igo del
esfuerzo» . T am poco podem os olvidar a Antifón recordando
que las alegrías no van solas; al hablar de las victorias en
los j uegos, de los logros intelectuales, de los placeres de
toda índole , constata: «H onores y recompensas, incentivos
que la divinidad presenta al hom bre, obligándole a grandes
penas y a grandes fatigas» (49). T am poco debem os olvidar
que los dos escritores discípulos de los sofistas, Tucídides y
Eurípides, presentaron c o n insistencia el éxito ateniense (o
el éxito en general) c o m o adquirido a fuerza de pruebas y
de esfuerzos. En contraste c o n una vida de tranquila m oli-
cie , exaltaron la acción; Tucídides puso este pensamiento
en b o ca de Pericles, otro am igo de los sofistas.
Estos esfuerzos se emplearán en una acción práctica y
en la adquisición de una form a de excelencia , es decir, la
arete. ¿Cuál? Ni P ródico ni el Anónim o lo dicen ; dej an libre
la elección . Pero la generalidad de las fórmulas muestra en
los dos que estaban dispuestos a acogerlas todas. P ródico
habla de las cosas «buenas y bellas» ; después habla de ayu-
dar a sus amigos , a la ciudad , a Grecia, de distinguirse en
la guerra , de fortalecer su cuerpo. El género de la acción
parece im portar m ucho m enos que el principio , que es ten-
der a la calidad y a la m ayor felicidad del hom bre . El espec-
táculo más agradable de todos es, según la Virtud, contem -
plar una bella obra (o una bella acción), de la cual uno sea
el autor... El carácter positivo del ideal es indiscutible; la
im precisión de su naturaleza n o lo es menos. El Anónim o
habla de la sabiduría , del valor y de la virtud (arete en el
sentido am plio), ya sea en su conj unto, ya sea en una de sus
partes. Es más preciso en la continuación, ya que desaiTO-

205
lia con prolij idad el caso de dos virtudes que consisten en
no ser ni esclavo del dinero ni avaro de la propia vida. La
primera de estas virtudes es, palabra p or palabra, la que
Tucídides elogia en Pericles; la segunda es la que Pericles
alaba en los atenienses muertos p o r la patria. El ideal es,
pues , a la vez más alto y más preciso que el de Pródico. Sin
embargo , define solamente condiciones de conj unto y n o
ofrece ninguna clasificación de las formas de excelencia o
de las virtudes.
Se diría, pues, salvando esta reserva, que nuestros auto-
res dej an a cada uno la elección de méritos, c o m o si qui-
siera recon ocer en este terreno la legitimidad de las o p cio -
nes individuales , al m o d o de Protágoras, recon ocien d o la
legitimidad y la equivalencia de las diversas opiniones. En
cam bio , la meta perseguida p o r estos esfuerzos hacia la
excelencia está bien clara en uno y en otro. Incluso puede
decirse que es doble en ambos .
Esencialmente , sobre tod o en Pródico, esta meta consis-
te en la estima y la buena voluntad del prój im o, fundadas
en servicios prestados . D icho de otro m od o, el grupo hum a-
n o vuelve a ser, también aquí, la j ustificación final, y esta
idea permite al sofista proponer una recom pensa para las
buenas acciones. La insistencia del texto de Los Memorables
llega a ser de una ingenuidad conm ovedora. Porque al fin
y al cabo las diversas excelencias m encionadas sólo lo son
en función de las diversas simpatías que pueden suscitar;
«Si quieres que los dioses sean benévolos contigo , debes
servir a los dioses; si quieres que tus amigos te aprecien,
debes prestarles servicios; si quieres ser honrado p o r una
ciudad , debes serle útil; si pretendes ser adm irado p or toda
Grecia p or tu mérito , debes hacer algo p or su bien. » Los
e jemplos que siguen, co n el trabaj o de la tierra y la guerra,
dependen siempre de esta idea de legítima retribución , pero
ya no consideran el grupo humano . Sin em bargo, no tardan
en volver a encontrarlo . La Virtud, en efecto, muestra que
su rival es rechazada y despreciada : ella, por el contrario,
está relacionada c o n los dioses , con los hom bres de bien, y
ninguna bella realización , humana o divina, se hace sin
ella: «Soy honrada — dice— p or los dioses y p or los h om -
bres que opinan así.» Luego se evocan sus buenas relacio-
nes co n los artesanos, c o n los maestros, c o n los servidores,
en los traba jos de la paz y en los de la guerra ; es, en fin,

206
según una fórm ula que hace pensar en Protágoras, «la
m e jor asociada en amistad». Elogios, honores , apreciación,
más honores , las palabras se acumulan y repiten para aca-
bar con la palabra de memoria , que prolonga más allá de
la muerte esta estima de los otros hombres.
Por esta última característica nos reunim os de nuevo
co n el Pericles de Tucídides . Porque, si el im perio de Ate-
nas había sido adquirido en las penas y en las pruebas, aho-
ra se prolongaba en una gloria imperecedera; tal era, a los
o jos de Pericles, la suprema recom pensa. («Para las gene-
raciones futuras , aunque algún día tengamos que doblegar-
nos , puesto que tod o im plica también una decadencia, su
m em oria será preservada eternamente». ) Los m ism os
esfuerzos encuentran en esta m em oria la misma recom -
pensa.
Puede haber, pues, algo bastante grandioso en las aspi-
raciones propuestas aquí p or la Virtud; nadie olvidará que
aquel a quien se dirige es precisamente Heracles, el héroe
glorioso entre todos . Pero desde los tiempos heroicos, la
m oral se ha orientado hacia horizontes más modestos; en
la vida corriente, la gloria ha cedido el puesto a sentimien-
tos de estima, de afecto y de unión. Uno ayuda, es aprecia-
do , es ayudado a su vez. Tal es la nueva form a baj o la cual
se manifiesta la opinión ajena; también, al parecer, un tes-
tim onio nuevo de la im portancia dada desde hace p o c o a
las relaciones humanas en el seno de la ciudad: ¡Protágoras
no está m uy le jos!
De hecho , en Pródico, el entendimiento entre los h om -
bres devuelve su lugar a todas las generosidades, a todas las
disponibilidades , a todas las valentías...
En cuanto al Anónim o, insiste más bien en otras j ustifi-
caciones ; sin embargo, el m ism o m ovim iento se perfila cla-
ramente en él. El también piensa en los demás, y piensa en
la unión . Es p or esto p or lo que, habiendo declarado que es
preciso emplear los propios méritos en lo que es «bello y
con form e a las leyes», precisa que la virtud más elevada es
ser «útil al mayor núm ero de gente». Pero esto no se logra
si n o se siguen las leyes y la j usticia: «S on ellas las que fun-
dan y mantienen las ciudades de los hom bres. » C om o el
ideal consiste en servir y ayudar al p rój im o (¡ siempre la uti-
lidad !), se inscribe, c o m o la j usticia de Protágoras, en el
m arco de la unión entre los ciudadanos. Y esta presencia

207
del vínculo entre la gente se prolonga , c o m o para Pródico,
c o n la idea de una m em oria duradera: el párrafo 5, 6 habla
de perseguir la gloria (o la buena reputación) p or la virtud .
En lo que respecta a este prim er obj etivo fij ado para los
esfuerzos humanos, nuestros dos textos están rigurosam en-
te de acuerdo.
No obstante, ya es hora de recon ocer que a este obj eti-
vo , en cierto m od o exterior, se une otro más interior, y que
a la utilidad recíproca en el seno del grupo o de la ciudad
se suma una ventaja para el p rop io individuo.
En el apólogo de Pródico , este segundo aspecto está
m uy p o c o desarrollado. Aparece brevemente sugerido en el
paso que califica de la m ayor alegría del hom bre, la de co n -
templar una bella obra o una buena a cción de la cual uno
es autor (31). Ser elogiado p or los otros era un m óvil de
orden exterior ; pero esta contem plación del bien que uno
ha cum plido tiende ya hacia la buena conciencia. Entonces
se descubre lo que se ha entrevisto para Antifón: la idea de
una felicidad y un acuerdo interiores que son ventajas por
sí m ism os y merecen c o m o tales un esfuerzo .
Esto es lo m ism o que encontram os de manera clara en
el Anónim o , en tod o el final del texto.
Describe , en efecto, las ventajas del respeto a las leyes,
que son ante tod o ventajas vinculadas al entendimiento y el
acuerdo entre los hom bres. Pero pronto se pasa al estado
de paz interior que corresponde a este acuerdo: los h om -
bres se deshacen de las preocupaciones penosas suscitadas
p o r los «n egocios» y son libres para la acción. Se duermen
sin tem or ni tristeza, y se despiertan sin angustia, con fia -
dos en el éxito de sus esfuerzos ...
Un cuadro eufórico , ciertamente, pero que suscita en
seguida en nuestros lectores un sentimiento de lo «ya vis-
to» . La palabra álypos, que significa «sin tristeza», nos
recuerda que Antifón (según la Vida de los diez oradores que
figura c o m o de Plutarco) había desairollado un «arte de
apartar la tristeza» (téjne alypías). Incluso habría tenido,
según este testimonio , una especie de clínica donde cuida-
ba la tristeza c o m o un m éd ico cuida las enfermedades del
cuerpo . Si el m ism o Antifón condena sentimientos o víncu-
los personales , es a causa de la tristeza que pueden conlle-
var; c o m o el m atrim onio , que dobla nuestros tormentos. La
p reocu pa ción de estar «sin tristeza» nos remite bastante

208
directamente a Antifón. En cuanto a este sueño sin tem o-
res, ¿no nos recuerda también algo? Se le encuentra más o
m enos en el apólogo de Pródico , donde dice que el trabaj o
depara un sueño más agradable : cuando se ha practicado ,
los despertares n o son penosos.
El encuentro es divertido ,9 el sueño reparador es mani-
fiestamente la form a más concreta de la buena conciencia ,
la más fácil de invocar c o m o argumento . Se sabe , p o r lo
demás , que Platón , en el libro IX de La república, aborda la
descripción del hom bre tiránico m ostrando c ó m o sus de-
seos se liberan en el sueño . Nos gustaría citar de paso la
bella evocación que hace del sueño del sabio : «Pero , en mi
opinión , cuando un hom bre posee salud y templanza y no
se entrega al sueño hasta haber despertado su razón y
haberla alimentado c o n bellos pensamientos y bellas espe-
culaciones , consagrándose a la m editación interior [ ...]» :
será suficiente recordar que este hom bre «se duerme en la
paz del corazón » y que , en semej ante reposo , escapa a lo
que atormenta a los demás , a saber, «las visiones m ons-
truosas de las pesadillas» (572 b) . C om o tantas otras veces
Platón profundiza en los análisis de sus predecesores agre-
gándoles la riqueza del análisis psicológico , la visión de un
alma dividida y la amplitud de un pensamiento enteramen-
te organizado en un sistema. Pero tam bién muy a m enudo
escribe a partir de los análisis de estos m ism os predeceso-
res, y a veces en la prolongación de ciertos sofistas.
Com oquiera que sea, llama la atención la convergencia
de estos textos diversos en los cuales se encuentra de mane-
ra tan constante una defensa positiva de las virtudes y los
valores . Algunos m encionan a los dioses en relación co n
estos valores morales . En Protágoras se m enciona la exis-
tencia de la justicia y la del respeto al prój im o, quizá por
amabilidad con las formas del mito. P ródico va un p o c o
más le jos , a j uzgar p or el ap ólogo que nos ha transmitido
Jenofonte ; porque aquí, además de la personificación que
nos hace del Vicio y la Virtud, se m enciona la benevolencia
de los dioses c o m o uno de los obj etivos que puede p ro p o -
nerse un hom bre , de m o d o hipotético, es cierto, y a título
de e jemplo. Estas m enciones prueban que n o había en sus
autores un ateísmo sistemático y provocador, pero no faci-
litan el fundamento de la moral. Ésta debe reconstruirse
p o r entero a partir del interés bien calculado del hombre.

209
Señalemos , p or otra parte, que en el más m oralizador de
todos , el Anónim o de Jámblico, no hay ninguna m en ción de
los dioses ni ningún recurso a la trascendencia. Tam poco
hay en ninguno (a diferencia de Platón) la idea de una
recom pensa en el otro m undo .
Esta preocupación de dar a la m oral bases nuevas para
com pensar las que le estaban arrebatando es una tendencia
com ú n a la época .
C on ocem os una excepción notable entre los sofistas.
Gorgias , según el j oven Menón, que lo había co n o c id o en
Tesalia, se burlaba de los sofistas que se presentaban co m o
maestros de la virtud : «L o ú n ico que se debe buscar
— según él— es la form ación de oradores» (Menón, 95 c). Se
puede pensar también que ciertos sofistas fueron sin duda
indiferentes , incluso amoralistas. Pero en general esta pre-
ocu pa ción de defender racionalmente a la virtud es co m -
partida , co n m ayor o m enor eficacia, p or todos: de hecho,
p rocede de la crítica misma ofrecida p or los sofistas. Final-
mente , se constata que el m ovim iento abarca hasta a Sócra-
tes y Platón . Si son más exigentes que nuestros sofistas, si
al contrario de ellos , vem os al prim ero insistir en el desti-
no de las almas después de la muerte y al segundo sostener
c o m o esencial la existencia absoluta de las ideas , ellos tam-
bién deben descubrir , para defender la moral, argumenta-
ciones basadas en la idea de la utilidad .
La gestión de los sofistas es clara. P odem os decir inclu-
so que form a con el resto de sus doctrinas un con j unto
coherente . L o útil era, en efecto, la n oción m ism a sobre la
cual se basaban sus probabilidades («N o he ob ra do así p o r-
que no habría redundado en interés m ío» , o «Si me escu-
cháis , veréis las ventajas que se derivarán») ; el resultado era
de una psicología realista, e incluso pesimista , de la cual
tenem os un e j em plo en la obra de Tucídides, donde todos,
b a j o apariencias más o menos halagadoras, persiguen siem-
pre su interés . Ahora bien, en este interés se basa, a fin de
cuentas , directa o indirectamente , la nueva moral : y esta
moral que cada uno predica a su manera consiste en obrar
bien co n los hom bres porque som os solidarios c o n ellos.
Por lo demás, encontram os una con firm ación de este
m od o de pensar si consideram os, una vez más, su resulta-
do . Porque, cualesquiera que hayan p od id o ser las varia-
ciones individuales , y quizá la separación entre los espíri-

210
tus, al ser unos más tradicionalistas y otros más revolucio-
narios, la herencia ha pasado baj o esta form a al clasicism o
ateniense, representado, también aquí, p o r Isócrates.
Isócrates piensa que la opin ión de los hom bres es auto-
ridad en materia moral . Le enorgullece enseñar a hablar
bien , porque la palabra es lo que permite a los hombres
reunirse , escucharse y coexistir. Piensa que la más bella
autoridad consiste en dar buenos conse jos en política . El
conse jo que form a el vínculo entre todos los tratados que
ha escrito es el de com portarse bien para obtener la estima
y la simpatía de las gentes, que en definitiva representan,
gracias a la unión , la verdadera fuerza. Explica así la gran-
deza y la caída de las dos hegem onías de Atenas y después
de Esparta, así c o m o el derrocam iento de la oligarquía.
R ecom ienda a las ciudades y a los príncipes que se turnen
para dirigir esta form a duradera de poder, fundada en las
acciones nobles . Esto no constituye una moral muy eleva-
da ni tal vez una política muy sutil; pero hace una moral y
una política que se sitúan en la prolongación de lo que
había servido de base a las de los sofistas.
Hem os visto que esta base les había perm itido una
defensa racional y firme de las virtudes. C om o para ellos
éstas estaban vinculadas a la vida de la ciudad, no nos sor-
prenderá ver que al lado de esta reconstrucción de los valo-
res y de las virtudes, los sofistas intentaran a m enudo ela-
borar doctrinas propiamente políticas, es decir, tendentes
de manera directa al bien de las ciudades y de los pueblos.

211
NOTAS DEL CAPÍTULO VII

1. Teeîeto, 166 a; cf. más arri ba, p. 109.


2. Para el enfermo, el texto habla de sensaciones «útiles y sanas» (167 c);
esta noci ón se puede aplicar también al Estado: para un Estado, la salud se basa
en dike y en aidós; y se define por la concordi a.
3. 167 d (traducción ligeramente modificada) . A Platón debió de divertirle
añadir la idea de que esto justifica l as grandes sumas cobradas por los sofistas.
4. Protágoras, 319 a, traducción ligeramente modificada, com o l as dos.pre-
cedentes del Teeteto.
5. Cf. además Los Memorables, II, 1, 28.
6. Protágoras, de acuerdo con la democracia ateniense, encuentra un ele-
mento de justicia en cada ciudadano: Platón, partidario del orden, ve la justicia
en una sana ordenación de las diversas clases, desempeñando cada una su papel.
7. En la Apología (24 d-25 a), a Melito, el acusador de Sócrates, se le pre-
senta com o mantenedor de las l eyes, y los jueces y pronto todos los atenienses
actúan j unto a los jóvenes com o maestros de vi rtud.
8. Se ha citado y discutido hacia el fin del capitulo I el texto en que Jeno-
fonte parece negarlo. Es evidente que entender este texto com o l o hacían los pri-
meros grandes maestros sería de una injusticia flagrante.
9. Se encuentra en Critias (B 6 , hacia 15-22) la idea de un grado modera-
do de bebida, adaptado a la vez al amor y al sueño; pero la idea es mucho más
modesta y material.

212
C a p í t u l o V III

LA POL ÍT ICA

La polí ti ca ocupó un lugar trascendental en l a actividad


de los sofistas y lo h izo ba jo dos formas: la de la polí ti ca
interior y la de relaciones entre los pueblos.

La po lítica en las ciudades

Los sofistas se proponí an enseñar «el arte polí ti co» y se


interesaban con todo ardor por los debates en l as ciudades
y por los problemas constitucionales.
Esto no quiere deci r que se l es pueda atribuir de m odo
co ecti vo opiniones o simpatías que, por l o menos en el
l
terreno de la polí ti ca interior, los col ocarí an en un partido
determinado.
Es de todos conoci do que el desarrollo de su enseñanza
está vinculado al de la democracia: la formación retór ica y
política que dispensaban sól o tenía sentido si l a gente podí a
desempeñar un papel por medi o de l a palabra. Esta ense-
ñanza era costosa y só l o se dirigía a los ricos, capaces de
pagar; los aristócratas, cuyas familias habían sido prepon-
derantes durante mucho ti empo, debí an desear también
más que otras mantener o recuperar esta influencia: el
hecho es que, en las reuniones; patrocinadas por Platón, se
llenaba toda l a sal a. El Protágoras tiene lugar en casa del
acaudalado Calias y en ell a intervienen, entre los sofistas, el
gran aristócrata que era Alcibiades, sin contar a Cri ti as, que
es p o co menos que un sofista y un aristócrata reconoc ido ,
destinado a destacar más tarde com o m iembro de la oli-
garquía.

213
Sin embargo, por esta única razón no podemos prestar
a los sofistas las mismas ideas o simpatías aplicables a
todos. Estamos obli gados a hacer distinciones.
Por otra parte, Protágoras está también aquí un poco
apartado de los más jóvenes.
Protágoras era amigo de Pericles; ahora bien, el régimen
que impuso Pericles representa el espíritu de la democra-
cia, pero de una democracia que no tardaría en parecer
moderada, en contraste con la que v ino después. La perso -
na misma del hombre de Estado introdujo en la prácti ca
política el gobi erno de una autoridad personal, que hizo
decir a Tucídides: «Bajo el nombre de democracia, fue de
hecho el primer ciudadano quien gobernó .» Pericles, en
efecto , aunaba una gran firmeza a un gran prestigio; aún
no practicaba la demagogia , de la cual los textos poster io -
res ya no dejaron de lamentarse.
Sabemos que Protágoras fue tambi én el l egi slador de la
col oni a panhelénica de Turio, fundada por instigación de
Pericles. Muchos se han preguntado qué clase de régimen
pretendió instaurar.
A príoñ, sólo podí a tratarse de una democraci a. Prime-
ro debió de ser un régimen inspirado en el de Atenas, aun-
que otras ciudades estaban asociadas a la empresa . El nom -
bre del fundador era ateniense y no podemos imaginar a
Pericles, o a la mi sma ciudad, apoyando una consti tuci ón
demasiado diferente de la que practicaban . Pero todo sugie-
re que Protágoras representaba esta tendencia. El mi to que
le presta Platón, según e l cua l todo hombre toma parte en
al justicia, concuerda con el pr inc ip io de que todo hombre
debe poder juzgar y decidir. Además, en la práctica, sabe -
mos que Protágoras fue persegu ido judicialmente por un
ta l P itodoro, que más adelante formar ía parte del gob ierno
o ligárqui co de los Cuatrocientos.
Pero el régimen de Turio también sería una democracia.
No só lo Pericles, que auspiciaba la empresa, no era un
extremista com o los que conocería Atenas después de él,
sino que el hecho mi smo de que se estableciera una legis-
l ión conceb ida de forma teór ca
ac i para una c iudad que pre -
tendía ser acogedora para hombres de diversos orígenes ,
mpon
i ía c ierto equilibrio .
Todos los ind ici os coi nci den en sugerir que Protágoras

214
debía de ser un hombre partidario de la democraci a m ode-
rada.
Los otros grandes sofistas, en camb io, parece que se
orientaron hacia ideas más oligárquicas , por l o menos algu-
nos de ellos.
De Gorgias no podemos decir nada a este respecto, sólo
que su d isc ípu lo Isócrates sería un de fensor de la demo -
crac ia moderada . Pero, ¿qu ién osaría juzgar las ideas po lí-
ticas de un maestro a partir de las de uno de sus alumnos?
El prob lema es tanto más mo lesto cuanto que, una vez lle -
gado a Atenas com o embajador de una ciudad a liada , Gor -
gias no era seguramente ajeno a la política . Tampoco se
sabe nada de Pród ico . ¿E Hipias? Creemos saber (por Ter-
tuliano , y sin estar seguros de si se trata de nuestro Hipias)
que perec ió en l as luchas po lít icas cuando intrigaba contra
su patria , Elis, en el Pe loponeso : pudo ser en una acción
democrát ica emprend ida contra la oligarquía que reinaba
entonces en Elis . Pero sería muy imprudente basar nada en
este testimonio.
En cambio, las cosas están un p oco más claras para
otros.
Tal es el caso del autor desconoci do de los Discursos
dobles, que se alza contra la designaci ón por sorteo de los
magistrados: ésta era una de las críticas aducidas por
los adversarios de la democracia ; ciertos proyectos de los
moderados se esforzaban por limitar la parte de l sorteo . El
texto, que es bastante breve, emplea ciertos argumentos tra-
d ic ional es de esta controversia, com o la comparaci ón con
os
l o fic ios y las competenc ias prácticas (que tiene una reso -
nancia socráti ca), o la idea de que con el sorteo se puede
caer en manos de enem igos del régimen (Isócrates l o repe-
tirá en su Areopagítico).
Junto a esta breve observación, se di spone también de
in formaci ones sobre algunos de los grandes sofistas. Si nos
atreviéramos, podr íamos col ocar entre ellos a Antifón, dan-
do por sentado que e l sofista se con funde con el orador;
éste jugó un papel deci si vo en la revol uci ón oli gárqui ca de
411, en la que perdi ó la vida. Por desgracia, esta i dentifica-
ci ón es muy discutida. En camb io, nadie podrí a refutar el
caso de Trasímaco ni el de Critias.
De Trasímaco poseemos la primera página conoc ida en
defensa de la «constituci ón de l os antepasados», es decir, de

215
un régimen moderado, con tendencia hacia l a oligarquía.
Por otra parte, en La república, (340 a) se ve cóm o intervie-
ne a favor de nuestro hombre , y no sin vivacidad , un ta l Cli-
tofón, conoci do por el papel que representó en 411 al pro -
poner una enm ienda que abría el cam ino a la reforma o li-
gárquica. Se puede pensar que esta asoc iación entre los dos
hombres no se deb ió al azar ; este test imon io con firma e l
del fragmento sobre la «const ituci ón de l os antepasados» .
En cuanto a Critias, tal vez no fuera un sofista, pero era
incontestablemente un hombre muy activo en materia de
política y uno de l os partidarios más comprometi dos de la
oligarquía. Su papel no apareció en la primera revo luc ión
ol igárqui ca (donde su padre intervino activamente) sino en
la segunda, la de 4 0 1.1 Figuró entre los «treinta tiranos» y
contr ibuyó directamente a la condena y ej ecuc ión de Tera-
meno , el hombre de la «const itución moderada»: lo juzga -
ba demas iado bl ando y demasi ado indulgente con las ideas
democrát icas . Dicen que Terameno exclamó, al beber la
cicuta: «¡A la salud de l be llo Critias!...» También se atribu-
ye a Critias el régimen de terror que imperó un ti empo en
Atenas . Murió p oco después durante las luchas entre la o li-
garquía y los demócratas exiliados , en las que vencieron
estos últimos, liberando a Atenas de este breve rég imen o li-
gárquico .
Si en Atenas hubo una persona realmente partidaria, y
sin reservas, de la oligarquía, ése fue sin duda Cri ti as.
De la democracia moderada a la oli garquí a extremista,
pasando por la oligarquía moderada, los pocos sofistas que
conocem os y los escasos in formes que tenemos de ellos nos
abren todo un abanico de diversas actitudes y tomas de
partido . Sól o se puede esbozar a grandes rasgos la i magen
de características comunes . Así puede decirse que, contra -
riamente a sus pretendidos d isc ípulos y a hombres com o
Calicles, pensaban en func ión del grupo. Ni estaban a favor
de la anarquía (que Antifón condena con fuerza ) ni de la
tiranía de uno so lo . Estaban a favor de los regímenes di g-
nos del nombre de politeía.
Podríamos incluso sentir la tentaci ón de pensar que
existía entre ellos cierta homogenei dad a favor de la «cons-
titución de los antepasados», lo cual concordarí a muy bi en
con el pri nci pi o de un orden basado en la concordi a. Sería
incluso totalmente verosímil si no hubiera dos casos límite,

216
que son una excepc ión o parecen serlo : Antifón, s i se con -
funde con e l orador, y con seguridad, Critias... Por una
notable casualidad, estas dos excepc iones son los dos ate-
nienses del grupo. Es posible imaginar que, al no ser
extranjeros, se encontraban a la vez en cond ic iones de mez -
clarse en la acc ión y mej or col ocados para expresarse sin
temor. A partir de aquí, sus ambi ciones, sus relaciones o l a
evo lución de los aconteci mi entos, los habrían arrastrado...
A decir verdad, todo esto son puras especulaciones. Y cons-
tatamos sobre todo que la reflex ión cr ít ica me jor razonada
y construida puede llevar, según los momentos y los indivi-
duos, a elecciones prácticas diferentes.
Es preciso, al menos tanto en este terreno com o en
materia de análisis filosófi co, dejar de preguntarse si estos
hombres estaban «a f avor» o «en contra» de tal medida o
de tal régimen. A d iferencia de l o que pasaba con la filoso -
fía, estaban seguramente por una cosa o por otra; com pro-
metidos, dispuestos a actuar y a correr riesgos. Pero no
todos l o estaban del mi smo m odo y nuestros conoci mi en-
tos no nos permiten precisar más.
En cambio, casi todos compartían cierto interés por l a
reflexión política ; en este sentido tendían a instaurar una
c iencia nueva (¡una más!) basada en su conjunto en el
esclarecimiento de los principios y en la comparaci ón con-
creta; sobre este punto, los testimonios no admiten ningu-
na duda.

Apenas tenemos i nformaci ón sobre el conteni do de estas


reflexiones políticas a las que se consagraron los sofistas;
pero sabemos que existieron. Títulos de obras e indi caci o-
nes aisladas permiten adivinar toda una actividad actual-
mente perdida, y sabemos además que fue esencial, por lo
menos para algunos de ellos.
Después de todo, cuando Protágoras define el sentido de
su enseñanza en el diálogo de Platón que lleva su nombre,
dice: «El obj eto de mi enseñanza es la prudencia para todos
en la administración de su casa, y en cuanto a l as cosas de
la ciudad , e l talento para conducirlas lo me jor pos ib le con
los actos y la palabra»; Sócrates incl uso le hace precisar:
«S i he comprendi do bien, ¿es de polí ti ca (poíitiké téjne)
lde o que quieres hablar y te comprometes f a ormar
buenos
ciudadanos?» Entonces Protágoras se lo confi rma: «Así es,
Sócrates, tal es el compromi so que adquiero» (319 a).
¿No es una injusticia haber traspuesto más o menos
estas palabras y haberles hecho deci r que Protágoras ense-
ñaba a practicar una brillante carrera, com o las que desea-
ba la dorada juventud? No es esto l o que dice: habla de
buena gestión, de capacidad para la acci ón polí ti ca y de
buenos ciudadanos. Además, habla de una téjne, con sus
conoci m i entos y sus reglas. Sin duda la retóri ca f orma par-
te de ella, pero está l ejos de abarcar su alcance. Estos bue-
nos ciudadanos aún no eran capaces de dar buenos conse-
jos y conocer , en su generalidad, los prob lemas de la po lí-
tica.
Esto podí a llevar muy lejos. No es p oco razonabl e i ma-
ginar que tal fue el punto de partida de la extraordinaria
apar ición de máximas o de análisis que encontramos en l a
literatura de l a época, y más particularmente en Tucídides
y Eurípides.
Los movim ientos que agitan una asamblea y el m odo de
llevarlos a cabo figuran tanto en uno com o en otro , tanto
en la ps ico log ía de las masas com o en la de los ejércitos,
pero también las razones que hacen fuerte una alianza , los
peligros provenientes de la gente demasi ado pobre o dema-
siado rica, e l papel de la inteligencia y de la prev isión en los
je fes de Estado o del ejército, l os peligros de la demagogia,
el poder de la opi ni ón, las partes asignadas a l d inero o la
gloria, la di ferencia entre griegos y bárbaros y sus límites,
la neces idad de l c iv ismo y las ventajas de la generosidad...
todos estos temas, citados aquí en desorden y casi al azar,
implican una reflexión activa, llevada a todos los terrenos
de la polí ti ca que tienda a hacer de cada uno una especie
de experto, capaz de verlo claro. La existencia de l os dis-
cursos insertados en sus obras por nuestros dos autores nos
da de ello una ligera idea; la de l os di scursos ficticios con -
firma la importanci a de l a f ormaci ón impartida en este sen-
tido por l os sofistas.
Pero, ante todo , la competenci a po lítica supon ía un
conoci m i ento l úci do de los diferentes aspectos de las insti-
tuciones y de l o que podí a llamarse, en el caso de una ci u-
dad determinada, su const ituci ón: sabemos que varios
sofistas se ocuparon de ello. No sorprenderá a nadie que
Protágoras abriera el cam i no en este aspecto.

218
Por lo demás, ¿por qué f ue el legi sl ador de Turio? Es evi-
dente que había reflex ionado sobre las leyes; también es
evidente que su competenc ia en este campo era púb lica -
mente reconoc ida. El hecho es que Diógenes Laercio cita
en la lista de sus obras un tratado Sobre la constitución. Es
la primera obra de este título de cuya existencia tenemos
conoci m i ento. Pero se i nscri be en un doble movimiento
que está b ien atestiguado.
El interés por los regímenes aparece, en l a misma épo -
ca, en la d iscus ión sobre los diversos regímenes que repro -
duce de m odo bastante anacrón ico el libro III de Herodo -
to, y en un tratado de fecha desconoci da que podr ía ser
anterior a la guerra de l Pel oponeso, o escri to en la primera
mitad de dicha guerra . Este tratado se llama Sobre la cons-
titución de los atenienses; ha si do transmitido por error con
as
l obras de Jenofonte (porque Jenofonte escr ib ió med oi
siglo más tarde un tratado Sobre la constitución de los lace-
demonios).
Este género de reflexión era sin duda tan nuevo com o l a
propi a palabra, esta palabra que nosotros traduci mos por
«constituc ión», pero que entonces designaba un conj unto
de leyes, de reglas constitucionales, de hábitos y costum-
bres.2 Su brusca difusi ón corresponde, con toda evidencia,
a una toma de conc ienci a reciente.
Ésta estaba vinculada a un deseo de mejora y de sanea-
miento de la vida política , se discutía en las asambleas
sobre las medidas a tomar en este sentido, y es normal que
los sofistas, a l preparar a sus d iscípulos para estos debates,
quisieran establecer las bases de ideas generales suscepti -
bles de prestarles ayuda . De todas maneras, era un tema de
meditación importante. Y una vez más estaba en e l a ire .
Los filóso fos , en particular los pitagór icos , habían pensado
y escrito sobre la vida política y sobre sus principios. Otros
contemporáneos también se preocupaban de ello. Hipóda -
mo , que participó en la fundaci ón de Turio, era un gran
urbanista y es posible que dibujara el plano de la nueva c iu-
dad. Se sabe en todo caso que reorgan izó el Pireo. Ahora
bien, Aristóteles escribe de él en su Política (II , 8 ): «Es e l
primero que, aun s iendo ajeno a los asuntos púb licos ,
emprendió el trazado de un p lano de const ituc ión ideal.» Al
parecer también escribió un tratado «Sobre la constitu-
c ión. » Aristóteles resume sus ideas, que engl obaban la divi-

219
sión de la pob lac ión y del territorio (en tres), así com o la
descr ipci ón del m odo de gobi erno. Es probable que Hi pó-
damo fuera muy posteri or a Protágoras, pero el caso es que
animaba a ambos una preocupac ión análoga.
Asimismo, Faleas de Calcedonia, de qui en Aristóteles
habla muy p oco tiempo antes, había redactado un proyec-
to de const ituci ón que abogaba por la i gualdad de las f or-
tunas o por su equiparación. Se i gnora la fecha exacta de
este personaje, compatriota de nuestro Trasímaco y prede-
cesor de Platón. Pero él también ilustra la moda de esta
investigación.
En cualqui er caso, con Protágoras se funda todo un
movi mi ento de pensamiento: los tratados sobre este tema
parecen haber pululado.
¿Qué debían al suyo? Es i mposi bl e deci rl o, porque no
sabemos nada de su conteni do y una vez más tenemos que
con form am os con puras hipótesis.
También es imaginable que, dada su costumbre de l as
antilogías y controversias, Protágoras examinara en él los
pros y los contras de los diversos regímenes. Algunos han
llegado a suponer que el debate sobre estos diversos regí-
menes, en el libro III de Herodoto, reflejaba los análisis de
Protágoras. Asombra, en efecto, ver a l os jef es persas en el
momento en que Darío tom ó el poder, discutir pausada-
mente las ventajas y los inconvenientes de l os tres regí me-
nes principales —monarquía, oligarquía y democraci a— , y
pronto se reconoci ó en la di scusi ón la i nfl uenci a de l os
debates atenienses y de las i nvestigaciones de los sofistas.
Tanto Herodoto com o Protágoras están asoci ados a laf un-
dac ión de Turio, lo cual refuerza el a lcance de estas con -
vergencias. Si significaban una rel aci ón directa entre l as
ideas de los dos hombres —lo cual es sól o una hipótesis—,
harían más sensible todavía el pape l de Protágoras com o
in ic iador y lo ilustrarían de manera concreta . Inc luso sin
esto , son elocuentes.
Por l o demás, el género mi smo de los tratados com o el
de «Sobre la constituci ón» conocerí a un éxito aplastante. Y,
finalmente, l o que Protágoras había i naugurado aquí debí a
de llevar directamente hasta Platón, cuyo gran tratado, que
hemos adoptado la costumbre (latina) de l lamar La repú-
blica, se llamaba de hecho Politeía, es decir, Sobre la cons-
titución. Se trata una vez más de una característica en que

220
la deuda de Platon para con Protágoras podrí a muy bien
ser mayor de lo que se cree. El hecho de que a este título
se haya añadido un subtítulo que s ignifica o de lo justo,
demuestra la preocupación ética y la exigencia de lo abso -
luto que distinguían la obra de Platón de la de sus prede -
cesores en general y de Protágoras en particular.
El género de los tratados «Sobre la const itución» podía,
por lo demás, tomar otras f ormas, y es l o que revela la obra
de ciertos sofistas, com o Critias y Trasímaco.
Critias l o practi có de di versas maneras. De él poseemos,
en e fecto , fragmentos de una Constitución de los lacedemo-
nios, compuesta en verso, y varios pequeños fragmentos de
una Constitución de los tesalianos y otra Constitución de los
atenienses. De todos modos, la mul ti pli cidad de los tratados
de este tipo debidos a Cr it ias es un hecho. Un testimonio
antiguo habla, en plural, de las «Const ituc iones» de Critias
(A 38 ).
Esta serie de textos revela un interés muy vivo; también
revela un gusto marcado por la comparac ión . Critias no
parece haber compuesto escritos teór icos y generales com o
los que acabamos de recordar: según l as nuevas curi osida-
des etnológicas y antropo lógi cas, mira y describe, co lecci o-
na y sugiere por doqu ier l a confrontaci ón.
De hecho, a causa del sentido muy ampli o que tenía
entonces la palabra politeía, Cri tias describí a seguramente
en sus tratados usos concretos más que instituciones: nada
de l o que ha llegado hasta nosotros conci erne a institucio-
nes políticas. Se interesaba al menos por la moral y por l as
cond ici ones de vida, todo ello asuntos que, para un griego
de aquella época , formaban parte de un sistema y estaban
vinculados al régimen en un sentido amplio.
Pero, cualquiera que sea el contenido exacto de estos
textos, se ve que lanzaban las bases de una especie de vas-
ta encuesta soc iopolí ti ca con un brillante porvenir. Para
hablar solamente de los textos literarios conoc idos, pode -
mos recordar que Jenofonte redactó una Constitución de los
lacedemonios, y sobre todo que Aristóteles multiplicó, en
vista de su Política y en torno a ella, los estudios de este
tipo. Nos queda la Constitución de los atenienses, pero
los catá
l ogos antiguos atribuyen a Aristóteles de i c entoi -
c n cuenta y ocho ia c ento setenta y una «Const i ituc
ones»; algunos i test
i mon os hablan
i l nc uso de doscientas
i c-
ncuen

221
ta. A esto aún hay que añadir l as «Reglas de vida bárbaras»
(Nomina barbarica), l as Tablas de las leyes de Solón, etc .
Esta enorme col ecci ón, hoy perdida, se sitúa en la pro l on
-
gaci ón de los esfuerzos de Cri ti as y da buena cuenta de l
carácter más concreto y más matizado que toma la Política
de Aristóteles en relación con La república de Platón. Los
dos pensadores polí ti cos más grandes de Grecia están ,
pues, al final de l as dos orientaciones de pensamiento que
habían lanzado, a finales del siglo precedente, nuestros dos
sofistas : Protágoras, con su reflexión de legislador, y Cri it as,
con sus investigaciones de comparador.
Esto parecería dejar bastante p oco para los otros so fis-
tas. Y, sin embargo, encontramos que Trasímaco es el úni-
co de quien poseemos un texto —el que ya hemos menci o-
nado varias veces— y que este texto abre perspectivas no
menos asombrosas que las precedentes.
Se trata de una reflexión sobre la consti tuci ón; no obs-
tante, no es seguro que debamos atribuir el pasaje com o
suele hacerse, a un tratado «Sobre la consti tución», del cual
nada nos garantiza la existencia: el texto podrí a muy bi en
pertenecer a los Discursos deliberativos, que están atesti-
guados por e l testimonio de La Suda.3 En ta l caso estaría -
mos en presencia de un género próx imo al que practi co tan
a menudo Isócrates y que consiste en difundir , ba jo la apa -
riencia de un defensor fict ic io , las ideas que uno m ismo
sostiene , comb inando así el mode lo retór ico con la propa -
ganda política . Este fragmento se ha conservado com o un
ejemp lo de estilo; pero e l Plataico de Isócrates es buena
muestra de lo que estos discursos fict ic ios pod ían tener de
persona l y compromet ido .
Trasímaco empieza por justificar su intervención —lo
cua l es un lugar común banal en retórica; pero lo aprove -
cha para evocar los felices tiempos del pasado— , lo cual da
en seguida a este pr inc ip io su ori entación política. Después
esta orientac ión se precisa, pero en una argumentación en
que el espíritu de conc iliac ión es muy notable, pues parece
vincular entre sí la moral y la política. Trasímaco se l amen-
ta de las faltas acumuladas y, en términos que semejan
mucho los de l Anónimo , muestra la guerra que sucede a la
paz , el od io y los desórdenes interiores que suceden a la
concord ia . Deplora que las ambiciones privadas imp idan a
los hombres po lít icos reconocer lo que hay de común en

222
tesis al parecer adversas y elogia la «consti tuci ón de los
antepasados» por estar me jor adaptada a todos los ciuda -
danos o, si se prefiere, ser más apta para poner en común
sus intereses: es la koinótate (nuestros polí ti cos de hoy di-
rían que es una consti tuci ón para todos los atenienses).
Se ignora con qué argumentos defendió Trasímaco las
d versas
i reformas prácticas cuyo tenor conocemos por
otros escritos de a l época . Pero sigue siendo bastante sor -
prendente que, sobre un extracto de una sola página , se
puedan juzgar tan bien las tendencias maestras, e l tono y e l
m odo de razonamiento . Se reconocen con toda claridad
dos giros característicos del ingen io de los so fistas . E l pr i-
mero consiste en juzgar de manera realista , no según los
principios , sino según los resultados, preguntando: «¿Qué
nos ha aportado e l régimen actual? ¿Cuáles han s ido los
resultados reales?» Este proceder es emp ír ico y rea lista .
Constituye lo contrario de l de P latón , para quien todo está
gobernado por principios que corresponden a exigencias
intelectuales y morales. En camb io , e l tipo de demostración
empleado por Trasímaco será e l m ismo que e l de Isócrates :
procede de este m odo para juzgar a po lít icos imperialistas
de Atenas y de Esparta en Sobre la paz, y procede de l m is -
m o m odo para enfrentar a la democrac ia actual y la «de los
antepasados» en e l Aeropagítico . E l otro giro consiste en
pr iv ileg iar , entre todas las medidas y todos los principios ,
os
l que aseguran la un ón i y al armonía: ta lsería también ,
más tarde, la or ientaci ón de Isócrates; en el discurso de
Sobre la paz, elog ia la democraci a de antaño por la buena
armonía que existía entre los ciudadanos , en particular
entre r icos y pobres (31-32); y destaca, com o el mayor títu-
lo de gloria de la democracia, la reconciliaci ón que siguió
a la marcha de los «treinta tiranos»; esta reconcili ac i ón per-
manecería a los oj os de todos com o el sí mbol o de l a con-
cordi a (69). Si Protágoras conduce a Platón y si ciertos
caracteres de la obra de Cr itias se adelantan a Aristóteles,
e l pequeño texto de Trasímaco se prol onga de m odo extra-
ordinariamente d irecto en los diversos tratados de Isó-
crates.
Estos sofistas de los cuales se ha perdi do prácticamente
todo, han dejado, sin embargo, suficientes pruebas para
que perc ibamos su influencia sobre la futura reflexi ón po lí-
tica. Todo el siglo iv, tan ri co en análisis y en teorías de

223
géneros diversos, depende, sin sombra de duda, de la
influencia de estos hombres: debe i ncl uso su m i smo desa-
rrollo al espíritu que, pese a las circunstancias, se nos
manifiesta claramente en sus investigaciones.
Hasta aquí só lo hemos examinado, sin embargo, la polí-
tica interior y l as constituciones: no hemos conoci do a
todos l os sofistas, pero resulta que, si mi ramos ahora más
allá de estas cuestiones de régimen, hacia l as relaciones
mutuas entre las ciudades, encontramos, com o por azar, a
aquellos que hasta entonces parecían escapar a l a investi-
gación . Las doctrinas que di fundi eron no f ueron ni menos
originales ni menos importantes para el porveni r que l as
desarrolladas en e l rég imen anter ior .

Más allá de las ciudades

Todos designaban a los sofistas para cons iderar los pro -


blemas desde un ángulo, sin dejarse retener por ningún
particularismo, y esto por varias razones.
Al pri ncipi o eran — com o ya hemos recordado— viajeros
procedentes de confi nes opuestos del mundo griego, se
detenían en muchas otras ciudades ademas de en Atenas,
para propagar allí su enseñanza. Como los di ál ogos de Pla-
tón donde aparecen los sofistas ocurren en Atenas , es fác il
olvidar que los encontramos en todas partes . Recogemos de
un lado y de otro la huella de su paso por Olimpia o inc lu -
so por Esparta . Se sabe que Gorgias (que venía de Sicilia)
enseñó en Beoc ia y sobre todo en Tesa lia , donde parece
haberse establecido de manera definitiva . Y a la inversa , fue
en Sicilia donde Hipias (que venía de Elis , en e l Pe lopone -
so ) encontró un día a Protágoras (que proced ía de los últi-
mos con fines de Tracia). En cuanto a Trasímaco (que venía
casi de l Mar Negro) , ¿por qué encontramos en los títulos de
sus obras un discurso Para el pueblo de Im isa? Larisa era
Tesalia...
Todas estas ciudades, repartidas un p oco por doqu ier en
e l contorno del Mediterráneo, eran ciudades griegas. El
caso de Protágoras, que parece haber rec ib ido la formac ión
de magos persas, es muy sospechoso, y aunque la historia
fuese cierta, seguiría siendo excepcional. Pero, en el inte-
r ior del mundo griego, {vaya mezc la! Nuestros sofistas

224
inauguraron, o más b ien restablecieron y desarrollaron en
Grecia el espíritu cosmopoli ta.4
La curiosidad por las otras ciudades y por los otros pue-
b los ya orientaba la atenc ión en este sentido . Se había vis-
to con Herodoto , este hombre de Asia Menor ven ido a esta-
blecerse durante un t iempo en Atenas antes de hacerse c iu -
dadano de la nueva co lon ia de Ita lia a la cua l Protágoras
daba sus leyes : Herodoto , com o historiador, había tenido
tratos con diversas ciudades griegas y descr ito también los
usos de diversos bárbaros. Los sofistas trabajaron en el
m ismo sentido, pero se interesaron sobre todo por las c iu -
dades que conoc ían, es deci r, las ciudades griegas. Hemos
visto las investigaciones de Cri ti as, entre las cuales figuran
estudios sobre Esparta y sobre los tesalianos.
Pero además de vincular así l as ciudades griegas, de fre-
cuentarlas y compararlas, los sofistas estaban bien situados
para encarnar la idea m isma de una unidad gri ega.
El momento en que ejercían su actividad les invitaba
igualmente a ello.
En e fecto, l a idea de l a unidad griega ya había tomado
cuerpo y realidad med io siglo antes, durante l as guerras
médicas. Así lo atestigua Herodoto, haciendo celebrar a l os
atenienses « lo que une a todos los griegos, la sangre y l a
lengua, los santuarios y los sacrificios que son comunes a
todos , así com o las costumbres» (VIII, 144).
Este espíritu subsistió hasta la guerra del Pel oponeso, a
pesar de las divisiones y pequeñas escaramuzas. Atenas
intentó inc luso dar a la dom inac ión que había ido adqui-
riendo p oco a poco , un aire de con federac ión panhelénica:
ta les fueron sin duda las intenciones que presidieron el
envío de la co lon ia de Turio, y no es indiferente que, com o
se ha recordado varias veces, fuera precisamente e l prime -
ro de nuestros sofistas quien desempeñó un papel en el
asunto. En su vida, si no en los fragmentos de su obra, se
ncorpora
i de este m odo a una forma de un ión entre los
griegos.
Pero Esparta no participó en la empresa; el panhelenis-
mo de Turio era un panhelen ismo ateniense. Los tiempos,
en e fecto , habían camb iado desde la guerra contra el bár -
baro . Y he aquí que la guerra del Pel oponeso iba a oponer
en una guerra sin cuartel a griegos contra griegos. Esto
deb ió de escandalizar a ciertos ci udadanos, que aspiraban

225
a una reconciliaci ón entre Atenas y Esparta. Pero con el
tiempo empeoró todo; la guerra duró veintisiete años y en
el transcurso de l os cuales las atrocidades se acumularon,
pronto los persas i ntervinieron en la guerra, y a partir de
411 se encuentran en el teatro bruscas alusiones a la idea
de que los griegos harían mej or en unirse entre sí contra los
bárbaros. Un personaje de la Lisístrata de Aristófanes excla-
ma (en 411): «¡Cuando vuestros enemigos l os bárbaros se
alzan en armas, vosotros matais a los he lenos y destruís sus
ciudades! », y en l a Ifi^cnici en Aulide de Eurípides ( escrita
hacia 407), se lee que es hermoso morir por «Greci a»; Ifi-
genia lo procl ama abiertamente: «Conviene que los griegos
dom inen a los bárbaros y no , madre mía, los bárbaros a los
griegos; porque esto ser ía la esclavitud y aqu í somos hom -
bres libres.» En e l bando lacedemon io hubo reacc iones del
m ismo orden; e l año 406 Jenofonte cita la frase del caud i-
llo lacedemonio ob ligado a mendi gar subsidios persas
observando que «los griegos eran muy desgraciados tenien-
do que hacer la corte a los bárbaros para disponer de di ne-
ro» , declarando incluso que «si él volvía a su casa sano y
salvo, haría todo lo posi bl e para reconcili ar a atenienses y
lacedemon ios» .
Pues bien, esta experiencia es exactamente la m isma
que vivían nuestros sofistas. Protágoras h izo las leyes de
Turio en 443, trece años antes del in ic io de la guerra de l
Peloponeso ; Gorgias llegó a Atenas en 427, cuatro años des-
pués de l comi enzo de esta guerra; Critias tomó el poder
cuando tocó a su fin , y Gorgias, que mor ir ía centenario , le
sobrevivió . D icho de otro modo , la generac ión de los so fis -
tas es la que ve aparecer la nostalgia de la un idad griega.
E l año 411, en el cual esta nostalgia se expresa en Aristófa-
nes , es a l que apunta e l fragmento po lít ico de Trasímaco.
Pero esta circunstancia nos pone en la vía de una terce-
ra razón, que predispuso a los sofistas, o a algunos de ellos,
a representar un pape l en el desarrollo de la idea panhelé-
nica: el texto de Trasímaco, en efecto, basta para recordar
e l papel de la buena armonía u homónoia en el pensa -
miento de los sofistas. Y si el año 411 ve , con Lisístrata, la
primera alusión concreta al idea l de la un idad griega, ve
también en Trasímaco la primera manifestación de la pala-
bra homónoia. Puede deberse a l azar de las transcripciones
y de las citas , pero parece un azar revelador.

226
En efecto, esta buena armonía, que haría la felicidad y
l fuerza de las ciudades, pod ía representar también e l in
a f
de estas luchas intestinas que dividían y arruinaban a Gre-
cia; las doctrinas sostenidas en general por los sofistas co i n -
cidían en esto con la preocupación panhelenista.
De hecho, conocem os con seguridad el papel que juga-
ron en este terreno dos de e llos.
El primero es Trasímaco: lo sabemos por una pequeña
frase que ha sobrevivido de su discurso Para el pueblo de
Larisa, Esta ún ica frase no sería nada s i las circunstancias
no le con firieran un relieve impresionante . En una obra
perdida que data de 438 , Eurípides había hecho dec ir a un
personaje: «Nosotros , que somos griegos, ¿seremos esclavos
de los bárbaros?» Pues bien , en la época de Arquelao, que
fue rey de Macedon ia de 413 a 399 , Trasímaco busca esta
rase
f , sin duda celebre y apenas la retoca : «Nosotros que
somos griegos —protesta— ¿seremos esclavos de Arque-
ao?»
l No se sabe en qué momento n i en qué circunstancias
lanzó esta fórmula, pero no pasó desapercibida, puesto que,
citando a Eurípides a una veintena de años de distancia,
¡nos ha llegado ella sola, en una cita de Clemente de Ale -
jandría, hecha siete siglos después!
Sin embargo, el verdadero gran hombre del panhelenis-
mo, el que subsistirá com o su encamaci ón y su defensor
mas cel ebi e, no fue Trasímaco ni ninguno de los sofistas
más jóvenes, sino uno de los más ancianos: Gorgias.
Era uno de los más ancianos, pero los testimonios sobre
su actividad panhelénica remiten a una fecha relativamen-
te tardía: su gran discurso a este respecto data casi segura-
mente de 392: más de diez años después de la guerra del
Pe loponeso. 5
El género mi smo de este discurso y su marco son nota-
bles. Fue , en efecto , le ído en Olimpia, con ocasi ón de los
juegos panhelénicos ; se dirig ía , por lo tanto, de manera
solemne, a los griegos allí reuni dos. 6El cuadro y l a ocasi ón
son elocuentes por sí solos.
Las ciudades de los grandes santuarios, Olimpia y Del-
os
f , por e lhecho de que todos se congregaran a llíy por al
tregua impuesta por los juegos, eran los primeros centros
panhelénicos . Parece ser que l os sofistas asistieron de buen
grado. Hipias, cuya patria estaba muy cerca de Olimpia, se
hallaba, mej or situado que los otros, pero no parece haber-

227
se comportado de manera excepcional al actuar com o se
relata en el Hipias Menor de Platón: explica que tenía la
costumbre de trasladarse a Olimpia cada vez que se cel e-
braban los juegos y allí, según sus palabras, «de ir al san-
tuario y ponerme a d isposici ón de todos para di sertar, a
pet ic ión de uno y de otro, sobre uno de los temas que he
preparado y responder a todas l as preguntas que se com-
placen en f ormularme» (363 c-d).
Pero es evidente que el discurso ceremonial, tal com o l o
practicaba Gorgias, revestía aun mas esplendor.
No se sabe cuándo se inauguró la costumbre de estos
«Discursos o límpi cos». 7Dos de ellos se hi ci eron célebres: el
de Gorgias y el de Lisias, en l os juegos olí mpi cos siguien-
tes, también un discurso animado por el más vivo espíritu
panhelenista. Pero hubo también l os juegos pitios, en Del-
fos. ¡ Y he aquí que nos encontramos con un Discurso pitio
del mi smo Gorgias! Desconocemos su f echa y su conteni do,
pero es probable que el espíritu fuera semejante y que nues-
tro sofista aprovechara todas las grandes ocasi ones para
mostrar su talento, pero también sus ideas. Y la tradición
no debía de pararse aquí: el célebre di scurso de Isócrates
llamado e l Panegírico es un discurso destinado a la lectura,
pero supon iendo el m ismo marco: las «panegirias» eran las
reuniones solemnes de las grandes fiestas griegas; sólo a
causa del discurso de Isócrates, en que elogiaba a Atenas,
la palabra tomó en seguida e l sentido de «e log io» y a veces
el título, en consecuencia, fue modificado y se convirtió, sin
razón, en «Panegírico de Atenas». Ahora bien, este Panegi-
ñco, largamente preparado, fue comenzado sin duda por
Isócrates en la época del Discurso olímpico de Gorgias; y al
parecer se pub licó con ocas ión de los juegos olí mp icos de
380. El princi pi o es, pues, exactamente el mi smo. Y el pro -
p io Isócrates define el espíritu de su obra diciendo: «Vengo
para dar consej os referentes a l a guerra contra l os bárbaros
y a la concord i a entre nosotros» (3).
Con Gorgias, una vez más un sofista viene a la van-
guardia y abre lo que había de convertirse en una gran tra
d ici ón clásica.
Es probable que se tratara en parte de una manifesta-
ción al servicio de los fastos de la retórica, pero los breves
testimonios que se han conservado no permiten dudar de la

228
fuerza de las ideas expresadas por Gorgias ni de su auto-
ridad.
Se sabe que el discurso el ogi aba los juegos, y se cita una
frase re lativa a las cualidades que imp lica semejante com -
petición . Pero sobre todo Filostrato, en la Vida de los sofis-
tas , nos ha dej ado un resumen que dice así: «A l ver a Gre-
cia presa de guerras intestinas , Gorgias se erigió en su con -
sejero hablando a favor de la buena concordi a (homónoia),
volviéndola contra los bárbaros y empeñándo la a fijar
com o tro feo para sus armas, no sus ciudades respectivas,
sino el país bárbaro.»
Todo está aquí, nos gustaría detenernos en el comenta-
r io del texto. En él encontramos, en primer l ugar, l a noci ón
de homónoia, tan importante en el pensamiento de los
sofistas . Y en esta ocasi ón podemos citar una anécdota,
contada por Plutarco. Relata que Gorgias, después de leer
Olimpia un discurso a los Griegos «sobre l a homónoia,»
fue interrogado por un asistente sobre s i l a homónoia rei-
naba o no reinaba en su propia casa. La palabra era, pues,
esencial. Por otra parte , en el resumen de Filostrato se
encuentran también giros de estilo reveladores, que hacen
suponer que Grecia forma un todo (as í, el texto griego no
dice «sus ciudades respectivas» o «las ciudades de cada
uno» , sino «sus ciudades comunes». Se encuentra, sobre
todo, en el mi smo orden de ideas, el empl eo de l a expresión
«guerra intestina» (stásis) cuando se trata de l a guerra
entre griegos. Platón dedicaría en La república un desarro-
llo de varias páginas para establecer que este empl eo es el
bueno; en estos casos hay que deci r «guerras intestinas»,
com o si se tratara de una guerra civil en una ciudad:
«Cuando los griegos peleen contra los bárbaros y los bár-
baros contra los griegos, diremos que se hacen l a guerra,
que son enemigos naturales , y esta enemistad merecerá el
nombre de guerra ; pero cuando veamos que los griegos
pelean contra griegos, diremos que no son menos amigos
naturales , pero que en este caso Grecia está enferma y en
guerra intestina, y este nombre de guerra intestina es el que
debe aplicarse a esta enemi stad. »8 Este empleo, tan orgu-
llosamente reivindicado por Pl atón, ya f ue practicado antes
que él, y con brillantez, por Gorgias.
Pero éste no se lim itó ciertamente a la gran manifesta-

229
c ión que constituyó su discurso: perseveró y vol vi ó a em-

^ Fue as ícom o pronunc ió un e log io de la c udad i de Elis ,o


Élida , a la cual fue incorporada Olimpia. Pronunc ió tam -
bién, com o hemos visto, un Discurso pitio, sin duda con e
mi smo espíritu. Y sobre todo utilizó con esta propaganda
otra f orma de discurso ceremoni al al que i nf undi ó un i nsó-
lito espíritu panhelenista: es el de la oraci ón f únebre por los
muertos en la guerra. Conocemos muchos ejemplos, reales
o ficticios, de esta práctica ateniense; el más cél ebre es el
discurso que Tucídides presta a Pericles en e l libro II de su
historia. Pero una oraci ón f únebre de esta clase, compues-
ta con ocas ión de una guerra entre Atenas y Esparta , só lo
pod ía expresar la opos ic ión entre las dos c iudades rivales.
El caso de Gorgias era diferente. En primer lugar , para é l
se trata de un d iscurso fict ic io porque , siendo extranjero ,
no podían haberle encargado ofi ci al mente que pronunci ara
semejante discurso. Era más libre con sus temas. Además,
optó por componer este discurso fict i ci o en la segunda par -
te de la guerra de Corinto: sin duda, en aquel momento Ate -
nas y Esparta se peleaban de nuevo, no sin i ntervenciones
persas, pero entonces se vi o también que Atenas recupera -
ba su autoridad en Grecia. Era de esperar por su parte una
acc ión de expansión y de resistencia a los bárbaros que
sería digna de su pape l en otro ti empo. Gorgias siempre
había con fi ado en Atenas: es el sentido de su famosa emba -
jada de 427 . En el momento en que parecí an volver las
posibilidades de la ciudad , se deci di ó a aconsejarla. Y Filós-
trato nos d ice con qué espíritu lo h izo . Según é l, Gorgias
«estimuló a los atenienses contra los medos y l os persas y
apoyó su causa con el mi smo espíritu que ani mó el Discur-
so olímpico. No expuso nada sobre la buena armonía con
los griegos, ya que se dirigía a los atenienses ávidos de l
deseo de l imperio, imper io que no podí an adquirir sin usar
med ios enérgicos ; pero insistió en los e log ios «que merecen
los tro feos conqui stados sobre los medos». Di cho de otro
modo, Gorgias adaptó tanto com o pudo los temas de su
Discurso olímpico, y propuso a la ambi ci ón ateniense un
objet ivo de acci ón panhelénica . Los trof eos conqui stados a
los bárbaros recuerdan la bella antítesis de su Discurso
olímpico sobre el deber de preferir tro feos conquistados a
los bárbaros a los ganados a los griegos. Añad ió luego otra

230
frase a su Oración fúnebre que no fue menos contundente:
«Los trof eos ganados a los bárbaros reclaman himnos de
victoria... y si se han ganado a los griegos, cánti cos de
duelo. »
La fuerza de las f órmulas enlaza estrechamente este dis-
curso con e l otro y marca a ambos con el sello de la perso -
nalidad de Gorgias.
Si fue notable saber adaptar así su programa a l as ic -r
cunstancias y utilizar la ambi ci ón de una de l as ciudades
en provecho de un ideal de reconciliac ión , resultó que
inc luso en esto tendría Gorgias un d isc ípu lo en la persona
de Isócrates.
En efecto, Isócrates no dej ó nunca de recomendar con
pas ión la un ión de los griegos contra los bárbaros; pero
durante toda su vida tuvo que retocar este programa en
unc
f ión de as
l posib ilidades del momento , esperando s em i -
pre ver a Atenas ir a la cabeza de Grecia pero pensando
también , según los casos, en tal o cual soberano de otra c iu -
dad, incluso en Filipo de Macedonia . Cada vez prodi gó los
m ismos consejos a quien tenía oportuni dad de estar en
condici ones de seguirlos. Variaba en los detall es, por su
obstinación de querer el pri ncipio. .. com o Gorgias.
Sabemos, por otra parte, que la segunda conf ederaci ón
ateniense , fundada en 376 , aparec ió com o la con firmac ión
de las esperanzas de Isócrates y e l resultado de su acc ión .
Pero esta misma acc ión só lo hac ía que cont inuar la de Gor -
gias . El Discurso olímpico parece ser del año 392 . E l Pane-
gírico es del 380. La continuidad es evidente e impresi o-
nante.
Isócrates, recordémoslo, fue alumno de Gorgias en Tesa-
ali .Ten ai por otra parte muchos vínculos con los sofistas ;
había sido alumno de Prod ico , se había casado con la hija
de Hipias y adoptado uno de sus hijos. No conservó toda su
enseñanza , pero siguió imbu ido de las ideas de Gorgias en
e l terreno de la po lítica . Y enl este terreno se ,el encuentra l
mas aún que los otros, a fina de una larga línea - que empe
zaron a trazar los sofistas . Sobre cuestiones de política, las
ideas nuevas podí an pasar al pensamiento ateniense si n
modificaci ón ni merma.
En camb io, estas ideas no pasaron a los hechos: la uni -
dad griega no se había realizado cuando llegaron los ejér-
citos macedonios y tampoco se realizó cuando llegaron los

231
romanos. El recuerdo de Gorgias def endi endo la unidad
griega durante l as fiestas de Olimpia permanece com o una
figura radiante, pero destinada a eclipsarse, del mi smo
m odo que desaparecería la estatua de oro que inmortalizó
a Gorgias en Delfos.
Lo único que no desapareció f ueron las ideas, los prin-
cipios, los descubrimi entos y el i mpulso imperecedero dado
en el terreno de la refl exi ón y de l a teoría. Las ideas han
sobrevivido a los escritos, a las estatuas y a todas las emo -
ciones de la historia.

232
NOTAS DEL CAPÍTULO ΥΠΙ

1. Entre l as dos revoluciones pasó un tiempo en el exilio; entonces se sitúa


una estancia en Tesalia para ayudar, a l parecer, a los oligarcas; Terameno, en
Jenofonte (Helénicas Π, 3, 15 = DK A 10), le presenta, por el contrarío, com o si
prestara ayuda a la revolución social; da la impresión de ser bastante extraño;
pero el caso de Criüas es perfectamente claro, incluso si no se utilizan esto¡
hechos mal establecidos.
2. Cf. JT. Bordes, «Politeía » en el pensamiento griego de Hornero a Aristóte-
les, 1982.
3. Trataban evidentemente de diversos temas políticos.
4. La época arcaica había conoc i do los mismos movimientos y los mismos
cambios, pero sin hacer de ellos un obj eto de estudio y de comparación.
5. Al principio se pensó en 408: tal hipótesis parece, con razón, haber sido
abandonada.
6. Es l o que dicen los textos, pero no debió de leer él mi smo su discurso:
ya es difícil imaginar que un hombre, aunque no fuese centenario, pudiera
hacerse oír al aire l ibre, sin mi crófono , por semejante asambl ea.
V. La tradición, transmitida por Luciano, pretendía que la primera l ectura
completa de la obra de Herodoto se había llevado a cabo en Oli mpi a. Luciano
presenta el hecho com o una iniciativa osada del historiador,
8. 470, c-d. La traducción del C.U. F. citada aquí, traduce stasis por «dis-
cordia»; nosotros sólo hemos querido unificar.
9. Aquí se adivinan encuentros inciertos: Isócrates pudo estar en contacto
con Jasón de Feres (tenemos una carta suya a los hijos de Jasón); y un testimo-
nio sospechoso de Pausanias relaciona los nombres de Jasón y de Gorgias. Pre-
erimos
f no utilizar datos tan vagos .

233
C o n c lu sió n

BALANCE Y R ETO QU ES

Puede parecer un j uego un p o co extraño empeñarse,


com o l o hemos hecho, en seguir la pista del pensamiento
de estos pocos hombres cuyas obras se han perdi do, cuyas
raras observaciones transmitidas carecen de contexto y l as
citas son siempre de testigos sospechosos y de quienes sól o
se conocen imágenes trazadas, a menudo en son de broma,
por sus adversarios. Es unj uego riguroso y también unj ue -
go pe ligroso en que las hipótesis amenazan en todo
momento con ser no só lo rebatidas, sino francamente erró -
neas.
Si hemos creí do un deber atraer a lectores inocentes
hacia esta laboriosa empresa, es porque nos ha parecido
que la apuesta l o merece. Siempre gusta intentar resolver
los enigmas, pero en esta ocasi ón se trata de enigmas que
no pueden dejarnos indiferentes.
No pueden, en primer lugar, a causa de l a i nfl uenci a que
ejerci eron en el momento más brillante de la cultura grie-
ga. Tampoco, a causa de todo l o que ellos mi smos inventa-
ron y que, una vez revisado y asimilado, debí a llegar vivo
hasta nosotros .
Es c ierto que los hombres m ismos se nos escapan, y
más sus obras. Como en la penumbra de una caverna,
vemos dibujarse siluetas, o ímos fragmentos de frases, per-
ci bi mos un tono o una agudeza. Pero, a fin de cuentas, no
captamos mucho más de l o mostrado, en algunas páginas,
por l as evocaci ones hechas por Platón al pri nci pi o del Pro-
tágoras: algunas líneas para cada uno, mucho respeto, algu-
nas burlas, la voz de uno , los pasos de otro... Hemos inten-

234
tado acercamos lo más posible, pero sin alcanzar nunca a
estos hombres en un contacto real.
Todo esto es cierto . En camb io, estas sombras se nos
han revelado com o responsables directas de tantos descu -
brimientos que nos hemos quedado con fund idos. Y en esto
no cabe la menor duda . Se puede discutir sobre la parte
que le correspond ió a cada sofista, se puede discutir sobre
ol que deben a la evo luc ión que se insinuaba ante e los l ,
pero las novedades son incuestionables; son, en gran parte,
una aportación suya.
De hecho, la conm oci ón que causaron enl a historia de l
pensamiento griego se mide a l a vez por l as reacciones que
suscitaron en el seno m ismo de l a filoso fí a y por el patri-
mon io que dejaron en la vida cultural en general.
No hay que engañarse: estos sofistas tan cri ticados por
Platón representaron un papel decisivo, incluso para su
prop ia filosof ía, aunque sól o fuera por l as réplicas que exi-
gieron de él.
Esto es cierto sobre todo de Protágoras. Protágoras, al
que jamás lo trata sin respeto. Protágoras, que tiene por
d isc ípu lo y ami go a un ser tan atractivo com o el joven Teo-
doro de l Teeteto, cuya f idelidad a su maestro l e val e a éste
la mayor consideraci ón de Sócrates. Protágoras, en f in, que
con su doctrina sobre la verdad ob liga a Platón a esas lar-
gas discusiones obstinadas en el curso de las cuales se el a-
bora o precisa su propia metafísica.
¡Pero Protágoras no es el úni co! La defini ci ón dialéctica
que practica Platón y que cada vez subdivide una noci ón en
dos só l o es un m odo de recuperar desde una perspectiva
nueva el arte por el cual Pródi co distinguía los sinónimos.
Y la reflexión sobre l a justicia, ¿no es a su vez una reflexión
contra Trasímaco?
Naturalmente, Platón qui so ante todo mostrar la pro-
funda distancia que separaba a Sócrates de los sofistas ; la
con fus ión le parecía intolerable; quiso también elaborar
toda una filoso fía para responder a lo que cons ideraba con -
denable en su enseñanza , pero este m ismo antagonismo
resultó fecundo y nos hace asistir a un dobl e nacimiento.
Porque la retórica, en el sentido en que la entendían los
sofistas, era una cosa nueva; pero la fil osofí a, en el sentido
en que la entendía Platón, no l o era menos. Tanto una

235
com o otra se inventan juntas y, el contraste las define a
ambas.
Se asiste así a este m ilagro de ver l a mi sma ciudad
alumbrar, en los mismos años, a las dos formas más opues-
tas del pensamiento: una, donde todo es humanismo, otra,
donde todo es trascendencia; una, donde todo es pract ico y
otra , donde todo es idealista .
Tenemos, pues, com o uno de esos Janos de dos caras, l a
dob le imagen del legislador: una, la de Turio, que basándo-
se en la experiencia y la comparac ión , redacta leyes, hoy
perdidas, para una ci udad real; otra, la de La república y
Las leyes, que deduce un sistema ideal de un análisis sin
comprom i so.
No obstante, al presentar así estos dos nacimi entos
com o paralelos y rivales, no hay más remed io que consta -
tar también que la batalla era sin duda desigual y que el
equilibrio se inclinaba en el sentido de la filosofía. Por ella
se han conservado las obras y los d iscípu los han cont inua-
do en la línea indicada. Pero esto no es cierto refer ido a los
sofistas.
A ese hecho se pueden aportar varias explicaciones. Se
puede pensar que en l o concerni ente a la actividad, el papel
de los sofistas estaba vi ncul ado a la vida concreta de la
democracia ateniense y que la necesi dad de sus lecci ones
de jó de hacerse sentir cuando la vida polí ti ca ateniense,
una vez amenazada y después perdida la independencia,
desaparec ió su impul so y dejó de ser importante . Se puede
pensar también que , preocupados en demasía por lo cot i-
diano y por e l e fecto producido , estos sofistas, que eran
además extranjeros, no dejaron una so la obra que fuera
literariamente digna de ser cop iada y meditada.
Estas razones pudi eron influir y no debemos descartar-
las. Pero hay otra ci rcunstanci a que i nf luyó más que todo.
Es el hecho de que, en el ardor y el orgull o de su nuevo
papel, los sofistas creyeron proporcionarl o todo. Los pri-
meros maestros , los que nos han ocupado hasta ahora, eran
filósof os al mi smo ti empo que maestros de retórica, conse-
jeros polí ti cos al mi smo ti empo que l ógi cos, estilistas al
m ismo t iempo que ci entí ficos . Y después las cosas se
decantaron: tras la gran floraci ón del pr inci pi o, pronto que -
daron só lo maestros de retórica.

236
¿Maestros de retórica? Bajo esta forma más modesta,
también los sofistas perdurarían siempre...
En fin, hay que deci rl o con firmeza: aunque su papel no
cont inuó , aunque sus obras se perdieran, quedó y queda
todavía todo l o que habían lanzado: habían abierto pers-
pectivas en todos los campos del espíritu.

En cuanto se traspasa el marco de las di scusi ones filosófi-


cas, vemos en e fecto que su aportac ión surge por doquier,
ba jo todas las f ormas y, esta vez, de manera positiva.
¿Qué se ha encontrado que no debamos atribuirles? En
la forma m isma que tom ó su enseñanza , fueron los pr ime -
ros en impartir , con v istas a una vida práctica, una ense-
ñanza intelectual, com o la que se imparte todavía en la
actualidad. Le d ieron la forma de una enseñanza por la
retórica: esto también era nuevo, y causó escándalo ; no
obstante, también ha durado hasta nuestros d ías . Fundaron
los proced im ientos de la retórica, proced im ientos de estilo
y de compos ic ión , pero también proced im ientos de razona -
m iento y puesta a punto de cierta lógica , a la sazón en sus
in ic ios . Para aprender a hablar mejor, se interrogaron sobre
e l lenguaje e intentaron poner orden en el estudio, hasta
entonces desconoc ido , de la gramática. Para alimentar a los
oradores de lugares comunes , lanzaron reflexiones sobre e l
hombre , sobre su ps ico logía, sobre l as reacciones previsi-
bles en las diversas circunstancias, sobre la estrategia,
sobre la pol ítica. También captaron y desarrollaron los
recursos of reci dos por el estudio comparado de las soci e-
dades . Todo se convirt ió en téjne entre sus manos; y todas
estas téjnai, o c ienc ias humanas, que eran nuevas, son las
que la época moderna ha tomado y pro fundi zado . Todo. Lo
probaron, crearon e inauguraron todo. Esta sacudida sin
precedentes tuvo i ncl uso diversas consecuenci as molestas
para ellos.
Sin duda les in fund ió demasiada confianza en los recur-
sos de su arte . Se lanzaron a fondo . Se envanecieron. Y por
esto la pretensión de competenc ia y de e ficac ia que refleja -
ba el nombre de «sofistas» se cargó de un sentido desfavo -
rable. Y fue entonces cuando empezó a designar a personas
demasiado seguras de sí mismas para quienes la palabra

237
primaba sobre la idea y los razonamientos capci osos te-
nían más precio que l as reflexiones seri as.
Pero otra consecuenci a fue que este aspecto preval eci ó
a o jos de la posteri dad misma, y muchos modernos han
sido escépti cos respecto al al cance de sus doctrinas. Porque
los sofistas tendían a desarrollar recursos prácti cos que no
tení an l a verdad com o meta, algunos han pensado inc u-
so entre los mejores espíritus— que estas doctrinas eran
secundarias y carecían de importancia . Sin embargo, es evi-
dente —com o las detalladas controversias a que se entregó
Platón bastan para sugerir— que estas doctrinas eran de la
máxima seriedad.
En e l terreno críti co, los sofistas son los primeros en
dedicarse a una crítica radical de todas las creencias en
nombre de una razón metódi ca y exigente. Sonl os pri me-
ros en tratar de pensar el mundo y la vi da en f unci ón del
hombre en solitario. Son los pri meros en hacer de la rela-
tividad de los conoci mi entos un pri nci pi o fundamental y en
abrir los caminos no solamente del pensami ento libre, sino
de l a duda absoluta en todo l o que es metafísica, reli gi ón o
moral. No pretendemos aquí que hayan teni do razón al
hacerlo, pero tuvieron la originalidad de i mpulsar l o más
lejos posible el raci onali smo y el escepti cismo. Incl uso si
este trabajo cr ít ico no hubiera teni do por e fecto más que
suscitar respuestas y llamar a los hombres a defender me jor
sus creencias y tomar una conc iencia más clara de sus
implicaciones , el paso habría ten ido un prec io irreempla -
zab le : ya empieza a dar sus frutos en Platón y le impulsa a
justificar, dialécticamente , la supremacía del Bien. A partir
de los sofistas, la fil oso fía ya no revela: está obli gada a razo -
nar y a probar. La nueva or ientac ión, tal com o estaba , tal
com o la había inaugurado la crítica de los sofistas, ya deb ía
sobrev iv ir . Sería ingenuo pretender que no ha conseguido ,
a partir del siglo xviii y en nuestro mundo moderno, una
gran difusión . Esta difusión es en la actualidad enorme-
mente superior a la del platonismo.
El hecho ha s ido reconoci do con f recuencia, pero pare-
ce que no siempre se ha comprendi do bien que su ori gi na-
lidad iba más lejos; que ellos mismos habían reconstruido
un mundo a la medida del hombre, basado exclusivamente
en sus exigencias; en este mundo , las necesidades de la vida
en común restituían a la justicia, a la buena armon ía y a las

238
virtudes en general un nuevo lugar y un nuevo sentido.
Todos los sistemas de pensam iento humanista donde uno
crea sus valores en un marco existencial, están en germen
en este planteamiento. En resumen, ante esta importancia
de l grupo po lít ico y de la vida en común , iniciaron , después
de todas las téjnai ya citadas, una filosofí a po lítica que ali-
mentó las de Platón y Aristóteles y después, el pensamien-
to po lí ti co subsiguiente, desde Cicerón hasta nuestro días.
He aquí las numerosas razones por l as cuales estos
hombres tan p oco conoci dos solicitan con fuerza nuestra
curiosidad de modernos. Tal vez debamos añadir otra razón
algo diferente: que la aventura intelectual que les valió ser
adulados, después atacados y burlados, y pronto mal inter-
pretados o abandonados al ol vi do, antes de encontrarse asi-
milados baj o una f orma un p oco suavizada, constituye un
ejemplo privilegiado del di ál ogo conti nuo que se establece
y sin duda se establecerá siempre entre los i nnovadores y
su púb lico .
Del mi smo l ado de los innovadores podemos observar,
en e l caso de los sofistas, cóm o la certeza de aportar algo
nuevo puede engendrar una con fianza excesiva en e l terre -
no de la ap licac ión de esta novedad, y cóm o , en varios años
los que siguen e l cam ino nuevo se exaltan más que los pr i-
meros. En e l lado del pub lico se puede observar cóm o e l
entusiasmo se convierte en agresividad e ironía, y cóm o e l
éxito lleva a deformaciones , agravaciones y malentendidos:
ejerciendo a veces una influencia que uno no había previs-
to ni deseado.
Y no obstante, pese a estos malentendidos, algo pasa y
proliféra: el di ál ogo entre los sofistas y su públi co revela
que esta doble embestida de admi raci ón y resistencia no
só l o precipita la evol uci ón de la reflexi ón filosó fica sino la
de las mentalidades. Si cada pensador, en cada instante,
debe mucha parte de su inspi raci ón a las condi ci ones polí-
ticas , sociales y culturales del momento , e l ejemp lo de los
sofistas prueba bastante b ien que lo rec íproco es por lo
menos igua l de cierto. Al dar una forma precisa y lúcida a
as
l aspiraciones latentes del momento , os l intelectuales es l
con fieren una fuerza acrecentada y casi irresistible . Toda
técn ica nueva, toda doctri na nueva, toda palabra nueva lan-
zada por un pensador camb ia un poco, tanto si se apercibe
de ello com o si no, el m odo de sentir de todos.

239
Se trata, efectivamente, del «m odo de sentir»: porque se
ha constatado igualmente que entre las ideas de los inte-
lectuales y la moral corriente, el i ntercambi o es activo y
constante . La moral o la ausencia de moral suscita siste -
mas, y l os sistemas autorizan a su vez conductas, revue l tas
,
deseos liberados de improvi so. Los intelectuales influyen
sin cesar en el devenir común .
La aventura que se representó entonces en Atenas mere-
cía, en muchos aspectos, ci erto esfuerzo por parte de aque-
llos m ismos a quienes interesa prioritariamente el mundo
actual, con sus ideas, sus c ienc ias y sus problemas. Con -
cierne a todas las épocas de crisis y renovac iones .
Tenemos, sin embargo , algún escrúpulo por haberla pri-
vilegiado de este modo . Porque corremos el peli gro de alen-
tar la muy falsa equivalencia que a veces se establece entre
clasicismo y racionalismo. Porque se ha hablado del incre í-
ble éxito de los sofistas en Atenas. Porque se les ha asoc ia -
do con la moda de las téjnai y con esta pas ión del conoc i-
miento que conm oc ionó entonces a Atenas, sería necesario
recordar, para establecer una perspectiva mas justa, que
estos profesores , estos razonadores , estos racionalistas eru-
ditos no nos descubren , en definitiva , más que una de las
caras de lo que fue la Atenas de Pericles .
En primer lugar, no hay que olvidar nunca y esto es a
su favor— que este racionalismo militante lo era tanto más
cuanto que era más nuevo y había más progresos que rea-
lizar , La joven democrac ia ateniense — ¡una democrac ia
directa!— obedecí a con mayor f recuenci a, si hay que creer
a autores de la época, a l os i mpul sos irracionales que a l as
reflexiones deliberadas. Tanto Tucídides com o Eurípides
denunciaron el hecho, y Platón comparó el puebl o a un
gran animal cuyos oradores halagaban los instintos ci egos.
Esta democrac ia tenía, pues, una gran necesidad de apren-
der a pensar . La propi a just icia so lo acababa de suceder,
com o pri nci pi o públi co, a las venganzas del clan. Esto tam-
b ién reclamaba reflexión. Sobre todo la credulidad, la f e en
los oráculos, los terrores oscuros ocupaban todavía mucho
espacio : ¿Qué textos del siglo XV no se quejan, por l o menos
una vez, del poder de los adivinos y de sus mentiras? Col -o
cado de nuevo en este contexto, el esfuerzo raci onali sta de
os
l sofistas no estaba de más .

240
Y después hay que recordar que só lo constituía la mitad
de la imagen.
Incluso en lo concerniente a nuestros sofistas, sólo
hemos o ído l ecci ones y análisis impregnados por naturale-
za de cierta sequedad teórica ; pero se trataba del hecho del
género y no de la sensibilidad de los hombres. Ahora bien,
el úni co sofista con aires de moralista de quien poseemos
algunos f ragmentos, el Antifon de Sobre, la concordia,
demuestra en sus breves paginas un agudo sentido del sufri-
miento humano. Sus páginas sobre l as angusti as del matri-
m on io son patéticas («Las a legrías no vienen solas , las
penas y las pruebas l as acompañan»), com o lo son las pre -
ocupaciones de la paternidad (entonces la vida está llena de
desvelos, el alma ha perdi do la alegría de su primavera;
hasta el rostro, que ya no es el mismo, en el f ragmento 49,
sobre l a brevedad de l a vida; «Todo en el la es pequeño,
débil, e fímero, mezc lado con grandes dol ores», en el frag-
mento 51; o en el fragmento 50: «La vida se parece a una
guardia de d ía ; apenas hemos visto la luz, pasamos el san-
to y seña a nuestros sucesores.» Estas reflexiones despier-
tan un eco en el pesi mi smo tradicional de cierta poesía
griega, pero aquí adquiere una extension nueva y la fuerza
de l as imágenes le presta una agudeza acrecentada. Nues-
tros sofistas, de quienes sol o hemos conoci do l as teorías y
l as demostraciones, f ueron los contemporáneos de l a tra-
gedia.
Y, de hecho, es sobre todo volviéndonos hacia l a propi a
Atenas y las obras que nos ha dejado com o podemos med ir
hasta qué punto e l papel de esta efervescenc ia intelectual se
aliaba con otras tendencias. Atenas estaba apasionada por
los poderes de la inteligencia; pero aliaba esta pas ión a l
amor de la belleza , el sentimiento muy vivo de los sufri-
mientos humanos y e l fermento secreto de un idealismo a
punto de nacer.
Si Pericles podí a discutir durante todo el día con Protá-
goras para saber quién (o qué ) era responsable de la muer -
te accidenta l de un hombre joven muerto por una jabalina
durante unos ejerc ic ios deportivos , con otro amigo suyo,
F id ias , ocupaba otros días presidiendo las construcciones
de la Acrópo lis : la belleza tenía sus derechos, al lado de l a
inteligencia.
Asimismo, los d iscípulos de los sofistas, Eurípides y

241
Tucíd ides, se a p re s u ra b a n a tili u l z ar os recu rso i st ln et tecí u a-
les qu e éJ os h a bi a n di fund; do pero í los h ac ant e n ra r en
obras t rá gi c a s o de al c a n c e t rági co en l as cual es serví an
p a ra re a l z a r y d a r reli eve a u n senti mi e nt o d e sg a rra d o r de
los s u fr im ie n t o s h u m a n o s o de las p eri pec ias de la hi st ori a.
E n fin , ¿no b as t a re c o rd a r que n u est ro s sofi st as, con
toda su ra z ó n cr ítica , s u s cit a ro n l as reacci ones de Pl at ón
con su i d e ali sm o si n fi s u ra s y su fervor? Con i nd ep en d en -
ci a i n cl u so de l as i n fl uenci as de o rd e n fil osófi co que^fueron
b ien a l as c l aras deci si vas, la v ivac idad de l a vi si ón y l a t e r-
n u ra de l as evocaci ones fu e ro n esti m ul ad as de m a n e ra i n di -
rec ta p o r l a n ece si d ad de re s p o n d e r a ellas.
Los a n á li si s de los so fi st as lo hi ci ero n t odo posi bl e, pero
sólo p u d i e ro n a su m ir es te p ap e l in c o rp o ra n d o en At enas
o t ras a s pi ra ci o n e s y co n vi rti én d o se en el m edi o de darl es
expres ión o de liberar las .
O c u p a ro n en todo el p e n sa m i e n t o griego u n a posi ci ón
p re p o n d e ra n t e , a su m id a m e t ó d i ca m en te y a veces ma l
i n t e rp ret a d a . Se re s i n ti e ro n de ell o h ast a el p u n t o de que su
p is ta es a veces di fí cil de segu ir . P ero s in ellos , los o tros ,
con su p a t e ti s m o , su s e n ti d o t rág ico de l a h i s t o ri a y su inde-
fec tib le fervor , no h a b r ía n s ido lo que fueron . Y noso tros
am
t poco .

242
INDICACIONES BIBLIOGRÁFICAS

Textos

Lo m ás i m p o rt a nt e es el recu rso a los text os. Los t ext os


de los sof is tas , en gr iego , es tán recop ilados en D ie ls-Kranz ,
Die Fragmente der Vorsokratiker (n u m ero sas reed ic iones,
rev isadas: c o n s u lta r s i em p re l a últim a) . Texto gr iego con
ra
t d u c c ió n y c o m e n ta r io en ita liano en La N uova I at lia ,
F lorenci a, desde 1949 baj o l a di recci ó n de M. U nt erst ei n er
y casi si em pre p o r él. Traducci ón de l os fragm ent os al fra n -
cés p o r J. P. D um ont, Par ís , 1969, al i ngl és p o r R. K. S p r a -
gue , Col um bi a, 1972.
Es preci so a ñ a di r l a l ect u ra de l os t ext os que son, en su
m ayor ía , c o n tem p o rán eo s de los sof is tas y ú tiles p a ra c o m -
prender los : A r i s t ó f a n e s : Las nubes, E u r í p i d e s , T u cí di d e s,
P latón (en p a r tic u la r Protágoras, Gorgias, E l Sofista, Teete-
to), Is ó c r a t e s (Contra los sofistas, Helena, Sobre el inter-
cam bio). Est os d i versos t ext os exi st en, e n t re ot ras edi ci o-
nes , en la Co lecc ión de las U n i vers idades de F ran c ia ( lla-
m a d a Co lecc ión B. udé) Pl ara e conoc i im en to de los h o m -
bres , se agregará el te s ti m o n i o de F il o s t r a t o , Vidas de los
sofistas (n y m s ig lo d. C. ).

Estudios generales
(p o r orden crono l ógi co)

E. D u p r é e l , Les sophistes (N euchât el, 1948-1949).


M . U n t e r s t e i n e r , I Sofisti ( T u r in , 1949 ; t r a d . i n g l .
O x f o r d , 1954).

243
F. H e in im ann ,Nomos und Physis, Herkunft und Bedeu-
tung einer Antithese... (Basil ea, 1945).
W. K. C. G uthr ie , The Sophists (Par ís , P U
. F
. ., co l. «Que
sais-je?», 1985).
Para consultar, además, algunas obras colectivas rec ien-
tes: Sophistik (artículos diversos recopil ados por J. C. Cí as-
sen y traducidos al alemán). Wege der Forschung, ,
187 , ,
Darmstadt 1976 l 714 i páginas. The Sophists and their . Legacy
.
(actas de un co oqu o internacional, , editadas por G, B Ker-
ferd, Hermes Einzelschriften 44 1981). Por último Le plai- l -
sir ide parler, iétudes
, de sophistique comparéei , (actas
í , del co o
qu o de Cer ,sy publicadasl l por B. Cass n Par s ed. de
Minuit, 1986 con í , e comp
, emento
). titulado Positions de la
sophistique (Par s Vrin 1986

Estudios específicos
l fi -
Se encontrará una bibliografía . . detallada sobre os so si-
tas en la obra editada por J C Classen . y citada más arr fil -
ba:f no ocupa menos de 66 páginas ll . í Los
i helenistas y los ó
so os podrán remitirse a e a Aqu ndicaremos más bien,
l lugar de estos estudios a menudo muy importantes para-
en
a discusión, algunos lestudios más generales que l propor
,
cionan imarcos
i l para os temas l tratados en este ibro f esto
sin om i t. r os nuestros, a os cuales hacemos recuente
menc ón. Hemos agrupado estos estudios en tres grandes
rúbricas
) ( ,
1 Sobre la educación y sobre la retórica capítulos I II y
III). . , ,
G). K e n n e d y The Art o f Persuasion in Greece (Princeton
1963 . . ,
H
í , I M a k il, r o u Histoire
. de l'éducation dans l'Antiquité,
Par s Le Seu 1965 ( í l
2) , Sobre las doctrinas en general y su influencia cap tu os
IV V. y VI). , l' il i i ,
F ,
Chapouthier , «Euripide
. .et accue du d v n» Entre-
tiens. Hardt, I 1954 , i ppi 205-237
( E R., D o d d s ed c ón comentada del Gorgias de Platón
Oxford 1959).

244
( RomaZ1974 )S 'WÆ * * etico- P ^ i œ dei Sofisti

BdlesÎcnœTwU. L ° ‘ dam !a " g reC qU e (Parfs· Les


t u l o f t ; ' w ï f id eH la CÍUdady m la vida Política (cap ,-
E. B ark er , Greek Political Theory, Plato and hU /W 7
cessors (Londres, 1918). 5
G. M athieu , t e idées politiques dlsocrate (Par is 1 91 5 )

/ o m S lU 'B e il ^ L e to e s m
/ a ef Λ ™ '

t a n t e e s t S o ^ H i 05 τ Γ ^ ·“ ' “ ? * d impor-
tract Theory irflhe Vth S ü r v B r ° T 7 Con„
ferd, pp. 92-108, citada más arriba. ‟ ‟ colecciotl κ « -

245
TABLA CRONOLÓGICA

Vida política Vida intelectual

496: nacimiento de Sófocles


490-480: guerras médi cas 490 (?): nacimiento de Protágo-
ras
480: nacimiento de Eurí pi des
470 (?): nac. de Sócrates
458: La Orestíada de Esqui lo
443: fundación de Turio 443: Protágoras redacta las
leyes de Turi o
442: Sófocles, Antigona
438: Alcestes de Eurí pi des ( 1. a
obra suya conservada)
431: comienza l a guerra
del Peloponeso
427: embajada de Gorgias a
Atenas
424 (?): Eurípides, Hécuba
423: Ari stóf anes, Las nubes
411: revolución oligárqui ca 411: ataques contra Protágoras
en Atenas (?); fragmento de Trasíma-
co (?)
406-405: muerte de Eurípi des y
de Sófocles
404: derrota de Atenas; 404 : Critias miembro de los
oligarquía de los Cua- Tre inta (oligarquía)
trocientos
399: muerte de Sócrates
h 398: primeros diálogos de
Platón
Vida intelectual

393: Isócrates abre su escuela


392: fecha probable del Discur-
so olímpico de Gorgias
387: Platón funda l a Academi a

247
ÍNDICE

Como los sofistas han sido considerados en su conj unto


según las cuestiones examinadas, aquí encontrará el l ector
lo que tiene relación con cada uno de ellos: l as referencias
en negrita corresponden a los análisis seguidos.
1. Autores
A n t if ó n :9 , 12, 18 , 24 , 62 , 122 123 - , 127-135 ,161 ,171 ,
174 , 184,187, 188 , 205 , 209 , 215 , 216 , 241 .
( A n t if ó n , e l orador 89 : ,
95 ,
134 1 3- 5 .)
C r it ia s : 18, 2 0 , 2 4 , 39 ,62 , 190 ,n. 9 ,213 215 , ,
216 221
, -
222, 225 .
(.Sísifo : 115-118 , 194 , 196 ).
G o r g ia s : 8 , 9 , 18, 21 ,2 2 ,24 ,26 ,30 ,34 36 , 4, 7 50
, ,
70 ,
72 , 72 -81 , 82 , 9 3 , 115 , n. 10, 105-106 , 159 , 165 , n . 8, 210 ,
215 , 224 , 227 -232 .
H i p ias : 8 , 12, 18 , 19 , 21 , 31 ,34 ,38 ,120 ,121 ,122, 155, 171 ,
172 , 182 -185 , 190 , n. 6 , 194 , 200 , 215 , 224 ,227 .
L i cofrón :171 .
Pródico 8 : , 9, 18, 19, 21 ,34 ,38 ,84-86 ,101 ,n. 4 ,102 n.,
13, 114-115, 118 143 , ,
179 ,
183 190, n. ,6, 194 196- 200, ,
204 -208, 2 0 9 , 2 1 5 , 235 .
Pr o t á g o r a s 8: ,18 ,19 2, 1 2, 2 23 , 2, 4 29 , 33
, 34 , 36 , 38, ,
4 7 , 4 8 , 4 9 , 50 , 51 , 59 , 62 , 67 , 68 ,n .2 ,6 8 ,n .10, 69 ,83 84 - ,
86 -89, 92 , 93 , 94 , 98 , 106-111 , 112-113 , 114 , 115 , 120 , 143 ,
166-170, 172, 173 , 179 , 180 , 190 , n . 2 , 190 , n. 6 ,191-194 ,
1 95 -196 , 198-204 , 2 0 9 , 213 , 214 , 2 1 7 , 220 , 224 ,235 .
T r a s ím a c o :8 , 17, 18 ,34 ,72 ,78 ,84 91 , ,117 123-127
, ,
129 , 1 32 -134 , 156 , 157 , 161 , 180-182 , 184 , 194 , 215 ,222 -
224 , 2 26 , 227 , 235 .

249
2. Obras anónimas

A nón im o d e Jám bl co i 4: 4 ,n .3 ,62 , 172-173, 175 , 177,


179 , 181, 1 8 3 -1 8 4 , 204 -210 .
iD sc u r so s d o b l e s : 44 , n. 3 , 59 , 62 , 65 , 8 6 ,9 0 ,107 ,120 ,

199 , 215 .

Referencias complementarias

Para los lectores más especializados, que deseen encon-


trar sin es fuerzo el origen de los textos citados , adjuntamos
aquí las referencias recogidas de l a mi sma exposición.

p. 19: Protágoras, 315 a-316 a, — p. 42: Menón, 91 c. —


p. 48: Protágoras, 316 d-e. — p. 51: Tucídides, III, 38, 4. —
p. 53: Autolico, f r. 282. — p. 54: Eurípides, Antíope, f r. 193,
194, 196 y 199 Nauck. — p. 57: Jenofonte, Sobre la caza,
XIII, 6. — p. 76: Tucídides, I, 70, 2. — p. 88: Aristóteles, ver
Protágoras, A 21. — p. 92: Las nubes, 943-944. — p. 101 ,
nota 3: Fedra, 266 d-267 c. — p. 123: La república, 338 ;c
Trasímaco, B 8. — p. 133: Trasímaco B 8. — pp. 149-151:
Eurípides, ft*. 480 Nauck; Ifigenia en Táuride, 389-390. —
pp. 150- 151: Eurípides, Belerofonte, f r. 286. — p. 158: Eurí-
pides, El Cíclope, 338, 340. — pp. 161-162: Gorgias, 483 e.
— p. 167: Prometeo encadenado, 450. — p. 168: La repúbli-
ca, II, 369 b-371 d. — p. 174: Anóni mo de Jámblico, B 1, 6,
2-5. — pp. 174-175: Democri to, A 166. — pp. 180-181: Tra-
símaco, B 8. — p. 181: Trasímaco, B 1. — p. 182: Protágo-
ras, 337 d; Hipias, A 2 (Filostrato). — p. 183: Hipias, A 2
(Filostrato). — p . 194: Protágoras, 322 a. — p. 199: Protá-
goras, 326 e. — pp. 199-200: Protágoras, 325 a. — p. 201:
Esquilo , Agamenón, 282. — p. 204: Menón, 91 a. — p. 207:
Tucídides, II, 64, 3. — p. 214: Tucídides II, 65, 9. — p. 215:
Hipias, A 15; Trasímaco , B 1. — p. 221: Critias, A 38. — pp.
222-223: Trasímaco, B 1. — p. 226: Jenofonte, Helénicas, I,
6, 7. — p. 227: Trasímaco, B 2; Euripides, fr. 719 Nauck. —
p. 227: Gorgias, B 7 y 8 a; B 9 (Filostrato). — p. 229: Gor-
gias, B 8 a (Plutarco, 144 b c). — p. 229: Gorgias B 16; B 5
a b y 6. — p. 230: Gorgias, A 1 (Filostrato); cf. B 5 b.

250
TABLA DE MATERIAS

Prefacio 7

I. Aparición y éxito de los sofistas ..................... 17


II. Una enseñanza n u e v a ........................................ 45
III. Una educación r e tó r i c a .................................... . 69
IV. Las doctrinas de los sofistas: l a tabla rasa . . 103
V. Los peligros de la tabla rasa: el i nmorali smo 140
VI. La reconstrucc ión a partir de la tabla rasa . 166
VII. La recuperación de las v irtu d es ....................... 191
VIII. La p o l í t i c a ........................................................... 213

C o n c l u s ói n . Balance y r e to q u e s ............................... 234

Indicaciones bibliográficas.......................................... 243


Tabla cronológica ......................................................... 247
índice ............................................................................ 249
Referencias complementarias ...................................... 250

251
Impreso en el mes de abril de 1997
en Talleres LIBERDÚPLEX, S. L.
Constituci ón, 19
08014 Barce lona
Los grandes sofistas en la A tenas de Pericles, pub li cada
p or pri m era vez en 1988, es una de l as obras más
reve ladoras y apasi onant es de l a aut ora, que cent ra aquí
su a t enci ón en un probl em a tan deci si vo com o poco
conoc ido. Todos los grandes aut ores del «s ig lo de
P eric l es», en efect o, fueron di scí pul os de una nueva cl ase
de m aestros: los sofi st as, qu ienes, con l a ret óri ca,
ofrec ieron una enseñanza nueva, graci as a l a cual se
desarro ll ó el art e de pensar. Los sofi st as, en suma,
abr ieron el cami no a t odas l as form as li bres de
pensam i ent o. U na t radi ci ón post um a i nj ust a ha soli do
atacar, m alt rat ar y deform ar a l os sofi st as, cuyo l ugar y
pape l en la form ac i ón de la cult ura occ iden t al debí an ser
res titu idos. A ell o ded ica Jacque line de R om ill y su
esfuerzo en est a obra brill an te y ri gurosa que revel a la
infl uenci a consi derab l e de l os sofi st as en el desarroll o
in t e l ect ual de At enas y, por lo t ant o, en l a génesi s
y evo luci ón de t oda l a cult ura de O cci dent e.

SEIX BARRAL

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