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CLÍNICA PSICOSOMÁTICA DEL APARATO DIGESTIVO

1. INTRODUCCIÓN

Hechos como la evacuación del intestino durante los estados de miedo agudo, o las contracciones
peristálticas que aparecen en las crisis de ansiedad, ponen en relieve una relación que aunque largamente
conocida, solo ha empezado a estudiarse científicamente desde la entrada de nuestro siglo. El vínculo
existente entre las variables de tipo psicológico (estrés, personalidad, estilo de vida...) y los trastornos del
sistema gastrointestinal serán el tema central de este capítulo. En él, haremos referencia sólo a aquellas
enfermedades como la úlcera péptica, el síndrome de intestino irritable, la enfermedad inflamatoria
intestinal o la dispepsia, en las que existen claros indicios de que su origen, curso o tratamiento puedan
enfocarse desde una óptica psicológica. Queremos así dejar claro que la Psicología no pretende una
explicación total de este tipo de problemas, sino más bien una aportación de conocimientos que han
demostrado ser válidos y útiles.

Los trastornos del sistema gastrointestinal son los más frecuentes en la población general, y se estima que
el 60% de ellos tiene un origen psicofisiológico. De entre estos, los dos más frecuentes son el Síndrome del
Intestino Irritable y la Enfermedad Ulcerosa Péptica. Existen, sin embargo, otras muchas enfermedades
como la dispepsia, la enfermedad de Crohn o la colitis ulcerosa en las que si bien la influencia psicológica
es probada, su incidencia en la población es mucho menor. Así, en la consulta diaria de un
gastroenterólogo, más de la mitad de los casos atendidos poseen un carácter funcional. Es decir, son
cuadros en los que no aparecen indicios de ningún daño estructural del sistema digestivo. Esta situación se
ve afectada, además, por la mala respuesta al tratamiento médico convencional que este grupo de
trastornos parece tener. La farmacología y los cambios de dieta no son suficientes, y se hace pues
necesaria una aproximación interdisciplinar que ofrezca al paciente una respuesta integral a su problema.
La intervención psicológica debe, por otro lado, quedar respaldada por otro tipo de conocimientos, más
básicos que den peso teórico a sus logros. A este respecto, Folks y Kinne aíslan en una revisión muy
reciente de nuestro tema, cuatro áreas sobre las que se desarrolla la investigación actual:

1. Factores de personalidad.
2. Factores psicológicos.
3. Sucesos estresantes y sus interacciones con los parámetros biológicos, el sistema nervioso central,
y los parámetros psicosociales.
4. Desórdenes psiquiátricos como la ansiedad o la depresión, que preceden o son consecuencia de la
enfermedad gastrointestinal

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Los autores señalan a su vez, defectos de carácter metodológico en las investigaciones revisadas. Suelen
utilizarse grupos muy reducidos de pacientes, seleccionados mediante criterios no siempre comparables de
unas a otras. En la mayoría de los casos, se utilizan grupos controles compuestos por pacientes
hospitalizados, y no por población sana como sería deseable. Señalar por último la carencia de
seguimientos de las intervenciones realizadas. Esto impide que se pueda conocer el desarrollo en el tiempo
de la sintomatología del paciente y deja a los investigadores sin la posibilidad de comparar resultados
pasado determinado tiempo.

No cabe duda de que estamos frente aun gran campo de intervención. Solo cabe ya esperar los frutos de
una estrecha colaboración profesional entre psicólogos y gastroenterólogos, tal y como viene ya tiempo
sucediendo con otras ramas del ejercicio de la Medicina. Sería también deseable una concienciación por
parte de la administración sanitaria de la mejora que supondría para el servicio que ofrecen, la inclusión de
servicios mixtos de profesionales de la salud, como ocurre en otros países.

2. APROXIMACIONES TEÓRICAS

Hablaremos a continuación de todas aquellas aproximaciones que, apoyándose en una base teórica firme,
han intentado explicar la relación que nos ocupa. Prácticamente todos los paradigmas de la psicología
contemporánea han aportado una explicación etiológica a este tipo de trastornos, y en la mayoría de los
casos con su consiguiente aplicación terapéutica. Expondremos ahora algunas de estas teorías,
pretendiendo con ello que el lector capte en un conjunto el desarrollo histórico de la psicología aplicada a
los trastornos gastrointestinales.

2.1 Teorías Dinámicas


Fue Alexander, en 1950, el primero en abordar la posible relación existente entre las variables
psicodinámicas del sujeto y su funcionamiento digestivo. Su teoría de que el aumento de las necesidades
de dependencia y agresión van acompañadas de un aumento en la secreción ácida, era un intento de
explicación psicológica para enfermedades como la úlcera péptica. Esta afirmación, a pesar de que ya
desde finales del siglo XIX se venía hablando de una posible conexión entre estrés o personalidad y
enfermedades gastrointestinales, supone la entrada definitiva de este tipo de variables en los estudios que
en adelante se llevarían a cabo.

El rico simbolismo asociado con la alimentación, las heces, la defecación, la erogeneidad del ano, etc.,
añadido al hecho de que la función digestiva, y especialmente en su tramo final es sometida parcialmente a
control voluntario, predispone a este sistema a reacciones de conversión. Se han podido aislar patrones de
personalidad, que predispondrían a este tipo de trastornos.

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2.2 Modelos Animales
Con la irrupción del conductismo como paradigma de la psicología, se pasa de unas teorías de corte
dinámico a otras más basadas en la investigación animal y conductual. Se planteaba la posibilidad de algún
tipo de condicionamiento del aparato digestivo, sobretodo de la secreción ácida del estómago y la motilidad
del intestino. Este podría ser de tipo clásico, con el consiguiente emparejamiento de estímulos que pasarían
de ser neutros a estar condicionados para producir determinadas respuestas a nivel fisiológico, y por lo
tanto fuera del control voluntario del sujeto. Podría ser también un condicionamiento operante realizándose
así a un nivel más observable en la conducta del sujeto. Weiss, descubre que la úlcera aparece más
rápidamente en ratas que, sometidas a una situación de evitación por escape, reciben retroinformación
impredecible a cerca de sus propios intentos, es decir, cuando sus esfuerzos son infructuosos para lograr la
evitación con éxito. Años antes, Ader había ya descubierto que la inmovilización de ratas durante su ciclo
de actividad producía erosiones gástricas en la porción acidosecretora del estómago.

Estos modelos animales, difíciles de probar en humanos, reciben el apoyo de los éxitos conseguidos en la
aplicación de la terapia conductual como el Biofeedback y contracondicionamiento. La principal contribución
de este paradigma de la psicología al campo de la gastroenterología fue sin duda el peso que los
experimentos otorgaron a una variable, el estrés, que aunque largamente conocida, había sido eclipsado
por explicaciones de tipo dinámico. Este será el punto de partida para infinidad de investigaciones
posteriores, que tratarían de dilucidar el peso real de esta afección tan común en nuestra sociedad.

2.3 Desarrollo de los trastornos asociados al estrés


Los pacientes con trastornos funcionales digestivos refieren a menudo que sus síntomas se generan o
empeoran durante periodos o situaciones de estrés. A lo largo de los últimos años se ha estudiado de
forma bastante exhaustiva el efecto del estrés sobre la función digestiva. Así, se ha podido demostrar en
diversos estudios que el estrés afecta la sensibilidad visceral. Esto es, en situaciones de estrés o de
ansiedad, la sensibilidad del estómago y de otras zonas del tubo digestivo, como por ejemplo el colon,
aumentan. Esto implica que en situaciones de estrés pequeños incrementos del volumen del contenido
intragástrico, que generalmente pasarían desapercibidos, pueden producir síntomas. Se desconoce cuáles
son los mecanismos exactos que inducen esta hipersensibilidad visceral, aunque más adelante
presentaremos algún modelo explicativo. De entre los muchos mediadores que se activan a nivel del eje
cerebrointestinal en respuesta al estrés, la hormona liberadora de corticotropina (CRH) juega un papel
central. Últimamente se han publicado estudios en animales de experimentación que sugieren un papel
determinante de la CRH como posible mediador de la hipersensibilidad visceral inducida por estrés. Si estos
datos se confirmasen en humanos se abrirían nuevas posibilidades terapéuticas en estos pacientes teniendo
a esta hormona como posible diana terapéutica. Así mismo, existen observaciones que indican que el estrés
se asocia a cambios en los mediadores de la inflamación en el intestino, lo que ha permitido sugerir que el
estrés podría contribuir a crear un estado de microinflamación a nivel del tubo digestivo, que a su vez
podría contribuir al incremento de la sensibilidad intestinal en situaciones de estrés.

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Además de incrementar la sensibilidad visceral, el estrés también produce cambios en la motilidad
digestiva. Ya a principios de los años 80 se publicaron estudios demostrando que el estrés agudo, tanto
periférico como central, producía un incremento en la actividad motora del intestino, lo que podía contribuir
a los episodios de diarrea de los pacientes con síndrome de intestino irritable.

Posteriormente se ha visto que el estrés agudo tiene también un efecto sobre la permeabilidad intestinal,
favoreciendo la apertura de las uniones celulares de la mucosa del intestino y permitiendo la secreción de
agua y electrolitos a la luz intestinal.

Recientemente se ha demostrado que el estrés también tiene efectos sobre el tono y las respuestas de
adaptación del estómago. En condiciones normales, cuando comemos, la llegada de nutrientes al duodeno
proximal al iniciarse el vaciamiento gástrico produce una relajación refleja del fondo del estómago que
permite que los alimentos se almacenen durante la comida, para ser posteriormente digeridos y triturados
antes de ser liberados al intestino delgado. Esta relajación permite que podamos comer rápidamente la
cantidad de alimentos que consideremos adecuada sin notar síntomas (molestias) abdominales. Está
descrito que el estrés físico agudo (inmersión de la mano en agua helada) inhibe la relajación refleja del
estómago en respuesta a nutrientes. Este efecto también se ha descrito en respuesta a situaciones de
ansiedad (simplemente mostrando al sujeto imágenes de caras horrorizadas durante la ingesta). La
inhibición de la relajación refleja del estómago inducida bien por estrés o ansiedad puede generar síntomas
postprandiales. Especialmente la sensación de saciedad precoz y la plenitud postprandial son los síntomas
que se han relacionado con la relajación deficiente del estómago.

De esta manera, el estrés, trastornos psiquiátricos y otros factores que mencionaremos pueden generar un
estado de alarma e hipervigilancia del paciente hacia sus fenómenos corporales, focalizando la atención
selectivamente hacia un órgano concreto, por ejemplo el estómago. Los factores psicosociales pueden
contribuir a alimentar la creencia de que cada pequeño síntoma que provenga de esta zona sea percibido
como de origen orgánico. Esto puede llegar a producir auténtico miedo a padecer una enfermedad grave
de origen orgánico, lo que generará mayor ansiedad, que a su vez puede acentuar los síntomas
epigástricos.

Finalmente, el paciente puede llegar al convencimiento de padecer un trastorno orgánico, produciéndose


ideaciones hipocondriacas. La hipocondriasis y el miedo a padecer enfermedad corporal producen la
necesidad de tener que asegurarse repetidamente de la ausencia de dicha enfermedad, lo que genera
múltiples visitas al médico por síntomas que no siempre serán de origen digestivo, y puede comportar
cambios del comportamiento. Por ejemplo, evitar el consumo de alimentos que supuestamente son
inductores de los síntomas, o evitar situaciones sociales, como el comer en restaurantes con amigos, por
miedo a los síntomas. Estos comportamientos podrán a su vez generar insatisfacción, disminución de la
calidad de vida y estrés emocional, cerrando un círculo vicioso del que será difícil salir sin ayuda
psicoterapéutica.

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Por otra parte, no podemos olvidar que la experiencia estresante cursa no sólo con respuestas específicas y
alteraciones fisiológicas como estamos describiendo hasta ahora, sino (además) con modificaciones
(presuntamente defensivas algunas) del estilo de vida que confluyen en la causalidad de la patología
psicosomática (figura 1). Con frecuencia, la intervención psicoterapéutica sobre estos cambios vitales
puede ser una prioridad en la planificación de la tarea terapéutica. En todo caso, el clínico no debería
ignorarlas.

REACCIÓN
ESTRÉS

MANIFESTACIONES
CONDUCTUALES:
•Tabaco ALTERACIONES
•Alcohol
•Dieta irregular
FISIOLÓGICAS
•T. sueño

ÚLCERA GASTRODUODENAL

Figura 1

Partiendo de la consideración del estrés como un proceso interactivo entre el sujeto y su medio y
considerando la respuesta global del organismo (cognitiva, fisiológica y motora) ante situaciones
estresoras, así como las continuas interacciones entre los diversos aspectos implicados, Labrador ha
propuesto un modelo explicativo (figura 2) que pretende dar cuenta, de modo general, de la aparición de
los trastornos psicofisiológicos, y que presenta la ventaja de resultar más útil de cara a la intervención
terapéutica y al diseño de programas preventivos.

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Figura 2

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De acuerdo con este modelo, el desarrollo de un trastorno psicofisiológico como consecuencia del estrés
depende, en gran parte, de las respuestas fisiológicas activadas y de los órganos implicados. Si la respuesta
de estrés provoca una activación fisiológica excesiva puede hacer que los órganos diana afectados se
desgasten demasiado, sin que les dé tiempo a recuperarse, produciendo un agotamiento de los recursos y
la aparición de algún trastorno psicofisiológico. Ese trastorno puede ser único (si sólo se ha deteriorado un
órgano diana), o múltiple (si han sido varios los órganos afectados).

El desarrollo de un trastorno será tanto más probable cuanto mayor sea la frecuencia, intensidad o
duración de la respuesta de estrés. Pero también depende de los recursos de la persona, pues, si se ponen
en marcha estrategias eficaces para afrontar la situación de estrés, ésta se eliminará o se paliará y, en
consecuencia, se reducirá la activación fisiológica y cognitiva del organismo (en una palabra, cesará la
respuesta de estrés), disminuyendo por tanto la probabilidad de desarrollo de trastornos.

En caso contrario, cuando el sujeto no dispone o no pone en marcha estrategias adecuadas de


afrontamiento, o, lo que es lo mismo, cuando éstas no consiguen la solución efectiva de la situación
estresora, se mantendrá la sobre activación del organismo, que puede llevar a la aparición de trastornos
psicofisiológicos de diversa índole (por ej., hipertensión, cefaleas, asma, úlceras pépticas, disfunciones
sexuales...).

2.4 Conductas aprendidas de enfermedad


Si bien debe tenerse en cuenta que cada vez existe mayor evidencia de que los factores genéticos pueden
jugar un papel relevante en el desarrollo de los trastornos funcionales digestivos, como demuestran
diversos estudios poblacionales con gemelos publicados recientemente, los factores de aprendizaje social
durante la infancia juegan un papel determinante a la hora de confrontar los síntomas digestivos. Por
ejemplo, existe evidencia de que los padres que "más premian" al hijo que padece síntomas digestivos (por
ejemplo compran regalos, leen cuentos... al más mínimo síntoma), son los que presentan hijos con mayor
número de faltas de asistencia a la escuela. Este fenómeno general está sobre-expresado en el caso de los
hijos de padres que padecen trastornos funcionales digestivos, es decir, estos niños también presentan
mayor número de faltas de asistencia por síntomas digestivos en función del premio que reciben de los
padres, pero faltan al colegio con mayor frecuencia que en el caso de hijos de padres que no padecen
estos trastornos. Así mismo, los hijos de los pacientes con trastornos funcionales digestivos visitan al
pediatra, tanto por síntomas digestivos como por síntomas extradigestivos, con mayor frecuencia que los
niños cuyos padres no tienen estos trastornos.

Whitehead y col., propusieron la hipótesis de conductas de enfermedad aprendidas para algunos pacientes
gastrointestinales. Así, estos sujetos “aprenden” estas conductas, como un interés patológico por la salud,
o la atención desmesurada a todos los síntomas, durante la infancia y la adolescencia. El reforzamiento
social es el mecanismo a través del cual se perpetúa este comportamiento, gracias a la mayor atención que
recibe la persona enferma.

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Esta teoría entra en conexión con otras que otorgan un peso fundamental al modelado que en el seno
familiar se lleva a cabo con respecto a las conductas de enfermedad. Así, en un estudio realizado por Siegel
y col., uno de los factores que diferenciaban a los pacientes con intestino irritable de los controles era la
existencia de quejas intestinales y estreñimiento en los miembros de la familia antes de que el paciente
tuviera diez años de edad.

2.5 Teorías de Personalidad


Gran cantidad de investigaciones han tratado de encontrar un perfil característico de los enfermos con
síntomas gastrointestinales. Aunque en otras afecciones crónicas sí es posible aislar una serie de rasgos
que conforman el paciente “tipo”, en nuestro campo los intentos han sido menos satisfactorios. Estos
rasgos varían de una enfermedad a otra, de un paciente a otro, y solo unos pocos se consideran
estadísticamente estables aplicados a trastornos concretos como, por ejemplo, el patrón
“pseudoindependiente” aplicado a la úlcera gastroduodenal.

Folks y Kinney, encontraron que en lo relativo a la personalidad de los pacientes gastrointestinales, es el


factor dependencia-independencia el que mejor discrimina a los sujetos sanos y no sanos. Debemos pues
olvidarnos de poder encasillar a estos pacientes dentro de un rígido perfil, y centrar futuras investigaciones
en establecer el peso de determinados rasgos aislados en la génesis de este tipo de enfermedades.

Muchos profesionales optan por un acercamiento ecléctico a estos pacientes, y aceptan la influencia de
toda una constelación de variables como son el estrés y su afrontamiento, la personalidad, el rol de
enfermo y sus beneficios, etc.

2.6 Antecedente de abuso sexual


Desde principios de la década de los noventa han aparecido varios estudios que muestran una asociación
entre el antecedente de abuso sexual y la presencia de trastornos funcionales digestivos. Así, desde centros
de referencia terciarios se han publicado prevalencias incluso superiores al 50% de antecedente de abuso
sexual en los pacientes con trastornos funcionales, y en estudios poblacionales se ha observado que el
antecedente de abuso sexual está asociado a una mayor probabilidad de padecer trastornos funcionales
digestivos, tanto dispepsia funcional como síndrome de intestino irritable. Además de una mayor
predisposición, la gravedad del abuso también condiciona la gravedad de los síntomas y su impacto en la
vida del paciente y en otras enfermedades. Así, por ejemplo, el antecedente de violación o de abuso en el
que ha existido amenaza de muerte producirá cuadros más graves e incapacitantes de trastorno funcional
digestivo que formas menos agresivas de abuso.

2.7 Trastornos psiquiátricos y comorbilidad


Ya en 1980 aparece publicado un primer estudio que muestra que los pacientes con trastornos funcionales
digestivos tienen una prevalencia de trastornos psiquiátricos mucho mayor que la de los pacientes con
enfermedades gastrointestinales de origen orgánico (53% contra 20%, respectivamente). Estos datos han

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sido posteriormente confirmados por diversos estudios. Los principales diagnósticos psiquiátricos que se
han asociado con la enfermedad funcional digestiva son principalmente depresión, pánico y agorafobia. Así,
por ejemplo, en un estudio epidemiológico poblacional realizado en EEUU se observó que un 7,5% de los
pacientes con criterios de síndromes funcionales digestivos específicos tenían antecedentes de depresión
mayor, un 2,5% de pánico y un 10% de agorafobia, mientras que los individuos sin síntomas digestivos
tenían prevalencias mucho menores de estos trastornos (2,9%, 0,7%, y 3,6%, depresión, pánico y
agorafobia, respectivamente).
De nuevo, es difícil saber cuál es la causa y cuál la consecuencia: los estudios que han analizado el inicio de
la enfermedad psiquiátrica respecto al inicio de la enfermedad digestiva, encuentran siempre que el
trastorno psiquiátrico es anterior.

Otro aspecto reseñable son los llamados sucesos estresantes de la vida diaria (“life-events”). Lógicamente,
la intensidad de estas circunstancias es variable y, aparte de factores objetivos, el impacto que produce en
la persona, tiene mucho que ver con la importancia que el individuo le otorga. Se ha demostrado que estos
“life-events” son importantes en el desarrollo de muchas enfermedades como, por ejemplo, en la
depresión. En estudios sobre enfermedades digestivas funcionales, se han evaluado los “life- events”, que
ocurren en las 38 semanas previas al inicio de la patología (no en el momento de consultar al médico,
porque pueden haber transcurrido semanas entre ambos sucesos). La razón de poner ese límite de 38
semanas es porque es suficientemente largo para incluir sucesos traumáticos de larga duración (como
pérdidas de seres queridos), pero no tan largo como para que existan problemas de olvido por parte del
paciente. Pues bien, cuando se analiza la presencia de estos sucesos traumáticos se observa que los
enfermos de SII los han experimentado durante este período en un 27% de los casos frente al 6% de los
pacientes con enfermedades orgánicas y el 7% de sujetos controles sanos de la comunidad. Estas cifras
son casi tan altas como las encontradas en sujetos que son hospitalizados tras intento de suicidio, donde
aparecen sucesos traumáticos en el 33% de los afectados. Es decir, la cuarta parte de los individuos que
desarrollan un SII, han experimentado, durante los meses previos a la enfermedad, sucesos muy
traumáticos que podrían, claramente, favorecer su desarrollo.

Sobre esta base, el modelo que proponen algunos autores es que una crisis personal puede conducir
directamente a síntomas abdominales (quizá por alteración de la movilidad del colon) y a síntomas
psiquiátricos tipo depresión y/o ansiedad. El trastorno psiquiátrico, a su vez, aumenta la alteración digestiva
porque altera aún más la función motora y/o porque disminuye el umbral del dolor en estas personas.

Los síntomas gastrointestinales pueden tomar diversas formas, y se pueden clasificar tanto por su
descripción (según sean agudos o crónicos, generales o localizados o se den en la parte alta o baja del
aparato digestivo), o por su etiología, (pueden ser funcionales u orgánicos). Normalmente, los distintos
tipos de trastornos suelen superponerse unos con otros, por lo que se hace necesario un cuidadoso estudio
de los síntomas, tanto de su gravedad como de sus apariciones o remisiones. Igualmente, es precisa en
este caso la evaluación y diagnóstico psicológicos, ya que como veremos, una gran mayoría de los

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trastornos tienen como principal factor etiológico o influyente el estrés, las características de personalidad o
el ajuste social del paciente.
Vamos a revisar, a continuación, la clínica y el abordaje de los principales trastornos funcionales del
aparato digestivo.

3. ÚLCERA GASTRODUODENAL

La enfermedad ulcerosa tiene una prevalencia aproximada en la población del 5 al 11%. Este porcentaje ha
ido disminuyendo a lo largo de los últimos 20 años. La razón varón/mujer era aproximadamente de 2:1
para las úlceras duodenales y de 1:1 para las úlceras gástricas; ahora, para las úlceras duodenales, ha
cambiado a 1:1. Este patrón se ha atribuido a un descenso de esta patología en hombre y un aumento en
mujeres. Esto puede ser debido al incremento del consumo de alcohol y tabaco en las mujeres; pero esto
no explica el descenso en los hombres.

Al hablar de enfermedad ulcerosa gastrointestinal hay que señalar que su etiología es multifactorial y que
según el tipo de úlcera de que se trate, la importancia de un factor u otro de los que se consideran
implicados puede variar. Así, se considera que influyen en su patogénesis: la proclividad genética, la
hipersecreción ácida (son las úlceras duodenales las que correlacionan mas con este factor), la disminución
de la resistencia de la mucosa epitelial (producida por infecciones, déficits alimentarios, tabaquismo,
consumo de alcohol, etc.) y el fallo del mecanismo de feedback regulador de la secreción ácida.
Generalmente, en la actualidad se admite que el estado emocional repercute sobre la actividad gástrica, y
que emociones concretas producen reacciones específicas. Así, emociones como ira-cólera, rabia, o
frustración se acompañan de incrementos en la actividad estomacal (en especial si la persona se calla y no
expresa esas emociones), mientras que los estados depresivos y el miedo producen el efecto contrario
(disminuyen la actividad del estómago). Estos cambios tienen lugar por acción del sistema nervioso central
(SNC), que modula la actividad gástrica a través de distintos sistemas. Así, a través del hipotálamo y la
médula, regula el sistema nervioso autónomo (SNA), cuyas ramas controlan, a su vez, y de forma
antagónica, el tracto gastrointestinal: la estimulación de la ramificación parasimpática incrementa la tasa de
secreción de jugos digestivos (saliva, pepsina...) y el ritmo de las contracciones peristálticas, mientras que
la estimulación de la ramificación simpática inhibe, de forma general, los procesos digestivos.

Por todo ello seria preciso, además de establecer perfiles fisiológicos para cada tipo de úlcera, determinar
estímulos ambientales y factores comportamentales y psicológicos que puedan influir en la etiopatogenia de
esta enfermedad.

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3.1 Influencia de los acontecimientos estresantes
Como ya hemos señalado, las emociones pueden producir ulceraciones directamente al desencadenar una
actividad gástrica anormal (aspecto éste relevante en las úlceras duodenales). Alternativamente, las
emociones pueden suscitar indirectamente ulceración al provocar exagerados intentos de afrontamiento o
comportamientos desadaptativos (por ej., consumo de alcohol). Así, más que producir directamente la
ulceración, las emociones meramente incrementan la vulnerabilidad del individuo y/o su exposición a
estresores físicos (aspecto éste relevante en el desarrollo de úlceras gástricas). Asimismo, las emociones, y
en especial el estrés, pueden facilitar un menor riego sanguíneo en las paredes del estómago, reducir la
actuación del sistema inmunológico (dificultando el control de microorganismos, como la bacteria
Helicobacter pylori, en el estómago), inhibir la secreción de prostaglandinas (dificultando, en consecuencia,
la cicatrización de lesiones en el estómago)... Finalmente, por sí mismas, las úlceras pueden provocar
determinados estados emocionales (ansiedad, depresión...) que pueden contribuir a agravar el trastorno.

En cualquier caso, hoy está generalmente aceptado que las úlceras pépticas están causadas por factores
diversos (genéticos o hereditarios, dieta, respuestas emocionales...), entre los cuales figura el estrés. Sin
embargo, no está claro qué porcentaje de úlcera se debe al estrés, ni en qué medida éste contribuye a la
aparición y desarrollo de una úlcera en un determinado individuo, ni las vías por las que puede llegar a
causar este trastorno. No obstante, respecto a este último punto, existen varias explicaciones plausibles
que cuentan con evidencia experimental entre las que destacamos, siguiendo a Sapolsky:

1. Efecto rebote de los ácidos: en periodos de estrés se activa el SNA simpático y se produce una
disminución de la secreción de ácidos gástricos, disminuyendo en consecuencia la secreción
mucosa y de bicarbonato. Cuando finaliza el periodo de estrés, pasa a activarse el SNA
parasimpático, que reemprende el proceso digestivo. Se produce entonces una nueva secreción de
ácido clorhídrico que encuentra al estómago “bajo de defensas”, por lo que puede producirse un
daño en las células estomacales a causa del efecto del ácido. Encontramos, pues, que en este
momento post-estrés la cantidad de ácido es la normal o habitual en la digestión, pero las paredes
del estómago no tienen la misma capacidad para defenderse. Así, pues, la repetición de estos
ciclos o de estos “rebotes” de los ácidos puede dar lugar a la aparición de úlceras.
2. Sobreproducción de ácido: se produce un fallo en el sistema de regulación del ácido. Este fallo
viene motivado en buena medida por factores genéticos, aunque puede verse considerablemente
agravado por el estrés.
3. Grave disminución del riego sanguíneo: ante situaciones de emergencia, el SNA simpático desvía
la sangre del estómago a zonas más “importantes” para hacer frente a la situación (brazos,
piernas...). Esta disminución drástica en el riego estomacal puede causar lesiones en el tejido por
dos razones:
a) Al disminuir el riego se elimina menor cantidad de ácido acumulado.
b) Por la disminución de oxígeno que conlleva la disminución del riego y el exceso de radicales
de oxígeno que se produce al volver el riego sanguíneo normal.

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4. Ataques bacterianos: en el estómago existen bacterias que pueden atacar sus paredes y que son
controladas por el sistema inmunitario. Sin embargo, ante situaciones de estrés, el sistema
inmunitario ofrece una menor protección, por lo que las bacterias actúan. Así, investigaciones
recientes han identificado la bacteria Helicobacter pylori en estómagos con úlcera, así como los
efectos inflamatorios en duodeno y estómago de la misma.
5. Disminución de postaglandinas: las postaglandinas actúan contribuyendo a la cicatrización de las
pequeñas úlceras que se producen en el estómago a consecuencia de la reducción del riego
sanguíneo en sus paredes. Durante el estrés, la acción de los glucocorticoides inhibe la síntesis de
postaglandinas, con lo que se dificulta la cicatrización de esas pequeñas úlceras. En este caso, el
estrés no provoca la formación de úlceras, sino que disminuye la capacidad de detectarlas y
repararlas a tiempo.
6. Contracciones estomacales: el estrés provoca contracciones lentas y rítmicas del estómago (una
por minuto) que, por razones desconocidas, incrementan el riesgo de úlceras.

Asimismo, el estrés puede contribuir también al desarrollo de una úlcera al empeorar los efectos de los
otros factores (genéticos, dieta...). Incluso, en algunos casos, los sujetos sometidos a situaciones de estrés
ponen en marcha o incrementan la frecuencia de determinadas conductas que, por sus propias
características, contribuyen al desarrollo de la úlcera (fumar, ingerir alcohol, drogas o fármacos...).

3.2 Desarrollo de las úlceras pépticas asociadas al estrés


Las explicaciones actuales sobre el desarrollo de las úlceras incluyen diferentes factores causales, en
especial aspectos de predisposición o preparación genética y aspectos implicados en las respuestas
emocionales, y, más específicamente, en las respuestas de estrés.
Siguiendo el modelo general de desarrollo de trastornos psicofisiológicos propuesto por Labrador, y
especificándolo para las úlceras pépticas, los factores de predisposición genética interactuarían con las
respuestas de estrés que emite la persona ante determinadas demandas ambientales (figura 3). Estas
demandas incluyen tanto eventos extraordinarios (que son los más frecuentemente referidos en la
investigación sobre úlceras pépticas), como sucesos cotidianos y situaciones de tensión crónica mantenida.

Sin embargo, no parece existir evidencia sobre tipos específicos de estresores psicosociales que se
relacionen con la úlcera; es más, en el caso de que se pudiera establecer dicha relación, se trataría más de
factores facilitadores (presentes en algunos individuos, pero no en otros) que de factores claramente
desencadenantes.

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Figura 3

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Se ha señalado con frecuencia que las personas con úlcera informan de cambios significativos e
importantes en sus vidas antes de la aparición de las úlceras, en especial los pacientes de úlcera duodenal.
Por regla general, este tipo de datos es cuestionable por la forma en que se recogen (autoinformes
retrospectivos). En cualquier caso, sí parece lógico esperar que el hecho de tener que hacer frente a
demandas excepcionales del medio (situaciones estresoras) sea un factor importante en el desarrollo de
trastornos psicofisiológicos, y, por supuesto, también en el caso de las úlceras pépticas. Por otro lado, la
presencia de algunos estresores físicos (tabaco, alcohol...) guarda una relación evidente con el desarrollo
de las úlceras, que sin llegar a constituir una causa ni necesaria ni suficiente para su aparición pueden
requerir atención psicoterapéutica, como justificábamos anteriormente.

Pero aun siendo importante la existencia de demandas ambientales excepcionales, no se trata de un factor
determinante, pues el efecto que éstas tendrán sobre una persona dependerá de la forma en que dicha
persona las perciba. Ante cualquiera de estas demandas, el individuo lleva a cabo una doble evaluación
cognitiva:

1. Automática (muy primaria y eminentemente afectiva).


2. Controlada (procesamiento central).

La evaluación automática cataloga la situación en términos muy simples, como aceptable o amenazante,
preparando en consecuencia al organismo, respectivamente, para recoger más información, o para
rechazarla o anularla. La consecuencia inmediata es la activación del organismo en una u otra dirección,
obviamente con un mayor desgaste cuanto más frecuente sea la percepción de la situación como
amenazante. A continuación se procede a la evaluación cognitiva controlada, que implica un procesamiento
central más complejo, y en la que se incluye un análisis de las demandas percibidas en la situación, de las
habilidades y recursos propios para afrontarla (evaluación primaria y secundaria, respectivamente, según la
terminología de Lazarus y Folkman, 1984) y de la organización de la acción y selección de la respuesta a
seguir para hacer frente a la situación.

Las alteraciones que pueden producirse en este punto son muy numerosas (por ej., identificación
inadecuada de las demandas, percepción desproporcionada del grado de amenaza, valoración inadecuada
de los recursos o carencia de éstos, inadecuada organización de la acción...). Las posibles alteraciones
cognitivas que pueden presentar las personas, bien en la evaluación automática, bien en la controlada, no
son específicas en el caso de las úlceras pépticas, sino que, por el contrario, son similares a las presentes
en personas que padecen otros trastornos asociados al estrés. No obstante, los resultados de diversos
estudios parecen indicar que, en el caso de las úlceras, resulta de gran relevancia la
certidumbre/incertidumbre sobre la aparición del estresor, siendo los efectos de éste más nocivos en
aquellos casos en los que el sujeto no puede predecir su aparición.

Medicina Psicosomática Y Psicología ed la Salud. Curso 2019-20 14


En cualquier caso, la relevancia de la evaluación cognitiva de las demandas situacionales radica en que
determina las respuestas motoras que el sujeto pone en marcha para hacer frente al estresor; y ambas
(evaluación cognitiva y respuesta motora), conjuntamente, van a determinar el modo específico en que el
organismo se prepara en el plano fisiológico y, en última instancia, las respuestas fisiológicas concretas que
se van a activar. En el caso de las úlceras, la evaluación predominante (en relación con los modelos de
personalidad y los diversos resultados experimentales) parece ser aquella relacionada con emociones de
enfado o resentimiento, especialmente cuando se produce una inhibición de la expresión de las mismas, y
una respuesta pasiva por parte del individuo, quien se limita a resistir o soportar la situación (por ej.,
adopta una postura de afrontamiento o coping pasivo como estrategia para hacer frente a estas
demandas).

Se establecería así una situación de “conflicto” (ya apuntada por Alexander y Graham), pues, por un lado,
se evalúa la presencia de demandas ambientales excepcionales (y amenazantes) que activarían el
organismo, pero, por otro, no se ponen en marcha las conductas necesarias para reducir las demandas, es
más, ni tan siquiera se produce la expresión de las emociones. Así, el sujeto sufre pasivamente las
situaciones sin hacer nada especial por reducirlas. Se da, pues, una discrepancia entre la evaluación
efectuada cognitivamente y la acción real que el individuo pone en marcha. Además, en la línea de lo
apuntado por Pennebaker (1989), las emociones no expresadas actuarían como un estresor interno
mantenido, provocando una respuesta de activación continuada y mantenida con efectos acumulativos, con
la consiguiente facilitación del desarrollo de un trastorno, especialmente de aquellos orgánicamente
relacionados con las respuestas del eje endocrino de respuesta cuya latencia y período de persistencia son
mayores.

Aunque no existen datos concluyentes acerca de los efectos más o menos facilitadores de las respuestas de
afrontamiento activo, de escape-evitación o de pasividad, sí parece existir cierta evidencia acerca de los
efectos negativos para las úlceras de ciertas respuestas motoras de afrontamiento, en concreto, callarse,
inhibir o no expresar las emociones. Como se ha apuntado anteriormente, este tipo de conducta se
relaciona con el eje endocrino de respuestas fisiológicas al estrés, el cual tiene graves repercusiones en la
génesis y desarrollo de la úlcera, como precisaremos más adelante. Los efectos, en este caso, son más
notables en úlceras gástricas.
Mención especial merecen aquellas respuestas motoras que en algunos casos aparecen junto a las
respuestas de afrontamiento pasivo al estrés, y que implican por sí mismas la exposición a estresores
físicos que tienen claras repercusiones sobre el estado físico del organismo (por ej., fumar, ingerir alcohol,
drogas, fármacos...). Estas conductas facilitan notablemente el desarrollo de úlceras, pues, por un lado,
incrementan la intensidad o frecuencia de situaciones estresantes (en este caso estresores físicos), y, en
consecuencia, la respuesta de estrés, y, por otro, producen una agresión directa sobre el sistema
gastrointestinal. En consecuencia, suponen la presencia de factores adicionales de facilitación para el
desarrollo (o en su caso agravamiento) de la úlcera.

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Por otra parte, habrá que considerar también los efectos que las conductas de afrontamiento desarrolladas
por el sujeto tienen sobre el estresor. En aquellos casos en los que la respuesta de afrontamiento resulte
efectiva para la “solución” de la situación estresante, ésta desaparecerá o dejará de provocar la
movilización de recursos del organismo, con lo que se restablecerá el equilibrio orgánico. Sin embargo,
cuando estas estrategias son ineficaces y no consiguen la resolución efectiva de la situación estresante
provocan una exposición continuada del sujeto a la situación, generando un ciclo de activación continuada,
una respuesta mantenida. Esto se hace especialmente patente si la respuesta de afrontamiento es de tipo
pasivo, lo que implica más directamente la activación del eje endocrino de respuesta al estrés, con efectos
de especial repercusión negativa para el sistema gastrointestinal.

Quizá, el aspecto más claramente delimitado hasta la fecha sea el de la relación entre las respuestas
fisiológicas de estrés y la úlcera. Las respuestas fisiológicas de estrés afectan a todos los sistemas del
organismo, produciendo una activación general de éste que le prepara para la acción. De acuerdo con el
modelo de referencia, en estas respuestas conviene distinguir tres ejes. El eje I, o eje neural, que se
dispara de forma inmediata cuando se percibe una situación como estresante, y que está mediado
neurológicamente. En concreto, supone la activación del sistema nervioso somático (que no repercute en el
desarrollo de la úlcera) y de la rama simpática del SNA. La activación de esta última supone la movilización
inmediata de recursos para hacer frente “físicamente” al estresor (el organismo se prepara para “luchar”
contra él) y acondiciona al organismo para que esté en la mejor disposición posible en ese enfrentamiento.
Así, traslada los recursos de aquellas zonas u órganos implicados en tareas con funciones a largo plazo (por
ej., sistema reproductor, digestivo, de excreción...) a aquellos otros necesarios para la acción intensa que
está apunto de llevarse a cabo (brazos, piernas...). Respecto al sistema digestivo, de un modo general, el
SNA simpático inhibe su acción, hecho que en el plano gástrico se concreta en:

1. El cese de los movimientos peristálticos y estomacales.


2. El cese de la secreción de ácidos y enzimas, que indirectamente conlleva una disminución de las
secreciones mucosas y de bicarbonato (factores protectores), pudiendo dar lugar al efecto de
rebote de los ácidos una vez desaparece el estresor y el organismo vuelve a su funcionamiento
habitual.
3. El cese de la absorción de sustancias.
4. La disminución del riego sanguíneo estomacal, que, a su vez, disminuye la eliminación de los
ácidos gástricos y el aporte de oxígeno al estómago (pudiendo, además, producirse un exceso de
radicales de oxígeno, que resultan nocivos para los tejidos una vez se restablece el riego normal
cuando desaparece el estresor).

La activación del eje I se reduce de forma paulatina (en unos 15-30 minutos) si la situación de estrés
desaparece (por sí misma o por la acción de las estrategias de afrontamiento empleadas por el sujeto).
Pero si la situación se mantiene (bien por la propia persistencia del estresor, bien por la inoperancia de las
estrategias de afrontamiento puestas en marcha por el sujeto), el primer eje no puede funcionar mucho

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tiempo a estos niveles de activación, y pasará a activarse el eje II, o eje neuroendocrino, más lento en su
activación, pero de efectos similares sobre el organismo.

El eje neuroendocrino implica la activación de la médula de las glándulas suprarrenales, con la consiguiente
secreción de catecolaminas que tienen efectos simpaticomiméticos sobre los distintos órganos (es decir,
similares a los producidos por la activación simpática). De este modo, y dada la mayor persistencia de la
acción de este eje su activación supone la continuación y agravamiento de los efectos producidos por la
acción simpática ( cese de movimientos, cese de secreción de ácidos...).

Cuando el mantenimiento de las demandas ambientales o la carencia de estrategias de afrontamiento para


afrontarlas llevan al individuo a soportarlas pasivamente se produce el disparo del eje III, o eje endocrino,
de gran relevancia en el desarrollo de las úlceras, en las que parece jugar un papel determinante la
inhibición de la expresión de las emociones (alexitimia). Este eje (figura 4), a través de la secreción de
glucocorticoides, facilita el incremento de la irritación gástrica. A su vez, una irritación gástrica mantenida
facilita el desarrollo de una gastritis, que hará inflamarse la barrera de células mucosas, aumentando
considerablemente su permeabilidad. Esta inflamación, que supone un recurso natural extremo para
defenderse de la acción corrosiva del ácido gástrico, es bloqueada por la actuación de los glucocorticoides,
que la reducen, facilitándose, en consecuencia, una mayor permeabilidad de las paredes gastroduodenales
y una labor corrosiva más intensa de los jugos gástricos. Por consiguiente, al producirse una desprotección,
al menos parcial, por parte de las defensas naturales de las paredes del estómago, se posibilita la acción
erosionadora del ácido gástrico, favoreciéndose la aparición de lesiones. Estos factores son especialmente
relevantes en la explicación de las úlceras gástricas.

Paralelamente, la elevación de los niveles de glucocorticoides produce una disminución en la secreción de


prostaglandinas, hecho que, como vimos en el punto anterior, dificulta la recuperación de pequeñas
úlceras, y puede contribuir a la consolidación y cronificación del trastorno. Por último, los altos niveles de
glucocorticoides conllevan una disminución de la actuación del sistema inmunitario, lo que posibilita la
acción infecciosa de las bacterias estomacales al disminuir la protección frente a ellas. Además, todas estas
respuestas fisiológicas se ven afectadas por factores de predisposición genética, consistentes en su mayoría
en elevados niveles de secreción de pepsina y ácidos, y que son especialmente relevantes en el caso de la
úlcera duodenal.
Atendiendo a esta visión de conjunto, aplicable a las úlceras pépticas en general, se pueden establecer
ciertas matizaciones diferenciales para úlceras gástricas y duodenales. Las primeras, las úlceras gástricas,
parecen estar menos relacionadas con los estresores psicosociales en su aparición; sin embargo, guardan
una estrecha relación con éstos a lo largo de su evolución. En su desarrollo parece jugar un papel
importante la inhibición o no expresión de las emociones, hecho que indica que en estos sujetos las
emociones no expresadas actúan como un estresor continuado que pone repetidamente en marcha las
respuestas cognitivas y fisiológicas de estrés, produciendo una sobreactivación continuada.

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Figura 4

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Desde el punto de vista fisiológico, esa inhibición de la expresión provoca el disparo y la acción del eje
endocrino de respuesta al estrés, que conlleva, como respuesta más relevante, el incremento de la
secreción de glucocorticoides, con los efectos ya señalados (irritación e inflamación de la mucosa gástrica,
bloqueo de la respuesta inflamatoria, reducción de la acción de las prostaglandinas...), resultando en la
aparición de una úlcera, que se relaciona con la disminución de la resistencia de la mucosa protectora del
estómago. En el caso de las úlceras duodenales se apunta como factor más determinante la hipersecreción
gástrica, la cual, a su vez, se relaciona con factores de predisposición genética (es decir, una secreción
excesiva de ácido gástrico) y con factores psicógenos. De forma más específica, los estresores psicosociales
que exigen altas demandas al individuo se relacionan repetidamente con la aparición de úlceras
duodenales. En estos casos, el efecto inmediato de la activación fisiológica es una inhibición o cese de las
funciones estomacales en presencia del estresor, produciéndose “efectos de rebote” post-estrés, que son
los que en última instancia van a causar el daño en el tejido. En algunos casos, estas distinciones entre
úlceras gástricas y duodenales recuerdan un poco a los modelos originales de corte más reduccionista, en
los que se intentaba asociar una causa única a un trastorno psicofisiológico. Parece más interesante
considerar un mecanismo de acción central que facilite el desarrollo de las úlceras pépticas en general, con
variaciones en cada caso que impliquen tanto aspectos de predisposición orgánica, como recursos y
actuaciones conductuales específicas en el desarrollo de unos tipos de úlcera u otros. En consecuencia, la
intervención sobre ambos tipos de úlcera sería bastante similar, implicando fundamentalmente una
actuación sobre los procesos centrales alterados (percepción, respuestas de afrontamiento, respuestas de
activación general y específica...), aunque también se ha de prestar atención específica a las distintas
alteraciones periféricas.

3.3 Rasgos de personalidad y psicopatología


Un tema del que hay bastantes estudios y que parece importante dentro de la enfermedad ulcerosa es la
especificidad de factores de personalidad que poseen los pacientes que la sufren. La mayoría de las
investigaciones muestran una relación intensa entre la úlcera duodenal y las características psicológicas de
marcada dependencia, neuroticismo y un alto grado de ansiedad y/o depresión. Aun así, no se ha podido
demostrar la existencia de un perfil de personalidad típico de pacientes ulcerosos.

A pesar de todo ello, ciertas variables de personalidad son frecuentes en pacientes con úlcera
gastroduodenal. A modo de resumen, las principales son:

1. Dependencia. Se encuentran entre estos pacientes personalidades independientes, autosuficientes


y competitivas, probablemente en relación con mecanismos de defensa frente a ese núcleo básico
de dependencia. Hace algunos años comenzamos a denominar a este tipo de personalidad
“pseudoindependiente”. Es significativo también el hecho de que estos pacientes suelen puntuar
bastante alto en la escala de Dependencia (Dy) del MMPI, siendo esto mas significativo en
varones que en mujeres.

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2. Hipocondriasis. Algunos autores han asociado esta preocupación excesiva con las defensas de
somatización, es decir, el paciente expresa sus conflictos a través de canales somáticos.
3. Percepción negativa de los acontecimientos vitales. Weiner es uno de los pocos autores que ha
estudiado el soporte social en conjunción con la percepción individual de los eventos de la vida. La
tendencia a evaluar negativamente estos eventos viene dada por las necesidades de dependencia,
las reducidas estrategias de afrontamiento y la carencia de soporte social en las situaciones
críticas.
4. Pobre fortaleza del yo. Esto se expresa en forma de perdida de la iniciativa, de estabilidad y de
confianza en el manejo de la realidad así como una gran vulnerabilidad al estrés.
5. Agresividad y/o hostilidad. Santiago y otros realizan una investigación con pacientes que padecían
úlcera duodenal con el objeto de estudiar la agresividad y otros factores de personalidad,
concluyendo que existe una inhibición de la agresión en ambos sexos sin llegar a darse el
descontrol de los impulsos agresivos. Esta “autoagresividad” coincide con los hallazgos de otros
autores como Mittelmann, y Ortega entre otros. La dirección de esta hostilidad parece ser
intrapunitiva, es decir, existen sentimientos de culpa y autocríticas negativas en este tipo de
pacientes.
6. Otros rasgos encontrados son hipersensibilidad, escasez de estrategias de afrontamiento del
estrés y tendencia a la depresión.

Gran cantidad de autores han utilizado el Inventario de Personalidad Multifásico de Minessotta (MMPI) para
estudiar las variables de personalidad en estos pacientes. Las conclusiones no distan mucho de otros
estudios con diferentes instrumentos, pero este se considera uno de los métodos de evaluación de la
personalidad mas útiles en cuanto que mide gran cantidad de variables que son significativas en la
enfermedad ulcerosa. Así, se ha encontrado un descenso en la escala interrogante (?) en relación a la
población normal, lo cual sugiere una buena cooperación en la realización de la prueba y por tanto un
acercamiento a la personalidad de estos sujetos. Se observa también un descenso en la fuerza del yo (Es) y
elevación de las escalas de Dependencia (Dy) y Control (Cn). Aparece también una elevación de la triada
neurótica -Hipocondría (Hs), Depresión (D) e Histeria (Hy)-, así como también se eleva la escala de
Introversión Social (Si).

Por otro lado, Overbeck y Biebl han descrito la tipología del enfermo de úlcera. Proponen la siguiente
clasificación del enfermo de úlcera:

1. Enfermo de úlcera “sano” psíquicamente: personalidades con buenas funciones del yo y relaciones
estables que, cuando están sometidos a una carga psicosocial masiva, con una fuerte regresión del
yo y resomatización, enferman de úlcera porque existe una determinada predisposición del
estómago como reacción psicosomática única.
2. Enfermo de úlcera “de carácter neurótico”: los enfermos de úlcera con carácter neurótico y
reacciones seudoindependientes o rasgos maniaco-depresivos, que sufren conflictos orales que

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pueden percibirse por su entorno (por ej., “el empleado encargado” que contagia su tensión
agresiva), que siguen un curso crónico y terminan en úlcera después de una pérdida afectiva.
3. Enfermo de úlcera “sociopático”: los pacientes con un yo débil, una dependencia pasiva y una
necesidad extrema de los demás que tienden a las manifestaciones de sus impulsos o a
comportamientos paranoide-agresivos, que también manifiestan sus conflictos orales como
“pacientes asociales” (por ej., como alcohólicos con úlcera, pensionistas neuróticos), enferman con
los mínimos fracasos relacionados con el amor y el cariño, y cuyo trastorno gastrointestinal podría
entenderse como una expresión orgánica o fisiológica de sus necesidades psíquicas.
4. Enfermo con úlcera “psicosomático”: las personalidades inexpresivas y pobres en fantasía, que
parecen tener una forma de vida y una relación con los objetos peculiarmente rígida y mecánica,
que también a la persona que les estudia transmiten la sensación de un total vacío en sus
relaciones, que sólo son capaces de verse a sí mismos cuando están con otras personas y que
reaccionan habitualmente de una forma psicosomática cuando se enfrentan a problemas no
específicos y crisis (aunque con frecuencia relacionados con la pérdida). Además de sufrir de
úlcera, muchas veces se desarrollan otros trastornos psicosomáticos, como reacciones febriles,
trastornos cardíacos y reumatismo, entre otros. Estos pacientes sufren de numerosos accidentes y
operaciones.
5. Enfermo de úlcera “normopático”: los enfermos de úlcera que tienen extremo cuidado en mostrar
un comportamiento normal y estar completamente adaptados a su entorno, con claras limitaciones
de su yo dada su fuerte tendencia a la negación (por ej., frente a la realidad y el propio estado de
agotamiento y estado físico), que como trabajadores o pequeños empleados suelen tener una
doble actividad, lo cual les conduce a un estado crónico de autodestrucción similar al del estrés,
para salir del cual normalmente presentan una sintomatología propia de la úlcera.

Freyberger distingue entre los enfermos de úlcera pasivos y los hiperactivos, atendiendo a su
comportamiento manifiesto:

1. El enfermo de úlcera pasivo presenta un estado de ánimo generalmente depresivo y manifiesta su


necesidad de dependencia de forma directa. Es considerado una persona manifiestamente
dependiente. Los brotes de úlcera se producen “cuando los deseos de dependencia inconscientes
o conscientes experimentan un fracaso”. En el tipo pasivo, el miedo inconsciente a ser
abandonado ocupa el primer plano y produce una tensión constante. Estos individuos buscan
condiciones y personas que no les “puedan” abandonar. Se trata de personas que no “pueden”
creer que sus esposas ya no les aman. Cualquier duda (ya no les miran con amor) puede
desencadenar una reacción de miedo. Pero también el miedo a la figura autoritaria del padre
puede generar este tipo de tensiones. No se da ningún paso para conseguir la independencia y la
autodeterminación. Se disfruta de las ventajas de la dependencia, pero sin jamás asumir un
riesgo. La estrategia vital consiste en dejarse proteger. Este tipo de persona afectada de úlcera
manifiestamente dependiente y pasiva, suele provenir de una familia donde era mimado por una

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madre sobreprotectora. El paciente no es capaz de conseguir la separación psicológica del seno
materno, de ser destetado. Conserva el deseo de ser protegido y ayudado, lo cual le sigue
uniendo fuertemente con la figura materna, y en consecuencia el padre sólo puede adoptar una
postura de “reconocimiento”. También al elegir pareja, estos pacientes se dejan llevar por su
necesidad de cuidados protectores. El paciente masculino de este tipo suele elegir como esposa a
una figura maternal.
2. En el paciente con úlcera del denominado tipo hiperactivo, los deseos de dependencia son
también intensos, pero estos pacientes se rebelan contra ellos. Desechan sus deseos provenientes
del campo de experiencias orales, con lo cual se frustran continuamente. El tipo hiperactivo no
encuentra descanso. Persigue su objetivo con agresividad mediante una búsqueda de
independencia compensadora y constante de la “autodemostración” de su fuerza. El paciente
necesita esta confirmación, ya que sólo puede confiar en tener éxito. Este tipo busca el triunfo,
pero en realidad no lo obtiene, ya que la finalidad última de sus esfuerzos la constituyen el cariño
y el prestigio (pseudoindependencia).

3.4 Helicobacter pylori y úlcera


Como se recordará, las úlceras pépticas se hallaban en el trío de síntomas que Selye observó hace más de
cincuenta años cuando sometió a las ratas a molestias no específicas. Desde entonces, la úlcera de
estómago se ha convertido para los legos en la materia en la enfermedad más relacionada con el estrés.
Según este punto de vista, si se tienen pensamientos desagradables durante un largo periodo de tiempo,
aparecen agujeros en las paredes del estómago. La mayor parte de los médicos coinciden en que hay un
subtipo de úlceras que se forman con relativa rapidez (a veces en cuestión de días) en los humanos
expuestos a crisis tremendamente estresantes: grandes quemaduras, hemorragias, infecciones masivas,
traumas debidos a un accidente o a una operación, etc. En casos muy graves, estas úlceras debidas al
estrés pueden poner en peligro la vida.

Pero donde se ha producido mucha controversia ha sido con las úlceras que aparecen de forma gradual.
Éste solía ser un ámbito en el que todo el mundo, incluso los médicos, en seguida pensaba en el estrés
crónico. Pero una revolución ha cambiado de forma radical el pensamiento en torno a las úlceras.

Como cuenta muy bien Robert Sapolsky, esa revolución llegó con el descubrimiento, en 1983, de una
bacteria llamada Helicobacter pylori. Este microorganismo fue descubierto por un desconocido patólogo
australiano llamado Robin Warren. Él, a su vez, interesó a un colega aún más desconocido llamado Barry
Marshall, quien documentó que esta bacteria aparecía de forma sistemática en las biopsias de estómagos
de personas con úlceras duodenales e inflamación estomacal (gastritis). Teorizó que ésa era la verdadera
causa de la inflamación y las úlceras, lo anunció al mundo (gastroenterológico) en una conferencia, y casi
se rieron de él en la sala. Las úlceras las causaban la dieta, la genética, el estrés: no una bacteria. Todo el
mundo lo sabía. Y además, como el estómago es tan increíblemente ácido, con el ácido clorhídrico entre los

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jugos gástricos, ninguna bacteria podría sobrevivir allí. La gente sabía desde hacía años que el estómago
era un entorno estéril, y que cualquier bacteria que pudiera aparecer sería debida simplemente a la
contaminación de algún patólogo chapucero.

Marshall demostró que la bacteria causaba gastritis y úlceras en los ratones. Eso es fantástico, pero los
ratones funcionan de modo diferente a los humanos, dijeron todos. Así pues, en un gesto heroico digno de
una película, se tragó algunas muestras de Helicobactery se provocó una gastritis. Sin embargo, no hicieron
caso de Marshall. Finalmente, varios especialistas en la materia se cansaron de oírle hablar de la maldita
bacteria en los congresos, decidieron efectuar algunos experimentos para demostrar su error y
descubrieron que estaba absolutamente en lo cierto. Ello ayudó, sin duda, a que Marshall y Warren
recibieran el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 2005.

Resulta que el Helicobacter pylori es capaz de vivir en el entorno ácido del estómago, protegiéndose por
medio de una estructura particularmente resistente al ácido y envolviéndose en una capa de bicarbonato
protector. Y esta bacteria probablemente tiene mucho que ver con el 85 por 100 de las úlceras en la
población occidental (así como en el cáncer de estómago). Pero hay un “pequeño” problema
epidemiológico: casi el 100 por 100 de las personas del mundo desarrollado están infectadas de
Helicobacter (quizá sea la infección bacteriana crónica más común entre los seres humanos) pero sólo una
pequeña parte desarrolla úlcera.

Una vez que todo el mundo dentro de la especialidad se acostumbró a la idea de que Marshall y Warren
fuesen llevados sobre palanquines por su descubrimiento, aceptaron el Helicobacterde forma exagerada. Es
muy lógico, dado el deseo actual de la medicina de avanzar hacia rigurosos y reductivos modelos de
enfermedad (que entusiasman a la industria farmacéutica), en vez de ese inocuo rollo psicosomático. El
Center for Disease Control envió panfletos informativos (que seguramente fueron financiados por la misma
industria de antes) a todos los médicos de Estados Unidos, aconsejándoles que tratasen de quitarles de la
cabeza a sus pacientes la obsoleta idea de que el estrés tiene algo que ver con las úlceras pépticas. Los
médicos se congratularon de no tener que sentarse nunca más con sus pacientes ulcerosos, establecer
algún contacto ocular y preguntarles cómo iban sus vidas. En lo que un par de investigadores han
denominado la «helicobacterización» de la investigación sobre el estrés y las úlceras, el número de artículos
que relacionan el estrés con el origen de la úlcera ha caído en picado.

El problema es que toda la historia no puede limitarse a una bacteria. De entrada, hasta el 15 por 100 de
las úlceras de duodeno se forman en personas que no están infectadas de Helicobacter, o de cualquier otra
bacteria conocida relacionada con ella. Y algo más irrecusable, sólo alrededor del 10 por 100 de las
personas infectadas con la bacteria desarrollan úlceras. Tiene que ser el Helicobacter pylori y otra cosa. A
veces, ese algo más es un factor de riesgo en la forma de vida, alcohol, tabaco, saltarse el desayuno
habitualmente, tomar muchos fármacos antiinflamatorios no esteroideos como si fuesen golosinas. Quizás

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ese algo más es una tendencia genética a segregar mucho ácido o producir sólo mínimas cantidades de
mucosidad para proteger el revestimiento del estómago del ácido.

Pues uno de los factores adicionales es el estrés. Estudio tras estudio, incluso los que se han llevado a cabo
después de la aparición de la bacteria (y muy a pesar de la industria de siempre, fabricante de
antimicrobianos anti-Helicobacter), muestran una mayor incidencia de la ulceración del duodeno en
personas que están ansiosas, deprimidas o sufren graves agentes estresantes vitales (prisión, guerra,
desastres naturales) o pequeños estresores diarios, como la incapacidad para tomar decisiones o ser
autónomo. Un análisis de la literatura existente al respecto muestra que entre el 30 y el 65 por 100 de las
úlceras pépticas obedecen en parte a factores psicosociales (es decir, estrés). El problema es que el estrés
hace que la gente beba y fume más. De modo que tal vez aumente el riesgo de desarrollar una úlcera sólo
por incrementar la incidencia de esos factores de riesgo asociados a la forma de vida. Pero aun después de
controlar esas variables, el propio estrés causa entre el doble y el triple del aumento del riesgo de una
úlcera.

Además, como revisaremos en profundidad a lo largo de este Curso, el estrés actúa como un potente
agente inmunosupresor, facilitando así el desarrollo de la bacteria (de todas las bacterias)

En resumen: el Helicobacter está relacionada con las úlceras, pero sólo en el contexto de sus interacciones
con estos otros factores, entre ellos el estrés.

Esto se puede demostrar de forma estadística si estudiamos a un millón de pacientes con úlcera. Haciendo
un meticuloso análisis matemático que tenga en cuenta la carga bacterial, los factores de riesgo asociados
al estilo de vida y el estrés (algo apropiadamente llamado un análisis multivariado), observaremos que las
úlceras pueden aparecer sólo con que tengamos un poco de uno de estos tres factores, siempre que
tengamos mucho de uno o los otros dos.

4. DISPEPSIA NO ULCEROSA

Este trastorno puede ir a veces acompañando a la úlcera gastroduodenal. En otras ocasiones no es así,
presentándose de forma aislada y denominándose en este caso dispepsia funcional, esencial o no ulcerosa
y, antiguamente, gastritis. Los síntomas suelen ser dolor, náuseas, hinchazón, ardores, regurgitación y
otras molestias en el canal digestivo siempre que no haya causa orgánica que los justifique.

Se ha hipotetizado que factores psicológicos son los responsables de este trastorno, llegando a
denominarse dispepsia nerviosa. Algunos autores habían hallado síntomas neuróticos, ansiosos y
depresivos en estos pacientes, pero utilizaron en su mayoría escalas de valores. Más tarde, Magni, Mario y

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otros, utilizando entrevistas estandarizadas y criterios diagnósticos definidos, encontraron una alta
prevalencia de desórdenes de ansiedad y tasas bajas en cuanto a trastornos afectivos y de somatización.

Especial influencia tienen aquí los eventos estresantes, ya que muchos estudios como el de Hui, Shiu y Lam
demuestran que estos pacientes tienen una alta incidencia de eventos vitales negativos como problemas
familiares o enfermedades médicas. Otros estudios aportan que cambios importantes en la vida de los
pacientes como pérdida del trabajo, matrimonio, embarazo, etc. son estresores importantes. Aun así, se
deben utilizar cuestionarios y escalas apropiadas que nos orienten acerca de la visión subjetiva por parte de
la persona de estos eventos, ya que como hemos mencionado en otras ocasiones, pueden ser estresantes
o no dependiendo de la visión positiva o negativa que el paciente tenga de ellos así como del ajuste y
adaptación de la persona a dichos eventos.

No existe un patrón de personalidad típico en este tipo de pacientes, siendo sus rasgos similares a otros
tipos de trastornos gastrointestinales funcionales u orgánicos en los que se suelen dar neuroticismo e
hipocondria. También se han señalado problemas a la hora de expresar los afectos así como problemas de
emoción, especialmente en forma de agresividad, lo cual puede ser consecuente en los altos niveles de
ansiedad antes comentados en estos pacientes.

En conclusión, no podemos afirmar la existencia de factores etiológicos claros en el origen de la dispepsia,


pero sí se sabe que las creencias acerca de la salud, las conductas aprendidas de enfermedad, los eventos
estresantes y la personalidad, puede contribuir significativamente en la severidad y cronicidad de los
síntomas. Por tanto, es necesario a la hora del tratamiento considerar todos estos factores, sobre todo en
este caso en que no existe causa orgánica conocida.

5. SÍNDROME DEL INTESTINO IRRITABLE

Este síndrome se define como la alteración del habito intestinal (diarrea o estreñimiento, o ambos
alternativamente) y la presencia de dolor abdominal, en ausencia de una causa orgánica que justifique
tanto el dolor como la disfunción intestinal. Aún no se conoce ningún mecanismo fisiopatológico que
justifique totalmente este síndrome; sin embargo, los pacientes suelen presentar cambios en el patrón
fisiológico de actividad del colon distal: en pacientes con estreñimiento, la actividad contráctil del colon esta
disminuida, y en la diarrea aumentada.

Se estima que la prevalencia en la población del síndrome del intestino irritable (SII) es del 8 al 22%,
yendo en aumento durante los últimos 20 años. Se suele dar entre los 20 y los 40 años, siendo raro en la
adolescencia o después de los 60 años. El porcentaje de mujeres que refiere síntomas es mayor,

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atribuyéndose esto a que están mas interesadas por los problemas de salud y que por ello tienden mas a
reconocer y referir variaciones en los hábitos intestinales.

En nuestra experiencia, es muy frecuente su asociación con otros síntomas o síndromes de naturaleza
psicosomática, como exponemos en la tabla 1.

El síndrome del intestino irritable se cree asociado a trastornos en la motilidad influidos por factores
psicológicos. La base de esta afirmación esta en el hallazgo de algunos de estos factores en pacientes
cuyos síntomas tienden a aparecer y remitir durante el curso crónico de la enfermedad.

COMORBILIDAD DEL SÍNDROME DE INTESTINO


IRRITABLE

Dismenorrea …………………………….. 10 – 15 %

Síndrome premenstrual …………………… 18 %

Síndrome de fatiga crónica ………………… 14 %

Fibromialgia ……………………………… 28 – 65 %

Dolor pélvico crónico ……………………..... 35 %

Cefalea ………………………………………….. 51 %

Disfunción temporomandibular ………….. 16 %

Hiperreactividad bronquial ………………. 23 %

Dispaneuria …………………………………... 50 %

Tabla 1

Cuando los síntomas están presentes, lo cual supone para muchos la mayor parte del tiempo, los pacientes
deben restringir al menos un 40% de sus actividades diarias como ir al trabajo, hacer las tareas
domésticas, actividades de ocio, socialización o relaciones sexuales. Los hábitos alimenticios se ven también
seriamente afectados. Por todo ello, es preciso hacer una evaluación durante todo el proceso de la
enfermedad, no sólo de los síntomas sino también de todas aquellas actividades en las que el paciente
tiene alguna dificultad, así como de su aptitud para desenvolverse en la vida cotidiana. Igualmente es
necesario evaluar la percepción que posee de sus incapacidades, ya que esto supone para la mayoría una
perdida de seguridad, de independencia, de autoestima, etc.

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5.1 Influencia de eventos estresantes
En general, no podemos afirmar ni negar la influencia de los eventos estresantes en la etiología de la
enfermedad; lo que si esta claro es que puede agravar los síntomas y/o fomentar que el paciente
manifieste conductas de enfermedad. Entre el 50 y el 85% de los pacientes con síndrome del intestino
irritable (en adelante SII) refieren una correlación entre la presencia de eventos estresantes y la aparición o
la gravedad de los síntomas. Pero al igual que en la enfermedad ulcerosa, los acontecimientos estresantes
de estos pacientes no varían de los de la población normal, debiéndose tener en cuenta la forma en que los
perciben o reaccionan ante ellos. Así, algunos investigadores han sugerido que un desequilibrio autonómico
general o un déficit en la recuperación del SN autónomo frente al estrés, podría explicar porque los
pacientes con SII presentan una reacción mas marcada frente al estrés ambiental que los sujetos normales.

Parece ser que el acontecimiento vital estresante que mas afecta a los hombres es el relacionado con el
trabajo, y en la mujer, con las preocupaciones familiares; se ha señalado también que la deprivación
temprana durante la infancia, como la perdida de uno de los padres por fallecimiento, divorcio o
separación, es uno de los factores precipitantes de los síntomas. Drossman et al., encontraron en sus
estudios que concretamente los pacientes con trastornos funcionales del intestino, solían tener una larga
historia de abusos sexuales y físicos. Mas tarde, este autor junto con Douglas y otros, compararon a este
tipo de pacientes con otro grupo diagnosticado de trastorno orgánico, encontrando que los primeros tenían
mayor numero de experiencias de prácticas y amenazas sexuales, así como de incesto o violación y
frecuentes abusos físicos. Igualmente, estudios previos han aportado datos de pacientes con historias de
deprivación y ruptura familiar.

5.2 Rasgos psicopatológicos


A la hora de tener en cuenta los trastornos psicopatológicos en el SII, es preciso acudir a las dos hipótesis
que se plantean Walker, Roy-Byrne y Katon en 1990:

a) El SII es un precursor de la enfermedad psiquiátrica. Para que esta hipótesis sea validada, deben
satisfacerse dos condiciones:

1. El tiempo de aparición de los síntomas del SII debe preceder al desarrollo de los síntomas
psiquiátricos.
2. Debe haber evidencia de que otros desórdenes gastrointestinales pueden dejar similares secuelas
psiquiátricas. Prácticamente no hay estudios que defiendan que los síntomas del SII precedan
temporalmente a los síntomas de humor o ansiedad. En cambio sí parece haberlos relativos al
Crohn o a la colitis ulcerosa las cuales suelen ir acompañadas de síntomas psiquiátricos.

b) El SII es una forma de expresión de la enfermedad psiquiátrica. Los requisitos para esta hipótesis son:

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1. El tiempo de aparición de los síntomas debe preceder a los trastornos psicológicos y a la
enfermedad psiquiátrica.
2. Estos factores psicológicos deben afectar de tal modo que los síntomas sean manifestados en el
SII.
3. Un tratamiento efectivo para la enfermedad psiquiátrica, debe ser también eficaz contra los
síntomas del SII.

Por un lado, la mayoría de los estudios sugieren que el comienzo de la enfermedad psiquiátrica,
comúnmente precede al comienzo de los síntomas gastrointestinales. Por otro lado, los factores
psicológicos que caracterizan a estos pacientes son descritos por estudios poco fiables por ser las muestras
utilizadas poco representativas de la población total. Por ultimo, el tratamiento psiquiátrico parece reducir
la gravedad de los síntomas, pero no a largo plazo.
Por tanto, no existe una conclusión clara acerca de cual precede a cual, aunque la mayoría de los
investigadores se inclinan a pensar que es la segunda hipótesis la más razonable.

En cuanto a las características psicopatológicas encontradas en este tipo de pacientes son muy variadas, no
existiendo un perfil distintivo que los defina. Aun así, varios autores como Creed y Guthrie, Drossman et al.,
Whitehead et al., entre otros, encontraron que determinados rasgos como ansiedad, neuroticismo, histeria
o depresión son comunes en la mayoría de los pacientes con SII. Otros como Kingham y Dawson,
añadieron que también son relevantes los trastornos somatomorfos y el alcoholismo. Veamos aquellos que
parecen ser más relevantes:

a. Ansiedad
Concretamente en relación con la ansiedad, que parece jugar un importante papel, de hecho, estos
pacientes suelen puntuar alto en autoinformes de ansiedad; incluso autores como Lydiard, han encontrado
desórdenes relacionados con este factor, localizándose incluso ataques de pánico en varios de estos
pacientes.
b. Depresión
Existe una dificultad a tener en cuenta en la evaluación de la depresión en este tipo de pacientes, ya que
hay veces que entre los muchos signos de depresión se encuentran los trastornos gastrointestinales y en
especial diarrea, vómitos o estreñimiento; igualmente, dentro del SII podemos encontrar síntomas
depresivos. Por ello, es importante tener en cuenta a la hora de diagnosticar este síndrome, hacer una
evaluación precisa de los síntomas, así como de la evolución de la enfermedad, acontecimientos durante su
curso, remisiones y otras posibles variables que nos puedan ayudar a distinguirlo.
c. Somatización
Los pacientes con SII tienen tendencia a las quejas somáticas frecuentes y dispares. De hecho, en estudios
que han utilizado el MMPI, se afirma el hallazgo de puntuaciones altas en la escala de Hipocondría. Estos
pacientes presentan, además, un cierto grado de dificultad para habituarse a la cronicidad de los síntomas.

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Podríamos hacer referencia aquí a la teoría del “comportamiento aprendido de enfermedad crónica”,
sugiriendo que el aprendizaje social podría jugar un importante papel en la etiología del trastorno.

A la hora de evaluar el SII debemos tener en cuenta ante todo que se trata de una serie de conductas
desadaptativas, por lo que se debe prestar especial atención a los comportamientos que favorecen la
aparición de la enfermedad así como al origen familiar.

5.3 Características de personalidad


Los pacientes con SII a menudo muestran rasgos de personalidad similares o de la misma consistencia que
los que caracterizan a los pacientes ulcerosos. Sin embargo, algunos estudios han demostrado que no hay
diferencias entre los grupos; de hecho, parece ser que el tratamiento con psicoterapia parecer ser efectivo
en los dos grupos por igual.
Los pacientes con SII suelen ser más neuróticos e introvertidos que el resto de la población en general,
siendo estos hallazgos más relevantes en aquellos en los que el síntoma predominante es el aumento de la
frecuencia evacuatoria. También hemos encontrado que estos pacientes poseen una elevada
vulnerabilidad, que se manifiesta en diversos repertorios de conducta, así como una baja capacidad de
autocontrol.

Latimer pone de manifiesto que estos pacientes presentan rasgos obsesivo-compulsivos y tendencia a la
culpa. También se han realizado estudios en relación a la agresividad, aunque siempre de forma indirecta,
encontrándose un mayor nivel de agresividad controlada entre estos pacientes, casi siempre dirigida a ellos
mismos. Hidalgo Rodrigo y cols., realizaron un interesante estudio que confirmaba la autoagresividad en
estos enfermos, descartando la posibilidad de que esta fuera debida a la cronicidad del trastorno. Este
factor se daba por igual en los dos sexos, existiendo también cierto nivel de heteroagresividad en los
varones.
En un estudio hecho con el MMPI por estos mismos autores, se confirman los datos ya expuestos.

Veamos las principales características de personalidad de estos pacientes:

1. Inseguridad e inmadurez.
2. Aislamiento e inhibición por escasa confianza en sus propias capacidades y posiblemente por la
dificultad ya comentada para habituarse a la cronicidad de los síntomas.
3. El aumento en la escala de psicastenia paralelamente al de la triada neurótica, hace que la
introversión adquiera el carácter intrapunitivo del que hablábamos y refleja, además, una tendencia
al control e inhibición de los impulsos.

Todos estos factores hacen comprensibles la mayor vulnerabilidad de estas personas a expresar sus
conflictos por vía somática. Habría, por tanto, al evaluar a estos pacientes, que identificar estos rasgos de
personalidad y en que medida son exteriorizados. Es necesario identificar antes de intervenir, ya que la

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intervención, como luego veremos, se va a centrar en dar al paciente mejores o distintas alternativas tanto
para el manejo de las situaciones como para la expresión de sus sentimientos.

6. ENFERMEDAD INFLAMATORIA INTESTINAL

Este trastorno se refiere a dos tipos de patología: la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn. La cirugía es
siempre necesaria cuando se dan de forma crónica los síntomas de pérdidas de sangre, diarrea, pérdida de
peso, y dolor abdominal. Cuando la enfermedad es crónica, sin remisiones, los síntomas suelen agravarse o
cesar en períodos de tiempo intermitentes, independientemente del tratamiento médico.
Comparando de forma general los dos tipos de patología, se observa que los pacientes con colitis ulcerosa
tienen mayor probabilidad de desarrollar un cáncer de colon que en la enfermedad de Crohn, aunque en la
actualidad, puede ser curada mediante coloctomía. En cambio, en la enfermedad de Crohn, aunque existen
menos posibilidades de que se desarrolle un cáncer, puede reaparecer de forma repentina e implacable tras
largos períodos de aparente remisión.

El trastorno intestinal inflamatorio ha sido siempre un misterio en cuanto a su etiología y el papel que
juegan los factores psicológicos. Veamos cada uno de estos trastornos y sus características peculiares.

6.1 Colitis ulcerosa


Este trastorno está relacionado con la mucosa que recubre al intestino grueso. Sus síntomas son
principalmente la diarrea y las pérdidas de sangre. En estadios avanzados de la enfermedad, el individuo
puede desarrollar múltiples evacuaciones líquidas que pueden llevarle a padecer anemia e incluso
deshidratación.
La colitis ulcerosa afecta predominantemente a la población joven, teniendo mayor incidencia entre los 15 y
los 20 años. Su diagnóstico está asociado a una significativa incapacidad crónica y predispone al individuo a
la posibilidad de desarrollar un carcinoma en el colon.

Las enfermedades intestinales inflamatorias crónicas producen diferentes transformaciones psíquicas


secundarias, que ocupan el primer plano al primer brote agudo. Estos efectos secundarios son difíciles de
distinguir de los trastornos psíquicos primarios. Diversos autores han estudiado este problema llegando a la
conclusión de que los factores psicosomáticos son de importancia en el desarrollo de las enfermedades
intestinales inflamatorias crónicas.

En la mayoría de los pacientes que han enfermado por primera vez de colitis ulcerosa o han recaído, antes
de la manifestación física de la enfermedad se observa una actitud ante la vida de carácter depresivo con
una pérdida de objeto real o imaginaria. La efectividad patógena de la pérdida del objeto se comprende
teniendo en cuenta el siguiente trasfondo neurótico: a causa de diversos trastornos en el desarrollo de los

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primeros años de vida, el paciente aquejado de colitis ulcerosa se destaca por una autoestima inestable
(con hipersensibilidad frente al fracaso) y por una tendencia a las reacciones depresivas, como también por
unos deseos de dependencia, que indican de forma especial su imperiosa necesidad de obtener protección
interpersonal-psíquica, que más tarde también incluirá la atenuación de los miedos constantes y subjetivos
de sufrir recidivas de la enfermedad. A causa de estos trastornos que se producen en la infancia, mientras
dura su desarrollo mental el paciente sigue dependiendo de determinadas figuras de referencia, que son
imprescindibles por su función del yo, de ayuda para satisfacer sus necesidades infantiles-regresivas. Los
marcados deseos de depender de estas personas de referencia, en el sentido de relaciones duales
patológico-simbióticas, persisten incluso en la edad adulta. Esta psicopatología también está asociada a una
clara limitación introspectiva. La deficiente capacidad de introspección y la consiguiente limitación para
reflexionar sobre sí mismo cuando se produce un conflicto, hacen que el paciente tenga dificultades para
superar de manera realista la pérdida del objeto y conducen a la depresión. El trastorno (psico)somático
puede manifestarse ahora en forma de colitis ulcerosa.

Dos son los factores emocionales principales que determinan si los pacientes con colitis ulcerosa superan
realmente la pérdida del objeto, y si con ello pueden prevenir un posible brote de la enfermedad o no: el
grado cuantitativo de los deseos de dependencia conscientes o inconscientes en la relación con las figuras
de referencia, así como la cantidad y calidad de las relaciones con objetos de que se disponga para sustituir
al objeto “perdido”. Cuanto más intensos sean los deseos de dependencia del paciente con colitis ulcerosa y
cuanto más lentamente se movilicen los contactos con el entorno que puedan restituirse, más rápidamente
la pérdida afectiva generará un efecto somático patógeno.

Otros autores también llevaron a cabo estudios en pacientes con la enfermedad de Crohn. Descubrieron
trastornos neuróticos similares a los observados en los pacientes con colitis ulcerosa. Los brotes de la
enfermedad intestinal inflamatoria también estaban precedidos con frecuencia de pérdidas de afectivas.
Como era de esperar, los pacientes con la enfermedad de Crohn destacan por ser emocionalmente frágiles
(con hipersensibilidad frente al fracaso) y depresivos, pero también por buscar relaciones de dependencia.
Estos deseos de dependencia indicaban también aquí un intenso deseo de recibir cuidados interpersonales-
protectores, que también conllevaba la disminución de los miedos subjetivos constantes a las recidivas de
su enfermedad. Sin embargo, la inestabilidad en el sentimiento de autoestima y los deseos de dependencia
no eran tan claramente distinguibles como en los pacientes con colitis ulcerosa. Estos trastornos en las
interacciones familiares contenían una psicodinámica similar a la de los pacientes con colitis ulcerosa, es
decir, unas formas de relación interpersonales referidas al objeto, así como un beneficio secundario por la
enfermedad tanto para el paciente como para su familia, dado que ésta intentaba hacer responsable a la
enfermedad intestinal inflamatoria crónica del paciente de la desaparición de la comunicación en la familia.

No obstante, los pacientes con enfermedad de Crohn y con colitis ulcerosa pueden distinguirse desde el
punto de vista fenomenológico. Mientras que los pacientes con colitis ulcerosa abandonan tarde el hogar
paterno y conservan estructuras de relación simbióticas, los pacientes con enfermedad de Crohn se

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independizan antes, siendo el desarrollo de las formas de relación simbióticas menos pronunciado. Además,
los pacientes con colitis ulcerosa presentan sólo una tendencia limitada hacia la individualización. Por el
contrario, los pacientes con enfermedad de Crohn tienen una mayor capacidad para la introspección.

Se han descrito ciertas similitudes entre ambos grupos de pacientes con respecto a su huida de los
enfrentamientos agresivos y su incapacidad para permitirse experimentar ciertos sentimientos. Los
pacientes carecen muchas veces de una experiencia y un comportamiento conscientemente agresivo. A
pesar de tener disminuidas las facultades físicas, con frecuencia conservan su capacidad de rendimiento y
su voluntad de trabajar. Luban-Plozza y Meerloo hablan por ello del “suicidio intestinal”.

6.2 Enfermedad de Crohn


A este trastorno también se le conoce como enteritis regional o ileítis crónica. Se piensa que afecta a
alguna parte del canal alimenticio, pero casi siempre envuelve al íleon distal o al colon próximo. Suelen
darse obstrucción intestinal, fístulas o abscesos, manifestándose en síntomas como dolor abdominal, fiebre
y pérdida de peso. Esta enfermedad conlleva importantes discapacidades y en ocasiones se produce la
muerte del paciente.
Se piensa que el factor estrés ambiental favorece el desarrollo de este trastorno; de hecho, la prevalencia
ha aumentado de forma considerable en los últimos años, en una sociedad donde existen gran cantidad de
estos factores estresantes.

Las observaciones que se han hecho en estos pacientes acerca de rasgos psicopatológicos, se han basado
sólo en impresiones, ya que el diagnóstico psicológico es difícil y cuando diferentes métodos de evaluación
psicopatológica han sido usados, no se han encontrado criterios específicos. Se usan términos como
necesidad de dependencia, trastornos emocionales y rasgos histéricos para describir hallazgos psiquiátricos
en enfermos de Crohn. Aun así, parece estar claro que los enfermos afectados por esta enfermedad, a
diferencia de la colitis ulcerosa, suelen mostrar signos de ansiedad y depresión. Helzer, Chammas et al.,
mediante el uso de entrevistas estandarizadas y validadas, así como de criterios diagnósticos, encontraron
desórdenes de tipo depresivo y una significativa presencia de pensamientos obsesivos. Otros autores
habían hallado también estos rasgos anteriormente, aunque no se encontraron otras relaciones causales
entre la enfermedad y desórdenes psiquiátricos.

7. EVALUACIÓN EN PACIENTES CON TRASTORNOS DIGESTIVOS

La evaluación en éste, como en otro tipo de trastornos, es importante realizarla tanto antes como después
del tratamiento. En los trastornos gastrointestinales, esta evaluación se hace especialmente importante
porque:

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1. Normalmente no poseen causa orgánica que justifique los síntomas.
2. Los factores psicológicos son considerados unos de los más influyentes en el desarrollo de la
enfermedad.
3. Estos factores determinan la forma en que la persona se adapta a su vida y a su enfermedad en el
caso de que sea orgánica.
4. Una modificación en los hábitos de conducta y estrategias de afrontamiento, puede llevar a una
mejoría o a una remisión de los síntomas.

Por tanto, podemos establecer cuáles serán los objetivos de la evaluación en este tipo de trastornos:

1. Identificar la enfermedad como orgánica o funcional así como localizar el trastorno (en qué parte
del sistema digestivo se encuentra) y los síntomas con los que se manifiesta. Es importante
explorar aquí el historial médico y los posibles antecedentes familiares de la enfermedad.
2. Identificar la forma en que la persona percibe la enfermedad y si realmente tiene conciencia de
que está enfermo y que necesita tratamiento médico y/o psicológico.
3. Realizar una exploración exhaustiva acerca de las conductas que normalmente realiza el paciente
en diversas áreas como sueño, alimentación, sexualidad, relaciones sociales, trabajo, etc.,
identificándolas como adecuadas o inadecuadas.
4. Reconocer los sentimientos, ideas y preocupaciones del paciente acerca de sí mismo, de los demás
y de las situaciones, especialmente si éstas son estresantes; para esto último, tendremos que
explorar qué tipo de situaciones son las que él considera estresantes y porqué.
5. Averiguar las estrategias de que la persona dispone para afrontar tanto las ideas negativas como
las situaciones difíciles. Este punto es especialmente importante, pues en él nos centraremos luego
para intervenir y modificar ideas, actitudes y estrategias inadecuadas.

Para llevar a cabo estos objetivos, es preciso contar con la disposición del paciente, con la colaboración de
los médicos que les atienden y con instrumentos que nos permitan la exploración de dichos aspectos. Hay
que resaltar especialmente que la colaboración del paciente a veces es difícil de conseguir, ya que
frecuentemente les cuesta o no quieren reconocer que su enfermedad posee claras connotaciones
psicológicas y que necesitan del apoyo de psicólogos y psiquiatras además de llevar a cabo su tratamiento
médico.

Veamos cómo podemos llevar a cabo cada uno de estos objetivos:

7.1 Primer paso: entrevista con el paciente


En esta primera entrevista, hemos de conversar con el paciente acerca de sus síntomas y de la evolución
de su enfermedad. Como mencionábamos anteriormente, en esta explicación el paciente va a darnos una
idea de la percepción que tiene de su enfermedad, ya que nos indicará las ideas o pensamientos que tiene
sobre lo que le pasa y sobre lo que hace cuando los síntomas aparecen. Es importante que, si la persona

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tiene algún tipo de reservas, le preguntemos acerca de lo que ocurre antes y después de que la
enfermedad incida.

Existen ciertos tipos de entrevista estructurada, como la Entrevista de Paykel, que evalúa las experiencias
vitales y su impacto negativo en el paciente durante los últimos 6 meses, como pueden ser cambios en el
matrimonio, en el trabajo, dificultades educacionales, económicas, enfermedades o accidentes de él o de su
familia, pérdidas, cambio de residencia, etc. También podemos utilizar otro tipo de entrevistas, como las
semiestructuradas.

Con respecto a los síntomas, se pueden utilizar listados o cuestionarios de síntomas para que el paciente
identifique los que padece, como la subescala de síntomas somáticos del Cuestionario de Síntomas de
Kellner. Existen también otros inventarios y cuestionarios para evaluar el dolor, pudiéndose evaluar: la
intensidad del dolor percibido, el impacto del dolor en la vida del paciente, las respuestas de otros al
paciente en la comunicación de su dolor, y el grado de interferencia de este dolor en las actividades diarias.

7.2 Segundo paso: recopilación de datos médicos


Se recogerán todo tipo de exploraciones físicas realizadas, así como el historial clínico del paciente, en
relación a enfermedades anteriores. Es preciso también encontrar algún tipo de datos sobre posibles
antecedentes familiares de la enfermedad. Con todo ello, tendremos una idea acerca de la posible
influencia genética en la enfermedad, su naturaleza orgánica o funcional y del desarrollo de la misma.

7.3 Tercer paso: utilización de instrumentos de evaluación


Existen gran cantidad de instrumentos específicos para evaluar la personalidad, pudiéndose identificar con
ellos posibles psicopatologías. De entre ellos, debemos escoger aquellos que mejor se adapte a las
necesidades del paciente, siendo muy probable que los que más se empleen sean cuestionarios e
inventarios de ansiedad y depresión por tener mayor incidencia en este tipo de trastornos. Veremos los
más empleados en la práctica del diagnóstico clínico:

a) Evaluación de trastornos específicos.


A menudo se realizan estudios que pretenden validar cuestionarios construidos específicamente para
determinados trastornos gastrointestinales. Así, Talley, Phillips y otros, construyeron un cuestionario para
diagnosticar la enfermedad intestinal en general, que evalúa 46 ítems relacionados con síntomas
intestinales funcionales. Este cuestionario discrimina entre trastornos orgánicos y funcionales del intestino,
así como entre los diferentes trastornos dentro de la enfermedad funcional (por ejemplo, SII de la
dispepsia). Otro instrumento es el “Índice de Actividad en la enfermedad de Crohn” que dispone de una
muestra uniforme de parámetros clínicos, además de un índice numérico proporcional al estadio de la
enfermedad en que se encuentre el paciente. La importancia de este índice está en que puede usarse como
medida de respuesta del paciente a la terapia.

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También es muy útil el Cuestionario para la Enfermedad Intestinal Inflamatoria (IBDQ), desarrollado por
Guyatt, Mitchel y otros en 1989. Este instrumento consta de 32 ítems: 10 referidos a síntomas
directamente relacionados con el trastorno primario intestinal, 5 a síntomas sistémicos, 12 al aspecto
emocional y 5 a la actividad social del paciente. La persona debe responder atendiendo a una escala de 7
valores de la frecuencia de los síntomas: extremadamente frecuentes, muy frecuentes, incremento
moderado de la frecuencia, etc.

Un gran inconveniente que posee la aplicación de estos cuestionarios es que la mayoría no están adaptados
a la población española, o al menos no tenemos conocimiento de ello, por lo que es necesario tomar
precauciones a la hora de interpretar los resultados. Sería conveniente, por tanto, validar dichos
instrumentos de manera que puedan ser aplicables en nuestro país.

b) Evaluación de la percepción del estrés y ansiedad.


Recientemente, Levenstein y Prantera, han construido el Cuestionario de Estrés Percibido (PSQ), muy útil
en el tema que nos ocupa, ya que no es tan importante el estrés en sí como la percepción que la persona
tiene de él. Es conveniente su uso durante la entrevista, aunque igualmente, debe ser adaptado a nuestro
país. Este cuestionario enfatiza más las percepciones cognitivas que los estados emocionales o los eventos
vitales. Algunos ítems son:

1. Siente que demasiadas responsabilidades le son asignadas.


2. Se encuentra en situaciones conflictivas.
3. Se siente presionado por otras personas.
4. Tiene demasiadas decisiones que tomar.
5. Se siente solo y abandonado.
6. Se siente salvado y protegido. Etc.

Posee un total de 36 ítems, a los que el sujeto contesta en una escala que va desde 1 (nunca), hasta 4
(usualmente). Estos ítems evalúan factores como sobrecarga, irritabilidad, escasez de disfrutes, fatiga,
preocupaciones y tensión. Existe un tipo General, en el que el paciente debe contestar según lo que ha
sentido en los dos últimos años, y otro Reciente, según el último mes.
Otros instrumentos de este mismo grupo son:

1. Inventario de Ansiedad Estado-Rasgo (STAl) de Spielberg


2. Escala de Percepción del Estrés de Cohen
3. Escala de Hassles, que mide la sensación de invasión del paciente por parte del mundo exterior
4. Inventario de Experiencias Vitales de Paykel.
5. Listado o Programa de Eventos Recientes (SRE)
6. Encuesta sobre Experiencias Vitales.
7. Hospital Anxiety and Depression Scale (HAD)

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c) Evaluación de trastornos psicopatológicos.
Uno de los cuestionarios mejor adaptados a pacientes somatizadores, y que se ha demostrado su validez
en los trastornos gastrointestinales es el Cuestionario de Salud General (GHQ) de Goldberg, que se usa
para identificar a aquellos pacientes que tienen alguna predisposición a padecer enfermedades
psiquiátricas. Contiene cuatro subescalas que miden: síntomas somáticos, ansiedad e insomnio, disfunción
social y depresión severa. Parece efectivo a la hora de detectar, además, trastornos mentales orgánicos y
desórdenes de adaptación, otros instrumentos útiles son el MMPI o la Entrevista Clínica Estructurada (CIS),
que detecta la presencia de desórdenes psicológicos como depresión, trastornos del humor, trastornos
cognitivos, ansiedad, fobias, síntomas somáticos, problemas de sueño, concentración, memoria y trastornos
obsesivo-compulsivos, conductuales y de personalidad.

Específicamente para el caso de la depresión, debemos utilizar cuestionarios o escalas para detectarla, ya
que este tipo de pacientes tiende a padecer episodios depresivos o depresión severa. Para ello se suele
usar:

1. Cuestionario Tetra-dimensional de la Depresión de Alonso-Fernández.


2. Escala de Depresión de Zung
3. Escala de Depresión de Beck
4. Test de Frustración de Rosenweig

d) Evaluación de la personalidad
Puede utilizarse el MMPI también para estudiar el perfil de personalidad del paciente o el Cuestionario de
personalidad de Eysenck (EPQ). Para la evaluación de la agresividad, es muy útil el Cuestionario de
Hostilidad y Dirección de la Hostilidad de Caine (HDHQ), o la escala de hostilidad del Inventario de
Personalidad de Jackson. Los test proyectivos como el Test de Apercepción Temática de Murray o el
Rorschach nos orientan no sólo en la personalidad del paciente sino también en la percepción de su
situación, de su medio ambiente, etc.

e) Evaluación de la percepción del medio


Puede utilizarse el Crisis Support Questionnaire como medida del soporte social. También el Cuestionario de
Problemas Sociales, mide la presencia o ausencia de problemas sociales en: casa, negocios, empleo,
pareja, familia y contactos sociales.
La evaluación del ambiente familiar es muy importante, ya que a veces es donde se centra el problema.
Para ello está el Family Environment Scale que nos da una visión acerca de la percepción individual del
medio y de su familia, aunque es necesario también que sea adaptado a la población española.

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7.4 Cuarto paso: recopilación de datos
Una vez evaluadas todas las áreas, procederemos a recoger los datos obtenidos mediante la entrevista e
instrumentos. Todo ello se orientará a una futura intervención psicológica que, combinada con el
tratamiento médico tendrá como objetivo la recuperación del paciente o al menos la remisión de los
síntomas.

8. EL PROCESO DE CONSULTA MÉDICA DE LOS PACIENTES CON ENFERMEDADES DIGESTIVAS

Actualmente, sabemos que los dolores abdominales en la población aparentemente sana son muy
frecuentes, calculándose una prevalencia de alrededor del 25% en mujeres y del 16% en varones. En la
tabla 2 se resume la prevalencia encontrada en distintos estudios realizados en diferentes países.

Una vez que sabemos que la experiencia de estos síntomas es frecuente, la siguiente cuestión es analizar
cuantos de los pacientes que presentan malestar abdominal acuden al sistema sanitario. En algunos
estudios sobre prevalencia del Síndrome del Intestino Irritable (SII) se ha incluido un ítem preguntando si
el paciente ha consultado previamente al médico o no. Los resultados demuestran que sólo entre el 23% y
el 47% de los enfermos que padecen este trastorno han acudido al profesional de la salud.

PREVALENCIA DE DOLOR ABDOMINAL EN POBLACIÓN DE DIFERENTES PAÍSES

País Nº de pacientes Prevalencia Referencia

Inglaterra 301 20% Thompson y Heaton

Estados Unidos 789 24% Drossman et al

China 233 29% Bi-Zhen y Qi-Ying

Tabla 2

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Sin embargo, cuando se realizan estudios prospectivos sobre este aspecto, se puede conocer mejor el
proceso que siguen los enfermos que no consultan. Así, se comprueba que el 70% de los pacientes con SII
que padecen molestias abdominales simplemente no las recuerdan, las olvidan inmediatamente. El 30%
restante sí lo recuerda pero, de ellos, el 17,5% considera que no tiene la suficiente importancia como para
molestar al médico, mientras que el 12,5% restante sí que acuden al sistema sanitario porque están
preocupados por ese dolor.

Por tanto, tenemos tres grupos bien definidos de pacientes: el primero consulta a su médico; el segundo
tiene síntomas y los recuerda, pero no consulta; el tercero, tiene molestias pero no las recuerda y, por
tanto, no consulta. Se analizó la intensidad subjetiva del dolor en cada grupo y se comprobó que el primero
tenía molestias significativamente más intensas que el segundo y este, a su vez, significativamente
superiores al tercero. Es decir, los pacientes que olvidaban las molestias parecía ser que la razón era su
baja intensidad. Los que las recordaban pero no consultaban presentaban una intensidad media. Por
último, los enfermos que consultaban padecían unas molestias mucho más intensas que los otros dos
grupos.

No obstante, en un análisis de regresión, la intensidad de los síntomas estaba lejos de explicar toda la
varianza. Otro de los factores importantes eran los niveles de ansiedad, que resultaban ser
significativamente más elevados en los enfermos que consultaban. También otros trabajos confirman que
los pacientes con SII muestran mayor frecuencia de trastornos psiquiátricos, en general, que los individuos
controles. Sin embargo, no está claro que es antes o después, cuál es la causa y cuál es el efecto: los
pacientes, cuando se les interroga, afirman que la causa de la ansiedad son sus molestias digestivas y no al
revés. Sin embargo, si esto fuese así, cabría esperar que los niveles de ansiedad, (medidos con
cuestionarios específicos) correlacionaran con la intensidad de los síntomas digestivos. Esto es, los
pacientes que manifiestan mayor ansiedad, tendrían que padecer mayor intensidad de síntomas. Sin
embargo, se demuestra que esto no es así: no hay ninguna correlación entre ansiedad y síntomas
digestivos, a excepción de la distensión abdominal, que si correlaciona. Por tanto, parece ser que la
ansiedad es previa al malestar digestivo.

Por último, hay otro aspecto importante. Los pacientes que consultan por SII cuando se les administran
cuestionarios específicos, son más propensos a admitir síntomas somáticos de cualquier otra enfermedad,
no sólo digestiva. Así, se confirma que estos pacientes tienden a consultas al médico antes que los
individuos controles, cuando presentan cualquier síntoma físico. Es decir, tienen tendencia a buscar ayuda
médica antes que la mayoría de las personas.

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9. LA RELACIÓN TERAPÉUTICA

Uno de los mayores problemas en el manejo de los pacientes con trastornos funcionales digestivos es la
falta de una prueba que nos permita confirmar un diagnóstico positivo de la enfermedad. El paciente tiene
molestias abdominales y todas las pruebas que se le practican resultan negativas. Como los síntomas son
crónicos el paciente suele realizar varias consultas y frecuentemente se cuestiona si el médico no habrá
olvidado algo, y por esto no encuentra el mal orgánico que "en realidad" padece. Esto conlleva que a
menudo el médico se sienta cuestionado por el paciente y caiga en la tentación de contraatacar pensando
que los síntomas del paciente son imaginarios y tributarios exclusivamente de tratamiento psiquiátrico.

Esta pérdida de confianza mutua será el primer fracaso en el manejo exitoso del paciente funcional y
resultar en el inicio de un largo peregrinaje a través de distintos médicos, especialistas, paramédicos,
pruebas, etc., todo lo cual puede llegar a convertir la búsqueda de la causa de las molestias digestivas en el
centro sobre el que pivoten todas las actividades del paciente, con el consiguiente estrés y ansiedad que
ello comporta y la retroalimentación que éstos tendrán sobre la fisiología y los síntomas digestivos. Por ello,
la relación que se establezca entre el médico (y en muchas ocasiones, el psicólogo) y el paciente será de
gran relevancia en este tipo de trastornos, ya que ésta puede incidir directamente en una mejoría o
empeoramiento de la enfermedad. La relación terapeuta-paciente en los trastornos funcionales digestivos
debe tener en cuenta los siguientes puntos:

1. Establecer una relación de igualdad y empatía: es importante que el terapeuta no se muestre


superior y autoritario ni tampoco sumiso y condescendiente. El enfermo debe sentir que el
profesional que lo está tratando le escucha y trata como a una persona adulta, sin compadecer al
paciente por sus molestias y problemas.
2. Discusión de los resultados y los síntomas: se trata de que el paciente tenga la oportunidad de
saber y hablar sobre, por ejemplo, porqué la gastroscopia es normal si él tiene dolor abdominal.
Determinar qué síntoma es el predominante o más molesto y las situaciones que pueden
exacerbarlo o mitigarlo. En general, la relación terapéutica debe contribuir a que el paciente pueda
adoptar medidas conscientes que le permitan controlar mejor sus síntomas, y participar de forma
activa en el manejo de los mismos.
3. Reconocer los miedos y expectativas del paciente: muchos pacientes con dispepsia funcional leve
son conscientes de que sus síntomas se correlacionan, por ejemplo, con situaciones de estrés o de
ansiedad, y se conforman con que el terapeuta corrobore su impresión. Sin embargo, hay otros
pacientes que tienen mayores dudas sobre el origen orgánico de sus síntomas y puede que tengan
incluso auténtico pánico a que realmente padezcan una enfermedad grave. Es importante detectar
a estos pacientes para poder confrontar y dar respuesta a estos miedos y dudas con total
trasparencia y seguridad. Así mismo, es importante conocer cuáles son las expectativas del
paciente. Generalmente el paciente espera que le encuentren un trastorno corporal que se pueda
solucionar fácilmente con un tratamiento. Sin embargo, hay pacientes totalmente convencidos (y

Medicina Psicosomática Y Psicología ed la Salud. Curso 2019-20 39


angustiados por ello) de padecer una enfermedad grave que les va a llevar al quirófano, o incluso
de que van a terminar sin tolerar ningún tipo de alimento y tendrán que ser alimentados por sonda.
4. Clarificar los malentendidos y las dudas: explicar al paciente el carácter crónico y recidivante de las
molestias, haciendo hincapié en que las recidivas o épocas de más síntomas son normales y no
indicativas de la presencia de enfermedad grave. Así mismo, es importante trabajar para conseguir
que las expectativas del paciente, tanto sociales como laborales, no se vean afectadas por los
síntomas. En general, se debe intentar que el paciente modifique lo más mínimo sus pautas de
conducta y que aprenda a seguir con sus actividades normales a pesar de que en ocasiones pueda
notar molestias abdominales. Se debe explicar al paciente que es normal que en ciertos periodos
note algunas molestias abdominales y que entienda esto como un evento normal en este tipo de
trastornos y no como un signo de alarma. También es importante que el paciente no aprenda a
escudarse detrás de los síntomas abdominales para evitar situaciones que no desea o conseguir
otro tipo de beneficios.
5. Resaltar el buen pronóstico vital: siguiendo con el razonamiento anterior, es muy importante que el
paciente quede convencido de que nosotros no tenemos la más mínima duda del diagnóstico y del
buen pronóstico vital del trastorno funcional.
6. Negociar un plan de tratamiento: este punto puede resultar a simple vista un poco controvertido,
pero es de gran importancia para conseguir la implicación activa del paciente, y que a la larga éste
aprenda a convivir con sus periodos sintomáticos sin que ello le genere dudas. Si es necesario, para
que un paciente quede seguro de que le decimos la verdad y no le ocultamos nada, que se haga
determinada prueba diagnóstica, debemos mostrarnos abiertos a negociarlo. Esta negociación se
hará evidentemente bajo la orientación profesional del médico especialista y siempre intentando
minimizar el número de pruebas innecesarias que se hagan.

10. INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA

La posibilidad de intervención terapéutica da un sentido pleno a la Psicología dentro del marco de la Salud
y mas concretamente, de los problemas hasta ahora exclusivos de la Medicina. De poco serviría la inclusión
de un psicólogo en un grupo multidisciplinar si se limitara a exponer teorías etiológicas o a realizar estudios
postdictivos.

Si observamos de cerca las quejas de nuestros pacientes, nos daremos cuenta de que se hace alusión a
dos problemas distintos. Por un lado, aparecen referencias a los síntomas propios de su enfermedad, como
dolores estomacales o diarreas. Pero por otro lado, aparecen otras quejas, más propias del curso crónico
de la enfermedad que de ésta en sí. Nos referimos a los problemas sociales, laborales y emocionales
derivados de esa situación de enfermo crónico. Son así la ansiedad y la depresión bastante comunes no

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solo entre nuestros pacientes, sino entre todos aquellos que deben vivir con unos síntomas casi siempre
presentes. De esta realidad debe derivarse el tipo de intervención que realicemos.

Folks y Kinney resumen en varios puntos la importancia de los factores psicológicos a la hora de afrontar el
tratamiento de las enfermedades gastrointestinales:

1. Rasgos de personalidad, patrones de conducta.


2. Problemas psicopatológicos asociados (depresión, ansiedad...).
3. Modos de vida, incluyendo el abuso de alcohol, tabaco, dieta inadecuada, otras drogas...
4. Incumplimiento o resistencia a la terapia preventiva.
5. Diversidad de respuestas al tratamiento médico.

Algunos médicos optan por el tratamiento farmacológico; así, es frecuente observar cómo pacientes que
habían sido diagnosticados de SII y crisis de ansiedad, mejoraban sus síntomas gastrointestinales tras un
tratamiento con ansiolíticos. Existe, sin embargo, la posibilidad de utilizar procedimientos psicológicos, que
aun atacando directamente los síntomas psicopatológicos, carecen de los peligrosos efectos secundarios de
la medicación.

La modificación de los estilos de vida de los pacientes se convierte en otra nueva área donde intervenir. Se
pretende la supresión de todas aquellas costumbres, sobre todo abusos de alcohol y tabaco, que pudieran
estar influyendo negativamente en el curso de la enfermedad. Se pretende a su vez la creación de nuevos
hábitos, como la atención al tratamiento médico prescrito (el cual suele ser abandonado con el tiempo), o
la modificación de la dieta hacia otra con un contenido más acorde con las posibilidades estomacales del
paciente. A este respecto parece que las sesiones de grupos de enfermos pueden ayudar a que los
pacientes se conciencien de las relaciones existentes entre su estilo de vida y el curso de su enfermedad.

Como vemos, las aportaciones de la Psicología al tratamiento de las enfermedades gastrointestinales son
amplias. Como ya dijimos, prácticamente todos los paradigmas se han acercado de un modo u otro a este
campo y de este acercamiento han ido apareciendo aplicaciones, no siempre afortunadas, pero que poco a
poco van abriendo el camino para nuevos estudios. Desde la Psicofarmacología hasta sofisticadas técnicas
de Psicoterapia Breve han sido utilizadas con el fin de suprimir los síntomas de estos pacientes y algunas de
ellas, como esta última, con gran éxito. Aun así estamos frente a un campo que está naciendo, pero
bastará solo una estrecha colaboración entre profesionales de la salud para que los resultados, tarde o
temprano, confirmen nuestras excelentes previsiones.

Con todo ello, y como ejemplo de intervención psicológica vamos a seleccionar el SII, porque
aproximadamente el 75% del total de pacientes con trastornos digestivos funcionales presentan este
síndrome.

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10.1 Tratamientos en consultas médicas
La mayoría de los pacientes con SII, hasta el 83% del total, responden al tratamiento farmacológico y al
apoyo psicológico habitual ofertado desde las consultas no psiquiátricas. Sólo un 20% de estos pacientes
serían candidatos a tratamiento en salud mental.

En consultas no médicas debe emplearse tratamiento farmacológico y psicoterapia de apoyo.

1. Farmacología: los fármacos con los que se tiene mayor experiencia en el tratamiento de este
trastorno son los tricíclicos. Concretamente, se ha usado amitriptilina a dosis de 75 mg/día
nocturnas, a las que se llega tras tratar durante la primera semana con 25 mg/día y la segunda
semana con 50 mg/día. También se ha empleado desipramina y el antidepresivo tetracíclico
maprotilina con buenos resultados. Los factores que se asocian a buen pronóstico son edad joven
y extroversión como rasgo de personalidad. En los últimos años se han utilizado antidepresivos
serotoninérgicos y la impresión clínica es que son efectivos, aunque apenas hay estudios
controlados. Aparte de los antidepresivos, en los últimos tiempos se han preconizado fármacos del
tipo de los agonistas kappa agonistas y antagonistas de la serotonina y análogos de la
somatoestatina. Otros fármacos menos probados son antagonistas de la colecistoquinina como el
loxiglumide y el análogo de la hormona liberadora de gonadotropina, el leuprorelin. No hay datos
de eficacia de estos productos.

2. Psicoterapia: no hace falta una psicoterapia específica para estos pacientes, pero como en todos
los somatizadores o enfermedades psicosomáticas se recomienda la técnica de reatribución: tras
interrogar al paciente por los síntomas físicos, hay que preguntarle también por su situación
psicosocial. Después de una exploración física suficientemente amplia, se debe relacionar los
síntomas físicos y los psicológicos y renombrar la enfermedad como trastorno depresivo de
ansiedad o de adaptación. A partir de ahí, ofertarle tratamiento farmacológico. Además, a nivel de
atención primaria habría que ofrecerle técnicas sencillas de manejo del estrés como relajación o
técnicas de resolución de problemas.

10.2 Tratamientos en salud mental


Las técnicas específicas en salud mental, aparte del tratamiento farmacológico ya comentado, serían la
psicoterapia dinámica, la cognitivo- conductual, la familiar y la psicoterapia grupal.

1. Psicoterapia dinámica: para los autores psicodinámicos, el problema se centra en una alteración en el
desarrollo de las relaciones objetales durante la infancia: existen desajustes severos en la función
cuidadora durante los primeros años de la vida, y esto altera la capacidad autorregulatoria del niño. Para
compensar este déficit, se apega a otros significativos idealizados, cuya principal función es calmar su
tensión. La consecuencia es que son incapaces de establecer relaciones estrechas, estables y satisfactorias.

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Las dificultades en las relaciones interpersonales constituyen el principal desencadenante. Esta hipótesis se
ve refrendada por estudios sobre el tema: las carencias afectivas son muy frecuentes en estos pacientes,
incluso con maltrato físico y sexual.

Sobre esta base, el tratamiento que proponen los psicoterapeutas dinámicos es una relación médico-
paciente intensa, personal e íntima. Guthie, aunque utiliza terapia breve, de sólo unas 7 sesiones de media,
recomienda una primera entrevista de una duración extremadamente larga e inusual: 3 horas. Taerk utiliza
una terapia de 2 años de duración, a razón de dos sesiones semanales. El objetivo es obtener un grado de
intimidad que permita que el paciente pueda discutir sus más íntimos sentimientos y miedos.
Esta relación tan intensa con el terapeuta, denominada “transferencia” en el lenguaje psicoanalista, se
convierte en un espejo donde el paciente va a volver a repetir las dificultades que tiene en las relaciones
interpersonales (incapacidad para formar relaciones satisfactorias, miedo a desarrollar relaciones duraderas
o incapacidad para adaptarse a la pérdida de seres queridos). Durante la terapia, el análisis de la
transferencia permite:

1. Comprender, gracias al espejo que supone el terapeuta, las distorsiones en las relaciones
interpersonales que le impiden desarrollar relaciones satisfactorias y que se encuentran en él.
2. Por otro lado, al reparar estas distorsiones con el terapeuta, supone una experiencia correctiva que
podrá trasladar al resto de relaciones.

Al modificar el tipo de relaciones que establece con otras personas, los síntomas disminuyen y hace poco
probable que puedan aparecer de nuevo en el futuro.
La psicoterapia dinámica ha demostrado su efectividad para el tratamiento del síndrome del intestino
irritable en múltiples estudios, que confirma nuestra propia experiencia con Psicoterapia Breve, en cuyo
marco hemos incluido recientemente la intervención con E.M.D.R. (Eye Movemente Desentizitation and
Reprocessing) en los casos, frecuentes, en los que hay antecedentes traumáticos.

2. Psicoterapia cognitivo-conductual: desde la perspectiva cognitivo-conductual, defendida por Salkovskis,


en el síndrome del intestino irritable existen una serie de factores predisponentes y unos factores
mantenedores. En la figura 5 presentamos el modelo cognitivo del SII.

Los factores predisponentes son:

1. Estímulos que provocan ansiedad: incluye cualquier síntoma físico o la información médica. Una
vez recibido este estímulo, el individuo empieza a prestar más atención a su cuerpo. La
consecuencia es que suele detectar nuevos síntomas que tienden a confirmar su sospecha inicial,
aumentando la ansiedad. Este fenómeno es bien conocido en las escuelas de medicina.

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2. Consecuencias biológicas: la principal consecuencia biológica de la ansiedad es la activación
fisiológica vegetativa con palpitaciones, taquicardia, dificultad para respirar, tensión muscular, etc.
Esto hace que se incrementen los pensamientos amenazadores.
3. Conductas que provocan ansiedad: incluyen comportamientos como el chequeo corporal continuo
que puede producir, por ejemplo, aumento de la inflamación o, en el caso del SII, observar
continuamente las defecaciones o la distensión abdominal. Estas conductas tienden a perpetuar el
síntoma.
4. Conductas que buscan seguridad: las conductas para evitar los síntomas son muy variadas. En los
pacientes con SII pueden manifestarse como la necesidad de defecar en lugares o momentos
determinados, o evitar salir de casa para no correr el riesgo de defecar por la calle. Al final, el
paciente llega al convencimiento de que las medidas de precaución son efectivas, y de que existe
un peligro real y continuo que sólo puede ser controlado con dichas medidas.

Aumento de la sensibilidad a las


sensaciones intestinales

FOCO DE ANSIEDAD
“Puedo perder el control de los intestinos”

Aumento de la Evitación del ejercicio.


motilidad Cambios en el uso del retrete.
gastrointestinal Búsqueda de la reafirmación
médica.

Figura 5

Factores mantenedores: una vez que se ha iniciado la enfermedad, ésta se mantiene en base a una serie
de factores que son:

1. Aumento de la actividad (arousal) fisiológica: Los pacientes con SII perciben molestias
abdominales, y se sienten ansiosos pensando que pueden perder el control sobre sus intestinos.
De esta forma, se incrementa el malestar y el dolor aumentando su miedo a la incontinencia.
2. Foco de atención: al focalizar la atención sobre el sistema digestivo, se percibe de forma más
intensa el dolor y las molestias abdominales aumentando todo el ciclo patológico.

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3. Conductas evitativas: los pacientes con SII o cualquier otra enfermedad psicosomática se
encuentran muy centrados en cualquier molestia corporal. Para intentar minimizar estas
sensaciones, evitan cualquier actividad física. El enfermo piensa: “gracias a que apenas hago
ejercicio puedo soportar la enfermedad”. Sin embargo, con el tiempo, el paciente va disminuyendo
su rendimiento físico debido a la falta de entrenamiento, sin embargo, esto es interpretado como
debilidad y como muestra del progreso de la enfermedad.
4. Búsqueda de reafirmación: la reafirmación por parte del médico de que no tiene nada, sólo le sirve
un tiempo corto. A medio plazo, vuelve a ir al médico y solicitar nuevas pruebas. Contrariamente a
la expectativa del médico de que las pruebas confirmarán definitivamente al paciente que no hay
ninguna enfermedad, éste sigue solicitando más pruebas.
5. Interpretación errónea de la información médica: los pacientes tienden a retener información
médica, (generalmente sesgada y sacada de contexto) que es consistente con sus temores.

Sobre esta base, el tratamiento cognitivo-conductual consiste en:

A) Incorporar al paciente al tratamiento: muchos pacientes se resisten a ser tratados en salud mental. Es
una expectativa poco realista pensar que, inicialmente, van a aceptar la importancia de los factores
psicológicos. Por eso, no debe insistirse en este aspecto sino reconocer la evidencia de que el paciente
presenta molestias. Se le plantea que vamos a intentar un nuevo método de tratamiento. En cualquier
caso, podemos examinar la eficacia de los anteriores tratamientos preguntándole: ¿Cuánto tiempo lleva
siendo tratado con fármacos y por médicos no psiquiatras? ¿Ha sido efectivo? ¿Alguna vez ha puesto a
prueba la hipótesis sobre la importancia de los factores psicológicos en su enfermedad? Realizamos un
pacto para intentar este tratamiento durante un tiempo, pongamos 4-6 meses. Posteriormente, lo
evaluaremos y, si no ha habido resultados, siempre estamos a tiempo de volver a los tratamientos iniciales.

B) Revisar el esquema de la enfermedad que tiene el paciente: habitualmente, estos enfermos consideran
que padecen una enfermedad puramente física, que consiste en el descontrol del mecanismo de la
defecación. Además, están convencidos de que todos sus esfuerzos para controlar este funcionamiento, no
sólo es exitoso, sino que resulta imprescindible para su manejo social. Debemos intentar desafiar este
esquema y sustituirlo por el que hemos descrito anteriormente, todo ello en un tono empático y sin
confrontaciones.

C) Aumentar las actividades: generalmente, el mayor problema de estos enfermos es que han renunciado a
su actividad social, por el miedo a presentar incontinencia fecal. La incapacidad es tan intensa como la que
se observa en la agorafobia. Para ello, tenemos que analizar qué evidencia tiene el paciente de que va a
sufrir incontinencia. Los enfermos suelen contestar que muchas veces están “a punto” de perder el control
y que si hubiesen tardado 10 segundos más en alcanzar el baño, les hubiese ocurrido. Hay que pedirle que,
cada vez que tenga que ir al baño en un lugar seguro como el domicilio, que retenga durante unos 10

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segundos. Así irá comprobando que es posible hacerlo. Posteriormente le pediremos que retenga durante
más tiempo: 30 segundos, 1 minuto, varios minutos. El último paso, es que vaya alargando el tiempo que
está fuera de casa de forma progresiva, sabiendo que puede retener el impulso.

D) La flecha hacia abajo: el objetivo es eliminar los miedos del paciente a los síntomas. Para ello, se trata
de buscar las consecuencias últimas de la conducta temida como se ve en la tabla 3.

Podría haberse seguido más, pero suele ser suficiente para el paciente. Posteriormente, se le confronta con
la técnica de la inversión de roles, diciéndole: ¿Cómo se sentiría usted si a un amigo le pasase eso? El
enfermo suele replicar que sentiría gran simpatía por él, por lo mal que lo estaba pasando. Esto le permite
comprender que está magnificando las consecuencias de los síntomas.

TÉCNICA DE “FLECHA HACIA ABAJO” EN UN PACIENTE CON SII

- Médico: Piensa que sería horroroso si tuviese un problema de incontinencia


intestinal. Supongamos que ocurre, ¿qué es lo peor que podría pasar?
- Paciente: Todo el mundo lo notaría.
- M: Supongamos que todo el mundo lo notase, ¿qué ocurriría?
- P: Que se disgustarían.
- M: Imaginemos que realmente se disgustaban, ¿cuál sería el problema?
- P: Que nunca volverían a hablarme de nuevo.
- M: ¿Qué sería lo terrible de eso?
- P: Que perdería a todos mis amigos.

Tabla 3

E) Mejorar su funcionamiento general: El paciente debe aprender una serie de estrategias para disminuir
las situaciones de estrés, que es el principal desencadenante de los síntomas. Para ello, debe ser capaz de
afrontar las situaciones de la vida diaria que, debido a su dificultades en las relaciones interpersonales, le
producen ansiedad. En este sentido, se recomiendan técnicas para mejorar la asertividad, de forma que
pueda expresar sentimientos y negarse a realizar actividades no deseadas. También se recomienda terapia
de resolución de problemas, cuyo objetivo es capacitarle para tomar decisiones en las situaciones de

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conflicto diarias. Además, es necesario formarle en técnicas de relajación para que, aunque experimente
estrés, pueda controlarlo y evitar que afecte a su aparato digestivo.
En resumen, este sería el tratamiento cognitivo-conductual de este trastorno, similar al de otros trastornos
psicosomáticos, pero no se han realizado estudios específicos sobre su efectividad.

3. Psicoterapia familiar o sistémica: según los terapeutas familiares y, concretamente Minuchin, las familias
en las que se presentan enfermedades psicosomáticas como el SII se caracterizan por:

1. Aglutinamiento: los miembros de la familia están excesivamente involucrados recíprocamente.


Cada un manifiesta tendencias intrusivas en los pensamientos, sentimientos, acciones y
comunicaciones con los otros. La autonomía y la privacidad son escasas. Los límites
intergeneracionales e interindividuales son débiles.
2. Sobreprotección: todos los miembros de la familia muestran un alto grado de solicitud y de interés
recíproco. Constantemente se suministran respuestas de tipo protector. En particular, cuando el
paciente expresa un comportamiento sintomático, toda la familia se moviliza para protegerle,
sofocando los conflictos intrafamiliares. Por eso, la enfermedad del paciente tiene una función
protectora en la familia.
3. Rigidez: es el aspecto más característico de las familias patológicas: la resistencia al cambio.
Aparentan ser una familia unida y armoniosa en la que no existen problemas. Se niega, por tanto,
la necesidad de un cambio dentro del sistema. Las relaciones con el exterior son también muy
escasas.
4. Evitación del conflicto: existe un umbral muy bajo de tolerancia al conflicto. Cuando puede
aparecer se ponen en marcha mecanismos para evitar el desacuerdo. Aquí, el paciente juega un rol
central. No es raro observar que cuando la tensión en la familia aumenta, la aparición de síntomas
permite descargar tensiones y unir a la familia en torno al enfermo.

El abordaje de este tipo de problemas, consistiría en facilitar la expresión de sentimientos negativos en la


familia, potenciar la autonomía de los miembros y confrontar a la familia con la función protectora de la
enfermedad para evitar conflictos.

4. Psicoterapia grupal: los pacientes con enfermedades digestivas funcionales no están preocupados por el
riesgo de muerte, como les ocurre a los enfermos cardiológicos funcionales o a los hipocondríacos. Su
problema es padecer un trastorno cuyos síntomas (dolor abdominal, diarrea, estreñimiento, náuseas y
vómitos) impiden llevar una vida normal. La mayoría de los grupos terapéuticos realizados con estos
pacientes presentan un fuerte componente educativo. Se identifican los síntomas físicos y se instruye a los
pacientes a realizar diarios que documenten la ingesta de comida y otros estresores que pueden tener
influencia en la sintomatología. Con esta información, se proponen cambios en las rutinas diarias.

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Durante el proceso, los miembros se sienten apoyados y no aislados como estaban hasta ese momento. En
fases posteriores, se desarrolla una cohesión grupal que permite la discusión de temas personales e incluso
sexuales. Los estudios demuestran la reducción de algunos síntomas pero no son concluyentes. Algunos
autores recomiendan la necesidad de realizar sesiones de recuerdo para mantener la mejoría.

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