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CURSO

INTERVENCIÓN EN CRISIS
CON COLECTIVOS ESPECIALES

Unidad 2
Intervención en crisis con Personas Mayores

Natalia Lorenzo Ruiz


Licenciada en Psicología
Especialista en Emergencias
CURSO: Intervención en crisis con colectivos especiales Natalia Lorenzo Ruiz
Unidad 2. Intervención en crisis con Personas Mayores

UNIDAD 2.
INTERVENCIÓN EN CRISIS
CON PERSONAS MAYORES

2.1. EL ENVEJECIMIENTO

El envejecimiento de las personas se puede definir como toda modificación que aparece como
consecuencia de la acción del paso del tiempo sobre los seres vivos. Pero el envejecimiento,
considerado como pérdida irreparable de un determinado rendimiento funcional (fisiológico,
sensorial, motor o mental), no constituye un patrimonio exclusivo de la senectud, aunque,
naturalmente, al alcanzar una edad más avanzada se vayan acumulando un mayor número de
pérdidas y dificultades asociadas al paso del tiempo.

La vejez nunca debe ser considerada como


un estado patológico sino como algo natural

La vejez como tal es un ente abstracto, lo que existe es el envejecimiento, es decir, una pérdida de
funciones y capacidades que se da a partir de cierta edad. Este proceso comienza al completarse el
crecimiento y se desarrolla a diferentes velocidades según las personas. Por tanto, la vejez no debe
verse como un período desconectado de las fases previas de la vida, siguiendo su propio conjunto de
leyes.

“Tenga usted 25 o 65 años, 10 o 120, está envejeciendo”(OMS)

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Encontramos dificultades para delimitar exactamente la edad cronológica a la que podemos


comenzar a denominar “mayores” a las personas. En la Asamblea Mundial del Envejecimiento,
realizada en Viena en 1985, se acuerda que a partir de los 60 años de edad las personas son
consideradas como ancianos o adultos mayores. En 1990, la OMS define a la población anciana como
aquella compuesta por personas de 65 años de edad o más. En 2002, se realiza la II Asamblea
Mundial del Envejecimiento en Madrid, pero no se revisa ni actualiza dicha definición.

Actualmente, hay 901 millones de personas mayores de 60 años en todo el mundo. Esta cifra
alcanzará los 1.400 millones en 2030, o el 16,5 % de la población mundial, de la que hasta tres
cuartas partes vivirán en países en desarrollo. Se prevé que de aquí al 2050, el número de personas
mayores de 60 años se duplicará, llegando a 2 mil millones de personas (22% de la población
mundial). En 2050 habrá más personas mayores que niños menores de 14 años.

Algo más del 80% de los ancianos del planeta estará viviendo en países en desarrollo, frente al 60%
de hoy en día. En los países desarrollados, a mediados de este siglo la proporción de personas
mayores aumentará a casi una persona de cada tres.

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Globalmente, los más ancianos (esto es, los mayores de 80 años) constituyen el segmento
demográfico que más rápidamente está aumentando dentro de la categoría de personas mayores. En
2050, habrá casi 395 millones de personas de 80 años, es decir cuatro veces más que ahora.

En España, el 17,3% de la población (más de 8 millones de personas) es mayor de 65 años y se


espera que dentro de 10 años alcance el 20%, y en el 2050 más del 30%. Además, este
envejecimiento de la población no será homogéneo, si no que se centrará en los mayores de 75-80
años (serán más de 4 millones). En las proyecciones llevadas a cabo por la ONU se sitúa a España en
el año 2050 como el país más envejecido del mundo.

Cuando un desastre golpea es a las personas más débiles y vulnerables a las que normalmente
afecta en mayor medida. Se estima que cada año las crisis y desastres afectan a cerca de 350
millones de personas. Con un 12% de la población mundial mayor de 60 años, esto significa que un
número importante de las personas afectadas por situaciones de emergencia pertenecen a este
grupo de edad.

A la hora de establecer una relación de ayuda con una persona mayor tenemos que tener en cuenta
algunas de las características que acompañan al proceso de envejecimiento:

- Aumento de la fragilidad biológica, psicológica y social.


- Menor capacidad de respuesta a las modificaciones del medio que nos rodea.
- Déficits motores (enlentecimiento, falta de equilibrio, déficit de coordinación psicomotriz, etc.).
- Déficits sensoriales (problemas visuales, deterioro auditivo, pérdida de habilidades olfatorias,
trastornos del gusto, etc.).
- Déficits cognitivos y psicológicos (atención, memoria, inteligencia, aprendizaje, lenguaje, etc.)
- Cambios sociales (jubilación, fallecimiento de familiares y amigos, pérdida de las redes de
apoyo social) que van a condicionar las manifestaciones de la situación crítica en la que se
encuentra la persona.

En una emergencia, la supervivencia de estas personas suele verse especialmente amenazada, ya


que depende de manera más directa de las capacidades personales.

Vamos a revisar algunas creencias falsas que se dan en relación a este colectivo y las
emergencias:

• Tras un desastre, los integrantes de la familia y de la comunidad protegerán a sus miembros.


Inmediatamente después del tsunami del Océano Índico (Tailandia) del 26 de diciembre de

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2004, se identificaron más de 9.000 personas que habían sido dejadas atrás en la búsqueda
apresurada de ayuda.
• Durante la distribución de ayuda general se satisfacen las necesidades de las personas
mayores. En la respuesta a la crisis de Darfur (2005), por ejemplo, las medicinas distribuidas
no cubrían las enfermedades crónicas asociadas a la tercera edad, y las ropas distribuidas no
eran apropiadas para estas personas.
• Las personas mayores no requieren una atención especial en crisis. Como hemos apuntado
anteriormente, debido a la pérdida de capacidades personales derivadas del envejecimiento,
estas personas sí requieren una atención especial en momentos de crisis.
• Las personas mayores son receptores pasivos de la ayuda, económicamente inactivas y
difíciles de capacitar. La realidad es que las personas mayores pueden seguir contribuyendo al
bienestar de su comunidad, participar de forma activa en la respuesta a la crisis y ser
receptivas a las nuevas ideas.

2.2. REACCIONES DE LAS PERSONAS MAYORES ANTE UNA


SITUACIÓN DE EMERGENCIA

La mayoría de las personas mayores son razonables y proporcionan un relato claro. Una persona
mayor no necesariamente está senil o confusa, pero debemos tener en cuenta que son
especialmente vulnerables durante e inmediatamente después de la vivencia de un evento crítico. El
estrés de una situación de emergencia puede llevar a presentar conductas psicopatológicas, como
crisis de ansiedad o cuadros confusionales.

Es frecuente que presenten conductas contradictorias,


lo que puede confundir tanto a los agentes de ayuda como a la propia familia.

La persona mayor, en muchas ocasiones, se cansa pronto de colaborar con nosotros. Al presentar
dificultades de comunicación, déficit en atención y memoria hace que aumente la ansiedad o la
confusión, que puede llevar a una actitud poco colaboradora.

Algunas reacciones generales que pueden presentar estas personas ante un evento crítico son:

- Al disminuir la capacidad de adaptación (por ejemplo, al medio sanitario), pueden aparecer


conductas regresivas (conductas propias de etapas anteriores del desarrollo, por ejemplo:

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negarse a comer, negarse a recibir tratamiento, no asearse, no obedecer, pérdida del control
de esfínteres, gritos, insultos, etc.)
- Puede presentar desconfianza, al entender que el agente de ayuda desconoce todos sus
problemas.
- Aumento de los recuerdos relacionados con el pasado.
- Mayor dependencia de la familia y rechazo de la asistencia por parte de agentes externos.
- Desorientación, debido a la interrupción de la rutina.
- Utilización de la negación como reacción defensiva normal, de mala calidad, que hace negar
el peligro antes que enfrentarlo.
- Reacción inmediata de miedo, seguida de ira y frustración cuando no son capaces de
controlar la situación.
- Dificultades de concentración y de comunicación.
- Somatizaciones y reacciones fisiológicas.  Se producen estados de angustia con sensaciones
físicas diversas: temblores, sensación de ahogo, palpitaciones, y en casos graves, pérdida del
control de esfínteres.
- Embotamiento afectivo: Disminución de la capacidad para sentir emociones. Wolfenstein lo
explica de la siguiente manera: la víctima del desastre ha sido forzada a recibir más de lo que
ella puede asimilar por el momento, hay una resistencia a admitir más estímulos. El
organismo ha sido inundado y no tiene la capacidad para aceptar más durante un tiempo
dado. Por ello, la persona es insensible a lo que ocurre a su alrededor.
- Hipersensibilidad y sugestionabilidad: Están en estado de sobrealerta, por lo que son
particularmente susceptibles a las falsas alarmas o rumores de peligro.
- Disociación: Estado que desorganiza el proceso mental, produciéndose una pérdida de
control, trastornos de conducta de diversa índole, y en algunos casos, pérdida de la memoria
del hecho, seguido de desorientación y confusión.
- Culpa: Sentimiento de autorreproche, crítica y condena, que la persona se propicia a sí
misma cuando realiza un acto, o deja de realizarlo, que entra en contradicción con sus
sistema de valores, convicciones y creencias. Puede darse también la culpa del sobreviviente:
sensación de autocondena por haber vivido después que otros murieran.
- Descompensaciones: Algunas personas que previamente al advenimiento de la situación de
emergencia tenían un nivel de desequilibrio emocional o que padecían un trastorno mental, la
crisis puede precipitarlas a la descompensación: depresiones, trastornos obsesivos, fobias,
esquizofrenias y otros trastornos psicóticos.

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Cuando la persona mayor es la víctima directa de la situación de emergencia, es decir, es la persona


directamente afectada, lesionada o enferma, nos podemos encontrar con las siguientes dificultades:

 Descripción incompleta de síntomas, por:


o Miedo a las intervenciones sanitarias resultantes
o No aburrir al personal sanitario
o Creer que los síntomas son algo normal para alguien de su edad
o Deterioro intelectual
o Apatía asociada a la depresión que puede padecer
o Creencias acerca de la salud

 Síntomas vagos o inespecíficos, por:


o Respuestas físicas y fisiológicas anormales a los procesos patológicos
o Presentación anormal de enfermedades específicas
o Daño cognitivo

 Múltiples quejas, por:


o Prevalencia de enfermedades múltiples coexistentes
o Somatizaciones

Cuando la persona mayor es el acompañante, amigo o familiar de la víctima directa, también puede
requerir nuestra atención, pues suelen vivir la situación de emergencia como una situación
atemorizante y motivo de ansiedad. Por ello, necesita estar informada sobre todos los aspectos de la
situación de su familiar o amigo y de su evolución.

Después de vivir una catástrofe (por ejemplo, huracanes e inundaciones), muchos adultos mayores
experimentan problemas psicológicos. Muchos sienten que han perdido el trabajo y los ahorros de
toda su vida, y también pierden las esperanzas. En muchos casos los miembros de la familia se
separan, y en muchos otros la atención médica y psicológica llega de forma interrumpida. Entre los
pacientes de mayor edad se ven problemas de ansiedad, de memoria, depresión, insomnio, e
intentos de suicidio. Se observa una alta tasa de problemas psicosomáticos (enfermedades cuyos
síntomas físicos son causados por angustia emocional o psiquiátrica), junto con peores problemas de
salud y tasas de mortalidad en aumento.

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Los mayores son más propensos que las personas más jóvenes a necesitar apoyo psicológico para
reducir los efectos del estrés y para acentuar el bienestar emocional y la recuperación. Es importante
entender que algunos adultos mayores pueden estar enfrentando la pérdida de seres queridos, más
la pérdida de capacidades físicas y posiblemente su independencia.

No obstante, algunos adultos mayores han demostrado en experiencias pasadas que están
preparados y cuentan con excelentes habilidades para hacer frente a las catástrofes, como su
capacidad de adaptación y su experiencia al haber atravesado y sobrellevado diversas situaciones
críticas a lo largo de su vida.

Es necesario tener en cuenta las características propias del adulto mayor. En algunas culturas los
ancianos son fuente de experiencia y sabiduría. Son personas que tienen conocimientos sobre
métodos tradicionales de curación, apoyan, contienen y dan seguridad a los niños. Los ancianos
transmiten experiencias a través de historias, cuentos y canciones; estas generalmente llevan un
mensaje positivo de afrontamiento de las situaciones difíciles.

La experiencia previa, las estrategias de afrontamiento, las habilidades y el conocimiento tradicional


y comunitario son factores clave para mitigar el impacto de las emergencias.

Reconocer, fomentar y apoyar las capacidades y la contribución de las personas mayores en la


respuesta a una emergencia es vital para luchar contra la creencia generalizada de que son solo un
colectivo vulnerable, dependiente y receptor pasivo de la ayuda.

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2.3. PAUTAS DE ACTUACIÓN CON LAS PERSONAS MAYORES

Las actitudes, estereotipos o mitos en los agentes de ayuda y en la persona mayor pueden afectar a
su encuentro interpersonal. En esta relación humana y profesional hay respuestas emocionales
bilaterales, conscientes e inconscientes, que pueden facilitar o entorpecer su desarrollo. La
comunicación entre el agente de ayuda y el anciano es compleja. Se necesitan habilidades
relacionales, verbales y sobre todo no verbales, por parte del profesional.

Algunos estereotipos que se dan en este contexto son:

- Los ancianos son incapaces de cambiar


- No merece la pena explicarles demasiado (¡no se van a enterar!)
- Son susceptibles, rígidos, irritables y demandantes.
- En caso de sordera, es mejor gritarles.

Debemos ser conscientes de estos estereotipos, pues ello significa poder empezar a reformularlos.

Como profesionales que somos tenemos que mejorar la habilidad para enfrentarnos a situaciones por
medio de la identificación y tratamiento de problemas con solución.

Las dificultades que nos podemos encontrar son fundamentalmente la ignorancia o negación de los
problemas por parte de la persona mayor enferma o accidentada y la ocultación de los síntomas.

Cómo actuaremos ante estas circunstancias:

- Estamos muy acostumbrados a comunicarnos de manera agresiva, siempre con el erróneo


criterio de “no perdamos el tiempo”. Éste es un colectivo en el que el ritmo pausado a la hora de
comunicar y, sobre todo, la ternura debería tener un papel destacado en nuestra actuación.
- Debemos mostrarnos tranquilos y hablarle con un tono de voz suave. Si le hablamos con un tono
de voz fuerte y la persona no nos comprende, entonces solo lograremos confundirla y llevarla a
un estado de ansiedad.
- Debemos establecer una relación interpersonal empática. Hablarle de forma clara y despacio, con
frases cortas y sencillas. Para favorecer la comunicación nos situaremos a su mismo nivel
espacial (frente a frente; por ejemplo, si la persona está sentada nos agacharemos o nos
sentaremos a su lado). No utilizaremos tecnicismos ni palabras que no entiendan. Tampoco
usaremos palabras groseras. La persona mayor ha de sentirse comprendida y no criticada.

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- Permitiremos ocasionalmente compartir los recuerdos de la persona afectada, ya que redunda en


que perciba mayor interés y deposite mayor confianza en nosotros.
- Adoptaremos una actitud de incondicionalidad y apoyo. No debemos aumentar los sentimientos
de inutilidad personal de la persona mayor ni la sensación de dependencia del agente de ayuda.
No intentaremos suplirles en las cosas que pueden hacer por sí solos. Le preguntaremos si
podemos ayudarles y en qué necesitan nuestra ayuda.
- Tenemos que tener paciencia en el trato personal. Por ejemplo, podemos esperar una cálida
aceptación interrumpida por un acceso de ira.
- Debemos señalar cuál es el problema y las posibles soluciones para el mismo, evitando las
valoraciones morales y sin dejar de prestar apoyo incondicional a la persona mayor, sin olvidar
que apoyar no significa "darle siempre la razón". No debemos juzgar moralmente el
comportamiento de la persona mayor o el de otros significativos
- La información debe ser continuada y, en muchos casos, es preciso repetir varias veces las
mismas cosas, pues los trastornos de atención y memoria propios de la edad hacen que se
olviden muchos detalles. Por esta misma razón, debemos identificarnos como agente de ayuda
tantas veces como sean necesarias, para que la persona mayor asimile bien quiénes somos y qué
funciones tenemos.
- No daremos explicaciones largas, utilizaremos instrucciones sencillas, dividiéndolas por partes si
es preciso.
- Les hablaremos de forma clara y concisa, utilizando frases cortas y sencillas, sin olvidar que son
adultos y no debemos de tratarlos como niños.
- Debemos facilitar la compañía y el afecto, ya que son esenciales para este grupo de población.
- Utilizar la comunicación no verbal y el contacto físico para transmitirle seguridad, en ocasiones
puede ser más efectivo que las palabras.

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- Debemos asegurarle en todo momento la confidencialidad y la privacidad.


- Utilizaremos el contacto visual y el táctil para mantener la atención.
- Les daremos tiempo para contestar, sin presionarles ni acosarles, ayudándoles si hace falta, pero
procurando que sean ellos los que contesten.
- Animaremos y reforzaremos las respuestas de la persona mayor.
- Atenderemos a cualquier demanda con muestras de interés.
- La escucha activa es imprescindible en la relación de ayuda con personas mayores. Debemos
aclarar, repetir, reflejar, resumir y mantener una conducta no verbal adecuada.
- No les tratemos como discapacitados, a menos que presenten una disminución física o psíquica
importante. Si bien, la capacidad auditiva suele disminuir con la edad, por lo que debemos
asegurarnos de que la persona nos escucha. Esto no significa que debamos gritarles,
simplemente hemos de preguntarles.
- No les llamaremos “abuelo/a”, “viejecito/a”, etc. Un simple “señor/a” y, mejor aún, tratarles por
su nombre, bastará para dirigirnos a ellos.
- Algunas veces no expresan verbalmente todo lo que quieren decir, así que cuando no entiendan
algo no debemos pensar que no se enteran, hemos de preguntarles.
- Contrarrestemos las posibles disminuciones que puedan presentar debido a su edad buscando la
ayuda de personas más jóvenes de su entorno. Por ejemplo, en el caso de que la persona
afectada no recuerde qué tratamiento médico está siguiendo, podemos preguntarle a su hijo/a.

Las claves del éxito en la comunicación con las personas mayores


son la paciencia, la empatía y la escucha activa

En el caso de tener que realizar una evaluación sanitaria, antes de iniciar la exploración, les
avisaremos de que tendremos que tocarles ciertas partes del cuerpo, y que esto es necesario porque
intentamos descubrir y determinar en qué consiste la lesión. Debemos advertirle que le realizaremos
preguntas y que sus respuestas serán muy importantes para la evaluación de las lesiones. No
debemos olvidarnos de advertir acerca del dolor que podemos causarle en el momento de palpar
áreas en las que posiblemente existan lesiones, pero no dejaremos de agregar que la sensación
dolorosa será breve y que la forma en que nos responda a dicha sensación servirá de ayuda para
determinar aquello que no marcha bien. Debemos recordar la consecuencia de pasar por alto esta
advertencia relativa al dolor que puede experimentar la persona mayor afectada: perdería la
confianza que hayamos logrado inspirarle.

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Algunas acciones para reforzar los mecanismos de los adultos mayores para enfrentar una catástrofe
pueden ser:
• Procurar un entorno seguro. Preguntarles sobre sus inquietudes respecto a la seguridad.
• Evitar el aislamiento e identificar los vínculos y relaciones estables. Las relaciones son
la conexión con la vida, pero se debe dejar a la persona decidir con quien desea juntarse, no
debemos suponer que las relaciones familiares son amistosas. Se necesita cercanía física y
afectiva.
• Fomentar la calma, enfatizando que sus reacciones son normales. Es preciso
asegurarles que la falta de concentración, la pérdida de memoria, las dolencias físicas, etc…
son reacciones normales a la emergencia y al desastre.
• Hablar del evento de forma objetiva. Las personas mayores quieren tener información
objetiva, pero asimilan los hechos poco a poco y, por tanto, piden que se les repita la
información varias veces. Con el tiempo, habrán integrado la información, lo que les dará un
mejor control del evento mismo.
• Brindar apoyo y promover la confianza. Es importante hablar acerca del efecto de la
situación. La persona puede tratar de dilucidar su vida y no el suceso que acaba de ocurrir.
No debemos evitar esa ventilación. Validar las inquietudes pasadas es una parte importante
para ganarse la confianza y prepararse para tratar los problemas actuales.
• Ayudar a mantener el sentido de identidad y contribuir a preservar la cohesión de la
comunidad, facilitando el acceso a los servicios de asistencia y actividades posteriores al
desastre necesarias.
• Tomar en cuenta las diferencias culturales. Considerar las diferentes tradiciones y
antecedentes culturales. Los servicios prestados a los grupos dominantes no tienen por qué
ser apropiados forzosamente a cada minoría.
• Establecer rutinas, lo más pronto posible. Es incluso preferible reiniciar rutinas antiguas.
Las rutinas son el ancla en el proceso de envejecimiento.
• Generar oportunidades que permitan que ellos se sientan útiles y valorados.

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