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Arequipa y La Independencia Del Perú (1821-1824)
Arequipa y La Independencia Del Perú (1821-1824)
presente en los miembros de las clases altas; sin embargo, únicamente Wibel pudo
percatarse que el comportamiento político arequipeño no podía deberse a un simple
fidelismo, sino más bien, este encubría cierta ambigüedad que no llegó a comprender
claramente, afirmando que se trataba de “sentimientos realistas contrastantes.
Un Pragmatismo muy Oportunista. Ni realista ni patriota.
Llevó a sus habitantes a reconocer claramente cuáles eran sus intereses y
necesidades y la manera de preservarlos por encima de cualquier ideología política en
lucha. La aceptación del régimen español no tiene que ser vista como una
identificación plena con el sistema colonial, sino como una necesidad para la
conservación de dichos intereses. Si este interés los impulsaba a defender el sistema
español, lo hacían, pero dentro de las limitaciones que establecía su propia capacidad
de sobrevivencia; y cuando las autoridades intenten sobrepasarla, sus habitantes
responderán con dilaciones o negativas.
Jerónimo Valdez → carta de agradecimiento y despedida al cabildo de Arequipa,
luego de haber permanecido cerca de dos años en el cargo de comandante de los
ejércitos reales de esta provincia. Cuatro años después, exponiendo al rey de España,
se refería a Arequipa como “voluptuosa y corrompida” en la que no se podía tener
“moral” y “disciplina”, para justificar las razones por las que su colega, el brigadier
Mariano Ricafort, perdió toda una división de soldados cuando los conducía en julio de
1821 desde Arequipa a Lima. Los elogios e insultos de Valdez contra Arequipa,
podrían estar determinadas por un comportamiento pragmático y oportunista de sus
pobladores, que trató de ser entendida por Wibel y que define a una ciudad con un
extendido sentimiento regionalista.
Antonio José de Sucre → estuvo en Arequipa por 39 días. Disfrutó del oportunismo
arequipeño; determinando que su ánimo fuera desplazándose desde la algarabía de los
primeros días hasta la turbación más absoluta, un mes después. Sucre había
considerado que su recibimiento casi glorificado se traduciría en generosos donativos,
y al no llegar, cayó en frustración y rabia.
Un sentimiento regionalista
El comportamiento en los arequipeños, estuvo extendido en todas las clases que
comprendían la sociedad local, que fue un efecto de un sentimiento regionalista, que
diferenció a los arequipeños de otros pueblos, eligiendo su propia seguridad sobre la
patria y la corona.
En 1810, el Cabildo de Arequipa rechazó un pedido de armas para auxiliar a la
Intendencia de La Paz, que se encontraba convulsionada por una revolución popular.
¿Razón?: dichas armas eran necesarias para la defensa de la ciudad; y a pesar del
peligro que pudo significar el levantamiento de la Paz para la región, las autoridades
locales consideraron que “de los 200 fusiles que quedan no son suficientes a mantener
el buen orden, atentas a las actuales circunstancias”
Cuando el general arequipeño Goyeneche fue relevado por el brigadier Joaquín de la
Pezuela, muchos soldados arequipeños desertaron, ya que de la Pezuela no era
arequipeño.
Confirmando este regionalismo tan evidente, Sarah Chambers señala que los
arequipeños mostraron en esta época mayor disposición a “derramar su última gota de
sangre” cuando les parecía que su propia ciudad estaba directamente amenazada.
Agrega que si los supuestos sentimientos “realistas” de los arequipeños tuvieron más
de interés y defensa propia que una convicción fuerte, entonces ese mismo interés
pudo haber estado presente en el comportamiento de muchos connotados personajes
arequipeños, tildados injustamente como “defensores del poder real”.
Reflexiones finales
Durante mucho tiempo, algunos historiadores se refirieron a Arequipa en relación a
sus títulos coloniales de “muy noble y muy leal” y “fidelísima”, sin tratar de excavar qué
había debajo de esos reconocimientos. Más aún, como durante el proceso de
independencia no se produjo ninguna manifestación patriótica a favor de la
emancipación, entonces concluyeron que se trataba de una ciudad “realista” y que
solo participó del movimiento cuando el régimen colonial había muerto.
Si existió alguna forma de fidelismo entre los arequipeños, fue con sus propios
intereses y necesidades, los mismos que buscaron resguardar por encima de las
efímeras fuerzas en pugna (realistas o patriotas).
La élite arequipeña había consolidado durante la guerra una importante base
económica que le permitió fácilmente adaptarse al nuevo orden, al menos
políticamente, y a través de sus fuertes lazos familiares y sociales, seguir
monopolizando el gobierno de la ciudad.