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David Garrett, autor del presente artículo, es un historiador británico cuyo tema
de investigación es básicamente la nobleza indígena de sangre del Cusco, fenómeno que
ha sido abordado en diversos trabajos en los cuales se analizan las características de este
grupo y sus relaciones con otros actores de la sociedad colonial, especialmente en el
contexto de fines del siglo XVIII y comienzos del siguiente. Concretamente en este
trabajo, el autor se encarga de darnos un panorama general de la situación que
presentaba dicha nobleza indígena en los años previos a la rebelión de Túpac Amaru.
En primer lugar, Garrett señala que los descendientes de la nobleza de sangre del
desaparecido Imperio Incaico constituyeron, al igual que sus antepasados, una verdadera
nobleza durante la época colonial. Los integrantes de este grupo vivían sobre todo en el
corregimiento del Cercado del Cusco, a lo largo del valle de Huatanay. Tenían sus
viviendas y propiedades rurales en las diferentes parroquias de dicha jurisdicción, como
por ejemplo San Jerónimo y San Sebastián. Aunque también se establecieron en otros
corregimientos vecinos. Según cálculos aproximados se podría decir que
numéricamente la nobleza de sangre equivalía a dos mil o tres mil personas, siendo ese
el cinco por ciento de los habitantes del Cercado.
Garrett también denomina a dicha clase como los “incas coloniales” y señala que
solamente algunos indios nobles del Cusco habían recibido tal reconocimiento oficial.
El mismo rey de España, Carlos V, a los pocos años de darse la Conquista, había
entregado a las viejas panacas unas “patentes de nobleza” así como escudos propios
mediante las cuales certificaba su carácter noble y su ascendencia inca. Tal distinción
real no se le había dado a ningún otro grupo de indios nobles del virreinato, pese a que
muchos exigían esto como sucedió con ciertas familias puneñas y también con el mismo
José Gabriel Condorcanqui.
Este reconocimiento que recibió de parte del rey la nobleza de sangre del
Tahuantinsuyo se debió en gran parte al importante apoyo que esta había prestado en
favor de los españoles durante las guerras contra la resistencia de los generales de
Atahualpa primero y los incas de Vilcabamba después.
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A su vez, en lo político tuvieron el monopolio sobre los cacicazgos de las
parroquias del Cercado del Cusco. En efecto, los caciques principales y secundarios de
esta jurisdicción provenían de la nobleza de sangre y por tanto ejercían control sobre la
organización de la mita y el cobro del tributo. La sucesión cacical se hallaba sujeta a
una cédula dada por el rey Felipe II según el cual el cargo lo asumía únicamente alguno
de los hijos varones del cacique, sin embargo en la práctica solía incluirse como
herederas a las hijas o también los esposos de estas que en ocasiones incluso resultaban
ser españoles.
Garrett señala que era común entre los “incas coloniales” practicar la endogamia
para conservar la pureza de sangre aunque esto no siempre se cumplía puesto que en
ocasiones se daban matrimonios mixtos con indios nobles de privilegio o criollos de la
región. Esto último permitió que se crearan fuertes vínculos entre indios nobles de
sangre y criollo en el Cusco. Sin embargo, estos últimos tenían más preferencia por
emparentar con inmigrantes españoles. Lo que sí rechazaban de plano los incas
coloniales era las uniones con indios del común pues ello les restaría valor a su linaje.