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Del nominalismo al sensacionalismo

Pero lo que en este punto nos interesa en particular es el impulso


que las tesis nominalistas iban a darle al dominio de la investigación
científica y técnica, y a la crítica epistemológica. El rechazo de la “ciencia aristotélica”,
doctrina que había dominado toda la época precedente, la
insistencia en el conocimiento de las realidades singulares, restauraron la
curiosidad respecto del mundo que habrá de marcar con tanta intensidad al
Renacimiento. Paralelamente, la filosofía sensacionista inglesa descien-
de en línea recta del nominalismo de Occam y se presenta de entrada co-
mo uña crítica metodológica y conceptual muy radical.

En un primer momento, la filosofía sensacionista5 se desarrolla a lo lar-


go de varios ejes:
—En ella es esencial la dimensión empirista y experimental: la ob-
servación constituía la fuente única de conocimiento, y el desarrollo de
las ciencias positivas sólo resultaba de la multiplicación de los datos re-
cogidos y de las investigaciones experimentales.

El nominalismo estaba lejos de desembocar sólo en la denuncia


del carácter artificial del lenguaje (ídolos). Ya en Occam, y muy abierta-
mente en Hobbes, el lenguaje aparece como el único lugar de la verdad
científica: “La
ciencia es una lengua bien hecha”, dirá.Condillac.

El pensamiento
consistía en operaciones realizadas con ideas; combinaciones, relaciones,
asociación de ideas; el conocimiento emergía del análisis como la per-
cepción de una relación (identidad, diversidad, coexistencia, etcéteraXen-
tre los elementos simples que eran las ideas. Las ideas en sí podían ser
complejas (es decir reducibles a una combinación de ideas simples), o
bien simples e irreductibles, provenientes en tal caso de la experiencia
sensible en sus dos registros: sensación y reflexión (percepción interna
de las facultades mentales: memoria, atención, voluntad, etcétera). Las i-
deas complejas eran ya el resultado de un trabajo combinatorio del pen-
samiento; en consecuencia, resultaba posible analizarlas y descomponer-
las en sus elementos últimos (“atomismo mental”).

Dentro de la más pura tradición nominalista, Locke reduce de esas


maneras las categorías aristotélicas de modo y sustancia, hasta entonces
consideradas formas a priori del conocimiento y esencias constituyentes
dé lo real, a simples agregados estadísticos de sensaciones. Un grupo su-
ficientemente constante de percepciones denominado con un solo nom-
bre.

Así, “el espíritu es una tabla


rasa, el espíritu está vacío, y la sensación lo llena. La reflexión sólo en-
trega lo que ha recibido de la sensación”.
De ese modo, el conocimiento se descompone en dos tipos de rela-
ciones. El primero es el que relaciona una idea y lo real: aunque sea ab-
surdo dudar de la existencia de las cosas,11 es cierto que en este dominio
toda certidumbre es relativa y siempre sujeta a revisión. El segundo asocia dos ideas entre
sí, y en este otro campo la certidumbre puede ser to-
tal.

Por lo tanto el lenguaje es el úni-


co lugar de la verdad, en el sentido de certidumbre segura de las proposi-
ciones, pero su valor representativo es relativo: sin duda esa certidumbre
no es nula, y nuestras ideas generales no son arbitrarias, pero en ese ám-
bito la experiencia y el uso son nuestros únicos maestros.

Berkeley, en su inmaterialismo místico, les negaba toda existencia.


No hay materia, ni sustancia, ni ideas abstractas: sólo hay ideas singula-
res, impresiones sensibles y el trabajo simbólico del espíritu
parte, una idea sólo puede remitir a otra idea y no a una cosa; para Ber-
keley la realidad se reducía a los otros hombres y Dios, los únicos ca-
paces de suscitarla en cada uno.

El idealismo radical de Berkeley preparó así el terreno al escepticis-


mo de Hume, quien sin decirlo iba a fundar la psicología asociacionista;
su visión era en efecto más la de un moralista que la de un científico, y
serán los sucesores quienes den carácter positivo a una obra esencial-
mente crítica. En él, sin embargo, ya es evidente el deslizamiento: Loc-
ke disertó sobre el entendimiento humano, Berkeley sobre los principios
del conocimiento humano, y en su tratado Hume estudió la naturaleza
humana.

Las ideas complejas y el conocimiento se


constituían por la acción de una fuerza de atracción, de asociación, en la
que se reconocía una facultad mental cuya función le parecía a Hume
muy superior a la de la razón: la imaginación​.12 Esa era una ley psico-
lógica que este autor ubica en el mismo plano que la atracción en la físi-
ca newtoniana: las ideas se asociaban irresistiblemente debido a su se-
mejanza, a su contigüidad o a un lazo causal que las vinculaba; de ese
modo se constituían las ideas complejas.

Hume quiso demostrar la fragilidad de la razón, cuya existencia por lo demás no


negaba, pero cuyo imperio le parecía muy pobre frente a la potencia de la costumbre,
del sentimiento y de la creencia, potencia a la cual acompaña la asociación de las
ideas. En el ámbito de la motivación de las conductas humanas, Hume adoptó
también una posición escéptica inspirada en el materialismo de Hobbes: los motores
principales de las acciones hu-manas eran la búsqueda del placer y la fuga del dolor.

Para sostener una práctica


cotidiana y empírica de lo real, mediante la cual se evitaban los sofistas
de Berkeley (es decir, se lograba la sustitución de un razonamiento per-
fecto y absurdo según las evidencias del sentimiento y de la costumbre).

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