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De Itacumbú a Managua (MR en XXX)

¨Hermano¨, me dijo el Gauchito. Y nos dimos un abrazo cargado de años, amigos,


historias, muertos.

Es el muchacho que aparece en primera línea (donde siempre estuvo) en la


fotografía que ilustra  la tapa de la primera edición de la Rebelión de los Cañeros.
Cuando el despertar de los sesenta Raúl entra en los cañaverales del norte, el
Gauchito hacía años que volteaba caña. Ya tenía entonces 15 años, que es edad de
hombre grande entre zafreros.

¨Yo lo vi al hombre¨, cuenta el Gauchito, y ¨acompañe¨.

Modesto, sencillo el ¨acompañe¨.

¨Acompañe¨ significó su presencia en el quilombito de María Bashinha, único local


de reunión autorizado para las peonadas, y fundar allí la Unión de Trabajadores
Azucareros de Artigas.

¨Acompañe¨ fue revistar en la pequeña hueste que se reunió en torno al estandarte


tupamaro que planta Raúl en los días en que los peludos andaban a monte por el
Itacumbú.

¿Qué fue de los cañeros que iniciaron la gesta? ¿Qué de los protagonistas de la
Rebelión, su rebelión?

Cuando escribe la memoria


Hay una zona del cerebro donde las neuronas archivan recuerdos. Pueden quedar
allí, dormidos, sin aflorar, por años. Pero basta la presencia de un paisaje, un
hombre, que forman parte de esos recuerdos, para que los recuerdos salten del
archivo, frescos, intactos, como para repetir lo de ¨si parece que fuera ayer¨.

Pero ocurre que en la memoria no hay ayer. El calendario, el reloj, son argucias para
atrapar el tiempo. Cuando decimos ¨de eso hace como cuarenta años¨, es para que
el interlocutor se haga una idea. Porque la memoria no contabiliza el tiempo. Y es
por eso que los recuerdos me resultan contemporáneos, como este reencuentro con
el Gauchito (que de apelativo es ¨Leal¨) que trae a mis dedos el material de archivo.

Un gaucho en la capital
La irrupción de las marchas cañeras sobre Montevideo provocaron un corte de aire
en la respiración de quienes las vieron. Porque habían entrado en la capital los

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personajes de Quiroga las Misiones, los de Barret en las yerbateras, los alzados de
Javier de Viana, los montoneros que acompañaron a Artigas en el ¨Ismael¨ de
Acevedo Díaz. Y ahí estában, con ponchos raídos, sombreros aludos, melenudos,
curtidos, con cartelones reclamando tierra como el indiaje y el gauchaje y el negrerío
que hicieron la patria y no recibieron más parcela y la del camposanto.

Los cañeros que llegaban eran los descendientes del matero, eran una cruza de
razas, con lenguaje propio, fronterizo, donde se mezclaban desde soldados que se
habían alzado en Brasil con Luiz Carlos Prestes, hasta las quitanderas históricas que
en esta oportunidad habían abandonado los quilombitos de Quaraí para integrar la
marcha. 

Y con ellos el Gauchito, que nunca quiso tomar un ómnibus y que caminaba descalzo
y por la calle. Porque los zapatos se gastan y tenía solo un par. Así, descalzo, sentado
en el cordón de la vereda, se leyó de un tirón ¨Las ranas¨. Al Gauchito lo había criado
una maestra.

Las citaciones de Raúl


Fue por entonces que recibí una convocatoria de Raúl, estilo citaciones judiciales
(conservo alguno que otro papelito). BUSCALOOOOSSS
Sendic ya estaba clandestino después de las expropiaciones de armas para los
cañeros que andaban a monte en el Itacumbú, acción del Tiro Suizo, dónde lo
identifican.
Allí voy, a un apartamento en Rivera y Arrascaeta, donde, con otra identidad, vivía
con Violeta. Allí asoma, sonriente y en chancleta: ¨tenés que escribir sobre los
cañeros¨ y me da unos apuntes, que luego de ojear, y en ese estilo de humor que
siempre mantuvimos, le comento: ¨meritorio … meritorio … muy meritorio lo suyo¨.

 A los pocos  días Raúl y Viola tienen que evacuar el lugar porque en una acción
fallida caen en la vecindad Vique, Santana y Castillo, tres peludos que intentaron una
expropiación. Castillo forma parte hoy del núcleo de compañeros desaparecidos en
Argentina, donde en la larga lista revistan protagonistas de la Rebelión, como toda la
familia de Severo y sus hijos, el Tatú entre ellos, que como el Gauchito por aquellos
días del comienzo también tenía unos 15 años y con ellos las mujeres y los niños,
todos.

Punta del Diablo


A veces salíamos para interior con Raúl, clande él, pero orgulloso y seguro de su
documento de identidad, que incluía un carnet policial. Tan seguro que una vuelta,
rumbo a Tacuarembó, me hizo levantar un milico que hacía dedo, uniformado, y que
dejamos en la Comisaría, agradecido.

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Pero en otra rumbeamos hacia Punta del Diablo, donde Raúl había afincado al Negro
Almada con su familia cañera, con vistas a firmar una base que mirara hacia el
océano,

El peludo en la costa se bolea. Hubo otros cañeros que no se adaptaron. Almada  sí, y
allí, en Punta del Diablo, tenía con otros tiburoneros una lancha en cooperativa.

Vivían en un par de ranchos de techo de totora, entre dos dunas. En uno la familia y
en el otro hacia charque con los correcostas y los angelitos y las zardas, que se
vendían y venden en el mercado como bacalao.

En el auto íbamos Raúl, Jesús,  el Gauchito y el que suscribe, al volante.

El hombre de campo y más aún el cañero, bien del norte, es del ensopado y de la
carne sin pesar (esa que no pasa por la carnicería, que no se pesa, que se obtiene en
la correría del hambre). No es comedor de pescado, ¨que no llena¨. 

Así que la ruta y vamos pastoreando las majadas para ver si algún carpincho con lana
se ponía a tiro. Y se puso, y no se veía gente y Raúl apuntó rodilla en tierra, y el
cordero entró en la valija del Volkswagen, y unos kilómetros más, cruzando el
puente, el Gaucho baja la mercadería y en la orilla del arroyo cuerea y corta en
menos que canta un gallo y seguimos, esta vez con dos medios, rumbo a los ranchos
de Almada (que supo estar en el Penal de Libertad, y que hoy sigue por la zona y en
la pesca).

Con medio cordero se hizo un ensopado. El otro se entregó las cooperativistas. Pero
antes, el que nos correspondía, fue salado por el Gauchito, que fue a la playa a
lavarse las manos, y por más que se las fregara la sal no se le iba. Fue cuando
descubrió que el agua del mar no era como la del río.

A la mañana siguiente salía la lancha a revisar las redes. Allí fuimos con Jesús; el
Gaucho dijo ¨ni cagando¨ y quedó en tierra, que era lo suyo.

La gesta de los cañeros


La epopeya del peludo rebasa los límites de un libro. 
Desde Seu Pedro (Bandera Lima) que anda por ahí, mutilado y lúcido, que combatió
hasta en Colombia, y que acá lo vimos picar el murito que nos separaba de la burra
de Mailhos y cavar a la par del Gauchito el túnel del Abuso, sobre el que escribió el
primer libro -que dicta- sobre la asombrosa fuga. Fuga en la que se revela una vez
más Raúl en toda su dimensión, cuando se le propone la fuga de 20 o 25, cómo lo
más seguro, y le dan la nómina para su aprobación y él la rechaza y responde:
¨todos¨. 

El Cholo González, que volvió a Bella Unión, monteando otra vez, y esta vez con su
compañera, la formidable María Elena Curbelo, comando de la ¨70¨, bancadora

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ejemplar en todos los interrogatorios, y hoy, médico y solidaria como siempre, al
frente de una clínica en Bella Unión, para el pobrerío. Esa María Elena que se cruza
en Nicaragua con el Gauchito, la una ejerciendo lo suyo después de la cárcel en
Uruguay y el Gauchito combatiendo en el Ejército Sandinista hasta el derrocamiento
de Somoza.

Esos cañeros, los que forman Raúl en las noches clandestinas del cañaveral norteño,
se convirtieron en combatientes revolucionarios acá, en Argentina, en Chile, en
Nicaragua. Muchos quedaron por el camino, caídos unos, desaparecidos otros, otros,
como el Gauchito, trabajando de sereno en una obra.

Ellos son un hito de nuestra historia, aún sin contar. De cómo los más desposeídos,
los nietos del gauchaje que hizo la patria, hicieron historia aquí y en toda América.
Llevando por todas partes, como la mochila de Marcos Conteris, caído en combate
en Nicaragua, la insignia uruguaya nacida en Itacumbú de ¨Por la tierra y con
Sendic¨. 

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