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¿Qué heredó la madre muerta? Pensando a André Green desde Christopher Bollas

Autor: Velasco, Ricardo

Palabras clave

Afección normótica, Bollas (Christopher), Complejo de la madre muerta, Green (Andre), Duelo
blanco, Idioma humano, Objeto conservativo, Objeto y fenómeno transformacional, Ser
genuino.

El presente trabajo tiene la intención de ampliar, mediante otra perspectiva teórica, el texto
de Andre Green: “La madre muerta” (1980) que en opinión del autor es un trabajo
fundamental del psicoanálisis contemporáneo en general y una reformulación sobre la teoría
del duelo en particular. Se parte, entonces, de la revisión de conceptos fundamentales de la
obra de Christopher Bollas (1987, 1989, 1994, 2000, 2007) y a partir de ahí hacer puentes
explicativos del fenómeno descrito por Green del “complejo de la madre muerta”. El título
“¿qué heredó la madre muerta?” tiene dos sentidos: por un lado, el de dar cuenta de la
herencia del fenómeno clínico ahí descrito, es decir, lo que resulta psíquicamente para el
sujeto que vive tal complejo; y por otro el de la herencia teórica del concepto y su impacto en
el psicoanálisis contemporáneo, particularmente en la escuela inglesa independiente.

Palabras clave: madre-muerta; duelo blanco; sabido no pensado; objeto y fenómeno


transformacional; talante; objeto conservativo; afección normótica; ser genuino e idioma
humano.

Sabemos a partir de Freud (1915) que “(…) todo lo reprimido tiene que permanecer
inconsciente, pero (…) lo reprimido no recubre todo lo inconsciente” (pág. 161), de modo que
hay material inconsciente que no es reprimido y que, no obstante, habita en lo inconsciente y
suponemos que tarde o temprano también aparecerá durante el proceso analítico. De este
modo, en el en el consultorio no sólo se podrán en escena recuerdos, fantasías, sentimientos,
dolores y pensamientos que fueron enterrados por la represión, sino que también se
manifestará el inconsciente no reprimido, nunca representado, pero no por ello no vivido.

Lo no reprimido remite a lo que no pudo representarse pero que dejó huella en el inconsciente
originario, almacenándose, por ejemplo, en forma de memoria procedimental (Bleichmar,
2001) o en forma de patrones vinculares de apego (Marrone, 2001). Todo este material no
representado estará presente como si de un “tatuaje psíquico” se tratara y, en mi opinión,
abarca lo que Christopher Bollas [1] denomina “lo sabido no pensado” (1987) que es una
importante fuente de materia prima inconsciente que influirá en todo sujeto psíquico y a la
que se podrá tener acceso gracias a la regresión en la situación analítica.

Respecto a la influencia de lo “sabido no pensado” en la vida psíquica, recuerdo un paciente


adulto, quien fue adoptado por una familia de un nivel socioeconómico mucho más elevado
que el de su familia original, situación que desconoció hasta ya entrada su vida adulta. Este
paciente me relataba que, en su adolescencia temprana, la cual se desarrolló en un entorno
lleno de comodidades y lujos propios del status social en que fue criado, desarrolló cierta
fascinación por involucrarse sentimentalmente con mujeres mayores que él y de un nivel
socioeconómico mucho menor, relaciones que eran emocionalmente muy intensas,
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angustiosas, ambivalentes y con tintes dependientes y masoquistas. De este modo, durante


mucho tiempo, el paciente sabía que necesitaba de estas relaciones para su endeble equilibrio
psíquico, pero desconocía el porqué. En síntesis, el tatuaje imborrable del abandono primario
(padres originarios) se manifestaba en el paciente en forma “muda” y le dictaba la necesidad
de un patrón vincular que lo acercaba a sus orígenes, situación que durante mucho tiempo
permaneció en el campo de lo experiencial, fuera de lo representacional, es decir, en el campo
de lo “sabido no pensado”.

En palabras del propio Bollas, lo sabido no pensado es, entonces, aquello “(…) sabido como
una recurrente experiencia de existir, y no tanto porque se lo haya llevado a una
representación de objeto: un saber más bien existencial por oposición a uno representativo
(…) ” (pág.30)

Ahora bien, hablamos entonces de experiencias muy tempranas que, dada su intensidad y lo
endeble aún del aparato psíquico en ese nivel de desarrollo, se almacenan en formas distintas
a lo representacional. Pensemos ahora en otra posible experiencia; por ejemplo, en una
situación en la que “B” y “M” sufren.

La situación es esta: “B” ha perdido el amor de “M” y, dadas las condiciones psíquicas de “B”,
el amor que le ofrecía “M” es tan importante que le daba estructura, lo contenía y le daba un
sentido a su vida. Agreguemos, por otro lado, que “M” ha retirado su amor debido a un duelo
recién activado, lo que explica su retiro del “mundo objetal”. Siguiendo esta línea, “M” no ha
muerto objetivamente, pero sí lo ha hecho desde la subjetividad de “B”. Pues bien, este es
justo el cuadro que André Green propone para entender el “complejo de la madre muerta” en
donde “M” es la madre y “B” es su bebé, y el resultado desde “B” es la “muerte psíquica” de
“M” como consecuencia de un duelo de ésta última que hace que B no ocupe más el lugar en
la mente de M. En palabras del propio Green “La madre muerta es entonces, contra lo que se
podría creer, una madre que sigue viva, pero que, por así decir, está psíquicamente muerta a
los ojos del pequeño hijo a quien ella cuida.”(pag.209). De esta manera, en lo sucesivo el bebé
tendrá que adaptarse a la nueva circunstancia, que es la de vivir un maternaje interrumpido,
un holding no vivido y, por lo tanto, una existencia también interrumpida, ya que sabemos
desde Winnicott que en este nivel de desarrollo “madre y bebé” son la misma cosa, quedando
ambos con una sensación de vacío, futilidad y muerte.

El texto de la madre muerta está dentro de la así denominada por Green “clínica del vacío”,
que remite a la clínica del sujeto que si bien inicialmente acude a análisis sin una franca
“depresión” manifiesta (lo que Green llama depresión “negra” refiriéndose a la melancolía)
tiene una experiencia del self de “futilidad”, de “vacío mental” y de “inexistencia” (lo que
Green llama “depresión blanca”) que ha permanecido egosintónica a lo largo de su vida. Este
“duelo blanco” sólo puede manifestarse en el vínculo paciente-analista, por lo que resulta para
Green “una revelación de la transferencia” (pág. 215), revelación de que algo siempre ha
estado allí, algo “sabido, pero no pensado”.

El complejo de madre muerta y su consecuente “duelo blanco” nos pone entonces de lleno en
el territorio de la patología de carencia o déficit que tantos analistas señalan ahora como lo
prevaleciente en la clínica contemporánea. Al respecto, Green menciona que: “si debiéramos
escoger un solo rasgo para señalar la diferencia entre los análisis contemporáneos y lo que
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imaginamos pudieron ser en el pasado, probablemente habría un acuerdo en situarlo en el


terreno de los problemas del duelo” (Green, 1989, p. 209).

Así pues, el texto de la “madre muerta” se anuncia como una aportación de la escuela francesa
contemporánea a la problemática del duelo, problemática que se inicia con Freud en “Duelo y
melancolía” (1917) en la que estructuró en forma magistral el primer modelo psicoanalítico del
duelo, bajo el principio de la decatexia libidinal y en donde aparece la primer definición
psicoanalítica del duelo como “(…) la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de
una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, libertad, un ideal, etc.”. (pág.
241)

No obstante, en el texto greeniano, la cuestión del duelo y su definición se problematiza, ya


que justamente en el caso del “complejo de madre muerta”, lo que se pierde no es “una
persona amada”, sino “el amor de la persona”; dicho de otra manera, la persona (“madre
física”) sigue allí, pero no así el amor (“madre psíquica”), ya que los lazos afectivos y libidinales
hacia el bebé, se han retirado y en ese sentido, ella ha muerto para el bebé a pesar de que la
madre sigue allí .

Llegamos aquí al punto central del trabajo, donde lanzo los siguientes cuestionamientos: ¿Qué
consecuencias tiene ser hijo de una madre en duelo?, ¿quién emerge de este maternaje
interrumpido? y en última instancia ¿qué herencia transmitió la “madre muerta” a su hijo?

Un intento de respuesta me llevó a revisar la obra de Christopher Bollas -que en palabras del
propio Green- es “un auténtico pensador independiente que sigue su propio camino entre las
capillas de psicoanálisis contemporáneo, como un peregrino solitario” (Green, en Bollas,
1987). Fue justamente en este “peregrino solitario” en el que encontré un refugio y una luz
explicativa desde donde comprender el mundo psíquico que comparte la díada mamá-bebé y
desde allí entender lo que puede devenir como consecuencia psíquica de vivir un “complejo de
madre muerta” y así complementar desde Bollas lo que Green postula en su propio trabajo.

El puente entre los autores viene a partir de mi propia lectura de su obra en la que sostengo
que -si bien ambos autores pueden considerarse como “hijos teóricos” de Winnicott- Green se
centró más en la clínica de “lo negativo[2]” es decir, la consecuencia del “no acaecer” psíquico,
mientras que Bollas se centró en lo que “sí acontece” , lo que podría llamarse la clínica de “lo
positivo”[3].

Por “positivo” no quiero decir que Bollas se centra únicamente en aquello que la madre hace
para gratificar a su bebé (en ese sentido “positivamente”), me refiero más bien al tipo de
maternaje que encierra el concepto winnicottiano de “madre suficientemente buena” que es
aquella capaz de gratificar, pero también de frustrar, capaz de estar y también de separarse y
volver cuando el umbral de la angustia de separación está a punto de ser colmado, que es
justo lo que no pasa con la “madre muerta” greeniana, que no volvió más, y en ese sentido
dejó una huella “negativa” en su infante. Considero, entonces, que el carácter traumático
generado por el complejo de “madre-muerta” lo es justamente por la interrupción de ambas
funciones (gratificación y frustración de la madre), lo que creará una detención en el incipiente
desarrollo del infante; dicho de otro modo, no es lo mismo el no de la frustración que el nunca
más de la muerte, en el sentido que le hemos dado a la “madre muerta”.
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Hipotetizo, entonces, que, estudiando algunos conceptos de Christopher Bollas, centrados en


lo que sí se estructura a partir de un buen maternaje, podemos desde allí inferir con más
claridad cuáles son las consecuencias en la subjetividad de un bebé producto de una “madre-
muerta”, a partir de revisar “lo que no pudo ser”, si se me permite la expresión. Revisaré a
continuación algunas de las aportaciones de Bollas.

1) Lo transformacional

Lo transformacional se refiere a una experiencia subjetiva, de hecho, la primera en el álbum


biográfico, y se da gracias a la presencia de un objeto “ambiente” que brinda una sensación de
fusión estética. Tal objeto será denominado por Bollas como “objeto transformacional” y lo
podemos considerar como el precursor del “objeto transicional” winnicottiano. La madre es el
objeto transformacional por excelencia, ya que sus cuidados modifican el entorno ambiental
del infante. Analizar la función del arrullo, por ejemplo, es pensar un modo de experiencia
transformacional en donde la madre emite un tono musical con la finalidad de calmar la
angustia de su bebé y en ese sentido cambia, transforma, el self del bebé.

En palabras del propio Bollas:

“la madre es experimentada como un proceso de transformación, y este aspecto de la


existencia temprana pervive en ciertas formas de búsqueda de objeto en la vida adulta en que
es requerido por su función de significante de transformación (…), se trata de una relación de
objeto que emerge no del deseo, sino de una identificación perceptual del objeto con su
función: el objeto como transformador ambiento-somático del sujeto. La memoria de esta
temprana relación de objeto se manifiesta en la búsqueda, por parte de la persona, de un
objeto (persona, lugar, suceso, ideología) que traiga la promesa de transformar el self” (págs.
30-31).

La madre a este nivel es, pues, una especie de ecosistema, un hábitat, un continente que
recibe, hospeda, contiene y transforma lo proyectado por su bebé, de una forma estética y
armoniosa. Tal vez recordar la idea de “madre-tierra” de las culturas ancestrales nos da una
idea más clara de qué tipo de madre es la que genera fenómenos transformacionales.

Bollas explica que estas experiencias serán buscadas, aun en la vida adulta en aquellos sujetos
que la vivieron, ya que remiten a huellas mnémicas que moran en el inconsciente más
originario, el no-representacional, el sabido no pensado. La búsqueda de estas experiencias se
puede rastrear por supuesto en el arte, la religión o la ciencia, pero también suele estar
presente en un área básica del ser humano, la vida en pareja. En efecto, la pareja
“suficientemente” buena permite a ambos miembros generar experiencias de tipo
transformacional, fenómenos como la intimidad, los códigos de lenguaje o lo fusional dan
cuenta de ello.

No creo que sea casualidad que sea justamente en esta área (la pareja) donde Green (1983)
encuentra una marca disfuncional en los pacientes que padecen el “complejo de madre
muerta”. La siguiente cita es muy esclarecedora:
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“…el sujeto (que padece este complejo) permanece vulnerable en un punto en particular, a
saber, su vida amorosa. En este terreno, la herida despertará un dolor psíquico y se asistirá
una resurrección de la madre muerta” (pag.219).

Podemos inferir, pues, que la experiencia transformacional quedará bloqueada en estos


sujetos, y cualquier intento de tenerla será estropeada porque su lugar está ocupado por la
necrópolis materna. La vida en pareja es, en este sentido, un síntoma de que lo
transformacional se ha detenido.

2. Talante y objetos conservativos

En el mundo conceptual de Bollas habita también el “objeto conservativo” y su acompañante


el “talante”. Por talante se refiere al meterse en un “estado mental especial” sin que esto
implique una pérdida de comunicación con el otro. El talante, es un área legítima de
autovivenciarse, una distancia necesaria entre el self y el otro, pero sin perder el contacto (lo
que lo distingue de una fuga autista). Para Bollas (1989), todo sujeto tiene un “talante”
(ponerse meditabundo, por ejemplo) que es el resultado de un estado de existencia del sí-
mismo infantil pero que fue obstaculizado por el ambiente; es, entonces, otra forma de
expresar lo sabido no pensado. No obstante, para este autor, es importante separar el talante
“generativo” del “maligno”. La diferencia la marcan dos características:

a) el talante maligno es usado con el fin de de afectar al otro y alterar su estado de ser
(identificación proyectiva); el generativo, en cambio, busca contactar al sí mismo infantil sin
alterar al otro.

b) el talante generativo tiene capacidad “reversible” es decir, se usa y se regresa al estado


habitual para después ser usada para fines reflexivos, mientras que el maligno genera un
estado confusional ya que no se “regresa” del todo al estado habitual.

Lo que importa aquí es que el talante es, en última instancia, una forma de recrear
experiencias del self infantil no representadas y en tanto tal se puede entender como un acto
de protesta o conservación, un reclamo que grita “éste también soy yo”. El talante guarda, por
tanto, una memoria no representada como un objeto valioso que Bollas denominará “objeto
conservativo”. Este es un objeto que se preservó intacto en el mundo interno, congelado,
petrificado y sólo escuchable por el oído analítico.

Green, a lo largo de su trabajo, habla una y otra vez de metáforas de objetos congelados, lo
que remite no sólo a la imagen de la madre-muerta petrificada, sino –y este es el aporte desde
Bollas- al self infantil potencialmente vivo, pero atado; empero es el núcleo infantil el que
también está petrificado, desde ahí hace más sentido la sentencia que Bollas (2000) enuncia en
uno de sus trabajos más recientes: “madre muerta, hijo muerto”.

Siguiendo esta línea revisemos la siguiente cita en el propio Green, en donde habla sobre el
sujeto doliente: “(…) su amor (el del sujeto doliente) sigue hipotecado para la madre muerta. El
sujeto es rico, pero no puedo dar nada a pesar de su generosidad porque no dispone de su
riqueza.” (Pág. 222, el subrayado es mío). Esta potencialidad detenida, esta riqueza no
utilizable, es a mi entender una muestra clara de que el complejo de madre-muerta puede
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devenir en un objeto conservativo que en otro tiempo tal vez pueda ser utilizable, quizá en el
tiempo del análisis.

3. Lo normótico

Lo normótico es para Bollas (1987), una afección que consiste en ser “anormalmente normal”
y con ello quiere designar a cierto tipo de sujetos que, si bien pueden ser perfectamente
eficaces y excelentemente operativos, su mundo subjetivo es prácticamente ausente. Esto
recuerda a los “antianalizandos” descritos por McDougall (1993), esos pacientes robotizados
en donde todo marcha bien, exceptuando claro está que no se sienten vivos. La afección
“normótica” es, para Bollas, la enfermedad de la no-existencia, de la parálisis del “self”, de la
eliminación de la actividad subjetiva. “Si la afección psicótica se caracteriza por una quiebra en
la orientación hacia la realidad (…) la afección normótica se singulariza por una ruptura radical
con la subjetividad” (pag.179).

De hecho, el mismo Bollas en este texto ubica la afección normótica dentro de la “serie
blanca” greeniana, donde está el “duelo blanco” y el “bebé” producto de la madre muerta.
Este bebé es el futuro paciente “normótico” que llegará al análisis para que le devuelvan su
“anormalidad”.

4. Idioma humano y propio ser genuino

En su segundo libro (Fuerzas del destino, 1989) Bollas postula que existe un instinto de
destino, que expresa la búsqueda de cada persona para entrar en su propio ser genuino, es
decir para buscar su self verdadero en el sentido winnicottiano. Este instinto de destino es una
forma de pulsión de vida cuyo camino dependerá de la capacidad del entorno para facilitar o
no su potencial.

Siguiendo esta línea, este autor habla de un propio idioma humano, que no es otra cosa que la
configuración de existir de cada sujeto, lo que define su esencia y lo que lo hace “ser un
personaje” distinto y único en su entorno. Siguiendo claramente a Winnicott, Bollas describe
que es la madre la que con sus gestos espontáneos construirá junto con el infante este idioma
humano que lo acompañará toda su vida. En el pensamiento de Bollas, el sujeto adulto buscará
a lo largo de su vida objetos que se permitan ser “usados” para la expresión subjetiva de su
mismidad. Este autor entiende el mundo objetal como un mundo potencialmente
transformacionalizante, en el sentido de que los objetos están allí para poder ser vehículos de
expresión de nuestro idioma humano.

En una obra más reciente (The freudian moment, 2007) Bollas centra su atención en el
planteamiento freudiano de la teoría de los sueños y sugiere que la concepción freudiana de la
“formación del sueño” puede aplicarse muy bien a su forma de entender la vida diurna y en
general a toda la vida psíquica. Así, por ejemplo, sabemos desde Freud (1900) que un sueño se
construye en parte a través del uso de algunos objetos diurnos que en la noche serán
utilizables para formar un sueño, esto contiene la idea de resto diurno y figurabilidad psíquica
que, junto con los principios de condensación y desplazamiento, son los pilares fundamentales
de la teoría del sueño y de la formación del síntoma. Desde la óptica de Bollas, siguiendo en
esto a Meltzer (1987) y a Ogden (2005) , la vida diurna también es una continua elección de
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objetos a “utilizar” para ir configurando un “sueño diurno” que no es otro que la experiencia
de ser genuino en todo ser humano.

Bollas describe un mundo objetal “evocador” que puede potencializar fenómenos


transformacionales, en aquellas personas que se permiten ser más “lúdicas” y “libres”, lo que
sería lo contrario del sujeto normótico. Pensando desde la lógica del heredero de la madre
muerta, la capacidad de usar dichos objetos está detenida, paralizada, por lo que la “elección
de objetos” está destinada más a fines “objetivos” que a fines “subjetivos”; dicho de otra
manera e insistiendo en lo que se ha dicho, el doliente de la madre-muerta no ha podido
aprender su idioma humano; es, digamos, un analfabeto de su propio ser, la letra muerta se ha
impuesto en él y su análisis será una verdadera campaña de alfabetización, un curso para
aprender a leerse y a escribirse.

5. Conclusión

Decía a modo de introducción que el encuentro analítico permite, por sus características,
evocar experiencias de otros tiempos y, aún más, experiencias que no pudieron ser. Pienso
que en el caso del paciente que padece del complejo de madre-muerta, el encuentro analítico
buscará descongelar dos experiencias. El lograr tales experiencias determinará, a mi entender,
el cambio psíquico buscado, para esto he utilizado dos metáforas a las que me referiré a
continuación.

Primero: “Matar a la madre muerta”. A propósito de esto, Green menciona que el analista
debe empeñarse en darle a la madre muerta su “segunda muerte” pero que ésta se defiende
como “la hidra” que, una vez cortada su cabeza, aparecerán miles más. Esta alegoría da cuenta
de lo difícil de la elaboración del duelo blanco, y de la tremenda resistencia a la que el analista
se enfrentará. La clave para Green y para Bollas está en el enfrentamiento de la bestia ni más
ni menos que en el escenario transferencial. De este modo, por más absurdo que parezca, el
paciente va a hacer todo lo posible para que el analista repita la historia de abandonarlo por
otro objeto libidinalmente más atractivo y así repetir el trauma ahora con un “analista
muerto”. Green describe que en transferencia son pacientes que generan un clima
literalmente “frío”, distante, casi sepulcral, clima invernal que está kilómetros de distancia del
cálido ambiente histérico, por lo que el analista estará combatiendo continuamente su
contratransferencia aletargada y sus ganas –conscientes o no- de desligarse de su paciente.
Creo que el término de contratransferencia “mortífera” de Ogden (2000) es muy oportuno
para estos pacientes. Si, a pesar de todo, el analista se mantiene en seguir vivo, la batalla se
habrá ganado.

Segundo: “Revivir al hijo muerto”. Esta idea remite mas al trabajo de Bollas, que busca ante
todo la apertura de lo sabido no pensado y en esa línea gestar funciones no conocidas hasta
entonces por el sujeto, pero que estaban “conservadas” en busca de un estímulo ambiental
“suficientemente bueno” para desarrollarlas. El renacimiento del hijo muerto implica el
resurgimiento de su idioma humano y su ser genuino; éste será el premio de la elaboración del
duelo congelado y la reactivación del interés por el mundo objetal. Un duelo elaborado es,
ante todo, la reactivación de la economía libidinal, tal como Freud (1917) lo marcó cuando
mencionó que la elaboración del duelo implica la liberación de la esclavitud al objeto perdido y
la búsqueda de nuevos objetos.
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Para el sujeto sufriente del complejo de madre muerta, esta búsqueda nueva implica en
primer término una reestructuración de la propia parte muerta y, secundariamente, la
búsqueda externa de objetos, al fin más vitales que mortuorios, mas lúdicos que rígidos, es
decir, más susceptibles de evocar fenómenos transformacionales.

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Psicoanalista contemporáneo de la escuela independiente del psicoanálisis británico. [1]

Esta fuera del alcance de este trabajo, profundizar en lo referente a la influencia de Winnicott
en Green, y sobre su conceptualización sobre “lo negativo”. Remito al lector a dos trabajos
fundamentales de André Green como son “El trabajo de lo negativo” (1995) y “La intuición de
lo negativo en Realidad y Juego” en Jugar con Winnicott (2005) [2]

Ver por ejemplo su trabajo sobre “Los géneros psíquicos” (1994), donde postula la existencia
de “géneros” como “factores incipientes específicos del idioma personal del bebé, que
patrocinan las primeras cohesiones estéticas del mundo de los objetos” y que es lo opuesto a
los traumas psíquicos. [3]

Bibliografía

Bion, W. (1980) Aprendiendo de la experiencia. Ed. Paidós. Buenos Aires.

Bleichmar, H. El cambio terapéutico a la luz de los conocimientos actuales sobre la memoria y


los múltiples procesamientos inconscientes. Publicado en Aperturas Psicoanalíticas nº9 el
05/11/2001

Bollas, C (1987) La sombra del objeto: psicoanálisis de lo sabido no pensado. Ed. Amorrortu.
Buenos Aires.

----------- (1989) Fuerzas del destino: psicoanálisis e idioma humano. Ed. Amorrortu. Buenos
Aires.

----------- (1992) Ser un personaje: psicoanálisis y experiencia del sí-mismo. Ed. Paidós. Buenos
Aires.

----------- (2000) “Dead mother, dead child” En “The dead mother: the work of Andre Green”.
The new library of psychoanalysis. Ed. Routledge.

---------- (2007) The freudian moment. Karnac Books. Londres.

Freud, S. (1900) La interpretación de los sueños. Ed. Amorrortu. Buenos Aires.

------------ (1915) Lo inconsciente. Ed. Amorrortu. Buenos Aires.

------------ (1917) Duelo y Melancolía. Ed. Amorrortu. Buenos Aires.

Green, A. (1986) “La madre muerta” En. Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Ed.
Amorrortu. Buenos Aires.
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------------ (2005) “Jugar con Winnicott” Ed. Amorrortu. Buenos Aires.

Marrone, M (2001) Teoría del Apego un enfoque actual. Ed. Psimática, Madrid

McDougall, J (1993) “El antinalizando en análisis” En. “Alegato por una cierta anormalidad”. Ed.
Paidós. Buenos Aires.

Meltzer, D. (1987) “Vida onírica: una revisión de la teoría y la técnica psicoanalítica”. Ed.
Tecnopublicaciones. Madrid.

Ogden, T. (2000) “Analysing forms of aliveness and deadness of the transference-


countertransference”. En “The dead mother: the work of Andre Green” The new library of
psychoanalysis. Ed. Routledge. Londres

------------- (2005) “This art of psychoanalysis: dreaming, undreamt dreams and interrupted
cries”. The new library of psicoanálisis. Ed. Routledge. Londres.

Winnicott, D. (1971) “Realidad y juego” Ed. Gedisa. Barcelona.

---------------- (1979) “Escritos de pediatría y psicoanálisis”. Ed. Paidós. Buenos Aires.

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