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Introducción
“Y espero que pronto se consolará usted de mi muerte y que me permitirá seguir viviendo en
su recuerdo amistoso –la única clase de inmortalidad limitada que reconozco–.”
Carta de Freud a Marie Bonaparte (1937)
El duelo es un fenómeno que forma parte habitual de la vida cotidiana. Todos hemos to-
mado contacto, tanto vivencial como observacional, con pérdidas propias y ajenas, cerca-
nas y lejanas y sus duelos consiguientes. Es decir que el duelo forma parte integral del
vivir.
Con todo, es un aspecto displacentero y penoso de la vida, y quizá debido a esto su es-
tudio y consideración psicoanalíticos no ha tenido, a mi juicio, una atención acorde a su im-
portancia. “Duelo y melancolía” es una obra relativamente corta en la producción de Freud,
ubicada por una parte casi como ilustración del narcisismo –obra escrita sólo un año
antes–, y por otra parte dentro de un contexto social de guerra y muerte, con los tres hijos
varones de Freud movilizados en el ejército por la guerra de 1914, y su otro “hijo” intelec-
tual, S. Ferenczi, también movilizado.
Si bien “Duelo y melancolía” ha introducido nociones importantes en la teoría psicoa-
nalítica, tales como el comienzo de la noción de superyó y de formas de internalización es-
tructurante como la introyección del objeto y la identificación secundaria. Freud nunca co-
rrigió “Duelo y melancolía” a la luz de sus hallazgos teóricos posteriores pertinentes, como
por ejemplo, y principalmente, la pulsión de muerte y la teoría estructural. Contrasta esto
con las continuas revisiones y agregados a otras obras suyas, como Tres ensayos de te-
oría sexual, La interpretación de los sueños y otras. Existen muchos ejemplos de esta evi-
tación en los escritos psicoanalíticos. Un ejemplo contemporáneo es el Diccionario de psi-
coanálisis de Laplanche y Pontalis, en el cual no figura el ítem Duelo.
Creo que hay una evitación inconsciente de un tema penoso y angustiante. Una evita-
ción social más aparente se observa en la contemporánea atenuación (o a veces total de-
saparición) de ritos y costumbres concernientes al duelo, que en muchos casos responden
a una tentativa de desmentida (Verleugnung) social y colectiva de la angustia frente a la
*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Demaría 4470, 3º “A”, (C1425AEB) Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico: <adi@elsitio.net>.
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Es claro que el proceso de cada caso individual se nos presenta a través de los múltiples y
diversos “ropajes psíquicos” (psychische Umkleidungen) de cada uno en su vida y en su
contexto psicosocial en ese momento determinado. Con esto quiero decir que interpreta-
ciones del tipo “se identifica con el objeto a fin de mantenerlo vivo” son atribuciones de
sentido a posteriori.
Como he dicho, el duelo es parte constitutiva del vivir; no hay quien no tenga pérdidas
y duelos. De no ser por su habitualidad, el duelo podría ser considerado una enfermedad.
Así lo hace notar Freud (1917, pág. 242): “En verdad, si esta conducta [la del sujeto en
duelo] no nos parece patológica, ello se debe a que sabemos explicarla muy bien”. Más allá
ha ido Engel. En un trabajo titulado “¿Es el duelo una enfermedad?”, argumenta que exis-
te un factor etiológico conocido, una evolución “normal” también conocida, que se mani-
fiesta por síntomas psíquicos dolorosos, a veces incluso tiene manifestaciones orgánicas,
trastornos en la capacidad de funcionar –a veces por días, semanas o meses–, un curso
relativamente acotado en el tiempo, posibilidad de complicaciones, y finalmente una “cura-
ción” o “cicatrización” más o menos lograda.
El duelo, siendo un proceso individual, trasciende esos límites; es también un fenó-
meno social y cultural. Diferentes culturas tienen normas de comportamiento aparente-
mente diversas, pues en el fondo son similares. Básicamente apoyan al sujeto en duelo,
lo “obligan” a meterse en él, a transcurrirlo y a salir. Aquí hay, a mi juicio, un proceso de
realimentación positiva: a través de la exteriorización de los procesos psíquicos del duelo,
se crean normas sociales, religiosas, etcétera, que a su vez refuerzan y devuelven, con la
fuerza de lo colectivo, los sucesos y procesos intrapsíquicos. En el caso princeps de la
muerte de seres significativos, nos ha permitido ponernos en contacto con civilizaciones
primitivas (Freud, 1913; Roheim, 1945) y civilizaciones adelantadas ya extinguidas.
Lo que venimos observando en nuestra cultura actual es una tendencia a la marcada
disminución de los ritos mortuorios, generales e individuales (Colonna, 2001). Si bien este
fenómeno puede indicar una propensión desmelancolizadora, una desgraciada conse-
cuencia de esto, traspasados ciertos límites, sería la negación y/o la banalización de la
muerte.
El sentido del duelo indaga en los desarrollos profundos e inconscientes del proceso y su
caracterización metapsicológica. Según diferentes autores, podemos distinguir dos senti-
dos principales. Éstos no son excluyentes entre sí, pero varía el monto de su proporción
en los duelos.
de a dos” (due, “dos”, y llum –proveniente de bellum–, “guerra”). Como se ve, en la eti-
mología misma se refleja la dualidad de sentidos. Ambas variantes de sentido se en-
cuentran en todo duelo; sin embargo la segunda variante, la más persecutoria, me pare-
ce que ha sido menos destacada en general. La experiencia clínica y la vivencial apoyan
con la fuerza de la evidencia el predominio de la segunda postura descripta. Uno de los
objetivos principales de este trabajo es darle sustento metapsicológico a esta hipótesis.
“Duelo y melancolía”
No voy a intentar aquí ni una exégesis ni una revisión crítica de esta trascendental obra.
Ya he enunciado algunos de los conceptos del mismo Freud que hubiera sido pertinente
aplicar al duelo y por lo tanto a la melancolía.
Hay otros conceptos posfreudianos que también son importantes para la mejor com-
prensión del duelo, por ejemplo: la distinción clara entre introyección e identificación, entre
identificación primaria y secundaria, entre identificaciones pasajeras e identificaciones es-
tructurantes, la teoría de las relaciones de objeto internas, etcétera. Sólo me quiero ocu-
par en este lugar de una idea central en “Duelo y melancolía” que a mi juicio no se puede
seguir sosteniendo actualmente, una diferencia básica entre los mecanismos del duelo y
los de la melancolía. Freud postulaba que en el duelo, una vez producida la desaparición
del objeto externo, el yo procedía a retirar paulatinamente sus investiduras del objeto.
Pienso que aquí Freud se refiere al objeto externo y quiero hacer una reflexión acerca de
su ambigüedad respecto a ese “objeto”. No resulta claro si se trata del objeto externo o de
su representación psíquica. Tanto es así que Strachey (1953), comentando otro texto de
Freud, de 1905, se ha visto obligado a señalar: “Es escasamente necesario explicar que
aquí, como en toda otra parte, al hablar de libido que se concentra en ‘objetos’, se retira
de ‘objetos’, etc., Freud tenía en mente las representaciones mentales (Vorstellungen) de
los objetos, y no, por supuesto, objetos del mundo externo”.2 Es “escasamente” necesa-
rio, pero finalmente “es necesario”. Por otra parte, Strachey ya conocía la evolución pos-
terior del pensamiento de Freud. Por ejemplo, en el Esquema del psicoanálisis (1940)
Freud escribe: “[...] Llamamos narcisismo primario absoluto a este estado. Dura hasta que
el yo comienza a investir con libido las representaciones de objeto, a trasponer libido nar-
cisista en libido de objeto”.
Pero todavía en 1915 Freud distingue a la melancolía del duelo, porque cree que en
la primera se introyecta el objeto y en el duelo no. De ahí que Fenichel hable de la “intro-
yección patgnomónica” del objeto externo en la melancolía.
Del destino ulterior de las investiduras retiradas del objeto (¿externo?) Freud no dice
nada en ese texto. Como ya lo he señalado, en el Apéndice C de Inhibición, síntoma y an-
gustia estas investiduras acumuladas (¿en el yo?), llamadas por Freud “cargas de nos-
talgia”, producirían dolor (psíquico) por efecto de la mera cantidad.
1. Para una completa revisión antropológica véase también Roheim (1945), “Animism and Dreams”,
Psychoanalysis Review, vol. 32, págs. 62-72.
2. La traducción es mía (S. Freud, Three Essays on the Theory of Sexuality, S. E., VII, pág. 217).
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El duelo comienza con la renegación, desmentida (Verleugnung) del hecho: “¡No!”, “¡No
puede ser!”, “¡No lo creo!”, etcétera. Este estadio puede ser más o menos largo, con perío-
dos fugaces de renegación, y de aceptación más prolongados, coexistiendo a veces en al-
ternancia rápida. Finalmente el criterio de realidad se impone y el sujeto acepta la pérdida.
Freud (1917) dice:
[...] El examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más y de él emana
ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una
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Por mi parte hago notar que “una comprensible renuencia; universalmente se observa que
el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando un sustituto
asoma” y “Pero la orden que ésta imparte no puede cumplirse enseguida”, no son expli-
caciones psicoanalíticas de procesos inconscientes, sino descripciones fenoménicas.
Creo que el proceso es diferente y más complejo que lo que dice Freud, y puedo dar
una descripción metapsicológica más precisa –a la luz de los desarrollos actuales– y más
adecuada a los hechos clínicos y fenoménicos.
He aquí mi hipótesis: el yo, acatando su juicio, que deriva del examen de la realidad,
retira sus investiduras libidinales del objeto interno que representa al objeto externo per-
dido. Este retiro comienza de inmediato y tiende rápidamente a hacerse masivo.
Se produciría entonces una defusión, una desintrincación de la libido retirada de su
unión con la pulsión de muerte, que llevaría a la desneutralización de la pulsión de muer-
te en el objeto interno representante del objeto perdido. Aquí conceptualizo a la pulsión de
muerte como tendencia a deshacer las estructuras complejas y llevarlas a un estado es-
tructural más simple, a la inercia, a lo inorgánico: “[...] suponemos una pulsión de muerte,
encargada de reconducir al ser vivo orgánico al estado inerte [...]” (Freud, 1923). Esto se
referiría al nivel más primitivo, diría orgánico. Y en el ámbito clínico sus efectos se obser-
van en las estructuras investidas de pulsión de vida, y se manifiestan como conductas au-
todestructivas y heterodestructivas.
El objeto interno en cuestión no permanecería meramente “sin vida” al serle retiradas
las investiduras libidinales, sino que, efecto de la pulsión de muerte, sufriría un rápido pro-
ceso de deterioro, desorganización y autodestructividad. Esta hipótesis, que planteé por
primera vez en 1978, parecería similar a la de Green, según la cual la función de la pul-
sión de muerte sería el retiro de la investidura libidinal significativa, objetalizante de un ob-
jeto interno, pero a mi juicio no lo es.
Creo que este retiro libidinal debe completarse con las nociones de desneutralización
o desintrincación de la pulsión de vida respecto de la pulsión de muerte, liberando el ac-
cionar más o menos puro de la auto y heterodestructividad de la pulsión de muerte. Así
también opina Roheim (1945, pág. 69): “La presencia de la muerte y la disrupción de un
lazo libidinal libera a Tánatos en su forma original, que entonces se manifiesta en la au-
tomortificación de los sobrevivientes”. De no ser así, no veríamos las intensas manifesta-
ciones persecutorias observadas comúnmente en los duelos ni aquellas que, según
Green, están “más allá del displacer: el desvalimiento, la desdicha, etc.”. En mi opinión, si
el proceso sólo consiste en que a un objeto se le retira su investidura significativa, enton-
ces, dejaría de existir psíquicamente, se borraría del psiquismo.
Los procesos que estoy describiendo representan una situación de peligro para el yo
que contiene este objeto en proceso de morir/vivir, activamente destructivo y amenazador.
El yo produce ante esta situación de peligro intenso su angustia señal y moviliza sus de-
fensas. Creo que la defensa más importante es la recarga erótica, libidinal, masiva del re-
presentante interno del objeto externo desaparecido, en una tentativa de volver a investir
libidinalmente el objeto interno “muerto” y neutralizar la pulsión de muerte en él. Esta de-
fensa es del tipo que Freud (1920) describe en Más allá del principio de placer cuando se
produce una ruptura en el aparato amortiguador de estímulos: “De todas partes es movi-
lizada la energía de investiduras a fin de crear, en el entorno del punto de intrusión, una
investidura energética de nivel correspondiente. Se produce una enorme ‘contrainvesti-
dura’ [...]”.
Dado que todos estos procesos no ocurren sucesivamente ordenados, es difícil des-
cribir con exactitud su correspondencia con estados anímicos del sujeto. Pero diré que a
la defensa de renegación (Verleugnung) inicial corresponderían los “¡No!”, “¡No lo creo!”,
etcétera. Al retiro masivo de las investiduras libidinales, con la liberación de la pulsión de
muerte, concierne el estado de estupor, shock, inmovilidad y desconexión. Postulo que
atañe a una transitoria identificación con el muerto, también expresada por los deseos y/o
ideas de morir con o como él. También puede presentarse en esta etapa una aguda sen-
sación de dolor psíquico y angustia y/o una sensación de vacío doloroso.
Con el comienzo de las defensas contra este peligro interno (verdadero “agujero
negro” del yo) aparece el temor a la muerte (el temor a la identificación excesiva). Y el im-
portante aporte libidinal defensivo, sobre el objeto interno que ha sufrido previamente el
retiro libidinal, la liberación tanática, lleva a que el sujeto tenga presente en su mente, en
sus pensamientos y sentimientos, al objeto desaparecido, de un modo predominante: “No
puedo pensar en otra cosa”; “No me lo puedo sacar de la cabeza”, etcétera.
Esta situación había sido descripta de un modo parecido en “Duelo y melancolía”, aun-
que allí Freud pretendía que eso sucediera solamente en la melancolía y no en el duelo
normal, lo que es, obviamente, erróneo. Freud (1917) decía:
El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas par-
tes energías de investidura (que en las neurosis de transferencia hemos llamado “contrainves-
tiduras”) y vacía al yo hasta su empobrecimiento total.
Percibimos una sutil diferencia: en esta formulación es el “complejo melancólico” que “se
comporta como una herida abierta” que atrae hacia sí energías de investidura. En la hipó-
tesis que he planteado, es el yo (o el self) quien envía contrainvestiduras defensivas. Creo
que la diferencia proviene de si se atiende en primer término la experiencia subjetiva o la
descripción metapsicológica. Considero que desde la metapsicología las cosas son tal
como las he descripto, tanto en el duelo como en la melancolía. Desde la experiencia del
sujeto en duelo se tiende a experimentar las cosas tales como las describe Freud (es el
“complejo melancólico” que atrae hacia sí, etcétera). Eso me ha llevado a describir la sen-
sación subjetiva del sujeto en duelo como si el “objeto interno muerto” se comportara
como un “agujero negro”, tal como los describen los astrónomos, y fuerza al comienzo a
identificaciones con el muerto. Esto se ve con mayor claridad cuando ya ha empezado la
defensa por contrainvestiduras eróticas y, por lo tanto, una defensa contra esa tendencia
a la identificación.
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Estoy contenta, hay mucha gente caminando. Veo un puente pintado de color ocre, parece
el Pontevecchio (viejo = el padre). Veo agua, es verde, parece un río o un lago. En la orilla,
mucha gente camina. De pronto, un enorme monstruo, especie de dragón, color celeste
grisáceo, surje de la profundidad del agua. Avanza sobre la costa. La gente huye en medio
de una situación de pánico. Cuando despierto estoy angustiada”.
De entre sus asociaciones destaco: “Recuerdo que este monstruo se parece a un per-
sonaje (el malo) de una película para chicos Monsters Inc que vi con X... su nombre es
Randall, nombre de vaquero malo. El film ronda sobre los miedos infantiles. La empresa
se encarga a través de los monstruos de provocar gritos de niños para luego aspirar los
gritos. Estos gritos se transforman en energía que sirve para iluminar la ciudad donde ha-
bitan los monsters. Los monstruos entran en el cuarto de los niños. Cuando éstos duer-
men los asustan para que griten. Los monstruos no deben llevarse nada del cuarto de los
niños, ni los niños deben pasar la puerta. Pero sucede un error. El mejor de los monstruos
asustadores, Sullivan, comienza a proteger a una niña a quien llama Buu, por los llantos
que ella emite. Sullivan, al ver el daño que causa a los niños, y al darse cuenta que ob-
tenía más energía con la risa que con el llanto, cambia su actitud y la de la corporación.
Randall, el malo, es derrotado por Sullivan con ayuda de Buu y otro de sus amigos”.
Del análisis de este sueño selecciono lo pertinente al punto de este trabajo.
Garma describió a los sueños por colores, como significando contenidos de muerte y
excrementicios. Los monstruos aspiran el aliento de los niños ya sea que griten de miedo
o se rían. Encuentro una similitud con lo descripto como “agujero negro”.
El agua es un símbolo universal de embarazo y nacimiento. Es claro que en el sueño
surge el monstruo enorme, especie de dragón, color celeste grisáceo, que simboliza los
embriones fecundados que no pudieron prosperar. Con su carácter sorpresivo, que surge
de la profundidad de un paisaje-psiquismo aparentemente apacible, aunque en realidad
cargado de muerte. Pero en las asociaciones hay una doble mutación: de maldad a bon-
dad (Randall a Sullivan) y de espanto a risa. Su esperanza/deseo es que con mi ayuda
(Sullivan) ella (Buu) y su marido (el amigo de Buu) podrán derrotar a Randall, es decir
avanzar en la elaboración de su duelo y cambiar el cariz de su objeto interno.
El segundo ejemplo es más corto. Un viudo joven, cuya esposa había fallecido en un
accidente de auto en el que él manejaba, estuvo largo tiempo sin poder relacionarse con
mujeres. Luego pasó un tiempo en que no podía establecer contacto amoroso con las mu-
jeres con las que salía, hasta que finalmente se enamoró y decidió casarse. Pero no pudo
hacerlo hasta que fue a la tumba de su esposa y le “pidió permiso” para casarse. Sólo así
pudo hacerlo. La muerta actuaba como objeto superyoico que por efecto del análisis fue
mutando, haciéndose más permisivo.
Breve resumen de la cronología del origen de la agresividad del objeto interno persecu-
torio
Freud postuló que la agresividad del objeto dependía de la porción de odio de la ambiva-
lencia previa hacia el objeto exterior, ahora internalizado. Por lo tanto, como ya he seña-
lado antes, los autorreproches aparentes, en realidad, son reproches al objeto ahora
muerto afuera y vivo, internalizado, dentro del sujeto.
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Luego, Abraham describió que esta internalización sucedía también en el superyó (yo
diría como superyó). Es decir que no sólo el sujeto reprocha al objeto (internalizado), sino
que el objeto (internalizado) reprocha al yo del sujeto.
Finalmente me parece que, si tomamos en cuenta la pulsión de muerte, la hipótesis
que aquí he presentado como productora de la persecución (o de su incremento) por parte
del objeto interno es debida a la desneutralización de la pulsión de muerte en él. Y repito,
este objeto puede actuar como yo o como superyó, y eventualmente, al fin de un duelo
normal, como ideal.
Identificaciones
La teoría clásica señala que el duelo termina con identificaciones con el objeto perdido.
Postulo que existen identificaciones tempranas. En grado variable se van produciendo
identificaciones parciales –algunas transitorias y otras más perdurables– con el objeto
perdido, pero con la característica de ser identificaciones con aspectos negativos del ob-
jeto: con sus falencias, sus defectos, sus síntomas (o lo que el sujeto supone que fueron
los síntomas del objeto). A estas identificaciones, parciales y precoces, junto a las más
masivas descriptas anteriormente, las he denominado identificaciones tanáticas (Aslan,
1978a). Otra manifestación observable de estas identificaciones tanáticas son las vesti-
mentas de luto. El blanco, el morado, el negro son colores de duelo en diversas culturas
y reflejan la identificación con la palidez, la cianosis, la corrupción corporal del muerto.
Hasta ahora he reseñado situaciones, ideas y aspectos predominantemente persecu-
torios. Debo nombrar también las muy importantes reacciones realistas y racionales fren-
te a la pérdida: tristeza, dolor, angustia, desamparo, soledad. El llanto es típico de estos
estados e implica el alivio de una necesidad interna, un cierto grado de regresión y tam-
bién una comunicación hacia los demás (Engel, 1962). La mezcla de estas dos tenden-
cias (eróticas y tanáticas) producen a veces identificaciones como las siguientes.
Se trata de un hombre de 39 años, casado, con cuatro hijos. Su esposa muere a causa
de un accidente. Se trataba de una familia católica, muy religiosa, integrantes de grupos
de catequesis. Me consulta a la semana de ocurrido el fallecimiento. En la entrevista, el
paciente relata que había estado separado por un tiempo de la esposa, que él había te-
nido una relación extramatrimonial y la esposa, “un amigo con el que no había pasado
nada”. Todo eso había terminado unos meses atrás y reanudaron “una relación matrimo-
nial feliz”. De los primeros días de duelo relata que en un momento sintió como una luz y
vio a su esposa, que le decía: “¿Por qué a mí?”, y se desvanecía. El paciente continúa
con su relato y dice que eso lo interpretó como que la mujer lo exculpaba a él, que ella es-
taba feliz con Dios y se preguntaba por qué la había elegido a ella para ese feliz destino.
Luego de esta obvia defensa maníaca contra la culpa y la angustia persecutoria relata
que, aunque siempre ha sido muy creyente, recién comprendió el verdadero significado
de la Eucaristía después de la muerte de su esposa. En la primera misa después del fa-
llecimiento sintió que la esposa estaba en la hostia, y que la consubstancialización con
Dios era también la consubstancialización con la mujer, y que entonces ahora ella era
parte de él. Uniendo estos pensamientos con la “aparición” de la esposa pudimos cons-
truir su pensamiento: la esposa, al estar con Dios, formaba parte de él, y ahora, por vía
de la Eucaristía, también formaba parte del paciente. Esta racionalización placentera de
su identificación con la muerta respondía, al menos, a las siguientes razones: 1) al esta-
do hipomaníaco en que se encontraba el paciente; 2) a la disociación mente/cuerpo que
decía tener, el dolor estaba en el cuerpo (se señalaba el tórax a la altura del corazón) y
su cabeza era capaz de pensar y ordenar todo fríamente; 3) a sus convicciones religio-
sas, y 4) a la renegación parcial de la muerte de su esposa. Unas semanas después el
paciente relata una conversación con su hijo menor, de 8 años. El chiquito le dice muy
compungido que no va a poder ver más a su madre, que no va a poder tocarla. El paciente
le contesta que se mire al espejo porque su madre está dentro de él, que se toque el co-
razón que ella está ahí. El hijo le dice que no va a poder besarla más, el paciente le con-
testa que se ponga la punta de los dedos sobre el corazón y luego se los bese, estará be-
sando a la madre.
No todas las identificaciones son tan dramáticas ni tan graves. Por ejemplo, una pa-
ciente joven se enteró de la muerte de una tía muy allegada. A pesar de que había deja-
do de fumar años antes, la paciente compró un paquete de cigarrillos para fumar y “cal-
mar la angustia”. Sólo días después se dio cuenta de que había comprado la misma
marca de cigarrillos que fumaba la tía, fumadora empedernida.
to, con una herida en el cuerpo. Y así como éste reacciona con dolor (físico), aquella re-
acciona con dolor (psíquico). Creo que esta hipótesis suplanta con ventajas metapsicoló-
gicas, o por lo menos complementa, la hipótesis de Freud antes mencionada.
5) La preexistencia y permanencia en la literatura psicoanalítica de una concepción to-
pográfica, en vez de estructural, ha dado origen a innumerables discusiones sin fin ni so-
lución sobre qué objetos introyectados “iban” al yo o al superyó, en qué condiciones, etcé-
tera. La concepción que he planteado al principio sobre el carácter funcional de las es-
tructuras psíquicas termina con ese falso problema. Un objeto interno o una identificación
pueden funcionar como (y no está en el) yo o como superyó. Un ejemplo banal y es-
quemático podrá aclarar la cuestión: si un viudo intenta tener una relación sexual y reac-
ciona con impotencia, podemos suponer:
a) La identificación de la esposa como superyó le hace sentir culpa y dolor; por ejemplo,
se acusa de infiel o le presenta a su recuerdo escenas de sexo con la esposa, todo lo
cual lleva a que al paciente se le impida el acto sexual.
b) Si la mujer muerta está identificada como yo, puede ser que ni siquiera sienta deseos;
“está muerto” para la sexualidad y el deseo, y/o también lo están sus genitales.
c) Lo que es más frecuente, una combinación de ambos.
En una evolución favorable del duelo, i.e., hasta su resolución, la presunción básica es
que el continuado aporte de investiduras libidinales va produciendo tal evolución. ¿De qué
modo íntimo se produce esto? No lo sabemos.
No tenemos ninguna comprensión fisiológica de los modos y medios con los que puede reali-
zarse esta doma (Bändigung) del instinto de muerte por la libido. En lo que al campo psicoa-
nalítico de ideas se refiere, sólo podemos asumir que tiene lugar una muy extensa fusión y
amalgama, en variadas proporciones, de las dos clases de instintos [...] (Freud, 1924).
1) Las identificaciones “tanáticas” van cambiando hacia identificaciones más eróticas, esto
es, con rasgos más positivos, con los logros y con los ideales del objeto perdido. (“Voy
a estudiar medicina, como quería papá”.)
2) Las partes más persecutorias del objeto (objetos internos persecutorios: “objeto muer-
to-vivo”) van disminuyendo y/o perdiendo ese carácter.
3) Los afectos dolorosos evolucionan desde una preocupación predominante por el suje-
to en duelo (dolor psíquico, angustias, miedo) hacia una preocupación predominante
por el objeto perdido (tristeza, aflicción, pena, nostalgia), y luego se atenúan o desa-
parecen. Un paciente relata que se puso a llorar durante el velatorio de un tío muy que-
rido. Una persona allegada se acercó a consolarlo: “Si no sufrió, si ya era muy mayor”.
El paciente comentó: “Yo no lloraba por él, lloraba por mí”.
Duelo patológico
Cualquier duelo que se detenga –por razones internas o externas diversas– en cualquier
punto de su desarrollo, se constituye en un duelo patológico. Se entiende que cuanto
más precoz es el estadio en que el proceso se detiene, más grave será el cuadro resul-
tante. Así, los cuadros clínicos pueden ir desde la renegación psicótica, la melancolía es-
tuporosa, variedades de melancolías, pasando por la depresión neurótica crónica, etcé-
tera, hasta la “infelicidad común” que ha mencionado Freud, dependiendo de las series
complementarias de cada uno. Todo duelo patológico es una variedad de depresión, aun-
que no toda depresión responde a un duelo patológico.
Otras formas de duelo patológico pueden ser del tipo de la aparente “ausencia de
duelo” o “duelo detenido”, por una especial escisión y encapsulamiento de parte del yo y
el superyó que contienen el objeto “muerto”, como uno de los casos que he descripto. O
bien el duelo prolongado, por diversos factores. Hay una rara especie llamada “duelo por
testaferro”, estudiada por W. Greene, en la que el sujeto desplaza todas sus investiduras
del objeto perdido hacia otro objeto, y el duelo queda suspendido hasta la pérdida del
nuevo objeto. Hay también duelos “desplazados” o vividos a través de enfermedades
orgánicas.
Resumen
Escrito en 1915, Freud nunca actualizó “Duelo y melancolía” a la luz de sus ulteriores teorías, tales
como la de la pulsión de muerte, la hipótesis estructural del alma, la angustia señal, etcétera. En
este trabajo, utilizando dichas teorías, y otros conceptos actuales derivados de ellas, el autor pro-
pone una descripción metapsicológica que se correlaciona mejor y más adecuadamente con los
hechos clínicos observables, tanto en el duelo normal como en el duelo patológico. Sostiene que
la representación psíquica del objeto externo perdido es anterior a la pérdida de dicho objeto; por
lo tanto, no existe la “introyección patognomónica”. La libido no se retira del objeto externo sino de
su representante psíquico, al que también se denomina objeto interno.
Contrariamente a lo descripto por Freud, el autor postula que el yo (yo, sí mismo, self, según
el esquema referencial), una vez aceptado su juicio de realidad que le indica que el objeto se ha
perdido, tiende a retirar masivamente la libido del representante psíquico de dicho objeto. Esto pro-
duciría una defusión instintiva, con una liberación importante del efecto destructivo de la pulsión de
muerte así desneutralizada, lo que constituiría una situación de peligro para el yo. Frente a esta si-
tuación, el yo movilizaría sus defensas, especialmente la recarga libidinal masiva del objeto inter-
no en cuestión, y, de ahí en más, la desinvestidura se haría más lenta y discriminadamente como
la describió Freud. Todos estos movimientos descriptos metapsicológicamente se infieren de su co-
rrelato clínico. El proceso de duelo se jugaría entonces centralmente en el representante psíquico
del objeto perdido, compleja estructura yoica, superyoica e ideal, con cualidades preconscientes e
inconscientes. El proceso de duelo es abordado de un modo prototípico: a partir de la pérdida sú-
bita de un objeto significativo, pasa por diversas vicisitudes y alternativas hasta su finalización. Las
diversas modalidades del duelo patológico consistirían en la detención del proceso en algunas de
sus etapas, o menos frecuentemente por otros mecanismos. Se ilustra con material clínico.
DESCRIPTORES: DUELO / OBJETO INTERNO / DESMEZCLA DE LAS PULSIONES / PULSIÓN DE MUERTE / CONTRAIN-
VESTIDURA / IDENTIFICACIÓN / DUELO PATOLÓGICO
Summary
PSYCHOANALYSIS OF MOURNING
The author briefly reviews the proposals in a work that Freud never updated: “Mourning and
Melancholia”, written in 1915, in the light of his later theories such as the death drive, the structural
hypothesis of the soul, the anxiety signal, etc.
The author uses these theories and other current concepts deriving from them to propose a me-
tapsychological description that he considers better and more adequately correlated with observa-
ble clinical facts, both in normal and pathological mourning. Briefly: the psychic representation of
the lost psychic object precedes the loss of this object; therefore, there is no “pathognomonic in-
trojection”. The libido is not withdrawn from the external object but from its psychic representation,
which we also call internal object. Differing from Freud’s description, the author postulates that the
ego (ego or self, depending on the referential scheme), once it has accepted the reality judgment
indicating that the object has been lost, tends to withdraw libido massively from its psychic repre-
sentation. This produces a de-fusion of instinct, with an important release of the destructive effect
of the death drive, thus de-neutralized, which presents the ego with a situation of danger. In this si-
tuation, the ego mobilizes its defenses, especially the libidinal re-cathectization of the internal ob-
ject involved; from that point on, the de-cathectization proceeds more slowly and discriminately, as
Freud described it. All these movements, described metapsychologically, can be inferred from their
clinical correlates.
The mourning process is played out, therefore, mainly in the psychic representative of the lost
object, the complex ego, superego and ideal structure, with preconscious and unconscious quali-
ties. The mourning process is described in a prototypic way as beginning with the sudden loss of a
significant object, going through various vicissitudes and alternatives that are described in the
paper, until it terminates. The diverse modes of pathological mourning are due to the arrest of the
process in any of its stages or, less frequently, other mechanisms that are discussed briefly. The
author illustrates with clinical material.
KEYWORDS: MOURNING / INTERNAL OBJECT / UNMIXTURE OF THE DRIVERS / DEATH DRIVE / COUNTER-CATHEXIS / IDEN-
TIFICATION / PATHOLOGICAL MOURNING
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722 CARLOS MARIO ASLAN
(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 28 de noviembre de 2002; su primera revisión tuvo lugar
el 25 de julio de 2003, y ha sido aprobado para su publicación en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 19 de agosto
de 2003.)