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REV. DE PSICOANÁLISIS, LX, 3, 2003, págs.

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Psicoanálisis del duelo

*Carlos Mario Aslan

Introducción

“Y espero que pronto se consolará usted de mi muerte y que me permitirá seguir viviendo en
su recuerdo amistoso –la única clase de inmortalidad limitada que reconozco–.”
Carta de Freud a Marie Bonaparte (1937)

El duelo es un fenómeno que forma parte habitual de la vida cotidiana. Todos hemos to-
mado contacto, tanto vivencial como observacional, con pérdidas propias y ajenas, cerca-
nas y lejanas y sus duelos consiguientes. Es decir que el duelo forma parte integral del
vivir.
Con todo, es un aspecto displacentero y penoso de la vida, y quizá debido a esto su es-
tudio y consideración psicoanalíticos no ha tenido, a mi juicio, una atención acorde a su im-
portancia. “Duelo y melancolía” es una obra relativamente corta en la producción de Freud,
ubicada por una parte casi como ilustración del narcisismo –obra escrita sólo un año
antes–, y por otra parte dentro de un contexto social de guerra y muerte, con los tres hijos
varones de Freud movilizados en el ejército por la guerra de 1914, y su otro “hijo” intelec-
tual, S. Ferenczi, también movilizado.
Si bien “Duelo y melancolía” ha introducido nociones importantes en la teoría psicoa-
nalítica, tales como el comienzo de la noción de superyó y de formas de internalización es-
tructurante como la introyección del objeto y la identificación secundaria. Freud nunca co-
rrigió “Duelo y melancolía” a la luz de sus hallazgos teóricos posteriores pertinentes, como
por ejemplo, y principalmente, la pulsión de muerte y la teoría estructural. Contrasta esto
con las continuas revisiones y agregados a otras obras suyas, como Tres ensayos de te-
oría sexual, La interpretación de los sueños y otras. Existen muchos ejemplos de esta evi-
tación en los escritos psicoanalíticos. Un ejemplo contemporáneo es el Diccionario de psi-
coanálisis de Laplanche y Pontalis, en el cual no figura el ítem Duelo.
Creo que hay una evitación inconsciente de un tema penoso y angustiante. Una evita-
ción social más aparente se observa en la contemporánea atenuación (o a veces total de-
saparición) de ritos y costumbres concernientes al duelo, que en muchos casos responden
a una tentativa de desmentida (Verleugnung) social y colectiva de la angustia frente a la

*Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Dirección: Demaría 4470, 3º “A”, (C1425AEB) Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, R. Argentina. Correo electrónico: <adi@elsitio.net>.
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muerte futura, propia y de seres queridos.


El duelo es el conjunto de sucesos y aconteceres psíquicos que configuran un proce-
so que se produce como consecuencia de la pérdida de un objeto importante y significa-
tivo para una persona. Por objeto entiendo tanto una persona como un ideal; un algo con-
creto o una abstracción; un valor intrínseco o simbólico; en fin, un “algo” que tenga im-
portancia, valor y significación para un sujeto dado.
Mientras la lista de objetos pasibles de pérdida es infinita, el ejemplo princeps es la
pérdida por muerte súbita de un ser querido. Desde este prototipo se pueden deducir las
diferentes variedades y formas de los duelos.
Por pérdida entiendo su realidad psíquica, que puede referirse a un suceso real, o
simbólico, o fantaseado, o a una amenaza de pérdida.
El proceso de duelo no es voluntario y requiere un tiempo; por ejemplo, Freud habla
de uno a dos años y Engel de seis a dieciocho meses, el “Shuljan Aruj” (“Manual de prác-
ticas rituales y leyes judías”), publicado en 1488, establece “doce meses y un día”. Este
tiempo no puede ser acelerado, aunque sí entorpecido, lentificado o detenido por diver-
sas causas. En este último caso nos encontramos con duelos patológicos.
El proceso de duelo es un proceso automático, tal como Freud designaba a ciertos
procesos psíquicos, como la angustia automática.

Acaso se deba a que la tramitación de un conflicto mediante la formación de síntomas es un


proceso automático que no puede estar a la altura de las exigencias de la vida, y en el cual el
hombre ha renunciado al empleo de sus mejores y más elevadas fuerzas. De existir una opción
debería preferirse sucumbir en una honrosa lucha con el destino (Freud, 1917).

Es claro que el proceso de cada caso individual se nos presenta a través de los múltiples y
diversos “ropajes psíquicos” (psychische Umkleidungen) de cada uno en su vida y en su
contexto psicosocial en ese momento determinado. Con esto quiero decir que interpreta-
ciones del tipo “se identifica con el objeto a fin de mantenerlo vivo” son atribuciones de
sentido a posteriori.
Como he dicho, el duelo es parte constitutiva del vivir; no hay quien no tenga pérdidas
y duelos. De no ser por su habitualidad, el duelo podría ser considerado una enfermedad.
Así lo hace notar Freud (1917, pág. 242): “En verdad, si esta conducta [la del sujeto en
duelo] no nos parece patológica, ello se debe a que sabemos explicarla muy bien”. Más allá
ha ido Engel. En un trabajo titulado “¿Es el duelo una enfermedad?”, argumenta que exis-
te un factor etiológico conocido, una evolución “normal” también conocida, que se mani-
fiesta por síntomas psíquicos dolorosos, a veces incluso tiene manifestaciones orgánicas,
trastornos en la capacidad de funcionar –a veces por días, semanas o meses–, un curso
relativamente acotado en el tiempo, posibilidad de complicaciones, y finalmente una “cura-
ción” o “cicatrización” más o menos lograda.
El duelo, siendo un proceso individual, trasciende esos límites; es también un fenó-
meno social y cultural. Diferentes culturas tienen normas de comportamiento aparente-
mente diversas, pues en el fondo son similares. Básicamente apoyan al sujeto en duelo,
lo “obligan” a meterse en él, a transcurrirlo y a salir. Aquí hay, a mi juicio, un proceso de
realimentación positiva: a través de la exteriorización de los procesos psíquicos del duelo,

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se crean normas sociales, religiosas, etcétera, que a su vez refuerzan y devuelven, con la
fuerza de lo colectivo, los sucesos y procesos intrapsíquicos. En el caso princeps de la
muerte de seres significativos, nos ha permitido ponernos en contacto con civilizaciones
primitivas (Freud, 1913; Roheim, 1945) y civilizaciones adelantadas ya extinguidas.
Lo que venimos observando en nuestra cultura actual es una tendencia a la marcada
disminución de los ritos mortuorios, generales e individuales (Colonna, 2001). Si bien este
fenómeno puede indicar una propensión desmelancolizadora, una desgraciada conse-
cuencia de esto, traspasados ciertos límites, sería la negación y/o la banalización de la
muerte.

Sentido del duelo

El sentido del duelo indaga en los desarrollos profundos e inconscientes del proceso y su
caracterización metapsicológica. Según diferentes autores, podemos distinguir dos senti-
dos principales. Éstos no son excluyentes entre sí, pero varía el monto de su proporción
en los duelos.

a) El duelo como el desprendimiento de un objeto de amor, sobre el cual ya no se pueden


efectuar los actos amorosos. Es en esta línea que Freud desarrolla “Duelo y melan-
colía”, y el Apéndice C de Inhibición, síntoma y angustia, donde intenta explicar el dolor
psíquico del duelo por una acumulación de cargas eróticas no descargables o satisfa-
cibles por la desaparición del objeto amoroso correspondiente. Pollock también lo con-
sidera en este sentido. Machado lo ha descripto poéticamente: “Y no es verdad Dolor,
yo te conozco / Tú eres nostalgia de la vida buena”.
b) El duelo como los esfuerzos por desprenderse de una estructura psíquica persecutoria
antihedónica, antierótica, antivida. Por ejemplo, Lagache (1956) dice: “El sentido del
‘trabajo de duelo’ [...] es la destrucción de una autoridad moral que no permite vivir”. Y
Engel (1962): “Durante este período [el proceso de duelo] el sujeto se impone a sí
mismo un decreto contra el placer y el goce”. Es decir, dos psicoanalistas contem-
poráneos, provenientes uno de la escuela francesa y otro de la americana, coinciden
en otorgar este sentido al duelo. Es el sentido que Freud había anticipado en Tótem y
tabú (1913), en el capítulo “El tabú de los muertos”: “Esta teoría [la del tabú de los
muertos] se basa en una suposición tan extraordinaria que parece a primera vista in-
creíble: la suposición de que un paciente amorosamente querido se transforma en el
momento de su muerte en un demonio, del cual sus sobrevivientes no pueden espe-
rar nada como no sea hostilidad, y contra cuyos malignos deseos tienen que prote-
gerse por todos los medios posibles”. Y más adelante insiste: “Pero originariamente,
dice Kleinpaul, todos los muertos eran vampiros, todos ellos tenían rencor contra los
vivos y trataban de herirlos y robarles la vida” (pág. 59).1

La palabra duelo ha sido considerada etimológicamente a partir de dos orígenes distintos:


en primer lugar como derivada de dolus, “dolor”; en segundo lugar de duellum “combate
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de a dos” (due, “dos”, y llum –proveniente de bellum–, “guerra”). Como se ve, en la eti-
mología misma se refleja la dualidad de sentidos. Ambas variantes de sentido se en-
cuentran en todo duelo; sin embargo la segunda variante, la más persecutoria, me pare-
ce que ha sido menos destacada en general. La experiencia clínica y la vivencial apoyan
con la fuerza de la evidencia el predominio de la segunda postura descripta. Uno de los
objetivos principales de este trabajo es darle sustento metapsicológico a esta hipótesis.

“Duelo y melancolía”

No voy a intentar aquí ni una exégesis ni una revisión crítica de esta trascendental obra.
Ya he enunciado algunos de los conceptos del mismo Freud que hubiera sido pertinente
aplicar al duelo y por lo tanto a la melancolía.
Hay otros conceptos posfreudianos que también son importantes para la mejor com-
prensión del duelo, por ejemplo: la distinción clara entre introyección e identificación, entre
identificación primaria y secundaria, entre identificaciones pasajeras e identificaciones es-
tructurantes, la teoría de las relaciones de objeto internas, etcétera. Sólo me quiero ocu-
par en este lugar de una idea central en “Duelo y melancolía” que a mi juicio no se puede
seguir sosteniendo actualmente, una diferencia básica entre los mecanismos del duelo y
los de la melancolía. Freud postulaba que en el duelo, una vez producida la desaparición
del objeto externo, el yo procedía a retirar paulatinamente sus investiduras del objeto.
Pienso que aquí Freud se refiere al objeto externo y quiero hacer una reflexión acerca de
su ambigüedad respecto a ese “objeto”. No resulta claro si se trata del objeto externo o de
su representación psíquica. Tanto es así que Strachey (1953), comentando otro texto de
Freud, de 1905, se ha visto obligado a señalar: “Es escasamente necesario explicar que
aquí, como en toda otra parte, al hablar de libido que se concentra en ‘objetos’, se retira
de ‘objetos’, etc., Freud tenía en mente las representaciones mentales (Vorstellungen) de
los objetos, y no, por supuesto, objetos del mundo externo”.2 Es “escasamente” necesa-
rio, pero finalmente “es necesario”. Por otra parte, Strachey ya conocía la evolución pos-
terior del pensamiento de Freud. Por ejemplo, en el Esquema del psicoanálisis (1940)
Freud escribe: “[...] Llamamos narcisismo primario absoluto a este estado. Dura hasta que
el yo comienza a investir con libido las representaciones de objeto, a trasponer libido nar-
cisista en libido de objeto”.
Pero todavía en 1915 Freud distingue a la melancolía del duelo, porque cree que en
la primera se introyecta el objeto y en el duelo no. De ahí que Fenichel hable de la “intro-
yección patgnomónica” del objeto externo en la melancolía.
Del destino ulterior de las investiduras retiradas del objeto (¿externo?) Freud no dice
nada en ese texto. Como ya lo he señalado, en el Apéndice C de Inhibición, síntoma y an-
gustia estas investiduras acumuladas (¿en el yo?), llamadas por Freud “cargas de nos-
talgia”, producirían dolor (psíquico) por efecto de la mera cantidad.

1. Para una completa revisión antropológica véase también Roheim (1945), “Animism and Dreams”,
Psychoanalysis Review, vol. 32, págs. 62-72.

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Freud no distinguió introyección (término introducido por Ferenczi en 1909) de identi-


ficación y usó estos términos indistintamente. Yo considero la introyección como una de
las diversas formas de internalización, por la cual se produce el establecimiento de una
representación del objeto dentro del yo, pero donde el objeto mantiene su identidad de ob-
jeto. La identificación implica, a mi juicio, un grado mayor de internalización por la cual el
objeto interno o representación del objeto desaparece total o parcialmente y sus atributos,
o alguno de ellos, pasan a ser un atributo, una cualidad del yo. Es decir, el yo cambia y
se agrega algo que antes era patrimonio del objeto.
En “Duelo y melancolía” se describe por primera vez el mecanismo de identificación
secundaria (secundaria respecto de la primaria, y en este caso secundaria a una relación
objetal), aunque con cierto grado de confusión con la introyección ya que Freud usaba in-
distintamente ambos términos.
Para Freud, a diferencia de lo que sucedería en el duelo, en la melancolía, el retiro li-
bidinal del objeto al yo “arrastraría” al objeto al interior del yo, produciendo una identifica-
ción del objeto en el yo. Esto, en palabras de Freud, sería “la sombra del objeto ha caído
sobre el yo”. Para mí, “la sombra del objeto ha caído sobre el yo” designa el proceso que
va de la relación del yo (como mismidad, sujeto, self) con un objeto interno a la identifi-
cación con él. Luego se diferenciaría otra parte del yo que, en función de la parte agresi-
va de la ambivalencia previa hacia el objeto externo, atacaría con reproches a la parte del
yo identificada con el objeto. Visto “desde afuera”, éstos son los autorreproches. Freud
dice: “Klagen sind Anklagen” (“los lamentos son acusaciones”: los autorreproches son re-
proches).
Pienso que en este planteo de internalización del objeto externo Freud tenía muy pre-
sente la casi contemporáneamente escrita (1914) teoría del narcisismo, y más precisa-
mente la “ameba narcisista”, con su extensión pseudopódica englobando un objeto ex-
traño exterior para luego retrotraer el pseudopodio, con lo cual el objeto exterior devenía
interior al cuerpo celular.
Como ya he dicho, no se podría sostener actualmente la hipótesis freudiana de la in-
troyección del objeto en “Duelo y melancolía”. Lo que se pierde y provoca el duelo es un
objeto externo significativo para el sujeto; por eso mismo tiene una existencia psíquica
fuerte para el yo, y ésta, insisto, es previa a su pérdida.
Freud (1915, pág. 299) escribe:

[...] la muerte o el peligro de muerte de seres queridos, un padre o un cónyuge, un hermano, un


hijo o un amigo entrañable. Estos seres queridos son, por un lado, una propiedad interior, com-
ponentes de nuestro propio yo [...] (las bastardillas son mías).

Sólo se puede perder lo que se tiene.


Es cierto que luego de sucedida la pérdida hay cambios en la representación de obje-
to correspondiente, pero estos cambios tienen, a mi juicio, otras causas que intentaré ex-

2. La traducción es mía (S. Freud, Three Essays on the Theory of Sexuality, S. E., VII, pág. 217).
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plicitar más adelante.


En algunos escritos (Aslan, 1999) he tratado de demostrar que no hay diferencia en lo
que designan los términos “representación de objeto” y “objeto interno”, es decir que
serían sinónimos, términos intercambiables. Personalmente, prefiero “objeto interno”,
pues me parece que refleja mejor el carácter vivo, relacional con el self y dinámico del ob-
jeto interno. El término “representación” parece algo estático, como un retrato o una foto-
grafía. El término “objeto” parece más una película cinematográfica, con movilidad, ha-
blada y en colores. La palabra alemana Vorstellung se traduce como representación o
como idea, pero abarca también, al igual que en español, el concepto de representación
teatral o cinematográfica. En este último sentido dinámico se acercaría a lo que acabo de
atribuir al término objeto.
Finalmente, llamar a estas estructuras psíquicas objetos internos o representaciones
de objeto me parece una cuestión de gustos, costumbres o preferencias.
Nosotros, desde nuestro yo mismo, desde nuestra mismidad, desde nuestro self,
desde nosotros como sujetos, nos relacionamos con nuestros objetos internos, conversa-
mos con ellos (Sandler, 1998), recibimos sus comentarios, apoyos, críticas, censuras,
etcétera, según estén funcionando como yo, como ideal, o como superyó.
De lo que acabo de describir se deduce también una importante característica: la rela-
ción, la interrelación del yo (self, sujeto) con sus objetos, y de éstos entre sí. Es decir que
lo que se internaliza (y se puede perder luego) es en realidad una relación de objeto, con
sus afectos, pensamientos, acciones, o sea que, nuevamente, son estructuras psíquicas
extremadamente complejas. Esto, que a menudo se nos pasa por alto, ha estado a nues-
tra disposición desde El yo y el ello, donde se describe a la estructura del yo (de identifica-
ciones) como un precipitado de investiduras pulsionales, lo que actualmente podríamos, sin
forzar las cosas, especificar como relaciones objetales. Por supuesto, no son un reflejo
exacto, objetivo, del objeto externo, ya que suponemos que es un reflejo más o menos mol-
deado, o deformado por nuestras pulsiones, afectos, contextos, por nuestros patrones es-
tructurales, en fin, por nuestra subjetividad.
Pero, ¿quién tiene una imagen absolutamente objetiva como para establecer un pará-
metro de comparación? Claro que hay un consenso mayoritario, pero ése se aproxima,
como la normalidad, a una apreciación estadística.
Volviendo al duelo, creo que estas consideraciones llevan a pensar que no hay dife-
rencias en los mecanismos psíquicos del duelo y de la melancolía. Freud (1917, pág. 254)
dice: “[...] en efecto no tardamos en discernir una analogía esencial entre el trabajo de la
melancolía y el del duelo”.
Sí hay diferencia respecto a otros factores intervinientes, que procuraré describir más
adelante, y, por supuesto, diferencias de grado y de evolución.
El escenario psíquico previo a la pérdida

La idea de escenario surge de varias fuentes: de la ya mencionada variante de significa-


do de la palabra representación; del trabajo de Sandler y Rosenblatt, “El concepto de
mundo representacional”; y del libro de McDougall, Teatros de la mente. Yo quiero referir-
me a este escenario desde el punto de vista de mi esquema referencial, el cual toma como

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base la segunda tópica o teoría estructural, y se desarrolla con conceptos posfreudianos.


No me puedo extender mucho aquí, por lo que definiré brevemente mis términos. En
primer lugar considero el término “estructura” en su versión psicoanalítica contemporánea,
es decir, un concepto funcional, que define a las estructuras psíquicas por sus funciones
y no por su lugar (topos) o sustancia. Así, considero al yo como aquella estructura defini-
ble por sensopercepción, pensamiento, afectos, control de la motilidad, juicio de realidad,
etcétera; al superyó como una parte del yo que se diferencia del resto del yo y que lo ob-
serva, lo juzga, lo critica, lo condena, produce en ese resto sentimientos de culpa, etcé-
tera. La característica que además define la estructura es una cierta fijeza, una muy
menor tasa de cambio y movilidad que la de otros procesos mentales. Es decir que como
psicoanalistas observamos funcionamientos, modos de funcionar, de percibir, procesar y
devolver los estímulos internos y externos. Y de este modo, y no por ocupar un topos, un
sitio, podemos definir y reconocer estructuras normales y patológicas y sus partes en con-
flictos característicos.
Lo que más me interesa destacar aquí es que las diferentes formas de internalización
no producen identificaciones e introyecciones que van al yo, al superyó, o al ideal, sino
que funcionan como yo, superyó, o ideal. Es decir, un objeto interno o una identificación
pueden funcionar como yo, como superyó o como ideal.
Entonces, en el escenario previo a la pérdida encontramos las grandes estructuras yo,
superyó, ideal, con sus relaciones y conflictos ínter e intraestructurales y con sus objetos
internos. Todo este conjunto investido por las pulsiones de vida y de muerte, siempre en
un determinado grado de intrincación o mezcla cuantitativa y cualitativa.
De este mundo interno, en su interacción consigo mismo y con su mundo externo, va
surgiendo, desde épocas tempranas, la noción y el sentimiento de uno mismo, de sí
mismo. Este conjunto de infinitas vivencias va adquiriendo representación psíquica y
constituye la representación de uno mismo, la representación del self, de yo como sujeto.
Esto que los autores anglosajones llaman self y los alemanes Selbst. Sabemos que Freud
siempre utilizó una sola palabra, Ich (yo), para designar a lo que implícita y explícitamen-
te en diversos contextos podemos distinguir como yo de funciones, yo de identificaciones
y yo-self. Nosotros nos relacionamos con nosotros mismos, con nuestros objetos internos
y con el mundo exterior desde nuestro self. Así también con el objeto significativo que per-
demos y que va a iniciar de este modo el proceso de duelo.

Argumento. El proceso de duelo

El duelo comienza con la renegación, desmentida (Verleugnung) del hecho: “¡No!”, “¡No
puede ser!”, “¡No lo creo!”, etcétera. Este estadio puede ser más o menos largo, con perío-
dos fugaces de renegación, y de aceptación más prolongados, coexistiendo a veces en al-
ternancia rápida. Finalmente el criterio de realidad se impone y el sujeto acepta la pérdida.
Freud (1917) dice:

[...] El examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más y de él emana
ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto. A ello se opone una
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comprensible renuencia; universalmente se observa que el hombre no abandona de buen grado


una posición libidinal, ni aun cuando su sustituto ya asoma. [...] Lo normal es que prevalezca el
acatamiento a la realidad. Pero la orden que ésta imparte no puede cumplirse enseguida [...] y
entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo psíquico (las bastardillas son mías).

Por mi parte hago notar que “una comprensible renuencia; universalmente se observa que
el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni aun cuando un sustituto
asoma” y “Pero la orden que ésta imparte no puede cumplirse enseguida”, no son expli-
caciones psicoanalíticas de procesos inconscientes, sino descripciones fenoménicas.
Creo que el proceso es diferente y más complejo que lo que dice Freud, y puedo dar
una descripción metapsicológica más precisa –a la luz de los desarrollos actuales– y más
adecuada a los hechos clínicos y fenoménicos.
He aquí mi hipótesis: el yo, acatando su juicio, que deriva del examen de la realidad,
retira sus investiduras libidinales del objeto interno que representa al objeto externo per-
dido. Este retiro comienza de inmediato y tiende rápidamente a hacerse masivo.
Se produciría entonces una defusión, una desintrincación de la libido retirada de su
unión con la pulsión de muerte, que llevaría a la desneutralización de la pulsión de muer-
te en el objeto interno representante del objeto perdido. Aquí conceptualizo a la pulsión de
muerte como tendencia a deshacer las estructuras complejas y llevarlas a un estado es-
tructural más simple, a la inercia, a lo inorgánico: “[...] suponemos una pulsión de muerte,
encargada de reconducir al ser vivo orgánico al estado inerte [...]” (Freud, 1923). Esto se
referiría al nivel más primitivo, diría orgánico. Y en el ámbito clínico sus efectos se obser-
van en las estructuras investidas de pulsión de vida, y se manifiestan como conductas au-
todestructivas y heterodestructivas.
El objeto interno en cuestión no permanecería meramente “sin vida” al serle retiradas
las investiduras libidinales, sino que, efecto de la pulsión de muerte, sufriría un rápido pro-
ceso de deterioro, desorganización y autodestructividad. Esta hipótesis, que planteé por
primera vez en 1978, parecería similar a la de Green, según la cual la función de la pul-
sión de muerte sería el retiro de la investidura libidinal significativa, objetalizante de un ob-
jeto interno, pero a mi juicio no lo es.
Creo que este retiro libidinal debe completarse con las nociones de desneutralización
o desintrincación de la pulsión de vida respecto de la pulsión de muerte, liberando el ac-
cionar más o menos puro de la auto y heterodestructividad de la pulsión de muerte. Así
también opina Roheim (1945, pág. 69): “La presencia de la muerte y la disrupción de un
lazo libidinal libera a Tánatos en su forma original, que entonces se manifiesta en la au-
tomortificación de los sobrevivientes”. De no ser así, no veríamos las intensas manifesta-
ciones persecutorias observadas comúnmente en los duelos ni aquellas que, según
Green, están “más allá del displacer: el desvalimiento, la desdicha, etc.”. En mi opinión, si
el proceso sólo consiste en que a un objeto se le retira su investidura significativa, enton-
ces, dejaría de existir psíquicamente, se borraría del psiquismo.
Los procesos que estoy describiendo representan una situación de peligro para el yo
que contiene este objeto en proceso de morir/vivir, activamente destructivo y amenazador.
El yo produce ante esta situación de peligro intenso su angustia señal y moviliza sus de-
fensas. Creo que la defensa más importante es la recarga erótica, libidinal, masiva del re-

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presentante interno del objeto externo desaparecido, en una tentativa de volver a investir
libidinalmente el objeto interno “muerto” y neutralizar la pulsión de muerte en él. Esta de-
fensa es del tipo que Freud (1920) describe en Más allá del principio de placer cuando se
produce una ruptura en el aparato amortiguador de estímulos: “De todas partes es movi-
lizada la energía de investiduras a fin de crear, en el entorno del punto de intrusión, una
investidura energética de nivel correspondiente. Se produce una enorme ‘contrainvesti-
dura’ [...]”.
Dado que todos estos procesos no ocurren sucesivamente ordenados, es difícil des-
cribir con exactitud su correspondencia con estados anímicos del sujeto. Pero diré que a
la defensa de renegación (Verleugnung) inicial corresponderían los “¡No!”, “¡No lo creo!”,
etcétera. Al retiro masivo de las investiduras libidinales, con la liberación de la pulsión de
muerte, concierne el estado de estupor, shock, inmovilidad y desconexión. Postulo que
atañe a una transitoria identificación con el muerto, también expresada por los deseos y/o
ideas de morir con o como él. También puede presentarse en esta etapa una aguda sen-
sación de dolor psíquico y angustia y/o una sensación de vacío doloroso.
Con el comienzo de las defensas contra este peligro interno (verdadero “agujero
negro” del yo) aparece el temor a la muerte (el temor a la identificación excesiva). Y el im-
portante aporte libidinal defensivo, sobre el objeto interno que ha sufrido previamente el
retiro libidinal, la liberación tanática, lleva a que el sujeto tenga presente en su mente, en
sus pensamientos y sentimientos, al objeto desaparecido, de un modo predominante: “No
puedo pensar en otra cosa”; “No me lo puedo sacar de la cabeza”, etcétera.
Esta situación había sido descripta de un modo parecido en “Duelo y melancolía”, aun-
que allí Freud pretendía que eso sucediera solamente en la melancolía y no en el duelo
normal, lo que es, obviamente, erróneo. Freud (1917) decía:

El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae hacia sí desde todas par-
tes energías de investidura (que en las neurosis de transferencia hemos llamado “contrainves-
tiduras”) y vacía al yo hasta su empobrecimiento total.

Percibimos una sutil diferencia: en esta formulación es el “complejo melancólico” que “se
comporta como una herida abierta” que atrae hacia sí energías de investidura. En la hipó-
tesis que he planteado, es el yo (o el self) quien envía contrainvestiduras defensivas. Creo
que la diferencia proviene de si se atiende en primer término la experiencia subjetiva o la
descripción metapsicológica. Considero que desde la metapsicología las cosas son tal
como las he descripto, tanto en el duelo como en la melancolía. Desde la experiencia del
sujeto en duelo se tiende a experimentar las cosas tales como las describe Freud (es el
“complejo melancólico” que atrae hacia sí, etcétera). Eso me ha llevado a describir la sen-
sación subjetiva del sujeto en duelo como si el “objeto interno muerto” se comportara
como un “agujero negro”, tal como los describen los astrónomos, y fuerza al comienzo a
identificaciones con el muerto. Esto se ve con mayor claridad cuando ya ha empezado la
defensa por contrainvestiduras eróticas y, por lo tanto, una defensa contra esa tendencia
a la identificación.
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Algunos ejemplos de cómo se manifiesta el objeto interno persecutorio en la clínica


Todos ellos podrían delinearse con las palabras de M. Klein, que coinciden con mis des-
cripciones: “En mi experiencia la concepción paranoica de un objeto muerto en el interior
del cuerpo es el de un perseguidor secreto y siniestro. Se lo siente como si no estuviera
totalmente muerto y pudiera reaparecer en cualquier momento de un modo astuto e intri-
gante”.
O también con la detallada descripción de algunas variedades de este objeto por parte
de W. Baranger (1961): el muerto-vivo, objeto moribundo u objeto muerto, también dentro
de una conceptualización predominantemente kleiniana.
La expresión “objeto muerto-vivo” supone que parte de él está muerto. Esto es una re-
alidad a medias. El problema es que el objeto se vivencia como vivo en la realidad psí-
quica, vivo con malignidad, y presenta alguno de sus rasgos estructurales anteriores en
su peor versión. El objetivo del duelo, como dice Lagache (1956), es matar al muerto. Yo
agregaría: el problema es cómo hacerlo sin “morir en el intento”. Esto es lo que requiere
tanto tiempo.
Ejemplo 1. Una paciente en duelo agudo por la muerte reciente de una figura paterna
muy querida sueña: “Iba por un pasillo en un hospital. Sergio estaba enfermo, internado.
De una habitación a oscuras se oía un timbre, como un llamado. Me dio miedo, y por eso
seguí de largo”. Posteriormente asocia: “Tengo aquí en el pecho un hoyo grandote por
donde se van las cosas”.
Ejemplo 2. En el filme Gritos y susurros, dirigido por Ingmar Bergman, una mujer está
velando a su patrona-madre-hermana recién fallecida. En un momento la muerta se in-
corpora y agarra a la viva, como queriendo arrastrarla. La hermana viva, horrorizada, logra
escapar luego de breve lucha.
Ideas de apaciguamiento por temor a la persecución son típicas. “De mortuis nil nisi
bonum” (“de los muertos nada que no sea bueno”) es la regla habitual en los obituarios y
discursos fúnebres. Los piadosos rituales de montar guardia junto al féretro, de colocar pe-
sadas lápidas de mármol y erigir monumentos de piedra sobre las tumbas pueden ser re-
trotraídos a muy antiguas medidas destinadas a impedir el retorno del muerto.
Este aspecto de desmentida de los aspectos negativos y elogios hacia los positivos
llevan a una idealización más o menos importante del objeto. La idealización, con todo,
produce un efecto de lejanía entre el objeto perdido y el sujeto, que en cierto modo facili-
ta el desprendimiento y, por lo tanto, el trabajo de duelo.
No se debe descuidar el cambio/neutralización de aspectos destructivos y negativos a
nivel del objeto por la constante reinvestidura libidinal, que al principio puede llevar a la
idealización como recién he señalado, pero que la mayoría de las veces llevan al progre-
sivo cambio del objeto en un sentido libidinal. A continuación, dos ejemplos:
El primer ejemplo es el de una paciente que fracasó en sus sucesivos intentos de fe-
cundación artificial, comenzó su análisis a fin de elaborar este duelo. Al mismo tiempo, el
duelo actual reaviva un duelo no terminado de elaborar por la muerte de su padre, ocurrida
cuando ella tenía 11 años. Cuenta que llevó a una sobrinita a ver una película para niños,
Monsters. A la noche soñó: “Es de día, hay mucho sol, el cielo se ve de un azul intenso.

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PSICOANÁLISIS DEL DUELO 715

Estoy contenta, hay mucha gente caminando. Veo un puente pintado de color ocre, parece
el Pontevecchio (viejo = el padre). Veo agua, es verde, parece un río o un lago. En la orilla,
mucha gente camina. De pronto, un enorme monstruo, especie de dragón, color celeste
grisáceo, surje de la profundidad del agua. Avanza sobre la costa. La gente huye en medio
de una situación de pánico. Cuando despierto estoy angustiada”.
De entre sus asociaciones destaco: “Recuerdo que este monstruo se parece a un per-
sonaje (el malo) de una película para chicos Monsters Inc que vi con X... su nombre es
Randall, nombre de vaquero malo. El film ronda sobre los miedos infantiles. La empresa
se encarga a través de los monstruos de provocar gritos de niños para luego aspirar los
gritos. Estos gritos se transforman en energía que sirve para iluminar la ciudad donde ha-
bitan los monsters. Los monstruos entran en el cuarto de los niños. Cuando éstos duer-
men los asustan para que griten. Los monstruos no deben llevarse nada del cuarto de los
niños, ni los niños deben pasar la puerta. Pero sucede un error. El mejor de los monstruos
asustadores, Sullivan, comienza a proteger a una niña a quien llama Buu, por los llantos
que ella emite. Sullivan, al ver el daño que causa a los niños, y al darse cuenta que ob-
tenía más energía con la risa que con el llanto, cambia su actitud y la de la corporación.
Randall, el malo, es derrotado por Sullivan con ayuda de Buu y otro de sus amigos”.
Del análisis de este sueño selecciono lo pertinente al punto de este trabajo.
Garma describió a los sueños por colores, como significando contenidos de muerte y
excrementicios. Los monstruos aspiran el aliento de los niños ya sea que griten de miedo
o se rían. Encuentro una similitud con lo descripto como “agujero negro”.
El agua es un símbolo universal de embarazo y nacimiento. Es claro que en el sueño
surge el monstruo enorme, especie de dragón, color celeste grisáceo, que simboliza los
embriones fecundados que no pudieron prosperar. Con su carácter sorpresivo, que surge
de la profundidad de un paisaje-psiquismo aparentemente apacible, aunque en realidad
cargado de muerte. Pero en las asociaciones hay una doble mutación: de maldad a bon-
dad (Randall a Sullivan) y de espanto a risa. Su esperanza/deseo es que con mi ayuda
(Sullivan) ella (Buu) y su marido (el amigo de Buu) podrán derrotar a Randall, es decir
avanzar en la elaboración de su duelo y cambiar el cariz de su objeto interno.
El segundo ejemplo es más corto. Un viudo joven, cuya esposa había fallecido en un
accidente de auto en el que él manejaba, estuvo largo tiempo sin poder relacionarse con
mujeres. Luego pasó un tiempo en que no podía establecer contacto amoroso con las mu-
jeres con las que salía, hasta que finalmente se enamoró y decidió casarse. Pero no pudo
hacerlo hasta que fue a la tumba de su esposa y le “pidió permiso” para casarse. Sólo así
pudo hacerlo. La muerta actuaba como objeto superyoico que por efecto del análisis fue
mutando, haciéndose más permisivo.

Breve resumen de la cronología del origen de la agresividad del objeto interno persecu-
torio
Freud postuló que la agresividad del objeto dependía de la porción de odio de la ambiva-
lencia previa hacia el objeto exterior, ahora internalizado. Por lo tanto, como ya he seña-
lado antes, los autorreproches aparentes, en realidad, son reproches al objeto ahora
muerto afuera y vivo, internalizado, dentro del sujeto.
716 CARLOS MARIO ASLAN

Luego, Abraham describió que esta internalización sucedía también en el superyó (yo
diría como superyó). Es decir que no sólo el sujeto reprocha al objeto (internalizado), sino
que el objeto (internalizado) reprocha al yo del sujeto.
Finalmente me parece que, si tomamos en cuenta la pulsión de muerte, la hipótesis
que aquí he presentado como productora de la persecución (o de su incremento) por parte
del objeto interno es debida a la desneutralización de la pulsión de muerte en él. Y repito,
este objeto puede actuar como yo o como superyó, y eventualmente, al fin de un duelo
normal, como ideal.

Identificaciones

La teoría clásica señala que el duelo termina con identificaciones con el objeto perdido.
Postulo que existen identificaciones tempranas. En grado variable se van produciendo
identificaciones parciales –algunas transitorias y otras más perdurables– con el objeto
perdido, pero con la característica de ser identificaciones con aspectos negativos del ob-
jeto: con sus falencias, sus defectos, sus síntomas (o lo que el sujeto supone que fueron
los síntomas del objeto). A estas identificaciones, parciales y precoces, junto a las más
masivas descriptas anteriormente, las he denominado identificaciones tanáticas (Aslan,
1978a). Otra manifestación observable de estas identificaciones tanáticas son las vesti-
mentas de luto. El blanco, el morado, el negro son colores de duelo en diversas culturas
y reflejan la identificación con la palidez, la cianosis, la corrupción corporal del muerto.
Hasta ahora he reseñado situaciones, ideas y aspectos predominantemente persecu-
torios. Debo nombrar también las muy importantes reacciones realistas y racionales fren-
te a la pérdida: tristeza, dolor, angustia, desamparo, soledad. El llanto es típico de estos
estados e implica el alivio de una necesidad interna, un cierto grado de regresión y tam-
bién una comunicación hacia los demás (Engel, 1962). La mezcla de estas dos tenden-
cias (eróticas y tanáticas) producen a veces identificaciones como las siguientes.
Se trata de un hombre de 39 años, casado, con cuatro hijos. Su esposa muere a causa
de un accidente. Se trataba de una familia católica, muy religiosa, integrantes de grupos
de catequesis. Me consulta a la semana de ocurrido el fallecimiento. En la entrevista, el
paciente relata que había estado separado por un tiempo de la esposa, que él había te-
nido una relación extramatrimonial y la esposa, “un amigo con el que no había pasado
nada”. Todo eso había terminado unos meses atrás y reanudaron “una relación matrimo-
nial feliz”. De los primeros días de duelo relata que en un momento sintió como una luz y
vio a su esposa, que le decía: “¿Por qué a mí?”, y se desvanecía. El paciente continúa
con su relato y dice que eso lo interpretó como que la mujer lo exculpaba a él, que ella es-
taba feliz con Dios y se preguntaba por qué la había elegido a ella para ese feliz destino.
Luego de esta obvia defensa maníaca contra la culpa y la angustia persecutoria relata
que, aunque siempre ha sido muy creyente, recién comprendió el verdadero significado
de la Eucaristía después de la muerte de su esposa. En la primera misa después del fa-
llecimiento sintió que la esposa estaba en la hostia, y que la consubstancialización con
Dios era también la consubstancialización con la mujer, y que entonces ahora ella era

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PSICOANÁLISIS DEL DUELO 717

parte de él. Uniendo estos pensamientos con la “aparición” de la esposa pudimos cons-
truir su pensamiento: la esposa, al estar con Dios, formaba parte de él, y ahora, por vía
de la Eucaristía, también formaba parte del paciente. Esta racionalización placentera de
su identificación con la muerta respondía, al menos, a las siguientes razones: 1) al esta-
do hipomaníaco en que se encontraba el paciente; 2) a la disociación mente/cuerpo que
decía tener, el dolor estaba en el cuerpo (se señalaba el tórax a la altura del corazón) y
su cabeza era capaz de pensar y ordenar todo fríamente; 3) a sus convicciones religio-
sas, y 4) a la renegación parcial de la muerte de su esposa. Unas semanas después el
paciente relata una conversación con su hijo menor, de 8 años. El chiquito le dice muy
compungido que no va a poder ver más a su madre, que no va a poder tocarla. El paciente
le contesta que se mire al espejo porque su madre está dentro de él, que se toque el co-
razón que ella está ahí. El hijo le dice que no va a poder besarla más, el paciente le con-
testa que se ponga la punta de los dedos sobre el corazón y luego se los bese, estará be-
sando a la madre.
No todas las identificaciones son tan dramáticas ni tan graves. Por ejemplo, una pa-
ciente joven se enteró de la muerte de una tía muy allegada. A pesar de que había deja-
do de fumar años antes, la paciente compró un paquete de cigarrillos para fumar y “cal-
mar la angustia”. Sólo días después se dio cuenta de que había comprado la misma
marca de cigarrillos que fumaba la tía, fumadora empedernida.

Un corte sincrónico del proceso

Si ahora volvemos a nuestra indagación metapsicológica, e imaginamos el estado en un


corte sincrónico del objeto interno sede del proceso de duelo, nos encontraremos con un
aspecto heterogéneo. Para hacer una descripción esquemática, mencionaré:

1) Partes del objeto han sufrido un proceso de mayor internalización, transformándo-


se en identificaciones (mayormente “tanáticas”). Quizá esto sería lo que actualmente se
podría conceptualizar como “la sombra del objeto ha caído sobre el yo”, como dijera
Freud.
2) Otras partes del objeto, como consecuencia tanto de la sobreinvestidura libidinal
como de la represión de ideas acerca de aspectos negativos o indeseables del objeto
ahora desaparecido, se idealizan. La idealización lleva a la creación de una cierta “dis-
tancia” respecto del objeto que facilitará en un primer momento el desprendimiento de él.
Estos aspectos idealizados actuarían también como contracarga a la acción de:
3) Las partes más destruidas y destructivas cargadas de agresión hacia el sujeto en
duelo. Recordemos a Freud (1913) en Tótem y tabú: “Sabemos que los muertos son po-
derosos gobernantes; pero quizá nos sorprenda saber que son tratados como enemigos”.
4) Ya han sido mencionados aspectos como la tristeza, la angustia, la añoranza y otras
variedades de dolor psíquico provocadas por el reconocimiento racional y la conciencia
del significado de la pérdida, efectuados por la parte más madura del yo. También es líci-
to comparar la brecha abierta en el alma, por este complejo proceso que hemos descrip-
718 CARLOS MARIO ASLAN

to, con una herida en el cuerpo. Y así como éste reacciona con dolor (físico), aquella re-
acciona con dolor (psíquico). Creo que esta hipótesis suplanta con ventajas metapsicoló-
gicas, o por lo menos complementa, la hipótesis de Freud antes mencionada.
5) La preexistencia y permanencia en la literatura psicoanalítica de una concepción to-
pográfica, en vez de estructural, ha dado origen a innumerables discusiones sin fin ni so-
lución sobre qué objetos introyectados “iban” al yo o al superyó, en qué condiciones, etcé-
tera. La concepción que he planteado al principio sobre el carácter funcional de las es-
tructuras psíquicas termina con ese falso problema. Un objeto interno o una identificación
pueden funcionar como (y no está en el) yo o como superyó. Un ejemplo banal y es-
quemático podrá aclarar la cuestión: si un viudo intenta tener una relación sexual y reac-
ciona con impotencia, podemos suponer:

a) La identificación de la esposa como superyó le hace sentir culpa y dolor; por ejemplo,
se acusa de infiel o le presenta a su recuerdo escenas de sexo con la esposa, todo lo
cual lleva a que al paciente se le impida el acto sexual.
b) Si la mujer muerta está identificada como yo, puede ser que ni siquiera sienta deseos;
“está muerto” para la sexualidad y el deseo, y/o también lo están sus genitales.
c) Lo que es más frecuente, una combinación de ambos.

Diacronía. Evolución del duelo

En una evolución favorable del duelo, i.e., hasta su resolución, la presunción básica es
que el continuado aporte de investiduras libidinales va produciendo tal evolución. ¿De qué
modo íntimo se produce esto? No lo sabemos.

No tenemos ninguna comprensión fisiológica de los modos y medios con los que puede reali-
zarse esta doma (Bändigung) del instinto de muerte por la libido. En lo que al campo psicoa-
nalítico de ideas se refiere, sólo podemos asumir que tiene lugar una muy extensa fusión y
amalgama, en variadas proporciones, de las dos clases de instintos [...] (Freud, 1924).

En una evolución favorable del duelo, en general, pasa lo siguiente:

1) Las identificaciones “tanáticas” van cambiando hacia identificaciones más eróticas, esto
es, con rasgos más positivos, con los logros y con los ideales del objeto perdido. (“Voy
a estudiar medicina, como quería papá”.)
2) Las partes más persecutorias del objeto (objetos internos persecutorios: “objeto muer-
to-vivo”) van disminuyendo y/o perdiendo ese carácter.
3) Los afectos dolorosos evolucionan desde una preocupación predominante por el suje-
to en duelo (dolor psíquico, angustias, miedo) hacia una preocupación predominante
por el objeto perdido (tristeza, aflicción, pena, nostalgia), y luego se atenúan o desa-
parecen. Un paciente relata que se puso a llorar durante el velatorio de un tío muy que-
rido. Una persona allegada se acercó a consolarlo: “Si no sufrió, si ya era muy mayor”.
El paciente comentó: “Yo no lloraba por él, lloraba por mí”.

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PSICOANÁLISIS DEL DUELO 719

4) Los recuerdos se hacen más realistas, totales y adecuados. Tiende a desaparecer la


idealización y aparece el ser humano.
5) El yo, al final del proceso de duelo, queda enriquecido con identificaciones positivas, y
su libido está disponible para nuevos objetos. Cuando la dependencia (¿sometimien-
to?) con el objeto perdido desaparece, el sujeto deviene capaz de continuar su vida,
con nuevas relaciones, a menudo enriquecido por las identificaciones “eróticas” con el
objeto perdido, siendo capaz de recordar, de modo confortable y realista, tanto los pla-
ceres como los sinsabores de la relación perdida.

Duelo patológico

Cualquier duelo que se detenga –por razones internas o externas diversas– en cualquier
punto de su desarrollo, se constituye en un duelo patológico. Se entiende que cuanto
más precoz es el estadio en que el proceso se detiene, más grave será el cuadro resul-
tante. Así, los cuadros clínicos pueden ir desde la renegación psicótica, la melancolía es-
tuporosa, variedades de melancolías, pasando por la depresión neurótica crónica, etcé-
tera, hasta la “infelicidad común” que ha mencionado Freud, dependiendo de las series
complementarias de cada uno. Todo duelo patológico es una variedad de depresión, aun-
que no toda depresión responde a un duelo patológico.
Otras formas de duelo patológico pueden ser del tipo de la aparente “ausencia de
duelo” o “duelo detenido”, por una especial escisión y encapsulamiento de parte del yo y
el superyó que contienen el objeto “muerto”, como uno de los casos que he descripto. O
bien el duelo prolongado, por diversos factores. Hay una rara especie llamada “duelo por
testaferro”, estudiada por W. Greene, en la que el sujeto desplaza todas sus investiduras
del objeto perdido hacia otro objeto, y el duelo queda suspendido hasta la pérdida del
nuevo objeto. Hay también duelos “desplazados” o vividos a través de enfermedades
orgánicas.

Factores que complican y/o entorpecen la evolución de un duelo


Freud, siguiendo a Rank, señaló la dificultad que tiene la elaboración de la pérdida de un
objeto que ha sido elegido sobre una base narcisista, y, por consiguiente, su transforma-
ción en un duelo melancólico. Yo agregaría que en una personalidad narcisista, con una
mala diferenciación sujeto/objeto, el duelo se complica justamente por ello.
Otros factores que contribuyen al desenlace en un duelo patológico son la intensa am-
bivalencia previa (por los factores ya señalados), una extrema severidad superyoica an-
terior, la coincidencia con varias pérdidas, pérdidas muy traumáticas. Generalmente, hay
varios de estos factores combinados.
Un caso especial son las personalidades culposas y/o depresivas “heredadas”, pro-
ducidas por identificaciones estructurantes (es decir, sin conflictos propios) con madres
deprimidas. Una pérdida objetal en estas personalidades predispuestas puede conducir
directamente a una mala elaboración de una pérdida.
720 CARLOS MARIO ASLAN

Resumen

Escrito en 1915, Freud nunca actualizó “Duelo y melancolía” a la luz de sus ulteriores teorías, tales
como la de la pulsión de muerte, la hipótesis estructural del alma, la angustia señal, etcétera. En
este trabajo, utilizando dichas teorías, y otros conceptos actuales derivados de ellas, el autor pro-
pone una descripción metapsicológica que se correlaciona mejor y más adecuadamente con los
hechos clínicos observables, tanto en el duelo normal como en el duelo patológico. Sostiene que
la representación psíquica del objeto externo perdido es anterior a la pérdida de dicho objeto; por
lo tanto, no existe la “introyección patognomónica”. La libido no se retira del objeto externo sino de
su representante psíquico, al que también se denomina objeto interno.
Contrariamente a lo descripto por Freud, el autor postula que el yo (yo, sí mismo, self, según
el esquema referencial), una vez aceptado su juicio de realidad que le indica que el objeto se ha
perdido, tiende a retirar masivamente la libido del representante psíquico de dicho objeto. Esto pro-
duciría una defusión instintiva, con una liberación importante del efecto destructivo de la pulsión de
muerte así desneutralizada, lo que constituiría una situación de peligro para el yo. Frente a esta si-
tuación, el yo movilizaría sus defensas, especialmente la recarga libidinal masiva del objeto inter-
no en cuestión, y, de ahí en más, la desinvestidura se haría más lenta y discriminadamente como
la describió Freud. Todos estos movimientos descriptos metapsicológicamente se infieren de su co-
rrelato clínico. El proceso de duelo se jugaría entonces centralmente en el representante psíquico
del objeto perdido, compleja estructura yoica, superyoica e ideal, con cualidades preconscientes e
inconscientes. El proceso de duelo es abordado de un modo prototípico: a partir de la pérdida sú-
bita de un objeto significativo, pasa por diversas vicisitudes y alternativas hasta su finalización. Las
diversas modalidades del duelo patológico consistirían en la detención del proceso en algunas de
sus etapas, o menos frecuentemente por otros mecanismos. Se ilustra con material clínico.

DESCRIPTORES: DUELO / OBJETO INTERNO / DESMEZCLA DE LAS PULSIONES / PULSIÓN DE MUERTE / CONTRAIN-
VESTIDURA / IDENTIFICACIÓN / DUELO PATOLÓGICO

Summary
PSYCHOANALYSIS OF MOURNING

The author briefly reviews the proposals in a work that Freud never updated: “Mourning and
Melancholia”, written in 1915, in the light of his later theories such as the death drive, the structural
hypothesis of the soul, the anxiety signal, etc.
The author uses these theories and other current concepts deriving from them to propose a me-
tapsychological description that he considers better and more adequately correlated with observa-
ble clinical facts, both in normal and pathological mourning. Briefly: the psychic representation of
the lost psychic object precedes the loss of this object; therefore, there is no “pathognomonic in-
trojection”. The libido is not withdrawn from the external object but from its psychic representation,
which we also call internal object. Differing from Freud’s description, the author postulates that the
ego (ego or self, depending on the referential scheme), once it has accepted the reality judgment
indicating that the object has been lost, tends to withdraw libido massively from its psychic repre-
sentation. This produces a de-fusion of instinct, with an important release of the destructive effect
of the death drive, thus de-neutralized, which presents the ego with a situation of danger. In this si-
tuation, the ego mobilizes its defenses, especially the libidinal re-cathectization of the internal ob-

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PSICOANÁLISIS DEL DUELO 721

ject involved; from that point on, the de-cathectization proceeds more slowly and discriminately, as
Freud described it. All these movements, described metapsychologically, can be inferred from their
clinical correlates.
The mourning process is played out, therefore, mainly in the psychic representative of the lost
object, the complex ego, superego and ideal structure, with preconscious and unconscious quali-
ties. The mourning process is described in a prototypic way as beginning with the sudden loss of a
significant object, going through various vicissitudes and alternatives that are described in the
paper, until it terminates. The diverse modes of pathological mourning are due to the arrest of the
process in any of its stages or, less frequently, other mechanisms that are discussed briefly. The
author illustrates with clinical material.

KEYWORDS: MOURNING / INTERNAL OBJECT / UNMIXTURE OF THE DRIVERS / DEATH DRIVE / COUNTER-CATHEXIS / IDEN-
TIFICATION / PATHOLOGICAL MOURNING

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(Este trabajo fue presentado al Comité Editor el 28 de noviembre de 2002; su primera revisión tuvo lugar
el 25 de julio de 2003, y ha sido aprobado para su publicación en la REVISTA DE PSICOANÁLISIS el 19 de agosto
de 2003.)

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