Articulo Revista Crítica - Facultad de Psicología.
El impacto subjetivo de las situaciones extremas.
Autora: Dra. Bettina Calvi.
El término “crisis de la cultura” o “crisis civilizatoria” significa discontinuidad,
modificación de parámetros y ordenamientos propios de una época. Implica movimiento y cambio de categorías pasadas que eran estables. En los últimos decenios estos cambios han sido producidos por una cantidad enorme de factores: la revolución informática, la globalización de la economía y la cultura, la robotización industrial, la explosión demográfica, el deterioro ecológico. En nuestra realidad actual “crisis de la cultura” significa la transformación de los parámetros propios de la época moderna y de los tres pilares constitutivos de la subjetividad en dicha época: el Estado, la familia y la escuela. Por otra parte, no podemos desconocer que existen realidades altamente traumáticas con las cuales los psicoanalistas trabajamos en forma cotidiana sólo que hoy toda la realidad se asienta en un suelo que conlleva en sí mismo un sesgo traumático, de hondo escepticismo frente a toda ilusión de un futuro diferente. Sin embargo, la apuesta freudiana sigue en pie: Recuperar la capacidad de amar y de trabajar como ejes de la salud mental. Recuperar la ternura como base del sujeto social, hoy aturdido, banalizado, neutralizado en su capacidad creativa y en su capacidad de transformar una realidad desoladora. Los términos “caos”, “crisis” y “catástrofe” designan realidades diferentes. En los tres subyace la idea de orden, pero “caos” significa ausencia de orden. En la mitología griega “caos” designaba el abismo oscuro y sin límites que precedía al cosmos. Un vacío primordial que abría el reino de los posibles. Como los analistas actuamos sobre un terreno que está doblemente alterado por la crisis civilizatoria y por la devastación social y dado que con mucha frecuencia se confunden ambos términos, creo que es necesario diferenciarlos. Más aún porque la primera, la crisis de la cultura es “cambio” y la segunda, la devastación social es “pérdida”. El término “catástrofe social” significa destrucción de un cierto orden establecido. Este término, que adquirió sus connotaciones negativas a partir del siglo XVIII, se caracteriza en nuestro país por haber hecho casi desaparecer la categoría de posible, enarbolando en cambio la de la “necesidad”. La incertidumbre ya no aleja del principio de realidad, sino que por el contrario es uno de sus pilares. El “principio inconsciente de incertidumbre” introducido en la teoría de Janine Puget (2015), principio que en condiciones habituales no sale a la luz, se presenta en la superficie con inusitada fuerza provocando un sentimiento indecible de malestar. Este sentimiento genera en ocasiones un tipo de angustia particular que Braun y Puget (2001) definieron como “perplejidad” producido por un exceso que golpea la organización psíquica de los sujetos. ¿Y por qué el Psicoanálisis en esta escena? Pues bien, para pensar la subjetividad y la violencia. Porque la violencia de la que hablamos se da entre sujetos por lo tanto debemos poder pensar acerca de ella, para instrumentar acciones que permitan que haya menos agresores y que las víctimas dejen de serlo. Observamos un incremento enorme de la dimensión que atañe a la subjetividad social paralelamente a una especie de caída de lo privado, del modo de estar en el lazo social. Entonces la característica de la problemática tiene que ver con lo personal, pero los temas y malestares son lo de la actualidad. Si bien, obviamente, la modificación de este estado de cosas excede la acción del psicoanálisis, este puede, en sus tratamientos, proveer recursos para ayudar al paciente afectado por ellas. Las vivencias de desamparo, desesperanza, de inseguridad, de indignación o de odio surgido a partir de esas situaciones arbitrarias, requieren en primer lugar, un continente que las reciba. Requieren que ese otro que las reciba, no las reduzca inmediatamente a conflictos intrapsíquicos o familiares. Pero además requieren, si las diferentes dimensiones de la subjetividad están entremezcladas, intervenciones que las discriminen. Debemos precisar entonces que denominamos "situaciones extremas" a aquellas situaciones que por el alto impacto traumático que conllevan generan riesgo de arrasamiento psíquico. Dentro de esta categoría incluimos a las violencias en todas sus manifestaciones; la desigualdad, la miseria, la exclusión, el maltrato, el abuso infantil, las situaciones de cautiverio, terrorismo de estado, consumos problemáticos. Es decir, todas aquellas situaciones donde la vida del sujeto es puesta en peligro y por lo tanto los modos de simbolización usuales quedan en suspenso por el efecto de un acontecimiento, que irrumpe en la vida psíquica poniendo en riesgo los modos con los cuales el sujeto se representó hasta el momento, su existencia. El sufrimiento psíquico provocado por estas situaciones involucra la memoria donde esto se inscribe como una marca imposible de procesar. La destrucción de la memoria tiene lugar cuando el sujeto ha atravesado una situación tan violenta, que debido al impacto de lo acontecido, no está aún en condiciones de contar lo que ha ocurrido. Proponemos entender el concepto de “riesgo” de manera amplia, en relación a los grandes ejes antes enunciados incluyendo tanto la forma individual, social e institucional en que los sujetos resultan afectados por un real acontecido que deja marcas traumáticas y también vulnera sus derechos; así como también los efectos producidos en los adultos protectores y los profesionales que se involucran en la temática. Partimos de la idea de que existen situaciones, que por la intensidad traumática que conllevan generan un impacto psíquico, que puede resultar devastador. Se trata de un real acontecido que marca al sujeto en su singularidad, llegando a provocar verdaderos arrasamientos de la tópica psíquica. Es por eso que señalamos la necesidad del abordaje terapéutico adecuado en función de los sujetos (niños, niñas, adolescentes y adultos) que han sufrido una situación extrema puedan tramitar los efectos traumáticos de la misma. Cabe aclarar que es necesario desarrollar e investigar la problemática de la subjetividad en riesgo para poder construir los lineamientos de toda intervención al respecto. Las conceptualizaciones merecen un desarrollo profundo y específico a fin de internalizar un paradigma que no estigmatice a los sujetos, que desactive los prejuicios de todo tipo sobre las prácticas y que aporte recursos simbólicos a todos los actores implicados. Debemos tener en cuenta que si un sujeto siente su existencia negativizada no es (como afirmaron algunas teorías) por no haber tenido una madre suficientemente buena, sino por no tener un entorno social suficientemente bueno. Aprendemos, en función de situaciones catastróficas, que hay realidades sociales que son destituyentes de la subjetividad y no reveladoras de una falla previa. En una situación de devastación social, como la que estamos viviendo en el presente en nuestro país y en muchos países de Latinoamérica, tal vez sea el encuentro analítico otra de las instancias encargadas de habilitar, acreditar la existencia social del otro, atemperando su desubjetivación. Asistimos de manera colectiva y con gran impotencia a situaciones que llevan a la deconstrucción misma del concepto de semejante. Tal como Levinas lo planteara, lo humano está en el descubrimiento del otro como principio configurador de la ética y como principal articulador de la subjetividad. En la preocupación por el otro es donde encuentro la certeza de que puedo ser auxiliado y puedo librarme del sentimiento de soledad al que me condena la lucha por la supervivencia. Tal vez sea preciso recordar, para entender el contexto en el que vivimos, que denominamos neoliberalismo a todas las formas actuales en las que el capitalismo ejerce su dominación, para lograrlo construye una subjetividad sometida al capital donde naturaliza sus características presentando una política económica ajena a intereses particulares. Sin embargo, recordemos que la subjetividad se construye en la intersubjetividad, en la relación -como dice Freud- con un otro humano en una cultura determinada. Por ello decimos que todo síntoma es de época. El psicoanálisis establece que un sujeto cuenta con un aparato psíquico sobredeterminado por el deseo inconsciente, pero este aparato psíquico se construye en la relación con el otro humano en el interior de una cultura. Es decir, hablar de subjetividad implica describir una estructura subjetiva como una organización del cuerpo pulsional que se encuentra con determinada cultura. En ese sentido definimos el cuerpo como el espacio que constituye la subjetividad. Respecto al concepto de crueldad que encontramos frecuentemente en el campo social, Janine Puget (2015) se refiere a sus efectos deshumanizantes, el despojo de sentido que imponen estos actos a una situación y a un sujeto. Esta autora sostiene que la aniquilación del otro en su capacidad de decisión es uno de sus aspectos esenciales. La crueldad despoja, quita sentido, destituye, produce un efecto deshumanizante y siempre necesita de otro. Sabemos que el acto cruel encuentra al otro sin recursos para reaccionar, sin recursos para pensar, o para protegerse en su ser; es decir coarta sus vínculos, sus pertenencias. En ese despojo se va perdiendo la cualidad del otro en tanto ser humano. Al mismo tiempo se instaura lenta o rápidamente una escena entre un humano cruel y un sujeto que ha sido reducido a la categoría de objeto. La escena de la crueldad tiene la particularidad de que no puede hablar de ella ni aquel que es despojado de su subjetividad, destituido, ni ese otro cruel que, en tanto tal, también es despojado de su condición humana. Es –por lo tanto – el testigo el que nombra el acto cruel de despojo; y de este modo para hablar de la escena hay que salir de ella. La crueldad destituye la escena humana y transforma la escena en escena pública en tanto lo más privado es lo no se puede hablar. En las víctimas de situaciones extremas, la categoría del tiempo sufre especiales perturbaciones, ya que el impacto para el yo es tan conmocionante y tiene efectos tan disociativos que las categorías espacio-temporales, que ya habían sido adquiridas, sufren una devastación importante. Sostenemos que el concepto de interrupción de la historia es aplicable a los efectos que imprimen estas catástrofes en quienes las padecen. En ellos los referentes que hasta ese momento funcionaban como tales se derrumban, no hay ley que ordene el caos que los arrasa. Se produce un efecto de cataclismo en la vida psíquica que es percibida como una sensación de vacío. Este concepto abre una perspectiva diferente para el abordaje de estos traumatismos históricos que impide que tamañas aberraciones se naturalicen, se expliquen, se perdonen, se olviden. No se pueden reprimir hechos de tal envergadura. Si se los reprime vuelven a aparecer de manera irrefrenable. No asumir la confrontación consciente con el pasado es algo peligroso psicológica y políticamente. Esta categoría que denominamos situaciones extremas tiene en el psiquismo el efecto de una violenta intromisión, se trata de algo que irrumpe sorpresivamente sobre la subjetividad. Esos efectos al modo de un trauma acumulativo, cobran en su modalidad más peligrosa la forma de la desesperanza y el escepticismo más radical. Las víctimas sienten que su propia historia ha sido interrumpida por la catástrofe. El concepto de interrupción de la historia fue ampliamente trabajado en referencia a las víctimas. En ellas los referentes que hasta ese momento funcionaban como tales se derrumban, no hay ley que ordene el caos que los arrasa. Se produce un efecto de cataclismo en la vida psíquica que es percibida como una sensación de vacío (Elie Wiesel, 1990). Este concepto abre una perspectiva diferente para el abordaje de estos traumatismos históricos que impide que tamañas aberraciones se naturalicen, se expliquen, se perdonen, se olviden. No se pueden reprimir hechos de tal envergadura. Si se los reprime vuelven a aparecer de manera irrefrenable. No asumir la confrontación consciente con el pasado es algo peligroso psicológica y políticamente. Jacques Hassoun (1996) sostiene que la trasmisión de una cultura, una creencia, una filiación o una historia, parecerían funcionar de manera natural, sin embargo, esto es sólo una ilusión. Tal como Freud lo plantea en “Las resistencias contra el psicoanálisis”, lo nuevo al destronar a lo viejo pone en peligro la estabilidad. El origen de ese malestar es el desgaste psíquico que lo nuevo exige a la vida psíquica y la expectativa ansiosa que lo acompaña. La trasmisión de lo nuevo se constituye, a pesar de todo, en una necesidad de trasmitir íntegramente a nuestros descendientes aquello que hemos recibido. La necesidad de trasmitir está inscripta en la Historia. Cada sujeto organiza su recorrido individual en función de aquello que le ha sido trasmitido. Pero la cuestión de la trasmisión se presenta más marcadamente cuando un grupo o una civilización ha estado sometida a conmociones más o menos profundas. Frente a conmociones como las que puede representar la caída de un estado de derecho, la irrupción del incesto o del abuso en la vida del niño, la sensación que el sujeto presenta es la de que todo lo que habría sido trasmitido se encontró de golpe sacudido por la incoherencia, a tal extremo, que ya no queda nada por trasmitir de aquello que para un conjunto de generaciones había representado un ideal de vida. Una generación sometida a semejantes desastres puede alcanzar un límite tal que no le permite pensar en el futuro. Esto suscitará en generaciones venideras, nacidas de las que sobrevivieron a la destrucción, una perplejidad que no podrá expresarse sino en términos de negación, de desconocimiento de esa parte de la historia, acabarán siendo extranjeros en su propia historia. Se trata de sujetos que carecen de un espacio donde enmarcarse. Hassoun (1996) utiliza la figura del contrabandista para trabajar la memoria y la trasmisión, al respecto dirá que ese contrabandista, rara vez es consciente de lo que porta consigo. Sostiene que no debemos temer a ser contrabandistas, en este sentido, ya que esa es la única forma de lograr la trasmisión de una historia que ha sido silenciada. Si tenemos en cuenta, además, que si en una generación se dio un quiebre, una ruptura radical, se torna imposible que los emblemas puedan ser recibidos como tales por las generaciones siguientes. En los casos de sobrevivientes de lo que podríamos llamar “situaciones extremas”, será el tratamiento psicoanalítico el espacio sobre el cual intente rearmarse el collage de una historia cuyas partes no han podido conformar una figura. Dentro de la heterogeneidad de las mismas, encontramos aquellas producidas por la miseria, la exclusión, el maltrato, cautiverios en situaciones de terrorismo de estado, trata, consumos problemáticos recortaremos en esta oportunidad, el abuso sexual padecido por niños, niñas y adolescentes, perpetrado por adultos. El abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes constituye en sí mismo una paradoja, con muchas similitudes con otras violencias de género. Si bien aumentan las campañas para lograr la visibilización, las acciones concretas siguen siendo, la mayoría de las veces, absolutamente ineficientes. Dicha ineficiencia tiene un sustrato que es, nada más ni nada menos que, el sesgo profundamente patriarcal que tiñe la ideología de los operadores del sistema judicial y en especial de jueces y juezas. La clínica nos muestra el papel que desempeña el silencio en las dificultades para vivir que padecen los hijos de personas que han sufrido situaciones extremas, tomemos por ejemplo a las víctimas del Terrorismo de Estado. Podemos mencionar entre ellas, lógicamente y en primer lugar y como paradigma de la crueldad y el genocidio, a las víctimas del nazismo, también las víctimas de la represión política de las dictaduras militares. Particularmente en Argentina la dictadura consistió en la desaparición de personas y en el robo y la apropiación de bebés entre otros delitos cometidos. El saldo más concreto de esa dictadura fueron los 30.000 desaparecidos, niños apropiados y una memoria social devastada, entre otras heridas Por último, no podemos dejar de mencionar que el terror hoy es también efecto de los procesos neoliberales así como padecemos también los efectos sobre la subjetividad, de nuestra triste historia reciente. En mi tesis doctoral acerca de los efectos psíquicos del abuso sexual infantil como problemática de la infancia en situación de riesgo, propuse que se trata de una catástrofe , ya que también allí para el niño todas las garantías constitucionales han sido abolidas y la clandestinidad a la que el adulto, con sus actos perversos lo somete, marcan la caída de toda legalidad que sitúe al adulto como alguien que debe proteger y cuidar al niño, y a éste como un sujeto de derechos que hay que respetar. Por lo tanto, podríamos pensar que los efectos psíquicos del abuso, en el psiquismo infantil, podrían equipararse a la caída del estado de derecho en una sociedad. Y como tal es una catástrofe social. Desde esta concepción toda intervención que no le otorgue a estos traumatismos el estatuto que le corresponde, revictimiza a quienes han debido soportar estos hechos. Sólo la denuncia, el relato de los hechos y la condena para el victimario inscriben una huella sobre la que puede reconstituirse la memoria. De forma especial los delirios muestran lo que no se puede decir y esto tiene que ver con el hecho de que las personas o sus ancestros han sufrido ya sea catástrofes históricas o abusos sexuales. Sabemos que los traumas interrogan fuertemente tanto al psicoanálisis como a la locura. Por supuesto que el trauma no es una explicación porque el sujeto ya sabe que eso que le ocurrió tiene carácter traumático pero es necesario para ellos encontrar otro a quien dar testimonio de lo ocurrido. Nos referimos a lo ocurrido allí donde toda realidad ha sido destruida. Francoise Davoine (2011) sostiene que la transferencia en el tratamiento de estas personas intenta reanudar el lazo social donde fue destruido. En la instancia perversa no hay otro. Debemos considerar que en el tratamiento psicoanalítico se trata de enfrentar a esa instancia mortífera, asesina de todo lazo. Esto ocurre tanto en la personas que han sido víctimas de torturas como en los niños y niñas que han sido abusadas. En todos esos casos la instancia perversa ha cortado toda posibilidad de lazo o vínculo. Silvia Bleichmar plantea respecto a la problemática del traumatismo que tenemos la obligación en el campo intrateórico, de rediscutir y no de sumar lo insumable. La teoría del traumatismo debe ser replanteada en el nexo en el que quedó fracturada . Y si el abandono, en principio, por parte de Freud, de la teoría traumática permitió la fundación del psicoanálisis abriendo el campo del inconsciente, este abandono generó también una posición endogenista en el interior de ese campo de conocimiento que constituyó El inconsciente es solidario con la idea de que el sujeto no es una tabula rasa, pero debemos sostener con firmeza la idea de que ese sujeto no está cerrado a los efectos de lo real, e incluso que su misma fundación es exógena, determinada por la intervención de algo que no es de proveniencia, ni biológica, ni trascendental. El aparato psíquico no refleja la realidad sino que la procesa. Muchos procesos de des-identificación y des-subjetivación son en realidad efectos de acciones sociales y políticas. Es incorrecto y falto de ética concebir el malestar sobrante en la argentina de hoy como efecto de constelaciones genéticamente inscriptas. Esto se ve claramente en las acciones prácticas ejercidas contra niños, adolescentes y adultos de poblaciones en riesgo La otra cuestión que funciona como un denominador común en estas situaciones es sin lugar a dudas la impunidad. El problema de la impunidad nos plantea la cuestión de la función reparadora de la ley. Sabemos que el hecho de que se castigue a un culpable no borra lo sucedido, no borra el secuestro y el asesinato de los padres, no borra el abuso sexual sufrido porque esos son hechos realmente acontecidos que el sujeto ha padecido generalmente en la más absoluta inermidad. Pero, sin embargo, el juicio y la condena ubican dos lugares diferentes: el de la víctima y el del agresor y permiten que así como esa víctima tiene un nombre, una historia, y tuvo o tiene un rostro, el agresor también quede identificado y pague por el delito cometido. En cambio, cuando el delito queda silenciado, resulta invisibilizado y el registro psíquico del mismo se encapsula, se encripta, produciendo efectos severos para el psiquismo en su conjunto. En las situaciones antes mencionadas, lo traumático vuelve de distintas formas. Encontramos allí una memoria que no olvida entonces necesita a otro que la valide. En ocasiones la locura aparece como una búsqueda de zonas traumáticas no simbolizadas porque la instancia perversa ha borrado las huellas mediante el silencio a través de generaciones. El punto donde llegamos a cuestiones de orden político es la necesidad de que las huellas no sean borradas, que los culpables sean condenados, que los muertos sean enterrados y que no haya desaparecidos. Llegamos así a una afirmación que sienta las bases de nuestro posicionamiento en todo tipo de catástrofes: El levantamiento del silencio es un acto político. Por ultimo diremos que nuestro trabajo sobre la subjetividad, es hoy un campo fundamental de resistencia frente a los procesos traumáticos des-subjetivantes .Procesos desubjetivantes ,que propiciados por las políticas neoliberales ,despojan a los sujetos de la posibilidad de soñar con un futuro donde la dignidad de la vida se respete y donde todos y todas podamos construir proyectos de una vida mejor. Bibliografía
- Bleichmar, S. (2003) Clínica Psicoanalítica ante las Catástrofes Sociales. La
Experiencia Argentina. Buenos Aires: Ed. Paidos. - Braun, J. y Puget, J. (2001). Perplejidad: un efecto del traumatismo social. Conferencia IPAC. Niza. - Davoine, F. y Gaudillière, JM. (2011) Historia y Trauma. La Locura de las guerras. Buenos Aires: Fondo de cultura económica. - Hassoun, J. (1996). Los contrabandistas de la memoria. Buenos Aires: Ediciones de la Flor. - Pelento, ML. (2003) “Catástrofe social: Consecuencias e intervenciones” En Clínica Psicoanalítica ante las Catástrofes Sociales. La Experiencia Argentina. Buenos Aires: Ed. Paidos. - Puget, J (2015). Subjetivación discontínua y psicoanálisis. Incertidumbre y certezas. Buenos Aires: Lugar Editorial. - Wiesel, E. (1990) Interrupciones de la historia. Quiebres de la memoria. Buenos Aires.