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Por lo tanto, una expresión surgida del psicoanálisis como « ¡Todo se juega antes
de los cinco años ! » – no se trata, por supuesto, de una expresión lacaniana – no
es completamente falsa. En efecto, la elección de síntoma y la organización del
fantasma se juegan sumamente temprano. Tuve la oportunidad de observar dos
mellizos, un niño y una niña. Ya a la edad de unos pocos meses, algunas
elecciones sintomáticas de estructura estaban claramente decididas. Cuando
tenían hambre, por ejemplo, si la madre o la persona que se ocupaba de ellos
empezaba a dar la mamadera a la niñita, el niño seguía gritando de una manera
perfectamente decidida y sin parar. En cambio, cuando le daban la mamadera al
niño, la nena dejaba de gritar, se daba vuelta en su cama y volviéndose
totalmente indiferente, rechazaba la mamadera. Hé ahí dos elecciones
sintomáticas. En el niño, se observaba una elección bastante reivindicativa, como
puede ser reivindicativo eventualmente un obsesivo, mientras que la niñita
presenta una indiferencia histérica. Estas dos elecciones sintomáticas son un
modo de respuesta del sujeto a una situación y en este ejemplo, se ve que se
establecen muy tempranamente. Esto no impide que deban descansar, no
solamente durante la adolescencia sino también ya antes. Por otra parte, la
expresión « Todo se juega antes de los cinco años » es un poco apresurada.
Recuerden el famoso ejemplo de Jean-Jacques Rousseau, por cierto aledaño a la
psicosis. Pero detengámonos en el episodio en que recibe a los ocho años una
paliza en las nalgas por parte de su niñera. Es este episodio el que se describe en
un bello estilo en la primera parte de sus Confesiones. Esos golpes en el trasero lo
dejan en un estado de gran turbación hasta el punto de que desobedecerá, de ahí
en adelante, para recibirlos otra vez. La niñera lo comprende muy bien.
¡Justamente por eso, es la última y única paliza que recibirá ! Pero Jean-Jacques
Rousseau dirá esto : « ¿Quién creería que ese castigo infantil, infligido a los
ocho años por mano de una joven de treinta, decidió de mis gustos, mis deseos,
mis pasiones, decidió de mí para el resto de mi vida, todo ello en el sentido
contrario a lo que hubiera debido ocurrir naturalmente en lo sucesivo? » (2) Se
sabe, efectivamente, que cuando llegó a la adultez, puso de nuevo varias veces en
el tapete ese deseo de ser castigado de ese modo, en función de fantasma. Existe,
además, un episodio de exhibicionismo muy peculiar en que se las arregla para
mostrar sus nalgas.
Por consiguiente, y para ser aun más preciso, habría que poner como título : « La
adolescencia, la edad de una gran variedad de respuestas posibles, a ese
imposible que es el surgimiento de un real propio de la pubertad. » De ahí el
título de mi exposición. También se lo podría escribir con un matema que
Jacques-Alain Miller había propuesto en su curso hace dos años. En su matema,
Jacques-Alain Miller proponía el síntoma como respuesta, como metáfora de la
no-relación sexual, de la inexistencia de la relación sexual. La inexistencia de la
relación sexual remite a la dificultad de saber qué hacer en lo referido al sexo, es
la ausencia de un saber constituido a priori a ese respecto. En el lugar de esa
ausencia de relación sexual, el sujeto elabora un síntoma que viene entonces para
él al modo de una respuesta posible a ese real imposible de situar que es esa
ausencia de relación sexual. Propongo simplemente retomar la relación
pubertad/adolescencia con el matema de Jacques-Alain Miller. La pubertad sería
uno de los nombres de la inexistencia de la relación sexual. Es en todo caso uno
de los momentos en que se presenta para el sujeto, más que nunca, la no-relación
sexual. Y para quedarnos todavía en este matema, diremos que la adolescencia
sería entonces la respuesta sintomática posible que el sujeto va a aportar a la no-
relación. Es el arreglo particular con el cual organizará su existencia, su relación
con el mundo y su relación con el goce, ocupando el lugar, por lo tanto, de la
relación sexual.
Σ à adolescencia
ø pubertad
Este síntoma que viene a sustituir el conjunto vacío, es una curiosa metáfora. La
parte del síntoma que por un lado se agarra al significante produce metáfora pero
es también la que da lugar a un rasgo de identificación, es la que permite la
interpretación de la verdad del síntoma. En el caso de Dora, por ejemplo, es la
parte significante que permite a Freud interpretar su tos a partir de los rasgos
extraídos del padre, a partir del deslizamiento significante Vermögen — mi padre
es afortunado — en Unvermögen — infortunado, pero que significa también en
alemán : « impotente ». Es sobre ese desliz significante que se desarrolla el
pequeño fantasma del coito oral que Dora imagina entre su padre y la señora K…
y que provoca en ella, por identificación, ese cosquilleo en la garganta. Es, pues,
el significante del síntoma. Pero al final de la enseñanza de Lacan, el síntoma es
también la efectuación de un modo de goce particular, conectado con algunos
rasgos. Es por eso que al final de la enseñanza de Lacan, el síntoma no es ya
considerado como de estructura fundamentalmente simbólica, significante, o
como si viniera a ocupar el lugar del padre, sino más bien como dependiendo
fundamentalmente del goce, como modo de goce de un sujeto. Ante el encuentro
de un imposible, el sujeto organiza un posible para él en cuanto a la relación con
el goce, eso es su síntoma.
La adolescencia es, pues, la declinación de una serie de elecciones sintomáticas
respecto de ese imposible con que se tropieza en la pubertad. Y escribí allí, con
Jacques-Alain Miller, lo imposible a través de un conjunto vacío. Este imposible
es una de las fórmulas de lo real, es la ausencia de saber, en lo real, sobre el sexo.
Es la no-relación. Jacques-Alain Miller definía la no-relación sexual de manera
extremadamente simple. En los animales, cuando no han sido subvertidos por el
hombre, está el instinto. Cuando un macho y una hembra se encuentran, el
instinto les permite en general saber qué hacer frente al otro sexo. Aunque en este
terreno se puedan describir cierto número de variantes. En algunas especies, por
ejemplo, algunos machos cambian de sexo cuando faltan hembras en el grupo.
Existen por lo tanto procedimientos suplementarios, en cantidad variable, pero no
se trata de homosexualidad, los machos se transforman en hembras porque no
hay bastantes hembras en el grupo. En consecuencia, en lo que concierne a los
animales, el instinto es un saber en lo real, que hace que no haya ningún
problema en lo que hace a la relación sexual. En lo que concierne al ser humano,
no existe ese saber en lo real y por consiguiente dos humanos, machos y
hembras, no saben demasiado qué hacer juntos. Lo saben porque lo aprenden
pero no lo saben a priori. Les falta un saber en lo real acerca de lo que
complementa los sexos al uno por el otro, eso es la no-relación sexual. Está muy
bien ilustrado en la novela Dafnis y Cloe escrita por Longo que es, por lo demás,
una referencia de Lacan. Dafnis y Cloe son dos niños abandonados por sus padres
en el umbral de un templo y tomados bajo su protección por los dioses. Van a
crecer juntos, se conocerán muy bien y se encontrarán solos uno con otro. El
relato se parece mucho al mito del buen salvaje de Rousseau. Van a descubrir
todo sólos, con excepción de una cosa, o sea, qué hacen juntos una chica y un
chico: « Dafnis permaneció durante mucho tiempo acostado y pegado al suelo
desde la cabeza a los pies, sin saber por dónde empezar para hacer lo que él
tanto deseaba. La hacía levantarse y la besaba por atrás pero al hacerlo se
encontraba menos satisfecho aun. Volvió a sentarse entonces en el suelo y se
puso a llorar lamentando su estupidez de saber menos que los carneros cómo
había que cumplir las obras de amor ». (3) Será necesaria la intervención del
Otro bajo la forma de una mujer que pasa por allí y que se lleva a Dafnis para
explicarle qué debe hacer. El asunto pasa, pues, por la palabra, pasa por el Otro.
Lo que nos interesa en la fábula es la puesta en escena de la inexistencia del saber
en lo real respecto del sexo. Como es obvio, la fábula deja entender que por poco
que pase por el Otro, el asunto puede saberse y habrá entonces relación sexual.
Lo cual no es cierto, evidentemente, puesto que en el Otro hay por lo menos un
malentendido.
Lo que viene a responder a esta ausencia de saber para cada sujeto, es el síntoma
como respuesta del sujeto a ese agujero. En este sentido podemos decir que la
adolescencia es el síntoma de la pubertad. Llamemos por el momento pubertad a
lo real que se pone allí en juego, aunque haya que definirlo con mayor precisión.
A eso me aplicaré en los desarrollos que siguen. Cuando hablo de adolescencia,
no se trata, con toda evidencia, de la adolescencia en el sentido de la crisis
adolescente o de la adolescencia como respuesta global sino más bien de la
adolescencia como la serie de las respuestas posibles a este fenómeno. Me
referiré a esta serie de respuestas posibles al final de mi texto. Propongo, pues, la
clínica de la adolescencia no en el sentido de una clínica de la crisis de la
adolescencia sino como una clínica del síntoma. Es una clínica que no tiene nada
que ver con la adolescencia como problemática en el campo social sino que, por
el contrario, se trata siempre de una respuesta individual como elección y
respuesta de un sujeto, teniendo en cuenta al mismo tiempo que existen
diferencias según las elecciones ya establecidas por el sujeto entre neurosis y
psicosis.
En una primera instancia se podría pensar que ese real remite al desarrollo
hormonal, es decir, aquello que rige biológicamente la pubertad como tal. Se
trataría en ese caso de los rasgos sexuales secundarios que se desarrollan y
estallan, o sea, las transformaciones del cuerpo. Ese real es orgánico. Me parece
que no es falso sostener esta posición, pero a condición de saber qué órgano se
pone allí en juego. Si se debe hablar de órgano, no basta con limitarlo al
desarrollo de los caracteres sexuales secundarios. Dicho de otro modo, pienso
que lo real de que se trata en el terreno de las transformaciones del cuerpo,
aunque no sea falso tomarlo en consideración desde ese ángulo, no se puede
reducir al órgano en el sentido médico de la palabra. Lo real no se reduce al
desarrollo hormonal. Si hablamos de surgimiento del órgano, deberíamos tomarlo
en el sentido en que se dice, por ejemplo, del hombre o de la mujer, que él o ella
tienen un « bello órgano », refiriéndonos a la voz (x). Habría que entender esta
materialidad de la voz como Lacan la encara en referencia al órgano concebido
como un órgano fuera del cuerpo o « fuera-cuerpo » [hors corps]. Lacan evoca
este punto a través del mito de la laminilla (4). Introduce con este mito el objeto
perdido, radicalmente perdido, y la cuestión de la sexuación y del amor. Con este
mito de la laminilla, Lacan construye la libido como órgano, en su dimensión
más orgánica posible pero justamente « fuera-del-cuerpo », como aquello que en
el goce va a permanecer ajeno al cuerpo que se significantiza, al cuerpo que
habla. Por lo tanto, si queremos situar ese cuerpo en el terreno de lo orgánico,
será a condición de situarlo en el órgano de la libido. Será a condición de situarlo
como órgano del goce y no como modificación anatómica del cuerpo. Esta última
es una modificación imaginaria del cuerpo, es decir, una modificación muy real
de la imagen. El órgano del que se trata aquí es un órgano marcado por el
discurso y ese real de la pubertad no coincidirá, por consiguiente, con el
crecimiento hormonal sino con ese órgano marcado por el discurso. La prueba de
ello es que el desarrollo hormonal no produce problemas en el animal. Nunca se
escuchó hablar de crisis de adolescencia en los terneros cuando éstos se
transforman progresivamente en toros. En el prefacio del Despertar de la
primavera de Wedekind, uno de los más bellos textos sobre la adolescencia,
Lacan escribe : « Es así que un dramaturgo aborda en 1891 el tema de en qué
consiste para los muchachos hacer el amor con las chicas, marcando que no
pensarían ni siquiera en ello sin el despertar de sus sueños. » (5) Por lo tanto,
solo piensan en eso pero, como dice Eric Laurent, es « intercambiando el relato
de sus sueños como se encaminan hacia la dialéctica de qué es ser amado por el
otro… queriendo alcanzarlo en el hacer el amor. » (6) Por consiguiente, si se
quiere hablar de un real situado por el lado de la transformación del órgano, por
el lado de lo que surge en el cuerpo, tenemos que entender que se trata de un real
marcado por el lenguaje, un real de un órgano marcado por el lenguaje.
¿Qué es eso nuevo ? Más que el órgano, lo nuevo es la aparición, otra vez más,
para el sujeto, de su déficit de saber en lo real. ¿Qué es lo que evoca este
concepto de real lacaniano ? En Lacan, hay tres referencias a lo real :
Situaré una tercera serie de respuestas en la relación con el fantasma que falla o
se desvanece. El sujeto que ha construido ya en su infancia un fantasma se
tropieza con el hecho de que ese fantasma, confrontado con todos los nuevos
desafíos en tormo al sexo, ya no opera de manera correcta. Es lo que podemos
llamar el desfallecimiento del fantasma. Los pasajes al acto son una respuesta
clásica al fantasma que desfallece. En el seminario « La angustia », Lacan ha
mostrado muy bien en un cuadro que retoma el tríptico « inhibición, síntoma y
angustia », que la gran barrera interpuesta frente a la angustia es el síntoma.
Cuando el síntoma desfallece – es el caso cuando surge un real – tenemos según
los casos el acting-out o el paso al acto. Sirven de última protección frente a la
angustia. Tenemos entonces el suicidio frente a la angustia como salida de la
escena para evitar la angustia. Esta temática está muy presente en El despertar de
la primavera. Más allá de la cuestión del encuentro con el sexo, en ese
surgimiento justamente de un real, nace para los adolescentes que se ponen allí
en escena una pregunta extremadamente vívida, que lleva a la angustia. Esa
pregunta llevará al suicidio de uno de los adolescentes de la obra de teatro y a la
pregunta, formulada por otro, de saber si va a seguirlo o no en su acto. En ese
momento surge la figura del Hombre enmascarado, que es una figura del
Nombre-del-Padre, dice Lacan. Es una de esas figuras de lo que antes llamé un
padre de sustitución sólido, una de esas figuras que se pueden encontrar en la
adolescencia bajo la forma de un profesor y que sirve de síntoma. Es el padre
como síntoma.
El padre como síntoma es una de las posibles respuestas. Entiendo por ello un
sustituto del padre. Pero en nuestras sociedades actuales existen cada vez más
dificultades para responder con el padre, para encontrar esta respuesta con el
padre, en la medida en que hay una crisis de la función paterna. Esta crisis o
declive fue siempre objeto de una observación caso por caso. Un ejemplo es el
caso de Juanito de Freud. En el Libro IV del Seminario Lacan analiza ese caso
como una consecuencia del declive de la función paterna. Aunque correctamente
instalado en lo simbólico, el padre no estuvo a la altura de representar una
excepción para su hijo. Un testimonio extraordinario de este hecho aparece
cuando Juanito pregunta a su padre si va a tener un hermanito. Su padre
responde : « Si dios lo quiere. » Juanito irá entonces a hacer la misma pregunta a
su madre, la cual responde : « Si yo quiero ». De lo cual Juanito infiere que « es
mamá la que decide en lugar de dios. » Tenemos aquí una prueba fehaciente de lo
que podemos llamar el declive de la función paterna, donde no es el padre quien
asume la posición de excepción. La consecuencia que tiene todo esto en Juanito
al nivel de su elección sintomática, es primeramente su fobia. Pero Lacan
muestra muy bien también en el último capítulo del Seminario IV que una vez
curado de su fobia, la respuesta de Juanito será un declive de la virilidad. Lo
pone en relación de oposición a don Juan. Juanito será un hombre que esperará
que las iniciativas vengan del otro lado.
Pero hoy en día, se produce algo más allá del caso singular en la clínica. Se trata
de un fenómeno de estructura en nuestra sociedad, consecutivo de los efectos del
desarrollo de la ciencia y de la universalización de la cultura. Actualmente
podemos encontrar por doquier a nuestra disposición todas las imágenes que se
nos ocurra acerca de este declive de la paternidad, y es incluso muy difícil
encontrar un elemento que vaya en dirección contraria. Tomemos simplemente
como ejemplo al presidente de los EE.UU, Clinton. Es un hombre politico cuya
mirada está atornillada en las encuestas y en el fondo, toda la cuestión no es ser
la excepción – posición que sí pudo ocupar un De Gaulle cuando decidía que
había que actuar de tal modo en una situación donde todos estaban en contra –
sino que todo reside en orientar un poco las cosas sin dejar de estar nunca dentro
de la mayoría. El resultado de ello es un modo de gobierno que no es
absolutamente el mismo que un gobierno en función de la excepción. No digo
que sea peor pero ahí está el declive de la función paterna y habrá que convivir
con eso. Por otro lado, en los asuntos jurídicos que afectan a Clinton, existe una
excepción paradójica ya que es el primer presidente de los EE.UU. que haya sido
citado a comparecer ante un tribunal durante su presidencia, acusado de un acto
cometido por él. Sin embargo, se trata de una excepción enteramente relativa. Es
cierto que constituye una excepción respecto de la serie de los presidentes
anteriores pero es una excepción que dice : « Es como todos, no hay más
excepción. » Es un beneficio para la democracia pero es también el nombre
mismo de la declinación de la función paterna.
Esto no quiere decir que la excepción no existirá nunca en ninguna parte. Pero
habría que ver dónde puede existir todavía. Actualmente, la excepción puede
existir en la serie de los Uno que son muy rápidamente remplazados, función de
la democracia. Pero se ve muy claramente que al nivel de los jefes de estado, esto
produce una situación sumamente frágil. Consideren un hombre politico como
Jacques Chirac, que en una entrevista hablaba de la desocupación y subrayaba su
aspecto dramático diciendo al mismo tiempo que eso no dependía de los hombres
políticos sino del capitalismo internacional, de la coyuntura, de lo que está
ocurriendo en el mundo…. En esta entrevista, viene a decirles a los franceses que
no tiene nada que decir, que no puede hacer nada para frenar la desocupación.
Tiene razón, no tiene nada que decir, pero el que lo seguirá tampoco tendrá nada
que decir. (7)
Quería agregar otros dos tipos de respuestas. Son las respuestas por el lado de la
oralidad de la demanda de amor. Me refiero a la elección regresiva de la anorexia
y la bulimia. Se trata de respuestas frecuentes en la adolescencia porque al mismo
tiempo permiten cierto rechazo de la sexuación. En todo caso, ésta se posterga
para más adelante. Se ve asimismo en la anorexia « clásica » de las muchachas
que esos sujetos llegan hasta el punto de que la menstruación desaparece y se
eliminan las formas del cuerpo femenino. Algo similar ocurre en la bulimia,
donde la transformación del cuerpo en imagen de mujer es velada por el efecto de
la demanda oral.
Notas
(1) Este texto corresponde a una conferencia dada en la Universidad de Paris VIII
en enero de 1998. Versión establecida por Isabelle Finkel.
(2) J.-J. Rousseau, Les Confessions, Gallimard, collection Folio, Paris, 1973, p.
45 [J.J. Rousseau, Las confesiones, Madrid, Alianza Editorial, 2008].
(3) Longus, Daphnis et Chloé, Seuil, L’école des lettres, Paris, 1994, pp 107-108
[Longo de Lesbos, Dafnis y Cloe, Madrid, Alianza Editorial, 2002].
(4) J. Lacan, « Position de l’inconscient » (1964), Ecrits, Seuil, Paris, 1966, p.
845 [J. Lacan, « Posición del inconsciente », Escritos I, Siglo XXI].
(5) J. Lacan, in F. Wedekind, L’éveil du printemps, Gallimard, Paris, 1974, p. 9
[El despertar de la primavera, versión digital en « El Psicoanalista lector »].
(6) L. Naveau, « L’adolescent au seuil du XXIème siècle », L’envers de Paris,
14, janvier 1998, p. VIII.
(7) Esto proviene de una observación de Jacques-Alain Miller en su curso.
(8) Es una observación de Eric Laurent en esta misma jornada del C.I.E.N.
Notas Traducción
(x) El autor evoca una vieja locución francesa caída en desuso, “avoir un bel
organe”, que significa “tener una hermosa voz” en el caso de un cantante o
“manejar una buena retórica” en el caso de un orador [Nota de la traducción].