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Ese día llega. Juan Dahlmann se dirige bien temprano a la estación Constitución para tomar el
tren que lo llevará al Sur. En el tren, el paisaje de la llanura se confunde y se mezcla con sus
sueños. El día pasa y Dahlmann siente que ese viaje hacia el Sur también es un viaje hacia el
pasado. Parece incluso notar que el tren en el que se encuentra ahora es otro.
Mientras termina de comer, Dahlmann siente un leve roce en su cabeza y ve una miga de pan
sobre la mesa. Preguntándose quién se la ha arrojado, se vuelve hacia los jóvenes alegres que
juegan a las cartas, pero los ve concentrados en lo suyo. Sin darle importancia, saca Las
mil y una noches y comienza a leerlo. Otra miga lo golpea, y esta vez los jóvenes
se ríen. Entonces, para evitar una pelea, Dahlamnn se levanta y se dirige a la salida, pero el
dueño del almacén lo llama por su nombre y le dice que no les haga caso a esos jóvenes, que
están pasados de copas y solo quieren divertirse.
Dahlmann entiende que el patrón lo conoce y que aquellos jóvenes también, por lo que la
ofensa se torna repentinamente personal y entiende que debe enfrentarlos. Despacio, se
aproxima a la mesa y les pregunta a los jóvenes qué andan buscando. Uno de ellos se levanta,
le grita, lo insulta, saca un cuchillo y amenaza a Dhalmann. El patrón interviene y hace notar
a los jóvenes que el forastero no está armado. Frente a esa sentencia, el viejo gaucho le arroja
a Dahlmann un cuchillo, que cae a sus pies.
Dahlmann levanta el puñal y comprende que con ese gesto ha aceptado el duelo. Sabe que no
puede ganar, pues desconoce cómo usar un cuhillo en una pelea, y no tiene idea de cómo
defenderse. Sin embargo, comprende que es mejor morir allí, en el Sur, antes que haberlo
hecho en el sanatorio. Con este pensamiento, sale a la llanura para enfrentarse a su rival.