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El desafío sigue siendo garantizar que los estudiantes avancen a través del
sistema y para ello es necesario que entendamos la educación de manera
articulada con el resto de factores sociales que la atañen.
Uno de los desafíos más grandes que enfrenta el país en materia de educación es luchar
contra la deserción escolar. Sorprende que uno de cada cinco estudiantes en Colombia no
continúe estudiando después de la primaria, que el 12 % quede por fuera en la básica
secundaria y que solo 48 de cada 100 de las zonas rurales del país culmine la educación
media.
Así mismo, la tasa anual de deserción hace unas importantes diferencias según las regiones.
En el Atlántico, por ejemplo, es de 10,7%, muy similar a la de Bogotá, que es de 10,9, pero
en Casanare llega hasta el 16,8%.
Estas falencias de la educación también ocurren en América Latina y el Caribe, donde más
de 20 millones de universitarios asisten a más de 10 mil instituciones que ofrecen más de
60 mil programas y donde, según el Banco Mundial, el número de estudiantes
universitarios se duplicó en los últimos 15 años.
Que aumenten los matriculados no significa que ocurra lo mismo con el número de
graduados. Si bien se duplicó el número de estudiantes universitarios, la mitad se va en el
camino. Muy triste. Y esto sin contar que de los millones que entran, no todas acceden a
opciones de calidad. Pocos, a juzgar por las cifras y los estudios existentes, cuentan con un
plan de estudios atractivo que los retenga hasta terminar. Muchos se van de la universidad
porque no tiene la capacidad económica de permanecer en ella. Miles, incluso, porque no
tienen cómo sostener los gastos que implica estudiar en Colombia.
Al graduarse, tampoco están preparados para enfrentar las demandas del mercado laboral.
Muchos llegan con marcadas desventajas y bajas competencias en temas claves. Y si logran
ingresar al mercado laboral, no solo enfrentan un entorno hostil a la formalidad, sino que
enfrentan una deficiencia profunda en materia de inversión en investigación, desarrollo e
innovación.
Es claro que las causas del desbalance de la educación y la deserción inician mucho antes
de la universidad: desde el preescolar que les hace falta a miles de niños colombianos, que
llegan a primero de primaria con el único requisito de haber cursado el grado de kínder. Por
lo general, un niño de escasos recursos no tiene ningún tipo de formación de primera
infancia. Los primeros cuatro o cinco años de vida son cuidados por un familiar o un
vecino, y el porcentaje que logra acceder a un preescolar lo hace a través de un hogar de
bienestar, que no siempre cuenta con las herramientas pedagógicas de los prescolares
privados, a los que asiste la minoría de los colombianos.
En el colegio las cosas no mejoran, porque la mayoría de los estudiantes solo tienen media
jornada, mientras que los de estratos más altos cuentan con formación en jornada única y
con una formación balanceada entre las áreas duras y el deporte, la ciencia, la tecnología y
la innovación.
Por supuesto, ese mismo niño que se ha formado con notable desventaja, generalmente no
cuenta con la información ni los recursos necesarios para tomar una decisión correcta al
momento de elegir una carrera profesional. En muchos casos, elegir es una oportunidad
única en la vida y equivocarse puede ser el final de una carrera, como lo advierte un
informe del Banco Mundial.
Los nuevos, que provienen de familias con menores recursos, la mayoría de las veces no
están preparados académicamente para enfrentar los desafíos de la educación superior, y
eso explicaría muchas veces explica la deserción. Ese desbalance educativo entre estratos
altos y bajos no es la única causa de la deserción, pero sí sirve para entender que en la
nivelación de la cancha está buena parte de la solución para enfrentarlo.
Pero definitivamente el desafío sigue siendo garantizar que los estudiantes avancen a través
del sistema y para ello es necesario que entendamos la educación de manera articulada con
el resto de factores sociales que la atañen y que se deben resolver, como la falta de
oportunidades educativas, la pobreza, la presión por empezar a trabajar, el conflicto y hasta
la violencia. De lo contrario, seguiremos con notas apenas aceptables.
La mayoría de las sedes educativas donde funcionan las escuelas y los colegios
oficiales aún en ciudades como Bogotá, surgieron en su inmensa mayoría a partir
de esfuerzos comunitarios. En el año 2014 había 12.051 instituciones escolares
públicas, las cuales funcionaban en más de 30.000 sedes y atendían a 8.655.079
estudiantes.