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a su novia)
Cuando Javier Méndez subió al podio para recibir su medalla de bronce en la
Olimpiada Internacional de Física 2012 se abría un episodio luminoso que no tardaría
demasiado en cerrarse. Acabaría poco más de un año después en un pequeño
departamento del viejo edificio Juárez de la Unidad Tlatelolco. De cómo un joven de
19 años, deportista, amable, educado, talentoso, se transformó en alguien que no era él
y terminó por encajar un cuchillo en un cuerpo sin vida, de eso trata esta historia.
Media hora después de que se desnudaron, el tono rojizo de la tarde empieza a anunciarse.
Se visten y pasan al sillón de la sala, donde siguen platicando.
Ni cómo podrían saber que la vida de ambos se retorcerá por completo en algunos minutos.
***
Carlos Medina Martínez, un joven aflautado, de unos 58 kilos de peso, cayó al piso como
un tronco cercenado en el momento en que dos hombres corpulentos le cayeron encima.
Tenía el pantalón negro levantado hasta las pantorrillas cuando uno de ellos metió la rodilla
entre sus piernas y el muchacho apenas pudo girar el cuello para no tragar el polvo ni las
hojarascas.
-¿Qué pasa con el muchacho? -preguntó, con temor, don Samuel, dueño de la farmacia
contigua a la cafetería.
Carlos había entrado en la farmacia sin darse cuenta de que otros cinco hombres se habían
colocado en las inmediaciones, con pistola en mano.
Obedecía la indicación del gerente José Bocanegra y se disponía a guardar la moto
repartidora.
-¡Camina! -le ordenó a Carlos uno de los hombres que lo levantó de un tirón con la mano
metida en el cinturón.
Lo subieron entonces a un auto blanco y se marcharon casi instantáneamente, dejando un
rechinido de llantas como su huella en una de las principales calles del centro de San Juan
del Río, en Querétaro.
A don Samuel, ya muy alarmado, pues temía que al muchacho lo hubiesen secuestrado, se
acercó entonces una mujer de jeans.
Se había levantado de una de las mesas de la cafetería en la que durante horas mordisqueó y
jugueteó con un pastel de chocolate.
-¿Por qué?- respondió con el mismo tono con que le había hablado su compañera.
-¡Se lo llevaron!
-¿Quién?
-¡Hombres, unos hombres! ¡Cuéntame todo lo que sabes!
-¿Qué te digo?
-¿Quién es Carlos?
Emilio Gonzaga enmudeció.
***
Ni Javier ni Sandra fuman regularmente, así que ambos se saltan el epílogo que se
acostumbra entre algunas parejas después de hacer el amor.
En cambio, como corresponde a quienes escasamente saben mucho uno del otro, comienzan
a platicar sobre lo que hacen y sus planes para un futuro que se antoja muy amplio y por
definirse.
Javier Méndez Ovalle tiene una idea un poco más clara sobre lo que desea hacer en los
próximos años.
Ya ha sido un excelente deportista, un quarterback nato de las Águilas Blancas y los Búhos
del Instituto Politécnico Nacional, un ágil nadador, un buen pianista.
Por si fuera poco, ha demostrado un desempeño académico superior.
El siguiente paso de este joven, hijo de una familia que lo ha educado en el deber y en el
esfuerzo, egresado de una vocacional politécnica, es estudiar una licenciatura fuera de
México.
-Me quiero ir al extranjero a estudiar -le confía Javier a Sandra Camacho, una jovencita de
17 años delgadita, de hombros finos y cabello negro y largo.
-En serio, en tres meses me voy -insiste Javier, serio y con un dejo de desesperación.
Le dice que meses más tarde, en septiembre de ese mismo año, viajó a Estonia y que ganó
la medalla de bronce para México en la Olimpiada Internacional de Física.
Sandra sigue burlándose.
Javier, su joven amante, al que ha conocido apenas, sufre notoriamente.
Sandra no tiene idea de que la Jacobs es una universidad privada altamente selectiva que
ofrece becas a los mejores estudiantes del mundo, ni tampoco que Javier habla alemán ni
que a los 12 años viajó a ese país con un tío que lo llevó al Mundial de Futbol 2006 y que
desde entonces quedó maravillado y deseó fervientemente ir allá.
-¡Ja, ja, ja, ja! -las risas forzadas taladran de nuevo la cabeza de Javier.
-¡Cállate!
-¿Tú? ¿Te vas a ir? ¡Ja, ja, ja! -continúa y da un paso más.
Se acerca hacia Javier.
Lo reta.
***
Pocos días después de llegar a San Juan del Río, el dinero que llevaba Carlos empezó a
escasear y el hambre apareció de tanto en tanto.
Una de esas mañanas se sentó en unas jardineras del centro para protegerse del sol debajo
de un conjunto de árboles de buen follaje.
Su mirada detectó entonces un pequeño anuncio en las vidrieras del restaurante chino Wing
Wah: "Se solicita mesero".
-¡Trabajo, sí!
La encargada le enseñó un billete de 100 pesos y como pudo darse a entender, le ofreció
comida y agua al día.
Así empezó a trabajar de mesero.
No duró mucho.
Los chinos eran racistas y le daban un maltrato, así que buscó y encontró acomodo de
inmediato en El Tapatío, un restaurante de antojitos mexicanos, cuyo dueño, Roberto
Buendía, lo aceptó de buena gana.
No ganaba mucho.
Apenas 800 pesos a la semana con todo y propinas.
Pero recibió algo que no se compra: buen trato.
Buendía lo empezó a tratar como a un sobrino.
Eso le consta a Emilio Gonzaga, quien durante mes y medio trabajó allí antes de pasarse a
la cafetería Finca Santa Veracruz.
Gonzaga, casi de 1.
75 metros, delgado y más o menos de su misma edad, había tenido que dejar la carrera de
psicología por problemas económicos.
Aunque al principio Carlos era muy reservado, poco a poco fue mostrándole confianza.
Le contó que no tenía hermanos y que un disgusto fuerte consus padres lo llevó a tomar su
propio camino.
En su nueva faceta, la de mesero, extrañaba todo lo que dejó atrás: casa, comodidades, sus
padres, amigos, pero no pudo dejar una de sus más entrañables pasiones: la música.
Los encargados del departamento lo saludaban con gusto: "Ya vienes a deleitarnos".
Una vez sentado, Carlos cerraba los ojos, apretaba la boca y dejaba escapar el aire por la
nariz para perderse en el mu,ndo envolvente de la música que interpretaba.
***
Descolocado, Javier siente cómo crece en su interior una molestia a medida que Sandra se
burla de sus pretensiones, lo hostiga y hace que él, inexplicablemente, intente convencerla
de que es verdad lo que le dice.
Sandra no para, sigue riendo, como una niña chiquita que no tuviera corazón; se burla y se
le acerca.
Javier reacciona.
Se aleja de ella, quiere acabar con eso, pero no sabe cómo.
Sandra lo jode, se le acerca otra vez, lo jode, lo molesta mucho.
La desesperación se apodera de Javier.
Está tan cerca.
La quiere alejar, la empuja, ella tropieza y cae.
***
Esa noche del 28 de julio de 2014 la cajera le insistió a Emilio.
Dos meses antes había aAbogado por él cuando se enteró que El Tapatío estaba en quiebra.
Emilio había dejado antes el trabajo en el restaurante por otras razones.
Como la Finca Santa Veracruz está muy cerca, podía encontrarse de tanto en tanto con
Carlos.
Cuando en la cafetería se abrió una vacante de mesero en el turno vespertino, Emilio habló
con su jefe para que Carlos la ocupara.
El gerente José Bocanegra lo entrevistó, se quedó con una buena impresión y lo puso a
trabajar sin saber más de él.
Digamos que la vida, apacible y con ciertas limitaciones económicas, corría bien para
Carlos.
Había cumplido casi un año de haber llegado a San Juan y por fin le quedaba tiempo para
leer también.
De hecho, en abril de 2014, había devorado Cien Años de Soledad, más o menos en las
mismas fechas en que el autor Gabriel García Márquez había muerto.
Eso es, hechos más, hechos menos, lo que Emilio sabía de su amigo Carlos.
Picado por la insistencia de la cajera de la cafetería, tomó el teléfono y llamó a su cuñado,
un policía judicial de Querétaro, para que le ayudara a investigar si lo habían secuestrado o
por qué se lo habían llevado.
***
Como si no fueran suyas, las manos de Javier se aferran al cuello de Sandra.
Aprietan, más y más.
Javier no lo ve en ese instante, pero se comporta como si otra persona tomara posesión de
él.
Aprieta las manos.
No afloja.
Aprieta más tiempo.
Pasan los segundos.
Una eternidad contenida en una fracción de tiempo.
Oprime el cuello hasta que percibe que ella ya no hace fuerza.
Lo invade la idea de que tiene que sacarla, pero cómo hacerlo sin que lo vean.
Piensa y piensa.
Y se aferra a la idea de sacarla a como dé lugar.
Intenta cargarla como a las novias cuando se casan, pero no puede levantarla ni del suelo.
A su cabeza llega, entonces, pura basura.