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TEXTO 1
―No deben impresionarte estas cosas, muchacho. Esto suele ocurrir.
El muchacho no podía arrancar los ojos del caballo muerto. El caballo había
muerto de repente, mientras marchaban por el camino. El chico se hizo daño
al caer. Fue curiosa la caída. El animal había encorvado los lomos como un
gato y se había ido al suelo. Al caer, el chico se había cortado en el brazo con
una piedra. La herida sangraba. Y, sin embargo, lo único que le dolía era el
espectáculo del caballo retorcido en el suelo.
1.2.- Intenta rehacer este texto, con sus mismas palabras, siguiendo
el orden que has establecido en la pregunta anterior.
TEXTO 2
Un fuerte viento levantó las cenizas, cegándolo para siempre y el
fraticida, temeroso, abrió dos años después el recipiente para
asegurarse que los restos estaban allí. El cacique Huantepeque asesinó
a su hermano en la selva, lo quemó. Los dioses mayas le presagiaron
que su hermano saldría de la tumba a vengarse, y guardó sus cenizas
calientes en una vasija.
Oscar Acosta, El vengador
TEXTO 3
Durante unos segundos había permanecido quieto frente a mí,
mirándome con sus pequeños ojos enrojecidos como miraría un animal
paralizado y suicida los faros de un automóvil, muy cerca, a unos pasos
de distancia, retrocediendo con la misma lentitud con que yo iba hacia
él, chocando en su retirada con las mesas del bar. Dije su nombre,
Andrade, extendiendo la mano en un gesto de saludo inconsciente,
como si yo quisiera asustarlo, y él caminaba hacia atrás y seguía
mirándome con incredulidad y cobardía, con el rencor de los celos,
porque mientras esperaba en el bar a que ella apareciera sin duda había
estado imaginando con minuciosa exasperación su entrega a un
desconocido que ahora, para que se hiciera más exacta la injuria,
adquiriría mis facciones, que eran también las de su perseguidor. En su
cara devastada por tantas noches de insomnio y de huida yo
vislumbraba, por encima del miedo, los estragos del amor, y
comprendía que esa mañana, cuando se quedara solo en la estación o
en los vestíbulos del aeropuerto, le habría faltado coraje para irse, y
habría vuelto a la ciudad sin que ella lo supiera, y tal vez la habría
seguido, rondando la casa donde ella esperaba que sonara el teléfono,
arriesgando su vida para volver a verla desde lejos, para seguir el taxi
que la llevaba al hotel donde un hombre pagaría por tener durante
menos de una hora lo que sólo a él le estaba destinado. Había vuelto,
renegando de su última posibilidad de sobrevivir, se había apostado
tras los cristales del bar para verla de nuevo, cuando pasara hacia la
calle con su vestido negro de tirantes cruzados y su chal sobre los
hombros, prohibida ya para él, porque si no se iba de Madrid y
continuaba a su lado le transmitiría su condena.
Antonio Muñoz Molina, Beltenebros
TEXTO 4
Era una mala idea, pensó Julián, mientras aplastaba la frente contra
los cristales y sentía su frío húmedo refrescarle hasta los huesos, tan
bien dibujados debajo de su piel transparente. Era una mala idea esta
de mandarle a casa la Nochebuena. Y, además, mandarle a casa para
siempre, ya completamente curado. Julián era un hombre largo,
enfundado en un decente abrigo negro. Era un hombre rubio con los
ojos y los pómulos salientes, como destacando en su flacura. Sin
embargo, ahora Julián tenía muy buen aspecto. Su mujer se hacía
cruces sobre su buen aspecto cada vez que lo veía. Hubo tiempos en
que Julián fue solo un puñado de venas azules, piernas como
larguísimos palillos y unas manos grandes y sarmentosas. Fue eso, dos
años atrás, cuando lo ingresaron en aquella casa de la que aunque
parezca extraño, no tenía ganas de salir.
Carmen Laforet, El regreso