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las valijas, afuera!!!
Un aporte para pensar el maltrato entre lesbianas
Valeria Flores*
Integrante de “Fugitivas del desierto” Lesbianas feministas
Neuquén – Argentina
“Decir es un acto potente.
Crea o destruye mundos”.
Diana Bellessi
Hay palabras que hieren, que van cavando túneles profundos en nuestra
interioridad, socavando nuestra autoestima, sin que lo percibamos hasta mucho tiempo
después. Como lesbiana política que intenta reflexionar sobre su propia vida, quisiera
realizar un aporte para pensar y analizar el maltrato entre lesbianas. Como primera
instancia, creo que es necesario admitir que tenemos este problema, entre nosotras y con
nuestras hermanas; sin ánimo de hacer generalizaciones en abstracto, casi todas hemos
conocido situaciones de parejas donde nos resultaba violento escuchar ciertas formas de
tratarse entre ellas, con frases despectivas, chistes que en forma solapada apuntaban a la
humillación de la otra y, en otros casos, que también han llegado a los golpes y otro tipo de
agresiones físicas.
Habrá, por supuesto, quienes digan que esto no es bueno para la imagen de las
lesbianas; en esta sociedad patriarcal, donde lo que se conoce de las lesbianas no es lo que
nosotras decimos acerca de nosotras mismas sino lo que dice el régimen de representación
heterosexualizante, imponiendo estereotipos e identidades cosificadas. Pero no reconocer
que esto nos pasa, tanto así como hemos internalizado la lesbofobia del exterior, es
mantener en las sombras esas opresiones mediante las cuales el patriarcado se va
instalando en nosotras mediante prácticas y discursos de los que nos vamos apropiando. Es
mantener a nuestro opresor oculto en la cercada intimidad de nuestros cuerpos.
Si las lesbianas feministas queremos pensar otra vida para las mujeres en general, y
especialmente para las lesbianas, haciendo visible nuestro deseo, convirtiendo en política
nuestra experiencia, denunciando cómo la heterosexualidad se va imponiendo silenciosa
pero eficazmente como el modelo de sexualidad a seguir, revisar las formas de relación
entre nosotras es vital para poder construir nuevos modos de vinculación y para fortalecer
la posibilidad de configurar una comunidad de lesbianas, sostenida por el deseo de
preocupación por las otras y por sí misma, permeable a los cuestionamientos que viene
desde el interior de la misma.
Tuve dos experiencias de convivencia con mujeres a lo largo de mi vida. Escrutando
mis propias experiencias de pareja y/o amante, identifico que, en más de una situación, he
sido víctima de algún tipo de maltrato.
Respirar asfixia
Era una práctica habitual, un rito imposible de evitar como casi todas las prácticas consagradas por la
inenarrable fuerza de la costumbre: los domingos eran días de visita a sus amigas, para el juego de cartas y el
fútbol (masculino ¡¡) por tv. Todas –menos yo‑ fumaban, por lo que la sala era pasto del humo, una gran nube
arrancada del cielo atabacado, desdibujando por igual el contorno de mujeres y objetos. ¿Y yo? Tosía y me
aburría.
Cuando quise plantearle a mi novia, la primera mujer con la que convivía, la posibilidad de abrir
juntas nuestro horizonte de alternativas de recreación o, en todo caso, que cada una hiciera caso de su placer,
dio inicio el espinoso recorrido –cuesta arriba‑ de la recriminación: ‑¡A vos no te gustan mis amigas! seguida
del pertinente rostro de desagrado.
La escena se repitió casi idéntica por bastante tiempo: cada una manteniendo su línea de diálogo en
una representación enojosa y de tensión creciente, hasta que mi mano alzó la bandera blanca: me callé y así de
calladita seguí soportando la anodina tv, la enfermante humareda.
Mientras todo esto sucedía, mis libros, apéndices de mi interioridad, irremplazables como un brazo o
un orgasmo, dormían su sueño de polvo y ácaros debajo de la cama compartida, pese a mis numerosos pedidos
de un espacio para ellos. Y los días, con los rasgos repetidos de la cotidianeidad, siguieron su curso, en esa casa
pequeña, sin biblioteca, sin voluntad, inundada poco a poco del enrarecido aire de la resignación.
Como en los vinos que se pasan, la angustia decantó hasta el desenamoramiento, más cuando las preguntas
reiteradas, los cuestionamientos hacia mí se teñían de un tono color duda: ‑“¿a vos te gusta tal….no?” o “‑¿te
hacés la linda con…?”.
“Esa es tu pena./Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras/y el
perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven”. Esa era mi pena, y era
sistemática.
Chistes que socavan
A mi segunda convivencia, años después, llegué alerta, con los ojos bien abiertos. Pero, el auspicioso
comienzo, hizo que las defensas poco a poco cedieran. Con mi nueva compañera, podíamos acordar nuestra
convivencia con charlas que –despaciosa, progresivamente‑ fueron tejiendo una trama de hilos apacibles, acaso
demasiado apacibles, pienso ahora.
Desde que empezamos a salir y en especial después, en asados compartidos con otras lesbianas o en
nuestra sosegada intimidad, hubo una frase que comenzó a instalarse, aunque expresada siempre en un tono
de humorada, con una sonrisa haciendo juego (hay sonrisas que pueden ser terribles): “con las valijas afuera”,
frase que sintetizaba (y, veladamente, amenazaba) las consecuencias que le seguirían a una “infidelidad” de mi
parte. Aparentemente, las valijas “adentro”, eran una recompensa a mi respeto de la institución monogámica.
Mi pareja de entonces conocía–y creo yo, le servía de background‑ mi historia pasada en el tema
mujeres: promiscua, para unas; “para todos los gustos”, para otras, me gustaba pensar de mí en ese momento
que “exploraba cuerpos”, en una suerte de aprendiza sexual con aires de machismo solapado.
Es inconcebible como una sola frase, repetida a lo largo de mucho tiempo, confabulada con miedos
personales y culpas inculcadas, produce tamaño socavón.
Nuevamente, la casa habitada le pertenecía (y era este un hecho remarcado por actitudes más que por
palabras), pero ahora se sumó una nueva circunstancia que primero taché de inocente, aunque sólo más tarde
advirtiera su real dimensión de daño: un día llegué a casa y el sueldo de ambas reposaba en idéntico cajón, en
una mixtura que me desagradó, pero que rápidamente acepté pensando que el manejo del dinero sería
equitativo. Pronto noté que esta “sociedad” me ponía en situación de aclarar el destino que le daría al dinero y
que esto lo volvía “cautivo” de prioridades relacionadas más con la casa, recién construida, que con
“futilidades” como compra de libros, por ejemplo. Para completar el dibujo de este paisaje de vulnerabilidad,
cabe agregar que por esos tiempos no tenía un trabajo estable, trabajaba como docente suplente en una escuela.
A los dos años de esta convivencia, conocí a una mujer que comenzó a despertar todo lo dormido en
mí. Se hizo notar pronto la necesidad de esclarecer, clarificar lo que sentía y fue en este momento en que, poco
a poco, se hicieron evidentes los efectos de aquella frase: con una economía inestable, sin hogar propio, mi
autonomía emocional, mi capacidad de decidir habían sido cercadas y cercenadas.
Para terminar de darle a esto dimensión de drama, se sumaron las antiguas experiencias de mi pareja,
que se había separado porque su ex se involucró con una amiga de ambas. Me sentía reeditando esa situación
de sufrimiento, haciéndome cargo así de una culpa ajena, que me fue ahogando como un oleaje indeseado.
“El agua se aprende de la sed;
por la angustia, el arrebato,
la paz por sus batallas”
Emily Dickinson
¿Por qué yo, que me consideraba una mujer con cierto grado de autonomía y
decidida ante la vida, construyendo mi visibilidad como lesbiana, me sentía de esta
manera? ¿Qué me estaba sucediendo? ¿Por qué había internalizado estas cuestiones y me
sentía indefensa? ¿Qué se había activado en mí para soportar estas situaciones?
Esto lo pude ir pensando y analizando, “largando el rollo” 1 , un año después, con
ayuda invalorable de mi nueva compañera, con quien he podido pactar otro tipo de
relación amorosa.
Me parece necesario problematizar el mito de que las relaciones entre lesbianas son
igualitarias por el hecho de ser mujeres, porque la idealización del amor obtura el análisis
de aspectos de la realidad que, aunque de manera inconsciente, operan de manera
constante.
Suponer que el “amor romántico” todo lo puede superar y perdonar (como alguna vez lo
llegué a pensar en un momento de mi vida), nos puede hacer caer en relaciones que nos
terminan dañando y cercenando nuestra capacidad de acción y decisión.
Esto no es casual ni natural. Como mujeres hemos sido socializadas en el género, en
el que el servicio a los demás era primordial, posponiendo nuestros propios intereses.
Resulta claro, que si hemos seguido nuestro deseo por otra mujer, la afirmación precedente
entraría en conflicto. Sin embargo, ello no garantiza que aquellos modos de relación y
actuación del género sigan emplazados en algún lugar de nuestra subjetividad. Sumado a
esto, cuando intentamos salir de la invisibilidad como lesbianas, habría una cierta exigencia
o expectativa social de aparecer como “buenas personas”, como si tuviéramos que
compensar nuestro “desvío” de la norma sexual con otros aspectos de la vida. Por ejemplo,
siendo “buenas alumnas”, “eficientes en el trabajo”, “inteligentes”, etc, imponiéndonos una
sobre‑exigencia que las/os heterosexuales no tienen, ya que ser heterosexual es lo esperado
y deseado socialmente. Y si no lo sos, tratá de resarcirlo, sería el contenido del mensaje
culpabilizador.
1
Tal como dice el lema de la acción de sensibilización acerca del maltrato entre lesbianas, realizada por el Programa
“Desalambrando” y las Mujeres Públicas.
Lo cierto es que vamos “normalizando”, “naturalizando” formas de maltrato como
patrones de convivencia.
Por otro lado, también sería necesario reflexionar e indagar cuánto de la monogamia
como estructura familiar hemos aprendido, en la que el sentido de “propiedad” va tejiendo
muchas de las relaciones y sentimientos que tenemos.
Hay prácticas y actitudes que no se identifican como tales, pero que sin embargo
crean un malestar sin que tengamos en claro por qué. Por ello, la violencia 2 abarca aquellas
actitudes que no tienen que ver con empujones y golpes, pero que de todos modos causan
algún tipo de daño; por ejemplo, los actos dirigidos a vigilar, perseguir, humillar y
manipular a la otra.
Cualquier acto de violencia tiene como resultado, o tiene probabilidad de terminar
con algún daño físico, sexual o psicológico o con algún tipo de sufrimiento para las
lesbianas, incluyendo amenazas de dichas acciones, coerción o privación arbitraria de
libertad, ocurra tanto en la vida pública o en la privada. Las consecuencias en la persona
agredida suelen ser depresión, baja autoestima, aislamiento, fracaso escolar y bajo
rendimiento laboral. Pero es tan cotidiana esta violencia que no es fácil detectar su
trascendencia social entre las lesbianas, y es esta invisibilidad uno de los mayores
obstáculos a sortear.
La violencia entre lesbianas es un problema político, porque está estrechamente ligada a la
construcción de la autonomía personal y a la libertad social, ambas corporizadas en nuestra
subjetividad sexuada. En este sentido, las palabras de Cherrie Moraga 3 revelan una tarea
imprescindible para las lesbianas “... nuestra incapacidad para enfrentarnos seriamente
nosotras mismas a preguntas que nos dan mucho miedo. ¿Cómo he internalizado mi propia
opresión? ¿Cómo he oprimido?... . Necesitamos un lenguaje nuevo, palabras mejores que
puedan describir de manera más cercana los miedos de las mujeres y la resistencia de una
hacia la otra; palabras que no siempre suenen a dogma.”
Y aquí quisiera retomar un planteo de las feministas italianas, que creo ayuda a
pensar las relaciones entre lesbianas. Para ellas, la libertad femenina es libertad relacional,
libertad que una mujer prueba y disfruta en relación de confianza con otra; otra que da
ʺvínculo, intercambio y medidaʺ. Una mujer que reconoce en otra la autoridad para
construir juntas un mundo simbólico. Podemos pensar que si las lesbianas necesitamos
construir, como forma de resistencia y para darnos existencia, un imaginario y un mundo
2
Por violencia entiendo: a) Violencia verbal: Insultos, gritos, palabras hirientes u ofensivas, descalificaciones,
humillaciones, amenazas, piropos que causen molestia, etc.; b) Violencia psicoemocional: Aquellas actitudes que dañan
la estabilidad emocional, disminución o afectación de la personalidad; pueden ser prohibiciones, coacciones,
condicionamientos, intimidaciones, amenazas, etc. Asimismo, todo acto realizado con la intención de causar daño moral;
c) Violencia económica: El castigo a través del control del dinero o de los bienes materiales. Es una de las formas más
sutiles de violencia; d) Violencia física: Actos de agresión intencional en la que se utiliza cualquier parte del cuerpo,
algún objeto, arma o sustancia, con la finalidad de sujetar, inmovilizar o causar daño a la integridad física de otra
persona, generalmente más débil, encaminado a su sometimiento y control. Incluye los empujones, bofetadas, puñetazos,
puntapiés, etc. e) Violencia sexual: Toda conducta reiterada por acción u omisión de connotaciones sexuales, cuyas
formas de expresión dañan la intimidad de la persona, vulneran su libertad y afectan su desarrollo psicosexual; algunos
ejemplos en lesbianas pueden ser: Prácticas sexuales no deseadas o que generen dolor, tocamientos íntimos o roces sin el
consentimiento de la persona; penetración sin consentimiento.
3
La güera. Debate feminista Año 12 Vol , 24 Octubre del 2001
simbólico propio, la libertad es la medida de nuestra relación con el mundo y, por lo tanto,
con otras lesbianas. Por eso, perfilarse en el reconocimiento en otra mujer lesbiana, con
características propias y respetando las diferencias, hace nacer entre iguales un acto de
confianza y voluntad en que una podrá tomar decisiones propias con el apoyo de otra. A
esta relación se le conoce con el nombre de affidamento, término acuñado por las mujeres
de la Librería de Milán. Este concepto nace para nombrar la tutela que se da entre iguales,
es compartir los sueños y proyectos propios con las otras, para hacer una causa común
frente al poder patriarcal, la cual ha negado la unidad y el compartir entre mujeres con una
educación misógina, en donde en lugar de crear alianzas, las mujeres se disputan las
migajas del poder que los hombres y mujeres que controlan, les arrojan.
El affidarse una mujer a su igual tiene un contenido de lucha política, sirve para
darse seguridad y para hacerse su propia idea de la realidad que les rodea. El pacto sorico
que se establece entre las mujeres reconoce de una a otra las capacidades y limitaciones que
hacen de cada una un ser único. Las mujeres tienen que reconocerse como personas
distintas a otras/os, no como extensiones de la casa, familia, pareja o prole, para reconocerse
de un ser en sí, en un ser para sí. De esa manera, serán capaces de mirar alrededor y confiar
en su iguales frente a las/os distintas/os y practicar la confianza. El affidamento designa,
entre otras cosas, la búsqueda de referencias simbólicas entre mujeres.
Para una lesbiana que trata de sobrevivir en una sociedad heterosexual, no hay un
camino fácil para atender a estas cuestiones. Sin embargo, intentar combinar el confiar, el
apoyarse, dejarse aconsejar, dejarse dirigir en una relación entre lesbianas, puede ser un
camino para construir entre nosotras relaciones más democráticas.
La violencia, por el contrario, se propone destruir y destruye la apertura a la
relación, las prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana, la
apertura a lo otro de sí. Cuando hay expresiones de violencia entre lesbianas, una
seguramente es incapaz de reconocerle autoridad a la otra, a la constelación de relaciones
que ella tiende y atiende. La que maltrata suele sentir mermada o amenazada su libertad
por los vínculos que la otra crea, por eso, suele destruir tenazmente esos vínculos.
“Mucho de lo que necesitas se ha perdido.
Los poemas que sabemos son simplemente fragmentos...
Debemos acostumbrarnos a que tenemos
que inventar lo que deseamos”
Adrienne Rich
¿La violencia entre lesbianas es la misma que la violencia de carácter heterosexista?
Ensayando una respuesta, me animo a arriesgar que, seguramente, no. Porque las lesbianas
estamos en un lugar de subordinación respecto de lo heterosexual y, por lo tanto, las
relaciones sociales de las que formamos parte no nos otorgan la misma legitimidad en
nuestras existencias. Ahora bien, eso no significa que el poder esté ausente en nuestras
relaciones. Por el contrario, se hace presente de una manera particular. Y es en ese sentido
que este aporte pretende ayudar a “mirar”, a inventar eso que deseamos como dice Rich, no
tanto unas relaciones amorosas sin poder, sino en todo caso, como un fluido de poderes que
otorguen reconocimiento, confieran autoridad y se basen en la confianza entre lesbianas,
como un modo de estar atentas a que el poder no cristalice en relaciones estereotipadas y
rígidas.
Si es justamente la capacidad de hablar por alguien y la posibilidad de señalar sitios
a otros, lo que caracteriza al patriarcado como sistema de dominación, es esencial, tomar la
palabra y autorizarnos entre nosotras para hablar de lo que nos sucede. Tal como dice
Audre Lorde, ʺsólo mirando a la pesadilla se encuentra el sueño, ... ahí la sobreviviente
emerge para insistir en un futuro”.
Tengo más interrogantes que certezas, más dudas que afirmaciones, porque casi no
hay producciones respecto a esta problemática ni experiencias relevadas, pero quién mejor
para producir saberes y propuestas que las propias protagonistas, lesbianas queriendo
transformar y alterar el mundo como a nosotras mismas.
Octubre del 2004.‑
* Agradezco a Macky Corbalán la ficcionalización de mis experiencias personales
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