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Andrea Momoitio
24/04/2013
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Activismo, amor romántico, feminismo, heteropatriarcado, lesbianas,
lesbianismo, pareja, relaciones, Violencia
Andrea Momoitio apuesta por el feminismo como único mecanismo posible para
erradicar las prácticas patriarcales entre lesbianas
Una de las cosas que no perdonábamos era que alguien pudiera creer que las lesbianas
reproducimos el patriarcado. Quizá esta idea esté especialmente interiorizada entre
feministas. Sé que es una afirmación muy atrevida, pero supongo que pensarán que
llevan demasiados años de militancia para que se respete a las mujeres como sujetos
activos de sus propias vidas para que ahora, un par de bolleras, reproduzcan la misma
mierda. Además, de alguna manera, se trata de repensar la violencia de género y eso,
inevitablemente, a las feministas nos duele. Recomiendo escuchar a Elena Casado en
esta ponencia. Muchas de las cosas que dice habría que matizarlas mucho, pero quizá no
esté tan desencaminada al intentar mirar con otra perspectiva la violencia de género.
La lesbofobia no sólo es una postura ideológica incorpórea sino que es muy tangible
Las lesbianas no crecemos en marte. Formamos parte de este mundo en el que sólo hay
una forma de enteder las relaciones. El modelo heterosexual de amor romántco está
impregado también en nuestros huesos. Muchas lesbianas reproducen relaciones de
poder: económico, social, sexual, de clase, psicológico. Pero es que estamos en el
mismo mundo que las heteros, escuchamos las mismas canciones, vemos las mismas
películas, jugamos con los mismos juguetes y recibimos la misma educación en las
escuelas. ¿Es posible entonces que, por ejemplo, quedemos exentas de la presión que
supone el mito del amor romántico? ¿Es posible que no reproduzcamos las relaciones de
poder heterosexuales cuando son estas también nuestros únicos modelos? No buscamos
príncipes, vale, pero quizás, inevitablemente, busquemos princesas. Y esa búsqueda de
una persona que nos complemente nos coloca en una situación que favorece, cuando no
fomenta, que podamos ser víctimas de cualquier tipo de violencia. Vuelvo a insistir:
asumir la existencia de violencias múltiples no implica categorizarlas según su
gravedad. La violencia machista es la muestra evidente de la existencia del sistema
patriarcal, pero en él también nos movemos las mujeres lesbianas.
No hemos conseguido aún establecer modelos de pareja que no estén atravesados por
dicotomías como activo/pasivo, fuerte/débil, dependiente/independiente, que pueden
generalizarse siempre en femenino/masculino. En esas dicotomías nos movemos
también las lesbianas y esos roles establecen nuestros modelos de relaciones
sexoafectivas. En esos roles está implícito también el poder que ejerce quien maltrata.
Es un tema delicado y doloroso. Maltrata quien, dentro de una pareja, asume el rol que
lleva implícito el ejercicio del poder. Muchas lesbianas asumen ese rol. Durante un
tiempo mantuve una relación con una mujer que asumió conmigo ese rol. Yo, por ende,
me mantuve en una posición pasiva. No me atrevo a decir que sufrí violencia –que no
me atreva a decirlo no implica que no fuera así- , pero lo que es cierto es que viví
situaciones que ahora podría identificar como agresiones. La figura del maltratador que
forma parte de nuestro imaginario responde a la imagen de un hombre en tinieblas y eso
nos impide, en muchas ocasiones, ver otras formas de ejercer el poder. Y, al fin y al
cabo, la violencia es eso.
A pesar de las resistencias que percibo del movimiento feminista, creo que es este la
única herramienta posible, aunque no parezca demasiado probable, para acabar con la
violencia entre lesbianas. Es así porque también es la única posibilidad para acabar con
la violencia en cualquier relación sexoafectiva, el único medio para lograr construir
relaciones más igualitarias. Considero también importante trabajar por hacer cierta esa
utopía feminista que afirma que las relaciones lésbicas ya son más igualitarias que las
heterosexuales. Debemos rescatar el lesbianismo como arma revolucionaria contra el
sistema patriarcal, pero evitando caer en sus trampas. Y sobre todo, aceptando que las
lesbianas podemos también ser víctimas y esbirras de este sistema. Negar esa
posibilidad implica dejar desamparadas a muchas víctimas.
Todo esto parece improbable cuando aún hoy, muchas feministas que afirman sin pudor
que “lo personal es político”, siguen evitando sacar el lesbianismo de sus camas.