Está en la página 1de 4

Resiliencia

Amanda Knox

¿Quién eres tú?

Mi gran pregunta existencial cuando me encontré en prisión fue: ¿Por qué? ¿Por qué esto me está
pasando a mi? Ser encarcelada por un crimen que no cometí no encajaba para nada en la historia que
había estado viviendo, sobre una chica viajando al extranjero, ampliando sus horizontes y persiguiendo
su pasión por el idioma extranjero y la cultura. Mientras seguía con esa historia no podía encontrar
respuesta a la pregunta "¿por qué?" que tanto me atormentaba. Inevitablemente pensaba en lo mejor
que había sido mi vida antes de estar atrapada en una caja de concreto.

Antes del asesinato de mi roommate y mi arresto, tenía una vida notablemente libre de dolor y
dificultades. Tenía una gran familia amorosa, me iba muy bien en la escuela y en los deportes, y mi
futuro estaba lleno de posibilidades. Tal vez me convierta en una traductora profesional, me enamore,
empiece una familia, etc., pero la prisión está diseñada para destruir posibilidades. Para restringir y
confinar no solo tus acciones, sino tus sueños.

Lo físico y lo psicológico están entrelazados. No podía caminar por una puerta sin que alguien la abriera
por mi, como si fuera un tipo de animal de zoológico. Me alimentaban con vegetales hervidos y pedazos
grises de carne no identificada. En los primeros días, el encargado de la prisión me ordenaba que fuera a
su oficina cada noche, para interrogarme sobre mi vida sexual y si quisiera tener sexo con él. Me mintió
diciéndome que había salido positivo a VIH y sugirió que escribiera una lista de cada persona con la que
había tenido sexo. Así lo hice, escribí sobre mis 7 parejas sexuales de toda mi vida, y sobre mis miedos de
que moriría de sida. Mi diario fue inexplicablemente confiscado y filtrado al enjuiciamiento y a la prensa.

Mientras esta pesadilla se extendía, cada día peor que el anterior, empezaba a preguntarme: ¿Esto es lo
que debía de pagar? ¿El sufrimiento me perdonó por dos decadas y ahora estaba apareciendo por el
tiempo perdido? Estaba desesperada por una historia que le diera sentido a mi situación.

Vi a otras prisioneras aferrándose a un tipo diferente de historia. Decían cosas como: "Si no estuviera en
prisión ahora mismo estaría muerta". La mayoría de estas prisioneras eran religiosas y estaban
desarrollando una historia que no había sucedido pero bien pudiera suceder basada en su fé de que Dios
tiene un plan. Ellas creían que Dios las había puesto aquí en prisión en lugar de un destino peor. Esto es
algo que naturalmente todos hacemos: restamos importancia o incluso negamos lo positivo de
oportunidades perdidas.

Como atea, esta historia no resonó conmigo, pero aprecié que era una útil estrategia para hacer frente y
salir adelante. Estas mujeres estaban contándose a sí mismas la historia sobre sus circunstancias de
manera que disminuyera su sufrimiento. Simplemente resulta ser la historia predicada en un
benevolente y omnipotente creador interesado en el resultado de sus vidas.

El padre de la prisión me ofreció una historia similar: "Dios obra de maneras mistoriosas". Esta historia
no resonó conmigo tampoco. Enmarcó mi desgracia como sensata, incluso si no podía ver el sentido en
ella, y no podía soportar la idea de que mi encarcelamiento y el asesinato de mi roommate fueran sin
sentido. Pero el padre dijo algo más que me dejó pensando. Él dijo: "cuando rezas por fuerza, Dios te da
la oportunidad de ser fuerte". Aun así no creía en un creador omnipotente, pero empecé a entender
que el nihilismo no era lo único que me quedaba. Si, nada inherentemente importa y no había
últimamente una razón para todo lo que me había pasado a mi o a cualquier otra persona. Pero esa falta
de sentido fue, sin embargo, una oportunidad como nunca antes había tenido en mi vida.

Empecé a dibujar los contornos de una nueva historia, una que simultáneamente permitirera que mi
desgracia fuera sin sentido y al mismo tiempo valiosa. Una historia que, de hecho, podía servirme. ¿Qué
quiero decir con esto?

En psicología, la teoría de la identidad narrativa es la idea de que siempre estamos escribiendo la historia
de nuestras vidas enmarcando nuestras experiencias como plot points, eventos mayores en una historia
que cambian el curso de la trama en una narrativa en curso. Nos convertimos en los protagonistas de
nuestros propios mitos personales. Pero las sorpresas inevitables de la vida pueden interrumpir nuestra
historia, rompiendo nuestro sentido de coherencia o propósito, dejándonos con una historia que ya no
nos sirve.

Una historia que si nos sirve es aquella que nos proporciona el sentido de control, incluso y
especialmente cuando encontramos adversidades y caídas. Es una historia que ata nuestras acciones con
nuestros valores. ¿Cuáles eran mis valores? Aunque probablemente no lo había planteado de esta
manera en aquel entonces, mis valores se basaban en algunas enseñanzas budistas: ¿Es verdad? ¿Es
necesario? ¿Es benigno?

Empecé a decirme que estaba en medio de una oportunidad extraordinaria de crecimiento personal.
Esta historia definitivamente era un acto de compasión hacía mi misma. Era también necesaria, dado
que la historia nihilista era lo que quedaba. Pero, ¿Era verdad?

La verdad era uno de mis valores fundamentales, lo que significaba que no podía mentirme a mi misma
para sentirme mejor sobre mi situación. Estaría violando ese valor si estuviera diciéndome la historia
sobre Dios cuidando de mi o que la libertad estaba a la vuelta de la esquina.

Afortunadamente, la historia de mi desgracia siendo una oportunidad era verdad, ya sea que
aprovechara esa oportunidad o no. Y así, durante el curso de 4 años leí cientos de libros, hice miles de
sentadillas y escribí más letras de las que podía contar con el fin de evitar que mis lazos familiares se
desgastaran. Lentamente adopté esta nueva historia, encarnándola como si estuviera en un disfraz poco
familiar. Ajustándola y adaptándola hasta que me quedara a la medida. No respondía exactamente la
pregunta "¿Por qué?" y aun me sentía triste por mi vida confinada, pero me ayudó a sobrevivir en prisión
y moldeó mi sentido de quién era yo: alguien que es resiliente, que crecerá y aprenderá en respuesta a
las dificultades de la vida. "Si la vida me da limones, haré limonada".

Entonces algo extraño pasó cuando al fin fui liberada y regresé a casa en Seattle. Todavía me sentía
triste, atrapada en mi propia vida, tan sola y solitaria como en mis más oscuros días en prisión.
Paradójicamente, era de alguna manera más fácil lidiar con la tristeza en prisión, al menos ahí parecía
tener sentido, las prisiones están diseñadas para hacerte sentir miserable. Ahora que era libre, ¿Por qué
seguía desesperada de encontrar sentido y pertenencia?

Para bien o para mal, no estaba sola, pero me sentía sola. Alrededor notaba a amigos, familiares e
incluso extraños que se sentían perdidos, a la deriva. Resulta que no necesitas estar en prisión para
sentirte aislado o sin proposito. Las estructuras e incentivos de la vida moderna nos aislan los unos a los
otros. Las redes sociales nos han puesto en una interminable rueda de hamster de crítica y distracción,
fragmentando nuestra atención y desalentando relaciones profundas a cambio de pequeñas dosis de
dopamina.

El internet y las redes sociales solo exacervan lo que ya era una amenaza central en la cultura occidental:
Individualismo. Desde el momento en que nos dan un certificado de nacimiento nos animan a pensar en
nosotros mismos como islas en un mar de personas, pero nuestras identidades no existen en
aislamiento. Los roles que interpretamos existen dentro de múltiples, superpuestas e incluso
contradictorias historias. Historias que nuestra familia y la sociedad dice sobre nosotros vienen con
expectativas sobre quién elegimos ser, cómo deberíamos de comportarnos, y limitan quién podemos
llegar a ser.

Cuando regresé a casa, el atractivo de las historias familiares me atrajo. Era una hija, una hermana, una
estudiante. Estos roles que interpreté en el pasado parecía que estaban esperando a que los interpretara
de nuevo, y francamente intenté reclamar mi vida anterior, pero tuve dificultades porque esos roles
habían mutado o desvanecido en mi ausencia. Fue más obvio cuando regresé a terminar la universidad,
con paparazzis acosándome y los medios aun dibujándome como acusada de asesinato y los estudiantes
chismeando sobre mi. Me di cuenta que el rol de "estudiante anónima de escritura creativa" ya no era
disponible para mi, y estaba abrumada por tener que crear toda una nueva identidad bajo la sombra de
la identidad que la sociedad me había impuesto: "chica acusada de asesinato". Me tomó más tiempo
darme cuenta que incluso los roles de hermana e hija ya no encajaban de igual manera. Me guste o no,
mi experiencia me había cambiado. Mi familia había cambiado también. Mis hermanas habían crecido
sin mi y mis padres fueron afectados más que por solo pagar mis cuentas legales.

En prisión había encontrado una manera de estructurar mi experiencia de desgracia como una
oportunidad, pero de vuelta a casa, este nuevo sentido del Yo no encajaba con mis antiguas identidades
y las historias que vivían. No pude acomodar las piezas del rompecabezas de ninguna manera coherente.
Me enfrentaba a una narrativa para la conclusión. La sensación de que tu historia está sobre rieles,
dirigiéndose a una sola dirección.

De nuevo, era afortunada y las historias que decían sobre mi en público eran totalmente incorrectas y las
historias en mi propia comunidad eran multiplicidades. Toda mi familia y amigos tenían sus propias
versiones de mi, pero ninguna describía quien era yo. Mi mamá estaba esperando una cosa de mi. Mis
amigos, compañeros y novios esperaban algo más, y el público algo más aún.

Así que pasé mucho tiempo haciéndome preguntas como: "¿Quién eres tú en realidad?" Me volví más
consciente del hecho de que yo estaba inmersa en estas historias superpuestas, historias sobre mi y
sobre otros. Esta es la condición en la que estamos todos casi todo el tiempo. Al menos que alcances la
iluminación y veas el mundo de cosas y eventos con desapego puro, un baile de sensaciones y estímulos
sin expectativas ni etiquetas ni apegos emocionales, entonces hay siempre historias rodeando las
circunstancias en las que te encuentres.

Te invito a que intentes preguntarte: ¿Quién crees que eres? ¿A dónde vas? ¿Qué cualidades tienes?
¿Qué rol interpretas? ¿De qué se trata tu historia? ¿Eres el protagonista? ¿Villano? ¿Víctima? ¿Cómo tus
padres, tu pareja, tus amigos y compañeros responden esas preguntas sobre ti? ¿Quién esperan que
seas? ¿Quién espera que seas la sociedad?

El punto de preguntarte estas preguntas es para ayudarnos a darnos cuenta que estas historias, no
importa que tan cercanas y definidas se sientan para nosotros, no son nosotros, sino roles que elegimos
interpretar. Quién eres es algo más que esto, más incluso que la experiencia en sí misma, pero estas
historias aún importan. Puede ayudar pensar en estas historias como si fuera tu cuerpo. La mayoría de
nosotros no nos identificamos con nuestros cuerpos completamente. Somos nuestros dedos, tenemos
dedos y si perdemos un dedo en un accidente seguimos siendo nosotros, ¿verdad? Pero solo porque tú
no eres tu cuerpo no es buena idea descuidarlo. Comer saludable y hacer ejercicio aun tiene grandes
beneficios. De igual manera, Tú no eres la historia de ti mismo, el rol que interpretas en tu familia, en tu
carrera o en la sociedad, sino que le vas dando forma activamente a esa historia para estar alineada a tus
valores fundamentales. Esto puede hacer el rol que estás encarnando mucho más alegre de interpretar.
Esto es un conocimiento esencial de los estóicos y puedes emplearlo con una herramienta llamada
estructura narrativa: escoger activamente qué historia nos estamos diciendo a nosotros mismos es el
primer paso para desarrollar resiliencia.

También podría gustarte