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LaTE

Volumen 8

ANTI-HERMANAS

Cristina Jarque

1
- A todas las personas
que tienen "anti-hermanas".
Que este libro les otrogue la claridad necesaria
para reconocerlas y alejarse de ellas para siempre.

- Al psicoanálisis,
por permitirme reconocer a personas
como Sebastian Gutiérrez:
un alma sensible, generosa, honesta, leal,
pero sobre todo, un alma grande.

2
Prólogo
Sebastian Gutiérrez
Vicepresidente de LaTE.

...estar informado siempre es preferible a desconocer, sobre todo en materias tan


delicadas como son estas del bien y del mal, en las que uno se arriesga…¨.
-José Saramago, Caín.

He seguido con detenimiento la evolución de las palabras de Cristina Jarque; por el año
2018 empecé a conocer sus conferencias, presentaciones, los libros que ha coordinado,
los textos y los monólogos que han salido de su propia tinta. No obstante, hace poco
más de un año, en pleno auge de la pandemia derivada por el Covid-19, el destino puso
de manifiesto la oportunidad de tener un acercamiento más personal, sí, con su trabajo,
pero más acertadamente, con su esencia.
En distintos eventos he ocupado como recurso mi propia voz para hablar sobre su
trayectoria, sobre la pertinencia de sus acotaciones para problematizar y difundir el
psicoanálisis, no solo en México y España, sino a través de casi todo el mundo. Supe
desde entonces, que posiblemente la importancia de Cristina para con las contingencias
de la vida, está plasmada en la construcción de puentes oceánicos, pero sólidos. No es
de extrañar que su capacidad de transmisión haya propiciado la reestructuración de toda
una asociación que ciertamente se encontraba lastimada.
No obstante, con estas líneas no hago referencia a lo apalabrado partiendo desde el
psicoanálisis -aunque no podemos omitir que esto va implícito-, sino más bien de
posiblemente el valor universal que motoriza al mundo… el amor.
El amor aparece matizado por una paleta de colores casi infinita, desde los más
brillantes, hasta los tenues, los oscuros, pero también los llenos de vida, pues es esta
diversidad de aristas la que permite posicionar al ser humano como sujeto de preguntas
acerca de su pasado, su presente, de su historia familiar, de sus creencias y esperanzas,
miedos, frustraciones, motivaciones, en otras palabras: su deseo. Deseo direccionado a
un prisma que permite filtrar la luz, pasando de una tonalidad a otra, con su debido
efecto en el cuerpo.
La pluma de la autora no solamente nos permite la lectura de conceptos fundamentales
para el psicoanálisis, sino también, se convierte en el punto nodal que amarra la clínica
con la teoría; labor complicada en la que la mayoría de los psicoanalistas fallan. Porque
seguramente ese es el mayor acierto de la Dra. Jarque, desapegarse de lo tradicional
para arriesgarse a implementar los diferentes recursos con los que contamos los seres
humanos, pero más específicamente a aquella herramienta que nos ha acompañado
desde nuestro primer aliento de vida: la voz.
Con el pasar de las páginas de este escrito, es inevitable no encontrarse con algo de la
historia personal de nosotros mismos, pues es a través de la voz de la protagonista que
inevitablemente aparece frente a nosotros la que probablemente es la más grande
pregunta de la humanidad: "¿De dónde vengo?", y aunque el complemento muchas
veces es pensado desde el "¿A dónde voy?", la misma novela nos muestra cómo en la
vida no se trata de ceder frente al destino, mucho menos al esperanzador porvenir, sino
al inevitable encuentro consigo mismo, con el deseo del Otro, con el problemático "Che
Vuoi" de Lacan que se instaura como nuestra fantasía.
Recuerdo con especial cariño y atención la conversación planteada con una persona
cuyo nombre lleva en el bucle de lo sonoro los primeros fonemas de quién ha escrito
esta historia; el me compartía entusiasmado la fascinación que le provocaba la

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capacidad de la mente para almacenar de manera involuntaria nuestros recuerdos,
dejando como único rastro huellas apenas detectables pero importantes, pues si se
tomaba al toro por los cuernos, aquella marca apenas visible, podía direccionarnos a
otra previa y así sucesivamente, hasta dar con algo de la herencia cultural, social y por
supuesto familiar; porque el código genético determina nuestro color de ojos, pero
también ese parecido con alguien de nuestro árbol genealógico que muchas veces ni
siquiera conocimos en vida, pero que indiscutiblemente ha dejado como marca de
nacimiento en nuestra frente ciertos cimientos sobre los que seríamos constituidos.
Este libro, rebelde y parricida, abre la posibilidad de entrar al abismo emergente de lo
inconsciente, donde el único rastro apenas perceptible aparece segundos antes de tomar
una decisión. Con justa razón me atrevo a decir que esa es la más grande enseñanza del
psicoanálisis, plantear que no existe un destino, sino los diferentes algoritmos con los
que cada uno de nosotros edificamos nuestra vida, configuración similar a la metáfora
de la piedra, donde basta una sola para comenzar a construir un santuario, o para
sepultar a un hombre.
Cristina es una observadora de alma, una escritora innata, una aventurera que
materializó su más grande sueño de niña al dedicar su vida al estudio de la mente, pero
más aún, es ese latido de insistencia que convoca a que el corazón siga latiendo.
Afortunadamente ella no pertenece a cenáculo alguno, pues no forma parte del círculo
burgués de pseudo psicoanalistas intelectuales y barrocos, Cristina es la voz de hombres
y mujeres, de personas letradas y analfabetas, de maricones y prostitutas, de maestros y
aprendices; ella pertenece al público marginado, al grupo de la resistencia: en eso radica
posiblemente su fuerza como artista, a la que no le importa guardar las apariencias, pues
su creación responde a dos lugares inapelables: la verdad y la intolerancia hacia la
violencia.

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Nota de la autora
Historias de hermanas.

Esta novela tiene dos objetivos muy especiales para mí:


Por un lado difundir el psicoanálisis y por el otro, dar a
conocer Los Monólogos Femeninos de LaTE (asociación
cultural que he fundado en Toledo, España en 2008 y que,
ha ido creciendo hasta tener un alcance internacional).
Desde que me fui de México a hacer mis estudios en París
(hace ya treinta años) siempre tuve un sueño; el de ser un
puente entre los tres países donde he vivido: mi lindo
México (país que me vio nacer), Francia y España (mis
países adoptivos).
Ese sueño, poco a poco ha ido tomando estatuto de deseo,
cristalizándose y haciéndose realidad. En el camino, tanto mi
equipo de trabajo como yo, hemos encontrado obstáculos, pero
hemos sabido sortearlos. En 2020, la pandemia hizo su irrupción
en lo Real, fortaleciendo los lazos de un grupo maravilloso al que
hemos renombrado LaTE. Este nombre lleva dentro de sí al objeto
pequeño "a" como causa y también lleva dentro de sí el latido del
corazón de un grupo que nos autodenominamos: de la
Resistencia. En el equipo de trabajo de LaTE realizamos cada año
eventos que tienen como objetivo alzar la voz en contra de
cualquier tipo de violencia. Varias personas se han unido a
nuestro grupo. A día de hoy, yo he escrito once monólogos que
hablan de once temas distintos (todos en relación a la violencia).
La escritura de los monólogos son creaciones propias, que surgen
desde lo más íntimo de cada quien. En una ocasión, en 2017, tuve
el deseo de hablar de la violencia entre hermanas rivales: Las
llamadas "Anti-hermanas".
Mi deseo era poder transmitir la violencia del lazo fraternal y para
ello, busqué y busqué. Busqué en la historia; en leyendas; en
casos de la vida real. Quería encontrar historias de hermanas que
me sirvieran de inspiración. Yo quería plasmar la violencia que
surge como consecuencia de la envidia y de los celos. Pero
también quería expresar un más allá que me resultaba difícil

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poner en palabras. Quería hablar de las causas y las consecuencias
de la rivalidad entre hermanas porque es un tema muy frecuente
en la clínica psicoanalítica. Mientras yo buscaba, y buscaba... ¡Me
encontró Baby Jane! Baby Jane fue el monólogo que surgió en
aquel entonces. Recuerdo que cada vez que lo presenté en
público, la gente se sorprendía mucho. Me daba cuenta de que era
fuerte, era intenso, era perturbador. Pero al mismo tiempo, era
fascinante. Seducía porque simplemente, daba en el clavo.
Muchas personas se identificaban con una hermana así, ya sea
hermana de sangre, o las llamadas "hermanas del alma" o
"hermanas elegidas".
El monólogo de "Baby Jane" testimonia que en toda
escritura hay siempre algo detrás. En la escritura de este
monólogo, lo que hay detrás es la relación de dos mujeres
rivales: las actrices Joan Crawford y Bette Davis. Sabemos
que Baby Jane fue una película que se filmó en los años
sesenta con el director Robert Aldrich. La guerra que
había entre estas dos actrices era secreto a voces. El
director, zorro viejo, aprovechó la animadversión entre
ellas para que salpimentara las escenas de la película. Pero
hay otra historia detrás de estas dos actrices de
Hollywood: la de Olivia de Havilland. La recordamos en
la afamada película "Lo que el viento se llevó". Ella era la
dulce Melanie. En la vida real, Olivia tenía una hermana
llamada Joan. La rivalidad entre las dos hermanas provocó
la separación en vida, jamás volvieron a verse. Su vida
estuvo marcada por lo que podemos llamar "una guerra a
muerte". En la clínica psicoanalítica, los analizantes a
veces hablan del dañino lazo fraternal, otras veces no lo
hablan, pero si escuchamos en el entre líneas, vemos que
está allí, marcando sus vidas de maneras insospechadas.
Esta novela profundiza en el complejo vínculo fraternal.
Es por ello que es un placer para mí, iniciar esta novela, de corte
psicoanalítico, con el monólogo de "Baby Jane".

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Con esta escritura trato de interrogar por qué, en algunas
historias de mujeres, el amor entre hermanas brilla por su
ausencia dando paso a su opuesto: el odio y la rivalidad.
¿Qué puede decir el psicoanálisis al respecto?

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Monólogo
¿Qué fue de Baby Jane?

Las personas admiran a las mujeres fuertes, valientes,


poderosas.
A lo largo de mi vida, la gente se me acerca para decirme
que admiran lo que ellos llaman mi fortaleza de mujer.
Hay mujeres a quienes les piden sus secretos de belleza, a
mí me preguntan cuál es mi secreto para ser una mujer
fuerte. Y es lo que hoy vengo a revelar aquí. Aunque sé
que a algunas personas no va a gustarles, porque a las
personas les gusta escuchar hablar de amor. A casi nadie
le gusta escuchar hablar de su opuesto: el odio.
Para ser fuertes, hay que tener la capacidad de reconocer
el odio, porque el odio nos hace débiles e incluso puede
matarnos. Pero el odio es un tema tabú.
Hay personas que me han dicho que nunca, jamás en su
vida han sentido odio. Como si yo fuera a creerles o como
si eso las hiciera más buenas a mis ojos. El odio es una
parte inherente de la naturaleza humana.
Yo he venido aquí, para compartir con todos ustedes
ciertas reflexiones, producto de investigaciones profundas
que he podido realizar en torno a la que se considera la
más intensa de las tres pasiones del ser.

¿Qué es el odio?
Dicen que el odio es un veneno que se toma esperando que
muera el otro. Pero también dicen que el odio es un gran
motor de deseo.
El psicoanálisis nos enseña que no es casualidad que el
primer contacto que tenemos con el odio sea entre dos
hermanos. Todos podemos visualizar cómo los terribles

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celos y la profunda envidia hicieron surgir un odio que fue
más allá del amor y que impulsó la mano asesina de Caín.
Este es el odio del que yo vengo a hablar: el fraternal.
Cuando se estrenó la película ¿Qué fue de Baby Jane?
Todo el mundo pensó que se trataba de retratar la
animadversión que existía entre las dos reconocidas
actrices de aquella época: Joan Crawford y Bette Davis.
Pero el público que pertenecía al selecto grupo del
Hollywood tras bambalinas sabían que lo de Bette Davis y
Joan Crawford era un paripé, porque de lo que se trataba
en realidad era de la animadversión, el odio visceral que
había surgido entre las dos hermanas más bellas y
talentosas del Hollywood de aquella época: que ¿quiénes
eran esas hermanas? Nada más y nada menos que mi
hermana y yo.
A mí, se me conoce más, como Melanie Hamilton, la
dulce chica de aquel clásico irrepetible: "Lo que el viento
se llevó".
Casi nadie sabe que me llamo Olivia y mucho menos que
tengo una hermana que se llama Joan.
La enemistad entre mi hermana y yo data desde la
infancia.
Cierro mis ojos en un intento inútil por recordar un
momento de cariño entre nosotras, pero no lo encuentro.
Ella decía que ella había nacido leona y yo loba y que la
ley de la selva nos condenaba a no poder llevarnos bien.
Todavía hoy en día se habla de los escándalos que
rodearon nuestro lazo fraternal: la gente recuerda cuando
ella rechazó saludarme en una entrega de los "Oscar", o
cuando dijo que se había casado con uno de sus maridos
porque creía que a mí me gustaba. Era un secreto a voces
que mi hermana me había robado la herencia y me había
apartado de toda la familia.

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Las personas que nos conocen me preguntan:
¿Qué fue lo que pasó entre ustedes?
Suelo responder con otra pregunta:
¿Qué crees tú que nos pasó?
Y entonces la gente habla:
… Yo creo que te tenía celos dicen algunos
… Yo pienso que te tenía envidia dicen otros
… Yo siento que fue culpa de tu madre, dicen otros más.
Yo escucho en silencio. Parece tan simple. ¿Será tan
simple? No. Nada entre hermanas es simple.
El psicoanálisis nos enseña que los lapsus, los sueños,
pueden alumbrarnos el camino de la verdad.
Eso me ocurrió en una de mis sesiones analíticas
Recordé una escena: estábamos en el colegio y una
profesora se acercó a hablar con mi hermana. Yo estaba
detrás de una puerta, ellas no me veían pero alcancé a
escuchar todo. La profesora le dijo: "querida Joan, no
debes estar cerca de tu hermana Olivia porque ella te hace
sombra. Tú también eres talentosa pero Olivia lo es más
aún. Si estás cerca de ella, la gente las comparará y
siempre saldrás perdiendo."
Aquel recuerdo me hizo recordar otra escena:
Estábamos haciendo un homenaje a mi padre en la fecha
en la que recordábamos su fallecimiento. Mi hermana
estaba hablando y su discurso era tan soporífero que todo
el público se estaba durmiendo.
Cuando me tocó hablar a mí, el público se despertó y me
aplaudió entusiasmado.
Recuerdo la mirada de mi hermana: estaba enfadada,
conmigo, con el público y con ella misma.
Todos estos acontecimientos me hicieron comprender que
no basta con ser una mujer fuerte. Que las mujeres fuertes
necesitamos agruparnos con otras mujeres fuertes. Pero

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¿cómo reconocer a las mujeres fuertes? Las mujeres
fuertes son aquellas que han superado el odio, son aquellas
que no se comparan con otras porque saben que cada una
tiene un brillo propio y personal. Las mujeres fuertes
saben que lo importante no es quién brilla más, sino que
los brillos de todas las mujeres se logren sumar, porque la
unión hace la fuerza. Las mujeres fuertes no son como
aquella profesora ni como mi hermana.
¿Cómo reconocerlas? Son aquellas que se construyen unas
a otras en lugar de destruirse entre ellas.
Y entonces recordé una leyenda que me dijo mi padre y
que ha sido la herencia que me dejó porque esta herencia
nunca nadie podrá robármela.
La quiero compartir con todos ustedes y sobre todo con las
mujeres que quieren ser fuertes. Era una noche de verano
y estábamos en el rancho de mi padre, alrededor de la
chimenea. Yo creo que él sabía lo que pasaba entre mi
hermana y yo, y quiso prevenirme. La leyenda dice que en
un bosque habitaba una serpiente. Un día la serpiente se
encontró con una luciérnaga y comenzó a perseguirla sin
descanso. Durante tres días y tres noches, la serpiente
asedió a la luciérnaga. La pobre luciérnaga no podía comer
ni reposar y cuando vio que sus fuerzas menguaban,
decidió encarar a la serpiente, así que le preguntó: Señora
serpiente usted ¿quiere comerme? A lo que la serpiente
dijo que no. Entonces, dijo la luciérnaga ¿acaso yo le he
hecho algún daño? A lo que la serpiente volvió a decir que
no. Desconcertada y angustiada, y sobre todo, sin entender
nada, la luciérnaga le dijo: si usted no quiere comerme y
yo nunca le he hecho daño, dígame entonces: ¿por qué me
persigue día y noche? ¿Por qué quiere matarme? Y
entonces la serpiente miró a la luciérnaga y rechinando sus
colmillos le contestó: ¡Porque no soporto verte brillar!

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Capítulo 1

Majadaonda
Tamaulipas, México.
María & Sol Hijas de Rudecinda. (1900).

El pueblo estaba de fiesta. ¡Tenían nuevo presidente


municipal!
- ¡Habemus presidente! gritaba la multitud.
- ¡Habemus presidente!
La banda del pueblo animaba la buena nueva cantando
alegremente música norteña. La mayoría de los habitantes
de Majadaonda estaban satisfechos; ¡Lázaro era honesto y
de firmes convicciones! ¡Tenía bien merecido el triunfo!
Los habitantes del pueblo se habían vestido con sus
mejores galas para dar la bienvenida a su nuevo
presidente. "¡Arriba LM!" gritaban con pasión mientras
alzaban las pancartas donde se leía "LM presidente
honesto". La banda cesó de sonar al ver aparecer en el
balcón al presidente. El hombre apareció ataviado con un
impecable traje que le favorecía mucho. Don Lázaro
Mayormonte venía acompañado de su esposa doña
Rudecinda. Al lado de Rudecinda pululaban 12 hijos y se
advertía que la mujer del presidente estaba en las últimas
semanas de embarazo, del que sería su hijo número trece.
El presidente dio su discurso en medio de una sonriente
algarabía y en un ambiente de entrañable aceptación. El
pueblo había votado democráticamente. Lázaro había
ganado a sus rivales de una manera aplastante. A la hora
del cocktail, uno de los votantes se acercó a ellos para
felicitarlos:
- Felicidades por el nuevo bebé - dijo el votante.

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- No hay trece sin catorce - contestó Rudecinda.
A los dos días de la celebración, nació una niña. Le
pusieron María.
- Simplemente María -dijo la madre-. Tenemos trece hijos,
ya es hora de ponerle a una el nombre de nuestra santa
Virgen. Eso será María: una santa.
Y, como efectivamente para Rudecinda no había trece sin
catorce, a los dos años dio a luz a una nueva hija a quien
llamó Sol.
María y Sol chocaban constantemente.
- Estas niñas no parecen hermanas, decía Rudecinda.
¡Parecen anti-hermanas!
A María le interesaba lo místico. Quizá la huella que la
madre marcó en su nacimiento le quedó marcada en el
alma: "Eso será María: una santa". Esta frase se había
alojado en algún lugar de su corazón y guiaba los pasos de
María. No era una niña como otras. No le gustaba jugar a
los juegos comunes, ni salir a la calle ni platicar con las
amigas de la escuela. Lo que a María le gustaba era leer la
Biblia y rezar. Sol, en cambio era muy mundana. Adoraba
el glamour, el dinero, las fiestas, los vestidos, la música,
los bailes. Sol quería que María la acompañara a sus
fiestas, pero María siempre se negaba y esa negativa
desesperaba a Sol; así las cosas, Sol empezó a sentir una
gran decepción por la actitud de María y esa decepción
poco a poco, se fue convirtiendo en rechazo, y después, en
profunda animadversión. Pero también había enigma. Sol
se preguntaba constantemente por qué su hermana era tan
diferente a ella. Lo que más le intrigaba era un hecho
fehaciente: su hermana sentía una gran indiferencia por las
cosas materiales: no le importaba el glamour; tampoco las
fiestas; ni los vestidos; ni los bailes. Todo aquello que era
importante para Sol, le era indiferente a María. Sol no la

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entendía, no sabía cómo tratarla ni tampoco sabía qué
pensar de su hermana. Lo peor de todo era que Sol no
sabía a qué atenerse con su hermana. Para ella era una
especie de extraterrestre, una extranjera con la que no
tenía nada en común, con la que parecía que no compartía
ningún código. Aquella noche Sol entró en la habitación
de María, ella estaba leyendo la Biblia. No se percató de la
llegada de Sol, ni siquiera apartó la mirada del libro. Sol
se quedó mirando a su hermana mucho rato y después dio
media vuelta y cerró la puerta tras de sí. Mientras
caminaba hacia su habitación, sin saber por qué, se echó a
llorar.

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Capítulo 2

Parteaguas
Majadaonda,
Tamaulipas, México.
(1913).

El pueblo de Majadaonda adoraba a su presidente. Don


Lázaro tenía firmes convicciones y un corazón muy
grande donde no cabía la corrupción ni siquiera como
idea. Ayudaba a los más necesitados, construía viviendas
para los más vulnerables y estaba abriendo un proyecto
(ayudado por su esposa doña Rudecinda) para hacer que la
salud pública pudiera ser gratuita para todos. El pueblo lo
adoraba. Pero ocurría lo que siempre ocurre cuando el
político dirige sus intereses a los más vulnerables: que,
lamentablemente no llena los bolsillos de los ambiciosos.
Don Lázaro tenía muchos enemigos. Enemigos poderosos
que no estaban satisfechos con tener de presidente a
alguien con ideas progresistas. Muchos le llamaban "el
comunista caviar" haciendo alusión a que su corazón
generoso, su lucha por los más necesitados y su altruismo,
no iban de acuerdo con el lujo en el que vivía, ni con las
siete haciendas que poseía. A don Lázaro le afectaban
mucho las críticas malintencionadas de sus adversarios.
- ¡No hagas caso Lázaro! - le decía Rudecinda con cariño.
- ¡Esa gente es chusma! ¡Gentuza!
Siempre están allí como buitres, esperando cualquier
titubeo tuyo para verte caer y devorarte las entrañas. Así
es la política, ya lo sabes.
El padre de Rudecinda había sido alcalde y gobernador de
varios pueblos de Tamaulipas. Era viudo así que su brazo
derecho había sido su hija Rudecinda. Por esa razón ella

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sabía cómo eran los tejes y manejes; sabía todas las
oscuridades que se ocultan tras bambalinas en cuestiones
políticas.
Pero Lázaro no era tan fuerte. A él le dolían mucho las
críticas. Era un hombre vulnerable, le afectaba mucho el
qué dirán. Una mala crítica podía tumbarlo y llenarlo de
melancolía.
- Si lo que no les gusta es que tenga siete haciendas, lo que
debo hacer es venderlas. - dijo Lázaro - O mejor aún:
¡regalarlas!
- Pero ¿qué dices amor mío? - contestó Rudecinda - ¡Estás
desvariando! Además, no se te olvide que esas haciendas
no son tuyas. Es la herencia que me ha dejado a mí, mi
padre. Anda, tómate este té de manzanilla con anís, que te
va a sentar de maravilla. Trata de descansar. Todo se
arreglará, ya verás. Todo irá bien.

No obstante, las cosas no se arreglaron. El pueblo estaba


harto, así que estalló La Revolución.
Aunque los habitantes de Majadaonda estaban a gusto con
su presidente y no querían revolución, nadie los escuchó.
Dicen que la revolución no tiene oídos, no escucha. El
diccionario dice que "una revolución es un cambio social
fundamental en la estructura del poder que toma lugar en
un periodo relativamente corto".
Para los habitantes de Majadaonda, La Revolución
Mexicana fue una imposición que arrasó con todo.
María leía la Biblia sentada en un sillón, mientras el resto
de la familia Mayormonte estaba asomada a la ventana
viendo cómo se acercaban las huestes del General
Adalberto Camacho. Blandían banderas donde se leía:
"Ejército Libertador de Tamaulipas".

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A Lázaro se le aflojaron las piernas. Rudecinda tenía un
nudo en la garganta.
- Intentemos mantener la calma, dijo Rudecinda. Que
todos los hijos se vayan a sus habitaciones. ¡Llévatelos
Sol! ¡Ojalá que los rezos de María sirvan de algo!
Aunque Sol era menor que sus hermanos, tenía un
temperamento muy fuerte, le llamaban "La Generala" así
que tomó de la mano a todos los hermanos y se los llevó al
desván de la hacienda.
Mario, uno de los hijos mayores, pidió quedarse para
apoyar a los padres. Mario se acercó a María.
- Hermana, vienen los revolucionarios - le dijo -. Puede
ponerse feo.
María alzó la mirada. Los ojos de Mario la penetraban.
Percibió un miedo en su hermano que la sacudió. Nunca
antes había visto ese miedo en la mirada de Mario. María
adoraba a Mario y lo admiraba profundamente. Para ella,
él era el hombre más bueno del mundo, consideraba que
Mario era poseedor de un alma tan bondadosa que nadie
más en el mundo podía ser tan bueno como él.
- ¿Los revolucionarios? - atinó a preguntar - como bajando
de su nube.
Mario la tomó de la mano y se la llevó al granero.
- ¡Escóndete bajo la paja! No se te ocurra salir, veas lo que
veas, escuches lo que escuches. Quédate escondida bajo la
paja. Todo irá bien.
María temblaba. Agarró con fuerza la Biblia que había
logrado llevar consigo. La apretaba con vehemencia como
creyendo que alguna Fuerza Superior iba a salir del libro
para venir a socorrerla. Era lo suyo, ella era buena, era
devota... ¡Era santa!

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Cerró los ojos y empezó a rezar. "Ave María Purísima..."
Terminando el Ave María continuó con el Padre Nuestro
"Padre Nuestro que estás en el cielo..."
Escuchó a lo lejos unos disparos. Su corazón empezó a
latir con fuerza. Parecía un conejito asustado, sabiéndose
presa del cazador, sabiéndose atrapado sin salida.
Empezó a deslizar su cuerpo poco a poco dentro de la
paja. Encontró un agujero. Pensó que Dios lo había puesto
allí para que ella pudiera ver. Se acercó al agujero
sigilosamente, sin hacer ningún ruido.
Allí estaba Mario, ¡su Mario amado! El corazón de María
latía con tanta fuerza, que parecía que iba a salírsele del
pecho. Mirando la escena, un recuerdo apareció en su
memoria: aquel Domingo de Ramos, los dos hermanos
habían ido a montar a caballo. Mario montaba "El Rayo" y
ella montaba "El Cascabel". Se habían adentrado en la
hacienda "Las Calabacitas" cuando de pronto, Cascabel se
echó. Fue sorprendente, fue rápido. De pronto
simplemente se echó. Mario le gritó:
- ¡Bájate, María! ¡Bájate! De inmediato.
Y ella como un robot se bajó del caballo. Apenas se había
bajado, el caballo se puso de espaldas destruyendo la silla
de montar y salió despavorido. Más adelante se supo que
unas avispas habían picado al pobre Cascabel. El caballo
se debatía entre seguir aguantando el dolor de las
picaduras o rascarse la espalda, llevándose con ese acto,
muy probablemente la vida de María. ¡Menos mal que
Mario se dio cuenta! De no ser así, María estaría muerta.
Cuando Cascabel salió despavorido, la niña se quedó
sentada en el piso. Estaba temblando. Un temblor que no
cesaba, quizá por comprender que si no hubiera sido por
Mario, había estado a punto de morir, aplastada por un
caballo que pesaba, ¡sabe Dios cuántas toneladas!

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Mario se acercó. Olía a Aramís, a María le encantaba el
olor de esa colonia. Olía a madera y a bosque. Mario la
abrazó. Aquel abrazo selló un amor entre ellos. Un amor
que iba más allá de las palabras. Era un amor prohibido,
eran hermanos. Ese amor nunca iba a poder realizarse.
Pero eso no excluía que lo sintieran. Jamás hablaron de
ello. No era necesario. Jamás pasaron al acto, eso era
demasiado humano, demasiado salvaje, demasiado animal.
¡No! El amor que María sentía por Mario era del orden de
lo divino. Escapaba a toda comprensión humana y mortal.
Porque era un amor celestial; no era humano, era
sobrehumano; y no era mortal, era inmortal. Aquel abrazo,
en aquella ladera verde de la finca "Las Calabacitas" había
sellado ese amor. Sin necesidad de palabras, porque las
palabras en esos casos, no son necesarias. Y ambos lo
sabían. La voz de Mario la trajo al presente.
- Puede usted tomar todo el grano que haga falta - decía
Mario a aquel soldado -. También tenemos dinero en
efectivo y joyas. Dígame lo que necesite, cualquier cosa,
tanto para usted como para sus soldados. Pero por favor,
-suplicaba Mario- ¡No nos hagan daño! Lo que ustedes
deseen, podemos proveérselos.
El soldado miraba a Mario con desprecio.
- ¿Qué te crees juniorsito? -pensaba-. ¿Acaso crees que
eres mejor que yo, porque sabes decir "proveérselos"?
¡Hijo de la chingada!
Ajeno a los pensamientos del soldado, Mario se dio la
vuelta dando la espalda al soldado para sentarse en la silla
de su escritorio. El soldado sacó la pistola y sin ningún
miramiento, disparó tres balazos en la nuca de Mario. El
ojo de María parpadeaba incrédulo. Ahogó el grito que
amenazaba con salir de su garganta, mientras miraba el
cuerpo de su amado hermano caer lentamente sobre el

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escritorio. Una mancha de sangre coloreó de púrpura los
documentos blancos que reposaban en el escritorio. El
soldado enfundó su arma y salió del granero a paso veloz.
María perdió el conocimiento.
Cuando despertó estaba atada a una cama allí mismo, en el
granero.
- ¡Has despertado por fin, puta ricachona! Gruñó el mismo
soldado que había matado a su hermano.
El soldado asestó una bofetada en su rostro. Sintió cómo le
ardía. Aunque estaba aturdida y se sentía muy adolorida,
pudo también percatarse de que estaba desnuda. Había una
fila de soldados delante de ella. Estaban desnudos de
cintura para abajo y reían con miradas de lujuria. Alcanzó
a mirar los penes erguidos de todos aquellos hombres.
Entendió lo que estaba pasando, así que decidió cerrar los
ojos y empezó a rezar.
Cada penetración era una puñalada. Cada pene que entraba
era un cuchillo que abría una herida en su vientre.
Aquellos hombres la violaron múltiples veces: entraban
por todos sus huecos: la vagina, el ano, la boca. Metían el
pene entre sus pechos. La aporreaban, le asestaban azotes
en las nalgas, en las piernas. Apretaban sus pezones con
tanta fuerza que parecía que iban a arrancárselos. La
violencia era infinita, pero sobre todo era excesiva. Abrió
los ojos para mirar la cara de aquellos hombres. Quería
encontrar un atisbo de ternura, de empatía, de compasión,
aunque fuera en uno de ellos. Con un alma compasiva se
conformaba. Pero no encontró ternura, ni tampoco
empatía. Mucho menos compasión. María no atinaba a
definir con palabras lo que encontró en las miradas de
aquellos hombres que la estaban violando salvajemente.
Indefensa, y sabiéndose derrotada, se desmayó
nuevamente.

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Cuando volvió a despertar le vino la palabra a la mente:
Odio. Eso tenía que ser odio. Pero ¿por qué la odiaban
aquellos hombres? ¿Qué había hecho ella para provocar
ese odio en todas esas personas? Miró a una mujer que
entraba al granero.
- ¡Por fin! Alguien que viene a ayudarme -se dijo con
esperanza-.
La mujer se acercó a ella y empezó a escupirle en pleno
rostro.
-¡Maldita ricachona! -gritaba la mujer-. ¡Púdrete en el
infierno junto con todos los de tu extirpe!
María cerró los ojos para que los escupitajos no entraran
en ellos.
- Odio, -pensó-. Esta gente me odia. Nos odian a todos
nosotros. Pero ¿por qué?
Intento recordar lo que su maestra de psicología le había
enseñado en la escuela: "El odio es lo contrario del amor.
El odio es un sentimiento de profunda antipatía, disgusto,
aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa, o
fenómeno. El odio se puede basar en el miedo o en la
envidia".
Cuando María recordó a la maestra de psicología, empezó
a entender que estos soldados agrupados en el granero de
su hacienda, estas personas, hombres y mujeres que
formaban parte del ejército revolucionario mexicano, se
habían agrupado motorizadas por el odio a las
desigualdades socioeconómicas que se vivían en el país
desde hacía mucho tiempo atrás.
Mientras el cerebro de María recordaba la clase de la
escuela, los ojos de María miraban cómo la mujer que la
había escupido se puso un sombrero y empuñó una pistola,
diciendo:

21
- ¡Acabemos de una buena vez con esta puta niña rica!
¡Que se vaya a la chingada! María sintió el cañón que
apuntaba a su sien. Automáticamente cerró los ojos, su
boca esbozaba una sonrisa que pasó inadvertida para el
grupo, porque estaba tapada con aquel trapo gris
mugriento. María pensó:
- ¡Pronto estaremos otra vez juntos, mi amado Mario!
Estaba deseosa de que sonara el disparo que vendría a
liberarla del infierno que estaba viviendo. Pero el disparo
no sonó. En su lugar, se escuchó la voz de un hombre que
decía:
- ¡Viene el General! ¡Viene el General!
Desataron a María, la limpiaron, la vistieron y le dieron de
comer.
- ¡Aquí no ha pasado nada! dijo el soldado que había
ejecutado a Mario a sangre fría y que había sido el artífice
de las violaciones en masa de María.
La miró fijamente y le susurró:
- Si dices algo... ¡Eres mujer muerta! ¿Lo entendiste, hija
de tu puta madre?
María intentó hablar pero lo que salió de su garganta fue
un gruñido. Se percató de que no tenía voz. Había
enmudecido. Así que asintió con la cabeza para que aquel
hombre despreciable no volviera a golpearla otra vez.
María logró sobrevivir pero aquellas escenas del granero
fueron un parteaguas en su vida psíquica y física.

22
Capítulo 3

Las joyas de Rudecinda.


Majadaonda,
Tamaulipas, México. (1917).

Sol se quedó en la sala de la finca, al lado de sus padres.


En la sala estaba el General y no se cometió ningún abuso.
Cuando el ejército por fin se fue de la finca de Don
Lázaro, habían pasado cuatro años. Rudecinda empezó a
contabilizar los daños. Dieron sepultura a todos los
muertos, entre ellos a Mario. María jamás habló de las
violaciones, pero cayó en un estado de melancolía que
desesperaba a Rudecinda. Además, no hablaba. Podía
hablar pero no quería y eso desesperaba aún más a
Rudecinda.
- ¡Somos supervivientes, María! Hay que dar gracias a
Dios y pasar página -aconsejaba Rudecinda-. Mira a tu
hermana Sol. Trata de imitarla.
María callaba, tenía la mirada perdida, parecía etérea,
fuera de este mundo. Fue entonces cuando Sol empezó a
sentirse por encima de ella. Antaño era María la
predilecta: ella tan mística, tan santa, tan estudiosa, tan
perfecta. Ahora eso había girado:
- La vida es una rueda de la fortuna -decía Rudecinda- a
veces estamos arriba y a veces estamos abajo.
Sol comprendía que ahora María estaba abajo y que ella
tenía que aprovechar la predilección que su madre estaba
teniendo por ella.
Rudecinda había enterrado unas joyas de familia bajo uno
de los árboles de la finca. Le pidió a Sol que las
desenterrara sin que nadie la viera. Cuando Sol desenterró
el cofre con las joyas se llenó de avaricia. Decidió

23
quedarse con una parte, tanto de las joyas como del dinero
en efectivo. Después de todo, pensó, si ella no veía por
ella, nadie lo iba a hacer.
Entregó a la madre el cofre con la mitad del contenido.
-¡No está completo! dijo Rudecinda.
- Quizá los soldados lo encontraron primero y sacaron
parte de él -respondió Sol- tan tranquilamente.
Rudecinda intuyó que su hija se había quedado con una
parte de lo que había en el cofre, pero no quiso seguir
insistiendo pues sabía que no iba a conseguir nada. Sol
había nacido ambiciosa.
- Esas cosas se heredan -pensaba Rudecinda-.
Sus hijas eran opuestas: María era mística, le interesaba lo
espiritual. Sol en cambio era material, le interesaba el
dinero. María estaba del lado del ser y Sol estaba del lado
del tener. En la intimidad de su alcoba, don Lázaro le
había preguntado varias veces a Rudecinda a quién de las
dos hijas prefería. Rudecinda decía siempre lo mismo:
- Mi ideal de hija es entre las dos. Ni María debería ser tan
mística, ni Sol tan material. Ojalá que ambas pudieran
encontrar un justo equilibrio. Ahora bien, si me pones a
escoger, me quedo con María. ¿Sabes por qué? Porque
María me da confianza. Lástima que sea excesivamente
sacrificada; eso no me gusta, porque raya en la posición de
víctima. María es etérea, desprendida, da la vida por los
demás, le gusta sacrificarse, entregarse. Pero esa posición
es la de la víctima, la abnegada, y eso no es bueno. Si tiene
un pan y hay que repartirlo, se queda con la parte más
pequeña o incluso puede darlo todo. Las místicas me dan
escalofrío. Quizá creen que en el otro mundo les irá mejor
por haberse sacrificado, pero eso a mí me pone los pelos
de punta porque es puro fanatismo.

24
Además, las místicas, tienen un goce extraño que las
define. Es un goce que va más allá, pero a veces ese más
allá, sin límites, las desquicia y suele también desquiciar a
todo su entorno. Quizá por eso las místicas viven
encerradas. Porque en el fondo su goce, es un goce de
locos. Sol en cambio, es exactamente lo contrario. Es muy
egoísta. Rudecinda recordó que en su clase de lectura
había escuchado que a eso se le llamaba narcisismo.
Parece que un tal Freud hablaba de eso. También decía
que el "yo" del sujeto no es amo en su propia casa. Es
decir, que las personas no controlamos todo lo que
pensamos ni lo que hacemos sino que estamos impulsadas
por el mundo de lo inconsciente. Rudecinda pensó que si
Freud tenía razón, seguramente a su hija María le había
pasado algo horrible de lo que no quería hablar y la había
vuelto muda y melancólica. Y, por su parte, su hija Sol era
una narcisista.
- ¡Una narcisista y además ladrona! -dijo Rudecinda en
voz alta- sorprendiéndose a sí misma.
María escuchó a su madre. La miró fijamente y le
preguntó con señales quién era una ladrona.
Rudecinda pensó que podía confiar en la discreción de
María, después de todo, ella era la mística de la familia.
Era una especia de monja... Era casi, casi... ¡Una santa!
- Tu hermana Sol... -Dijo Rudecinda, susurrando-. Tu
hermana Sol, es una ladrona.
En esa ocasión, la intuición de Rudecinda dio en el blanco.
La ambición de Sol no tenía límite. ¿Habrá sido lo vivido
en épocas de la Revolución? ¿Acaso el sentimiento de ser
robada la llevó a robar? No hay una respuesta única a esa
pregunta. La misma Sol se hacía esa pregunta y no
encontraba una respuesta que le encajara del todo porque
no todas las víctimas se vuelven verdugos.

25
¿Acaso todos los maltratados se convierten en
maltratadores? ¿Los traicionados en traidores? ¿Los
violados en violadores? ¿Acaso aquellos a quienes se ha
intentado asesinar se convierten en asesinos? ¿Y las
mujeres? ¿Acaso las seducidas y abusadas sexualmente de
niñas se convierten en seductoras y abusadoras? Sol se
hacía esa pregunta una y otra vez, hasta un día en la que
encontró una respuesta que le encajó. ¡No! No todos. Pero
ella... ¡Sí!
El lema de Sol era: "Ladrón que roba a ladrón tiene mil
años de perdón". Aquellos soldados robaron durante años.
Vivieron en la finca a expensas de la familia Mayormonte.
Aquel ejército les robó todo; no solo dinero... ¡Les robó la
vida y la dignidad! Sol se juró a sí misma, que aquello no
volvería a ocurrirle nunca. La estrategia para evitarlo fue
la de convertirse ella misma, en una ladrona. El primer
robo que Sol cometió era un secreto. Cuando María había
cumplido 7 años, el padre le regaló una Biblia nueva.
María estaba tan feliz que no se separaba del libro ni para
dormir. Aquel apego al libro, sin saber por qué, provocó
en Sol grandes celos. Ella misma no entendía de dónde
venían esos celos, pero no podía evitar sentirlos. Así que
una noche robó el libro, desprendiéndolo sigilosamente de
las manos de María, mientras ella dormía. A la mañana
siguiente, María lloraba desesperada la pérdida del libro.
Sol se hizo la despistada y fingió lo mejor que pudo,
escondiendo la sonrisa traidora que amenazaba con
delatarla. María sospechaba de ella, intuía, tenía sus dudas,
pero jamás pudo probar que la ladrona, había sido su
hermana.
Después de ese suceso, Sol siguió robando. Robar le subía
la adrenalina. Le gustaba poseer lo que no era de ella.
Especialmente si el objeto era codiciado y valorado por su

26
dueño. Mientras algo, o alguien, se convertían en objeto de
deseo, en objeto de brillo para alguna persona en
particular, más valioso era para Sol. Sol había descubierto
en carne propia, lo que muchos años después, el
psicoanalista francés Jacques Lacan (cuya relectura de
Freud hizo avanzar mucho al psicoanálisis) enunció en una
frase: "el deseo es deseo del Otro".
Así fue como robando el deseo de sus semejantes, Sol se
convirtió en una roba todo. Robó maridos, amigas, hijos,
trabajos y en un momento dado: ¡robó incluso nietos!
Porque años más tarde, hizo lo necesario para convertirse
en la tía favorita de las hijas de su hermana, y más
adelante, en la abuela favorita de los hijos de estas (nietos
de María). Sol creía que su cleptomanía era algo
generalizado. Pero era una mentira que se contaba a sí
misma. En realidad, a quien Sol robaba, era a su hermana
María.
Parece que la frase de la madre se había impuesto como
una condena: María y Sol, hijas de Rudecinda, estaban
destinadas a ser anti-hermanas.

27
Capítulo 4

México D. F.
María & Sol. Hijas de Rudecinda. (1925)

La Revolución se cobró la vida de don Lázaro y de Mario


Mayormonte. Ambos fueron ejecutados por el "Ejército
Libertador de Tamaulipas". Se decía que los asesinaron
por traidores a la Patria. Cuando María escuchó lo de
traidores a la Patria sintió que le hervía la sangre por
dentro. En ese momento se hizo un juramento. Juró
aprender a escribir para poder dar voz a lo que había
ocurrido, sin que nadie distorsionara esa verdad. Fiel a su
juramento, cuando llegaron a la Ciudad de México y se
instalaron en la Colonia Condesa, lo primero que hizo
María fue apuntarse a cursos de escritura.
- Pero mujer, ¡hay que dar prioridad a tus hermanos! Le
había dicho Rudecinda.
Ellos son los que necesitan estudiar para poder ser jefes de
familia. Lo que tú tienes que hacer es encontrar un marido.
María no quería saber nada de maridos, mucho menos de
sexo. Pero Rudecinda era una mujer muy práctica, le venía
de su padre. Había quedado viuda con 10 hijos vivos de
los cuales ocho eran hombres. Así que había que hacer lo
correcto: tanto Sol como María debían contraer
matrimonio con buenos partidos para ayudar a sus ocho
hermanos varones.
Sol encontró rápidamente un marido. Fue en una de las
fiestas a las que solía ir. El chico en cuestión, pertenecía a
una buena familia. La alcurnia de la familia Mayormonte
jugaba a favor de Sol, así que con la bendición de
Rudecinda se casaron en un abrir y cerrar de ojos. Sol se

28
convirtió en una más de las ricas damas que se paseaban
en lujosos coches por las calles de la Colonia Condesa.
Tras la boda de Sol, ya solamente quedaba María.
Rudecinda empezó a insistir.
- Tienes que casarte pronto -le decía-. El marido de tu
hermana está ayudando a cuatro de tus hermanos, pero no
puede ayudar a los ocho. Tienes que encontrar a alguien
que ayude a los otros cuatro. ¡Es tu deber, María!
María nunca supo si accedió al matrimonio porque quería
zafarse de la insistencia de su madre o por la mirada de
bondad que encontró en Leonardo. Lo cierto es que se
casó con él, seis meses después de haberlo conocido.
Leonardo era oriundo de Puebla, pero se decía que su
familia venía de un pueblecito de Santander que se
llamaba Lamadrid. Era un hombre realmente bueno. Lo
que sentía por María, más que un amor apasionado era una
gran ternura. María tenía episodios de melancolía que
nunca habían cesado y aunque había recuperado el habla,
lo cierto es que hablaba muy poco. Era bastante
introvertida, vestía como una monja. Elegía vestidos que
no dejaban al descubierto ni siquiera una pequeña parte de
su cuerpo. Leonardo era muy sexual. No lograba
acostumbrarse a lo que él llamaba la "asexualidad" de su
esposa. María accedía a las relaciones sexuales pero
Leonardo decía que era como hacer el amor con una
muerta. No se movía, no gemía, no respondía. Además en
muchas ocasiones, lloraba. Estas actitudes "anti-sexuales"
le quitaban a él todo tipo de deseo. En un momento dado,
Leonardo puso las cosas sobre la balanza y decidió que la
sexualidad no iba a ser motivo de separación entre María y
él. Así que a partir de ese día, decidió irse de putas. Lo
hizo sin ninguna culpabilidad. Estaba convencido de que
su Dios estaría de acuerdo con él, ya que su esposa no

29
deseaba sexo. No iba a ser él, quien la forzara ni mucho
menos. Alguna razón tendría María para no desear el
coito. Pero Dios sabía que él era un hombre normal,
incluso más caliente de lo normal y tampoco tenía por qué
renunciar a la sexualidad. Por otro lado, el amor, eso era
otra cosa. Leonardo concluyó que "lo que sepa tu mano
derecha que no lo sepa la izquierda" y ¡santo remedio!
¡Todos felices!
La decisión de Leonardo parecía justa y bien meditada.
Pero hubo algo con lo que no contó: la sífilis.
Para cuando se la detectaron, él ya no tenía remedio, pero
como de vez en cuando también tenía sexo con María, le
pasó la sífilis a ella, quien a su vez se la transmitió a sus
dos hijas vía embarazo: Tania y Amparo.
Leonardo terminó en la Castañeda, un asilo de locos donde
murió solo y en la más absoluta pobreza, completamente
demente. Nadie fue nunca a verlo. María se justificaba por
medio de su catolicismo, diciéndose a sí misma que si
Dios así lo había querido, ¿quién era ella para cuestionar
los sabios caminos del Señor?
La familia había guardado el secreto de las causas de la
muerte de Leonardo. Era demasiado vergonzoso como
para sacarlo a la luz. Rudecinda aprobó la decisión de
María. El día que internaron a Leonardo, enterraron a su
vez, un ataúd vacío. La gente vino de todas partes de
México a dar el pésame. La familia Mayormonte seguía
siendo una de las más influyentes en aquella época.
Muchos recordaban con cariño a don Lázaro. Su buena
reputación lo había convertido en un héroe, incluso mejor
aún; en un mártir de las injusticias de la revolución. Así
que casi, casi, tenía estatuto de santo.
En cuanto a María, la sífilis cedió mediante la penicilina.
Las hijas también se libraron de morir de sífilis. No

30
obstante, Amparo, la más pequeña tuvo una secuela: nació
con una deformación en el segundo dedo del pie derecho.
Esta malformación tuvo dos consecuencias: por un lado un
complejo de inferioridad enorme en la niña, y, por otro
lado, un rechazo inconsciente de la madre. El rechazo era
obvio: la malformación de la hija le traía a la madre el
recuerdo de las putas. No era que María tuviera una
animadversión hacia las putas "per se". Lo que pasaba era
algo que hubiese sido percibido por Freud: Las putas, por
asociación, ponían en contacto a María con la violación
sufrida durante la Revolución. El rechazo inconsciente a la
hija (por la malformación del dedo del pie), era el rechazo
inconsciente al sufrimiento que permanecía reprimido,
oculto y escondido en lo más profundo de su ser. No
obstante, el que esté reprimido, no significa que no cause
síntomas. Más bien, todo lo contrario.
María se había hecho la promesa de que jamás sería como
Rudecinda. Ella quería vivir la maternidad de otra manera,
quería ser más justa, menos exigente, mejor madre. Pero
ocurrió que una tarde lluviosa de otoño, al llegar a casa
escuchó peleando a las hermanas y muy a su pesar, llena
de ira, se escuchó a sí misma gritando:
- Pero... ¡Qué diferentes son! ¡Parecen anti-hermanas!
Apenas lo dijo, cayó en la cuenta de que aquella frase era
la misma que había usado su madre, antaño.
- ¡Malditas repeticiones! -pensó meditabunda-.

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María tenía claro que las mujeres tenían que ser


sacrificadas. No sabía si había nacido con ese pensamiento
o si esa idea se le había impuesto como consecuencia de la
violación. Había leído que las violencias sexuales acarrean

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múltiples secuelas, tanto psíquicas como físicas, pero
había reprimido esas lecturas porque ella era fuerte, y no
iba a permitir que nada la perturbara. Mucho menos a
desviarla de su deber. Para María, su deber era sacar
adelante a sus hijos varones: ¡costara lo que costara! Y...
las que pagaron ese deber fueron las mujeres: Tania y
Amparo.
Tania era la más bella de las dos. Tenía muchísimos
pretendientes, pero había uno, del que ella estaba
enamorada. Se llamaba Mario. ¿Acaso fue el nombre del
chico lo que predispuso a María contra él? ¿O fueron sus
ojos llenos de bondad? María jamás supo lo que fue,
porque ella no tenía los recursos para comprender lo que
pasaba en su mundo inconsciente. Ella estaba controlada
por las experiencias vividas en el pasado, era víctima de su
propia historia. Víctima sin remedio. En su época la gente
no se analizaba, eso vino después. María nunca escuchó
hablar de Freud ni tampoco del psicoanálisis. Podemos
decir que vivió lo mejor que pudo y que su deseo era hacer
lo correcto y lo justo, pero estaba tan dañada que lo único
que hizo fue transmitir esos daños, sin ningún filtro a la
siguiente generación, recreando las mismas repeticiones
inconscientes que tanto la habían dañado a ella.
Tania no pudo realizar su amor con Mario porque María
no lo permitió. Ocurrió una tarde lluviosa de otoño. María
los cachó haciendo el amor en la sala de la casa. Aquel ojo
voyeurista que miró desde el agujero del granero la
sórdida y escalofriante escena de muerte de su amado
hermano, no pudo soportar la escena de amor de su amada
hija. Cada caricia que Mario prodigaba al cuerpo
voluptuoso de Tania se clavaba en María, produciéndole
arcadas. Eran las mismas arcadas que antaño aquellos
penes en forma de cuchillos la habían apuñalado en lo más

32
íntimo de sus entrañas. Los gemidos de placer de Tania se
le metían en las orejas recordándole los gritos ahogados y
atrapados en su garganta ante el horror vivido en el
granero de la finca familiar de Majadaonda. En ese
momento María pensó algo, que años más tarde se le
ocurrió al escritor, antropólogo y pensador francés,
Georges Bataille: que había un vínculo entre el erotismo y
la muerte. Mientras asociaba el vínculo entre erotismo y
muerte, de pronto, quién sabe por qué, se le impuso una
escena donde estaba Leonardo cogiendo con una puta. Es
posible que esa escena fuera la responsable de su arrebato.
Muchas veces, los arrebatos están hechos de pulsiones
contra uno mismo. María se sentía culpable por no haber
podido satisfacer a Leonardo a nivel sexual. Prefirió
acomodarse y quedarse en su zona de confort. Prefirió
contarse, a sí misma, una mentira: que Leonardo no
necesitaba sexo. Prefirió hacer caso omiso a las señales.
Ella lo sabía. Sabía que tenía un problema, sabía que las
violaciones le pasaban factura y que debía buscar ayuda.
Pero no lo hizo. Prefirió permanecer con la cabeza bajo la
tierra, prefirió negarlo todo como hace el avestruz.
Después de todo, como decía Rudecinda: "Ojos que no
ven...". Pero la verdad es que Rudecinda estaba
equivocada, porque aunque los ojos no vean, el corazón lo
sabe. Ese error llevó a María a cometer el más cruel de los
actos con su propia hija. Separó violentamente a los
amantes, acusó a Mario de violador y le prohibió volver a
ver a Tania. El asesinato de Mario Mayormonte, no
solamente mató a Mario, sino que causó estragos en la
siguiente generación. Tania estaba pagando el precio de un
acto injusto y cruel y ni siquiera sabía nada de ello.
Aquella tarde lluviosa de otoño, el corazón de los jóvenes
amantes se había roto, al unísono, en mil pedazos. Tania

33
había quedado embarazada así que María apresuró una
boda relámpago con un hombre que le llevaba 20 años.
- El problema -decía Tania entre sollozos- no es que sea
viejo. El problema es que no lo amo.
El destino tampoco favoreció a Amparo en el amor.
Pero en este caso no fue María quien lo impidió. Amparo
se enamoró de un chico afeminado. En aquella época
había persecución y acoso hacia los chicos que tenían
diferentes tendencias sexuales. Lo que hoy en día se
conoce como "bullying". Pero en aquel tiempo no había
campañas contra eso porque no existía ninguna apertura a
la diversidad. Lo que pasaba en esos tiempos, hoy en día
se puede expresar con una simple, pero nefasta palabra:
homofobia.
Ocurrió un lunes por la mañana. Amparo había tomado el
camión para ir a la escuela y al llegar a su destino, se
encontró con unos chicos que estaban dando una paliza de
muerte a Pepe.
- ¡Joto de mierda! gritaban. ¡Puto maricón!
- ¡Socorro! ¡Ayuda! empezó a gritar Amparo, desesperada.
Los chicos se asustaron y salieron corriendo. Allí empezó
el enganche entre Pepe y Amparo. Pepe jamás la engañó.
Desde el primer momento le dijo que a él le iban los
hombres.
- No es fácil para mí, decírtelo. Mucho menos aceptarlo -
decía un Pepe compungido-. Pero es así, lo tengo claro. Lo
tuve claro desde siempre.
A Amparo le parecía que eso de ser homosexual era quizá
algo pasajero.
- Ya se le pasará -se repetía a sí misma-. Cuando abra los
ojos y me vea. Cuando abra los ojos y se dé cuenta de mi
presencia, de mi amor por él. Seguro que se le pasará.

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Pero no se le pasó. Y cuando Amparo comprendió por fin
que no se le iba a pasar, decidió proponerle un acuerdo: se
casarían para evitar que la gente hablara mal de Pepe. El
matrimonio sería la tapadera de Pepe y evitaría que lo
golpearan por joto pues estaría casado. A ojos de los
demás, sería simplemente un chico afeminado. En aquella
época muchas personas pensaban que los hombres casados
afeminados, en realidad eran "unas damas", es decir, muy
bien educados. Eso es lo que empezaron a decir de Pepe:
que era tan bien educado que parecía "una dama". Así se
camuflaba la feminidad de Pepe y no se le atacaba por ser
homosexual.
Amparo nunca fue feliz en el amor. Pepe tenía sus
amantes y ella lo sabía. Amar a un homosexual, a
sabiendas, se convirtió para ella en una pesadilla.
Lo que Amparo no sabía, es que su deseo verdadero era
ganarle a la hermana, así que no iba a darle el gusto de
fracasar en su matrimonio. Por eso, siguió aguantando.
¿En qué momento la vida de una hermana se convierte en
el sostén psíquico de otra hermana? En este caso era un
sostén embebido en el odio, en la competencia, en los
celos. Pero finalmente, un sostén que daba movimiento y
sentido a la vida de Amparo. Ese sostén era un lazo. Un
lazo invisible que rodeaba a estas dos hermanas. No era un
lazo de amor. Para Amparo ese lazo, era, por así decirlo,
un lazo de anti-amor. Tania se convirtió para Amparo en
una competencia, en un reto a superar. La vida de una
hermana cobraba sentido a partir del momento en el que se
daba cuenta de que no sabía vivir sin competir con la otra
hermana. Esa competencia la llevaba a situaciones
ridículas, pero no podía evitarlo. ¡Tenía que ganarle en
todo y a toda costa!
------------------------------------------------------------------

35
Las hijas habían heredado, por transmisiones
inconscientes, la rivalidad entre hermanas.
La primera rivalidad era la de María y Sol.
El problema era que María no parecía advertir la
competencia de Sol. María estaba en su mundo. Parecía un
mundo impenetrable, donde solamente ella cabía. María
era indiferente a los logros de Sol, indiferente al dinero
que Sol ostentaba, indiferente a los lujos, a las fiestas y a
la alegría y armonía que Sol insistía, desesperadamente, en
aparentar. Sol se percataba de la indiferencia de María y
enloquecía con ello. Así que decidió irle robando todo a
María, con el propósito de que dejara de ser indiferente.
Lo primero que hizo fue seducir a Leonardo hasta que
logró acostarse con él. El encuentro sexual con el marido
de la hermana le provocó "un subidón" más intenso que la
cocaína que solía consumir en sus múltiples fiestas.
Conseguido el marido, decidió ganarse el cariño de sus
sobrinas. Para ello, empezó a hacerse la "tía buena",
escuchando las quejas que las sobrinas tenían de la madre.
De las dos hijas de María, fue Amparo la que le hizo caso,
convirtiéndose en una hija adoptiva. Amparo fue más hija
de Sol que de María. ¡Logró robarle una hija! ¡Triunfo
para Sol! Y cuando Amparo a su vez fue madre, quien
fungió de abuela fue ella, no María. ¡Logró robarle
también a los nietos! ¡Triunfo para Sol!
No obstante sus triunfos como ladrona, en el fondo tenía
pesadillas constantes. Parecía que el karma le regresaba.
En esas pesadillas, alguien la perseguía, la acosaba, la
violaba y le robaba. Una vez se despertó empapada en
sudor y, sin saber por qué le vino una idea a la mente: ¿Y
si María había sido violada en la Revolución? Se secó el
sudor apartando el pensamiento de la mente. Mejor no

36
saber nada de eso. Porque saberlo, haría que ella se
sintiera muy mala persona por haberle robado todo a su
hermana. Se miró al espejo y una duda le asaltó el cerebro:
¿Y si esos robos no significaban nada para María?
- ¡Fuera pensamientos...!. Se dijo a sí misma, apartando la
idea de la mente. Porque si así fuera, el sentido de la vida
de Sol, podía perder su motor. Y ya se sabe cuando el
sentido de la vida pierde su motor... Lo que queda es el
abismo, es decir: la pulsión de muerte, pura y dura.
- ¡Por favor! -suplicó entre ruegos, en su mente-.
Todo... ¡Menos la indiferencia de María!

37
Capítulo 5

México, D. F. 1958.
Tania & Amparo (hijas de María).

A Leonardo se le pasaron las cucharadas. Ebrio total no


sabía con quien se estaba acostando. El creía que era
Tania, o más bien, es lo que él deseaba. Su mente estaba
obnubilada por las burbujas del alcohol, no lograba ver
bien lo que pasaba, pero sabía que Tania no podía ser. A
Tania el sexo no le gustaba. Pero si no era Tania ¿quién
era? Mientras Leonardo intentaba comprender lo que
pasaba, se escuchó un ruido, se abrió una puerta y se
encontró frente a frente con la mirada de su mujer. Cuando
Amparo vio que Tania los había descubierto, sonrió para
sus adentros. Amparo disfrutaba robando todo lo que
Tania poseía. No entendía por qué necesitaba robar a su
hermana, simplemente era algo que no controlaba. ¿Un
impulso? Más bien era una pulsión. Una pulsión se
apoderaba de ella y no cesaba hasta que ella robaba algo
de su hermana. Amparo trataba de descifrar qué le pasaba.
¿Sería un instinto básico?
Esa pregunta no la supo responder hasta cincuenta años
después. Fue gracias a una serie de televisión que se
llamaba "Dexter" y que se estrenó en 2006. Dexter era una
asesino. Había nacido con una estructura diferente. No
tenía empatía por las personas y su padre adoptivo "Harry"
se dio cuenta e intentó guiar esos instintos o pulsiones
asesinas. Amparo adoraba a Dexter. Le gustaba la idea de
que existiera un justiciero que se dedicara a matar a las
personas que hacían daño a los demás. Pero ¿y si Dexter
decidía matarla a ella? Ella era una buena candidata. Tenía
eso mismo que tenía Dexter: un algo dentro de ella que la

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llevaba a hacer daño a su hermana. Ver sufrir a Tania la
llenaba de gozo. Sabía que era monstruoso, pero por muy
monstruoso que fuera, no ganaba nada ocultándose a sí
misma esa verdad. Le hubiera gustado saber de dónde le
venía esa animadversión hacia Tania. Porque pensándolo
detenidamente, Tania no merecía su odio. Eran diferentes,
eso es verdad, pero Tania jamás le había hecho nada que
mereciera ese odio visceral que ella sentía hacia su
hermana.
Amparo empezó a preguntarse en 1958 sobre su "oscuro
pasajero" mucho antes, de ver la afamada serie de Dexter.
Pero no fue hasta 2006 que pudo obtener más respuestas,
gracias precisamente a ese personaje , un asesino
justiciero. No obstante, en 2006, cuando cuando veía los
asesinatos de Dexter, se daba cuenta de que había una
diferencia entre Dexter y ella; Dexter tenía un código que
le había enseñado el padre; hacía daño a quienes lo
merecían. Amparo, sin embargo, hacia daño a su hermana.
Aquel día, estaba dubitativa porque no entendía qué le
pasaba con su hermana.
- ¿Y si era una cosa hereditaria? -se preguntó-. Así como
se heredan las enfermedades, quizá también se heredaban
los odios. Quizá el odio iba de generación en generación.
Quizá era una condena de la familia Mayormonte. Todo
mundo conocía la historia de las hermanas Mayormonte:
competían entre ellas, peleaban constantemente, nunca
estaban de acuerdo y siempre había una que le robaba a la
otra. Amparo pensó que quizá ella solamente era una
marioneta del destino. No obstante, esa parte racional que
poseía le aguijoneaba el corazón. Porque Amparo sabía
que, si bien hay destino, también hay elección. En caso de
que ella hubiera heredado (ya sea vía inconsciente o vía
discurso de los padres) la predisposición a robar a Tania y

39
a dañarla, ella podía elegir cambiar ese destino. Cuando
Amparo se casó con César, un alcohólico empedernido,
tuvo contacto con varias terapias alternativas para las
adicciones. En esas terapias, conoció un programa de vida.
En ese programa le enseñaron una oración que, aunque no
llevaba a la práctica, le gustaba mucho. La oración decía:
"Señor dame la serenidad para aceptar las cosas que no
puedo cambiar, el valor para cambiar las que sí puedo y la
sabiduría para reconocer la diferencia".
Esta oración llevaba un gran mensaje de vida: que lo único
que podemos cambiar en la vida, es lo que nos concierne a
nosotros mismos.
En ese sentido, Amparo sabía que ella pudo haber
cambiado la pulsión que sentía de dañar a su hermana.
Pero eligió seguir dañándola. ¿Por qué? Quizá la respuesta
era sencilla: Porque hay personas que nacen para
maltratar. Hay personas a quienes les gusta torturar y
lastimar. Esas son cosas que no tienen explicación, ya se
trae en la sangre. A Amparo le gustaba mucho hacer llorar
a Tania. Así que cuando vio que su hermana la había
cachado en pleno faje con Leonardo, lo que sintió fue un
goce enorme. No cabía la menor duda: la agonía de Tania
era el éxtasis de Amparo.
Tania estaba desconsolada. ¡Su propia hermana cogiendo
con su marido! ¡Era inconcebible! No obstante, Tania
sentía culpa. Es normal que me ponga los cuernos si yo
nunca acepto acostarme con él -pensaba-.
Necesitaba hablar con alguien pero no sabía a quién
decírselo. Tocaron a la puerta, era su primo. Había
olvidado que lo invitó para hablar de un asunto familiar.
El primo entró y la vio llorando. La abrazó, la consoló.
Llenó su copa varias veces con aquel tequila que tanto les
gustaba. Tania estaba mareada. El primo vio su

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oportunidad. Siempre quiso cogerse a su prima, ¡estaba
buenísima! Quizá el destino le estaba poniendo a la presa
en bandeja. Vertió unos polvos que solía llevar consigo
por si la oportunidad surgía. Era una droga que dormía a
sus víctimas. Esa era la estrategia que él usaba para violar
a las mujeres. Tania cayó inconsciente. Así es como a él le
gustaban las mujeres: calladitas e indefensas. Un cuerpo
absolutamente a su merced. Estaban solos. Leonardo se
había ido a un bar para ahogar la culpabilidad que lo
abrumaba. Amparo se había ido a su casa, la servidumbre
tenía día libre. El primo dio rienda suelta a su lujuria.
Violó a Tania una y otra vez. Hizo con ella todo lo que
quiso y al final, tomó unas tijeras y cortó unos mechones
de su vello púbico. Guardó el vello en una caja. Era su
trofeo. Tenía treinta y cinco cajas con vello púbico de las
víctimas a las que había violado.
- ¡Treinta y cinco! -pensó, relamiéndose-.
Tania era la número treinta y seis.
Estaba poniéndose los pantalones cuando llegó Amparo.
Había regresado porque se le cayeron las llaves de su casa
y no podía entrar. Vio al primo y vio a Tania que estaba
empezando a despertarse. No hizo falta que se lo
explicaran, Amparo lo había comprendido todo. Ese día
Amparo volvió a elegir: eligió ser cómplice del primo.
Cuando Tania despertó, sabía que algo no iba bien, intuía
lo que había pasado. Se percató de que estaba sangrando
por la vagina. Fue al baño y vio con asombro que sangraba
mucho. No era la regla, aún no le tocaba. Se sentía muy
adolorida. Cuando regresó a la sala, el primo se había ido.
Tania abrazó a Amparo y se puso a llorar. Quería decirle a
Amparo lo que había pasado pero no le salían las palabras.
Tania temblaba. Amparo le dijo que no había pasado nada,
que había soñado. Que no había venido el primo, que todo

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se lo había inventado. Tania sentía que se estaba volviendo
loca. Mientras más angustiada estaba su hermana, más
gozaba ella. A Amparo le parecía una monstruosidad, pero
no por ello, dejaba de ser verdad.
Con el tiempo se descubrió que el primo era un violador.
Fue denunciado por varias mujeres. Hubo un escándalo
mediático, pero fue flor de un día. Ni siquiera entró en la
cárcel. El dinero, ese poderoso caballero, que a veces todo
lo compra, dejó libre a un violador que siguió violando
mujeres, impunemente.

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Capítulo 6

México, D. F.
Lisbeth & Martha. Hijas de Tania (1980).

Estaban en Vips de Ejército Nacional. Pidieron un café, lo


endulzaron con canderel y empezaron a beberlo a sorbitos
lentos para no quemarse la lengua. Lo servían tan caliente
que había que tener cuidado, pero era reconfortante.
Las seis mujeres solían reunirse todos los miércoles a
beber café en el Vips. Ese miércoles era uno más de sus
reuniones semanales. Las dos hermanas fumaban sus
"Marlboro light" y las más jóvenes fumaban también,
formando grandes bocanadas de humo que se esparcían
alegremente por el café. En aquella época dejaban fumar
dentro de los cafés, los bares, los restaurantes y hasta en
los cines y los aviones. Eran otros tiempos. Sol se estaba
quejando del marido: "que si hace mal esto, que si hace
mal lo otro...". María se quejaba también del marido,
incluso después de muerto: "que si había sido un bueno
para nada, que si había sido un cero a la izquierda". Las
mujeres más jóvenes se miraban entre sí. Se notaba cierto
hastío en sus miradas, parecían desear que las mujeres
mayores dejaran de quejarse.
Hubo un momento en que las hermanas se levantaron al
baño y entonces las más jóvenes empezaron a hablar:
- ¿Para que han seguido casadas? -preguntó Tania-,
dirigiéndose a las otras tres.
- ¡Deja de criticarlas! -saltó Amparo-.
Mientras Tania y Amparo discutían; Lisbeth y Martha
discutían también.

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Tania sentía debilidad por su hija. En ese tiempo, madre e
hija estaban muy unidas.
Sus ideas coincidían, pensaban que las mujeres deberían
dejar de lado las quejas hacia sus esposos y hacer algo
para solucionarlas. Martha en cambio se sentía siempre
fuera y marginada. Ella estaba del lado de su tía Amparo.
Amparo y Martha, parecían madre e hija. Martha
lamentaba que su madre fuera Tania. Ella hubiera deseado
ser hija de Amparo.

Sucedió que en el momento más acalorado de la discusión,


Tania dijo de pronto:
- ¡Parece que en esta familia las hermanas nunca
coincidimos!
Todas callaron y empezaron a mirarse unas a las otras.
- ¡Es cierto! -dijo Lisbeth-. Tomó una servilleta y escribió
los nombres de las mujeres como si estuviera haciendo un
árbol genealógico. Hasta arriba puso el nombre de
Rudecinda. Abajo de Rudecinda colocó los nombres de
María y Sol, abajo de María puso a Tania y a Amparo y
abajo de Tania, escribió los nombres de Lisbeth y Martha.
Aquí está la matriarca, la bisabuela Rudecinda originaria
de Majadaonda. Tiene dos hijas que son María y Sol. Estas
hermanas son opuestas. Después está María que tiene dos
hijas: Tania y Amparo. Estas dos hermanas también son
opuestas. Y finalmente Tania tiene también dos hijas
Lisbeth y Martha. Otras hermanas opuestas.
- ¿Verdad que sí, Martha? -preguntó sarcásticamente-
dirigiéndose a su hermana.
Martha dio una bocanada al cigarro sin decir nada.
- ¡Somos anti-hermanas! -dijo Lisbeth-.
Y así fue como Lisbeth repitió sin saberlo, la frase que la
bisabuela Rudecinda (a quien ni siquiera conoció), había

44
dicho por primera vez, hacía muchos años atrás, a sus dos
hijas, María y Sol.
- ¿Anti-hermanas? -preguntó Martha-. ¿Qué significa eso?
¿Otra más de tus palabritas inventadas, tus "neologismos"?
- le dijo a Lisbeth, en torno sarcástico-.
Lisbeth no respondió. No hacía falta. Para Lisbeth su
hermana Martha le era absolutamente indiferente. A
Martha eso no le gustaba. En aquel café de Vips quedó
claro que los caminos de las hermanas tomarían rumbos
distintos. Ellas no lo sabían pero estaban marcadas con
huellas indelebles que las habían predestinado
inconscientemente, incluso antes de nacer.
Para fortuna de Lisbeth, el psicoanálisis ya había llegado a
México. La gente empezaba a hablar de ir a terapia como
algo bastante normal. Las películas de Woody Allen
llenaban los cines y hacían del psicoanálisis un ritual a
seguir. Freud y el inconsciente freudiano estaban de moda.
Lisbeth se psicoanalizaba, su madre estaba de acuerdo,
pero Amparo y Martha atacaban el psicoanálisis y
cualquier otra terapia psíquica.
- ¡Que se analicen los que no pueden resolver sus propios
problemas! ¡Que se analicen los débiles, los locos, los
vulnerables! -gritaban al unísono tía y sobrina-.
Madre e hija se miraban de reojo y se sonreían por dentro.
¿Qué podían saber esas mujeres tan cerradas de mente?
¡Parecían salidas de tiempos de la Edad Media!
¡Desde luego el análisis no es para todos! -dijo Tania-.
- Ya vas a empezar a darte tus baños de superioridad, -
respondió la hermana-. Como siempre... ¡Tania, echándole
crema a sus tacos! -remató furiosa-.

45
Capítulo 7

Ciudad de México
Lisbeth (hija de Tania, hermana de Martha) (1988).

- "Tu hermana es tu peor enemiga", eso es lo que me ha


dicho Luis, comentaba Lisbeth a su analista. No
entiendo... ¡Jamás le he hecho nada malo! ¿Por qué me
aborrece tanto? Toda la vida, mi hermana me ha sido
bastante indiferente.
- Y... ¿No será precisamente eso? -respondió la analista-.
Cuando terminó la sesión, Lisbeth estaba hecha un mar de
lágrimas. Se percató de que su deseo más íntimo era
desaparecer. Hace días lo venía pensando. Era una idea
que se le imponía en la cabeza, una especie de
pensamiento intrusivo. Desaparecer... Desaparecer...
Desaparecer...
La intervención de la analista le hizo pensar que
efectivamente, era posible que esa indiferencia sea lo que
había motivado el odio de Martha. Quizá era su manera de
hacerse notar, de llamar la atención, de hacerse presente.
Martha siempre había sentido celos porque Lisbeth era la
preferida. Pero la verdad es que siendo niña se sentía
atrapada. Preferida del padre, preferida de la madre,
preferida del hermano, preferida de la abuela, preferida de
la tía-madrina, preferida de la prima, preferida de los
profesores del colegio... Por primera vez "le caía el veinte"
de que ser la preferida había sido una verdadera
calamidad. - ¿Cómo puede pensar la gente que ser la
preferida es un privilegio? -se preguntó-. ¿Cómo puede
pensarlo Martha?
Ella se había sentido agobiada y atrapada toda su vida,
entre tanta predilección. La preferida no puede fallar, la

46
preferida tiene que darlo todo, la preferida no puede
cometer errores. La preferida no puede decepcionar. Y por
eso, la preferida siempre tiene que complacer. En pocas
palabras: la preferida no tiene vida. Recordó una frase de
su padre: "Te llamas Lisbeth porque así se llamaba mi
exnovia, que fue la mujer de mi vida".
Las lágrimas caían una tras otra. Lisbeth no podía ni
quería contenerlas ¡Que salgan y que se lleven todo lo
malo! ¡Que salgan y me ayuden a ver mejor!
Lisbeth no cesaba de pensar en la frase que le había dicho
Luis. Luis era su amante. Empezaron a acostarse un
viernes por la noche, después de una extenuante reunión
de trabajo. Lisbeth era la gerente principal en las empresas
de Luis. Luis le había echado un cable en el momento más
difícil de su vida, cuando había decidido separarse de la
empresa familiar porque se sentía atrapada. Estaba
cansada de complacer a su madre; estaba cansada de ser su
marioneta. Tenía la sensación de que la única posibilidad
para crecer era separarse de ella. Tania era una madre muy
posesiva. Además tenía una posición muy extraña hacia la
sexualidad femenina. Lisbeth tenía la impresión de que su
madre tenía grandes traumas sexuales que no había
superado. Una vez se lo preguntó directamente pero Tania
no soltó prenda. No obstante, hay lenguaje corporal. Tania
se cerró en banda pero sus ojos delataban una gran
melancolía. Aunque pensándolo bien, no era solo
melancolía, era... ¡terror! ¡Eso era! ¡Terror! ¿Por qué una
mujer podía sentir terror ante la sexualidad? Hace tiempo
que Lisbeth pensaba que a Tania la habían dañado de
algún modo. Quizá no era ninguna casualidad que ella,
siendo su hija, hubiese decidido dedicar su tiempo libre a
ayudar y a apoyar a las mujeres maltratadas.

47
Mientras se enjugaba las lágrimas, pensaba que la única
manera de saber si habían maltratado a su madre, o peor
aún, violado, era tomar al toro por los cuernos y
preguntarle a su tía Sol.

-----------------------------------------------------------------
- El psicoanálisis funciona -dijo Lisbeth a la analista-.
Recostada en el diván, percibía dentro de ella sentimientos
encontrados; ambivalentes. La tía Sol le había dicho algo
que en realidad ella ya sabía. Lo sabía en ese lugar del
"saber ignorado". Una parte de su mente sabía que su
madre había sido violada. Pero lo que no sabía, ¡era que su
abuela María también había pasado por lo mismo! Ahora
ya podía poner más piezas en el rompecabezas. ¡Ahora
entendía más cosas!
Había visto los síntomas tanto en la abuela como en la
madre. Esos síntomas eran secuelas de mujeres violadas:
la tristeza que a veces cruza el límite hacia la melancolía,
el nerviosismo, los trastornos alimenticios, el insomnio,
las pesadillas, la sudoración, la angustia, los trastornos con
la bebida u otras adicciones. Recordó cuando encontró a
su madre en el baño cortándose la piel con una navaja. Se
hacía cortes en la cara interna de los muslos, se
autolesionaba constantemente. Y si se hablaba de sexo...
Tania no lo soportaba. Tenía una actitud muy rara cada
vez que se tocaba el tema del sexo; ya fuera de broma, o
simplemente en las conversaciones entre mujeres. Para
Tania al igual que para María, el sexo tenía una función
reproductora y punto. Lisbeth pensó que quizá ni su
madre, ni su abuela, habían experimentado jamás un
orgasmo. Pensó en su abuelo y en su padre y suspiró.
Seguramente ninguno de los dos había sido feliz
sexualmente.

48
- ¡Es muy triste constatar que mi madre no hizo nada para
superar su problema! -dijo Lisbeth a la analista-. La tía Sol
me contó que a mi abuela la violaron en la Revolución y a
mi madre la violó su primo hermano. ¡Menos mal que yo
te tengo a ti! ¡Menos mal que yo cuento con el
psicoanálisis para superar lo mío!
Desde que la verdad de la violación se reveló, Lisbeth no
paraba de darle vueltas a la cabeza. Ella no era más que un
síntoma de todo aquello. Ahora entendía muchas cosas
que antes no tenían sentido. Cuando un secreto sale a la
luz, todo cambia. Muchas cosas se suelen acomodar. La
luz suele ayudar a la comprensión. Entender que la madre
había sido violada fue para Lisbeth un antes y un después
en su vida. Aquella noche, al salir de la sesión, toda su
historia empezó a pasar en su mente como si se tratara del
guión de una película. De niña era complaciente, dulce y
amable. Hacía siempre lo correcto: estudiaba, tenía
disciplina, era la niña perfecta y, por lo tanto, la preferida
de todos. Pero al llegar a la adolescencia, su vida cambió.
Fue precisamente el primer encuentro sexual lo que la
cambió. Estaba muy enamorada y por eso se acostó con
aquel novio de juventud. Pero él no tuvo cuidado. Lisbeth
cerró los ojos para evocar aquella escena: él estaba muy
excitado, tenía el cuello rojo y se le saltaban algunas venas
de la frente. Algo de él la atemorizó. Era su mirada...
Tenía una mirada de deseo que la hizo estremecer porque
no le gustó. Quizá lo que llaman lujuria. Los ojos se le
saltaban de las cuencas. Después sintió aquel pene, grueso,
demasiado grande, demasiado gordo, demasiado erecto. El
joven no pudo esperar, la penetró con demasiada
violencia. Parecía un animal salvaje, loco, desquiciado.
- ¡Espera! -gritaba ella-. Con cuidado -susurraba-. Pero él
no escuchaba. Estaba como poseído por una fuerza que lo

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obnubilaba. El quería poseerla, toda, completa. ¡Y quería
hacerlo de golpe! ¡Ya!
El coito para ella fue un suplicio. Lo había vivido como
una violación pero jamás había podido decirlo.
Oficialmente ella había consentido, ella también lo
deseaba. Pero no así... ¡No así!
Cuando él terminó, se sentía muy culpable. Sabía que
había sido violento, sabía que le había hecho daño. Así
que la manera que tuvo para sacarse la culpabilidad fue
culparla a ella. Le dijo que por su culpa él había actuado
así. Le dijo que ella era demasiado "sexy" y que las
mujeres como ella son depredadoras porque enloquecen a
los hombres. Lisbeth quedó devastada.
A partir de ese día, se transformó. No fue de inmediato,
fue poco a poco. Pasó de ser una niña buena y monjil a
una chava alocada y gótica. Se vestía de negro, usaba
chaquetas de cuero y se colgaba cadenas como collares.
También empezó a beber en exceso. Su familia notó el
cambio, le decían que parecía una borracha y una
presidiaria. Ella sabía que algo iba mal pero no era capaz
de saber lo que le pasaba. Sufría, sufría mucho. Sentía que
había sido víctima de una injusticia. Sentía que tenía un
grito ahogado en la garganta. Aquel novio no le dio voz.
No permitió que ella hablara. Simplemente la culpó de
todo y al hacerlo la condenó a un sufrimiento que ella no
entendía: la culpa de la sexualidad femenina, la culpa del
deseo sexual en la mujer. En los años ochentas, de aquello
se hablaba poco. Las mujeres mexicanas estaban
condenadas a vivir una sexualidad bastante mediocre. Las
madres mexicanas criaban a sus hijas bajo patrones del
sistema patriarcal. Hay que darse a respetar, hay que tener
sexo solo para reproducirse y después del matrimonio.
Hay que complacer al marido para que no se vaya con

50
otra. La mujer no era más que un receptáculo del semen
del hombre. La mujer no tenía derecho a disfrutar del
sexo, mucho menos a experimentar con varias parejas. Las
mujeres mexicanas que se salen de esas normas son putas,
golfas, zorras, despreciables.
A Lisbeth todo eso la rebasaba. Y como no podía hablar
de ello, se convirtió en un síntoma sexual andante. Tenía
una especie de desdoblamiento de la personalidad: por el
día era lo que se esperaba de ella: trabajaba para la familia,
salía con el novio, estudiaba lo que la madre quería. Pero
por la noche, se vestía de negro y se iba de reventón.
Bebía alcohol sin parar. Bebía, bebía y bebía. A veces
combinaba con pastillas, fumaba mota y también esnifaba
cocaína. A la mañana siguiente amanecía en algún motel
de paso. No se acordaba de nada de lo que había sucedido,
pero amanecía con alguna persona a su lado y veía con
terror que había tenido sexo y ni siquiera se acordaba del
nombre de la persona con la que despertaba. A veces eran
hombres, otras veces eran mujeres. A veces era uno y otras
veces eran más. La cosa iba cada vez a peor. Un día
escuchó a una amiga hablar del psicoanálisis.
- ¡Es una pasada! - había dicho aquella amiga-. Ayuda a
que uno vaya conociéndose poco a poco, a partir de la
historia propia y la de los antepasados. Ayuda a entender
el mundo inconsciente y a saber las causas por las que
actuamos como actuamos.
Lisbeth abrió los ojos sorprendida.
- ¡Eso es lo que yo necesito! - se dijo a sí misma-. Saber
por qué actúo como actúo. ¿Qué me pasa? ¿Por qué soy
como soy?
Preguntó recomendaciones de psicoanalistas y así fue
como llegó al diván.

51
El recorrido analítico empezó a tener efectos. Hizo
muchas cosas que no se había atrevido a hacer. Le
recomendaron un libro que cambió su vida. Se llamaba
"La Madre Estrago". Leer ese libro le permitió bajar del
pedestal a la madre. Pudo ver que una mujer no es una
santa, por ser madre. La maternidad es solamente una
etapa más en la vida de las mujeres. Las mujeres son
simplemente sujetos, seres humanos, con defectos y
virtudes. Y muchas de ellas, con traumas propios sin
resolver. Traumas que transmiten inconscientemente a los
hijos. Lisbeth avanzaba en su tratamiento psicoanalítico.
Estaba adquiriendo mucha sabiduría. Estaba teniendo
muchos cambios tanto de pensamiento como de acto.
Descubrió que su padre era un asiduo de los burdeles, que
le gustaban las putas y que se enfermó de sífilis. Esta
historia del padre la entristeció profundamente. ¿Acaso
ella misma jugaba al fantasma de la prostitución debido al
deseo del padre? Todavía no tenía todas las respuestas,
pero avanzaba a pasos agigantados.
Se separó de la madre, buscó otro trabajo, se posicionó de
manera diferente frente a sus hijos y poco a poco, tuvo la
valentía de abrir su mente a la comprensión de que su
sexualidad era diferente. En su familia no había cabida a
los homosexuales.
- "Todo menos tortillera" -había escuchado decir a su
padre-. Ella era pequeña y no sabía lo que significaba
"tortillera". Cuando creció sentía bastante asco cuando
pensaba en sexo entre lesbianas. Pero para su sorpresa,
cuando estaba colocada, tenía una gran necesidad de
acostarse con mujeres. El cuerpo de una mujer le producía
más excitación que el de un hombre. Y también sentía más
seguridad. Las mujeres le daban una seguridad que no
sentía con los hombres. Con ellas se sentía a salvo. Allí

52
fue cuando apareció Luis. Luis era casado pero decía lo
que dicen todos los casados: que no era feliz en su
matrimonio, que su mujer era una arpía, que siempre le
dolía la cabeza, que tenía meses de poner pretextos y no
acostarse con él, en pocas palabras: que sufría. Así las
cosas, Lisbeth decidió aparcar sus tendencias
homosexuales y se concentró en Luis. Lisbeth pensaba que
el sufrimiento sexual de aquel hombre era igual al
sufrimiento sexual de su padre. Ambos eran hombres con
mujeres asexuales. Mujeres que no querían tener sexo.
- "Para mi mujer hay cincuenta mil cosas más importantes
que el sexo" -había escuchado decir a su padre-. Algo
parecido había dicho también Luis.
Por esas cosas de las marcas inconscientes, Lisbeth
decidió ocupar en el fantasma, el lugar de la puta. La
salvadora sexual de esos hombres que sufrían por no tener
sexo con sus esposas.
Ocurrió que Martha supo que su hermana se estaba
acostando con Luis. A partir de ese día, Martha le declaró
la guerra. Lisbeth no comprendía por qué. Hasta que Luis
se lo dijo.
- "Tu peor enemiga, es tu hermana" -dijo Luis- mientras se
vestía. ¡Te odia! Debes tener mucho cuidado con ella.
Lisbeth tenía una carita de ingenuidad que no podía con
ella, así que Luis le confesó que se había acostado con
Martha, pero para Luis la relación no cuajó.
- A tu hermana le pasa algo... No sé muy bien qué es.
Tiene veneno dentro... Es una mujer que amenaza. Yo
tenía la impresión de que si no hacía exactamente lo que
ella quería, era capaz de castrarme. Algo así como "el
síndrome de la mantis religiosa". Ese tipo de mujeres que
usan a los hombres para sus fines y después de usarlos se
alimentan de ellos.

53
Cuando Lisbeth se enteró de que Luis había sido amante
de Martha decidió que tenía que desaparecer. Algo dentro
de ella le advertía que estar cerca de esa hermana no le
convenía, ni a ella ni a sus hijos. Para Lisbeth, Martha
había nacido estrellada porque quería controlarlo todo. Era
envidiosa, arrogante, celosa, posesiva, caprichosa. Era
capaz de hacer daño. Manipulaba la información a su
favor. Lisbeth pensó que las hermanas de la familia que
robaban, todas ellas, desde la primera generación y así
sucesivamente (Sol, Amparo, Martha), robaban porque
necesitaban el dinero para que las amaran. ¡Necesitaban
comprar a la gente! Por sí mismas, no las querían, eran
seres repudiados. También pensó que si Martha estaba
despechada... ¡Mejor ni pensar de lo que podía ser capaz!
Todos estos pensamientos e ideas se amontonaban en la
cabeza de Lisbeth. Pero sobre todo, había algo que no
paraba de darle vueltas a la cabeza: que quizá ella era gay.
Y ¿si así fuera? ¿Tendría ella, los tamaños, para salir del
armario? ¿Sería ella lo suficientemente valiente para
lograr vivir conforme al deseo que la habitaba? Quizá el
psicoanálisis podría echarle una mano... ¿Podría?

54
Capítulo 8
Una mexicana en París
La Ciudad Luz (1990).

El día que pisó París lo supo. Supo que esa ciudad iba a
transformarla. Sus calles; su arquitectura; los habitantes; el
idioma. De París, ¡le gustaba todo! Pero sobre todo: su
historia. Lisbeth había dado clases de historia francesa, así
que estar allí, en pleno corazón de París, le parecía un
sueño del que no quería despertar. Le gustaba mezclarse
entre la gente y sentirse una parisina más. Se había cortado
el pelo, un corte muy francés que le favorecía mucho
porque resaltaba sus grandes ojos color miel. Se sentía
bella, quizá era porque se sentía libre. Podía vestirse como
le diera la gana, allí en París, nada resultaba
suficientemente extravagante. Adoraba pasear por
Montmartre, el barrio de los pintores, el barrio bohemio y
artístico. Mientras miraba los lienzos de los pintores en la
plaza de Montmartre pensó que lo primero, era hablar
francés; y lo segundo; era buscar un analista. Dicen que el
deseo verdadero mueve montañas. A los quince días
masticaba el francés y al mes ya estaba en análisis. Cada
analista tiene su estilo. Cada análisis es único. No fue solo
París lo que cambió a Lisbeth... ¡Fue su análisis en París!

Una tarde lluviosa parisina, en la universidad de la


Sorbona, mientras escuchaba una conferencia sobre "El
amor y la soledad" del filósofo francés, André Comte-
Sponville, vio entrar a una chica. Desde ese momento no
pudo apartar la mirada de ella. Terminando la clase se
acercó para conocerla. Se llamaba Luna.
Se fueron a tomar café enfrente de la Plaza "Saint Michel".
Luna era italiana.

55
- Mi tesis es sobre la relación fraternal, dijo Lisbeth.
Luna abrió los ojos como platos. Le dijo que le parecía un
tema fascinante.
- Están pasando una película de Béatrice Dalle. -dijo
Luna-. ¿Te suena? Va sobre hermanas... O más bien "anti-
hermanas" -dijo Luna, reflexionando-. ¡No te la puedes
perder! Si te apetece, gustosa te acompaño.
Lisbeth acuñó la palabra "anti-hermanas".
Le pareció, ¡lo más!
La película se llamaba "À la folie". La traducción que
hicieron al castellano era "Seis días, seis noches".
Lisbeth quedó anonadada. Cada escena le parecía un "dèjá
vu". Cuando terminó la película fueron a cenar. No
paraban de hablar, el tema las concernía a ambas. El
mesero se acercó diciéndoles que era hora de irse, ya iban
a cerrar. Les dio la impresión de que acababan de llegar.
Lisbeth pensó en una frase de William Shakespeare que
había leído en algún lado: "El tiempo es demasiado corto
para los que gozan".
- Tenemos que seguir esta conversación en otro sitio -dijo
Luna-.
- ¡Es un alivio que tú también lo desees! -pensó Lisbeth-.
Lisbeth tenía una hija, así que quedaron que lo mejor era
seguir en el piso de ella.
A partir de ese día, se volvieron inseparables. Luna invitó
a Lisbeth a trabajar con un grupo de mujeres maltratadas.
Los testimonios de las mujeres se volvieron material muy
valioso para la investigación de Lisbeth.
Lisbeth escribía en sus apuntes las diferentes maneras en
que el lazo fraternal influía en los maltratos.
Lisbeth escribía: "Algunas hermanas dedican su vida a
destruir la vida de otra hermana. ¿Por qué? ¿Qué causa

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hay? ¿Qué pasó en la historia de esas hermanas para que
algo así, tenga lugar?
Recordaba escenas de la película de Béatrice Dalle: celos,
envidia, rivalidad, competencia.
- ¿Cómo es posible que el objetivo de una hermana sea
destruir a la otra? -pensaba Lisbeth mientras escuchaba la
historia de Helena-.
Helena se quejaba del maltrato de un hombre al que ella
decía amar.
- ¿Por qué vuelvo con él? -se preguntaba llorando-.
Ya lo sé... ¡Pero aún así!
En una ocasión, Helena dijo que tenía una hermana que se
había convertido en la embajadora de su país en Francia.
Esta hermana tenía un gran poder sobre ella.
Lisbeth aguzó los oídos.
Y si, la razón por la que Helena había elegido un hombre
que la maltratara, ¿era la repetición del lazo fraternal?
O bien, y si, ¿ese hombre encarnaba a la hermana?
O bien, y si, ¿Helena había elegido a ese hombre para
despertar la compasión en su hermana?
A Lisbeth, las tres hipótesis le parecían válidas. Esa noche
lo habló con Luna.
- ¡No lo había pensado! -Dijo Luna-, abriendo los ojos con
sorpresa. ¡Son hipótesis super interesantes! El lugar de la
hermana en las historias familiares es algo en lo que se
profundiza poco. ¡Todo mundo responsabiliza a los
padres! El complejo de Edipo está tan difundido que
parece que todo se centra en la función paterna y materna.
La consecuencia es que se olvida el lazo entre hermanas.
- ¿Por qué no escribes sobre este tema? -le sugirió a
Lisbeth-.

57
Esa noche, Luna y Lisbeth se besaron. Ese beso selló un
amor que había nacido entre ellas desde el primer
momento en el que se encontraron.
Después de una mágica noche de amor con Luna, Lisbeth
se levantó de la cama y empezó a escribir una novela a la
que llamó: "Anti-hermanas".

-------------------------------------------------------------------

Luis había llegado a París. Traía noticias de México. Tania


y Amparo se habían peleado a muerte. La causa era la
herencia: Amparo había robado la herencia de su hermana.
A Lisbeth no le sorprendió en lo más mínimo.
- Esas no son hermanas -dijo Lisbeth-. Son "anti-
hermanas". Y le explicó a Luis lo que estaba investigando
sobre el lazo fraternal. Luis escuchaba embelesado.
- ¿Puede darse también con hombres? ¿Verdad? -preguntó,
pensando en su hermano-.
- ¡Pues claro! -respondió Lisbeth-. Acuérdate que desde el
psicoanálisis el género no lo dicta la anatomía, sino la
posición. Posición femenina o posición masculina. Así lo
llamó Lacan en el Seminario XX, el del "Encore" (Más,
aún más). La posición elegida por el sujeto es el producto
de la realidad psíquica.

Luis le contó que Tania había ido a análisis y había


recordado la violación del primo. Había recordado que
Amparo estuvo presente y ocultó esa violación para
dañarla. Al escucharlo, Lisbeth empezó a marearse y
terminó vomitando. Luis le contó que todo eso surgió a
partir de un monólogo que Tania escuchó en una velada
cultural a la que la invitaron. Era una velada que habían
hecho en la Cruz Roja Mexicana, dirigida hacia la

58
misoginia. El monólogo se llamaba Jessie y decía lo
siguiente:

Jessie
Me llamo Jessie. Cuando tenía 13 años mi padre se metió
en mi lecho y me convirtió en su amante. Mi madre estaba
de acuerdo, la vi cerrar la puerta haciéndome un guiño.
Aquel guiño me arrastró a una tormenta de confusiones
donde yo me perdía, sin saber, si lo que estaba pasando en
ese lecho era amor o era violación.
Mi madre contribuía a aumentar la confusión porque lo
consentía, parecía que a ella, aquello le venía bien. Sin
embargo, mi alma de niña no estaba tranquila.
En mi fuero interno yo sabía que aquello estaba mal,
aunque mis padres aseguraran lo contrario. Pero cada vez
que yo intentaba hablar del tema, ellos hacían de oídos
sordos y miraban para otro lado. Comprendí muy pronto
que de ese tema, en esa casa no se iba a hablar nunca.
Pero mi cuerpo se rebeló. Empecé a tener severas afonías,
gripes constantes y ataques de asfixia. Los médicos me
atiborraron de pastillas, para el asma y para las alergias
pero yo sabía que lo que tenía era otra cosa. ¡Era un grito!
Un grito que estaba ahogado dentro de mi ser, reprimido,
igual que las escenas de aquellos abusos a los que mis
padres llamaban amor, y yo, llamaba violación.
Yo sabía que estaba siendo víctima de algo monstruoso,
pero no tenía a nadie con quien hablarlo. Me sentía
impotente: completamente a su merced.
Cuando cumplí 18 años empecé a irme de marcha. ¡Me
llovían pretendientes a montones! Esos hombres cumplían
para mí, una función vital: me alejaban de las garras de mi
padre, pero al mismo tiempo me pasaban factura porque
yo no podía comprometerme con ninguno.

59
Cuando empecé a interrogarme mi rechazo al compromiso
llegó el psicoanálisis a mi vida. Yo quería saber qué era el
amor.
Hasta entonces lo que había experimentado eran amores
posesivos, destructivos y completamente devastadores.
Entonces comprendí que cuando un padre abusa de su hija
ocurre algo terrible: la pulsión de muerte se apodera de la
niña seducida, dando un golpe traumático en el centro de
su alma y distorsionando por completo, tanto su capacidad
de amar, como su sexualidad. Comprendí que la hija que
ha sufrido este tipo de maltrato físico y emocional tiende
constantemente a elegir a una persona equivocada en el
amor.
¿Por qué hace eso? Porque está enferma. Porque no sabe
entrar en el intercambio amoroso de una manera sana.
Supe que, a lo que mis padres llamaban amor, era en
realidad, una violación. Observé de frente la fractura de mi
alma y me di cuenta de que yo misma estaba condenada a
ir tras la persona equivocada porque lo que yo quería era
autodestruirme. Quedar hecha trizas y devorada porque yo
pensaba que era eso lo que yo merecía.
Gracias al psicoanálisis ahora se que el primer paso es
poder hablarlo. Cuando logré decirlo sin que se me
desgarrara el alma, supe que era el inicio de mi curación y
entonces surgió dentro de mí, un deseo: el de poder
escuchar a otras personas a las que les hubiera pasado lo
mismo que a mí.
¿Por qué quería yo, hacer eso? Porque nadie sabe la
ambivalencia que inunda el alma de una niña que se
debate entre el inmenso y natural amor al padre, y la
profunda vergüenza que siente hacia la monstruosidad a la
que está siendo sometida.

60
Ninguna niña, ninguna persona debería tener que pasar por
algo así.
Pero pasa… Y en las mejores familias.
Se conoce que este abuso arrastra a las personas, a
diferentes formas de destrucción: el alcoholismo, las
drogas, la prostitución, la locura, la muerte, el suicidio…
Me llamo Jessie y estoy aquí para decir que cuando yo
tenía 13 años mi padre me violó…
Y al hacerlo, me condenó a un bucle de destrucción en
espiral.
¡Pero sobreviví!
Y aprendí a amar de otra manera, y aprendí a convertir mi
dolor en escritura y en creación. Y aprendí a escuchar a
otras personas como yo.
Por eso estoy aquí, para decirte que si te ha pasado lo
mismo que a mí, seas hombre o seas mujer, recuerdes que
tú también tienes derecho a sobrevivir.
¡No tengas miedo de señalarlo!
Busca a una persona de confianza y... ¡Háblalo!
¡No te quedes sin hablarlo!

---------------------------------------------------------------

Escuchar aquel monólogo llamado "Jessie" sumió a


Lisbeth en una gran melancolía. No sabía si esa
melancolía se debía a las violaciones de las mujeres de su
historia (María, la abuela, Tania, la madre) o se debía a su
propia experiencia. No fue hasta que logró decir a su
analista, el dolor que le producía haber callado su propia
vivencia de violación, que fue saliendo de aquel estado
que parecía "catatónico". La disociación se debía
probablemente al ahogo de aquel grito reprimido que
quedó atorado en su garganta en su primera experiencia

61
sexual. París le ayudó a decirlo. París estaba lejos de su
madre, lejos de su hermana, lejos de todo aquello que la
angustiaba. Definitivamente, París la ayudaba, pero
también Luna. Luna estaba allí. Con Luna se sentía
protegida y a salvo.

A Luna, Luis le cayó muy bien, pero sentía celos de él.


- Sigue enamorado de ti -le dijo a Lisbeth- aquella noche.
Lisbeth lo sabía. También sabía que ella seguía sintiendo
algo por Luis, pero no quería decírselo a Luna. La relación
con Luis era cosa de ella. Era algo que ella tenía que
resolver por sí misma.
- ¿Acostarse con Luis sería serle infiel a Luna? -le
preguntó a la analista aquella tarde-.
Cuando salió de la sesión tuvo claro que no podía hacerse
la tonta. ¡Acostarse con Luis era ser infiel! ¡Claro que sí!
Si iba a hacerlo, tenía que decírselo primero a Luna.
- ¡Lo sabía! -lloraba Luna-. La verdad es que te agradezco
la honestidad. Muy a mi pesar, pienso que debes hacerlo.
Desde un principio has tenido dudas sobre tu identidad
sexual. No sabes si eres "homo" o si eres "bi". Yo no
tengo derecho a controlar tu destino, mucho menos tu
deseo.
- No creo que es una cuestión de etiquetas, sino de
personas -dijo Lisbeth-. Si fuera por mí, estaría con los
dos. Incluso una parte mía, desearía un "ménage à trois",
pero sé que eso no te va a ti. Además también sé que en mi
caso, está en mi fantasma. Es un fantasma que no podría
pasar al acto porque me traería angustia.
Lisbeth concluyó que no podía perder a Luna. Ella le daba
una estabilidad que jamás había conocido. Con Luis había
mucho fuego, eso era cierto, pero también había

62
inestabilidad, angustia y sobre todo, surgía una pulsión
que la llevaba a la botella.
- Ya tiene la respuesta -dijo la analista-. Lo primero es lo
primero, y en su caso, lo primero desde luego, es seguir
sobria.
Al salir de la sesión Lisbeth recordó que un sujeto que no
controla su pulsión a la bebida debe tener en cuenta evitar
a toda costa, lo siguiente:

1) Personas que lo arrastren a situaciones conflictivas.


2) Personas que beban en exceso e inciten a beber.
3) Situaciones que lo pongan en conflicto o en angustia.

-------------------------------------------------------------------

Luis había amanecido con resaca. Bebió demasiado la


noche anterior. Vertió dos "Actrón" efervescentes en un
vaso para ayudarse con el dolor de cabeza. Le dolían los
ojos. Pero sobre todo, le dolía el alma.
Muy a su pesar, Luis entendía lo que Lisbeth le había
dicho. Ella no quería recaer. Había conseguido salir del
infierno de las adicciones. Si él la quería de verdad, tenía
que dejarla en paz.
Mientras se bebía el vaso que burbujeaba, decidió regresar
a México y dejar que Lisbeth fuera feliz.
- ¡No seré precisamente yo, un anti-hermano! -Se dijo para
sí mismo-, mientras reflexionaba taciturno, iba haciendo la
maleta, para regresar a Tierra Azteca.

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64
Capítulo 9

Ciudad de México
Martha (hija de Tania, hermana de Lisbeth) (2012).

Martha vivía detrás de la casa de la madre. Desde la


ventana de su recámara podía verse la cocina. Martha
bebía un jugo de naranja recién hecho. Mientras daba
pequeños sorbos al vaso veía la escena en la cocina. Allí
estaba Lisbeth. Había vuelto de París donde había estado
viviendo los últimos años. Martha barrió de arriba a abajo
a Lisbeth. Tenía una melena corta muy a la francesa.
Vestía de manera europea con esas botas negras con
agujetas largas. Martha pensó que parecía una gótica, una
adicta... O más bien una puta. Lisbeth reía a carcajadas
abrazando a su madre con cariño. Martha sintió como le
hervía la sangre. Una oleada de fuego le subió del
estómago a la garganta, atravesando su pecho como una
puñalada: el dolor de los celos la aguijoneaba. Empezó a
caminar de un lado a otro de la habitación pensando que
no podía permitir que la relación entre madre e hija se
restableciera. Si había reconciliación entre ellas, ya podía
decirle adiós a la cuantiosa herencia y al poder que tenía
sobre toda la familia. Además el que Lisbeth se
inmiscuyera en los negocios familiares no le convenía lo
más mínimo. Lisbeth era lista y podía advertir los robos.
Martha había heredado la sangre ladrona de la tía Sol.
Martha no sabía que Sol había robado la herencia a sus
hermanos, pero esas cosas no necesitan saberse. Están en
el campo inconsciente y, al igual que algunas
enfermedades, o el color de los ojos, se van transmitiendo
de generación en generación. Por eso decimos aquello de:
"Genio y figura...".

65
Martha trabajaba en una Casa de Bolsa. Su jefe era un
hombre de negocios, pero en realidad, vendía acciones
falsas, engañando a los clientes. Les decía que tendrían
altos rendimientos de intereses pero al final les robaba el
dinero que habían invertido, diciendo que todo se había
perdido en la Bolsa. Martha podía ser muy persuasiva y
era muy lista para el dinero. Metió a un grupo grande de
personas mayores que creyeron en ella y le entregaron
todos sus ahorros. Para desgracia de todas esas pobres
personas, la Casa de Bolsa quebró. Las malversaciones del
jefe de Martha salieron a la luz. El hombre huyó a España
pero lo encontraron en El Escorial y fue extraditado.
Cuando regresó a México lo encerraron en la cárcel. La
venganza de varios clientes engañados le pasó factura pues
un día amaneció degollado. Martha, presa de pánico, huyó
también al norte de México. Se escondió en casa de unos
amigos y permaneció allí bastante tiempo hasta que las
cosas se calmaron. Cuando regresó, aunque tenía un poco
de miedo, se convenció a sí misma de que no estaba en
peligro ya que todo lo había firmado el jefe y la
responsabilidad cayó sobre él. Lo que las personas
mayores no sabían, es que ella había abierto una cuenta en
el extranjero con el dinero de todos ellos. ¡Era millonaria!
- El dinero da poder - se decía-. Ella necesitaba poder para
manipular las cosas a su antojo.
Por eso no podía permitir que ahora viniera Lisbeth, la
odiosa hermana "francesita" a quitárselo todo. Martha era
experta en robar. Así que no iba a permitir que nadie le
robara a ella lo que con tanto trabajo había conseguido.
Lisbeth no pudo hacer nada para evitar que su hermana la
echara de la casa familiar. La hermana se valió de varias
artimañas para lograrlo. Inventó que una hija de Lisbeth
había dañado a una hija suya. Puso de pretexto a las

66
primas y las enfrentó. La madre se puso del lado de
Martha.
- ¿Qué otra cosa puedo hacer? -preguntaba la madre
dirigiéndose a Lisbeth- Tu hermana es quien vive
conmigo, la que se hace cargo de mí. Tú vives lejos. Tú te
fuiste a París, a ti no te veo. Yo tengo que amparar a quien
ha estado a mi lado.
Lisbeth lloraba. Ella no veía las cosas como su madre. Ella
pensaba que haberse ido a París no excluía que fuera hija
de Tania. Hay muchos hijos que se van y no tienen por
qué ser deheredados. Irse no significa tener que quedarse
fuera de la herencia. Lisbeth lamentaba que México fuera
un país regido por las leyes de EE.UU.
- Si México fuera como España, o como Francia. Si
México fuera como Perú... -decía Lisbeth a la analista-.
¡Otro gallo cantaba! Porque en esos países no se puede
desheredar a los hijos legítimos. Todos heredan, quieran
los padres o no.
Pero México, era México. Y Martha tenía la sartén por el
mango. El destino estaba escrito en la familia
Mayormonte: La rivalidad entre hermanas transmitida de
generación en generación, producía que una de esas
hermanas quedara deheredada. ¿Dónde está el dinero? En
manos de la celosa, la envidiosa, la menos amada. Por eso,
esa hermana, necesita robarse la herencia de los hermanos.
Porque sin dinero... No es nada.
Completamente desolada, Lisbeth se fue de la casa
familiar cerrando la puerta tras de sí. Al hacerlo, se dio
cuenta de que en esta ocasión, era para siempre. ¡Era un
acto con estatuto permanente! Había llegado el tan
anhelado momento de desaparecer. Para ello,
simbólicamente, eliminó de su "Facebook" a toda la
familia Mayormonte. También borró esos contactos, tanto

67
del "WhatsApp" como de todas las redes sociales. Acto
seguido, se fue a vivir a España.
- ¿Por qué cambiar París por España? -le había preguntado
una amiga-. Lisbeth no tuvo el valor de decirle la verdad a
su amiga. La verdad es que iba a España, porque en
España vivía la mujer de la que estaba enamorada.
En lugar de eso, salió del paso diciendo:
- Porque España tiene mejor clima que Francia.

Cuando Martha se enteró de que Lisbeth se regresaba a


Europa, no cabía de felicidad. Martha pensaba que había
ganado. Y es que la pobre mujer no podía ver más allá de
sus narices. Para ella solo existía el triunfo a partir del
dinero. Por eso para ella, tener más dinero que Lisbeth le
otorgaba el triunfo. No obstante, no todo es lo que parece.
Era verdad que a Lisbeth la habían despojado
impunemente, tanto su herencia económica, como su
herencia familiar. El dolor que Lisbeth sentía era
horroroso, había sido víctima de una injusticia perpetrada
por una hermana inundada de avaricia. El dolor de Lisbeth
era real y era intenso. Ver a su madre darle la espalda le
partía el corazón en mil pedazos. Pero más que por ella,
por su descendencia. Esos actos monstruosos, de
marginación, despojo y exilio la afectaban a ella, pero
también a sus hijos y a sus futuros nietos. ¡Le parecía tan
injusto...! ¡Tan imperdonable!
Pero no todo era malo. Dicen que cuando se toca fondo y
se cae en un vacío negro donde todo es oscuridad, después
empieza a aparecer la luz y las cosas se miran desde otro
ángulo. El robo había puesto a Lisbeth en el camino de su
deseo. La hermana ladrona le había hecho un enorme
favor. Quizá si Martha hubiera sabido lo bien que le iría a
Lisbeth en Europa, si hubiera sabido que la felicidad de

68
Lisbeth era la libertad, se hubiera pensado mejor las cosas.
Martha, muy a su pesar, le hizo un gran favor. Ahora
Lisbeth era libre, ¡le habían salido alas! ¡Se había
convertido en un águila!
Cuando Martha se dio cuenta, trató de deshacerlo todo,
pero ya era tarde. Lisbeth era la primera mujer de la
familia Mayormonte que estaba a punto de encontrar el
tesoro más codiciado que un ser humano pueda desear: la
libertad.
-"Libertad, divino tesoro" -se dijo a sí misma- mientras el
avión despegaba rumbo a España.

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Capítulo 10

Mérida Extremadura (2015)


Lisbeth (hija de Tania, hermana de Martha).

El teatro clásico de Mérida era realmente ¡la bomba!


Había escuchado un sin número de recomendaciones, pero
la verdad es que se habían quedado cortos. ¡Era flipante!
¡De lo mejor que había visto en años! Al aire libre; bajo
las estrellas; en un teatro de estructura romana y con un
clima de verano. Mejor... ¡Imposible!
La obra que acababan de ver le venía como anillo al dedo:
Edipo Rey. La puesta en escena había sido magnífica. Se
había basado en el clásico de Sófocles, pero el director,
que era un español de apellido Bezerra, había hecho algo
interesante: había retratado a un Edipo contemporáneo.
Lisbeth leyó en voz alta el argumento de la obra:
"¿Quién es el valiente que, hoy en día, se atreve a seguir
luchando porque se sepa la verdad, aunque esa verdad le
perjudique? ¿Quién es el valiente que, hoy en día, se
atrevería a ser Edipo?".
Luna la observaba con sus grandes ojos color miel.
- ¡Tú lo eres! -le dijo Luna-.
Y continuó diciendo:
¡Tú eres la mujer más valiente que he conocido en toda mi
vida! Te enfrentaste a la verdad de tu historia y de tu
familia aunque sabías que esa verdad podía perjudicarte.
No obstante, no cesaste. Al igual que Edipo, fuiste al
fondo de las cosas. Quisiste saber, aunque sabías que ese
saber podía dejarte sin herencia y sin familia.
Lisbeth escuchaba a su compañera. Caminaban de la mano
bajo las estrellas de aquella linda tierra extremeña. Lisbeth
se sentía agradecida. Se daba cuenta de que poder tomar

70
de la mano a Luna, sin que las juzgaran ¡era todo un
privilegio! Las cosas habían cambiado para las lesbianas.
¡Lástima que no en todas partes!
Había que seguir teniendo cuidado. Hace poco había
escuchado en los informativos que habían matado de una
paliza a una chica gay en Sevilla.
¿Su pecado? ¡Ser gay! Ese fue su pecado...
Lisbeth tragó saliva. La homofobia seguía existiendo y
había que tener mucho cuidado. Pero ahora, mientras
caminaba de la mano de aquella maravillosa mujer, lo
único que le importaba a Lisbeth era sentir ese amor y
vivirlo a tope.
Luna la entendía. Luna sabía, Luna había sido testigo de
todo. Por eso para Lisbeth, Luna era vital. Porque nadie
como Luna, entendía su historia.
Se sentaron en el bar a tomar unas cañas. Luna le preguntó
si no le molestaba que la pidiera con alcohol.
- Tranquila, no pasa nada, -respondió Lisbeth-. La cerveza
no amenaza mi sobriedad. ¡Nunca me gustó!
Lisbeth se pidió un agua mineral con gas. La noche estaba
calurosa, bebieron las bebidas de un tirón. Llegó el mesero
a poner unas tapas: ibérico y queso curado con mermelada
de zanahoria.
Hablaron de la obra que acababan de ver. Hablaron de
cómo Edipo no logra escapar a su destino y cómo Yocasta
decide sacrificar a su hijo. Aunque Yocasta está
horrorizada, entrega a Edipo para que lo maten. Se siente
obligada a hacerlo porque no quiere que se cumpla el
destino que ha augurado el oráculo. Pero aquel hombre se
apiada de Edipo y se lo entrega a otro hombre que se lo da
a un campesino. Edipo crece lejos del castillo de Tebas,
sin saber que su madre es Yocasta, y que su padre es Layo.
Al crecer (en la adaptación de Bezerra) vemos a Edipo

71
perdido. Parece que no se encuentra a sí mismo porque no
sabe quién es; no sabe qué quiere; no sabe qué sentido
tiene su vida; tampoco sabe cuál es su destino.
Lisbeth piensa que todos los sujetos somos Edipo porque
todos nos hemos sentido perdidos.
En el pasado ella sentía que su vida no tenía sentido. No
sabía quién era, ni tampoco, qué quería.
Luna pensó lo mismo.
- ¿Acaso eso le pasa a todo el mundo? -se preguntaban-.
Coincidieron en que es muy posible.
El ser humano tiene etapas similares a Edipo. Quizá por
ello Freud usó la tragedia como pilar de su teoría.
Los sujetos se cuestionan a sí mismos.
Cuestionan su estar en el mundo; su existencia.
Se preguntan sobre el sentido de la vida y el sentido de la
muerte. Reflexionan sobre la posibilidad de la existencia
de una vida inmortal a través de algo divino como el
espíritu o el alma.
En la obra del teatro clásico de Mérida, cuando Edipo
reflexiona sobre estas cuestiones, se le aparece una figura.
El no lo sabe pero esa figura es él mismo (en el futuro). Es
un hombre ciego y quemado que tiene una venda en los
ojos. Ese hombre le dice que, ya que no sabe qué hacer
con su vida, quizá pueda enfrentar a la esfinge y salvar a la
ciudad. Edipo no quiere, tiene miedo. Sabe que muchos
hombres han enfrentado a la esfinge y han muerto.
Entonces aquel hombre le dice algo interesante:
- "Tú puedes ganar porque tú no lo haces por laureles ni
por dinero".
Esa frase anima a Edipo.
Valientemente enfrenta a la esfinge y le gana.
De esa manera salva a la ciudad de Tebas. Edipo es
coronado rey, se casa con Yocasta y tienen hijos.

72
Pasa el tiempo y la ciudad vuelve a estar en peligro. Dicen
que Tiresias (el sabio de la ciudad) ha presagiado que
Tebas perecerá a menos que pague el asesino de Layo.
Edipo está decidido a encontrar a ese asesino. Lo empieza
a buscar frenéticamente. Llaman a Tiresias para que guíe a
Edipo. Tiresias le advierte que la curiosidad puede matar.
Tiresias dice que hay verdades que es mejor no saberlas. -
- Esa parte me hizo pensar en Wittgenstein -dijo Luna-.
Y recitó: "Lo que no se puede hablar, es mejor callar".
Esa parte es muy delicada -continuó diciendo Luna-. Es un
tema a profundizar. Hay verdades que pueden devenir
pulsión de muerte. Dicen que no siempre deben ser dichos
todos los secretos, ni tampoco siempre deben salir a la luz
todas las cosas.
¿Cómo saber cuándo sí, y cuándo no?
- No lo sé. -Respondió Lisbeth-. Recuerdo que mi analista
me dijo una frase un día:
"Si una verdad no quiere ser sabida, y se dice, puede
devenir pulsión de muerte".
- Quizá esa sea la clave - dijo Luna-. En este caso, Edipo
sí quería saber.
- ¡Cierto! -dijo Lisbeth-. Pero fíjate cómo Yocasta no
quería y terminó suicidándose.
- ¡Es verdad! -pensó Luna- mirando con admiración a la
mujer amada.
- ¿Tú crees que Edipo sabía que él era el asesino? -
pregunta Lisbeth a Luna-.
- ¡Sí! -responde Luna-. ¡Lo sabía! Quizá en ese saber
ignorado, en ese saber reprimido, inconsciente.
Ambas coinciden en que ese es el momento de valentía de
Edipo. Pase lo que pase, sea lo que sea, él quiere saber la
verdad. No se detiene, su deseo es saber la verdad, incluso

73
si las consecuencias acarrean a la temida pulsión de
muerte.
Así que, Edipo no cede en su deseo. Le dicen que un
hombre mató a Layo en un cruce de caminos. Se descubre
que ese hombre, el asesino de layo, es él.
No importa que fuera en defensa propia, la cuestión es que
Edipo asesinó a su padre. También asesinó a todos los
hombres que venían con Layo. Todos, excepto a uno.
- En las historias, siempre hay uno que queda vivo -dice
Luna-. También en Hamlet. ¿Por qué será?
- Quizá para dar testimonio - dice Lisbeth- pensativa.
Siempre debe haber alguien que quede vivo, para que
pueda contar la historia. Sin sujeto no hay discurso y sin
discurso no hay palabra. Acuérdate aquella clase donde
dijeron esa frase de la Biblia: "En el principio era el
Verbo". La cuestión es que al asesinar a Layo, Edipo no
sabe que está matando a su padre. Y cuando sale a la luz
esa verdad, aparece enseguida otra. Una verdad más
fuerte, más terrible: que aquel niño que Yocasta mandó
matar, no murió. Que aquel niño, su hijo, es Edipo. Allí
aparece la verdad cruda y terrible: Edipo es el hijo de
Yocasta. La profecía se ha cumplido. Edipo no ha podido
escapar a su destino:
"Matarás a tu padre y yacerás con tu madre".
- Me hace recordar el cuento de "Blancanieves" -dice
Luna-. La "Reina Malvada" también manda matar a
"Blancanieves" pero el cazador no puede y le trae el
corazón de un ciervo. El destino de Blancanieves se
cumple, igual que el de Edipo. También pasa con "La
Bella Durmiente". Las haditas llevan a Aurora fuera del
castillo para huir del maleficio de "Maléfica". Pero lo que
ocurre es que justamente huyendo de su destino, Aurora lo
encuentra. No sé por qué, siento un escalofrío ante esas

74
historias, o cuando escucho esa frase: "No huyas, porque
de todas maneras no podrás escapar de tu destino".
Lisbeth y Luna piensan que la moraleja es que el destino
se cumple, se haga lo que se haga, termina cumpliéndose.
Pero ¿acaso como una especie de plan trazado? ¿Quizá un
Dios que ha trazado ese plan de antemano?
- Mucha gente suele pensar eso -dice Luna-. Pero el
psicoanálisis nos dice otra cosa. Nos dice que el destino
está predeterminado por la palabra. Hay algo en las frases
dichas que son huellas, marcas en el campo inconsciente.
Solemos decir que nos guiamos por el corazón, pero es
una manera romántica de decir que nos guiamos por esas
huellas inconscientes. Esas marcas nos conforman, nos
hacen sujetos. Hacen de oráculo en nuestras vidas. Por
eso, todos los seres humanos, al igual que Edipo, tenemos
que tomar la decisión sobre la verdad. ¿Queremos saber la
verdad? O ¿preferimos seguir viviendo ciegos a esa
verdad?
Edipo se arrancó los ojos. La verdad es como el sol. Te
permite ver con su luz pero si la ves demasiado tiempo o
la ves de frente, te ciega. No obstante, la verdad te permite
ver con otros ojos: los del alma. Quizá por eso Sófocles
quiso hacer la metáfora de arrancarse los ojos. Es para
decir que ya no se ve con ese órgano, el ojo, sino con algo
más allá del ojo: una mirada más profunda, quizá sea la
mirada del alma.
Edipo se vuelve sabio. Cuando el saber ignorado pasa a
ser, saber consciente, ocupa el lugar de la verdad.
Entonces Edipo se vuelve sabio.
Regresaron en coche a Madrid. Sonó el "WhatsApp". Era
un mensaje de Luis.
¡Luis en España!
Y ahora ¿qué quería?

75
No quería abrirlo. Le daba mala espina. Pero Luna le dio
ánimos, le cogió la mano y le dijo:
- ¡Venga! -No estás sola-.
Lisbeth miró a Luna pensando que aquella mujer, era lo
mejor que le había pasado en la vida.
Luis decía que Martha se había metido en un buen lío y
estaba en el hospital con las muñecas rotas. Resulta que se
había hecho novia de un hombre muy adinerado pero ese
dinero estaba manchado con sangre de la mafia. Martha se
había enredado con un mafioso. Habían salido a cenar y
cuando aquel hombre la llevó a casa, los persiguieron.
Hubo un accidente y Martha terminó en el hospital
magullada y con ambas muñecas rotas.
- ¡La avaricia de tu hermana será su tumba! sentenció
Luna. ¿Que no estaba con un hombre casado?
- Si, dijo Lisbeth. No con uno ¡con varios! Lo último que
supe es que se estaba prostituyendo con los clientes del
banco, tomaba vídeos de los encuentros y después los
chantajeaba.
- ¡Lo que no haría Martha por dinero! -dijo Luna-.

Lisbeth cerró los ojos. Agradeció haber podido salir de las


garras de aquella hermana.
Cuando llegaron al hotel, hicieron el amor.
A Lisbeth le gustaba sentirse deseada y le gustaba también
desear. Creció en un ambiente de represión, sobre todo
femenina. Creció en un sistema patriarcal regido por
mujeres. Pero ella salió distinta. Le gustaba el sexo y no
tenía por qué negarlo. Daba igual que fuera hombre o que
fuera mujer. Ella se enamoraba del alma y después
simplemente deseaba el cuerpo de la persona amada, de la
persona elegida. Le gustaba la palabra que se usaba en
España para el sexo. ¡Follar! ¡Le gustaba follar!

76
Le gustaba follar con hombres le gustaba follar con
mujeres también. ¿Por qué no? Ella estaba a favor de la
diversidad. Mientras se corría por tercera vez, pensó que
lo mejor que le pudo pasar en la vida, tenía nombre, y se
llamaba psicoanálisis. Cuando terminaron de hacer el
amor, acercaron sus cabezas, una al lado de la otra. Luna
la besó largamente en los labios, la miró a los ojos y con
esa mirada pícara que tenía le dijo:
- ¿Las muñecas rotas? ¡Esa tía merece mucho más que
unas muñecas rotas! ¡Hija de puta! ¡Menuda es!
Después se levantó y con una sonrisa le dijo a Lisbeth que
le tenía una sorpresa.
- ¡Es la saga de una heroína que lleva tu nombre!
Te presento a Lisbeth Salander. ¡Ya verás que vas a flipar!
Luna trajo unos platos de fruta con melocotones de la
Puebla de Montalbán, pues según ella, eran los mejores de
toda España. Se acostaron frente al televisor, se cogieron
de la mano y empezaron a ver la Saga Millennium, basada
en las novelas del escritor noruego Stieg Larsson.

77
Capítulo 11
Madrid
Lisbeth Salander (2020)

La Saga Millennium llegó a la vida de Lisbeth en un


momento crucial. ¡Era un tema perfecto para su trabajo
con las mujeres maltratadas! Lisbeth se sintió sumamente
identificada con ese personaje. ¡Era un clon! Ambas
luchaban por alzar la voz contra la violencia. Ambas
estaban decepcionadas de los hombres. Ambas habían
perdido la confianza en ellos. No obstante, había uno en el
que ambas confiaban: para la Lisbeth (la de las novelas),
era Michael, el periodista. Para la Lisbeth (la de la
realidad), era Luis. Luis no la había abandonado nunca.
Cuando se fue a París, allí estaba Luis, presente siempre,
protegiéndola y amándola a la distancia. Y ahora también
seguía allí. Sus caminos seguían convergiendo. La
relación entre ellos no los llevó a ser compañeros de vida,
pero el amor que sentían ambos, uno por el otro, era
sólido. Luis había tenido un hermano con quien nunca
congenió. Eso lo unía a Lisbeth. En el pasado habían
hablado mucho sobre el lugar de los hermanos y las
posiciones que cada sujeto ocupa dentro del seno familiar.
Luis conocía bien a Lisbeth, se identificaba con ella.
Ambos habían sobrevivido al odio de los hermanos. El
precio para Luis había sido el alcoholismo y no poder
seguir a Lisbeth. El precio de Lisbeth había sido el exilio.
Ninguno de los dos se imaginó jamás que un virus iba a
volver a unirlos. A principios de 2020 la aparición de la
llamada Covid-19 transformó la vida del planeta entero.
Lisbeth pasó la cuarentena con Luna. Ambas eran muy
activas, la pandemia no iba a detenerlas. Siguieron

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trabajando desde casa. Cuando las cosas iban un poco
mejor, Luis viajó a Madrid y se reunió con Lisbeth.
Ver a Luis después de tanto tiempo fue gratificante para
ella. Tenían mascarillas, no podía ser de otra manera.
Habían quedado a comer en un restaurante cerca de Plaza
Sol. Al verlo, ella pensó que deseaba abrazarlo, pero se
contuvo. Entonces sonrió porque tuvo un pensamiento que
le hizo gracia.
- ¿Por qué te sonríes? -preguntó Luis-.
- Porque pensé que la pandemia ha sido aún más ladrona
que mi hermana -dijo ella a carcajadas-. ¡La Covid-19 nos
ha robado hasta la posibilidad de abrazarnos!
Se pusieron al día. Luis le dijo que Martha quería
contactar con ella porque lo de la pandemia le había
movido el piso.
- Quiere lavar su culpa -dijo Lisbeth- con certeza. ¡Ni
hablar! Si quiere algo conmigo tendría que hacerme una
reparación económica. ¡No me robó solo a mí! ¿Acaso no
se da cuenta? ¡Robó también lo que legítimamente les
tocaba a mis hijos! Por su maldita ambición y su maldita
patología psíquica, ¡sus hijos han lo han tenido todo
mucho más fácil que los míos! Viajes, oportunidades... ¡El
dinero permite que muchos deseos se logren alcanzar! Mis
hijos han tenido que esforzarse mucho más.
- ¡Tienes razón! -dijo Luis, tomándole la mano-. ¡Debería
darte una reparación económica!

El tema Martha era complicado así que dejaron de hablar


de ella. Lisbeth le dijo que había implementado una
actividad en su trabajo con la mujeres maltratadas: le
había llamado: "Alzar la voz".
- ¿Tienes tiempo para ver el último monólogo que hemos
hecho? -preguntó Lisbeth? Solo dura 10 minutos.

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- ¿Sabes que hablas como española? -le dijo él-.
- ¡Ya!... ¡Se pega! Dijo ella. Pero no te creas, aquí soy
extranjera. Aunque diga "coger", "vale", "ara" "pa ná" o
"ta luego". La gente sabe que no soy de aquí. Ese ha sido
mi destino: "No soy de aquí, ni soy de allá...". -Rió
entonando la canción que ambos conocían-.
Lisbeth puso el monólogo en su móvil. En el vídeo
aparecía una mujer ataviada como Lisbeth Salander, con
"look punk-gótico" y decía lo siguiente:

En los últimos diez años, 736 millones de mujeres (una de


cada tres) ha sufrido de violencia física o sexual a nivel
mundial. Las estadísticas son espeluznantes. Mi historia es
altamente ilustrativa: Me llamo Lisbeth Salander y soy una
superviviente. Me llaman “heroína entre heroínas” porque
tengo la fuerza para defender a las personas más
vulnerables. Siendo una niña denuncié los malos tratos de
mi padre a los Servicios Sociales, pero no fui escuchada.
Dos años después, mi padre golpeó con tal saña a mi
madre que tuvieron que internarla en un hospital con
graves secuelas neurológicas. En ese momento supe que
yo era la siguiente, así que presa de pánico, le tiré a mi
padre a la cara, un cartón de leche lleno de gasolina y
prendí una cerilla. Ví cómo ardía en llamas. Lo que
recuerdo después es que me internaron en un manicomio y
me pusieron a cargo de un psiquiatra. Ese médico tampoco
me escuchaba. ¿De qué sirve tener voz si nadie te quiere
escuchar? Cada quien habla su propia versión: mi padre
decía que yo era una loca y el psiquiatra lo avalaba porque
recibía dinero de mi padre. Era la palabra de una niña
indefensa contra la de dos adultos reconocidos y
acreditados. La sociedad los escuchó a ellos. En ese
momento comprendí que mi padre manejaba los hilos de

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mi vida. Me torturaba y me maltrataba a través de aquel
médico inescrupuloso. Con gran ahínco me dediqué por
mi cuenta a estudiar psicoanálisis, especialmente la
personalidad de lo que yo llamé “las personas que no
aman a las mujeres”. Concluí que estas personas (llamadas
misóginas) pueden ser hombres o mujeres y tienen algo en
común: son cazadores. Eligen a su presa y van tras ella.
No la dejan ir hasta que la destruyen por completo. Mi
madre tenía alma de víctima. Tengo que confesar que
nunca la admiré. En mi fuero interno constantemente me
preguntaba: ¿por qué no era más valiente? ¿Por qué no
denunció a mi padre? ¿Por qué siguió con él? Ahora sé
que mi madre estaba enganchada a mi padre, tanto como
él a ella. Ambos tenían una relación enferma, ambos eran
responsables. Con el tiempo comprendí que no hay
inocentes, solo grados de responsabilidad. Pero sobre todo,
comprendí que en la violencia, lo que está en juego, es una
cuestión de poder. Esa es la adrenalina. No es el amor, lo
que se juega, sino el control. En mi caso, yo era la presa
de mi padre y supe que esto solo podía tener dos finales: o
él me destruía a mí, o yo lo destruía a él. Esta certeza me
tenía apesadumbrada y por ello el día que me enteré de su
muerte, fue uno de los días más felices de mi vida. Creí
que muerto el perro se había acabado la rabia, pero estaba
equivocada. Cuando se tiene el destino de un padre
maltratador, la muerte del padre no es el fin del maltrato.
Aparecen otros iguales o peores, por eso hay que estar
muy alertas. Cuando salí del hospital me asignaron a un
tutor. Era un buen hombre, hay que decir que también los
hay. Me quería mucho y deseaba que yo evolucionara. Mi
vida funcionaba, tenía un trabajo y me sentía feliz. Pero le
dio un ictus y me asignaron a otro. En esta ocasión no tuve
tanta suerte. Desde que lo vi por primera vez, supe que era

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un depredador. De esos que desean tener una esclava
sexual. De esos que gozan con tener el poder y el control.
Decidí tenderle una trampa, pero fui yo quien caí en ella.
Me violó, me insultó y me golpeó tan fuerte que temí por
mi vida. De milagro no me mató. No obstante, yo había
grabado todo. Cuando me curé de aquellas heridas,
contacté con él y le pagué con la misma moneda. Además
le enseñé el vídeo grabado y le hice un tatuaje en su
repulsivo y abultado vientre. El tatuaje decía: “Soy un
cerdo sádico y un violador”. Al salir de aquel piso, me
quedó más claro que nunca que las relaciones sádicas
están basadas en el poder y en el control. Antes él era el
poderoso, ahora lo era yo.
Después conocí a Michael. Apenas verlo, supe que él era
una buena persona. Yo lo había investigado y sabía que él
había sido también presa de un engaño. Eso nos unió más
allá de las palabras. Ambos éramos de la misma especie.
Nuestro lazo nos llevó a desenmascarar a un asesino de
mujeres. Michael me presentó a su hermana, Annicka, una
mujer valiente como pocas. Gracias a ella logré salir libre
del triple asesinato del que se me acusaba. A lo largo de
mi dolorosa y complicada existencia, puedo decir que he
aprendido muchas cosas: he aprendido a reconocer a los
depredadores. Ya no me engañan. ¡Los reconozco incluso
a la distancia! He aprendido que el dolor puede ser un gran
motor de deseo y de fortaleza. He comprendido que el
maltrato y la traición no pueden ser amor. Pero quizá una
de las cosas más importantes que he aprendido, me la
enseñó el pájaro Moho Braccatus. Esta historia me la
contó mi primer tutor, al que he considerado una especie
de padre. Se trata de una bella ave que cantaba para llamar
a alguien de su especie. Pasaron días, meses y años y no
recibió respuesta. No obstante, el pájaro seguía cantando,

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con la esperanza de encontrar a alguien que cantara su
mismo canto. Alguien que pudiera escuchar los códigos,
las señales del sonido de su lenguaje. Pero nadie
respondió. Todas las aves de su especie se habían
extinguido. El era el último, ya no había nadie como él,
estaba solo. Recuerdo que mientras escuchaba esta triste
historia del ave desolada, no podía contener las lágrimas.
Pero fueron las últimas lágrimas que derramé en mi vida.
Porque la historia me dio la fuerza de una reflexión que se
convirtió en el lema de mi vida: Para sobrevivir hay que
encontrar personas que escuchen nuestro canto. Aunque
sean pocas, aunque estén casi extintas. Me llamo Lisbeth
Salander, y estoy aquí para decirte que pertenezco a un
grupo de personas que sí podemos escucharte. No debes
sentir desolación como aquella ave de la historia. Si tú
también luchas contra la violencia, contra la maldad y
contra la traición, que no te quepa la menor duda: tienes
un lugar en nuestro grupo.

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Luis se emocionó. Las lágrimas caían sobre sus mejillas.
Tuvo que quitarse la mascarilla para secarse las lágrimas.
- Lo siento - dijo-. ¡Me ha llegado al alma!
Luis se armó de valor y le contó a Lisbeth un secreto que
lo consumía desde hacía años. Le dijo que su hermano lo
había violado de niño. La madre lo sabía pero le dijo a
Luis que no dijera nada. Aquel acto se ocultó, creyendo
que era lo mejor.
- ¿Por qué hay algunas madres que prefieren el secreto a la
salud psíquica de sus hijos? -preguntó Lisbeth furiosa-.
Eso mismo les había pasado a su madre y a su abuela.
Personas violadas a quienes se les obligó guardar silencio:
el abuso silencioso. Tomó nota del título que le vino a la
mente, para dar una conferencia sobre ese tema.
Esas personas, son personas violadas que han tenido que
cargar con la culpabilidad, la vergüenza, el asco, la
angustia - pensó-.
- Tu madre fue una madre estrago, querido Luis. -Dijo
Lisbeth con ternura-. La mía también. Supongo que era la
época en la que vivieron. Esas mujeres estaban educadas
bajo el sistema patriarcal. Lástima que hoy en día, con
todos los avances que hay, siga habiendo estragos.
Luis le dijo que quería hacer una donación a la asociación
de mujeres maltratadas que Lisbeth dirigía.
- ¡Oh! ¡Gracias, Luis! Pero... ¡No tienes por qué hacerlo!
- ¡Quiero hacerlo, Lisbeth! A eso he venido. Lo tenía
pensado antes de que habláramos de la reparación
económica que debería darte Martha. Pero al hablarlo, me
ha quedado más claro aún. ¡Quiero hacerlo! Quiero que las
personas de tu asociación puedan tener mejores opciones
para superar el dolor de haber sido víctimas de abusos.
Nadie sabe las terribles consecuencias de esos abusos: la
sociedad lo minimiza pero son crímenes abyectos. Lo

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único que te pido a cambio es que sigas escribiendo tu
novela sobre las ANTI-HERMANAS. Es importante que
las personas sepan que el lazo entre hermanas puede ser la
clave para muchos enigmas. La fraternidad tiene su lado
oscuro. En muchas historias familiares, los actos se
dedican a los hermanos. Las cosas pueden cambiar cuando
uno hace consciente ese hecho.
Tu novela ayudará a verlo. ¡Abrirá los ojos de muchas
personas!
- ¡Te lo prometo! -dijo Lisbeth-.
Terminaron de comer y caminaron por la Gran Vía.
Lisbeth se dio cuenta de que el universo tiene su manera
de hacer justicia, de encajar las cosas. Quizá sea eso que
llaman "karma" o lo que el psicoanálisis postula como "la
justicia del inconsciente". Hay hermanas que nacen para
robar herencias. Hermanas con el síndrome de William
Wilson (personaje del cuento de Edgar Alain Poe).
Esas hermanas deciden llevar a cabo su pulsión.
Roban; no pueden evitarlo. Pero las otras, las hermanas
despojadas, algunas de ellas, son recompensadas por vías
insospechadas: Quizá es lo que llamamos las fuerzas del
universo. Esas fuerzas que se agitan, como huracanes,
trabajando en conjunto por conseguir, aquello que permite
la superación de cualquier estrago psíquico: la reparación.
Aunque no pudo verlo porque la mascarilla obligatoria en
tiempos de pandemia ocultaba el rostro de la mujer amada,
Luis supo que Lisbeth estaba sonriendo.
A lo lejos se vislumbraba la figura de Luna que los
saludaba. Los estaba esperando. Tenía tres entradas para el
teatro. Después irían a cenar juntos. Se habían hecho muy
buenos amigos. Lisbeth pensó que, Luis y Luna, eran para
ella, lo más cercano a una familia. ¡Se sintió dichosa de
tenerlos! Dicen que las águilas vuelan solas, eso a ella no

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le atemorizaba. Pero de vez en cuando le gustaba rodearse
de gente amorosa, personas leales, personas de su grupo,
de su especie. Como lo eran Luis y Luna.
- ¿Puedo cogerte? -preguntó Lisbeth-.
Luis la miró sorprendido. Ella rió y continuó:
- ¡Cogerte en el sentido español! -le dijo ella, cariñosa-.
¡Cogerte de la mano! -dijo riendo pícaramente-.
Y así, cogidos de la mano, siguieron caminando hacia
Luna, por la Gran Vía; almas gemelas; almas de amigos
cómplices que se reencuentran; llenos de agradecimiento.
- ¿Vas a seguir siendo lesbiana? -preguntó Luis-, como
que no quiere la cosa.
Lisbeth lo miró, se sonrió y le dijo:
- ¡No me van las etiquetas!
Pero si lo que me estás preguntando es si voy a seguir
siendo pareja de Luna, la respuesta es afirmativa.
- ¡Estoy celoso! -Dijo Luis con tristeza-.
Perdí mi oportunidad contigo, pero acepto mi lugar de
amigo y veo que eres feliz con ella.
¡Se les ve muy bien juntas! ¡Ambas, floreciendo!
Lisbeth apretó la mano de Luis con cariño.
Suspiró profundamente dejando que el aire entrara a través
de la mascarilla, hasta sus pulmones.
¡Se sentía reparada!
Y justo en ese momento, se dio cuenta de una sensación
desconocida: se había reconciliado con el pasado.

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