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Paul Valéry dijo en cierta ocasión: “Mis poemas tienen el sentido que se les dé”.
Esta célebre frase encierra uno de los axiomas principales de una nueva teoría que
ha tomado por objeto al relación entre texto y lector y que se ha dado a conocer
con el nombre de “Rezaptionsästhetik”, que me permito traducir provisionalmente
por Estética de la recepción (1987: 13).
Don Quijote es el símbolo del recetor al que la ficción se le cambia con tal fuerza en
ilusión que ésta acaba ocupando el lugar de su realidad. En el umbral de la novela
trivial modera y de la tradición de la antinovela, que se opone constantemente a
ella, se alza Don Quijote como la clásica figura del lector que no lee –envuelto como
está en a violencia ilusoria del texto– y al que los estereotipos de su lectura sólo se
le pueden convertir en estereotipos de su conducta y su lenguaje porque, por
decirlo así, se le ha perdido el texto mismo. Que el texto perdido convierte en texto
la realidad misma es la radicalización irónica de la posición que ocupa la recepción
de textos de ficción cuando se entrega al movimiento centrífugo que no va ya de los
actos del lenguaje al campo de acción el receptor, sino del equivalente ficcional de
un acto de lenguaje al sustituto ilusorio del mundo de la acción (1987: 108).