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JOSÉ ANTONIO MAYORAL (COMP.

), ESTÉTICA DE LA RECEPCIÓN, MADRID:


ARCO/LIBROS, 1987.

ARNOLD ROTHE: “EL PAPEL DEL LECTOR EN LA CRÍTICA ALEMANA


CONTEMPORÁNEA” (pp. 13-30)

Paul Valéry dijo en cierta ocasión: “Mis poemas tienen el sentido que se les dé”.
Esta célebre frase encierra uno de los axiomas principales de una nueva teoría que
ha tomado por objeto al relación entre texto y lector y que se ha dado a conocer
con el nombre de “Rezaptionsästhetik”, que me permito traducir provisionalmente
por Estética de la recepción (1987: 13).

Sin embargo, la nueva escuela, que será la de la Estética de la recepción, no se


queda ahí: una vez planteada a cuestión de la participación del lector, queda
abierto todo un catálogo de problemas:
- ¿Qué influencia previa ejerce el público buscado por el autor en la
producción en sí del texto? ¿Qué se debe pues, a Madame de Grignan en las
cartas de su madre (Nies, 1972)?
- ¿Cuál es el papel que desempeña la imagen o el crédito de un autor con
motivo de la lectura de sus obras? ¿Hasta qué punto está dominado nuestro
juicio por una obra calificada de clásica?
- ¿Qué importancia hay que atribuir a las ideas preconcebidas respecto de un
género literario; por ejemplo, a nuestra disposición o incluso a nuestro
deseo de divertirnos con un comedia?
- ¿Qué ocurre en nosotros durante la lectura? El lector, ¿sólo se reencuentra a
sí mismo, o es capaz de aprender algo fuera de él?
- ¿En qué medida pude dirigir el autor –tal como lo concibe la antigua
retórica- las identificaciones que necesariamente se establecen entre el
lector y ciertos personajes ficticios (Jauss, 1975d)?
- ¿Cuáles son las condiciones bajo las cuales un texto es apreciado como
estético por el lector; por ejemplo, una carta, producida con un fin
puramente pragmático, como obra de arte?
- Por último, ¿cuáles son los criterios que subsisten para enjuiciar cualquier
explicación de textos? Si, según lo que acabo de exponer, queda vedada una
distinción entre verdadero y falso, ¿cabe distinguir, al menos entre
coherente e incoherente, plausible y no plausible, intersubjetivo y
subjetivo?
Esta enumeración un poco fatigosa nos permite al menos comprender el término
no explicado hasta ahora de Estética de la recepción: la cuestión no es ya saber
según qué reglas –históricas o ahistóricas- ha sido producido un texto, sino de qué
manera y bajo qué condiciones se efectúa la recepción de un texto, especialmente
en cuanto que obra de arte (1987: 15-16).

El horizonte de preguntas de Gadamer es llamado por H. R. Jauss “horizonte de


expectativas”, que es la suma de comportamientos, conocimientos e ideas
preconcebidas que encuentra una obra en el momento de su aparición y a merced
de la cual es valorada. De este horizonte de expectativas del público depende que la
recepción de un texto llegue a una confirmación o bien a una defraudación. La
distancia más menos grande que se establece entre las expectativas del público y
su cumplimiento en el texto es denominada por Jauss “distancia estética”. En el
caso de una defraudación de las expectativas pueden ocurrir dos cosas: o bien la
irritación del público produce un cambio de comportamientos y de normas, incluso
un “cambio de horizonte”, por tomar una noción acuñada por Jauss; o bien la
defraudación puede inducir al público contemporáneo a un rechazo, tal como les
ocurrió a Stendhal y a Flaubert, quienes debieron, por tal razón, formarse
primeramente su propio público (1987: 17).

Don Quijote es el símbolo del recetor al que la ficción se le cambia con tal fuerza en
ilusión que ésta acaba ocupando el lugar de su realidad. En el umbral de la novela
trivial modera y de la tradición de la antinovela, que se opone constantemente a
ella, se alza Don Quijote como la clásica figura del lector que no lee –envuelto como
está en a violencia ilusoria del texto– y al que los estereotipos de su lectura sólo se
le pueden convertir en estereotipos de su conducta y su lenguaje porque, por
decirlo así, se le ha perdido el texto mismo. Que el texto perdido convierte en texto
la realidad misma es la radicalización irónica de la posición que ocupa la recepción
de textos de ficción cuando se entrega al movimiento centrífugo que no va ya de los
actos del lenguaje al campo de acción el receptor, sino del equivalente ficcional de
un acto de lenguaje al sustituto ilusorio del mundo de la acción (1987: 108).

WOLFGANG ISER: “EL PROCESO DE LECTURA: UN ENFOQUE FENOMENOLÓGICO”


(pp. 215-244)

La teoría fenomenológica del arte hace particular hincapié en la idea de que, la


hora de considerar una obra literaria, ha de tenerse en cuenta no sólo el texto en sí,
sino también, y en igual medida, los actos que lleva consigo el enfrentarse a dicho
texto. Así, Roman Ingarden confronta la estructura del texto literario con los
modos por los cuales éste puede ser konkretisiert (concretizado). El texto como tal
ofrece diferentes “visiones esquematizadas” por medio de las cuales el tema de una
obra puede salir a la luz, pero su verdadera manifestación es un acto de
konkretisation. Si esto es así, la obra literaria tiene dos polos, que podríamos llamar
el artístico y el estético: el artístico se refiere al texto creado por el autor, y el
estético a la concretización llevada a cabo por el lector. […] La obra es más que el
texto, pues el texto solamente toma vida cuando es concretizado, y además la
concretización no es de ningún modo independiente del disposición individual de
lector, si bien ésta a su vez es guiada por los diferentes esquemas del texto (1987:
215-216).

Quizás sea ésta la utilidad primordial de la crítica literaria: ayuda a hacer


conscientes aquellos aspectos del texto que de otro modo quedarían ocultos en el
subconsciente; satisface (o ayuda a satisfacer) nuestro deseo de hablar sobre lo
que hemos leído (1987: 237).

En esto radica la estructura dialéctica de la lectura. La necesidad de descifrar nos


da la oportunidad de formular nuestra propia capacidad para descifrar (1987:
242).
KARL MAURER: “FORMAS DE LEER” (pp. 245-280)

Esclarecer los procesos reales de recepción en su singularidad –y no sólo los


“expresamente” programados por el texto– ya resulta en sí mismo indispensable,
aunque tan sólo fuera porque la evolución literaria ulterior se ve propiciada por
ellos. También los autores son –y fueron– lectores (1987: 280).

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