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La impronta de la tragedia griega en la filosofía

Taller dictado en la Universidad Nacional de La Rioja por los profesores Daniel Fermani
y Cecilia Acosta.

Edipo Rey y las preguntas que surgen por él


La historia de Edipo Rey de Sófocles se direcciona de afuera hacia dentro, en el sentido
de lanzarnos a una situación ya dada y desde ella ir buscando, como Edipo, la verdad
hacia adentro. El problema, es que como dice en la tragedia “Si buscas la verdad,
prepárate para lo inesperado, pues es difícil de encontrar y sorprendente cuando la
encuentras”. Porque ese viaje al pasado, al origen, a las causas de los efectos, produjo de
manera paradójica lo que precisamente se quiso evitar, entra en juego el tema del destino
y las premoniciones. Es un viaje hacia el dolor. ¿Se conduce el ser inevitablemente para
lo que ya estaba dicho que iba a ser? ¿Puede existir alguna forma de evitarlo, como por
ejemplo evitar la desmesura? Pero, ¿La desmesura no es acaso humana? ¿Será que solo
vemos lo que queremos ver y cuando vemos lo que no queríamos es cuando se produce
esta tragedia? La tragedia está en el conocer, pero para ser conocida primero tiene que
ser, como Corifeo en la historia proclama dirigiéndose a Edipo “¡Triste de ti por tu
desventura y por la conciencia que tienes de ella!”.
Edipo ha cometido de los peores males humanos que puedan cometerse, ataca contra la
naturaleza al quitarle la vida a quien se la dio y engendrar hijos con su madre, produciendo
un conflicto en las generaciones: sus hijos son hijos y hermanos a la vez, su esposa es
esposa y madre a la vez. Y todo esto sin tener conciencia de ello, incluso tratando de
evitarlo, de todas formas pasa. Pero Edipo lo sabe, sabe que a fin de cuentas la culpa es
suya, él ha caído en la desmesura al buscar exhaustivamente la verdad sin medir las
consecuencias, al matar al primero que se interpusiera en su camino sin saber quién era
(su padre), al desposarse sin pensarlo de la mujer prometida por quien resolviera el
acertijo de la esfinge (su madre), al salir corriendo de su primer reino al primer rumor
escuchado, él mismo lo dice “Nadie, sino yo mismo, desdichado, se dio el golpe con su
mano”. Y al darse cuenta de lo ciego que fue, no había razón para seguir viendo sin ver,
se arranca los ojos y empieza a mirar hacia donde tendría que haber mirado desde un
principio: hacia él mismo.
¿Y qué pasa con la postura de “la intención es lo que cuenta”, Edipo no ha tenido la culpa,
él no sabía? Aquí otro problema. Las buenas intenciones en sus acciones, siempre tratando
de evitar lo que al final terminó siendo inevitable, no quitan el daño hecho, no traen un
muerto a la vida y no vuelven los hijos producto del incesto a su semen. He aquí la
tragedia, la impotencia, el no saber y terminar sabiendo que ya nada es reparable salvo su
conciencia, si de alguna forma podría traerle paz a ella.
Para los antiguos griegos, las acciones humanas se producen entre la mesura y la
desmesura, lo apolíneo, por el dios Apolo, referente de ley y castigo, y lo dionisíaco, por
el dios Dionisio, el de la locura y el éxtasis. Esto se evidencia a lo largo de la tragedia
seleccionada, a veces en las acciones de los personajes predomina uno y otras veces el
otro. Tiempos más tarde pero aún en la antigüedad, Platón propuso un mito para
representar el alma humana, donde un carro alado (la justicia y mayor virtud que lleva a
la felicidad) es manejado por un cochero (parte racional del alma, la sabiduría y prudencia
para gobernarla) a su vez transportado por un caballo malo (parte concupiscible) regido
por el afán de obtener placer y evitar el dolor, y un caballo bueno (parte irascible) que es
la voluntad, trata de equilibrar los deseos y lo racional. El cochero estaría representando
lo apolíneo y el caballo malo lo dionisíaco, siendo el caballo bueno el que media entre
ambos.
Luego está la postura de Sigmund Freud, que prácticamente señala lo mismo, entre el
superyó (mesura y apolíneo) y el ello (desmesura y dionisíaco), siendo un producto de
esta mezcla el yo. Encontramos prácticamente lo mismo en el filósofo Henri Bergson,
con el nombre de pasión a la electrización del alma, el movimiento de su naturaleza
sensible, y llamando razón a la conciencia de las reglas, leyes sociales y morales para que
el hombre pueda vivir en sociedad, porque en sí los contactos humanos producen
desequilibrios y a ellos se debe la función de la razón, controlarlos.
Incluso yo en una ocasión me he inquietado por estos temas inherentes a la naturaleza
humana, y les he dado mis propias designaciones. Cierta vez imaginé al hombre como un
cuerpo lleno de agujeros, como si fuera un gran colador humano, exento a él encontrados
sus deseos y pasiones (porque lo superan) y en el momento exacto y concluyente de
encuentro entre ellas y su cuerpo agujereado, es el momento en que pasan sus acciones al
plano de lo real que va más allá de sus procesos individuales; mientras más grandes sean
los agujeros, más desmesuradas serán sus acciones, más pasiones poco coladas pasarán,
y mientras más pequeños sean éstos (entiéndase razón en denominaciones bergsonianas)
más mesuradas serán; lo racional sería una especia de colador de pasiones. Aquella vez
le puse el nombre de guerra emoracional, como un estado constante de tensión. Pero ahora
lo vuelvo a pensar y me critico por qué necesariamente tendría que ser una guerra todo el
tiempo, pueden haber tensiones sí, claramente, pero no significa que éste sea el único
estado posible ¿No pueden haber acaso, ciertos deseos que en algún momento encajen
perfectamente con esos agujeros racionales? Me estaría refiriendo a una ética autónoma,
el encaje perfecto de estos agujeros con los deseos se produciría cuando el sujeto los ha
asimilado y los ha hecho propios, cuando actúa por convicción propia y sus deseos
coinciden con su racionalidad. No me quedaría más remedio que nombrarlo simplemente
como un proceso emoracional, con múltiples posibilidades en el momento de confluencia,
a veces tensionado y otras veces en armonía.
Me atormenta saber que las mismas preguntas de hace más de dos mil años sigan
rondando la humanidad; que sigan surgiendo estas necesidades de comprender lo
humano, definirlo, darle un nombre, imaginarlo, la trascendencia de estas cuestiones. Y
me sorprende Edipo, la tragedia donde se evidencia artística y como diría Immanuel Kant,
sublimemente, estos tormentos y horrores humanos. Sófocles nos posiciona en un túnel
sin salida o quizás siendo la única salida la búsqueda de explicaciones, de la verdad como
Edipo alguna vez lo hizo, conduciéndonos así inevitablemente a la mismísima tragedia,
esta vez nuestra.
Marianela Peña Pollastri 40.723.706
1er año de Lic. Y Prof. En Letras

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