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CONSIDERACIÓN ECONÓMICA DEL MEDIO AMBIENTE

Según Antonio Sánchez Aguilar en “Consideraciones Económicas del Medioambiente”


(Universidad de Cádiz, 1997), tras muchos años de pasividad y hasta de absoluta indiferencia,
la actitud empresarial respecto al Medio Ambiente ha experimentado un cambio perceptible,
porque también ha cambiado sensiblemente la propia sociedad, adoptando una postura mucho
más racional y respetuosa con la naturaleza y, aunque es evidente que todavía resta un buen
trecho por recorrer para que el hombre asuma en su justa medida que es él quien pertenece a
la Tierra y no la Tierra a él, resulta positivo constatar que nuestra sociedad está asumiendo sin
vacilaciones que la protección del entorno es también vital para la propia supervivencia.

¿Qué nos impulsa a proteger el Medio Ambiente?

La respuesta no está en una serie de principios éticos que deben formar parte de nuestra
conducta moral y cívica, pues, de ser así, para algunos sería una obligación ineludible, mientras
que para otros sería simplemente una molestia. Es pues algo subjetivo y un problema de
conciencia que sensibiliza a las personas responsables y solidarias con los demás y refleja la
indiferencia más absoluta de quienes pasan por alto cualquier cosa que les comprometa en
alguna medida.

La Constitución Española, en su artículo 45.1 establece que “todos tienen el derecho de


disfrutar de un medioambiente adecuado para la persona, así como el deber de conservarlo”

Como el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, todas las empresas deben


conocer la normativa medioambiental vigente para aplicarla en lo que a cada empresa
concierne.

3.1 LA EMPRESA ANTE EL RETO MEDIOAMBIENTAL.

El mundo empresarial adoptó en el pasado una actitud de absoluta indiferencia hacia el


Medio Ambiente, de forma tal que las empresas realizaban solamente aquellas actividades que
podían franquear, oponiéndose, por tanto, a todo cuanto suponía respeto, rigor y disciplina en
relación con el medio natural o físico.

Podemos afirmar que la actividad económica ha contribuido en buena medida a que nos
encontremos ante un Medio Ambiente sensiblemente degradado, ya que la existencia de una
población en crecimiento constante, que ha posibilitado un incremento proporcional de la
demanda, ha tenido obviamente como contrapartida, una oferta ininterrumpida acrecentada,
generando procesos productivos que han excluido sistemáticamente de sus planteamientos los
factores ambientales.

En su condición de miembro de la sociedad de consumo, el individuo tiene propensión a


maximizar la utilización de sus ingresos globales, estimando que actúa con la debida normalidad
o, lo que es igual, acorde con los costes en que incurre y los beneficios que obtiene según esta
norma de actuación; sin embargo, no suele tomar en consideración los costes externos que
afectan a la sociedad. Tal comportamiento nos induce a establecer una comparación entre el
coste que corresponde al grado de deterioro infringido al Medio Ambiente, que se traduce en
un factor negativo para la sociedad y el beneficio que puede producir al agente contaminador
el haber originado el consiguiente deterioro utilizando el entorno natural de forma arbitraria e
indiscriminada, dando origen a un coste de contaminación reflejado en la implantación de un
sistema de depuración las más de la veces de elevado coste.
Visto desde esta perspectiva podemos concluir que el Medio Ambiente debe ser entendido
como una responsabilidad más de las tantas que competen a la empresa, siendo, pues, necesario
hacerle objeto de las mismas atenciones que a los otros factores productivos que proporcionan
la apetecida rentabilidad. Las ventajas que se derivan de la adopción de estas medidas radican
en la considerable reducción de riesgos o la total eliminación de los mismos, ya que los
problemas ecológicos suelen convertirse en una fuente permanente de conflictos para un
considerable número de empresas.

Al asumir una serie de compromisos de orden ambiental, la empresa logra una mayor
sintonía con un gran segmento de la sociedad que, consciente de las consecuencias negativas
que podrían derivarse de una actitud de manifiesta marginación o soslayo hacia la naturaleza,
se muestra cada día más exigente en lo que a estas cuestiones de refiere. Consideremos
asimismo que la empresa actúa en función de requerimientos de un mercado que configura sus
objetivos de tal forma que, desde su planteamiento comercial depende de unos consumidores
que demandan de forma creciente productos innocuos como factores de producción y como
elementos de consumo.

Lograr productos con la calidad requerida por el usuario el menor coste posible es un meta
común a todas las empresas, y para el logro de tal fin, la firma introduce modificaciones
constantes o cambios tecnológicos en su aparato productivo, los cuales se traducen en
productos más competitivos. En adición a ello, la empresa ha ido incorporando
escalonadamente la variable ambiental como parte de su actividad productiva. Esa adaptación
a su entorno natural debe ser para la empresa moderna un imperativo legal además de una
exigencia de orden técnico.

Es obvio que la incertidumbre que gira en torno a los fenómenos del Medio Ambiente
dificulta considerablemente el proceso de toma de decisiones y el establecimiento de políticas
ambientales lo suficientemente idóneas, a lo que tendríamos que añadir otros obstáculos con
los que se enfrenta la empresa respecto a su gestión ambiental tales como la falta de
información y, por ende, el escaso conocimiento respecto a sus formas de comportamiento.
Podemos afirmar con rotundidad que en términos económicos tal afirmación es rigurosamente
cierta, sobre todo si se impone la necesidad de transformar en valores monetarios el daño
infringido al Medio Ambiente y su traducción en costes sociales.

3.2 EL MEDIO AMBIENTE COMO PARTE DEL SISTEMA ECONÓMICO.

El proceso de menoscabo que sufre la naturaleza puede cuantificarse en términos


monetarios, reflejándose en pérdidas económicas estimadas o daños objetivamente evaluados.
Sin embargo, el coste social que produce tal desgaste, no es posible evaluarlo con igual criterio,
dado que elementos tales como la incomodidad y la carencia de esa felicidad de la que podemos
ser beneficiarios, erradicando de nuestro entorno elementos nocivos que afectan a nuestra
salud, no son traducibles en términos económicos. Todo ello nos impulsa a optar por el
establecimiento de criterios de orden cualitativo, sin dejar de prestar la atención debida a la
valoración económica.

La empresa industrial ha sido emplazada a tomar una serie de medidas, al objeto de


neutralizar el creciente grado de contaminación generado por los diversos procesos industriales
que provocan el malestar colectivo y en ocasiones el deterioro de nuestra salud. Utilizando los
diversos medios a su alcance, la empresa responsable ha instalado todo género de equipos
anticontaminantes, incluyendo depuradoras y chimeneas de gran envergadura. Sin embargo,
con el paso del tiempo, se ha podido inferir que, a pesar de los cuantiosos recursos financieros
destinados a tal fin, la solución del problema sólo era parcial y muchas veces transitoria, pues
las modificaciones realizadas en determinados procesos productivos traían consigo problemas
adicionales de contaminación que debían ser atajados de forma inmediata.

Dado que según el Principio de conservación de la Energía “la materia no se crea ni se


destruye, sólo se transforma”, en consonancia con esa ley física los bienes de producción son
indestructibles, aunque sufran transformaciones sucesivas para convertirse en bienes de
consumo, los cuales, al ser sometidos a un determinado número de usos, es decir, cuando la
utilidad de los mismos se pierde, el producto se reincorpora al medio físico en forma de residuos
o material desechable.

3.3 HACIA UN CAMBIO DE RUMBO.

En sintonía con todo cuanto antecede, se ha tornado imprescindible efectuar un cambio de


rumbo hacia otra línea de conducta que se oriente a evitar la contaminación en el origen, y aun
cuando ello implique en principio el desarrollo de procesos de producción aparentemente
menos atractivos, es necesario eliminar elementos contaminantes desde su aparición a
modificar los procesos productivos y los equipos que los posibilitan, con objeto de lograr que los
residuos generados sean mínimos, obteniéndose finalmente la más alta revalorización posible
de los residuos inevitables, en lugar de eliminarlos como elementos nocivos o contaminantes,
de forma que puedan convertirse en nueva fuente de materias primas, lo que se traduce en un
manantial de recursos para la empresa industrial, a la vez que una recuperación de aquella parte
de residuos que puede incorporarse a nuevos procesos de transformación.

Las actividades industriales que incorporan a sus procesos económicos los países en etapa
de desarrollo, no tienen por qué causar deterioros ecológicos de grandes proporciones, como
viene sucediendo, si se ponen en práctica una serie de medidas que ya fueron adoptadas por los
países altamente desarrollados y que dieron como resultado un entorno más saludable como
consecuencia de una naturaleza menos maltratada, sin que ello afectase al cumplimiento
estricto de los objetivos empresariales. Poner coto al desorden que en las últimas décadas ha
experimentado el crecimiento económico no ha sido simple declaración de intenciones sino una
realidad palpable.

Es evidente que los recursos naturales utilizados en los procesos productivos tienen efectos
diferentes según sean agotables o renovables. Los recursos renovables deben ser explotados de
forma sumamente cuidadosa y con el más estricto sentido de la responsabilidad que tal
actividad conlleva, pues si dicha explotación se realiza por encima de su tasa de regeneración,
nos encontramos ante un recurso sobreexplotado y, por tanto, en peligro de extinción.

Los recursos utilizados por los procesos productivos afectan a la naturaleza desde varias
vertientes que provocan situaciones de deterioro muchas veces tan graves que, o jamás se
puede retornar al estado anterior o es preciso que transcurran muchos años para restituir lo que
fue degradado. La utilización irracional del entorno, la mutación del paisaje, el deterioro
atmosférico o la contaminación de las aguas, son algunos ejemplos de actuaciones salvajes, si
bien en ocasiones aisladas la prosperidad económica no es posible sin que algunos elementos
de la naturaleza se vean más o menos afectados.

Según se incremente el nivel de actividad la degradación ambiental se va intensificando y es


en definitiva el ser humano el protagonista de esta ruina ecológica, cuando no son los propios
fenómenos de la Naturaleza los que actúan con su poder destructivo, dejando a su paso
desolación y miseria. No es difícil deducir que el hombre se empeña con reiteración en justificar
su actitud, cuando ésta se traduce en la búsqueda constante de la satisfacción de sus
necesidades, utilizando recursos por unidad de producto fácilmente cuantificables, como
también es traducible en términos monetarios el impacto causado al medio en su conjunto.

Según los planteamientos precedentes, en nuestro intento de armonizar el bienestar


económico con el Medio Ambiente, lo que debe configurarse como una actitud permanente,
podemos encontrarnos ante un crecimiento que puede ser beneficioso o perjudicial. Se impone,
por tanto, el logro del bienestar económico de la colectividad, aun cuando ello implique
ocasionalmente un crecimiento negativo, por supuesto imprevisto. Sería impensable optar por
un crecimiento cero, ya que probablemente persistirían los problemas ambientales, se
paralizaría el avance tecnológico y se agudizarían los problemas sociales.

Es nuestra propia rectitud de conciencia la que debe impulsarnos a considerar que cuando
el desarrollo económico origina un deterioro sistemático al medio natural del cual se vale, las
leyes de la propia naturaleza se ven considerablemente neutralizadas, dando lugar a
irregularidades de orden económico que afectan sobremanera a la sociedad, dado que los
procesos productivos acarrean una serie de transformaciones de los productos naturales que
suelen modificar el entorno de forma más o menos irreversible como anteriormente
mencionábamos.

Resulta, pues, del todo necesario que el hombre evite, con todos los medios de que dispone,
que esta situación se produzca, asumiendo que ninguna estrategia ha de resultar más eficaz que
aquella que tiende a prodigar a la Naturaleza el amor y el cuidado que merece, pues, aunque el
Medio Ambiente tiene una enorme capacidad de asimilación, el intrusismo y el incremento
continuado de actividades productivas sin el debido rigor suele superar esa capacidad.

El crecimiento económico y la protección del Medio Ambiente no son conceptos excluyentes


sino complementarios. La generación presente debe mantener el ritmo de crecimiento
económico que demande la sociedad sin destruir el potencial de que se dispone, para que las
futuras generaciones puedan desarrollarse disfrutando del bienestar que le permitan los
recursos disponibles ofrecidos por un medio físico debidamente conservado, considerando el
entorno como un bien escaso que hay que administrar adecuadamente.

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