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La respuesta no está en una serie de principios éticos que deben formar parte de nuestra
conducta moral y cívica, pues, de ser así, para algunos sería una obligación ineludible, mientras
que para otros sería simplemente una molestia. Es pues algo subjetivo y un problema de
conciencia que sensibiliza a las personas responsables y solidarias con los demás y refleja la
indiferencia más absoluta de quienes pasan por alto cualquier cosa que les comprometa en
alguna medida.
Podemos afirmar que la actividad económica ha contribuido en buena medida a que nos
encontremos ante un Medio Ambiente sensiblemente degradado, ya que la existencia de una
población en crecimiento constante, que ha posibilitado un incremento proporcional de la
demanda, ha tenido obviamente como contrapartida, una oferta ininterrumpida acrecentada,
generando procesos productivos que han excluido sistemáticamente de sus planteamientos los
factores ambientales.
Al asumir una serie de compromisos de orden ambiental, la empresa logra una mayor
sintonía con un gran segmento de la sociedad que, consciente de las consecuencias negativas
que podrían derivarse de una actitud de manifiesta marginación o soslayo hacia la naturaleza,
se muestra cada día más exigente en lo que a estas cuestiones de refiere. Consideremos
asimismo que la empresa actúa en función de requerimientos de un mercado que configura sus
objetivos de tal forma que, desde su planteamiento comercial depende de unos consumidores
que demandan de forma creciente productos innocuos como factores de producción y como
elementos de consumo.
Lograr productos con la calidad requerida por el usuario el menor coste posible es un meta
común a todas las empresas, y para el logro de tal fin, la firma introduce modificaciones
constantes o cambios tecnológicos en su aparato productivo, los cuales se traducen en
productos más competitivos. En adición a ello, la empresa ha ido incorporando
escalonadamente la variable ambiental como parte de su actividad productiva. Esa adaptación
a su entorno natural debe ser para la empresa moderna un imperativo legal además de una
exigencia de orden técnico.
Es obvio que la incertidumbre que gira en torno a los fenómenos del Medio Ambiente
dificulta considerablemente el proceso de toma de decisiones y el establecimiento de políticas
ambientales lo suficientemente idóneas, a lo que tendríamos que añadir otros obstáculos con
los que se enfrenta la empresa respecto a su gestión ambiental tales como la falta de
información y, por ende, el escaso conocimiento respecto a sus formas de comportamiento.
Podemos afirmar con rotundidad que en términos económicos tal afirmación es rigurosamente
cierta, sobre todo si se impone la necesidad de transformar en valores monetarios el daño
infringido al Medio Ambiente y su traducción en costes sociales.
Las actividades industriales que incorporan a sus procesos económicos los países en etapa
de desarrollo, no tienen por qué causar deterioros ecológicos de grandes proporciones, como
viene sucediendo, si se ponen en práctica una serie de medidas que ya fueron adoptadas por los
países altamente desarrollados y que dieron como resultado un entorno más saludable como
consecuencia de una naturaleza menos maltratada, sin que ello afectase al cumplimiento
estricto de los objetivos empresariales. Poner coto al desorden que en las últimas décadas ha
experimentado el crecimiento económico no ha sido simple declaración de intenciones sino una
realidad palpable.
Es evidente que los recursos naturales utilizados en los procesos productivos tienen efectos
diferentes según sean agotables o renovables. Los recursos renovables deben ser explotados de
forma sumamente cuidadosa y con el más estricto sentido de la responsabilidad que tal
actividad conlleva, pues si dicha explotación se realiza por encima de su tasa de regeneración,
nos encontramos ante un recurso sobreexplotado y, por tanto, en peligro de extinción.
Los recursos utilizados por los procesos productivos afectan a la naturaleza desde varias
vertientes que provocan situaciones de deterioro muchas veces tan graves que, o jamás se
puede retornar al estado anterior o es preciso que transcurran muchos años para restituir lo que
fue degradado. La utilización irracional del entorno, la mutación del paisaje, el deterioro
atmosférico o la contaminación de las aguas, son algunos ejemplos de actuaciones salvajes, si
bien en ocasiones aisladas la prosperidad económica no es posible sin que algunos elementos
de la naturaleza se vean más o menos afectados.
Es nuestra propia rectitud de conciencia la que debe impulsarnos a considerar que cuando
el desarrollo económico origina un deterioro sistemático al medio natural del cual se vale, las
leyes de la propia naturaleza se ven considerablemente neutralizadas, dando lugar a
irregularidades de orden económico que afectan sobremanera a la sociedad, dado que los
procesos productivos acarrean una serie de transformaciones de los productos naturales que
suelen modificar el entorno de forma más o menos irreversible como anteriormente
mencionábamos.
Resulta, pues, del todo necesario que el hombre evite, con todos los medios de que dispone,
que esta situación se produzca, asumiendo que ninguna estrategia ha de resultar más eficaz que
aquella que tiende a prodigar a la Naturaleza el amor y el cuidado que merece, pues, aunque el
Medio Ambiente tiene una enorme capacidad de asimilación, el intrusismo y el incremento
continuado de actividades productivas sin el debido rigor suele superar esa capacidad.