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FACULTAD DE DERECHO
CAPÍTULO 2
CONTRATOS DE COLABORACIÓN (I): CONTRATOS DE GESTIÓN SIMPLE
SUMARIO: I. LOS CONTRATOS DE GESTIÓN O COLABORACIÓN EN EL DERECHO
MERCANTIL.— 113. Los contratos de gestión entre los de prestación de servicios.
114. La “gestión” y sus distintas manifestaciones. 115. Grados de sujeción a las
instrucciones del principal. II. EL CONTRATO DE COMISIÓN MERCANTIL EN GENERAL.—
116. Etimología del término “comisión”. 117. Orígenes históricos del comercio de
comisión. 118. Comisión, mandato y representación. 119. Los actos de ejecución.
120. La ajenidad del interés. 121. La comisión como mandato especial y
esporádico. 122. La mercantilidad de la comisión. 123. Reflejo del elemento
subjetivo en el contenido del contrato. 124. Formas de actuar del comisionista: la
comisión sin representación. 125. Comisión con representación. III. FORMACIÓN,
EXTINCIÓN Y CONTENIDO GENERAL DEL CONTRATO.— 126. Formación del contrato y
deberes precontractuales. 127. Extinción del contrato de comisión. 128. Contenido
general del contrato. IV. OBLIGACIONES DEL COMISIONISTA.— 129. La ejecución del
encargo. 130. Ejecución del encargo conforme a la ley. 131. Las instrucciones del
comitente y las clases de comisión. 132. Los casos imprevistos y el módulo de
diligencia del comisionista. 133. Sujeción a las instrucciones y responsabilidad del
comisionista. 134. Desempeño personal del encargo. 135. Diferencias entre la
delegación y la sustitución. 136. Desempeño no personal de la comisión y sus
condiciones de licitud. 137. Defensa del interés del comitente. 138. Prohibición de
autoentrada y de aplicación de comisiones cruzadas. 139. El deber de información.
140. La rendición de cuentas. 141. Obligación de custodia. V. POSICIÓN DEL
COMITENTE.— 142. La obligación de indemnidad. 143. La provisión de fondos.
144. El privilegio del comisionista. 145. Obligación de pagar el premio o comisión.
146. La comisión de garantía. VI. COMISIÓN DE TRANSPORTE O EXPEDICIÓN.—
147. Noción y especialidades positivas de la comisión de transportes.
148. Comisionistas profesionales de transportes. VII. MEDIACIÓN O CORRETAJE.—
149. Origen, denominación y concepto. 150. Naturaleza jurídica del corretaje.
151. Caracteres del contrato de corretaje. 152. Elementos del contrato de
corretaje. 153. Formación, contenido y extinción del contrato de corretaje.
1
Gran parte de este capítulo procede de un resumen, reordenación y adaptación al Derecho peruano
y a mis propios puntos de vista del tratamiento que de los mismos temas hace el Prof. José Luis
GARCÍA-PITA Y LASTRES en “El contrato de comisión", Lección XXIX, y “Contrato de mediación o
corretaje”, Lección XXX, ambas pro manuscripto, de sus materiales para la enseñanza de la
asignatura de Derecho Mercantil II en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Coruña, La
Coruña, 2008. Como es lógico, el resultado final y las doctrinas de derecho positivo afirmadas en él
son de mi entera responsabilidad.
2
Cfr. art. 1757 CC, que hace extensivas las normas sobre prestación de servicios a todos los
contratos sinalagmáticos que incluyen un hacer entre sus obligaciones principales.
3
CABANILLAS SÁNCHEZ, Antonio; Las obligaciones de actividad y de resultado, J.M. Bosch, Barcelona,
1993, pp. 9-11, donde afirma incluso que la distinción es aplicable a todos los tipos de obligación. Lo
—253—
§113 ÁLVARO ZEGARRA MULÁNOVICH
que pasa es que, siendo usualmente de resultado tanto todas las obligaciones de dar (pp. 48-49)
como las de no hacer (pp. 94-95), la distinción en sí se vuelve relevante en la práctica sólo para las
obligaciones de hacer.
4
VICENT CHULIÁ, Compendio…, cit., t. II, p. 291: “en sentido amplio, de defender intereses de otras
personas, no en el sentido estricto de ostentar poder o autorización de ellas para obligarlas” (la cursiva
es del original).
5
CABANILLAS, Las obligaciones…, cit., pp. 123-135.
6
CABANILLAS, Las obligaciones…, cit., pp. 141-173, aunque, al quedarse anclado en el antiguo
principio de que no hay responsabilidad sin culpa (pas de responsabilité sans faute), equipara la
cuestión a una de necesidad de probar o no la culpa del deudor.
7
CABANILLAS, Las obligaciones…, cit., pp. 135-140.
8
En contra, VICENT CHULIÁ, Compendio…, cit., t. II, p. 290, para quien todos los contratos de gestión
mercantiles son, en principio, contratos “de resultado”.
9
Véase una queja semejante, en el Derecho español, de ANGULO RODRÍGUEZ, Luis; “El contrato de
comisión”, en JIMÉNEZ SÁNCHEZ, Derecho Mercantil, cit., vol. 2, pp. 243-256 (p. 244).
10
GIRON TENA, Derecho de Sociedades. Parte general. Sociedades Colectivas y Comanditarias, Artes
Gráficas Benzal, Madrid, 1976, t. I, pp. 300 y ss.
11
Cfr. LEWIS, Charlton T., y SHORT, Charles; A Latin Dictionary, Clarendon Press, Oxford, 1879, voz
“committo”, grupo de acepciones II.
12
Cfr. REAL ACADEMIA ESPAÑOLA; Diccionario de la Lengua Española, 22ª ed., Espasa, Madrid, 2002
(en adelante, DRAE), voz “comisión”, tercera acepción.
13
Cfr. DRAE, cit., voz “comisión”, cuarta acepción.
14
Por lo demás ya presente en el latín clásico, como se ve en LEWIS/ SHORT, A Latin Dictionary, cit.,
voz “commito”, acepciones I.B.4 y II.B.
15
DRAE, cit., voces “comisión”, primera acepción, y “cometer”, primera acepción.
1) la de “orden y facultad que alguien da (…) a otra persona para que ejecute algún
encargo o entienda en algún negocio”16, es decir, el “encargo que alguien da a
otra persona para que haga algo”17; y
2) la de “porcentaje que percibe un agente sobre el producto de una venta o
18
negocio” , que designa la remuneración que percibe quien ejecuta el encargo
por cuenta ajena a que se refiere la acepción anterior.
117. Orígenes históricos del comercio de comisión.
El comercio de comisión empieza a desarrollarse durante el Medievo, época en la
que van apareciendo progresivamente las instituciones mercantiles de colaboración.
Hablamos de los ss. XII al XIV. Hay al menos tres líneas evolutivas independientes
que confluyen en la figura del comisionista:
1) El “viaje-empresa”, figura a través de la cual solía llevarse a cabo el comercio
internacional antes de la aparición y generalización de la comisión. Se trataba de
un tipo de empresa o actividad comercial en la que el comerciante iba vendiendo
las mercancías que llevaba consigo de lugar en lugar, al tiempo que adquiría
otras para llevárselas personalmente y revenderlas en algún punto del itinerario
que le quedaba por recorrer. Mientras subsiste la práctica del “viaje-empresa”
con sus características primigenias, el comerciante no necesita servirse de otras
personas ni contratar su colaboración o sustitución para que actuasen por su
19
cuenta .
El antecedente más remoto del comisionista20 en esta línea evolutiva es el
comerciante que, al proyectar un viaje a país extranjero, admitía de sus
compatriotas (muchas veces parientes) mercancías que llevaba consigo para
venderlas durante su viaje, a cambio de una parte del precio de venta21. En este
antiguo contrato, llamado de commenda, los que viajaban para comerciar
pasaban a ostentar la representación (indirecta, pues hubiera carecido de sentido
tratar en nombre de un desconocido para celebrar negocios al contado22) de los
que se quedan en la ciudad, y éstos obtenían un interés en las transacciones
comerciales que llevaría a cabo el viajero. Los viajeros-comerciantes empezaron
así a gestionar intereses ajenos, aunque la relación jurídica creada era muchas
veces societaria, y por tanto muy distinta de la verdadera comisión. Así pues, de la
16
DRAE, cit., voz “comisión”, segunda acepción.
17
DRAE, cit., voz “comisión”, cuarta acepción.
18
DRAE, cit., voz “comisión”, quinta acepción.
19
SCHMIDT-RIMPLER, W.; "Kommissionsgeschäft", en EHRENBERG, Victor ET AL.; Handbuch des
gesamten Handelsrechts, Reisland, Leipzig, 1928, t. V, vol. 1, 1ª Parte, p. 545, según el cual el
comerciante viajero se servía de nativos que desarrollaban para él una actividad de mero corretaje.
20
Así, GARRIGUES, Curso…, cit., t. IV, p. 102; MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., p. 174.
21
ANGULO, “El contrato de comisión”, cit., p. 244.
22
MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., p. 174. Vid. ibidem, en p. 175, otro interesante
desarrollo de las relaciones que entablaba el comerciante-viajero en la “comisión del posadero”
(Wirtskommission): el hospedero con quien se alojaba solía prestar al comerciante-viajero auxilio
como intérprete y dependiente de compras o ventas durante los días del mercado o feria, y muchas
veces asumía la tarea de liquidar la mercadería que quedara sin vender al finalizar la feria.
23
GARRIGUES, Curso…, cit., t. IV, p. 103.
24
MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., p. 175.
25
Ibid.
26
ANGULO, “El contrato de comisión”, cit., pp. 244-245, donde afirma que el auténtico desarrollo de
esta figura contractual procede de esta última figura, aunque reconoce que en muchos casos se
trataba de antiguos servidores independizados.
27
SCHMIDT-RIMPLER, "Kommissionsgeschäft", cit., pp. 543 y ss.
28
Cfr. GARRIGUES, Curso…, cit., t. IV, pp. 103-104; SANCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., t. II, p. 145;
BROSETA/ MARTÍNEZ, Manual…, cit., t. II, p. 105; LANGLE, Manual…, cit., t. III, pp. 283-284; ANGULO, “El
contrato de comisión”, cit., pp. 245-246. GARCÍA CALDERÓN, Código de Comercio, cit., p. 129, en nota
al art. 237 CdC; MONTOYA, Derecho Comercial, cit., t. III, pp. 11-12; LEÓN MONTALBÁN, Derecho
Comercial peruano, cit., p. 312.
29
Rasgo notablemente subjetivista en un Código que se tomó como paradigma de la concepción
objetiva del Derecho Mercantil.
30
El título correspondiente del CC fr. es precisamente el que trata del mandato. En su idioma original,
el art. L-132-1 CdC fr. dice: “Le commissionnaire est celui qui agit en son propre nom ou sous un nom
social pour le compte d'un commettant.
Les devoirs et les droits du commissionnaire qui agit au nom d'un commettant sont déterminés par le
titre XIII du livre III du Code Civil”.
31
El texto alemán del § 383 HGB es: “Kommissionär ist, wer es gewerbsmäßig übernimmt, Waren
oder Wertpapiere für Rechnung eines anderen (des Kommittenten) in eigenem Namen zu kaufen oder
zu verkaufen”. Ahora bien, por efecto de las normas civiles referentes a la representación (§§ 164-181
BGB), al mandato (esencialmente gratuito: §§ 662-674 BGB) y a la locación (onerosa) de servicios de
gestión (§§ 675-676h BGB), el resultado práctico es muy parecido al del ordenamiento italiano. Muy
semejante a la alemana es la caracterización de la comisión del art. 425 OR suizo.
32
El art. 1731 CC it. reza así en italiano: “Il contratto di commissione è un mandato che ha per oggetto
l’acquisto o la vendita di beni per conto del committente e in nome del commissionario”. Esta
caracterización (sólo en cuanto a la ausencia de representación, no la limitación a las operaciones de
compra o venta) proviene ya del art. 380 del Codice di commercio de 1882. Nótese, en ambos casos,
como una originalidad del enfoque italiano que lo aproxima al nuestro, que la comisión se entiende
como una especificación del mandato (si bien no en la línea de la “mercantilidad” de la operación), de
modo que todo comisionista es mandatario, pero no viceversa. Cfr. nota n. 43, infra.
33
Así, en España, Lorenzo BENITO, autor de la voz "Comisión mercantil" en la Enciclopedia Jurídica
Española Seix, t. VII, Seix, Barcelona, p. 258. Idéntica opinión expresa en su Manual…, cit., t. III, p.
88. Y en el Perú, SAMANAMÚ, Manual…, cit. p. 183: “Es pues de esencia en este contrato, constituye
su nota característica y diferencial, la circunstancia de que el comisionista contrate en su propio
nombre y se obligue personalmente con el tercero y éste con él”. Y añade, contraponiéndolo al CdC:
“Así lo entiende el mundo comercial”. Aquí la crítica sólo es implícita, pero no menos real.
34
Recogida en DE LA LAMA, Código de Comercio, cit., pp. 54-55, y en GARCÍA CALDERÓN, Código de
Comercio, cit., p. 130 (al pie del art. 238 CdC). Los énfasis son añadidos.
35
Vid. CAMPOBASSO, cit., t. III, p. 74, entre muchos otros, que admite la posibilidad de un mandato
meramente civil no acompañado del otorgamiento de un poder de representación directa.
36
En contra de la doctrina que defiendo en el texto, vid. RIPERT/ ROBLOT, cit., t. II, 11ª ed., p. 591. En
cambio, coincido con la postura, por ejemplo, de VICENT CHULIÁ, Compendio…, cit., t. II, p. 297, quien
señala que parte de la doctrina española erró al creer que el CdC había confundido mandato y
comisión, que debían considerarse distintos según hubiera o no poder de representación. Lo cierto es
que la sistemática de nuestros códigos es la más corrrecta.
37
Rasgo presente ya en el art. 1717 CC es. de 1889, que se aparta en esto, decisivamente, del Code
napoleónico, para atender a la tradición del Derecho común, más venerable y acertada.
38
Cfr. LACRUZ, Elementos…, cit., t. II, vol. 2, p. 218.
39
GARRIGUES, Curso…, cit., t. IV, p. 103; vid. también MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit.,
pp. 163-164, de donde probablemente las toma el primero.
40
Vid. también URIA, cit., 19ª ed., p. 660; LEHMANN, cit., p. 824; VAN RYN/ HEENEN, cit., t. IV, p. 7.
41
MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., pp. 164 y 175, añadiendo en este último lugar que
esta “función de circunvención” del negocio de comisión explica que en muchas ciudades mercantiles
estuviera históricamente prohibido celebrarlo con extranjeros.
42
GARRIGUES, Curso…, cit., t. IV, p. 103.
43
En Italia muchos consideran que, como consecuencia del carácter unificado del Codice de 1942, la
comisión —que es, sin duda, una subespecie del mandato— ya no se puede caracterizar como el
"mandato mercantil", sino que se cualifica por otros parámetros (versar sobre compraventas y actuar
en nombre propio). De ahí deducen estos autores que, para el Codice, sería tan irrelevante la
condición, mercantil o no, de los contratos de ejecución como la del propio comisionista (LUMINOSO,
A.; op. cit., pp. 598 y s., en nota n. 8). Según MONTALENTI, por el contrario, la presencia de un
empresario comisionista no sólo determina la aplicación de usos mercantiles, sino que también
permitiría explicar las reglas sobre operaciones a fido y sobre la entrada del comisionista, que sólo
tienen sentido si se piensa en una actividad desarrollada profesionalmente.
44
Basta echar una mirada a la definición de la locación de servicios contenida en nuestro art. 1764
CC: “Por la locación de servicios el locador se obliga, sin estar subordinado al comitente, a prestarle
sus servicios por cierto tiempo o para un trabajo determinado, a cambio de una retribución”.
45
En España, por ejemplo, es mucho menos evidente, atendiendo a la definición del mandato del art.
1709 CC es.: “Por el contrato de mandato se obliga una persona a hacer alguna cosa o prestar algún
servicio, por cuenta o encargo de otra”. Como es obvio, tal definición está hecha en términos tan
amplios, que hacen muy difícil saber en qué se diferencia el mandato de los arrendamientos de obra o
servicios (definidos a su vez por el art. 1544 CC es. como contratos en los “una de las partes se
obliga” a “ejecutar una obra” o “prestar a la otra un servicio por precio cierto”, respectivamente). La
única diferencia evidente es que en los arrendamientos la onerosidad es imprescindible (“arrendar”
procede precisamente de la renta que se percibe), mientras que en el mandato (civil) tal onerosidad
habría que pactarla expresamente (art. 1711 CC es.), y en la comisión mercantil (naturalmente
onerosa: art. 277 CdC es.) puede suprimirse. Pero el que un elemento meramente natural o accidental
de un contrato sea imprescindible en otro es totalmente insuficiente para fundar tan drástica distinción
de tipo contractual. En nuestro país, aunque se ha desechado la terminología “arrendaticia” de ambos
contratos, la retribución es también esencial en la locación de servicios (art. 1764 CC, in fine) y en el
contrato de obra (art. 1771 CC, in fine). En cambio, el mandato civil y la comisión mercantil coinciden
en tenerlo como un naturale negotii (arts. 1791 CC y 271 CdC), de modo que en nuestro país tampoco
es posible distinguir entre una y otra formas de mandato sobre la base de la diferencia que, a este
respecto, señala GARRIGUES, Tratado…, t. III, vol 1, pp. 458 y 460.
46
LACRUZ, Elementos…, cit., t. II, vol. 2, p. 219. Con todo, ya en D.1.6.pr. pantea ULPIANO la difícil
cuestión de los “honorarios”, esto es, del mandato en el que “remunerandi gratia honor intervenit”.
47
D.17.1.1.4: “Mandatum nisi gratuitum nullum est: nam originem ex officio atque amicitia trahit,
contrarium ergo est officio merces: interveniente enim pecunia res ad locationem et conductionem
potius respicit”.
48
G.3.162: “In summa sciendum est, quotiens faciendum aliquid gratis dederim, quo nomine si
mercedem statuissem, locatio et conductio contraheretur, mandati esse actionem, ueluti si fulloni
polienda curandaue uestimenta dederim aut sarcinatori sarcienda”. Es ilustrativo que complete la idea
con ejemplos de trabajos tan claramente “materiales” y “físicos”. Es muy parecido I.3.26.13 in fine.
49
Cfr. LACRUZ, Elementos…, cit., t. II, vol. 2, p. 219.
50
Pongo entre comillas “mandato” (Auftrag, en alemán; mandat, en francés; mandato, en italiano;
todos ellos idiomas oficiales del país) porque resulta tan amplio, que, visto desde cualquier otro
ordenamiento, resulta irreconocible. Sus manifestaciones típicas incluyen expresamente la agencia
(arts. 418a a 418v OR), el corretaje comercial (arts. 412 a 418 OR), el corretaje matrimonial (arts.
406a a 406h OR), y las cartas (art. 407 OR) y demás mandatos de crédito (arts. 408 a 411 OR).
contrato de trabajo51. De hecho, el art. 394.2 OR somete a las reglas del “mandato”
todos los contratos de servicios no regulados como un tipo contractual especial52.
Por su parte, el BGB alemán se atiene con sorprendente fidelidad a la tradición
romanista, al conservar la gratuidad como definitoria del mandato (Auftrag), pero
también la renueva (muy razonablemente, en mi opinión) con la exigencia de que el
encargo consista en “negocios” (§ 662 BGB), sin que ello signifique que sea
necesariamente “representativo”. Según esto, califica explícitamente el contrato de
gestión de negocios oneroso (entgeltliche Geschäftsbesorgung) como “locación de
servicios” o “contrato de obra” (Dienstvertrag o Werkvertrag: § 675 BGB). No
obstante, reconoce también la proximidad o mixtura de esta figura con el mandato,
no sólo aplicándole parte de sus normas, sino regulándolo a continuación y en el
mismo título de éste, y no con aquéllos.
A mi modo de ver, todos estos datos del Derecho comparado demuestran que, hoy
en día, y en la medida en que el ordenamiento conserve la locación de servicios
como una figura independiente del contrato de trabajo, se debe inevitablemente
caracterizar el mandato como referido a unos servicios específicos y concretos,
53
sean gratuitos o retribuidos . Es más, ponen de manifiesto que tal locación de
servicios debe tener por objeto “actos de puro hecho” o “materiales”, mientras que el
mandato se circunscribe al ámbito de aquellos otros en los que haya inmiscuidos o
mezclados “derechos” (admixtum ius). Me refiero a la “gestión de los intereses
ajenos” que he expuesto más arriba54, entendida como cooperación por vía de
sustitución en actos del principal destinados a ponerlo en relación con terceros55,
sea esta “sustitución” del mandante o comitente directa (si hay representación), sea
a través de la interposición del propio mandatario o comisionista (si no la hay).
Lo anterior significa, ciertamente, que el objeto del mandato debe consistir en la
realización de “actos jurídicos” (art. 1790 CC)56; mas no necesariamente que deba
51
Regulado por los arts. 319 a 362 OR.
52
Esta disposición no incluye, por tanto, a la comisión, regulada independientemente en un título
propio y posterior (arts. 425 a 439 OR), pero el art. 425.2 OR logra el mismo efecto, al remitir
expresamente al del “mandato” como régimen supletorio.
53
Cfr. LACRUZ, Elementos…, cit., t. II, vol. 2, p. 219.
54
Vid. § 113, en p. 253, supra.
55
Cfr. también LACRUZ, Elementos…, cit., t. II, vol. 2, pp. 219-220, de quien tomo la caracterización de
la “gestión” como una “cooperación por vía de sustitución”, aunque el añadido de que la actividad
sustituida deba “mirar a terceros” es ya de mi propia cosecha. Igual criterio distintivo puede predicarse
de los demás contratos “de gestión”, como la agencia o el corretaje.
56
Criterio cuya aplicación en España, propuesta por el Prof. Clemente DE DIEGO, recibió la adhesión
de muchos autores, también entre los mercantilistas (por ej., SANCHEZ CALERO, Instituciones…, cit.,
16ª ed., p. 457; URÍA, loc. cit.). Sin embargo, LANGLE, Manual…, cit., t. III, p. 283, advierte que, con
independencia de la valoración positiva que le pudiera merecer, tal criterio no fue explícitamente
acogido por el legislador del CC español. También la doctrina francesa afirma que el mandato tiene
por objeto "actos jurídicos", pese a que el art. 1984 CC fr. no habla sino de hacer “quelque chose pour
le mandant et en son nom”. Vid. DERRIDA, F.; "Les obligations du commissionaire et les garanties du
commettant", en VV. AA.; Le contrat de commission. Etudes de Droit Commercial, dir. y prefacio por J.
Hamel, París, 1949, p. 88. DERRIDA señala, sin embargo, que cuando trata de la comisión de compra y
venta de mercancías, no es posible hacer una equiparación absoluta entre comisión y mandato,
porque es evidente que, en el caso de la comisión, el comisionista no ha de realizar solo actos
jurídicos, sino también actos materiales. Sin embargo no creo que esta circunstancia conduzca a
perder de vista la esencial identidad entre ambas instituciones, como veremos en seguida. Ahora bien,
la identificación como “actos jurídicos” de los encargos que pueden ser objeto de un mandato está en
en ambos países bien fundada en otras normas de los propios CC, como los art. 1987 CC fr. y 1712
CC es., que se refieren a las “cosas” de que debe ocuparse el mandatario como “negocios” (affaires).
En nuestro país, esta cuestión queda automáticamente resuelta como tal por la expresa referencia a
“actos jurídicos” en el tenor del art. 1790 CC, aunque el uso de la misma expresión que, en todo el
Libro II del propio CC, denota específicamente a los “negocios jurídicos” abre campo a la discusión de
que me ocupo en el texto.
57
Que el mandato no puede versar sobre actos ilícitos es tan obvio, que no suele ser recogido
explícitamente en los ordenamientos jurídicos modernos, aunque las fuentes romanas sí se cuidaban
de puntualizarlo: “rei turpis nullum mandatum est” (D. 17.1.6.3); “constat, si quis de ea re mandet, quae
contra bonos mores est, non contrahi obligationem” (G.3.157); “mandatum non est obligatorium quod
contra bonos mores est” (I.3.26.pr.). Curiosamente, el art. 252 CdC parece dotar de ciertos efectos a
la comisión que expresamente se refiera a actos ilícitos. Vid. § 130, en pp. 288 y ss., infra.
58
Vid. el juicio que esta restricción merece a la doctrina italiana en AULETTA/ SALANITRO, Diritto
Commerciale, cit., 5ª ed., p. 473; CAMPOBASSO, cit., t. III, p. 83; MINERVINI, El mandato…, cit., p. 448.
59
Cfr. sin embargo cómo ya MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., p. 162, somete a las
mismas reglas de la comisión cualesquiera otras gestiones de intereses ajenos en nombe propio.
60
KOLLER, cit., p. 5. W IEDEMANN, H.; Handelrecht einschliesslich Bilanzrecht, 6ª ed., Munich, 1992, p.
367, quien diferencia la comisión en sentido propio (cuyo objeto son compras y ventas de mercancías
o títulos-valores) de comisiones “impropias” como el Inkassokommissionsgeschäft (comisión de
cobranza) contemplado en el § 406 HGB.
61
SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., t. II, p. 145.
62
MARTÍNEZ DE AGUIRRE, Derecho de obligaciones, cit., pp. 652-654 (§ 281).
63
Como ya bajo la vigencia de las Ordenanzas de Bilbao puso de relieve la literatura mercatilista: DE
TAPIA, Eugenio; Tratado de Jurisprudencia mercantil, Imprenta de I. Mompié, Madrid, 1828, p. 48:
"comisionista o comisionario, según se llama en las Ordenanzas de Bilbao, es el que ejerce o negocia,
ya con su nombre, ya bajo una razón o nombre social, por cuenta de un comitente".
64
G.3.155: “Mandatum consistit, siue nostra gratia mandemus siue aliena; itaque siue ut mea negotia
geras siue ut alterius, mandauerim, contrahitur mandati obligatio, et inuicem alter alteri tenebimur in id,
quod uel me tibi uel te mihi bona fide praestare oportet”. Vid. también I.3.26.pr., que desarrolla la idea
a continuación hasta I.3.26.6, siguiendo ostensiblemente un pasaje de otra obra de GAYO recopilada
en D.17.1.2.
65
D.17.1.2.pr.: “Quod si tua tantum gratia tibi mandem, supervacuum est mandatum et ob id nulla ex
eo obligatio nascitur”. En el mismo sentido (y casi con las mismas palabras), I.3.26.pr. y 6.
Naturalmente, sí que se admite la calificación como verdadero mandato cuando interviene
En efecto:
“semejante tipo de mandato es más consejo que mandato, y por eso no es
obligatorio; porque nadie queda obligado por un consejo, aunque no
convenga a quien se dirige, porque cada uno es libre de verificar si le
66
conviene el consejo” .
El casus dubius por excelencia en esta materia ha sido siempre, también desde el
propio Derecho Romano, el denominado “mandato de crédito”. Éste funciona como
una forma de financiación: el “mandante” encarga al “mandatario” que, en nombre y
también por cuenta suya propia (puesto que cobrará intereses sobre el crédito que
otorgue), conceda crédito a un tercero, de modo que este tercero pueda, por
ejemplo, celebrar con el “mandante” un contrato que interesa a estos dos, pero para
el cual no tiene (el tercero) el dinero necesario.
Hay muchos autores (y los había ya entre los romanos) que niegan a esta operación
el carácter de verdadero mandato, pues el contrato de crédito que es su objeto es,
aparentemente, de interés exclusivo del mandatario. Pero entre los romanos, como
también en la doctrina actual67 y en los (pocos) ordenamientos que contemplan
específicamente el caso68, prevaleció con razón, sobre la opinión negativa de
SERVIO, la de SABINO, que admitía allí un verdadero mandato. Por lo tanto, el
mandante responde ante el mandatario del incumplimiento del contrato de crédito
por el tercero como si fuera su fiador (consecuencia natural de la obligación de
indemnidad del mandante: el acto de ejecución es por su cuenta, o sea que él corre
con su costo), porque al cumplir el encargo concediendo el crédito, el mandatario
está en efecto “gestionando” el interés del mandante; quizá no el interés “en el acto
de ejecución” (cosa que siempre cabría, creo yo, argumentar, pero en cualquier caso
puede resultar discutible), pero sí, sin duda, su interés “en poder contratar con el
tercero”. Como concluye GAYO:
“porque no hubieras concedido crédito a Ticio de ninguna manera, si no te
69
hubiese sido mandado” .
121. La comisión como mandato especial y esporádico.
Admitida la posibilidad de que el comisionista actúe con o sin poder de
representación directa, pero siempre desarrollando una actuación en interés o por
cuenta de otro, y antes de explicar el alcance de los “requisitos de mercantilidad”
recogidos en el art. 237 CdC, quiero fijarme en el hecho de que esa misma norma
parcialmente el interés del propio mandatario, esto es, concurriendo con el del mandante o el de un
tercero; cfr. D.17.1.2.4-5, I.3.26.2 y 5.
66
D.17.1.2.6: “cuius generis mandatum magis consilium est quam mandatum et ob id non est
obligatorium, quia nemo ex consilio obligatur, etiamsi non expediat ei cui dabatur, quia liberum est
cuique apud se explorare, an expediat sibi consilium”.
67
MARTÍNEZ DE AGUIRRE, Derecho de obligaciones, cit., p. 653 (§ 281).
68
§ 778 BGB; art. 408 OR; art. 1958 CC it.; art. 629 CC pt. Cfr. también la Ley 526 del Fuero Nuevo
(Compilación del Derecho Civil Foral) de Navarra, España.
69
G.3.156: “quia non aliter Titio credidisses, quam si tibi mandatum esset”. Cfr. I.3.26.6, in fine.
70
EM ad loc., en GARCÍA CALDERÓN, Código de Comercio, cit., p. 129; y DE LA LAMA, Código de
Comercio, cit., t. I, p. 54 (el énfasis es añadido).
de su principal (arts. 278 y 286 CdC). Además, el factor y demás auxiliares son
dependientes del principal; el comisionista goza de independencia en su actividad
para el cumplimiento de la comisión, y es a su vez principal de sus propios
dependientes, a quienes puede confiar determinadas operaciones subalternas (art.
255 CdC).
Apenas hace falta advertir que de ninguna manera deberían confundirse ambas
figuras (comisionista y factor o dependiente) por el hecho de que en algunos
contratos de trabajo se pacte, como retribución, un porcentaje o cantidad sobre las
ventas, que recibe el nombre de “comisión”. Como es obvio, tal modo de retribuir no
afecta para nada la naturaleza del contrato, que sigue siendo de trabajo. También
por eso se habla entonces de contratos “a comisión”, y no “de comisión”.
Ahora bien, como he insinuado más arriba, es cierto que la independencia del
comisionista respecto del titular de los intereses que gestiona no es la única
diferencia que mantiene con el factor: tampoco es, como éste, alguien que tenga
establemente encomendada la colaboración con la empresa del comitente. Por el
contrario, se trata sólo de un gestor de intereses específicos, concretos y, sobre
todo, esporádicos. En efecto, el art. 237 CdC caracteriza el elemento objetivo de la
comisión no sólo por la índole mercantil del acto de realización, sino también por su
determinación concreta, cuando habla de “un acto u operación de comercio”. Esta
frase, es evidente, no ha de interpretarse tan a la letra, que obligue a suponer tantos
contratos de comisión distintos como actos de realización deba llevar a cabo el
comisionista, ni tampoco impide, en mi opinión, que la comisión verse sobre
operaciones meramente determinables, sino que viene a significar más o menos lo
mismo que la expresión “uno o más actos jurídicos” del art. 1790 CC. Pero la
expresión usada por el CdC sí excluye de las posibilidades de la comisión un
supuesto al que, en cambio, cabe extender el concepto “civil” de mandato: el
“mandato general” sobre todos los negocios, todos los asuntos de determinado tipo
o una parte relativamente indeterminada de los negocios del mandante (párr. 2º del
71
art. 1792 CC) . La comisión será siempre un mandato “especial”, para uno o más
negocios, determinados o determinables, y para instrumentar una colaboración
intrínsecamente limitada en su ámbito y en el tiempo. Como dice GARRIGUES, si el
mandato mercantil fuese general, ya no podría ser calificado como comisión, porque
entraría, más bien, en el marco de las relaciones laborales (o casi) entre el factor y su
principal72.
71
Vid. CAMPOBASSO, cit., t. III, p. 72, quien señala que el mandato puede referirse a la ejecución de
uno o más actos jurídicos individuales y singulares, o puede referirse a la procura y gestión de todos
los negocios y asuntos del mandante, o de todos los de un determinado tipo.
72
Tratado…, cit., t. III, vol. 1, p. 459 (n. 1184). Así pues, si se admitiera que la relación (interna) entre
el factor y su principal pudiera instrumentarse mediante un mandato general (prestación de servicios
independientes), y no sólo mediante un contrato de trabajo (como es lo usual y lo lógico), estaríamos
ante una segunda forma de “mandato mercantil”, diferente de la comisión, que sería “general” y
necesariamente “representativa”. Otra forma de colaborar de manera estable y profesional, pero
manteniendo la propia independencia, en la empresa del principal, es a través del contrato de agencia,
en el que la esencial profesionalidad (mercantil) del agente y el carácter especial de la colaboración
que se presta dotan al contrato de características y rasgos únicos, que lo diferencian tanto de la
comisión mercantil como del mero mandato civil. Sobre esta distinción, cfr. VICENT CHULIÁ,
Pues bien, según esto, el contrato de comisión sería “aquél contrato por el cual el
comisionista se obliga frente al comitente a realizar actos jurídicos singulares, o a
gestionar un determinado conjunto de actos u operaciones, homogéneas o no, pero
que puedan ser calificados como actos de comercio, por cuenta y en interés del
segundo”. El problema está en que, para hablar de comisión mercantil, el art. 237
CdC exige que el acto de ejecución pueda ser considerado “acto de comercio”, pero
deja en la penumbra el criterio que permitiría determinar la mercantilidad de éste
último, asunto que es, precisamente, el punto a debatir.
122. La mercantilidad de la comisión.
El art. 237 CdC recoge el criterio delimitador de la mercantilidad de un contrato de
mandato, que lo convierte en “comisión mercantil”, en los siguientes términos:
“Se reputará comisión mercantil el mandato, cuando tenga por objeto un acto
u operación de comercio y sea comerciante o agente mediador del comercio
el comitente ó el comisionista”.
Es, pues, un criterio compuesto de dos subcriterios o requisitos, que deben concurrir
simultáneamente:
1) en primer lugar, un requisito subjetivo, consistente en que bien el comitente o el
comisionista sean comerciantes (empresarios) o agentes mediadores del
comercio (que no son sino un tipo de empresario); y
2) un requisito objetivo, consistente en que los actos jurídicos que constituyen el
objeto de la actividad de gestión sean actos de comercio.
La doctrina sólo suele estudiar el supuesto de comisionistas que profesionalmente
se dediquen al comercio de comisión. En este sentido, al menos potencialmente, el
contrato mercantil de comisión sería una operación propia de un empresario
prestador de servicios por la que éste, en su condición de profesional, se obliga a
prestar su actividad, consistente en realizar actos o negocios jurídicos por cuenta del
73
comitente . Ésta viene a ser la figura arquetípica de la comisión prevista en el
Derecho comparado y, de hecho, la que se da mayoritariamente en la realidad. En
Alemania, por ejemplo, más que el contrato de comisión se regula la figura del
“comisionista” (profesional), de quien el art. 383 HGB dice claramente que actúa
“empresarialmente”, mientras el inc. 6 del propio art. 1.2 HGB lo considera
comerciante (Kaufmann)74.
Introducción…, cit., 5ª ed., p. 403. Del contrato de agencia me ocupo más adelante, en el siguiente
capítulo.
73
BROSETA PONT, Manual…, p. 472, llega incluso a ofrecer una definición del contrato de comisión
mercantil que, hasta cierto punto, me parece acertada y compartible: "el contrato por el que el
comisionista, en su condición de empresario mercantil, se obliga a prestar su actividad, consistente en
realizar un acto o negocio jurídico por cuenta del comitente". Obsérvese que el autor omite mencionar
la naturaleza (civil o mercantil) del acto de realización, lo cual tiene sentido —justamente— si se
concibe la comisión como acto de comercio principal, y no accesorio de otro, y como acto de comercio
subjetivamente profesional para el comisionista.
74
Vid. MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., pp. 162-163. Igualmente, para Bégica, VAN
RYN/ HEENEN, cit., t. IV, p. 7, quienes señalan que, por lo general, el comisionista hace de la comisión
Ahora bien, el art. 237 CdC no sólo permite hablar de comisión mercantil en ese caso,
sino también cuando el comitente, y sólo él, sea empresario. Es más, contra la
tendencia general del Derecho comparado, nuestro CdC toma como caso
paradigmático de comisión mercantil más bien aquélla en que sólo es comerciante el
comitente y, por tanto, la comisión tiende a ser imperativa. ¿Por qué lo hace? Un
posible motivo es que el legislador tiende a concebir la comisión como un acto de
comercio accesorio de otros principales, sobre todo de la compraventa mercantil. Más
aun, entiende la comisión mercantil como acto de comercio doblemente “accesorio”,
pues además de serlo de los actos de comercio (“principales”) contemplados en ella
como sus actos de realización, también lo sería desde el punto de vista de la empresa
del comitente, cuyo objeto principal se realizará más bien a través de esos otros actos
de comercio “principales”. Desde esta perspectiva, resultaba indispensable para su
mercantilidad que la comisión contemple como acto de realización una operación de
comercio; esto es, un acto que pertenezca a la actividad profesional del comitente o
se inserte en ella. El Código configura así la comisión como un acto de comercio que
sólo es subjetivo en virtud de su propia accesoriedad: en la medida en que sirve para
realizar actos de comercio (como la compraventa) que, por otra parte, se querían
objetivos (aunque sin éxito, para complicar más las cosas). Cuando el art. 237 CdC
exige que una de las partes sea “comerciante”, es porque pretende que ese dato le dé
la pauta para identificar como “acto de comercio” al acto de realización, cumpliéndose
así, al mismo tiempo, el requisito “objetivo” de mercantilidad del mandato o comisión.
Y esa parte comerciante debía ser, sobre todo, el comitente: la mercantilidad de la
comisión presuponía que el comitente, y no el comisionista, debía ser profesional.
No es difícil advertir que esa lógica no se cumple cuando se mira la comisión desde
la perspectiva del comisionista empresario, aunque el propio Código contempla la
hipótesis: una comisión entre comisionista comerciante y comitente no comerciante.
Lo malo es que tampoco entonces parece decaer la necesidad de que tenga por
objeto un “acto de comercio”. Pareciera que, para el legislador, si el comitente no
fuera comerciante, para que el objeto de la comisión sea acto de comercio resulta
casi necesaria la intervención de un comerciante como comisionista, pues sólo un
comerciante podría recibir un mandato sobre “actos de comercio” de alguien ajeno a
la profesión mercantil. Por otro lado —y esto puede explicar esa aparente desviación
sistemática—, cuando la profesión mercantil la ejerce el comisionista, el CdC no
exige que se trate de un “comisionista profesional”, esto es, que esté especializado
en el comercio de comisión. La comisión —y, más en concreto, su celebración en
concepto de comisionista— sufrió una doble generalización: en primer término, al
actuar como comisionistas comerciantes no especializados en ese comercio; luego
se permite la participación de no comerciantes, hasta llegar a considerarse
anticuada la figura del comisionista profesional.
En todo caso, resulta obvio que el sistema de acotación del CdC no es adecuado. Al
responder a una concepción desenfocada de la actividad de gestión mercantil de
negocios ajenos (incluso del propio Derecho Mercantil y de su ámbito de aplicación),
el art. 237 CdC mezcla elementos objetivos y subjetivos con poca coherencia entre
su profesión. Lo cierto es que la Ley belga de 3 de julio de 1956 modificó el art. 2 CdC belga,
atribuyendo a la comisión carácter mercantil por sí misma, del lado del comisionista.
75
Cfr. por ejemplo los arts. 121, inc. 3, 122 y 123 CdC, que llamaban expresamente “comitentes” a los
dueños de las cosas rematadas por los martilleros, independientemente de que fueran o no
comerciantes, o de que la venta pudiera calificarse como mercantil bajo las reglas de los arts. 320 y
321 CdC originales. Actualmente hacen lo mismo, y de modo incluso más pronunciado, los arts. 13,
inc. 1; 16, incs. 4, 5, 9 y 10; 17, incs. b y c; 19, incs. 6 y 9; y 24, incs. 6 y 8, de la LMP. Cfr. también,
implícitamente, el inc. 8 del aún vigente art. 182 CdC a que me refiero en el texto.
76
Vid., expresamente, la calificación de “comisión mercantil” de la relación entre los comitentes y los
agentes de intermediación bursátiles en los arts. 172 LMV y 13 L. 26361, del 23 de setiembre de 1994,
de Bolsas de Productos, aunque los comitentes no sean comerciantes, ni por tanto el acto de
realización se pueda considerar, respecto de ellos, como “de comercio”; igualmente, el art. 72 del
Reglamento de de Fondos Mutuos de Inversión en Valores y sus Sociedades Administradoras
aprobado por Res. 543-92-EF-94.10.0-CONASEV (aunque es dudoso que esté vigente todavía), para
la relación entre las Administradoras de Fondos Mutuos y los partícipes.
77
Cfr. HAMEL/ LAGARDE/ JAUFFRET, cit., t. II, p. 283, quienes señalan que, cuando la comisión se
celebra en el seno de una actividad constitutiva de empresa importará poco que el negocio de
realización consista en un contrato o acto civil. VAN RYN/ HEENEN, cit., t. IV, p. 11, señalan que, en
cuanto a la naturaleza del acto objeto de la comisión, la opinión corriente de que debía tratarse de una
operación comercial o mercantil había sido objeto de múltiples controversias.
78
Por eso no está tan reñido con el ordenamiento el criterio de BROSETA PONT, Manual…, cit., 9ª ed., p.
472, quien hacía caso omiso de la índole mercantil o civil del acto jurídico objeto del encargo.
79
De manera semejante a como el desarrollo de la actividad bancaria obligó a superar los límites de la
mercantilidad del préstamo como acto de comercio “accesorio” (con el grave lastre de la necesidad de
que las cosas prestadas se destinasen a actos de comercio), en los términos que preveía originalmente
el inc. 2 del ant. art. 305 CdC, para entrar en el ámbito de los préstamos mercantiles profesionales.
80
Vid. § 131, en pp. 291 y ss., infra.
81
Para ANGULO, loc. cit., es precisamente éste el factor que justifica la especialidad de régimen de la
comisión mercantil frente al mandato civil; criterio que parece acertado.
82
Vid. lo que he expuesto sobre el mandato de crédito en el § 120, en pp. 268 y ss., supra.
83
En este sentido, RIPERT/ ROBLOT señalan que el comisionista (mandatario sin representación)
soporta riesgos que no soporta el mandatario con representación.
84
La norma mercantil coincide sustancialmente con lo dispuesto en el 1809 CC, que sin embargo trae
una precisión que me parece significativa: “aun cuando los terceros hayan tenido conocimiento del
mandato”. Se trata de un hecho irrelevante para ellos: lo importante es quién asume el contrato como
verdadera parte sustancial.
85
“Art. 1810: El mandatario queda automáticamente obligado en virtud del mandato a transferir al
mandante los bienes adquiridos en ejecución del contrato, quedando a salvo los derechos adquiridos por
terceros de buena fe” (énfasis añadido). “Art. 1794: Si el mandatario utiliza en su beneficio o destina a
otro fin el dinero o los bienes que ha de emplear para el cumplimiento del mandato o que deba entregar
al mandante, está obligado a su restitución y al pago de la indemnización de daños y perjuicios”.
86
Texto original: “(1) Forderungen aus einem Geschäfte, das der Kommissionär abgeschlossen hat,
kann der Kommittent dem Schuldner gegenüber erst nach der Abtretung geltend machen.
(2) Jedoch gelten solche Forderungen, auch wenn sie nicht abgetreten sind, im Verhältnisse zwischen
dem Kommittenten und dem Kommissionär oder dessen Gläubigern als Forderungen des
Kommittenten”.
87
Normas copiadas prácticamente a la letra de los arts. 908 y 909 CdC español, que estuvieron
vigentes hasta hace muy poco, con la promulgación de la nueva Ley Concursal de ese país.
88
Y aun antes el CC de 1936, si se interpreta en el mismo sentido el párr. 1º in fine de su art. 1645:
“Exceptúase el caso en que se trate de cosas propias del mandante”. Éste texto, copiado del párr 2º
del art. 1717 CC español, expresaba mejor que el art. 1813 CC actual el carácter excepcional de la
norma. Todo ello, claro, si ambas normas tuvieran el mismo referente, lo cual es más que dudoso.
89
Y demás bienes identificables (desde luego, no el dinero: art. 250 CdC), cualidad que resulta
decisiva para que proceda la “separación” a que me refiero en el texto, según se deduce de la ES del
23 de junio de 1903, recaída (aún bajo el CdC de 1853, cuyo art. 1173 equivalía al ant. art. 921 del
CdC de 1902) en Pedro Cafferata c. Tomás Bresciani (síndico de la quiebra de), recogida en DE LA
LAMA, Código de Comercio, cit., t. II, p. 220, y (sólo por sumilla) en GARCÍA CALDERÓN, Código de
Comercio, cit., ad art. 250 CdC (p. 146). A esa identificabilidad habrá que añadir el requisito formal de
que habla el art. 1813 CC, si se entiende que esta norma civil es aplicable también a la comisión
mercantil.
90
Cuya excepción para el caso de los inmuebles, prevista en el art. 949 CC, tiende a producir,
curiosamente, los efectos de una representación directa aun en los casos de actuación por el
comisionista en nombre propio, respecto del efecto traslativo de la propiedad.
91
SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., t. II, p. 146.
92
Vid. § 42, en pp. 104 y ss., supra.
93
Cit., sólo por sumilla, por GARCÍA CALDERÓN, Código de Comercio, cit., ad art. 240 CdC (p. 143).
94
Como revela el que se le llame “comisionista” pese a que el propio artículo viene a decir que no se
llega a perfeccionar nunca el contrato de comisión concreto. La misma limitación al comisionista
profesional rige para el deber precontractual (y consiguiente responsabilidad) de comunicar el rehúse
de la comisión de que hablo a continuación en el texto.
95
Instituciones…, cit., t. II, p. 147. De hecho, como explicaré más adelante, esta obligación legal de
custodia es menos rigurosa que la que compete al comisionista sobre los efectos y mercancías del
comitente una vez aceptada la comisión y celebrado el contrato, ya que sólo se extiende a los casos
de pérdida o menoscabo que le sean subjetivamente imputables a título de culpa, mientras que al
comisionista contractual también le corresponde asumir el riesgo de las mercancías mientras estén en
su poder. Vid. sobre esto el § 141, infra.
96
Vid. § 48, en pp. 120 y ss., supra.
97
Aplicación a los contratos de servicios del principio recogido en el art. 1381; el HGB alemán aplica el
mismo criterio expresamente al comisionista profesional.
98
Cuyo referente, por tanto, es la pérdida del interés negativo en el contrato: el costo de la oportunidad
perdida, si es el caso, de buscar y obtener un contratante alternativo. Como concluye mayoritariamente la
doctrina, la responsabilidad precontractual es un caso específico de responsabilidad extracontractual.
99
Instituciones…, cit., t. II, p. 153, citando las SSTS español de 30 de abril de 1929 y de 27 de
diciembre de 1962.
100
SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, loc. cit., remitiendo a la STS del 21 de diciembre de 1963.
101
SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, loc. cit.
102
Ibid.
103
GAY DE MONTELLÁ, cit., t. IV, p. 120, señala que la Ley no presume jamás el mandato mercantil
gratuito; por consiguiente, la comisión es un contrato oneroso, y aun cuando no pudiera probarse que
se estipuló el premio de comisión, ésta corresponde de pleno derecho al comisionista. También
LANGLE, Manual…, cit., t. III, p. 289, señala que la comisión mercantil es un contrato bilateral, oneroso
y conmutativo, salvo pacto en contrario.
104
Vid. § 145, infra.
105
Vid. §§ 129 y ss., en pp. 286 y ss., infra.
106
Vid. § 130, en pp. 288 y ss., infra.
107
Vid. §§ 131 a 133, en pp. 291 y ss., infra.
108
Vid. §§ 134 a 136, en pp. 299 y ss., infra.
109
Vid. § 137, en pp. 305 y s., infra.
110
Vid. § 138 en pp. 307 y ss., infra.
111
Vid. § 139 en pp. 312 y ss., infra.
112
Vid. § 140, en pp. 316 y ss., infra.
113
Vid. § 141, en pp. 318 y ss., infra.
114
Vid. §§ 142 y ss., en pp. 323 y s., infra.
115
Vid. § 143, en pp. 328 y ss., infra.
116
Vid. § 144, en pp. 329 y ss., infra.
117
Vid. §§ 145 y s., en pp. 331 y ss., infra.
118
Vid. § 146, en pp. 337 y ss., infra.
119
Vid. MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., p. 169. SCHMIDT-RIMPLER, cit., p. 867.
GONZALEZ DE ECHÁVARRI Y VIVANCO, cit., t. III, p. 96, quien advierte que, aunque el art. 245 CdC (252
CdC es.) sólo habla de indemnizar "daños", su silencio acerca de los "perjuicios" no es sino un olvido,
que queda cubierto por la referencia a ellos en el último párr. del art. 241 CdC (248 CdC es.); además,
dice, el art. 245 CdC contempla dos supuestos de incumplimiento del deber de ejecución del encargo:
que el comisionista no cumpla la comisión conferida, o que sólo la cumpla parcialmente, lo cual es
considerado también como una forma de incumplimiento, atestiguando la indivisibilidad de la
comisión. En sentido similar, cfr. GAY DE MONTELLÁ, cit., t. IV, p. 122.
realización, o custodiar los efectos recibidos de o para el comitente (art. 259 CdC).
La regla es que el comisionista debe efectuarlos todos ellos (cfr. párr. 1° del art.
1792 CC), en la medida en que sean necesarios para:
1) concluir o celebrar el acto o negocio jurídico objeto del encargo120; e
2) incluso para consumarlo a satisfacción del comitente121.
La cuestión de si el encargo comprende sólo lo primero (concluir los negocios de
realización), o también lo segundo (ejecutarlos) dependerá del tenor del contrato,
incluso implícito, y de los usos, según deban entenderse en las circunstancias
concretas. De hecho, varias disposiciones concretas presuponen que en ocasiones
el cumplimiento del encargo deberá extenderse hasta la ejecución misma del
negocio de realización, en todo o en parte. Por ejemplo, en los casos en que se
pacte comisión de garantía122, la obligación del comisionista comprende
naturalmente la realización de todos los actos de ejecución del negocio de
realización. Así también lo prevé, en general, el art. 267 CdC, al imponer al
comisionista la obligación de verificar oportunamente el cobro de los créditos de su
comitente.
El comisionista, para realizar su encargo, deberá llevar a cabo todos y cada uno de
estos actos de acuerdo con los principios o dentro de las coordenadas siguientes:
1) con observancia y respeto de todo lo dispuesto en las leyes;
2) con sumisión a las instrucciones del comitente;
3) personalmente; y
4) actuando siempre en defensa del interés del comitente.
En los apartados siguientes procuraré profundizar en cada uno de estos aspectos.
130. Ejecución del encargo conforme a la ley.
Respecto de la primera de las referidas coordenadas, el art. 252 CdC peruano
establece que:
“El comisionista deberá observar lo establecido en las leyes y reglamentos
respecto a la negociación que se le haya confiado, y será responsable de los
resultados de su contravención u omisión. Si hubiera procedido en virtud de
órdenes expresas de su comitente, las responsabilidades a que haya lugar
pesarán sobre ambos”.
120
MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., p. 168, desde la perspectiva alemana de una
comisión limitada a la compra y venta de efectos y valores, señala que, en primer lugar, la tarea
principal del Kommissionär es buscar y escoger, con la diligencia propia de un comerciante, una
contraparte apropiada que desee concluir el negocio de realización de la comisión.
121
LEHMANN, cit., pp. 828 y s. SCHMIDT-RIMPLER, cit., p. 662. MÜLLER-ERZBACH, Deutsches
Handelsrecht, loc. cit., completa la idea señalando que cuando así corresponda, el comisionista
deberá también instruir adecuadamente al tercer contratante, exigirle el cumplimiento de sus deberes
y supervisarlo.
122
Y, por tanto, también en la regulación original de la comisión de transporte: cfr. art. 266 CdC y ant. art.
374 CdC. Vid. § 147, en pp. 339 y ss., infra.
123
Aparentemente este era el problema que contempló la española STS de 27 de abril de 1927, cit.
por POLO DIEZ, Leyes mercantiles y económicas, cit., t. II, p. 1206, porque en ella se condenó al
comisionista a indemnizar al comitente los daños ocasionados.
124
En el Derecho inglés se prevé expresamente que el mandatario, comisionista o cualquier otro
representante —agent— no está obligado a obedecer las instrucciones que le imparta el mandante,
comitente o representado —principal— en caso de que estas fueran ilegales. El precepto del art. 252
CdC implica evidentemente la misma regla.
125
Donde, por cierto, las agencias de publicidad suelen actuar precisamente en régimen de comisión
mercantil (los empresarios que explotan los medios de difusión, en cambio, prestan una obra o
servicio material específico). A mi modo de ver, debe entenderse como una excepción —por lo tanto,
interpretable a contrario, como llevando implícita una regla de la responsabilidad separada y personal
en todos los demás casos— el supuesto del art. 232.2 LPAG, según el cual “cuando el cumplimiento
de las obligaciones previstas en una disposición legal corresponda a varias personas conjuntamente,
responderán en forma solidaria de las infracciones que, en su caso, se cometan, y de las sanciones
que se impongan”. Lo normal no es que las disposiciones legales que regulan las distintas actividades
que pueden ser objeto de comisión impongan obligaciones conjuntas, sino que se dirijan
individualmente a cada uno de sus potenciales destinatarios, obligando a cada uno a guardarlas
íntegramente.
126
Es así como se debe entender, en mi opinión, el llamado principio de causalidad regulado en el inc.
8 del art. 230 LPAG: “La responsabilidad debe recaer en quien realiza la conducta omisiva o activa
constitutiva de infracción sancionable”.
127
Vid. GARRIDO, cit., pp. 66 y 69, quien hace notar que el derecho a impartir instrucciones tiene su
fundamento en el consentimiento negocial manifestado en el contrato, pero, por su parte, las
instrucciones carecen en sí mismas de fuerza vinculante, pues poseen una índole estrictamente
declarativa. GONZALEZ DE ECHAVARRI, cit., t. III, p. 71, señala, por su parte, que el comisionista no debe
realizar el encargo según su propia intención, sino según la del comitente; y si ésta apareciera dudosa,
el comisionista debe reclamar las necesarias aclaraciones. DERRIDA, "Les obligations du
commissionaire...", cit., ps. 87 y 89, señala que la obligación primordial que incumbe al comisionista es
la de respetar las instrucciones que le imparte el comitente y ejecutar la órdenes que reciba. RIPERT/
ROBLOT, cit., t. II, 11ª ed., p. 594, señalan que el comisionista no deja de estar sometido a las
instrucciones del comitente, aunque actúe en nombre propio. SCHLEGELBERGER/ HEFERMEHL, cit., t. VI,
p. 56. DUNFEE/ GIBSON/ BLACKBURN/ W HITMAN/ MCCARTY/ BRENNAN.: cit., p. 752. LOWE, cit., p. 14, cita
el caso Bertram Armstrong & Co. v Godrey, de 1830, en el que un agent tenía instrucciones de vender
ciertas cosas cuando alcazasen un determinado precio o lo superasen. El precio, efectivamente, llegó
al tope fijado, pero el agent, en lugar de vender, decidió esperar a que el precio subiera aún más. Con
ello infringió sus deberes, porque no se atuvo a las instrucciones recibidas.
128
Vid. SCHMIDT, ibidem. Implícitamente, MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., p. 168.
BAUMBACH/ DUDEN/ HOPT, cit., p. 745, quienes ponen como límite para las segundas el que tales
instrucciones no perjudiquen al comisionista, en contra de lo dispuesto en el contrato.
129
LUMINOSO, cit., pp. 128 y ss.
130
Sobre las diversas posturas mantenidas en la doctrina alemana, vid. KOLLER, cit., p. 84, quien, por
su parte, termina adhiriéndose a la tesis pluralista, de acuerdo con la cual el sentido o el significado
del concepto "instrucciones" es distinto en cada uno de los preceptos que se ocupan de ellas; es decir,
en los §§ 384 y 385 HGB, y en el § 665 BGB.
131
Vid. GRÜNHUT, "Das Recht...", cit., p. 108, quien señalaba que las instrucciones servían para mejor
conocer la intención o propósito del comitente. KOLLER, cit., p. 85.
132
LUMINOSO, cit., pp. 128 y ss.
133
De modo semejante, en el ordenamiento alemán, SCHLEGELBERGER/ HEFERMEHL, cit., t. VI, pp. 56 y
80 y s., aprecian la existencia de una diferencia entre: (i) las “instrucciones” que se refieren al
contenido del contrato de comisión; y (ii) las demás instrucciones que imparta el comitente, en el
momento de la conclusión del contrato de comisión o con posterioridad a este momento, y que son
ajenas al contenido de las declaraciones de voluntad contractuales de las partes. Es a éstas a las que
se referiría el § 384, párr. 2º HGB, que de lo contrario quedaría vacío de contenido, porque es obvio
que el comisionista debe cumplir las obligaciones y deberes que deriven del propio contrato, y
resultaría superfluo reiterarlo. Por la misma razón, el § 385 HGB no se refiere a las instrucciones o
determinaciones que forman parte de las propias declaraciones contractuales, cuyo cumplimiento es
la obligación básica del comisionista. Por otra parte, la aplicación del § 385 HGB presupone que el
comisionista haya ejecutado el encargo, celebrando un contrato por cuenta del comitente. A la misma
conclusión llega —en sustancia— GARRIDO, cit., p. 144, ya en el ordenamiento español, aunque sigue
hablando innecesariamente de "instrucciones" de dos tipos: las que contribuyen a delimitar el objeto
de la comisión, y las demás.
134
Vid. SCHMIDT-RIMPLER, cit., p. 664, quien —citando a Düringer/ Hachemburg— hace notar que el
contrato de comisión mismo es, al fin y al cabo, "una instrucción" en sentido amplio.
135
A estás dos clases de comisión añade GARCÍA-PITA, “El contrato de comisión”, cit., pp. 66-67, otras
dos: la comisión “indicativa”, que no sería sino un intermedio entre la comisión imperativa absoluta y la
meramente facultativa; y la que él llama “comisión autónoma”, en la que es el mismo comisionista
quien se puede decir que se da a sí mismo las instrucciones, bien que según anuncio público previo a
la celebración del contrato, como ocurre en algunos supuestos de representación societaria.
136
Precisamente, en el 385 HGB se aprecia el mismo precepto, pero formulado a la inversa: "Si el
comisionista no actúa según las instrucciones recibidas del comitente, estará obligado a la reparación
de los daños".
137
Recuérdese la posible subsistencia, bajo el art. 252 CdC, aun en caso de perfecta observancia de
las instrucciones, de la responsabilidad administrativa (o penal), que no es, justamente, una
responsabilidad ante el comitente.
138
Vid. § 123, en pp. 275 y ss., supra.
139
VICENT CHULIÁ, Compendio…, cit., t. II, p. …. Un ejemplo concreto de esto se puede ver en el art.
251 CdC: “El comisionista que, sin autorización expresa del comitente, concertare una operación a
precios o condiciones más onerosas que las corrientes en la plaza a la fecha en que se hizo, será
responsable al comitente del perjuicio que por ella le haya irrogado; sin que le sirva de excusa alegar
que al mismo tiempo y en iguales circunstancias hizo operaciones por su cuenta” (énfasis añadido).
siquiera podría eludir su responsabilidad alegando que actuó de buena fe, o para
salvaguardar los intereses del comitente. Ya hemos visto que ni siquiera casos así
permite el art. 248 CdC actuar contra disposición expresa del comitente, sino, como
mucho, suspender la ejecución del encargo y comunicar al comitente por el medio
más rápido posible el hecho que en opinión del comisionista hace arriesgado o
perjudicial atenerse estrictamente a las instrucciones recibidas140, a la espera de
otras nuevas. Como dicen varios autores alemanes, el comisionista no es “tutor” del
141
comitente , ni consiste su misión en protegerlo a toda costa de sus propios errores.
Subsiste la cuestión de si el art. 249 CdC, cuando prohíbe apartarse de las
instrucciones expresas del comitente “en ningún caso”, se aplica también al caso de
una comisión indicativa o facultativa. A mi modo de ver, sí, si la instrucción en
cuestión es en sí misma “expresa” en cuanto tal “instrucción”. Me explico. Toda
instrucción, aun en la comisión más indicativa, no sería verdadera “instrucción”142 si
no señalase al menos una dirección que el que imparte la instrucción desea que se
siga, y no quiere que se haga lo contrario. Es decir, toda verdadera instrucción
necesariamente tiene algo de “imperativa”143. Y viceversa, incluso la comisión más
imperativa necesariamente deja algún espacio a la discreción del instruido, que no
es una máquina, sino una persona, y aunque no fuera sino porque es imposible que
ni la más minuciosa de las instrucciones contemple absolutamente todos los
144
aspectos y posibilidades de una operación . Según esto, lo que haya de
“imperativo” (aunque sea mínimamente) en una comisión facultativa se sujeta a la
misma regla que prohíbe al comisionista apartarse de las instrucciones; y viceversa,
nunca infringe esta prohibición quien hace uso, incluso en el contexto de la más
imperativa de las comisiones, de la discrecionalidad que efectivamente le reconcen
las propias instrucciones que ha recibido: por ejemplo, si se le ha instruido vender a
un precio mínimo de X, tiene toda la autoridad para vender a X+1 o X+2 o cualquier
precio superior, margen de decisión que está implícito en la propia instrucción.
140
Un ejemplo concreto de estos posibles “accidentes imprevistos” está contemplado en el art. 263
CdC, con una autorización excepcional de ir más allá de la mera “suspensión”: “Si ocurriere en los
efectos encargados a un comisionista, alguna alteración que hiciere urgente su venta para salvar la
parte posible de su valor, y fuere tal la premura que no hubiere tiempo para dar aviso al comitente y
aguardar sus órdenes; acudirá el comisionista al juez competente, que previo informe de dos
comerciantes, autorizará la venta con las solemnidades y precauciones que estime más beneficiosas
para el comitente”.
141
MÜLLER- Erzbach, Deutsches Handelsrecht, cit., p. 168, citando a Cosack.
142
“Conjunto de reglas o advertencias para algún fin” (énfasis añadido), en la 4ª acepción (la única
que considero pertinente) del DRAE. Si son reglas, deben regular; pero donde no hay ninguna
vinculación no creo que pueda hablarse de ninguna regulación.
143
O incluso todo, porque como recalca GARCÍA-PITA, “El contrato de comisión”, cit., p. 65 (n.
III.3.1.3.2), la que se califica de “facultativa” o “indicativa” no son las “instrucciones” (que siempre son
imperativas), sino la propia comisión. En ese sentido, comisión “imperativa” es la que trae
instrucciones precisas y pormenorizadas, y “facultativa” la que contempla pocas o ninguna. Pero las
instrucciones que haya siempre serán, en sí mismas, “imperativas”.
144
De algún modo, ya he adelantado estas ideas al hablar de la pertinencia de los módulos de diligencia
también en el caso de la comisión “imperativa”.
No parece, por tanto, que quede espacio para aplicar en sede mercantil —al menos,
no en sede de mandato o comisión mercantil— lo dispuesto por el art. 1760 CC
(concretamente, en su párr. 2°):
“El que presta los servicios no puede exceder los límites del encargo.
Empero, puede apartarse de las instrucciones recibidas si llena el encargo de
una manera más ventajosa que la expresada en el contrato o cuando sea
razonable suponer que el comitente aprobaría su conducta si conociese
ciertas circunstancias que no fue posible comunicarle en tiempo oportuno”.
No cabe suplencia ni analogía con el Derecho común donde existe norma expresa y
específica, como la del art. 249 CdC, que prohíbe claramente al comisionista
mercantil actuar contra una disposición expresa del comitente145.
Muchos consideran “draconiana” esta regla, puesto que sujeta al comisionista que
se aparte de las instrucciones expresas, sin excepción, a la responsabilidad por
“todos los daños y perjuicios que por hacerlo le ocasionare” al comitente. Con el
agravante de que la imputación de la responsabilidad tendría que ser
necesariamente a título de dolo, pues supone la infracción de instrucciones
“expresas”. Dichos autores deberían advertir que basta que la gestión —inoficiosa
por definición, al apartarse de las instrucciones— no ocasione ningún daño ni
perjuicio para que tal responsabilidad tampoco proceda146. En ese sentido, al menos
parte de la excepción a que se refiere en primer lugar el párr. 2° del art. 1760 CC (“si
llena el encargo de una manera más ventajosa que la expresada en el contrato”)
está implícita en el propio art. 249 CdC. La que sí que no tiene lugar en sede
mercantil, y estoy completamente de acuerdo en que no proceda, es la segunda
posible excusa que podría alegar el prestador de servicios bajo ese mismo párrafo
(“cuando sea razonable suponer que el comitente aprobaría su conducta si
conociese ciertas circunstancias que no fue posible comunicarle en tiempo
oportuno”). Esta norma requiere un ejercicio de imaginación para determinar lo que
hipotéticamente aprobaría el comitente (obviamente, lo que aprobaría antes de
saber si la decisión le iba a resultar realmente beneficiosa o no) en casos en que el
art. 248 CdC claramente impone el deber de actuar con la diligencia normalmente
exigible al comisionista, según su propia condición. De ambas soluciones, considero
claramente superior —por más fácilmente practicable y más justa— la del CdC.
Ahora bien, como he dicho, la excepción de “cumplir el encargo de manera más
beneficiosa” está recogida implícitamente en el art. 249 CdC sólo de modo parcial.
En efecto, aunque no puede por definición haber daño directamente indemnizable
por haber cumplido el encargo “de manera más beneficiosa”, el comisionista que se
apartó de las instrucciones “expresas” del comitente ha incumplido una estricta
145
Aun así, y con criterio que considero harto discutible, la doctrina española propugna en caso
semejante (el art. 255 del CdC es. es idéntico a nuestro art. 249 CdC) la aplicación analógica del art.
1715 CC es. (equivalente de nuestro art. 1760 CC), si ello fuera en beneficio del comitente,
amparándose en que también es un deber fundamental del comisionista ”velar por el interés del
comitente”. No creo que este tipo de consideraciones pueda justificar el apartamiento de una
disposición legal expresa y clara en su sentido.
146
Así también LANGLE, Manual…, cit., t. III, p. 292, citando una STS es. de 13 de octubre de 1902.
147
Vid. § 139, en pp. 312 y ss., infra.
148
Son similares en sus efectos, en cambio, los arts. 386 y 391 HGB alemán, sobre inobservancia de
los límites de precios e inidoneidad de los bienes comprados, respectivamente. Vid. al respecto el
comentario de MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., p. 169.
149
BAUMBACH/ DUDEN/ HOPT, cit., p. 741. RIPERT/ ROBLOT, cit., t. II, pp. 594 y 595, quienes señalan que
la commission es, igual que el mandat, un contrato intuitu personae, como resulta de los arts. 2003 y
2004 CC fr. Y esto a pesar de su carácter comercial, porque se depositan muy amplios poderes en el
comisionista, quien por otra parte debe hacer con frecuencia anticipos sobre la provisión de fondos.
150
Para LANGLE, Manual…, cit., t. III, p. 293, esta idea tendería a debilitarse o, cuando menos, a ver
modificado su significado, en el sentido de que, como lo importante es la satisfacción del interés del
comitente, y no la forma en que se logra tal resultado, quizás esté justificado el criterio de los autores que
abogan por la flexibilización en la delegabilidad de la comisión. De hecho, Gonzalez de Echávarri, cit. por
LANGLE, loc. cit., se manifiesta en contra del carácter necesariamente expreso de la autorización, al
señalar que el CdC no distingue entre el consentimiento expreso o tácito del comitente, que autorice a
delegar el mandato; sin embargo admite que, en la práctica, parece difícil conciliar el carácter tácito con
el previo de la autorización. Un contraejemplo, en el que resulta casi evidente la autorización tácita y
previa para delegar el encargo, puede ser el de un Banco que recibe de un cliente el encargo de vender
unos valores cotizados en Bolsa; dado que en toda transacción sobre valores inscritos en rueda de bolsa
debe intervenir alguna sociedad agente de bolsa (arts. 117 y 123 LMV), el Banco tendrá que contar con
una de ellas, a la normalmente encargará que realice la venta.
151
Vid. no obstante la crítica, completamente justificada, que hace GARCÍA-PITA, “El contrato de
comisión”, cit., p. 85, al tenor del art. 255 CdC que en principio sólo admitiría este “auxilio” en la
realización de “operaciones subalternas”.
152
Manual…, cit., t. III, p. 293, citando SSTS es. de 6 de octubre de 1891, de 8 de mayo de 1920 y de
14 de diciembre de 1943.
153
“El contrato de comisión”, cit., p. 84, citando a Ramón López Vilas.
154
Ibid., p. 82.
155
Vid. también GUTIÉRREZ/ PRIORI, Com. al art. 157 CC, cit. (comentario a cargo de Giovanni PRIORI
POSADA).
156
Vid. a este respecto lo dicho en el § 118, en pp. 260 y ss, supra.
157
Cosa que, como refleja bien el art. 159 CC, es perfectamente regulable por el título original del
apoderamiento; esto es: el que procede del representado original a favor del representante original.
158
Cfr. GUTIÉRREZ/ PRIORI, Com. al art. 157 CC, cit.
159
Así, en GUTIÉRREZ/ PRIORI, Com. al art. 157 CC, cit.: “el negocio de sustitución comparte las
mismas características del negocio de apoderamiento”.
160
Vid. § 44, en pp. 108 y ss., supra.
161
Especialmente a la vista de lo que dispone el art. 78 CPC: “la ejecución de un acto procesal por el
representado no supone la revocación del poder, salvo declaración explícita en tal sentido”.
162
Vid. § 118, en pp. 260 y ss, supra
163
O también en nombre y por cuenta del comisionista-subcomitente (o sea, con la representación de
éste), pero nunca en nombre y por cuenta directa del comitente principal.
164
SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., t. II, p. …, citando cierta jurisprudencia española en ese
sentido.
165
Como adelanté al comienzo de este Capítulo (vid. § 113, en pp. 253 y s.) y explicaré con detalle más
adelante, suele entenderse que el contrato de comisión impone al comisionista obligaciones “de
resultado”, lo que lo pone más en la órbita del contrato de obra que de la locación de servicios, tipos,
ambos, de contrato de servicios “genéricos”.
mismo acto que el del delegante, ni el interés es común, sino únicamente del
comitente principal); otra vez, esa solidaridad se funda en el art. 1772 CC.
3) Un contrato de subcomisión (u otro título idóneo entre el comisionista original y el
tercero sustituto) con sustitución del poder, pero con facultad del comisionista-
subcomitente de revocar-reasumir el poder sustituido. Eso sí, tal revocación-
reasunción del poder debe hacerla el comisionista principal previa y
expresamente, pues el poder mercantil no puede ser revocado tácitamente166. Si
realiza directamente el acto de ejecución, sin haber revocado y reasumido
previamente el poder, entiendo que incurre en representación inoficiosa.
Respecto del tercero con quien contrate, es posible que la inoficiosidad de la
representación sea inoponible (art. 152 CC), pero eso no la hace menos
contraria al contrato de comisión, y como tal desencadena la responsabilidad del
comisionista. Lo mismo pasa con la revocación, aunque sea previa y expresa, del
poder del sustituto, mas no oportunamente comunicada a los terceros con los
que tal sustituto contrató. En este supuesto se aplica literalmente el art. 256 CdC;
a fortiori, también el art. 255 CdC. En un contexto de mera subcontratación
(“subcomisión”), el comisionista-subcomitente no podría, creo, sustituir el poder
sin reservarse la capacidad de reasumirlo, pues su propia capacidad para dar
continuidad a la comisión principal —de la cual no se libera por el mero hecho
del subcontrato— podría quedar comprometida de manera fundamental.
4) Finalmente, el caso de cesión de la comisión, que no es compatible, si la
comisión es representativa, con la delegación, sino sólo con la sustitución del
poder sin capacidad de reasumirlo. Se aplica ciertamente el art. 256 CdC, pero
sobre todo los arts. 1435-1439 CC sobre cesión de la posición contractual.
137. Defensa del interés del comitente.
La cuarta y última de las “coordenadas” en las que se ha de enmarcar el
cumplimiento del encargo por el comisionista es su deber de proteger el interés del
comitente.
Aunque el CdC no enuncia este deber de modo explícito y directo en ninguna parte,
en muchas de sus disposiciones se dejan entrever con claridad varias de sus
manifestaciones concretas:
1) El art. 251 CdC, por ejemplo, prohíbe al comisionista concertar operaciones a
precios o condiciones más onerosos que los corrientes sin autorización expresa
del comitente, sin que pueda excusarse alegando que, en las mismas
condiciones, celebró operaciones por su propia cuenta.
2) El art. 262 CdC obliga al comisionista a evitar la confusión de los efectos
remitidos por diversos comitentes, y que el comisionista tenga bajo su custodia,
si es necesario mediante la utilización de contramarcas para diferenciarlos.
3) El art. 264 CdC le prohíbe asimismo conceder préstamos y vender al fiado o a
plazos por cuenta del comitente, salvo con su autorización específica.
166
Vid. § 44, en pp. 108 y ss., supra.
4) El art. 267 CdC lo obliga a cobrar oportunamente los créditos que correspondan
a su comitente.
Hasta cierto punto, también constituyen manifestaciones concretas del deber de
defender el interés del comitente las disposiciones (principalmente, los arts. 253,
254 y 257 CdC) que regulan la obligación del comisionista de informar al comitente
de todas las circunstancias que rodean o han rodeado la ejecución del encargo,
pero debido a la relativa independencia de esa obligación me ocuparé de ella con
más detalle en apartados posteriores167.
Quizá la norma que más claramente y con alcance más general recoge este deber
es el art. 248 CdC, cuando permite al comisionista de una comisión facultativa, y
también al que no puede pedir instrucciones a su comitente, actuar según su propio
criterio, pero cuidando el negocio como propio.
Ahora bien, la fuente verdaderamente última del deber del comisionista de defender
el interés del comitente, en toda su amplitud e integridad, no es sino la propia noción
de comisión o mandato, en cuanto contrato destinado a la gestión de un interés
168
ajeno . De hecho, una lectura cuidadosa de la definición de “mandato” del art.
1790 CC deja absolutamente claro que por este contrato “el mandatario se obliga a
realizar uno o más actos (…) en interés del mandante”, interés que, por tanto, está
estrictamente obligado a perseguir y a defender.
GARRIGUES va incluso más allá, al enseñar que el deber de defender el interés del
comitente llega incluso a imponer al comisionista la necesidad de anteponer ese
interés al suyo propio169. En esa misma línea, dice MÜLLER-ERZBACH que si bien el
comisionista tiene que asumir el perjuicio que se siga de haberse apartado de las
instrucciones del comitente, si en cambio obtiene condiciones más favorables, el
beneficio va íntegro al comitente, pues actúa en su interés170.
En realidad, este corolario del deber de defender el interés del comitente estáincluso
explícitamente reconocido en nuestro ordenamiento, pero no en el CdC ni en el
CdC, sino en las normas que regulan la comisión especial bajo la cual actúan los
intermediarios del mercado de valores. Así, el art. 171 LMV dispone:
“Los agentes de intermediación están obligados a realizar sus actividades con
diligencia, lealtad e imparcialidad, otorgando siempre prioridad absoluta al
interés de su comitente” (énfasis añadido)
Y los incs. c y d del art. 177 LMV concretan esto en las prohibiciones de,
respectivamente:
“preferir la compra por cuenta propia de valores, mediando solicitud de
compra de un comitente formulada respecto del mismo valor en iguales o
mejores condiciones”
y
167
Vid. §§ 139 y 140, en pp. 312 y ss., infra.
168
Vid. los §§ 119 y (especialmente) 120, en pp. 263 y ss., supra.
169
Tratado…, cit., t. III, vol. 1, p. 471 (n. 1190).
170
Deutsches Handelsrecht, cit., p. 169.
171
Curiosamente, en el contexto de la comisión especial de los intermediarios del mercado de valores
más bien se ha de entender ordinariamente autorizada la aplicación de comisiones cruzadas. Esto,
porque la última frase del art. 171 LMV (“Si existiese conflicto de intereses entre sus comitentes, el
agente de intermediación debe mantener neutralidad”) implica que de ordinario, contra lo dispuesto en
el art. 261 CdC, los intermediarios del mercado de valores se entienden autorizados para efectuar la
aplicación de las órdenes cruzadas de dos o más de sus comitentes. Según muchos autores, en la
comisión bursátil estaría permitida incluso la propia autoentrada del comisionista.
172
El término es una adaptación, que debemos a GARRIGUES, según su propia confesión (Tratado…,
cit., t. III, vol 1, p. 504, por nota n. 71), del alemán Selbsteintritt.
173
Cfr. LEIÑENA, Elena, e IRÁKULIS, Nerea; El régimen jurídico unificado de la comisión mercantil y el
mandato en el derecho de obligaciones y contratos, Dykinson, Madrid, 2007, p. 97; en efecto, el
comisionista no actúa realmente como gestor de intereses ajenos, pues pasa a ser parte en el negocio
de realización.
entre los dos sujetos originales (el comitente y el comisionista), donde se suponía
que iba a haber tres (el comitente, el comisionista y el tercero)174.
En la aplicación de comisiones cruzadas, en cambio, el comisionista sí actúa como
verdadero gestor de intereses ajenos, pero por partida doble: opera “casando”,
vinculando o haciendo corresponder dos encargos opuestos y complementarios de
dos comitentes distintos, de modo que está tan obligado a defender el interés del otro
interviniente en el negocio de realización como el del primer comitente. Y es que,
donde en principio debería haber dos comitentes vinculados al mismo comisionista por
dos contratos de comisión, y dos terceros independientemente vinculados por sendos
contratos de realización con cada uno de los comitentes o con el único comisionista
(según haya o no representación), hay dos comitentes, un solo comisionista y dos
contratos de comisión, pero el comisionista intenta cumplir ambos simultáneamente
175
en un solo negocio de realización (el cual, una vez más, sólo es real como
negocio cuando la comisión es representativa).
Pese a todas esas diferencias entre la autoentrada y la aplicación, el art. 261 CdC
les confiere el mismo régimen, prohibiéndolas, salvo licencia del comitente. Ahora
bien, eso mismo implica otra diferencia práctica, no explícita en la norma, que es la
necesidad de obtener una sola autorización (la del único comitente), en el primer
caso, y en cambio dos autorizaciones diferentes (la de cada uno de los comitentes)
en el segundo, para remover total y perfectamente la prohibición.
Por otro lado, es necesario dilucidar si la prohibición del art. 261 CdC es extensible a
todas las comisiones o, conforme a su tenor literal, se han de restringir a las
176
comisiones de compra y de venta . Aunque algunos han intentado fundamentar
esta última postura en el principio de interpretación estricta de los preceptos
prohibitivos y en la interdicción de su extensión analógica (cfr. art. IV TP CC), lo
cierto es que la regla del art. 261 CdC esconde en realidad, bajo la apariencia de
una restricción de la libertad del comisionista, una elemental cautela en protección
del interés del comitente, que no sólo es posible generalizar a otros supuestos de
comisión, sino que por su propia naturaleza reclama ese tratamiento. De hecho, la
misma idea —bajo la denominación usual de autocontrato— está recogida con toda
su amplitud, y básicamente en la misma línea de regulación, en el art. 166 CC:
“Es anulable el acto jurídico que el representante concluya consigo mismo, en
nombre propio o como representante de otro, a menos que la ley lo permita,
que el representado lo hubiese autorizado específicamente, o que el
contenido del acto jurídico hubiera sido determinado de modo que excluya la
posibilidad de un conflicto de intereses”.
174
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, p. 504 (n. 1210). TRAVIESAS, M.; "La representación y otras
figuras afines", en (1923) RDP, p. 33. CASTRO Y BRAVO, Federido DE; "El Autocontrato en el Derecho
privado español", en (1927) RGLJ , pp. 334 y ss. OTERO LASTRES, José Manuel; "La autoentrada de
los agentes...", cit., p. 105.
175
LEIÑENA/ IRÁKULIS, El régimen…, cit., p. 97.
176
De hecho, MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., p. 171, señala que en realidad la
autoentrada autorizada bajo los arts. 400 y ss. HGB se produce, en la práctica, casi sólo en casos de
comisión de compraventa de valores mobiliarios, es decir, aquéllos en los que nuestro art. 171 LMV
implícitamente admite la aplicación (mas no la autoentrada) de comisiones cruzadas.
177
Cfr. MÜLLER-ERZBACH, Deutsches Handelsrecht, cit., p. 171.
Pese a los evidentes riesgos que comporta, parte de la doctrina178 insiste en que
tanto la autoentrada del comisionista como la aplicación de comisiones cruzadas
también pueden, en ocasiones, reportar importantes ventajas tanto al comisionista
como al propio comitente. Concretamente, suponen un notable ahorro de tiempo y
de costos, pues donde hubiera sido necesario hacer toda una serie de gestiones,
por partida doble, para encontrar contrapartes adecuadas tanto para las
pretensiones del comitente como para las del propio comisionista (o las de su
segundo comitente, en el caso de la aplicación), el problema se resuelve por sí solo
y sin apenas gasto alguno haciendo corresponder una necesidad con la otra.
En virtud de consideraciones como las que acabo de mencionar, se admiten ciertas
excepciones a las prohibiciones de autoentrada y de aplicación de comisiones
cruzadas. A través de ellas, el ordenamiento reconoce supuestos de condicionada
licitud de ambos fenómenos, tanto en el régimen mercantil especial del art. 261
CdC, como en el regulación civil del autocontrato del art. 166 CC.
El art. 261 CdC reconoce como única excepción a la prohibición de autoentrada y de
aplicación de comisiones cruzadas la “licencia del comitente”. Ya he explicado que
en el caso de la aplicación, para el proceder del comisionista sea totalmente
irreprochable, debe haber obtenido la licencia de ambos comitentes; de no ser así,
el comitente que no hubiera prestado su consentimiento podría hacer valer las
sanciones por violación de la prohibición a que en seguida me voy a referir. El
precepto no sólo no exige que la licencia sea expresa, cosa que ya ocurría con la
179
autorización para delegar el encargo o comisión , sino que, a diferencia de ella,
tampoco pide que sea previa. La primera omisión, aplicando las disposiciones
generales sobre la fromar de manifestarse la voluntad en los negocios jurídicos
privados (cfr. art. 141 CC), supone la admisibilidad de las licencias usuales
(provenientes del uso normativo mercantil), implícitas (tácita, pero positivamente
concedidas, atendiendo al conjunto de las circunstancas en las que toma sentido el
encargo), sobreentendidas (procedentes de un uso interpretativo) y presuntas
(deducidas del conjunto de las circunstancias, y en ausencia de razones suficientes
para interpretar lo contrario, como probablemente queridas por el comitente). Sobre
la cuestión temporal, en cambio, hay que reconocer que el concepto mismo de
“licencia” (que etimológicamente apunta a una condición de licitud) supone que sea
previa. Ello no obstante, el fin y propósito de la norma, que es proteger un interés
privado renunciable del comitente, sugiere poderosamente la necesidad de
equiparar interpretativamente a la licencia previa, expresamente prevista en este
artículo, la ratificación del negocio de realización celebrado en contravención a esta
prohibición, cuando el comitente la emita ex post facto180. Otras normas del
ordenamiento apuntan en el mismo sentido: así, la que en ausencia de protesta
expresa presume la aprobación por el comitente de los actos por los que el
178
Así, LANGLE, Manual…, cit., t. III, pp. 299-300, citando sobre todo a Vidari, para quien en realidad al
comitente le importa poco de quién provenga la mercancía o el precio, siempre que sea dentro de los
parámetros que establece en sus instrucciones, y además el potencial conflicto de intereses puede ser
fácilmente evitado fijando el precio a que se ha de celebrar el negocio de realización.
179
Vid. nota n. 150 de este capítulo, en p. 300, supra, y texto al que se refiere.
180
Así, LANGLE, Manual…, cit., t. III, p. 301.
comisionista se desvía de los términos del mandato (art. 254 CdC); o la que permite
la confirmación por el interesado del acto jurídico anulable (arts. 230 a 232 CC),
como lo es el celebrado en violación de la prohibición de autocontratar (art. 166 CC).
Precisamente, cabe plantear la duda de hasta qué punto sean aplicables a la
comisión mercantil las excepciones adicionales previstas (hablando estrictamente,
sólo para el autocontrato representativo) en el art. 166 CC. Éste retira su censura de
anulabilidad cuando concurra una de las siguientes circunstancias:
1) “que la ley lo permita”, excepción que por su propia naturaleza es evidente que se
aplica también a cualquier comisión mercantil;
2) “que el representado lo hubiese autorizado específicamente”, que si no es igual,
se parece mucho a la “licencia del comitente” aludida en el CdC, con el
inconveniente de que su “especificidad” es más difícil de desligar de un
argumentablemente necesario (pero igualmente ausente) carácter “expreso”; o
3) “que el contenido del acto jurídico hubiera sido determinado de modo que excluya
la posibilidad de un conflicto de intereses”.
Es evidente que la duda a que antes aludía se plantea únicamente, en la práctica,
para el último supuesto. A mi modo de ver, resulta también evidente que la
excepción sería aplicable en sus propios términos a los casos de comisión
representativa, en los que esta norma concurre —creo que sin plantear problemas
de compatibilidad— con la del CdC. Pero además, en las comisiones no
representativas, en las que como he dicho son admisibles las licencias “tácitas” y
“presuntas”, como es universal y unánimente reconocido que la necesidad de evitar
tal conflicto de intereses es el que da sentido a la prohibición, pienso que cabe
presumir esa autorización del comitente siempre que el modo de configurar el
encargo “excluya a posibilidad de un conflicto de intereses”, pues cessante ratione
legis, cessat et lex ipsa. Lo difícil será demostrar que de hecho resultaba imposible
tal conflicto.
Por último, está el tema de la sanción que ha de atraer sobre sí el comisionista que
infrinja la prohibición de autoentrada o la de aplicar las comisiones cruzadas. El art.
261 CdC guarda completo silencio sobre la cuestión.
El art. 166 CC, en cambio, sanciona claramente el autocontrato prohibido con la
anulabilidad, a pedido del representado, del negocio de realización. No cabe la
menor duda de que esa disposición es igualmente aplicable a las comisiones
mercantiles representativas, pero tampoco cabe dudar de que sólo les es aplicable a
ellas. En efecto, como he señalado más arriba, en las comisiones no
representativas, la autoentrada y la aplicación de comisiones cruzadas no
comportan en absoluto la celebración efectiva de ningún negocio de realización;
luego, ¡no hay nada que anular! Además, de manera coherente con su regulación
exclusivamente dedicada al fenómeno mismo de la representación directa, el CC
centra su atención en los efectos ad extra o inter tertios (representado y tercero),
soslayando el efecto que este evidente incumplimiento de la buena fe debe tener en
la relación interna entre representado y representante o, más en concreto, entre
comitente y comisionista.
Es menester, por lo tanto, acudir a las normas generales que regulan los efectos del
incumplimiento contractual, que eso (y no propiamente una ilegalidad, que
invalidaría el negocio de realización en virtud del art. V TP CC) es lo que ocurre
aquí. En ese contexto, en mi opinión, cabría pensar en primer lugar en una
inoponibilidad al comitente del pretendido negocio de realización celebrado con
infracción de esta prohibición; el comitente no está, por tanto, obligado a asumir sus
consecuencias ni a indemnizar al comisionista de ellas (cfr. arts. 272 y 246 CdC).
181
GARRIGUES defiende también —contra el parecer de parte importante de la
182
doctrina — que el comisionista que infringe las prohibiciones de autoentrada o de
aplicación pierde el derecho a percibir su comisión por su intervención en la
operación infractora, aun si el comitente decidiera no ejercer el derecho anterior
desvincularse del “negocio de realización” (que ya hemos visto que no es tal) y, por
el contrario, asumirlo. Su opinión me parece intachable y del todo convincente, pero
sólo en la mayoría de los casos. En concreto, pienso que habría que distinguir:
1) todos los casos de comisión no representativa;
2) las comisiones representativas en las que el comisionista pretende ejercer la
autoentrada propiamente dicha (no la aplicación de comisiones cruzadas); y
3) las comisiones representativas en las que el comisionista ejerce estricta y
únicamente la aplicación de comisiones cruzadas.
En las primeras, como he dicho, el comisionista no cumple propiamente su encargo
en absoluto, pues el negocio de realización que constituía el objeto mismo del
contrato de comisión nunca llega a celebrarse; en segundas, aunque haya
formalmente negocio de realización (en la forma de autocontrato), como también he
puesto de manifiesto, la función de intermediación de la comisión se ve enteramente
frustrada por exclusiva decisión del comisionista. Ambas taras bastan, en mi opinión,
para atraer sobre sí la sanción de pérdida de la retribución a que aludía el Maestro
GARRIGUES. En cambio, en las comisiones enumeradas en tercer y último lugar,
pienso que la decisión del comitente de asumir el negocio de realización infractor (y
de este modo confirmarlo, a efectos de la anulabilidad del autocontrato a que se
refiere el art. 166 CC) es indistinguible según la buena fe de una ratificación sin
reservas de la actuación del comisionista, y por lo tanto, equivalente a una licencia
previa.
139. El deber de información.
El comisionista mercantil se halla, asimismo, sometido a diversos deberes de
“información” en sentido amplio, tanto precontractuales (a los que ya me he
referido183) como propiamente pertenecientes al contenido obligatorio del contrato ya
celebrado, precisamente como un deber accesorio al de la ejecución del encargo
181
Tratado…, cit., t. III, vol. 1, p. 509 (n. 1212). Por cierto, la hipótesis que él contempla es más
específica que la que vengo examinando, pues trata únicamente de la comisión de compraventa.
Además, al menos explícitamente, sólo se refiere a la autoentrada y no a la aplicación.
182
El propio GARRIGUES menciona, ibid., a Schmidt-Rimpler.
183
Vid. § 126, supra.
mismo. En un sentido amplio de “informar” como “enterar, dar noticia de algo”184, las
obligaciones que al comisionista corresponden respecto de su comitente son en
realidad dos:
1) la obligación de “informar” propiamente dicha, de que me ocuparé en este
apartado; y
2) la obligación, más específica, de “rendir cuenta”, a que se dedica el apartado
siguiente.
Entre ambas hay una evidente vinculación semántica, y hasta una cierta continuidad
operativa (la información continua permite la supervisión, posibilitando también la
rendición de cuentas al final del encargo), que sin embargo no ensombrece su
también evidente distinción. Así, el deber de informar en sentido estricto es, por así
decir, permanente (tiene efecto durante toda la vida del contrato), general y más
meramente descriptivo o externo-superficial; en cambio, el deber de rendir cuentas
es definitivo (se realiza al final del encargo), tiene un carácter contable (debe estar
fundamentado en la contabilidad), y una estrecha e inmediata vinculación con el
traslado del resultado al comitente.
Por otro lado, en la doctrina se insiste también en la vinculación del deber general
de información del comisionista con:
1) el de sujetarse a las instrucciones del comitente, pues sólo si éste está
adecuadamente informado podrá impartirlas con conocimiento de causa; y
2) el de defender el interés del comitente, incluso por encima del propio del
comisionista.
Ciertamente, en efecto, la información y comunicación de los contratos concluidos y
demás “noticias que intereses al buen éxito” de la operación será indispensable para
que el comitente pueda tomar nuevas decisiones y, en su caso, impartir nuevas
185
instrucciones o proponer nuevos contratos de comisión . Esto será particularmente
necesario cuando el único empresario que interviene en el contrato sea justamente
el comitente, y por tanto la comisión sea imperativa186. De hecho, esa relación entre
el deber de información del comisionista y el derecho del comitente a impartir
instrucciones se refleja con claridad en el párr. 2º del art. 248 CdC, in fine, cuando
prevé —si “un accidente no previsto hiciere, a juicio del comisionista, arriesgada o
perjudicial la ejecución de las instrucciones recibidas”— que el comisionista “podrá
suspender el cumplimiento de la comisión, comunicando al comitente, por el medio
más rápido, las causas que hayan motivado su conducta”. Y no deja de ser también
evidente que la información es fundamental para la protección del interés del
comitente. Así, GARRIGUES pone de manifiesto la especial conexión entre la
prohibición de autoentrada y la obligación del comisionista de informar, en particular,
sobre la identidad de la contraparte en el negocio de realización, de modo que si al
184
DRAE, voz “informar”, 1ª acepción.
185
GAY DE MONTELLÁ, Código de comercio…, cit., t. III, vol. 1, p. 31. SCHLEGELBERGER/ HEFERMEHL,
Komm. § 384 HGB, cit., t. VI, 5ª ed., p. 58. En sentido parecido: CAMPOBASSO, cit., t. III, p. 78.
186
Cfr. § 123, supra.
187
Tratado…, cit., t. III, vol. 1, pp. 507-508 (n. 1210), citando especialmente a Grünhut.
188
Énfasis en el que también insiste GAY DE MONTELLÁ, Código de comercio…, cit., t. III, vol. 1, p. 31.
189
Tratado…, cit., t. III, vol. 1, pp. 468-470.
190
SCHLEGELBERGER/ HEFERMEHL, Komm. § 384 HGB, cit., t. VI, 5ª ed., p. 58.
191
DERRIDA, cit., p. 89. DE ROVIRA MOLA, cit., p. 449. SÁNCHEZ CALERO/ SÁNCHEZ-CALERO GUILARTE,
Instituciones…, cit., t. II, 25ª ed., p. 159. URÍA, cit., 29ª ed., p. 725.
192
BAUMBACH/ DUDEN/ HOPT, cit., 26ª ed., p. 742.
193
GAY DE MONTELLÁ, Código de comercio…, cit., t. III, vol. 1, p. 31.
194
SCHLEGELBERGER/ HEFERMEHL, Komm. § 384 HGB, cit., t. VI, 5ª ed., p. 58. SANCHEZ CALERO,
Instituciones...", cit., 14ª ed., p. 499. Citas referidas a la autoentrada, pero aplicables también a la
delegación.
195
SCHLEGELBERGER/ HEFERMEHL, Komm. § 384 HGB, cit., t. VI, 5ª ed., p. 58.
196
GARRIGUES, Tratado…, cit. t. III, vol. 1, p. 470 (n. 1189).
197
Vid. § 142, infra.
198
SCHLEGELBERGER/ HEFERMEHL, Komm. § 384 HGB, cit., t. VI, 5ª ed., p. 59.
199
BAUMBACH/ DUDEN/ HOPT, cit., 26ª ed., p. 742. SCHLEGELBERGER/ HEFERMEHL, Komm. § 384 HGB,
cit., t. VI, 5ª ed., p. 60.
200
GARRIGUES, Tratado…, cit. t. III, vol. 1, p. 475 (n. 1192).
201
Así lo precisó la STS es. del 27 de diciembre de 1940 cit. por GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol.
1, p. 520 (n. 1218). También LANGLE, Manual…, cit., t. III, p. 295, comenta la misma STS.
Es obvio, pues, que el art. 257 CdC es más riguroso que los correspondientes
preceptos del CC, al obligar al comisionista, incluso, a proporcionar al comitente
informaciones detalladas, debidamente documentadas, según el estándar de
202
diligencia que le corresponda. Y puesto esto en relación, como quiere LANGLE ,
con la obligación de especificar los casos de ventas a plazos (art. 265 CdC), y con la
de cobrar puntualmente los créditos del comitente so riesgo de responder de su
omisión (art. 267 CdC), se concluye que el comisionista debe precisar cuáles fueron
en concreto los gastos empleados y los ingresos obtenidos en el negocio de
realización, sin limitarse a presentar un saldo final.
Por otra parte, la obligación de rendir cuentas, a diferencia de la de información,
entra en juego y que debe ser ejecutada una vez cumplida la comisión y concluida la
actividad gestoria; de hecho, su cumplimiento puede anticiparse, si por cualquier
causa se anticipa el fin de la comisión203.
La obligación de rendir cuentas se transmite a los herederos, si el comisionista
muere antes de haberla evacuado. No es, sin embargo, un essentiale negotii, ya que
puede ser excluída por voluntad de las partes, o condonada por el comitente204.
De resultas de la cuenta justificada que rinda el comisionista, el art. 257 CdC impone
también, la obligación de restitución de los sobrantes. No por eventual (sólo nace si
la cuenta arroja un sobrante a favor del comitente) resulta esta obligación menos
real o vinculante. De hecho, el CdC sanciona al comisionista que incurra en mora
respecto de ella con la responsabilidad por daños y perjuicios, materializada en el
deber de satisfacer el interés legal. Y aunque el art. 257 CdC parece referirse
exclusivamente a sobrantes de dinero, es evidente que la obligación de restituir se
205
refiere también a créditos, efectos, mercaderías, etc. De los últimos (de los
efectos y mercaderías) diré algo más en seguida, al tratar de la eventual obligación
de custodia. Cabe señalar, sin embargo, que son de cuenta del comisionista los
“riesgos del numerario” (esto es, del dinero) que tenga en su poder a causa de la
comisión (art. 250 CdC), como corresponde a la naturaleza fungible, consumible y
no identificable de ese bien.
141. Obligación de custodia.
El CdC regula también, como un deber distinto del de ejecución del encargo, el de
custodia o conservación de las mercancías y efectos recibidos por el comisionista
con ocasión de la comisión. Así, el art. 259 CdC dispone que:
“El comisionista responderá de los efectos y mercaderías que recibiere, en los
términos y con las condiciones y calidades con que se le avisare la remesa; a
no ser que haga constar, al encargarse de ellos, las averías y deterioros que
resulten, comparando su estado con el que conste en las cartas de porte o
fletamento o en las instrucciones recibidas del comitente”.
202
Manual…, ibid.
203
CAMPOBASSO, cit., t. III, p. 788; BAUMBACH/ DUDEN/ HOPT, cit., 26ª ed., p. 743.
204
Cfr. LANGLE, ibid.
205
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, p. 475 (n. 1192).
206
Ésa es, por lo demás, la situación habitual, ordinaria, en la mayoría de los casos en que un contrato
impone a una de las partes una responsabilidad contractual objetiva. Esa imputación objetiva del
riesgo no reemplaza ni sustituye la imputación subjetiva de diligencia, sino que se añade, superpone o
acumula a ella. De resultas de ello, la responsabilidad del deudor respecto de los riesgos así
imputados es especialmente estricta, y exigible igualmente por cualquiera de entrambos títulos.
207
Vid. § 137, supra.
208
Vid. § 126, supra.
estuviera menos obligado que el que lo rechaza209. El mismo art. 259 CdC
impone al comisionista el cuidado de verificar que los efectos y mercancías sean
conformes con lo indicado en los documentos, al hacerse cargo de las remesas
procedentes del comitente, atribuyendo implícitamente al comisionista remiso en
el cumplimiento de este deber el riesgo de las averías, deterioros y otras
diversidades manifiestas (las ocultas, en cambio, se regulan en el art. 260 CdC)
con respecto a lo consignado en los documentos del transporte. De modo similar,
el párr. 3° del art. 260 CdC le impone la diligenci a de informar con prontitud al
comitente de la pérdida o menoscabo de la mercadería, aunque fuera
inimputable. El párr. 2° del art. 261 y el art. 262 CdC le imponen asimismo otros
cuidados concretos, esta vez en orden a evitar confusiones. El art. 263 CdC lo
obliga a su vez a proceder de un determinado modo para la venta de urgencia de
los efectos o mercaderías, en caso de peligro inminente de pérdida o deterioro.
Aunque literalmente referida sólo a la expedición de efectos, por último, es obvio
que la precaución de asegurar los efectos o mercaderías a que alude el art. 268
CdC es también exigible, en los mismos casos (si “tuviere orden para
asegurarlos”), al comisionista que detente los bienes en su poder.
2) La responsabilidad de asumir el riesgo objetivamente previsible, por su parte,
aun más allá del mero deber de prevención, fluye diáfanamente de la limitación
de defensas para descargarse de la responsabilidad por pérdida o menoscabo
de los efectos o mercaderías a que se contrae el párr. 2° del art. 260 CdC. En
efecto, dicho precepto señala que la responsabilidad del comisionista cesa
210
sólo “cuando la destrucción o el menoscabo sean debidos a casos fortuitos,
fuerza mayor, transcurso de tiempo o vicio propio de la cosa”. Según esto, y por
mucho que numerosos autores así lo hayan interpretado, no resultaría suficiente
para liberarse de la responsabilidad por custodia que impone esta norma, que el
comisionista probase simplemente su propia diligencia, y que por lo tanto el daño
no se produjo por su propia culpa o negligencia. Este es más bien el lenguaje del
art. 1823 CC, el cual, en el contexto del depósito, dispone que “[n]o corren a
cargo del depositario el deterioro, la pérdida o la destrucción del bien
sobrevenidos sin culpa, salvo el caso previsto por el artículo 1824”211. El
209
La responsabilidad por custodia que, como deber precontractual, compete al comisionista
profesional que rechaza la comisión comprende, por tanto, únicamente los resultados dañosos que le
sean subjetivamente imputables por culpa, de modo que él sí puede liberarse de ella demostrando
simplemente haber puesto todos los medios razonables para salvaguardar la seguridad de la
mercadería. En cambio, la responsabilidad contractual por custodia del comisionista que acepta el
encargo sólo puede descargarse por las causas de ruptura de la imputación objetiva a que alude el
párr. 2° del art. 260 CdC, y que desarrollo en el t exto.
210
Entiendo en el mismo sentido restrictivo las palabras de LANGLE, Manual…, cit., t. III, pp. 294-295.
Es explícito en esa misma interpretación, MENÉNDEZ/ SÁNCHEZ ANDRÉS, Lecciones…, cit., p. 562
(aunque el capítulo sobre “Los contratos de colaboración” está firmado por Ricardo ALONSO SOTO,
Antonio PÉREZ DE LA CRUZ y Aníbal SÁNCHEZ ANDRÉS, la sección sobre el contrato de comisión
corresponde a éste último).
211
El art. 1824 CC, a su vez, pone de cargo del depositante la responsabilidad “objetiva” sólo por unos
pocos riesgos concretos, asociados a su vez a unos vicios “aparentes” de los que, más que
probablemente por negligencia, el propio depositario hizo caso omiso (a grandes rasgos, los mismos a
los que alude el art. 259 CdC). La misma línea subjetiva seguía también (aunque la redacción pudiera
contraste entre una y otra fórmulas no puede ser más palmario. Hay que
reconocer, entonces, que el régimen de responsabilidad del comisionista es
incluso más estricto que el del depositario de derecho común.
Podría preguntarse qué sentido tiene hablar de responsabilidad subjetiva por culpa
cuando es aplicable la responsabilidad objetiva por riesgo. Normalmente, en efecto,
todo aquello que se puede imputar subjetivamente por culpa está dentro y abarcado
212
por lo que se imputa objetivamente por riesgo, junto con algunas cosas más . En
otras palabras, el ámbito de lo subjetivamente imputado suele ser un subconjunto
dentro del ámbito de lo objetivamente imputado, de modo que todo aquello de lo que
uno es culpable necesariamente está incluido en aquello de lo que uno responde
por riesgo, pero no a la inversa. Pues bien, la respuesta a esta cuestión tiene al
menos dos extremos:
1) En relación con otros aspectos contractuales, distintos del de la responsabilidad
por el daño derivado del incumplimiento (único al que se aplica la imputación
objetiva del riesgo que hace esta norma), es importante que la custodia de los
efectos constituya para el comisionista no sólo un riesgo sino también un
verdadero deber porque sólo en ese caso la eventual determinación de que el
comisionista lo ha omitido o incumplido, háyase o no derivado de esa omisión un
daño, podría el comitente recurrir a remedios contractuales tales como la
resolución del contrato por causa imputable al comisionista (y, por tanto, a su
costa), o también la ejecución forzosa de las precauciones omitidas.
2) Pero la acumulación de títulos de imputación sigue cumpliendo un importante
papel también respecto de la propia responsabilidad civil por los daños derivados
del incumplimiento. Para comprenderlo basta advertir que la imputación objetiva
del riesgo es más bien abstracta, por “tipos” o “clases” de daños potenciales
previsibles, y no se modifica (precisamente porque no implica “deber” alguno) por
las circunstancias concretas o sucesos sobrevinientes a la instauración de la
relación jurídica; en cambio, la imputación objetiva del deber de cuidado, cuya
inobservancia da lugar precisamente a la imputación subjetiva de la culpa, es
más concreta, y se concretiza y modula dinámicamente según el momento, el
lugar y las personas concretas involucradas en el curso causal generador del
daño. Esto puede eventualmente dar lugar a situaciones en las que sea
imputable una “culpa” sin que quepa imputar el riesgo abstracto, pese a que por
regla general el riesgo abstracto comprende todos los casos de culpa y algunos
más. Supóngase, por ejemplo, la progresión paulatina en el espacio, desde una
cierta distancia, de un evento o curso causal dañoso, como podrían ser un
ataque bélico, una tormenta tropical, un tsunami, etc. Tratándose de un evento
en principio “extraordinario e irresistible”, se subsumiría en la defensa de “caso
fortuito o fuerza mayor” a que se refiere el párr. 2° del art. 260 CdC (cfr. también
el art. 1315 CC); ello bastaría para excluir la responsabilidad objetiva por riesgo
que impone dicha norma. Pero si el suceso da, en su desarrollo progresivo, un
suscitar alguna duda) el régimen de responsabilidad ex recepto organizado para el transporte terrestre
por los ant. arts. 356 y 357 CdC.
212
Me he ocupado de esto con un cierto detalle en La cláusula de hardship en la contratación
mercantil, tesis doctoral, Universidad de La Coruña, 2007, pp. 446-472, lamentablemente aún inédita.
margen de maniobra para tomar medidas preventivas, una vez que ha surgido y
ha empezado a amenazar “previsiblemente” los bienes que el comisionista
custodia por cuenta del comitente, precisamente porque el primero tiene un
deber de cuidado (y no sólo la responsabilidad de asumir riesgo), sería imputable
como culpa del comisionista que no las tomara en absoluto. Hay casos,
entonces, en que posiblemente el comisionista podría excusarse del mero riesgo
de la custodia en cuanto tal, pero aun así carga con el deber de tomar las
precauciones razonables que le permitan las circunstancias, precisamente
porque debe defender el interés de su comitente.
El art. 260 CdC prevé el cese o la ruptura la imputación objetiva al comisionista del
riesgo de pérdida o menoscabo, concretamente, cuando el daño se deba a:
1) casos fortuitos,
2) fuerza mayor,
3) transcurso de tiempo o
4) vicio propio de la cosa.
Pese a su intención implícita, que como he dicho es la de ser exhaustiva, es
evidente que esta lista es incompleta. Esto se hace patente, por lo pronto, porque,
aparte de los dos supuestos enumerados en último lugar, es obvio que también
debe admitirse que la imputación objetiva de los daños al comisionista se rompe en
todos los demás casos en que el daño realice un riesgo en realidad imputable a
213
propio comitente o que sea de su competencia . Naturalmente, también se ha de
admitir que el comisionista se excuse probando el “hecho determinante de un
tercero”, supuesto que, no obstante, siempre es más fácil de englobar en la idea e
“caso fortuito o fuerza mayor”. La pretensión de exhaustividad del legislador, por
tanto, se ha de interpretar más bien como un mandato de admisibilidad restringida
(restringida al plano de la ruptura del criterio de adecuación) de las posibles
defensas contra la responsabilidad objetiva que impone al comisionista por la
custodia de los efectos.
Otra posible excusa del comisionista que ha de tenerse por evidentemente eficaz, si
se prueba adecuadamente, es que el daño se hubiera producido de todos modos,
aunque no se hubiera incumplido el deber o no se hubiera corrido el riesgo
contractual (cfr. art. 1336 CC, in fine). Se trata en este caso de la ruptura del nexo
causal propiamente dicho (que el comisionista se haya hecho cargo de los bienes no
causó el daño en absoluto), y no sólo de la imputación, que es lo que en realidad
ocurre en los casos anteriores.
El párr. 3° del art. 260 CdC añade, a su vez, que:
213
Esta formulación objetiva de la causal de ruptura de la imputación (“que el daño realice un riesgo
en realidad imputable a propio comitente o que sea de su competencia”) me parece preferible a la
“negligencia de la propia víctima” que utiliza el art. 1972 CC, a propósito de la responsabilidad civil
extracontractual, donde pese a tratarse de una causal de ruptura de la imputación objetiva se usa una
fraseología “subjetiva”.
“En estos casos, el comisionista está obligado a hacer constar en forma legal,
la pérdida o menoscabo de las mercaderías o efectos y la causa de que
deriven una u otra; y dar al comitente el aviso respectivo dentro de las
veinticuatro horas, o por el correo inmediato”.
Se trata de un conjunto de exigencias formales de documentación (“hacer constar en
forma legal”) e información (“dar al comitente el aviso respectivo”) que la ley impone al
comisionista que quiera oponer alguna de las causas explícita o implícitamente
admitidas por el párrafo anterior para excusar su responsabilidad por la custodia. Más
allá de su la referencia literal a la “obligación” de documentación e información del
comisionista refleja o no la verdadera naturaleza jurídica de estas exigencias formales,
la verdadera cuestión a discutir es, en mi opinión, qué consecuencias tiene o puede
tener su omisión o inobservancia. ¿Bastará para excluir el derecho del comisionista de
eximirse de su responsabilidad el hecho de no haber hecho “constar en forma legal”
(expresión cuyo significado es ya de por sí problemático) o dado al comitente el “aviso
respectivo”, pese a poder demostrar a plena satisfacción una de las causales de
ruptura de la imputación mencionadas en el párr. anterior? Opino que no. La razón
decisiva es el propio lenguaje del párr. 2° del art . 260 CdC, que explícitamente
dispone, de manera concluyente, que “cesará esta responsabilidad” por la sola
verificación, de hecho, de cualquiera de las causales de ruptura de de la imputación
objetiva. La inobservancia de las exigencias formales de documentación e
información, en todo caso, pueden a su vez imponerle el traslado de los costos o
daños que, de ser ese el caso, le cause al comitente su omisión.
214
GARRIGUES
215
Ibid.
216
Vid. § 13, supra.
217
Vid. § 139, supra.
218
Vid. § 140, supra.
El art. 272 CdC precisa un aspecto adicional de la obligación de abonar intereses, que
entiendo que también rige en el mandato civil por efecto de otras normas (cfr. art.
1236 CC):
3) el dies ad quem o momento hasta el cual se deben calcular los intereses es
aquél de “su total reintegro”, esto es, del pago efectivo del reembolso.
Así pues, los intereses se deben casi con seguridad desde antes de la exigibilidad de
la obligación (y entonces tendrán la calidad de intereses compensatorios) y también
pueden seguirse devengando más allá de ese momento (y entonces tendrán la
calidad de intereses moratorios), según el comitente cumpla o no en la oportunidad
señalada por la norma. La tasa de interés aplicable, por tanto, puede variar entre uno
y otro tramo, según se haya pactado o no una tasa de interés moratoria diferenciada.
Como los intereses empiezan a correr a partir del gasto o desembolso mismo como
hecho objetivo externo, mientras que la exigibilidad del reembolso (y tras ella, si el
comitente no paga oportunamente, el inicio de la mora) se da recién cuando se
comunique al comitente la deuda de reembolso “mediante cuenta justificada”, podría
ocurrir que un comisionista no comunique al comitente (o lo haga sin la justificación
requerida) la cuenta de reembolso en su momento, y pretenda cobrarla mucho tiempo
después (pero antes de que su crédito prescriba). Cabría plantear entonces la
cuestión de si el comitente estaría siempre obligado, como dice el art. 272 CdC, a
pagar los intereses que correspondan a todo el tiempo transcurrido desde el día en
que nació la obligación (por efectuarse el desembolso) y el día en que efectivamente
termine pagando. En mi opinión, la duda debe resolverse negativamente. La
justificación parte de considerar que tal comisionista estaría, él mismo, en mora de su
propia obligación de informar; sobre todo, a tenor de lo dispuesto en el art. 1338 CC,
estaría en mora del acreedor respecto de la cuenta de reembolso, pues no habría
practicado los actos necesarios para que el deudor pueda ejecutar su prestación. Y
dado que por ese motivo debe asumir los daños y perjuicios que su retraso ocasione
al deudor (art. 1339 CC), parece una buena regla de equivalencia (salvo prueba en
contrario de cualquiera de las partes) compensar esos daños con la pérdida o
suspensión del interés compensatorio debido por el comitente por todo el tiempo que
219
haya durado la mora . En otras palabras:
1) el comitente deberá los intereses (compensatorios) correspondientes al primer
tramo de tiempo, comprendido entre el desembolso del gasto y el tiempo en que
razonablemente debió serle comunicado por el comisionista;
2) a partir de ese momento, el comisionista se hallaría en mora (del acreedor), y
hasta el día en que éste subsane esa situación con la notificación faltante, la
deuda intereses simplemente se suspende o “deja de correr”, y, si es aplicable el
219
Coincide, en cuanto al resultado, una opinión de Moisset de Espanés citada por GUTIÉRREZ/
OSTERLING/ CASTILLO, Com. al art. 1339 CC, cit. (com. a cargo de Felipe OSTERLING PARODI y Mario
CASTILLO FREYRE). Los propios autores disienten poco más adelante de esa posición, poniéndose sólo
en el caso de que la deuda sea líquida y su exigibilidad conocida por el deudor, supuesto en el que es
fácil acudir al expediente de la consignación. Como es obvio, eso no ocurre en el caso que nos ocupa,
en el cual justamente la solución más apropiada sería la suspensión de los intereses.
220
SÁNCHEZ CALERO
221
Esta conclusión es prácticamente unánime en la doctrina mercantilista sobre el contrato de comisión,
que casi nunca la menciona entre las obligaciones del comitente (cfr. ROVIRA MOLA, GARRIGUES, URIA,
SANCHEZ CALERO). La única aparente excepción (que me conste) es VICENT CHULIÁ, para quien, así
como las obligaciones del comisionista corresponden a derechos correlativos del comitente, así también
las obligaciones del comitente corresponden a derechos del comisionista, entre los que incluye la
provisión de fondos, para hacer posible el cumplimiento de la comisión. Sin embargo, el propio VICENT
CHULIÁ termina reconociendo que no se trata de una verdadera obligación, sino de algo parecido (dice) a
una simple carga u onus.
222
La excepción a este derecho de preferencia originalmente prevista en el inc. 2 del art. 270 CdC hacía
referencia al más vigoroso privilegio del porteador, que en el régimen del contrato de transporte derogado
por la LTV constituía incluso una verdadera prenda legal.
223
SÁNCHEZ CALERO
224
GARRIGUES… La aseveración se justifica por las propias palabras del precepto, cuando habla de los
"efectos recibidos en consignación".
dicho, sino que más bien se trataría de una inexigibilidad de la obligación del
comisionista de transferir al comitente los bienes adquiridos en ejecución del encargo
(art. 1811 CC).
Lo que nunca podría ocurrir —insiste GARRIGUES— es que el privilegio recayese sobre
el precio de las cosas compradas en ejecución de una comisión de compra o, en
general —agrego yo—, custodiadas por el comisionista por cualquier motivo
relacionado con la comisión, pero sin encargo de venderlas. Para que ello fuera
posible, el comisionista tendría que poder venderlas (o revenderlas) a terceros, lo cual
—salvo casos excepcionales, y que nada tienen que ver con el privilegio del
comisionista sino más bien con la defensa del interés del comitente, como la venta de
urgencia prevista en el art. 263 CdC— más bien le está prohibido. El “privilegio del
comisionista”, en efecto, es sólo eso, un privilegio, y no un derecho real de garantía o
prenda legal; al comisionista no le corresponde, por tanto, el ius distrahendi propio de
tales figuras225.
Se sobreentiende que, de ser el caso, el comisionista también estaría autorizado a
deducir, por vía de compensación, de la cantidad que ha de entregar al comitente
por los géneros vendidos o por cualesquiera otras causas que le hagan exigible la
restitución de sobrantes (párr. 1° del art. 257 CdC, in fine), el importe de las
cantidades que se le adeuden. Tal implicación está contenida en la noción misma de
“sobrantes” y en la forma de operar la “preferencia” que acabo de mencionar.
145. Obligación de pagar el premio o comisión.
226
El art. 1791 CC dice que “el mandato se presume oneroso”. De modo semejante ,
el art. 271 CdC dispone:
“El comitente estará obligado a abonar al comisionista el premio de comisión,
salvo pacto en contrario.
Faltando pacto expresivo de la cuota, se fijará ésta con arreglo al uso y
práctica mercantil de la plaza donde se cumpliere la comisión”.
Esta norma plantea la necesidad de examinar las siguientes cuestiones acerca del
“premio de comisión” a que se refiere:
1) el carácter natural de la contraprestación y sus consecuencias;
225
No obstante, hay autores que opinan que sí se trataría de una verdadera prenda legal, deduciendo su
presencia de la mención que el art. 270 CdC hace a que los efectos “se entenderán especialmente
obligados al pago de los derechos de comisión” y de la referencia de su inc. 2 al “producto de los mismos
géneros”. Esto último, en tanto y en cuanto no admiten que la mención quede supeditada bien a la
regular ejecución de una comisión de venta, bien a una venta judicial precedida del correspondiente
embargo, como creo que es la interpretación correcta.
226
En España ocurre lo contrario, pues comisión y mandato se rigen por reglas distintas. El art. 1711 CC
es. establece que "a falta de pacto, el mandato se supone gratuito". Sólo para un caso específico añade
el CC es. lo siguiente: "Si el mandatario tiene por ocupación el desempeño de servicios de la especie a
que se refiera el mandato, se presume la obligación de retribuirlo". Adopta así también, aunque de modo
parcial, una óptica "profesionalista", subjetiva y empresarial, más propia quizás de lo mercantil, aunque el
CC es. solo atiende a esa "profesionalidad" si los servicios son los que suele prestar el mandatario. En
cambio, nuestro art. 1791 CC establece en todos los casos que "el mandato se presume oneroso”.
227
Así, BAUMBACH/ DUDEN/ HOPT, cit., 26ª ed., p. 755, en relación con el art. 396 HGB.
El criterio señalado para la comisión mercantil difiere de ese triple escalón previsto
por el CC. El art. 271 CdC habla sólo de fijar la retribución “con arreglo al uso y
práctica mercantil de la plaza donde se cumpliere la comisión”. No aparecen para
nada ni las tarifas del oficio o profesión del comisionista, ni el equitativo arbitrio del
juez. Lo primero es de dudosa constitucionalidad o al menos vigencia (en virtud del
Derecho antitrust). Lo último supone que incluso “los usos” pueden faltar, mientras
que la necesaria autosuficiencia de lo dispuesto en el art. 271 CdC apunta a que el
“uso y práctica mercantil” es un referente infalible, o casi, que excusa del todo la
necesidad de determinar la prestación mediante el recurso a la estimación equitativa
del juez. Lo cual significa que, pese a las apariencias, el criterio de los usos recogido
en el segundo “escalón” del art. 1791 CC en realidad difiere de y no coincide con el
“uso y práctica mercantil” del CdC. La clave de la diferencia estaría, precisamente,
en la mención de la “práctica mercantil”, que a diferencia del “uso” o costumbre
jurídica es impensable que falte en cualquier mercado mínimamente desarrollado.
Así, “usos” haría referencia a una práctica consolidada y con un mínimo de opinio
iuris sive necessitatis; como mínimo, a un uso presuntivo o interpretativo. “Práctica
mercantil”, en cambio, sería el simple promedio efectivo de lo que cobran por el
servicio quienes habitualmente se dedican a él en “la plaza donde se cumpliere la
comisión”; el equivalente, pues, de un “precio de bolsa o mercado” (cfr. arts. 1545 y
1547 CC, sobre el precio de la compraventa)228. Así pues, el art. 271 CdC tendría en
realidad un doble “escalón” para la determinación del monto de las retribuciones no
expresamente pactadas:
1) el monto consuetudinario de la comisión encargada, sea por uso normativo,
presuntivo o interpretativo; y
2) el monto promedio de las operaciones de ese mismo tipo que resulte de la
“práctica mercantil”, en los términos explicados.
Por regla general, el importe de la retribución —a la que en este caso se denomina
también, como a todo el contrato, “comisión”— se fija en forma de porcentaje sobre
el importe de la operación encomendada. Mas el premio puede ser determinado de
formas muy diversas. Por ejemplo, los ahora desaparecidos agentes de cambio y
bolsa cobraban “por arancel” (listas oficiales de precios), y existen muchas otras
modalidades de retribución: por porcentajes del valor económico de la operación
llevada a cabo, por diferencias al alza o a la baja respecto de los precios máximo de
compra y de mínimo venta, etc. Incluso cabría pactar una retribución fija o a tanto
alzado, aunque esa modalidad, como en otros contratos de gestión de negocios,
tiende a socavar un tanto el carácter “de resultados” que naturalmente corresponde
a este contrato. Lo cual conecta con el problema del devengo de la comisión, y la
distribución de riesgos implícita en la forma de resolverlo.
¿Cuál es, pues, el momento, a partir del cual el comisionista adquiere normalmente
el derecho a percibir la comisión? A diferencia de Alemania, donde el art. 396 HGB
228
En ningún caso, en cambio, cabría interpretar los “usos”, tanto los mencionados en el art. 1791 CC
como los del art. 271 CdC, como “el precio normalmente establecido por el vendedor” mencionado en
el párr. 1° del art. 1547 CC, in fine. Es evidente que, en ambos casos, la ley quiere usar un referente
objetivo para determinar la retribución del mandatario o comisionista.
incumplimiento, con todo lo que ello trae consigo. Para determinar la cuestión más
allá de este punto, sin embargo, es necesario un examen más detenido de la
literatura y de los distintos supuestos de comisión.
229
La mayoría de los autores y la jurisprudencia opinan que para que nazca la
obligación de retribuir al comisionista se requiere la ejecución del contrato, sin que
baste su mera celebración, salvo que la inejecución se deba a la culpa del
comitente. Quienes así piensan apoyan su argumento en el art. 267 CdC (idéntico al
art. 273 CdC es.), que hace al comisionista responsable por omitir o retrasar el
cobro de los créditos derivados del negocio de realización. Si todo eso, piensan,
está incluido en la obligación del comisionista, es lógico que también su retribución
dependa de su adecuado cumplimiento. Además, normalmente el contrato de
comisión no sólo obliga al comisionista a concluir el contrato con el tercero y a recibir
sus prestaciones, sino también a transmitir su producto al comitente, lo cual
apuntaría en la misma dirección, y por el mismo motivo. Se dice también que, siendo
la comisión onerosa y sinalagmática, es natural que la satisfacción de los intereses
recíprocos esté recíprocamente intercondicionada, y así, sólo cuando el comisionista
procure al comitente el resultado que satisface su interés (que es no sólo la
celebración del negocio de realización, sino su cumplimiento) se hará exigible la
prestación que satisface el del propio comisionista. Al respecto, SÁNCHEZ CALERO
comenta:
“En la práctica usualmente cuando el contrato de comisión es de duración, de
forma que el comisionista realiza operaciones sucesivas en el tiempo, la
comisión se devenga no ya cuando el contrato de realización se ha
perfeccionado, sino cuando se ha ejecutado correctamente, esta práctica
usual se formula frecuentemente por medio de la llamada «cláusula salvo
buen fin» (…). Pero no nos parece que esta sea la práctica usual en otras
modalidades de contratos de comisión, en especial cuando se confía la
conclusión de un determinado negocio, pues en tal caso el derecho del
comisionista se devenga, salvo pacto en contrario, cuando se perfecciona tal
contrato sin depender la remuneración del comisionista de su ejecución”.
Así pues, SÁNCHEZ CALERO opina que, a menos que se incluya la cláusula salvo buen
fin, para que nazca el derecho al cobro de la comisión generalmente debe bastar que
se celebre o perfeccione el contrato, sin que sea necesaria su ejecución. En todo
caso, parciera acepta también que determinadas modalidades del contrato de
comisión (“de duración, de forma que el comisionista realiza operaciones sucesivas
en el tiempo”), los efectos de la cláusua salvo buen fin se produzcan naturalmente.
Todavía más lejos de la configuración del contrato según la opinión dominante,
parece que en Francia —o eso dice VICENT CHULIÁ230— cabe la posibilidad de que el
comisionista tenga derecho a percibir un premio parcial por los servicios realizados,
229
En ambos casos, me refiero a España, a falta de suficientes pronunciamientos en nuestro país.
Concretamente, lo afirman como regla general GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, pp. 479-480 (n.
1195), aunque admitiendo variaciones según los casos; JIMÉNEZ/ ANGULO, Derecho Mercantil…, cit.,
vol. 2, p. 251 (aunque transmitiendo la posición de la jurisprudencia, más que la suya propia, que
parece apuntar a la mera celebración); MENÉNDEZ/ SÁNCHEZ ANDRÉS, Lecciones…, cit., p. 564.
230
Pero también lo menciona GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, p. 479 (n. 1195).
231
De todos modos, el art. 396 HGB alemán también prevé que la costumbre local haga exigible el
premio, o parte de él (“sofern eine solche [Provision] ortsgebräuchlich ist”), por prestación de simples
servicios, incluso con anterioridad a la conclusión del negocio de realización de la comisión (no
digamos a su cumplimiento). Según BAUMBACH/ DUDEN/ HOPT (ibid.), de todos modos, la plena
comisión es obtenida por el comisionista cuando el contrato de realización es cumplido por el tercero
contratante.
232
BROSETA/ MARTÍNEZ, Manual…, cit., vol. II, p. 109, en nota n. 3.
cláusula salvo buen fin, aunque no deba asumir la responsabilidad por el mismo
caso, sí debe asumir el riesgo de sus esfuerzos queden impagos. La cuestión en el
fondo se reduce a saber cuándo este efecto propio de la cláusula salvo buen fin ha
de considerarse sobreentendido, aunque no hubiera sido expresamente pactado. Y
en mi opinión la línea divisoria no debe trazarse tanto (como quiere SÁNCHEZ
CALERO) sobre la “duración” prevista en el contrato para las gestiones del
comisionista, ni (como pretende BROSETA) sobre la presencia o ausencia de poder
de “representación”, sino sobre el número y la extensión de las “gestiones” que
expresa o implícitamente competen al comisionista bajo el contrato, en relación con
las operaciones encomendadas. En otras palabras, de la extensión del encargo que
se le encomienda.
146. La comisión de garantía.
El art. 266 CdC dispone:
“Si el comisionista percibiere sobre una venta, además de la comisión
ordinaria, otra llamada de garantía, correrán de su cuenta los riesgos de la
cobranza; quedando obligado a satisfacer al comitente el producto de la venta
en los mismos plazos pactados por el comprador”.
En virtud de la comisión de garantía o pacto delcrédere, el comisionista asume ante
el comitente una responsabilidad igual a la que tiene el tercero contratante en el
negocio de realización, de modo que si éste no cumple lo que le corresponde, el
comitente puede exigir al comisionista el cumplimiento sustitutorio.
Esto conecta con lo que veníamos discutiendo acerca de si la comisión es un
contrato de medios o de resultados. Obviamente, el “efecto” del que se trata aquí es
más bien el de la garantía o responsabilidad, y el “resultado” aludido es
concretamente el cumplimiento íntegro, por el tercero contratante, de las
prestaciones que le corresponden bajo el negocio de realización. Normalmente, el
comisionista solamente responde del cumplimiento de su encargo (celebrar y, en su
caso, celebrar y ejecutar contratos por cuenta del comitente), con la diligencia que le
sea exigible, y observando las instruciones del comitente. Más allá de eso no
asume, en principio, responsabilidad alguna, como resulta del art. 247 CdC. En
consecuencia, cabe afirmar que normalmente el comisionista no garantiza (en el
sentido de asumir la responsabilidad) el buen fin de la comisión, aunque se suela
decir (en otro sentido, como he explicado en el apartado anterior) que es un contrato
“de resultado” (en cuanto sí que asume el riesgo de su retribución). Dicho de otro
modo: si el negocio de realización de la comisión no se consuma a satisfacción del
comitente, por ejemplo, porque el tercero con quien se contrató no cumple sus
obligaciones, el comisionista no podrá reclamar el pago del premio de la comisión,
pero tampoco incurrirá en responsabilidad, ni estará obligado a proporcionar al
comitente el resultado apetecido. Mas, a veces, sea por ministerio de la ley (como
en el caso de los comisionistas de transportes bajo el ant. art. 374 CdC) o de los
usos, o bien en virtud de pacto, expreso o tácito (que es precisamente lo que ocurre
en la “comisión de garantía”), el comisionista asume el compromiso de dar ejecución
al propio negocio de realización de la comisión, cuando el tercero lo incumpla. Se
establece así una responsabilidad personal del comisionista con relación al
cumplimiento por parte del tercero de su obligación.
La garantía puede darse en todo tipo de comisión o encargo, aunque el art. art. 266
CdC pareciera contemplarla sólo para la comisión de venta. Tiene que ver con los
riesgos de la cobranza, que se dan en todo tipo de comisiones, aunque sean más
evidentes en una comisión de venta. La conducta del tercero en relación con las
obligaciones que ha asumido en el negocio de realización implica un riesgo para el
comitente, riesgo que la comisión de garantía trata de eliminar.
Se ha discutido mucho sobre la naturaleza jurídica de la “garantía” a que alude el
nomen iuris de la institución. Hay quienes opinan que supone pactar un seguro,
solución nada convincente. En efecto, mientras en el seguro es esencial el pago de
la prima, en la comisión de garantía, como veremos en seguida, es perfectamente
posible que falte el “sobreprecio”; además, la comisión de garantía carece del
sentido indemnizatorio propio del seguro, al no ser preciso que el comitente
demuestre el daño. Pero más decisivo que todo eso es que en la comisión de
garantía falta del todo un elemento absolutamente esencial y definitorio del
verdadero seguro: la idea de “mutualidad” consustancial al seguro, el cual introduce
al asegurado en una comunidad de sujetos sometidos al mismo riesgo asegurable, y
que precisamente a través de él se otorgan recíprocamente la cobertura de los
233
eventuales siniestros . Otros consideran que se trata de una fianza o un pacto
análogo a ella, pues comparte su “causa fideiusoria” o “de garanntía”. El problema
con esta teoría es que, cuando el comisionista actúa en nombre propio, y por tanto
el comitente no adquiere derecho alguno directo contra el tercero, falta el elemento,
esencial a la fianza, de la obligación ajena garantizada (cfr. art. 1868 CC). Esto, sin
embargo, no ha disuadido, entre otros, a LANGLE RUBIO, quien despacha el
argumento como excesivamente formalista. Para otros, la posición del comisionista
de garantía se asemeja más bien a la de un avalista cambiario, posición que parece
en esencia vulnerable a las mismas críticas que la teoría de la fianza. En la misma
línea habría que colocar la teoría del Prof. OTERO LASTRES, para quien se trata de
una figura de garantía, pero sui generis, que se distingue de la fianza porque, a
diferencia de ella (y a semejanza del aval), el comisionista puede obligarse ante el
comitente en condiciones más gravosas que el propio deudor principal. En mi
opinión, aunque el pacto funciona exactamente del mismo modo en ambos casos, la
explicación dogmática del mecanismo difiere drásticamente según se trate de:
1) Una comisión sin representación, donde el tercero contratante no tiene con el
comitente relación alguna, ni de crédito ni de deuda, sino sólo con el
comisionista, y es éste quien asume todas las obligaciones y derechos existentes
de cara al comitente; puesto que no hay ante el comitente (que es el titular de los
derechos que confiere la comisión de garantía) deuda ajena alguna, no podemos
hablar de “garantía” sino en un sentido impropio y amplísimo; lo que realmente
ocurre es que el comisionista, de resultas de la celebración del contrato con el
tercero, asume una obligación inmediata e incondicional de transmitir al
comitente el resultado “previsto” de la íntegra ejecución del negocio de
realización, donde naturalmente hubiera surgido sólo una obligación
condicionada a que el tercero cumpla sus propias obligaciones. Si se quiere, es
una configuración del contrato como “de resultados” hasta el máximo extremo de
233
Vid. § 227, infra.
lo admisible, o sea, una peculiar distribución de los riesgos del contrato, que
resulta particularmente rigurosa con el comisionista.
2) Una comisión representativa, donde las deudas del tercero se entablan
directamente con el comitente. En este caso el comisionista sí garantiza con
garantía personal en sentido propio una deuda ajena: la que el tercero tiene con
el comitente en virtud del negocio de realización. Se trata de una garantía
semejante a la fianza, a cuyo régimen se puede acudir por analogía, pero
entiendo que distinta de ella. Aunque él habla indistintamente de la comisión en
nombre propio y ajeno, puede asumirse para este segundo caso la teoría de
OTERO LASTRES.
La “garantía”, dice MONTOYA, debe ser pactada, pues por regla general el
comisionista no responde ante el comitente del cumplimiento por el tercero de las
obligaciones asumidas por éste como resultado de la comisión; el comisionista obra
por cuenta de su comitente, quien en consecuencia aprovechará el beneficio, pero
soportará también la pérdida del negocio encomendado. Debe entenderse que la
garantía está pactada si, como prevé el art. 266 CdC, el comisionista recibió,
además de la comisión ordinaria, otra “de garantía”. Lo cual no significa que sea un
requisito de validez o eficacia de la cláusula de garantía que el comitente se obligue
a pagar un extra. Así, dice SÁNCHEZ CALERO, es normal que el comisionista “de
garantía” tenga derecho a una remuneración más elevada, pero no necesariamente,
ni cuando así sea debe traducirse en una remuneración “adicional”.
234
SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., t. II, p. 152.
235
Vid. § 124, en pp. 276 y ss., supra.
236
Cfr. SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., t. II, p. 152, citando las SSTS del 11 de octubre de 1986,
[1986] RJ 5780, y del 7 de junio de 1991, [1991] RJ 4426. En el mismo sentido, ANGULO, “El contrato
de comisión”, cit., p. 255.
237
En España, la Ley 21/1995, del 6 de julio, considera que las agencias de viaje pueden actuar como
“organizador”, o bien como “detallista” (esto es, actuando en este segundo caso por cuenta del
organizador) con relación a los llamados “viajes combinados”, en los que se ofrece al usuario la
realización del transporte unido al alojamiento y otros servicios turísticos (SÁNCHEZ CALERO).
238
Vid. §§ 158 y ss., en pp. 356 y ss., infra.
llamado contrato de mediación o corretaje239, que tiene en común con los otros
contratos de este grupo la finalidad de hacer posible la celebración de contratos
entre personas distintas del propio gestor.
Ahora bien, lo característico del corretaje, que lo distingue decisivamente de la
comisión o mandato, consiste en que el mediador o corredor sólo se ocupa de
aproximar entre sí a quienes desean contratar, permaneciendo ajeno a la operación
240
de aplicación . La ajenidad del corredor o mediador respecto de la operación
futura es tal, que no solamente no interviene en ella como portador de un interés
propio, sino que ni siquiera participa en su celebración como portador de un interés
ajeno, a cuyo titular represente: el corredor o mediador no tiene en dicha celebración
241
más interés que el de percibir el premio o comisión por su corretaje .
El origen del corretaje mercantil aparece ligado a la evolución de los agentes
mediadores, intermediarios cuya naturaleza y régimen jurídico oscilaron en el tiempo
entre la condición de comerciantes y la de funcionarios públicos. Esta circunstancia
determina que, pese a la existencia de otros antecedentes remotos de la figura, su
origen próximo deba situarse en una época relativamente reciente. Esos agentes
mediadores surgieron primero como profesionales libres, para luego convertirse en
funcionarios públicos y, finalmente, volver a una situación de apertura, liberalización
y privatización, en la que se admite la posibilidad de mediadores o corredores libres,
actuando en el ámbito de un mercado libre de la mediación242.
Los orígenes del corretaje podrían rastrearse en el tiempo, ciertamente, hasta la
más remota Antigüedad. Ya en la Roma antigua, eran bien conocidos los corredores
o mediadores, a los que se conocía con el nombre de proxenetæ, pero también con
los de mediatores o censales243. Estos mediadores se encontraban en el collegium
239
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, p. 583, quien señala que “este contrato entra dentro del
gran grupo de los contratos de gestión de intereses ajenos”. URÍA, Derecho mercantil, cit., p. 742 o
URÍA/ MENÉNDEZ/ ALONSO, “Capítulo 61.: Contratos de Colaboración: el Contrato de Comisión”, cit., p.
164, quienes se refieren a los corredores como “personas que colaboran en la actividad de los
empresarios mercantiles, sin estar ligadas a éllos por un vínculo jurídico permanente y estable”, y que
prestan su colaboración “caso por caso, a través del llamado contrato de mediación o corretaje”.
LARENZ, "Lehrbuch...", cit., t. II, 12ª ed., p. 319, quien –en relación con los- §§ 652 y ss., BGB., afirma
que el Contrato de Mediación o Corretaje [Maklervertrag] “pertenece a la serie de los contratos que
tiene por objeto una actividad desarrollada al servicio de los intereses de otros”. FERRI, Manuale…,
cit., p. 1011, quien señala que la mediación tiene, “como la comisión y la agencia, la finalidad de hacer
posible la conclusión de contratos”.
240
FERRI, Manuale…, cit., p. 1017. CANARIS, Handelsrecht, cit., p. 402 y ss., quien advierte, empero de
la diferencia de contenido entre el mediador civil [Zivilmakler] y el mediador mercantil o comercial
[Handelsmakler], a los que afectan deberes jurídicos diferentes, en cuanto a la forma de intermediar
en las operaciones en cuestión. GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, pp. 580 y 583. SÁNCHEZ
CALERO, Instituciones…, cit., t. II, p. 182. URÍA, Derecho Mercantil, cit., p. 742, quien señala que “la
función del contrato de mediación es (...) la de poner en relación entre sí a las partes que han de
celebrar un futuro contrato, cualquiera que este sea”. BROSETA/ MARTÍNEZ, Manual de Derecho
Mercantil, cit., t. II, p. 113. JIMÉNEZ SÁNCHEZ/ ANGULO, Derecho Mercantil, cit., t. II, p. 284.
241
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, p. 583.
242
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, pp. 580 y ss. VICENT CHULIÁ, Compendio…, cit., t. II, p. 318.
243
IANNELLI, D.; “Natura giuridica della mediazione”, en GIORDANO, G., IANNELLI, D. y SANTORO, G.;
Contratto di agenzia. Mediazione, 2ª ed., UTET, Turín, 1993, t. II, ps. 600 y ss.
244
DEVESA, Ph.; L’opération de courtage, LITEC, París, 1993, p. 3.
245
VISALLI, N.; La mediazione, CEDAM, Padua, 1992, p. 1.
246
IANNELLI, “Natura giuridica...”, cit., pp. 600 y s.
247
SAMPONS SALGADO, cit., p. 28.
248
IANNELLI, “Natura giuridica...”, cit., p. 601. El autor recuerda también (ibid.) que los proxenetæ
romanos se ganaron una pésima reputación, que mereció que los escritores latinos, como Horacio,
criticaran mordazmente su escasa honradez y su trapacería. De ahí el significado actual de los
términos originales proxeneta, etc. Cfr. JIMÉNEZ SÁNCHEZ/ ANGULO, Derecho Mercantil, t. II, cit., p. 264.
249
SAMPONS SALGADO, cit., p. 21. QUINTÁNS, “Problemas suscitados...”, cit., p. 93. En contra, DEVESA,
cit., p. 3.
250
Lab. 1.5.1.
251
IANNELLI, “Natura giuridica...”, cit., p. 601.
252
Novís. Rec. 9.19.22. Se reproducen más o menos las mismas normas que ya comentaba HEVIA a
lo largo del capítulo de donde he tomado la cita anterior.
Así pues, la evolución del régimen del corretaje como contrato se vio influida por la
de la propia profesión de corredor. De la consideración pública o privada que se
atribuía a la actividad de los corredores se derivaron dos enfoques o perspectivas de
253
regulación del corretaje: una subjetiva, y otra objetiva . Así, en los ordenamientos
jurídicos en los que pesó más la configuración publicista del corretaje, en los que se
regula la figura del mediador colegiado con ribetes de funcionario público, la
regulación suele referirse a la persona y no al contrato, y se caracteriza por imponer
deberes legales derivados del propio cargo oficial, y pasar por alto las obligaciones
254
contractuales . Por el contrario, cuando se reconoce la posibilidad del corretaje
libre, comienza a dibujarse el contrato de mediación o corretaje propiamente dicho,
como subespecie singular de los contratos de colaboración, tal como se lo conoce
hoy en día. Entonces se pasa de una regulación subjetiva, profesional o estatutaria,
a una regulación objetiva255.
De todos modos, el proceso expuesto no debe ser interpretado como un cambio
absoluto, total y definitivo de perspectiva; no debe ser interpretado como la
desaparición de la regulación de la profesión de corredor. Bien al contrario, subsiste
cierto enfoque subjetivo en la regulación de corte por parte de muchos
ordenamientos, incluido el nuestro, pese a la liberalización general del comercio de
corretaje. Anticipando algunas ideas que expondré posteriormente, por encima de
todo hay que decir que el contrato de corretaje o mediación existe256: hay un
negocio jurídico contractual que responde a esa denominación, y que posee los
elementos y cumple las funciones de atender a las necesidades de “aquellos sujetos
—sean o no empresarios— que desean obtener una contraparte idónea para la
futura realización de un contrato determinado, cuyo contenido será discutido en su
momento por las partes del mismo, sin que en este punto intervenga otra tercera
persona”257. Es falso que el corretaje o mediación no sea un contrato, problema
sobre el que trataré posteriormente. Lo que sucede es que el “contrato” de corretaje
es atípico, aunque no sea innominado, ya que nuestro ordenamiento optó
originalmente por un modelo de regulación subjetiva, con la particularidad —
además— de que ni siquiera trata de los corredores libres, sino solamente de los
corredores colegiados (hoy desaparecidos, para complicar más las cosas), a cuya
intervención confería efectos de fe pública semejante a la notarial258. Y
253
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, p. 581.
254
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, pp. 580-581. Este fenómeno se podía apreciar en el CdC
italiano de 1882, que no regulaba la relación de mediación, sino que se limitaba a tratar de los
mediadores (arts. 29 a 35). Otro tanto sucedía en los §§ 66 al 84 ADHGB, que regulaban la figura del
corredor de nombramiento oficial (amtlich bestellten Makler o Sensal), a los que deparaba un
tratamiento legal privilegiado, aunque junto a ellos reguló también los mediadores o corredores
mercantiles libres.
255
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, p. 581.
256
BLANCO CARRASCO, M.; El contrato de corretaje, Fundación Registral, Madrid, 2008, p. 21, quien
señala que este contrato goza de una amplia tipicidad social, de la que se han hecho eco tanto la
doctrina como la jurisprudencia.
257
Como señala QUINTÁNS, “Problemas suscitados...”, cit., p. 94, “el origen del corretaje,
genéricamente considerado, responde a una necesidad social”.
258
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, pp. 581-582, quien señala que el CdC se apartó del modelo
anterior al regular el “contrato” de comisión (y no el profesional comisionista), pero siguió el criterio
contrario en matereia de corretaje, ya que reguló la figura del “corredor”, y no el “contrato de
mediación”.
259
MARTÍNEZ VAL, Derecho Mercantil, cit., p. 487.
260
MARTÍNEZ VAL, Derecho Mercantil, cit., p. 487, citando la STS del 4 de diciembre de 1953.
261
ARCE GARGOLLO, Javier; …
262
SÁNCHEZ CALERO, Instituciones…, cit., t. II, p. 182. En sentido y con términos muy similares, vid.
GARRIGUES, Tratado…, cit., t. III, vol. 1, p. 583. VICENT CHULIÁ, Compendio…, cit., t. II, p. 318, quienes
citan en su apoyo las SSTS de 4 de diciembre de 1953; 28 de febrero de 1957 y 22 de diciembre de
1992, ésta en Rep.Aranzadi, 1992, marg. 10.634.
3) Principal.
4) Consensual y de libre forma.
5) De tracto único, esto es, esporádico, no permanente; pero puede tener cierta
durabilidad, como la propia comisión.
6) Puede configurarse como unilateral y como bilateral indistintamente, según
hemos visto.
7) Pero será siempre oneroso, salvo, quizás, la posibilidad de corretajes gratuitos
de Derecho civil. Ahora bien, para ser verdadero contrato, el corretaje gratuito
tiene que ser estrictamente obligatorio para el corredor, al menos: si no, no
habría ninguna obligación ni ninguna otra relación jurídica patrimonial discernible,
y sería ilusorio hablar de “contrato”.
8) Aleatorio, al menos naturalmente (G-P)
152. Elementos del contrato de corretaje.
Los elementos personales de este contrato son:
1) el corredor o mediador, por un lado; y
2) el comitente, principal o cliente, por otro.
El tercero a quien el comitente es aproximado no es parte, pero puede a su vez
haber contratado con el corredor otro contrato de corretaje.
No hay limitaciones, en principio, para ser corredor ni para dedicarse al comercio de
corretaje, pues el art. 14.4 CdC debe entenderse de los corredores oficiales, los
antiguos “agentes y corredores colegiados”, de funciones más bien notariales. Por
eso mismo, ninguna de las partes tiene que ser necesariamente empresario, de
modo que si el corretaje media entre particulares no empresarios, sería un contrato
puramente civil. Nada de esto obsta para que existan ciertas limitaciones en algunos
ordenamientos sectoriales (mercado de valores, por ejemplo).
Elementos reales del corretaje (muy vinculados a su contenido) son:
1) La actividad de gestión o facilitación de contratos por el corredor, sea a título de
obligación (en el corretaje bilateral), o de mera carga, en el unilateral. Esta
actividad consiste analíticamente en: a) aproximar a las partes; b) indicarles la
oportunidad de celebrar el contrato; y c) en su caso, intermediar en esa
celebración. Esto último, empero, lo hará asumiendo, como mucho, el papel de
portavoz o nuncio (nuntius, en latín; Bote, en alemán), nunca como sustituto
(representante) de ninguna de las partes. Si llegara a hacer lo último, sería un
mandatario o comisionista. Opino que incluso el ejercicio del “apoderamiento”
suficiente para trasladar al tercero una invitatio ad offerendum de parte del
comitente sigue perteneciendo más a la órbita del corretaje que al de la
comisión (análogamente a la actividad de promoción del agente, en un contrato
de agencia).
2) El premio o comisión del corredor que, como en la comisión, se devenga en
principio por la obtención de un resultado. Ahora bien, dado que en ningún caso
el corredor interviene en el negocio de realización, el resultado relevante aquí, a