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Sueña, Bécquer, sueña

En el 150 aniversario de la muerte del poeta, Producciones Imperdibles presenta


«Bécquer, la vigilia del sueño». Un espectáculo que incluye mapping, teatro, luz y
sonido en un marco incomparable.

Bécquer nunca tuvo suerte. Al hecho de quedarse huérfano de padre y madre antes de la
adolescencia, se sumó la suspensión de la actividad docente en San Telmo, la escuela
donde el destino no quiso que se convirtiera en mareante. Luego le rompieron el
corazón en la sevillana calle de Santa Clara, le machacaron el alma en la madrileña
Justa, y lo casaron, casi sin darse cuenta, con una Casta que no hacía honor a su
nombre. Y ni siquiera ahí se terminaron sus cuitas. En los años posteriores contraería
enfermedades —la sífilis la traía prácticamente de serie—, asistiría a la cancelación de
proyectos editoriales y cambiaría varias veces de domicilio, sin hallar jamás la paz. Tan
triste fue su situación familiar, que las últimas horas de su vida hubo de vivirlas en una
cama prestada.

Paradojas de la vida, aquel que amó con pasión a las mujeres equivocadas, que
construyó leyendas con las que alimentar el estómago, y soñó versos para oxigenar el
alma, hoy pervive en la memoria colectiva como un poeta de aspecto distinguido,
mirada seductora y aire byroniano, al que su hermano mayor llegó a amar incluso
más que a sí mismo, de ahí el imponente retrato. Pues ese, señoras y señores, fue el
único amor —puro, sincero, fraternal— que le acompañó hasta el ocaso. El mismo que
unió las letras con los pinceles y logró elevar un mito desde las cenizas de la desgracia.
Por eso hoy reposan juntos. Por eso los recordamos y hacemos piña en los fastos de su
aniversario —en 2020 se cumplen 150 años de la muerte de ambos—.

Año Bécquer

Pero ni esta vez ha tenido suerte Bécquer. Ya le costó regresar a Sevilla para ser
inhumado en la Anunciación —la odisea la narró Marta Palenque en un libro publicado
en 2011 que merece la pena revisitarse—; luego se construyó el Panteón de Sevillanos
Ilustres y su tumba, fría como un témpano, quedó aislada del mundo por asuntos que no
vienen al caso —solo puede visitarse los viernes por la tarde—. Y para colmo, el año
que Pilar Alcalá, la incansable filóloga enamorada de su vida y su obra, había planeado
un ramillete de actividades en su honor, va y nos lo estropea la dichosa pandemia.

Menos mal que Dios aprieta, pero no ahoga, y aquellos que suspiramos por un poquito
de luz becqueriana hemos logrado otearla a través de una rendija. Por ejemplo con la
iniciativa del ICAS por el Día del Libro —un servidor tuvo el honor de grabar un
video-homenaje junto a Rogelio Reyes, Lourdes Páez, Antonio Zoido, así como las
mencionadas Alcalá y Palenque—; con las Rimas reeditadas por la editorial Anantes
—vienen envueltas en las mejores galas—; las conferencias online de la Fundación
Cajasol —aún pueden disfrutarse en la red—; o las rutas teatralizadas de Engranajes
Culturales —un soplo de aire fresco en el Parque de María Luisa—. Bálsamos con los
que sanar las heridas culturales a los que ahora se suma un remedio eficaz en la Torre
de Don Fadrique: «Bécquer, la vigilia del sueño». Espectáculo multimedia con el
sello de Producciones Imperdibles, que servirá para levantar el ánimo de los
becquerianistas, al tiempo que descubrirá, al público en general, el alumbramiento,
epopeya y caída del escritor nacido en Sevilla y de fama universal.

José María Roca, el creador del proyecto, no está aquí por casualidad. Su idilio con la
lírica y las quimeras del poeta se remonta tiempo atrás, cuando el ciclo de personajes
históricos que jalonaba los veranos hispalenses recaló en la facultad de Bellas Artes.
Corría el año 2009, y en aquella ocasión el espectáculo se tituló «Soñando a Bécquer»,
¡y vaya si pudimos soñarlo! Con Juanlu Corrientes en la piel del escritor, y un elenco de
actores que incluía a Ignasi Vidal, Celia Vioque, Belén Lario y Antonia Zurera, la hora
y cuarto que duraba aquel montaje se derretía en los labios y las retinas de los
espectadores.

Magia al pie de una torre

Esta vez, el fundador de una de las compañías más prestigiosas de Andalucía, vuelve a
destapar el tarro de las esencias para regalarnos un producto que se podrá disfrutar hasta
el 1 de agosto en un marco incomparable. Un revival de su anterior ofrenda a Gustavo
Adolfo —hay guiños a aquel precioso montaje—, en las que las técnicas audiovisuales
se funden con la palabra, la plástica y el entorno para esbozar hermosos pasajes
sobre un monumento del siglo XIII. Es la comunión de la imagen y el verso, de lo
técnico y lo onírico, de lo físico y lo intangible; y lo cierto es que encandila.

Al pie de la torre albarrana, un actor que sabe lo que se hace —Santi Rivera— cede su
hechura al espíritu del rapsoda. Una sucesión de postales coloristas envuelven su
notable actuación —Murillo ya hizo magia en 2018, y ahora son otros artistas quienes
toman el relevo—. Música, luces, requiebros, y un aroma a romanticismo —tardío,
pero efectivo— completan el bosquejo. Nada puede salir mal cuando se ama tanto el
oficio. Por eso, José María Roca, el eterno imperdible, vuelve a dar en el clavo
haciéndonos holgar como cuando éramos niños —al lado de quien escribe, una princesa
atendía absorta a la función—. Ojalá que esta vigilia sea el preludio de otras muchas, en
las que las musas, las estampas y el talento —aquí sobra bastante de eso— compensen
la vida mustia de quien tanto nos hizo soñar.

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