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Dicho esto, ¿qué llevó a Andersen a escribir la historia de una hermosa mujer con cola
de pez en lugar de piernas? Desde luego, no fue el primero en hablar de las sirenas, un
mito originado en la Antigüedad clásica que adquirió su mayor auge durante la Edad
Media —Cristóbal Colón, tras descubrir América, anotó en su diario que había
avistado algunas frente a la costa de Haití (1493)—. Pues, sin duda, el famoso
cuentista se dejó llevar por la poderosa corriente romántica, en la que se recuperaban
leyendas e historias clásicas y medievales, para crear nuevas tramas, en este caso
destinadas a los niños. Concretamente el de La Sirenita fue el octavo de su colección de
uentos de hadas, viendo la luz en 1837. Pero, ¿en qué sirena concreta pudo inspirarse el
autor? ¿Pudo ser, tal vez, alguna de Escandinavia? No tiene por qué, ya que en cualquier
lugar del mundo, dondequiera que haya agua, existen testimonios de la existencia de
estos seres curiosos y fascinantes.
Por ejemplo, ¿sabía que el símbolo de la capital de Polonia, Varsovia, es también una
sirena? Esta se llama Syrenka, y a diferencia de su compañera danesa, está ligada a un
río, el Vístula, donde unos pescadores se cautivaron de su canto mágico y le perdonaron
la vida tras ser capturada. Otro país europeo que cuenta con sirena propia es
Francia. En este caso vive en un arroyo situado en la provincia de Poitou y se llama
Melusina. Su historia con Raymond, señor de aquellas tierras, merece la pena
conocerse, ya que está repleta de ingredientes que la convierten en un verdadero
melodrama. Lo mismo que el relato de las Jiaoren, las amigables tejedoras chinas; unas
sirenas famosas por sus tejidos mágicos cosidos con hilo de dragón, que sorprende a
propios y extraños.
Pero no todos los seres híbridos que viven bajo el agua poseen un rostro hermoso y son
amables con los humanos. En Zimbaue, por poner un ejemplo, tenemos a las Mondao
comehombres, unas sirenas de cabello largo y negro, inquietantes ojos rojos y dientes
afilados, a las que les gusta llevarse a los lugareños a las profundidades de sus lagunas
para poder devorarlos. Y aunque los lectores no lo crean, las sirenas no son
exclusivamente femeninas. Tal vez hayan oído hablar de Tritón, el hijo de Poseidón,
dios del mar, que nació con cola de pez y aletas. Un mito de la Antigua Grecia que dio
lugar a otros personajes similares, como los Ningyo, o «peces humanos» de Japón; o los
clanes de los tritones de la cultura potawatomi, en la región norteamericana de los
Grandes Lagos.
Para completar el trabajo, original y exquisito de principio a fin, las autoras han
introducido una serie de capítulos técnicos en los que podremos descubrir cómo
viven las sirenas, cuáles son las más antiguas recogidas en los libros, o donde han
tenido lugar los principales avistamientos. Sin duda, un volumen que encandilará a
grandes y pequeños y que no debe faltar en ninguna biblioteca.