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Diego López Alonso

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Prólogo

Prefacio

1. Ideas y prejuicios sobre la homosexualidad

1.1. Religión y leyes

1.2. La ciencia entra en escena

1.3. El consenso científico

1.4. La percepción popular

1.5. ¿Qué se entiende por homosexualidad?

1.6. Variabilidad sexual

1.7. Componentes de la sexualidad humana

1.7.1. Rol de género o rol sexual social

1.7.2. Identidad de género o identidad de sexo

1.7.3. Conducta sexual

1.7.4. Orientación sexual

1.7.5. Preferencia sexual

1.8. La escala de Kinsey

1.9. Frecuencia de la homosexualidad

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1.10. Teorías sobre el origen de la homosexualidad

1.10.1. Construccionismo

1.10.2. Esencialismo

2. El origen biológico de la homosexualidad

1.2. Sentando las bases: ¿cómo se originan los sexos?

2.2. La teoría neuroendocrina

2.2.1. Un modelo hipotético de las diferentes variantes sexuales

2.2.2. Supuestos de la teoría

2.3. Otras teorías biológicas sobre la homosexualidad

2.3.1. Inmunización maternal

2.3.2. Desarrollo inestable

2.3.3. Teoría epigenética

3. Los hechos

3.1. El efecto FBO

3.2. Genética de la homosexualidad

3.2.1. Estudios de animales no humanos

3.2.2. Estudios de familias y gemelos

3.2.3. Estudios moleculares

3.2.4. Efectos directos de los genes sobre el cerebro

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3.3. Evidencias neurológicas

3.3.1. Núcleo intersticial del hipotálamo anterior 3

3.3.2. Núcleo intersticial del hipotálamo anterior 1

3.3.3. Núcleo supraquiasmático

3.3.4. Comisura anterior

3.3.5. Istmo del cuerpo calloso

3.3.6. Núcleo basal de la estría terminal

3.3.7. Lesiones neurológicas

3.3.8. Hormonas y cerebro

3.3.9. Evidencias neurocognitivas

3.3.10. Conclusiones sobre las evidencias neurológicas

3.4. Evidencias endocrinológicas

3.4.1. Estudios en animales no humanos

3.4.2. Desórdenes hormonales en humanos

3.5. Transexuales

3.6. Etología comparada

3.7. Feromonas

3.8. Efectos prenatales ambientales

3.9. Soporte de la teoría neuroendocrina

3.10. Epigenética y sexualidad

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4. Una teoría biológica integral de la homosexualidad

4.1. Múltiples rutas

4.2. Múltiples factores

4.3. Múltiples opciones

5. Evolución y homosexualidad

5.1. El sentido de la vida

5.2. ¿Polimorfismo transitorio o estable?.

5.3. Equilibrio mutación-selección

5.4. Teorías evolutivas de la homosexualidad

5.4.1. Modelos matemáticos

5.4.2. Modelos verbales

5.5. Conclusión evolutiva

6. El discurso sociocultural

6.1. ¿Dónde están las pruebas?

6.2. Confrontación con la realidad

6.2.1. El argumento intercultural

6.2.2. Homosexualidad interespecífica

6.2.3. Homosexualidad en el tiempo y en el espacio

6.3. El caso Juan-Juana-Juan

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7. La homosexualidad no es una enfermedad

7.1. "Terapias" de la homosexualidad

7.2. La homosexualidad no se "cura"

7.3. La homosexualidad no se "contagia"

7.4. La homosexualidad no es una enfermedad

8. Reflexiones finales

8.1. El desarrollo de la homosexualidad

8.2. Un punto de encuentro

8.3. El sentido de un fracaso histórico

8.4. Genio y figura

8.5. La consideración social de los homosexuales

Bibliografía

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Si uno suscita el tema del origen de la homosexualidad en una reunión de
amigos, la opinión generalizada, más o menos fundamentada, es que la
homosexualidad se origina como fruto del entorno educativo infantil y
durante la adolescencia. Con frecuencia, habrá alguien que sostenga que se
trata de una conducta degenerada, viciosa y degradante, con alto riesgo de
contagiar a quienes entren en contacto meramente social con homosexuales.
No faltará tampoco quien diga que es una enfermedad mental. Puede que
algún "extravagante" sugiera un factor hereditario o biológico en general...

Curiosamente, todo el mundo tiene opinión -y piensa que tiene criterio -


en este asunto. Lo cierto es que la ignorancia es oceánica y hay un
considerable margen de mejora en el conocimiento que tiene el ciudadano
medio sobre la homosexualidad y los homosexuales.

En gran parte, esta ignorancia se debe a una carencia de información


científica sólida, en medio de una plétora de publicaciones sobre la
homosexualidad desde los diversos campos de las humanidades y las ciencias
sociales. Se puede constatar, en cambio, que no hay nada publicado sobre la
biología de la homosexualidad en lengua castellana. (En lengua inglesa la
información es relativamente abundante pero fragmentaria. No existe
tampoco ninguna obra que revise la homosexualidad desde el conjunto de los
campos de la biología.) En este sentido, este libro surge de la necesidad de
arrojar luz sobre el origen de la homosexualidad.

A renglón seguido, quiero advertir al lector que no se va a aburrir.


Primero, porque el lenguaje es accesible y se entenderá todo; no es uno de

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esos textos ininteligibles de la moderna escuela francesa de filósofos
(Foucault, Lacan, etc.). Segundo, porque se va encontrar con mucha
información novedosa, sorprendente e interesante. Y, por último, como decía
mi suegra, "feo está que yo lo diga", pero está bien escrito.

No se trata de un intento más de expresar opiniones más o menos


acertadas, más o menos políticamente correctas, más o menos personales,
sino de poner ante el lector fundamentalmente hechos, datos, resultados de
los trabajos de investigadores de diferentes campos científicos, evidencias
sólidas que permitan al lector hacer una evaluación crítica que le lleve a una
opinión fundada. Ese es el corazón del texto y el grueso del contenido está
dedicado a ello.

Evidentemente también están las opiniones del autor. No soy un escritor


frío, aséptico, abstraído del asunto tratado. Como científico y como
ciudadano me siento profundamente concernido por el tema y sus
implicaciones sociales. La preparación del libro me ha llevado a conocer
detalles históricos y contemporáneos, que me han hecho más consciente del
tremendo sufrimiento injustamente causado a los homosexuales, simplemente
por su forma de vivir su sexualidad. No he podido y no he querido dejar de
manifestar mi opinión personal, subjetiva, humana, al hilo de lo tratado. El
lector puede perfectamente prescindir de mis opiniones y aún le quedará el
grueso de la información.

Creo sinceramente que este libro hace una aportación valiosa al


conocimiento de la homosexualidad desde un punto de vista, el biológico,
que es absolutamente novedoso. Es la primera vez que un biólogo tiene el
atrevimiento de escribir un ensayo sobre un tema, la homosexualidad, tenido

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como predio privativo de filósofos, sociólogos, psicoanalistas, etc. Creo que
el lector se sentirá - como yo mismo me he sentido- sorprendido por muchas
de las informaciones que se aportan, sacudido por las ideas propuestas,
obligado a repensar viejos conceptos y, en definitiva, enriquecido con su
lectura. Podrá estar o no de acuerdo con mis tesis, pero no podrá sentir
indiferencia ni decir que este libro no le ha aportado nada. En suma,
encontrará provechosa su lectura.

El contenido propio del tema obliga a utilizar un buen número de términos


técnicos. El lector no debe sentirse desalentado por ello. El libro está escrito
para "todos los públicos", no para especialistas. Se ha tratado de explicar con
claridad y de manera sencilla, pero sin sacrificar el rigor científico. Espero
haber sabido presentar todo en un lenguaje accesible para un lector medio.

El libro se enmarca dentro de la discusión sobre si el homosexual "nace o


se hace", postulando la causación esencialmente biológica de la
homosexualidad. A esta conclusión se llega tras presentar y discutir las
teorías y las evidencias procedentes de las diversas disciplinas biológicas, que
constituye el núcleo central del libro, por su ubicación y por su extensión
(capítulos 2, 3 y 4). Previamente, se repasa el estado de la cuestión, se
definen los conceptos necesarios y se dejan planteadas las dos teorías
enfrentadas que subyacen en todo su recorrido (capítulo 1). La visión
biológica de la homosexualidad se completa discutiendo una explicación
evolutiva capaz de resolver la paradoja de la persistencia de la
homosexualidad pese a su reducida eficacia reproductiva (capítulo 5).
Completada de este modo la perspectiva biológica, se discute ampliamente la
teoría sociocultural como explicación alternativa del desarrollo de la
homosexualidad humana (capítulo 6). Para terminar con dos capítulos breves,

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uno en que se polemiza con la idea de la homosexualidad como enfermedad
(capítulo 7), y otro con unas reflexiones finales en torno al tema (capítulo 8).

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A partir de la edad de 3-8 meses, se encontró que las niñas elegían
muñecas en vez de los coches de juguete y los balones que preferían los
niños. La conducta de preferencia de juguete no puede ser explicada por la
presión social, porque cuando las muñecas, los coches de juguete y los
balones fueron ofrecidos a los monos aterciopelados verdes, las hembras
consistentemente elegían las muñecas y olían la región anogenital, mientras
que los machos preferían los coches de juguete y los balones (Bao y Swaab,
2011).

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1.1. Religión y leyes

Aunque en el pasado histórico de la sociedad occidental existieron culturas de


extraordinario nivel, como la de la Grecia clásica, en las que la
homosexualidad era una práctica habitual entre las élites, estando socialmente
bien considerada, la actitud general hasta finales del siglo xx ha sido de
rechazo, condena y persecución abierta.

La homosexualidad, especialmente la masculina, ha sido considerada


como una conducta viciosa y execrable, merecedora de una condena moral y
penal. En consecuencia, no han faltado las reprobaciones morales ni la
represión más brutal, amparada ésta por las instituciones de poder tradicional,
la Iglesia y el Estado. Todo ello dentro de un amplio consenso social que
abarcaba desde las clases populares hasta la aristocracia y la burguesía, e
incluía a todas las instituciones académicas, científicas, religiosas y políticas.

La consideración que recibe la homosexualidad en las sociedades


occidentales procede claramente del cristianismo, que a su vez lo toma del
judaísmo.

Si alguien se acuesta con varón, como se hace con mujer, ambos


han cometido abominación: morirán sin remedio; su sangre caerá
sobre ellos (Levítico 20: 13).

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La decisiva influencia de la religión cristiana en todos los Estados
occidentales determina la impregnación de las leyes y de la sociedad en los
valores cristianos. La valoración del cristianismo sobre la homosexualidad,
históricamente, ha sido furiosamente negativa. Hasta tal punto que se
consideraba como un pecado innombrable, recurriendo frecuentemente a
circunloquios (pecado nefando), para evitar mencionar expresamente la
sodomía (que era la denominación habitual).

Desde el principio se persiguió con saña la homosexualidad. Toda


brutalidad era justificada y aun considerada poca con relación a la gravedad
extraordinaria del "pecado nefando". Los acusados eran sometidos a tortura y,
si sobrevivían, quemados vivos en la hoguera. Éste era el tratamiento
estándar. En los casos más "amables", el condenado era decapitado, o
ahogado, o ahorcado, o descuartizado - sin privarlo de la tortura previa, por
supuesto-.

España destacó en el desempeño de esta "honrosa" tarea. Especialmente a


partir de la creación de la Inquisición, que, en su versión patria, mostró a los
sodomitas - como a Judíos conversos, moriscos y herejes- el extraordinario
celo en el ejercicio de su función. Ningún país europeo mejoró nuestros
registros en la olimpiada de socarrar homosexuales. No obstante, en general,
todos los países europeos pusieron su mejor empeño en ejecutar "bien" esta
tarea.

De cualquier modo, en la Europa del Renacimiento, aunque mantenía una


retórica uniformemente homofóbica, la opresión legal variaba grandemente
de un país a otro. Los países del sur de Europa destacaban por su rigor contra
la sodomía, especialmente España. En Inglaterra eran raros los casos

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juzgados (se prefería el silencio). Y prácticamente no se perseguía en los
países del norte, como Dinamarca o Suecia. Curiosamente, Dinamarca no
tuvo una ley contra la sodomía hasta 1683 y no se conocieron persecuciones
antes de 1744.

Durante el periodo de la Reforma, católicos y protestantes compitieron


denodadamente en ferocidad y brutalidad contra los homosexuales. Hasta el
punto de que en la pequeña ciudad de Ginebra, por entonces de unos 12.000
habitantes, bajo el gobierno de Calvino y su inmediato sucesor, se quemó a
muchos más homosexuales que durante la Inquisición española, con relación
a la población total.

De manera que la brutalidad contra los homosexuales durante los primeros


siglos de nuestra era se producía con cierta tibieza pero "mejoró"
sustancialmente a partir del año 1500. Hubo países que mantuvieron una
actividad sostenida en el tiempo, como España, Italia y Francia. Hubo otros,
como los Países Bajos, que después de haber mostrado una extraordinaria
benignidad hacia la homosexualidad, repentinamente parecieron querer
recuperar el tiempo perdido. Aparentemente, para demostrar que los buenos
protestantes no eran sodomitas, menudearon en la quema de monjes católicos
acusados de prácticas contra natura.

Una excelente muestra del "generoso" espíritu que animaba las almas de
los creyentes de la época la tenemos en las palabras de un tal Jeremy Collier,
un pastor anglicano, escritas en 1698, donde, además de expresar su
satisfacción porque los sodomitas se enfrentaran a la horca, añadía estas
palabras de honda "caridad" cristiana:

Tales monstruos deberían ser la Detestación de la Humanidad,

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perseguidos por la Justicia y exterminados de la Tierra (Crompton,
2003: 451).

La Ilustración, con su apelación a la primacía de la razón sobre las


supersticiones y creencias religiosas, con su propuesta de separación neta
entre Estado e Iglesia, supuso un avance decisivo en muchos aspectos de la
sociedad, pero dejó prácticamente sin modificar la consideración de la
homosexualidad. No obstante, la crítica ejercida contra la brutalidad de las
leyes contra los homosexuales sí mejoró al menos el tratamiento legal de los
homosexuales. Ya no se los torturaba y quemaba. Simplemente eran
encarcelados a perpetuidad.

Durante el siglo XVIII, Holanda fue refugio de los judíos españoles, los
hugonotes franceses, los puritanos ingleses e incluso de los católicos. Los
autores más radicales de la Ilustración publicaban en La Haya o Amsterdam,
y el último quemado por brujería lo había sido en 1595, mientras que en
Inglaterra tales procesos continuaron hasta 1712, y en Francia, hasta 1718.
Sorprendentemente, en ese mismo siglo (1730-1731) se produjo en Holanda
la persecución de homosexuales más mortífera conocida hasta ese momento.
Todo el país se implicó en una caza de sodomitas que abarcó ciudades y
pueblos, resultando en: 250 juicios, más de un centenar de hombres
condenados en ausencia, 75 que no pudieron escapar, ejecutados (Crompton,
2003: 463). Los procedimientos de ejecución fueron variados: estrangulación
y hoguera, ahorcamiento y hoguera, ahogamiento por inmersión en un barril
de agua, etcétera.

En el año 1789 se publicó la Declaración de Derechos Humanos y se


produjo un amplio consenso sobre que estos derechos se extendían al derecho
a la privacidad sexual. Pero nadie consideró seriamente la idea de que los

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homosexuales eran una minoría oprimida. En 1791 se descriminalizó la
homosexualidad en Francia. Subsiguientemente, el Código de Napoleón de
1810 mantuvo el criterio, y desde éste se extendió a toda Europa.

Entretenidos en estos menesteres estuvimos, pues, los europeos hasta el


siglo XIX. La última ejecución por sodomía en Holanda, y posiblemente en
el continente europeo, ocurrió en 1803. El pecado de sodomía fácilmente
conducía a la hoguera durante los años negros de maridaje de conveniencia
entre la religión y el Estado. Todavía a mediados del siglo XIX las leyes
castigaban duramente las relaciones homosexuales si bien, en la práctica,
raramente se aplicaban. Es por esta época cuando comienza a producirse una
"mejora" considerable en la consideración social, la transmutación de la
homosexualidad desde pecado abominable a aberración de la naturaleza. La
homosexualid pasó de pecado a enfermedad.

1.2. La ciencia entra en escena

Como se ha descrito, hasta bien entrado el siglo XIX, religión y ley


constituyeron los únicos discursos acerca de la naturaleza de la
homosexualidad. Era pecado y crimen. Se produce entonces el abordaje
médico del asunto. Comenzando la década de 1860, los médicos de la Europa
occidental desarrollaron las primeras interpretaciones médicas de la
homosexualidad.

Un primer grupo de autores interpretaba la homosexualidad como una


anomalía benigna pero innata que causaba que los individuos no fuesen ni
verdaderamente masculinos ni femeninos, sino que reunían características del
sexo opuesto. Se pensaba que existía una constitución específica con
atributos biológicos y psicológicos, que podían ser observados y catalogados

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mediante una minuciosa inspección de los individuos. Muchas de las
autoridades científicas de esa época especulaban que la homosexualidad era
una manifestación de un sistema nervioso enfermo (Terry, 1999: 45).

A comienzos del siglo XX aparecen las teorías psicoanalíticas, (Sigmund


Freud publica en 1906 su influyente obra "Tres ensayos sobre teoría sexual"),
que contemplan la homosexualidad como un resultado psicogénico de
experiencias tempranas durante la niñez. Los psicoanalistas consideran la
homosexualidad como una perversión del instinto sexual que se desvía del
objeto normal de deseo (el sexo opuesto) hacia un objeto, un sustitutivo,
incluyendo a alguien del mismo sexo. El psicoanálisis, pues, modifica la
etiología de la homosexualidad que deja de ser hereditaria o congénita para
ser el resultado de estrés durante el desarrollo psicosexual. El "enfermo" era
tratado con psicoterapia.

Hacia la mitad de la década de los años cuarenta, la mayoría de las


autoridades científicas estaban de acuerdo en que la homosexualidad
resultaba de una combinación de factores psicológicos y condicionamiento
social, y que no podía ser observada o detectada meramente examinando los
cuerpos de aquellos sospechosos de ser homosexuales. El punto de vista
psicológico derivó también en pensar que las desviaciones de la
heterosexualidad podrían ser "desaprendidas" de modo que durante las
décadas de los cincuenta y sesenta se utilizaron crecientemente terapias de
aversión para "curar" las desviaciones sexuales (Mottier, 2008: 40).

Alrededor de la década de los veinte se descubrieron las hormonas


sexuales, desarrollándose vertiginosamente la endocrinología. El avance de
esta nueva ciencia llevó al convencimiento de que la conducta sexual estaba

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mediada por las hormonas, especialmente las sexuales. En los años cuarenta
muchos endocrinólogos estaban convencidos de que la conducta sexual
humana era maleable, modificando adecuadamente los niveles de las
hormonas sexuales. La homosexualidad pasó a considerarse, dentro de este
enfoque, como un problema de desequilibrio hormonal que podría ser
reconducido, esto es, "curado".

En los años cincuenta los estudios de Kinsey sobre la conducta sexual de


12.000 americanos, y los informes sucesivos de Shere Hite, investigando las
experiencias sexuales de 15.000 hombres y mujeres en los Estados Unidos
desde 1970 en adelante (Hite, 1977, 1981), pusieron de manifiesto que las
fronteras entre la sexualidad "normal" y la "desviada" no eran tan claras
como se había pensado previamente. Particularmente los estudios de Kinsey
provocaron un escándalo público al principio de los años cincuenta, cuando
revelaron que el 37% de la muestra masculina habían mantenido sexo con
orgasmo con otros hombres, pese a lo cual la mayoría se consideraban a sí
mismos como heterosexuales (un hallazgo rutinario en los estudios
contemporáneos).

Todavía entre los años 1968 y 1977, los reputados sexólogos


norteamericanos William Masters y Virginia Johnson dirigieron un programa
para convertir a los homosexuales en heterosexuales. El tratamiento de
terapia aversiva involucraba la proyección de imágenes de "objetos sexuales
inapropiados", entre los que incluían a los amantes de los propios pacientes.
Durante la proyección, en los "momentos apropiados" - o sea, en ésos que
está usted pensando - se les inyectaba a los pacientes sustancias tales como la
apomorfina, para provocarles náuseas y vómitos. O bien eran sometidos a
tratamientos de choques eléctricos que podían ser habitualmente

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administrados, dos o más veces al día durante varias semanas (Mottier,
2008). Ciertamente se obtuvieron modificaciones en la conducta sexual de los
sujetos, generalmente una reducción drástica del deseo sexual - al que
probablemente estaríamos todos los heterosexuales abocados si el retorno que
recibiésemos, a la más mínima manifestación de deseo, fuese una descarga
eléctrica o un apretón poco cariñoso en "salva sea la parte"-.

Frente a la medicalización de la homosexualidad, que acarreaba como


corolario obligado la "cura", a partir de los años setenta se produjo una
enérgica crítica de todas las teorías biológicas. Desde los campos de la
antropología, la filosofía, etc., se postuló que la sexualidad humana era
fundamentalmente un producto cultural, individualmente variable, en función
de miles de factores del entorno en que se desarrolla y educa cada persona.
La homosexualidad era una etiqueta que enmascaraba la variación individual
y, en cualquier caso, una opción más de la sexualidad humana.

1.3. El consenso científico

Pese al ambiente opresivo y represivo en que se ha movido, la


homosexualidad ha sido siempre una realidad presente en todas las clases
sociales (del proletariado a la aristocracia) y en todas las instituciones (la
monarquía, el clero, la milicia, etc.), con ejemplos señeros por todos
conocidos.

Durante el siglo pasado, con el desarrollo democrático, las distintas


minorías han ido paulatinamente ganando su derecho a ser respetadas, y entre
ellas, los homosexuales. El combate por los derechos de los homosexuales se
ha desarrollado en todos los frentes: ideológico, científico, político, etc.,
teniendo su correspondiente reflejo en el concepto científico y social que ha

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ido conllevando la homosexualidad.

La lucha continuada de la comunidad gay por sus derechos cívicos, y el


lento pero progresivo avance del conocimiento científico, condujeron a una
serie de conquistas fundamentales.

La Asociación Psiquiátrica Americana (APA) declaró oficialmente, en


1973, que la homosexualidad no sería por más tiempo clasificada como un
desarreglo mental. En aquel momento, fue meramente reclasificada como
"alteración de la orientación sexual". Esta decisión la confirmó oficialmente
una mayoría simple (58%) de los miembros generales de la APA en 1974,
que decidieron sustituir ese diagnóstico por la categoría más suave de
"perturbaciones en la orientación sexual", que se sustituiría más tarde, en la
tercera edición del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (el
DSM-III, Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales),
por el término homosexualidad egodistónica, que a su vez se eliminaría de la
revisión de esa misma edición (DSM-III-R) en 1986.

El 17 de mayo de 1990, la Organización Mundial de la Salud (OMS)


excluyó la homosexualidad de la Clasificación Estadística Internacional de
Enfermedades y otros Problemas de Salud. El gobierno del Reino Unido hizo
lo propio en 1994, seguido por el Ministerio de Salud de la Federación Rusa
en 1999 (aunque actualmente se están produciendo preocupantes
movimientos regresivos en este país sobre este asunto) y la Sociedad China
de Psiquiatría en 2001 (Mottier, 2008).

El consenso de los expertos es que la homosexualidad no es una


enfermedad. Es decir, ya no se pretende curar la homosexualidad (se tratará
este tema más adelante, con la amplitud requerida, en el capítulo 7). Al

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menos entre los psiquiatras americanos. Porque, entre los psicoanalistas, hay
bastante desacuerdo sobre cómo considerar la homosexualidad.

Por ejemplo, Kernberg, un psicoanalista que ejerció de presidente de la


asociación internacional de psicoanalistas, considera una variada gama de
causas de la homosexualidad masculina que determinan un mayor o menor
grado de patología, pero, en último término, considera en todo caso a los
homosexuales como enfermos. Ése es el punto de vista de un gran número de
psicoanalistas en la actualidad, si bien van aumentando aquellos que
proponen descripciones analíticas positivas de las vidas de gays y lesbianas
(Denman, 2004).

Paralelamente, la percepción científica ha calado también en las


decisiones de los diferentes gobiernos del mundo. Hoy día, la mayoría de los
Estados, no todos, no reprimen la homosexualidad, y un número creciente de
ellos concede a los homosexuales los mismos derechos que a los ciudadanos
heterosexuales. No obstante, todavía son muchos los países con políticas
represivas contra los homosexuales en todo el mundo.

1.4. La percepción popular

La descriminalización de la homosexualidad no trajo sin más un cambio en la


consideración social popular. Por el contrario, siglos de pensamiento
acientífico, dominados por la creencia en la literalidad de textos escritos para
unas tribus primitivas de Asia Menor, han dejado su lastre moral, que perdura
hasta nuestros días en las mentes de muchas gentes sencillas, de algún notorio
prelado y hasta en eximios catedráticos de la universidad española.

Obviamente, la consideración social de la homosexualidad ha variado

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paralelamente con la evolución del pensamiento científico sobre el asunto.
(En Ciencia también existen modas.)

Todo lo anterior se mueve en el ámbito de las instituciones académicas y


profesionales o de los organismos públicos. Sin embargo, ¿cuál es la
percepción popular? ¿Está la opinión pública permeada por las opiniones de
los expertos?

En unos países más que en otros.

En España, en el año 2004, se hizo una encuesta masiva por parte del
Centro de Investigaciones Sociológicas sobre asuntos relacionados con la
homosexualidad. Las respuestas indican que la actitud de los españoles es
muy comprensiva hacia los homosexuales. El 88% niega que se les deba
sancionar por ser homosexuales; el 79% cree que es una opción tan
respetable como la heterosexual; el 76,6% lo considera simplemente una
sexualidad distinta de la mayoritaria y el 75,2% piensa que no es una
enfermedad ni debe tratarse como tal. Sin embargo, esta misma encuesta
pone de manifiesto un mayor rechazo cuando se le pregunta al encuestado
sobre su aceptación de la homosexualidad en sus hijos o hijas. Lo que pone
de manifiesto que hay un convencimiento racional para respetar a los
homosexuales, pero que perdura un rechazo visceral, más o menos soterrado.

No obstante, junto a esta actitud más permisiva y tolerante con la


homosexualidad - por otro lado bastante huérfana de fundamentos científicos
rigurosos - persisten actitudes intolerantes y agresivas que se expresan
abiertamente, por ejemplo, en internet. (Internet es el vertedero universal:
toda la basura moral, ideológica y sociopolítica se vierte en él. Al mismo
tiempo, es la maravilla de nuestro tiempo. Allí campea la libertad sin

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barreras, se localiza cualquier información útil, es el principal vehículo de la
comunicación...) Todo está en internet. Lo mejor y lo peor. Uno al lado del
otro. Esa falta de pudor, moral e intelectual, permite leer cosas como ésta (las
cursivas son del autor de este libro):

La homosexualidad, una anomalía curable

Como todo el mundo sabe, la aparición de la homosexualidad ha


estado siempre ligada, en todas las civilizaciones que ha habido en la
historia, a una época de decadencia; ha estado siempre ligada a las
sociedades corrompidas por la pérdida de valores. [...1 Como puede
comprobar cualquiera de los lectores, si se molesta en investigar y no
tragarse sistemáticamente todo lo que oye por ahí o ve en televisión,
esa enfermedad mental degenerativa conocida como homosexualidad,
en sus diferentes variantes, aparecía, hasta los años sesenta, en la lista
de enfermedades de la OMS (Organización Mundial de la Salud),
organismo integrado en la ONU, y de la cual fue retirada por las
presiones, no por ningún descubrimiento científico que apoyase la
homosexualidad.

Entonces, si la ciencia ha estado siempre de acuerdo en este punto,


¿por qué negar ahora que eso es intrínsecamente antinatural y que no
aparece en ningún otro ser vivo? ¿Por qué abandonar a un pobre
enfermo y no ayudarle a superar su anomalía?

[...1 Según las conclusiones de los científicos y psicólogos de todo el


mundo (entre los que puedo citar, como ejemplo, al gran psicólogo
holandés Van der Aardweg, al doctor estadounidense Edward
R.Fields o al español Vallejo Nájera), la homosexualidad es una
neurosis, salvo en algunos casos poco frecuentes, que, según las
estadísticas, son del 0,001% de los casos; en esos casos minoritarios,
que son los únicos que nacen homosexuales (ya que hay que recalcar

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que el restante porcentaje es adquirido), se trata de una mutación
genética, por lo tanto es una mutación genética anómala. [...1 que les
lleva también a la pedofilia, y con el tiempo cada vez a un mayor
número de depravaciones sexuales, como la zoofilia, la necrofilia,
etcétera. [...] constituyendo un serio y grave peligro para la salud
pública. [...] La gran mayoría de asesinos en serie son gays [...].

[...1 en España había al menos dos clínicas destinadas al tratamiento


de homosexuales [...1. La otra clínica aún funciona y está en Navarra.
Ambas han curado a una gran cantidad de homosexuales, de los
cuales muchos actualmente están casados y llevan una vida normal
con su familia. Los testimonios de agradecimiento son muy
abundantes. [...1 en base a las pruebas aportadas, podemos afirmar
que es una enfermedad y que además es curable. [...1 Asimismo he
demostrado que la homosexualidad es adquirida en un 99,9% de los
casos[...1. Esto le sucede a la gente de poca cultura o personalidad,
que ante la influencia de lo poco que ha leído y lo parcial que era lo
que ha leído, los paralogismos de sus amigos y la nefasta influencia
de la televisión y las modas, le acaban llevando a la corrupción moral
y espiritual que en ocasiones es causa de las depravaciones ya
expuestas. [...1 la irracional y estúpida idea de considerar la
homosexualidad una actividad normal, que venga Dios y lo vea. [...1
El que es un ignorante con frecuencia suele ser también un soberbio,
y el que es ambas cosas y no trata de remediarlo, tarde o temprano
acaba hundiéndose en la charca de inmundicias del desenfreno
sexual, olvi dando que está demostrada la existencia de un solo y
único Dios llamado Santísima Trinidad. [...1. Quien tenga oídos, para
oír, que oiga (Guillermo C.Pérez, en www.arbil.org).

Este panfleto es un espécimen que aúna, en sí mismo, fanatismo,


fundamentalismo religioso, petulancia pseudocientífica, ignorancia, y
mentiras. Todo ello envuelto en una falsa actitud paternalista. Está basado a

27
partes iguales en la ignorancia - como podrá comprobar el lector cuando
avance en este libro - y en la intolerancia. Ésta se apoya en aquélla.

No obstante, sin que sirva de consuelo, tampoco en esto somos especiales


los españoles. Por ejemplo, el párroco de una iglesia baptista de Kansas daba
la bienvenida a varias desgracias que azotaban a Norteamérica, como el sida,
o el atentado del 11-S, como merecido castigo por la tolerancia hacia la
homosexualidad. En su página web se leía: "Bienvenidos, depravados hijos e
hijas de Adán", y se argumentaba que Dios odiaba a los países que
sustentaban una "cultura sodomita atea" (Mottier, 2008).

Como se percibe, sobre la homosexualidad hay tantas opiniones como


opinantes. Con escaso conocimiento y fundamento científico. Mucho
"espontáneo" que se lanza al ruedo de la opinión sin más bagaje - en el mejor
de los casos - que el sentido común. No faltan a la cita los políticos que, con
sustancia o sin ella, elaboran las normas que rigen este asunto en cada país.
Los sacerdotes de casi todas las religiones, históricamente, más ocupados y
preocupados en hurtarnos el placer que en mitigar el dolor. También está en
este ruedo un abigarrado mundo de especialistas, tales como psiquiatras,
psicoanalistas, antropólogos, filósofos, biólogos, médicos, etc. Cada uno con
su teoría. ¿Se puede sacar algo en claro entre tanta algarabía?... Se puede.

Se puede, recurriendo al conocimiento científico. Al compendio riguroso


de los hechos. Ésa es la pretensión de este libro: sustituir el "ruido", la
diatriba sin fundamento, por un recuento ordenado de hechos y datos que nos
acerquen a la verdad sobre el origen de la homosexualidad humana. Para ello,
lo primero es establecer claramente los conceptos.

28
1.5. ¿Qué se entiende por homosexualidad?

Con cierta frecuencia le planteo a mis estudiantes la pregunta que uno de los
personajes de Lo que el viento se llevó formula en la película: "¿Por qué los
zapatos se llaman zapatos y el oso, oso?"... La respuesta usual es caras de
perplejidad. Sin embargo, la respuesta es bien simple: el zapato se llama
zapato, y el oso, oso, porque nos hemos puesto de acuerdo, por convención.
Y así, a una cosa que se pone en el pie para protegerlo al caminar, lo
llamamos zapato. Y a una cosa grande, gorda, peluda, con garras y golosa de
la miel, le decimos oso.

Es esta convención la que posibilita la comunicación entre personas. Se


comprende el mensaje porque se está previamente de acuerdo en el
significado de las palabras - dentro del contexto en que se usan-. En este
sentido, antes de entrar a fondo en el meollo del origen de la homosexualidad,
se deben clarificar, precisar, y matizar, algunos conceptos que se van a usar
frecuentemente a lo largo del discurso.

Pues bien, para empezar, hay que precisar a qué se llama homosexualidad
y homosexual, en primer lugar. Solo así se estará en condiciones de entender
cómo se estudia, cómo se mide o cuantifica y cómo se interpretan los
resultados experimentales de los investigadores de la homosexualidad. Para
algunos, definir la homosexualidad es sencillo - y, en principio, lo es-:

[...1 la homosexualidad implica la experiencia de sentirse


sexualmente atraído por personas del mismo sexo, y homosexual es
una persona que tiene estas sensaciones sexuales (Hershberger, 1997;
citado en McConaghy, 1999).

Esto es esencialmente correcto, pero ¿eso es todo? Quiero decir, la

29
sexualidad humana, ¿tiene sólo dos variantes, homosexualidad y
heterosexualidad? ¿Qué hay de los transexuales? ¿Y de los bisexuales? ¿Un
amanerado es lo mismo que un gay? Una persona que sólo ha tenido alguna
relación homosexual dentro de una conducta mayoritariamente heterosexual,
¿es homosexual o heterosexual? ¿Cómo encuadrar a una mujer casada, con
hijos, que tras divorciarse se descubre a sí misma como lesbiana?... Como se
ve, para responder a todas estas preguntas satisfactoriamente se necesita ir un
poco más lejos de lo obvio.

1.6. Variabilidad sexual

Clásicamente la sexualidad humana se asumía como un carácter dimórfico:


homosexualidad y heterosexualidad. A lo sumo, en algunos casos, se
consideraba una tercera categoría, la de los bisexuales.

Probablemente, éste sea el punto de partida de la mayoría de los lectores


de este libro. El propio autor debe sinceramente confesar que antes de
empezar la preparación de este libro su visión del tema no iba mucho más
lejos. Pero cuando se revisa ampliamente la literatura sobre el asunto y se
tiene una actitud abierta, no se tarda en percibir que hay más de dos o tres
colores en el arco iris de la sexualidad humana. Basten algunos ejemplos
reales para ilustrar la variedad de tipos sexuales:

Hombre amanerado, con ademanes fuertemente afeminados, casado, con


varios hijos, sin actividades homosexuales reconocidas.

Hombre corriente, el tipo de perfecto ciudadano y padre de familia, varios


hijos, algunos episodios homosexuales.

30
Hombre apolíneo, musculoso, atlético, alto, muy varonil, que manifiesta
abiertamente ser homosexual admitiendo haber tenido alguna relación
heterosexual poco satisfactoria.

Hombre amanerado, con rasgos femeninos (voz atiplada, distribución de


la grasa corporal, etc.) que desde la infancia siempre confesó abiertamente su
sentimiento de ser una mujer. Relaciones exclusivamente homosexuales.

Mujer de complexión fuerte pero muy femenina, de actitud decidida, muy


activa. Homosexual exclusiva.

Mujer corriente, dentro del estereotipo femenino. En la adolescencia


intentó "probarse" como heterosexual resultando una experiencia desastrosa.
Homosexual estricta.

Todos estos casos reales, a los que el lector sin duda podría añadir otros
tantos de su propio conocimiento, ponen de manifiesto que la sexualidad
humana se manifiesta con tal variedad que contradice la tradicional división
en dos o tres categorías. Probablemente sea más correcto utilizar una escala
como la muy conocida y utilizada escala de Kinsey (que se tendrá ocasión de
conocer más adelante), con siete categorías cuantitativas. Aun así, es
imposible recoger la infinita variedad individual que el ser humano presenta
en un rasgo tan complejo como es su sexualidad. Probablemente es cierto
que:

[...] hay cientos de identidades sexuales que se reducen


simplistamente a las etiquetas de homosexual y heterosexual (Suppe,
1994).

Más aún, la sexualidad humana no es un carácter sencillo como, por

31
ejemplo, el grupo sanguíneo Rh que, como es bien sabido, solo se da en dos
formas, Rh+ y Rh-, y depende solo y exclusivamente de la presencia (Rh+) o
ausencia (Rh-) de una proteína sanguínea. Es absolutamente sencillo, preciso
y exacto determinar este carácter en cada individuo, contar el número de
individuos de cada grupo y hacer cuantos cálculos sean necesarios con dichos
datos. Por el contrario, la sexualidad humana - como cualquier carácter
conductual - es un carácter complejo, con mucha variabilidad individual, con
muchas categorías, difícil de evaluar con precisión, que está compuesto por
una serie de rasgos tales como la conducta sexual, la preferencia de pareja, la
identidad de género, la orientación sexual, la preferencia de sexo, la
excitación sexual, etc., que posee cada individuo. (Rasgos que, por su parte,
son también complejos.) Por tanto, para evaluar rigurosamente la sexualidad
de una persona se deberían estudiar todos o varios de sus rasgos
componentes, lo que no es sencillo. Además, si, como es preceptivo, se
pretende hacer comparaciones entre los resultados de diferentes estudios, se
necesita también saber qué es lo que se ha medido y cómo se ha medido en
cada uno de ellos.

1.7. Componentes de la sexualidad humana

Lo que se estudia y se cuantifica por los investigadores de la sexualidad


humana son los llamados componentes o dimensiones de la sexualidad. Para
poder entender los resultados y las discusiones de las investigaciones que se
van a manejar se necesita conocer estos componentes de la sexualidad
humana. Ahora se van a presentar los que se utilizan con más frecuencia,
describiendo qué son, cómo se miden o evalúan, qué condicionantes tienen,
cuál es más objetivo, más fiable, más adecuado, y cuáles son los más
utilizados en los diferentes estudios.

32
1.7.1. Rol de género o rol sexual social

El rol de género o rol sexual social se refiere a la asunción personal de un


comportamiento como hombre o como mujer en la sociedad. El desempeño
de un rol de género particular es una decisión personal del individuo que
toma de acuerdo con sus sentimientos íntimos, pero que, indudablemente,
está muy mediatizada por el entorno sociocultural. No se origina
exclusivamente a partir de las pulsiones íntimas de la persona sino que entran
en juego otras consideraciones, como las convenciones sociales, la opinión
del entorno social, etc. De un hombre se espera que desempeñe el típico rol
masculino, condimentado con agresividad, seguridad en las decisiones, gusto
por los juegos de fuerza y los deportes, y teniendo como plato fuerte un deseo
sexual enfocado hacia las mujeres. De una mujer se espera el típico rol
femenino, dibujado como dulzura, sensibilidad, gusto por los juegos
tranquilos y la aversión hacia los deportes. Y con el deseo sexual enfocado
hacia los hombres.

Es obvio que si una persona no encaja - poco, mucho o nada - en el


estereotipo de su sexo, va a soportar fuertes presiones del entorno tratando de
que cumpla con el rol esperado. Se requiere una fuerte personalidad para
romper, aunque sea en parte, con estos estereotipos.

Desde el punto de vista de la estimación de este componente se le puede


considerar un valor bastante objetivo, porque el observador se limita a tomar
nota del rol desempeñado por la persona en su entorno social. En principio
sería una variable categórica con dos alternativas, masculino y femenino. Sin
embargo, hay quien la considera como una variable cuantitativa,
diferenciando grados de masculinidad y feminidad en función de la conducta
individual exhibida, la personalidad demostrada y el aspecto estético

33
individual (Paul, 1993). Es poco utilizada en los estudios científicos sobre
sexualidad humana.

El rol de género ha sido considerado habitualmente como un producto


exclusivo de la "educación" recibida, sin admitir ningún componente innato.
Sin embargo, hay evidencias que cuestionan esta suposición.

Las pruebas estándar de personalidad, a menudo incluyen las


denominadas escalas de masculinidad-feminidad, pensadas para reflejar el
grado en el que un individuo se ajusta a la masculinidad o a la feminidad.
Cuando se realizan los cálculos y se obtienen los resultados cuantitativos de
estas escalas, en la actualidad, resulta sorprendente lo grandes que son las
diferencias entre géneros (o sexos), lo consistentes que son a través de las
culturas, y lo poco que han cambiado a lo largo del tiempo, a pesar de los
profundos cambios en las actividades apropiadas para cada sexo y en los
modelos de rol (Pillard y Bailey, 1998). Lo que apunta a un fuerte
componente innato ligado al sexo biológico y poco influenciado por el
ambiente sociocultural.

También es un fenómeno constatado en la literatura sexológica durante


más de cien años que el comportamiento atípico de género durante la niñez es
un indicador de la homosexualidad adulta. Es un fenómeno robusto,
confirmado en estudios prospectivos y retrospectivos. Además, se ha
encontrado que el comportamiento atípico de género es un rasgo de la niñez,
culturalmente invariable, para homosexuales masculinos y femeninos, en
culturas tan diversas como Brasil, Perú, Guatemala y Filipinas. Los
comportamientos típicos y atípicos de género emergen en los niños a edades
similares, alrededor de los 2 a los 4 años de edad. Más aún, algunos niños

34
atípicos de género incluso se "ven" diferentes, tienen un "aspecto" distinto.
Aparentemente, además de su conducta, algo en la fisionomía de estos niños
marca ya en la niñez que son atípicos de género (Pillard y Bailey, 1998).
Estos hechos de nuevo sugieren que el comportamiento típico/atípico durante
la niñez es un rasgo innato.

1.7.2. Identidad de género o identidad de sexo

La identidad de género o identidad de sexo se refiere a la convicción de que


uno pertenece al género (sexo) masculino o femenino. En este caso se trata de
la propia consideración del individuo hacia su naturaleza sexual masculina o
femenina. Puesto que es una opinión subjetiva de la propia persona resulta,
como en el caso anterior, muy contaminada por el entorno sociocultural: si
eres mujer, el entorno social te presiona para que te identifiques como tal, y
lo mismo para un hombre. Al mismo tiempo, para estimarla, necesariamente
tiene que recurrirse a interrogar al propio individuo mediante algún tipo de
encuesta, por lo que se ve afectado por la fiabilidad de este tipo de
herramienta de investigación social (la disposición para responder, la
sinceridad de las respuestas, etc.). Por estas razones la identidad de género no
es una variable fiable y se usa poco en los estudios.

Sin embargo, el caso de los transexuales es extraordinario. Se trata de


personas que, de manera avasalladora, insobornable, desde la niñez
experimentan, sienten, que su cuerpo, el sexo genital que tienen de
nacimiento, no es el suyo. Que han nacido con el sexo equivocado. Que su
cuerpo no se corresponde con el sexo o género con el que se identifican, con
su identidad de género. Y lo manifiestan abiertamente a despecho de las
burlas y represiones.

35
1.7.3. Conducta sexual

La conducta sexual comprende todas las actividades directamente sexuales, o


bien encaminadas a conseguir tener relaciones sexuales. La observación de la
conducta sexual es completamente objetiva, no depende de la opinión
subjetiva del sujeto ni del observador. Simplemente se constata qué tipo de
actividad sexual está desarrollando el sujeto (si corteja o es cortejado; si se
ofrece o si elige, etc.) y, si es pertinente, con qué pareja sexual. En los
animales no humanos, a los que no se les puede hacer encuestas, ni
preguntarles sobre sus motivaciones, lo que se analiza exclusivamente son las
actividades sexuales explícitas que llevan a cabo (se exhibe como un pavo
real, trata de copular, se deja penetrar, investiga olfativamente la región
anogenital, se deja investigar olfativamente, etc.) tal y como son observadas
por cualquier persona. El dato observado y registrado es completamente
objetivo; no depende de la subjetividad del observador. Es por ello que la
conducta sexual suele ser el aspecto comúnmente estudiado en los animales
no humanos.

Sin embargo, en humanos no es la más adecuada porque viene muy


influenciada por el entorno social y además es dificil de observar. Primero,
puede estar mediatizada por presiones sociales en ambos sentidos. Quiere
decirse, por ejemplo, que un homosexual, en un ambiente social fuertemente
coercitivo, puede exhibir una conducta heterosexual falsa y, al contrario, un
heterosexual sentirse incitado en determinados ambientes a actividades
homosexuales. En este último sentido, es un ejemplo especialmente
apropiado el caso de los Sambia de Nueva Guinea. En esta tribu, es parte de
su cultura que los jóvenes adolescentes practiquen una felación a un adulto y
traguen su semen, como rito de iniciación al mundo de los hombres adultos,
en la creencia de que el semen tiene poderes mágicos en ese sentido.

36
Alcanzada la edad adulta la generalidad de estos jóvenes se comportan como
heterosexuales y sólo una minoría mantiene una conducta homosexual.
Objetivamente la conducta de los jóvenes adolescentes es homosexual, sin
ningún género de duda, pero es igualmente evidente que está mediatizada por
la creencia cultural de la tribu a la que pertenecen.

Por otra parte, en seres humanos, también hay una incertidumbre de


grado, en el sentido del nivel que tiene que alcanzar determinada conducta
para ser asignada al individuo. Por ejemplo, ¿basta una sola relación
homosexual para asignar a esa persona una conducta homosexual? Si no es
así, ¿cuántas relaciones con el mismo sexo son necesarias para considerar la
conducta como homosexual? Finalmente, también parece obvio que observar
la conducta sexual en humanos es una intrusión en la intimidad que,
normalmente, es rechazada.

1.7.4. Orientación sexual

La orientación sexual se refiere a la atracción sexual que experimenta el


individuo por otros individuos, del sexo opuesto o de su mismo sexo. De
todas las diferencias conductuales entre hombres y mujeres, la elección de
pareja es la más pronunciada y, la gran mayoría, se siente sexualmente atraída
por el sexo opuesto. La orientación sexual humana es un fenotipo complejo
para estudiar. Parte de su dificultad proviene de una evaluación precisa de la
orientación sexual, especialmente cuando los investigadores dependen de la
propia opinión del individuo, que puede estar mediatizada por numerosos
factores sociales y psicológicos. ¿Quién nos asegura que la respuesta del
individuo es completamente sincera? ¿O libre?

La orientación sexual no presupone ningún tipo de identidad de género ni

37
de actividad sexual. Esta última puede que ni siquiera se haya producido, ni
se vaya a producir. Es decir, podría darse el caso de que un individuo se
identificara con el género masculino (para corresponder al estereotipo
aceptado en su entorno social), no tuviese ningún tipo de actividad sexual
(reprimiendo sus deseos más íntimos), y se sintiese atraído por los hombres.
Quiere decirse que una persona podría tener una atracción homosexual
identificándose a sí mismo como heterosexual y no llegando a tener nunca
relaciones homosexuales.

Frecuentemente, la orientación sexual se conoce sólo por la manifestación


expresa de la persona dependiendo, por consiguiente, de la sinceridad del
individuo. No obstante, los investigadores han hallado métodos para
asegurarse de la fiabilidad de la orientación sexual como, por ejemplo, la
utilización de imaginería erótica como estímulo, de la que se sabe que da
resultados fiables, ya que la respuesta al estímulo (excitación sí o no) es
automática y no controlada por el individuo conscientemente. Al mismo
tiempo, la respuesta observada puede ser el diámetro del pene, la activación
de determinadas áreas cerebrales, etc., es decir, respuestas que se pueden
registrar automáticamente con tecnología adecuada (por ejemplo, la
tomografía de emisión de positrones, PET). En este caso, la respuesta del
individuo a los estímulos eróticos es completamente automática, quedando
registrada sin necesidad de la intervención, ni del individuo observado, ni del
observador, lo que hace muy fiable el dato registrado. Por estas razones, la
orientación sexual es el aspecto más frecuentemente estudiado por los
investigadores de la sexualidad humana.

Se considera a la orientación sexual como un rasgo más estable y


fundamental que la conducta sexual, dado que es menos probable que sea

38
constreñido por presiones sociales (Sanders y Dawood, 2004).

1.7.5. Preferencia sexual

En una primera impresión, este componente parece idéntico o similar al


anterior, pero tiene un importante matiz diferenciador. El término preferencia
se utiliza cuando el individuo se enfrenta ante diferentes opciones de pareja
sexual (macho o hembra), tiene diferentes posibilidades entre las que elegir, y
puede (y tiene) que elegir una. La preferencia sexual, por tanto, exige que el
sujeto tome una actitud activa, elija pareja, muestre su preferencia sexual, sin
que haya posibilidad de interpretación por parte del observador. Este aspecto
es frecuentemente estudiado en animales no humanos porque permite la
observación completamente objetiva de este rasgo de la conducta sexual. El
dispositivo habitual para observar la preferencia sexual consiste en una
estructura con dos rutas que dan acceso alternativo bien a un macho o bien a
una hembra. El animal no humano se coloca en el dispositivo y realiza la
elección de pareja de manera completamente voluntaria. La elección se
registra y la prueba puede repetirse con el mismo individuo cuantas veces sea
metodológicamente necesario

1.8. La escala de Kinsey

Frecuentemente se utiliza una escala cuantitativa, la conocida escala de


Kinsey, o una adaptación de ésta, para puntuar el rasgo de la conducta sexual
que está siendo medido. La escala de Kinsey fue desarrollada alrededor de los
años cincuenta por el investigador de la sexualidad humana Albert Kinsey,
quien asumía que ésta (la sexualidad humana) era una variable continua que
iba desde la heterosexualidad estricta a la homosexualidad estricta, pasando
por todos los valores intermedios. Puesto que se utiliza frecuentemente esta

39
escala, o escalas similares, y se hace referencia con bastante frecuencia a ella
a lo largo del texto, parece adecuado presentar explícitamente cuál es la
escala. Es la siguiente: 0 = exclusivamente heterosexual; 1 = principalmente
heterosexual con un grado pequeño de homosexualidad; 2 = principalmente
heterosexual con un grado sustancial de homosexualidad; 3 = igualmente
heterosexual y homosexual; 4 = principalmente homosexual con un grado
sustancial de heterosexualidad; 5 = principalmente homosexual con un
pequeño grado de heterosexualidad; 6 = exclusivamente homosexual.
(Abreviadamente, cuando se haga referencia a un valor de la escala de Kinsey
se usará la expresión K = número.)

Como se dijo anteriormente, la sexualidad humana exhibe una gran


variabilidad individual. En la idea de Kinsey la bisexualidad es el estado de
partida del ser humano, lo que daría lugar, idealmente, a que la población
humana, con respecto a su sexualidad, se distribuyese siguiendo la llamada
distribución normal, con la inmensa mayoría de los individuos puntuando los
valores intermedios de la escala (K = 2-4) y con pocos individuos los valores
extremos (K = 0 y K = 6). Lo cierto es que la distribución de valores de la
escala de Kinsey - en la realidad - es muy asimétrica (la inmensa mayoría de
las personas puntúan K = 0-1) y fuertemente bimodal (además del grupo
mayoritario aparece otro grupo minoritario formado por las personas que
puntúan K = 5-6) aunque algo más variable en las mujeres entre las que se da
un mayor grado de bisexualidad (Ngun et al., 2011).

Siguiendo la escala de Kinsey, la mayoría de los seres humanos (95-99%)


se agrupan entre los valores 0-1 (heterosexuales), estando siempre presente
una pequeña pero significativa minoría (1-5%) para los valores 2-6 (no
heterosexuales u homosexuales en sentido amplio) de la escala de Kinsey

40
(Zietsch et al., 2008).

Por este motivo estadístico, los datos de los estudios sobre


homosexualidad frecuentemente son dicotomizados (sólo dos categorías) para
poder realizar comparaciones estadísticas, con aquellos puntuados de 0-1
(heterosexuales exclusivos o casi) formando un grupo, y aquellos puntuados
de 2-6 formando otro (Hines, 2011). Aunque lo más frecuente es constituir el
grupo homosexual con K = 1-6 (Diamond, 1993) o, como se denomina en
algunos estudios, grupo no heterosexual. Esto no supone un falseamiento de
la realidad sino simplemente cumplir con las exigencias estadísticas. Por
ejemplo, en un trabajo relativamente reciente para medir la orientación
sexual, se ha utilizado una escala tipo Kinsey con una muestra de cerca de
5.000 individuos. Pues bien, pese al gran tamaño muestral, la orientación
sexual tuvo que ser dicotomizada en dos categorías, K = 0, por un lado, y por
otro lado todos los demás valores (K = 1-6), porque:

[...1 no pudieron ser analizadas como variables continuas normales


(Zietsch et al., 2008).

Por consiguiente, tras puntualizar la variabilidad presente entre los seres


humanos respecto de su sexualidad, a efectos prácticos y de investigación, es
habitual simplificar la realidad trabajando únicamente con las dos categorías
tradicionales: heterosexuales y homosexuales, o bien heterosexuales vs. no
heterosexuales.

1.9. Frecuencia de la homosexualidad

Durante mucho tiempo, la cifra de un 10% de homosexuales entre la


población masculina, tomada de los informes Kinsey de 1948 y 1953, fue

41
asumida como válida. Posteriormente, uno de los colegas del equipo de
Kinsey ajustó los datos concluyendo que solamente del 3-4% de los hombres
y del 1-2% de las mujeres en los Estados Unidos son exclusivamente
homosexuales (Pillard y Bailey, 1998). Una reevaluación rigurosa de
numerosos estudios, tanto en los Estados Unidos como en el resto del mundo
(Filipinas, Japón, Dinamarca, Reino Unido, Tailandia, etc.), condujo a revisar
considerablemente a la baja la incidencia de la homosexualidad hasta el 5,5%
de los hombres y el 2,5% de las mujeres (Diamond, 1993). Y en un estudio
relativamente reciente llevado a cabo mediante el procedimiento de encuesta,
en Australia, involucrando una muestra de cerca de 5.000 gemelos y
mellizos, mostraban una orientación exclusivamente homosexual el 2,2% de
los hombres y el 0,6% de las mujeres. Llamativamente, estas cifras se
transformaban en el 13% de los hombres y el 11% de las mujeres, si la
orientación era no heterosexual (Zietsch et al., 2008), o sea, agrupando todas
las categorías distintas de K = 0 (orientación exclusivamente heterosexual).

En el cuadro 1.1, a modo ilustrativo, se presenta la proporción de


homosexuales (no heterosexuales), en mujeres y en hombres, de diferentes
estudios.

Cuadro 1.1. Porcentaje estimado de homosexuales (K =1 - 6) en diversos


estudios

42
Es importante en este momento hacer notar que las variaciones de cifras
entre los diferentes estudios no se explican sólo por la muestra poblacional
utilizada o por el equipo investigador que ha realizado el estudio, sino que
hay diferencias debidas al rasgo evaluado (se han evaluado diferentes
componentes de la homosexualidad, por ejemplo, identidad de género,
orientación sexual, etc.) y también por el método de medida seguido (Zietsch
et al., 2008). Por lo tanto, cuando se comparan cifras hay que ser muy

43
cuidadoso para asegurarse de que se comparan valores equivalentes.

Dejando a un lado las sensibles variaciones de unos a otros estudios, la


imagen que se desprende de estos datos es que la homosexualidad, se mida
como se mida, está presente en una proporción consistente, minoritaria, pero
significativa, en todas las poblaciones estudiadas. Por otra parte, los estudios
antropológicos e históricos han demostrado la presencia de la
homosexualidad en todas las culturas conocidas y en todas las épocas. Más
aún, en un gran número de especies animales no humanas que van desde los
bonobos (Pan paniscus, un tipo de primate cercanamente emparentado con
nuestra especie, Homo sapiens) a los gusanos, pasando por la mosca del
vinagre, se ha podido observar conducta homosexual. Curiosamente, en la
oveja doméstica se ha descrito por primera vez en el reino animal, aparte del
ser humano, una orientación exclusivamente homosexual en un porcentaje
significativo (8%) de los carneros (Roselli et al., 2011). Globalmente esto
significa que la homosexualidad es una manifestación biológica más de la
sexualidad, un fenotipo sexual como cualquier otro, que aparece en muchas
otras especies no humanas del reino animal, en una proporción minoritaria
pero significativa de la población. Por tanto, desde cualquier punto de vista
hay que considerarla como un fenómeno natural normal, aunque poco
frecuente.

1.10. Teorías sobre el origen de la homosexualidad

Como se acaba de ver, la homosexualidad es un fenotipo conductual presente


con regularidad en todas las poblaciones humanas. Tradicionalmente, la
sexualidad en general, y la humana en particular, se ha considerado desde el
punto de vista reproductivo, esto es, como parte de la conducta encaminada a

44
garantizar la continuidad de la especie a través de la reproducción.
Indudablemente la sexualidad sirve a ese fin y, con toda probabilidad, surge
durante el curso de la evolución esencialmente para servir al propósito
reproductivo (Pillard y Bailey, 1998).

Pero aunque la reproducción es una cuestión de sexo, el sexo no es


necesariamente una cuestión reproductiva. Muchos primates entablan
conductas sexuales no reproductivas, y los humanos no son una excepción.
Es obvio que en el caso humano la sexualidad desborda ampliamente el
ámbito reproductivo. Las evidencias en este sentido son abrumadoras.

La vida sexual del ser humano se extiende mucho más allá de la época
reproductiva. La actividad sexual humana no se restringe al periodo del estro
o celo - que en la hembra humana es completamente opaco-. (La fascinación
por el celo oculto se enraíza en una cuestión más fundamental acerca de por
qué ocurre el sexo no reproductivo.) A pesar de las amenazas punitivas,
incluida la muerte, la evidencia intercultural muestra que mujeres y hombres
pueden, literalmente, arriesgar sus vidas violando las prohibiciones sociales y
entablando relaciones sexuales prohibidas (incestuosas, homosexuales,
extramaritales, etc.). Todo esto sugiere que hay razones tan importantes como
las estrategias reproductivas por las cuales los machos y las hembras entablan
relaciones sexuales no reproductivas. En este sentido, es llamativo, por
ejemplo, la existencia de un órgano como el clítoris, cuya única función
conocida es la excitación sexual.

En definitiva, lo que está apuntándose aquí es que la actividad


reproductiva implica la actividad sexual pero la actividad sexual,
frecuentemente, no tiene como finalidad la reproducción. Muchas de las
actividades sexuales no tienen como fin la reproducción sino el placer. Por

45
tanto, aunque la sexualidad está relacionada con la reproducción, ésta no es
su principal función (si la evaluamos por el tiempo dedicado al placer sexual
en sí mismo y al deber reproductivo). La conclusión es clara: tenemos
relaciones sexuales por mero placer en la mayoría de los casos. Aunque
resulta paradójico, en este sentido, la existencia constatada de una proporción
minoritaria pero significativa de personas sin ningún interés sexual
(Diamond, 1993). Esta situación, que parece excepcional en el reino animal,
se ve replicada en la sorprendente existencia de un 18% de carneros
sexualmente inapetentes (Roselli et al., 2011).

Dejando de momento al margen cuál sea la finalidad principal del sexo y


la sexualidad desde un punto de vista evolutivo, que explique el origen
remoto, hace miles de millones de años, del sexo y la sexualidad, lo que se
pretende en este momento es entender el origen inmediato de la sexualidad y
sus diferentes variantes en el curso de la vida de un ser humano. Dicho de
otra manera, el máximo interés se centra en tratar de explicar cómo se
desarrolla un tipo de sexualidad concreta en un ser humano. Se pretende dar
respuesta a preguntas como éstas: ¿Cómo y por qué es una persona
homosexual? ¿Es una degeneración moral? ¿Es una patología? ¿Es el
resultado de un determinado ambiente sociocultural? ¿Es el producto de unos
genes específicos? ¿Una anomalía neuroendocrina? ¿El resultado de una
madre estresada durante el embarazo? ¿El producto de un padre poco
afectuoso? ¿Se nace o se hace homosexual?... Este libro pretende responder a
esas preguntas - en especial a esta última-.

Desde finales del siglo XIX se contiende abiertamente entre dos


explicaciones diametralmente opuestas y agriamente enfrentadas. Bajo la
influencia de una serie de teorías que van desde el psicoanálisis al

46
constructivismo social, la orientación sexual ha sido considerada como el
resultado de las experiencias vividas durante la niñez y la adolescencia,
principalmente. En esta visión, la homosexualidad se hace. En contraste,
partiendo de diversos campos biológicos, se ve la sexualidad como un
carácter más del ser humano - producto de los genes, las hormonas y otros
agentes biológicos - una de cuyas variantes es la homosexualidad. En esta
visión se nace homosexual.

1.10.1. Construccionismo

Las ciencias sociales, en general, establecen como una verdad axiomática que
toda la conducta humana es un producto del contexto sociocultural en que
crece y se educa el individuo. En general, se niega cual quier factor biológico
o, a lo sumo, se admite una influencia menor. Este modo de pensar, este
axioma, se traslada a la sexualidad humana, disputando ásperamente con la
posible determinación biológica de la sexualidad humana. Puesto que se
considera que la actitud sexual es el resultado de un complejo conjunto de
factores tales como la educación, la coerción social, el ambiente familiar, etc.,
a lo largo de la vida del individuo, en suma, "una construcción" sociocultural,
un "constructo" (traducción mostrenca del inglés construct), a esta línea de
pensamiento se la denomina construccionista o construccionismo. Ésta es una
de sus versiones traducida literalmente:

[...1 el paradigma conductual, aplicado a la sexualidad, sugiere que


los humanos nacen con una disposición sexual indiferenciada tan
maleable que puede ser canalizada en una o más de una multitud de
direcciones. Más específicamente, no se nace ni heterosexual ni con
ninguna otra orientación sexual particular. Más bien, en interacción
social y de acuerdo con principios conductuales, aprendemos nuestra

47
orientación sexual y otras facetas de la sexualidad del mismo modo
que aprendemos nuestra lengua nativa (Ford Hoult, 1983).

O expresado de esta otra manera:

[...1 cuando un niño nace, no es un ser bisexual, sino un omnisexual


capaz de responder a la gama entera de factores sexuales
socioculturales ambientales (FitzGerald, 2000).

La homosexualidad sería una opción de estilo de vida ("a lifestyle


choice") tomada a partir de las propias experiencias vitales.

1.10.2. Esencialismo

La hipótesis biológica sugiere que, puesto que el origen del sexo y de la


sexualidad está indisolublemente vinculado a la reproducción - una función
biológica crítica-, la biología explicaría el sexo y la sexualidad en todas sus
manifestaciones: masculino, femenino, heterosexual, homosexual, etc. Desde
este punto de vista, la sexualidad (como el sexo) sería un carácter más, innato
al propio individuo, que le viene dado por la acción conjunta de diferentes
factores biológicos: genes, hormonas, etc. En esta idea, la persona recibe y no
decide su sexualidad, si acaso algunos de sus aspectos menores. La
sexualidad es parte de la "esencia" biológica del individuo, por ello a esta
línea de pensamiento se la ha dado en llamar esencialismo. La
homosexualidad sería simplemente una variante natural de la sexualidad.

En los siguientes capítulos se presentarán con más detalle ambas teorías,


se expondrán las evidencias disponibles, se discutirán éstas en el marco de
ambas teorías y se argumentarán las conclusiones a las que se llega.

48
Las teorías biológicas sobre el desarrollo de la homosexualidad se basan,
fundamentalmente, en el conocimiento que se tiene sobre el desarrollo sexual,
el proceso mediante el cual, en un embrión humano, inicialmente asexuado,
se desarrollan las estructuras propias de uno u otro sexo. Por lo tanto, antes
de entrar a discutir cómo se desarrolla la homosexualidad, se necesita,
ineludiblemente, exponer cómo se desarrolla un sexo concreto en un feto
durante la gestación.

2.1. Sentando las bases: ¿cómo se originan los sexos?

Biológicamente, el proceso comienza a partir de la fecundación, cuando se


origina una célula huevo o cigoto (concepción). La célula huevo inicial
comienza un vertiginoso proceso de multiplicación celular y,
simultáneamente, un proceso de diferenciación celular que conduce a la
formación de células y tejidos especializados, que se estructuran en órganos
específicos (cerebro, corazón, testículos u ovarios, etc.). De este modo,
durante la gestación, el cigoto da lugar a un embrión y éste se transforma en
un feto que, una vez completado su desarrollo, nace a la vida como otro ser
humano. Todo ello dentro del vientre de la madre.

El proceso está programado -y es dirigido - por la información genética


contenida en las moléculas de ADN (cada una de las cuales es un

49
cromosoma), que se encuentran dentro del núcleo de cada una de las células
del embrión. Los genes, en interacción con el ambiente intracelular, en una
cascada de acontecimientos concatenados, determinan la formación de los
diferentes tejidos y órganos del nuevo ser que se está desarrollando en el
útero materno. Las sustancias del ambiente intrauterino, en la medida en que
sean capaces de penetrar la barrera placentaria, también influyen en el
desarrollo del feto, interaccionando con los genes de éste. Quiere decirse que
el "milagroso" proceso que conduce desde una única y simple célula huevo
hasta un nuevo ser humano, con todos sus órganos perfectamente formados y
funcionando apropiadamente, es el resultado de la acción de miles de genes
en interacción compleja con el ambiente intracelular fetal.

El ser humano se caracteriza por tener una dotación cromosómica de 23


pares (46 cromosomas), que albergan un total de aproximadamente 20.000
genes. Es sobradamente conocido cómo se determina genéticamente el sexo
de los seres humanos, mediante una pareja de cromosomas especiales
(cromosomas sexuales o gonosomas), X e Y (los 22 pares de cromosomas
restantes, son denominados, autosomas). Las mujeres son XX
(abreviadamente se usa la fórmula cromosómica 46,XX) y los hombres XY
(46,XY). De modo que, aunque ocasionalmente se produzcan discusiones
acerca del número de sexos o géneros existentes - fruto de la excesiva
fertilidad imaginativa y carencia de comedimiento científico de algunos
intelectuales de formación humanística-, el asunto está meridianamente claro
desde el punto de vista biológico: hay, existen, sólo dos sexos, machos y
hembras, masculino y femenino, hombres y mujeres.

Durante el desarrollo embrionario, se produce la formación de los órganos


sexuales correspondientes. Las gónadas primordiales, que son originalmente

50
idénticas, tanto en los embriones masculinos como en los femeninos, se van a
desarrollar como testículos u ovarios. En los embriones masculinos (XY) el
proceso comienza con el gen determinante del sexo, SRY ("sex region on Y",
región del sexo en Y), presente en el cromosoma Y, que provoca la
diferenciación de las gónadas primordiales en testículos (figura 2.1). Este
proceso es llamado determinación del sexo, y acontece alrededor de las cinco
semanas después de la concepción (Bao y Swaab, 2011). Una vez que se han
desarrollado los testícu los, éstos comienzan su producción hormonal que
determina el desarrollo físico como macho, que incluye la formación de los
órganos genitales externos e internos (figura 2.1). Este proceso es llamado
diferenciación sexual (Hines, 2011; Ngun et al., 2011). Así pues, el gen SRY
actúa como gen maestro controlando la diferenciación masculina (Graves,
2001).

51
FIGURA 2.1. Esquema del proceso de desarrollo de los órganos sexuales
internos y externos. SRY, gen determinante del sexo; DHT,
dihidrotestosterona; MIH, hormona inhibidora mülleriana.

Se sabe que alrededor de las siete u ocho semanas de gestación los


testículos están activos (en los machos, obviamente), produciendo tes
tosterona, la hormona sexual masculina más característica. La testosterona y
su derivada, la dihidrotestosterona (DHT), determinan la masculinización de
los genitales externos (pene y escroto) e internos (próstata) (figura 2.1). Los

52
testículos en desarrollo también sintetizan la hormona inhibidora mülleriana
(MIH), la cual impide el desarrollo interno del tracto reproductivo femenino
(Alexander et al., 2011) (figura 2.1). La ausencia de testículos, y por tanto de
testosterona, de DHT y de MIH, da lugar a la feminización de los genitales
externos (clítoris y labios) y al desarrollo de los órganos internos femeninos
(vagina superior, útero y trompas de Falopio) (figura 2.1). Curiosamente,
como vemos, los esteroides ováricos (las hormonas sexuales femeninas) no
son requeridos para el desarrollo típico femenino (Bao y Swaab, 2011; Hines,
2011).

El proceso de diferenciación sexual afecta al conjunto del cuerpo, de


modo que las diferencias entre machos y hembras no se limitan sólo a los
órganos genitales, o a los llamados caracteres sexuales secundarios (vello
púbico y axilar, tono de voz, barba, forma del cuerpo, distribución de la grasa
corporal, etc.). La diferenciación sexual se deja sentir también en sitios tan
dispares como en el hígado, en el sistema inmunológico y en el cerebro
(Májdic y Tobet, 2011).

De manera especial, cabe destacar que hay una diferenciación entre los
cerebros masculino y femenino. Quiere decirse que, el proceso de
diferenciación de los sexos implica cambios anatómicos en los órganos
genitales, y cambios anatómicos en el cerebro. En este punto, es importante
remarcar, que ambos procesos de cambio están desfasados, no se producen
simultáneamente. El desarrollo de la anatomía sexual en humanos ocurre en
el primer trimestre de la gestación, antes de la diferenciación sexual del
cerebro, que ocurre en el segundo y tercer trimestre (figura 2.2). Ambos
procesos están determinados por la testosterona. Los cambios en la anatomía
sexual masculina externa dependen de la conversión de la testosterona en

53
DHT (proceso llevado a cabo por la enzima 5-a-reductasa-2), en tanto que la
diferenciación sexual del cerebro se debe a la acción directa de la testosterona
como tal (figura 2.2) (Hines, 2011). Por lo tanto, ambos procesos pueden
verse influenciados de modo diferente dado que no se producen
simultáneamente. Es fácilmente concebible imaginar, por ejemplo, que una
persona podría desarrollar una anatomía masculina, como consecuencia de un
pico de testosterona durante el primer trimestre de la gestación, pero retener
un cerebro femenino, por la ausencia del nivel adecuado de testosterona entre
el segundo y tercer trimestre (Alexander et al., 2011). Igualmente imaginable
sería la situación contraria, una anatomía femenina y un cerebro masculino.

FIGURA 2.2. Esquema de la programación temporal de los procesos de


diferenciación sexual en los genitales y en el cerebro.

(En el terreno propiamente especulativo, podemos plantearnos una serie


de argumentos enlazados. Si el cerebro es sexualmente dimórfico - masculino
y femenino - y el cerebro es la sede de la conducta, se sigue que la conducta
sexual es un producto del cerebro. Como consecuencia, la conducta sexual es

54
un producto biológico y, por tanto, en última instancia, un producto de los
genes..., pues ¡asunto terminado! Pues no. Aunque actualmente no hay nadie
que discuta seriamente que el cerebro es la base de la conducta humana, la
idea que se tiene, en general, es que los genes determinan una conducta
esencialmente plástica, flexible, adaptable a las circunstancias, que aprende a
lo largo de la vida. Lo cual sería de aplicación también a la conducta sexual.
Por tanto, estamos donde estábamos. Aunque con algo más de conocimiento).

En la inmensa mayoría de los casos, el proceso que se acaba de describir


discurre de modo tal que hay una concordancia entre el sexo cromosómico o
genético y el sexo anatómico o genital. Esto da lugar a una determinación
clara de la identidad sexual biológica (masculina o femenina) del individuo
desde el mismo momento del nacimiento.

A medida que el individuo va creciendo y madurando y, especialmente, a


partir de la pubertad, se hace consciente de su identidad sexual, experimenta
la atracción sexual, lleva a cabo actividades sexuales, etc., en definitiva, se
desarrolla la sexualidad humana con toda su complejidad.

En la especie humana, como en las demás especies con reproducción


sexual, lo más frecuente es que haya una concordancia total entre el sexo
cromosómico, el sexo anatómico y la orientación sexual desarrollada. De tal
modo que un individuo XX presente la anatomía propia de una mujer y
experimente atracción sexual por el sexo opuesto. Análogamente, un
individuo XY presente la anatomía propia de un hombre, y experimente
atracción sexual hacia las mujeres. Pero como se vio en el capítulo anterior,
la sexualidad humana presenta multitud de variantes individuales, incluyendo
variaciones de la orientación sexual hacia personas del mismo sexo o hacia

55
ambos sexos. ¿Hay una explicación biológica para las variaciones de la
sexualidad humana? ¿Pueden explicarse biológicamente los patrones básicos
de la conducta sexual? ¿Tiene una explicación biológica la homosexualidad?
La respuesta a estas cuestiones es afirmativa. En las páginas que siguen se
van a presentar las explicaciones biológicas, las evidencias experimentales
que las sustentan, y se va a discutir su significado.

Como se ha comentado en otro momento, la orientación sexual es el


componente de la sexualidad humana que muestra un dimorfismo sexual más
acusado. También es un rasgo muy estudiado y muy apropiado desde el punto
de vista de su determinación objetiva. Por consiguiente, en general, se va a
utilizar la orientación sexual como referencia clave de la sexualidad humana
y, en este sentido, se va a enfocar la discusión en los procesos biológicos que
puedan explicar cómo se origina la orientación sexual en un ser humano.

2.2. La teoría neuroendocrina

La teoría neuroendocrina, que también podemos denominar teoría


organizadora-activadora, tiene un recorrido de más de 50 años de
experimentación, habiendo acumulado un gran número de evidencias en
animales no humanos que la apoyan. Es la teoría biológica sobre la
sexualidad más ampliamente desarrollada y con más capacidad explicativa de
las diferentes variantes de la sexualidad humana. Por ello, se va a utilizar
como principal hipótesis de referencia con la que contrastar y discutir las
evidencias experimentales aportadas por los investigadores en diferentes
campos.

Como hemos visto, el desarrollo del sexo en el feto durante la gestación se


produce a instancias genéticas, a través de la acción de las hormonas

56
sexuales, especialmente la testosterona. El efecto hormonal no se circunscribe
meramente a los órganos sexuales, sino que afecta al conjunto del feto en
desarrollo, destacando especialmente, por su trascendencia, el impacto que
tiene sobre la arquitectura del cerebro. Las diferencias estructurales en el
cerebro, resultantes de la interacción de genes, hormonas sexuales y células
cerebrales en desarrollo, se piensa que son la base de las diferencias sexuales
en componentes de la sexualidad humana tales como el rol de género, la
identidad de género y la orientación sexual (Bao y Swaab, 2011). De acuerdo
con la teoría neuroendocrina el proceso vendría a desarrollarse del modo
siguiente.

Es sobradamente conocido que los niveles de testosterona son siempre


más elevados en el feto masculino que en el femenino. Pero estos niveles no
se mantienen constantes sino que varían siguiendo un patrón temporal
perfectamente establecido. Concretamente se producen dos picos de
testosterona en los fetos masculinos respecto de los femeninos, uno
comenzando alrededor de las 8 semanas del embarazo y disminuyendo a las
24 semanas y el segundo inmediatamente después del nacimiento,
aproximadamente entre el primer y el tercer mes de la infancia (Hines, 2011).

En la etapa prenatal, la acción de la testosterona sobre el cerebro, bien


directamente o bien a través de sus derivados, se postula que determina la
arquitectura y las conexiones cerebrales en áreas específicas vinculadas con
la conducta sexual. Esta acción prenatal de la testostero na tiene un efecto
irreversible y permanente, lo que se ha dado en llamar un efecto organizador,
dando lugar a un cerebro masculino. La ausencia de testosterona tiene
también un efecto organizador, en este caso para dar lugar a un cerebro
femenino (Bao y Swaab, 2011; Hines, 2011; McCarthy, 2010). La acción

57
hormonal organizadora del cerebro se completaría postnatalmente en el breve
periodo de los tres primeros meses del recién nacido. De esta manera, muy
tempranamente, poco después del nacimiento, ya quedarían fijados los
patrones de conducta sexual. Posteriormente, con la llegada de la pubertad,
entrarían plenamente en producción hormonal las gónadas respectivas de
cada sexo generando un intenso pico hormonal. Este baño del cerebro en
hormonas sexuales activaría los patrones de conducta sexual preestablecidos.
Esto es lo que se ha dado en llamar efecto activador (Bao y Swaab, 2011;
Hines, 2011).

Implícitamente, esta hipótesis asume que los cambios hormonales durante


la pubertad no pueden modificar los patrones de conducta sexual, por
ejemplo, no pueden modificar la orientación o la preferencia sexual. El flujo
hormonal puberal simplemente puede desencadenar tal tipo de conducta, pero
no puede en modo alguno alterarla. A lo sumo, un bajo nivel hormonal lo que
podría provocar es una baja actividad sexual, una carencia de libido, una
ausencia de interés sexual.

Esta hipótesis integra también los factores genéticos. Los genes no se


limitarían meramente a desencadenar el proceso inicial, sino que
intervendrían tanto indirecta como directamente. Indirectamente, mediante el
control, de la producción hormonal, de las enzimas que controlan el
metabolismo de los esteroides sexuales, de la síntesis y distribución de los
receptores androgénicos y estrogénicos, etc. Y directamente, actuando sobre
células no sexuales (por ejemplo, neuronas), provocando cambios
estructurales y funcionales en estas células.

2.2.1. Un modelo hipotético de las diferentes variantes sexuales

58
Es relativamente simple ver que, jugando a combinar los principales factores
biológicos causales (todos ellos perfectamente conocidos, esta blecidos y
demostrados) junto con la teoría neuroendocrina, se pueden obtener como
resultado las diferentes variantes de la sexualidad. Si se recapitula, se puede
ver que los factores biológicos causales que se han manejado son los
cromosomas sexuales (que portan los genes del sexo) y los picos de
testosterona (prenatal y postnatal). El efecto o resultado generado es la
diferenciación sexual - masculina y femenina - que afecta, de modo
independiente, al desarrollo genital y al desarrollo cerebral. En última
instancia, el resultado final del desarrollo genital culmina en el sexo genital o
anatómico que presenta el individuo, y el del desarrollo cerebral en el sexo
psicológico o mental que manifestará la persona a través de su conducta.

A modo de simulación, se ha diseñado un modelo predictivo de las


variaciones básicas que presenta la sexualidad humana basado en la teoría
neuroendocrina prenatal (cuadro 2.1). El modelo contiene tres factores
causales: los cromosomas sexuales (XX o XY), el efecto de la testosterona
sobre el desarrollo genital (Sí o No), y sobre la organización del cerebro (Sí o
No). En ambos casos, es Sí, cuando se produce el pico de testosterona en el
momento apropiado y se produce su actuación; o es No, cuando no se
produce el pico de testosterona o ésta no desempeña su actividad.

Hay que tener presente que, para que se dé la situación más habitual, han
de cumplirse simultáneamente dos condiciones: que se produzca el pico de
testosterona y que lo haga en el momento adecuado. Nótese que pueden darse
decenas de situaciones diferentes que tengan como resultado bien que no se
produzca testosterona o que no se produzca a tiempo. Más aún, también
pueden darse decenas de situaciones diferentes en las que, pese a producirse

59
testosterona en tiempo y nivel adecuado, no produzca efecto alguno o se vea
de algún modo reducido su efecto. Por ejemplo: por inexistencia de
receptores para la testosterona, por incapacidad de los receptores para unir a
la hormona, por fallo en el sistema de transmisión de la señal de unión
testosterona-receptor, etc.

El sistema produce dos resultados independientes y un resultado global,


para cada combinación de factores. Los resultados son, por un lado, el sexo
genital o anatómico (masculino, M, femenino, F, o indeterminado, l); por otro
lado, la orientación sexual (hacia el sexo masculino, M, o hacia el sexo
femenino, F) y, finalmente, la resultante de combinar los dos resultados
anteriores, la sexualidad: heterosexual masculino (HeM), heterosexual
femenino (HeF), transexual de-masculino-afemenino (TrM-F), homosexual
masculino (HoM), homosexual femenino (HoF), y transexual de-femenino-a-
masculino (TrF-M). Hasta aquí los elementos que forman parte del modelo
son reales.

Cuadro 2.1. Simulación de algunos de los resultados esperables de acuerdo


con la teoría neuroendocrina (para una explicación véase el texto)

60
Lo que resta del modelo es bastante especulativo, aunque, como el lector
podrá apreciar, sus aspectos son bastante verosímiles. En primer lugar, el
modelo asume que el sexo cromosómico interacciona con la masculinización
o feminización de los genitales producida por la acción o no de la
testosterona, respectivamente. Cuando hay una discordancia entre sexo
cromosómico y la acción de la testosterona (XX con sexo masculinizado, o
XY con sexo feminizado), se supone que el resultado es unos genitales
indeterminados (lo que suele llamarse intersexo) (cuadro 2.1). El sexo
psicológico o mental, en cambio, es simplemente el resultado directo de la
masculinización o feminización del cerebro por la acción o no,
respectivamente, de la testosterona. Con estas premisas los resultados
posibles aparecen recogidos en el cuadro 2.1.

El caso 1 sería el desarrollo típico de un embrión masculino. Los factores


causales serían: pareja de cromosomas sexuales XY, pico de testosterona en

61
el momento apropiado durante el desarrollo genital y durante el desarrollo
cerebral; en consecuencia, las salidas resultantes serían: sexo genital
masculino y sexo cerebral masculino, con lo que el individuo sería hombre
heterosexual (cuadro 2.1). El caso 5 correspondería al desarrollo típico de un
embrión femenino. Factores causales: cromosomas sexuales XX, y ausencia
de picos de testosterona. Resultados: sexo genital femenino y sexo cerebral
igualmente femenino, con lo que el individuo sería mujer heterosexual
(cuadro 2.1). En los casos 2 (XY) y 6 (XX) el sexo genital está perfectamente
normal por la concordancia entre los cromosomas sexuales y la acción
correspondiente de la testosterona sobre el desarrollo genital (Sí en XY,
genitales masculinos; No en XX, genitales femeninos), no así con respecto al
efecto sobre el desarrollo cerebral (No en XY, hombre con cerebro femenino;
Sí en XX, mujer con cerebro masculino), resultando hombres y mujeres
homosexuales, respectivamente (cuadro 2.1). El modelo predice episodios de
transexualidad (casos 4 y 8) en los que se da un sexo genital indeterminado y
un cerebro femenino (en individuo XY) y un cerebro masculino (en individuo
XX), respectivamente, resultando transexuales masculino-a-femenino, y
femenino-a-masculino, respectivamente (cuadro 2.1). Los casos 3 y 7, con
coherencia entre el sexo genético y el sexo mental, no así con el sexo genital,
serían hombres y mujeres heterosexuales pero con genitales incorrectamente
desarrollados.

Como vemos, por tanto, asumiendo unos presupuestos bastante


verosímiles, la teoría neuroendocrina prenatal es capaz de predecir los tipos
básicos de sexualidad encontrados en los humanos. Adicionalmente, hay otra
serie de factores que es probable que contribuyan a la variabilidad de la
sexualidad humana: los niveles hormonales, el momento de la exposición a
los esteroides, los metabolitos más o menos activos derivados de los

62
esteroides, la actividad de los receptores hormonales, la disponibilidad de
esteroides libres en oposición a los ligados, etc. Por otra parte, también podría
contribuir la variabilidad genética individual o la exposición a factores
ambientales que suprimen o perturban las acciones hormonales (Alexander et
al., 2011). El efecto conjunto de un complejo número de factores puede
predecir fácilmente cualquier variante de la sexualidad humana dentro del
marco de la teoría neuroendocrina prenatal.

La acreditada distribución bimodal de la sexualidad humana, donde la


mayoría de los individuos se engloban dentro de la clase K = 0 y la minoría
restante se agrupan en tomo a K = 1-6, dentro del modelo propuesto, sugiere
que es bastante infrecuente una discordancia de la influencia hormonal sobre
el desarrollo genital y cerebral. Lo cual parece lógico. Siendo
exponencialmente más raros los individuos transexuales, dado que requieren
la concurrencia de sucesos poco frecuentes: la discordancia entre el sexo
genético y la acción de la testosterona - sobre genitales y cerebro-.

2.2.2. Supuestos de la teoría

La hipótesis neuroendocrina sobre el desarrollo de la sexualidad humana


descansa sobre una serie de supuestos.

Primero, los genes participan en el desarrollo de la sexualidad humana,


directamente, actuando sobre las neuronas de áreas cerebrales específicas e,
indirectamente, a través de las hormonas sexuales.

Segundo, hay un proceso de diferenciación sexual del cerebro que da


lugar a diferencias en áreas cerebrales específicas entre un cerebro masculino
y un cerebro femenino.

63
Tercero, el proceso de diferenciación sexual cerebral se debe a la acción
organizadora de la testosterona.

Cuarto, los cambios en la estructura cerebral son irreversibles.

Quinto, las áreas cerebrales afectadas están involucradas en la conducta


sexual.

Sexto, la actuación de la testosterona se produce principalmente durante la


gestación o en los primeros meses inmediatos al nacimiento.

Séptimo, existe una relación causa-efecto entre los factores mencionados


(genes, testosterona, y áreas cerebrales) y la conducta sexual humana.

Como cualquier hipótesis científica, la aceptación o rechazo de la


hipótesis neuroendocrina sobre el desarrollo de la sexualidad humana
depende del nivel de soporte experimental que tenga cada uno de los
supuestos enunciados. Se verán en primer lugar los hechos y después se
podrá constatar que éstos sostienen todos los supuestos de la teoría
neuroendocrina.

Previamente, se presentarán, concisamente, otras teorías biológicas


relevantes sobre el origen de la homosexualidad.

2.3. Otras teorías biológicas sobre la homosexualidad

2.3.1. Inmunización maternal

La teoría de la inmunización maternal se ha desarrollado para explicar el


llamado efecto del orden de nacimiento (fraternal birth order effect, FBO)

64
que es uno de los hechos más comprobados y que se explicará con detalle
más adelante. Baste ahora con decir que consiste en que los hijos varones
tienen más probabilidad de ser homosexuales cuantos más hermanos varones
hayan nacido antes.

De acuerdo con la teoría de la inmunización maternal, algunas madres,


durante los embarazos con fetos masculinos, entrarían en contacto con una
sustancia importante en el desarrollo fetal masculino. El sistema inmunitario
de la madre al entrar en contacto con esta sustancia extraña desarrollaría una
respuesta inmune contra ella. Se supone que sería una proteína masculina,
producto de alguno de los genes exclusivos del cromosoma Y - que no están
presentes en el cromosoma X - que provocaría la reacción del sistema
inmunitario de la madre. Los anticuerpos generados por la madre podrían
cruzar la barrera placentaria y acceder al feto. Los anticuerpos antimasculinos
podrían entonces cruzar también la barrera hematoencefálica del cerebro fetal
inmaduro afectando en última instancia al desarrollo cerebral. El resultado
sería una feminización del cerebro en desarrollo (Bogaert y Skorska, 2011).

La probabilidad de un efecto inmune sobre la orientación sexual sería


progresivamente más elevada con sucesivos embarazos, lo que daría lugar al
efecto FBO. Un proceso similar es el que subyace a la reacción materna
frente a fetos Rh+ (siendo la madre Rh-), que se agudiza con cada nuevo
embarazo Rh+ - en este caso también hay un efecto de orden de nacimiento-.

Por otra parte, esta hipótesis explicaría la inexistencia de efecto FBO en el


caso de las hijas. Los fetos femeninos llevan una pareja de cromosomas
sexuales XX, no tienen Y.En consecuencia, las hijas no tendrían los genes
masculinos, porque no tienen el cromosoma Y, y no provocarían ninguna
respuesta inmune en la madre.

65
La hipótesis supone una serie de requisitos, todos los cuales han sido
adecuadamente respondidos haciendo muy creíble la teoría.

En primer lugar, se ha sugerido que la sustancia antigénica podría ser


alguna o varias de las proteínas codificadas por alguno de los escasos genes
exclusivos presentes en el cromosoma Y, que son exclusivas de fetos
masculinos, y no se encuentran en el repertorio de la madre. Tales genes y
tales proteínas existen. Resta por demostrar que alguna de tales proteínas está
implicada en la masculinización del cerebro y que provoca la respuesta
inmune de la madre. De momento, solo hay resultados alentadores pero no
concluyentes.

También se sabe que se produce entrada de células fetales en el torrente


circulatorio sanguíneo de la madre durante embarazos anómalos y normales.
Por tanto es un hecho demostrado que se produce el contacto necesario que
daría lugar a la respuesta maternal inmune. Falta por demostrar, como se ha
dicho, la identidad de los causantes de la reacción materna. En definitiva, la
teoría maternal inmune es muy verosímil (para una explicación más detallada
véase la excelente revisión de Bogaert y Skorska, 2011).

Como se discutirá en el lugar adecuado, la teoría de la reacción maternal


inmune, no sirve - ni lo pretende - como explicación general de la
homosexualidad humana, alternativa a la teoría neuroendocrina. Simplemente
trata de dar cuenta del hecho bien corroborado que se ha dado en denominar
como efecto FBO.

2.3.2. Desarrollo inestable

La teoría del desarrollo inestable, en cambio, sí aspira a competir con la

66
teoría neuroendocrina, planteándose como explicación alternativa.

En esencia la teoría del desarrollo inestable postula la incapacidad de


algunos organismos para afrontar los estreses (genéticos u otros) que
acontecen durante el desarrollo embrionario y fetal. Esta incapacidad de
sortear algunos desequilibrios provocaría el desvío del desarrollo del
organismo de su trayectoria ontogénica ideal. El fenómeno se plasmaría en
una serie de características que no se corresponderían con el aspecto ideal.
Rasgos que manifestarían este tipo de procesos serían, por ejemplo, algunas
asimetrías corporales muy marcadas, ser zurdo, etc. En este sentido, la
homosexualidad sería un resultado de las desviaciones del fenotipo "ideal",
de orientación heterosexual.

Hasta el momento, el soporte principal para esta teoría ha sido la elevada


tasa de zurdos entre los homosexuales de ambos sexos (Rahman, 2005b). (Se
supone - lo que parece "mucho suponer" - que el zurdo es una "desviación"
respecto del "ideal" diestro.)

La medida mejor y más utilizada del desarrollo inestable es la asimetría de


rasgos antropométricos bilaterales, como, por ejemplo, la asimetría de las
huellas dactilares. Idealmente, las huellas dactilares de ambas manos deberían
atenerse a una simetría especular (una coincidiría con la imagen de la otra
vista en un espejo). Se puede cuantificar el grado de asimetría para este
carácter y, de hecho, varios estudios han explorado medidas de esta asimetría
con respecto a su posible relación con la orientación sexual. Ninguno ha
encontrado evidencias de dicha relación (Rahman, 2005b).

Recientemente, se ha estudiado la posible relación entre la asimetría (en


manos y cara) y la inestabilidad del desarrollo, de un lado, y por otro lado, el

67
posible vínculo entre la inestabilidad del desarrollo y la conducta sexual (Van
Dongen et al., 2009). Los resultados refutan un vínculo entre asimetría e
inestabilidad del desarrollo, así como confirman la ausencia de vínculo entre
la inestabilidad del desarrollo y aspectos de la conducta sexual. En conjunto,
los resultados de diversos estudios son controvertidos, cuando no claramente
contrarios a esta teoría (Van Dongen et al., 2009), por lo cual parece ser una
teoría desechada, de la que hay pocas noticias recientes.

2.3.3. Teoría epigenética

Aunque la descripción del fenómeno de la epigénesis tiene ya algunos años,


solo muy recientemente, en diciembre de 2012, se utilizó para añadir una
nueva hipótesis biológica explicativa de la homosexualidad humana (Rice et
al., 2012). Tampoco en este caso se trata de una teoría alternativa a la teoría
neuroendocrina, que se da por asentada firmemente, sino como un
mecanismo biológico adicional capaz de generar homosexualidad.

En la epigénesis, no cambia la información contenida en el gen sino el


estado en que éste se encuentra. Se producen modificaciones químicas más o
menos irreversibles (metilaciones, acetilaciones, etc.) que pueden alterar
drásticamente la expresión de los genes sin haber modificado ni una sola
"letra" del mensaje genético. Por ejemplo, una modificación epigenética
habitual es la metilacion del ADN en regiones específicas, provocando el
silenciamiento de determinados genes. Un ejemplo arquetípico de epigénesis
es el que se da en las células de las mujeres donde uno de los cromosomas de
la pareja XX es fuertemente compactado ("heterocromatinizado", en la jerga
genética) quedando de este modo silenciados virtualmente todos los genes de
dicho cromosoma manteniéndose en ese estado toda la vida. Lo llamativo de

68
la epigénesis es que los efectos pueden ser muy duraderos (toda la vida en el
caso de la compactación de uno de los cromosomas X en las mujeres).
Habitualmente, las marcas epigenéticas son borradas entre una generación y
otra, por lo que no se transmiten hereditariamente. Pero, excepcionalmente,
se han observado casos en los que algunas modificaciones epigenéticas no
son borradas en las células reproductoras (espermatozoides y óvulos) y, por
consiguiente, son transmitidas a la siguiente generación (son heredadas).

Como se ha visto, durante la gestación la acción de determinadas


hormonas daba lugar a la diferenciación sexual del cerebro, de tal mo do que
éste se masculinizaba o feminizaba según el caso. Este efecto se denomina
efecto organizador porque los cambios producidos son duraderos: generados
prenatalmente son estables durante la edad adulta. Se supone que los cambios
provocados por las hormonas son, al menos en parte, debidos a
modificaciones epigenéticas. Más aún, se afirma que otros factores
ambientales (las hormonas lo son) podrían también afectar a la diferenciación
sexual del cerebro a través de cambios epigenéticos.

69
Con los hechos se hace referencia a las evidencias empíricas, a los datos de la
realidad. En este capítulo se van a revisar las evidencias experimentales
procedentes de diferentes campos científicos biológicos y se discutirán con
relación a la teoría biológica y a la teoría sociocultural sobre el origen de la
homosexualidad. Es decir, en donde sea apropiado, se razonará la
compatibilidad o la incompatibilidad de los hechos revisados con las dos
teorías básicas en litigio, alcanzándose una conclusión, si es posible.

3.1. El efecto FBO

En 1996 se demostró que los hombres homosexuales tienen un mayor número


de hermanos mayores que los hombres heterosexuales (Blanchard y Bogaert,
1996a, 1996b). Dicho de otro modo, que el orden de nacimiento de los
hermanos ("fraternal birth order", FBO) está correlacionado positivamente
con la homosexualidad masculina, de tal modo que la probabilidad de ser
homosexual se incrementa en un 33% con cada hermano mayor adicional.
Esto es lo que se ha dado en llamar efecto FBO. Este efecto se debe
exclusivamente a los hermanos varones nacidos previamente, sin que influya
el número de hermanas mayores. Por el contrario, no se encontró ninguna
relación de la homosexualidad femenina con el número de hermanos o
hermanas mayores. Es decir, el efecto FBO sólo se produce con relación a la
homosexualidad masculi na. Este efecto se observaba incluso aunque los
hermanos mayores fueran criados en otro hogar diferente del hermano gay
más joven, luego el efecto FBO no tiene que ver con la convivencia con los

70
hermanos mayores, no se debe a una conducta aprendida de los hermanos
mayores. También se demostró que hermanos no biológicos (por ejemplo,
adoptados) no tenían ningún efecto sobre la orientación sexual masculina. Por
consiguiente, el efecto FBO se producía durante el periodo prenatal, no
durante la niñez o la adolescencia. En suma, el efecto FBO no puede ser
explicado en modo alguno en base a la educación y a la crianza. Es
incompatible totalmente con la hipótesis sociocultural (véase la excelente
revisión de Bogaert y Skorska, 2011).

Este efecto ha sido confirmado numerosas veces, incluyendo replicaciones


por investigadores independientes, en distintos laboratorios, con diferentes
poblaciones, en momentos temporales diferentes, etc., de modo que está
sólidamente establecido y aceptado. Para explicarlo se ha propuesto una
teoría detallada, independiente y diferente de la teoría neuroendocrina, la
hipótesis de la inmunidad maternal, que se ha descrito anteriormente.

En cualquier caso, se debe tener presente que el efecto FBO sólo da


cuenta de la homosexualidad masculina, nada explica de la homosexualidad
femenina. Más aún, sólo explica parte de la homosexualidad masculina pues
se estima que, aproximadamente, sólo uno de cada siete casos de varones
homosexuales debe su orientación sexual al efecto FBO (Rahman, 2005a).
Por consiguiente, este efecto no puede servir como explicación universal de
la homosexualidad humana. De modo que deben existir otras rutas que
conduzcan a la homosexualidad, además del efecto FBO.

3.2. Genética de la homosexualidad

La información genética (los genes), contenida en el núcleo de la célula


huevo, es la responsable de conducir el desarrollo embrionario y fetal hasta

71
dar lugar a un nuevo individuo humano. De esta manera, como está bien
comprobado, muchos de los caracteres observados en el nue vo individuo son
resultado de la expresión de sus genes. Los genes se reciben (se heredan) de
los padres y explican la herencia de los caracteres (el parecido entre padres e
hijos). Parece lógico suponer que los caracteres conductuales
(comportamiento sexual incluido) sean también el resultado de la expresión
de los genes. De tal modo que caracteres tales como la identidad de género, la
preferencia sexual o la orientación sexual vendrían a estar genéticamente
determinados en mayor o menor medida. No obstante, la Genética de la
conducta, cuando se refiere a la conducta humana, es una rama muy
controvertida de la Genética. Las implicaciones éticas y sociales que pueden
tener las teorías sobre la herencia de la conducta humana convierten este
campo científico en un asunto muy sensible que hace que se escruten
minuciosamente las investigaciones en este terreno. Los resultados son
generalmente objeto de una fuerte polémica y las conclusiones muy
discutidas. Pero esto no es nada nuevo: ya se sabía que el asunto mismo de
este libro era polémico. Lo único que se puede hacer es lo que se viene
haciendo: proporcionar información rigurosa y veraz.

3.2.1. Estudios de animales no humanos

La mosca de la fruta, Drosophila, es uno de los organismos modelo en


Genética. También lo es en genética de la conducta sexual. Desde hace medio
siglo se conoce que mutaciones en un gen, llamado fruitless, provocan que
los machos cortejen a otros machos. Se han descrito muchas otras mutaciones
en muchos otros genes que tienen efectos similares sobre la conducta sexual
(de las moscas).

Aunque a algún escéptico le parezca el ejemplo tomado por los pelos

72
(¡equiparar la conducta sexual de un insecto con la de un ser humano!), sirve
para demostrar que existen genes que afectan a la conducta sexual (de las
moscas), capaces de convertir la conducta heterosexual en homosexual (en
las moscas). Así pues, no es descabellado suponer que puedan existir tales
tipos de genes en otros animales, incluido el ser humano.

3.2.2. Estudios de familias y gemelos

Los estudios de familias han puesto de manifiesto que tanto la


homosexualidad masculina como la femenina discurre en familias.

Los datos obtenidos en los primeros estudios mostraron que los hombres
no heterosexuales (K = 2-6) tenían un 22% de hermanos no heterosexuales,
como ellos. En cambio, los hombres heterosexuales (K = 0-1) tenían sólo un
4% de hermanos no heterosexuales. Si el hecho de ser gay fuese una cuestión
puramente ambiental, se esperaría que la incidencia de la homosexualidad
fuese aproximadamente igual en los hermanos de un gay que en los hermanos
de un "hetero". Lo que no es el caso, como se ve. Diferentes estudios
muestran que los gays parecen tener de 2 a 5 veces más hermanos
homosexuales que los heterosexuales. En cambio, si se supone que hay genes
que determinan o predisponen a la homosexualidad (genes "gay"), se podrían
explicar estos resultados: los hermanos comparten genes y por ello se
parecen; los hermanos de un gay es más probable que lleven genes "gay" y se
parezcan en su orientación sexual.

Algo similar parece también suceder con las mujeres homosexuales: es


más frecuente que sean lesbianas las hermanas de una lesbiana que las de una
heterosexual. Es decir, en ambos casos, aumenta la probabilidad de que los
hermanos o hermanas de homosexuales sean a su vez también homosexuales,

73
con respecto a los heterosexuales (Pillard y Bailey, 1998; Sanders y Dawood,
2004).

También parece haber una tendencia hacia que los hombres no


heterosexuales tengan más hermanas no heterosexuales, y las mujeres no
heterosexuales a tener más hermanos no heterosexuales (Pillard y Bailey,
1998). Resultados análogos se han obtenido en estudios recientes, con
muestras grandes, en los que se ha encontrado que las tasas de
homosexualidad masculina eran consistentemente mayores en los parientes
de los homosexuales masculinos. Al mismo tiempo han encontrado que las
hermanas de los homosexuales tenían más probabilidad de ser lesbianas
(Schwartz et al., 2010).

Conjuntamente, estos resultados sugieren que la relación familiar, el


parentesco genético, la similitud genética, es la base que determina la
similitud en la orientación sexual, lo que implicaría que la homosexualidad
tendría un importante componente genético.

Sin embargo, también es verosímil una explicación alternativa basada en


que los hermanos y hermanas no sólo comparten genes sino que comparten el
ambiente en que crecen y se educan. La influencia de la crianza en el mismo
hogar, las relaciones entre hermanos, etc., podría igualmente explicar la
mayor incidencia de la homosexualidad entre los hermanos y hermanas como
resultado del contacto, la emulación, etc. Y explicaría que los hermanos y
hermanas de un "hetero" también fuesen heterosexuales. Es decir, una
explicación sociocultural es posible.

No obstante, recientemente se ha visto que el efecto familiar sobre la


orientación sexual masculina decrece a medida que disminuye el grado de

74
parentesco (Schwartz et al., 2010). Si la homosexualidad se originase por el
ambiente familiar, la frecuencia de la homosexualidad entre los familiares
que comparten ese ambiente debiera de ser aproximadamente la misma. Lo
que se ha demostrado es que la similitud no es homogénea entre todos los
familiares que comparten un ambiente común sino que está asociada
positivamente con el grado de parentesco, esto es aumenta el parecido en la
orientación sexual masculina conforme aumenta el parentesco genético y al
contrario, a medida que mengua el parentesco genético decrece la similitud
en la orientación sexual. Lo que no tiene explicación por la crianza, el
ambiente educativo, etc., sino que apunta claramente hacia que la
homosexualidad es heredable.

El problema de la genética de la conducta o de la personalidad es que es


muy difícil, o, virtualmente imposible, separar el efecto del ambiente del
efecto de los genes en los seres humanos. En animales no humanos y en
plantas ambos efectos son computables independientemente. Por ejemplo, el
efecto del ambiente se puede estimar sometiendo a diferentes ambientes una
serie de individuos genéticamente idénticos (un clon de plantas obtenidas por
reproducción vegetativa, una línea pura, etc.). Por su parte, el efecto de los
genes podría estimarse criando diversos individuos genéticamente diferentes
en un mismo ambiente.

En la especie humana, lo más parecido a una de estas situaciones es el


caso de gemelos y mellizos que son extraordinariamente valiosos para
conducir estudios de genética de la conducta.

Hay dos tipos de gemelos: monocigóticos (gemelos simplemente) y


dicigóticos (mellizos). Los gemelos monocigóticos, idénticos o, simplemente,

75
gemelos, son llamados así porque proceden de un único suceso de
fecundación, proceden, pues, de una única célula huevo o cigoto que, en
algún momento, durante el desarrollo embrionario temprano, se escinde en
dos partes, cada una de las cuales completa el desarrollo como un embrión
diferente. Estos gemelos son, por consiguiente, genéticamente idénticos en su
totalidad, comparten el 100% de sus genes, coincidiendo siempre en el sexo
desarrollado. En tanto que los mellizos son gemelos dicigóticos o no
idénticos, proceden de dos cigotos originados por dos fecundaciones
independientes aunque aproximadamente simultáneas. Son como dos
hermanos corrientes, sólo que se han gestado simultáneamente. Por
consiguiente, los mellizos sólo comparten, por término medio, el 50% de sus
genes. Con cierta frecuencia sucede que desarrollan distinto sexo la pareja de
mellizos, sencillamente porque uno es XX y el otro es XY.

Ambos tipos de hermanos (gemelos y mellizos), teóricamente, comparten


el mismo tipo de ambiente, tanto durante la gestación como durante la
crianza, supuesto que se crían en el mismo ambiente familiar. Por lo tanto,
bajo estas condiciones, las diferencias entre gemelos y mellizos son debidas
exclusivamente a diferencias genéticas.

Los estudios de gemelos observan un carácter en una pareja de gemelos y


anotan si coinciden o concuerdan en la expresión del carácter. Por ejemplo, si
se observa la orientación sexual, los dos gemelos pueden ser heterosexuales o
los dos homosexuales (concordantes); o uno puede ser homosexual y el otro
heterosexual (no concordantes). Si el carácter observado (por ejemplo, la
orientación sexual) está genéticamente determinado se espera que la pareja
sea concordante. En un estudio de este tipo el grado máximo de concordancia
entre gemelos es del 100%. Si lo que se estudia son parejas de mellizos, el

76
grado máximo de concordancia esperado es del 50%. Los valores máximos
de concordancia sólo se alcanzan para caracteres con una determinación
genética simple y estricta. Por ejemplo, para el grupo sanguíneo Rh. Para
caracteres complejos, influidos (que no determinados) por muchos genes, la
concordancia en un estudio raramente llegará al valor máximo. Pero lo que
siempre se cumplirá para cualquier carácter heredado es que el grado de
concordancia siempre será mayor entre gemelos que entre mellizos. Por tanto,
todo carácter con un componente genético se diagnostica porque el grado de
concordancia entre gemelos es significativamente mayor que entre mellizos.
No como sugieren algunos, porque se acerque la concordancia al valor
máximo teóricamente posible.

Los primeros estudios de orientación sexual en gemelos se hicieron con


muestras relativamente pequeñas, entre 5 y 56 gemelos, y proporcionaron
porcentajes de concordancia entre el 25% y el 100% para gemelos, y entre el
0% y el 30% para mellizos, comprendiendo estudios de hombres, de mujeres
y combinados. Los pocos ejemplos disponibles de gemelos criados aparte
mostraron un grado de concordancia, al menos para los hombres, similar a las
observaciones hechas para gemelos criados juntos (Pillard y Bailey, 1998).
Como se ve, es sensiblemente mayor la concordancia entre gemelos que entre
mellizos. Si se tiene en cuenta que gemelos y mellizos comparten ambiente
uterino y postnatal, no se esperan grandes diferencias entre los dos tipos de
hermanos - si el carácter viene determinado por el ambiente y no tiene base
genética-. Por tanto, desde estos primeros estudios, ya se apunta la existencia
de un significativo componente genético en la orientación sexual humana.

Más recientemente, en un estudio del año 2008, con una gran muestra de
cerca de 5.000 gemelos y mellizos, se estudiaron los siguientes rasgos de la

77
sexualidad: el número de parejas sexuales, la identidad de género y la
orientación sexual (Zietsch et al., 2008). Cada pareja de gemelos/mellizos
puede concordar en el rasgo estudiado en mayor o menor grado. Por ejemplo,
uno de los gemelos ha tenido 6 parejas sexuales y el otro 5, no son
exactamente iguales pero son valores próximos; en cambio, dos mellizos han
tenido uno 8 parejas y el otro 2. Son valores muy diferentes que no parecen
tener una relación. El coeficiente de correlación mide el grado en que los
valores de un carácter en una serie de gemelos/mellizos covarían
sincronizadamente con los de los hermanos correspondientes.
Estadísticamente hablando, el coeficiente de correlación toma el valor +1 si
la asociación es positiva (covarían en la misma dirección) y total (los valores
son exactamente iguales en las dos series gemelares). Toma el valor 0 si no
hay asociación (los valores de los gemelos de cada pareja varían
aleatoriamente, sin marcar ninguna tendencia). Puede tomar el valor - 1 si
covarían totalmente en direc ciones opuestas. Si el carácter que estamos
midiendo, la orientación sexual, por ejemplo, está genéticamente
determinado, se espera que el grado de correlación aumente con el grado de
parentesco genético.

Pues bien, el grado de correlación para la orientación sexual entre las


parejas de hermanas era 0,47 y 0,37, para gemelas y mellizas,
respectivamente. Entre parejas de hermanos era 0,57 y 0,20, para gemelos y
mellizos, respectivamente. Los valores de correlación correspondientes para
el número de parejas sexuales eran 0,61 y 0,35, para gemelas y mellizas,
respectivamente, y 0,61 y 0,37, para gemelos y mellizos (Zietsch et al.,
2008).

Como se ve, el grado de correlación es sustancialmente mayor entre

78
gemelos que entre mellizos, efecto que sólo puede ser atribuido al mayor
parentesco genético existente entre los primeros respecto de los segundos
(Sanders y Dawood, 2004). Quiere decirse, pues, que estos dos componentes
de la sexualidad humana, la orientación sexual y el número de parejas
sexuales, tienen una clara influencia genética. Debe notarse que estas
conclusiones son de aplicación tanto para hombres como para mujeres.

En sentido contrario, se debe hacer notar que, puesto que la concordancia


entre gemelos no es del 100%, hay una contribución significativa ambiental
(no genética) a estos rasgos de la sexualidad (Sanders y Dawood, 2004).

Sin embargo, las tasas de concordancia en gemelos monocigóticos


son solamente del orden del 50%. Así pues, uno inferiría que bien el
azar o bien agentes no genéticos también juegan un papel sustancial
en la etiología de la homosexualidad masculina (James, 2005).

(Nótese que la contribución ambiental - no genética - no significa no


biológica; el ambiente comprende factores biológicos y no biológicos.)

Algunos de los estudios de gemelos incluyeron hermanos adoptivos,


criados y educados en la misma casa que los homosexuales. Los hermanos
adoptivos no tienen relación de parentesco genético con sus "hermanos", ya
que no son hijos biológicos de los padres, pero, evidentemente, comparten,
desde el mismo momento de la adopción, un mismo entorno familiar,
educativo y cultural. Si la educación y la crianza determinan la sexualidad,
gemelos, mellizos y hermanos no biológicos adoptados deberían proporcionar
valores de correlación groseramente iguales y estadísticamente no diferentes.

En estos casos se han estimado también las tasas de homosexualidad para


los hermanos adoptivos genéticamente no relacionados. Para ambos sexos la

79
proporción de homosexuales era significativamente mayor entre los gemelos
que entre los mellizos o entre los hermanos adoptivos (Sanders y Dawood,
2004). Esto es lo esperado en el caso de que la homosexualidad tuviese un
componente genético significativo.

Muchos de los estudios de gemelos y de familias han permitido estimar la


heredabilidad para algunos componentes de la sexualidad humana. La
heredabilidad es, en sentido amplio, la proporción de la variación de un
carácter debida a los genes. La proporción no explicada por los genes se
atribuye al ambiente en sentido amplio.

Los primeros trabajos de Bailey y colaboradores estimaron que la


heredabilidad para la orientación sexual era alrededor del 53% en hombres y
del 52% en mujeres (LeVay y Hamer, 1994). Posteriormente se han
acumulado nuevos trabajos que ponen de manifiesto valores de heredabilidad
para la orientación sexual en humanos que oscilan entre el 50% y el 74%
(Bailey y Zuk, 2009), lo que significa que más de la mitad de la variación
observada para el carácter orientación sexual se explica por la variación
genética.

Otro estudio reciente (Burri et al., 2011), con más 4.000 gemelos, en el
Reino Unido, analizó la identidad de género, la orientación sexual y el
comportamiento durante la niñez (si era un comportamiento típico de género
o atípico). Del comportamiento atípico de género se sabe que está
correlacionado robustamente con la homosexualidad adulta, como se vio en
el capítulo 1. La heredabilidad calculada fue del 32% para el comportamiento
atípico de género durante la niñez, del 25% para la orientación sexual, y sólo
del 11% para la identidad de género.

80
Otros aspectos de la conducta sexual fueron estudiados en una muestra
amplia de gemelos (más de 3.000). Concretamente, la edad de iniciación y la
práctica sexual con múltiples parejas (promiscuidad). La edad de iniciación
mostró una heredabilidad del 24%, y la promiscuidad del 49% (Lyons et al.,
2004).

Como se observa, todos los aspectos de la conducta sexual estudiados


presentan un componente genético significativo. Si se tiene en cuenta el tipo
de algunos de los aspectos (la edad de iniciación y la tendencia a ser
promiscuo, por ejemplo), lo que resulta sorprendente es que se hayan
calculado valores de heredabilidad significativos. Cualquiera habría pensado
a priori que, por ejemplo, la edad de iniciación sexual sería un asunto
puramente cultural, dependiente de los comentarios de los amigos, del
ambiente del barrio y de cosas por el estilo. Pues bien, hasta caracteres como
éstos muestran una cierta influencia genética.

Como se puede ver, hay diferencias sustanciales entre los valores de


heredabilidad encontrados en los diferentes estudios. Esto es normal, ya que
se sabe que la heredabilidad depende de la muestra y del ambiente. Además,
es bastante probable que parte de estas inconsistencias sean debidas a la
forma de medir los caracteres analizados (Burri et al., 2011).

Los estudios de heredabilidad de caracteres de la conducta humana son


objeto de una fuerte crítica y sus resultados son vistos con bastante
escepticismo. La objeción fundamental es que no se pueden separar los
efectos de los genes y del ambiente en los seres humanos, porque para ello
habría que ser capaces de controlar las condiciones ambientales en que se
desarrolla una conducta, lo cual es imposible (Járvilehto y Lickliter, 2009).

81
Esta crítica es correcta y se debe tomar en cuenta. Eso significa que los
valores de heredabilidad no son exactos, están afectados de error. Pueden ser,
realmente, mayores (60 o 70%) o menores (30 o 40%). Tanto da. La tesis que
se defiende no pretende que los genes sean los factores determinantes
exclusivos de la sexualidad humana sino, simplemente, unos de los factores
biológicos que la determinan significativamente. Lo que parece que ha
quedado suficientemente acreditado por los resultados de los diferentes
estudios es que hay un componente genético en la homosexualidad masculina
y femenina.

No obstante, este tipo de estudios no dice qué genes concretos son los
involucrados porque no están diseñados para eso, sino únicamente para
apuntar si existe o no un componente genético en la determinación de la
homosexualidad. Para conocer qué genes o regiones específicas de los
cromosomas son los responsables de la homosexualidad, se requieren
métodos experimentales con un abordaje diferente.

3.2.3. Estudios moleculares

Hamer y colaboradores (1993), estudiando familias (genealogías completas),


encontraron un patrón inesperado en la herencia de la homosexualidad
masculina: había una mayor incidencia en la rama materna, lo que llevó a
sospechar en una trasmisión ligada al cromosoma X.Se recogieron muestras
de ADN de 40 familias en las que se analizaron 22 marcadores génicos que
cubrían completamente el cromosoma X.Para cada marcador, una pareja de
hermanos homosexuales eran registrados como concordantes si compartían
marcadores idénticos heredados de su madre (recuérdese que los hombres
heredamos el cromosoma X siempre de nuestra madre) o como discordantes

82
si heredaban diferentes genes marcadores. Se esperaba que el 50% de los
marcadores fueran idénticos por azar (Hamer et al., 1993). Poco después, en
1994, en un trabajo en colaboración con Simon LeVay, Hamer comentaba:

Los resultados de este estudio fueron llamativos. Sobre la mayor


parte del cromosoma X los marcadores estaban distribuidos
aleatoriamente entre los hermanos gays. Pero en el extremo del brazo
largo del cromosoma X, en una región conocida como Xq28, había un
considerable exceso de hermanos concordantes: 33 parejas
compartían el mismo marcador, mientras que solamente siete parejas
no lo hacían (LeVay y Hamer, 1994).

La interpretación más normal de este hecho es, que la región Xq28


contiene un gen que influencia la orientación sexual en los hombres. Sin
embargo, este estudio tenía algunas debilidades que el propio Hamer
explicitó (Hamer et al., 1993; LeVay y Hamer, 1994). Una, no estaba
replicado. Dos, el propio gen no había sido aislado. Tres, no se sabía la
importancia cuantitativa de la región Xq28 sobre la orientación sexual
masculina.

El hallazgo tuvo en su momento un extraordinario impacto mediático en


los Estados Unidos, similar a lo sucedido con el trabajo de LeVay en 1991
que se comentará más adelante. La influyente grey construccionista
(psicólogos, psicoanalistas, antropólogos, historiadores, filósofos de diversa
laya, etc.), junto con algún eminente genético (Richard Lewontin, de Harvard
University), despotricaron contra el trabajo y sus conclusiones,
principalmente, porque todos maliciaban que tras la hipótesis biológica de la
homosexualidad vendrían una serie de medidas sociopolíticas
discriminatorias contra los gays y lesbianas.

83
En todo caso, las objeciones no fueron meramente de inoportunidad
política, sino que cuestionaban la médula científica del estudio. Hamer
replicó el estudio muy pronto con resultados similares (Hu et al., 1995),
mientras que otros dos estudios, por grupos independientes, no ratificaron el
hallazgo de Hamer, lo que dio lugar a una fuerte controversia acerca de la
fiabilidad de los diferentes trabajos (el relato de la controversia está en
J.M.Bailey, 2005 y en Sanders y Dawood, 2004). Combinando los cuatro
estudios de ligamiento, se hizo un metaanálisis que corroboraba el hallazgo
de Hamer. La réplica del metaanálisis excluyendo el estudio original de 1993
daba un valor de significación de 0,07, que indica una tendencia en la línea
de la hipótesis de Hamer, aunque no sea estadísticamente significativo
(Sanders y Dawood, 2004). Para aumentar la incertidumbre, un nuevo trabajo
del propio grupo de Hamer abarcando todo el genoma (Mustanski et al.,
2005), detectó otras regiones en diferentes cromosomas, relacionadas con la
orientación homosexual, pero la Xq28 no se encontró entre ellas. En suma,
parece claro que existen regiones cromosómicas relacionadas con la
homosexualidad, pero no está bien establecida su localización cromosómica.

3.2.4. Efectos directos de los genes sobre el cerebro

Además de los efectos mediados por las hormonas sexuales que, en última
instancia, son consecuencia de los genes, éstos ejercen también efectos
directos (Arnold, 2004; McCarthy, 2010). Se hace referencia a aquellos
efectos que surgen de la expresión de genes de los cromosomas sexuales, X e
Y, dentro de células no sexuales (especialmente neuronas), y que resultan en
diferencias entre sexos en la función de dichas células.

La idea de que otros factores, aparte de las hormonas sexuales, podrían

84
dar cuenta de las diferencias cerebrales entre sexos ganó apoyo a partir de las
investigaciones con un pájaro, el diamante mandarín ("zebra finch"). Los
machos de esta especie, dentro de la conducta de cortejo, poseen la habilidad
de cantar un trino distintivo de cada individuo que se atribuye a diferentes
regiones cerebrales, más grandes en los machos que en las hembras. Los
machos castrados son capaces de emitir su trino particular. El canto no se ve
modificado por las alteraciones hormonales debidas a la castración. Además,
hay hembras que desarrollan testículos, y por tanto producen testosterona,
pero no son capaces de cantar como los machos. Estos hechos demuestran
que la capacidad cerebral de emitir un trino particular no se debe a la
testosterona sino que es una habilidad cerebral previa e independiente de la
acción de la testosterona. Lo que pone de manifiesto que, en el diamante
mandarín, hay genes masculinos que determinan el desarrollo de
determinadas áreas cerebrales directamente, sin la mediación de las hormonas
sexuales. No es disparatado suponer que existan genes similares en el ser
humano.

En este sentido se han demostrado tales efectos génicos directos en seres


humanos, por ejemplo, la enfermedad de Alzheimer, la enfermedad de
Parkinson, el autismo, la depresión, etc. (Ngun et al., 2011). Hay una
asociación entre el sexo masculino y la propensión a padecer determinadas
enfermedades neurológicas (Parkinson, por ejemplo) y el femenino con otras
patologías (depresión, por ejemplo). Esto indicaría efectos directos de
algunos genes sobre áreas neuronales concretas.

Otra evidencia de la acción directa de los genes sobre el sistema nervioso


en humanos es el síndrome de Tumer, que se debe a la carencia de un
cromosoma X (individuos 45,X0). Las mujeres con síndrome de Turner,

85
además de otras manifestaciones (estatura baja, disfunción ovárica, etc.),
muestran numerosas discapacidades neuropsicológicas respecto de las
mujeres normales 46,XX, como habilidades visoespaciales, deficiencias en la
memoria y en la atención y dificultades para interaccionar socialmente. Todo
esto indica un impacto directo de los genes (de la falta de los genes de un
cromosoma X completo, en este caso) en el desarrollo del sistema nervioso
(Davies y Wilkinson, 2006).

Falta demostrar en humanos la acción específica de los genes sobre áreas


cerebrales relacionadas con la conducta sexual. Pero los hechos presentados
sugieren que tales genes existen.

3.3. Evidencias neurológicas

El cerebro, que es el órgano base de la conducta humana, se origina, como el


resto de los órganos, durante el desarrollo embrionario siguiendo la
programación genética. Las hormonas sexuales modelan de modo diferente
determinados órganos del cuerpo, dependiendo del sexo (masculino o
femenino) del feto. Parece razonable suponer que las hormonas sexuales
pudieran también modelar el cerebro, en sentido masculino o femenino. Esto
es justamente lo que sostiene la hipótesis neuroendocrina prenatal de la
homosexualidad y lo que se va a contrastar con los hechos experimentales. Al
mismo tiempo, probablemente, hay genes que actúan directamente sobre el
desarrollo neuronal de modo diferencial según el sexo, como sugieren los
datos que se acaban de comentar.

La suposición básica es que el cerebro humano es sexualmente dimórfico,


que existen diferencias entre los cerebros de las mujeres y de los hombres.
Dicho de otro modo, existe un cerebro masculino y un cerebro femenino.

86
¿Hay hechos que demuestren que esto es así? Vamos a ver que existen
evidencias abrumadoras que apoyan la diferenciación sexual cerebral. Más
aún, se tendrá ocasión de conocer que hay una relación entre la orientación
sexual y el dimorfismo sexual cerebral.

Para empezar, se sabe que hay una diferencia entre sexos en el peso del
cerebro, compensado por la diferencia de estatura, que está presente desde la
edad de dos años (Bao y Swaab, 2011). Pero además hay otras diferencias
estructurales y funcionales, como se verá.

Una evidencia simple pero poderosa del dimorfismo sexual del cerebro se
deduce de que, pertenecer a uno u otro sexo, tiene importantes consecuencias
en el riesgo de contraer enfermedades neuropsiquiátricas, como se ha
apuntado anteriormente y como se puede ver en el cuadro 3.1 (Bao y Swaab,
2011).

Se puede observar que hay enfermedades neurológicas con una incidencia


mucho mayor en los hombres que en las mujeres, y viceversa. Por ejemplo, la
anorexia nerviosa presenta una ratio de 96:4 y la enfermedad de Alzheimer
74:26 en mujeres respecto de hombres; por el contrario, la esquizofrenia tiene
una ratio de 22:73 y el autismo de 20:80 en mujeres respecto de hombres.
Esto indica claramente, sin ningún género de duda, que el cerebro de
hombres y mujeres es diferente, dicho de otra manera, hay cerebros
masculinos y femeninos. Pero los hechos no se quedan meramente en lo que
se acaba de describir sino que involucran, como se va a ver a continuación, a
áreas concretas del cerebro críticamente relacionadas con la conducta sexual
o la reproducción.

Cuadro 3.1. Incidencia relativa en mujeres y hombres de diferentes patologías

87
nerviosas

3.3.1. Núcleo intersticial del hipotálamo anterior 3

En 1991, un trabajo publicado en Science por el investigador en


neurofisiología Simon LeVay (que a la sazón es gay) tuvo un gran impacto
mediático en los Estados Unidos, donde levantó una gran revuelo por decir
que había un núcleo nervioso hipotalámico que variaba según se fuera
homosexual o heterosexual masculino. (El estudio sobre la homosexualidad
femenina no se pudo hacer por la carencia de cerebros para ser diseccionados
y estudiados.) La acritud con que fueron imprecados el artículo y su autor
desbordó la crítica científica para rallar en la mezquindad. Más adelante
veremos algunas "perlas" escogidas, en otra parte de este libro.

Estudios independientes, de diferentes laboratorios y grupos de

88
investigación, observaron que un conjunto de neuronas del hipotálamo
llamado núcleo intersticial del hipotálamo anterior 3 (INAH3) era más de dos
veces mayor en los hombres que en las mujeres. Pero al mismo tiempo,
también el INAH3 era de dos a tres veces más grande en hombres
heterosexuales que en homosexuales. La diferencia era altamente
significativa desde el punto de vista estadístico. En cambio no había
diferencias significativas entre hombres homosexuales y mujeres (LeVay,
1991).

El 1NAH3, por su localización y conexiones, es, probablemente, el


equivalente humano del núcleo sexualmente dimórfico del área preóptica
(SDN-POA), primeramente descrito en ratas, que se sabe está relacionado
con la conducta sexual de las ratas. Posteriormente se encontró que las ovejas
también tenían un grupo de neuronas, sexualmente dimórfico equivalente.
Este grupo neuronal es denominado el oSDN (donde la "o" significa ovino).
Esta estructura nerviosa es mayor en los carneros heterosexuales que en los
carneros con orientación homosexual y que en las ovejas en fase luteal
(Alexander et al., 2011). También se ha podido demostrar que este
dimorfismo ocurre independientemente de la experiencia sexual, lo que
sugiere que se desarrolla durante el periodo embrionario (Roselli et al.,
2011).

Para responder a la cuestión de si la testosterona es responsable de la


emergencia de la diferencia entre sexos, fetos de cordero fueron expuestos a
elevados niveles de testosterona exógena durante el periodo crítico de la
diferenciación sexual. La exposición a la testosterona agrandó
significativamente el oSDN en las hembras, pero no tuvo ningún efecto en los
machos. Así pues, la exposición prenatal a la testosterona defeminiza y

89
masculiniza el oSDN (Roselli et al., 2011), en coherencia con la hipótesis
organizacional.

Este núcleo está verdaderamente localizado en el centro del POA


hipotalámico, una región involucrada en el control de la conducta sexual y las
preferencias de pareja (Balthazart, 2011).

En suma, el INAH3 aparece como una estructura cerebral sexualmente


dimórfica, que surge como consecuencia de la acción prenatal de la
testosterona, que parece vinculada con algunos aspectos de la conducta
sexual, y cuya morfología en los hombres homosexuales coincide con la
típica de mujeres.

3.3.2. Núcleo intersticial del hipotálamo anterior 1

También se observó en el hipotálamo, hace ya algunos años (Swaab y


Hofman, 1995), que hay una diferencia estructural entre hombres y mujeres
en un núcleo del área preóptica que fue denominado, inicialmente, de modo
incorrecto como, SDN-POA, sugiriendo que era el equivalente al
previamente descrito en ratas. Se trata de un error, ya que el equivalente
humano del SDN-POA animal es el INAH3 (LeVay, 2011). Otros
investigadores lo han denominado núcleo intersticial del hipotálamo anterior
1 (INAH1) o núcleo intermedio.

El INAH1 en los hombres es más de dos veces más grande y contiene


alrededor de dos veces más neuronas que en las mujeres. Estas diferencias
entre sexos se desarrollan sólo después de los cinco años, desaparecen
temporalmente después de los 50 para volver a producirse después de los 75
(Swaab y Hofman, 1995). Curiosamente, se pudo ver que la diferenciación

90
sexual del cerebro (en este caso concreto el INAHI) no implica aumento en el
número de neuronas sino, habitualmente, la muerte selectiva de éstas. Swaab,
posiblemente el máximo experto en esta estructura en humanos, sostiene que
no hay diferencias, ni en número de células ni en volumen, entre hombres
homosexuales y heterosexuales (Swaab y Hofman, 1995). Otro estudio
coincidió, en lo esencial, con lo dicho por Swaab y un tercero (el descubridor
del núcleo) nunca encontró dimorfismo sexual, posiblemente porque la
muestra estudiada era de la edad en que desaparecen las diferencias (Swaab y
Hofinan, 1995). Lo cierto es que el INAH1 no muestra una estructura
"organizada" prenatalmente, y estable, como postula la hipótesis
neuroendocrina sino que, por el contrario, muestra cambios a lo largo de la
vida.

3.3.3. Núcleo supraquiasmático

El núcleo supraquiasmático (SCN) es dos veces más grande en hombres


homosexuales que en heterosexuales, y además el tamaño y la forma
característica de las mujeres son las que presentan los homosexuales (Bao y
Swaab, 2011). El SCN es el reloj del cerebro humano que regula los ritmos
circadianos, pero hay también muchas observaciones que sugieren que está
involucrado en procesos reproductivos (Swaab y Hofinan, 1995). Estudios
muy detallados sobre las conexiones que mantiene esta estructura en ratas
indican su implicación en la orientación sexual (Swaab y Hofinan, 1995).

3.3.4. Comisura anterior

La comisura anterior es un paquete de fibras que interconecta ambos


hemisferios cerebrales en la parte media. Esta región generalmente es mayor

91
en las mujeres que en los hombres; los hombres homosexuales tienen también
esta región más grande que los hombres heterosexuales (Bao y Swaab, 2011).
Después de corregir por el tamaño total del cerebro, la comisura anterior en
las mujeres y en los hombres homosexuales es de un tamaño comparable
(LeVay y Hamer, 1994).

3.3.5. Istmo del cuerpo calloso

El istmo del cuerpo calloso es también mayor en las mujeres que en los
hombres heterosexuales. De nuevo nos encontramos con que es más grande
en los hombres homosexuales que en los heterosexuales (Bao y Swaab,
2011), esto es, esta estructura cerebral tiene un tamaño similar en los
hombres homosexuales y en las mujeres heterosexuales, lo que sugiere una
relación entre el tamaño de este estructura cerebral y la orientación sexual de
la persona.

3.3.6. Núcleo basal de la estría terminal

El núcleo basal de la estría terminal (BNST) es también sexualmente


dimórfico, siendo en volumen 2,5 veces más grande en machos que en
hembras (Swaab y Hofinan, 1995). Curiosamente, los machos homosexuales
no muestran diferencias, en cambio los transexuales de macho a hembra
muestran una morfología femenina en este núcleo (Rahman y Wilson, 2003).
Este hecho sugiere un correlato neural de la identidad de género y
confirmaría la disociación fundamental entre la preferencia sexual y la
identidad de género (Rahman y Wilson, 2003).

3.3.7. Lesiones neurológicas

92
Un grupo alemán (Müller el al., 1973, citado por Swaab el al., 1997) llevó a
cabo un estudio psicoquirúrgico estereotáctico con 22 hombres - pedófilos
homosexuales y otros tipos de anomalías en la conducta sexual-. En 12
pacientes homosexuales se practicó una lesión en el núcleo ventromedial
derecho del hipotálamo. Como resultado, ocho pacientes dejaron de tener
impulsos y fantasías homosexuales. En seis se manifestó un intenso deseo de
tener contactos heterosexuales plenos. En un paciente pedófilo se destruyó
bilateralmente el núcleo ventromedial resultando en una pérdida completa del
interés sexual. Pacientes heterosexuales reportaron una reducción
significativa en su impulso sexual.

Evidentemente este estudio es altamente controvertido desde los puntos de


vista ético y metodológico. Pero los resultados están ahí. Todos estos
resultados sugieren que el hipotálamo humano está involucrado en la
orientación sexual y en el impulso sexual, al menos, en los hombres. Por otra
parte, una revisión de la literatura sobre lesiones neurológicas llevó a una
conclusión similar en el sentido de que el hipotálamo humano es una región
cerebral clave en la mediación de la conducta sexual (Baird et al., 2007).

3.3.8. Hormonas y cerebro

Se ha demostrado la participación de las hormonas sexuales en la


diferenciación sexual del cerebro interviniendo en tres aspectos distintos: en
el establecimiento de neurocircuitos, en la regulación de la muerte celular
(determinando el tamaño de regiones cerebrales específicas) y regulando la
formación de sinapsis (McCarthy, 2010). Por ejemplo, el estradiol (una
hormona sexual femenina) induce la liberación de un factor neurotrófico en
las neuronas del núcleo periventricular anteroventral (AVPV) que atrae los
axones en crecimiento procedentes de neuronas del BNST, de ese modo se

93
favorecen las conexiones BNSTAVPV. Las diferencias de tamaño en áreas
cerebrales concretas se ha visto que es consecuencia de la muerte celular
selectiva en un sexo respecto del otro porque, inicialmente, machos y
hembras parten del mismo número de neuronas. Las hormonas sexuales se ha
visto que actúan promoviendo la supervivencia o la muerte de las neuronas
en áreas específicas, dando lugar a las diferencias de tamaño observadas entre
sexos. Finalmente, como ejemplo de la tercera acción, se ha descubierto el
mecanismo celular que explica por qué las neuronas del área preóptica de los
machos tienen el doble de sinapsis excitatorias que las de las hembras. El
estradiol da lugar a una sobreexpresión del gen de la ciclooxigenasa, lo que
conduce a un gran incremento de la producción de prostaglandinas,
desencadenándose una cascada de acontecimientos involucrando cAMP,
protein kinasa A, receptores glutamatérgicos, etc., que determina, al final, el
establecimiento y mantenimiento de una sinapsis excitatoria (McCarthy,
2010).

En resumen, está perfectamente acreditada la acción de las hormonas


sexuales sobre diversos aspectos del desarrollo del sistema nervioso. No
obstante, el efecto organizador temprano de las hormonas no explica todas las
diferencias neurológicas entre sexos sino que otros factores adicionales deben
intervenir (McCarthy, 2010).

3.3.9. Evidencias neurocognitivas

A pesar de una historia algo controvertida, hay ahora un cuerpo de


evidencia sobre que hombres y mujeres difieren, consistentemente, a
lo largo de una serie de dominios neuropsicológicos. Brevemente, los
machos tienden a tener puntuaciones más altas que las hembras en
tareas de rotación mental, respuesta espaciotemporal y razonamiento

94
fluido, mientras que las hembras puntúan más alto que los machos en
tareas de percepción, destrezas motoras verbales/finas y captación de
información fonológica y semántica (Davies y Wilkinson, 2006).

Aparte de las diferencias neuroanatómicas descritas, está firmemente


demostrado que ambos sexos tienen diferencias neurocognitivas. Los machos
son mejores que las hembras, en promedio, en los test de aprendizaje y
navegación en un sitio, mientras que las hembras son mejores que los
machos, en promedio, en los test de memoria de localización espacial. Los
estudios han demostrado consistentemente que los hombres adultos
heterosexuales sanos son mejores que los hombres homosexuales en los test
favorables a los machos, tales como la rotación mental, el juicio sobre la
orientación de las líneas, etc. En cambio, los machos homosexuales son
mejores que los heterosexuales, en test de memoria de localización espacial
favorables a las hembras (Rahman y Koerting, 2008). Por otra parte, las
lesbianas difieren de las mujeres heterosexuales en la mayoría de las
funciones neurocognitivas, excepto en los test de fluidez verbal, en los que
las lesbianas mostraban una capacidad típicamente femenina.

Se ha propuesto que las diferencias neurocognitivas relacionadas con la


orientación sexual son un producto de los niveles androgénicos prenatales. El
patrón cambiado de sexo en el conocimiento espacial entre los gays, y en la
fluidez verbal entre las lesbianas, apoya esa hipótesis (Rahman y Koerting,
2008).

3.3.10. Conclusiones sobre las evidencias neurológicas

Todos estos hechos establecen, rigurosamente, que hay diferencias cerebrales


entre sexos tal y como predice la teoría neuroendocrina prenatal. Más aún,

95
como hemos visto, los gays son en estas estructuras nerviosas, generalmente,
similares a las mujeres. Dicho de otro modo, existe una correlación entre la
estructura cerebral y la orientación sexual, independientemente del sexo o
género del individuo.

Los hechos revisados apoyan la idea de que la organización estructural del


cerebro puede ser la base de las diferencias funcionales y de las diferencias
en enfermedades neurológicas o psiquiátricas entre sexos (Swaab et al.,
1997). Más aún, la asociación entre rasgos anatómicos, funcionales y
cognitivos de un lado, con rasgos de la sexualidad humana (por ejemplo, la
orientación sexual) sugieren poderosamente que la diferenciación cerebral
prenatal está en la base de la determinación de muchos de los componentes
fundamentales de la conducta sexual humana, en completa coherencia con la
teoría neuroendocrina prenatal.

Las evidencias revisadas sugieren que las diferencias neurológicas


observadas entre hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, son
causadas por las hormonas sexuales y que éstas actúan sobre el cerebro
prenatalmente o en los primeros meses después del nacimiento. En la
siguiente sección vamos a tener ocasión de ampliar y reforzar esta idea.

3.4. Evidencias endocrinológicas

En este punto se van a presentar y discutir los hechos experimentales que


tienen que ver con los niveles hormonales, fundamentalmente, las hormonas
sexuales masculinas (andrógenos) y femeninas (estrógenos).

3.4.1. Estudios en animales no humanos

96
El trabajo experimental endocrinológico con animales no humanos, desde
primates a aves, en los últimos 50-60 años, ha sido extraordinario. La
manipulación de los niveles hormonales ha permitido establecer claramente
muchos principios básicos, entre otros, la demostración de la teoría
neuroendocrina en animales. Los estudios en roedores, por ejemplo, han
demostrado que la testosterona, una hormona sexual masculina, se transforma
en el cerebro en estradiol, por la acción de la enzima aromatasa, y es bajo esta
forma de estrógeno, curiosamente, como la testosterona provoca la
masculinización del cerebro. En ratas, utilizando estradiol, se ha demostrado
que se produce la masculinización del cerebro. También el uso de estrógenos
provoca incremento de la conducta masculina, aumento del volumen del
SDN-POA y disminución de la conducta femenina. Además, el bloqueo de la
transformación de andrógeno en estrógeno (que provoca que no haya
estrógeno disponible), así como el bloqueo de los receptores de estrógeno
(que simula la falta de estrógeno, porque éste no puede unirse a sus
receptores específicos) provoca en la conducta sexual de las ratas efectos
similares a la castración (que determina una carencia absoluta de estrógeno).

Globalmente, los estudios en los cuales han sido manipulados


experimentalmente los niveles hormonales en una amplia variedad de
mamíferos, desde roedores a monos rhesus, indican que la exposición a altos
niveles de testosterona durante periodos críticos del desarrollo temprano
promueve el desarrollo nervioso y conductual típico de los machos, mientras
que la exposición a bajos niveles de testosterona conduce a un desarrollo
nervioso y conductual típico de hembras. Todas estas evidencias apoyan la
hipótesis de que la conducta sexual, en roedores y en otros animales no
humanos, viene influenciada de manera determinante por las hormonas
sexuales a través de la organización del cerebro (Hines, 2011).

97
Aunque los estudios con animales no humanos no son completamente
trasladables a la sexualidad humana, parece razonable pensar que algo similar
puede suceder en un ser humano. La hipótesis es que las influencias del
ambiente hormonal temprano determinan las diferencias en orientación
sexual en humanos (Alexander et al., 2011; Hines, 2011).

3.4.2. Desórdenes hormonales en humanos

Evidentemente, por razones éticas, no es posible llevar a cabo experimentos


en humanos en los que se manipule los niveles hormonales para comprobar
qué resultados se obtienen. Sin embargo, hay una serie de experimentos
"naturales", tales como anomalías endocrinas y algunos desequilibrios
hormonales provocados inconscientemente, que pueden servir para extraer
algunas conclusiones.

A) Síndrome de Swyer

Este síndrome se produce en personas cromosómicamente machos (46,XY),


pero con testículos no desarrollados. Como consecuencia, a pesar de tener el
cromosoma Y, estos individuos son externamente de apariencia femenina, ya
que, probablemente, al no desarrollarse los testículos no producen
testosterona, ni DHT, ni MIH (véase la figura 2.1). Lógicamente, son
consideradas niñas y criadas como tales.

En todos los casos conocidos estas personas se autoidentifican como


hembras heterosexuales sin ningún problema de identidad de género
(Alexander et al., 2011). Esto puede explicarse adecuadamente desde la teoría
neuroendocrina como que se ha producido una feminización del cerebro
debido a los bajos niveles de testosterona prenatales. Aunque igualmente

98
puede explicarse como resultado de la crianza y educación como niña desde
la teoría sociocultural.

B) Síndrome de insensibilidad androgénica

El síndrome de insensibilidad androgénica (AIS) afecta a individuos


cromosómicamente masculinos (46,XY). Este síndrome es una enfermedad
de origen genético debida a la incapacidad de los receptores androgénicos
para responder a los andrógenos, se transmite ligada al cromosoma X y
ocurre casi exclusivamente en individuos XY. En su forma más extrema, los
individuos tienen testículos funcionales que producen andrógenos, pero el
desarrollo genital externó parece feme vino debido a la incapacidad de los
receptores para responder a los andrógenos. Además, la presencia de MIH
previene el desarrollo de los conductos genitales internos femeninos (figura
2.1). Los individuos (machos XY) con la forma completa de AIS se
desarrollan externamente como mujeres, son criados como niñas y
experimentan fantasías eróticas y orientación "heterosexual" (Bao y Swaab,
2011; Hines, 2011). Esto es, son cromosómicamente machos que sienten
atracción sexual por los hombres.

Son individuos de sexo genético masculino (XY) que se han desarrollado


como en ausencia de andrógenos (debido a la falta de los receptores
correspondientes). La ausencia o, en este caso, la falta de respuesta a los
andrógenos, de acuerdo con la hipótesis neuroendocrina, debería tener como
consecuencia la feminización de los genitales y del cerebro (figura 2.1). Esto,
por su parte, comportaría unos genitales externos de aspecto femenino y una
mayor incidencia de una orientación sexual hacia los hombres. Y esto es
justamente lo que sucede. No obstante, también en este caso, no se puede
descartar la hipótesis sociocultural, puesto que, como hemos dicho, estos

99
"niños" son criados y educados como niñas y por lo tanto, también predice la
orientación sexual observada.

C) Mutaciones de enzimas del metabolismo hormonal

En individuos con sexo genético masculino (46,XY) se conocen dos


enfermedades que afectan a la biosíntesis de andrógenos. Ambas se deben a
genes recesivos autosómicos (genes situados en los cromosomas no
sexuales).

En un caso (1) está afectada la enzima 17(3-hidroxiesteroide


deshidrogenasa, que transforma un precursor (androstendiona) en
testosterona (figura 3.1). En el otro caso (2), está afectada la enzima 5a-
reductasa que convierte la testosterona en DHT (figura 3.1), siendo ésta la
responsable de la masculinización de los genitales externos, como ya se sabe
(figura 2.1). En ambos casos pues, lo que se está produciendo es una carencia
de DHT (figura 3.1). Pero en el primer caso, además, hay una carencia de
testosterona (figura 3.1).

100
FIGURA 3.1. Rutas de síntesis de las hormonas sexuales y de algunas
hormonas de las glándulas adrenales.

La falta de DHT provoca que estos individuos, cromosómicamente


machos XY, al nacer parezcan niñas con un clítoris muy grande,
aparentemente sin testículos, porque éstos no han descendido desde el
vientre, donde originalmente se forman, hacia la bolsa escrotal. En el caso 2,
con la llegada de la pubertad aumenta la producción de testosterona, el
"clítoris" crece hasta el tamaño de un pene, los testículos descienden,
aparecen rasgos secundarios masculinos como una voz más grave, un
desarrollo muscular masculino, etc. (Bao y Swaab, 2011). Dependiendo de la
extensión de la masculinización genital, los individuos pueden ser criados
como machos o como hembras, pero en este último caso la incidencia de
reasignación de género es elevada.

101
En un estudio, de 18 personas criadas como niñas, 17 cambiaron de
identidad de género a machos, y 16 a un rol de género masculino, durante o
después de la pubertad (Alexander et al., 2011). El resultado sobre la
orientación sexual varía según los estudios entre un 39-64% que se muestran
como hombres heterosexuales (Hines, 2011). Lo que significa también,
haciendo aritmética elemental, que hay una proporción de hombres
homosexuales del 36-61%.

A despecho de la educación y la crianza de niña recibida por estos


individuos hasta su pubertad (los años más críticos desde el punto de vista de
la formación de la personalidad), llegada ésta, aparentemente, se olvida todo
lo aprendido y, contra todo lo pronosticado por la hipótesis sociocultural,
estos individuos deciden "libremente" identificarse y desempeñar un papel
masculino típico, incluida la atracción sexual por las mujeres. Estos hechos
no tienen encaje en la hipótesis sociocultural.

Estos resultados son compatibles, en cambio, con la teoría


neuroendocrina, pero distinguiendo ambos casos: (1) faltan testosterona y
DHT; (2) déficit sólo de DHT.

En el último caso, la hipótesis neuroendocrina prenatal pronostica la


acción organizadora directa de la testosterona en el desarrollo temprano del
cerebro que, como hemos visto anteriormente, la desempeña la testosterona
como tal (figura 2.2) y, por tanto, no se vería afectada por la ausencia de
DHT. Por el contrario, la falta de DHT, que es la responsable del desarrollo
de los genitales externos (figura 2.1) daría lugar a las anomalías genitales
observadas. Por tanto, aunque el desarrollo de los genitales externos es
anómalo en estos individuos, el cerebro ha sido masculinizado. Con la

102
llegada de la pubertad, la descarga de testosterona activaría el cerebro
masculino, provocando el cambio de identidad y de rol de género de
femenino a masculino, y activando la orientación sexual hacia las mujeres.
Serían, por tanto, hombres heterosexuales con genitales anormales que
explicarían entre el 39 y el 64% de machos heterosexuales encontrados en los
estudios.

En el caso de déficit de testosterona y DHT, la predicción de la hipótesis


neuroendocrina es diferente. En este caso, dependiendo del grado de carencia
de testosterona y DHT, cabe prever una mayor o menor feminización tanto de
los genitales externos como del cerebro. La feminización cerebral
determinaría una orientación sexual hacia los hombres. Por tanto, en su
mayoría, serían hombres con genitales anormales, homosexuales. Este caso
podría explicar que entre un 36% y un 61% de los hombres con este defecto
genético no sean heterosexuales, lo que supone una incidencia de la
homosexualidad en este grupo de individuos muy superior al del resto de la
población masculina.

D) Deficiencia de estrógeno congénita

Son individuos cromosómicamente machos (46,XY), con una deficiencia de


estrógeno debida, bien a insensibilidad al estrógeno, o bien por una
deficiencia de la aromatasa que, recordemos, es la enzima que convierte en el
cerebro la testosterona en estradiol (figura 3.1). Aunque algunos pueden
presentar anomalías reproductivas, todos los individuos se identifican como
machos heterosexuales. Si bien hay evidencia abrumadora en otros
mamíferos de que la aromatización de la testosterona a estrógeno es crítica
para la masculinización del cerebro, no la hay de que esta ruta afecte al

103
género o a la orientación sexual en humanos. Se sabe que hombres con
mutaciones nulas afectando a la expresión de la aromatasa desarrollan la
orientación sexual esperada, típicamente masculina (Alexander et al., 2011).

Respecto de la discusión sobre las diferentes hipótesis explicativas de la


homosexualidad esta anomalía no proporciona información relevante en
ningún sentido ya que es compatible con ambas hipótesis.

E) Hiperplasia adrenal congénita

Esta anomalía hormonal se da en personas cromosómicamente hembras


(46,XX). La hiperplasia adrenal congénita (CAH) se trata de una enfermedad
debida a un gen autosómico recesivo. En el 95% de los casos la mutación del
gen provoca una enzima defectuosa (21-hidroxilasa), incapaz de convertir las
sustancias precursoras en cortisol y aldosterona (dos hormonas adrenales
típicas), en las glándulas adrenales (figura 3.1). Como consecuencia los
precursores se acumulan y se derivan alternativamente hacia su conversión en
andrógenos. Esto da lugar a un exceso de andrógenos el cual, a su vez,
provoca una masculinización en el feto femenino durante el embarazo
(Alexander et al., 2011; Hines, 2011). El resultado puede ser una
masculinización completa hasta formar un pene y un escroto vacío; o
incompleta, formando un clítoris demasiado grande, con fusión parcial en los
labios mayores. En cualquier caso, los órganos reproductivos femeninos
internos se habrán diferenciado puesto que no se produce MIH (figura 2.l). Al
nacer estas niñas con anomalías genitales, suelen ser corregidas mediante
cirugía reparadora y criadas como niñas.

Los numerosos estudios realizados con mujeres con CAH ponen de


manifiesto una mayor incidencia de homosexualidad femenina (Silver y

104
Kriegsfeld, 2001). Por ejemplo, en uno de ellos se estudiaron tres grupos de
mujeres: uno con CAH severa, otro con una versión más ligera de la
enfermedad y un grupo control. El porcentaje no heterosexual en cada uno de
los grupos era del 41%, 29% y 5%, respectivamente (Hines, 2011).
Simplificando podríamos decir que la forma ligera incrementa unas seis veces
la incidencia de homosexualidad y la forma severa unas ocho veces, respecto
de la incidencia de la homosexualidad en el grupo control (5%). Por tanto, el
exceso de andrógenos en el feto femenino, durante el embarazo, influye
significativamente sobre la orientación sexual. Específicamente el alto nivel
de andrógenos provoca una mayor probabilidad de que las niñas sean
lesbianas. Además, aparece un comportamiento atípico de género durante la
niñez: estas chicas tienden a elegir chicos como compañeros de juego,
prefieren los juguetes de los chicos, y exhiben algunas otras características de
personalidad típicas masculinas, lo que sugiere el papel crucial que juegan los
niveles de testosterona durante el embarazo con respecto a diferencias
conductuales ligadas al sexo (Bao y Swaab, 2011).

Estos resultados son coherentes con lo esperado de acuerdo con la teoría


neuroendocrina prenatal. El exceso de testosterona en un feto femenino
durante el embarazo ha tenido una doble consecuencia: la masculinización de
los genitales y del cerebro, tanto más intensa cuanto más severa la
enfermedad. La masculinización genital puede ser reparada, con más o menos
éxito, mediante cirugía reconstructiva. Por el contrario, el cerebro
masculinizado no puede ser desprogramado y reprogramado, de modo que se
manifiestan patrones de conducta sexual propiamente masculinos en cuanto a
la orientación sexual y las preferencias de juegos durante la infancia. Todo
esto pese a que se le han reconstruido genitales femeninos, se le ha asignado
una identidad femenina, y han sido criadas y educadas como niñas.

105
Por el contrario, los resultados son totalmente incompatibles con la teoría
sociocultural. Primero, no puede explicar el escalonamiento o la gradación
observada de la incidencia de una orientación homosexual creciente con la
gravedad de la enfermedad. Puesto que las influencias socioculturales que
han operado sobre los tres grupos no hay por qué sospechar que hayan sido
diferentes, debería haberse observado una incidencia de la homosexualidad
aproximadamente igual en todos los grupos. Además, la crianza y la
educación recibidas, típicamente femeninas, deberían haber resultado en una
mínima proporción de lesbianas en todos los grupos que, en ningún caso,
debería haberse desviado significativamente de la incidencia en el grupo
control.

Debe remarcarse que, como se observa, la influencia hormonal, sobre los


genitales y sobre la sexualidad, no es del tipo todo o nada, entre otras cosas
porque la enfermedad no se expresa con igual intensidad en todas las chicas,
y porque el efecto interacciona con otros factores probablemente. Situación
que se producirá habitualmente.

F) Altos niveles de estrógeno sintético

En individuos 46,XX, cromosómicamente hembras, durante los años


cincuenta y sesenta fue una práctica médica corriente en los Estados Unidos
prescribir un estrógeno sintético (dietilestilbestrol) en caso de embarazo de
riesgo para mejorar la probabilidad de que llegara a término. El estrógeno
sintético tomado por la madre llegaba por el cordón umbilical al feto que se
veía sometido por tanto a altos niveles de la hormona. Se han estudiado, años
después, las consecuencias en las hijas habidas de estos embarazos.

Se ha podido observar que hay una mayor incidencia de homosexualidad

106
en mujeres que estuvieron expuestas al estrógeno sintético como fetos. De un
grupo de 30 mujeres expuestas al estrógeno durante el periodo fetal, el 24%
no eran heterosexuales (K>0), frente al 0% de un grupo control equivalente
de otras 30 mujeres no expuestas al estrógeno sintético (Hines, 2011).

Curiosamente, como vemos, el estrógeno sintético produjo una


masculinización de la orientación sexual, lo que parece contraintuitivo. No
obstante, podría tener pleno sentido si la testosterona desempeñara su función
masculinizadora del cerebro bajo forma de estrógeno, como sucede en
roedores. Pero no parece ser el caso, pues, como se ha visto antes, los
individuos 46,XY con deficiencia de estrógeno congénita no presentan
cambios en la conducta sexual. Otra alternativa sería, si resultase que el
dietilestilbestrol es capaz de unirse a los receptores androgénicos. Pero
ninguna de estas posibilidades tiene soporte experimental y son puramente
especulaciones. Lo cierto es que el efecto hormonal prenatal sobre los fetos
femeninos ha determinado un cambio en la conducta sexual adulta de esos
individuos. Este hecho es coherente con lo predicho por la teoría
neuroendocrina, sólo que se ignora el mecanismo de acción de la hormona
sintética.

En ningún caso pueden ser explicados por la hipótesis sociocultural


porque, de nuevo, no predice diferencias entre los grupos supuesto que ambos
han sido criados y educados más o menos con el mismo modelo de género
femenino.

G) Marcadores somáticos

Dado que medidas invasivas de los esteroides sexuales prenatales son


impracticables para estudios comparativos en adultos, algunos trabajos

107
actuales utilizan ciertos marcadores somáticos vinculados (Rahman y
Koerting, 2008).

Se sabe que los andrógenos estimulan el crecimiento prenatal del cuarto


dedo, mientras que el estrógeno prenatal estimula el crecimiento del segundo
dedo, de modo que se utiliza la ratio entre la longitud de ambos dedos
(2D:4D) como un indicador de la mayor o menor exposición prenatal a los
andrógenos. Apoyando esta hipótesis, se ha demostrado que la ratio 2D:4D se
fija a una edad tan temprana como los dos años y que la ratio es superior en
hembras que en machos. Asimismo, los machos y las hembras con CAH
(quienes están expuestos a altos niveles de andrógenos adrenales en el útero)
tienen valores bajos de 2D:4D. También la ratio 2D:4D está asociada a una
variación en la secuencia del gen del receptor androgénico. Finalmente, la
ratio 2D:4D a los dos años de edad está negativamente asociada con los
niveles de testosterona en el líquido amniótico, la cual es activa durante la
gestación, como se sabe (Rahman y Koerting, 2008).

Pues bien, los machos y hembras homosexuales muestran también ratios


2D:4D inferiores (masculinizadas) en comparación con los heterosexuales, lo
que indicaría que los homosexuales de ambos sexos pueden estar expuestos a
elevados andrógenos prenatales (Rahman y Koerting, 2008). En sentido
contrario, hay quien sostiene que no hay una consistencia entre los resultados
de los diferentes estudios en hombres homosexuales, encontrándose
diferencias significativas entre homosexuales y heterosexuales en una
dirección, la dirección contraria o ninguna diferencia en absoluto (James,
2005). Por estas razones, no se le otorga actualmente mucha fiabilidad a este
tipo de estudios (Berenbaum y Beltz, 2011).

108
3.5. Transexuales

Como se ha visto anteriormente, la diferenciación de los órganos sexuales


acontece bastante antes de que se produzca la diferenciación sexual del
cerebro (figura 2.2). La asincronía de los dos procesos puede dar lugar a que
sigan rutas diferentes, produciéndose una falta de concordancia entre ambos.
Ésta sería la explicación del origen de la transexualidad. Si esta idea fuese
correcta, se podría esperar encontrar en los transexuales órganos sexuales
masculinos y estructuras cerebrales femeninas o viceversa. Éste parece ser el
caso. Por ejemplo, en transexuales que cambiaron de macho a hembra (la
hipótesis predice que aunque los genitales originales son masculinos, la
estructura del cerebro es femenina), se demostró que dos núcleos neuronales,
BNST e 1NAH3, tenían características femeninas. Coherentemente, en un
único caso de transexual de hembra a macho estudiado, los dos núcleos antes
mencionados tenían características masculinas (Bao y Swaab, 2011).

Es interesante notar que el 60% de los transexuales de macho a hembra


presentan una orientación sexual hacía los machos, y el 10% son bisexuales.
En no menos del 95% de los transexuales de hembra a macho están
sexualmente orientados hacia las hembras. Es decir, hay bastante consistencia
entre la orientación sexual y la identidad de género, lo que indica que debe
haber mecanismos similares en la determinación de ambos rasgos del
comportamiento sexual (Swaab y Hofinan, 1995).

3.6. Etología comparada

Contra lo que se pudiera pensar, la conducta homosexual no es un rasgo


privativo del animal humano, ni siquiera de los primates. La conducta
homosexual en animales es impresionantemente variada y ubicua, abarcando

109
a especies de mamíferos, aves, reptiles, anfibios, insectos, moluscos y
nemátodos (Bailey y Zuk, 2009). Alguno podría pensar que se trata de
conjeturas o interpretaciones extravagantes de científicos de la naturaleza que
están un poco pirados. Pero los hechos dejan poco margen a la interpretación.

Por ejemplo, entre nuestros parientes cercanos, los bonobos (Pan


paniscus), es muy frecuente que las hembras dediquen un tiempo
considerable a actividades homosexuales, que incluyen el rozamiento entre
genitales, que pueden culminar en el orgasmo. Aunque con una menor
amplitud, los machos también se dedican a besos, felaciones y masajes
genitales. Incluso en el caso de unos seres tan simpáticos y peliculeros como
los delfines incurren los machos en nefandas conductas sexuales con otros
machos. Hasta tal punto llega al desenfreno zoológico que desde las
simpáticas ovejas hasta los viles gusanos dan muestras de una licenciosa vida
sexual. Por consiguiente, tenemos un argumento más para considerar que la
conducta homosexual es completamente normal entre los animales, incluido
el ser humano. Al mismo tiempo, sugiere que la conducta sexual en el
hombre, como el resto de los animales, viene determinada por factores
biológicos.

3.7. Feromonas

Las feromonas son sustancias que, producidas por uno de los sexos, actúan
sobre el sexo opuesto, influyendo sobre diversos aspectos de la conducta
sexual, entre otros, sobre la elección de pareja sexual. En los animales no
humanos se sabe que las feromonas son captadas a través del sistema olfativo
y son procesadas por centros nerviosos localizados en el hipotálamo anterior,
que reciben el nombre de centros de apareamiento por influir de manera

110
determinante sobre la conducta de apareamiento.

En humanos se conocen compuestos derivados de los esteroides sexuales


que se comportan de modo similar a las feromonas. Dos de estas sustancias
fueron empleadas en una serie de experimentos relacionados con la
orientación sexual (Berglund et al., 2006; Savic et al., 2005; Savic y
Lindstrom, 2008): la 4,16-androstadien-3-ona (AND) y el estra-1,3,5(10),16-
tetraen-3-ol (EST). La AND es un derivado de la testosterona que aparece en
el sudor masculino mientras que el EST es un esteroide semejante a los
estrógenos que aparece en la orina de las mujeres embarazadas. Los
experimentos consistían en dar a oler distintas sustancias, las feromonas
humanas putativas entre ellas, y registrar automáticamente mediante
tomografía de emisión de positrones (PET) qué áreas del cerebro se veían
activadas como respuesta a dichas sustancias.

Un primer experimento se hizo exclusivamente con sujetos


heterosexuales, hombres y mujeres, encontrándose diferencias entre sexos
respecto de las áreas cerebrales activadas en respuesta a oler AND y EST. En
las mujeres, AND activaba áreas del hipotálamo anterior mientras que EST
elicitaba respuestas en áreas cerebrales típicamente olfativas. En los hombres,
la activación era justamente recíproca: AND daba respuesta en el cerebro
olfativo, en tanto que EST activaba áreas del hipotálamo anterior. Tanto en
hombres como en mujeres había una respuesta en las áreas del hipotálamo
anterior - relacionadas con la conducta sexual - sólo cuando olían la feromona
del sexo contrario, en tanto que la feromona de su propio sexo activaba áreas
cerebrales genéricas que responden a cualquier olor - áreas meramente
olfativas-. Así pues, las feromonas actuaban de dos modos simultáneamente,
como tales feromonas y como olores genéricos pero elicitando respuestas en

111
área cerebrales diferentes en mujeres y hombres. Las mujeres respondían a la
feromona masculina en el área cerebral hipotalámica relacionada con la
conducta sexual. Los hombres daban idéntica respuesta a la feromona
femenina.

Un experimento similar se hizo añadiendo un grupo de hombres


homosexuales. Así pues, se estudiaron tres grupos: hombres homosexuales,
hombres heterosexuales y mujeres heterosexuales. Los resultados de estos
dos últimos grupos, como cabía esperar, corroboraron los resultados del
anterior experimento: las mujeres heterosexuales respon dieron a la feromona
masculina (AND) en el hipotálamo anterior (región sexual) y los hombres
heterosexuales respondieron a la feromona femenina (EST) en esa misma
región cerebral. La respuesta de los homosexuales masculinos fue idéntica a
las mujeres heterosexuales y completamente recíproca a la de los hombres
heterosexuales (Savic et al., 2005). Es decir, la respuesta fisiológica cerebral
de los hombres homosexuales era idéntica a la de las mujeres heterosexuales.

También se hizo el experimento análogo, en este caso añadiendo un grupo


de mujeres homosexuales al estudio. Los resultados no salieron
completamente tal y como se esperaban - los investigadores, y todos
nosotros-, esto es, las mujeres homosexuales no calcaban la respuesta de los
hombres heterosexuales. Cuando olían EST (la feromona femenina) no se
activaba el hipotálamo anterior. Simplemente se procesaba como un olor
general. Es decir, en las lesbianas, la feromona femenina no estimulaba el
área cerebral relacionada con la conducta sexual. Pero, en cambio, sí se dio
un resultado completamente esperado: las mujeres homosexuales respondían
como los hombres heterosexuales frente a la feromona masculina (AND),
procesando la señal como un olor más, sin afectar al hipotálamo anterior

112
(Berglund et al., 2006). Dicho de otro modo, las lesbianas no respondieron
como las mujeres heterosexuales sino como los hombres heterosexuales,
frente a la feromona masculina.

El hipotálamo anterior contiene los núcleos intersticiales (INAH3 y los


demás) que hemos visto anteriormente, presentan un dimorfismo sexual y
parecen estar relacionados con la conducta sexual. Por otra parte, se sabe que
el hipotálamo anterior desempeña un papel de integración entre información
de carácter hormonal y de carácter sensorial que afecta a la conducta sexual.
Como acabamos de ver las áreas cerebrales del hipotálamo anterior
responden a feromonas humanas de una manera acorde con la orientación
sexual y no con el sexo del individuo. En conjunto, todo ello sugiere que,
independientemente del sexo genital, cada ser humano recibe un cerebro que,
anatómica y funcionalmente, está orientado sexualmente. Salvo que se piense
que la fisiología cerebral es producto del aprendizaje, lo que no se puede
descartar completamente, pero parece poco verosímil.

3.8. Efectos prenatales ambientales

En una muestra de 7.500 hijos y sus respectivas madres, se estudió la


orientación sexual de los hijos y, en las madres, las experiencias estresantes,
el consumo de alcohol y el consumo de nicotina durante el embarazo. Los
resultados indicaron que el estrés prenatal tenía un efecto modesto pero
significativo sobre la orientación sexual de los hijos varones, particularmente
cuando el estrés ocurría durante el primer trimestre del embarazo. Con
respecto a la exposición prenatal al alcohol no se encontró ningún efecto
sobre la descendencia tanto masculina como femenina en cuanto a la
orientación sexual. Sin embargo, la exposición a nicotina prenatal parece

113
incrementar significativamente la probabilidad de lesbianismo entre la
descendencia femenina, especialmente si la exposición ocurría en el primer
trimestre (Ellis y Cole-Harding, 2001).

En cambio, la nicotina prenatal no parece tener ningún efecto sobre la


orientación sexual de los hijos varones. En este sentido, debe remarcarse que
la nicotina está positivamente asociada con los niveles de testosterona
circulantes en las madres y las hijas. Esos altos niveles de testosterona
provocarían la masculinización prenatal del cerebro. Como conclusión
general, el estudio sostiene que los factores ambientales perinatales son
determinantes de la orientación sexual en humanos (Ellis y Cole-Harding,
2001).

Se puede añadir que éste es un caso claro que pone de manifiesto la


innegable influencia del ambiente sobre el desarrollo de la sexualidad. Al
mismo tiempo, se debe llamar la atención sobre dos aspectos: uno, que la
influencia se produce durante la gestación y, dos, que los factores
ambientales intervienen - como no puede ser de otro modo - a través de
mecanismos biológicos.

3.9. Soporte de la teoría neuroendocrina

La teoría neuroendocrina hace una serie de afirmaciones que se explicitaron


anteriormente (en el apartado 2.2.2) que ahora se está en condiciones de
discutir si están más o menos apoyadas por las evidencias experimentales que
se han presentado.

Primero, los genes participan en el desarrollo de la sexualidad humana,


directamente, actuando sobre las neuronas de áreas cerebrales específicas e,

114
indirectamente, a través de las hormonas sexuales.

Los estudios de familias y gemelos demuestran la existencia de un


componente genético significativo en muchos de los rasgos fundamentales de
la sexualidad humana (por ejemplo, la orientación sexual). Hay evidencias
moleculares de la implicación de regiones concretas de algunos cromosomas
en la determinación de la homosexualidad masculina. La implicación de
genes concretos a través de las hormonas sexuales está claramente
demostrada y la acción directa sobre áreas cerebrales se ha demostrado en el
pájaro diamante mandarín y es verosímil en humanos.

Segundo, hay un proceso de diferenciación sexual del cerebro que da


lugar a diferencias en áreas cerebrales específicas entre un cerebro masculino
y un cerebro femenino.

Están perfectamente documentadas las diferencias entre cerebros


masculinos y femeninos. Más aún, las diferencias están relacionadas con la
orientación sexual/la preferencia de pareja más que con el sexo o género del
individuo.

Tercero, el proceso de diferenciación sexual cerebral se debe a la acción


organizadora de la testosterona.

Este supuesto está completamente demostrado en diferentes animales


(rata, ratón, hurón, etc.). Se presume en humanos por paralelismo y hay
evidencias indirectas procedentes de anomalías hormonales en humanos. Hay
evidencias directas de la acción de las hormonas sexuales sobre el cerebro en
el establecimiento de circuitos neuronales, en la regulación de la muerte
neuronal y regulando la formación de sinapsis.

115
Cuarto, los cambios en la estructura cerebral son cambios irreversibles.

Aunque hay estructuras como el INAH1 que van cambiando a lo largo de


la vida, en general las estructuras cerebrales sexualmente dimórficas
mantienen sus diferencias a lo largo de la vida de cada persona y no revierten
en modo alguno. Los cambios asociados en rasgos de la conducta sexual no
son tampoco reversibles, lo que, indirectamente, sugiere que no revierten las
estructuras nerviosas que los sustentan.

Quinto, las áreas cerebrales afectadas están involucradas en la conducta


sexual.

Las estructuras cerebrales sexualmente dimórficas en los animales (por


ejemplo, el oSDN-POA) están implicadas en la conducta sexual, como se ha
visto. Estructuras análogas existen en seres humanos, lo que sugiere su
implicación también en la sexualidad humana. Los experimentos con lesiones
en áreas cerebrales específicas que se han descrito demuestran que esto es
cierto para la mayoría - si no para todas - de las áreas cerebrales implicadas.

Sexto, la actuación de la testosterona se produce principalmente durante la


gestación o en los primeros meses inmediatos al nacimiento.

Las acciones de la testosterona que hemos visto en los desórdenes


hormonales coinciden con la tipología esperada en el tiempo.

Séptimo, existe una relación causa-efecto entre los factores mencionados


(genes, testosterona, y áreas cerebrales) y la conducta sexual humana.

Aunque genes, testosterona y áreas cerebrales están íntimamente


asociados con la conducta sexual humana, no existe evidencia empírica que

116
demuestre fehacientemente la relación causal entre estos factores y la
conducta sexual. En cualquier caso, parece bastante razonable sospechar que
existe dicha relación.

Resumiendo, la teoría neuroendocrina sobre el desarrollo de la sexualidad


está fuertemente avalada por los hechos. Como se acaba de reseñar, todos los
supuestos de la teoría están o plenamente demostrados o cerca de estarlo. No
obstante, no quiere esto decir que la ruta neuroendocrina sea la única vía de
origen de la homosexualidad.

3.10. Epigenética y sexualidad

Como se ha dicho, la teoría epigenética afirma que la diferenciación sexual


del cerebro se debe, al menos en parte, a modificaciones epigenéticas
provocadas principalmente por las hormonas y por otros factores
ambientales. Las evidencias experimentales principales proceden de
experimentos con ratones (Matsuda et al., 2012), pero como se verá, parece
muy verosímil que ocurran también en humanos.

Se han estudiado los promotores de dos genes clave en la diferenciación


sexual del área preóptica, crítica en el comportamiento sexual masculino. Un
promotor es un segmento de ADN situado delante de un gen cuya función es
controlar la expresión del gen. El promotor es como una suerte de interruptor
mediante el cual se "enciende" o se "apaga" el gen controlado. Cada uno de
nuestros genes tiene su promotor.

Pues bien, en el área preóptica se estudiaron el promotor del gen ERa y el


de la enzima aromatasa (figura 3.1): dejando de lado los detalles, en
definitiva, dos genes implicados en la acción de las hormonas sobre la

117
diferenciación sexual del cerebro. Se vio que el grado de acetilación (un tipo
de modificación epigenética) de los dos promotores era diferente entre
machos y hembras. O sea, la modificación epigenética daba lugar a una
expresión diferencial de ambos genes entre machos y hembras.

Al mismo tiempo, se estudió la actividad de la enzima responsable de


desacetilar, esto es, de quitar la modificación epigenética. La actividad era
diferente según el sexo. Esto es, el cambio epigenético (nivel de acetilación
de los dos promotores) variaba con el sexo. Lo que, como antes, daba lugar a
una expresión diferencial de ambos genes entre machos y hembras.

En ambos casos se encontró que el proceso epigenético se producía muy


tempranamente y la modificación epigenética se mantenía en la edad adulta.

Otros experimentos demostraron que el grado de metilación (otro tipo de


modificación epigenética) del promotor ERa mostraba los siguientes rasgos:
era diferente según el sexo, se establecía tempranamente, se mantenía en la
edad adulta y era diferente según los cuidados maternales que hubiera
recibido la cría durante la lactancia. ¡Una evidencia de que el ambiente
"familiar" afecta a la sexualidad, por fin!... (Sí, pero lo hace mediante un
mecanismo biológico.)

En suma, el paisaje que sugieren estos datos es que las modificaciones


epigenéticas están probablemente en la base de muchos de los efectos
descritos sobre la sexualidad.

Referido a humanos específicamente, se ha visto que las epimarcas


individuales (las modificaciones epigenéticas) no afectan a todos los
caracteres sexualmente dimórficos, varían en potencia individualmente, y son

118
generadas durante el desarrollo embrionario para ser borradas entre
generaciones. Se supone que hay epimarcas que escapan al borrado y pasan a
la siguiente generación, de modo que, cuando acontece que no se borran las
epimarcas "masculinas", si van en un embrión XY, son concordantes y se
desarrolla según lo previsto. Pero si van en un embrión XX, van a dar lugar a
un mosaico de células con un patrón de desarrollo epigenético masculino en
medio de otras con un patrón epigenético femenino. Dependiendo del
impacto cuantitativo que tengan las epimarcas masculinas, podría producirse
homosexualidad femenina. Cuando las epimarcas no borradas son las
femeninas en un embrión XY, dependiendo del impacto cuantitativo que
tengan, podría originarse homosexualidad masculina (Rice et al., 2012).
Parece verosímil, pues, que algunos mecanismos epigenéticos estén también
contribuyendo a la diferenciación sexual cerebral y, por tanto, a la definición
de la sexualidad.

119
Toda la información biológica relevante que se ha manejado está ya expuesta.
Lo que se pretende ahora es integrar toda esa información de procedencia
muy heterogénea en una única teoría biológica sobre el origen de la
homosexualidad humana, refiriéndose al origen inmediato, no al origen
remoto (evolutivo).

4.1. Múltiples rutas

Una sola teoría, en el sentido de que aúna todas las explicaciones de base
biológica, no quiere decir una sola ruta. En humanos, el efecto FBO está
suficientemente corroborado como un proceso independiente de la ruta
neuroendocrina prenatal, capaz de explicar la homosexualidad masculina. Al
mismo tiempo, se sabe perfectamente que el efecto FBO explica solo la
homosexualidad masculina y, aproximadamente, solo uno de cada siete casos
de esta homosexualidad (Rahman, 2005a). Por consiguiente, la teoría
maternal inmune/efecto FBO no puede ser una explicación global de la
homosexualidad humana. Además del efecto FBO deben existir otras rutas
que expliquen el grueso de la homosexualidad masculina y la totalidad de la
homosexualidad femenina.

Es perfectamente imaginable que diferentes procesos puedan conducir al

120
mismo resultado y, en el caso concreto de la homosexualidad humana, han
sido muchos los que han sugerido que no tiene un único origen (Hines, 2011;
LeVay, 2011; Rahman, 2005b). Algunos resultados indican que hay
variación, dentro de cada orientación sexual, por ejemplo, en capacidades
cognitivas sexualmente dimórficas, lo que sugiere que una misma orientación
sexual puede tener diferentes orígenes (Rahman, 2005a).

Esto ha quedado ilustrado en el caso de la mosca de la fruta, Drosophila,


donde se han visto diferentes mecanismos que, independientemente,
producen el mismo comportamiento homosexual. Por ejemplo, como se
mencionó anteriormente, el gen fruitless provoca que los machos cortejen a
otros machos. El gen fruitless codifica factores transcripcionales (proteínas
que controlan la expresión de otros genes). Independientemente, otro gen,
llamado OR67 d, que codifica un receptor para feromonas volátiles, y el gen
GR32a, que codifica un receptor para feromonas no volátiles, también
modifican la conducta de cortejo. Los machos que carecen de copias
funcionales de cualquiera de estos genes no puede distinguir con precisión los
sexos utilizando feromonas específicas de sexo, y por consiguiente cortejan
machos lo mismo que cortejan hembras (Bailey y Zuk, 2009). Como vemos,
tres genes diferentes determinan una conducta homosexual en los machos
mediante tres rutas diferentes.

En humanos, el importante papel que juega el gen SRY en la


diferenciación sexual, principalmente a través de las hormonas prenatales
producidas por los testículos, es consistente con la explicación biológica
tradicional de la orientación sexual dirigida por hormonas prenatales. Al
mismo tiempo, la hipótesis de una respuesta maternal inmune a una proteína
ligada al cromosoma Y, que subyace al efecto FBO, no se opone a esta

121
visión. Por el contrario, es consistente con la visión de que el desarrollo del
cerebro masculino humano depende al menos de dos sistemas: uno dirigido
por los andrógenos prenatales (testosterona, indirectamente debida al gen
SRY), y el otro dirigido directamente por los genes ligados al sexo (genes y
proteínas ligadas al cromosoma Y) (Bogaert y Skorska, 2011). Por
consiguiente, la idea que emerge de los datos actuales es que la
homosexualidad humana tiene un origen bioló gico con, al menos, dos rutas:
la ruta neuroendocrina prenatal, que daría cuenta del grueso de la
homosexualidad masculina y de la totalidad de la homosexualidad femenina,
y la ruta maternal inmune que explicaría parte de la homosexualidad
masculina, la debida al efecto FBO.

4.2. Múltiples factores

Raramente las características psicológicas y conductuales humanas pueden


explicarse por uno o unos pocos factores. En la mayoría de los casos muchos
factores intervienen combinándose para producir un resultado particular. En
este sentido, existe un consenso generalizado respecto de que, por ejemplo, la
orientación sexual viene influenciada quizá por docenas o incluso cientos de
genes (Pillard y Bailey, 1998).

La imagen común que se tiene del gen se asemeja a la de un dictador o un


juez inapelable que determina de modo incondicional un carácter
determinado. Si bien existen genes de este tipo, los avances en genética
demuestran que la inmensa mayoría de los genes actúan condicionados por el
ambiente y por otros genes. De este modo, el efecto o resultado de un gen es
diferente dependiendo del contexto en que actúe. Se debe imaginar la acción
de los genes más bien como una malla de interacciones entre genes y de éstos

122
con factores ambientales. Pero todo esto es demasiado abstracto. Se puede
hacer una idea más cabal de la intrincada red de acontecimientos que se dan
entre la expresión de un gen y su efecto sobre la conducta sexual mediante un
ejemplo concreto.

El síndrome de Kallmann está asociado con una carencia de interés sexual


causado por un defecto genético en uno cualquiera de varios genes
específicos. ¿Cómo se establece la conexión entre un gen cualquiera de estos
y el interés sexual? ¿Qué cadena de acontecimientos vincula uno de estos
genes con el interés sexual? La secuencia de hechos es la siguiente.

Se parte de un gen defectuoso. Como consecuencia, unas células


determinadas localizadas en la región nasal del feto cambian sus propiedades
superficiales. Como consecuencia, en vez de migrar hacia el cerebro y
establecer conexiones con la glándula pituitaria (hipófisis), como hacen
normalmente, permanecen en la nariz. Como consecuencia, por un lado,
anosmia (los individuos con síndrome de Kallman no perciben los olores);
por otro, este grupo de células que, normalmente, liberarían sobre la pituitaria
el factor de liberación de la gonadotropina, no lo hacen. Como consecuencia,
la glándula pituitaria no produce niveles normales ni de hormona luteinizante
ni de hormona folículoestimulante. Como consecuencia, en los hombres, los
testículos no producen niveles normales de testosterona. Como consecuencia,
tienen una libido reducida y no se sienten atraídos por ningún sexo (Bateson,
2008).

La ruta desde un gen hasta la conducta es larga, complicada e


indirecta (Bateson, 2008).

Ésta es la descripción lineal de acontecimientos que conduce a la ausencia

123
de interés sexual en el individuo. En cada etapa se ha seguido la ley del todo
o nada. Y cada etapa no se ve perturbada por acontecimientos paralelos. Si se
toma en consideración que las causas y los efectos pueden ser cuestión de
grado, y que la cadena de acontecimientos se ve inevitablemente perturbada
por acontecimientos paralelos, el resultado puede variar cuantitativamente,
desde la carencia absoluta de interés sexual hasta, probablemente, una libido
débil o moderada.

El desarrollo embrionario, como se ve, es un sistema en el que intervienen


muchos factores que pueden combinarse de tantos modos diferentes que es
difícil prever el resultado final pese a conocer todos los factores. Al mismo
tiempo, diferencias sutiles en algunos de los escalones del proceso, dan lugar
a diferencias individuales y explican la variabilidad individual de la
sexualidad humana.

Como se ha visto, parecen existir dos rutas diferentes hacia la


homosexualidad. Este hecho de por sí ya supone un incremento en el
potencial para generar variabilidad individual superior a la que habría si solo
hubiese un único mecanismo uniforme. Adicionalmente, la variabilidad
genética, por ejemplo, en las enzimas del metabolismo de los neurofactores
de crecimiento, en los receptores de neurotransmisores, etc., podría generar
tal cantidad de variabilidad que ningún cerebro sexualmente diferenciado
sería exactamente igual a cualquier otro. Más aún, cada cerebro sería un
mosaico de masculinidad y feminidad, ya que cada región particular puede
variar independientemente en cuanto a su grado de masculinización o
feminización (McCarthy, 2010).

En esta teoría biológica de la homosexualidad tienen cabida también los

124
factores socioculturales. La mayoría de los investigadores están de acuerdo,
naturalmente, sobre que tanto los genes como el ambiente modelan la
conducta humana, o que todos los caracteres humanos están basados en algún
tipo de interacción entre efectos genéticos y ambientales. (Nótese que el
ambiente incluye factores biológicos y no biológicos, solo estos últimos
corresponderían a lo que estamos denominando factores socioculturales.)

No obstante, respecto de la orientación homosexual en humanos, es


sorprendente que varias de las rutas clave a través de las cuales los factores
de aprendizaje y crianza podrían desempeñar su efecto, como a través de la
experiencia sexual, o a través de la socialización parental, no han recibido
soporte experimental (Rahman, 2005c). De manera que la impresión que
emerge a partir de los resultados experimentales es que el patrón de conducta
sexual viene biológicamente determinado y los factores socioculturales sólo
influirían en las variaciones dentro de dicho patrón.

4.3. Múltiples opciones

Gran parte de lo escrito gira en tomo a la orientación sexual, a la preferencia


de pareja. Como patrón de conducta sexual vendría, como se acaba de
afirmar, biológicamente determinado. La idea que se tiene, en general, sobre
la determinación biológica es bastante errónea y conduce a muchas
interpretaciones equivocadas. Merece la pena dedicar unas palabras a precisar
y clarificar lo que significa la determinación biológica, en concreto, de la
preferencia de pareja.

A la hora de aparearse, cualquier animal afronta múltiples niveles de


elección. Primero debe elegir la especie con la que quiere aparearse. En
segundo lugar tiene que tomar la decisión de si se aparea con un macho o con

125
una hembra. Finalmente, tiene que decidir dentro del sexo escogido un
individuo con el que aparearse (Henley et al., 2011). Bastantes lectores
estarán pensando que la primera opción es irreal, ficticia, puramente
especulativa y la segunda bastante de lo mismo. Que éstas son opciones
reales se hace claro cuando la experiencia o la genética "juegan a los dados".
Por ejemplo, un macho joven ovino, criado por una cabra, cuando sea adulto
preferirá aparearse con una hembra como su madre de adopción (cabra) en
vez de una de su propia especie (oveja) (Henley et al., 2011). También
sabemos ya que existen carneros que prefieren aparearse con otros machos
cuando se les da a elegir entre hembras en celo y machos (Roselli et al.,
2011).

¿A qué viene todo esto? Se pretende llamar la atención sobre el hecho de


que parece "lo más natural del mundo" -y de hecho, lo es - que las dos
primeras elecciones de pareja se resuelvan automáticamente casi con el 100%
de "acierto", de elección "correcta". (Entiéndase lo "correcto" desde el punto
de vista reproductivo.)

Pero ¿por qué se acierta casi siempre? Porque la elección de pareja es una
conducta biológicamente establecida que está evolutivamente adaptada a la
gama habitual de situaciones que se dan en la naturaleza. De modo que esa
conducta innata, normalmente, es decir, en condiciones naturales o
habituales, da lugar a tener éxito reproductivo.

La elección de pareja de la propia especie está biológicamente


determinada mediante una serie de mecanismos innatos que suelen acertar en
condiciones normales - por ejemplo, que no haya un investigador cachondo
que le ponga al cordero recién nacido una madre cabra-. Por ser más

126
didáctico se pueden usar números y decir que, en la elección de especie, el
porcentaje de fallo sería muy inferior al 1%.

El éxito reproductivo descansa también críticamente en la elección del


sexo con quien aparearse. Pero no es tan grave. Simplemente eligiendo al
azar se acertaría con la pareja adecuada la mitad de las veces. (En cambio, en
la anterior opción, la de especie, el azar fracasaría casi siempre.) La
evolución ha ajustado la conducta aumentando el porcentaje de acierto sobre
el azar hasta dejar la probabilidad de error alrededor del 3%.

Y, elegida una pareja del sexo opuesto y de la misma especie, poco


importa al éxito reproductivo la pareja concreta elegida, se relaja el
mecanismo de elección, lo que puede llevar a un porcentaje de error...
(Suficiente para explicar la tasa de divorcio.)

En suma, lo que se está diciendo es que la elección de especie con la que


aparearse está estrictamente determinada por mecanismos biológicos innatos.
De modo análogo, pero más laxamente, se está sugiriendo, se determina la
orientación sexual. Y de modo todavía menos restrictivo, muy cercano al
libre albedrío, se determinaría la elección de pareja individual. En definitiva,
lo que estamos diciendo es que, cuanto más crítica es una opción, más
estrictamente está biológicamente determinada. La orientación sexual es tan
crítica para la supervivencia de la especie como para suponer que
probablemente el componente biológico es bastante elevado.

Como se acaba de poner de manifiesto, las pulsiones biológicas sobre la


conducta sexual no son deterministas, no establecen mecánicamente un
resultado único - ni siquiera en un animal no humano como la oveja-. Porque
el "juego" no se juega siempre en las mismas circunstancias. El "conductor"

127
sexual debe prever las variantes del juego. ¡Pero no puede prever todas!
Luego sólo prevé las más comunes, consiguiendo resultados buenos - casi
siempre-. En este sentido debemos entender un patrón de conducta sexual:
flexible en función de las influencias del entorno, pudiendo generar diferentes
respuestas, dentro de una gama limitada de posibilidades, pero no una gama
infinita. En ese "entorno" que se acaba de mencionar entrarían los factores
socioculturales (crianza, educación, etc.) y otros factores biológicos. En este
marco especulativo se situaría la homosexualidad: un patrón de atracción
erótica por individuos del mismo sexo que admite una multitud de variantes,
pero no transgredir el patrón esencial, la atracción sexual por el mismo sexo.
La biología determina el patrón de conducta sexual y el entorno las variantes
sobre el patrón.

128
Cualquier carácter con una base genética está sometido al proceso de la
evolución por tanto, la homosexualidad es producto del proceso evolutivo. En
este sentido, la existencia relativamente estable de homosexuales en todas las
poblaciones humanas, en una proporción minoritaria pero significativa de
individuos, pese a la evidente penalización que tienen en su eficacia
reproductiva, plantea una paradoja evolutiva porque, en una primera
apreciación, se esperaría la desaparición de la conducta homosexual en todas
las poblaciones, debido a su incapacidad total o parcial para dejar
descendencia.

Es evidente que los homosexuales no son estériles, pueden tener hijos


biológicos y muchos los tienen. Sin embargo, se sabe que las personas
homosexuales (gays y lesbianas), por término medio, tienen un 80% menos
de hijos respecto de los heterosexuales. Una reducción tan dramática de la
capacidad reproductiva se sabe que conduciría a la rápida desaparición de
tales individuos por vía evolutiva (mediante selección natural). Al menos en
un planteamiento simple y directo. Luego algo no está correctamente
planteado en esta visión evolutiva de la homosexualidad y se debe repensar el
asunto desde la base. Y para hacerlo se debe empezar por responder a la
cuestión de cuál es el sentido de la vida.

5.1. El sentido de la vida

129
Pues sí, con todo atrevimiento se va a dar respuesta a la pregunta que ha
atormentado la historia de la filosofía: ¿cuál es el sentido de la vida? (Es
cierto que ya respondió a esta cuestión el grupo Monty Phyton - desde un
punto de vista cómico e irreverente-. Aquí se va a responder con toda
seriedad y rigor, desde el punto de vista biológico.)

El sentido de la vida es reproducirse.

Escueta y exactamente así. Nacemos como producto de la reproducción y


vivimos para reproducimos. Muchos creen que es la supervivencia la pulsión
fundamental de la vida, incluso muchos biólogos están en ese error. A ello
contribuye el hecho evidente de que, para reproducirse, hay que estar vivo.
Pero solo lo justo. Solo lo estrictamente necesario para llegar a reproducirse,
para pasar los genes a la siguiente generación. Cumplida esa misión el
individuo es por completo dispensable. Baste para ilustrar esta afirmación los
ejemplos de esos machos "abnegados" que pagan con su vida el precio de
copular con una hembra sirviendo de almuerzo para ésta. Mientras se está
consumando el acto sexual, se consuma el parricidio y se consume al amante
esposo. Es el caso de la mantis religiosa, pero hay otros muchos similares:
escorpiones, arañas, etc. En todos los casos, lo que se pone de manifiesto es
la primacía de la reproducción sobre la supervivencia. La reproducción a toda
costa. Aun a costa de la preciada vida.

¿A quién beneficia esta conducta? Al individuo, evidentemente, no. Los


beneficiarios de esta ceguera sexual son los genes que la determinan que, de
este modo, aseguran su transmisión a la siguiente generación. Esto es lo
único que importa. No importa nada más. Todo está supeditado a este
objetivo principal: reproducirse para transmitir los genes a la siguiente
generación. Todo, absolutamente todo, está al servicio de este objetivo. Y

130
todo, absolutamente todo lo que se opone a este objetivo, es eliminado
rápidamente. Lo que habitualmente se denomina selección natural es
simplemente el conjunto de factores naturales que depuran las poblaciones de
los individuos incompetentes reproductivamente -y con ellos, a los genes
responsables de tanta incompetencia reproductiva-. Desde que se inventó la
vida, se estableció este juego implacable en el que los genes sólo persiguen
pasar a la siguiente generación haciendo uso de todos los medios a su
alcance. Obsérvese que, una vez lanzado el juego, éste se mantiene por
retroalimentación.

Son nuestros genes los que pasan a nuestros hijos y de éstos a los suyos.
Así vienen los genes dando tumbos desde el origen de la vida: los genes son
eternos, los individuos somos efímeros. Jocosamente suele decirse que un
individuo es la forma que tiene un gen de producir otro gen idéntico, y la
gallina es la forma que tiene un huevo de producir otro huevo. Los
organismos individuales son vehículos diseñados y programados por los
genes con la finalidad de pasar esos genes a la siguiente generación. De modo
que, la naturaleza promueve el mantenimiento de los "equipos" de genes que
determinan vehículos individuales equipados de caracteres que aumentan la
eficacia reproductiva y, al contrario, eliminan los equipos de genes que
determinan caracteres que disminuyen la eficacia reproductiva. La lógica que
subyace a esta regla es simple, pero muy eficaz. Para mejor entenderla,
imaginemos que, por azar, surgiera un gen en un individuo que le confiriera
una constelación de caracteres (esto es lo que en la jerga genética se llama un
gen pleiotrópico). Pongamos por caso que el individuo estuviese adornado
por una serie de virtudes: generosidad, entrega por los demás, laboriosidad,
etc., haciéndole admirable para su comunidad. Y supongamos que, además,
su carácter lo inclinase a un rechazo irrevocable de toda actividad sexual,

131
manteniéndose célibe. Pues bien, con el término de los días de este santo
varón en este mundo terrenal terminaría también la efímera existencia de su
gen, desaparecería el gen sin dejar rastro evolutivo alguno. El gen del celibato
(si es que existiera alguno) desaparecería en una sola generación. Igual suerte
correrían todos los genes que condujesen a anular la reproducción (genes que
provocasen infertilidad, letales, etc.). Son genes sin futuro evolutivo.

La sexualidad está especialmente sometida a las reglas del juego evolutivo


de modo directo por su vinculación evolutiva con la aparición de la
reproducción sexual (Pillard y Bailey, 1998), ya que su finalidad primaria es
conseguir que tenga éxito la reproducción. En su origen evolutivo remoto,
cuando surge concurrentemente con la reproducción sexual, la sexualidad era,
probablemente, un sistema simple de señales de identificación de cada uno de
los sexos, reconocimiento de la diferente polaridad sexual (masculina y
femenina), atracción sexual, acer camiento físico, y copulación, para facilitar
la fecundación. Sobre este sistema simple - pero respetando siempre este
esquema básico - se han desarrollado sistemas mucho más complejos, que
alcanzan su cénit en la sexualidad humana. Esta creciente complejidad ha
afectado de manera especial a la etapa de atracción sexual en la que, a las
señales primigenias químicas ("olfativas"), se han incorporado las señales
visuales y la comunicación oral, lo que ha provocado un cambio cualitativo y
cuantitativo en el flujo de información. Las personas respondemos
sexualmente a la visión de los caracteres sexuales secundarios (vello púbico,
culo, pechos, caderas, etc.), a rasgos faciales y corporales sutiles, a los gestos
corporales, a los "mensajes" orales -y escritos-, a la forma de cortejar, a todo
el elaborado y complejísimo proceso de la seducción sexual. Todo, enfocado
a favorecer el contacto sexual. Para servir a la reproducción sexual. (Y por
placer.) Nótese que el objetivo primario de la sexualidad (la reproducción) se

132
cumple solo cuando el proceso involucra la atracción entre individuos de
diferente sexo, o sea, cuando la orientación es heterosexual.

Si se tiene en cuenta que la homosexualidad estricta es una variante


absolutamente no reproductiva y que, en cualquier caso, el fenotipo
homosexual tiene una eficacia reproductiva muy inferior a la heterosexual, la
lógica evolutiva más simple sugiere que la selección natural actuaría contra
los genes de la homosexualidad, haciéndolos desaparecer con rapidez de las
poblaciones. Como se ha comentado con respecto al celibato, la
homosexualidad debería ser una estrategia sin futuro en el juego evolutivo.

Contrariamente a esta predicción, la persistencia de la homosexualidad en


las poblaciones humanas a despecho de la selección constituye una paradoja
evolutiva que ha llamado desde un principio la atención de los evolucionistas.
En las poblaciones humanas, como se ha visto, la frecuencia de la
homosexualidad masculina está en torno al 3% y la femenina alrededor de la
mitad. Frecuencias de este orden se observan en diferentes culturas y países.
Y entre diferentes generaciones o épocas. Es decir, la homosexualidad
humana es un fenotipo presente en una frecuencia pequeña pero sustancial,
aparentemente estable. Además, para llevar hasta el límite nuestra
perplejidad, nos encontramos con que la homosexualidad está presente en
toda la escala zoológica. ¿Cómo es posible?

5.2. ¿Polimorfismo transitorio o estable?

La existencia de diferentes variantes para un carácter se denomina


polimorfismo. Como se ha puesto de manifiesto repetidamente, la sexualidad
humana es polimórfica. Este polimorfismo sexual que se observa podría ser
meramente transitorio, como una especie de instantánea fotográfica, tomada

133
en un momento dado, en el curso de un proceso de selección direccional
tendente a eliminar la homosexualidad. Si la "foto" se tomase al final del
proceso no se observaría ninguna variante homosexual. Esta actuación de la
selección sería verosímil teniendo en cuenta la baja capacidad reproductiva
del fenotipo homosexual. No obstante, parece que esta explicación puede ser
descartada por tres razones.

Primero, porque la homosexualidad no aparece como un "accidente" en la


especie humana, sino que, como se ha mencionado repetidamente, está
presente virtualmente en toda la escala zoológica. Parece altamente
improbable que se esté observando el mismo fenómeno de depuración
selectiva de la homosexualidad en todas las especies.

En segundo lugar, porque se ha visto que la homosexualidad humana es


un fenómeno presente en frecuencias bastante similares en distintas
poblaciones (Estados Unidos, Reino Unido, Tailandia, Filipinas, etc.).
También en este caso parece muy improbable que se obtenga la misma "foto"
en todas las poblaciones.

Finalmente, los estudios de campo sobre la incidencia de la


homosexualidad en las poblaciones humanas, que se iniciaron alrededor de
los años cincuenta en Estados Unidos, con lógicas variaciones, producen
valores groseramente aproximados, pese a ser realizados en 50 años, esto es,
referidos a diferentes generaciones. Por consiguiente, el polimorfismo
existente para la sexualidad humana no es transitorio sino que probablemente
es un polimorfismo estable. ¿Cómo se puede soste ner evolutivamente un
polimorfismo estable para la homosexualidad teniendo en cuenta su escasa o
nula competencia reproductiva?

134
5.3. Equilibrio mutación-selección

Una explicación simple del polimorfismo estable de la sexualidad humana,


donde uno de los fenotipos, el homosexual, es muy minoritario, y sabemos
que tiene una baja capacidad reproductiva, podría ser un equilibrio mutación-
selección. Este equilibrio se produciría cuando la proporción de genes
"homosexuales" eliminados por selección fuese igual al número de esos
genes re-introducidos por mutación aleatoria. Sin embargo, asumiendo una
tasa de mutación dentro del intervalo estándar, la frecuencia esperada de
homosexuales es varios órdenes de magnitud inferior a la observada, lo que
hace improbable esta explicación. Esto deja como hipótesis más probable del
polimorfismo para la sexualidad humana alguna forma de selección
equilibradora. Al mismo tiempo, esto implica que la homosexualidad tiene
algún valor adaptativo que la hace mantenerse establemente en las
poblaciones humanas. ¡La homosexualidad está mantenida por la selección
natural!

5.4. Teorías evolutivas de la homosexualidad

Constatado el hecho, los investigadores han iniciado el proceso de generar


hipótesis evolutivas capaces de explicar el mantenimiento de la
homosexualidad en las poblaciones humanas.

5.4.1. Modelos matemáticos

Cuando, a finales del siglo XIX, Darwin presentó la teoría de la evolución, lo


hizo con una formulación puramente verbal, lógica, argumen tada sobre un
número formidable de pruebas empíricas, pero carente de toda formalización
matemática. Unos cincuenta años después la teoría darwiniana fue plasmada

135
en ecuaciones matemáticas coherentes con la teoría evolutiva. Esta
formalización demostraba que la teoría podía predecir los hechos observados
y, al mismo tiempo, permitía comprobarla en base a las predicciones del
modelo matemático.

Del mismo modo, respecto de la evolución de la homosexualidad se han


formulado numerosas teorías verbales (algunas de las cuales se verán en
detalle), la primera de las cuales se remonta a la fundación de la sociobiología
por Wilson, en el año 1975 (existe una traducción en español, Wilson, 1980).
En este caso, 31 años después se han generado modelos evolutivos
matemáticos (Gavrilets y Rice, 2006) que formalizan algunas de las teorías.

Los diferentes modelos comprenden genes ligados al cromosoma X o no,


así como, dos tipos de selección, sobredominancia y selección sexualmente
antagonista. Dejando aparte los detalles de los modelos, que quedan fuera del
ámbito de este libro, lo que interesa es que, en numerosas condiciones
teóricas, bajo una amplia gama de condiciones, se predice la existencia y el
mantenimiento de un polimorfismo para la homosexualidad. El polimorfismo
para los genes de la homosexualidad puede ser alcanzado tanto con genes de
localización autosómica como ligados al sexo. El factor crítico en el
mantenimiento del polimorfismo es que el alelo homosexual tenga una
ventaja selectiva neta cuando sea raro, y desventajoso, cuando sea común.
Los modelos predicen situaciones que pueden ser probadas
experimentalmente, por ejemplo, si el polimorfismo para la homosexualidad
está mantenido vía selección sexualmente antagonista se prevé que tales
alelos estén sobre-representados en el cromosoma X.

Por tanto, no hay ninguna dificultad para explicar mediante un modelo


matemático teórico el mantenimiento del polimorfismo para la

136
homosexualidad humana mediante selección natural. Resta por dilucidar cuál
o cuáles de estos modelos es sostenido por los datos experimentales
conocidos.

5.4.2. Modelos verbales

Como se ha comentado anteriormente, por modelos verbales se hace


referencia a teorías no formalizadas matemáticamente, sino verbalmente
formuladas y argumentadas, más o menos apoyadas en datos empíricos.
Aunque son bastante numerosos, muchos se diferencian sólo en los detalles y
pueden ser agrupados, como se ha hecho. Además, sólo se comentarán los
que gozan de más consenso y han sido más intensamente sometidos a prueba.

A) Selección de parentesco o altruismo de parentesco

La explicación más frecuente es el modelo de selección de parentesco o


altruismo de parentesco. Este modelo, que se remonta a una formulación de
Edward O.Wilson en su libro Sociobiology (1975), propone que los
homosexuales pueden compensar su bajo valor adaptativo directo mediante
su valor adaptativo indirecto generado, de acuerdo con esta teoría, a través de
la asistencia prestada a sus parientes más directos (altruismo de parentesco).
Los parientes incrementan su éxito reproductivo merced al apoyo del varón
homosexual. Dado que éste comparte genes con sus parientes - más, cuanto
más cercanos son-, ayuda a que sus genes se transmitan a las siguientes
generaciones y, de este modo, contribuye indirectamente a su propio éxito
reproductivo - el éxito de "sus" genes.

Todo esto procede de la idea de que no es el individuo el que pretende la


reproducción, sino los genes presentes en el individuo. Pero los genes de un

137
individuo no están presentes sólo en ese individuo A, sino que hay copias de
este gen en la familia de A (padres, hermanos, hermanas, etc.). Si A renuncia
a la reproducción y en cambio cuida de los hijos de sus parientes, hay,
ciertamente, una pérdida de la capacidad de distribuir sus genes, pero la
consecuencia podría ser que el pariente de A tenga ahora mayor éxito
reproductivo.

En tal caso hay una transacción que no suma cero por la cual,
desde el punto de vista de los genes, puede potencialmente ser muy
beneficiosa (Schuiling, 2004).

En cuanto a la asistencia prestada, puede ser de cualquier tipo, siempre


que contribuya de algún modo a incrementar el éxito reproductivo de los
parientes. Por ejemplo, proporcionando recursos alimenticios para la familia,
atendiendo al cuidado de los niños de la familia, etc. De este modo, los
homosexuales pueden incrementar el valor reproductivo de los miembros de
su familia aunque no tengan hijos propios.

La objeción básica que se le ha hecho a esta teoría es que la ventaja


adaptativa que debería aportar la homosexualidad a los parientes, para
contrarrestar la ausencia o mínima contribución reproductiva de la
homosexualidad, es extraordinariamente elevada, lo que parece irreal (Miller,
2000; Rahman y Wilson, 2003). En esta línea, se ha argumentado - bastante
jocosamente - que, en vez de dedicar tan grandes esfuerzos al cuidado de los
hijos de sus parientes, tendría más sentido evolutivo para los individuos
homosexuales ser asexuales que andar por ahí persiguiendo a miembros de su
mismo sexo (Rahman y Wilson, 2003).

El apoyo fundamental de la selección de parentesco, aparte de ser

138
patrocinada por el fundador de la sociobiología, se encuentra en un estudio
sobre el grado de empatía. En este estudio se encontró que los homosexuales
masculinos tenían mayor empatía que los heterosexuales y, dando por
supuesto que hay una estrecha relación entre empatía y altruismo, concluía
que los resultados daban soporte experimental a la hipótesis de Wilson
(Salais y Fischer, 1995).

El primer test robusto de la teoría se hizo sobre la base de que la


homosexualidad debería mostrar características de "diseño especial" si fuera
una adaptación debida a la selección de parentesco. Se predecía que, en los
homosexuales, debería haber una clara y medible motivación positiva para
ayudar a los parientes (incluyendo la canalización diferencial de recursos
financieros, sociales y emocionales respecto a los hombres heterosexuales).
No se encontró ninguna canalización de tales recursos (Bobrow y Bailey,
2001). Estos resultados correspondían a una muestra de los Estados Unidos.
Dicho estudio fue replicado por otros investigadores en una muestra tomada
del Reino Unido con similares resultados e idénticas conclusiones (Rahman y
Hull, 2005), que no había ningún soporte empírico para la hipótesis de
selección por paren tesco de la homosexualidad masculina. Al menos en
poblaciones culturalmente occidentales.

En otras culturas, como en el caso de Samoa, en la Polinesia, un tipo


especial de hombres homosexuales, fuertemente afeminados, conocidos como
"fa'afafine", son muy apreciados socialmente por su entrega abnegada en
favor de sus parientes (Vasey y Vanderlaan, 2009). Un primer estudio en
Samoa, analizando numerosos factores de altruismo, puso de manifiesto que
la conducta de los "fa'afafine" era auténticamente dedicada a la ayuda a los
parientes (Vasey y Vanderlaan, 2007). Un segundo estudio con una muestra

139
más grande e independiente replicó completamente los hallazgos del primero
(Vasey y Vanderlaan, 2010), lo que era consistente con la predicción de la
hipótesis de altruismo de parentesco respecto de que los machos
homosexuales son más altruistas que los heterosexuales.

Cabe objetar que el estudio hace referencia a un subtipo muy concreto de


homosexual masculino, fuertemente afeminado, pero no incluye
homosexuales masculinos no afeminados, que también existen, cuya actitud
altruista o no, no se ha estudiado. Este hecho podría explicar las diferencias
con respecto a los estudios llevados a cabo con muestras de países
occidentales desarrollados, que han incluido todos los subtipos de
homosexuales masculinos.

Las discrepancias entre los estudios de sociedades occidentales y los de


Samoa llevaron a plantear la hipótesis de que la diferencia se debía a la
naturaleza relativamente colectivista de la cultura polinésica, frente a la
naturaleza relativamente individualista de las culturas occidentales. Para
probar esta hipótesis se llevó a cabo un estudio en Japón, considerando la
cultura japonesa como relativamente colectivista. Contrariamente a las
predicciones, sin embargo, los resultados de este estudio no proporcionaron
ninguna evidencia de que los hombres homosexuales japoneses mostrasen
tendencias altruistas comparados con sus compatriotas heterosexuales (Vasey
y Vanderlaan, 2012). Si tenemos en cuenta que Japón es un país altamente
desarrollado, y que el estudio ha involucrado todo tipo de homosexuales
masculinos, no exclusivamente los afeminados, esto podría explicar la
discrepancia con el estudio de Samoa, como hemos argumentado
anteriormente.

140
En cualquier caso, los resultados de Samoa no invalidan la objeción
fundamental a esta teoría, respecto de la extraordinaria contribución que debe
hacer el homosexual para compensar la pérdida directa de éxito reproductivo,
que, como reconocen estos propios investigadores, en términos coloquiales,
debe convertirse en un "super" tío, atendiendo a sobrinos y sobrinas (Vasey y
Vanderlaan, 2010).

B) Hipótesis de la "hembra fértil"

Tomando en consideración las objeciones anteriores, a partir de las


evidencias sobre una mayor fertilidad de las mujeres emparentadas con
homosexuales masculinos encontradas en estudios de muestras italianas (del
grupo de Camperio-Ciani) y hallazgos similares en los estudios en Samoa (de
Vasey y Vanderlaan), se ha sugerido que la homosexualidad masculina puede
ser un subproducto o un producto secundario de una selección adaptativa que
incrementa la fertilidad femenina y que tiene a veces, como consecuencia
colateral, la homosexualidad masculina (Vasey y Vanderlaan, 2010). A esta
teoría, que podríamos denominar del incremento de la fecundidad en las
mujeres de la línea maternal, hay quien ha propuesto una denominación más
breve como, hipótesis de la "hembra fértil" (Rahman et al., 2008).

La idea parte de una investigación de una muestra italiana que encontró


que los parientes de los hombres homosexuales, por línea materna, tenían
más descendencia, comparados con los heterosexuales. Concretamente, las
mujeres de la línea materna de los homosexuales, tenían, aproximadamente,
un 33% más de descendencia que las mujeres de la línea materna de los
heterosexuales (Camperio-Ciani et al., 2004). Este mismo equipo
investigador replicó el estudio en una nueva muestra más amplia y

141
extendiéndose a toda Italia. Los resultados reconfirmaron la mayor fertilidad
de las mujeres de la línea materna de los hombres homosexuales (Iemmola y
Camperio-Ciani, 2009). A partir de estos datos, se sugirió como explicación
la tesis de que factores genéticos podrían producir un equilibrio entre la
disminución directa de eficacia reproductiva de los varones homosexuales y
el incremento de eficacia reproductiva de las hembras emparentadas por línea
materna, como se esperaría en un modelo genético sexualmente antagonista
parcial (Iemmola y Camperio-Ciani, 2009).

Los datos de los estudios del grupo italiano sugieren que los factores
genéticos están parcialmente conectados con el cromosoma X.Estos factores
muestran efectos diferentes en sus portadores: cuando están presentes en
mujeres, promoverían la fecundidad; cuando están presentes en un hombre,
incrementarían la orientación sexual hacia la homosexualidad (Iemmola y
Camperio-Ciani, 2009).

En claro contraste, un estudio diferente, llevado a cabo en Inglaterra,


encontró que la fecundidad era mayor en los parientes de los homosexuales,
pero sólo era estadísticamente significativa por el lado paternal, no así en el
lado maternal (King et al., 2005).

Recientemente, un estudio internacional (primariamente europeo) de una


muestra en internet de 87.798 hombres encontró que los homosexuales y los
bisexuales tienen más descendientes que los heterosexuales (Schwartz et al.,
2010). Este mismo caso se encontró en una muestra no europea de Samoa
(Vasey y Vanderlaan, 2010). Resultados más contradictorios se encontraron
en otro estudio en Inglaterra, donde se observó un incremento de la
fecundidad en la línea materna de los homosexuales blancos, solamente en el

142
grupo de las tías. Para los no blancos la fecundidad se incrementaba en la
línea paterna de los heterosexuales (Rahman et al., 2008). Un reciente trabajo
en una muestra de Estados Unidos también se encontró el patrón global de
aumento del tamaño familiar para los homosexuales (Schwartz et al., 2010).

En general, los estudios revisados apuntan hacia una fecundidad


potenciada entre los parientes de los hombres homosexuales. Sin embargo,
los resultados específicos varían en los diferentes estudios, en particular con
respecto a si afecta a la línea materna, a la línea paterna o a ambas (Schwartz
et al., 2010). En conjunto, los estudios mencionados sugieren la posibilidad
de una o más variantes genéticas homosexuales, es decir, variantes genéticas
que incrementan la atracción sexual hacia los hombres. Cuando se expresan
en los hombres, incrementarían la probabilidad de que fuesen homosexuales,
pero cuando se expresan en mujeres (esto es, las mujeres emparentadas con
estos hombres), podrían incrementar la frecuencia de apareamiento con
hombres con un incremento concomitante en el número de descendientes
(incremento de la fecundidad). Así pues, tal gen podría tener más de un
efecto fenotípico, llamado pleiotropía, en este caso dependiendo del sexo de
la persona portadora del gen, sugieren los investigadores italianos.

Aunque yo creo que los datos no requieren el efecto pleiotrópico de


ningún gen, la explicación más simple es que los genes implicados provocan
un aumento del deseo sexual hacia los hombres, en todos los casos. Cuando
se expresa en un hombre, provoca homosexualidad. Cuando se expresa en
una mujer, provoca incremento de la actividad sexual asociada, obviamente,
con una mayor fecundidad. En este escenario de selección equilibradora, una
variante genética homosexual sería mantenida en la población debido al
incremento de la fecundidad de las hembras emparentadas con los hombres

143
homosexuales, equilibrando la disminución directa de la eficacia reproductiva
de los hombres homosexuales (Schwartz et al., 2010). Esta teoría presenta
muchas concomitancias con la de Miller, que vamos a describir a
continuación.

C) Hipótesis de Miller o del "buen padre y esposo"

Una hipótesis menos utilizada es suponer que los genes que predisponen a la
homosexualidad son ventajosos para los heterosexuales que los llevan. La
idea es que la orientación sexual es un rasgo poligénico (influenciado por una
serie de genes). Durante la gestación, estos genes dirigen el desarrollo del
cerebro masculino en la dirección femenina. Los genes individuales confieren
rasgos considerados "típicamente femeninos", tales como mayor sensibilidad,
empatía, ternura, amabilidad, etc. Los hombres con estas características
conductuales "típicamente femeninas" serían más atractivos para las mujeres
y mejores padres (Miller, 2000). Estos rasgos más típicamente femeninos
serían la consecuencia de una serie de genes pleiotrópicos que predisponen a
la homosexualidad. Si sólo unos cuantos de estos alelos son heredados por un
hombre, el éxito reproductivo se ve potenciado por el incremento del
atractivo debido a los caracteres típicamente femeninos. Sin embargo, si un
hombre hereda un número grande de estos alelos, se llega a producir la
atracción por los hombres (otra característica típica femenina), o sea, la
homosexualidad. Con estas premisas se podría producir un polimorfismo
equilibrado en el que el efecto feminizante de estos alelos en los hombres
heterosexuales - con el aumento correspondiente de éxito reproductivo -
sobrepasaría el efecto adverso de estos alelos en cuanto que contribuyen a
aumentar la homosexualidad en los hombres - con la correspondiente
disminución de éxito reproductivo.

144
En las mujeres podría funcionar el mismo mecanismo para genes que
promuevan rasgos tales como la competitividad, la firmeza, la agresividad,
etc., características "típicamente masculinas". Un cierto número de estos
genes podría contribuir a aumentar el éxito reproductivo de las mujeres con
más capacidad de liderazgo, por ejemplo, aportando más y mejores alimentos
para sus hijos. Un número mayor de estos genes podría llegar a producir la
atracción por las mujeres (lesbianismo).

Ésta es la hipótesis propuesta en detalle por Miller en el año 2000, y


esencialmente coincide con otras bautizadas con otros nombres, por ejemplo,
"teoría de la alianza" (Dewar, 2003).

La hipótesis de Miller ha sido chequeada usando las respuestas de un


cuestionario hecho a una gran muestra de gemelos y mellizos (4.904),
estudiándose la orientación sexual, la identidad de género y el éxito de
apareamiento. Utilizando la escala de Kinsey se determinó una proporción
no-heterosexual (K>0) del 11% para los hombres y del 13% para las mujeres.
Obsérvese que se usó la atracción sexual como el indicador, en vez de la
conducta sexual o la identidad sexual, porque éstos se ven más afectados por
la disponibilidad de parejas y por condicionantes socioculturales (Zietsch et
al., 2008). Se demostró que los heterosexuales, de ambos sexos, que tienen un
gemelo/mellizo no heterosexual tienden a tener un número superior de
parejas respecto de los heterosexuales que tienen un gemelo/mellizo
heterosexual, aunque el efecto sólo es significativo estadísticamente en las
mujeres. Este resultado es consistente con la hipótesis de que los genes que
predisponen a la no heterosexualidad en las hembras incrementan el éxito
reproductivo en sus hermanas gemelas/mellizas heterosexuales.

145
También se encontró (como en decenas de estudios diferentes) que la
identidad de género atípica estaba asociada con la no heterosexualidad -y en
los heterosexuales - con un elevado número de parejas del sexo opuesto.
También este resultado apoya la hipótesis de Miller, in terpretando la
asociación entre identidad de género atípica y orientación homosexual (o no
heterosexual) como una consecuencia del exceso de genes para la
homosexualidad, mientras que observamos que el éxito reproductivo de los
heterosexuales con identidad de género atípica - estimado en términos del
número de parejas sexuales - es superior.

Así pues, la explicación que se sugiere es que los genes que influencian la
homosexualidad tienen dos efectos. Primero, incrementan el riesgo de
homosexualidad, lo que ostensiblemente disminuye el valor adaptativo. Pero,
en segundo lugar, los mismos genes parecen incrementar la identidad de
género atípica, que resulta en un incremento en el éxito de apareamiento de
los heterosexuales (Zietsch et al., 2008).

Como hacen notar los propios autores, una limitación importante de este
estudio es que, pese a que la muestra total es grande, sólo una pequeña
proporción responde que es no heterosexual, o sea K = 1 - 6 (13% de los
hombres y 11% de las mujeres), y una proporción mucho menor responde a
una orientación exclusivamente homosexual, donde K = 6 (2,2% de los
hombres y 0,6% de las mujeres). Esto resta potencia estadística a los test y
hace imposible chequear el fenotipo exclusivamente homosexual (K=6), que
hubiera sido el más interesante y relevante respecto de la hipótesis
chequeada.

Los resultados de este estudio incluyen las orientaciones sexuales de

146
hombres y mujeres, y sugieren un mecanismo específico en el que factores
genéticos pleiotrópicos predisponen a la no heterosexualidad e incrementan el
éxito de apareamiento en los heterosexuales vía una ventajosa sexualidad
atípica (Zietsch et al., 2008). Es importante notar que el estudio involucra
tanto a hombres como a mujeres, es decir, da cuenta de la homosexualidad
masculina y de la femenina, vinculadas ambas estrechamente al
comportamiento atípico de género. El comportamiento atípico en el género
masculino es el gusto por los juegos con las muñecas, con vestidos, con
niñas, la aversión por los juegos violentos, etc. Y justo lo opuesto en el otro
género.

En otro estudio con una muestra de 1.827 participantes (160 hombres con
orientación homosexual) no se encontró que los resultados diesen soporte a la
hipótesis de Miller (Santtila et al., 2009). El estudio es de un tamaño bastante
menor al anterior, con menor potencia estadística por consiguiente,
restringido sólo a homosexuales mascu linos, y bastante confuso en su
planteamiento experimental y en las conclusiones.

D) Hipótesis de la estrategia reproductiva

Para terminar esta parte no puedo resistirme a comentar la teoría expuesta por
Schuiling en el año 2004 en un largo artículo titulado "Death in Venice"
(Muerte en Venecia), haciendo referencia a la película homónima de Luchino
Visconti. Su mayor atractivo radica en hacer uso de hechos muy dispersos
para construir una sola idea. En puridad, no es una teoría científica, no es una
hipótesis susceptible de ser sometida a prueba empíricamente, sino un bello
razonamiento construido con muy diversos materiales que, he de reconocerlo,
es más hermoso que convincente.

147
Esta hipótesis sostiene que la homosexualidad es una mera consecuencia
más, entre otras muchas, resultante de una estrategia general reproductiva,
enfocada a ajustar las proporciones entre sexos.

Se parte de la realidad incuestionable de que el éxito reproductivo de una


pareja (y de una población o una especie) depende del sexo y de la
orientación sexual de la progenie. Imaginemos que sólo nacen niños o que
todos los que nacen son homosexuales estrictos: en ambos casos la población
se extinguiría rápidamente. Por consiguiente, en cualquier población debe
haber un equilibrio entre individuos masculinos y femeninos, homo - y
heterosexuales. Los homosexuales claramente no compiten en el mercado
reproductivo, con lo que evitan conflictos dentro del grupo. Por consiguiente,
mientras que los heterosexuales realizan la mayor parte de la tarea
reproductiva de la población, la presencia de individuos homosexuales
asegura la homogeneidad social y la estabilidad de la población, y puede, en
última instancia, incluso aumentar la tasa de crecimiento de la población
(Schuiling, 2004).

Esta hipótesis parte del supuesto de que existe un mecanismo que permite
ajustar las proporciones de los diferentes sexos, adecuándolas a las
circunstancias concretas. Y hay una serie de hechos que apoyan este
supuesto. Primero, hay animales no humanos que ajustan las proporciones
entre sexos de acuerdo con la disponibilidad de alimentos. Por ejemplo, es
frecuente en especies de ungulados (ciervos, gacelas, etc.) sesgar el sexo de la
progenie hacia machos, cuando hay gran disponibilidad de alimentos, y hacia
hembras en caso contrario. Segundo, se sabe que, en primates, las hembras
dominantes paren relativamente más machos, sin que se sepa cuál es el
mecanismo exacto. Tercero, el efecto FBO puede interpretarse como un

148
mecanismo de ajuste del sexo de la progenie entendido de la manera
siguiente. El efecto FBO se debe a que el nacimiento de un varón provoca la
reacción inmune de la madre contra otros embarazos masculinos, lo que
puede terminar en uno de tres finales posibles: aborto (muerte del
competidor), nacimiento de un niño débil (inhabilitación del competidor) o
bien el nacimiento de un niño homosexual ("muerte genética").

En favor de estas ideas están los hechos siguientes. Hay una elevada tasa
de pérdida temprana de embarazos del 75% en mujeres. Los hermanos
menores homosexuales tienden a tener un menor peso al nacer (son más
débiles). Finalmente, el efecto FBO consiste, como se ha comentado
reiteradamente, en la mayor probabilidad de homosexualidad entre los hijos
menores dentro de una serie de hermanos mayores. En cualquiera de los tres
casos, de una u otra manera, lo que se está haciendo es eliminar competidores
por las hembras: por muerte real (aborto), por debilitamiento del competidor
o por "muerte genética" (homosexualidad).

Desde este punto de vista, la homosexualidad es simplemente una parte de


la estrategia reproductiva humana. No incrementa la adaptación inclusiva
cuidando de la descendencia de sus parientes, pero potencia las posibilidades
de otros miembros de la familia en el mercado reproductivo al excluir
competidores (los homosexuales), favorece la cooperación masculina-
masculina, reduce las causas de confrontación y, por consiguiente, mejora la
homogeneidad del grupo. En este enfoque no se hereda la homosexualidad
directamente, sino la estrategia reproductiva de la que ésta forma parte.
Heterosexualidad y homosexualidad son soluciones evolutivas para
problemas principales de la vida humana. La heterosexualidad soluciona el
problema de la transmisión de los genes de la población, mientras que la

149
homosexualidad solventa el problema de:

[...1 cómo construir una sociedad coherente de hombres básicamente


poligénicos, altamente competitivos, que deben, sin embargo, trabajar
juntos con el fin de sobrevivir. Homo - y heterosexualidad son por
consiguiente simplemente dos caras de la misma moneda, el de la
moneda de la reproducción humana (Schuiling, 2004).

5.5. Conclusión evolutiva

Parece claro que la homosexualidad está siendo mantenida en las poblaciones


humanas por alguna forma de selección equilibradora. Los datos de la
realidad así lo indican. Los modelos matemáticos propuestos sirven, al
menos, para demostrar que hay un buen número de posibilidades teóricas
compatibles con esta conclusión. La naturaleza y los mecanismos de las
contribuciones genéticas a la orientación sexual no están actualmente claros.
Los hallazgos experimentales parecen más consistentes con un modelo
complejo involucrando múltiples genes e importantes contribuciones
ambientales (Iemmola y Camperio Ciani, 2009; Schuiling, 2004; Schwartz et
al., 2010). Respecto del modelo evolutivo, la impresión bastante subjetiva es
favorable a la hipótesis de Miller. A su favor está que las hipótesis
alternativas parecen poco apoyadas por los datos, y que varios de los estudios
más rigurosos y amplios parecen sostener la teoría de Miller. No obstante, el
proceso evolutivo de la homosexualidad dista muy lejos de estar resuelto.
Son necesarios muchos más trabajos de campo para alcanzar cierta
consolidación de alguna de las hipótesis en litigio. Por otra parte, hay quien
sugiere que es posible que haya más de un fenómeno (por ejemplo, selección
de parentesco y selección equilibradora) que puede estar operando (Schwartz
et al., 2010). Si tenemos en cuenta que, probablemente, hay diferentes

150
mecanismos que dan lugar a la homosexualidad, todos ellos con una base
genética diferente, parece bastante verosímil que también desde el punto de
vista evolutivo estén operando diferentes procesos. De modo que, en este
terreno, queda mucho camino por recorrer.

Recientemente, en diciembre de 2012, se publicó un modelo matemático


basado en la hipótesis epigenética sobre el desarrollo de la se xualidad. Las
evidencias sobre la implicación de procesos epigenéticos en el desarrollo de
la sexualidad humana son, de momento, tan escasas que es muy prematuro
(altamente especulativo) plantear este tipo de modelos. No obstante, el lector
especialmente interesado puede leer el trabajo de Rice et al. (2012).

151
Hay una explicación biológica sobre el origen evolutivo de la
homosexualidad. Y hay estudios y pruebas. Entretanto, ¿qué ha sido de la
teoría sociocultural?

La idea central ha sido formulada con claridad rotunda:

Más bien, se afirma, los humanos nacen con una amplia


flexibilidad y potencial de aprendizaje. Esta creencia otorga una
significación primaria no a los genes como tales sino a las
experiencias individuales y a la época histórica, la sociedad y la
cultura en que se han criado hombres y mujeres.

El paradigma conductual, aplicado a la sexualidad, sugiere que los


humanos nacen con una tendencia sexual indiferenciada tan maleable
que puede ser canalizada en una o más de una multitud de direcciones
(Ford-Hoult, 1984).

6.1. ¿Dónde están las pruebas?

En buena lógica uno esperaría que los defensores de esta hipótesis hubiesen
diseñado y realizado experimentos que pudiesen dar soporte empírico a su
teoría... Nada de eso.

Se ha revisado una ingente cantidad de artículos en los que su autor era

152
favorable al construccionismo de la homosexualidad, y no se ha encontrado
ni un mínimo dato experimental desde el que construir una defensa de la
teoría sociocultural. La estructura habitual de sus artículos comienza por
revisar y "repasar" lo que han escrito los "enemigos", limitándose
generalmente a desacreditar o refutar los argumentos biológicos basados en
datos experimentales, sin aportar de su parte ni un solo experimento, ni una
sola prueba empírica, ni un maldito hecho que llevarse a la boca.

Los adalides de la hipótesis sociocultural construyen su teoría a base de


axiomas, esto es, afirmaciones que se dan por sentadas sin que medie prueba
que las sostenga. Los artículos responden a una estructura básica. Primero el
rechazo/refutación de las teorías biológicas, seguido de los axiomas para
culminar con una recriminación a los investigadores por no haber tomado en
consideración la "enorme" cantidad de trabajos sobre el origen psicocultural
de la homosexualidad.

Refutación del esencialismo:

Parece que cualquier intento de desarrollar un modelo biológico


causa-efecto simple y lineal del desarrollo de la homosexualidad
adulta debe estar condenado al fracaso. Los intentos de Bell,
Weinberg y Hammersmith (1981) de "explicar" el desarrollo de la
homosexualidad (en un trabajo algo engañosamente titulado
Preferencias Sexuales) les condujeron a sugerir numerosas rutas hacia
la homosexualidad o la bisexualidad adulta. Entonces propusieron
que había numerosos tipos de homosexuales [...1 (Paul, 1993).

Como indica esta revisión, la investigación actualmente citada en


soporte de un modelo biológico de la sexualidad humana es
metodológicamente deficiente, inconcluyente o abierta a

153
interpretaciones teoréticas contradictorias. [...1 Por consiguiente, la
pregunta básica de este artículo es: ¿es convincente la evidencia
biológica de que los detalles de la sexualidad humana son
directamente debidos a rasgos y procesos innatos? La respuesta es
que la evidencia está lejos de ser persuasiva (Ford Hoult, 1983).

Parte axiomática:

Solamente un reconocimiento de las capacidades bisexuales de los


humanos junto con un reconocimiento de la forma en que las
sociedades construyen categorías sexuales con el propósito de
controlar los grupos y distribuir el poder (Doell, 1995).

O este otro ejemplo:

[...1 cuando un niño nace, no es un ser bisexual, sino un omnisexual


capaz de responder a la gama entera de factores sexuales
socioculturales ambientales (FitzGerald, 2000).

Dos afirmaciones de hondo contenido sostenidas por el papel en el que


están escritas y por nada más.

Y, como no cuesta nada decir lo que le pete, ya que no hay que tomarse la
molestia de demostrarlo, se llega hasta el extremo de negar lo evidente:

[...1 categorías tales como el género, la raza y la orientación sexual


son construcciones sociales (Doell, 1995).

Si el género (el sexo masculino o femenino) se considera un producto


exclusivamente social, a despecho de las evidencias anatómicas y fisiológicas
internas y externas, se comprende todo lo demás. Pero se entenderá también
que esta línea de pensamiento no tiene nada que ver con el pensamiento

154
científico. Parafraseando a Nietzsche, el esencialismo y el construccionismo
de la homosexualidad no son contrarios, no se oponen, no se contradicen,
simplemente habitan planetas diferentes.

Después de la sección de axiomas suelen continuar con una apelación


genérica a la multitud de trabajos publicados con un enfoque construccionista
que no han sido tomados en consideración por el contumaz "enemigo"
biológico:

Estos estudios dejan completamente fuera de consideración los


estudios interculturales de la homosexualidad que demuestran
variabilidad y cambio en la orientación sexual (Doell, 1995).

Pero no aporta ni una sola cita o referencia bibliográfica de tales estudios,


con lo que deja huérfanos a los ávidos lectores... Y en la siguiente página
apela de modo similar:

El rechazo de la teoría del aprendizaje social refleja una ignorancia


de la enorme literatura disponible dando cuenta de la comple jidad y
variabilidad en las historias del desarrollo de los individuos
homosexuales (Doell, 1995).

Tampoco se proporciona cita siquiera de parte de la "enorme" literatura


disponible. ¿Qué es lo que queda entonces en ambos casos?: una afirmación
en el vacío.

Han sido tres décadas de estudios de gays y lesbianas tratando las


formas históricas y culturales de la homosexualidad, [...1 que los
estudios biológicos han ignorado (De Ceceo y Parker, 1995).

Así, pues, puede ser difícil para los biólogos comprender el grado

155
de complejidad de las auténticas teorías interaccionistas del
comportamiento humano (Doell, 1995).

Más de lo mismo. ¿Dónde están esas teorías? No se encuentran por ningún


lado. ¿Cuándo han sido sometidas a prueba? ¿Son las evidencias favorables o
desfavorables? ¿Todos los estudios son positivos para la hipótesis o hay
algún desacuerdo? ¿Hasta qué punto son estadísticamente significativos los
resultados?... Un desértico silencio responde.

Y en otros muchos se destila el intenso aroma de la autocomplacencia que


les lleva a adornarse con párrafos del siguiente tenor:

Los modos de vida sexuales son las ideas y las emociones eróticas
culturalmente específicas, las categorías y los roles sexuales/de
género, y las teorías de ser y devenir una persona completamente
social que en conjunto constituyen el desarrollo en el curso de la vida
dentro de una cultura sexual particular. Las culturas sexuales, por su
parte, son los campos discursivos y materiales específicos en los que
los sistemas de relaciones de poder son utilizados para controlar el
comportamiento o la conducta sexual, y a través de las cuales las
formas de vida sexual son institucionalizadas, "enculturated",
promulgadas y reproducidas (Hostetler y Herdt, 1998; citado en
Hammack, 2005).

¿¡!? ¿Cómo se aplica toda esta verborrea a los animales no humanos?


¿Qué culturas sexuales alumbran el desarrollo de la homosexualidad en ratas
o en simios?...

Una muestra más:

En esta formulación, la orientación sexual se define como la

156
disposición afectiva biológicamente fundada del deseo sexual, la cual
motiva el comportamiento y la asunción de identidad (Hammack,
2005).

Compárese esta farragosa, inútil y pedante definición con la que se ha


manejado en este libro y que proponíamos al principio. Y así, hasta 23
páginas de prosa exquisita pero huera.

En la gran mayoría de los casos, lo que sucede es una incomprensión del


trabajo científico, una ignorancia de la metodología científica, un
desconocimiento de cómo se trabaja en ciencia. Véase un ejemplo:

[...] la asunción de categorías intrínsecas, de identidad estática, es


tomada como cierta de modo que el universo de sujetos humanos
puede ser simplemente dividido en categorías discretas de 'gays',
'lesbianas', 'normales', y así sucesivamente (Hammack, 2005).

O este otro:

[...] podría uno creer que una simple etiqueta o un número, [...] podría
adecuadamente representar la gama, la variación y el matiz de la
expresión sexual y la experiencia a lo largo de una vida individual
(De Ceceo y Parker, 1995).

Los biólogos, contra lo que aquí se dice, tomamos buena nota de la


variación individual, especialmente en genética, donde es básica. Pero a la
hora de deducir leyes generales, es frecuente agrupar los valores individuales
(que constituyen un continuo) en categorías discretas que permitan su
comparación, por ejemplo, estadística. Primero se trata de encontrar una
explicación general para los grupos, para las categorías, y después se buscan
las causas de la variación individual. No hay otra forma de encontrar

157
respuestas a las preguntas sobre fenómenos naturales. Es como si se tuviese
que dar cuenta de cómo ha surgido cada uno de los granitos individuales que
forman la arena de la playa, sin que, para poder estudiarlos, se pudiese
recurrir a agruparlos por similitud porque todos son diferentes unos de otros.

Los biólogos, como los científicos de la naturaleza, están más


confortables con modelos explicativos que sean simples, lineales y
mecanísticos (Doell, 1995).

Dejando de lado que una bióloga haga precisamente este tipo de crítica a
los métodos de las ciencias naturales, no cabe sino recordar la navaja de
Ockham: partir siempre de la hipótesis más simple.

[...] ha habido un cambio correspondiente en la conceptualización


desde preferencia sexual hacia orientación sexual [...]. Al favorecer
"orientación" [sexual] sobre "preferencia" [sexual] los teóricos
biológicos de la homosexualidad esperan eliminar o minimizar la
elección (De Cecco y Parker, 1995).

En este caso se sugiere la existencia de una intención subliminal, espuria,


en la metodología de estudio empleada. Como se ha tenido ocasión de ver, la
orientación sexual suele ser el rasgo más estudiado en humanos, mientras que
la preferencia sexual es relativamente frecuente en estudios con animales no
humanos. En ambos casos, los investigadores lo que pretenden siempre es la
máxima objetividad en la observación y registro de la conducta sexual
estudiada.

En algunos casos se tropieza con críticas pintorescas:

En los estudios del cerebro, particularmente los de Swaab y


LeVay, los investigadores nunca conocieron a sus sujetos. Todo lo

158
que tuvieron fue una colección de cerebros aislados de sus cuerpos
(De Cecco y Parker, 1995).

Nunca imaginé que se invalidara el trabajo por falta de "intimidad" con los
sujetos investigados. Se transmite la impresión de que debería de producirse
contacto y empatía con los sujetos en vida para estar en condiciones de
estudiar a fondo los cortes histológicos de sus cerebros una vez cadáveres.
Parece difícil cumplir lo demandado en esta crítica.

Un tercer presupuesto de la investigación biológica es que la


homosexualidad en su "auténtica" forma está invariablemente
asociada con una conducta y un aspecto femenino en los hombres y
una conducta y un aspecto masculino en las mujeres (De Cecco y
Parker, 1995).

En este caso lo que llama la atención es que la afirmación es


completamente falsa. Ningún caso de los muchos que se han revisado
presupone lo que aquí se afirma. En todos los trabajos simplemente se habla
de orientación homosexual, sin vincularla a ningún tipo de aspecto
relacionado con un género.

En otros casos es patente la falta de rigor científico, pues abiertamente se


declara:

Utilizaré las mismas herramientas que Sigmund Freud usó: mis


propias experiencias personales, destellos captados de las texturas de
la vida, confesiones confidenciales y ciertos cuerpos de conocimiento
publicados que, para mí, parecen válidos (FitzGerald, 2000).

¿Qué clase de "ciencia" puede surgir de tal actitud? ¿Cómo es posible tal
frenesí subjetivista en los albores del siglo XXI?

159
En otros, se está muy lejos del tono casi "naif' del anterior comentario:

¿Qué debemos entonces hacer con esta reciente demostración en el


tamaño de un núcleo hipotalámico entre hombres homosexuales y
heterosexuales? Seguramente la respuesta es: no mucho. El estudio es
pequeño, involucrando sólo a 19 sujetos homosexuales y 16
heterosexuales, y con tal grado de variación entre ambos grupos [...]
me dejó bastante sorprendida que fuera publicado siquiera, [...] y que
haya sido tan ampliamente aceptado por parte de la comunidad
científica (Doell, 1995).

Obsérvese la displicencia que muestra una profesora emérita de Biología


de San Francisco State University respecto de un trabajo de LeVay en 1991
publicado en la revista Science (donde sólo se publica lo mejor de lo mejor
en Ciencia). Pero la mejor perla es la que sigue:

No es sorprendente que LeVay, quien ha salido del armario como


gay [...] (Doell, 1995).

¿A santo de qué viene este exabrupto?... A falta de argumentos científicos,


el recurso mezquino a la insidia, a la descalificación per sonal del adversario,
en lugar de a la desacreditación de sus argumentos científicos. La verdad es la
verdad, lo diga Agamenón o su porquero. Sin embargo, pese a la actitud
biliosa, la traiciona el subconsciente:

Las experiencias emocionales asociadas con las relaciones


interpersonales durante estos críticos años de nuestro desarrollo nos
pueden parecer tan naturales y tan carentes de nuestra "decisión" que
este periodo formativo puede tomar la apariencia de una revelación
de una identidad ya presente en lugar de una que se forma (Doell,
1995).

160
¡Oh, Sancta Simplicitas! Se le ha escapado lo que ella piensa en su fuero
interno. Nos advierte a todos de la mala jugada que nos puede jugar nuestra
mente, haciéndonos creer que éramos así desde que nacimos en vez de que
nuestra sexualidad se ha formado.

En última instancia en un gran número de artículos en defensa del origen


sociocultural de la homosexualidad lo que traslucen es sencillamente miedo.

Hay también implicaciones más perversas en esta búsqueda


porque la identificación de una causa implica la existencia de una
intervención, que permitirá el éxito en la eliminación de la conducta
(Muscarella et al., 2001).

Miedo a que el descubrimiento de una causa de la homosexualidad lleve a


una política filonazi de obligar a gays y lesbianas a un tratamiento curativo, a
forzar a los homosexuales a convertirse en heterosexuales. Miedo también a
que se haga uso político de la hipótesis biológica de la homosexualidad en la
dirección de coartar las libertades individuales.

En nuestra visión la homosexualidad es un aspecto de la vida de


una persona, una parte de la vida completa de esa persona. Esta vida
consiste en ingredientes biológicos, psicológicos y socioculturales
(De Ceceo y Parker, 1995).

(¿Y quién niega esto?)

[...1 creemos en la primacía del individuo y que la singularidad de la


personalidad y el carácter deberían servir como base del propósito y
de la expresión sexual (De Ceceo y Parker, 1995).

(Tampoco nadie discute esta afirmación.)

161
Hay miedo a que las hipótesis causales tengan importantes implicaciones
sociales y morales. Se piensa que la motivación de las investigaciones en
genética de la conducta es desarrollar métodos de control de la conducta
humana (Járvilehto y Lickliter, 2009). Casi toda la actividad construccionista
destila pánico a medidas eugenésicas amparadas en argumentos biológicos,
más que desacuerdo con las conclusiones. Se huye de una aplicación fascista
del conocimiento científico y para ello se rechazan los resultados y las
hipótesis verosímiles que de ellos se extraen. Esto es un error.

Nada tiene que ver la causa de la homosexualidad con la consideración


social y la actitud frente a los homosexuales.

El valor de un carácter debe ser juzgado por sus consecuencias en


vez de por sus causas (Bailey, 2005).

En este sentido, los homosexuales deberían ser juzgados por su ejecutoria


como ciudadanos, no por su sexualidad, venga de donde venga, del ambiente
sociocultural o de factores biológicos.

Dentro de este estado anímico se entiende la devoción por la Historia de la


sexualidad del filósofo Michel Foucault hasta convertirlo en un libro mítico.
Es un libro monotemático en su combate contra la intrusión del Estado en la
sexualidad. Aunque estoy persuadido de que, probablemente, nadie haya sido
capaz de terminar la lectura de semejante monumento a la oscuridad tenaz, la
pedantería suma y la reiteración de ideas. Es de aplicación en este caso la
observación del fino psicólogo que era Nieztsche, sobre los filósofos
herméticos, asemejándolos a charcos poco profundos en los que se ha
removido el fondo para hacer oscura el agua y así sugerir o simular
profundidad.

162
Cuando se revisa la literatura sobre este asunto, la primera impresión que
se lleva es la de que unos trabajan y otros "filosofan". A la dedicada labor de
los investigadores de la homosexualidad, con sus hipótesis, experimentos,
resultados, etc., los defensores de la hipótesis sociocultural oponen, en el
mejor de los casos, brillantes ideas, bellas palabras. Pero ni una sola
evidencia empírica.

No es que hayan estado silentes. Todo lo contrario: se han prodigado


escribiendo larguísimos artículos en los que se limitan a contar de mil formas
diferentes la misma historia, año tras año, década tras década, pero sin aportar
ni un gramo de evidencia empírica sosteniendo su hipótesis. Ahora, eso sí,
mostrando siempre una enorme displicencia hacia sus adversarios
intelectuales: "esos señores del crisol y la retorta", que diría Schopenhauer.

De tal modo que, en los últimos veinte o treinta años, las "cigarras" del
construccionismo han continuado cantando, más o menos, la misma copla -
cada vez en menor número y con menor audiencia - mientras que las
"hormiguitas" del esencialismo han trabajado, han hecho, como siempre, sus
deberes, aportando, "granito a granito", sus datos experimentales. Éstos han
permitido, paso a paso, ir construyendo un paisaje que, al menos en sus
grandes rasgos, es convincente y bien fundado.

6.2. Confrontación con la realidad

Todo esto con respecto a la actitud general que encontramos en las filas de
los defensores del construccionismo. Entrando en el fondo de la teoría
sociocultural, confrontándola con la realidad, con los resultados
experimentales de los diferentes estudios, ya se ha visto, caso por caso, cómo
un gran número de hechos probados son contrarios a la teoría sociocultural.

163
Suficientes en número y en importancia como para dar por refutada la teoría.
No obstante, nos queda revisar y discutir algunos argumentos adicionales de
los más caros a los partidarios del "nacido omnisexual".

6.2.1. El argumento intercultural

Uno de los argumentos utilizados con más frecuencia hace referencia a las
diferencias interculturales en las costumbres y comportamientos sexuales.
Cuando se observan las costumbres sexuales en diferentes culturas es patente
las grandes diferencias que existen. Es evidente el impacto del entorno
cultural sobre la conducta sexual.

En este sentido, por ejemplo, nos llama la atención la costumbre que se


tiene entre los Sambia de Nueva Guinea por la que los jóvenes adolescentes
practican felaciones a los adultos como parte de su ceremonia de iniciación a
la edad adulta, con la convicción de que el semen tiene propiedades mágicas
para potenciar la fertilidad. Dicha conducta, claramente homosexual, es
indicativa de una etapa homosexual culturalmente establecida.
Posteriormente, cuando los jóvenes llegan a la edad adulta, la gran mayoría
adopta una conducta heterosexual reproductiva que sirve obviamente al
propósito de mantenimiento de la población. Y una minoría se mantiene en
sus actividades homosexuales.

Aparentemente, éste es un caso arquetípico que demuestra que la conducta


sexual es plástica, flexible y se acomoda en función de las necesidades
sociales de la tribu o del grupo, en este caso. Ejemplos similares
proporcionados por los antropólogos parecen sostener sólidamente la
determinación de la homosexualidad por el ambiente sociocultural y la
esencial plasticidad de la sexualidad humana.

164
La conclusión es absolutamente rigurosa en sus propios términos: la
conducta sexual humana puede ser sustancialmente modelada por factores
socioculturales. Ahora bien, todos esos jóvenes de Sambia, ¿disfrutan
sexualmente cuando practican las felaciones? ¿Sienten placer sexual? ¿Se
sienten atraídos sexualmente por los adultos? ¿Optan libremente por tales
parejas sexuales o son impelidos por las coerciones sociales? ¿Tienen sueños
eróticos con hombres adultos?... Expresado con precisión y brevemente, esos
jóvenes, ¿tienen una orientación homosexual? Nada sabemos al respecto. Es
perfectamente posible -y es precisamente lo que pienso - que la gran mayoría
de esos jóvenes de Sambia, a pesar de exhibir una conducta claramente
homosexual, tengan una orientación heterosexual. De hecho, la mayoría de
los adultos exhiben un comportamiento heterosexual. Pero esto sólo es una
conjetura. Ateniéndose estrictamente a lo observado, se tiene que reconocer
que los hechos de la cultura de Sambia y otros similares de otras culturas
sugieren un origen sociocultural de la homosexualidad.

Además de los estudios interculturales se dispone de un buen número de


trabajos con diferentes especies de animales no humanos que pueden permitir
hacer una comparación, en este caso, interespecífica.

6.2.2. Homosexualidad interespecffica

Como vimos en su momento, el comportamiento homosexual está


ampliamente extendido en el reino animal, desde los primates no humanos
hasta los gusanos. Difícilmente puede hablarse aquí de diferentes "culturas"
sin forzar excesivamente el término. Quizá en algún tipo de primate podría
sugerirse la existencia de algo parecido a una cultura, pero desde luego no en
la inmensa mayoría de los animales. No obstante, todavía podría sostenerse

165
que se trata de conductas aprendidas por emulación. Aunque escasamente
verosímil, de nuevo podría ser aceptable el argumento en el caso de algunas
especies de primates que viven en grupos sociales, dentro de los cuales no
sería raro que los animales más jóvenes aprendiesen conductas homosexuales
observando a los adultos. Pero en el caso de animales, como el gorgojo de la
harina, acusado también de una conducta sexual licenciosa - permítase la
ironía-, ¿puede el ambiente sociocultural e histórico del gorgojo de la harina
haberlo extraviado sexualmente de tal modo?...

Más aún. Se sabe que la homosexualidad estricta, tal y como se da en los


humanos, existe, al menos, en el caso de los carneros. Concretamente hay un
porcentaje de los carneros que demuestran una preferencia homosexual, esto
es, teniendo diferentes opciones de pareja, eligen otros carneros para copular
en vez de ovejas en celo. Aquí ya no cabe hablar de emulación o de
aprendizaje, mucho menos de cultura. Estamos hablando de una elección de
un individuo que de manera consistente repite su preferencia cuantas veces se
le ofrece la opción de elegir. Los experimentos con carneros han puesto de
manifiesto que la experiencia social previa y el aprendizaje sólo aumentan la
precocidad de la actividad sexual, pero ni impiden, ni promueven, ni alteran,
ni modifican las preferencias homosexuales en los carneros (Roselli et al.,
2011). Estudios de preferencia sexual son los que habitualmente se hacen en
animales no humanos porque, como dijimos, a los animales no humanos no
podemos preguntarles qué pareja le gusta más, sino simplemente observar y
registrar qué eligen entre diferentes opciones. No hay cultura. No hay
aprendizaje. Hay una "libre" elección individual.

Estos experimentos con animales no humanos demuestran que la


preferencia homosexual se produce sin la intervención de factores

166
socioculturales. Determinantes meramente biológicos, probablemente una
combinación de factores genéticos y neuroendocrinos, dan cuenta de esta
preferencia homosexual en estos animales no humanos. Sin forzar la
similitud, se está plenamente autorizado a pensar que en la especie humana
deben existir mecanismos similares capaces de explicar la homosexualidad.
Las evidencias experimentales revisadas apoyan firmemente esta hipótesis.

6.2.3. Homosexualidad en el tiempo y en el espacio

Cambiando de argumento. La homosexualidad parece ser un fenotipo sexual


estable en humanos, 2-4% de los hombres y 0,5-1,5% de las mujeres, son los
valores más corrientes. Estudios muy diferentes proporcionan valores muy
similares (cuadro 2.1). Los estudios se extienden por países muy diversos
culturalmente, tales como Tailandia, Filipinas, Inglaterra, Estados Unidos,
etc. Y en diferentes épocas, desde los años cincuenta del pasado siglo en
adelante. En estos años se ha producido un cambio radical sociocultural
respecto de la homosexualidad en un gran número de países. En muchos de
ellos se ha pasado de la persecución policial y la proscripción social a la
admisión completa de los matrimonios entre homosexuales. Si, como sostiene
la teoría construccionista, la homosexualidad es puramente un producto
sociocultural, las diferentes culturas de los diferentes países deberían generar
valores significativamente diferentes de incidencia de la homosexualidad.
Análogamente, la creciente tolerancia hacia la homosexualidad debería haber
disparado las cifras de homosexuales en los países más permisivos, cosa que
no ha sucedido en absoluto. Con base en estas consideraciones, se ha
sugerido que la constancia aproximada del porcentaje de homosexuales en los
diversos estudios, en diversos países y culturas, y en diferentes épocas, sería
indicativo de que estas cifras no son demasiado susceptibles a los cambios

167
sociales, siendo más bien una manifestación genética (Diamond, 1993).

Más aún, siguiendo la misma línea argumental, la persistencia histórica de


la homosexualidad, en muchos casos a despecho de fuertes presiones
culturales en contra, que, comúnmente, no se han limitado a recriminaciones
y burlas, sino que se han transformado en normas legales punitivas,
contradice lo esperado por la hipótesis sociocultural. La reivindicada
plasticidad, flexibilidad y adaptabilidad de la sexualidad humana debería, en
estos casos, haberse plegado a las circunstancias socioculturales punitivas
contra la homosexualidad, dando lugar a un descenso marcado de la
proporción de homosexuales. Lo cierto, como consta desgraciadamente en la
historia, es que muchos homosexuales han persistido en su conducta a
despecho de la represión brutal ejercida contra ellos.

Todo esto es indicativo de que aun cuando la conducta sexual humana


admite cierto grado de adaptación al entorno (fingimiento) no puede cambiar
las pulsiones básicas, tales como la preferencia sexual o la orientación sexual.
Porque están biológicamente determinadas.

No hace mucho tiempo se llegó a sugerir que la homosexualidad


masculina tiene antecedentes psicosociales ambientales, concretamente
abusos sexuales durante la niñez.

En años recientes, algunos investigadores han tendido a descartar


la noción de que la homosexualidad masculina tiene antecedentes
ambientales psicosociales. Sin embargo, he revisado recientemente
este tema y he sugerido que hay evidencia no simple de que los
homosexuales masculinos (en contraste con los heterosexuales
control) expresan con más frecuencia una historia de abuso sexual
infantil (definido de diferentes maneras) (un hallazgo confirmado por

168
Wyre (1990), Rind (2001) y García et al. (2002)), pero que estos
informes son verídicos, y que el abuso jugó un papel causal en su
orientación sexual posterior (James, 2005).

Si se toma en serio este argumento deberíamos pensar, teniendo en cuenta


la proporción de homosexualidad masculina, que nuestra socie dad, que todas
las culturas conocidas, y en todas las épocas, han estado infectadas de
homosexuales pedófilos, lo que es absurdo, y no hay ningún dato que lo
sostenga. En palabras del propio proponente de esta pintoresca teoría, parte
de la fuerza de su argumento radica en lo que considera ser la debilidad de las
hipótesis biológicas para acomodar el bien establecido efecto FBO en la
homosexualidad masculina.

Parte de la fuerza de mi argumento descansa en lo que tomo como


una debilidad de las hipótesis biológicas para acomodar el bien
establecido orden "fraternal" de nacimiento en la homosexualidad
masculina (James, 2005).

Ignorando que los propios proponentes del efecto FBO han sugerido una
hipótesis biológica (la inmunización maternal) que explica adecuadamente el
efecto y que tiene un buen número de evidencias indirectas que sostienen la
teoría (Bogaert y Skorska, 201l).

6.3. El caso Juan-Juana-Juan

El debate que se está manteniendo y relatando entre la hipótesis biológica y la


hipótesis sociocultural dista mucho de ser un asunto puramente académico,
de intelectuales de salón, suscitado para el pavoneo de las respectivas
vanidades. Todo lo contrario, tiene importantes implicaciones prácticas y, a
veces, desgraciadamente, ha tenido consecuencias dramáticas. Uno de estos

169
casos es el denominado "caso JohnJean-John" (Juan-Juana-Juan), que vamos
a relatar con cierto detalle por su interés.

El contexto científico en que se produce el caso es el siguiente (las


cursivas son del autor de este libro):

La importancia de los determinantes postnatales y socialmente


desarrollados sobre la diferenciación de la identidad de género puede
ser terminantemente demostradas en parejas de hermafroditas. En
tales parejas, ambos pacientes son concordantes para el número de
cromosomas, sexo de las gónadas, [...1 siendo uno hembra y el otro
macho. Supuestas ciertas condiciones requeridas, tales como ninguna
duda y ninguna ambigüedad en los progenitores acerca de lo
apropiado del sexo en el cual se educa, una reparación temprana
quirúrgica de los genitales externos adecuándolos al género, y la
administración de hormonas sexuales apropiadas para el género en el
momento de la pubertad, entonces cada miembro de la pareja de
hermafroditas típicamente diferencia una identidad de género acorde
con el sexo de asignación y de crianza (Money y Ehrhardt, 1972).

El resumen del artículo finaliza con la siguiente frase:

[...1 las influencias postnatales son igual o más importantes (Money y


Ehrhardt, 1972).

Durante las décadas de los años sesenta y setenta la asunción general,


como se acaba de ver, era que un niño nacía como un libro en blanco, que
podía ser encaminado en la dirección de un macho o de una hembra por la
influencia de la sociedad. (Como se ha citado textualmente hace unas
páginas, veinte años después todavía hay quien sostiene sin sonrojo esta
teoría.) Un ejemplo dramático de las consecuencias acarreadas por aplicar tal

170
idea es el caso David Reimer, conocido también como el caso John-Jean-
John.

Es el caso de un niño al que, por error, durante una operación de fimosis,


se le cortó el pene a la edad de 8 meses. Y - "a lo hecho, pecho"-, se trató de
convertirlo en una niña. Se le extirparon los testículos antes de cumplir los 17
meses y, quirúrgicamente, se le proporcionó el aspecto de una vagina. Con un
"completo éxito" (en opinión literal de FitzGerald, 2000) fue reasignado
como niña. Se le vistió y se le educó como una niña, recibió apoyo
psicológico y se le administraron estrógenos (hormonas sexuales femeninas)
en la pubertad para facilitar el desarrollo de rasgos sexuales secundarios
femeninos.

A despecho del presunto éxito de la reasignación de sexo, Reimer nunca


se identificó como mujer. "Ella" se convirtió en rebelde, quería jugar con los
juguetes de su hermano gemelo, varón, y vestir sus mismas ropas. "Ella"
rechazó todas las cosas femeninas, sintiendo que "ella" era un niño como su
hermano gemelo idéntico. "Ella" incluso prefería orinar de pie en el aseo de
señoras, aunque "ella" mojaba el suelo. Las otras chicas se burlaban de "ella"
sin parar, porque su aspecto era muy masculino. "Ella" no tenía ningún
amigo. A los catorce años, estando "ella" acosada por pensamientos suicidas,
su equipo médico se rindió y la volvió a reasignar al sexo masculino.

Ella - ahora funcionando como él - hizo entonces un ajuste


razonable y, con un pene construido quirúrgicamente, se casó con una
mujer mucho mayor con hijos (FitzGerald, 2000).

(Remarco con comillas el tratamiento "ella" que FitzGerald, uno de los


adalides del construccionismo, le da a Reimer, a despecho de la realidad del

171
propio caso.) Después de una serie de problemas laborales, David Reimer se
suicidó en el 2004 (Bao y Swaab, 2011).

Este caso pone de manifiesto, en primer lugar, que no se puede cambiar ni


la orientación sexual ni la identidad de género, pese a la confabulación entre
endocrinólogos y psicólogos. Ni las hormonas ni la
crianza/aprendizaje/educación pueden modificar los rasgos fundamentales de
la conducta sexual conformada prenatalmente. La pía idea de que la
educación puede manipular a su antojo la conducta sexual humana, como si
fuese completamente plástica y flexible, es un completo disparate. Incluso
utilizando hormonas sexuales como coadyuvantes. Por el contrario, la
enseñanza de este caso es que la identidad de género, la orientación sexual, la
preferencia sexual, etc., programadas son irreversibles. El caso Juan-Juana-
Juan es una refutación radical de las teorías psicosociales sobre el desarrollo
de la sexualidad humana. Teorías que deberían ser definitivamente
abandonadas para no seguir sirviendo de coartada para terapias imposibles
que sólo provocan sufrimiento y frustración.

Además, hay otro aspecto digno de ser remarcado. Una vez más en la
historia se ve que la aplicación de las hipótesis científicas puede ser
verdaderamente lamentable. Que, en muchas ocasiones, con excesiva
frivolidad, se dan por buenas teorías carentes de todo fundamento que
conducen las más de las veces a hacer el ridículo, pero a veces tienen
consecuencias terribles.

172
En su momento, la conversión de la homosexualidad en una patología médica
en lugar de ser un vicio execrable significó un alivio tenue para los
homosexuales: ya no eran unos degenerados morales sino unos enfermos.
Pero la consideración de la homosexualidad como patología suscitaba y
sostenía los intentos de curarla. El homosexual podía (y debía) ser curado.

La historia de los intentos para cambiar a los homosexuales es larga y


variada. De manera voluntaria o coercitiva los homosexuales han sido
sometidos a una variada gama de tratamientos "terapéuticos".

7.1. "Terapias" de la homosexualidad

Como es lógico, las distintas intervenciones están basadas en las suposiciones


acerca de la etiología de la homosexualidad y en la actitud hacia la diversidad
sexual.

Considerando que la homosexualidad era de origen nervioso, los


homosexuales han sido sometidos a intervenciones más o menos brutales,
pero siempre agresivas. Se han empleado métodos quirúrgicos (por ejemplo,
cauterizaciones del cordón espinal y lobotomías), y métodos convulsivos
(choques eléctricos), cuyos resultados fueron, en el mejor de los casos, una
modificación (disminución) de la intensidad del impulso sexual pero no de su
dirección (Beckstead, 2012).

Después vino el auge de las hormonas sexuales que parecían omnipotentes

173
para controlar y modificar la conducta sexual humana. Se ha tenido ocasión
de ver, en el denominado caso John-Jean-John, una desgraciada aplicación de
tal teoría. Pero no quedó en un hecho aislado. Como ejemplo veamos el
descrito por Ricketts (1984).

El 16 de octubre de 1939, en una ciudad de Estados Unidos, A.D., un


varón homosexual negro, de 46 años de edad, fue hospitalizado "con una
personalidad psicopática constitucional sin psicosis". Este paciente era
marcadamente homosexual y extremadamente afeminado. Sin albergar la
menor duda, los doctores se pusieron a curarlo de su afeminamiento y de su
homosexualidad.

Hasta el 12 de abril de 1940 (¡siete meses!) recibió, en diferentes dosis,


todo lo siguiente: dosis orales de estilbesterol (una hormona sintética); un
implante subcutáneo de testosterona; inyecciones de gonadotropina (la
hormona estimulante del desarrollo gonadal); se le disecó la tiroides para
aumentar su receptividad a las otras hormonas; inyecciones de propionato de
testosterona; un preparado de estrógenos y estriol (otra hormona de síntesis).

El paciente experimentó náuseas, pero los doctores pensaron que no eran


bastante severas como para interrumpir el tratamiento.

Al finalizar el experimento, tuvieron que concluir que habían fracasado,


que ninguna de las hormonas había provocado ningún cambio conductual
detectable. (No se registra que los responsables de este atropello, contritos y
avergonzados, decidieran voluntariamente exiliarse a perpetuidad en el
desierto.)

También reclamó para sí la "curación" de la homosexualidad el

174
conductismo. Asumiendo que la orientación sexual es aprendida y pueden ser
desaprendida, se desarrollaron intervenciones de terapia conductual donde,
separadamente o en conjunto, se practicaron diversas estrategias. En unos
casos se trató de condicionar el comportamiento asociando estímulos
positivos. Por ejemplo, al "enfermo" homosexual le mostraban imágenes de
hombres desnudos que, obviamente, le excitaban. En este estado, se le
mostraban inmediatamente otras imágenes de mujeres desnudas en la
creencia de que, por asociación, habría un condicionamiento de la respuesta
que haría, finalmente, que el hombre homosexual se sintiera sexualmente
excitado por los desnudos femeninos. No hubo nunca tal respuesta
(McConaghy, 2003).

En otros casos se trató de condicionar la respuesta con estímulos


aversivos. Por ejemplo, al "enfermo" se le mostraban imágenes de su amante
al mismo tiempo que se le proporcionaba un estímulo desagradable o
doloroso (una descarga eléctrica o un apretón en una parte sensible).
Tampoco se consiguió cambiar la orientación homosexual. A lo sumo, se
conseguía una disminución de la respuesta homosexual, pero nunca un
aumento de la sensibilidad heterosexual (McConaghy, 2003).

Una amplia corriente de terapeutas sostiene todavía que una proporción


razonable de homosexuales pueden cambiar su orientación sexual si
verdaderamente lo desean y son adecuadamente ayudados por profesionales
(psiquiatras o psicólogos). Los supuestos éxitos de este tipo de intervención
han sido fuertemente cuestionados (Bancroft, 2003; Beckstead, 2003;
McConaghy, 2003).

En varios casos, dentro de la mejor tradición de "advertisement"

175
(propaganda), los terapeutas han publicitado sus resultados haciendo uso de
antiguos líderes gays que manifestaban voluntariamente su "cura" obtenida a
través de alguna terapia de ayuda. Al mismo tiempo se ofrecían como
consejeros para coadyuvar en la terapia. Se ha constatado la incongruencia
entre las autoproclamas de éxito de la reorientación sexual de tales líderes,
presuntamente ex gay, y los datos objetivos de la realidad. Pese a lo
públicamente manifestado, continuaban con sus prácticas homosexuales,
manteniéndolas incluso con sus aconsejados (Beckstead, 2012).

Muchos homosexuales se han sentido inconfortables en su condición y,


atraídos por las proclamas de algunos terapeutas, han tratado voluntariamente
de curar su homosexualidad a través de terapia de ayuda. Pues bien, a
despecho de los sinceros intentos por cambiar de muchos homosexuales y
tras largos años de esfuerzo por esta vía, continuaban experimentando
sensaciones y sentimientos homosexuales. Pero lo más curioso es que se
creían curados ¡y considerándose heterosexuales! (Beckstead, 2012).

Sin ser exhaustivo, dentro de una oferta terapéutica ubérrima en cantidad


y paupérrima en resultados, también se han intentado: intervenciones
cognitivas, servicios quiroprácticos, terapia de belleza para lesbianas,
programas deportivos para gays, etc.

Desde 1973, la Asociación Psiquiátrica Americana ha mantenido que la


homosexualidad no es una enfermedad. También ha reiterado periódicamente
la inmutabilidad de la orientación sexual y, consecuentemente, que tratar de
cambiarla mediante terapia es una conducta no ética en un psiquiatra
(Bancroft, 2003).

Entre tanto, algunos psicoanalistas y psicólogos continuaron con sus

176
prácticas terapéuticas de ayuda en "el esfuerzo para cambiar". El punto de
vista sostenido por estos terapeutas es que el paciente es el que tiene el
derecho a decidir. En este sentido, si un paciente solicita ayuda para cambiar
de orientación sexual, el terapeuta puede y debe prestar su ayuda profesional.
Sin entrar a valorar la eficacia de la terapia.

En 2009, las conclusiones finales de una comisión de expertos de la


Asociación Psicológica Americana fueron que era insuficiente la evidencia
sobre la eficacia del cambio en la orientación sexual debida a los esfuerzos
para cambiar y que, además, había alguna evidencia de que tales esfuerzos
causaban daños. Es decir, incluso en los casos en que hay una disposición
genuina de la persona homosexual por cambiar, se constata que no se tiene
éxito alguno. Pero, más aún, el propio proceso de tratar de cambiar acarrea
sufrimiento mental. Por el fracaso del esfuerzo sincero, y por el daño que
supone tratar de ser como no se es. En la actualidad, son una minoría
significativa los profesionales de salud mental que continúan ofreciendo
terapia de reorientación sexual (Beckstead, 2012).

7.2. La homosexualidad no se "cura"

El caso de David Reimer es la historia del fracaso de un intento de reasignar


la identidad de género iniciada por un error médico. Muchos otros fracasos
análogos se han producido cuando se ha intentado "curar" la homosexualidad.

Aunque con cierta periodicidad aparecen "terapeutas" y "terapias" que


reivindican la capacidad de "curar" la homosexualidad, no existe ningún
protocolo médico para ese fin. Sencillamente, porque no hay ningún
procedimiento probado científicamente que haya sido capaz de cambiar la
orientación homosexual. Se puede decir más alto, pero no se puede decir más

177
claro.

Por consiguiente, ningún terapeuta serio puede ofrecer "curación" sino


"ayuda" psicológica para soportar el sufrimiento que muchos homosexuales
desgraciadamente sufren. Pero, hay que decirlo claramente, el padecimiento
no es por causa de una enfermedad inexistente (la homosexualidad) sino por
el ambiente homofóbico asfixiante que los rodea. El problema no es la
homosexualidad sino la homofobia.

La homosexualidad, como está bien comprobado, no se "cura". No existe


un tratamiento para convertir un homosexual en un heterosexual. No existe
forma de reprogramar educativa o culturalmente un homosexual para
transformarlo en un heterosexual. (Ni viceversa.) Esto contradice claramente
la visión de la homosexualidad como una elección de estilo de vida ("a
lifestyle choice"), resultado de factores socioculturales. Si fuese cierto esto
último, debería ser relativamente sencillo - máxime si uno cree en la
plasticidad infinita de la conducta sexual humana - cambiar la orientación
sexual de cualquier individuo en cualquier dirección. Sin embargo, es
abrumadora la evidencia que demuestra que ni las presiones externas
brutales, ni los sinceros intentos del propio homosexual por cambiar su
orientación sexual tienen el más mínimo éxito. Definitivamente, la
homosexualidad no se "cura".

No obstante, la hipótesis sociocultural puede explicar también este hecho


apelando al concepto de imprinting (impronta, huella o impresión)
(FitzGerald, 2000). Básicamente lo que dice este fenómeno es que un niño
capta del ambiente que le rodea en su etapa más temprana su pareja sexual, y
una vez impreso este modelo de pareja, ya no se modifica jamás, de ahí el

178
nombre de impronta. El fenómeno es común en algunos animales (todavía
creo recordar el ganso que tenía Konrad Lorenz que lo seguía convencido de
que Lorenz era su madre). Pero, hasta donde se sabe, nunca se ha descrito en
primates y es dudoso que sea aplicable en humanos. Más aún, si este fuera el
caso, se esperaría una elevada incidencia de la homosexualidad entre los hijos
criados por parejas homosexuales. Se va a ver que no es así.

7.3. La homosexualidad no se "contagia"

Un prejuicio atávico ha sido siempre la preocupación acerca del "contagio"


de la homosexualidad. Se pensaba que las relaciones de amistad con
homosexuales desembocarían en la transferencia del estigma homosexual,
bien por mera emulación o bien por la irresistible atracción que tienen todos
los "vicios". Esta predicción, curiosamente, es compartida entre los
homófobos de toda la vida y los partidarios de la teoría sociocultural. Nunca
existió evidencia a favor o en contra de este prejuicio, porque nunca se dieron
las condiciones necesarias para poder chequearlo. Afortunadamente, la nueva
legalidad que permite la adopción por parte de parejas de gays o de lesbianas
proporciona la situación adecuada para comprobar este prejuicio bien
arraigado.

Los estudios de incidencia de la homosexualidad en hijos de madres


lesbianas comenzaron en 1970 (MacCallum y Golombok, 2004). Los
resultados de estos primeros estudios fueron extraordinariamente consistentes
mostrando, respecto de los niños, que no tenían un incremento de problemas
o dificultades conductuales. Y lo mismo se ha puesto de manifiesto en los
estudios más recientes. Se ha visto que no hay diferencias significativas entre
los niños criados en familias lesbianas respecto al bienestar psicológico o al

179
desarrollo de la identidad de género. O sea, como reza el título de una
reciente película sobre el tema (y una antigua canción de The Who): "The
kids are alright" (los chicos están bien).

En el primer estudio en que se hizo un seguimiento hasta la adolescencia,


pasando por las primeras etapas escolares, se encontró que, contra lo que
muchos agoreros profetizaban, no había diferencias en las puntuaciones de
masculinidad/feminidad entre los chicos criados en familias lesbianas y los
procedentes de familias heterosexuales. Igual resultado se observó entre las
chicas (MacCallum y Golombok, 2004). Más aún, contrariamente a lo
presumido, los niños nacidos después de inseminación artificial con esperma
de donante, y criados por parejas de lesbianas, son en su mayoría de
orientación heterosexual (Bao y Swaab, 2011).

Lo esperable, a partir de la teoría sociocultural, hubiera sido que los niños


y niñas, criados y educados por parejas homosexuales, por "contagio",
"imprinting", emulación o aprendizaje, hubieran desarrollado
mayoritariamente una orientación homosexual. Pero no es así. El entorno
sociocultural parece ser irrelevante respecto de la orientación sexual. No hay
ninguna prueba sólida de que el desarrollo postnatal juegue un papel de
alguna importancia en cuanto a la orientación sexual.

Por consiguiente, en nuestra opinión es totalmente irracional que


alguna gente aún prohíba a sus hijos jugar con amigos homosexuales
por miedo a que la homosexualidad pueda contagiarse o aprenderse
(Bao y Swaab, 2011).

7.4. La homosexualidad no es una enfermedad

180
La homosexualidad no se cura, no tiene tratamiento, no porque sea incurable,
sino porque no es una enfermedad. No responde a la definición médica ni al
concepto común que se tiene de enfermedad:

Alteración o desviación del estado fisiológico en una o varias


partes del cuerpo, de etiología en general conocida, que se manifiesta
por síntomas y signos característicos y cuya evolución es más o
menos previsible.

En la homosexualidad humana no existe ninguna alteración o desviación


del estado fisiológico de ninguna parte del cuerpo. El cerebro, la base de la
conducta, funciona perfectamente en todas sus partes. No hay lesión de
ningún área cerebral, ni problemas con los neurotransmisores, ni nervio
dañado... No hay patología, hay variedad.

No evoluciona con el tiempo: ni se "agrava", ni se "mej ora". Es una


manifestación más de la sexualidad humana y animal. Probablemente,
producto de la evolución biológica que de algún modo, no aclarado, pero
previsible, ha sido seleccionada en toda la escala zoológica, incluido el ser
humano.

Tampoco encaja dentro de esta otra definición de enfermedad:

Cualquier cambio en el estado de salud de todo un organismo o de


una parte del mismo de tal forma que no puede llevar a cabo su
función normal.

Todos los homosexuales, por el mero hecho de serlo, no tienen ninguna


incapacidad para llevar a cabo todas sus funciones normales. Incluido el
disfrute del sexo compartido aunque sea con los de su mismo sexo. La
homosexualidad humana es tan enfermedad como el ser zurdo, o tener un ojo

181
de cada color.

182
Se está llegando al final. Para terminar, queda fijar algunas conclusiones y
dar libertad al autor para expresar sus opiniones sobre las evidentes
implicaciones sociales que tiene el asunto sobre el que ha pivotado el libro.

8.1. El desarrollo de la homosexualidad

Las evidencias aportadas sugieren poderosamente que la sexualidad humana


es, en sus rasgos fundamentales, un producto biológico. Aunque aún es
activamente debatida por la comunidad científica, hay un creciente soporte
para la hipótesis de que el ambiente hormonal prenatal es un determinante
principal de la conducta sexual, la identidad de género y la orientación
sexual. No obstante, el proceso concreto, que va desde los genes a los
diferentes componentes de la conducta sexual todavía está muy lejos de ser
conocido, y los orígenes de la variabilidad en la orientación sexual están lejos
de ser completamente claros. Pero la existencia de diferencias entre los sexos
tan extraordinarias como las que hemos visto sugieren que las hormonas,
particularmente la testosterona, juegan un papel determinante, dado que lo
desempeñan en otras especies. Y, por tanto, también los genes desempeñan
un papel indirecto pero clave (recuérdese el ejemplo del gen M).

Es un hecho cierto que los organismos funcionan dentro de un entorno y


que los primates, particularmente los humanos, funcionan en el marco de un
contexto social. Sin duda dicho contexto social modifica la expresión
concreta de la conducta sexual - pero sin alterar el patrón básico que viene

183
establecido prenatalmente-. De cualquier manera, lo que está claro a partir de
diferentes estudios de gemelos, en especial aquellos que se han hecho con un
diseño estadístico robusto (Burri et al., 2011), es que los factores
compartidos, tales como el ambiente del hogar y los estilos paternales, tienen
poco impacto sobre la orientación sexual humana.

La orientación sexual se determina durante el desarrollo temprano, bajo la


influencia del fondo genético y de factores que influencian las interacciones
entre las hormonas sexuales y el cerebro en desarrollo. La imposibilidad
aparente de cambiar la orientación sexual de una persona en cualquier
dirección es un argumento importante contra el papel de la sociedad o el
ambiente en el desarrollo de la homosexualidad, y contra la visión de que la
homosexualidad es una elección de estilo de vida.

Durante el periodo intrauterino, la identidad de género, la orientación


sexual y otras conductas son programadas en el cerebro de forma
sexualmente dimórfica. El cerebro fetal humano se desarrolla en la dirección
masculina a través de una acción directa de la testosterona y en dirección
femenina a través de la ausencia de tal acción. La diferenciación sexual de los
genitales tiene lugar antes de la diferenciación sexual del cerebro. El grado de
masculinización genital, por lo tanto, no refleja necesariamente el grado de
masculinización del cerebro. Asimismo, no existe ninguna evidencia de un
efecto del ambiente social propio, después del nacimiento, sobre el desarrollo
de la identidad de género y la orientación sexual. Las diferencias entre los
sexos, estructurales y funcionales, de los núcleos hipotalámicos y de otras
áreas cerebrales, con relación a la identidad de género o a la orientación
sexual, indican que una red neuronal compleja está involucrada en varios
aspectos de la conducta sexual.

184
8.2. Un punto de encuentro

¿Puede darse un punto de encuentro entre construccionismo y esencialismo?


Algunas posiciones así lo sugieren:

Como se ha visto hay dos puntos de vista sobre el desarrollo de la


sexualidad humana (identidad de género, rol de género, orientación
sexual, etc.): el biológico y el psicosocial. Evidentemente, no son
mutuamente independientes, pero los diferentes autores otorgan
diferentes ponderaciones a la biología y a la experiencia.

Nadie puede rechazar totalmente las bases biológicas de aspectos


del comportamiento sexual humano; ni puede negar que el
aprendizaje y la experiencia pueden influenciar aspectos de la
fisiología y la química cerebral. La controversia aquí es más cuestión
de cómo de directa e inmutablemente pueden ser relacionados los
factores biológicos con la conducta sexual y la orientación sexual
(Paul, 1993).

Éste ha sido el núcleo del texto en tomo al cual se han desarrollado los
diversos capítulos. A la postre resulta que la diferencia entre los defensores
razonables del constructivismo y del esencialismo parece ser una cuestión de
grado, de matiz, de dónde se pone el énfasis. Pero el énfasis se pone:

Dejando al margen las deficiencias metodológicas, hay evidencia


convergente y convincente que sugiere que la biología juega algún
papel en el desarrollo del deseo sexual hacia el propio sexo y la
asunción de una identidad gay o lesbiana, a pesar de una amplia gama
de diferencias individuales (Hammack, 2005).

Se admite la evidencia biológica y que debe de jugar algún papel -


secundario, menor-. Pero hay quien marca radicalmente la frontera y clarifica

185
el asunto:

No estoy diciendo que los factores genéticos no "predispongan" un


individuo a la homosexualidad. Estoy diciendo que los factores
ambientales, socioculturales y las experiencias personales se
sobrepondrán a la "predisposición" si se encontrara que existiera
(FitzGerald, 2000).

Se afirma explícitamente que cualquier "predisposición, si se encontrara


que existiera", sería barrida por la influencia de "los factores ambientales",
etc. Por tanto, primero, se pone en duda que exista ninguna "predisposición"
y, segundo, se concede primacía absoluta a los factores socioculturales.

Entonces, la diferencia no es de grado o matiz, es un desacuerdo


cualitativo y radical. Aquí, en este libro que el lector está terminando de leer,
se sostiene un punto de vista completamente opuesto: que existe una
predisposición biológica innata a la homosexualidad, que es absolutamente
inmodificable por factores socioculturales.

8.3. El sentido de un fracaso histórico

La visión clásica de las diferencias conductuales entre hombres y mujeres es


que los ambientes sociales determinan estas diferencias. En esta visión niños
y niñas son educados en los estereotipos de hombre y mujer, respectivamente,
y terminan respondiendo a dichos modelos de conducta. La sexualidad va en
el "paquete de género" transmitido culturalmente.

En esta visión no se entiende muy bien por qué, pese a la transmisión de


una cultura furiosamente homofóbica, nos han seguido saliendo hijos gays e
hijas lesbianas. En la seráfica concepción de la sexualidad humana como un

186
producto del aprendizaje, se detecta esta anomalía no corregida en más de
veinte siglos de cultura homofóbica en Occidente.

Como se relató al principio, el devenir histórico de los homosexuales no


ha sido precisamente un camino de rosas. Hasta principios del siglo XIX se
les condenaba a muerte, generalmente en la hoguera, sin privarlos,
previamente, de una copiosa ración de oprobio y tortura.

Puede que seamos muy malos educadores. O poco aplicados en el


tormento, pese a la devoción con que, durante diecinueve siglos (¡!), nos
dedicamos a la honrosa tarea de reconducir a los descarriados pecadores, a
través de socarrar su cuerpo para salvar su alma...

... O puede que la sexualidad no forme parte del "paquete educativo" sino
del "biológico".

El hilo conductor de este libro es el debate entre la hipótesis sociocultural


(construccionismo) y la hipótesis biológica (esencialismo) como explicación
del origen de la homosexualidad. A estas alturas se puede concluir que la
hipótesis sociocultural está completamente descartada. El simple relato del
devenir histórico de la homosexualidad en Occidente, con su pertinacia pese
a la brutalidad con que se ha perseguido, desacredita la idea de una génesis
sociocultural.

La consideración de las teorías socioculturales como hipótesis


formalmente desacreditadas se ha manifestado también desde el campo
filosófico:

Un enorme cuerpo de literatura asume que la homosexualidad es


aprendida y trata de explicar su etiología descubriendo correlaciones

187
entre la homosexualidad y varias experiencias infantiles o situaciones
familiares.

Como ya se notó, el uso del análisis de rutas [path analysis] por


Bell, Weinberg y Hammersmith es completamente apropiado [...].
Sus hallazgos son que las teorías psicodinámicas que consideran la
homosexualidad un resultado de los tipos de relaciones con los padres
o de sus caracteres [...], esos que atribuyen la homosexualidad a las
pobres relaciones entre compañeros, teorías de que la
homosexualidad resulta a menudo de contactos fortuitos con otros,
visiones de que la homosexualidad es el resultado de experiencias
atípicas por personas del sexo opuesto o niños que son seducidos por
un adulto del mismo sexo - ninguno de estos fueron soportados por
sus datos-.

Concluyo, por consiguiente, que el estudio de Bell, Weinberg y


Hammersmith, Preferencias sexuales, es prácticamente una refutación
definitiva de las restantes teorías de aprendizaje social de la etiología
de la homosexualidad que razonablemente puedo esperar encontrar en
la literatura de ciencias sociales y conductuales (Suppe, 1994).

Haciendo notar alguna incongruencia llamativa:

No se proporciona ninguna explicación adecuada sobre cómo los


mismos padres pueden producir una mayoría de hijos heterosexuales
y sólo uno homosexual (Suppe, 1994).

En cualquier caso, son abrumadoras las pruebas de diversa procedencia


que refutan tajantemente la idea de que la homosexualidad surge como
producto del ambiente cultural y educativo que rodea a la persona. Sin ser
exhaustivo se pueden enumerar algunas de las que se han mostrado.

188
El efecto FBO, la transmisión hereditaria de la homosexualidad, algunas
anomalías hormonales, la asociación entre el dimorfismo sexual del cerebro y
la orientación sexual, la frecuencia estable de la homosexualidad entre
diferentes épocas y países, el hecho de que no se cura, no se contagia ni se
aprende...

Por el contrario, la hipótesis biológica no recibe ninguna objeción de peso,


pese al extraordinario ruido de sus detractores. En cambio, acumula una serie
de evidencias favorables.

8.4. Genio y figura

A ningún genético en sus cabales se le ocurriría pensar que un carácter tan


complejo como la conducta sexual humana está determinado exclusivamente
por factores genéticos y, menos aún, por un único gen. Al mismo tiempo, a
ningún genético en sus cabales se le ocurriría pensar que un carácter como la
conducta sexual humana, tan crítico desde el punto de vista biológico
evolutivo, no viene determinado por factores genéticos. El desenvolvimiento
de estos factores genéticos, en interacción compleja con otros factores,
biológicos y no biológicos, determina las formas concretas de la sexualidad.

Definitivamente la forma concreta de nuestra sexualidad no es una


elección que hacemos libremente al llegar a la pubertad. Muy por el
contrario, cuando nuestras hormonas despiertan nuestros sentidos plenamente
al sexo, experimentamos desde el principio, con absoluta nitidez, lo que nos
atrae, nos excita, nos provoca, nos estimula. Nuestros sueños, que no se dejan
manipular por las conveniencias sociales, nos relatan con toda sinceridad cuál
es nuestra orientación sexual. Nuestro cerebro no nos engaña, despiertos y
dormidos, conscientes o inconscientes, nos marca el camino que nos ha

189
tocado en suerte en nuestra sexualidad. ¿Somos libres? Para decidir nuestra
orientación sexual, y todo lo que ello conlleva, no. ¡Pero aún quedan infinitas
decisiones que tomar! Nuestra estrategia de seducción, nuestras parejas
sexuales, nuestra forma de hacer el amor, nuestros juegos eróticos y una
miríada más de opciones libres. Hasta el punto de poder decidir la supresión
completa de la actividad sexual. (Hay quien opta por el celibato a despecho
de sus pulsiones más íntimas, renunciando voluntaria y completamente a
disfrutar de las relaciones sexuales con otra persona.)

Lo que se está diciendo ahora no es ninguna novedad para el lector.


Independientemente de cuál fuera la convicción personal sobre la etiología de
la homosexualidad antes de comenzar la lectura de este libro. Simplemente se
está descubriendo - en el sentido etimológico de la palabra: des-cubrir,
levantar el velo que oculta lo que, se sabe de un modo íntimo, está debajo-, se
está des-cubriendo, digo, lo que el lector ya sabía: el genio, el temperamento,
el carácter de un niño recién nacido, ya viene con él. No se aprende. No se
elige. Si acaso, se modula, pero, esencialmente, no se modifica. De ahí el
refrán castellano: "Genio y figura, hasta la sepultura".

8.5. La consideración social de los homosexuales

Los científicos han hecho su trabajo (y continúan haciéndolo) aportando


teorías y evidencias empíricas que nos permiten, ya, avanzar una explicación
razonable del desarrollo de la homosexualidad, todavía lejos de una
explicación definitiva, pero suficientemente fundada. En cambio, en cuanto al
proceso evolutivo de la homosexualidad, aunque se ha avanzado proponiendo
modelos formales y teorías generales, las evidencias empíricas son todavía
muy insuficientes. Es de esperar en la próxima década la aportación de datos

190
clave que permitan alcanzar algunas conclusiones definitivas, especialmente
en el terreno evolutivo. No obstante, lo que es indisputable es que la
homosexualidad viene determinada biológicamente.

Reconocer el origen biológico de la homosexualidad no supone ni un


riesgo sociopolítico ni una ventaja para los homosexuales. Es la mera
constatación de un hecho científico probado. De este hecho científico no se
deriva ningún tipo de medida política, social, médica, legal, etc. De hecho, no
se deriva nada. Excepto la aportación de conocimiento científico. Lo que la
sociedad democrática decida, respecto de la consideración social de la
homosexualidad, es una cuestión completamente independiente de su
causación biológica. Conocer las causas bio lógicas de la homosexualidad no
implica ningún tipo de medida sociopolítica. Una vez más hay que decir lo
obvio: la ciencia, el conocimiento, es neutral desde el punto de vista ético, o
desde el punto de vista de la aplicación práctica. El conocimiento del átomo
no obliga a fabricar la bomba atómica ni a utilizarla. Las posturas éticas,
morales o sociopolíticas nunca tienen justificación en la ciencia. Sólo una
excusa. Sólo una coartada. El conocimiento científico no genera ninguna
ética. La ética la decidimos más o menos libremente los seres humanos. La
actitud ante la homosexualidad es un asunto puramente de decisión libre en
una sociedad democrática.

A este respecto, es pertinente notar que la homosexualidad no violenta los


derechos de nadie. Es, simplemente, una forma más de vivir el sexo
compartido. No es una actividad delictiva que vulnera los derechos de otro.
Si alguien está pensando en la pederastia vinculándola con la
homosexualidad es como si vinculáramos la heterosexualidad con la
violación o con la misma pederastia. Una idea absurda. Evidentemente, los

191
heterosexuales, por el hecho de serlo, no somos violadores, ni pederastas. Ni
los homosexuales. No se trata de otorgar patentes de corso: hay que perseguir
el delito, pero no la forma que adopta la sexualidad.

Enfocado el asunto desde este punto de vista, parece increíble que un


asunto estrictamente privado haya generado tal grado de animadversión en
las sociedades monoteístas del Libro (judaísmo, cristianismo e islamismo).
La sexualidad es parte de la vida privada, en la que nadie, absolutamente
nadie, tiene derecho a inmiscuirse, salvo en el caso de lesión de los derechos
de terceros. Un homosexual es como un heterosexual, un ciudadano: hay que
juzgarlo por su actividad pública, no por su vida privada. Se le debe valorar
por su contribución real a la sociedad, no por su forma de vivir su sexualidad.
Y, en todo esto, nada tiene que decir la biología.

192
Con el propósito de poner en práctica unos principios ecológicos, económicos
y prácticos, el listado completo de las fuentes bibliográficas empleadas por el
autor en este libro se encuentra disponible en la página web de la editorial:
www.sintesis.com.

Las personas interesadas se lo pueden descargar y utilizar como más les


convenga: conservar, imprimir, utilizar en sus trabajos, etc.

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201
Índice
Prólogo 9
Prefacio 13
1. Ideas y prejuicios sobre la homosexualidad 14
1.2. La ciencia entra en escena 18
1.3. El consenso científico 22
1.4. La percepción popular 24
1.5. ¿Qué se entiende por homosexualidad? 28
1.6. Variabilidad sexual 30
1.7. Componentes de la sexualidad humana 32
1.7.2. Identidad de género o identidad de sexo 35
1.7.4. Orientación sexual 37
1.7.5. Preferencia sexual 38
1.9. Frecuencia de la homosexualidad 41
1.10. Teorías sobre el origen de la homosexualidad 43
1.10.1. Construccionismo 46
1.10.2. Esencialismo 47
2. El origen biológico de la homosexualidad 48
2.2. La teoría neuroendocrina 56
2.2.1. Un modelo hipotético de las diferentes variantes
58
sexuales
2.2.2. Supuestos de la teoría 63
2.3. Otras teorías biológicas sobre la homosexualidad 64
2.3.2. Desarrollo inestable 66
2.3.3. Teoría epigenética 68
3. Los hechos 69

202
3.2. Genética de la homosexualidad 71
3.2.1. Estudios de animales no humanos 72
3.2.2. Estudios de familias y gemelos 73
3.2.3. Estudios moleculares 82
3.2.4. Efectos directos de los genes sobre el cerebro 83
3.3. Evidencias neurológicas 86
3.3.1. Núcleo intersticial del hipotálamo anterior 3 87
3.3.2. Núcleo intersticial del hipotálamo anterior 1 90
3.3.3. Núcleo supraquiasmático 91
3.3.6. Núcleo basal de la estría terminal 92
3.3.8. Hormonas y cerebro 93
3.3.9. Evidencias neurocognitivas 94
3.3.10. Conclusiones sobre las evidencias neurológicas 95
3.4.1. Estudios en animales no humanos 96
3.4.2. Desórdenes hormonales en humanos 98
3.5. Transexuales 108
3.6. Etología comparada 109
3.8. Efectos prenatales ambientales 113
3.10. Epigenética y sexualidad 116
4. Una teoría biológica integral de la homosexualidad 119
4.2. Múltiples factores 122
4.3. Múltiples opciones 124
5. Evolución y homosexualidad 128
5.1. El sentido de la vida 129
5.2. ¿Polimorfismo transitorio o estable?. 133
5.3. Equilibrio mutación-selección 134

203

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