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Introducción
A lo largo de todo el siglo XX buena parte de las incipientes ciencias sociales -economía,
sociología, derecho, psicología, etc. -fueron consolidando sus respectivos status de
cientificidad. Una consolidación que estuvo acompañada, en la mayoría de los casos, de
un amplio desarrollo disciplinar y profesional y, también, de un creciente prestigio social en
tanto que profesiones técnicas y disciplinas científicas. La mayoría de las hoy
denominadas profesiones sociales encontraron, en la segunda mitad del siglo y en el
marco del Estado del Bienestar, un lugar propio y reconocido en la vida social. Este marco
político supuso un punto de inflexión en la identidad de aquellas profesiones dado que
posibilitó que se integraran en sus servicios, en sus prestaciones, en sus normas y,
también por último, en sus organizaciones (García Roca, 2004:50).
El siglo XXI se inicia con un nuevo panorama en lo que se refiere al reconocimiento de las
Ciencias Sociales como miembros de pleno derecho del ámbito científico. El método
científico sigue siendo único en tanto que matriz de conocimiento, pero en ningún caso se
considera ya ni uniforme ni homogéneo respecto de los lenguajes, las metodologías, las
técnicas, los instrumentos o las formas de verificación de la investigación y del
conocimiento. Las Ciencias Sociales van adquiriendo progresivamente unos lenguajes y
unas metodologías propias y diferenciadas de las de las Ciencias Físico-naturales. A
pesar de esto existe la conciencia generalizada del largo camino que todavía falta para
recorrer en el desarrollo de estas ciencias.
El nuevo milenio se inicia también con los nuevos marcos relacionales - interpersonales y
profesionales- que posibilitan las tecnologías de la información y la comunicación. La
velocidad de los cambios sociales a lo largo de los últimos años ha generado situaciones
sociales difícilmente explicables desde los marcos generales que había establecido la
teoría social en la primera mitad del siglo XX1. La red se presenta como la metáfora que
describe, ilustra y configura, a un tiempo, las nuevas relaciones de tipo interpersonal,
organizacional y profesional que tejen y vertebran las realidades sociales. La complejidad
forma parte de la vida social y ya no resultan suficientes ni la descripción ni el análisis de
los elementos, las estructuras o las relaciones que la configuran; se trata, sobre todo, de
descubrir las conexiones ocultas (Capra, 2003) que existen entre todas ellas2. Las teorías
sobre la complejidad, el informacionalismo, el individualismo, la sociedad-red y la
globalización, entre otras, empiezan a dibujar herramientas heurísticas para acercarnos a
la comprensión de estos novedosos marcos relacionales3. Las profesiones sociales, por su
parte, pugnan por recrear procedimientos, técnicas e instrumentos que posibiliten
actuaciones apropiadas y eficaces en las nuevas situaciones sociales4. Y también, para
redefinir y diferenciar tanto sus respectivos ámbitos de actuación como el contenido propio
y singular de sus, también respectivas, intervenciones.
Hay que señalar, sin embargo, que no resulta posible reflexionar hoy sobre el sentido o
sentidos que pueda tener la Pedagogía Social en nuestra sociedad sin ponerla en relación
capacidad
de
percibir
las
conexiones
ocultas
entre
los
fenómenos.
3
Autores
como
Morin,
Castells,
Capra,
Maturana,
Varela,
Touraine,
Giddens,
García
Canclini,
Beck,
y
Bauman,
entre
otros,
se
han
ocupado
y
ocupan
de
estas
teorías.
4
Con
el
apelativo
de
profesiones
sociales
se
quiere
referenciar
profesiones
como:
trabajo
social;
educación
social,
psicología
social,
sociología,
antropología
social,
pedagogía
social,
etc.
En
general,
todas
las
profesiones
que
actúan
dentro
del
ámbito
social,
incluso
las
de
más
reciente
aparición,
como
los
animadores
socioculturales
o
los
integradores
sociales.
5
Desde
mi
punto
de
vista,
ésta
es
una
afirmación
que
resulta
válida
para
todos
los
profesionales
de
la
Pedagogía,
incluidos
los
pedagogos
y
pedagogas
sociales.
con la propia evolución de la vida social y de los valores propios de cada época. Eso nos
llevará no sólo a relacionarla con otros ámbitos disciplinarios, como la política o el trabajo
social, sino también, a tomar posicionamientos claros tanto en lo que se refiere al papel
social de la técnica socio pedagógica como a los significados y a las funciones políticas
que aquélla pueda desarrollar.
Para cumplir esta agenda hemos estructurado el capítulo en cuatro partes diferenciadas.
En la primera se intenta configurar el contexto de interpretación de aquello que hoy
entendemos por Pedagogía y Educación social. Es el punto de partida que fundamenta y
enmarca los análisis que se hacen a continuación. Tratamos de responder a dos
preguntas: a) ¿qué es lo que son cada una de ellas?, ¿cuál es su contenido específico? y
b) ¿cuáles son las razones que han hecho que en la actualidad sean como son?
La segunda parte pretende caracterizar lo que, desde mi punto de vista, representa el eje
en torno al cual se constituye y se estructura toda la Pedagogía Social. Éste es -con
terminologías diferenciadas en función de los autores- la acción, la praxis, la actuación, la
relación o la intervención socioeducativa. Como después se argumentará, es este último
término el que se utilizará a lo largo del capítulo. Lo que se pretende -en esta segunda
parte- es configurar y delimitar un constructo teórico que posibilite la caracterización o el
establecimiento de modelos de intervención socioeducativa. Son precisamente estos
modelos los que se elaboran y describen en la tercera parte -de una manera sintética-, a
través del análisis de la evolución de las sociedades del mundo desarrollado a lo largo de
los dos últimos siglos.
La ultima parte presenta, después del recorrido socio-histórico realizado, algunas de las
conclusiones sobre la realidad y las problemáticas actuales de la Pedagogía Social; y eso,
en tanto que disciplina del ámbito de las Ciencias Sociales y en tanto que una más de las
profesiones sociales.
La pregunta a plantearse es: ¿por qué siendo ambas -educación formal y educación no
formal- consideradas sociales, la Educación Social y la Pedagogía Social se han ocupado
y ocupan mayoritariamente de la segunda? Probablemente, una buena parte de las
razones tienen que ver con el -todavía hoy- bajo nivel de formalización de estas disciplinas
y, también, con la propia evolución histórica de la Educación como ciencia. La Educación
Formal, en tanto que disciplina o contexto educativo, se ha focalizado sobre la escuela; un
contexto de trabajo institucionalizado y localizado -en el tiempo y en el espacio- que ha
sido tradicionalmente un ámbito privilegiado para el análisis y la investigación. Esto es algo
que testifican claramente la propia historia de la investigación en educación y el volumen
de la misma, desproporcionado en comparación con el de la investigación que se ocupa de
la educación fuera de los centros educativos. En este marco, la escuela ha sido
históricamente concebida como un espacio ubicado fuera de la sociedad y, a menudo,
ajeno a sus problemáticas. Se puede decir que buena parte de las escuelas son, todavía
hoy, como una especie de laboratorios donde se pretende formar -dar forma, formalizar- a
los niños y niñas que, más tarde, tendrán que ingresar en lo social, eso es, en la vida
adulta y el mercado de trabajo.
Lo social ha quedado, de esta manera, fuera de este marco formalizado y por eso, durante
años, las disciplinas educativas que tenían como objeto de estudio dicho ámbito han sido
consideradas periféricas en del mundo de la educación e, incluso, entre las llamadas
Ciencias de la Educación6. No obstante, en las últimas décadas esta concepción bifocal
del universo de acciones educativas intencionales -formal/no formal7- ha sido cada vez
más puesta en cuestión como consecuencia del desbordamiento de la educación en el
tiempo, aprendizaje a lo largo de la vida, y en el espacio; eso es, actividades de formación
en diferentes ámbitos de la sociedad y no sólo en la escuela. Se podría decir que a partir
de los años 50 y 60 del pasado siglo se inicia lo que está siendo una gradual colonización
educativa de lo social. La educación y la formación han entrado en la empresa y en el
mundo del trabajo; en la economía; en la salud; en la política; en el ocio; y en la cultura8.
De hecho, educación y formación son hoy en día contempladas como herramientas
estratégicas para cualquier actividad mínimamente compleja que haya que realizar en de
la sociedad. Se podría decir que la educación es, en nuestros días, más social que nunca.
Aun así, tanto la educación como la pedagogía social son todavía hoy unas disciplinas
muy jóvenes e inexpertas. A pesar de haber referencias a estas disciplinas -sobre todo
teóricas- en el Estado español desde finales del siglo XIX, no es sino hasta la década de
6
Hay
que
recordar
que,
en
la
literatura
pedagógica
‐sobre
todo
de
influencia
alemana‐,
la
Pedagogía
Social
ha
sido
considerada
como
una
parte
de
la
Pedagogía
General
que
se
complementa
con
la
Pedagogía
Familiar
y
la
Pedagogía
Escolar.
La
más
desarrollada
de
las
tres
ha
sido,
sin
duda,
ésta
última.
Las
dos
últimas
décadas
han
empezado
a
ver
un
crecimiento
gradual
de
la
Pedagogía
Social.
La
Pedagogía
Familiar,
por
su
parte,
sigue
siendo
hoy
la
gran
abandonada
de
las
pedagogías.
7
No
consideramos
la
educación
informal
ya
que,
por
su
propia
configuración,
resulta
difícilmente
delimitable
y
abarcable
y,
además,
forma
parte
indisoluble
de
las
dos
anteriores.
8
Casi
se
podría
decir
que
están
entrando
también
en
la
educación
escolar.
En
nuestros
días
hay
un
tema
abierto,
a
nivel
de
Ministerio
de
Educación
de
nuestro
Estado,
sobre
la
conveniencia
de
incluir
o
no
trabajadores
sociales
y
educadores
sociales
en
los
centros
educativos
para
que
se
ocupen
de
las
problemáticas
socioeducativas
relacionadas
con
el
fracaso
escolar.
Ver
Aguirregomezcorta,
2004.
los 60 del siglo pasado cuando hacen su aparición en los contextos territoriales y
comunitarios. Se puede hablar de aquéllas, como de una realidad tangible en España, a
partir de la entrada de la democracia en los ayuntamientos en el año 1976. Colom (1987)
utiliza el término Nueva Pedagogía Social para diferenciarla de la que existía hasta
entonces. En este estado de cosas, no es pues extraño que se perciba el objeto de estudio
de estas disciplinas como algo borroso, multidimensional, ambiguo y, en general, poco
delimitado9. Tampoco que, en el marco de lo socioeducativo, haya tan poca investigación10
y que ésta esté tan focalizada en ámbitos específicos11. Ni, por la misma razón, que la
presencia de investigadores, -sean pedagogos o educadores del ámbito social- tenga
todavía tan poco peso en ámbitos científicos, académicos y profesionales. Yo diría que
sólo es una cuestión de tiempo. Quizás la caracterización qué mejor define hoy a estas
disciplinas -como han puesto de manifiesto autores diversos- consista en decir que están
en construcción (Ortega, 2004; Caride, 2005).
está,
entre
muchos
otros,
el
descriptor
de
Pedagogía
Social.
Si
se
buscan
los
libros
que
hay
en
este
apartado
se
encontrarán,
de
entrada,
pocos
y
todos
ellos
referidos
a
temáticas
tan
inespecíficas
como,
por
ejemplo,
educación
para
la
paz.
Si,
por
el
contrario,
buscamos
los
manuales
de
Pedagogía
Social
los
encontraremos
dentro
del
descriptor
Marginación
Social.
Este
hecho
es
un
ejemplo
de,
al
menos,
dos
características
presentes
hoy
en
el
conocimiento
existente
en
la
sociedad
‐las
llamadas
representaciones
sociales
sobre
la
Pedagogía
Social:
primero,
la
ya
mencionada
falta
de
conocimiento
y
clarificación
sobre
cuál
sea
el
contenido
específico
de
esta
disciplina
o
profesión.
Y,
segundo,
la
vinculación
exclusiva
‐y
generalizada
todavía
en
la
actualidad‐
de
la
Pedagogía
Social
a
temas
centrados
en
déficits
o
en
situaciones
problema.
Más
adelante
se
comenta
este
último
hecho.
Seguramente
buena
parte
de
estas
problemáticas
de
clasificación
bibliográfica
obedecen
también
al
hecho
de
que
no
exista
en
el
Tesaurus
de
la
UNESCO
un
descriptor
que
lleve
el
nombre
de
Pedagogía
Social.
10
Apunta
a
Ortega:
faltan
investigaciones
históricas
y
estudios
comparados
sobre
lo
que
han
sido
eso
que
hoy
llamamos
educación
social
y
pedagogía
social,
y
sobre
la
intelección
y
la
praxis
de
todo
eso
en
los
diversos
países
(2005:43).
11
Precisamente
en
los
que
–dentro
de
lo
que
tradicionalmente
ha
sido
considerado
lo
social‐
tienen
una
historia
un
poco
más
larga.
Nos
referimos,
en
concreto,
al
ámbito
de
la
inadaptación
social
infantil
y
juvenil.
12
Nos
alineamos,
en
este
sentido,
con
las
ideas
de
Giddens
cuando
apunta
–frente
a
lo
que
defendía
la
llamada
sociología
clásica‐
que
la
socialización
dura
toda
la
vida
y
no
sólo
los
periodos
familiar
y
escolar.
13
Hemos
podido
constatar
sobre
el
terreno
que
hay
familias
que
no
quieren
ser
usuarias
de
los
Servicios
Sociales
de
su
barrio
por
miedo
a
ser
estigmatizadas
por
el
resto
de
miembros
de
aquella
comunidad.
Utilizar
los
Servicios
Sociales
quiere
decir
‐en
el
imaginario
de
la
calle
que
se
vive
en
la
pobreza,
que
se
tienen
problemas
de
drogas,
que
se
está
desempleado,
etc.
El
conocimiento
de
la
calle
asocia
la
intervención
social
con
situaciones
problemáticas
y
de
déficit;
situaciones
que
se
perciben
como
socialmente
estigmatizadas.
Hay que señalar, por último, las razones que fundamentan la diferenciación Educación y
Pedagogía en relación con el calificativo social. La Educación Social es una disciplina
descriptiva, explicativa, e interpretativa (cultural o hermenéutica) de todos los fenómenos
de tipo educativo que están relacionados con la sociabilidad y los procesos de
socialización de las personas y grupos. Puede ser, sin embargo, una disciplina tecnológica
y, también, una disciplina crítica. De una manera muy simplificada se podría decir que la
primera perspectiva utiliza un enfoque instrumental para describir y analizar las realidades
socioeducativas objeto de su atención o, también, para diseñar acciones y proyectos
socioeducativos. Parece del todo evidente que los enfoques tecnológicos bien
tecnologizan -traducen o modelan en términos técnicos- las realidades analizadas, bien se
dirigen o sólo permiten ver aquellas realidades que son susceptibles de ser tratadas desde
una perspectiva técnica.
cuestiones.
En
la
actualidad
parece
un
debate
que
se
agota
en
sí
mismo.
En
el
marco
de
la
complejidad
ambos
abordajes
resultan
claramente
simplistas
al
no
ser
capaces
de
ver
sino
un
único
aspecto
de
la
realidad,
excluyendo
todo
el
resto.
La Pedagogía Social, por su parte, trata exactamente los mismos objetos de estudio -los
fenómenos educativos y de formación relacionados con lo social- pero la perspectiva de
trabajo es un poco diferente. Se puede afirmar que es también descriptiva, explicativa e
interpretativa. Pero lo que singulariza a la Pedagogía Social es que se trata de una
disciplina esencialmente definida como normativa, esto es, que pretende orientar y guiar
las prácticas socioeducativas; es decir, las prácticas de educación social. Coincido con
Trilla cuando apunta que, posiblemente, una de las cosas que en el gremio académico de
la Pedagogía no estamos haciendo de forma suficiente es creernos de verdad que la
Pedagogía que hay que cultivar es aquélla que no encuentre impertinente la pregunta: ¿Y
eso para qué sirve? Y que en cada momento pueda responderla sin ruborizarse ni recurrir
a vaguedades (2004:6).
La Pedagogía Social es una disciplina teórico-práctica que señala cómo hay que educar -
educación social- para estimular la máxima sociabilidad de personas y grupos. Y, también,
para generar procesos de socialización que sean, a un tiempo, satisfactorios para las
personas participantes; útiles para la vida en sociedad, y críticos con ésta última para
posibilitar escenarios que permitan y posibiliten el mejorarla. La Pedagogía Social sólo se
puede ocupar, pues, de la educación social. Aquello que las diferencia de manera clara es
la dimensión normativa: la Educación Social se centra en los hechos socioeducativos; la
Pedagogía Social elabora las normas que han de orientar el desarrollo de aquellos hechos
socioeducativos. Si la Pedagogía Social quiere cumplir, realmente su misión, tiene que
poder decir, de una manera fundamentada, es decir, a partir de la observación, de la
reflexión, del contraste, de la investigación, y también, del sentido común (en ningún caso
sin embargo, sólo desde éste último), cómo se tienen que desarrollar las prácticas y la
intervención educativa en situaciones y ámbitos sociales.
Creo que este último planteamiento resulta clave para caracterizar la funcionalidad social
de la Pedagogía Social: el para qué de esta disciplina. La Pedagogía Social investiga los
hechos y las prácticas socioeducativas para elaborar normas de acción e intervención
socioeducativa; es decir, para orientar el desarrollo social de las personas y el aprendizaje
de aquello que significa ser social. Eso querría decir que la Pedagogía Social, en tanto que
disciplina y profesión social, se alinea con el sentido más originario de las Ciencias
Sociales: esto es, trata de buscar una sociedad más cohesionada y equilibrada.
Si tenemos en cuenta que no podemos hablar de un único modelo de sociedad parece del
todo evidente que se pueden referenciar, en consecuencia, diferentes modelos de
educación y de Pedagogía Social; cuestión que nos lleva a la necesaria e inevitable
relación entre la educación y la política o, si se quiere, entre la educación social y la
política social.
Explica Hannah Arendt -al reflexionar sobre las características de la condición humana- el
significado originario del concepto social y señala que el pueblo romano -quizás el pueblo
más político que hemos conocido (2002: 23)- fue el primero de llenar este término de
significado16. Séneca tradujo el Zoon Politikon de Aristóteles, como Animal Socialis y Santo
Tomás de Aquino perpetuó este modelo de traducción al decir: home est naturaliter
politicus, id est, socialis (2002:38)17. Aunque Arendt extrae otras conclusiones creo que
esta “traición", que identifica social con político, no viene sino a recoger la realidad de dos
dimensiones tan entretejidas que se hacen difíciles de diferenciar. Lo social está
vertebrado por lo político y la política se hace efectiva en lo social. Los diferentes autores
han caracterizado, de forma recurrente, la educación como una acción eminentemente
política. Esto nos llevaría a concluir que, en lo que se refiere a la educación social, eso
resultará especialmente cierto.
Por contra, sobre lo que hay opiniones muy diversificadas es respecto del término
específico que ha de caracterizar aquella relación. Conceptos como acción, praxis,
intervención, práctica e interacción, entre otros, han sido ensayados por los diferentes
autores con la pretensión de encontrar aquél que defina, de manera más completa y
unívoca posible, la realidad referenciada. El debate en torno al concepto más apropiado no
ha carecido de posicionamientos -a menudo muy polarizados- que vinculaban, cada uno
de aquellos conceptos, con determinadas visiones y enfoques de la pedagogía y la
una
limitación
biológica
que
compartíamos
con
los
animales
y
por
eso
no
lo
tenían
en
cuenta
(2002:38).
17
Elhombre es naturalmente político, es decir, social. El término social no adquirirá el sentido que le otorgamos
en la actualidad hasta que se aplique, más tarde, a todo el género humano con el concepto societas generes
humani (2002:38).
educación social. Esos debates han sido, desde mi punto de vista, más ideológicos que
científicos.
En otro lugar he apuntado que una de las características definitorias de las ciencias
sociales y humanas reside en la facilidad con la que destilamos de cada concepto una
profusión de interpretaciones que los diferentes investigadores nos afanamos por justificar
en función de teorías, disciplinas o corrientes de pensamiento. Éste es el caso del
concepto que se analiza en este punto: la intervención -en nuestro caso, socioeducativa.
La versatilidad semántica y la homonimia entre ámbitos disciplinarios son quizás sus
atributos más característicos (Úcar 2001c)18.
Por mi parte considero que, desde unos criterios de tipo pragmático y etimológico, la
palabra Intervención proporciona el concepto más apropiado y útil para definir y
caracterizar la relación socioeducativa. Desde el punto de vista pragmático porque, con el
paso de los años, este concepto ha resultado de uso generalizado entre los profesionales
y académicos del ámbito social y educativo. Una buena muestra de este hecho es la
cantidad de publicaciones del ámbito de la educación social que lo utilizan en su título. A
pesar de todo, los autores insisten a menudo en la ya apuntada versatilidad del término.
También, desde el punto de vista etimológico, el de intervención parece el concepto más
apropiado porque recoge, en su propia formulación, las contradicciones inherentes a las
acciones de los educadores sociales y, así mismo, porque otros conceptos,
18
Casi
se
podría
considerar
la
intervención
como
un
término
comodín.
Se
puede
hablar
de
intervención
psicológica,
educativa,
escolar,
económica,
contable,
armada,
quirúrgica,
social,
militar
y
un
largo
etcétera.
19
Ver,
como
ejemplo: Sáez, 1993.
supuestamente más asépticos, como acción o praxis parecen designar realidades más
amplias e inespecíficas.
Apunta Carballeda que la palabra intervención proviene del término latino atei-venio que
podría ser traducida como venir entre o como interponerse. Esta doble significación del
término intervención puede hacerlo sinónimo, por una parte, de mediación, intersección,
ayuda o cooperación y, por otra, de intromisión, injerencia, intrusión, coerción o represión.
Lo que quiere decir que, en todo proceso de intervención en lo social, se pueden encontrar
las dos caras de una misma moneda (2002:93). Ésta cuestión justifica y explica, en base a
la doble semántica del término, la polarización ideológica de los diferentes autores en torno
a este concepto. Se podría afirmar que ambas posturas -intervención en tanto que acción
tecnológica y en tanto que acción ideológica- tenían razón para aceptar o rechazar el
concepto de intervención por el hecho de que contemplaban sólo una de las dos caras.
Con la idea de enmarcar estas formas típicas de intervención Carballeda delimita las dos
perspectivas a las que aquéllas pueden vincularse. Se puede decir que a pesar de ser
coincidentes en la actualidad como intervenciones tipos, son dos perspectivas que
aparecen de forma consecutiva en el tiempo. La primera pretende como horizonte, el
sostén de la construcción contractual de la sociedad. La segunda supone la construcción
de la sociedad desde las relaciones, los vínculos y los lazos sociales (2002:60). Desde un
enfoque de política social se podría decir que la primera obedece a una perspectiva
estructural y normativa de cariz más bien reproductivo mientras que la segunda se ubica
en planteamientos más de tipo relacional y constructivista21.
Ahora bien, nuestras intervenciones no son sólo sociales; son socioeducativas y eso
establece algunas diferencias con respecto a las características específicas de las
acciones interventoras desarrolladas. Hace unos cuantos años definí la intervención
20
Este enfoque resulta coherente con el marco disciplinar desde el que este autor elabora sus análisis y reflexiones: el
trabajo social. De hecho él no se refiere a la intervención socioeducativa sino a la intervención social. Hay que señalar que, a
diferencia del trabajo socioeducativo, el trabajo social -antiguamente asistencia social-, actúa mayoritariamente sobre los
déficits o necesidades sociales.
21Más
adelante
abundamos
en
éste
planteamientos.
Hay que remarcar el hecho de que no existen las asepsias en la tarea educativa o
socioeducativa. El educador busca, de manera intencional, influir en el otro, sea este un
sujeto individual o colectivo. Pretende, de una manera tangible, posibilitar escenarios que
lo estimulen y lo ayuden a cambiarse a sí mismo; a mejorarse a sí mismo y a su vida.
Como apunta Carballeda, la intervención es un procedimiento que actúa y hace actuar,
que produce expectativas y consecuencias (2002: 94).
mismo
hecho
de
darse,
ya
genera
cambios.
Se
puede
afirmar
que
toda
irrupción
genera,
lo
busque
o
no,
cambios
por
el
mero
hecho
de
producirse.
Es
el
ánimo
de
modificarla
en
una
dirección
determinada
y
de
una
manera
también
determinada
lo
que
aporta
el
calificativo
socioeducativa.
Lo que intento destacar es que toda intervención socioeducativa, por más igualitaria que
se pretenda, genera un espacio artificial para la relación 23. En este espacio los agentes de
la intervención -educadores y participantes- se encuentran al mismo nivel, es decir, sin
jerarquías relacionales, pero unos y otros juegan unos roles claramente diferenciados. Los
primeros aportan -a través de la intervención- su formación técnica y su experiencia
profesional en el abordaje de situaciones y problemas de tipo socioeducativo. Los
segundos, el conocimiento y la experiencia de primera mano y en primera persona
respecto de las propias realidades; sean éstas físicas, psíquicas y culturales o pertenezcan
al orden de lo imaginario, lo simbólico o lo real. Desde mi punto de vista, el proceso de
intervención socioeducativa o, lo que es lo mismo, este tomar parte compartido entre
profesionales y participantes ante situaciones o problemáticas socioeducativas consiste,
esencialmente, en contrastar y consensuar o no las líneas presentes y futuras de acción y
comportamiento24 que respondan a aquellas realidades o problemáticas.
Uno se podría preguntar qué sentido tiene o qué papel juega, en una perspectiva de
horizontalidad relacional y en un marco de construcción conjunta de la intervención
socioeducativa entre el educador y los participantes, una disciplina -la Pedagogía Social-
que, ya de entrada, tiene la pretensión de decir cómo se tienen que hacer las cosas. En
otros términos, ¿qué sentido tiene la prescripción normativa de líneas de acción por parte
del educador -que es lo que se propone la Pedagogía Social- cuando éstas tienen que ser
negociadas entre el profesional y los participantes?
Para responder a esta cuestión hay que empezar, en primer lugar, caracterizando como
disciplinas complejas a la Pedagogía en general y a la Pedagogía Social en particular.
si
se
quiere,
no
intencionalmente
educativo‐
de
la
vida
cotidiana
sino
que,
por
el
contrario,
está
intencionalmente
pre‐
pensado
y
preparado
para
conseguir
unos
resultados,
en
este
caso,
de
índole
socioeducativa.
24Debemos
abundar
en
la
idea
que
esta
realidad
no
cambia
por
el
hecho
de
utilizar
otros
términos
–supuestamente
asépticos‐
para
designarla.
Esto significa, desde mi punto de vista, que son diferentes, esencial y cualitativamente, de
las demás ciencias sociales. A diferencia de otras disciplinas y profesiones sociales, la
Pedagogía es una ciencia absolutamente dependiente del resto de las ciencias sociales.
Ya lo hemos comentado, la Pedagogía es, antes que nada, -y a pesar de que no
únicamente- una ciencia normativa. Esto quiere decir que marca líneas de acción, que
elabora normas sobre cómo hay que hacer las cosas para conseguir los objetivos
propuestos. Lo que la hace diferente de forma sustantiva es que, para poder construir o
elaborar estas normas, necesita apoyarse en el resto de ciencias sociales. La Pedagogía
sólo puede elaborar sus normas, a partir de las informaciones que le proporcionan el resto
de ciencias sociales, elaborando o configurando lo que muchos autores han denominado
síntesis normativas. Estas síntesis se construyen entrecruzando o integrando las
informaciones y evidencias proporcionadas por todas aquellas ciencias -de la educación-
que ayudan a comprender y a explicar los fenómenos educativos. La sociología, la
psicología, la biología, la antropología, la economía, etc.... de la educación, proporcionan -
a través de sus respectivas investigaciones- informaciones sobre cómo se acercan,
implican o participan las personas y los grupos en los procesos educativos o
socioeducativos. Y éste es sólo el primer paso del proceso pedagógico. El segundo
consiste en comunicar (enseñar, mostrar) la norma, el camino, el procedimiento
pedagógico -las síntesis normativas- a los participantes y en convencerlos de que aquella
es la mejor manera de conseguir los aprendizajes que se han propuesto. En esto consisten
la enseñanza y la intervención. En mostrar que es posible –como acertadamente la definió
Meirieu (1998)-.
No hay que decir que, desde mi punto de vista, estamos en los primeros pasos del
desarrollo de la Pedagogía como ciencia teórico-aplicativa de un alto nivel de complejidad.
Esto es algo que se puede aplicar, exactamente en los mismos términos, a la Pedagogía
Social.
Nos interrogábamos también sobre el sentido de tener que negociar una norma
pedagógica, a pesar de haber sido construida sobre evidencias demostradas a través de
una investigación, que será necesariamente interdisciplinar. En principio podría parecer
que cuanto más jerárquicos sean los marcos relacionales más apropiados serán para las
prescripciones pedagógicas. Nada más lejos de la realidad. La jerarquía y el grado de
prescripción o, si se quiere, la intensidad normativa, no están, en este caso,
correlacionadas. Para comprobarlo hay que distinguir territorios de acción y decisión entre
el profesional y el participante. Se tiene que diferenciar entre:
El concepto de modelo nos resulta útil también –segunda justificación- porque posibilita la
identificación de cada modelo con un concepto-eje, que se convierte en el elemento
nuclear en torno al cual se construyen las intervenciones socioeducativas y se elabora el
discurso sobre ellas. Los tres conceptos sobre los cuales se irán vertebrando, de manera
consecutiva en el tiempo, los diferentes modelos de intervención socioeducativa son, por
este orden, la caridad, la justicia social y la inclusión social.
1. De acuerdo con Carballeda (2002), nuestra primera tesis apunta al hecho de que
contextos sociales diferenciados generan marcos teóricos e ideológicos -también
Se pueden identificar, al menos, cinco variables en torno a las cuales se estructuran los
modelos de intervención que se presentan en el punto siguiente. Es a través del análisis
de estas variables, en cada época histórica concreta, que se podrá describir cada modelo.
Estas variables son:
• Relaciones típicas entre las personas, los grupos o los colectivos participantes en
las intervenciones socioeducativas.
Por nuestra parte, la segunda tesis que apuntamos es que lo que ha sucedido en la
política social se ha reproducido en los modelos de intervención social y socioeducativa.
No en vano éstos últimos se mueven, como ya se ha indicado, dentro de los lineamientos
que aquéllas definen. Las profesiones de lo social y las propias formas típicas de
intervención se han ido modificando a medida que iban cambiando las políticas sociales en
las que se enmarcaban.
A partir de estas premisas se presentan, de una manera sintética, los diferentes modelos
de intervención socioeducativa que se han dado, en el marco de las sociedades
desarrolladas, a lo largo de los dos últimos siglos.
Más que un modelo de intervención socioeducativa nos encontramos aquí con un marco
para un tipo particular de relación social; antecedente de lo que, en modelos posteriores,
se identificará como intervención socioeducativa. Una relación social que se fundamenta
en la caridad y que es, sobre todo, de ayuda o de asistencia a los otros. Aunque la historia
del Trabajo Social como disciplina se remonta -con la denominada etapa pre-técnica- a los
tiempos prehistóricos y rastrea desde aquella época las acciones de ayuda, nosotros
centramos este modelo sobre todo en los siglos XVII y XVIII y principios del XIX. Es en
esta época cuando se desarrollan los movimientos filantrópicos y las sociedades de la
caridad (Riera, 1998) y se inicia en Europa la beneficencia pública25. El objetivo de la
intervención -todavía no profesionalizada- no se pone tanto en los resultados que produce
en los otros -los destinatarios- como en la propia acción del interventor, que puede estar
motivada por ideales o por razones de muy diversa índole. En este contexto social no se
habla tampoco de educación ni de formación, dado que aquéllas no tienen ningún sentido
en una sociedad como la de la época en la cual cada uno tiene su lugar asignado para
toda la vida.
La sociedad de la época -pre industrial- está integrada, aunque las clases sociales están
claramente diferenciadas y distanciadas con respecto al status y a la renta. Cada uno tiene
Leyes
de
Pobres,
consolidadas
desde
el
Siglo
XVI
en
Inglaterra,
regulaban
ya
a
finales
del
XVIII,
el
sistema
de
socorros
en
torno
a
las
Workhouses
parroquiales
(hospicios
o
asilos)
[…..]
Un
nuevo
ordenamiento
de
la
beneficencia
y
la
asistencia
social,
dependiente
del
poder
civil
[se
produjo
en
España]
a
partir
de
la
constitución
gaditana
de
1812,
primer
eslabón
del
protagonismo
y
estatalización
del
mundo
asistencial,
si
bien,
inicialmente
se
la
hizo
depender
de
los
ayuntamientos
(Ley
general
de
Beneficencia
de
1822)
(2003:24).
Figura Nº 1
El perfil del sujeto participante28 en la relación social es tan variado como dispar: pobres,
deficientes, enfermos, desatendidos, niños y niñas huérfanos, etc. Lo único que los
equipara es que todos ellos se encuentran en situación de necesidad. La mayoría de las
veces en la calle y, también, a menudo, institucionalizados. En este modelo la intervención
adopta la forma de acción asistencial porque a una parte de la población le sobran los
recursos que a otra parte de la misma le faltan.
Figura Nº2
Tres ideales teóricos, al menos, pueden guiar o motivar la acción de ayuda del interventor:
Como ya he apuntado se hace difícil hablar de intervención en este modelo; lo que hay es
una relación unidireccional de arriba abajo que no espera resultados de ningún tipo y que
se vehicula a través de la asistencia.
Nos encontramos, a mediados del siglo XIX, con una sociedad plenamente industrializada
en la que se ha generalizado el trabajo fabril. Una sociedad -cómo apunta a Bauman- en la
que definitivamente se ha producido la ruptura del idilio entre el artesano y su trabajo
(2000:19). A diferencia de lo que sucedía con el trabajo artesano, el nuevo tipo de trabajo
se realiza en grupo, colectivamente -los obreros-. Es también obligatorio, en el sentido que
el nuevo marco social no proporciona a los obreros otras opciones para sobrevivir que la
de entrar en la fábrica. Está vigilado y su no cumplimiento es sancionado por la
autoridad29; se realiza por cuenta de otros -los patronos-; y se produce, finalmente, fuera
del ámbito doméstico, en las fábricas.30
Durante esta época los diferentes Estados de Europa se irán haciendo cargo,
progresivamente y con ritmos diferenciados en función de los países, de buena parte de
las competencias de acción e intervención en el campo social. La protección y reforma de
menores; los centros para la educación de niños deficientes; y los asilos de párvulos para
mencionar algunos ejemplos (Panchón, 1998; Ortega, 1999). Eso supone otro cambio
trabajo
como
eje
en
torno
al
cual
se
construía
la
denominada
vida
bien
vivida,
ver
Bauman,
2000.
31
El
llamado
canciller
de
hierro,
amparado
por
el
moderno
estado‐nación,
puso
en
marcha
los
primeros
programas
de
previsión
social;
que
se
constituyeron
en
una
especie
de
incipiente
sistema
de
Seguridad
Social.
• Unos grupos de referencia que tenían que ser atendidos (pobres, indigentes,
minusválidos, drogodependientes, etc.);
se
daba
forma
a
la
realidad
a
la
manera
de
la
arquitectura
o
la
jardinería.
Para
qué
aquélla
se
ajustara
a
los
dictámenes
de
la
razón,
tenía
que
ser
“construida”
bajo
estrictas
normas
de
control
de
calidad;
de
acuerdo
con
estrictas
reglas
de
procedimiento;
y,
sobre
todo,
tenía
que
ser
“diseñada"
antes
de
dar
comienzo
a
los
trabajos
de
construcción
(2002:53).
Figura Nº 3
Si lo equiparamos con la evolución del trabajo social, de la misma manera que hemos
hecho con el modelo anterior, estaríamos hablando de las denominadas -según la
clasificación de Ander-Egg- etapa técnica; etapa pre-científica y de profesionalización
definitiva; y etapa científica, que abrazarían desde finales del siglo XIX a los años 80 del
siglo XX34 .
Figura Nº 4
Pero quizás lo que más caracteriza a este modelo es que, durante esta época, se
profesionaliza la función social o socioeducativa de la intervención. Los asistentes sociales
son el ejemplo más claro de esta profesionalización que, a partir ya de la segunda mitad
del siglo XX, explosionará -dentro del ámbito educativo- en un cúmulo de profesionales36
de la intervención socioeducativa. La intervención del profesional es técnica y se requieren
una formación y una acreditación previa para poder ejercerla. Las intervenciones se
producen en ámbitos institucionales o comunitarios y, en todos los casos, es una relación
presencial, “cara a cara".
También los ideales que guían las intervenciones se ven ampliados. El ideal utópico o de
cambio social orienta la intervención del militante, mientras que el ideal administrativo guía
la del funcionario. Eso no significa que estos interventores se guíen en sus acciones
únicamente por estos ideales; lo que se intenta indicar es que éstos son los ideales que
instituyen la función que desarrollan en el marco del perfil profesional que cada uno de
ellos representa.
Nos encontramos en el último tercio del siglo XX y en los albores del nuevo milenio. Se
están produciendo cambios radicales a la sociedad y en la vida social por efecto, entre
otras cosas, de los procesos de globalización y la -cada vez más normalizada- mediación
de las nuevas tecnologías en la vida social y laboral. La sociedad post-industrial está
dejando paso a la sociedad de la información y la comunicación (SIC) y está generando
escenarios que modifican, de manera esencial, no solo la manera de relacionarnos sino,
sobre todo, la forma como nos construimos y nos percibimos a nosotros mismos.
También los ejes sobre los cuales se construía la vida buena, aquélla digna de ser vivida,
han cambiado. De la ética del trabajo hemos pasado a la estética del consumo (Bauman,
2000). El mensaje de la primera era de igualdad: en el esfuerzo y en el trabajo bien hecho
nos hacemos iguales, nos equiparemos unos y otros. El de la segunda es la diferencia: la
capacidad de provocar, vivir y experimentar experiencias agradables depende de la
posibilidad de consumir y ésta está directamente relacionada con el nivel de renta.
En una sociedad donde el discurso y las preocupaciones sociales han sido colonizados por
el discurso cultural y las batallas por el reconocimiento, la identidad puede convertirse
fácilmente en el pasaporte para la inclusión o la exclusión social. Todos aquéllos
incapaces de gestionar y sustentar una identidad cultural determinada son también
incapaces de formar parte de la red de conexiones y flujos que dominan hoy las relaciones
y la vida social. Son las personas recientemente denominadas infraclase (...) el significado
de la identidad infraclase es una ausencia de identidad, la supresión o la negación de la
individualidad (..) son los expulsados fuera del espacio social en lo que se buscan, eligen,
construyen, evalúan, confirman o refutan identidades (Bauman, 2003b:9).
La clave para una vida “normalizada" en la sociedad es ahora -señala Rifkin38- una
cuestión de acceso. Algo que, para ejemplarizar, resulta corroborado por las numerosas
pateras que diariamente intentan saltar las fronteras que permiten acceder a los países
desarrollados y, también, por las contraseñas o números de usuario que posibilitan la
entrada a determinados foros virtuales. Esta nueva sociedad es, a diferencia del anterior,
una sociedad desintegrada y fragmentada en la que hay toda una serie de personas que
no cuentan, que están fuera y sin posibilidades de acceso, de conexión con la vida social.
La llamada sociedad de los dos tercios se encuentra dividida entre los que cuentan y los
que no. Los primeros son los incluidos, ocupados en la gestión y mantenimiento de sus
identidades. Los segundos son los invisibles. En la figura nº 5 incluimos también una
categoría que está a caballo entre la inclusión y la exclusión. Son las denominadas
comunas de resistencia, identidades minoritarias que, devaluadas o estigmatizadas por la
lógica de la dominación de otra identidad, se atrincheran en torno a unos principios o
valores diferentes a los que imperan a la sociedad de la identidad cultural dominadora
(Castells, 1998:30)39.
Figura Nº 5
El cambio del modelo de la justicia social al de la inclusión es radical, dado que la situación
de los sujetos con los cuales se trabaja puede ser, como ya se ha comentado en el caso
de los excluidos, mucho más descarnada que las situaciones de necesidad sobre las
cuales incidía el anterior modelo. La vida social se ha hecho mucho más compleja y eso se
nota, en primer lugar, en un aumento de la tipología de profesionales que trabajan en
ámbitos sociales. Ya los últimos años del periodo anterior, los asistentes sociales se
reconvierten en trabajadores sociales para dar cabida a las intervenciones que estaban
desarrollando; unas intervenciones que superaban las acciones puramente asistenciales y
se inscribían de pleno en el marco de la promoción social o socioeducativa.
comunidades
puede
ayudarlas
a
transformarse
en
lo
que
Castells
denomina
identidades
proyecto,
eso
es,
identidades
capaces
de
transformar
la
estructura
social
por
efecto
de
sus
propios
valores
y
materiales
culturales.
Ya
hay
investigaciones
y
trabajos
socioeducativas
que
se
están
desarrollando
en
esta
línea.
En
concreto
un
trabajo
de
próxima
aparición
que
relaciona
los
procesos
de
configuración
de
identidades
de
Castells
con
el
ámbito
de
la
educación
intercultural.
Ver
Calderon
I.;
Ruiz,
C.
(2005)
Identidades
en
los
márgenes
de
la
escuela
(en
prensa).
Los educadores sociales, por su parte, entran en escena a través de la respuesta que las
comunidades se proporcionan a sí mismas frente a las problemáticas de todo tipo que
sufrían. La complejidad de las mencionadas problemáticas sociales demandaba una
especialización educativa del trabajo social. Estos especialistas en trabajo socioeducativo
son los educadores sociales que desarrollan ocupaciones extraordinariamente diversas
(animadores socioculturales; educadores especializados, educadores de adultos,
monitores de tiempo libre, gestores culturales, etc.) (Úcar,2001a). En esta época, la
Pedagogía Social, que inició su camino como disciplina teorética en el marco del modelo
anterior, se ve obligada a redefinir sus planteamientos por efecto de unas realidades
sociales transformadas y, también, por la propia profesionalización de los educadores
sociales. La Nueva Pedagogía Social pretende ser, también profesionalizadora, aunque,
como ya se ha comentado, hoy por hoy no es todavía una profesión social consolidada.
Figura Nº 6
La figura Nº. 6 muestra las características de este nuevo modelo. A los planteamientos
anteriores se añade una nueva característica derivada de la complejidad social. La
intervención social en general y, en concreto, la intervención socioeducativa pretende ser
normalizada, eso es, se dirige a toda la población y no sólo a las personas o grupos que
están en situación de necesidad. La intervención socioeducativa se orienta a la formación
de ciudadanos y ciudadanas que participan en la vida social y eso, tanto en foros físicos
como virtuales. Eso significa que actúa no sólo con lo social sino también con lo cultural.
Se ha producido, por lo tanto, una ampliación en los ámbitos tradicionales de la
intervención. Se interviene en el nivel de la necesidad y en el de la libertad o de la cultura,
como testifican, por ejemplo, los numerosos programas de dinamización sociocultural, de
gestión cultural o de desarrollo comunitario que desde numerosas instancias se han ido
desarrollando a lo largo de las últimas décadas.
El marco para la intervención puede ser ahora físico y virtual40 dado que la acción
socioeducativa se desarrolla simultáneamente en los dos entornos. A los ideales
apuntados en los modelos anteriores se añade ahora el ideal crítico, heredero de lo ultima
fase del periodo anterior que apuesta, en su reformulación, por la re-politización de la vida
cotidiana41. También el ideal profesional, cómodamente instalado sobre el imperio de una
técnica que, cada vez más, empieza a ser contestada42. Aun así parece extenderse la
tendencia hacia la profesionalización y la tecnificación de nuevas funciones sociales. La
emergencia de nuevos profesionales en el ámbito de la salud comunitaria sería, en nuestra
actualidad, un buen ejemplo de esta extensión.
3. Los modelos de intervención socioeducativa se han ido haciendo cada vez más
complejos en el tiempo en clara consonancia con la gradual complejidad social. Cada
experiencias
y
proyectos
de
investigación
sobre
acciones
de
formación
e
intervención
socioeducativa,
que
ya
ahora
se
están
desarrollando
con
poblaciones
vulnerables
o
en
situación
de
necesidad,
parece
previsible
que
sean
cada
vez
más
comunes
41
La
teoría
crítica
que
se
desarrolló
en
el
marco
del
modelo
anterior
y
que
pretendía
recuperar
las
libertades
personales,
oprimidas
por
el
empuje
avasallador
de
todo
lo
público
tiene
que
redefinir,
según
la
opinión
de
Bauman,
su
proyecto:
En
la
actualidad
toda
verdadera
liberación
demanda
más
y
no
menos
“esfera
pública"
y
poder
público".
Ahora
es
la
esfera
pública
la
que
necesita
desesperadamente
ser
defendida
contra
la
invasión
de
lo
privado
paradójicamente,
para
ampliar
la
libertad
individual
y
no
para
recortarla
(2002:57).
42
Jolonch
(2002)
hace
uno
análisis
muy
interesante
del
poder
de
los
profesionales
‐a
partir
de
sus
informes
y
diagnósticos‐
para
orientar
hacia
trayectorias
de
vida
‐que
pueden
ser
estigmatizadas‐
a
los
participantes
en
los
procesos
de
intervención
socioeducativa
a) La complejidad de lo social, evidenciada en las últimas décadas, pone cada vez más
al descubierto la incapacidad de las acciones técnicas para trascender planteamientos
causales, mecánicos o lineales que obedecen a visiones simplificadas e instrumentales
de la vida social en general y de las relaciones sociales43. La irrupción de corrientes
teóricas y metodológicas como el subjetivismo y las perspectivas interpretativas; los
diferentes tipos construccionismos sociales y la creatividad social (Villasante, 2001); el
énfasis en los procesos por encima de los resultados; el desembarque de la ética como
integrante indisociable de los procesos de intervención social (García Roca, 2004:87) y,
en general, la preponderancia de lo cualitativo sobre lo cuantitativo representan
intentos diversificados de generar perspectivas de análisis y estrategias de acción e
intervención socioeducativa más acordes con la aludida complejidad de las situaciones
sociales. Jolonch plantea muy acertadamente, desde mi punto de vista, esta
problemática a nivel de los educadores y trabajadores sociales: frente a la alternativa
entre la prescripción y la improvisación, el encargo y la calificación, la cuestión es si se
43
Hay
que
apuntar,
sin
embargo,
que
ésta
es
una
perspectiva
que
todavía
no
se
ha
acabado
de
imponer
en
la
mayoría
de
las
acciones
desarrolladas
por
los
profesionales
de
lo
social,
sobre
todo
por
aquéllos
que
trabajan
para
las
administraciones
públicas,
sometidos
todavía
al
logro
de
resultados
de
tipo
cuantitativo.
Como
apunta
acertadamente
Carballeda:
El
predominio
costebeneficio
en
el
campo
de
la
política
transforma
muchas
veces
la
acción
social
como
modalidad
de
intervención
en
un
instrumento
mezquino,
generando,
a
través
de
prácticas
de
sumisión,
más
fragmentación
que
integración
social
(2002:71).
Hay que señalar, por último, lo que, desde mi punto de vista, es uno de los retos mas
importantes que, ya ahora y más todavía en el futuro, afrontan la intervención
socioeducativa, la Pedagogía y la Educación social y, en general, todas las profesiones
sociales. García Canclini lo ha definido de una manera muy clara diciendo que el espacio
inter es decisivo (2005:26). Lo social es continuo; no es en ningún caso discreto y las
fronteras que artificialmente y convencional erigimos -sean disciplinarias, metodológicas o
profesionales- acaban siendo permeabilizadas por una realidad que las sobrepasa. Es
necesario establecer puentes que conecten la investigación y la experiencia profesional de
las diferentes disciplinas y profesiones que comparten lo social como ámbito de actuación;
este ámbito es demasiado complejo como para pretender agotarlo desde una única
disciplina o profesión. Solamente desde la interacción de los diferentes profesionales y el
diálogo de los diversos saberes disciplinarios -educación, psicología, sociología,
antropología, pedagogía y trabajo social- resulta posible dar respuestas que sean a un
tiempo integrales, apropiadas y ajustadas a las realidades sociales actuales.