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Capítulo 1

Asilo para Enfermos Mentales Morningside.


Manchester, Inglaterra, Mayo de 1825.

Bethany Mead hizo un gesto de desagrado contra la pétrea pared de su celda.


Greeves estaba vigilando a las reclusas esta noche. Ella odiaba a Greeves. La
manera en que la mirada, como si pudiera ver a través de su camisón, y la manera
en que la sujetaba con la excusa de llevarla de vuelta a su celda la enfermaban.
Tenía suficiente tiempo en este infierno para saber exactamente que le hacían los
guardias poco escrupulosos a las pacientes; y a veces incluso a los pacientes.
—Tengo noticias excelentes, amorcito —escupió Greeves a través de la reja.
Era incapaz de decir más de dos palabras sin una lluvia de saliva. —El buen doctor
se tomará unas vacaciones este fin de semana. Eso quiere decir que tendremos
más tiempo para conocernos más íntimamente tú y yo.
Bethany hizo un pequeño ruido ahogado, pero no se atrevió a gritar. No
serviría de nada. Solo la encerrarían en el cuarto silencioso por al menos dos días.
El Dr. Keene no le creería. Greeves actuaba como un amable samaritano en la
presencia del doctor. Por lo menos el doctor había evitado que la violaran con sus
frecuentes visitas inesperadas, pero su tratamiento prescrito para curar su histeria
le resultaba agonizante. Le permitían salir muy poco, tenía prohibido leer
periódicos y solo podía leer novelas que el doctor hubiese aprobado, decidiendo
que no la “sobre estimularían”. Ni siquiera tenía permitido leer la Biblia, ya que
Keene creía que los demonios y la sangrienta violencia eran demasiado para una
dama de su condición. Eso resultaba en material didáctico muy insípido. Lo más
apasionado en su lectura era un beso en una mano enguantada. Lo más íntimo, el
héroe ayudando a la heroína a descender de su caballo.
No tenía permitido leer sobre los apasionados abrazos que hacían eco en su
memoria. No tenía permitido leer de besos que inflamaran su imaginación.
Por lo que Bethany solía dejar las insulsas novelas románticas de lado y
aceptaba las igualmente insulsas novelas literarias, llenas de temas sosos, pero
nada de historia. Aunque de vez en cuando, Eleanor, otra paciente, lograba traer
de contrabando alguna novela gótica. La favoritas de Bethany eran las escritas por
Alan Winthrop, quién se rumoraba era realmente la Duquesa de Burnrath. Las
historias de fantasmas y brujas le gustaban mucho. El cuento de John Polidory, El
Vampiro, la había cautivado intensamente y se había deprimido mucho cuando el
Dr. Keene la había sorprendido leyéndola, encerrándola en el cuarto silencioso por
días.
Bethany tenía terminantemente prohibido leer, escuchar e incluso hablar de
cualquier cosa sobrenatural, especialmente de vampiros.
Jamás de vampiros.
Era lo que la había encerrado en este sitio en primer lugar.
La sibilante voz de Greeves interrumpió sus pensamientos.
—Eso es lo que me gusta de ti. Eres tan callada. Apuesto a que también
permanecerás callada cuando finalmente te folle, pero intentaré sacarte algún
ruido.
Sintió nauseas al imaginarse las asquerosas manos de Greeves tocándola.
Había planeado hace algún tiempo entregarle su virginidad a un guapo Vizconde
de cabellos carmesí que creía la había amado, un hombre de secretos y magia
oscura más allá de su imaginación. Ahora, ocho años de sufrimiento más tarde, su
virtud la reclamaría este baboso bastardo.
Ocho años. Las palabras chirriaron contra su cerebro como un tenedor contra
un plato. ¿De verdad tenía tanto tiempo aquí? Los primeros cuatro años no habían
sido tan malos, ya que sus padres pagaban para asegurarle una habitación decente
y buena comida, y su madre venía a visitarla de vez en cuando. Pero mientras más
le suplicaba a sus padres que la llevaran de vuelta a casa, más decaían las visitas. Y
una vez que Lord y Lady Wickshire concibieron al hijo que siempre habían
deseado, las visitas y el dinero se interrumpieron por completo. No había recibido
una carta en tres años. Y sin dinero, a Bethany la habían pasado a las habitaciones
de los desposeídos, a la merced de pacientes violentos y guardias pervertidos. El
Dr. Keene había rechazado su petición de libertad y la había amenazado con el
cuarto silencioso cuando ella se resolvió a buscar un abogado. La única vez que
trató de escapar, durante la ida a la capilla, los guardias la habían reducido y había
pasado una semana en el cuarto silencioso, tan drogada por el tónico de Keene
que no sabía que era arriba o abajo. Luego de ello, no le habían permitido salir por
dos meses.
Bethany arrugó el rostro mientras Greeves la miraba con lujuria. Deseó más
que nunca abandonar ese lugar. Temía perder la cabeza de verdad.
Lágrimas calientes le rodaron por las mejillas y dejó escapar un sollozo
ahogado.
—Oh, sí —Greeves se frotó las manos. —Me gusta cuando…
Se interrumpió de pronto al aparecer el Dr. Keene.
—¿Cómo está la Señorita Mead esta noche?
Greeves le dirigió una sonrisa burlona antes de voltearse a ver al doctor.
—Nerviosa, al parecer. Traté de consolarla, pero no me deja.
—¿Oh? —el Dr. Keene la miró por encima de sus lentes. —La atenderé,
entonces. Tú anda a asegurarte que las puertas estén trancadas antes de regresar
a tu estación.
—Muy bien, señor —respondió Greeves, guiñándole el ojo a Bethany antes de
marcharse.
El Dr. Keene abrió la puerta de su celda y se le acercó, con el ceño fruncido de
preocupación.
—¿Qué le ocurre, Señorita Mead?
Bethany se mordió el labio. El Dr. Keene ya había rechazado sus quejas sobre
Greeves, y si pensaba que se estaba poniendo histérica, la echaría al cuarto
silencioso por un día o dos. Ella odiaba ese cuarto, una recámara pequeña, como
un ataúd, que la aislaba de toda luz y sonido.
—Nada, doctor —ella se forzó a sonreír. —Solo extraño a mi madre —se
limpió las lágrimas. —Ya me siento mejor.
El Dr. Keene la miró, escéptico, y le palmeó el hombro.
—¿Segura? Sus manos tiemblan. Quizás sería bueno que pasara un rato en el
cuarto silencioso.
Bethany sacudió la cabeza vigorosamente. Había experimentado temblores y
dolores inexplicables este año. Esta vez, su temblor era justificado, pero Keene no
le creería.
—Solo necesito descansar. Me iré a la cama.
Keene sonrió, metiéndose la mano en el bolsillo.
—Sí, el descanso es la cura a muchos males. Una dosis de mi tónico le ayudará
a dormir.
Ella disimuló un gesto de desagrado. El tónico de Keene era de todo menos
calmante, haciéndola sentir mal y a veces produciéndole alucinaciones vívidas y
pesadillas si la dosis era demasiado alta. Pero el doctor la había manipulado a
tomar una decisión: el tónico o el cuarto.
—Lo que usted crea mejor, doctor —respondió tímidamente.
Afortunadamente, solo le dio una cucharada de la amarga preparación en
lugar de dos. Una vez le había dado tres, y Bethany se había pasado horas
atrapada en una pesadilla que parecía no tener final.
—Vendré a verla mañana temprano, Señorita Mead —dijo Keene, dirigiéndose
a la puerta. —Si está tranquila, quizás pueda dar un paseo por el jardín con las
otras señoras. ¿No le parecería bien? Hasta entonces, que duerma bien.
La puerta se cerró con un golpe que reverberó en sus oídos como un oleaje. Ya
el tónico hacía efecto en sus sentidos. Por lo menos Keene había tenido la bondad
de cerrar el panel de privacidad para que Greeves no pudiera espiarla. Bethany se
dejó caer pesadamente sobre el camastro de paja, frotándose los brazos al sentir
la brisa fría de la ventana. Había olvidado cerrarla. Pero el ver la luna le consolaba,
recordándole que había un mundo allá afuera, uno que esperaba poder volver a
disfrutar.
Enrollándose en la fina manta de lana, Bethany retorció sus dedos en el regazo
para distraerse del mareo producido por el tónico. Era martes, contando de la
última vez que había ido a misa. Cuatro días hasta que el Dr. Keene se marchara.
Eso la dejaba con poco tiempo para idear un plan para salvarse de Greeves.
Desearía saber por cuánto tiempo se marcharía Keene. Si solo eran unos días,
quizás pudiera reunir el valor de hacer que la encerraran en el cuarto silencioso.
Solo a la Enfermera Bronson se le confiaba la llave de ese recinto, por lo que
Greeves no podía acercarse.
¿Pero una semana? ¿Dos? Se estremeció, incapaz de imaginarse una sentencia
tan larga. La volvería loca. Pero lo que Greeves tenía en mente para ella podría
resultar mucho peor.
Su familia la había abandonado, no tenía dinero propio, y él no había venido a
buscarla, como creyó. Justus, Lord de Wynter. Aunque finalmente había entendido
que él no era un vampiro. De alguna manera se había imaginado eso, pero ahora
parecía que también se había imaginado el ardiente amor de Justus por ella. Al ser
recluida en el asilo, había imaginado que él vendría a rescatarla y casarse con ella,
como habían planeado en la huerta de manzanas de su familia. Incluso cuando el
Dr. Keene logró convencerla de que era imposible que fuese un vampiro, ella había
creído que Justus la amaba.
Pero cuando los días se tornaron en semanas, meses y finalmente años, la
esperanza de Bethany se había secado como un charco en el desierto. Él no
vendría. Jamás la había amado. Solo era un libertino, como su familia pensaba.
Y Bethany había pagado el precio más alto por enamorarse de él. Su familia la
había encerrado en el asilo y abandonado. Si tan solo los hubiese obedecido,
manteniendo la distancia del hombre que la había fascinado desde ese primer
fatídico encuentro.
Con un nudo en la garganta, Bethany se enrolló más en la manta. Necesitaba
controlar sus pensamientos antes de que se tornaran en pesadillas.
Pero apenas y cerró los ojos, las pesadillas empezaron.
Greeves tocándola, los guardias encerrándola en una pequeña caja mientras
gritaba y luchaba por zafarse. La tapa abriéndose solo para revelar a Justus
inclinado sobre ella, sonriendo con colmillos ensangrentados antes de cerrar la
tapa y encerrándola en la oscuridad.
Bethany despertó de golpe, respirando agitadamente, tratando de pensar en
Chaucer, en Camelot, en un libro de había leído de niña sobre la Reina de las
Hadas.
Justo cuando intentó cerrar los ojos nuevamente, una voz hizo eco en su
celda.
—Bethany…
Al principio creyó que Greeves había regresado, pero entonces la volvió a
escuchar, esa voz rica como el mazapán, y dolorosamente familiar.
—¡Bethany!
Se le erizaron los cabellos de la nuca. ¡No podía ser!
Entonces escuchó como golpeaban suavemente los barrotes de su ventana.
Bethany volteó y ahogó un grito al ver un rostro. El corazón le dio un vuelco al ver
el cabello carmesí, la piel perlada y los brillantes ojos verdes.
Un sollozo se le escapó. Soñaba con él otra vez.
—No eres real.
Más que nunca aborreció el tónico de Keene. ¿Qué clase de sustancia vil
crearía alucinaciones tan conmovedoras?
La visión soltó algo que sonó como una risotada y un sollozo.
—Soy real —sonrió tímidamente. —Mírame. Tócame.
Unos largos y pálidos dedos se extendieron desde la ventana hacia ella.
Bethany se encogió contra la pared. ¿Cuánto duraría este delirio?
—No es real —susurró otra vez.
—Tómame la mano y compruébalo por ti misma —la visión la llamó con el
dedo, desafiándola. —Vamos, jamás fuiste cobarde.
Ese antiguo tono, no completamente burlón sino ligeramente atrevido, tenía
la misma persuasión que tenía en la vida real. Sin pensar, Bethany posó los pies
sobre el suelo, levantándose lentamente. La piedra era fría bajo sus pies. La luz de
la luna se reflejaba sobre su piel, iluminándolo como un halo angelical en el que se
reflejaba su fogoso cabello. Si era una alucinación, era la más vívida que había
tenido hasta ahora. ¿Acaso Keene había cambiado la receta?
Con manos temblorosas, rozó los dedos que él ofrecía. Cálidos y firmes, se
deslizaron sobre su piel con una solidez tangible. Su roce despertó una calidez en
su interior, igual que la primera vez que se encontraron, hace ya tanto tiempo.
Una vez más, se atrevió a mirarlo a los ojos, estudiando el rostro que poblaba
sus fantasías. Como si regresara en el tiempo, vio el mismo amor, ansiedad y un
toque de melancolía en esas profundidades verdes, remanente de la emoción de
cuando había pedido su mano.
—¿Justus? —susurró.
—Sí, Bethany —él sonrió. Sus colmillos blancos brillaron en la luz de la luna. —
He venido a sacarte de aquí.
La sangre se le agolpó en los oídos antes de que todo se tornara oscuro.
Capítulo 2

Rochester, Inglaterra, Agosto de 1817.


Hace ocho años…

Bethany se bajó del carruaje, mirando sorprendida la mansión Ellingsworth.


Lámparas de gasa colgaban de los árboles, iluminando la entrada como estrellas
del firmamento. Una música encantadora emanaba de la mansión.
Su madre la rozó en el hombro con el abanico.
—¡No te quedes mirando! Sabrán que eres una pueblerina.
—Sí, Madre —Bethany adoptó lo que esperaba fuese una expresión de
aburrimiento urbano, como si las mansiones decoradas como un cuento de hadas
fuesen algo normal. Como si esta no fuese su primera fiesta.
Su madre continuó su monologo, alisando arrugas invisibles en el vestido de
Bethany y arreglando su ya elaborado peinado.
—Recuerda, esta es nuestra mejor oportunidad de asegurarte un buen
matrimonio. No podemos costear una elaborada presentación en sociedad cuando
inicie la temporada, y además, habrá debutantes más atractivas compitiendo
contigo en Londres. Debemos atacar temprano, mientras los solteros disponibles
están distraídos.
Bethany asintió, luchando por disimular su disgusto. Su madre hablaba de los
caballeros residentes como si fueran liebres esperando a ser cazados y amarrados.
Pero el plan de Cecily Mead para iniciar una campaña matrimonial temprana no
era solo por su preocupación por la fiera competencia de la temporada. Como su
padre no tenía hijos varones, su título pasaría a su primo, Willis, y era imperativo
que Bethany se casara con una buena familia para asegurarle a sus padres un
cómodo futuro. Para empeorar las cosas, la fortuna familiar languidecía luego de
dos años de malas cosechas y unas cuantas deudas lúdicas. Además, su padre se
había apasionado por la política y esperaba que el matrimonio de Bethany le
asegurara buenas conexiones.
Desafortunadamente, su madre tenía razón. Con una dote modesta,
habilidades pasables en pasatiempos femeninos, conexiones sociales limitadas y lo
que su padre llamaba “fantasías irracionales”, Bethany no era la candidata más
atractiva para contraer matrimonio.
—Por lo menos eres rubia —decía su madre. —Eso está de moda esta
temporada.
Como si su cabello fuese lo único de valor en ella.
Escondiendo su tristeza tras el abanico, Bethany siguió a sus padres a la
mansión, manteniendo una educada sonrisa desinteresada en su rostro mientras
el mayordomo los anunciaba.
Mientras se dirigían a los anfitriones al pie de la escalera para saludar, la
madre de Bethany señaló a los prospectos disimuladamente.
—Willoughby puede que solo sea un Escudero, pero gana doce mil al año.
Debes conseguir que te invite a bailar a toda costa —señaló a un jorobado anciano
con el abanico. —Puede que Lord Peabody esté algo entrado en años, pero es un
Conde. ¡Solo imagina, serías Condesa! Y allí está Lord Darkwood, un Barón. Es
posiblemente la mejor opción en este lugar. Debemos asegurarnos de que sean
presentados.
Bethany siguió disimuladamente la mirada de su madre. Lord Darkwood al
menos era guapo, pero había algo en su apariencia severa y sus terribles ojos
oscuros que la hacía estremecer de miedo. Parecía ser demasiado capaz de
cometer crueldades. Darkwood le susurró algo a otro hombre, quién se echó a
reír.
—¿Y quién es el caballero junto a él? —susurró, cautivada por su largo cabello
rojo oscuro, cejas rojizas y ojos verdes que brillaban divertidos.
Su madre arrugó los labios, como si hubiese chupado un limón.
—Es el Vizconde de Wynter, un conocido libertino y sinvergüenza. Aléjate de
él.
—Pero Vizconde es un rango más alto que Barón —Bethany frunció el ceño,
tratando de entender la lógica contradictoria de su madre.
—Sí, pero las únicas propuestas que seguro recibirás de su parte son de tipo
indecente. Arruina damiselas por diversión —su madre la tomó del brazo para
guiarla adelante. —Ahora aparta la mirada antes de que se dé cuenta que lo estás
mirando.
Lady Ellingsworth los saludó educadamente, pero con desinteresada prisa.
Bethany no la culpaba, ya que la anfitriona tenía una larga fila de invitados que
recibir.
Resultó que el desinterés fue lo mejor que recibió Bethany durante la velada.
Su primer baile fue un desastre. Bethany empezó la contradanza con el pie
izquierdo en lugar del derecho. Para empeorar las cosas, pisó los dedos del
Escudero Willoughby. Él continuó educadamente el baile, pero por su expresión y
al no invitarla a bailar con él nuevamente, Bethany supo que había hecho el
ridículo.
Entonces, luego de ser presentada a Lord Peabody, el anciano se quedó
dormido mientras ella hablaba de las canciones que sabía tocar en el clavicordio.
Era un tema aburrido, para ser honestos, pero su madre le había indicado que
hablara solo de sus talentos femeninos, no de su gusto por la lectura o su amor por
montar a caballo, o cualquier cosa que la hiciera parecer un ser humano con
pensamientos y opiniones propios.
No le fue mejor al bailar con Lord Darkwood. Algo de ese hombre la ponía
nerviosa, y no pudo evitar tartamudear cada vez que intentaba conversar con él.
Sus ojos eran tan oscuros, su cabello negro como el demonio. Mientras bailaban,
apenas le prestó atención, mientras ella se desvivía por interesarlo.
Aún peor, luego del humillante baile, la madre de Bethany se empeñó en
presentarlos como si no acabaran de bailar juntos. Bethany se sonrojó como un
tomate al escuchar algunas risitas disimuladas y ser saludada secamente por Lord
Darkwood, en algo que no era un rechazo directo, pero dejaba claro que no
deseaba conocerla más a fondo.
Abatida, Bethany huyó a un rincón del salón de baile apenas pudo. Había un
pequeño grupo de señoritas a su derecha. Una de ellas, una muchacha alta de
cabello marrón, la miró y sonrió. Bethany le sonrió tímidamente. A lo mejor ellas
no habían sido testigo de sus metidas de pata.
La sonriente joven destruyó esas esperanzas de inmediato.
—¿Es tu primer baile?
—¿Es tan obvio? —respondió Bethany, esperando las risas burlonas, o que las
chicas la miraran con desprecio antes de marcharse.
No hicieron nada de eso. En lugar de ello, la rodearon, la joven de cabellos
marrones dándole una palmadita reconfortante en el hombro.
—Todas tuvimos nuestros gafes en nuestros primeros bailes. Permíteme
presentarme. Soy Lady Rebecca Chatterton, la rubia es Lady Mary Ellingsworth, y
esta belleza de cabello negro es la Señorita Deborah Peabody.
—Soy la Señorita Bethany Mead —ella hizo una ligera reverencia, feliz de
recibir algo de amabilidad.
—Tu padre es el Barón de Wickshire, ¿verdad? —preguntó Rebecca.
Bethany asintió.
Rebecca ladeó la cabeza.
—Lo último que supe del Barón fue que rentaba su propiedad al Sr. Bunting.
Bethany se sonrojó al escuchar el recordatorio. Hasta este año, jamás habían
vivido en su hogar ancestral, ya que era mucho más económico rentar el lugar y
vivir en Londres durante todo el año mientras su padre asistía al Parlamento y
ofrecía reuniones políticas. Pero ahora que el Gobernador de Rochester se
retiraba, su padre tenía los ojos puestos en ese puesto.
—Sí, bueno, mi padre decidió que era hora de regresar a casa a respirar algo
de aire puro.
—Y de encontrarte un marido —comentó Rebecca con una sonrisa divertida.
Se sonrojó antes de responder.
—Sí, pero creo que no hice una buena primera impresión.
Para su vergüenza, Rebecca miró a sus amigas antes de asentir.
—Quizás pueda ayudarte.
Bethany se llenó de gratitud.
—Apreciaría cualquier cosa que pudieran hacer para mitigar mi predicamento.
Rebecca se le acercó, señalando disimuladamente con el abanico.
—¿Ves al caballero de cabello rojo oscuro?
A Bethany se le secó la boca al posar los ojos nuevamente sobre el
impresionante rostro del Vizconde de Wynter. Lo había estado mirando
disimuladamente toda la noche. Algo en él despertaba una suerte de sensación
primordial en su vientre.
—Sí, lo veo —susurró.
—Convéncelo de que baile contigo —dijo Rebecca. —O mejor aún, que te
escolte a uno de los balcones.
Bethany frunció el ceño.
—Pero mi madre me dijo que lo evitara a toda costa —¿Acaso estas chicas se
burlaban de ella?
Rebecca se rió tras el encaje de su abanico.
—Aunque no está del todo equivocada, ya que no deberías permitir que te
arrinconara a solas, que un bribón como Wynter te preste atención tiene sus
ventajas. Si los demás caballeros ven su interés en ti, se preguntarán por qué y se
apresurarán a buscarte conversación.
El atrayente rostro del Vizconde de Wynter atrajo a Bethany como un imán.
Dudó por un momento. ¿Por qué diantres le pondría atención? Era una chica sin
experiencia, incapaz de tener una conversación sociable, mala bailarina, y lo peor
de todo, algo regordeta. Las figuras delgadas estaban de moda. Aunque Bethany
obedecía a su madre y trataba de comer lo menos posible, sus pechos, cintura y
caderas no reducían ni un poco. También le había comprado varios corset con la
esperanza de reducir sus curvas, pero solo la hacían parecer una salchicha con
demasiado relleno.
Bethany disimuló un suspiro tras su abanico. No tenía esperanza.
Pero debía intentarlo. Si no hacía algo para elevar la estima de sus
contemporáneos, se quedaría como segundona por el resto de su vida.
¿Cómo abordaría esto? No había sido presentada oficialmente a Lord de
Wynter, por lo que no podía acercarse a él e iniciar una conversación. Y tampoco
podía pedirle un baile.
Mientras se le acercaba, sin poder evitar echarle miraditas disimuladas de vez
en cuando; jamás había visto un cabello de ese tono de rojo, se le ocurrió una idea
tentativa. Puede que la ignorara, pero entonces quedaría mal él, no ella.
Bethany suplicó a los cielos que por lo menos la mirara, o quizás le sonriera, y
no solo porque quería obtener la atención de otros pretendientes.
Capítulo 3

Justus de Wynter, Vizconde de Wynter, y segundo al mando del Lord Vampiro


de Rochester, frunció el ceño al escuchar al grupo de muchachitas maliciosas
trazar su plan. Por su oído sobrenatural, sabía que las jóvenes señoritas de la
aristocracia no eran el parangón de inocencia que pretendían ser. Él usualmente
ignoraba sus bromas de mal gusto y sus chismes.
Pero esta vez las malcriadas pretendían usarlo en sus planes. Justus apretó los
dientes al escuchar sus pretensiones. No las complacería bailando a su son.
Sus palabras injuriosas reverberaron en su memoria.
“Vaya muchachita tonta. Espera a ver qué hace cuando la rechace de plano.
Apuesto seis liras a que llora.”
“Yo apuesto diez a que se desmaya.”
Aunque bien era cierto que Justus era implacable a la hora de apartar a todas
las solteras que se le acercaban, esta vez sería amable con la muchacha. Se
aseguraría de que aquellas maliciosas señoritas perdieran sus apuestas.
Miró a la multitud, posando los ojos en el blanco de la broma de las chicas.
Ella parecía dolorosamente joven, como recién salida del aula, la inocencia en
pintura con sus rizos dorados y enormes ojos azules. Pero la curvatura de sus
pechos en su bonito vestido blanco dejaban claro que no era ninguna niña.
Apartando sus ojos de la tentadora visión, los volvió a posar sobre su rostro con
forma de corazón mientras ella se le acercaba graciosa pero tentativamente.
Sintió una punzada de preocupación. No iría a presentársele, ¿verdad? ¿O
pedirle que bailara con ella? Algo así la volvería una paria.
La jovencita se lamió los labios, como si fuera a hablar. Afortunadamente se
detuvo a unos pasos cerca de él, mirándolo ocasionalmente por encima del
abanico.
Bien. No era estúpida entonces. En este punto podría ignorarla y parecer
grosero; algo que hacía con frecuencia, o hacer que alguien los presentara para
poder conversar con ella o invitarla a bailar.
Por posiblemente la primera vez desde su Transformación, doscientos años
atrás, Justus optó por lo segundo. Buscó a Lady Ellingsworth con la mirada y le
dirigió una sonrisa llamativa. Ella le regresó la sonrisa y se excusó del grupo con
quienes conversaba, apresurándose hacia él.
—¿Me haría el favor de presentarme a esa jovencita? —susurró él.
Lady Ellingsworth miró a la jovencita en cuestión y frunció el ceño.
—He escuchado rumores, pero jamás lo he visto querer jugar con una
debutante.
—No deseo jugar —ya empezaba a lamentar su impulso de amabilidad. —Solo
le debo un favor a alguien —improvisó.
—Pues bien, si lo que buscas es juguetear… —ella posó su mano sobre su
brazo.
Justus forzó una sonrisa.
—Sé dónde acudir —creyó haberle dejado claro a Lady Ellingsworth y a todas
las otras mujeres con las cuales había yacido que sus encuentros eran cosa de una
sola noche. No podía arriesgarse a que descubrieran su verdadera naturaleza, por
lo que mantenía su distancia.
La anfitriona le dirigió un gesto algo petulante antes de esbozar una sonrisa
fingida y rozar el hombro de la rubia jovencita.
—Señorita Mead, ¿conoce usted a Lord de Wynter?
La jovencita parpadeó sorprendida.
—No he tenido el placer, mi lady.
Mientras los presentaban, Justus hizo una reverencia y disimuló una sonrisa al
notar que ella temblaba. Nerviosismo puro emanaba de su cuerpo curvilíneo.
Incluso mientras hacía un esfuerzo para ser amable, él parecía intimidante. Justo
entonces, empezó un vals.
Perfecto. Esto silenciaría las lenguas viperinas.
Justus extendió la mano.
—¿Me concede este baile, Señorita Mead?
Las pálidas mejillas de ella se colorearon. Normalmente esa sosa timidez le
resultaba fastidiosa, pero por alguna razón, en ella le parecía deliciosa.
—Sí, mi lord —susurró ella, aceptando su mano.
Incluso a través de la fina tela de sus guantes, él pudo sentir el calor de su
mano. Sacudiéndose la extraña intensidad de su reacción hacia ella, Justus se
concentró en llevarla a la pista de baile y mantener la máscara de indiferencia ante
las miradas sorprendidas que le dirigió la multitud al verlo bailar con una
debutante.
Sus pasos estaban ligeramente fuera de ritmo, pero eso lo enterneció en lugar
de irritarlo.
—Piensas demasiado cada paso —le susurró. —Relájate y déjate guiar.
Su sonrojo se hizo más evidente, pero ella siguió su consejo y de pronto el
baile se hizo más fluido, sus cuerpos calzando juntos perfectamente. Justus
parpadeó sorprendido. Ella seguía instrucciones excesivamente bien.
El olor de su piel, limpio y teñido del aroma del aceite de lavanda que seguro
se había aplicado antes de venir, despertó su lujuria, mientras que la vena
pulsante en su cuello despertaba su otra hambre.
Para combatir su alarmante reacción, Justus inició una conversación.
—¿Y qué haces en tu tiempo libre?
Cerrando los ojos, se preparó para la usual habladuría de costura, pianoforte y
acuarelas. No era que no le gustaran esos gentiles pasatiempos, de hecho, muchas
jovencitas producían admirables obras de arte y tocaban divinamente. Solo que
hablar de ello era sumamente aburrido.
—Me gusta leer —admitió ella, con un ligero tono apasionado.
Se interesó al escuchar esa respuesta.
—A mí también. ¿Cuáles son tus libros favoritos? —seguramente novelas
románticas, pero algo de literatura era mejor que ninguna.
—Adoro la literatura medieval —los ojos de ella brillaron entusiasmados. —
Especialmente Chaucer.
¿Chaucer? Justus parpadeó sorprendido. Quería decir que ella era capaz de
leer inglés antiguo. Sintió lástima. A las mujeres como ella se les aconsejaba
disimular su inteligencia. Pero no tenía que esconderla de él.
—También me gusta Chaucer —le informó con una sonrisa. —Mi favorito es El
Libro de la Duquesa. ¿Cuál es el tuyo?
—Los Cuentos de Canterbury —se podía escuchar la adoración en su voz.
Él no pudo evitar sonreír al comprender su alegría al hablar de su libro
favorito.
—Pero nunca fueron terminados.
—No me importa. De hecho, deja algo de misterio a la experiencia de leerlos,
te hacer preguntarte que quería hacer Chaucer al escribirlos —una sonrisa
soñadora le curvó los labios. —Las historias sin acabar me fascinan.
Y ella empezaba a fascinarle, a pesar de todo. Era difícil encontrar una persona
cuya pasión por la palabra escrita igualara a la suya. El mejor amigo de Justus, el
Barón de Darkwood y Lord Vampiro de Rochester, tenía poco tiempo para los
libros, entre manejar su territorio y asistir a cientos de fiestas. Y ya que Justus era
el segundo al mando de Lord Darkwood, todos los demás vampiros eran de rango
menor, lo que significaba que ninguno estaba dispuesto a entablar conversaciones
significativas.
Pero no podía encariñarse mucho con la pequeña literata. Las mujeres de su
edad, por necesidad, buscaban una sola cosa: matrimonio, lo cual él no podía
proveer sin revelar que era un monstruo y convertirla en uno.
Como para reiterar que su conversación debía terminar, la canción terminó
con una dramática nota en el violín.
El brillo en los ojos de Bethany se apagó, aunque hizo un valiente esfuerzo de
disimularlo.
—Gracias por el baile, mi lord.
En lugar de escoltarla de vuelta a su madre, como debería, Justus se encontró
reacio a abandonar su compañía.
—¿Te agradaría tomar un vaso de ponche?
El rostro de ella se iluminó como la mañana.
—Sería maravilloso.
Cuando sus delicados dedos se posaron sobre su brazo, él sintió un
estremecimiento de placer. Trató de decirse a sí mismo que era solo porque
deseaba continuar su conversación sobre literatura. Oh, y claro, también para
humillar a las muchachitas que habían querido jugarle una mala pasada a Bethany.
Justus las miró por el rabillo del ojo, respondiendo a sus gestos petulantes con
una sonrisa triunfante.
—¿Solo lees literatura medieval? —le preguntó a Bethany mientras tomaba
dos vasos de ponche de la bandeja de un paje.
Ella negó con la cabeza.
—Leo todo lo que puedo. Literatura griega, romana, francesa…
—Arrugaste la nariz al decir romana —la interrumpió Justus con una risita. —
¿Por qué?
—Porque la mayoría de sus historias son copias de los griegos con algunos
nombre cambiados y más énfasis en la “gloria de Roma” —ella miró al cielo, como
suplicando al Creador que justificara tal sin sentido. —Para ser una nación que
conquistó la mitad del mundo conocido, son sorprendentemente poco originales.
Justus se echó a reír.
—Jamás escuché algo tan cierto. ¿Qué opinas de los clásicos griegos?
—Algunos son interesantes, pero no puedo evitar pensar que la mayoría de
los problemas de los personajes no habrían existido si Zeus no fuera un necio
mujeriego —se sonrojó, cubriéndose la boca con una mano enguantada al darse
cuenta de lo que había dicho. —Me disculpo, eso fue inapropiado.
—Pero es la verdad —Justus soltó una carcajada.
La conversación continuó, cada uno descubriendo que libros habían leído cada
uno y discutiendo sus méritos y fallos. Pero cuando Justus cayó en cuenta de que
habían permanecido en el mismo lugar, sosteniendo vasos vacíos por Dios sabe
cuánto tiempo, a regañadientes admitió que su tiempo juntos debía llegar a su fin.
Bethany confirmó sus sospechas al suspirar y mirar al otro lado del salón.
—Mejor regreso con mi madre. Me mira mientras intenta hacer su mejor
imitación de Medusa.
—Entonces debo apurarme y llevarte junto a ella antes de que nos petrifique a
ambos —Justus entregó los vasos vacíos a un paje que pasaba y la escoltó de
vuelta a su madre.
La mirada asesina de Lady Wickshire hacía justicia a la comparación de
Bethany, y él tuvo que morderse la lengua para no echarse a reír. Luego de una
rápida reverencia, se marchó.
Normalmente se complacería de alimentarse de damas amargadas como Lady
Wickshire, pero por respeto a Bethany, buscaría otra presa. Quizás una de las
malvadas muchachitas que habían querido burlarse de su nueva amiga.
Entonces, se encontró con los ojos penetrantes de Gavin Drake, Barón de
Darkwood.
—¿Qué hacías con esa debutante? —preguntó el Lord de Rochester. —No
sabía que te gustaban tan verdes.
—Estaba impidiendo una malvada broma de mal gusto —se apresuró a
explicar Justus. —Unas debutantes creyeron que sería divertido humillar a la
pobrecita engañándola para que se acercara a mí y decidí no ser parte de su juego,
por lo que le solicité a la señorita que bailara conmigo.
—Ah —Gavin frunció el ceño, escéptico. —¿Y entonces decidieron beber algo
de ponche para celebrar?
—Tuvimos una estimulante discusión sobre literatura griega y romana —
Justus se cruzó de brazos. —No veo el problema. Incluso tú bailaste con ella —¿Y
por qué le amargaba tanto esa idea?
—Sí, su madre se aseguró de lanzarla a mis brazos apenas pudo. Pronto
tendré que tomar otra esposa para escapar de las casamenteras —Gavin suspiró
resignado. Cada cincuenta años se buscaba una vampiresa para que hiciera el
papel de su esposa para apartar las sospechas que atraía el hecho de que un
hombre como él estuviese soltero. —Pero tú normalmente las mantienes alejadas
con tu reputación de libertino desvergonzado. Si le prestas demasiada atención a
la rubia señorita, arruinarás su reputación o te verás atrapado por el pastor.
—Pues bien —Justus alzó las manos. —Mantendré mi distancia.
Pero eso fue más fácil decirlo que hacerlo.
Al ver por el rabillo del ojo como otro soltero elegible llevaba a Bethany a la
pista de baile, no pudo evitar apretar los dientes de la frustración, mientras se
preguntaba qué pensaría ella de Voltaire.
Capítulo 4

Bethany pasó el resto de la velada en una especie de sueño deslumbrante.


Rebecca tenía razón. Luego de que Lord Wynter bailara con ella, los demás
caballeros le prestaron más atención, lo que aplacó a su madre, aunque no antes
de que le propinara un fuerte regaño.
Luego de aceptar la invitación a bailar del siguiente caballero, Bethany le
dirigió una sonrisa agradecida a Rebecca. Esta le había respondido con una tensa
sonrisa, pero su expresión era extraña. Quizás su nueva conocida no se sentía bien,
pensó Bethany con algo de simpatía.
Su compañero de baile, el hijo de un escudero, era agradable, aunque ella no
pudo evitar sentir que la conversación era extraña y pausada. Él no disfrutaba leer,
y estaba extrañamente obsesionado con los caballos y las apuestas. Bethany no
pudo interesarse, por mucho que lo intentó. No era como su conversación con
Lord de Wynter. Como llamado por su pensamiento, vio un vistazo de cabello
carmesí por encima del hombro de su compañero de baile.
Allí estaba, conversando con Lord Darkwood. Sus ojos se encontraron, y el
estómago de Bethany revoloteó con la más extraña sensación. Había estado tan
asustada antes, cuando se le aproximó tímidamente siguiendo el consejo de
Rebecca. Había algo vibrante y peligroso respecto a él, este hombre sobre quién su
madre le había advertido. Su cabello era de un rojo tan oscuro que era
pecaminoso, sus ojos verdes, parecidos a los de un enorme gato salvaje.
No podía dejar de pensar en la primera vez que se habían tocado cuando la
llevó a la pista de baile. El rápido latido de su corazón rugía en sus oídos mientras
la enorme mano de él se posaba en su espalda y ella se aferraba a su firme
hombro. Cuando sus dedos enguantados se enlazaron, contuvo el aliento al sentir
algo eléctrico pasar a través de ellos.
Él era un libertino, se recordó. Había escuchado fragmentos de conversación
que hacían alusión a un encuentro pasado entre él y su anfitriona, lo que hizo que
el estómago se le revolviera de celos.
Pero ahora, al verlo dirigirle un guiño juguetón antes de volverse nuevamente
a Lord Darkwood, no podía dejar de pensar en su gentileza al guiarla en el baile, y
en cómo habían conversado de literatura mucho después de acabarse el ponche.
Cuando finalmente la escoltó junto a su madre, había sentido una punzada de
dolor, como si acabara de perder a un gran amigo.
Los labios de Bethany se curvaron en una sonrisa burlona. Primero lo había
considerado un bribón peligroso, y ahora ¿era un amigo? Quizás si tenía la mente
trastornada por tantos libros, como insistía su padre. Pero se había sentido tan
bien discutir su pasión con alguien que la entendía. Como si no estuviera sola en el
mundo.
Quizás pudiera recrear la experiencia con un pretendiente más apropiado.
Ignorando el consejo de su madre, Bethany intentó hablar de libros con sus
siguientes tres compañeros de baile. Pero todos la habían mirado con el mismo
gesto aburrido e impaciente que Lord Darkwood.
Le dirigió una rápida mirada desdeñosa a Darkwood. ¿Por qué de Wynter era
amigo de tal imbécil? Como si sintiera su escrutinio, los ojos oscuros de Darkwood
encontraron los de ella. Se estremeció. Había algo estremecedor en ese hombre.
Le recordaba a un villano de una novela gótica.
Durante el resto de la velada, sorprendió a de Wynter mirándola de vez en
cuando, a veces incluso caminando hacia ella como si fuera a pedirle otro baile,
pero jamás lo hizo.
Se sintió decepcionada cuando su madre la montó en el carruaje poco
después de medianoche. Las señoritas decentes jamás se quedaban hasta altas
horas de la madrugada, después de todo.
Justo cuando Bethany estaba por montarse en el carruaje, espió por el rabillo
del ojo un brillo carmesí. Lord de Wynter estaba en uno de los balcones. Se
despidió de ella con un gesto de la mano.
Ella no podía devolverle el gesto, pero agitó el abanico, sonriendo tras el
encaje.
Su padre interrumpió el disimulado intercambio.
—¿Disfrutaste tu primer baile, querida?
—Oh, sí —ya que no podía decirle la verdadera razón, habló de todo lo demás.
—Me encantó bailar, y Lady Ellingsworth es una excelente anfitriona. Su
decoración me recordó a un reino encantado de las hadas.
Él entrecerró los ojos, molesto.
—Las hadas no existen. ¿Qué te he dicho de hablar de tales disparates?
—No quise… —se interrumpió al recibir una mirada penetrante. —Lo siento,
Papá.
Al quedarse en silencio, se regañó a sí misma por olvidar el extraño terror de
su Padre hacia todo lo que escapara de la realidad. Parecía consumirlo más que
nunca, e incluso luego de llegar a casa, la miraba como si esperara que dijera que
Pegaso la llevó en sus alas, o que había duendes en el techo.
Pero incluso su reprimenda no logró acabar con su felicidad por esta velada.
Una vez en la cama, Bethany revivió su baile con el cautivador Vizconde. La
sensación de estar en sus brazos, su sonrisa encantadora, el interés en su mirada
mientras hablaban de Chaucer.
Y finalmente la sonrisa y el gesto secreto desde el balcón.
A lo mejor estaba interesada en ella. ¡Quizás la visitara en la mañana!
Pero no lo hizo. De hecho, ningún caballero acudió al hogar de los Mead en
toda la mañana. Entre visitas de matronas, Lady Wickshire regañó a Bethany,
exigiéndole que hiciera un mayor esfuerzo para ser encantadora la próxima vez.
Pero le resultó difícil concentrarse en ello cuando sus emociones pasaban
frenéticamente entre decepción por juzgar erróneamente el interés del Vizconde
de Wynter y vergüenza por ser tan tonta como para creer que ella significaría algo
para alguien como él. Él tenía relaciones con mujeres casadas y jamás mostraba
interés en chicas como ella. ¿Por qué Bethany había pensado que ella sería
diferente?
Trató de disimular su desencanto al acompañar a su madre a una presentación
musical de la Señorita Chatterton, una de las señoritas que le había aconsejado
acercarse a Lord de Wynter. Su tristeza se tornó en felicidad al ver la familiar figura
de cabello rojo entre el público, sentado con otros solteros del otro lado del salón.
Sus miradas se encontraron y él le guiñó el ojo.
Se sonrojó, y se regañó a si misma por responder así ante él. Seguro solo
estaba interesado en una cosa. Apartó rápidamente la mirada, resolviendo no
prestarle más atención. Pero pudo sentir su mirada sobre ella, incluso a través de
los desinteresados acordes del pianoforte de la Señorita Chatterton. Peor aún, no
pudo evitar mirarlo de soslayo cuando pensaba que nadie la miraba.
¡Demonios! ¿Cómo podía concentrarse en encontrar marido con él
distrayéndola? Los libertinos solo prometían relaciones carnales, no matrimonio.
De pronto, una visión del Vizconde de Wynter sosteniéndola en sus brazos le
sobrevino. Sus labios contra los suyos, sus manos acariciando su piel…
Bethany ahogó un suspiro. ¿Qué le pasaba? De seguro no querría ser
devorada de esa manera.
Cuando se volvió a hacer silencio y la gente a su alrededor empezó a aplaudir,
Bethany regresó su atención a su alrededor, levantándose junto a su madre para
mezclarse con los invitados. No lo volvería a mirar, lo ignoraría. Lo…
Una ligera caricia en su codo la hizo estremecer. Se volteó para encontrar a
Lord de Wynter sonriéndole con un libro en las manos.
—Creí que te interesaría este —dijo él. —Te lo presto, si quieres.
Sus dedos enguantados lo rozaron al tomar el viejo libro. Volvió a
estremecerse.
—Gracias —susurró, disimulando su emoción. ¡Un libro!
Él le hizo una reverencia.
—Me temo que debo marcharme, pero me encantaría discutir ese libro en el
futuro —sus ojos verdes brillaron de una manera que le aceleró el corazón. Él
sonrió. —Espero seas una lectora rápida.
Con ello, se marchó, con pisadas silenciosas, como un tigre retirándose del
abrevadero.
Bethany miró el libro que le había entregado. La Reina de las Hadas, por
Edmund Spencer. Justo cuando iba a abrirlo, alguien le tocó el hombro y se
encontró con su madre, que la miraba ceñuda.
—¿Y ese que quería?
—Me prestó un libro —Bethany se aseguró de hacer énfasis en que no era un
regalo. Su madre se desmayaría de seguro si algún hombre le hacía un regalo a su
hija sin que hubiese un compromiso.
Cecily arqueó una ceja, confundida.
—¿Y por qué haría eso?
—Mientras bailábamos anoche, descubrimos nuestro interés mutuo en la
literatura medieval —Bethany lo explicó tentativamente, sabiendo que su madre
no aprobaba tales intereses. —Así que creyó que este me gustaría. No es el
comportamiento de alguien con malas intenciones. Mira —señaló al otro lado del
salón, donde Lord de Wynter se despedía de Lady Chatterton. —Ya se marcha.
—Así es —murmuró Lady Mead, aliviada.
¿Pero por qué se marchaba tan pronto? Se preguntó Bethany. ¿Acaso había
alguna emergencia? Se le ocurrió otra cosa, algo que la hizo estremecer de gusto.
¿Acaso vino con el único propósito de prestarme un libro?
Capítulo 5

Justus se despidió de Lady Chatterton, alabando la hermosa presentación


musical de su hija, aunque en realidad no había prestado atención. Su atención
había estado puesta en como entregarle discretamente el libro a la Señorita Mead,
de manera que no comprometiera su reputación. Y claro, ignorando la vocecita
que le preguntaba por qué era tan importante prestarle un libro a una debutante
en primer lugar.
Lady Chatterton se quejó con decepción fingida por la temprana partida de
Justus, pero en realidad tenía los ojos puestos en Lord Darkwood para su hija.
Cazaba el zorro equivocado, pensó Justus divertido. A menos que le agradara la
idea de que su bebita se transformara en una criatura de largos colmillos y sed de
sangre.
Gavin solo contraía matrimonio con vampiresas, una o dos veces por siglo. Y
esos matrimonios eran nominales, con el único propósito de quitarse otras
propuestas de encima. Justus prefería ser el terror de dichas madres
casamenteras, haciéndose cuidadosamente una imagen de libertino
desvergonzado. No tenía tiempo para una esposa, sus deberes con Gavin
dejándole poco espacio, incluso para un amor fingido.
Dichos deberes le esperaban ahora. Primero debía encontrarse con Benson, el
tercero al mando, para recibir un reporte sobre la parte sur del territorio, y
entonces, juntos, reunirían a los vampiros de Rochester para una reunión.
La brisa le trajo un aroma particular, haciendo que los labios de Justus se
curvaran de satisfacción. Ahora era momento de uno de sus deberes más
importantes. Con velocidad sobrenatural, se dirigió a la parte de atrás de Casa
Chatterton para encontrar a un vampiro bribón merodeando en los establos.
El bribón lo miró con ojos como platos. Se volteó para echar a correr, pero
Justus lo agarró por el abrigo.
—¡M… me perdí, patrón! —tartamudeó el vampiro, retorciéndose como un
gusano en el anzuelo.
—Si ese fuera el caso, me habrías pedido direcciones en lugar de intentar
correr —respondió Justus con una sonrisa. —De todas maneras, te escoltaré a un
lugar seguro para que pases tu visita. A menos que tengas un permiso escrito de tu
Lord.
El bribón luchó con más brío.
—¡Vete al carajo, inglesito de mierda!
Justus le golpeó la boca con tanta fuerza que el vampiro escupió sangre.
—Suficientes habladurías. Cierra la boca hasta que Lord Darkwood venga a
interrogarte.
Arrastró lo más rápido posible al bribón hasta a Mansión Darkwood, y luego
de asegurarse de que los sirvientes humanos estuviesen ocupados, lo encerró en
una de las celdas del sótano escondido. Las maldiciones del bribón lo siguieron al
regresar a la superficie.
Bastardos. Violadores, ladrones y asesinos descuidados, los llamados bribones
eran vampiros desterrados de sus territorios originales por quebrantar la ley,
cuando a sus señores les parecía demasiado fuerte condenarlos a muerte, o
simplemente no tenían las agallas de ajusticiarlos. El bribón podía entonces
solicitar ciudadanía en otro territorio. Pero eso sucedía raramente. La mayoría de
los Lores Vampiros mataba a los bribones de inmediato. Algunos los echaban de
sus territorios para que fuesen finalmente ajusticiados por otro Lord. Lord
Darkwood era propenso a matarlos, aunque al menos les concedía un juicio justo a
los que atrapaba. Solo uno se había vuelto ciudadano de Rochester, luego de que
Gavin averiguara que lo habían exiliado solo por cortejar a una vampiresa de otro
territorio sin permiso. A otros tres los había espantado del territorio al estar de un
humor piadoso, y el resto habían sido decapitados y dejados al sol.
Justus sacudió la cabeza. El sistema y razonamiento a la hora de lidiar con
bribones era poco práctico y en muchos casos, hipócrita. Demasiados Lord
optaban por el exilio en lugar de ejecuciones. ¿Acaso los Lores Vampiros se
estaban volviendo incapaces de ajusticiar cuando era necesario? ¿O los culpables
eran los vampiros por no elegir cuidadosamente a quienes Transformaban? Era
solo cuestión de tiempo para que los métodos para prevenir que los bribones se
aliaran fallaran y alguien tuviese que contender con una insurrección.
Para cuando se encontró con Benson, el otro vampiro se paseaba
nerviosamente alrededor de roble frente a su casa.
—Llegas tarde —le espetó el tercero de Lord Darkwood. —No esperes que no
se lo reporte a Su Señoría.
—Oh, no te preocupes. Yo mismo se lo reportaré —dijo Justus con tono
relajado mientras apretaba el brazo de su cautivo. —Verás, atrapé a un bribón
cuando venía de camino.
Benson se apartó, sonrojado.
—Ah, pues bien. Su Señoría estará complacido —hizo un gesto irritado. —
¡Demonios! ¿Cómo lo haces? Has capturado más bribones que Darkwood y yo
juntos.
—En este caso fue pura suerte. El bribón rondaba los establos de los
Chatterton. Lo atrapé al salir. Conveniente, pero nada admirable de mi parte —
Justus se encogió de hombros. —A lo mejor en los demás casos también tuve
suerte.
Los ojos de Benson brillaron con un respeto a regañadientes. Taciturno y
firme, él y Justus siempre peleaban, aunque serían capaces de morir el uno por el
otro de ser necesario.
—Mantén esa suerte. Ahora, ¿cómo van las cosas al sur del territorio?
—Bastante tranquilas, aparte del bribón que acabo de atrapar.
Benson asintió satisfecho.
—Bien. El norte también está tranquilo, aunque tuve que regañar a un
jovencito para que fuera más discreto en su cacería.
Justus disimuló un bostezo. No era que quisiera problemas en Rochester, pero
¿acaso las cosas tenían que ser tan aburridas aquí? Quizás le pediría a Gavin que lo
volviera a mandar en una misión de reconocimiento en otro territorio. Londres
sería interesante. El Duque de Burnrath, el actual Lord de Londres, siempre
ameritaba escrutinio.
—Vamos a reunir a los nuestros para la reunión —dijo Benson, dirigiéndose al
camino iluminado delicadamente por la luna.
Mientras caminaban, Justus intentó iniciar una conversación.
—Acabo de terminar de leer El Monje. Bastante salaz. ¿Lo has leído?
Benson hizo un gesto desdeñoso.
—Estoy demasiado ocupado para leer.
Justus suspiró y guardó silencio. A lo mejor debería prestárselo a la Señorita
Mead. Pero prestarle una novela tan lasciva a una jovencita de seguro causaría un
escándalo.
Benson no habló mucho mientras reunían a los vampiros de Rochester,
indicándoles que se dirigieran al sitio de reunión, bajo las ruinas del castillo
Rochester.
Gavin los esperaba, paseándose por la plataforma, con los brazos tras la
espalda. Justus y Benson se le unieron, flanqueándolo mientras fulminaban a la
multitud con miradas firmes.
Una vez llegaron todos, Gavin alzó los brazos pidiendo silencio y se dirigió a la
congregación.
—Vampiros de Rochester, me alegra verlos a todos presentes y en buena
salud…
Aunque a Gavin se le llamaba “El Implacable Rochester” a sus espaldas, a él le
importaba de verdad su gente. Solo tenía poca tolerancia a la desobediencia. Para
ser honestos, no tenía nada de tolerancia a la misma. Justus sabía que a Gavin lo
habían criado en el monasterio, para convertirse en sacerdote, y que algo le había
pasado, algo que lo había hecho abandonar esa vida y lo había vuelto
excesivamente severo.
Esta reunión resultó más apacible, ya que nadie había quebrantado ninguna
regla y no se impartió ningún castigo.
En lugar de ello, Gavin informó a su gente de cosas que creía debían saber, y
escuchó sus quejas y noticias.
Aburrido. Incluso su reporte sobre el bribón careció de emoción alguna.
—Para terminar la reunión, me complace anunciar que hoy es el
quincuagésimo cuarto aniversario de la Transformación de Alexander. Él ha sido un
vampiro de Rochester desde su Transformación, llevada a cabo por Susan…
Mientras Gavin seguía enumerando los logros de Alex, Justus se distrajo. Sus
pensamientos se dirigieron sin querer a la Señorita Bethany Mead. Su curiosidad,
su intrigante aire de inocencia mezclada con sabiduría. Como sus bonitos ojos
azules se habían iluminado al ver el viejo y polvoriento libro. Como su vestido
enfatizaba sus suculentas curvas.
La multitud aplaudió al invitado de honor y Justus se les unió distraídamente,
ganándose una mirada penetrante de parte de Gavin. Todos se dirigieron al salón
de banquetes, donde los esperaba un tentempié de pastelillos dulces y pequeñas
copas de champaña, medidas para no hacer daño a los estómagos vampíricos.
Gavin rozó a Justus con el codo.
—Estás distraído —las palabras sonaron más bien como una acusación.
Evitando la mirada de su Lord, Justus sorbió su copa, disfrutando las burbujitas
del suave licor.
—Mis disculpas, mi lord. Todavía pondero una novela que terminé de leer
hace poco. Me mantuvo despierto medio día. ¿El Monje? —preguntó esperanzado.
Gavin tenía una amplia biblioteca a la que añadía tomos regularmente, pero
raramente leía.
—Me temo que no he podido leerla aún —respondió el Lord de Rochester,
vigilando la recámara como si buscara alguna señal de discordia. —He estado
ocupado investigando al Lord de Londres. Cecil trajo un reporte sumamente
interesante.
Justus se frotó el puente de la nariz. ¿Es que nadie leía ya?
—Creí que yo era el encargado de espiar en Londres.
—Burnrath está más alerta que nunca. Con tu cabello rojo, resaltas más que
un zorro entre gallinas —Gavin sacudió la cabeza. —Además, con la actividad
aumentada de bribones por acá, te necesitaremos.
—Sí, mi lord —su lógica era irrefutable. Pero Justus sucumbía a una inexorable
sensación de hastío. Faltaba algo en su larga vida, pero no sabía que. Antes de que
Gavin pudiera interrogarlo más, Justus se despidió. —Me voy al Medway a comer
algo y ver que nuevas noticias escucho.
Gavin le palmeó el hombro.
—Eres un buen vampiro, Justus. El mejor que tengo.
—Gracias —el estómago de Justus se hizo nudos. Últimamente no se sentía
tan bueno.
Y luego de llegar a la posada Medway, un agradable establecimiento donde los
caballeros de clase alta bebían, apostaban y evitaban a sus esposas, se sintió
menos honorable al acercarse a Lord Wickshire.
—¡Lord de Wynter! —exclamó Wickshire al verlo. —Venga. Tómese un brandy
conmigo.
Justus inclinó la cabeza y se le unió. Había jugado cartas con Lord Wickshire y
hablado muchas veces con él, pero no sabía hasta ahora que tenía una hija. Eso no
era extraño. La prole femenina no existía hasta no ser presentadas en sociedad, y
luego de casarse regresaban a su existencia invisible.
Como si leyera su mente, Mead se lanzó en un monólogo sobre las penurias
de tener una hija.
—El costo de sus vestidos y demás cosas es suficiente para dejarme en
bancarrota —Wickshire apuró el resto de su bebida y le hizo un gesto a la
camarera para que sirviera otro. —Y ni hablar de su dote. Preferiría tener un
varón.
Justus disimuló un gesto de desagrado tomando un sorbo del vaso que
acababan de posar frente a él.
—Tengo entendido que la Señorita Mead es inteligente y encantadora. No
tendrá problemas asegurándole un buen matrimonio.
—Sí, es linda como una margarita. Pero confieso que no tengo muchas
esperanzas —Mead frunció el ceño, consternado. —La muy tonta siempre tiene la
nariz enterrada en un libro. Se quedará bizca si sigue así. Y tristemente es muy
fantasiosa. A veces me preocupa su estado mental.
Justus apretó el puño debajo de la mesa. ¿Cómo podía hablar así de su propia
hija?
—Yo aprecio una mujer culta.
Wickshire se echó a reír.
—Sí, pero sé muy bien qué tipo de aprecio tienes con las mujeres. Espero no
se lo extiendas a mi hija.
—No se preocupe, no me agradan las doncellas virginales —Justus se levantó
de la mesa, de pronto no muy orgulloso de la reputación que había cultivado tan
cuidadosamente. —Si me disculpa, necesito hablar algo con Sir Henry —detestaba
a Henry, era un pomposo bastardo, pero eso no significaba que no tuviera su
utilidad.
Para animarse, se llevó a Sir Henry Swinton afuera. Al hundir sus colmillos en
su cuello, Justus vio un recuerdo de él conversando con los padres de Bethany,
invitándolos a cenar en la mansión Fosborough mañana en la tarde. Sintió pena
por la pobre niña. Los eventos en Fosborough eran notoriamente sombríos.
Bethany moriría de aburrimiento.
Liberó a Sir Henry y lo llevó de vuelta adentro antes de recorrer el salón,
escuchando con atención los rumores. Sin querer, prestó especial atención a todos
los compromisos a los que asistirían los Mead.
Y había varios a los que él también estaba invitado. Bueno, también estaba
invitado a la mansión Fosborough, pero no tenía intenciones de asistir a algo tan
deprimente.

***

La tarde siguiente, Justus se encontró entregándole su abrigo al mayordomo


de Fosborough, todavía preguntándose por qué se había molestado en venir. Pero
Medway estaba desierto, Gavin ocupado reunido con otros vampiros y no había
ningún juego de cartas para distraerlo.
Cuando se unió al resto de los invitados, su mirada se iluminó al ver a la
Señorita Mead. Estaba especialmente hermosa con su vestido lavanda y el cabello
recogido con listones de seda. Ella le dirigió una amplia e inapropiada sonrisa que
él no pudo evitar responder. Su madre lo miró con desdén, llevándosela a
conversar con otro caballero.
Justus se dirigió a saludar a Lord Bromley, escuchándolo hablar de su apuesta
a un caballo.
—Deberías asistir a la carrera, de Wynter —Bromley le palmeó el hombro. —
Podrías ganarte una buena suma o por lo menos tomar algo de sol.
Un poco de sol sería suficiente para asarlo como una ternera. Justus disimuló
su desagrado con un gesto forzado.
—Suena maravilloso, pero estaré cazando jabalíes en Maidstone ese día —la
mentira le salió con facilidad.
Nuevamente su atención cayó sobre la Señorita Mead, su cabello dorado y
caderas cimbreantes haciéndole agua la boca. ¿Había empezado a leer La Reina de
las Hadas? Cerrando los ojos, la imaginó yaciendo en la cama, apoyada sobre sus
codos mientras leía. Su cabello dorado brillando bajo la luz de las velas y suelto,
enmarcándole el rostro. Una mirada lejana en sus hermosos ojos, sus labios
curvándose en una sonrisa mientras la prosa fluía. O quizás apoyada en las
almohadas, la mano bajo el mentón. El encaje de su camisón…
Antes de que pudiera pensar demasiado en la elección de vestimenta de la
Señorita Mead para dormir, la anfitriona apareció para anunciar que era hora de la
cena. Justus se encontró aliviado y decepcionado de que lo sentaran del lado
opuesto de la mesa, tan lejos de la hermosa y literata mujer que había capturado
su imaginación.
La desolación ganó la batalla interna al él verse el blanco de la insípida
conversación de su compañero de mesa y la todavía más insípida comida. Aunque
los vampiros no podían tolerar más que unos pocos bocados de comida humana,
Justus apreciaba la buena cocina y le entristeció que no hubiera nada de ello.
Dando respuestas banales a las tontas preguntas de su vecino, contempló a la
Señorita Mead por el rabillo del ojo. Parecía estar tan aburrida como él. Apostaba
que, igual que él mismo, preferiría estar discutiendo libros, o quizás Historia
Medieval. Recordó su conversación luego de conocerse. ¿Cómo había llegado a
interesarse por Chaucer? ¿Cómo había aprendido a leer inglés antiguo?
—¿Asistirá a la fiesta de los Willoughby el viernes? —preguntó Lady Vance. —
Escuché que habrá fuegos artificiales.
Justus recordó que esa era una de las fiestas a las que asistirían los Mead. Los
fuegos artificiales eran algo diseñado para capturar la atención de la gente.
Distraían. Facilitaban el escabullirse disimuladamente.
Le sonrió genuinamente a Lady Vance.
—Sí, asistiré, aunque lamento decir que llegaré algo tarde —se le ocurrió una
idea. —De hecho, me encuentro con muchas ganas de la ocasión.
Cuando finalmente terminó la cena, Justus se levantó junto a los otros
hombres mientras las damas se retiraban a la sala.
Cuando la Señorita Mead pasó junto a él, dejó caer su servilleta frente a ella.
Ambos se inclinaron a recogerla.
—Búscame en la fiesta de los Willoughby —susurró. —Podemos hablar del
libro que te presté sin que nadie nos moleste mientras todos miran los fuegos
artificiales.
Sus dedos enguantados los rozaron levemente al devolverle la servilleta. Ella
asintió disimuladamente.
—Gracias, Señorita Mead —dijo él en voz alta. —Disculpe mi torpeza.
Bebió la imagen de sus mejillas sonrojadas y se relamió. Era un juego peligroso
el que jugaba. Pero no podía detenerse.
Capítulo 6

Bethany entró al recibidor de los Willoughby, aferrando su bolsito con tanta


fuerza que tenía los nudillos blancos. Lord de Wynter había dicho que estaría allí
esa noche y que discutirían el libro… a solas. No pudo evitar estremecerse al
pensar en estar a solas con él, quizás esperando más que una discusión literaria.
La luz brillaba a través de los cristales de la puerta, iluminando todo de
dorado, recordándole a Bethany como se había imaginado el reino de las hadas de
Gloriana…aunque sabía que se suponía que representaba ese personaje. Aun así,
la épica de Spencer era tan encantadora que no pudo evitar imaginarse una
monarca realmente mágica. Le había ocultado el libro y sus opiniones a su padre.
Oh, no podía esperar a hablar del libro con Lord de Wynter. Él si entendería.
Al caer la noche y la gente a su alrededor empezar a conversar animadamente
sobre los fuegos artificiales, la madre de Bethany se adentró cada vez más en la
multitud, presentándola a cada caballero afluente en la velada.
Ninguno de ellos estaba interesado en pasar más tiempo del necesario con
Bethany, y ella estaba de acuerdo. Solo había un hombre cuya compañía deseaba
esta noche. Lamentablemente no sentía su presencia.
¿Era posible que se hubiese distraído? Había escuchado que él pasaba mucho
tiempo en Medway, jugando cartas y a los dados, además de asistir a veladas más
escandalosas en los hogares de los miembros menos respetados de la nobleza.
¿Por qué rechazaría cosas tan divertidas solo por estar con ella?
Si, probablemente había cambiado de opinión con respecto a asistir. La
mansión de Lord Darkwood estaba cerca y tendría una buena vista de los fuegos
artificiales. Seguro de Wynter
¡Allí está! El corazón de Bethany se aceleró al ver la forma delgada y fuerte de
Lord de Wynter en la multitud, deteniéndose a saludar mientras caminaba
inexorablemente hacia ella. Cada cierto paso le lanzaba una mirada conspiratoria,
como si compartieran un secreto. Un estremecimiento delicioso la recorrió.
Cuando llegó junto a ella, Bethany sacó el libro de su bolso y se lo entregó. Se
estremeció de placer al rozar sus dedos.
—Gracias por prestarme el libro, mi lord.
—El placer fue todo mío —él la acarició con la mirada, una mirada candente
como un lengüetazo de fuego.
Justo entonces, Lady Willoughby anunció que era hora de reunirse en el jardín
principal para los fuegos artificiales. Aquellos enfermos o demasiado ancianos los
verían desde los balcones, donde se habían colocado cómodas poltronas para
ellos.
—Haz lo que yo —susurró de Wynter con una sonrisita maliciosa.
Entonces se empezó a mover por la multitud, excusándose con murmullos
bajos, que hacían que la gente le cediera el paso sin prestarle atención realmente.
Bethany trató de imitarlo lo mejor que pudo, aunque para ella pasar desapercibida
era más fácil, ya que era prácticamente invisible desde su primer baile.
Vio a Rebecca y a sus amigas por el rabillo del ojo, junto a sus respectivos
pretendientes. La habían ignorado desde que les contó sobre su baile con Lord de
Wynter. Al principio Bethany creyó que estarían ocupadas con algo, pero ahora
empezaba a sospechar que no les caía bien.
Pero al seguir a de Wynter, y dirigir una mirada deliciosamente vergonzosa a
su trasero, envuelto en sus ajustados pantalones, Bethany decidió que no le
importaba lo que pensaran de ella.
Mientras todos se dirigían al jardín, de Wynter se dirigió disimuladamente al
jardín de azaleas. Luego de mirar por encima del hombro para asegurarse que no
la seguían, Bethany se deslizó bajo el arco cubierto de hiedra. Se llenó de
anticipación, estremeciéndose.
Él se había sentado en un banquillo de piedra, palmeando la pétrea superficie
junto a él. Bethany se le unió, las rodillas temblándole. Estaba tan oscuro aquí que
realmente estaban envueltos en sombras, haciendo el ambiente más íntimo.
Incluso en la oscuridad, su cabello brillaba como ascuas. Se retorció los dedos en el
regazo, conteniéndose para no acariciar los brillantes mechones.
Para interrumpir el pesado silencio, Bethany inició temblorosamente la
conversación.
—Estoy agradecida de que haya arreglado tiempo para discutir el libro
conmigo, mi lord. Lo terminé ayer.
Los labios de él de pronto se curvaron en una sonrisa que la hizo sonrojarse.
—Por favor, dime Justus.
—Oh, no podría —se sonrojó aún más al oír su nombre. Había algo tan
hermoso y noble en el mismo. —Mi madre se desmayaría al escucharme llamar a
un hombre por su nombre cristiano.
Él asintió, comprendiendo.
—Por lo menos cuando estemos solos entonces.
—Muy bien, Justus —el estómago le dio un vuelco. —Entonces, en esos casos,
puedes llamarme Bethany —las palabras le salieron a trompicones, tan poco
inapropiadas.
—Bien. Ahora que eso está decidido, Bethany —dijo él, —¿qué te pareció el
libro?
—Al principio creí que no me gustaría —admitió ella, estremeciéndose
ligeramente al escuchar esa voz masculina murmurando su nombre. —La
incesante y nada disimulada alabanza a la Reina Isabel se tornó cansona.
Justus arqueó una ceja.
—¿Lo notaste? —gritos impacientes hicieron eco desde el jardín afuera de su
escondite mientras los sirvientes de Lord Willoughby preparaban los fuegos
artificiales.
—¿Y quién pasaría por alto algo tan obvio? ¿Reina Gloriana? —se echó a reír.
—Entiendo que su patrocinio era necesario, pero al menos Shakespeare logró ser
más sutil.
Lord de Wynter asintió.
—También el amor de los plebeyos —se inclinó hacia adelante, tanto que ella
pudo notar el verde brillante de sus ojos. Maldijo disimuladamente la oscuridad,
aunque sabía que los mantenía ocultos. —Pero dijiste que creías que no te
gustaría.
Bethany asintió, rezando porque no pudiera ver su sonrojo en la oscuridad.
—Disfruté bastante la magia y el hecho de que siempre estaba pasando algo. Y
el romance… —se sonrojó aún más, y cambió el tema antes de que la creyera una
niña tonta. —Aunque confieso que me sentí mal por la niña ciega y su madre,
viviendo solas. Entiendo por qué no pudieron ofrecer asilo a Una y sus
compañeros. Incluso me entristeció que el ladrón de iglesias fuese asesinado por
el león. Aunque robar está mal, era su único sustento. ¿Qué? —se interrumpió al
ver que los hombros de Justus se sacudían de risa.
—Esa escena, de hecho todo el libro, es una alegoría. En aquellos días, la
Iglesia Católica era el mayor ladrón de todos. Por supuesto, yo no estaba vivo
entonces, pero mi… —él se interrumpió de pronto con un gesto, pero se recuperó
rápidamente. —He leído mucho sobre esa época.
—¡Claro! —suspiró Bethany, sintiéndose como una tonta. —Luego de que la
hermana de Isabel, María, llevara a cabo la persecución de los Anglicanos, no
sorprende que a los Católicos se les representara como villanos. Debes pensar que
soy una tonta.
—En lo absoluto —Justus cubrió su mano con la suya, imposiblemente cálida
en el frescor del jardín. —Confieso que me agrada discutir una historia con alguien
capaz de leerla como tal, no buscando cada simbolismo y leyendo entre líneas a
cada momento —se inclinó hacia adelante, acariciando la mejilla de Bethany. —
Eres una persona maravillosa, Bethany.
—Igual tú —susurró ella, encantada por su mágica belleza y su voz ronca.
La primera explosión la hizo saltar y ahogar un grito al estallar sobre ellos un
halo rojo de luz. Justus la apretó contra él, y ella se echó a reír al escuchar los
vítores en el jardín.
El corazón se le subió a la garganta al verlo inclinarse sobre ella y rozar sus
labios con los suyos.
Una calidez extraña brotó de su vientre al sentir su casto beso, cada nervio
cantando de placer. Mareada, Bethany se aferró a sus hombros para evitar caer.
Justus la rodeó con sus brazos, apretándola contra su pecho firme, sus labios
acariciándola con embriagante fervor.
Cuando se apartó, Bethany sintió como si le hubieran arrancado algo
fundamental. Otro fuego artificial iluminó el cielo con un estallido y los ojos verdes
de Justus brillaron como ascuas al inclinarse nuevamente sobre ella. Ahogó un
suspiro al sentir una punzada de miedo primordial subirle por la espalda. Pero en
lugar de rozar sus labios, él rozó su cuello.
Ella ahogó un grito al sentir las cosquillas de su aliento y Justus se apartó como
si quemara. Su largo cabello colgaba suelto, oscureciendo su rostro. Sus hombros
temblaban como si tratara de domar algo en su interior.
—Lo siento —susurró roncamente. —Eso fue poco caballeroso de mi parte.
¿Puedes perdonarme?
Cuando alzó sus ojos implorantes a mirarla, ella notó que no brillaban. Seguro
solo habían estado reflejando los fuegos artificiales. Que tonta había sido por
pensar lo contrario.
—Por supuesto que te perdono —susurró ella. —Yo no me he estado
comportando muy bien que digamos, y siempre he querido saber que se siente
besar a alguien —cerró la boca de golpe ante la vergonzosa confesión, pero ya era
demasiado tarde.
—¿Y? —susurró él.
Ella frunció el ceño.
—¿Y qué?
Él sonrió picarescamente.
—¿Qué tal la experiencia?
—Increíble —contestó ella. —Es mucho más de lo que describen las novelas.
La sonrisa de él se hizo más pronunciada.
—Eso me tienta a volverlo a hacer.
Ella se inclinó hacia él, y él se rió por lo bajo.
—No, debo seguir siendo honorable —se levantó del banquillo. —Yo saldré
por acá. Tú sal por donde entramos y mézclate con la multitud. Con algo de suerte
no habrán notado que te marchaste —tomándola de la mano, le rozó los nudillos
con los labios. La sensación de sus labios a través del guante fue un pobre sustituto
al beso anterior. —Volveremos a vernos pronto.
Antes de que ella pudiera contestar, él desapareció entre los arbustos.
Suspirando, Bethany revivió el beso en su mente. No había imaginado que
sería tan potente, tan mágico.
Su lado práctico trató de recordarle que Lord de Wynter era un libertino y que
por lo tanto los besos no significaban nada para alguien como él, pero su lado
fantasioso se negó a escuchar.
¿Acaso él hablaba de intereses literarios con otras mujeres? Lo dudaba.
Porque si tuviera otras amantes literatas, no le habría dirigido la palabra a una
debutante como ella. Aunque el pensar que pudiera tener otras amantes le
retorcía el estómago de celos.
No. Habían compartido algo especial. Estaba segura.
Incluso le había dicho que se verían pronto.
¡Quizás significara que la visitaría en la mañana!
Bethany tuvo que cubrirse la boca para suprimir un suspiro de felicidad.
Aunque hubiera preferido quedarse en el jardín sombrío, regodeándose en el
recuerdo de Justus, su madre seguro la buscaba.
Casi a regañadientes, se levantó del banquillo y abandonó el jardín, pausando
solo para arrancar una rosa como recuerdo.
Los fuegos artificiales continuaban estallando en el cielo, haciendo eco a los
estallidos en su corazón.
Bethany encontró a su madre rápidamente. El horrendo sombrero decorado
con plumas verdes de Lady Wickshire se sacudía mientras hablaba con Lady
Bentley, la madre de un joven heredero a un condado. El chico no había
demostrado ningún interés en Bethany cuando los presentaron, haciéndole ojitos
a Rebecca.
Chico. Bethany sonrió despectivamente ante el apelativo. El heredero era
apenas uno o dos años mayor, pero todos lo demás caballeros parecían chiquillos
comparados con Justus.
—¡Allí estás! —Lady Wickshire interrumpió los pensamientos de Bethany. —
¿Dónde has estado?
—Paseaba entre los invitados, tratando de no parecer invisible —la mentira le
salió con facilidad. —Como me aconsejaste.
Cecily asintió satisfecha.
—Que chica tan obediente. Serás una maravillosa esposa para algún caballero
afortunado —entonces hizo hincapié en ello. —Lady Bentley nos ha invitado a ver
el juego anual de criquet en Newton Hall el próximo sábado. ¿No será espléndido?
—Por supuesto —solo si Justus asiste.
Bethany se esforzó por prestar atención a las habladurías de su madre, pero
su mente se distraía con los recuerdos de cierto libertino pelirrojo. Un libertino
con talento para besar y un impecable gusto en literatura. Que amable había sido
al prestarle un libro. Debería intentar devolverle el favor.
Había leído El Italiano de Ann Radcliffe en el carruaje de camino a Rochester y
le había gustado mucho. Las historias góticas eran casi tan interesantes como los
escritos medievales. A lo mejor a Justus le gustaba. A menos que fuese de esos que
se negaban a leer libros escritos por mujeres. No, esos no se dignarían a discutir
libros con mujeres, mucho menos con una debutante como ella.
Pero Justus era diferente. Se interesaba en sus opiniones literarias.
Mientras la multitud miraba el espectáculo, Bethany buscó a Justus entre
ellos, pero no lo encontró hasta que sus padres decidieron retirarse por la noche.
Disimulando su desdicha al no poder hablar con él antes de marcharse, disfrutó de
la sonrisa secreta que le dirigió.
Durante el resto de la noche y la mañana siguiente, Bethany buscó entre su
colección un libro que prestarle y un vestido bonito que ponerse cuando viniera a
visitarla.
Para cuando las horas de visita de la mañana iniciaron formalmente, Bethany
tuvo que contenerse para no correr a la ventana cada vez que escuchaba un
carruaje.
Unas cuantas matronas vinieron de visita, y algunos caballeros. Uno
demasiado joven para afeitarse, y el otro más anciano que su padre. Incluso su
anciano vecino, Lord Tench, pasó a visitar.
Justus no vino.
Se le hizo un nudo en la garganta. Había estado tan segura de que había algo
especial entre ellos.
Aparentemente se equivocaba. Ese beso había sido solo una distracción para
él.
Acusando un dolor de cabeza, Bethany se excusó a su habitación por el resto
de la velada, jurando rechazar de plano a Lord de Wynter la próxima vez que lo
viera.
Capítulo 7

Justus hizo un gesto de dolor cuando Bethany rehuyó de su mirada. Por dos
noches la había buscado, y ahora que por fin la encontraba, ella lo rechazaba.
Había hecho algo que la había lastimado, pero le tomó un momento darse
cuenta de qué. Las interacciones con debutantes no eran su punto fuerte.
Maldición… casi se tapa la boca con la mano al notar su estupidez. Ella era una
debutante.
De seguro, luego de tener tiempo para meditarlo, lo consideraba poco
caballeroso por besarla de esa manera en el jardín de los Willoughby.
Se frotó el puente de la nariz. Llevársela a cualquier lugar donde estuvieran
solos era impropio. Un error, por muy pequeño que fuera, causaría la ruina de
Bethany. Por supuesto que ahora lo evitaba.
Se sintió sumamente culpable. Necesitaba disculparse y prometer que jamás
haría algo tan tonto otra vez.
Justo cuando dio un paso adelante, una mano lo sujetó por el hombro. Justus
volteó para encontrarse con la mirada penetrante del Lord Vampiro de Rochester.
—¿Qué crees que haces? —preguntó Gavin secamente.
—Yo…eh —Justus se aclaró la garganta, tratando de encontrar una respuesta
satisfactoria.
—No te molestes en prevaricar, o peor, mentirme —El Barón de Darkwood
habló entre dientes, con una sonrisa forzada para disimular su molestia. —Haz
estado rondando a la muchachita de los Mead como un perro en celo.
Justus hizo un gesto de desagrado al escuchar una expresión tan vulgar
dirigida a Bethany.
—No rondo a nadie. A ella le gusta la literatura medieval. Le presté una novela
y la hemos estado discutiendo.
—Asegúrate que discutir sea lo único que hagan —le escupió Gavin. —O
mejor todavía, búscate alguien más adecuado para parlotear de tu pasatiempo.
Aunque he dado incontables discursos a jovenzuelos con poca experiencia sobre
los peligros de relacionarse con jovencitas mortales, jamás creí tener que
recordárselo a mi segundo.
—Sí, mi lord —Justus hizo una reverencia antes de alejarse rápidamente de su
señor.
No era buena idea quedarse cerca de Gavin cuando estaba de mal humor.
Especialmente cuando tenía que morderse la lengua para no protestar tan
humillante regaño. Se preguntó que se le había metido a Gavin para ponerlo de
tan mal humor tan temprano.
Él no era ningún jovenzuelo. Sabía bien que había que ser discreto a la hora de
relacionarse con mortales. Y no estaba cortejando a Bethany, o mostrándole sus
colmillos.
Recordó esa noche en los jardines de los Willoughby, la sensación de su cálido
y suave cuerpo entre sus brazos, el sabor de sus labios, la manera en que había
ahogado un suspiro al rozar su cuello. La tentación de hundir sus colmillos en su
carne para probarla.
Ahogó un gruñido al sentir una punzada de lascivia.
A lo mejor Gavin tenía razón en estar preocupado. Justus no podía negar que
se sentía increíblemente atraído a la jovencita. Pero había más que atracción física
allí.
Aunque Justus podía domar su lujuria, no soportaba la idea de cortar de plano
su amistad. Una que moriría si no hacía lo correcto y se disculpaba por su
comportamiento poco caballeresco la otra noche.
Gavin podía preferir que Bethany mantuviera esa distancia helada de él, pero
Justus no lo toleraba. Con solo dos noches de su ausencia, se sentía desolado. Y el
solo pensar en alejarse más de ella le resultaba intolerable.
Luego de pasearse por un cuarto de hora buscándola, la encontró en la
biblioteca. Sonrió alegremente. Debió buscarla aquí primero.
—Es desafortunado que los Haverly tengan una colección tan pobre —dijo en
voz alta.
Ella ahogó un grito, volteándose tan de prisa que sus faldas giraron, dejándole
ver un vistazo de sus bonitos tobillos, envueltos en unas primorosas medias color
crema.
—Lord de Wynter —lo saludo ella con frialdad. Pero el sonrojo en sus mejillas
era real.
Él se inclinó profundamente.
—Quiero disculparme por mi mal comportamiento la noche del festejo en
casa de Willoughby.
Ella frunció ligeramente el ceño.
—¿Y de qué acciones habla?
—Jamás debí quedarme a solas contigo. Eres una doncella —Justus trató de
no pensar demasiado en lo que implicaban esas palabras. —Y ciertamente jamás
debí besarte. Estuvo muy mal de mi parte poner tu reputación en riesgo.
Algo parecido al dolor cruzó su mirada antes de que sus labios se curvaran en
una sonrisa torcida.
—Estás disculpándote por quedarte a solas conmigo el otro día cuando ahora
también lo estás.
La presión en el pecho de él se alivió ligeramente al escuchar el divertimento
en su voz. Sonrió encantadoramente.
—Bueno, no puedo disculparme por esto frente a una chaperona, ¿no?
Esta vez, ella sonrió sinceramente.
—Buen punto, mi lord.
—Justus —imploró él.
Bethany arqueó una ceja.
—¿Hablas de propiedad y me pides que me dirija a ti de esa manera tan
íntima?
Porque me encanta escucharte decir mi nombre, deseaba decir él, pero
ciertamente no sería apropiado. Solo la verdadera contrición arreglaría las cosas
entre ellos.
—Lo siento —él se inclinó tan profundamente que sus largos mechones rojos
casi rozan la alfombra persa bajo sus pies. —¿Disculpas mi indiscreción? Me
gustaría que conserváramos nuestra amistad.
Bethany suspiró.
—Por supuesto que te disculpo. No estaba molesta por eso, ya que confieso
que lo disfruté. Sé que no debería, pero así es.
Una mano invisible le apretó el pecho. Santo Dios, ¿por qué tenía que decir
eso?
—¿Entonces qué estaba mal?
Ella se sonrojó, jugueteando con la manga de su vestido verde.
—Fue solo una tonta fantasía. Nada por qué preocuparse.
—Bethany —susurró él suavemente, acercándosele. Le acarició la mejilla con
una mano enguantada. —Los amigos son honestos entre ellos.
Por un momento ella le permitió tocarla, antes de retirarse hacia la estantería.
—Olvidaba que eres un libertino —susurró, sonrojándose aún más.
—¿Disculpa? —ciertamente él se había encargado de hacerse con esa
reputación, pero el escucharla referirse así de él le molestó un poco.
—Por lo que entiendo, algo tan afectuoso como un, ah, beso indicaría que un
caballero —hizo hincapié en esa palabra, —tendría interés en visitar a la señorita
al día siguiente —sacudió la cabeza, como para tranquilizarlo. —No me refiero a
una propuesta. Solo me han enseñado que un beso significa que quiere conocerse
más a una persona.
Justus ahogó un suspiro al entender de pronto. Ella había creído que él la
cortejaría. Lástima que su confesión le hiciera caer en cuenta de algo aterrador: la
idea de cortejarla lo atraía. Por primera vez en casi dos siglos, deseaba ser un
hombre mortal para poder pasear con ella en la mañana, disfrutar de una
merienda en el parque y ver el sol brillar en sus cabellos dorados.
Ese deseo, unido a la trémula esperanza en los ojos azules de Bethany le hizo
olvidar toda la cautela por primera vez en su existencia vampírica.
—Bethany —susurró. —Créeme cuando te digo que si me fuese posible
visitarte de día, no lo dudaría ni un momento. Me encantaría pasear contigo en la
mañana y hablar de novelas hasta bien entrada la tarde. Pero no puedo.
—¿Por qué no? —preguntó ella, la decepción y confusión clara en su rostro.
—No puedo contestar eso. Ya he dicho demasiado —demasiado. Gavin lo
mataría si se enteraba que le había confesado a una mortal que no podía salir de
día. Pero su idiota boca continuó funcionando. —Trataré de verte lo más posible
durante la tarde.
Bethany abrió la boca para contestar, pero Justus escuchó pisadas
acercándose. Se escondió en la esquina más sombría y alejada de la habitación,
para que no la sorprendieran en compañía de un hombre sin chaperón.
—¡Bethany! —exclamó la aguda voz de Lady Wickshire. —Debí saber que te
encontraría aquí. ¿Por qué insistes en hundir la nariz en tomos empolvados
cuando hay caballeros elegibles que atrapar? Sabes que tu padre desaprueba tu
obsesión.
Justus ahogó un gruñido, aunque no supo qué le molestaba más: la forma
derogatoria en que Lady Wickshire hablaba de los libros, o la insinuación de que
Bethany no era más que una carnada para atraer hombres con altos títulos. Lo
segundo era tan ilógico como siempre lo había sido con respecto a las mujeres de
la nobleza, y a él rápidamente empezaba a molestarle la costumbre.
—Mis disculpas, Madre —el tono desanimado de Bethany le hizo querer
tomarla en brazos y protegerla. —Me sentí algo acalorada y creí que lo mejor sería
permanecer fuera de vista mientras se me pasaba, para no desagradar a los
caballeros. Además —agregó con ligero divertimento, —esta es una colección muy
pobre, aunque no me atrevería a confesárselo a los Haverly.
—Oh, querida —Lady Mead sonó arrepentida inmediatamente. —Pensaste
rápido, después de todo —Justus se asomó para ver como la madre de Bethany
posaba una mano enguantada en su mejilla. —Estás sonrojada. Espero no estés
enfermando. Pero tuviste un dolor de cabeza ayer en la tarde y… —Lady Mead se
retorció las manos enguantadas. —A lo mejor deberíamos marcharnos temprano y
llamar al doctor. Tu padre se preocupa mucho por tu salud últimamente.
—¡No! —exclamó Bethany. —Quiero decir, me siento mucho mejor. No me
duele la cabeza. Solo me cansé paseando por la reunión.
Justus alzó una ceja. No olía ninguna enfermedad en Bethany. ¿Había fingido
su malestar para no verlo anoche, o la había hecho molestar demasiado al no
visitarla? Se sintió arrepentido. No quería causarle dolor.
La voz de Lady Wickshire le hizo volver a esconderse.
—Muy bien, regresemos a la reunión. El heredero de Lord Willoughby parecía
estar muy solo la última vez que lo vi.
Al alejarse sus pisadas, Justus apretó los colmillos. El chico Willoughby podía
irse a freír espárragos. No había restaurado la confianza de Bethany para que
pudiera desperdiciarla hablando del clima con niñatos tontos y ancianos lascivos.
Retirándose de la biblioteca, empezó a trazar un plan para poder pasar más
tiempo con ella sin atraer la atención de la sociedad, o de su Lord Vampiro.

***

Las siguientes doce noches fueron una yuxtaposición de euforia y


desesperación para Justus. Veía a Bethany tanto como podía, pero entre su
descanso matutino, sus deberes como segundo del Lord Vampiro y por supuesto,
el evitar el escrutinio de la sociedad y de los vampiros de Rochester, el tiempo que
podía pasar con ella era escaso.
Pero eso lo hacía atesorar cada momento todavía más, participando en las
contradanzas y cuadrillas para poder bailar con ella antes de pasarla al siguiente
caballero. Quería bailar el vals con ella, pero eso llamaría demasiada atención. Ya
habían recibido varios gestos sorpresivos al sumirse muy profundamente en
discusiones literarias, a menos que estuvieran con otros. Pero obviamente ninguno
deseaba otro inmiscuido en sus conversaciones. Lord y Lady Wickshire lo
fulminaban abiertamente con la mirada últimamente.
Aun así, los libros que compartían aliviaban la soledad de Justus. Cada
mañana, antes de retirarse a descansar, Justus encendía una vela para leer el
siguiente volumen recomendado por Bethany. Su aroma estaba en cada página,
muchas veces distrayéndolo de la historia. Se preguntó si ella podría percibir el
suyo en los libros que él le prestaba. Seguramente no, ya que era humana.
No por primera vez se preguntó qué clase de vampiresa sería Bethany. Era
ciertamente lo suficientemente valiente e inteligente para poder mezclarse en la
Sociedad sin ser detectada, y su belleza sería una buena herramienta para cazar.
Pero, ¿le agradaría la idea de beber sangre y no poder sentir la luz del sol por el
resto de su existencia?
No había manera de saberlo sin romper una de las reglas cardinales de su
especie: jamás revelarse a un mortal, a menos que estuviese a punto de ser
Transformado. El dilema era suficiente para querer hacerlo gritar. Deseaba
explicarle por qué no podía visitarla de día o cortejarla, y por qué tenían que ser
tan discretos en sus interacciones. La tristeza en su mirada cuando le dijo que no
podría verla ciertas veladas lo atravesó, pues no podía contarle de sus deberes.
Y por supuesto, había otros asuntos molestos. Al observar a otros hombres
dirigirle a Bethany miradas lascivas, Justus deseaba poder arrancarles la garganta y
anunciarle al mundo que ella le pertenecía. Casi tan desagradable le era la idea de
otros vampiros de Rochester alimentándose de ella. Cierto que solo él, Gavin y
Benson, el tercero de Gavin, eran los únicos vampiros que se mezclaban con la
Sociedad, pero todos se alimentaban regularmente de los nobles y burgueses.
Justus apretó los dientes frustrado. Le enfermaba imaginar a Gavin hundiendo sus
colmillos en el cuello de Bethany, pero ¿quién era él para decirle a su Lord de
quién debía alimentarse?
Si tan solo pudiera Marcarla. Eso evitaría que otro vampiro la tocara. Pero si lo
hacía, alertaría a Gavin del hecho de que lo había desobedecido.
La furia de Justus estalló una noche que fue arrancado de improvisto de una
de sus discusiones literarias para perseguir a un bribón que estaba invadiendo el
territorio. Enfurecido, perdió el control y terminó matando al bribón, empalándolo
con la rama de un árbol. Normalmente Gavin prefería que se los trajeran vivos
para juzgarlos, pero el bastardo lo había hecho enfadar aún más luchando.
El Lord de Rochester estaría molesto, pero Justus tenía la esperanza de poder
hacerlo pasar por defensa propia. Aun así se avergonzó por su falta de control, y
esperaba que el bribón fuese un malvado, en lugar de un tonto exiliado por algún
error común.
Cuando Justus regresó a la fiesta, estaba tan desarreglado que Bethany se
preocupó. Esperaba que no creyera que se había estado relacionando con otra
mujer. Algo en su expresión debió tranquilizarla, porque lo llevó al observatorio
con una sonrisa pícara.
—Creí que sería adecuado devolverte el favor y prestarte un libro —dijo
tímidamente, sacando un libro de su bolso.
Justus no pudo contenerse.
Apretó su pequeño cuerpo contra el suyo mientras reclamaba sus labios en un
apasionado beso que lo calentó hasta la punta de los pies. Ella le devolvió el beso
con igual pasión, sus suaves labios explorándolo con inocente sorpresa. Cuando
apretó su suave vientre contra él, él recobró el sentido.
La soltó rápidamente, antes de que los espiaran.
—Me disculpo nuevamente. No deberíamos hacer esto.
—¿Por qué no? —susurró ella, sus deliciosos pechos estremeciéndose bajo su
vestido de seda azul.
—Porque… —él suspiró. Ella tenía un buen punto. Si no fuera un vampiro, no
habría nada de malo en que él la cortejara, la besara y se la llevara a la cama luego
de hacerla su esposa. —No es apropiado —explicó malamente. —Regresemos a la
fiesta antes de que algún chismoso nos vea.
Ella pareció estar por protestar, pero asintió. El resto de la velada, Justus no
pudo hablar con ella, ya que la madre de Bethany insistió en pasearla frente a
todos los caballeros solteros entre quince y ochenta años. Todos menos Justus, ya
que Lady Wickshire obviamente lo detestaba.
Al mirarla bailar el vals con un Adonis de cabellos dorados, la sangre le hirvió
de envidia.
Fue entonces que cayó en cuenta de que amaba a Bethany Mead, y que no
permitiría que la entregaran a otro hombre.
Desafortunadamente, eso significaba que tendría que revelarle la verdad
sobre lo que era y lo que significaba ser cortejada por él. Y también tendría que
explicárselo todo a Gavin.
Pero primero hablaría con Bethany, ya que ella merecía saber la verdad antes
que nadie.
Capítulo 8

Bethany buscó a Justus en el salón de baile de los Tennyson. Había pasado un


día horrible, entreteniendo a su vecino, Lord Tench. Había asistido al té de la tarde,
y entonces le había pedido a Bethany que le acompañara al jardín, caminando
lentamente con su bastón. El viejo era mayor que incluso su abuelo, con manos
manchadas que lograban rozarle los senos cada vez que se apoyaba contra ella con
la excusa de haber tropezado.
Ahora necesitaba que Justus la animara y la hiciera olvidar el mal día. Le había
dicho que casi terminaba El Cantar de Roldan y ella estaba ansiosa de escuchar
que pensaba sobre el poema épico, casi tanto como el baile que le había
prometido.
Su madre se inclinó para susurrarle consejos sobre cómo asegurar un baile con
el heredero de los Willoughby y cómo conversar con Sir Hubert Huxtable durante
la cena. Bethany suspiró. El desespero de su madre por encontrarle pareja se había
acelerado últimamente. Ella no sabía exactamente por qué. Se suponía que haría
su debut oficial en primavera. Había tiempo suficiente para asegurar un buen
matrimonio.
Aunque si Justus se lo proponía, aceptaría con gusto. Eso no solo acabaría con
la terrible costumbre de Madre de lanzarla a los pies de cada soltero disponible,
sino que le aseguraría a Bethany un futuro con alguien a quién apreciaba.
Más que eso. Bethany tenía que resignarse al hecho de que estaba enamorada
completamente de Justus. El beso de anoche había atormentado sus sueños más
que el primero.
¿Por qué su madre no la había empujado hacia Justus? De seguro el Vizconde
de Wynter era un buen partido. Tenía un título, tierras y claramente una renta que
le permitía tener ropas finas. A menos que las hubiera comprado a crédito, le
recordó su buen sentido. Pero aunque estuviera hasta la coronilla de deudas,
Bethany lo amaría igual. Ciertamente sus padres no tendrían por qué objetar a su
petición.
¿Pero tendría interés en casarse con ella? Le había dicho que no podía visitarla
de día, pero la manera en que la buscaba cada noche parecía un cortejo. Sin
mencionar los besos que le había robado y la manera en que la sostenía al bailar.
Pero no había dicho ni una palabra sobre matrimonio.
Antes de que pudiera preguntarse algo más, Bethany notó a Justus del otro
lado del salón. Los ojos de él brillaron al verla, y le dirigió una sonrisa maravillosa.
Murmurando una excusa a su madre, se deslizó por el salón, tratando de no
hacer obvio que se dirigía hacia él. No por primera vez se preguntó por qué Justus
insistía en mantener su amistad en secreto. ¿Acaso él, al ser un libertino, se
avergonzaba de tener una amiga debutante? ¿O sería porque no tenía intención
alguna de casarse con ella y no quería que la gente especulara?
Una vez llegó a su lado, fingiendo interés en la charla de Mr. Fenton sobre
cricket, lo miró de soslayo, y la felicidad en sus ojos la hizo alegrarse de ser su
amiga, a pesar de todo.
Otro caballero escuchó la opinión de Mr. Fenton sobre cierto jugador, y se
enzarzaron en un ardiente debate, dejando libre a Bethany.
Justus se inclinó, como si solo ahora notara su presencia.
—Señorita Mead, sois una visión esta noche. ¿Me concedería el honor de
bailar el vals conmigo?
Bethany se quedó sin aliento. Él jamás bailaba el vals con ella, excepto la
noche que se conocieron. Tal baile implicaba romance. Justus arqueó una ceja
ante su silencio y ella se inclinó.
—Sería un enorme placer.
Él se le acercó, tomando su mano enguantada en la suya. Ella parpadeó.
Aparte de cuando bailaban, él nunca la tocaba en público. ¿Acaso habría cambiado
de opinión con respecto a cortejarla?
—Contaré los minutos —murmuró él antes de apretar los labios contra sus
nudillos.
Los músicos tocaron la primera nota, indicando el inicio de la cuadrilla y
Bethany lo abandonó a regañadientes cuando el caballero a quién había
prometido el primer baile vino a buscarla. Se encontró contando los minutos hasta
el vals, suspirando decepcionada cuando él no se unió a la cuadrilla.
Cuando el baile acabó, ella ahogó un gruñido de desespero al ser escoltada de
vuelta con su madre.
Lady Wickshire le dirigió una mirada severa.
—Te vi hablando con Lord de Wynter otra vez. No lo apruebo.
—¿Por qué no? —preguntó Bethany. —Es soltero y Vizconde.
Cecily arrugó la nariz.
—Y un notorio libertino. Si escucharas la mitad de los rumores, te
desmayarías.
—Ya le prometí un vals —dijo Bethany. —No me lo había pedido antes. A lo
mejor sus intenciones son honorables.
Su madre hizo un gesto de desagrado.
—Lord Tench iba a pedirte el vals.
Bethany resopló.
—Apenas puede caminar, ¿cómo pretende bailar? —antes de que Lady Mead
pudiera embarcarse en un discurso, se inventó una excusa. —Debo ir al
descansillo.
Pasó la siguiente hora escondiéndose de su madre hasta que llegó la hora del
vals. Justus la encontró al momento que empezaron las primeras notas, y cuando
la tomó entre sus brazos, todo el mundo desapareció.
Giraron al ritmo de la música como si fueran uno. El corazón de Bethany se
aceleró al sentir la firmeza de su hombro bajo su mano y el sólido calor de su mano
contra su cintura. Sus rostros estaban tan cerca que ella podía ver las ligeras pecas
en sus mejillas. Sus profundos ojos verdes se quedaron clavados en los suyos,
como comunicándose con ella en un lenguaje nuevo y mágico.
Cuando se inclinó y uno de sus mechones de cabello rojo rozó su mejilla,
Bethany ahogó un grito, pensando que la besaría frente a todos.
Pero Justus solo susurró.
—¿Puedes escapar de tu habitación esta noche sin ser notada?
Un estremecimiento de miedo y emoción le recorrió la espalda, junto a una
punzada de decepción.
—¿Sugieres una cita? —quizás fuese el libertino que todos decían.
—No, jamás te deshonraría de esa manera —le rozó la espalda
consoladoramente. —Pero debo hablar contigo en privado de un asunto de suma
importancia.
La intensidad de su mirada hizo que el corazón se le subiera a la garganta.
Parecía asustado, pero emocionado al mismo tiempo, como si estuviera a punto
de deshacerse de una enorme carga. Bethany decidió confiar en él. O quizás no
encontraba la promesa de una cita tan desagradable. Si sus besos eran tan
potentes, ¿cómo sería algo más?
Poniéndose de puntillas, susurró.
—Hay un árbol junto a mi ventana. Puedo bajar por el. Solía hacerlo de niña.
Él asintió.
—Encuéntrame en tu huerta a medianoche.
La música se detuvo y él se inclinó antes de marcharse de la pista de baile con
aire indiferente. A Bethany le costó respirar de pronto. ¿De verdad había acordado
encontrarse con Justus esta noche? Todas las novelas góticas que había leído
implicaban que algo así era tonto. ¿Y si él planeaba secuestrarla?
Sacudió la cabeza. No, Justus era su amigo. Jamás la lastimaría.
A pesar de esa firme verdad, su mente seguía buscando razones para un
encuentro tan secreto. ¿Acaso él había contraído una enfermedad fatal e iba a
confiarle la terrible noticia? Cielos, esperaba que no.
Otro pensamiento le hizo temblar las rodillas. ¿Y si deseaba escaparse con
ella?
Aunque la noción era increíblemente romántica, no entendía por qué
simplemente no la cortejaba y le pedía su mano a su padre, como cualquier otro
caballero.
Una sonrisa humorosa le curvó los labios. Justus de Wynter no era como
ningún otro caballero. Su cabello era rojo como las hojas de otoño, era más
literato que cualquiera que hubiese conocido, no salía de día y ninguno de sus
conocidos había estado jamás dentro de su mansión cerca del río. Además de eso,
tenía un aura de misterio y poder que le alimentaba la imaginación.
Al llegar a la mesa del ponche, lo buscó con la mirada, esperando adivinar sus
intenciones, pero no lo encontró. A regañadientes, se unió a un grupo de
invisibles, conversando educadamente hasta que Lord Tench vino a buscarla.
Luego de soportar sus manos errantes y sus excusas para aferrarse a ella,
Bethany buscó a su madre para suplicarle que se marcharan, acusando cansancio.
—Oh, pero ni siquiera son las diez —protestó Lady Wickshire.
—Lo sé, pero no dormí bien anoche y no deseo tener sombras en los ojos —
Bethany apeló a la obsesión de su madre con su apariencia. Si podía llegar a la casa
a las once, tendría suficiente tiempo para bañarse y cambiarse de ropa antes de ir
al encuentro de Justus.
El rostro de Lady Mead se suavizó.
—Bien, haré que tu padre llame al carruaje.
Bethany disimuló una sonrisa tras su abanico al ver el alivio en el rostro de su
padre cuando su madre le pidió marcharse. Se había fatigado progresivamente del
tornado social en que se habían metido para encontrarle un buen marido a
Bethany. Lord Wickshire estaba mucho más cómodo en su biblioteca, hundido en
una butaca con un libro en las manos. Si no fuera por sus preferencias distintas,
Bethany y su padre habrían sido cómplices. Pero su padre detestaba las novelas y
poemas. Prefería biografías y narraciones de batallas, que aburrían terriblemente a
Bethany. Pero, de no haber sido porque él solía sentarla en su regazo para leer
dichas batallas, Bethany jamás habría aprendido a leer inglés antiguo y no habría
podido enamorarse de Chaucer. Era una lástima que su padre desdeñara su amor
por las novelas. Se preguntó que le habría pasado que lo había hecho tan
aprehensivo de la ficción. A veces se comportaba como si temiera que no pudiera
distinguir la realidad de la ficción.
Luego de subirse al carruaje, Bethany le imploró a los caballos en silencio que
se apresuraran, mientras rezaba porque no se quebraran una pata o se rompiera
una rueda, ya que los atrasaría enormemente. Entonces, luego de llegar a casa, se
inventó una historia sobre otra joven debutante que le había informado de las
bondades de bañarse con agua de violetas para persuadir a su madre que le
ordenara un baño a pesar de lo tarde que era. No había manera que Bethany
asistiera a su reunión con Justus con la terrible peste de colonia fermentada de
Lord Tench.
Tomándose su tiempo para lavarse el cabello y estregarse la piel, Bethany
suspiró aliviada cuando su madre vino a desearle las buenas noches, y ya podía oír
a su padre roncando en la habitación de al lado. Madre siempre se acostaba
minutos después de su padre, por lo que tendría tiempo de cambiarse de ropa e
irse a su cita.
Apenas su madre cerró la puerta de su habitación, Bethany se fue de puntillas
al armario, buscando algo bonito pero práctico para trepar por un árbol. Se decidió
por un bonito conjunto de montar, con pantalones en lugar de falda, y sus mejores
botas de montar.
Mirando de reojo el reloj en su cómoda, se cepilló cuidadosamente el cabello,
arreglándoselo en una trenza para que no se le enredara en las ramas. Entonces se
retocó el rostro con algo de polvo y un rouge que su madre le había regalado la
navidad pasada. El corazón se le estremeció como un colibrí al sacar su collar de la
suerte de su joyero.
Sin importar lo que Justus tenía que decirle, ella quería dejarle claro que se
había hecho un lugar permanente en su corazón. Luego de sacar su collar favorito,
con un pequeño reloj de oro que había pertenecido a su tátara abuela, Bethany
notó otra joya.
Justo antes de partir a la casa de campo, la madre de Bethany había
comisionado una miniatura de ella y la había hecho montar en un relicario. Se
suponía sería un regalo para su prometido.
Un regalo… Bethany sopesó la palabra en su mente antes de sacar el relicario
del joyero. Cada parte de su corazón, mente y alma sabía que solo sentiría afecto
por Justus. Lo correcto era que él lo tuviera. Recordando otra costumbre
romántica, sacó un par de pequeñas tijeras de la gaveta. Se cortó un mechón de
cabello de la punta de la trenza y lo guardó en el relicario antes de guardárselo en
el bolsillo.
Con eso listo, Bethany respiró profundo antes de abrir cuidadosamente la
ventana. La rama a la que solía saltar le pareció que estaba más lejos que antes.
Sacudió la cabeza. Era tonto. La rama debía estar más cerca, ya que el árbol había
crecido con los años. Y así era, ya que al estirar la pierna hacia ella, manteniendo
un fuerte agarre del alféizar de la ventana, la tocó. El próximo paso era más
complicado, ya que tenía que aferrarse con fuerza a otra rama antes de iniciar el
descenso. Con sus recuerdos de infancia guiándola, encontró fácilmente la
siguiente rama y se inclinó reflexivamente a cerrar la ventana.
Bethany bajó lentamente por el árbol, solo soltando el suspiro que contenía al
llegar a salvo al suelo. Al revisar su pequeño reloj, el corazón le dio un vuelco al ver
que faltaba apenas un cuarto para medianoche. Miró a su alrededor para
asegurarse que no quedaba nadie despierto y echó a correr de una manera poco
elegante, solo calmando el paso al acercarse al huerto.
Incluso mientras caminaba, mantuvo un paso apresurado mientras se
arreglaba el cabello. A pesar de sus esfuerzos, estaba segura que se vería
desarreglada al llegar con Justus.
Pero apenas notó la figura masculina apoyada contra un cerezo, Bethany
olvidó todo con respecto a su apariencia mientras su corazón amenazaba con
salírsele del pecho. No podía creer que estaba haciendo esto, encontrándose con
un hombre a solas en medio de la noche.
—Creí que no vendrías —su voz profunda retumbó en la oscuridad.
—Dijiste que era importante —ella se frotó los brazos, estremeciéndose.
—Acércate —su tono era urgente y autoritario, muy distinto a lo que ella
estaba acostumbrada.
Un escalofrío le recorrió la espalda mientras se aproximaba a él con pasos
temblorosos, incluso cuando una urgencia primigenia le suplicaba que huyera. Una
brisa fría hizo susurrar las hojas sobre ellos.
Bethany apartó sus temores. Justus era su amigo.
Como reafirmando ese hecho, él le tomó la mano.
—Antes de decirte por qué te pedí que vinieras, quiero que confíes en que
jamás te haría daño.
—Lo sé —aunque que él tuviera que hacer una afirmación así la llenó de
temor.
—Lo siguiente que quiero decir es que te amo, Bethany Mead —su nombre
sonó dulce en sus labios. —En toda mi larga vida, jamás había conocido una mujer
tan hermosa, inteligente, valiente y dulce como tú. Haz conmovido mi corazón
cuando creí que se había vuelto piedra.
—Yo también te amo, Justus —el corazón de Bethany se aceleró al poder
finalmente decirlo en voz alta. Pero entonces algo llamó su atención. —¿Qué
quieres decir con “tu larga vida”? ¿Cuántos años tienes?
—Más de los que parece —él se rió disimuladamente.
Entonces su mirada se tornó tierna y le rozó la mejilla con los nudillos. Ella se
sonrojó al notar que no llevaba guantes. Él la estudió solemnemente.
—¿Me amas de verdad? ¿Lo suficiente para guardar un secreto crucial si te lo
revelo?
Ella asintió, acercándose más a él.
—Si.
—Desearía poder cortejarte apropiadamente. Quiero que seas mi esposa y
pasar el resto de nuestras noches juntos. Pero eso puede que sea imposible, si te
llega a repugnar mi secreto —increíblemente, él se estremeció, mirando sus botas
con un gesto desganado.
Bethany frunció el ceño, la felicidad de oírlo decir lo que había querido
escuchar desde ese primer baile chocando con la agonía que percibía en su voz.
—No creo que nada de ti me parezca repugnante.
—No estés tan segura —él frunció el ceño, apretando los labios. —¿Crees en
seres míticos?
La pregunta le resultó tan extraña que se echó a reír.
—¿Cómo las hadas? ¿Eres un príncipe de las hadas, como Oberón?
Justus sacudió la cabeza solemnemente.
—No. Soy un vampiro.
Entonces abrió la boca para revelar sus colmillos refulgentes a la luz de la luna.
Capítulo 9

Bethany se quedó sin aliento. Era lo último que esperaba que dijera.
—¿Qué? —preguntó tontamente, a pesar de tener la evidencia afilada frente
a sí.
—Dije que soy un vampiro —Justus repitió sus palabras, dando un paso atrás,
con los brazos abiertos como para demostrar que no la atacaría. —No te
preocupes. No soy un cadáver viviente como dicen las leyendas. Pero si debo
consumir sangre, y no puedo salir a la luz del sol, ya que me volvería cenizas.
—Es por eso que no puedes visitarme de día —susurró ella, preguntándose si
quizás debería correr. Una sensación maravillada se mezcló con su terror. Jamás se
había imaginado que algo como los vampiros podía ser real.
—Si —Justus ladeó la cabeza, sus ojos verdes buscando su mirada. —¿Tienes
miedo?
El profundo dolor en sus ojos le hizo dar un vuelco al corazón.
—Solo un poco. Es más que todo sorpresa. No es lo que esperaba. ¿Me hiciste
venir para beber mi sangre?
—¡No! —su voz resonó con vehemencia y verdad. —Te pedí que vinieras para
poder declararme, pero para poder hacerlo tenía que confesarte la verdad de lo
que soy.
—Entiendo —su promesa de no hacerle daño la envalentonó para dar un par
de pasos hacia él. —¿No es peligroso que me digas?
—Si. Se nos prohíbe revelarnos ante los mortales —Justus la miró fijamente
antes de continuar. —A menos que les ofrezcamos Transformarlos.
El significado de sus palabras la golpeó como un martillo.
—¿Quieres volverme un vampiro?
Él asintió.
—Para poder casarnos, tiene que ser así.
Eso tenía sentido, pero…
—¿Y si no deseo ser un vampiro? —¿Y qué significaría para ella aceptar?
Él hizo un gesto de dolor.
—Entonces tendría que borrarte la memoria, y jamás volver a hablarte, tanto
por tu seguridad como la mía.
—¿No me volverías a ver? —un dolor agudo le traspasó el pecho. —¿Aunque
me amas?
—Porque te amo —dijo él con firmeza, sus palabras un bálsamo para su
corazón. —Jamás te pondría en peligro.
—Y yo te amo —era cierto, a pesar de las circunstancias.
Él la miró sorprendido.
—¿A pesar de lo que soy?
La vulnerabilidad en su voz la conmovió. Fue entonces que se dio cuenta que
era capaz de atravesar un incendio para estar con él.
—Si —lentamente se acercó más a él, hasta que solo estuvo a milímetros de
su cuerpo. —Siempre has sido amable conmigo, y aún creo que no me harías daño.
Con increíble gentileza, él la tomó del hombro.
—Eres un milagro, Bethany Mead.
Recordando las circunstancias que acechaban su amor, Bethany buscó su
mirada.
—La gente de la que te alimentas, ¿muere?
—Nunca —respondió él fervientemente. —Eso también está prohibido. Solo
tomamos una pinta de una o dos personas todas las noches.
Eso la tranquilizó más que nada. No sabía si soportaría que él fuera un asesino,
mucho menos tener que matar con sus propias manos. Aunque el pensar en beber
sangre la ponía incómoda.
—Y el sol te quema. ¿De qué otras cosas me vería privada?
—Comida, aunque podemos comer unos bocados. Más de eso, nos enferma.
Lo mismo con la bebida, excepto agua —la miró fijamente antes de continuar. —Y
no podemos tener hijos.
¿No tener hijos? Para ser sincera, Bethany no había pensado en hijos. Había
asumido que los tendría, pero lo pensaba como algo inevitable en lugar de algo
que anticipaba. Así que quizás no los quisiera. Pero el no tener la opción la
molestaba ligeramente.
—¿Hay cosas positivas sobre ser un vampiro? —preguntó. Aunque el estar con
él era lo que más deseaba en el mundo, de seguro ser como él no era todo
incomodidad.
Él asintió.
—No envejecemos, y no enfermamos. Podemos movernos tan rápido como
libélulas y tenemos la fuerza de diez hombres. También sanamos rápido, así que
muy pocas cosas pueden matarnos.
Eso sonaba bien. Ser joven y sano por siempre… Frunció el ceño.
—Dijiste que eras más viejo de lo que parecías. ¿Cuántos años tienes?
—Casi doscientos —él la miró nervioso al mencionar la cifra.
Ella lo miró sorprendida. Y había pensado que Lord Tench era una antigüedad.
Eso significaba que Justus había estado vivo para presenciar la Revolución
Francesa y la Americana, la Guerra de Siete Años e incluso los Juicios de las Brujas
de Salem en el siglo XVII. Y si ella viviera tanto…
—Mis padres envejecerían y morirían antes que yo.
Era una noción extraña, casi tanto como no volverlos a ver. Aunque no le dolió
tanto como temía.
Él asintió.
—Esa es una de las cosas más dolorosas de nuestra existencia. Muchos
rehúsan la inmortalidad por eso.
—Pero luego de casarme, no los vería con frecuencia de todas maneras —su
madre no había visto a sus padres desde el nacimiento de Bethany. Así que quizás
no la afectaría demasiado. Después de todo, eran ellos los que intentaban
deshacerse de ella. Pero había tanto que quería saber. —¿Cómo me
transformarías en vampiro?
Él le dirigió una mirada tentativa antes de responder.
—Bebería casi toda tu sangre y entonces te daría a beber la mía.
Bethany arqueó una ceja, tratando de disimular el asco que sentía. No parecía
tan mágico.
—Si es tan simple, ¿por qué el mundo no está lleno de vampiros?
Él sonrió, como si aprobara la pregunta. Era la misma sonrisa que le dirigía al
escuchar sus opiniones literatas.
—Porque a un vampiro le toma alrededor de un siglo reunir la fuerza
necesaria para realizar una Transformación.
—¿A cuántos has Transformado? —ella pronunció cuidadosamente la palabra,
tratando de disimular su preocupación de que él se hubiera enamorado antes y
tuviera una posible competidora por su afecto.
—A nadie —puso tanto énfasis en la respuesta que no pudo sino ser la verdad.
La ternura floreció en su corazón como una rosa de verano. Luego de casi
doscientos años, Justus la había elegido a ella para pasar el resto de su larga vida.
Respirando profundo, tomó una decisión.
—¿Me Transformarás antes o después de casarnos?
—Después. Primero necesito obtener el permiso del Lord Vampiro de
Rochester para Transformarte. Entonces hablaría con tus padres para procurar una
licencia especial y que nos permitan una ceremonia nocturna —Justus se inclinó
sobre ella, sus rostros a milímetros de distancia. —¿Estás diciendo que estás
dispuesta a Transformarte y ser mi esposa?
Muchas de las novelas que había leído incluían una dura prueba para que los
protagonistas probaran su amor. Bethany no podía pensar en una más fuerte que
transformarse en una criatura mitológica. Aunque luego de que Justus explicara lo
que significaba ser un vampiro, no sonaban tan monstruosos. Aparte del hecho de
beber sangre. Y extrañaría el sol.
—Sí —susurró. —Solo pido dos cosas.
—Lo que quieras —prometió él.
—Primero, vuelve a besarme —ella le echó los brazos al cuello. —Y luego
quiero que me muerdas, a ver que se siente.
Él frunció el ceño, pero sus ojos brillaron de un verde fosforescente. Como lo
habían hecho esa noche en el jardín de los Willoughby cuando la besó. Así que no
había sido un reflejo de los fuegos artificiales. ¿Acaso brillaban así cuando tenía
hambre? Parte de ella quería apartarse, porque se veía mortífero, pero tan
hermoso a la vez. Tenía que saberlo, experimental esta parte integral de su
existencia, sentir su mordida.
Bethany alzó el mentón, implorándole en silencio que la besara. A él se le
escapó un gruñido bajo al besarla, sus labios suaves. Una calidez se apoderó de su
vientre al saborearlo y sentir sus fuertes brazos apretándola contra él. Le
temblaron las rodillas al regresarle el beso, deseando más de la sensual conexión.
Cuando apartó su boca de la de ella, Bethany soltó un quejido, y ahogó un
suspiro al sentirlo besarle la mejilla y el cuello. ¡Iba a hacerlo! La sensación de sus
labios en una parte tan sensible de su cuerpo le hizo sentir cosquillas. Enredando
los dedos en su cabello, lo apretó contra sí, necesitando más de este dulce placer.
Justus se apartó, sus ojos brillando como fogosas esmeraldas y sus colmillos
asomando de entre sus labios.
—¿Estás segura?
—Sí —suspiró ella. —Se gentil, por favor —esos colmillos se veían
terriblemente filosos.
Él la tomó suavemente por la nuca. Sus brillantes ojos la cautivaron al
susurrar.
—Nada de dolor.
Entonces él ladeó la cabeza y regresó sus labios a su cuello, besándola hasta
que se estremeció entre sus brazos. Algo filoso atravesó su piel y una sensación
placentera emanó del sitio de la mordida.
Lo escuchó tragar, una, dos, tres veces. Debería darle asco, o por lo menos
dolerle, pero en lugar de ello ese lugar sensible entre sus piernas se estremeció de
placer. Sus caderas se arquearon solas, buscando algo más para aliviar el malestar
en su feminidad mientras gemía con abandono.
Justus se apartó, lamiéndose los labios y jadeando.
—Espero no haberte lastimado. No tomé demasiado. No permitiré que trepes
un árbol mareada.
—No. Se sintió… increíble. ¿Así se sienten todos a los que muerdes? —se
sintió algo celosa al pensar en otras mujeres experimentando esto.
Él negó con la cabeza.
—No, no sienten nada.
Bethany alzó la mano para rozarse la herida del cuello, ya que le había
empezado a arder, pero Justus la detuvo, pinchándose un dedo con su colmillo.
—¿Qué haces?
—Curándote —él apretó su dedo sangrante contra la mordida. El cuello volvió
a cosquillearle, pero con menos intensidad. —Si dejáramos mordidas en todos los
humanos de los que bebemos, nos descubrirían de inmediato.
—Oh —le sorprendió estar decepcionada de que no fuese a quedar evidencia
de la magnífica sensación que acababa de experimentar. —Qué práctico.
El brillo en sus ojos desapareció, haciéndolo parecer humano nuevamente.
—Desearía que tuviéramos más tiempo juntos, pero es peligroso. Te escoltaré
a casa antes de ir a hablar con mi Lord. Entonces espero poder hablar con tu padre
mañana en la tarde.
—¿Quién es tu Lord? —había tanto que ella no sabía de este mundo al que
había acordado unirse.
—Eso no te lo puedo decir hasta que seas una de nosotros. Ya quebranté la
ley contándote mi secreto. No arriesgaré a otros —le ofreció su brazo. —¿Vamos?
No, ella no quería que esta noche terminara, pero no quería que los
atraparan.
—Espera —se sacó el relicario del bolsillo. —Esto era para mi futuro
prometido, así que te pertenece.
Él arqueó una ceja.
—¿Mis intenciones eran tan obvias?
—Oh no, mantuviste una enloquecedora aura de misterio todo este tiempo —
Bethany se echó a reír, aliviada de que él correspondiera sus sentimientos. —Pero
ya había decidido que sin importar lo que tuvieras que confesar, yo te confesaría
mis sentimientos.
Él abrió el relicario, acariciando el mechón de cabello mientas miraba el
retrato.
—Lo guardaré junto a mi corazón siempre.
De pronto la apretó contra su pecho, con tanta fuerza que ella pudo sentir el
latido de su corazón contra su oreja. Cuando alzó la cabeza, él volvió a besarla, con
tanta pasión que las rodillas le temblaron.
Como si sintiera su precario equilibrio, Justus la alzó en brazos, como si fuera
tan ligera como la pluma de un ganso.
—Te llevaré a casa.
—¿Correrás más rápido que una libélula? —preguntó ella, echándole los
brazos al cuello.
Su profunda risotada reverberó contra su cuerpo.
—Cómo desees.
El huerto se volvió un borrón al él echar a correr. El viento le hizo aguar los
ojos y ella escondió el rostro contra su pecho, confiando en que él no chocaría.
Segundos más tarde, él se detuvo y al abrir los ojos ella vio que la había traído
al pie de su árbol. La dejó con gentileza en el suelo, sosteniéndola hasta que
recuperó el equilibrio.
—Hasta mañana —le dijo, dándole un último beso antes de desaparecer en la
oscuridad.
Mañana… La palabra hizo eco en su mente. Mañana en la noche su vida
cambiaría irrevocablemente.
Capítulo 10

Justus se llevó un dedo a los labios. Todavía le cosquilleaban por el beso de


Bethany. El sabor de su sangre cantaba en su lengua. Por un momento se detuvo a
ver las estrellas, agradeciendo el resultado de esta noche.
Había estado seguro de que Bethany se burlaría, acusándolo de loco en el
mejor de los casos, o huiría aterrada en el peor.
En lugar de ello, había aceptado lo que él era, incluso haciendo preguntas.
Más importante, lo amaba, a pesar de que no era humano. Lo amaba lo suficiente
para dejar atrás su propia humanidad y olvidarse de su propia familia y la
posibilidad de tener hijos.
Lo amaba.
Con el corazón acelerado de emoción, Justus corrió a la Mansión Darkwood
para pedirle permiso a Gavin para Transformarla.
Benson, el tercero de Rochester, lo detuvo en la entrada.
—¡Justus! Tengo tiempo que no te veo, ¿dónde estabas metido?
—En lo mismo de siempre —dijo Justus, impaciente por pasar. Sintió otros dos
vampiros, aproximándose curiosos cuando debieron quedarse en sus puestos. —
Debo ver a Su Señoría.
Benson señaló el relicario que Bethany le había dado.
—¿Qué llevas ahí?
Justus apretó la joya en sus manos, escondiéndola como si las miradas de
otros fueran a ensuciar el oro.
—No te incumbe, ahora déjame pasar. Tengo asuntos urgentes.
Acariciando el relicario con el pulgar, subió las escaleras a la mansión.
Gavin abrió la puerta antes de que Justus llamara. Sin duda su anciano
mayordomo ya se había retirado a dormir.
—Me preguntaba cuando vendrías a reportarte —el Lord de Rochester lo
estudió con intensidad, sus ojos oscuros escudriñando su alma. Su nariz se
estremeció y frunció el ceño. —Te alimentaste de esa chica. ¿Es lo que vienes a
confesar?
—Es una mujer —arguyó Justus, estremeciéndose de temor. Gavin reconocía
el olor de Bethany.
—No es mayor de edad, así que es una chica —dijo Gavin, abriendo más la
puerta. —Pero no argumentemos semántica en este momento. Entra.
El temor de Justus creció al seguir a su señor por la mansión excéntricamente
decorada por las anteriores esposas de Gavin. Al entrar al estudio, Gavin sirvió dos
pequeños vasos de Madeira y lo invitó a sentarse.
—Juzgando por el olor de la Señorita Mead que te rodea como perfume y el
collar que llevas, creo que no vienes a reportarme algún bribón.
—Deseo casarme con la Señorita Mead y Transformarla —dijo Justus,
ignorando el vino. —Vine a pedir tu permiso.
Gavin alzó las cejas.
—Bueno, entonces sus encuentros han sido más íntimos de lo que creía. ¿Y
corresponde tus afectos?
Justus asintió, abriendo el relicario para revelar la miniatura de Bethany y el
mechón de cabello.
—Me dio esto, diciéndome que era para su prometido. Yo seré ese hombre.
—¿Y cuándo pretendes hacer eso? —preguntó Gavin tranquilamente. Algo en
su tono lo hacía sonar capcioso.
—Lo más pronto posible. Hablaría con sus padres y procuraría una licencia
especial —Justus habló más rápido mientras su emoción crecía. —La amo, mi lord.
Y estoy seguro que será una excelente vampiresa. Es inteligente, prudente, y…
—Y menor de edad —interrumpió Gavin. —Está prohibido Transformar a
menores de veintiún años.
—Pero Julia tenía solo dieciocho cuando la Transformaron —arguyó Justus.
—Eso fue antes de que cambiara la ley —Gavin le dio un sorbo a su vaso. —
¿No recuerdas cuando anuncié el decreto de los Ancianos en 1750?
Justus negó con la cabeza.
—Fue hace más de sesenta años.
Gavin resopló.
—Tienes la memoria de un mortal.
—Pero seguro se pueden hacer excepciones —una cadencia suplicante
dominó su voz. —Está en edad casamentera.
Su Señoría se encogió de hombros.
—Eso no significa nada. A la nobleza se les casa a veces en la cuna.
—Pero sus padre intentan casarla ahora —el corazón de Justus se encogió de
dolor. —¿Puedo casarme con Bethany ahora y Transformarla cuando cumpla la
edad adecuada?
—Me temo que no —los normalmente implacables ojos de Gavin brillaron de
piedad. —No podemos arriesgarnos a que descubra la verdad de lo que eres.
Además, ya se nos disuade de Transformar miembros de familias prominentes. Los
Mead han sido importantes en Rochester durante siglos. Su padre tiene un lugar
importante en la Cámara de los Lores y está siendo considerado para gobernador.
Uno de sus ancestros era Obispo cuando me entrenaba para sacerdote.
El estómago de Justus se tornó pesado de terror. El Lord de Rochester no
podía enterarse nunca de que ya se había revelado ante Bethany. A Gavin no le
decían “El Implacable Rochester” por nada. El corazón se le encogió.
—¿No hay esperanza?
Gavin suspiró, su expresión severa suavizándose un poco.
—Ya que es mujer, no es tan prominente. Pero debes esperar a que cumpla la
mayoría de edad. Esa es una regla que no puedo pasar por alto.
—De seguro alguien lo ha hecho ya —Justus buscó desesperadamente
cualquier cosa que pudiera haber marcado precedente.
—Seguramente —concordó Gavin. —Pero lo que pueden hacer otros y lo que
podemos hacer gente como tú y yo son cosas distintas. Yo no me humillo frente a
los Ancianos, por lo que no son indulgentes conmigo, pero no les debo ningún
favor y me dejan en paz —masculló Gavin, su irritación hacia los vampiros más
poderosos del mundo haciéndose obvia.
Justus cerró los ojos, sintiéndose desesperado.
—La amo —¿Por qué eso no podía ser suficiente?
Una mano cálida y sólida lo agarró por los hombros. Justus abrió los ojos para
ver a Gavin mirándolo con lástima.
—Puede que tenga una solución —dijo en voz baja.
Justus sintió una punzada de esperanza.
—¿Cuál?
—Un compromiso largo —Gavin lo soltó, acomodándose en su silla. —Asegura
un compromiso con su padre y entonces márchate de Rochester hasta el
cumpleaños número veintiuno de la Señorita Mead. Podemos inventar que tienes
algunos negocios en la India y arreglar que te quedes con otro Lord Vampiro.
El pensar estar alejado de Bethany por cuatro largos años llegó a Justus de
agonía. Pero el pensar en jamás poder hacerla suya era peor. Aferrándose a su
silla, logró asentir a regañadientes.
—Gracias, mi lord —trató de disimular la amargura en sus palabras.
—Anímate, amigo —dijo Gavin con una sonrisa. —Has vivido por doscientos
años. ¿Qué te importa esperar unos cuantos?
El Lord de Rochester tenía razón, pero no era tanto la cantidad de tiempo lo
que le costaba soportar.
—¿Y si le pasa algo mientras no estoy? ¿Y si sus padres deciden romper el
contrato, o si se cae del caballo, o hay otra plaga?
Gavin sacudió la cabeza con una risotada.
—¿Y si nos cae un rayo? ¿Y si te sale maíz de las orejas? Si esto es lo que el
amor le hace a un hombre, rezo por jamás sentirlo. Suenas como una anciana —su
divertimento se desvaneció al ver la expresión de Justus. —No te preocupes. La
medicina avanza a pasos agigantados, y la nobleza casi siempre se salva de las
plagas. Además, vigilaré a la chica y me aseguraré de que su padre no cambie de
opinión —vaciló, ladeando al cabeza. —Pero, ¿y si la Señorita Mead decide que
quiere a otro?
Justus se estremeció al pensar en perder el amor de Bethany. Pero su felicidad
era lo más importante para él.
—Si eso pasa, avísame para liberarla del contrato.
El Lord de Rochester lo miró con una sonrisa sorpresivamente gentil.
—Eres un buen hombre, Justus. Cuidado, ya que los mortales suelen ser
caprichosos, especialmente los jóvenes —deslizó el vaso de Justus hacia él antes
de alzar el propio. —Mientras tanto, brindemos por tu futura esposa.
—Gracias, mi lord —Justus bebió largamente, el corazón hinchándosele de
felicidad al recibir lo que su corazón deseaba.
Capítulo 11

Bethany despertó feliz. En sus sueños, Justus la había estado besando con
fervor como la noche anterior.
La noche anterior… El recuerdo la golpeó con tanta fuerza que se levantó de
golpe, mareándose.
Justus era un vampiro. A la luz del día el concepto habría resultado irrisorio,
pero anoche, con la luna brillando en sus colmillos, sus ojos brillando en la
oscuridad, y la sensación abrasadora de su mordida, la verdad se había hecho
evidente.
Y Bethany había acordado convertirse en una de ellos, vivir para siempre y
beber la sangre de otros. También había aceptado ser su esposa. Recordó
afectuosamente su declaración de amor.
Esta noche le pediría a su padre su mano en matrimonio. Ahogando un suspiro
de emoción, Bethany se levantó de golpe a llamar a su criada para que le trajera el
desayuno y elegir un conjunto de ropa agradable.
Le fue difícil comer con los nervios, pero Bethany logró comerse medio
panecillo y algo de huevos antes de pedirle a su criada que la ayudara a ponerse su
conjunto de montar. Un paseo a caballo le ayudaría a calmar sus nervios.
Para la noche, eligió su vestido de satén blanco, ya que lo estaba usando la
noche que bailó por primera vez con Justus.
Tarareando una balada, Bethany no prestó atención al parloteo de su madre
mientras se dirigía al establo. Una vez Canterbury, su caballo favorito, estuvo
ensillado, salió a campo traviesa. Se preguntó cómo sería su vida de vampiro. Ya
no tendría más cabalgatas matutinas, así que mejor las disfrutaba mientras podía.
Sentía curiosidad sobre su futuro hogar. Bethany había escuchado que la
propiedad de Lord de Wynter estaba a media milla de la suya, junto a las tierras de
Ellingsworth. Apretó los flancos de Canterbury, urgiéndolo a correr en esa
dirección. El viento le golpeó el rostro, pero no tan rápido como anoche en brazos
de Justus. Eso quería decir que era más rápido que un caballo.
Entonces Bethany llegó a una destartalada mansión que ciertamente estaba
entre las propiedades de Ellingsworth y Chatterton. El escudo de los de Wynter
coronaba la enorme reja de hierro, pero estaba tan sucia que era casi
irreconocible. La grama crecía descontrolada y la entrada estaba llena de mala
hierba.
Una contraventana crujió en la brisa, colgando de un oxidado clavo. Los
ladrillos de la fachada jacobina estaban decolorados y desgastados por el tiempo.
El corazón de Bethany se encogió al ver el lugar en tan mal estado, pero prometió
regresarlo a su antigua gloria luego de volverse Lady de Wynter.
—Lady de Wynter… —susurró, sonrojándose ante esas palabras.
¿Acaso Justus se escondía allí, soñando ahora con ella?
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por una exclamación.
—¡Señorita Mead! —Rebecca galopó en su brillante caballo blanco junto a
ella. —¿Qué la trae a este horrible lugar?
Observo mi futuro hogar, deseaba decir Bethany, pero decidió guardar silencio
hasta el anuncio de su compromiso.
—Un perro asustó a mi caballo y fue ahora que lo pude controlar —mintió.
Rebecca sonrió desdeñosamente, como si adivinara su mentira.
—Bueno, mejor consígase un marido antes de que la sorprendan rondando la
casa de un notorio libertino sin chaperón —miró la casa con desdén. —A pesar de
vestirse tan finamente, su hogar está en ruinas. Debe estar hasta las orejas en
deudas.
—Eso no lo sé —respondió Bethany distraídamente. —Debo marcharme.
Con un apretón de rodillas, guió a Canterbury lejos de Rebecca,
preguntándose si debería morderla cuando fuese una vampiresa. Eso la llenó de
más felicidad de la debida.
Se preguntó cómo iría la conversación de Justus con el Lord Vampiro de
Rochester. ¿Y si se rehusaba a permitir que Justus la Transformara? ¿No podrían
casarse? Rehusándose a permitir que un prospecto tan oscuro le arruinara el
humor, Bethany urgió a su montura a ir más rápido al llegar al límite de la
propiedad de su padre.
¿Quién era el Lord Vampiro de Rochester, de todas maneras? ¿Sería un
miembro de la nobleza? Pensó en todos los hombres a los que había sido
presentada, pero su madre se había encargado de presentarla a tantos que los
confundía. O quizás fuese un plebeyo, escondido del ojo público. No importaba, de
seguro se enteraría pronto.
De pronto, Canterbury tropezó con un chillido y el mundo dio vueltas. Bethany
salió despedida de la silla.
Se estrelló contra el suelo con tanta fuerza que quedó sin aliento. Vio estrellas
antes de sumirse en la oscuridad.
Un dolor agudo la despertó luego de lo que le parecieron eones en la
oscuridad. Bethany abrió los ojos para encontrarse con un hombre calvo, con unas
pobladas cejas blancas inclinado sobre ella.
—Ah, nuestra paciente despierta.
¿Paciente? Bethany parpadeó confundida. Había regresado de alguna manera
a su cama, y había un doctor en su habitación. Debió moverse, ya que su rodilla
explotó en agonía.
El doctor la hizo acostarse gentilmente.
—Con cuidado. No te has roto nada, solo tienes algunos moretones y
esguinces. Mejor no empeorarlos —entonces sirvió una cucharada de un líquido
viscoso y la obligó a tragarlo. —Eso debería ayudar —guardó la botella y la
cucharilla en su bolso de cuero. —Vendré a verte en la mañana.
Bethany arrugó el rostro al tragar la amarga poción. Esguinces y moretones…
Entonces recordó la caída del caballo.
—Canterbury —susurró. Si se había roto una pierna y lo habían tenido que
sacrificar, jamás se lo perdonaría.
—El caballo está bien —dijo la madre de Bethany, apareciendo tras el doctor y
dejando de lado su tambor de bordado. —El encargado del establo entablilló su
pierna. Es por ti que estoy preocupada, ¡pudiste romperte el cuello!
Bethany alzó las cejas, sorprendida del melodrama de su normalmente
calmada madre.
—Estoy bien —se congeló de pronto. —Lord de Wynter se supone que nos
visitará esta noche.
Lady Wickshire frunció el ceño.
—¿Qué clase de hombre visita de noche?
Bethany apretó los dientes, incapaz de responder. La medicina empezó a
hacerle efecto, adormeciéndola, pero afortunadamente calmando el dolor en su
rodilla.
Su madre continuó.
—Además, ya tienes una visita —se apretó las manos, viéndose extrañamente
ansiosa. —Le dije que no podía venir a verte en este estado, pero se quedará a
cenar.
—¿Quién? —preguntó Bethany, sintiendo curiosidad sobre ese invitado que
parecía poner tan ansiosa a su madre.
—Lord Tench —la respuesta sonó a confesión, y los hombros de Cecily
decayeron.
Bethany suspiró fastidiada.
—¿Y eso es todo? ¿No puede cenar con nosotros mañana? Hoy es importante,
y Tench apesta a remolacha vieja y tiende a manosear demasiado.
—¡Bethany! —su madre ahogó un grito al escucharla.
Bethany le sonrió torcidamente. La medicina parecía soltarle la lengua,
aunque no se arrepentía de decir la verdad.
—Lo siento, Madre, pero no me agrada.
—Pues espero que aprendas —su madre frunció el ceño. —Tu padre acaba de
aceptar su propuesta de matrimonio.
Al principio, Bethany no comprendió.
—Pero es demasiado viejo. ¡Es mucho más viejo que mi padre! ¡Incluso más
que el abuelo!
Madre pareció desesperanzada.
—Pero sus tierras colindan con las nuestras y le garantizó a tu padre los votos
necesarios para convertirse en gobernador. Traté de detenerlo, de encontrarte un
mejor marido, pero tu padre insistió y nos quedamos sin tiempo.
La aterradora realidad se hizo clara entonces.
—¡No! —exclamó, apartando las cobijas de golpe. Levantándose, Bethany
ignoró el agonizante dolor de su rodilla y las protestas de su madre. Notó un
bastón de madera apoyado contra la pared, el cual debió haber sido dejado atrás
por el doctor y cojeó hacia él.
—¡Bethany! —gritó su madre. —¡Regresa a la cama en este instante!
—No —repitió Bethany, agarrando el bastón con manos temblorosas y
cojeando por el pasillo. Tenía que detener a su padre.
Las escaleras fueron un reto, entre evitar recargarse de su rodilla mala y los
intentos de su madre por hacerla regresar a la cama. Y una vez que llegó al fondo,
tenía la cabeza todavía más pesada a causa del láudano. Apoyándose firmemente
del bastón, Bethany se dirigió al estudio de su padre, de donde escuchó voces
masculinas charlando animadamente.
Cuando abrió la puerta, el rostro de Lord Tench se arrugó al sonreír.
—Ah, y allí está mi novia.
Ignorándolo, Bethany fulminó a su padre con la mirada.
—No me pienso casar con él —Lady Wickshire ahogó un grito mientras Tench
palidecía como si lo hubieran cacheteado.
Lord Wickshire frunció el ceño.
—Harás lo que yo te diga, hija.
—No —siseó ella entre dientes. —Me casaré con Lord de Wynter. Vendrá esta
noche a pedirte mi mano.
Ambos hombres se echaron a reír.
—¿De Wynter? —dijo Tench con una sonrisa burlona, aunque ella pudo notar
algo de dolor en su mirada por su rechazo. —Ese embaucador jamás podría
proveerte. A diferencia de mí, que te daré todas las comodidades.
Su padre se había calmado un poco.
—Nuestro querido vecino dice la verdad. A juzgar por el estado de la
propiedad del Vizconde de Wynter, debe tener los bolsillos ligeros.
Su madre asintió.
—Además, es un libertino. No puede estar realmente interesado en ti. Jamás
nos visitó, a diferencia de Lord Tench, que siempre ha estado interesado.
Bethany suspiró, exasperada por la falta de comprensión.
—¡Vendrá esta noche! Habría venido antes, pero es un vampiro —se tapó la
boca de golpe. No había querido decir eso en voz alta.
Tanto su padre como Lord Tench la miraron con ojos como platos. Tench fue
el primero en recuperarse.
—¡Está chiflada!
—¡No! —Lady Wickshire la tomó del brazo. —Solo está sufriendo los efectos
del láudano que el doctor le dio por su caída. No sabe lo que dice.
—Ha estado leyendo demasiadas novelas —resopló su padre, aunque Bethany
pudo notar el terror en su expresión. —Lo que la ha hecho fantasiosa. Mejor cierra
tu biblioteca con llave.
Tench sacudió la cabeza.
—Ninguna droga hace que la gente diga tales cosas. Y conozco el secreto de tu
familia —fulminó al padre de Bethany con la mirada. —Está loca, como tu madre.
No me casaré con ninguna lunática. Que de Wynter se la quede.
Con eso, el anciano se marchó, con una rapidez sorprendente para alguien de
su edad, su rostro ajado desfigurado por su orgullo herido.
Lord Wickshire se levantó, con el rostro rojo de ira.
—¿Qué has hecho? —rugió. —¡Tu estupidez me costó los votos necesarios
para llegar a gobernador!
—Amo a Justus, no a Tench —tartamudeó Bethany. —¿Cómo pudiste
venderme por votos?
—A todas las hijas se les vende —él hizo un gesto desagradable. —Es para lo
que sirven. Si tuviera un hijo…
—¿Y qué pasó con mi abuela? —persistió ella. —¿Qué quiso decir Lord Tench
al llamarla loca? Me dijiste que murió cuando eras niño.
—Luego de que la encerraron en el asilo estuvo muerta para mí —dijo su
padre fríamente. —Al igual que tú si tu supuesto vampiro no viene a llevarte con
él.
Bethany ahogó un grito al escucharlo. Por años había pensado que su abuela
simplemente había muerto y ahora se enteraba de que había sufrido un destino
peor. ¿Y acaso su padre acababa de amenazarla con lo mismo?
Cerró los ojos, mareada por el láudano. A lo mejor esto era un sueño. A lo
mejor despertaría en su cama, ilesa y lista para prepararse para la visita de Justus.
Sintió una punzada de dolor en la rodilla.
Por lo menos su padre había mencionado algo positivo. Deseaba deshacerse
de ella lo suficiente como para permitirle casarse con Justus.
—Lord de Wynter vendrá por mí —dijo con frialdad. —Y entonces no tendrás
que soportarme más.
Su madre se la llevó gentilmente de vuelta a su habitación.
—Suficiente, querida. Vamos de vuelta a la cama. Necesitas descansar.
Su padre le dirigió una mirada fulminante, pero no dijo nada más.
De vuelta en la cama, Bethany no pudo conciliar el sueño por su ansiedad y el
mareo que le causaba el láudano. Aunque su padre la había tratado con
indiferencia desde el término de sus estudios, no creía que significara tan poco
para él.
Al menos sus padres parecían haber ignorado que había revelado por error la
naturaleza de Justus, apartando el comentario burlón de su padre. El miedo y la
vergüenza le hicieron dar un vuelco al estómago. Justus había dicho que los
vampiros tenían prohibido revelar su verdadera naturaleza a los mortales, pero
bajo la influencia de esa maldita droga, Bethany había revelado su secreto.
Afortunadamente nadie parecía creerle, pero ¿y si le decían a Justus?
Aunque había dicho que tenía prohibido matar, de seguro Justus podía hacer
algo para protegerse. ¿Y si su error hacía que la odiara? Le dolió el alma al
pensarlo. Rezó para que su padre se sintiera demasiado avergonzado para revelar
su desliz.
Los minutos le parecieron horas hasta que por fin el sol empezó a ocultarse.
Bethany llamó a su criada para que la ayudara a vestir. Insistió en usar el vestido
de satén blanco, aunque no se pudiera poner la media derecha por su rodilla
vendada. Entonces eligió peinarse con los rizos hacia arriba, y rosas blancas
adornando su peinado.
Cuando bajó, con el rostro retorcido de dolor y la ayuda de su bastón, su
madre la miró boquiabierta.
—¿Segura de que quieres usar eso esta velada? —preguntó Cecily, con un
gesto desaprobatorio. —Es demasiado formal para estar en casa. Tu padre ya está
demasiado preocupado por tu salud mental.
—Deseo verme bonita para mi futuro esposo —respondió ella simplemente.
Su madre suspiró.
—¿Segura de que vendrá? Ya son las ocho.
Todavía no oscurece, deseó decir, pero se contuvo.
—Si. Vendrá —al dirigirse al salón, cambió el tema. —¿Sabías la verdad sobre
mi abuela?
Mordiéndose el labio, su madre asintió.
—Creí que lo mejor sería ocultarte ese hecho tan escandaloso. Se muy poco
sobre las circunstancias de su locura, pero tu padre me dijo que veía fantasmas, y
creía que había gente poseída por el demonio —miró nerviosamente a Bethany de
reojo y sacudió la cabeza. —No hablemos más de ello y esperemos a tu visitante.
Espero que sepas lo que haces al aceptar la oferta de este hombre.
—Lo sé —dijo ella con firmeza.
Cuando entraron al salón, el padre de Bethany la miró ceñudo.
—Espero que sepas que me has arruinado. Apenas se marchó, Tench visitó a
todas las familias prominentes de Rochester y les dijo a todos que estabas
completamente loca. Somos el hazmerreír del pueblo —su rostro enrojeció más.
—Ahora jamás seré gobernador y me tomará años recuperar mi reputación.
Espero que tengas un compromiso rápido con de Wynter, porque tendremos que
regresar a Londres lo más rápido posible. Además, pareces una tonta, usando un
traje tan formal para cenar en casa.
Un compromiso rápido. Bethany asintió, sintiendo algo de lástima por la
humillación de su padre. Miró el reloj y luego la oscura ventana, rezando porque
Justus llegara pronto y que su padre no lo maltratara demasiado. Quizás pudieran
escapar a Gretna Green y casarse allí.
Claro, si el Lord Vampiro de Gretna Green lo permitía.
Los minutos empezaron a pasar más rápido, pero Justus no llegaba. Los
sirvientes venían periódicamente a rellenar tazas de té e informar sobre la cena.
Bethany trató de decirse a sí misma que Justus simplemente había ido a comer
antes de venir cuando su padre declaró que habían esperado demasiado y ordenó
marchar al comedor.
Bethany mareó su pollo sobre cocinado en el plato y miró nerviosamente a la
puerta, esperando que el mayordomo anunciara la presencia de Justus en
cualquier momento.
—No creo que tu pretendiente venga —dijo su padre, dando voz a sus miedos
más profundos. —De hecho, no creo que te pretenda y mucho menos que sea una
criatura mítica. Creo que te lo inventaste todo —suspiró pesadamente. —He
estado preocupado por mucho tiempo por tu salud mental, y creo que me negué a
ver la verdad.
—No —ella sacudió la cabeza.
La madre de Bethany la tomó de la mano y se dirigió a su marido.
—Pero, querido, acaba de sufrir un fuerte golpe a la cabeza. Seguro recobra
pronto el sentido.
—Me lastimé la rodilla, no la cabeza —respondió Bethany, mirando al reloj
nuevamente. Ya eran las diez y quince.
—De todas maneras, haré que venga el doctor a examinarte —Cecily le dirigió
una mirada lastimera. —Tu padre tiene razón. No mencionaste nada de Lord de
Wynter hasta después de la caída. ¿Segura que no fue un sueño traído por el
láudano?
—¡No fue un sueño! —Bethany se levantó de golpe, soltando un alarido de
dolor al apoyarse en su rodilla mala.
Su madre la tomó del codo.
—Querida, creo que es mejor que regreses a la cama y tomes otra medida de
láudano. Tus heridas obviamente te duelen.
—Nada de láudano —Bethany no confiaba en sí misma bajo la influencia de
esa horrible sustancia.
Cuando el criado le entregó su bastón, ella hizo una reverencia temblorosa,
ahogando un grito de dolor.
—Esperaré en la biblioteca.
—Está loca —su padre sacudió la cabeza. —Le viene del lado femenino de mi
familia. Si tan solo me hubieras dado un hijo, Cecily.
—Charles… —suplicó su madre.
Bethany rehusó escuchar más y se marchó. Con cada doloroso paso, rezó con
más fervor.
Que venga. Por favor, que venga.
Capítulo 12

Justus despertó esa noche con el corazón latiéndole de emoción. Hoy le


pediría a Lord Wickshire la mano de Bethany en matrimonio. Ansioso de ponerse
en camino, se levantó de su lecho en el sótano y se dirigió a elegir sus mejores
galas.
Una vez vestido, se marchó, deteniéndose solo lo suficiente para recoger un
ramo de flores de su jardín. Se apresuró al pueblo, para procurar su alimento, ya
que no quería que el hambre interfiriera esta noche. Encontrar la víctima
adecuada, un borracho que caminaba dando tumbos por Market Lane solo, le
tomó más tiempo del que deseaba. Miró su reloj y soltó una palabrota al ver que
ya era un cuarto para las nueve.
Tenía que apresurarse si quería ser recibido por Lord Wickshire. No se atrevió
a pensar en su peor miedo, que era que Lord Wickshire rechazara su petición. Por
primera vez en mucho tiempo, se arrepintió de dejar su propiedad en tan mal
estado para evitarse visitas. Convencería al padre de Bethany que a pesar de las
apariencias, podía mantenerla financieramente.
Mientras se acercaba al hogar de Bethany, la tristeza le hizo pesar los pies, al
recordar que tendría que marcharse luego de firmar el contrato de compromiso.
Tenía la esperanza de que Gavin al menos le permitiera quedarse el tiempo
suficiente para hacer una fiesta de compromiso. Así por lo menos todos los de
Rochester sabrían que Bethany le pertenecía.
De cualquier manera, aprovecharía al máximo todo el tiempo que él y Bethany
tuvieran juntos.
Justo cuando llegaba a la entrada de Wickshire Hall, algo increíblemente
pesado se abalanzó sobre él, lanzándolo al suelo.
Justus gruñó de rabia. ¿Cómo se atrevía un bribón a atacarlo? ¿Y acechar el
hogar de su amada? ¡Lo haría pedazos!
Una poderosa rodilla se hincó en su espalda mientras otro vampiro le sujetaba
los brazos. Justus rugió, encabritándose, pero fue en vano, ya que sus muñecas
habían sido esposadas a su espalda. Cuando lo alzaron de golpe, Justus ahogó un
grito al reconocer a sus captores.
—¿Cecil? ¿Benson? —se llenó de confusión. —¿Qué diantres creen que
hacen?
Benson lo miró con frialdad.
—Estás bajo arresto, por órdenes del Lord de Rochester.
—¿Por qué razón? —demandó Justus, preguntándose por qué pasaba esto.
Benson frunció aún más el ceño.
—Por revelarte ante una mortal.
Se llenó de terror.
—El secreto está a salvo con ella, lo juro. Rochester me dio permiso de
Transformarla luego de casarnos. Jamás se lo diría a nadie.
Cecil habló entonces, en tono ominoso.
—Me temo que ya lo hizo.
—No —Justus decayó. —Jamás lo haría.
Benson sacudió la cabeza.
—Lo hizo. Su vecino, Lord Tench, le dijo a todo el mundo. Aparentemente ya
estaba prometida a él. Así que me temo que te hizo quedar como tonto. Dios,
¿cómo perdiste la cabeza así?
Toda la energía abandonó a Justus al escuchar que Bethany estaba
comprometida. ¿Por qué no se lo dijo?
—Tuvimos suerte de que Tench no tomara en serio la mención de vampiros de
la chica. La ha declarado una lunática total —dijo Cecil, mientras se internaban en
el bosque. —Bueno, nosotros tuvimos suerte. Tú no.
Justus no necesitaba que Cecil aclarara sus palabras, ni que le dijeran a donde
lo llevaban. Solo había un castigo para revelarse ante un mortal: la muerte.
Pero sin Bethany, él no estaba seguro de querer seguir viviendo.
Cuando llegaron a la Mansión Darkwood, Justus vio al Lord de Rochester
paseándose nerviosamente en la terraza frontal.
Gavin se volteó y sus miradas se encontraron. La mezcla de rabia, lástima y
tristeza en los ojos de su amigo fue como un puñetazo en el estómago de Justus.
—¿Cómo pudiste hacer algo tan tonto? ¿Cómo pudiste traicionarnos así?
—Tiene que ser un error —dijo Justus. —Ella jamás lo habría revelado a
propósito.
—Me importa un comino que llevó a la chica a abrir la boca —gruñó Gavin,
haciéndole un gesto a Cecil y Benson para que lo arrastraran a la casa. —El hecho
es que pasó.
La Mansión Darkwood estaba vacía y silenciosa como una tumba. Rochester
debió enviar a sus sirvientes mortales a la cama para que no interfirieran con sus
asuntos nocturnos.
El Lord Vampiro cruzó el pasillo principal y abrió la puerta escondida.
—Enciérrenlo en el calabozo hasta su juicio. Tenemos que ir a minimizar el
daño que causó.
—Espera —gritó Justus. —Gavin, hemos sido amigos por siglos, ¡por favor,
escúchame!
El rostro de su antiguo amigo se tornó frío e implacable antes de darle la
espalda en silencio.
La mente de Justus dio vueltas mientras Cecil y Benson le arrastraban
escaleras abajo, a los calabozos designados para contener a los vampiros más
fuertes. Justus había lanzado a más de un bribón allí. Jamás pensó que las ocuparía
por sí mismo.
Por un momento pensó en liberarse del agarre de Benson y Cecil para escapar,
pero de todas maneras no llegaría muy lejos con las manos esposadas, y Gavin
seguro esperaba arriba, espada en mano.
Luego de empujarlo a la celda, Cecil amarró sus cadenas a la pared, dándole
solo suficiente espacio para dejarse caer en el suelo.
Benson lo miró lleno de lástima.
—Desearía que las cosas no fueran así. Quizás Su Señoría tendrá piedad de ti.
Cecil asintió.
—De todos los vampiros que conozco, eres el último que creí que rompería
esta regla —sonrió sin humor. —Creí que romperías otras, pero esta no.
Justus soltó una risita que sonó más como un sollozo.
—Lo entiendo. Y quiero que sepan que no les guardo rencor por hacer su
trabajo.
Ambos vampiros bajaron la cabeza, aunque no supo si era por modestia o
tristeza, antes de marcharse, cerrando la puerta de acero tras ellos. Y entonces
Justus quedó solo en la oscuridad.
Se dejó caer contra la pared fría y húmeda, cerrando los ojos. Bethany no
podía haberlo traicionado. Había probado la autenticidad y pureza de su amor
cuando bebió de ella. Algo debió pasar. Algo que la obligó.
Se le ocurrió otra cosa que logró hacerlo sentir algo mejor a pesar de su
terrible situación. Tampoco había visto nada sobre un compromiso en sus
recuerdos al alimentarse de ella. No debió saberlo hasta hoy. ¿Acaso la sorpresa
de enterarse que había sido entregada por sus padres a un anciano lujurioso la
había hecho declarar que se casaría con un vampiro?
No, era algo demasiado ilógico. Tenía que haber otra razón. Pero sin importar
lo mucho que se devanaba el cerebro, Justus no lograba dar con una explicación
apropiada.
Era su culpa de todas maneras. Debió haber borrado la memoria de Bethany y
no revelarle su naturaleza hasta después de su matrimonio. Pero en su arrogancia,
se había dejado llevar por la revelación de que ella lo amaba a pesar de su
naturaleza vampírica.
Ahora moriría por esa arrogancia y Bethany jamás sería suya de todos modos.
¿Ella acaso se preguntaría dónde estaba él ahora? ¿Tendría el corazón roto al
no verlo llegar y lo extrañaría? ¿O lo maldeciría como libertino bastardo?
Para empeorar las cosas, ¿se casaría con Tench después de todo? El anciano la
había declarado loca de remate, pero Bethany seguía siendo una belleza, así que
quizás cambiara de opinión. El corazón de Justus se retorció de agonía al
imaginarla en brazos de otro hombre, pero no quisiera que pasara el resto de sus
días como una triste solterona, extrañándolo.
Al cerrar los ojos, imaginando los posibles futuros de Bethany, una realización
horrenda lo hizo enderezarse de golpe.
Las palabras de Gavin hicieron eco en su memoria. Tenemos que ir a minimizar
el daño que causó.
—Oh, Dios —susurró Justus. ¿Y si le hacían daño a Bethany?
Capítulo 13

Bethany despertó con una fuerte tortícolis. La luz del sol se filtraba por las
ventanas, vaticinando lo peor. El aliento en los pulmones se le congeló, como brisa
de Enero. La noche anterior no había sido una pesadilla. Justus no había venido.
Ella le había dado enfebrecidas órdenes al mayordomo de que le avisara apenas
llegara y había esperado, con los ojos clavados al reloj y un libro en el regazo que
no había intentado leer.
¿Acaso había cambiado de parecer? No lo creía. Su padre le había dicho que
Lord Tench había hecho correr que ella había dicho que Lord de Wynter era un
vampiro. Justus debía estar molesto con ella por traicionarlo, o peor. Le había
dicho que revelarle la verdad a un mortal estaba prohibido. ¿Acaso su Lord
Vampiro lo había castigado?
Sacudió la cabeza, rehusándose en pensar algo tan horrible. De seguro el Lord
de Justus entendería cuando Justus explicara que la Transformaría. Pero la luz de
la mañana no hizo nada para calmar su terror.
Debió dormirse alrededor de las dos de la mañana. Frotándose el cuello, alzó
la mano para tomar el bastón, siseando cuando su rodilla inflamada protestó. Si el
dolor continuaba, tendría que rendirse y tomar algo de láudano.
Entonces escuchó golpeteos y pasos apresurados por la casa. Parecía estar
ocupada por un ejército.
Renqueando desde la biblioteca, Bethany vio a dos sirvientes bajando un baúl
por el pasillo, seguidos de otro cargando la valija de su madre.
Se quedó mirando, impresionada. Su padre no había mentido al decir que
abandonarían el campo. Se llenó de pánico, sintiendo que la ropa le apretaba al
escuchar la voz de su madre.
—Mi señor esposo, ¿de verdad continuaremos con esto? —la suplica en la voz
de Cecily hizo que Bethany pausara.
—No tenemos opción —respondió su padre fríamente. —Estamos arruinados
aquí. Si quiero tener alguna esperanza de recuperar mi reputación y posición
política, debemos marcharnos y borrar toda huella de este escándalo. No
permitiré que la suavidad me destruya como a mi padre.
Bethany se apoyó del marco de la puerta, sintiéndose enferma. Su padre de
verdad la creía loca y estaba listo para llevárselos de vuelta a Londres, sin darle
oportunidad de explicarse o enviarle un mensaje a Justus.
¿Sería Justus capaz de encontrarla? ¿O querría hacerlo luego de que ella
revelara su secreto y los pusiera en peligro a él y su gente?
Lágrimas se escaparon por sus mejillas. Tenía que perdonarla. No podía dejar
de amarla.
Nuevamente se llenó de un terror frío. ¿Y si Lord Tench enviaba hombres a
matarlo? ¿O acaso el Lord Vampiro de Rochester le había negado la petición y
ordenado alejarse de ella? ¿Cómo se enteraría si se marchaban?
Su madre llegó al pasillo, agarrándola por el codo. Estaba pálida y no miró a
Bethany a la cara.
—Tomemos el desayuno antes de marcharnos.
—¿Debemos regresar a Londres tan rápido? —Bethany no pudo disimular el
desespero en su voz.
El rostro de Lady Wickshire se sonrojó y pareció querer decir algo, pero
entonces regresó la mirada al suelo.
—Debemos marcharnos para salvar la reputación de tu padre. Si lo ocultamos,
desaparecerá —apretó los labios luego de eso.
Su padre no estaba en el comedor, y eso hizo que Bethany suspirara aliviada.
No sabía si lograría controlar su temperamento frente a él.
El estómago se le revolvió al ver las salchichas y panecillos, pero su madre no
dejó de molestarla hasta que tomó unos bocados. Una sirvienta le sirvió una taza
de té con expresión temerosa, como si temiera que Bethany estallara histérica
como la noche anterior.
Su madre sonrió tensamente.
—Tiene miel extra, como te gusta.
Bethany tomó un sorbo e hizo un gesto. Bajo el dulzor empalagoso pudo
detectar amargura. Dejó la taza.
—Creo que lo dejaron reposar mucho tiempo.
En lugar de disculparse y llevarse la taza inmediatamente, la sirvienta miró a la
madre de Bethany, como haciéndole una pregunta silenciosamente.
Su madre frunció el ceño.
—Los sirvientes están muy ocupados con los preparativos del viaje y no
pueden hacerte otra taza. Ahora bébelo.
Se sintió culpable ante la idea de incomodar a sus explotados sirvientes.
Bethany tomó la copa y se forzó a beber el resto del amargo brebaje, disimulando
su incomodidad.
Cuando la taza estuvo vacía, su madre le hizo señas a un sirviente, quien le
entregó el bastón a Bethany.
—Ya cargaron tus baúles —dijo Cecily. —Vamos a subir al carruaje. Tu padre
desea partir en menos de una hora.
El sirviente permaneció a su lado, algo que Bethany agradeció, ya que el
mareo casi la hace perder el equilibrio de camino al carruaje. De no ser por él, de
seguro se habría estampado contra el empedrado.
Su madre no había exagerado al hablar de la prisa de su padre. Él ya las
esperaba subido al carruaje y le hizo señas al conductor para que arrancara apenas
subieron.
Bethany se inclinó a sacar una novela que había guardado allí para los viajes
largos y ahogó un grito cuando su padre se la arrancó de las manos. —Nada de
leer. Esto es lo que te hizo ponerte histérica. Debí prohibírtelo en primer lugar.
Ella frunció el ceño en lastimera incredulidad. ¿No más lectura? ¿Hablaba en
el viaje o para siempre? ¿Cómo sobreviviría sin libros? ¿Sin Justus?
Antes de que pudiera protestar, una sensación de pesadez se apoderó de ella,
como una manta cálida. Bethany reconoció la sensación. Por eso su madre había
insistido en que se terminara el amargo té.
Se volteó a mirarla.
—¿Me drogaste? —incluso entonces, sus palabras sonaron arrastradas, como
de borracho, y los ojos se le empezaron a cerrar solos.
Cecily asintió.
—Fue por tu propio bien. Te duele la rodilla y tenemos un largo viaje por
delante.
Bethany se revolvió de rabia en su asiento, a pesar de la pesadez del letargo
que se apoderaba de sus miembros.
—No… tenías… derecho.
—Soy tu madre, tengo todo el derecho del mundo —dijo Cecily, aunque sus
mejillas se colorearon de vergüenza.
Bethany apoyó la cabeza contra la ventana del carruaje, sin fuerzas para
mantenerse de pie. Se sorprendió al ver el paisaje.
—Este no es el camino a casa. Creí que volveríamos a Londres.
—Nosotros regresaremos a casa —dijo su padre. —Tú no.
Capítulo 14

Justus despertó congelado y dolorido, con el estómago retorcido de hambre.


Su sed de sangre no había sido tan fuerte desde sus primeros años de vampiro.
¿Por qué tenía tanto frío y estaba tan incómodo? Se llenó de aprensión,
sintiéndose tentado a mantener los ojos cerrados un rato más, pero los abrió de
todas maneras… arrepintiéndose al instante.
El ver las húmedas paredes de piedra y barras de acero de su celda fue como
un golpe al estómago, haciéndole recordar todo el trauma de la noche anterior. El
ser interceptado de camino a Bethany, cuando estaba tan cerca que podía olerla.
Cecil y Benson arrestándolo, diciéndole que ella había hecho lo impensable. Y que
además estaba comprometida con otro.
El rostro arrepentido pero severo de Gavin al ordenar que lo encerraran hasta
su juicio. Justo antes de ordenarle a Cecil y Benson que minimizaran los daños.
—Bethany —susurró Justus entre dientes. Quizás Gavin ya la había asesinado.
Rugió, debatiéndose contra sus cadenas. Piedrecillas se soltaron ante sus
jalones, pero las esposas aguantaron, como estaban diseñadas para hacerlo. Si tan
solo se hubiera alimentado antes de ir a casa de Bethany. Si tan solo pudiera
alimentarse ahora. Luego de solo saltarse tres comidas, ya estaba débil. De estar
comido, podría arrancar las cadenas de la pared. Pero incluso eso tomaría tiempo.
Tiempo que no tenía. ¡Tenía que llegar a Bethany!
Mirando la celda, Justus se devanó los sesos buscando un método de escape.
Había encerrado a tantos bribones que debería conocerse las celdas como la
palma de su mano. Pero ese era el problema. Era él quién había elegido el acero
especial de las esposas. Era él quién le había dicho a Gavin que forrara las paredes
de la celda con granito en lugar de basalto. Era él quién había hecho el escapar de
este lugar imposible.
El crujido de la puerta escaleras arriba, seguido de pisadas, anunció la llegada
de otros vampiros. Justus pudo oler a Gavin y Benson.
Que Gavin viniera no significaba nada bueno. Pero Justus no esperaba salir
con vida de este debacle.
Las sombras oscuras de su señor y su tercero aparecieron del otro lado de las
barras, rodeándolo como una mortaja ominosa.
Benson abrió la celda y Gavin entró, mirándolo con la misma expresión
ceñuda.
—Me rompe el corazón verte aquí.
—Entonces déjame ir —gruñó Justus.
Gavin suspiró.
—Tú mejor que nadie sabe lo que pasa cuando alguien rompe las reglas.
Especialmente la que tú violaste.
—¿No puedes tener piedad, solo por esta vez?
—La mayoría de los Ancianos me detestan —Gavin alzó las manos con
impotencia al admitirlo. —Tuve un encontronazo con el Lord de Edimburgo y este
trató de impedir que me nombraran Lord de Rochester. La única razón por la cual
no me quitan mi título durante mis evaluaciones es porque cumplo con la ley al pie
de la letra. Apenas y me descubran, me quitarán mi territorio para permitir que el
arrogante Lord de Kent expanda su territorio.
—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó Justus. Entonces se dejó caer entre
sus cadenas, sabiendo que de todas maneras no habría importado.
Gavin suspiró.
—Porque no creí que importara. Soy quién manda aquí, no los Ancianos, pero
puedes ver por qué no puedo simplemente perdonarte por tu crimen. Pero me
pones en una disyuntiva. Debería juzgarte frente a todos los vampiros de
Rochester. Hacerte un ejemplo delante de todos, para que quede claro que nadie
está a salvo de mi ira. Ni siquiera mi mejor amigo —su voz se quebró ligeramente
allí. —Pero a la vez, tu crimen no fue solo embarazoso, sino que tus razones son
humillantes. Si cuentas eso frente a nuestra gente, seré el hazmerreír de turno y
alguien lo informaría a Edimburgo antes de mi próxima evaluación.
A Justus no le gustaba a dónde iba esto. Los vampiros de Rochester
normalmente lo consideraban mucho más amigable que su señor, a quién
llamaban “Implacable” a sus espaldas. Había esperado que esa buena voluntad le
ayudara durante un juicio ante sus iguales, algo que Gavin hacía solo con los
vampiros a los que respetaba. Justus había asumido que estaba en esa lista. Pero
al parecer su señor ya no lo tenía en tan buena estima.
—¿Entonces me juzgarás en privado? —preguntó Justus en voz baja, tratando
de disimular su miedo. Cada vampiro que Gavin juzgaba en privado tenía
asegurada una muerte rápida. Aunque lo esperaba, el terror le congeló la sangre.
Gavin asintió secamente.
—Debo hacerlo. Esta situación debe ser tratada con discreción, para proteger
mi reputación y posición. También es lo más seguro, ya que lo último que quiero
hacer es sembrar el pánico por tu culpa.
La severidad en sus ojos llenó a Justus de culpa.
—Lo siento, mi lord. Debes creerme cuando te digo que jamás quise que esto
pasara —cayó en cuenta entonces que no solo temía por Bethany, sino también
por su gente. —¿Hice que nos cayeran encima muchedumbres iracundas y
cazadores?
Gavin sacudió la cabeza.
—Los humanos creen que la muchachita está histérica. Los Mead huyeron del
campo entre las risotadas de sus iguales, y espero que se lo agradezcas a cualquier
deidad que sigas.
Se sintió esperanzado.
—¿Entonces no le hiciste nada?
—No tuve necesidad. Justo hoy se la llevaron a Derbyshire para que viva con
un pariente —los labios de Gavin se curvaron en una sonrisa sin humor. —No
hablará más de vampiros, ya que Lord Wickshire tendrá que esforzarse mucho
para recuperar su reputación y carrera política.
—¡Entonces no pasa nada! —Justus no pudo disimular su alivio. —Por favor,
mi lord, suplico un perdón. Renunciaré a mi puesto de segundo y quizás puedas
hablar con Lord Derbyshire para poder mudarme a su territorio
Gavin lo golpeó con tanta rapidez que Justus no lo vio venir. Su cabeza rebotó
contra la pared de granito y su boca estalló de dolor al partírsele el labio.
—¡¿Qué diablos te pasa?! —rugió Gavin. —¡Imbécil! ¿Olvidaste que has
cometido el peor crimen de nuestra sociedad? Solo porque fuimos lo
suficientemente afortunados de que nadie le creyera no niega la severidad de la
situación. Maldita sea, espero jamás enamorarme —se paseó frente a Justus con el
ceño fruncido. —No puedo creer que estás considerando seriamente la idea de
que me olvide de todo esto y le pida al Lord de Derbyshire que te acoja.
—Ella es mi prometida —arguyó Justus. —Cuando la Transforme, todo
acabará.
Gavin sonrió desdeñosamente, hablando en tono burlón.
—Oh, claro, Lord Derbyshire, por favor permita que mi antiguo segundo se le
una. No le preste atención al hecho de que le reveló a una mortal lo que era y
desea continuar cortejando a la muy chismosa, y transformarla en una de nosotros
para que siga enterándose de nuestros secretos.
Presentado así, sonaba bastante imposible. El alma de Justus se le fue a los
pies.
—¿Qué pasará conmigo, mi lord?
Gavin miró a Benson y asintió. El corazón de Justus tamborileó contra sus
costillas cuando Benson le entregó a su señor su espada. La espada que había
traspasado el corazón y cortado las cabezas de incontables vampiros.
—El castigo por revelarse a un mortal es la muerte —dijo Gavin, golpeándose
la mano con la parte plana de la espada mientras paseaba. De pronto se detuvo,
alzando el arma.
Justus ahogó un grito al sentir la fría punta de la espada contra su garganta.
Miró a los ojos de su señor, suplicando silenciosamente piedad.
Gavin sostuvo el arma, inmóvil.
—Justus de Wynter, te arrebato tu rango. Benson será mi segundo a partir de
ahora. Y ahora te sentencio…
Justus cerró los ojos, esperando sentir el acero atravesándolo.
—Al exilio —finalizó Gavin.
—¿Mi lord? —seguro lo había escuchado mal. Gavin jamás exiliaba a nadie.
Detestaba a los bribones. Sería incapaz de crear uno.
—Desde ahora en adelante, no eres un vampiro de Rochester. Benson y yo te
escoltaremos fuera de mi territorio. Si regresas, no tendré otra opción que
matarte —la espada fue retirada de la garganta de Justus al Gavin regresársela a
Benson. Entonces el Lord Vampiro de Rochester lo liberó personalmente. —Sé que
se me llama Implacable. Tal sobrenombre me es bastante útil. Pero supongo que
debo demostrar que soy capaz de sentir piedad.
Luego de ser liberado, Justus se frotó las muñecas, parpadeando incrédulo. La
vida de bribón no sería fácil, pero al menos podría buscar a Bethany.
Entonces Gavin y Benson sujetaron a Justus por los brazos, arrastrándolo
escaleras arriba, fuera de la mansión Darkwood. Justus se volvió para ver por
última vez el lugar en el que había pasado tantas noches. Recordó las incontables
partidas de ajedrez, conversaciones sobre el territorio y debates profundos.
También las risas.
Lo había perdido todo ahora. Por haberse enamorado había perdido su hogar,
su posición y a su mejor amigo.
Pero todo valdría la pena cuando Bethany estuviese en sus brazos otra vez.
Era la única esperanza a la que podía aferrarse.
Caminaron en silencio. Justus pudo sentir a otros vampiros ocultos en la
oscuridad, manteniendo su distancia pero aun así presentes para presencia su
caída. No le importó lo que pensaran.
Pero se le hizo un nudo en la garganta al llegar al límite del territorio de
Rochester. Jamás volvería a ver a Gavin.
Gavin lo sujetó del hombro, dándole un apretón que pudo ser afectuoso.
—Adiós amigo. Por favor no me hagas matarte.
Justus asintió.
—Gracias por tenerme misericordia.
—No me agradezcas —dijo Gavin entre dientes. —Lo más probable es que
solamente te haya alargado la sentencia de muerte. Tendrás que usar toda tu
astucia para sobrevivir.
—Lo sé —dijo Justus. Pero sobreviviría. Por Bethany. Había escuchado que en
las Américas había incontables ciudades y poblados sin vampiros. Podrían
construir una vida nueva allí. Quizás Justus podría convertirse en el Lord de su
propio territorio. Suspiró, haciéndole una última reverencia a su señor. —Adiós,
Gavin.
Entonces huyó tan rápido como sus temblorosas piernas se lo permitieron.
Su viaje a Derbyshire fue peor de lo que esperaba. ¿Acaso cada Lord Vampiro
de cada territorio había doblado sus patrullas? Parecía ser incapaz de encontrar
comida o descanso sin ser perseguido.
Los lugares donde dormía eran peligrosos y descuidados. El primer día, la luz
del sol se filtró al sótano donde se había escondido y le había quemado el brazo.
Muerto de hambre por no haber comido el día anterior y con los nervios de punta
por tener que mirar siempre por encima de su hombro, Justus casi no durmió. La
realidad de su nueva existencia lo golpeó como un martillo. Había creído que los
bribones eran parásitos amorales, que invadían territorios solo por malicia y
avaricia. En lugar de ello, parecía que eran perseguidos de territorio en territorio
porque no tenían opción si querían vivir. Dios, rezaba por poder encontrar pasaje
seguro para él y Bethany durante las próximas dos noches, ya que no sabía si
podría repeler a los vampiros que intentarían arrestarlo con una mortal a cuestas.
Cuando el sol se puso, Justus casi llora de alivio al oler a un humano pasar
cerca de su escondite. Con gracia depredadora, emergió del sótano y atrapó al
granjero. Recuperó la fuerza al beber profundamente. Se sintió culpable al ver
como el hombre se bamboleaba por haber perdido tanta sangre, por lo que lo
escoltó de vuelta a casa antes de liberarlo del trance. Al menos ningún vampiro se
atrevería a atacarlo junto a un mortal.
Luego de dejar al granjero de vuelta en su casa a salvo, Justus echó a correr a
toda velocidad hacia Derbyshire.
Aunque ansiaba ir en busca de Bethany de inmediato, sabía que si entraba sin
tener cuidado al territorio de Derbyshire sería arrestado de inmediato por los
vampiros locales. Se deslizó cuidadosamente por el territorio, en alerta para
detectar a los vampiros de Derbyshire y mantenerse contra el viento.
Luego de llegar al pueblo como tal, encontró un bar en el que no había
vampiros. En su experiencia, este era el mejor tipo de lugar para obtener
información. El cantinero y los clientes guardaron silencio al verlo entrar y dirigirse
a la barra. Justus estaba acostumbrado a tales miradas curiosas gracias a su cabello
rojo oscuro, pero esta vez estaba tan sucio y descuidado que las miradas duraron
más de lo normal.
Pero cuando mostró su dinero y el cantinero le sirvió un vaso de oporto, los
clientes regresaron a sus conversaciones. Justus maldijo por lo bajo al darse cuenta
de que el dinero no le duraría. Todas sus inversiones y efectivo habrían sido ya
reclamadas por Gavin, lo cual era su derecho como Lord Vampiro.
Se preocuparía por ello más tarde. Su prioridad era localizar a Bethany. Dios,
había sido un tonto al no Marcarla cuando pudo. Había tenido la intención de
hacerlo una vez que el contrato estuviese firmado.
Mientras sorbía su oporto y escuchaba las conversaciones a su alrededor,
Justus empezó a desesperarse al no escuchar nada sobre Lord Wickshire, o de
alguien importante recibiendo visitas de parientes.
Incluso luego de entrometerse disimuladamente en varias conversaciones,
encontró que nadie había escuchado nada de Lord Wickshire en Derbyshire. Y la
única persona que realmente lo conocía juraba que no tenía parientes en el área.
Desesperanzado, Justus se terminó su oporto y abandonó el bar. Pasó la
siguiente semana esquivando vampiros y buscando información pero no encontró
nada. Bethany no estaba en Derbyshire. No tenía parientes allí.
Justus ahogó un grito mientras hundía los dedos en el mármol de la cripta en
la que se había escondido ese día. Gavin le había mentido, seguramente para que
Justus abandonara de buena gana Rochester mientras usaba sus poderes para
persuadir a los Mead de que abandonaran el campo, o peor, para arreglar que
sufrieran un “accidente”, la única manera de evadir la ley que prohibía a los
vampiros lastimar mortales. No podías drenarlos hasta morir, pero podías
empujarlos por un barranco si te complacía.
Sacándose el relicario de debajo de la camisa, Justus lo abrió para contemplar
el retrato de su amada.
—Bethany —susurró. —Te encontraré, lo juro. Y si te he perdido, juro que te
vengaré.
Capítulo 15

Bethany abrió los ojos justo cuando el carruaje se detuvo. ¿Dónde se detenían
ahora? La cabeza le dio vueltas al luchar por incorporarse. Sus padres la habían
mantenido drogada durante casi todo el viaje, que había sido tan largo que ya no
sabía cuantos días habían pasado. Deseaba preguntar a dónde la llevaban, pero
cada vez que lo intentaba, su padre ordenaba a un paje que la sujetara para poder
forzarla a beber más de la horrible medicina.
Asomándose por la ventana del carruaje, Bethany ahogó un grito al ver que se
habían detenido frente a una enorme estructura de ladrillo rojo, con fachada
gótica, poblada de gárgolas y rodeada de una reja de hierro forjado.
El sol era tan brillante que lastimó sus ojos, que se habían vuelto sensibles
luego de las largas horas de sueño en el carruaje. Normalmente se detenían de
noche para descansar en una posada y refrescar a los caballos. Esto no parecía una
posada.
Su madre le tocó el hombro.
—Vamos —dijo, con voz lejana.
Un paje ayudó a Bethany a bajar, y ella notó que la rodilla ya no le dolía tanto.
Aunque no importaba. No creía tener que bailar mucho en este lugar.
Su padre ya había marchado a la entrada, donde tres hombres le esperaban.
Uno de ellos hablaba en voz baja pero animada con su padre, mirando de reojo a
Bethany, lo que la hacía sentir incómoda. Los otros dos esperaban de brazos
cruzados, como dos silenciosos centinelas.
Su madre la guió escaleras arriba, y el hombre que conversaba con su padre
dio un paso hacia ella, acomodándose los lentes y alisándose el abrigo de tweed
mientras le dirigía una mirada bastante condescendiente.
—Señorita Mead —dijo, con una sonrisa filosa. —Soy el Doctor Keene. Su
padre me dice que cree en vampiros.
Ella negó con la cabeza.
—No, no creo. Hubo un error.
—Calma, calma —su sonrisa se tornó más melosa. —Se cuándo me mienten.
Es un don. Pero no importa, tendremos mucho tiempo para llegar al fondo de
estos delirios. Vamos, le mostraré su habitación.
Doctor… delirios… habitación. Bethany ahogó un grito al caer en cuenda de
dónde estaba. Se volteó a enfrentar a sus padres.
—¿Me están ingresando en un asilo?
Su padre asintió secamente.
—No puedo tener a una loca en mi casa mientras trato de rescatar mi
reputación y carrera política.
Su madre le apretó la mano.
—Estás enferma, cariño. Aquí te curarás.
—¡No! —Bethany se separó abruptamente de ella. —¡No estoy loca!
Cecily sacudió la cabeza.
—Querida, imaginaste una propuesta y un cortejo que jamás sucedieron.
—¡Sí sucedió! —Bethany guardaría silencio respecto a la naturaleza vampírica
de Justus, pero no ocultaría su amor. Jadeó, tratando de ahogar lágrimas de
desesperación. —Algo debió haberle pasado a Lord de Wynter. ¡Quizás Lord Tench
le hizo algo!
Su padre soltó un suspiro teatral y se volvió al Doctor Keene.
—Ya ve lo que he tenido que soportar.
—Ya veo —el doctor asintió solemnemente. —Un caso clásico de histeria,
combinado con un deseo tan avasallante que se ha vuelto una fantasía. ¿Y me dijo
que vuestra madre sufrió de una condición similar?
—Si —dijo Lord Wickshire. —Luego de que su hija menor muriera dos
semanas luego de nacer, mi madre afirmó que podía hablar con los ángeles y mi
padre tuvo que enviarla aquí. Supongo que es una condición hereditaria.
—De hecho lo es. Normalmente heredada por línea materna —el Doctor
Keene se alisó el abrigo nuevamente. —Desearía poder hablar más del tema con
usted. ¿Seguro debe marcharse tan pronto?
—Debo hacerlo. Tengo asuntos urgentes en Londres —su padre se volvió al
carruaje, echando a andar. —Adiós, hija.
Bethany se encogió ante tan fría despedida, preguntándose qué había pasado
con el hombre que la sentaba en su regazo para leerle historias.
La despedida de su madre fue ligeramente más calurosa, estudiando el rostro
de Bethany como si deseara memorizarlo.
—Es lo mejor para ti ahora. Adiós de momento, querida mía. Prometo
escribirte.
Bethany prácticamente no sintió el tenso abrazo de su madre, ya que estaba
sumida en shock.
—¡No! —exclamó al ver a Lady Wickshire dirigirse al carruaje. —¡No pueden
dejarme aquí!
Trató de lanzarse tras ellos, pero los dos hombres que flanqueaban al Dr.
Keene la sujetaron.
El doctor chasqueó la lengua tras ella.
—No te pongas nerviosa. Estarás cómoda aquí. Morningside es el mejor asilo
en toda Inglaterra. Tus padres deben amarte mucho para traerte aquí.
—¿Amarme? —repitió ella, incrédula. —¡Me abandonaron aquí!
—Por tu propio bien —el doctor abrió la pesada puerta con el alarmante
cerrojo y le hizo señas a los hombres que la hicieran pasar. —Te gustará. Seguro
haces amigos al finalizar la primera semana.
Lágrimas amenazaron con derramarse por las mejillas de Bethany mientras
era arrastrada escaleras arriba y por un largo corredor lleno de puertas. El doctor
abrió una cerca del final y los hombres la depositaron en una habitación que era
bastante agradable, aunque el papel tapiz amarillento y la falta de adornos la
hicieron estremecerse sin razón. Los hombres la dejaron sobre una estrecha cama
y la soltaron al fin.
—Esta será tu habitación durante tu estadía —dijo el Dr. Keene. —Traerán tu
baúl pronto. Entonces traeré el té y tú y yo hablaremos de ese galán tuyo —con
eso, se marchó junto a sus asistentes.
Corrió el cerrojo luego de salir con un chasquido.
Bethany se dejó caer en la cama, mirando el techo amarillento, su mente
horrorizada con lo que estaba sucediendo. ¿Era una pesadilla? Rezó por despertar
en su propia cama. Porque Justus estuviera por llegar y pedir su mano como lo
habían planeado.
Cerrando los ojos, revivió sus besos. Lo suaves que se habían sentido sus
labios sobre los de ella. La ternura de su abrazo.
Demasiado pronto, la puerta de su habitación se volvió a abrir y los hombres
que la habían traído entraron arrastrando su baúl. Entonces llegó el doctor,
seguido por una sirvienta con una bandeja de té.
Luego de servirlo, el Dr. Keene la miró por encima de su taza, como si ella
fuese una interesante especie de insecto.
—Cuéntame de este vampiro con el que pensabas casarte.
—Es el Vizconde de Wynter, y por supuesto que no es un vampiro —respondió
Bethany, arrepintiéndose de haber revelado el secreto de Justus. —Me caí del
caballo ese día y el láudano me hizo decir tonterías.
—Jamás he conocido a un paciente que reaccione así al láudano —el Dr.
Keene la miró por encima de sus lentes. —¿Y qué de esta propuesta que esperabas
recibir?
—Eso fue real —insistió ella, jugueteando con su taza.
—Tu padre dijo que ese hombre jamás te visitó.
La frustración le retorció las entrañas. Claramente no podía decirle por qué.
—Bailamos y conversamos en bailes, cenas y recitales —explicó. —Y él iba a
visitarnos para pedirle mi mano a mi padre, pero algo debió pasarle que lo retrasó
—¿Qué le había pasado a Justus esa noche? La constante preocupación la roía
como un perro con un trozo de cuero. ¿Estaba en peligro? ¿O simplemente había
cambiado de parecer y ya no quería casarse con una tonta niña humana?
El Dr. Keene la miró con lástima.
—Muchas jovencitas como tú han caído bajo los encantos de hombres
inescrupulosos, creyendo que tenían buenas intenciones. Quizás que lo llamaras
vampiro refleja su naturaleza depredadora —de pronto frunció el ceño. —No has
probado tu té.
Ella alzó la ceja.
—La última vez que bebí té, mi madre lo había drogado.
—¿Me crees capaz de drogarte? Fascinante —el doctor ajustó sus lentes. —
Aunque es cierto que te administraré medicina cuando lo juzgue necesario, no te
engañaré para que la tomes. Tengo un tónico calmante que tomarás luego de la
cena, pero no estará escondido en tu comida o bebida. Tengo principios.
Bethany tomó un sorbo cauteloso, satisfecha al no sentir el amargor del
láudano.
Keene se inclinó hacia adelante, estudiándola.
—Ahora dígame, Señorita Mead, ¿ve o escucha cosas que no están allí?
Las palabras de su padre hicieron eco en su memoria. “Mi madre decía que
podía hablar con ángeles”. Se estremeció.
—No puedo aseverar que eso sea correcto. Estoy muy cansada por mi viaje,
Doctor. ¿Le importaría si sigo su consejo y descanso? —si tenía que soportar su
estúpido interrogatorio un minuto más, gritaría.
—Por supuesto, Señorita Mead —él se levantó de su silla. —Cuando te sientas
más descansada, te presentaré a las otras señoras del ala antes de la cena —vaciló
en la puerta. —Mi consejo es que te olvides del hombre que te llevó por mal
camino y haz tu mejor esfuerzo para encontrar consuelo aquí.
Bethany asintió, devolviéndole la taza a la sirvienta, pero solo porque era la
respuesta esperada. Se acostó en la cama, mirando el horrendo papel tapiz.
Jamás olvidaría a Justus. Incluso ahora, su corazón lloraba por él, con un
agujero enorme que solo él podía llenar.
—Me encontrará —susurró, cerrando los ojos para no ver el amarillo que la
rodeaba. —Justus me encontrará.
Pero luego de cuatro años de espera, eventualmente aceptó que lo había
imaginado todo. Los vampiros no existían y Justus era solo un libertino que se
aprovechó de ella. El abandono de sus padres fue solo más sal para su herida.
Y luego de cuatro años más en la celda gris del ala de los abandonados,
Bethany empezó a extrañar incluso la habitación amarilla. Al menos allí había
color.
Capítulo 16

Manchester, 1825.

Justus se encontraba en un saliente junto a una gárgola, mirando a través de


los barrotes en la ventana de la celda. El corazón se le retorció de agonía al ver a
su amada postrada en el suelo luego de desmayarse al verlo.
Aguantó el aliento hasta que ella pareció despertar.
—¡Bethany! —susurró lo más alto que se atrevió. —¿Estás bien? —si se había
lastimado por su sorpresa al verlo, no lo soportaría.
Con un gruñido, ella se levantó lentamente, clavándole una mirada temerosa.
¿En qué clase de mundo malicioso vivían, capaz de reducirla a un estado tan
debilitado? Si, Justus también había sufrido por sus años viviendo como un bribón,
pero él lo había merecido. Bethany no merecía esto.
Se veía tan delgada y frágil en esa bata de tela barata. Sus ojos estaban
dilatados como los de un adicto al opio, y temblaba como un sauce en una
tormenta. Su antiguamente brillante cabello colgaba ralo alrededor de su delgado
rostro.
Habían pasado ocho años desde la última vez que había visto a su amada y
casi no la reconocía. Pero era ella, de eso no tenía duda. Bajo la peste a terror y
sudor seco, podía percibir el aroma que lo había cautivado durante su primer
baile. Pero sus palabras lo aterraron.
—No eres real —susurró ella otra vez, echándose para atrás.
Él alzó la mano a través de las barras, ansiando sentir su piel una vez más,
pero ella ya estaba demasiado lejos.
—Soy real —insistió. —Bethany, por favor créeme. Te he estado buscando
todos estos años, sin rendirme, a pesar de tener razones para creerte muerta.
Ella sacudió la cabeza con mirada temerosa.
—Los vampiros no son reales. Eso dice el Dr. Keene.
Él suspiró.
—Los doctores son los primeros que no deben creer en nuestra existencia,
pero te aseguro que soy real —sintió otra punzada de dolor. —¿Recuerdas la
noche que te confesé lo que soy? ¿Recuerdas que te mordí? ¿Recuerdas que
corrimos juntos?
—Fue un sueño —susurró ella, pero un destello de su antiguo espíritu brilló en
sus ojos azules.
—No fue un sueño —dijo él, clavándole una mirada fija. Se sacó el relicario
que ella le había dado de la camisa. —Mira —lo abrió para mostrarle la miniatura.
—No me lo he quitado desde que me lo diste —bueno, excepto cuando se le
rompió la cadena y Gavin lo había tomado, pero eso lo confesaría luego.
Bethany estudió el relicario, sus ojos apagándose ligeramente mientras fruncía
el ceño especulativamente.
—Ven —él luchó por no sonar suplicante. —Toma mi mano una vez más, no te
desmayes otra vez. Siente que soy real.
Aun temblando de miedo y frío, Bethany se acercó a él con paso temeroso.
—¿Me morderás otra vez? —preguntó, con esa curiosidad que le había hecho
enamorarse de ella.
—¡Santo Dios, no! —él no pudo disimular su horror ante la idea. —Estás
demasiado débil y desnutrida para eso —intentando aligerar el momento, agregó.
—Además la cabeza no me cabe entre los barrotes. Ahora por favor toma mi mano
—se complació al ver que los labios de ella sonreían disimuladamente.
Suspiró de placer al sentir sus dedos cálidos rozando los suyos. Su otra mano
rozó el relicario, frotando la filigrana con el pulgar.
—Justus —susurró ella. —No puedo creer que estás aquí. Te esperé por años.
Me había rendido —lo miró a los ojos, maravillada y dudosa. —Finalmente me
había convencido de que no eras real, que esa noche en el huerto no fue más que
una fantasía. Que de verdad estaba loca. Pero aquí estás. Eres real —los ojos se le
llenaron de lágrimas antes de apartarse de golpe. —¿Por qué no viniste por mí
antes? ¡He estado atrapada en este horrible lugar durante ocho años!
—Fui arrestado la noche en que iba a pedir tu mano. Mi lord escuchó que
habías dicho a tu prometido que yo era un vampiro —ese antiguo dolor resurgió.
—¿Por qué no me dijiste que estabas comprometida? ¿Y por qué revelaste mi
secreto luego de jurar que no lo harías?
—¡No lo sabía hasta ese momento! —protestó ella, su labio inferior
temblando como si estuviera por echar a llorar. —Y no quise revelar tu secreto.
Ese día caí de mi caballo y el láudano me soltó la lengua.
—¿Te caíste? —el corazón de él martilleó contra sus costillas. Pudo haberse
roto el cuello. —¿Estás bien?
Ella se echó a reír.
—¿Físicamente? Sí, fue solo un esguince. Pero la medicina que me dieron hizo
mucho daño. Me declararon lunática, fui rechazada por mis padres, y a ti te
arrestaron por lo que dije —sus ojos azules se llenaron de simpatía. —¿Qué te
pasó entonces? ¿Escapaste?
Él sacudió la cabeza.
—El castigo por revelarse ante un mortal es la muerte —el escuchar su grito
ahogado le hizo querer apretarla contra su pecho. —Pero mi lord tuvo piedad de
mí y me sentenció al exilio. Escuché que te habían llevado a Derbyshire a quedarte
con un pariente…
Bethany resopló.
—Eso fue lo que mis padres dijeron. Para evitar rumores sobre mi verdadero
destino.
Justus maldijo su propia estupidez. Por supuesto que Lord Wickshire no
querría hacer público que había internado a su hija en un asilo.
—Creí que el Lord Vampiro de Rochester te había matado y me había mentido
para alejarme antes de hacerlo —intentó justificar patéticamente su lógica. —
Aunque está prohibido matar mortales, hay maneras de hacer trampa. Por ello
abandoné mi búsqueda para concentrarme en una estúpida venganza que mató a
otros dos vampiros. Uno lo merecía, pero ese no es el punto. Su sangre está en mis
manos y fue por nada.
Las cálidas manos de ella cubrieron las suyas.
—¿Qué pasó?
—Mis primeros años como bribón fueron miserables. Para ser honesto, aún
no es una vida fácil. Estoy huyendo constantemente, escondiéndome de patrullas
vampíricas que específicamente cazan bribones. Conseguir comida y refugio es un
reto constante. Culpé a mi lord por infligirme este sufrimiento, ya que sin ti solo
me quedaba el odio —la confesión se le derramó como el líquido de una pústula
infectada. —Reuní una banda de bribones con el objetivo de hacer pagar al Lord
de Rochester. La oportunidad se dio cuando él finalmente se enamoró —y Justus
sabía exactamente lo desesperado que podía volverse un hombre enamorado. —
Traté de hacer que sospecharan de su esposa para que los Ancianos le quitaran su
rango y lo exiliaran. En lugar de ello, mis acciones trajeron a un Cazador a
Rochester, lo que resultó en la muerte de dos vampiros, uno mío y uno suyo. Pero
yo seguía empeñado en vengarme. Secuestré a la esposa de Rochester y pedí a
cambio un perdón y que él se retirara como Lord Vampiro. Y yo iba a arrebatársela
permanentemente, como él te había arrebatado —una sonrisa amarga curvó sus
labios. —Él ofreció un compromiso; su esposa a cambio de un perdón y tu
locación, ya que sus espías habían determinado que te trajeron a Manchester,
pero no que te habían encerrado aquí. Solo Dios sabe cómo se enteró de eso, pero
siempre ha sabido como enterarse de las cosas —y hacía mucho tiempo, Justus
había sido el mejor espía de Gavin. Pero parecía que a su mejor amigo le iba
sumamente bien sin él. Justus suspiró antes de continuar. —Pudo haberme
matado por todo el desastre que hice. Pero en lugar de ello me ofreció un perdón,
el cual rechacé apenas me dijo dónde estabas, porque de aceptarlo tendría que
haberme quedado en Rochester bajo arresto preventivo y no podría haber venido
a verte.
Bethany le acarició los nudillos con gentileza.
—¿Rechazaste la oportunidad de terminar tu miseria por mí?
Él asintió.
—Jamás dejé de amarte. Y jamás dejaré de sentirme culpable por dejar de
buscarte y concentrarme en mi venganza —suspiró. —No sé cómo pedirte que me
perdones.
Ella bajó la mirada.
—Luego de lo que me contaste, no sé cuándo estaré preparada para
perdonarte. Pero dijiste que me sacarías de aquí. Es lo único que deseo.
—Te sacaré de esta horrible celda —gruñó él. —Pero no esta noche.
Ella alzó la mirada tan rápido que su cabello flotó como una nube dorada.
—¿Por qué no?
—Si arranco estos barrotes, me escucharán —apretó los barrotes con furia
impotente. Podía arrancarlos con facilidad, pero harían demasiado escándalo. —
Además, los vampiros de Manchester se enterarán que estoy aquí. Sigo siendo un
bribón, si me encuentran me capturarán o matarán.
—¡Cielos! Aún corres peligro —suspiró ella. Por un momento pareció que
objetaría a su ayuda, pero entonces se decidió, su expresión endureciéndose. —
¿Cuándo podrás sacarme de aquí entonces?
—Lo más pronto posible —prometió él. —Conseguiré algo para sacar los
barrotes y entonces bajaremos y nos marcharemos.
—¿A dónde? —preguntó ella.
Él vaciló, notando por primera vez el peligro de tal viaje.
—Cornwall.
Bethany ahogó un grito.
—¿Cornwall? ¿Por qué tan lejos?
—Escuché que el Lord de Cornwall tiende a permitir que bribones se refugien
en su territorio, incluso que se vuelvan ciudadanos —sonó esperanzado. El poder
dejar de huir y esconderse. Tener un refugio donde descansar durante el día. Un
lugar al que llamar hogar, un propósito. Y lo mejor de todo, tener a Bethany en sus
brazos. Pero no había seguridad de que el Conde de Deveril le tuviera piedad. —Y
si no podemos asentarnos en Cornwall, tomaremos un barco a las Américas.
—Qué lejos —suspiró ella. Entonces le apretó la mano con tanta fuerza que él
pudo sentir como temblaba. —¡Pero debemos marcharnos pronto!
La urgencia en su voz lo hizo sentir incómodo.
—¿Por qué el apuro? Entiendo que estés miserable aquí, pero suena como si
hubiera algo más.
—Greeves —dijo ella, con tanto terror que él ansió poder arrancar los
barrotes y tomarla entre sus brazos. —Vigila a las pacientes de noche y les hace
cosas atroces. Hasta ahora el Dr. Keene me ha mantenido a salvo de sus
atenciones, aunque reúsa creerme. Pero el doctor se va de vacaciones este fin de
semana y Greeves ha prometido aprovecharse de eso.
Justus gruñó.
—¿Quiere violarte? —apretó los barrotes con tanta fuerza que chirriaron bajo
su presión. —¡Lo mataré!
Bethany asintió.
—Aunque realmente lo deseo muerto y no me importa que eso me haga una
persona deplorable, ¿no atraerás sospechas si lo matas?
—Maldita sea, tienes razón. Perdón por maldecir frente a ti.
Ella se echó a reír.
—Dejando de lado los escandalosos libros que me prestaste, he escuchado
más groserías de las que querría durante mi estadía. Mi vecina tiene la costumbre
de ponerse a gritar las obscenidades más creativas que he escuchado nunca
cuando le dan sus ataques.
Sus palabras no le hicieron gracia. Más bien le recordaron que había pasado
ocho años encerrada con lunáticos de verdad. Podría haber salido lastimada.
De pronto olió algo. Algo aterrador. Vampiros de Manchester. El segundo del
Señor entre ellos. Justus los había estado estudiando desde que llegó al territorio
en busca de Bethany.
—Tengo que irme —susurró. —Regresaré mañana al anochecer.
—Pero Justus… —protestó ella.
El tiempo se le acabó. Justo cuando los vampiros de Manchester entraban en
los terrenos del asilo, Justus saltó a otro parapeto, colocándose contra el viento y
ocultándose tras una gárgola. Los escuchó con sus sensibles orejas, a pesar que
estaban bastante lejos aún.
—Te lo juro, Chester, olí un bribón —dijo uno.
—Y yo te digo que yo no, Carl —respondió el otro, seguramente Chester. —
Soy cuarenta años más viejo que tú, mis sentidos son más agudos —sus pisadas se
acercaron hasta que Justus pudo escucharlos patear la reja de hierro forjado. —
Además, ¿qué haría uno de esos aquí? Las únicas presas están encerradas en la
casa de locos, donde no las pueden morder. ¿Y por qué alguien querría morderlos?
Yo no querría contagiarme de su locura.
Carl se echó a reír.
—Nosotros no podemos contagiarnos. Y la locura no es contagiosa. Pero
insisto en que olí algo. Y Emily dijo que vio un vampiro extraño hace dos días. Un
hombre de cabello rojo oscuro.
—¿Hace dos noches? —repitió Chester con tono burlón. —Seguro ya se fue.
Frank o Rodney seguro lo echó a la fuerza, si es que no iba ya de salida. Y sigo
pensando que ningún vampiro cuerdo rondaría por aquí.
Justus asintió. Si, que se vayan.
—¿Y si es un vampiro loco? He escuchado que muchos bribones están
completamente chiflados —sus voces se perdieron mientras se alejaban.
Justus esperó unos minutos antes de bajar del edificio. Si los vampiros de
Manchester lo atrapaban tratando de sacar a Bethany del asilo, no sabía cómo
reaccionarían. Cuidadosamente se abrió camino a los cuchitriles en las afueras de
la ciudad. Jamás había visto a ningún vampiro aquí, quizás porque estaba más allá
de la frontera o que simplemente no les interesaban los mortales empobrecidos
que apenas lograban arrancar algo de sustento del suelo.
Normalmente Justus detestaba alimentarse de los pobres. Ya estaban lo
suficientemente desnutridos para empezar y debilitarlos más le pesaba en la
consciencia. Pero el vicario de esta área empobrecida era un bastardo corrupto
que se beneficiaba del trabajo de los más necesitados. Justus se había estado
alimentando de él casi todas estas noches, y si el desgraciado moría por pérdida de
sangre, no sentiría ningún remordimiento.
Encontró al vicario despierto, bebiendo de una jarra de cerveza mientras
ojeaba un libro de ilustraciones eróticas. El lascivo bastardo lo hacía a menudo.
Justus solo esperaba haber llegado antes de que el asqueroso se concentrara
completamente en la pornografía. Eso era algo que esperaba no volver a ver
jamás.
Llamó a la ventana, y en lo que el vicario alzó la mirada lo atrapó en un trance.
Este se acercó a la ventana como un cachorro obediente. En lo que abrió las
contraventanas, Justus hundió sus colmillos en él. Bebió profundamente esta vez,
necesitando toda su fuerza para rescatar a Bethany.
Luego de terminar de alimentarse, Justus recorrió las empobrecidas granjas en
busca de algo que le ayudara a sacar los barrotes. Un martillo y escoplo serían
ideales, pero harían más ruido que arrancarlos con sus propias manos. Aunque
para ser sincero no estaba realmente seguro de poder hacerlo, a pesar de lo que
había dicho. Los barrotes eran gruesos y estaban profundamente clavados en los
ladrillos.
Luego de horas de buscar, finalmente encontró algo que podría ayudarlo. Y
justo a tiempo, ya que el cielo empezaba a grisear con la luz de la mañana. Justus
regresó corriendo al mausoleo tras la dilapidada mansión del que era señor de
esta pobre villa. Era mejor que intentar esconderse en el cementerio público. Esos
lugares estaban reservados para los vampiros más pobres del territorio.
Bethany tenía razón. Necesitaba liberarla y llevársela de aquí lo más rápido
posible. Le había resultado agónico separarse de ella nuevamente. Especialmente
luego de que la última vez que la dejara así, la había perdido durante ocho años. La
mayoría de los vampiros consideraban eso una cantidad pequeña de tiempo, un
parpadeo nada más, pero para Justus se habían arrastrado como décadas de
sufrimiento.
Si volvía a perder a Bethany después de tantos años de búsqueda, se volvería
loco. Con el corazón latiendo con una mezcla de esperanza y preocupación, Justus
se tumbó en la losa de piedra en medio de cráneos desmoronados y polvo de
huesos, contando los interminables minutos antes de que el sol lo liberara de esta
triste tumba y finalmente estaría con su Betania.
Capítulo 17

Los minutos pasaron como eones para Bethany. Por lo menos una vez cada
hora se pellizcaba para asegurarse de que no estaba dormida. No estaba loca
después de todo. Los vampiros eran reales, y Justus había venido finalmente a
buscarla. Se libraría de este horrible lugar.
El saber que su estadía en Morningside estaba por acabar le hizo la espera
terriblemente larga. Al parecer su ansiedad era contagiosa, ya que sus compañeras
parecían agitadas. Carol, su vecina, estalló en un torrente de palabrotas durante el
desayuno, lo que hizo que Bess llorara de pánico hasta que se las tuvieron que
llevar a las dos. Susan, una mujer que alternaba entre largos episodios de violencia
y catatonia, le tiró el plato de gachas a la cara.
Normalmente esto la molestaría, pero hoy esto alegró a Bethany, pues
significaba que podría tomar un baño antes que Justus viniera por ella. Ni siquiera
le importó cuando la enfermera la estregó con el rústico cepillo y el jabón cáustico.
La enfermera frunció el ceño al enjuagar el cabello de Bethany.
—Tendremos que afeitarlas pronto, antes de que empiece la temporada de
piojos. Recomendaré que se haga antes de que el buen doctor se marche de
vacaciones.
Bethany disimuló una sonrisa triunfante. Cuando Justus se la llevara, jamás la
afeitarían otra vez. Su una vez gloriosa cabellera rubia estaba reducida a unos
pocos mechones deslustrados. ¿Se había visto decepcionado al verla así?
No importaba. Crecería, y ellos estarían juntos otra vez.
Cuando terminaron con su baño, a Bethany la llevaron escaleras abajo para
pasear por el jardín junto al Dr. Keene y otras de las pacientes mejores portadas.
Normalmente Bethany saboreaba estos momentos al aire libre, sintiendo el
sol en el rostro y disfrutando del aire puro, pero hoy se lamentó que solo
significaba que estaban a media tarde. Aún peor, era Mayo, lo que significaba que
los días eran más largos.
Eleanor le tocó el brazo mientras contemplaba el rosal, recordando los
colmillos de Justus.
—Has estado muy callada hoy, ¿estás bien?
—Oh, si —Bethany asintió rápidamente. Lo último que necesitaba era ser
enviada a la enfermería. Eleanor era conocida por estar convencida que todos con
los que hablaba estaba por contraer la plaga. —Solo me preguntaba cuando
florecerá el rosal.
—Las flores me causan alergia —se lamentó Eleanor.
El Dr. Keene monologaba sobre el descanso y la meditación, mirando a cada
una de sus pacientes por turno. Cuando sus ojos se posaban en Bethany, esta
luchaba por mantener la compostura. Seguro imaginaba que le estaba prestando
más atención que a las otras.
Pero luego de regresar al asilo, él la llevó aparte.
—Señorita Mead, parece sonrojada. ¿Te estás sintiendo sobreestimulada?
—No, Doctor —respondió ella, luchando por mantener su voz bajo control. —
Estoy muy tranquila —si pensaba lo contrario, la drogaría con su tónico, o peor, la
encerraría en la habitación silenciosa, donde Justus no podía sacarla.
Él la miró escéptico, pero afortunadamente se retiró a revisar a otra mujer
antes de escoltarlas a sus habitaciones para sus siestas. Bethany sabía que debía
dormir ahora para tener fuerzas esta noche, pero su mente estaba demasiado
agitada con recuerdos de Justus y sus esperanzas futuras.
Él se veía igual que la última vez que lo vio, con su rostro pálido y facciones
aristocráticas, y esa melena de cabello rojo. Aunque él le había dicho que los
vampiros no envejecían, el ver la evidencia era distinto. Pero ella si había
envejecido. ¿Qué pensaba Justus de ella ahora, que ya no era una debutante de
diecisiete, sino una solterona de veinticinco?
¿Cómo podría quererla ahora?
Pero sus ojos habían brillado de ternura y dolor al verla encerrada, y sus
caricias habían sido afectuosas. El ver el relicario que le había dado y escuchar su
declaración de que jamás se lo había quitado insinuaba devoción. ¿Aún deseaba
casarse con ella? ¿Podían casarse, siendo ella una lunática escapada y él un bribón
vampírico?
Al empezar a ponerse el sol, Bethany miró al horizonte, ansiosa. Escuchó
pasos en el pasillo, por lo que se apresuró a acostarse, fingiendo estar dormida.
Escuchó a alguien detenerse frente a su puerta, pero no se atrevió a abrir los
ojos para ver si era el doctor o Greeves. Luego de un largo momento, quien sea
que al estuviera mirando se alejó. Se quedó quieta, esperando que las pisadas se
alejaran por completo.
Un escalofrío le trepó por la espalda. ¿Y si había imaginado a Justus anoche?
Había estado drogada con el horrible tónico.
No. Sacudió la cabeza. La dura tela de la almohada le lastimó la mejilla. Había
estado bajo los efectos del tónico de Keene varias veces durante estos años y
jamás había alucinado algo tan real, ni siquiera con dosis más grandes que la
cucharada de anoche. Pero el recuerdo de su larga espera la atormentó. ¿Y si
decidía no venir? ¿Y si solo jugaba con ella?
¿Y si…?
—Bethany —el susurro de Justus le llegó como una caricia.
Abrió los ojos de golpe.
—¿Justus? —se levantó y allí estaba él.
Ahora, viéndolo por segunda vez, Bethany notó unos detalles alarmantes que
no había visto la noche anterior. Primero, Justus parecía mucho más pálido de lo
que recordaba. De hecho parecía algo enfermo. Segundo, vestía harapos, la
antítesis de su antiguamente elegante ropa. La cadena del relicario que llevaba
estaba sucia.
Recordó que le había dicho que estaba huyendo constantemente, siendo
cazado por otros vampiros, sin un hogar al que llegar. Él había sufrido tanto como
ella. La diferencia es que el sufrimiento de ella se aliviaría al salir de aquí, mientras
que la situación de él no cambiaría. De hecho quizás se complicaría con ella a
cuestas. ¿Y si lo molestaba?
Por un momento consideró pedirle a Justus que la dejara allí para que
estuviera seguro. Pero tres cosas la detuvieron. Primero, lo que él había dicho de
Cornwall y las Américas sugerían que tenía un plan. Segundo, sabía que si
rechazaba esta oportunidad, lo lamentaría.
Tercero, la potente ansiedad en su mirada le conmovía el corazón.
Que Dios la ayudara. A pesar de su comentario de no saber si lo perdonaría, su
amor por él se negaba morir.
—¿Me sacarás de aquí esta noche? —preguntó, tratando de mantener la
calma.
Él sacudió la cabeza, mostrándole un objeto que parecía un sacacorchos
gigante.
—Me tomará algo de tiempo taladrar el ladrillo para soltar los barrotes, pero
te sacaré antes del fin de semana. Te lo juro.
Ella suspiró aliviada, acercándose a la ventana y cubriendo su mano con la
suya.
—Gracias por venir por mí finalmente.
Él sonrió disimuladamente antes de volver a fruncir el ceño.
—No debiste estar aquí nunca —le acarició la mano suavemente. —Se
suponía que serías mi prometida, y que me esperarías a salvo hasta cumplir la
mayoría de edad y que yo pudiera regresar a tu lado.
—¿Regresar? —ella frunció el ceño. —¿Qué quieres decir?
—De acuerdo con la ley vampírica, está prohibido Transformar menores —dijo
Justus, clavando la punta de su herramienta en la argamasa bajo la piedra en la
que estaban clavados los barrotes. —No lo sabía hasta que le pedí permiso a mi
lord para hacerte mi mujer. Casi se niega, pero entonces decidió permitirme
asegurar nuestro compromiso y hacerme marchar de Rochester hasta que
cumplieras veintiuno. Entonces podría regresar y reclamarte —frunció los labios.
—Eso fue hasta que descubrió que habías revelado mi secreto.
Ella acababa de cumplir veinticinco. La agonía la embargó al imaginarse como
habría sido esperarlo durante cuatro años en lugar de ocho. El haberlo esperado
en la comodidad de su hogar, junto a sus padres. El despertar el día de su
cumpleaños número veintiuno para prepararse para su boda, en lugar de un
desayuno de gachas grises y miseria.
El sonido del metal desgastando piedra la regresó al presente. No era bueno
rumiar lo que no podía cambiarse. Pero qué diferentes habrían sido las cosas de no
haberse caído de su caballo. O si el láudano no la hubiera afectado tanto.
—¿Quién es el Lord Vampiro de Rochester? —preguntó para cambiar el tema.
Justus sacudió la cabeza, sus mechones rojos acariciando sus mejillas.
—Eso no te lo puedo decir hasta que no seas una de nosotros. Ya lo puse en
peligro demasiadas veces.
Bethany se congeló. Cuando era una jovencita, llena de sueños y fantasías,
había estado dispuesta a hacer lo que fuese necesario para estar con el hombre
que amaba, incluso si eso significaba volverse una criatura bebedora de sangre que
jamás podía estar bajo la luz del sol.
Ahora que era mayor y sus sueños estaban hechos trizas, la fría lógica hizo su
aparición. ¿De verdad quería vivir como Justus, una paria, teniendo que
esconderse de los humanos y de otros vampiros más fuertes que ella?
Cerró los ojos, respirando profundo. Pensaría en eso luego. En este momento
su prioridad era huir de Morningside.
—Muy bien —dijo. —No hablaremos más de vampiros. ¿Cómo me bajarás
luego de sacar los barrotes? —Ya había sacado varios centímetros de la base de las
barras.
—Te cargaré —dijo él sencillamente, como si hablara de bajarla de un caballo.
—¿Cargarme? —ella miró por encima del hombro de él y el estómago se le
encogió. Eso debía ser una caída de por lo menos cincuenta metros.
Justus asintió.
—Sí, tengo la fuerza —la miró a los ojos, preocupado. —No te asustes. Jamás
te dejaría caer —él alzó la mano a través de los barrotes y le acarició la mejilla. Ella
se estremeció, pero esta vez no de frío. Los labios de él se curvaron en esa sonrisa
pícara que la había hecho enamorarse años atrás. —Ahora, hablemos de algo que
no sea caer. ¿Has leído algo bueno últimamente?
Bethany no pudo aguantar la risa.
—A pesar de los fervientes intentos del doctor por detenerme, sí. Algunas de
las mujeres del pabellón me trajeron novelas a escondidas —suspiró. —Nada de
Chaucer, lamentablemente, pero adoro las novelas góticas de Allan Winthrop.
Esta vez fue Justus quién rió.
—¿Leíste a Allan Winthrop?
Ella alzó la ceja.
—¿Qué es tan gracioso? ¿Es por los rumores de que en realidad es una
duquesa?
—Oh, si es una duquesa, pero eso no es por… —sacudió la cabeza, taladrando
más piedra. —Tendré que explicarlo más tarde. Yo también leí las novelas de la
duquesa. Es una autora muy talentosa, para alguien tan joven. Leer también me ha
resultado difícil. Uno no puede tener una biblioteca mientras viaja.
Conversaron mientras él trabajaba, intercambiando historias sobre sus
penurias para asegurarse buen material de lectura. Cuando la conversación pasó a
libros que les habían gustado, los años parecieron desvanecerse, y se sintió como
si jamás se hubiesen separado.
Como si adivinara sus pensamientos, Justus detuvo su recuento de Voltaire y
sonrió.
—Esto es lo que he estado buscando todos estos años. Tus gustos y astucia
permanecen intactos —le apartó un mechón de cabello del rostro. —Y te has
puesto todavía más hermosa.
Inclinó la cabeza y Bethany se alzó de puntillas, con el corazón acelerado. ¡Iba
a besarla!
Pero apenas sus labios se tocaron, Justus se apartó. Bethany estuvo por
protestar hasta que escuchó el panel de privacidad de su celda abrirse.
Se volteó para regresar a la cama, pero el Dr. Keene entró de golpe, alzando la
mano.
—Señorita Mead, escuché una noticia preocupante.
Bethany dio un tembloroso paso atrás, sin atreverse a mirar a la ventana.
¿Acaso Keene había visto a Justus?
—¿De qué habla, doctor? —preguntó con voz temblorosa.
—Greeves dijo que te escuchó riéndote y hablando sola con voces extrañas —
dijo el doctor mientras Greeves se deslizaba tras él con gesto malicioso.
El doctor sacó un estetoscopio de su bolso, apoyándolo contra su clavícula.
Mientras escuchaba su corazón, ella se atrevió a mirar de soslayo la ventana. Se
tranquilizó al darse cuenta que Justus se había escondido.
—Tienes el corazón acelerado —el Dr. Keene chasqueó la lengua. —Esto es
alarmante. ¿Imaginabas una voz que te respondía?
Ella negó con la cabeza.
—Solo me sentía sola.
—Pero esa risa era anormal, me dicen. Profunda, como si pretendieras ser
hombre.
Bethany los fulminó con la mirada. Malditos por interrumpirla cuando estaba
tan cerca de la libertad.
—A lo mejor es Greeves quién imagina cosas.
—Yo no soy el loco aquí —escupió Greeves.
Un gruñido emanó de la ventana, pero ambos hombres estaban demasiado
ocupados asumiendo sobre su estado mental. Keene con sus usuales monólogos
pedantes y Greeves con razones menos científicas.
—De todas maneras, es claro que estás nerviosa —terminó el doctor. —No
tengo otra opción más que encerrarte en la habitación silenciosa un rato. Eso
suprimirá lo que sea que te esté sobre estimulando.
—¡No! —exclamó ella. Si la llevaban, Justus no podría sacarla. —¡Por favor no!
Solo necesito descansar.
El Dr. Keene miró a Greeves, quién suspiró teatralmente.
—Es como dijo. Está completamente histérica.
Bethany trató de zafarse, pero Keene y Greeves la sujetaron por los brazos y la
arrastraron fuera de la celda. Por primera vez en años, Bethany chilló y pataleó
todo el camino. Quizás Justus pudiera escuchar hacia dónde la llevaban. O quizás
solo era su corazón que se rompía al serle arrancado su sueño estando tan cerca.
Cuando el Dr. Keene la soltó para abrir el cerrojo de la habitación silenciosa,
Bethany aprovechó para zafarse y echó a correr por el corredor. Si tan solo pudiera
bajar las escaleras y salir por la puerta principal, Justus podría encontrarse con ella
en el jardín y llevársela con su velocidad sobrenatural.
—¡Justus! —gritó, con la esperanza de que la escuchara. —¡Justus!
Al girar en la esquina, se estrelló contra la enfermera Bronson. La enfermera
soltó un grito ahogado al caer las dos al suelo.
Antes de que Bethany pudiese disculparse, la agarraron por los brazos,
arrastrándola a la habitación silenciosa. La enfermera Bronson los siguió, con su
manojo de llaves en las manos y los labios fruncidos.
Bethany luchó, llamando a Justus, pero fue en vano. Mientras la enfermera
abría la puerta, sintió un pinchazo en la oquedad del codo.
—No —susurró, horrorizada. Algunos pacientes recibían inyecciones para
apaciguarlos cuando se alborotaban, pero ella jamás había recibido una. Solo el
tónico.
Una oleada de nauseas la hizo trastabillar al intentar gritar nuevamente. Solo
logró gemir, y para su humillación un chorro de baba le corrió por el mentón.
Greeves le apretó dolorosamente el pecho antes de empujarla a la celda acolchada
y oscura.
Keene la miró con expresión curiosa y lastimera.
—Vendré a verte antes de marcharme. Mientras tanto, debes tratar de
calmarte.
Al cerrare la puerta, escuchó a Greeves preguntarle al doctor.
—¿Qué habrá querido decir al gritar por justicia? ¿Acaso imagina que se le ha
tratado mal? Estas pacientes están muy malcriadas.
Keene suspiró.
—¿Quién sabe lo que pasa por las mentes enfermas? Solo podemos intentar
mantenerlas calmadas y protegerlas de otros y de sí mismas —su voz se perdió en
la distancia luego de trancar la puerta. —Ahora vamos a revisar a las pacientes que
la Señorita Mead alteró con sus gritos.
La oscuridad se apretó contra la visión de Bethany, enrollándola como una
manta de plomo, ominosa y sofocante. Trató de moverse, pero su espalda tocó la
pared. Más pequeña que un armario, la habitación silenciosa era el lugar más
odiado del asilo. Se suponía que calmaba a la gente, pero Bethany solo lograba
sentirse como un animal enjaulado. El corazón se le aceleraba y sentía que no
podía respirar.
Bajo los efectos de la droga que Keene le había inyectado era aún peor. Le
temblaban las piernas y no podía moverse. Y Justus estaba allí afuera.
Otro sonido quejumbroso se le escapó de entre los labios. Si la dejaban
encerrada aquí hasta la partida de Keene, Justus no podría sacarla antes de que
Greeves cumpliera su terrible promesa.
Bethany cerró los ojos al sentir que la habitación giraba. Pero eso solo
intensificó su vértigo. Abrió los ojos de golpe, pero la oscuridad se apretó contra
sus pestañas, adormeciéndola. Sacudió la cabeza, intentando mantenerse
despierta, solo en caso de que Justus lograra abrirse paso al asilo y encontrarla.
Pero fue en vano. La droga la hizo caer en un oscuro vacío de inconsciencia.
Capítulo 18

Justus apretó los dientes con tanta fuerza que la mandíbula le chasqueó
cuando se llevaron a Bethany arrastrada. Deseaba arrancar los barrotes de la celda
y asesinar a todos los que la hacían llorar así. Pero este rescate necesitaba una
medida de discreción. Si atravesaba una ventana siseando y con los colmillos al
descubierto, tendría que preocuparse de más que los vampiros de Manchester.
De pronto tuvo una idea, que le hizo sonreír salvajemente. Mientras no se
presentara como un vampiro, quizás no tendría que ser tan discreto.
Formando miles de planes, Justus bajó de los muros del edificio y regresó
corriendo a la pequeña y destartalada villa donde descansaba de día. Primero
visitó la cripta, recogiendo sus posesiones, escondiendo su cabello rojo bajo un
gorro de lana oscura y su rostro con una bufanda, antes de marcharse sin mirar
atrás. No le tenía afecto a ese escondrijo.
Entonces marchó al hogar del inescrupuloso vicario. El hombre estaba
dormido, pero había dejado la ventana abierta. Justus trepó por ella, entrando
silenciosamente y encontró al vicario profundamente borracho en su cama. Lo
puso inmediatamente en un trance, hundiendo sus colmillos en su cuello y
bebiendo profundamente, sin importarle si el bastardo vivía o moría. Luego de
curar las marcas, salió de la habitación y tomó un viejo trabuco 1 colgado sobre la
chimenea, cargándolo. Solo Dios sabía si funcionaba correctamente, pero le
serviría para su propósito.
Manteniendo los sentidos puestos en los vampiros de Manchester, Justus
regresó rápidamente al asilo, lleno de fuerza por haberse alimentado bien. La
necesitaría para sacar a Bethany de ese lugar maldito.
En lugar de trepar por un costado, Justus se dirigió a la puerta principal. Con
una patada, derrumbó la sólida puerta de roble. El estruendo resonó en los techos

1
El trabuco es un arma de fuego de avancarga, de grueso calibre, con un cañón corto y usualmente acampanado. Es un predecesor
de la escopeta, adaptado para servicio militar y defensivo.
altos. Inmediatamente un escándalo de gritos y pisadas resonó hacia él, pero a
Justus no le importó. Mientras más gente estuviera lejos de Bethany, mejor.
Cuatro enorme tipos aparecieron de pronto, dos de ellos aún en pijamas. Los
seguía un tipo delgado, de abrigo de tweed y cabello canoso, mirando a Justus con
curiosidad. A juzgar por el bolso negro que llevaba, era el doctor. El que había
ordenado que se llevaran a Bethany. El que la había hecho llorar.
Ignorando a los guardias, apuntó al doctor con el trabuco.
—Deténganse, o el buen doctor perderá los sesos.
Los guardias intercambiaron miradas antes de congelarse con expresiones
petulantes. Justus se preguntó a cuantos pacientes habían reducido con su fuerza
bruta, y cuantas veces se lo habían hecho a Bethany. Deseó poder destrozarlos.
Pero ese no era su objetivo. Apuntando al doctor, gruñó.
—¿Dónde está la Señorita Bethany Mead?
—¿Quién eres? —farfulló el doctor.
—¡Eso no importa! —exclamó Justus. —¿Dónde está Bethany?
El doctor tragó saliva.
—En la habitación silenciosa. Tuvo un ataque, hablaba con gente que no
estaba allí, estaba delirando…
—¡Hablaba conmigo, maldito idiota! —le espetó Justus, acercándosele a
grandes pasos. Uno de los guardias trató de interceptarlo, pero Justus lo lanzó
contra la pared de un empujón. —No soy ningún delirio. Ahora sácala de allí y
tráemela o te mataré y a todos los que intenten detenerme.
El doctor alzó los brazos y sacudió la cabeza.
—No tengo la llave.
Justus apoyó el cañón del arma contra la barbilla del doctor.
—Entonces llévame con quién la tiene.
Lentamente subieron las escaleras, y Justus olisqueó el aire en busca de su
amada. El doctor llamó apresuradamente a una de las puertas, mirando
nerviosamente a su alrededor.
—¡Bronson, sal inmediatamente!
La puerta se abrió y una amargada mujer con un cigarrillo apretado entre los
dientes amarillentos apareció. Entonces vio a Justus y su trabuco y quedó
boquiabierta, el cigarrillo humeante cayendo de entre sus fauces. Justus lo pisoteó
antes de que la alfombra agarrara fuego.
—Libera a la Señorita Bethany Mead ahora o el querido doctor y tú morirán.
La mujer asintió, pálida, y aferró un llavero a su costado. Manteniendo un ojo
por encima de su hombro, Justus siguió al doctor y a Bronson por otras escaleras
serpenteantes hacia arriba. Gruñidos, llantos y gritos de locura le llegaban de
todas partes, los sonidos del sufrimiento indecible. El hecho de que Bethany
hubiese tenido que pasar ocho años en este lugar hizo que el corazón de Justus se
retorciera de agonía.
Dos de los cuatro guardias los seguían disimuladamente, pero Justus estaba
preparado para empujarlos escaleras abajo si se atrevían a acercarse. Los gritos y
aullidos de los demás pacientes aumentaron, acompañados de golpes en las
paredes.
El doctor fulminó a Justus con la mirada.
—Molestas a mis pacientes.
—No me importa —escupió Justus.
El rostro del hombre enrojeció.
—No sé qué pretendes con este crimen. Si crees que los padres de la Señorita
Mead pagarán rescate, te equivocas. No han escrito en tres años.
—No quiero su maldito dinero —gruñó Justus, horrorizado de que su familia la
hubiese abandonado así. —Solo a ella —no dijo que mientras menos personas
supieran de la liberación de Bethany, mejor. No dudaba que el incidente no
tardaría en aparecer en los periódicos londinenses. Pero mientras no asumieran
nada sobrenatural, estaría a salvo.
Finalmente Bronson y el doctor giraron en un pasillo en sombras,
deteniéndose frente a una estrecha puerta de roble cerrada con un enorme
cerrojo de hierro.
Las llaves traquetearon al Bronson descorrer el cerrojo con manos
temblorosas. Justus mantuvo el trabuco apuntado al doctor y a Bronson mientras
el doctor abría la puerta para revelar una recámara no más grande que un
armario, cubierta del techo al suelo en un acolchado amarillento. Bethany yacía en
el medio.
—¡Bethany! —exclamó Justus, rezando porque estuviera bien.
—¿Justus? —gruñó ella, dificultosamente.
—Ven —dijo él, apremiante. —¡Marchémonos de este maldito lugar!
Ella se enderezó lentamente, con las pupilas dilatadas y la mirada perdida.
Justus se volteó de golpe hacia el doctor.
—La drogaste.
—Estaba histérica —protestó él.
—Debería matarte —gruñó Justus antes de volverse nuevamente a Bethany.
—Ven —repitió.
Si bajaba el trabuco, no dudaba que los dos idiotas que lo seguían se lanzarían
sobre él. Sería fácil despacharlos, pero era imperativo que estos mortales lo
creyeran humano.
Bethany se aferró a la pared acolchada y trató de ponerse de pie, pero cayó de
rodillas.
—Estoy mareada y las piernas no me funcionan.
—Inténtalo —dijo él, rezando por que tuviera la fuerza.
Centímetro a centímetro, ella se arrastró hacia él mientras Justus se acercaba
lentamente a la puerta para poder vigilar al doctor mientras ella llegaba a él.
Cuando sintió sus delicados dedos aferrarse a su pierna, se arrodilló rápidamente y
la cargó con un brazo. El ángulo era incómodo, pero no pudo evitar soltar una
palabrota al sentirla tan delgada y frágil. ¿Acaso la habían matado de hambre
también?
Escuchó pasos por el pasillo.
—Doctor —dijo una voz irritada a la vuelta de la esquina. —¿Qué diablos
pasa? Ese lugar suena como un… bueno, un manicomio —un tipo delgado con cara
de rata apareció. Los ojos casi se le salen de las cuencas al ver a Justus con su
trabuco y Bethany cargada.
Pero fue la reacción de Bethany lo que le hizo notar al recién llegado.
—Greeves —susurró ella, escondiendo el rostro en su hombro.
—¿Es el que te iba a violar luego de que el doctor se marchara? —exclamó
Justus, apuntándolo con el trabuco. —Lo mataré.
—¡No! —exclamó Bethany, mientras el doctor contenía un grito.
—¿Qué quieres decir con violación? —el doctor miró a Greeves con ojos
entrecerrados.
Justus miró a Greeves, al doctor y luego a Bethany.
—Lo mataría yo misma —susurró Bethany. —Pero entonces nos perseguirían
por homicidas.
Justus suspiró. Ella tenía razón. Pero había una manera de evitar que esto le
sucediera a otra paciente. Capturó la mirada de Greeves y le ordenó.
—Confiésale al doctor lo que le haces a las pacientes cuando no está.
Greeves se encogió como un perro azotado y se lanzó en una temblorosa
confesión de todas sus cochinadas. Las cosas que dijo hicieron que el doctor
contuviera otro grito y que las ganas de Justus de matarlo se inflamaran aún más.
El doctor se recuperó primero.
—¡Te marchas ahora! Estás despedido, sin pago ni referencia.
—Pero Dr. Keene —protestó Greeves. —¿No necesita de mi asistencia con
este tipo apuntándolo?
—No te preocupes por ello —replicó Keene, sonando aburrido. —Ya que no
parece querer matarte en este instante, supongo que estoy a salvo. Las
autoridades estarán tras él pronto, asumo.
Aunque eso era cierto, Justus planeaba haberse ido antes de que el primer
oficial llegara al asilo a tomar la declaración de Keene. Con algo de suerte, estarían
a salvo en Cornwall antes de que el primer periódico imprimiera la noticia.
Pero de todas maneras estaba nervioso y resistió las ganas de arreglarse el
gorro para asegurarse de que ningún cabello rojo se le escapara.
Justo entonces, una aguja filosa se clavó en su cuello. Justus agarró la muñeca
de Keene antes de que el doctor pudiese apretar la jeringa. Sus huesos crujieron,
haciendo que el doctor chillara como un conejo enzarzado.
—No debiste hacer eso —gruñó Justus.
—¿Cómo te moviste tan rápido? —preguntó Keene con un quejido, sujetando
su muñeca rota.
¡Maldición! pensó Justus, mintiendo rápidamente dijo.
—Soy esgrimista.
La mujer llamada Bronson fulminó a Justus con la mirada antes de virarse al
doctor para examinar su mano.
—Estúpido. Ahora tendremos que llamar a un médico además de a la policía.
Justus decidió que era momento de irse.
—Nos marcharemos ahora —dijo, sujetando mejor a Bethany mientras se
dirigía lentamente por el pasillo. Los guardias se apartaron asustados y Greeves
recordó de pronto que acababa de ser despedido y salió corriendo en dirección
contraria.
Aferrado al trabuco, bajó cuidadosamente con Bethany en brazos, tratando de
aparentar ser humano. Uno de los guardias y varios sirvientes acechaban en las
sombras, pero ninguno se atrevió a detenerlo mientras se marchaba con su amada
en brazos.
La puerta chirrió al darle una patada. Luego de cruzarla, Bethany miró la luna y
soltó una risotada.
—¡Libre, libre al fin! Por favor que no sea un sueño.
Él vaciló, besándole la frente.
—No es un sueño. Jamás tendrás que regresar —entonces la llevó al arbusto
donde había escondido su mochila. Guardó el trabuco en ella y se cambió a
Bethany de brazo para cargarse la mochila a la espalda. Entonces la tomó con
ambos brazos, disfrutando la sensación de abrazarla. —Agárrate con fuerza.
Correremos más rápido que la vez pasada.
Ella obedeció, aferrándose a su cuello y rodeándole la cintura con ambas
piernas. Él ahogó un gruñido al sentir su suavidad contra su entrepierna.
Cuando arrancó a correr, ella ahogó un grito. Superaron la distancia en un
borrón, esquivando árboles y rocas. Bethany temblaba de frío, pero no había otra
cosa que hacer. Tenían que abandonar Manchester de inmediato.
Como conjurado por sus pensamientos, escuchó un grito tras él, seguido de
sonidos de persecución a su misma velocidad. Los vampiros de Manchester lo
habían encontrado.
Pero la frontera estaba solo a un par de kilómetros. Si los lograba eludir,
llegarían a Cheshire y estarían fuera de su alcance. Y con algo de suerte no habría
vampiro de Cheshire esperándolos. Con una plegaria silenciosa a cualquier deidad
que velara por las almas malditas como la suya, Justus apretó el paso.
Los vampiros de Manchester se le acercaron, tanto que Justus juraba que
podía sentir su aliento en su nuca.
—¡Tiene un humano! —gritó uno.
—¡Apúrate, antes de que escape!
Jadeando, Justus siguió corriendo, rezando para acelerar. Una rama le azotó el
rostro, dejando una marca ardiente en su mejilla. El camino a Cheshire apareció,
como un faro en la oscuridad. Se enfocó en él.
Cruzó la frontera justo cuando un vampiro de Manchester se preparaba para
abalanzarse sobre él. El vampiro soltó una palabrota. De acuerdo con los espías de
Rochester, el Lord de Cheshire y el de Manchester se odiaban, por lo que sus
hombres tenían prohibido cruzar la frontera. Justus rezó por que siguiera
funcionando a su favor, pero estaba seguro de que los vampiros de Cheshire no le
serían amistosos. Afortunadamente no sintió ninguno cerca.
Con el pecho ardiéndole, no se atrevió a detenerse. Continuó con su paso
castigador, buscando refugio, aunque los vampiros de Manchester no lo seguían
ya. En la distancia espió un montón de rocas.
—Gracias, Dios —susurró. Era una antigua iglesia, quemada en alguna de las
incontables guerras inglesas. Lo que significaba que tendría un sótano o una cripta.
Pasando por la entrada semi-derruida, encontró una escalera enterrada bajo
los escombros en el transepto sur.
—Bethany —susurró. —¿Te puedes tener en pie? Tengo que liberar la
escalera.
Ella murmuró pero no abrió los ojos. La droga seguía adormeciéndola.
La acostó gentilmente en el suelo y se puso a apartar trozos de madera
carbonizada y mármol de la escalera. Cuando estuvo libre, la tomó en brazos y
bajó.
Incluso con su visión sobrenatural, la recámara estaba casi demasiado oscura.
Quizás eso significara que la luz del sol no tenía modo de penetras. Mejor aún, no
percibió el aroma de ningún vampiro, o de ninguna otra criatura.
—¿Justus? —susurró Bethany con un traquetear de dientes. —Hace frío y está
muy oscuro.
Debía ser una oscuridad impenetrable para ella. Enfocando su visión, vio una
losa en lo que parecía una catacumba. Era una cripta, gracias a Dios. Limpió el
polvo de la losa antes de tenderla encima, agradeciendo que no hubiese huesos
esparcidos allí.
Luego de acostarla, sacó una manta de su mochila.
—Gracias —susurró Bethany cuando la arropó.
—Haré una fogata —dijo él, buscando sus cerillas. En la oscuridad pudo ver
algo que esperó fuesen tablas. Podría buscar algunas arriba, pero no quería
dejarla.
Entonces hizo una fogata en la base de las escaleras para que el humo
escapara por ellas. Quizás otros lo olieran, pero lidiaría con ellos luego. Ahora solo
le importaba la comodidad de Bethany.
Cuando vio el lugar iluminado por el fuego, hizo un gesto incómodo al ver las
telarañas y el polvo. Ocho años atrás jamás habría imaginado traer a una
debutante a un sitio así. Pero por su seguridad no tenía opción.
Se volvió para ver a Bethany acurrucada en la manta. Notó entonces sus pies
descalzos. Ella necesitaba zapatos, ropa y comida.
Por primera vez desde que inició su viaje para llevarla a Cornwall, Justus
experimentó algo de duda. ¿Cómo esperaba cuidarla, siendo un bribón, teniendo
que evitar el sol y a otros vampiros?
Capítulo 19

Bethany soñó con la habitación silenciosa, fría y pequeña. Gritó pidiendo


ayuda, pero no vino nadie. Se encogió en una bola temblorosa hasta que escuchó
los pasos de Keene en el pasillo. El pomo de la puerta tembló y giró…
Bethany despertó adolorida y confundida. Pero aunque yacía sobre algo
incómodo y frío, su espalda se sentía deliciosamente cálida. Entonces notó el
musculoso brazo que le rodeaba la cintura, y los mechones sueltos de cabello rojo
tras su hombro.
Se llenó de felicidad. Justus la había salvado de Morningside anoche, de los
abominables tónicos del Dr. Keene y la lujuria de Greeves. No solo estaba libre del
terrible asilo, sino que estaba reunida con su amado una vez más.
Disfrutó de la felicidad que eso le producía un momento antes de fijarse en su
alrededor. La polvorienta recámara, malamente iluminada por los rescoldos de
una fogata moribunda y unos mortecinos rayos de luz solar que se filtraban por la
escalera la hizo regresar a la realidad.
Estaban aquí porque Justus era un vampiro, y no podía caminar bajo la luz del
sol. Además era un bribón, perseguido por los de su especie. Y todo era culpa de
ella. De no haber mencionado que él era un vampiro frente a sus padres, y
especialmente frente a Lord Tench, Justus no habría sido exiliado. Sintió
vergüenza. ¿Cómo pudo perdonarla? Pero lo había hecho de todos modos. Luego
de ocho largos años, estaban juntos otra vez.
Pero ahora ambos eran fugitivos. Rezaba para que pudieran llegar a Cornwall,
y que el Lord Vampiro de ese lugar les proveyera refugio. Su predicamento ya era
bastante grande como para considerar una negativa. Justus había dicho que
podrían huir a las Américas en ese caso, pero ¿cómo asegurarse un pasaje para un
viaje tan largo sin que él se expusiera al sol?
Respirando profundo, trató de calmarse. Justus tenía un plan. Él sabría qué
hacer. Justo entonces, su estómago gruñó, recordándole cosas más urgentes.
—Necesitamos buscarte comida, pero debemos esperar a que el sol se oculte
—dijo Justus, acariciándole el hombro. —Tengo agua para que aguantes hasta
entonces. Lamento no haber reunido vituallas para ti.
El remordimiento en su voz le conmovió el alma. Ella le tomó la mano,
acurrucándose contra él.
—No es tu culpa. No sabías que tendríamos que partir anoche.
Él se incorporó, arreglando la manta alrededor de ella.
—Déjame traerte el agua y remover el fuego. Entonces podremos planear
nuestro próximo movimiento.
Su cuerpo se estremeció al perder el calor de su abrazo, aunque la promesa de
un fuego cálido y agua para su garganta abrazada era atractiva. Dios, como le
ardía.
Justus le pasó la bota de agua y recorrió la recámara, recogiendo trozos de
madera podrida. Bethany tomó un sorbo de bendita agua fresca y casi se ahoga al
ver una calavera en el suelo, justo bajo sus pies.
—¿Dónde estamos? —preguntó con voz temblorosa.
—Bajo las ruinas de una vieja iglesia —respondió Justus, golpeando la yesca
para iniciar un fuego nuevo. —La cripta, para ser exactos. Sé que es macabro, pero
es lo más seguro.
La luz naranja iluminó la cripta al encenderse el fuego. Bethany evitó mirar la
calavera, levantándose de la losa para acercarse al fuego. Fue entonces cuando
notó las enormes medias de lana cubriéndole los pies. Él también la había tapado
con su ajado pero resistente abrigo.
—¿Son tus medias? —preguntó.
Él asintió.
—Estabas descalza y tenías los pies helados. Necesitamos buscarte unas que
te queden —frunció el ceño. —También zapatos, pero eso tendrá que esperan a
que se oculte el sol —se paseó por las sombras, manteniéndose lejos del parche
de luz solar junto la escalera, pareciendo tan frustrado que ella se levantó,
tomándolo del brazo.
—Estaré bien —dijo, maravillándose por el firme músculo bajo la camisa de
lino. —He pasado más tiempo sin comer en Morningside. Keene creía que ayunar
ayudaba al cuerpo a deshacerse de las fantasías.
Los ojos de él se entrecerraron furiosos.
—Eso no lo hace correcto.
—Bueno, gracias a ti está en el pasado —Bethany le haló el brazo, ignorando
las punzadas de hambre que casi le producían nauseas. —Ven, siéntate junto al
fuego conmigo.
Su expresión se suavizó ligeramente, y la guió junto al fuego. Le indicó que se
sentara sobre la mochila antes de sentarse junto a ella y tomarla de la mano.
—No puedo creer que finalmente te encontré luego de tantos años. Todos
esos días soñando con tenerte entre mis brazos… —suspiró. —Pero siempre en
mejores acomodaciones.
Ella apoyó la cabeza en su hombro.
—Las acomodaciones puede que no sean ideales, pero al menos esto es real.
Sus nudillos rozaron su mejilla al él mirarla, sus ojos imposiblemente verdes.
—Tienes razón. Finalmente es real —bajó la cabeza hasta que sus labios
rozaron los de ella.
El deseo la recorrió por completo al sentir su beso, más potente y
emocionante que en sus recuerdos. Bethany se volvió, apretándose más fuerte
contra él, gimiendo al él rodearla con sus brazos.
Se besaron con toda su hambre contenida por estar separados tanto tiempo.
Rozando, tocando, explorándose con toda la fuerza de su ansiedad. Bethany gimió
al sentir el latido primigenio en ese lugar sensible entre sus piernas. Por voluntad
propia, se encontró trepándose al regazo de él, su erección apretándose
deliciosamente contra su centro.
El gruñido bajo de Justus la hizo estremecer. Su lengua la acarició en un
delicioso baile prohibido. Bethany arqueó las caderas contra él, ansiando más.
Justus la apartó abruptamente, dejándola firme pero gentilmente a su lado.
—No —dijo roncamente. —Sigues siendo una damisela y una dama. No puedo
deshonrarte.
—No soy una dama —respondió ella, acariciando maravillada su cabello.
Él le tomó la mano, besándole los nudillos.
—Para mí siempre serás una dama.
—¿Eso significa que jamás…? —ella se interrumpió, sonrojada, e incapaz de
terminar la frase.
—No hasta que nos casemos —respondió él, sacudiendo la cabeza.
La seriedad de sus palabras fueron como agua fría para su ardor.
—¿Aún quieres casarte conmigo?
Justus frunció el ceño.
—Si. ¿Ya no aceptas mi propuesta?
—Eso no fue lo que quise decir —respondió Bethany apresuradamente. —
Quiero decir… no estoy segura. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que
nos vimos. Siento que debemos conocernos otra vez. Sin mencionar que ambos
somos fugitivos hasta encontrar santuario.
Aunque pareció lastimado por sus palabras, él asintió.
—Hablas sabiamente —algo alarmante pero incomprensible destelló en su
mirada y él se apartó ligeramente de ella.
Se sintió lastimada.
—¿No quieres estar cerca de mí porque quiero esperar?
Justus sacudió la cabeza vigorosamente.
—No quiero nada más que abrazarte, pero tengo mucha hambre. Nuestra
carrera anoche me dejó sin fuerzas. Necesitaré salir a cazar apenas se ponga el sol.
El alivio al no ser rechazada se mezcló con su preocupación por él.
—¿No podrías alimentarte de mí?
—No —dijo él, con tanta severidad que ella se estremeció. —Solo te
debilitaría más.
Bethany suspiró. Él tenía razón. Pero detestaba sentirse inútil, una carga. Más
que nunca ansió abrazarlo para consolarlo. Pero sus ojos brillantes, expresión
severa y colmillos resplandecientes le dejaron claro que no sería lo más sabio.
—¿Qué propones que hagamos para pasar el rato?
Finalmente, sus labios se curvaron en una sonrisa.
—Tu optimismo es un bálsamo para mi alma. Tengo algunos libros en la
mochila que he deseado discutir largamente.
Pasaron las siguientes cuatro horas leyendo pasajes de Beowulf juntos y
teniendo una animada discusión. De no ser por el frío del suelo de la cripta bajo
ellos, la dureza del mismo y el hambre en sus estómagos, sería como cuando se
habían conocido.
Cuando la luz en las escaleras finalmente desapareció, Justus cerró el libro y
sacudió la cabeza.
—Luego de que te encontremos comida y ropa, tendremos que procurar más
libros.
Bethany asintió empáticamente.
—En Morningside casi no me permitían leer. Y los pocos libros que me
dejaban eran tan aburridos que parecían más un castigo que un escape.
Justus quedó boquiabierto.
—¿No te dejaban leer? —repitió, sorprendido.
—Creían que la mayoría de los libros me sobre estimularían, poniéndome
histérica —respondió ella, bajando la mirada al recordar las carencias de cosas
interesantes.
—¡Eso es demasiado cruel! —exclamó Justus. —Privarte del placer más
grande e inocuo de la humanidad. ¿Cómo lo soportaste?
—Creo que me volví loca de verdad —ella soltó una risotada temblorosa. —
Había un cuervo que solía pararse en mi ventana. Le puse Percival y le hablaba
todo el tiempo. Hasta que una mañana, hace algunos meses, dejó de venir. Me
sentí muy sola entonces.
Él cubrió su mano con la suya.
—Ya no volverás a estar sola. No mientras esté contigo —la ayudó a
levantarse. —Ha caído la noche. Tenemos que ir a buscar comida, pero primero
necesito hacer algo.
—¿Qué? —preguntó ella, ahogando un grito al verlo morderse el índice y
extender el dígito sangrante hacia ella.
—Debes beber unas gotas de mi sangre.
Ella frunció el ceño.
—Creí que necesitabas beber sangre —se le ocurrió otra cosa. —¿Vas a
Transformarme ahora? —no estaba segura de estar preparada para eso.
Él se rió.
—No, esto es para poder encontrarte si nos separamos. Preferiría Marcarte
propiamente, pero es peligroso hacerlo ahora.
—¿Marcarme? —preguntó ella.
—Te lo explico ahora —él apretó su dedo sangrante contra sus labios. —
Apúrate, antes de que se cierre.
Arrugando la nariz, Bethany abrió los labios y probó la sangre de Justus. El sutil
sabor férreo no le resultó tan desagradable como había temido, pero el chispazo
en su boca le resultó alarmante. Cuando él apartó el dedo, ella se relamió.
—¿Qué fue ese chispazo?
Justus se encogió de hombros.
—Algún tipo de magia, supongo. La sangre forja una conexión entre nosotros,
así que si nos separamos, podré encontrarte. Pero como no dije las palabras y no
te di suficiente sangre, el efecto es temporal. Usualmente se usa para designar a
los humanos de los que nos hemos alimentado, para no drenarlos
accidentalmente.
—¿Tu sangre es mágica? —preguntó ella, fascinada.
—Si. También puede curar heridas, por lo que la usamos para curar las marcas
de punción de nuestros colmillos, lo que también crea una Marca temporal.
—¿Qué hay de la Marca permanente? —preguntó ella.
—Esa se usa para declarar que un mortal está bajo protección vampírica —
explicó él. —No te la puedo dar aún, ya que los demás vampiros notarían que
fuiste marcada por un bribón y te seguirían para darme caza.
Ella lo miró sorprendida.
—Eso sería malo —sin Justus, no sobreviviría mucho tiempo como fugitiva. No
solo eso, sino que no tendría a dónde ir. Y por supuesto, el pensar en perderlo
nuevamente la llenó de terror.
Justus se cargó la mochila al hombro y le tendió la mano.
—¿Nos vamos?
Bethany asintió empáticamente mientras su estómago gruñía. Tenía tanta
hambre que podía comerse una vaca entera ella sola. Además, se alegraría de no
volver a ver esta horrible cripta otra vez. Justus la tomó delicadamente de la mano
y la guió escaleras arriba. El fuerte pero gentil agarre la conmovió. Hasta la noche
anterior, siempre se habían tocado con guantes.
La luna llena brillaba con fuerza en el cielo, y el aroma de flores silvestres
perfumaba el aire. Había incluso algo hermoso en las ruinas de la iglesia, un eco de
tiempos pasados. Bethany se alegró se estar aquí afuera con Justus en lugar de su
celda en Morningside. Pero trato de disimular su alegría mientras miraba a Justus
otear por encima de su hombro, estudiando sus alrededores. Aún estaban en
peligro.
—Iremos al este —dijo Justus en voz baja. —No siento a nadie en esa
dirección —dieron un par de pasos y entonces él la tomó en brazos. —Olvidaba
que necesitas zapatos.
Aunque el estar en brazos de Justus le traía placer, Bethany detestó sentirse
como una carga. Esperaba que encontraran comida pronto.
Él corrió con su velocidad sobrenatural, pero esta vez ella mantuvo los ojos
abiertos, viendo el paisaje pasar a su alrededor, sintiendo la brisa en sus mejillas
mientras recorrían el bosque, luego granjas, hasta que Justus se detuvo a las
afueras de un pueblo. Había gente en las calles, gente que acababa de terminar su
jornada y se dirigía a casa, al bar o al centro para algo de diversión.
Eso mareó a Bethany. Hacía tanto tiempo que no veía multitudes
comportándose normalmente. Ahora la mente le daba vueltas. ¿Se acostumbraría
al mundo otra vez?
—¿No deberías bajarme? —preguntó en voz baja.
Justus sacudió la cabeza.
—Tengo un plan.
Bethany trató de ocultar su rostro sonrojado mientras recorrían la calle
principal, atrayendo miradas curiosas. Debía verse horrible, toda despeinada, sin
zapatos, con solo medias gruesas y un abrigo de hombre cubriendo el sencillo
vestido de lino del asilo.
Justus no prestó atención al escrutinio mientras llegaban a la tienda de un
zapatero. Luego de llamar, los atendió un hombre de semblante hosco.
—Disculpe, ¿tiene zapatos de mujer? —preguntó Justus con una sonrisa. —
Unos rufianes lanzaron a mi amada prometida al lago.
Las facciones del zapatero se suavizaron.
—Oh vaya, la juventud de hoy en día. Entren y veré que tengo, ¿tienen
dinero?
—No —respondió Justus, clavando una mirada fija en el hombre. —Pero nos
ayudarás de todas maneras.
Bethany esperó que el zapatero les cerrara la puerta en la cara, pero en lugar
de ello los ojos del hombre se desenfocaron y sonrió distraídamente.
—Sí —dijo, distraído. —Los ayudaré.
Con ese mismo aire distraído, abrió la puerta y entró. Justus lo siguió,
contemplando como el zapatero encendía lámparas en la tienda. Cuando Bethany
vio la plétora de zapatos, el corazón se le encogió amargamente. ¿Desde hace
cuánto no veía cosas tan simples? ¿Desde hace cuánto no pensaba en las tiendas
que había visitado con su madre?
El zapatero se aclaró la garganta.
—¿Señorita? Si se sienta, mediré sus pies.
Para su decepción, los bonitos zapatos de cuero negro eran demasiado
grandes para ella. Aunque quizás fuese lo mejor, ya que las botas marrones
parecían mucho más robustas. Le agradeció profundamente al zapatero antes de
marcharse con Justus.
—Fue muy amable de su parte darme los zapatos —dijo. —Pero me pregunto
por qué. Se veía raro cuando dijo que ayudaría.
—No le di opción —respondió Justus secamente. —Lo forcé a ayudarme.
Ella ahogó un grito.
—¿Puedes hacer eso?
—Si. Es como nos alimentamos sin que la gente lo recuerde —explicó, con una
expresión tensa, como si confesara un pecado. —Hablando de ello, es hora de
comer.
Entraron a un hostal, donde Justus usó su habilidad para convencer al
encargado de que ya habían pagado. Un enorme plato de carne asada y papas le
fue presentado a Bethany. El delicioso aroma le hizo olvidar el resto del mundo.
Tomó un bocado y disimuló un gemido de placer.
Años atrás habría desdeñado la comida de hostal, demasiado grasienta y
salada, pero luego de años de gachas sosas y pan seco, sabía a gloria.
Pero su estómago estaba tan reducido luego de años de dieta forzada que
solo pudo terminar la mitad del plato. Justus tomó los panecillos e hizo unos
ingeniosos sándwiches, enrollándolos en una servilleta y guardándolos en su
mochila. Llamó a la encargada y pidió un baño para Bethany.
—Tengo que dejarte unos minutos —dijo mientas la encargada le hacía señas
que la siguiera escaleras arriba.
Bethany comprendió. Él también necesitaba comer. Pero eso no evitó que el
miedo le atenazara la garganta durante todo el baño mientras esperaba su
regreso. Seguía confundida de regreso al mundo real, con los sonidos de la
humanidad llegando claramente del piso de abajo. Aunque tuvo que admitir que el
agua caliente fue una bendición luego de una noche en una polvorienta y fría
cripta.
Justo cuando temía tener que volver a ponerse su sucio vestido, llamaron
suavemente a la puerta. La encargada la llevó tras un biombo antes de contestar.
Bethany se relajó al escuchar la voz de Justus. Había regresado a salvo.
La encargada murmuró algo antes de cerrar la puerta.
—El señorito trajo tu ropa limpia. Debió recordarlo antes de tu baño, pero los
hombres son así.
Bethany disimuló una sonrisa. No podría haberlo hecho porque ella antes no
tenía ropa limpia. Se preguntó de dónde las había sacado mientras sopesaba
agradecida las gruesas medias de lana, chemise de lino, vestido azul oscuro de
algodón y la capa verde. En su antigua vida, los habría creído poco elegantes, pero
ahora los consideraba útiles y lujosos.
Se reunió con Justus en el salón mientras la encargaba trataba de
convencerlos de que pasaran la noche. La cama en la habitación donde Bethany se
había bañado la llamaba como una sirena. Pero sabía que Justus no estaría a salvo
en una habitación así. Sin mencionar que no estaban casados… a menos que él le
hubiera dicho lo contrario al encargado. Por la falta de censura recibida, supuso
que así había sido.
Bethany cerró los ojos, recordando la declaración de Justus de que aún
deseaba casarse con ella… y su respuesta insegura. Se imaginó ser su esposa de
verdad, una calidez envolviéndola hasta que la fría realidad la hizo calmarse. No
tenían un hogar que construir juntos, y él no podía Transformarla… no todavía.
Además, no estaba segura de estar lista para volverse una vampiresa, no
cuando apenas recordaba cómo ser una persona normal.
Sonrió sardónicamente. Jamás sería normal.
Pero quizás eso estaba bien. Tomando el brazo de Justus, cruzó la puerta
principal, de vuelta a lo desconocido.
Capítulo 20

Justus no podía dejar de mirar a Bethany de soslayo mientras recorrían el


pueblo adormecido, un dolor sordo golpeteándole el alma cada vez que miraba su
hermoso rostro. El recuerdo de su rechazo ante su insistencia de casarse estaba
fresco en su mente, una letanía de negativas. Era cierto que no lo había rechazado
completamente, pero luego de años de imaginarse su boda, la noche en que
finalmente estaría unido a ella en cuerpo y alma, la inseguridad de ella le había
lastimado y llenado de temor. ¿Y si luego de volverse a conocer ella decidía que no
lo quería?
Otro pensamiento lo atravesó como una estalagmita de hielo. ¿Y si ya no lo
amaba?
Como si sintiera su confusión, Bethany alzó el rostro para mirarlo, la ternura y
confianza brillando en sus ojos azules. Él se forzó a sonreír y suspiró. Sus razones
para esperar eran válidas. De momento, él no tenía medios para procurar una
licencia especial que les permitiera casarse de noche y no leer los contratos, y
Gretna Green estaba en dirección opuesta a su destino. Además, ¿qué clase de
boda podían tener siendo fugitivos? Ella merecía algo mejor que una ceremonia
apresurada y una noche de bodas en una cripta polvorienta.
Ella merecía mucho más de lo que él podía ofrecer.
Pero al menos la había librado del terrible asilo. Cuando la escuchaba hablar
de las largas horas encerrada en una celda, sin libros ni compañía, le hacían querer
correr de vuelta a Manchester para estrellar la cabeza del doctor contra un muro.
Qué fuerte era ella, que había podido soportar todo ese aislamiento sin perder la
cordura.
Sonrió despectivamente. Y aquí estaba él quejándose porque ella no había
saltado de alegría ante el prospecto de correr al altar. Por supuesto que ella
necesitaba tiempo para aclimatarse al mundo real luego de tanto aislamiento. Él
era un imbécil de proporciones espantosas. Ni siquiera había pensado en
procurarle zapatos y comida antes de librarla del asilo.
Al menos había rectificado esa catástrofe. Llevaba botas resistentes, y
mientras se bañaba, Justus se había alimentado rápidamente de una sirvienta y
había robado varias prendas de los tendederos de lo que parecía una casa
próspera. Entonces había jugado un par de partidas de cartas y tenía unas cuantas
libras para comprar comida. Robar era fácil, pero tenía sus riesgos. Si lo hacías muy
a menudo, incluso el más idiota de los humanos se daría cuenta. Además, le
dejaba un mal sabor de boca. ¿Cómo saber si esa persona no estaba reducida a su
último chelín? Pero, ¿usar sus sentidos sobrenaturales para ganarle una apuesta a
unos idiotas? Eso no le molestaba. Solo los más tontos jugaban al azar.
Como si leyera su mente, Bethany preguntó.
—¿De dónde sacaste la ropa?
Él se rió y le contó.
—¿Cómo lo hiciste tan rápido? —preguntó ella, fascinada.
—Ya has visto lo rápido que puedo ser —sonrió. —Ahora, debemos encontrar
refugio antes de que salga el sol, así que deberemos correr cuando dejemos el
pueblo.
Ella suspiró.
—Disfrutaba poder caminar —de pronto, frunció el ceño. —¿Comiste?
Él asintió, pero no le dijo que sería ideal que comiera antes del amanecer. Eso
era otro reto de ser bribón: el tener que balancear la necesidad de comer con la de
encontrar refugio rápidamente. Rezó porque el próximo lugar fuese mejor que una
cripta.
Afortunadamente lo fue. Una vieja cueva, cuyo habitante anterior, algún
animal salvaje, había abandonado tiempo atrás. Luego de asegurarse que fuese lo
suficientemente profunda para evitar la luz, Justus guió a Bethany adentro,
encendiendo una fogata antes de salir a reunir musgo y hierbas para hacerle una
cama.
—Yo pude hacer eso —dijo ella, tendiendo la manta sobre el nido que había
construido.
—No hay necesidad de que te ensucies las manos —respondió Justus,
contento al ver que ella parecía mucho más cómoda que la noche anterior. —
Disfruto cuidarte.
Algo brilló en sus ojos antes de que sonriera trémulamente.
—Gracias —sacó la bota de agua de la mochila y tomó un largo trago antes de
sacar los sándwiches que él le había hecho, el trabuco y otras cosas que evitaban
que la usara de almohada. —¿Seguimos rumbo al sur?
Justus asintió, avivando el fuego.
—Deberíamos llegar a Shrewsbury mañana. Eso nos deja a un tercio de
distancia de Cornwall, aunque me pregunto si no será más seguro cruzar a Wales
por un rato, aunque nos causara algo de retraso. Las noches se acortan, y espero
que estemos establecidos antes de junio.
—Espero que nos establezcamos, punto —la mirada de Bethany se endureció
un momento antes de suavizarse nuevamente. —Háblame de tu vida como bribón.
Él respiró profundo y respondió cuidadosamente, admitiendo los peligros de
la persecución pero también agregando anécdotas graciosas de sus viajes, como la
vez que encontró a un grupo de actores cuyo carromato se había atascado en el
lodo, y los ayudó a liberarlo mientras se tomaban turnos para representar Sueño
de una noche de verano. Y también la vez que había chantajeado a un vampiro
sorprendido viajando sin permiso escrito de su señor.
Bethany palmeó la cobija junto a ella cuando él sintió que el mortal amanecer
se acercaba.
—¿Te acuestas junto a mí?
Justus la miró un momento. Su cabello estaba extendido sobre la mochila,
brillando como oro a la luz del fuego. Esos enormes ojos azules brillaban con una
exquisita mezcla de calidez e inteligencia. Y había tratado de no notar su figura,
pero ahora que llevaba un vestido apropiado, no podía dejar de mirada. Se había
redondeado en partes y adelgazado en otras desde la última vez que la había visto.
A sus veinticinco, estaba esculpida, era el epítome de la feminidad. Aunque estaba
demasiado delgada por su aprisionamiento.
El deseo lo consumió como un incendio. El recuerdo de esas curvas apretadas
contra él esta mañana, sus tiernos besos y el potente olor de su excitación lo
hicieron endurecerse.
Había sido una agonía no hacerle el amor entonces. Pero, ¿qué clase de
monstruo devoraría a una damisela en las ruinas de una iglesia? Deseaba que cada
uno de sus encuentros fuese perfecto.
Aunque la tentación era terrible, Justus no pudo soportar su expresión
suplicante. Se recostó junto a ella, tomándola entre sus brazos y suspirando al
sentir el calor de su cuerpo. Hablaron en voz baja hasta quedarse dormidos.
Justus no durmió bien, plagado de preocupaciones. No por primera vez se
preguntó si Cornwall era el mejor destino. El Lord Vampiro de esa zona era
llamado “El Conde Diabólico” por los mortales y “Loco Deveril” por los demás
vampiros.
¿Acaso Gavin sabía lo que hacía al recomendarle a Justus que acudiera a tal
vampiro en busca de refugio? Pero él y Bethany no tenían opción. Por lo menos
Cornwall estaba en la costa, con barcos a su disposición. Eso sería otro reto, pero
él no deseaba adelantarse a sus problemas.
En lugar de ello acunó a Bethany en sus brazos, escuchando su respiración.
Juró que la protegería durante el viaje.
Cuando despertaron en la tarde, Justus se sintió más animado. Quizás porque
Bethany parecía contenta, comiendo los sándwiches que Justus le había preparado
en lugar de aguantar el hambre hasta el crepúsculo. Pero todavía tenía sombras
bajo los ojos y los dedos le temblaban ligeramente.
Una vez más conversaron de libros hasta la caída de la noche, formulando un
plan y proponiéndose encontrar una librería o vendedor de libros en la próxima
villa.
Cuando salieron de la cueva, Justus frunció el ceño al darse cuenta de que
estaban más lejos de la civilización de lo que pensaba. Corrió con Bethany lo más
que pudo, pero no encontró nada prometedor, aparte de algunas granjas.
Un trueno resonó en la distancia, acabando con su buen humor.
Pero Bethany se alzó las faldas, dirigiéndose a una pequeña huerta de
vegetales, recogiendo algunos rábanos, nabos, espárragos y otras verduras verdes.
—Me siento como un conejo —dijo con una risita, llenando la mochila. Las
manos le temblaban ligeramente y había una expresión fervorosa en su mirada.
Pero parecía tan animada que la preocupación de él se calmó. Se sintió como
un tonto al no considerar las huertas en los jardines. Años atrás sus inquilinos
habían sembrado sus jardines con vegetales primaverales y él no había recordado
que abundarían en esta época. Vaya proveedor había resultado.
Su autoflagelación se detuvo al sentir a otro vampiro. Salieron de entre los
árboles. Justus contó tres.
—¿Y quiénes son ustedes? —preguntó uno, mirando a Bethany con recelo.
—Solo viajeros de paso —respondió Justus, aprovechando su renuencia a
revelar lo que eran frente a un mortal.
—Sabemos que no es así —gruñó otro de ellos, dirigiéndose a Bethany. —¿La
molesta este tipo?
Bethany tomó el brazo de Justus, alzando el mentón aristocráticamente.
—No hace tal cosa. Déjennos pasar.
El vampiro de Cheshire la fulminó con la mirada.
—Me temo que no es posible. El caballero tiene que venir con nosotros. Ahora
regresa a casa, mujer, este no es lugar para ti.
—Mi hogar está con él —repuso Bethany, lanzándole un nabo a la cara.
El vegetal cubierto de tierra impactó contra el rostro del vampiro, haciendo
que los otros se apartaran sorprendidos. Justus aprovechó la distracción. Tomó a
Bethany en brazos y echó a correr tan rápido como su rapidez vampírica lo
permitía.
Otro trueno retumbó antes de que la lluvia empezara a caer, empapándolos. A
pesar de la incomodidad, Justus la agradeció, ya que ocultaría su olor. Su cuerpo
protestó al tener que esforzarse tanto sin comer, pero él siguió adelante.
No supo cuánto avanzó antes de dejar de sentir a sus perseguidores tras él.
Llevó a Bethany unos pasos más antes de detenerse y soltarla, jadeando. Ella
trastabilló pero él la sujetó.
Ella murmuró su agradecimiento y se sentó, frotándose el rostro con manos
temblorosas.
—Estoy mareada. Creí que jamás te detendrías. ¿Qué tan lejos estamos?
—No lo sé —respondió Justus, aún sin aire. —Al menos tres millas —ahogó
una palabrota al ver sus alrededores. Se habían internado más en el bosque, en
lugar de ir hacia el pueblo que había esperado alcanzar. Muchas veces había
logrado perderse en una multitud, logrando comer algo antes de que sus
perseguidores le encontraran el rastro.
Aunque había perdido a sus perseguidores, no había humanos cerca para
alimentarse. La lluvia le había pegado el cabello al cráneo, empapándole el abrigo
y cayendo en chorros helados por su espalda. Bethany debía estar peor, con sus
faldas. Se conmovió al verla frotarse los brazos en vano. Temblaba de frío.
Suspiró resignado. No sería la primera vez que debía arreglárselas sin comida,
y tenía que sacar a Bethany de la lluvia.
—¿Estás bien? —preguntó ella en voz baja mientras se adentraban en el
bosque.
—Si —respondió él. —Tenemos que salir de la lluvia.
Ella asintió, temblando.
—Desearía poder ver a dónde vamos.
Claro, su visión nocturna no era tan buena como la de él. Otra punzada de
preocupación y frustración lo recorrió al verse obligado a ponerla en esta
situación.
—Tranquila, te guiaré.
Los árboles ofrecían algo de refugio de la lluvia torrencial. Justus se aferró a la
mano de Bethany, advirtiéndola de cuando debía agacharse o esquivar algún
agujero. Detestaba el ruido de sus dientes traqueteando, el pánico en sus ojos al
mirar alrededor. Jamás se había sentido tan tentado a sencillamente
Transformarla. Entonces ella podría ver. Podría correr.
Pero de hacerlo ella sería una bribona y una fugitiva como él. Se sintió
abatido, calmándose ligeramente al llevar a una casucha abandonada. Le faltaba la
mitad del techo, pero proveería algo de refugio.
—Siéntate aquí y trataré de encontrar algo de madera seca —dijo él por
encima del hombro.
—Déjame ayudar —ella hizo amago de pararse.
Él sacudió la cabeza.
—No. Estás empapada. No quiero que te enfermes. Además no puedes ver
aquí afuera.
Ella hizo un gesto desganado, pero no protestó. Justus volvió a salir a la lluvia y
mientras buscaba madera seca encontró un pozo donde podía esconderse de los
mortales rayos del sol.
Eso significaría dejar a Bethany sola durante el día, pero no sabía que más
hacer. Regresando a la casucha, hizo una pequeña fogata.
—Deberías quitarte esa capa empapada —comentó, haciendo crecer las
pequeñas flamas.
Ella obedeció, guindándola de un poste roto.
—Y tú deberías alimentarte de mí.
Sin la capa, su cuello brilló, liso y suculento bajo la luz de las llamas. El hambre
retumbó en su estómago al lamerse los colmillos.
—No lo haré —dijo, tristemente a regañadientes.
Ella le puso una mano en el hombro.
—Tienes que hacerlo. Tu fuerza falla.
Dios, olía tan bien. Los recuerdos de la última vez que se había alimentado de
ella lo atormentaron. Gruñó, descubriendo los colmillos sin querer, y la apartó de
sí.
—Dije que no. Puedo encontrar otra cosa. Una rata, un búho, quizás un
venado.
Ella hizo un gesto asqueado.
—¿Una rata?
Él asintió, sonrojado de vergüenza.
—Uno hace lo necesario para sobrevivir.
El rostro de Bethany se suavizó.
—Cierto, pero no tienes por qué hacerlo. Estoy aquí.
—No quiero drenarte —su hambre era tal que la miró como presa, su boca
llenándose de saliva al pensar en su sabor. —Ahora regresa junto al fuego y sécate.
Veré si hay algún arroyo para llenar la bota.
Ella asintió tristemente y sacó un nabo de la mochila.
—¿Puedes llenar eso de agua también? —señaló un polvoriento caldero
pequeño en una esquina. —Puede que logre hervir esto.
Justus miró la antigüedad, dudoso. ¿Podría retener agua? Pero ella parecía tan
triste que no se atrevió a negarse.
—Claro.
Antes de que la tentación le resultara irresistible, Justus se marchó. A través
del ruido de la lluvia detectó un pequeño arroyo. Finalmente algo iba bien. Mejor
aún, encontró un venado bebiendo del agua iluminada por la luna. No tendría que
cazar ratas.
Dejó el caldero en el suelo y atrapó al venado. Como no pudo ponerlo en
trance, la criatura corcoveó salvajemente en su abrazo, pero Justus apretó y
hundió sus colmillos en su peludo cuello.
Cuando lo soltó, el animal se bamboleó sobre sus piernas, quieto y
tembloroso, antes de marcharse trastabillante, como maravillado de aún estar
vivo. Justus se lamentó que él y Bethany no tuvieran el tiempo y herramientas
para ahumar y transportar la carne, ya que de tenerlas habría matado al animal.
Esperaba no haberlo debilitado tanto que un lobo lo matara de todas maneras,
pero necesitaba alimentarse. No era suficiente para recuperar su fuerza. Solo la
sangre humana proveía todos los nutrientes necesarios para los vampiros, pero al
menos se sentía mejor que luego de huir de los vampiros de Cheshire.
¿Habrían llegado ya a Shrewsbury? Trató de calcular que tanto habían viajado
mientras lavaba el sucio caldero en el arroyo antes de llenarlo, sorprendiéndose
cuando no se rompió.
Luego de llenarlo y llenar la bota, recorrió un cuarto de milla alrededor del
escondite de Bethany, sin lograr reconocer sus alrededores, pero al menos
vislumbrando un camino de regreso a la civilización. Esperaba que fuese un pueblo
o una pequeña villa.
Cuando regresó con Bethany, el cielo clareaba. La miró secándose las medias
contra el fuego y deseó poder acurrucarse contra ella. Malditas noches cortas. El
amanecer llegaría en menos de una hora.
—No puedo dormir contigo hoy —le dijo al entregarle el pequeño caldero
lleno de agua.
Ella ladeó la cabeza, decepcionada.
—¿No?
—No puedo ocultarme del sol aquí —explicó él.
—Oh —sus hombros decayeron. —¿No puedes encontrar otra cueva?
Justus trató de disimular su decepción.
—No hay ninguna cerca, y casi amanece. Encontré un pozo seco. Puedo
esconderme allí —recordó el venado del que se había alimentado y la posibilidad
de que hubiera lobos en la cercanía. Tanto de cuatro como de dos patas. —No te
alejes de la casucha y mantén el trabuco a la mano —encontró una silla medio
podrida en una esquina y la destrozó, haciéndola leña y calmando su frustración.
—Mantén el fuego ardiendo.
Ella asintió, sacando la manta de la mochila. Él se conmovió al pensar que ella
tendría que dormir sola en un suelo duro y ropas empapadas. Se preocupó al ver la
mirada febril en su rostro. No podía estar enferma tan pronto. Entonces vio lo
obvio. De seguro estaba algo sorprendida por su repentino regreso al mundo real.
Luego de años de aislamiento, tanto aire fresco y su viaje accidentado debían
estarle sacudiendo los sentidos.
Antes de hacer algo estúpido, como llevársela al pozo, le besó la frente.
—Te veré cuando caiga la noche.
Él haría algo mejor en la mañana. Su Bethany no tendría que pasar otra noche
o día en una cripta polvorienta o una casucha en ruinas. No estaría asaltando
jardines ni hirviendo nabos. De alguna manera le agenciaría una comida caliente y
una cama decente.
Capítulo 21

Bethany trató de disimular su sonrisa orgullosa mientras revolvía la olla con un


palo que había rebajado con el cuchillo que había encontrado en la mochila. Los
nabos, espinacas y cebollas silvestres hacían algo parecido a un guiso. Lo que lo
hacía realmente bueno eran los champiñones que había encontrado creciendo tras
la casucha en ruinas. Esos solían ser sus favoritos, cuando su cocinera los
preparaba salteados con carne de venado. Luego de horas de estremecerse en el
duro suelo, había despertado temprano en la tarde, esperando un día aburrido
mientras esperaba a Justus, pero el tiempo se le había hecho rápido mientras
recogía madera seca e investigaba sus alrededores.
Había dejado de llover en la mañana, por lo que saboreó la sensación del sol
en su rostro mientras trataba de olvidar la pesadilla que había tenido, donde
estaba de vuelta en el asilo Morningside. El sueño le había parecido tan real,
sentada en la cama de su celda, esperando a que el Dr. Keene apareciera. Pero en
el sueño no había estado asustada, sino más bien… ansiosa.
Eso la había asustado lo suficiente para despertarla.
Ya no temblaba tanto como al despertar. ¿Quién sabía cuándo volvería a
sentir el calor del sol? Encontrar madera para el fuego le había resultado difícil,
pero el encontrar los champiñones la había animado.
Con algo de suerte y muchas maldiciones murmuradas, había logrado
alimentar el fuego y hacer un soporte para su caldero. Para cuando sus vegetales
birlados estuvieron cortados e hirviendo y todas las cosas guardadas en la mochila,
Bethany estaba adolorida por el esfuerzo, pero satisfecha de haber hecho algo por
sí misma. No podía esperar a que Justus viera la prueba de que no era solo una
criatura indefensa.
Frunció el ceño, mirando el cielo que se oscurecía. ¿Por qué él insistía en no
dejarle hacer nada para ayudar? Aún estaba irritada por su negativa la noche
anterior a dejarla ayudar con la madera y a alimentarse de ella. Podría ayudarlo.
No estaba débil y hambrienta. Había preparado su propia comida.
El guiso no estaba tan apetitoso como había esperado. Y era casi imposible de
comer sin cucharilla. Bethany terminó atravesando los nabos y champiñones con el
palo que había usado para revolver y masticó decisivamente, aunque los nabos
debió hervirlos más tiempo. Le dolió el estómago, pero se forzó a tragar de todas
maneras.
—Bueno —dijo Justus, entrando a la casucha. —No sabía que habías
aprendido a cocinar.
Ella se echó a reír, casi ahogándose.
—No lo llamaría aprender. Esto necesita aderezos y demás cosas que la
cocinera le ponía, pero me llenó y logré hacerlo sola —le dirigió una mirada
elocuente y terminó de masticar.
Su mirada admirada la hizo sonrojar.
—Te prometo que comerás mejor esta noche. Tengo una idea.
Ella sintió curiosidad, tomando un último sorbo de caldo antes de voltear el
resto sobre el fuego.
—¿Cuál idea?
—No quiero arriesgarme a decepcionarte —él la cubrió con su ahora seca
capa, pisoteando las ascuas. —Pero tenemos que apresurarnos.
—¿Tienes fuerzas? —preguntó ella, frotándose la espalda.
Él asintió.
—Encontré comida en el bosque. Un venado, no ratas.
Cuando la alzó en brazos, Bethany se acurrucó contra él, como si hubiese
estado esperando esto todo el día. Cerrando los ojos, se concentró en el latido de
su corazón mientras corrían por el bosque con su velocidad sobrenatural.
Gradualmente dejaron el bosque atrás, pasando unas granjas. Justus se
detuvo frente a una mansión justo cuando empezaba a llover.
—Halfax —dijo, estudiando el escudo.
Bethany parpadeó, reconociendo el nombre.
—Uno de los rivales acérrimos de mi padre en el parlamento.
Justus sonrió.
—¿Estará en casa?
Ella negó con la cabeza.
—Siempre van a Bath en esta época del año. Lo recuerdo porque mi madre
siempre quiere ir en primavera, pero mi padre siempre se niega para no
encontrarse con Halfax.
—Espléndido —él le extendió el brazo, guiándola a la entrada.
—¿Qué haces? —susurró ella al verlo llamar a la puerta.
—Ya verás —le contestó él mientras un cansado mayordomo respondía a la
puerta. —Mis disculpas por llegar tan tarde, pero Lord Halfax dijo que siempre
sería bienvenido en su casa.
—Su Señoría no está —respondió el mayordomo.
—Lo sé —respondió Justus en tono aristócrata. —Hablé con él mientras mi
señora esposa tomaba las aguas. Vamos de camino a visitar a sus familiares en
Wales, verá, y mi buen amigo Halfax dijo que podía pasar la noche en su casa.
El mayordomo lo miró, escéptico.
—¿Y quién es usted?
—El Vizconde de Wynter —respondió Justus, haciendo una ligera reverencia.
Las rodillas de Bethany rechinaron al imitarlo, desacostumbrada a tales gestos.
Miró como Justus clavaba la mirada en los ojos del mayordomo. —Pero no lo
recordarás. Ahora, anda a despertar al ama de llaves y al cocinero. Mi esposa tiene
hambre, y ambos necesitamos baños calientes y una habitación.
Bethany miró boquiabierta mientras el mayordomo obedecía. Momentos más
tarde eran llevados a una suntuosa habitación de huéspedes donde había baños
calientes preparados antes de servirles una suculenta cena en el comedor. Justus
llevaba ropa limpia, una camisa blanca con un abrigo verde botella y pantalones a
juego. No se había puesto corbata, y ella no pudo dejar de mirar el atisbo de su
pecho desnudo.
—No puedo creer esto —Bethany se limpió las migajas de tarta de los labios.
—Los engañaste para pasar la noche en la casa de un noble. ¿Estuvo bien usar tu
verdadero nombre?
—El Lord de Rochester no anunció mi destierro a los Ancianos ni a ningún otro
Lord, por lo que mi identidad es relativamente segura. Y además mi lady merece
algo mucho mejor que otra noche en la lluvia —respondió Justus, sorbiendo su
copa de vino.
—Desearía que no me llamaras así —respondió Bethany, en un tono
ligeramente más seco de lo que habría querido. Suavizó el rostro cuando Justus la
miró. —No quise sonar tan despectiva. Es solo que desde mi perspectiva, una
dama es una criatura delicada, protegida de las realidades del mundo. Luego de lo
que he soportado, ciertamente no soy inocente ni protegida. Y quisiera pensar que
no soy completamente inútil, que puedo ayudar.
Justus la miró con algo parecido a la sorpresa.
—No quise decir eso, y lamento haberte dado esa impresión —la sinceridad
en su voz la conmovió. —Cuando me refiero a ti como mi lady, quiero decir que te
veo como la mujer que más valoro en el mundo, mi contraparte, mi compañera de
exploración literaria. Puede que jamás pueda volver a ser realmente Lord de
Wynter, pero tú siempre serás mi primera opción para ser Lady de Wynter, ya que
jamás he conocido a una mujer tan fuerte e inteligente como tú.
—Oh —dijo Bethany, conmovida por lo apasionado de su respuesta. —Esa es
una interpretación mucho mejor, y lamento haber asumido algo distinto. Pero me
gustaría que dejaras de percibirme como indefensa. Estoy agradecida por todo lo
que has hecho por mí, pero me gustaría que me dejaras ayudarte. Enséñame a
hacer una fogata, a pescar, para poder alimentarme. Permíteme remendar tu
ropa. Déjame alimentarte cuando tengas hambre —quizás si tuviera algo útil que
hacer, su malestar y pesadillas sobre Morningside se calmarían.
Los ojos de él brillaron hambrientos.
—Bethany —dijo roncamente. —Ya hablamos de eso.
—Ya no estoy débil por mi cautiverio, Justus —ella lo miró fijamente. —Me
has alimentado bien. Pero tú te debilitas si pasas mucho tiempo sin sangre.
Déjame donarte la mía, para ser fuertes juntos.
Sus ojos brillantes la miraron tan fijamente que ella se estremeció.
—Lo pensaré, aunque aquí hay bastante comida. Hoy, deseo algo más.
—¿Qué? —ella se lamió los labios, esperando que pensaran lo mismo.
—La biblioteca —él sonrió pícaramente.
Sintió una punzada de decepción antes de dejarse llevar por la emoción.
—¡Cielos! No pensé en eso. ¡Claro que una casa así tendría una biblioteca! —y
leer la ayudaría a calmarse. Se levantó con él, su deseo de besarlo
momentáneamente olvidado en favor de su ansiedad por libros.
Como niños en navidad, se acercaron a la biblioteca alegremente. La colección
de los Halfax sobrepasó lo que habían imaginado, con estanterías del suelo hasta
el cavernoso techo. Había tres chimeneas en la recámara para proveer una
calefacción eficiente en invierno. Justus encendió las lámparas de gas, iluminando
los brillantes lomos de los libros y el hermoso amueblado.
—Oh, Justus —suspiró Bethany. —Mira todos esos libros —se le aguaron los
ojos.
—Tenemos toda la noche para leer —dijo él, apretándole la mano. —Además,
si tomamos algunos prestados, no los extrañarán. Los amos de la casa estarán
demasiado ocupados revisando su oro y joyas cuando se enteren de sus visitantes
inesperados.
Bethany trató de sentirse culpable de lo que realmente sería robo, pero la
atracción de la lectura que había estado ansiando tanto tiempo la hizo aceptar la
idea.
—Además —añadió. —Podemos devolverlos cuando nos asentemos.
Eso acabó con todo el posible remordimiento mientras exploraban la
biblioteca, disfrutando del olor de los libros casi tanto como su contenido. Soltó
una exclamación de alegría al encontrar un libro de Chaucer que jamás había leído
antes.
Juntos, se acurrucaron en la poltrona más grande que había visto jamás y
leyeron juntos en voz alta, deteniéndose a veces para discutir el contenido de un
pasaje.
Bethany apoyó la cabeza contra el pecho de Justus, sintiéndose
increíblemente cómoda. Una ligera brisa los acariciaba desde la ventana que
habían abierto, trayendo el olor de la cálida noche de primavera.
Alzó la mirada para contemplar su esculpido rostro, enamorada de su fuerte
mandíbula y ojos brillantes.
—¿Justus? —susurró. —Sé que no es apropiado, pero me gustaría que me
besaras.
Esos labios sensuales se curvaron en una sonrisa.
—¿Ves? Si eres mi contraparte, pues pensaba justo hacer eso.
Él inclinó la cabeza, sus mechones rojos rozando su rostro antes de que sus
labios se posaran sobre los de ella. Cuando su lengua se deslizó dentro de su boca,
Bethany ahogó un grito ante las nuevas sensaciones. Enredó las manos en su
cabello mientras se arqueaba contra él.
Justus se apartó de sus labios, pero su quejido de decepción se tornó en
gemido cuando él mordisqueó ese lugar sensible entre su cuello y hombro. El calor
en su vientre se deslizó hacia su entrepierna, haciéndola arquear las caderas,
rozando la erección pétrea contra sus muslos, haciéndola ansiar sentirlo en su
centro.
—Justus —jadeó, —por favor.
—No deberíamos —susurró él, sin apartarse.
—Sí, debemos —ella le sacó la camisa de la cintura de sus pantalones y arañó
con suavidad su espalda. —Estoy en un lugar que amo con el hombre que amo. No
quiero experimentar esto con ningún otro que no seas tú.
Él la miró, sus ojos vulnerables y llenos de esperanza.
—¿Me amas?
Ella se echó a reír, acariciándole la mejilla.
—Por supuesto, vampiro bobo —el corazón le repiqueteó contra las mejillas al
notar la solemnidad del momento. —Ahora, por favor Justus, hazme tuya —
cuando él vaciló, ella frunció el ceño. —¿Oh soy demasiado vieja ahora?
Él se echó a reír, besándole el dorso de la mano.
—De ningún modo. Sigo siendo mayor que tú por doscientos años. Cuando
nos conocimos, me sentí culpable por mi atracción a ti al enterarme que tenías
diecisiete. Ahora tienes unos veinticinco, ¿no?
Ella asintió, aliviada que él no pensara que estaba para vestir santos.
Él continuó hablando entre besos.
—Ahora eres una mujer… completamente… perfecta —su mano se deslizó a
sus pechos. —En todos los lugares correctos.
Bethany se arqueó contra sus caricias, ya que jamás se había imaginado que
alguien tocándole el pecho se sentiría tan bien. Entonces él le desabrochó el
vestido. Mientras la desvestía, besó cada centímetro de piel a su disposición. Ella
se estremeció debajo de él, alzando la mano hacia sus botones.
Cuando ambos estuvieron desnudos, se detuvieron un momento,
consumiéndose el uno al otro con la vista.
Arrodillado sobre ella, Justus parecía una visión bajada del Olimpo, con su piel
de alabastro, su cuerpo delgado y musculoso, y su cabello rojo ondeando
alrededor de su rostro, enmarcando sus ojos verdes. Las ligeras pecas en sus
hombros y los vellos dorados en su pecho la fascinaron.
—Eres tan hermoso —suspiró ella. Incluso el alarmante tamaño de su erección
—Bastante más grande que los diminutos miembros en las estatuas griegas—
tenía su encanto.
Él se rió.
—Soy un pelirrojo delgaducho. Tú eres la exquisita. Harías llorar a Botticelli —
sus dedos danzaron sobre sus curvas, haciéndola estremecer.
Cuando rozó su entrepierna, su pulgar rozando ese lugar íntimo, Bethany soltó
un grito y alzó las manos para explorarlo. La combinación de la sedosa suavidad de
su piel y la dureza bajo ella la cautivo casi tanto como los gruñidos de placer de él
al tocarlo.
—Suficiente —dijo él, acomodándose sobre ella. —Me volveré loco si no te
poseo ahora.
Su peso sobre ella le resultó más delicioso de lo que había pensado, una
maravilla de la intimidad. Bethany le acarició el cabello, mirándolo a los ojos.
—¿Lista? —preguntó él, sus ojos fijos en los de ella.
Ella respiró profundo, moviendo las caderas bajo él. Suspiró al sentir la punta
de su dureza contra su humedad.
—Si.
Su larga dureza se apretó contra su entrada. Bethany contuvo la respiración,
ansiosa pero atemorizada.
—Te amo —susurró él antes de penetrarla solo un centímetro.
Bethany le echó los brazos al cuello, sintiendo sus latidos contra los suyos. La
sensación no era cómoda, pero tampoco era el salvaje dolor que había escuchado.
—Más —se atrevió a susurrar, deseando sentirlo por completo.
—Todavía no —susurró él. —Te dolería —pero si la penetró un poco más
antes de repetir el proceso. Gradualmente incrementó la profundidad de su
penetración hasta estar completamente enterrado en ella. Ella suspiró,
sintiéndose completa.
—Te amo —repitió él, quedándose quieto pero apretándola contra sí.
—Yo también te amo —ella acomodó las caderas para acostumbrarse a esa
sensación de llenura, lo que la hizo sentir un montón de cosas nuevas.
Justus ahogó un suspiro junto a su oreja al moverse lentamente dentro de
ella, un ritmo embriagador que se elevó a un tempo enloquecedor.
Las manos de él la agarraron por las nalgas, alzándola a un ángulo que hizo
que todos sus lugares sensibles cantaran al unísono. Se bambolearon juntos que
hizo que todas esas sensaciones excitantes se elevaran cada vez más alto.
La ola de sensaciones rompió en una inundación de éxtasis. Ella exclamó el
nombre de Justus mientras él la apretaba con fuerza, guiándola por su tormentosa
unión. Por lo que fueron unos segundos y a la vez una eternidad, ella navegó esa
tormenta de placer, hasta que él se estremeció dentro de ella.
—Dios —susurró él. —No creí que sería tan intenso.
Ella asintió, y se quedaron allí, abrazados en silencio hasta que el cielo empezó
a aclarar. Entonces Justus la llevó en brazos hasta la habitación que les habían
asignado, cubriendo las ventanas antes de unírsele en el lecho y corriendo las
cortinas.
Bethany supuso que debería sentirse arruinada, pero en lugar de ello se sintió
complacida. Más importante aún, sintió esperanzas.
Capítulo 22

Justus sonrió al abandonar junto a Bethany Casa Halfax más ricos de lo que
habían entrado. Ahora llevaban dos mochilas, una cargada de ropa, y la otra con
libros, un pequeño caldero para cocinar, cuchara, tenedor y otras cosas útiles,
además de suficiente comida para Bethany durante una semana. Incluso había
encontrado un saco de dormir para que ella no tuviera que yacer en una superficie
dura para dormir. Pero más importante, se marchaban con la culminación de su
amor.
Frunció el ceño. No exactamente. Todavía tenían que casarse. Diablos, todavía
tenían que encontrar santuario y un hogar propio. Más apremiante aún, tenían
que encontrar refugio por el día de hoy. Justus habría deseado poder pasar una
noche más en Casa Halfax, pero sería peligroso, además que dificultaría el
asegurarse de que los recuerdos de los sirvientes fueran vagos.
El correr con el peso extra era un poco más difícil, pero Justus se sentía mucho
más fuerte luego de alimentarse de los sirvientes de la casa. Se detuvo al ver unas
fogatas y escuchar música exótica.
Era un campamento Roma. Eso solucionaba su cena, al menos.
Pero justo al dirigirse en esa dirección, una voz le llamó desde un árbol
cercano.
—No tan rápido, Bribón.
Justus se congeló al ver bajar del árbol a un vampiro con los ojos y los cabellos
oscuros de los Roma.
Apretó a Bethany contra sí, echándose para atrás.
—Por favor déjanos pasar. No queremos problemas.
El vampiro ladeó la cabeza.
—¿Y a dónde vas con ese dulce bocadito?
Aunque algo en los ojos del vampiro lo apremiaba a ser honesto, Justus
respondió con una verdad parcial.
—A un lugar donde podamos volvernos ciudadanos y casarnos —no mencionó
su destino.
El vampiro se echó a reír.
—Un viaje ambicioso, para reclamar legitimidad, aunque veo por qué es
necesario —miro a Bethany de soslayo. —¿Y tú sabes con qué clase de hombre
huyes?
Bethany guardó silencio, y Justus agradeció su valor e inteligencia al no
responder lo que obviamente era una pregunta capciosa.
—Puedo ver que lo sabes —dijo el vampiro, aún risueño. Miró a Justus a los
ojos. —Bastante ilegal, pero entiendo que no tienen opción, a menos que desees
convertirla en una bribona también.
Justus asintió educadamente.
—¿Quién eres y qué deseas?
—Soy Luca de los Roma —respondió él con una reverencia burlona. —
También soy un bribón.
Justus se relajó ligeramente. Eso significaba que no sería arrestado, pero aún
estaban en peligro. Algunos bribones atacaban a otros.
—Soy Justus de ninguna parte, y ella es Bethany. No respondiste mi segunda
pregunta.
—Al principio quería asegurar la seguridad de mi tribu y satisfacer mi
curiosidad, la cual aún no está satisfecha —respondió Luca. —Supongo que deseas
alimentarte de alguien en mi campamento.
—Sí, pero claramente están bajo tu protección, así que buscaré aliento en otra
parte —Justus se volvió para marcharse.
—Espera —dijo Luca. —¿Qué tienes para intercambiar?
Justus sacudió la cabeza.
—Muy poco, me temo.
—No estoy de acuerdo —Luca sonrió. —Además de las dos mochilas que
cargan, debes tener una maravillosa historia, estando tan lejos de Rochester junto
a una lunática escapada de camino a Cornwall para casarte con ella.
—¿Cómo…?
Luca se echó a reír.
—Solo hay un bribón vampiro con ese tono de cabello, y solo un lugar donde
uno de nuestra calaña acudiría a buscar refugio. En cuanto a la bonita dama, el
dibujo en el periódico le hace justicia. Les encanta una historia sensacionalista.
Justus sintió malestar al ver lo fácil que había deducido su historia, aunque
Luca pareciera jovial. Parpadeó, escéptico.
—¿Me ofreces alimento a cambio de mi historia?
El vampiro Roma asintió.
—También asilo, pero solo durante un día. El campamento no es lo
suficientemente grande como para sustentar a más de un vampiro por mucho
tiempo.
Justus asintió agradecido, ya que no sabía que tan lejos estaba la siguiente
villa.
—Agradezco tu amabilidad.
Luca se rió.
—Y yo agradezco el entretenimiento. Solo una cosa: los míos no verán con
buenos ojos a una pareja sin casar viajando sin chaperón. Somos gente decente, a
pesar de lo que dicen los gadjos.
Justus suspiró.
—Yo soy un bribón y ella una fugitiva. No podemos pedir una licencia especial
y buscar un vicario.
El vampiro los miró con simpatía.
—Entiendo. Pueden casarse esta noche a la manera de los Roma. No será
reconocido bajo la ley inglesa, pero hará que los míos los acepten, y será algo
hasta que se asienten.
Justus frunció el ceño.
—¿Por qué nos ayudas?
—Los bribones deben ayudarse entre ellos de vez en cuando —Luca le palmeó
el hombro. —Además me encanta burlarme de la ley, tanto vampírica como
mortal.
Con el corazón en la garganta, Justus miró a Bethany. Entendería si se negaba,
pero igual dolería.
Los labios de ella se curvaron en una sonrisa que le recordó al alba.
—¿Una boda gitana? Mi madre se desmayaría.
Luca frunció el ceño.
—Preferimos que nos llamen Roma.
Ella bajó la vista, avergonzada.
—Mis disculpas. Una boda Roma.
—¿Es un si? —preguntó Justus, dejándola en el suelo tentativamente.
Ella asintió.
—¿Quién sabe cuándo volvamos a tener la oportunidad? Solo lamento no
tener un vestido bonito.
Lucas se encogió de hombros.
—Seguro las mujeres del campamento pueden ayudar.
Aunque seguía atento, Justus permitió que Luca los escoltara al campamento,
donde los recibieron con una mezcla de curiosidad y suspicacia. Luca les explicó
que Justus había secuestrado a Bethany para casarse con ella, y antes de que
Justus pudiera protestar, los Roma aplaudieron y sonrieron. Se había olvidado que
el secuestrar a las novias era una costumbre para ellos. Luca siguió explicando,
hablando ahora en el idioma de los Roma, por lo cual Justus no pudo entender.
Sea lo que fuere, pareció calmarlos aún más.
Las mujeres se llevaron a Bethany a una de las caravanas para prepararla para
la ceremonia, mientras que Justus siguió a Luca a la suya.
—¿Saben lo que eres? —preguntó cuándo estuvieron solos, notando las
ventanas cubiertas de la caravana.
Luca sacudió la cabeza.
—Saben que soy diferente pero que tengo prohibido hablar de ello. Nunca me
quedo el tiempo suficiente con una tribu como para que se den cuenta que no
envejezco. Es una buena vida para un bribón vampírico. El resto de nuestra clase
no presta atención a las sociedades nómadas. Pero otros bribones están cegados
por su prejuicio para pensar en ello. Quizás sea lo mejor. Cómo te dije, estas tribus
no pueden sustentar realmente a más de uno de nosotros. Quizás puedas
encontrar tu propia tribu.
Durante sus siglos en Inglaterra, Justus solo había notado a los Roma de
manera periférica. Se sintió avergonzado por su ignorancia. No se le ocurrió buscar
a los Romaní luego de ser exiliado de Rochester.
—De estar solo, lo consideraría, pero Bethany ya tendrá un reto considerable
acostumbrándose a ser vampiro cuando la Transforme. No deseo juntar también la
necesidad de aprender una nueva cultura. Además, ambos deseamos tener una
casa enorme llena de libros algún día.
Luca sonrió.
—Lo entiendo. Es una de las cosas que no me agrada de vivir con los Roma.
Solo conseguimos nuevos libros si encontramos una tribu para intercambiar.
Hablando de ello… —sus ojos brillaron interesados. —Cuéntame tu historia.
Justus suspiró, iniciando su narración, tratando de hablar lo más rápido
posible. Aun así, se retorcía de impaciencia al llegar al final por querer salir a
asegurarse de que Bethany estuviese a salvo.
Luca sacudió la cabeza, impresionado.
—Dios, están en una situación bastante… ¿cómo dicen los gadjo? Peliaguda.
—Ciertamente.
El bribón le palmeó el hombro.
—Espero que lleguen a Cornwall a salvo. Le pediré a los ancianos de la tribu
que los bendigan.
—Gracias —sin duda lo necesitarían.
Cuando salieron de la caravana, Bethany ya los esperaba afuera, vestida con
una voluminosa falda lavanda y una blusa blanca. Tenía el cabello trenzado con
cintas violeta. No tenía ninguna otra joya, a diferencia de las mujeres de la tribu,
pero el amor en sus ojos era adorno suficiente.
La ceremonia fue corta, con uno de los patriarcas de la tribu oficiando con
unas sencillas palabras en Romaní mientras balanceaba un incensario alrededor de
ellos. Cuando la gente a su alrededor estalló en vivas, Justus lo tomó como
confirmación de que estaban casados.
Los hombres lo felicitaron en inglés y en Romaní, deseándole que su novia
fuese fértil. Justus sonrió con algo de amargura. Ella seguro era fértil, pero él no.
Jamás había pensado en hijos antes, pero ahora el hecho de que él y Bethany
jamás tendrían unos propios le dolía ligeramente. Apartó ese pensamiento. Había
sido sumamente afortunado de encontrar a Bethany y estar con ella.
Las mujeres desamarraron la trenza de Bethany y cubrieron su cabeza con una
pañoleta violeta. Al parecer era lo tradicional entre las mujeres casadas, ya que las
jovencitas llevaban el cabello en trenzas. A Justus se le antojó muy atractivo en
Bethany, a pesar de que le disgustaba que tapara su cabello dorado.
Los invitaron a un delicioso festín y una alegre celebración. Justus probó
porciones minúsculas de todos los platos, mientras que Bethany comió con gusto.
Aprovechando la algarabía, Justus se alimentó de uno de los danzantes en una
esquina sombría, curándolo y borrándole la memoria antes de disculparse y unirse
de vuelta a la danza.
Luca les ofreció su caravana para que durmieran durante su día de bodas.
—Hay una cueva a donde voy a refugiarme cuando quiero estar solo —les dijo
con una sonrisa.
—Les deseo suerte en su matrimonio y su viaje. Los veré al anochecer. Puedes
alimentarte una vez más antes de partir.
Entonces se quedaron solos en la caravana. Había un suave lecho y la luz
dorada de un par de lámparas.
—¿Cómo te fue con las mujeres? —preguntó Justus, resistiendo las ganas de
echarla sobre esa cama. En lugar de ello, ambos se sentaron sobre el colchón de
plumas.
Bethany suspiró.
—Me interrogaron por una eternidad sobre mi pureza, asegurándose de que
jamás hubiese estado con otro hombre. Entonces preguntaron si había pagado la
dote a mi padre —se rió. —Se sorprendieron tanto cuando les expliqué que las
cosas se hacían al contrario entre los gadjos. Se calmaron al escuchar que ninguno
de nosotros tenía familia, pero me estregaron con fuerza para quitarme todas las
impurezas. Temí que me arrancaran el pellejo —se frotó los brazos, incómoda.
Justus se echó a reír.
—Yo temí ahogarme con el incienso, y también me hicieron lavarme a
consciencia. Luca dijo que podríamos intentar buscar una tribu con quienes vivir —
al ver su expresión horrorizada, continuó. —Le dije que preferíamos tener una
casa con una enorme biblioteca.
Bethany sonrió, aparentemente aliviada.
—Me alegra que estemos de acuerdo. Ahora, suficiente de nuestra boda
Roma. No tenemos mucho tiempo hasta el amanecer —lo acarició, con los ojos
dilatados de pasión.
—De haber sabido que tendríamos nuestra noche de bodas tan pronto —
empezó Justus en tono culpable, pero Bethany lo acalló con un dedo.
—No digas algo que me lastimará profundamente —dijo ella con una media
sonrisa encantadora. —Anoche fue perfecto. Y hoy también —entonces apartó el
dedo y lo besó.
Y ciertamente fue perfecto. Como si fuera la droga más adictiva, Justus
simplemente no podía tener suficiente de ella. Le acarició la lengua con la suya,
probando el vino que ella había bebido antes.
Lentamente le desamarró la blusa, acariciándole los pechos firmes. Sus
pezones se endurecieron bajo sus pulgares y sus suspiros hicieron ecos de los de él
al inclinarse a besar su cuello, ondulando contra él con ritmo erótico.
Bethany estaba tan ansiosa como él, tratando de quitarle la camisa hasta que
él se la sacó por encima de la cabeza. Lo exploró con ansiosa curiosidad y él se
estremeció bajo sus caricias.
—Me encanta cuando te me montas encima —susurró él, deslizando las
manos bajo sus faldas para sentir más de su piel sedosa.
—Y a mí me encanta acariciarte —ella arqueó sus caderas contra su erección.
—¿Será que podemos…? —dejó la frase sin terminar, mordiéndose el labio
mientras se sonrojaba.
—Oh si —dijo él, besándola. A regañadientes, la apartó de su regazo para
bajarse los pantalones. Cuando alzó la mirada otra vez, tuvo que ahogar un suspiro
al ver que Bethany también se había desnudado.
Devoró su curvilínea figura con los ojos, sus hermosos senos coronados por
sus pezones rosados y su hipnótico ombligo, además del parche de vello dorado
cubriendo su tesoro más preciado.
Justus se arrodilló frente a ella.
—Primero, hay algo que debo hacer.
Lamió y besó su labia reverentemente, aferrándola por las caderas para
equilibrarla. Su excitación sabía al néctar de los dioses, sus gemidos y suspiros una
sinfonía para sus oídos.
Cuando la redujo a gemidos incoherentes, volvió a sentarse y la acomodó en
su regazo. La penetró lentamente, ahogando un suspiro al sentir su intimidad
rodeando su erección.
La música de los Roma seguía sonando afuera, prestando un ritmo primigenio
a sus movimientos. Bethany onduló contra él como una bailarina exótica, mientras
el ritmo de los tambores les incendiaba la sangre. El placer creció, retumbando
como los truenos antes de una tormenta. Justus escondió el rostro en su clavícula
al verse reducido a una masa temblorosa por su clímax.
—Te amo —masculló, sin poder decir nada más. Su adoración por ella se había
convertido en una canción sin fin en su alma.
Cuando al fin regresaron a la realidad, la lujuria de Justus apenas estaba
complacida. Le hizo el amor dos veces más, hasta el amanecer, que no notaron por
las ventanas cubiertas. Entonces la tomó entre sus brazos, yaciendo en la
sorprendente cómoda cama.
Por primera vez desde el inicio de su viaje, Justus no sintió pánico al pensar en
que pasaría al llegar a Cornwall. En lugar de ello, sintió felicidad y esperanza.
Bethany era su esposa finalmente y mientras estuvieran juntos todo iría bien.
Capítulo 23

A la tarde siguiente, Bethany se sorprendió cuando los Roma les regalaron


mantas, algo de comida, sal y otras cosas útiles para su viaje. Con la manera en
que habían cuestionado su pureza y el ligero desdén en sus ojos al llamarla gadji,
había asumido que todos, menos Kallia, la mujer que le había prestado la ropa
para su matrimonio y le había regalado un talismán, solo les proveerían el mínimo
de hospitalidad. No los culpaba. Además de que eran forasteros, la tribu contaba
con muy pocas cosas, lo usual en una vida de nómada. Estaba más que agradecida
por el festín de boda y las acomodaciones. El recibir más fue una agradable
sorpresa y esperó poder devolvérselos algún día.
Justus desapareció rápidamente a alimentarse. Mientras lo esperaba,
escuchando pacientemente los consejos de las mujeres para tener un matrimonio
exitoso, esa sensación temblorosa de incomodidad la embargó nuevamente. Luchó
contra ella con el ceño fruncido. No la había sentido con tanta fuerza desde su
noche sola en la casucha del bosque, y en esa ocasión había sido causada por las
pesadillas de Morningside. ¿Por qué lo experimentaba ahora que se sentía tan
feliz?
Todos esos pensamientos desagradables se desvanecieron al regresar Justus.
Bethany respiró profundo, tratando de disimular su extraña incomodidad mientras
se despedían afablemente de los Roma. Cuando estuvieron lejos de ojos curiosos,
Justus la alzó en brazos y echó a correr con su velocidad sobrenatural.
El estómago de Bethany se hundió, pero no tanto como otras veces. Se
preguntó cómo se comportaría cuando pudiera también correr así. Mientras las
millas hacia Cornwall se reducían, pensó más y más en su inevitable
Transformación. Parte de ella deseaba pedirle a Justus encontrar otra casa
abandonada en el bosque para disfrutar del sol unos días más. La otra quería llegar
a Cornwall lo antes posible para solucionar su futuro, ya que quizás entonces se le
pasarían los nervios. Quizás el Lord Vampiro de Cornwall le permitiría disfrutar de
unos días bajo el sol en la costa.
Luego de una eternidad corriendo, Justus se detuvo, dejándola
cuidadosamente en el suelo.
—Llegamos a Gloucestershire —una enorme sonrisa iluminó su rostro. —
Podemos llegar a Cornwall en un par de días.
De pronto, dos figuras oscuras se abalanzaron sobre Justus, lanzándolo al
suelo. A Bethany la sujetaron un par de implacables brazos.
Mientras veía a Justus debatirse, una sombra habló.
—¿Dónde está tu permiso de viaje?
—De creer que tenía uno, no me habrías atacado —masculló Justus.
El otro soltó un suspiro desdeñoso.
—Vendrás con nosotros, Rojo.
El estómago de Bethany se le fue a los pies. Estos debían ser los vampiros de
Gloucestershire.
El que sostenía a Bethany la volteó para forzarla a ver su rostro severo.
—¿Qué tanto sabes de tu compañero de viaje, chica?
¿Chica? Era una mujer, lo suficientemente vieja para ser solterona. De todas
maneras, contestó como Justus le había aconsejado.
—Que es un compañero de viaje amable y honorable que me escolta a ver a
mis familiares en Bath. ¿Qué hay de malo en ello?
—Creo que ella miente —dijo uno de los que apresaba a Justus.
—¿De qué se trata esto? —preguntó, fingiendo ignorancia. —¿Están
implicando que él es alguna suerte de criminal?
—Me temo que sí —dijo el vampiro que la sostenía. —Tienes suerte de que
llegáramos a tiempo de salvarte de algo peor.
—¿Y quiénes son ustedes? —preguntó ella, retándolos a que pensaran en su
propia mentira.
—Scotland Yard —respondieron ellos al unísono.
Si la situación no fuese tan grave, ella se habría echado a reír. Con sus
claramente costosos abrigos y brillantes botas, era claro que sus bolsillos eran
mucho más gordos que los de los agobiados investigadores de Gran Bretaña.
—¿Qué hacemos con ella? —preguntó uno de los vampiros de
Gloucestershire. —¿Crees que Su Señoría querrá interrogarla?
—¿Un bocadito delicioso como ella? —dijo el que la sostenía, jugueteando
con un mechón de sus cabellos mientras Justus rugía. —Sin duda. Pero no me
siento inclinado a llevársela. No después de que castigara tan severamente a
Phyllis.
El tercero sacudió la cabeza.
—Negarle a un Lord sus derechos solo porque estás molesto con él me parece
poco sabio. Pero creo que estará muy ocupado con esta sabandija y una prisionera
como ella no hará más que distraerlo. Puede que esté vestida como una andrajosa
gitana, pero claramente habla como una dama.
El segundo frunció el ceño.
—Pero no podemos dejarla sola aquí. Pueden atacarla bandidos.
El primero resopló, mientras que el tercero se rascaba la barbilla.
—Tienes razón. No sería apropiado. La escoltaremos al pueblo mientras
llevamos al malviviente con Su Señoría.
Bethany disimuló un suspiro de alivio al notar que su separación de Justus se
había visto aplazada. A lo mejor podría averiguar a dónde iban.
—¿Y quién es Su Señoría? —preguntó, hablando con un muy aristócrata
desdén. —A lo mejor mi padre, Lord Wickshire, lo conoce. Sería de malos modales
no visitar a un amigo de la familia.
—Su Señoría tiene demasiados amigos y muy poco tiempo para socializar —
dijo el vampiro que la sostenía con desdén. —Informe a vuestro padre y que le
envíe una carta si le apetece.
—¿Y cómo se supone que haga eso si no me dicen quién es? —Bethany fingió
molestia, aunque el vampiro le había aclarado algo sin querer. El Lord Vampiro de
Gloucestershire era alguien de la nobleza. —¿Y qué quiere con el caballero que me
escolta?
—Eso no es asunto vuestro —le espetó el vampiro, mirándola
desdeñosamente.
—¡Claro que lo es! —exclamó Bethany. —Este caballero me acompaña,
asegurando mi bienestar. Mi padre tendrá mucho que decir al respecto.
—Este bribón no es ningún caballero —rió el vampiro. —De serlo, tendría un
carruaje y un chaperón para vos.
Justus habló por primera vez.
—En realidad si soy un caballero. Soy el Vizconde de Wynter.
Los vampiros se echaron a reír, y su líder le clavó un codazo en las costillas a
Justus.
—¡Claro, y yo soy el Duque de Devonshire! Suficiente, peón. Lo que tengas
que decir no es apropiado para los oídos de mi lady.
Bethany comprendió la advertencia disimulada. La creían una mortal
ignorante y no querían que Justus dijera algo que revelara la verdad. Rezó porque
la decepción funcionara, ya que si se revelaba la verdad, el Lord de Gloucestershire
mataría a Justus; si no lo hacía ya, y Dios sabía lo que le haría a ella.
El corazón le dolió de terror y miseria mientras caminaban. ¿Cómo saldrían de
esta? Justus estaba reducido y ella era solo una débil mortal, sin esperanzas de
luchar contra tres vampiros.
—Bueno, no me agradan los ojos de aquel —espetó Justus, dirigiéndole una
mirada elocuente a Bethany. —¿Cómo sé que la protegerán?
Bethany comprendió el mensaje. No los mires a los ojos. Así no podrían
alimentarse de ella o borrarle la memoria. Clavó la mirada en el suelo. No podría
encontrar a Justus si olvidaba lo que había pasado. Otra idea la hizo encogerse de
terror. ¿Y si la hacían olvidar a Justus completamente?
—La mujer no nos importa —dijo el líder secamente. —Solo queremos sacarla
de en medio para lidiar contigo, bribón.
—Eso no suena prometedor —dijo Bethany, tratando de sonar petulante en
lugar de aterrada. —Quizás pueda acompañarlos a casa de su Lord y él pueda
prestarme su carruaje.
—Silencio, mujer —gruñó el vampiro rubio. —Su Señoría no le regalaría ni una
cucharada de azúcar a una andrajosa mujer que puede que sea o no una dama.
La hierba que pisaban se volvió finalmente un camino, y las lámparas de gas
brillaban en la distancia. El tiempo se les acababa.
Bethany trató de mantener la calma. Justus había dicho que la última vez que
lo habían arrestado, le habían enjuiciado antes de exiliarlo. Esperaba que eso
significara que el Lord de Gloucestershire no lo mataría de golpe. Y que ella tendría
tiempo para salvarlo, de alguna manera.
Cuando llegaron al límite de la villa, el líder la volteó para forzarla a mirarlo.
—Mírame, mi lady.
Ella alzó el mentón y le miró la nariz.
Él frunció los labios.
—¡Dije que me miraras!
—Te estoy mirando —replicó ella tercamente.
—Si me disculpan —interrumpió Justus plácidamente. —Estoy seguro que ella
preferiría mirarme a mí, si me entienden. Y me gustaría mucho despedirme. Puede
que sea un bribón, pero no soy ningún canalla. Debo regresarle su dinero y
equipaje.
Los tres vampiros intercambiaron miradas hasta que el que era su líder asintió.
—Bien. Haz lo necesario. Y si intentas algo, te arrepentirás.
Iban a permitir que Justus le borrara la memoria, pero ella sabía que no lo
haría. El vampiro que sostenía a Bethany la soltó a regañadientes. Ella corrió hacia
Justus, echándole los brazos al cuello. En sus brazos, sus enemigos desaparecieron
momentáneamente.
Justus le acarició la mejilla y la miró a los ojos. En lugar de sus poderes
hipnóticos, ella solo pudo ver su amor. Cuando se inclinó a besarla, ella sintió un
chispazo y probó su sangre.
Cuando se apartó, ella sintió cómo su corazón se rompía.
—Adiós, Bethany —susurró él. —Aunque no lo recuerdes —enfatizó esa última
palabra. —Siempre te amaré.
—Suficiente —gruñó uno de los vampiros, separándolos a la fuerza.
Justus suspiró, quitándose las mochilas y dejándolas a los pies de ella antes de
sacarse su pequeña bolsa de dinero y tendiéndosela.
—Esto debería ser suficiente para una comida caliente y una habitación. En la
mañana, envía una carta a tu tío y avísale de tu retraso. No viajes sola.
Bethany asintió, aunque no tenía tío, por lo que se preguntó si él trataba de
ganar tiempo o tratando de darle una pista. Se sorprendió. Justus debía estarse
refiriendo al Lord de Cornwall. Pero ¿cómo mandarle una carta si no sabía quién
era? ¿O acaso deseaba que ella siguiera hacia Cornwall? Se mordió el labio,
intentando adivinarlo.
Los vampiros los separaron mientras ella luchaba por cargarse las mochilas.
—Llévala a la posada —dijo el líder. —Nos encontramos en la casa de Su
Señoría.
Con ello, Bethany y Justus fueron arrastrados en direcciones opuestas. Ella
miró ansiosamente por encima de su hombro y estudió la dirección a donde
llevaban a Justus.
—Vamos, señorita —el vampiro escoltándola la jaló del brazo, casi haciéndola
soltar una de las mochilas. Para su sorpresa, se ofreció a ayudarla.
Tras ellos, ella escuchó a uno de los vampiros preguntar.
—¿Así que no le dijiste nada? ¿Por qué?
—Sabes por qué —gruñó Justus.
Vio un último vistazo de su cabello rojo bajo la luz de la luna antes de que se
desvanecieran en las sombras. Tomó nota mental de la dirección.
—Vamos, mujer —repitió el vampiro que la escoltaba, jalándole el codo.
Bethany lo fulminó con la mirada, apartándose.
—Solo porque estés molesto de estar atrapado escoltando a una mujer no
quiere decir que tengas que ser maleducado.
Para su sorpresa, él pareció contrito.
—Tienes razón. Me disculpo por mis malos modales. ¿Cómo te llamas?
—Beth —respondió ella, sabiendo que él supondría que su nombre completo
era “Elizabeth”. —¿Y el tuyo?
—Edward —respondió él secamente, sin indicar si era su nombre real o no. La
miró por el rabillo del ojo y ella bajó la mirada para que no pudiera hipnotizarla. —
Desearía que nos dijeras por qué estabas con ese bribón— digo, tipo.
—¡Y yo quisiera que me dijeran que harán con Justus! —replicó ella.
Edward sonrió.
—Al parecer llegamos a un impase —caminaron en silencio un momento
antes de que él volviera a hablar. —De verdad lo amas, ¿no?
Demasiado sorprendida para mentir, ella asintió.
Él la miró con lástima.
—Qué mala suerte. Te aconsejo que lo olvides. Consíguete otro galán.
Bethany se negó a dignarse a responder, y siguieron en silencio. Edward la
dejó sola apenas llegaron a la puerta de la posada.
El posadero no estaba muy de acuerdo con la idea de rentarle una habitación
a una mujer sola, pero cedió al ver el dinero de Bethany. Insistió en que trancara
su puerta con cerrojo y no saliera hasta el día siguiente. Eso estaba bien con ella.
Miró como el vampiro iba a reunirse con un grupo de tipos en el bar y rezó porque
se quedara con ellos un rato más.
Tuvo que contenerse para no echar a correr escaleras arriba tras la sirvienta
que la escoltó a su habitación. Apenas se quedó sola en la espartana habitación,
abrió una ventana y miró a su alrededor. Había un árbol junto al edificio, pero
lamentablemente no junto a su ventana. Con una rápida plegaria, salió por la
ventana, manteniendo el equilibrio sobre el delgado borde. Sin atreverse a mirar
abajo, se arrastró lentamente al árbol. Si se echaba a temblar, caería y se rompería
el cuello.
Luego de una eternidad de arrastrase, con el pulso latiéndole en los oídos al
pasar junto a las ventanas adyacentes, Bethany finalmente llegó al árbol. Soltó un
suspiro al ver una gruesa rama a su alcance. Sería como cuando trepó por su árbol
en Rochester.
No, no exactamente. Masculló una palabrota poco femenina al recordar que
aún llevaba faldas. Pero no habría tenido tiempo de cambiarse a un pantalón,
aunque los tuviera. Con otro suspiro, saltó hacia la rama, aferrándose a la más alta
al bambolearse.
Gruñó al desenredar las faldas de las otras ramas, amarrándoselas
precariamente como si fueran unos pantalones. Casi se cae del árbol, pero logró
recobrar el balance en el último minuto. Bajó, su antigua agilidad regresando
paulatinamente. Al llegar al suelo, se animó al ver que la puerta de la posada era
visible desde su escondrijo. Sería capaz de ver al vampiro marcharse… si es que no
se había marchado ya. Sacudió la cabeza, negándose a pensar en ello. Con suerte,
podría seguir al vampiro.
Se aferró al talismán que Kallia, la mujer Roma, le había regalado, rezándole a
la deidad o santo al que estaba dedicado.
El talismán debió funcionar, ya que momentos después Edward salió de la
posada y caminó sin prisa por el camino en dirección a dónde se habían llevado a
Justus. Bethany desamarró sus faldas y lo siguió con sigilo.
Un par de veces se vio obligada a esconderse en callejones, apretándose
contra las paredes para evitar que la viera al voltear. Para empeorar las cosas,
empezó a temblar, haciéndola sentir como una anciana enferma mientras se
deslizaba por las sombras.
Un carruaje bloqueó su visión por un momento, y al apartarse el vampiro
había desaparecido. El corazón de Bethany dio un vuelco. ¿A dónde se había ido?
Miró a ambos lados al llegar a la interjección, pero no vio señales de él.
Cayó en pánico, mareándose. Si no lograba encontrar a Justus, todo estaba
perdido. Cerró los ojos, apretándolos para que no se le escaparan las lágrimas.
Un extraño estremecimiento le erizó los vellos de la nuca, diferente a los
otros, junto a una urgencia rara en su pecho y una voz silenciosa que la animaba a
ir a la izquierda. La extraña sensación le recordó al chispazo que había sentido al
probar la sangre de Justus.
Quedó sorprendida. Él le había dicho que el darle su sangre le ayudaría a
encontrarla, pero ¿y si lo contrario también era cierto? Se dirigió a la izquierda,
esperanzada y apretó el paso. Pronto vio una figura sombría. Justo cuando
empezaba a voltearse, Bethany se escondió tras un enorme barril. ¿Era Edward?
Tenía que serlo.
Se asomó tras el barril y salió cuando la figura siguió caminando. Al acercarse,
confirmó que seguía al individuo correcto. Los escondrijos se hicieron menos
frecuentes al salir de la villa y entrar a campo traviesa. Las piernas de Bethany le
dolieron por la larga caminata, incluso mientras se llenaba de confianza de estar
en el camino correcto. De momento, podía ver las sombras de mansiones a la
distancia. Mejor aún, ya no temblaba.
Edward se deslizó en una de las mansiones más pequeñas y Bethany se acercó
todo lo que se atrevió. El seguirlo hasta la entrada sería tonto, pero estudió el
escudo en la verja hasta memorizarlo. La sangre le tarareó en las venas. Justus
tenía que estar cerca. Juraba que podía sentirlo.
Aunque cada parte de su ser le suplicaba entrar de sopetón en la casa y buscar
a Justus, sabía que enfrentarse a un Lord Vampiro y sus lacayos en su propio
terreno sería un suicidio. Pero quizás pudiera hacer algo durante el día mientras
dormían.
Decidiéndose, Bethany recorrió el largo camino de regreso a la posada,
haciendo un plan en su cabeza. Necesitaría sus cosas. Más importante, necesitaba
averiguar a qué familia pertenecía ese escudo.
Cuando regresó a la plaza, un hombre con cara de rata se le acercó
bamboleante, pero al ver sus ojos brillantes y pose decidida, decidió pasar de
largo.
Capítulo 24

Justus suspiró pesadamente al verse esposado nuevamente a otra pared


humedecida en otro calabozo. Este estaba mucho peor que el de Rochester.
El Escudero Ridley, Lord Vampiro de Gloucestershire, lo miró con una sonrisa
engreída.
—Entonces, de Wynter, parece que tus paseos ilegales por el país han llegado
a su fin —se alisó la corbata, recordándole a un pájaro. —Pronto aprenderás que
no me tomo muy bien la presencia de bribones en mi territorio.
—Solo iba de paso —dijo Justus secamente. —Y voy en busca de ciudadanía
para no ser un bribón.
Ridley resopló.
—Solo para poder beneficiarte de esa belleza con la que te atraparon mi
segundo y tercero.
—Yo también la encontré —dijo el vampiro que había escoltado a Bethany a la
posada desde la puerta. —La dejé en la posada.
Justus tuvo que contenerse para no preguntarle si estaba a salvo.
—Sí, Edward, tú también —Ridley se afanó con su corbata un momento más
antes de mirarlo. —Por cierto, ¿qué averiguaste sobre esa humana? ¿Tenía idea de
quién la acompañaba?
Edward sacudió la cabeza.
—No lo creo. Estaba demasiado calmada. De todas maneras hicimos que ese
tonto le borrara la memoria. De todas maneras pienso que la muchacha tenía
secretos propios. Dijo que su padre era un Lord, y amenazó con acusarnos con él
por arrestar al bribón, pero algo en su mirada me dijo que mentía. O su padre no
es nadie importante, o no tiene contacto con él. Ningún hombre decente
permitiría que su hija viajara sola con un hombre de noche.
Ridley asintió, mirando a Justus de reojo.
—Asumo que tú si sabes toda la historia.
Justus guardó silencio, estoico en sus cadenas.
El Lord de Gloucestershire soltó una aguda risotada.
—Te lo sacaremos de un modo u otro cuando te enjuicie. Pero no es difícil
adivinar que la amas con locura. Hueles a ella —alzó la mano y tomó el preciado
relicario de Justus. —Y aquí está el regalo que te dio. Sí, es hermosa, ¿es por ello
que estás en esta cruzada estúpida para recuperar tu legitimidad?
No había razones para mentir, así que Justus asintió secamente. Su amor por
Bethany era algo que jamás negaría.
Su respuesta fue recibida con risas.
—Solo algo tan estúpido como el amor inspiraría una idea tan absurda —el
rostro sonriente de Ridley se tornó seco y amargado, retorcido de rabia obsesiva.
—¿De verdad crees que cualquier Lord Vampiro con dos dedos de frente te
restituiría tu ciudadanía? Los bribones son malvados cretinos y siempre lo serán —
gotas de saliva llovieron desde su boca al rugir. —Un bribón como tú asesinó a la
mujer que amaba.
Y allí estaba. La confirmación de que no abandonaría este lugar vivo. Si Ridley
tenía tal resentimiento, no escucharía razones.
—Entonces supongo que no hay más nada que decir —dijo Justus con voz
cansada.
El rostro de Ridley enrojeció.
—¡Yo decido cuando termina el interrogatorio, sucio bastardo bermejo! —le
propinó una sonora cachetada con el dorso de la mano. La cabeza de Justus rebotó
contra la pared. Pudo saborear su sangre al romperse el interior de la mejilla con
los dientes, pero apretó los labios para no hacer ningún sonido.
—¿A dónde llevabas a esa mujer en tu estúpida aventura? —demandó Ridley.
Justus se lamió la sangre de los labios pero no dijo nada.
Ridley sonrió, revelando sus delgados colmillos, algo fuera de lugar entre sus
torcidos dientes.
—Jacob, calienta un atizador. Veremos si eso le suelta la lengua.
Maldición… Justus cerró los ojos, tratando de disimular su terror. Había
escuchado que algunos Lores Vampiros torturaban a sus prisioneros, y que algunos
incluso lo hacían por diversión. Aunque no le sorprendía que Ridley fuese así.
Muchos de los escuderos que había conocido eran bastante malvados, quizás por
su bajo estatus social. Claro, luego de que todo fuese medianamente bien, tenía
que caer en manos de un abusador.
El vampiro llamado Jacob, quién Justus asumió era el segundo de Ridley, se le
acercó con un atizador al rojo vivo. Al olisquearlo, estimó que era más joven que
él, aunque mientras Justus estuviese amarrado, eso no importaba.
Ridley tomó el atizador, sonriendo como un niño en navidad.
—Voy a darte una última oportunidad de hacer las cosas de la manera fácil. ¿A
dónde llevabas a la mujer?
—No es asunto tuyo —respondió Justus secamente.
Dudaba que a Ridley realmente le importara lo que hacía con Bethany en
primer lugar. De seguro solo buscaba una excusa para torturarlo. Pero no diría
nada, en caso de que Ridley decidiera ir tras Bethany.
Un ardor insoportable explotó en su costado, el olor de tela y carne quemada
revolviéndole el estómago. De haber tenido un desayuno sustancial, habría
vomitado. Justus apretó los dientes, para no darle la satisfacción de oírlo gritar.
Ridley frunció el rostro, como si su dulce metafórico no estuviese lo
suficientemente bueno.
—¿No entendiste la pregunta, bribón? ¿A dónde la llevabas?
Justus volvió a guardar silencio y Ridley volvió a quemarlo como un trozo de
carne asada.
—Quizás tenga que quemar tu bonita cara —gruñó Ridley, aunque los ojos le
brillaron de alegría. —Intentemos con otra pregunta. ¿De verdad es hija del Barón
de Wickshire?
Como no tenía razones para mentir, Justus asintió.
—Sí, pero han estado distanciados. Pero los padres siempre sienten debilidad
por sus hijas, así que estoy seguro de que se molestaría si le llegara a pasar algo.
Ridley frunció sus delgados labios, como si considerara protestar antes de
decidirse por otra acción.
—¿Y ni el padre ni la hija saben lo que eres?
—No —era solo una mentira a medias.
—No te creo —Ridley apretó el atizador contra el rostro de Justus, pero solo
estaba caliente. Aun así, Justus no pudo evitar encogerse. El escudero sonrió. —
Tendremos que continuar esta discusión luego. Se me pasó la hora de comer y
tengo asuntos más importantes de los cuales encargarme —agarró el relicario
nuevamente.
—Por favor —susurró Justus. —Déjame conservarlo.
Ridley sonrió burlonamente y por un momento pareció que le arrancaría la
cadena del cuello, pero entonces la dejó caer.
—Bien. Supongo que puedo recogerlo luego de tu cadáver.
Cuando Justus por fin se quedó solo en el calabozo, se dejó caer en el suelo,
aliviado y aterrado. Aunque su tormento había acabado, sería solo temporal.
Mañana, Ridley empezaría a torturarlo de veras. Y el vampiro buscaba información
de Bethany, algo que Justus jamás revelaría, por lo cual sería atormentado hasta
morir.
Desesperado, Justus empezó a tirar de sus cadenas, aterrándose al notar que
aguantaban, a pesar de su fuerza. Quizás Ridley no cuidara tan bien como
Rochester su calabozo, pero era claro que sus cadenas eran resistentes. Una
lástima, ya que los barrotes parecían oxidados y fáciles de arrancar.
El desespero se tornó un peso en su estómago. Mañana por la noche sería
torturado hasta el límite de sus fuerzas, y jamás volvería a ver a Bethany.
Capítulo 25

Bethany agitó las riendas, maldiciendo a la mula que acababa de detenerse


otra vez a masticar el pasto junto al camino. La ira la embargó por completo y tuvo
que contenerse para no pagarla con el animal. Pero si la bestia seguía con este
paso, no llegarían a Casa Ridley sino hasta el anochecer. Gotas de sudor le corrían
por la espalda. El vestido de lana que llevaba era demasiado pesado para el calor
de Mayo, aunque perfecto para las noches frescas. El cuerpo le dolía por su
caminata de anoche. Le ardían los ojos por falta de sueño y tenía una extraña
sensación ardiente en la garganta. Pero apretó la mandíbula, determinada.
Salvaría a Justus, como él la había salvado; o moriría en el intento.
Sacó un panecillo del bolso junto a ella y lo mordisqueó. El destartalado
carromato y la mula le habían costado todo el dinero de Justus y el más bonito de
sus vestidos. Pero era un gasto necesario. Necesitaba el carromato y el desgastado
baúl que había recuperado de un callejón.
Eventualmente oteó Casa Ridley en la distancia, mucho más pequeña de lo
que había parecido en la oscuridad. Estaba prácticamente encogida y apartada de
sus vecinos, como un niño sentado en la mesa junto a sus mayores. Ese era el caso
con los escuderos, si podía creerle a su padre.
Los escuderos eran el rango más bajo de la nobleza, por lo que eran o lacayos
babosos o pedantes inseguros que escondían sus inseguridades sobre su estatus
tras su insoportable pedantería. Al mirar la horrible arquitectura, Bethany
esperaba lo segundo, especialmente ya que este escudero era el Lord Vampiro de
todo un territorio. El poder que no tenía entre los humanos seguramente lo
blandía como una espada entre los de su propia especie.
Urgió a la mula hacia la entrada de los sirvientes en la parte de atrás,
deteniendo el carromato lo más cerca de la puerta. Su plan dependía mucho de
variables desconocidas basadas en lo que Justus le había contado sobre los
vampiros. Ridley seguramente tendría pocos sirvientes para evitar que se corriera
su secreto.
La mula mordisqueó el césped sin atender, lo que le hizo pensar que sus
suposiciones no eran incorrectas. Un jardinero decente habría hecho un mejor
trabajo. Echándose la mochila de Justus al hombro, se bajó del carromato,
dirigiéndose a la puerta.
Con una mano en la mochila, llamó a la puerta. Una cocinera anciana y
encorvada respondió, frunciendo unos ojos claramente miopes.
—Traigo un pedido para el Escudero Ridley —dijo Bethany, tratando de imitar
el acento Cockney.
—¿Qué traes?
—Vino —dijo, señalando el baúl en el carromato. —Me encantaría llevarlo al
celar, si me ayudan.
La cocinera frunció los labios.
—El Escudero no me informó que esperaba vino.
—Es porque lo ganó la otra noche en un juego de cartas —Bethany recitó su
excusa. —Infórmele por favor que mi amo le manda sus disculpas por el retraso.
—¿Y quién es tu amo?
Bethany disimuló un gruñido de impaciencia. Si la mujer no la dejaba pasar,
tendría que golpearla.
—El Sr. Blingley, el dueño del Pato en el Barril —si alguien era capaz de
apostar vino en un juego de cartas, sería el dueño de la posada en la que Bethany
se había quedado anoche. Se había encargado de informarse de los rumores y de
quién era quien antes de lanzarse a su misión.
Por un tenso momento, la cocinera guardó silencio antes de asentir.
—Llamaré a Ames para que te ayude. Tendrás que echarle una mano, tiene
una rodilla mala y no puede con el peso él solo.
Bethany asintió, sonriendo la notar lo diferente que eran tratadas las mujeres
de clase baja, comparadas con su crianza apartada. Se esperaba que trabajaran y
fueran útiles más allá de organizar fiestas, manejar un hogar y tener herederos. Y
aunque sus músculos protestaron ante la idea de hacer más trabajo pesado, se
alegró. Salvaría a Justus con su propio ingenio y la fuerza de su espalda.
Aunque si los sirvientes se ponían hostiles… Ella se sacudió el arrepentimiento
preventivo. Ya era demasiado tarde para ello.
Cuando el paje emergió para ayudarla con el baúl, Bethany notó que el pobre
viejo Ames tenía más que una rodilla mala. Las manos le temblaban de parálisis,
haciéndola sentir una culpa más insoportable por lo que seguramente tendría que
hacer.
Llevaron el baúl escaleras abajo al celar. Los hombros de Bethany le dolían por
el esfuerzo y sus propias manos temblaban. Había llenado el baúl con piedras para
darle algo de peso, pero ahora sería mucho más pesado de regreso. Una vez en el
sótano, se dirigió a una gruesa puerta reforzada.
Una mano temblorosa la agarró del hombro.
—No se supone que entremos allí —dijo Ames.
Bethany suspiró, sacando el trabuco de la mochila.
—Lo siento, pero debo entrar. Ahora por favor abre la puerta. No deseo
lastimarte.
Ames se apartó de golpe, como si lo hubiera quemado, con la boca abierta.
Con manos temblorosas luchó por abrir los muchos cerrojos de la puerta. Una vez
abierta, se escondió tras Bethany, como si ella pudiera protegerlo de lo que había
tras la puerta. Y quizás así fuera.
—Trae la linterna —ordenó Bethany antes de adentrarse por el oscuro pasaje.
Las manos temblorosas del anciano temblaban con tanta fuerza que la luz se
estremecía como relámpagos violentos. Bethany esperaba no echarse a temblar
también. Vio la silueta indiscutible de celdas alineadas en las paredes.
El suspiro tembloroso de Ames hizo eco en las paredes de piedra.
—No se supone que estemos aquí —dijo con voz temblorosa. —Ni siquiera sé
que hay aquí abajo. Solo que está prohibido.
—Silencio —le dijo ella, alzando el trabuco pero sin ánimos de apuntarle. —Si
se supone que no sabes, puede que puedas fingir ignorancia al respecto. Ilumina
las celdas, por favor.
Ames dio un paso adelante, su llama bamboleante iluminando las celdas lo
suficiente para permitirle ver un destello familiar de cabello rojo en una de ellas.
—¡Justus! —susurró en voz alta, acercándose con cautela.
Él colgaba por sus muñecas de la pared, la cabeza apoyada contra el pecho en
un ángulo incómodo. Ames ahogó un grito tras ella, obviamente no esperando
encontrar un calabozo en el sótano tras la puerta prohibida de su amo.
—¿Tienes las llaves? —preguntó Bethany sin esperanza.
El anciano paje negó con la cabeza.
—Ya le dije, señorita. Está prohibido entrar aquí. ¿Qué es este lugar, una
prisión? ¿O acaso el Escudero es como el Marqués de Sade?
Bethany soltó una maldición por lo bajo. ¿Cómo demonios abriría la celda? ¿Y
las esposas?
—¿Bethany? —Justus abrió los ojos pesadamente, alzando la cabeza para
mirarla con ojos desenfocados. Él normalmente estaba letárgico de día, pero ella
no pudo evitar preocuparse por que lo hubiesen torturado. —¿Q…qué haces aquí?
—Vine a rescatarte —dijo ella secamente.
Una débil carcajada se escapó de entre sus labios.
—Quizás si estás loca. Por favor márchate antes de que te encuentren. Ve a
Cornwall… acude al Conde de…
Justus soltó una maldición al otra puerta abrirse de golpe y aparecer uno de
los vampiros que lo había apresado la noche anterior, frotándose los ojos,
molesto.
—¿Qué demonios pasa aquí? —reconoció a Bethany. —Sabía que conocías
nuestro secreto. Debimos apresarte también.
Bethany sintió una oleada de terror frío bajándole por la espalda al notar
exactamente lo que estaba haciendo. Estaba enfrentándose a unos vampiros en su
guarida. Aunque sabía que Justus jamás la lastimaría, para otros de su especie ella
era comida. Sus instintos le hicieron notar que el vampiro la escudriñaba con
interés. Él era un depredador y ella su presa.
Pero el miedo no le serviría de nada en esta misión. Invocó esa extraña ira que
había sentido antes y la alimentó.
Bethany le apuntó al pecho con el trabuco.
—Libéralo, o te abriré un hueco en el pecho.
El vampiro sonrió burlón.
—Estúpida humana, ¿de verdad crees que eres lo suficientemente rápida
como para evitar que te retuerza el pescuezo?
—Hay gente esperándome —respondió Bethany con frialdad. —Si no regreso
con el carromato en una hora, traerán a la policía. Sé que el Escudero no apreciaría
esa clase de escrutinio.
—La policía no encontrará nada aquí cuando termine contigo —el vampiro se
abalanzó sobre ella.
Bethany apretó el gatillo.
La explosión rugió en sus oídos al verse violentamente empujada hacia atrás.
Se golpeó la cabeza contra el suelo, viendo luces blancas como estrellas por un
momento. Se quedó sin aire y al tratar de tomar aliento aspiró una bocanada de
humo.
Los oídos le pitaban mientras luchaba por levantarse. Cuando el humo se
disipó vio al vampiro yaciendo en el suelo, con el pecho destrozado. Pero aún
respiraba.
—¡Lo mataste! —exclamó Ames. Sonaba como si estuviera muy lejos, pero
Bethany podía verlo del otro lado de la habitación, aferrado a una pared.
—Vivirá —dijo Justus fríamente. —Quítale las llaves. Están en su cinturón.
Bethany se arrodilló junto a él, conteniendo la bilis al ver sus heridas. Lo
mantuvo apuntado mientras sacaba el llavero con una mano.
Le tomó varios intentos encontrar la llave correcta, mientras Justus la miraba
como si le hubiese crecido una segunda cabeza y Ames continuaba aferrado a la
pared, rezando. Nadie más vino escaleras abajo, aunque alguien tenía que haber
escuchado el disparo.
Finalmente la llave correcta se deslizó en el cerrojo y lo descorrió. Bethany
abrió la puerta de un jalón y corrió junto a su amado.
—¿Te hicieron daño?
—Eso lo guardaban para esta noche —dijo él mientras ella buscaba la llave
correcta para sus esposas. —No puedo creer que hicieras esta locura.
—¿Por qué no? —replicó ella, encontrando la llave correcta. —Tú me salvaste.
Solo te regresaba el favor.
Cuando abrió las esposas, Justus se las arrancó de golpe y la tomó en brazos.
—Creí que no te volvería a ver. Pero es de día. Estoy atrapado. Deberías
marcharte antes de que baje Ridley.
—No voy a ninguna parte —dijo Bethany, acariciándole el cabello. —Traje un
baúl para que te escondieras y un carromato para llevarte.
—¿Un baúl? —Justus se echó a reír al salir de la celda. —Tendrá que bastar.
Cuando salieron, el vampiro al que Bethany le había disparado los fulminó con
la mirada, su herida empezando a cerrarse.
—Jamás llegarán a Cornwall —le espetó, siseando de dolor. —Su Señoría te
hará suplicar la muerte antes de terminar contigo.
Bethany y Justus lo ignoraron, dirigiéndose al baúl y sacando las piedras antes
de que él se subiera y Bethany ajustara la cerradura. Ames trató de protestar para
no ayudarla a cargarlo escaleras arriba, pero Bethany lo convenció con el trabuco.
—Tendré que reportarle esto al oficial de policía —suspiró él.
Justus golpeó la tapa del baúl, y Bethany lo abrió.
—Tu amo no apreciaría que metieras a la policía en este asunto. Lo juro.
Harías mejor buscándote otro amo. Y hablando de ello… —clavó una mirada fija en
los ojos del anciano paje. —La ayudarás a subir este baúl afuera y no le dirás a
nadie lo que pasó. De hecho, lo olvidarás apenas termines tu tarea.
—Lo olvidaré —repitió Ames con voz monótona.
Justus volvió a encerrarse en el baúl.
Con los flacos brazos de Bethany y las manos temblorosas de Ames, subir el
baúl fue una tarea difícil. El vampiro tras ellos los maldijo y Bethany suspiró
aliviada al cerrar la puerta del sótano y estar a salvo bajo el halo de luz que
emanaba de las escaleras. Esperaba que el baúl no dejara pasar nada de la misma
para quemar a Justus.
Los sirvientes los miraron sorprendidos al pasar, pero Ames los aplacó con un
gesto y regresaron a sus tareas.
Una vez el baúl estuvo cargado en el carromato, Bethany se volvió a Ames.
—De verdad lamento todo lo que te hice hacer, pero créeme cuando te digo
que el hombre que ayudaste a escapar es inocente de todo crimen.
El anciano la miró escéptico.
—Espero que así sea, señorita. De todas maneras me alegraré de verlos
marchar —con ello, regresó renqueante a la mansión.
La mula al principio se negó a avanzar, pero con algunos chasquidos de las
riendas, inició un lento trote.
Luego de cinco largas millas, el cuello de Bethany empezó a dolerle de tanto
voltear en busca de perseguidores. Un dolor extraño le atenazaba la garganta y el
pecho, una terrible necesidad de algo, pero no sabía que, además de libertad.
No pudo respirar tranquila hasta llegar al próximo condado.
Capítulo 26

Justus tomó una bocanada de aire cuando Bethany abrió finalmente la tapa
del baúl. Su rostro, iluminado por la luz de la luna, era lo más hermoso que había
visto.
—Mi intrépida salvadora —dijo, tomándola de la mano. —Te debo la vida,
¿Dónde estamos?
Su sonrisa brillante iluminó su alma.
—Llegamos a Somerset.
Se relajó marginalmente. Al menos estaban lejos de Ridley.
—Solo un condado más que cruzar —salió del baúl, sus músculos adoloridos
por estar encogido tanto tiempo.
Estaba exhausto y hambriento. Sin mencionar adolorido por la quemadura
que le había propinado Ridley. Si no se alimentaba pronto, le quedaría una cicatriz.
Debería estar agradecido por la lenta curación, ya que era lo único que evitaba que
la tela quemada se le pegara de la piel. Tenía que jalársela a cada rato para evitar
que se fusionara. Tendría que quitársela pronto.
—¿Somerset? —no pudo evitar su sorpresa al notar la distancia que habían
recorrido en el destartalado carromato. —Debes haber hecho correr a la mula
todo el día —la bestia ahora yacía en la hierba, masticando plácidamente.
Ella asintió, y él notó la palidez de su rostro, olvidando sus propios dolores.
Solo podía imaginarse como se sentía Bethany luego de llevar a cabo su
intrépido rescate y entonces manejar el carromato todo el día.
—Desearía que pudiéramos seguir corriendo, pero deberíamos buscar refugio
—Justus miró las sombras bajo los ojos de Bethany. —Necesitas descansar.
—¿Yo necesito descansar? —Bethany arqueó una rubia ceja. —¿Qué hay de
ti? No has comido en dos noches y seguro no dormiste bien encadenado, ni
encerrado en el baúl.
Su tono era alarmantemente agudo. Si, ella necesitaba dormir.
Para ser honestos, Justus tampoco había dormido más de dos minutos las
últimas cuarenta y ocho horas. Estaba molido y tan débil como un gatito. Pero no
podía soportar admitirlo.
—Además —continuó Bethany, frotándose el hombro. —Ya encontré refugio
para nosotros, así que no tiene sentido discutir conmigo.
Justus estaba demasiado cansado y hambriento para discutir.
—¿Dónde?
—Encontré una manera de colarnos en una librería que tiene un cómodo
sótano —sonrió. —Estoy hecha toda una criminal.
—¿Una librería? —Justus no podía imaginar un lugar mejor para descansar sus
huesos. La tomó entre sus brazos, ignorando sus propias heridas. —Te amo.
La ayudó a llevar las mochilas, entrando por la puerta principal que Bethany ya
había abierto. Aunque estaba sumamente cansado, el olor de pergamino,
terciopelo y cuero le pareció tan rejuvenecedor como flores primaverales.
Bethany encendió una lámpara y lo llevó a un par de poltronas de terciopelo
borgoña.
—Podemos ir al sótano antes del amanecer. Por ahora siéntate, estás pálido.
Justus se echó a reír al escuchar el tono regañón en su voz.
—Soy pelirrojo, siempre estoy pálido —se quitó la camisa, siseando de dolor al
arrancarse la tela de la quemadura.
—¡Santo Dios! —exclamó Bethany. —¿Qué te hizo?
—Me quemó con un atizador —gruñó Justus, más preocupado por su tono
asustado que por sus quemaduras. —Sádico hijo de puta.
Ella se inclinó a escudriñar las heridas, frunciendo el ceño.
—Tenemos que buscar un doctor.
—¡No! —exclamó él, más fuerte de lo que habría querido. Bethany se encogió
y él la tomó por los hombros con gentileza. —Un doctor se preguntaría por qué
estoy sanando tan rápidamente, sin mencionar que haría preguntas que no
podemos responder. Lo que necesito es cazar. La sangre me curará.
—Aliméntate de mí —lo miró fijamente al apartarse la trenza del delicado
cuello. —Necesitas curarte y recuperar fuerzas antes de salir otra vez. No puedo
luchar contra los vampiros de Somerset sola.
—No deberías tener que luchar contra ellos —gruñó Justus, incapaz de olvidar
el verla en el calabozo de Ridley, con los brazo temblorosos por el peso del
trabuco. —Además, también necesitas descansar y comer.
—Descansé en la posada de Gloucestershire —ella alzó el mentón, dejándole
ver las venas de su cuello. —Y comí mientras manejada el carromato. También
tengo provisiones para tres días.
Justus se lamió los labios, el estómago encogiéndosele al ver su delicioso
cuello. Para evitar abalanzarse sobre ella, se sentó, apretándose los muslos. Eso
resultó ser un error de proporciones épicas, ya que ella lo arrinconó, apoyándose
de los apoyabrazos de la poltrona e inclinándose hacia delante de manera que su
trenza rozara sus mejillas. Su aroma, dulce y femenino, le hizo agua la boca.
—Por favor, Justus —los labios de ella le acariciaron el oído. —Déjame darte lo
que necesitas.
Su control era tan tenue como el de un vampiro recién nacido. Cada fibra de
su ser clamaba por su sangre. Se preguntó si sus ojos estarían brillando y bajó la
mirada para no hipnotizarla.
—No quiero arriesgarme a hacerte daño o tomar demasiado.
—No te preocupes. Confío en ti —ella acercó el cuello a sus labios.
La entereza de Justus se hizo pedazos. Con un gruñido bestial, la sentó en su
regazo y hundió sus colmillos en su cuello.
Ella sabía mejor de lo que él recordaba. Se llenó de pasión y poder con cada
sorbo, embriagándose de su esencia. El gemido bajo de Bethany fue música para
sus oídos, haciéndolo endurecer. Un dulce tormento le recorrió el alma al sentir las
caderas de ella ondular contra él.
Ella se dejó caer débilmente contra su pecho, Justus despertó, apartando sus
colmillos. Cerró apuradamente sus heridas, preocupado por su palidez. Maldición,
había tomado demasiado.
—Bethany —susurró, apretando los dedos contra su cuello en busca del pulso.
¿Era su imaginación o acaso estaba más débil? —¿Estás bien?
Ella se aferró a su hombro, enderezándose lentamente.
—Estoy bien, fue solo un mareo. Algo de agua y una manzana me harán sentir
mejor —lo miró fijamente a los ojos. —¿Tú te sientes mejor?
—Completamente recuperado —admitió él, sintiéndose culpable.
—¿Lo suficiente como para hacerme el amor? —preguntó ella, apretando sus
caderas contra las suyas sugestivamente.
Su erección se endureció más.
—Siempre estoy dispuesto a hacerte el amor —acarició su dorada trenza. —
Eres como una droga —embriagante, eso pensó mientras la besaba, explorando
cada centímetro de sus labios para probar su dulzura.
La besó apasionadamente mientras desabrochaba su vestido,
estremeciéndose de placer al verla agarrar sus botones. Cuando se levantó de su
regazo, él contuvo un gruñido decepcionado hasta ver caer su vestido al suelo. Su
piel parecía tan deliciosa como un durazno, su figura exquisita con solo su chemise
y medias.
—Pareces un ángel hecho de oro y marfil —él le acarició el muslo. —Y rubíes.
Ella arqueó una ceja adorablemente.
—¿Rubíes?
—Estás sonrojada —él se quitó la camisa y se desabrochó el pantalón. —
Veamos si puedo hacerte sonrojar más. Quítate la chemise.
Justo como esperaba, su piel se tornó del mismo tono que los duraznos en
crema mientras sonreía y terminaba de desvestirse. Se le secó la boca al ver sus
pechos erguidos, caderas curvilíneas, y ese triángulo de vello dorado entre sus
piernas.
Bethany ahogó un suspiro.
—¡Tus quemadas! ¡Están casi curadas!
Él bajó la vista. La piel enrojecida y achicharrada se había tornado rosácea, y la
herida se había encogido a la mitad. Pero quedaría una ligera cicatriz.
—Tú me curaste —susurró él, ahogando un suspiro cuando ella se inclinó a
besar su cicatriz. La sensación de su cabello rozando su pecho desnudo lo hizo
enardecer. —Voltéate —dijo con voz ronca.
Ella obedeció y él la tomó por las caderas, jalándola de vuelta a su regazo.
Desde este ángulo, podía sostenerla en sus brazos y acariciarla a la vez. Le acarició
los pechos hasta que sus pezones endurecieron.
Bethany ahogó un suspiro, apoyándose de él, sus muslos abriéndose de tal
manera que se vio tentado a bajar las manos. Un delicioso gemido se le escapó de
entre los labios cuando sus dedos rozaron su intimidad y acariciaron los bordes de
su carne humedecida.
Cuando rozó su duro ramillete de nervios, ella se arqueó, apretando su
curvilíneo trasero contra su erección, llenándolo de lujuria. De todas maneras la
acarició hasta que estuvo completamente húmeda, susurrando su nombre
roncamente.
—Justus, por favor —jadeó Bethany.
Feliz de complacerla, él se acomodó contra su entrada. Ella se sentó
lentamente sobre su erección, haciéndolo morderse los labios al sentir su
estrechez. Todo se sentía nuevo en este ángulo.
La apretó contra su regazo. Con una mano le acarició los pechos mientras la
otra jugueteaba con su clítoris. El efecto fue maravilloso. Bethany dejó caer la
cabeza hacia atrás e hizo girar sus caderas en un ritmo embriagante que lo hizo
perder la cabeza.
Cuando empezó a estremecerse a su alrededor, Justus aceleró el paso de su
empuje, llegando al clímax al mismo tiempo que ella. El placer pareció durar para
siempre, emborronándole la vista.
Finalmente ella colapsó jadeante sobre él.
—¿Te sientes más cerca de mí ahora? —susurró.
Él apretó la mano contra su corazón desbocado.
—No creí que fuera posible, pero sí —se preocupó al verla todavía pálida y por
el hecho de que aún temblaba. Había bebido demasiado.
A regañadientes, la bajó de su regazo para vestirse.
—Debes comer ahora para recuperar fuerzas.
Bethany se echó a reír, colocándose la chemise, aunque una sombra de
incomodidad le cruzó la mirada.
—Estoy bien. Ni siquiera tengo tanta hambre. Preferiría explorar la librería.
—Come primero. Luego leeremos —dijo él severamente, sin gustarle las
sombras oscuras alrededor de sus ojos. ¿Cuándo había dormido por última vez? —
Y entonces nos iremos a dormir temprano.
Bethany suspiró exasperada.
—Bien.
Justus la miró sacar una tarta de carne a medio comer, alarmándose al verla
masticar sin interés. Especialmente al notar los ligeros temblores en sus manos. Al
principio había creído que se debían a su emoción por estar de vuelta en el
mundo, pero ahora empezaba a preocuparle que le pasara algo más.
Capítulo 27

Bethany volvió a soñar con Morningside. Se paseaba dentro de su celda,


esperando la visita del Dr. Keene. Una sensación alarmante acompañaba al sueño:
alivio de estar otra vez entre esos muros, y anticipación por beber el tónico del
doctor. Cuando llegó con su botella y cuchara, ella abrió la boca como un pajarillo.
En lugar de la amargura de siempre, el tónico le supo dulce como la miel. Se
sintió feliz, dejándose caer en la cama.
Entonces la dulzura se tornó en ardor.
Se despertó estremeciéndose, con ese extraño ardor en la garganta otra vez.
El corazón le retumbaba en el pecho y una molestia, como miles de insectos
caminándole por la piel, la embargó. Era parecida a la sensación del día anterior
mientras manejaba el carromato, pero mucho peor.
Justus abrió los ojos, mirándola confundido al tocarle la frente.
—Tiemblas como si tuvieras fiebre, pero no hueles a eso. ¿Cómo te sientes?
—Horrible —admitió ella. —No dejo de temblar, y siento como si estuviera
cubierta de moscas. Me duele la espalda.
—Probablemente por conducir ese horrible carromato —dijo Justus,
frunciendo el ceño. —A lo mejor tiemblas por esperar demasiado entre comidas.
—Ni siquiera tengo hambre —dijo ella miserablemente. La verdad estaba algo
mareada, pero no quería preocuparlo más. —Comeré algo de pan cuando salgas a
cazar. ¿Ya es de noche?
—Falta alrededor de una hora. Escuché al tendero cerrar la tienda hace como
dos horas, pero tú aún dormías —Justus le acarició el rostro, escudriñándola. —
¿No pensarás que la comida que tomaste estaba en mal estado?
Bethany negó con la cabeza.
—He comido carne mala antes. Estaría vomitando de ser eso. Me siento más
incómoda que enferma, para ser sincera. Me duelen los huesos y la garganta me
arde —frunció el ceño. —Quiero decir, no está caliente. Es otro tipo de ardor.
—Dejaremos el carromato —dijo Justus con firmeza. —Yo puedo llevarte más
rápido que esa mula.
—Pero te puedo llevar a salvo en el baúl durante el día —protestó ella.
Él frunció el ceño.
—No me agrada la idea de meterme allí otra vez. Por otro lado, estás
obviamente exhausta de manejar esa cosa.
—No creo que sea por el carromato. El dolor muscular si, pero el resto no —
Bethany se frotó los brazos. —No es la primera vez que me siento así. Me pasó ese
día que tuviste que dormir en el pozo.
Justus entrecerró los ojos.
—¿Por qué no me dijiste?
—No quería preocuparte —ella se levantó de su lecho improvisado y se estiró.
La espalda le tronó satisfactoriamente, pero la ansiedad no se le disipó. —
Seguramente solo estoy impaciente por marcharnos.
—¿Impaciente de abandonar una librería? —Justus la miró boquiabierto. —
Ahora sé que de verdad algo anda mal.
Sus palabras la golpearon ominosamente. Era cierto, ella jamás estaba ansiosa
de alejarse de los libros.
—Espero que no sea la plaga.
—No hueles enferma —la tranquilizó él. —Pero en caso de que así sea… —se
mordió un dedo, ofreciéndoselo. —Bebe.
Bethany obedeció, saboreando su sangre y sintiendo ese mágico chispazo. Lo
que sea que tuviera esa sangre, aplacó su dolor y la ansiedad fantasmal. Pero ahí
seguía, esperando bajo su piel, como un monstruo agazapado en las sombras. Se
relamió, besando su dedo.
—Voy a revisar los libros para buscar algo que leer mientras oscurece.
Él sonrió ampliamente.
—Esa es mi Bethany. Pero si te llegas a sentir mareada o afiebrada, quiero que
bajes de inmediato.
Ella asintió, avergonzada. El sudor frío y los temblores eran seguramente por
haber soñado con Morningside. Se llenó de asco al recordar el alivio al ver llegar a
Keene con su horrible tónico.
Subió las escaleras, entristecida de que Justus no pudiera acompañarla. Se
sintió mejor al ver las estanterías cargadas de tomos encuerados. Buscó los versos
medievales que tanto le gustaban, disimulando un suspiro de alegría al encontrar
una copia de Sir Gawain y el Caballero Verde. La apretó contra su pecho,
disfrutando su peso. Entonces consiguió una copia de Libro de la Duquesa de
Chaucer. Hacía mucho tiempo, Justus le había dicho que era su favorito.
Desearía poder llevarse más libros con ella, pero no podían cargar tantos. Al
regresar al sótano, Justus percibió su molestia.
—No te preocupes, amor. Pronto tendremos una biblioteca propia —la
determinación en su mirada calmó sus dudas, a pesar de lo incierto de su
situación.
—¿Cuál leemos? —preguntó ella, tendiéndole los libros.
Los ojos de él se iluminaron al ver El Libro de la Duquesa.
—Vamos a guardar este para otra ocasión y leamos el de Sir Gawain. Han
pasado tantos años desde que lo leí.
—Igual yo —respondió ella, aunque para ella hubiese pasado solo una década,
cuando para él podría tratarse de todo un siglo.
Leyeron por turnos y Bethany se retorció en su silla, tratando de enfocarse en
la historia y no en la incomodidad. Se alarmó. ¿Qué le pasaba?
Justus cerró el libro, mirándola de soslayo.
—No has prestado atención a las últimas dos páginas.
—¡Si lo hice! —exclamó ella, en un tono tan agudo que la hizo taparse la boca,
sorprendida. Esta no era ella. Si el Dr. Keene la escuchara, la habría mandado a la
habitación silenciosa con una enorme cucharada del tónico. Salivó, mientras la
molestia le roía el estómago.
—Estás sufriendo —él se levantó, empacando el libro en una de sus mochilas.
—Mi sangre no está surtiendo efecto. El sol se puso. Vamos a buscarte un doctor.
—Nada de doctores —ella sacudió la cabeza. —Dijiste que sería muy
peligroso. Seguro solo estoy nerviosa por lo de ayer. De seguro me siento mejor
cuando nos marchemos.
—Estás sufriendo —su mirada implacable le hizo imposible mentir.
—Oh, Justus —se quejó ella al sentir otra punzada de dolor. —¡Duele! Me
duelen los huesos, y estoy desesperada sin entender por qué.
Él suspiró, ayudándola a levantarse.
—Comeré y entonces te buscaremos ayuda.
Ella detestó la preocupación en su voz. Había estado tan orgullosa por haberlo
rescatado y ahora necesitaba que la salvara otra vez. ¿Volvería a ser capaz en
algún momento?
Con piernas temblorosas lo siguió escaleras arriba y afuera, mirando
anhelante el lugar por última vez. Si no se sintiera tan mal lo habría disfrutado
mejor.
Antes de que pudiera protestar, Justus la alzó en brazos y echó a correr. La
brisa en sus mejillas quemaba por su velocidad y el estómago se le revolvió.
Cuando finalmente se detuvo en la siguiente villa, ella ahogó un sollozo de alivio.
Justus la soltó en la entrada de un callejón, donde un borracho orinaba contra
una pared. Ella se bamboleó mientras Justus se abalanzaba contra el borracho,
hipnotizándolo y bebiendo profundamente. Ella apenas pudo reconocer sus
alrededores antes de verse alzada y echar a correr nuevamente.
Corrió otra milla antes de que Bethany le clavara las uñas en las manos.
—Detente, por favor.
Él se detuvo en un sembradío y el mundo pareció ponerse de cabeza. Al
soltarla, ella vomitó inmediatamente.
—Dios —susurró él. —Empeoraste.
—Lo sé —masculló ella miserablemente. —Me duele todo.
Él alzó la mano hacia ella.
—Tenemos que…
—¿Qué tenemos aquí? —preguntó una voz.
Bethany se congeló aterrada al ver a un vampiro emerger de las sombras.
Estaba vestido completamente de negro, con un sombrero de ala ancha sobre la
cabeza.
—Un bribón y una borracha revolcándose en un sembradío. Vaya sorpresa.
Aunque creo que ella ha bebido demasiado.
—No estoy borracha —le espetó Bethany, mortificada.
—Por favor —dijo Justus. —Está enferma. Necesito encontrarle un médico.
Déjanos en paz y me marcharé del territorio de tu Lord.
El vampiro se acercó.
—Por suerte para ti, no tengo Lord. Soy un bribón igual que tú —olfateó el
aire. —Ella no huele a enfermedad. Ni a alcohol.
Justus suspiró.
—Lo sé.
El vampiro los consideró un momento antes de suspirar.
—Bueno, estar aquí a cielo abierto donde los vampiros de Somerset pueden
atacarnos no es bueno para la salud de ella. Vengan conmigo. Hay un trozo de
tierra de nadie en la costa. Tengo un refugio donde pueden descansar y podremos
revisarla mejor.
—Gracias —dijo Justus, clavándole una mirada tan fija a Bethany que ella tuvo
que dar un paso atrás, congelada. —Duerme —susurró.
Ella cayó desmayada en sus brazos, sobrecogida por la oscuridad y el dolor.
Cuando despertó, estaba en el regazo de Justus en una cueva que olía a agua
salada. El otro bribón estaba junto a ellos, cerca del fuego, haciéndose algo en el
hombro.
—La Bella Durmiente despierta —dijo, extendiéndole la mano. —Soy Rhys
Berwyn, anteriormente de Manchester, hasta que mi Lord me exilió. Tu esposo me
contaba como escapaste del asilo.
Bethany parpadeó sorprendida. Justus había sido muy discreto hasta entonces
con su historia. Asintió, ahogando un quejido cuando el cuello le protestó.
—Asumo que te drogaron allí —dijo él, haciendo un gesto al hundir un par de
pinzas en su brazo.
Ella frunció el ceño, extrañada, pero contestó.
—Si. El Dr. Keene tenía un extraño y amargo tónico que me mareaba. Lo
detestaba.
—Pero lo quieres —respondió él secamente.
Ella se erizó del asco.
—¡No! —pero recordó sus sueños de Morningside y la ansiedad por la
medicina. La duda la hizo sentir más ansiedad.
—Lady de Wynter, lo que tienes es la enfermedad del opio —dijo Rhys. —La vi
con frecuencia cuando era mortal, trabajando de marinero en expediciones al
Este, y tienes todos los síntomas: los temblores, el mal humor, dolores y demás.
Puede que no te gustara el tónico, que seguro tenía láudano, pero tu cuerpo se
acostumbró al mismo y lo reclama —se arrancó una pelotita de plomo del brazo
con un quejido.
Bethany lo miró boquiabierta.
—¿Te dispararon?
—Es el destino de un asaltante de caminos. Aunque soy más rápido que
muchos —dejó caer la pelotita, sacándose una botellita marrón del bolsillo. Tomó
un sorbo y se la tendió. —Toma un poco y te sentirás mejor. Hay que
desengancharte de la droga.
Abrió la boca para negarse, pero sus manos tomaron la botella y se la llevaron
a la boca. La amargura familiar la hizo estremecerse incluso mientras la nostalgia y
el alivio la embargaban. Le regresó la botella a Rhys, queriéndola lo más lejos de sí
posible, pero este se la entregó a Justus.
—No entiendo cómo es posible —dijo Bethany. ¿Era su imaginación o los
huesos ya no le dolían tanto? —No fui drogada todos los días. Además, habría
sufrido más pronto por la adicción. Han pasado siete noches desde que Justus me
rescató de Morningside —se llenó de dudas, ya que había sentido malestar desde
el principio.
Rhys se encogió de hombros.
—¿Cuántas veces a la semana te daban el tónico?
—Una vez por semana. A veces más si el doctor lo consideraba necesario —los
amargos recuerdos la hicieron estremecer.
—Una vez a la semana es suficiente —dijo Rhys. —Tu cuerpo funciona como
un reloj. Es por eso que te has sentido bien estas últimas noches. Entonces,
cuando no recibiste el tónico del buen doctor a la hora acordada, tu cuerpo y
mente protestaron.
—Oh —ella no se había sentido exactamente bien esas noches, pero nada
comparado al tormento de esta velada. Peor aún, Rhys decía la verdad. El láudano
la estaba haciendo sentir mejor, calmándola, como decía el Dr. Keene. Y quería
más.
Justus le acarició el cabello.
—Dios, como deseo regresar al asilo y partirle la boca al maldito doctor.
Encerrarte y apartarte de los libros no fue suficiente. También tenía que hacerte
adicta al opio.
Ella asintió sombríamente.
—Yo quisiera usar el trabuco con él —al comprender realmente su
enfermedad, miró preocupada a Rhys. —¿Es permanente?
El bribón negó con la cabeza.
—No, y el escapar del asilo fue el paso más importante para tu recuperación.
Le di a tu esposo el resto de mi láudano, pero mejor no se lo pidas por unos días.
Trata de aguantar lo más posible y tu cuerpo lo olvidará.
Justus miró a Bethany, adolorido.
—¿Por qué mi sangre no puede curarla? —preguntó.
Rhys se encogió de hombros con un quejido.
—No lo sé. No parece hacer mucho respecto a las adicciones. Conocí a un
vampiro que solía ser borracho de mortal y ahora solo se alimenta de otros
borrachos. También otro que fumaba opio.
El tema era muy deprimente, así que Bethany lo cambió.
—¿Qué te hizo volverte asaltante?
—Mis descendientes mortales están a punto de perder la granja familiar —
explicó Rhys. —Así que robo a los aristócratas y le doy el dinero a mi familia para
que puedan pagar la terrible hipoteca que mi tataranieto firmó para poder
financiar su vida alocada.
—¡Qué terrible! —dijo Bethany, antes de aclarar. —Lo de la granja. Es muy
dulce que todavía los cuides. Eres como Robin Hood.
Rhys se echó a reír.
—Solo me falta mi Doncella Marianne.
—Seguro la encontrarás algún día —a Bethany le caía bien este vampiro. Tenía
un encanto irascible y un corazón amable.
—Espero que no —dijo Rhys, fingiendo horror. —Además de que las mujeres
son naturalmente problemáticas, y eso lo digo de la mejor manera posible, no
deseo sobrellevar las mismas dificultades que ustedes. De Wynter puede que no
sea un maleante conocido como yo, pero es un bribón igual y tú, querida, eres
fugitiva. No creo poder soportarlo.
Bethany bajó la mirada. De no ser por ella, Justus no sería un bribón.
Justus la besó de pronto.
—Sé que debe sonar ridículo, pero antes de encontrar a Bethany, solo vivía a
medias. Disfrutaba mis labores y era amigo de mi Lord, pero algo faltaba. Incluso
con el peligro, la vida ahora tiene color y tengo una razón para vivir.
—Suena ridículo —comentó Rhys, —De todos modos, lo entiendo. Pero tengo
que pensar en mi familia —su expresión seria se tornó en sonrisa. —Además, si me
entrego a una mujer, no podría robar besos de las mujeres a las que despojo de
sus joyas.
Se echaron a reír, y Bethany se relajó contra Justus, sintiéndose más en calma
que incluso en su noche de boda. Incluso pudo comer algo de pan y queso.
—Gracias por ayudarnos —Justus agitó el fuego.
—No es necesario. Era hora de hacer un buen acto, aunque se pierda en mis
muchos pecados —Rhys le tendió unas monedas a Justus. —Descansen todo lo
que quieran. Yo me marcho mañana en la noche.
—¿A dónde?
—Blackpool. La dirección contraria de ustedes.
Justus se sorprendió.
—¿Tu familia vive en Blackpool? ¿Cómo es el Lord?
—Un bastardo —gruñó Rhys. —Es el propietario de la hipoteca.
—¡Santo Dios! —exclamó Justus. —Y dices que somos nosotros los que la
pasamos mal.
Rhys asintió sombríamente.
—Supongo que me atrapará un día de estos y pondrá mi cabeza en una
estaca. Solo espero poder librar a mi familia antes que eso pase —se estiró,
dirigiéndose a un camastro al fondo de la cueva. —Ya casi amanece y debo dormir
para que este brazo se cure.
Como por arte de magia, Bethany bostezó y parpadeó al escucharlo.
Justus la tendió en su lecho improvisado, acurrucándose a su alrededor.
Mientras le acariciaba el cabello, ella rezó porque Rhys lograra proteger a su
familia y que ellos llegaran a salvo a Cornwall. También rezó por vencer su
adicción.
Sin la intervención de Rhys, no sabía que habría pasado.
Mientras se quedaba dormida, pensó una última cosa.
¿Qué pensaría el Lord de Cornwall al enterarse que ella no solo era una
fugitiva de un asilo, sino también adicta al opio?
Capítulo 28

Cuando Justus despertó, estudió a Bethany. Ella estaba quieta y relajada,


durmiendo más profundamente de lo que había dormido en días. Incluso al
aliviarse al verla libre de temblores, se sintió culpable por no haber adivinado la
causa de su malestar antes. Había asumido que tenía frío o nervios. No se le había
ocurrido que lo que tenía era síndrome de abstinencia.
La botella de láudano se sentía pesada en su bolsillo. Rezó para que ella no se
la pidiera pronto, ya que no sabía si tendría la fuerza para negarse luego de verla
sufrir tanto.
Bethany abrió los ojos, sonriéndole de tal manera que su corazón se derritió.
—¿Y nuestro amable anfitrión?
—Rhys ya se marchó a Blackpool —se llenó de gratitud por la ayuda del
bribón, aunque le preocupaba su destino.
Una vez más se sintió avergonzado por creer que todos los bribones eran
malvados y violentos. Aunque había suficientes de esa calaña, había habido otros
cuya bondad había sido vital para su supervivencia. Solo esperaba que Rhys hallara
ayuda a tiempo. Enfrentarse con un Lord Vampiro en su propio territorio no era
fácil. Rhys tendría suerte de sobrevivir. Justus se sacudió la preocupación y se
enfocó en sus propios asuntos.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Mucho mejor —ella se estiró, su delicioso cuerpo frotándose contra el suyo
antes de echarle los brazos al cuello. —No había dormido tan bien en años. Soñé
que elegíamos poltronas para la biblioteca.
Justus sonrió al imaginarlo.
—No hay nada mejor que los sueños que se harán realidad —aunque si el Lord
de Cornwall decidía hacerlos ciudadanos, pasaría algo de tiempo antes de que
pudieran pagar buenas acomodaciones. Aunque luego de Transformar a Bethany,
tendrían toda una vida para ahorrar juntos.
Bethany lo abrazó.
—No sé qué haría sin tu optimismo. ¿Dónde estamos?
—En Devon —Justus apretó los dientes, tratando de olvidar su carrera con una
enfebrecida Bethany en brazos. —Deberíamos estar llegando a Cornwall esta
noche, y debemos apurarnos, ya que el tercero de Ridley me escuchó hablar de
nuestro destino.
—Gracias al cielo —dijo Bethany. —Espero que el Lord nos acoja. Y si no, que
nos permita marchar.
—El Lord de Rochester me dice que Deveril es excéntrico, pero amable —trató
de aliviar su preocupación.
—¿Deveril? —Bethany arrugó la nariz. —¿EL Lord Vampiro de Cornwall es el
Loco Conde de Deveril? Mi padre siempre se quejaba de él, y mi madre estaba loca
por invitarlo a una de nuestras fiestas en Londres cuando intentaba casarme.
Jamás vino, y tenía la reputación de ser un ermitaño loco. Que sea vampiro tiene
sentido.
Justus soltó una palabrota.
—No se suponía que te lo dijera hasta conocerlo.
—¿Por qué no? —Bethany se encogió de hombros. —Habría reconocido su
escudo apenas verlo. Puedo fingir ignorancia. Y ya que estamos hablando de ello,
¿quién es el Lord Vampiro de Rochester? Mucho de lo que me has dicho implica
que es noble —ahogó un suspiro cuando Justus bajó la vista. —¿Lo es, verdad?
¿Cuántos vampiros hay en la nobleza?
—Doce, creo —dijo Justus. —Aunque es difícil seguirles el rastro, ya que
muchos abdican sus títulos y otros los reclaman si su línea familiar amenaza con
desaparecer —se frotó el rostro. —Mejor nos vamos. Mientras más rápido
lleguemos a Cornwall, más rápido puedo contártelo todo —frunció el ceño al ver
las marcas oscuras bajo sus ojos. —Apenas crucemos la frontera, te Marcaré.
Ella pareció sorprendida.
—¿Te asusta? —preguntó él. ¿Y si ella aún no estaba convencida de estar con
él?
—Un poco —Bethany jugueteó con la manga de su vestido. —¿Y si te metes
en problemas por Marcarme? ¿Y si las cosas van mal en Cornwall y esos vampiros
me usan para hacerte daño?
Se odió por sentirse aliviado de que ella estuviese preocupada por él.
—Si las cosas van mal en Cornwall, necesito poder encontrarte o saber si estás
bien. Deveril puede apresarme y borrarte la memoria.— Sin mencionar que Justus
podría notar los síntomas de la abstinencia antes de que empeoraran. No deseaba
verla sufrir más.
—¿Por qué no me Marcas ahora? —dijo ella suavemente.
Justus vaciló. Sería un riesgo si era atrapado por Vampiros de Devon, pero
cada fibra de su cuerpo le suplicaba que la hiciera suya. El salvaje instinto le
resultó alarmante. Jamás había Marcado a un mortal.
—Bien —dijo, mordiéndose el dedo.
Mientras Bethany bebía su sangre, Justus canalizó su poder y recitó las
palabras.
—Yo, Justus de Wynter, de… ninguna parte… te Marco, Bethany Mead, como
mía y solamente mía. Con esta Marca, te ofrezco mi protección eterna. Que todos,
mortales e inmortales, que se crucen en tu camino sientan esta Marca y sepan que
actuar en tu contra es actuar contra mí y que invocará mi ira. Vengaré lo que es
mío.
La magia chispeó entre ellos como un relámpago. Por un momento Justus
pudo percibir cada emoción y pensamiento dentro de ella y se quedó sin aliento al
ver su belleza interna. La besó y se perdió en su pasión.
Bethany gimió, apretándose contra él y buscando la abertura de sus
pantalones mientras él le subía las faldas. La alzó, clavándola en su miembro
erecto. Hicieron el amor fervorosamente, la Marca latiendo entre ellos como sus
corazones. Bethany soltó un quejido y su clímax trajo el de él, como un dique
rompiéndose.
—Santo cielo —susurró ella. —¿Puedo considerarme Marcada?
Él se echó a reír.
—Por completo. Pero nos hemos retrasado bastante. Tenemos que
marcharnos ahora si queremos llegar a Cornwall antes del amanecer.
Al salir de la cueva, Justus tuvo un golpe de suerte al encontrar a un cansado
pescador regresando de su jornada. Se abalanzó sobre él y se alimentó
rápidamente. Entonces regresó junto a Bethany y la alzó en brazos, echando a
correr lo más rápido posible.
Luego de tres horas y una parada rápida en una villa pesquera para comprar
algo de comer para Bethany, llegaron a la frontera de Cornwall.
Justus respiró profundo mientras estudiaba las verdes colinas y los
acantilados. Era hora de saber qué les esperaba allí, si la salvación o una condena
peor.
—Debemos hacer lo posible para no parecer hostiles.
Bethany se arrancó un trozo de muselina de las enaguas.
Justus frunció el ceño.
—¿Qué haces?
—Una bandera blanca —explicó ella, amarrando el trozo de muselina a un
palo.
Él sonrió.
—Puede que funcione.
Cruzaron la frontera con la bandera en alto.
—Me gustaría poder ver esto de día. Parece mágico —comentó Bethany.
—Es parecido a la costa de Devon —rió Justus. Aunque ahora que lo
mencionaba, algo parecía diferente. Quizás fuese la esperanza de estar a salvo
finalmente lo que hacía que las colinas le parecieran más verdes y los acantilados
más encantadores.
Unos nubarrones taparon el cielo, aproximándose desde el mar. Si no
encontraban refugio pronto, o eran apresados, se empaparían.
—Deberíamos ir al oeste, siempre en la costa. El Castillo Deveril está a las
afueras de Falmouth —dijo él, disimulando sus nervios. —No sé qué tan lejos
llegaremos antes de ser tomados en custodia.
Como llamado por sus palabras, un vampiro se materializó en la cima de la
colina cercana.
—Deténganse.
Justus y Bethany se congelaron, la bandera blanca ondeando sobre ellos. El
vampiro alzó una ceja, bajando por la colina para reunirse con ellos.
—¿Una bandera blanca? Jamás creí ver eso de un bribón —frunció el ceño al
ver a Bethany. —Con una acompañante humana. Esto no puede ser bueno.
—No puedo Transformarla hasta no recuperar mi ciudadanía, para no hacerla
una bribona —Justus sintió a otros vampiros en las cercanías y se hincó de rodillas
antes de que pensaran en atacar. —Me rindo, y te suplico que nos lleves ante el
Lord de Cornwall para que pueda solicitar mi legitimización.
El vampiro asintió.
—Ah. No serías el primero. Soy Emrys Adair, Segundo del Lord de Cornwall, ¿a
quién tengo el placer de dirigirme?
Justus inclinó la cabeza.
—Justus de Wynter, antiguo Segundo del Lord de Rochester. Y esta es mi
futura esposa, Bethany Mead —ignoró el sutil codazo de Bethany al escucharlo
ignorar su ceremonia Roma. No sería bueno que Emrys o que el Lord de Cornwall
se enteraran de que se habían adelantado.
—¿Futura esposa, eh? —Emrys estudió a Bethany con frialdad. —El Lord de
Cornwall decidirá eso. Síganme.
Para molestia de Justus, el vampiro se colocó entre él y Bethany. Al ver la
expresión alarmada de ella, él sacudió la cabeza. No quería que los creyeran
problemáticos.
Caminaron a la colina junto a Emrys, los demás vampiros trazando un discreto
perímetro alrededor de ellos. Justus sintió algo de respeto por la eficiente
estrategia de Deveril, incluso al darse cuenta de que habría sido el fin para él de no
haber querido ser atrapado.
¿Sería posible que Gavin le hubiese mentido? O quizás Lord Deveril no era tan
amistoso como su amigo creía. Justus se desanimó al pensar en miles de opciones
sombrías.
Emrys les dirigió una mirada suspicaz mientras caminaban, como si creyera
que cambiarían de opinión y saldrían huyendo.
De pronto una terrible tensión pesó sobre ellos mientras una sensación de
increíble poder los rodeaba. Justus buscó a su alrededor la razón mientras los
otros vampiros se desvanecían en las sombras.
Emrys los sujetó por los brazos mientras una alta figura emergía de entre los
árboles.
Justus quedó boquiabierto al ver por primera vez al Lord de Cornwall. Había
escuchado que el tipo era alto y poco convencional, pero los rumores no le hacían
justicia. Con casi dos metros de alto, los pasaba a los tres. Su cuerpo delgado
transmitía una sensación de velocidad contenida y fuerza. Su cabello rubio
platinado lo hacía parecer etéreo.
—Justus de Wynter —dijo Lord Deveril con su acento musical y una sonrisa. —
Te he estado esperando.
—¿Eso es algo bueno o malo, mi lord? —preguntó Justus cautelosamente.
Deveril frunció el ceño, como si encontrara la pregunta irrespetuosa.
—Ya lo veremos —se volvió a Emrys. —Entrégame a la mujer.
Justus se lanzó hacia adelante, siendo contenido por dos vampiros que
emergieron de la nada.
Deveril lo miró irritado, chasqueando la lengua.
—No es manera de actuar ante alguien que esperas se vuelva tu Lord —sus
largos dedos se cerraron sobre los hombros de Bethany, quién se tensó. —No hay
tiempo de caminar a mi castillo, así que tendremos que correr. Solo me aseguro de
que me sigas —se volvió a Bethany, sujetándola por la barbilla para que lo mirara.
—Duerme —ordenó.
Al fallar las rodillas de ella, Deveril la alzó en brazos, apretándola demasiado
cerca para el gusto de Justus. Ahogó un gruñido posesivo.
—Calma —dijo Deveril suavemente. —No le haré daño. Debiste esperar para
Marcarla, si significa que no puedes controlarte —suspiró. —Se hace tarde.
Hablaremos en el castillo —con ello, echó a correr, más rápido de lo que Justus
había visto a cualquier otro vampiro moverse.
La vista arrancó el corazón de Justus de su pecho. Él y Emrys se lanzaron tras
Lord Deveril, manteniendo el paso entre ellos, pero ninguno logró alcanzar al Lord
Vampiro. Era simplemente demasiado rápido y poderoso, a pesar de que los
rumores decían que era contemporáneo con Justus. Tuvo que admitir que no
ganaría una pelea contra él.
Cuando finalmente se detuvieron, Justus se llenó de aprehensión al ver el
formidable castillo frente a él. Las nubes tapaban la luna, ensombreciendo la
estructura. Deveril se encontraba bajo el arco de la entrada, con una reja oxidada
que parecía estar a punto de caer sobre su cabeza.
Pero peor era ver a su Bethany desmayada en brazos de otro vampiro.
—¿Cómo supo que vendríamos? —preguntó Justus, tratando de disimular su
descontento.
—Rochester me envió una carta hace un tiempo, junto algunos de tus efectos
personales en caso de que decidiera acogerte —Deveril frunció el rostro. —
Bastante presuntuoso de su parte pedirme que ofreciera santuario a un vampiro
que él mismo exilió. Uno que cometió un crimen bastante serio —miró a Bethany.
—Y que está cometiendo uno en estos momentos. Presuntuoso y arrogante, dado
que Rochester y yo no nos llevamos precisamente bien.
—No sabía de la carta de Gavin —dijo Justus atropelladamente. —Podemos
marcharnos si mi presencia no os complace.
Deveril se rió.
—No, no podrán marcharse tan fácilmente. Es mi deber detener a todos los
que violan nuestras leyes. Además, me da curiosidad saber que hizo que un
vampiro que solía ser un leal segundo y un valioso espía para el vampiro más
implacable de Inglaterra quebrara la ley.
Justus sintió como sus esperanzas de libertad junto a Bethany se le escapaban
de entre los dedos.
Capítulo 29

Bethany abrió los ojos de golpe. Se encontró recostada en una lujosa poltrona
junto a una chimenea sin encender en un antiguo solar, decorado con pinturas y
tapices. Antes de poder prestar atención a la belleza del lugar, el corazón se le fue
a la garganta al notar que el vampiro junto a ella no era Justus.
No pudo evitar su sorpresa al ver claramente por primera vez al Lord Vampiro
de Cornwall. Era increíblemente alto y delgado, con el cabello rubio platinado,
como luz de luna mezclado con hilo de oro. Parecía más un hada, más místico y
peligroso que un humano o que el vampiro que realmente era. Llevaba una espada
al cinto, una que ella sabía que podría despedazarla en segundos.
—Ah, eh, buenas noches, mi lord —saludó, deseando tener el coraje para
preguntar dónde estaba Justus.
—Señorita Mead —Lord Deveril se echó hacia atrás y sonrió divertido al ver el
alivio palpable en su expresión al notar a Justus sentado a su derecha. —Lord de
Wynter me ha estado contado como se conocieron, y el desastre subsecuente.
Justus sonrió tensamente, poniéndola nerviosa. No parecía que el proceso de
petición estuviese yendo bien.
—Nada de lo que pasó fue culpa de él —dijo, más alto de lo que quería. ¿Por
qué seguían culpando a Justus por su error?
—Oh, yo creo que si —dijo Lord Deveril. —De no haberte dicho lo que era, no
lo habrías repetido frente a tu pretendiente.
Bethany se encogió. ¿Encerrarían a Justus? ¿Lo ejecutarían?
—Pero —continuó Deveril. —Tengo entendido que nadie tomo en serio tus
palabras. Además, Lord de Wynter ya fue castigado por su crimen, al igual que tú.
Ella se atrevió a sentir esperanza.
—¿Quiere decir que nos permitirá quedarnos, mi lord?
El Lord Vampiro de Cornwall suspiró.
—No estoy seguro aún. El tomar a un vampiro que sirvió bajo otro poderoso
Lord, un vampiro que debió pensar mejor las cosas… no estoy seguro de que sea
un riesgo que desee tomar. Pero exiliarlo sería pasarle el peligro a otro. Y entonces
estás tú. Un humano que se entere de nuestra existencia debe ser Transformado o
ejecutado. Debo hacer algo con los dos —miró largamente las llamas. —Mientras
tanto, ambos se quedarán aquí como mis invitados, bajo estricta vigilancia.
Bethany y Justus intercambiaron miradas. Invitados significaba prisioneros.
—He mandado a preparar una habitación
—¡Ah, allí estás! —una hermosa mujer de cabello negro irrumpió en la
habitación. Parecía más joven que Bethany y llevaba un delantal de pintor cubierto
de pintura. —No me dijiste que teníamos invitados.
Bethany parpadeó confusa al escuchar el acento americano de la mujer y
frunció el ceño al ver como Justus la estudiaba.
Lord Deveril parecía mortificado.
—Lydia… no es un buen momento para presentaciones. ¿Emrys no te dijo que
me esperaras en el estudio?
—No. No lo vi al llegar —Lydia frunció el ceño. —¿Pasa algo, Vincent?
—Demonios —gruñó Deveril.
Justus los sorprendió a todos al echarse a reír.
—¿Cuándo contrajo matrimonio, Deveril?
—Hace tres años —respondió Vincent severamente, aunque el fantasma de
una sonrisa cruzó sus labios al mirar a su esposa. —Me sorprende que no te
enteraras.
—Huía —dijo Justus secamente. —Me he perdido de muchas cosas los últimos
ocho años. Aunque si escuche del escandaloso matrimonio del Lord de Londres —
se enderezó en su silla, de pronto relajado. —¿Vuestro matrimonio fue tan
precariamente legal?
Vincent suspiró.
—¿El matrimonio en sí? No. Pero un incidente durante el cortejo invocó la ira
de los Ancianos —frunció el ceño. —Por lo cual deseo mantener los problemas
alejados de mi territorio.
—¿Problemas? Estamos acostumbrados a eso —Lydia se acomodó en el
apoyabrazos de la silla de su marido y jugueteó con un mechón de los largos
cabellos platinados de su marido. —Ahora, ¿me dirás quiénes son ellos y qué
problemas traen consigo?
Vincent suspiró y señaló a Justus con la cabeza.
—Él es Justus de Wynter, Vizconde de Wynter, antiguo segundo de Rochester,
y ahora un bribón por haber revelado nuestros secretos a un mortal —se volvió a
Bethany con una sonrisa sin humor. —Ella es Bethany Mead, hija del Barón de
Wickshire, y la mortal en cuestión. También es una paciente fugitiva del asilo de
Morningside, aunque de Wynter insiste en que está cuerda.
Lydia miró a Bethany con sus ojos color miel que parecían dorados a la luz de
las velas.
—¿Por qué te encerraron?
—Por decirle a Lord Tench que Lord de Wynter era un vampiro luego de ser
drogada con láudano —el decirlo en voz alta lo hizo sonar más tonto. —Me había
caído del caballo esa mañana.
—¡Oh, vaya! —suspiró Lydia. —¿Y estuviste allí por ocho largos años?
¡Pobrecilla!
Bethany se conmovió al recibir tan sincera simpatía de una extraña. A lo mejor
podría convencer a Lady Deveril de que le pidiera a su marido que los dejara
quedarse. Al mirar a la dulce y joven condesa, se le ocurrió algo. Se volvió al
Conde.
—Disculpe, mi lord, pero ¿vuestra condesa es humana?
Lady Deveril se echó a reír, revelando afilados pero pequeños colmillos.
—No. Solo soy tan joven que todavía no proyecto el mismo poder aterrador
que mi adorado esposo —ella miró a Justus con sus intensos ojos dorados. —¿Por
qué no has Transformado a la Señorita Mead?
Justus alzó las manos.
—De hacerlo sin permiso de un Lord Vampiro, estaría rompiendo la ley, y ella
sería una bribona como yo. Peor aún, ilegítima.
¿Acaso Bethany se imaginaba el sonrojo del Lord de Cornwall?
Lady Deveril tomó a su esposo por el hombro.
—¿Les darás la ciudadanía para que Lord de Wynter pueda Transformarla y
casarse con ella, verdad?
—No me he decidido —dijo Vincent. —Depende de…
Unas rápidas pisadas se escucharon fuera del solar antes de que Emrys
entrara apresuradamente.
—El Lord de Gloucestershire llegó de improvisto. Dice que usted retiene
ilegalmente a sus prisioneros y los demanda de vuelta.
La esperanza de Bethany se hizo trizas, como un diente de león en un
vendaval. El Escudero Ridley los había seguido, después de todo. ¿Acaso Lord
Deveril los entregaría? Ridley los mataría, sin duda.
—¿Sus prisioneros? —Vincent arqueó la ceja, mirando a Justus. —No me
dijiste que habían sido arrestados de camino aquí.
—Solo yo —respondió Justus. —Bethany me rescató del calabozo.
El Conde de Deveril escudriñó a Bethany antes de levantarse de su silla y
dirigirse a su segundo.
—¿Dónde está el Escudero Ridley?
—Afuera en el patio con su tercero —respondió Emrys. —Le dije que volviera
mañana, pero se niega a marcharse hasta que usted vaya a la puerta.
Vincent frunció el ceño.
—Espero que llueva pronto —masculló antes de volverse a Justus y Bethany.
—Síganme.
Dejaron el solar tras Lord y Lady Deveril, solo deteniéndose cuando Lord
Deveril se paró junto a una puerta que daba a un balcón.
—Quédense aquí —le ordenó a Emrys, Bethany y Justus.
El Conde y la Condesa de Deveril salieron al balcón.
—Ridley, muchacho —dijo el Conde. —Me temo que no es un buen momento.
Faltan 3 horas para el amanecer, después de todo. ¿Por qué no regresas mañana
en la noche?
—¡No haré tal cosa! —la petulante voz de Ridley rebotó contra los parapetos.
—Estás escondiendo a mis prisioneros. ¡Exijo que me los devuelvas ahora!
—¿Cuáles prisioneros? —Deveril sonó aburrido.
—Justus de Wynter y una mortal rubia.
Deveril se apoyó flojamente del barandal.
—¿Cuál fue el crimen de Justus de Wynter?
—Era un bribón invadiendo mi territorio.
El Lord de Cornwall se encogió de hombros.
—¿Y la mujer?
El escudero soltó un resoplido exasperado.
—Le disparó a mi tercero.
Deveril arqueó una ceja.
—¿Tu tercero no es quién te acompaña?
Ridley se puso carmesí de la ira.
—¡Ya se curó, pero eso no cambia el hecho de que atacó a uno de los míos!
Deveril miró por encima de su hombro.
—Lord de Wynter, Señorita Mead, vengan acá.
Con las piernas como plomo, Bethany avanzó, aferrando la mano de Justus.
Luego de llegar tan lejos, todo estaba perdido. Ridley y el vampiro al que ella le
había disparado la identificarían enseguida. Algo que seguro el Lord de Cornwall
no apreciaría.
Miró más allá del barandal, viendo por primera vez al Escudero Ridley. Era
exactamente como lo había imaginado. Bajito y escandalosamente vestido, con un
abrigo verde guisante sobre unos pantalones amarillo canario y un bigotito tan
fino que parecía una lombriz.
—¡Esa es la mujerzuela! —rugió el otro vampiro, señalando a Bethany. —¡Me
atacó con un trabuco!
Deveril miró a Bethany con una expresión que no era desaprobatoria, pero
tampoco divertida.
—¿Por qué le disparaste?
—Estaba por abalanzarse sobre mí con los colmillos descubiertos. Tenía que
defenderme —no supo que otra cosa decir.
—Ya veo —Vincent volvió a asomarse. —Así que él mostró sus colmillos a una
mortal y trató de atacarla. Parece que es tu tercero quién violó la ley, lo que me
obligó a Transformarla antes de lo acordado —miró elocuentemente a Bethany
antes de señalar a Justus con la cabeza. —Con respecto a Lord de Wynter, no es
ningún bribón. Es un ciudadano de Cornwall que olvidó su permiso. Así que no
tienes razones para llevarte a mi gente.
Bethany se aferró a Justus, atreviéndose a sentir esperanza. ¿El Lord de
Cornwall los defendía y declaraba suyos?
—Esa muchachita no es una vampiresa —señaló Ridley. —Parece tan humana
como mi desayuno esta mañana.
—Al igual que mi esposa —el Conde rodeó a su pequeña condesa con su largo
brazo, apretándola contra sí. —Es así con los vampiros jóvenes.
—Mientes —le espetó Ridley. —Y eso no cambia el hecho de que esa mujer se
metió en mi casa y robó a mi prisionero.
—Un prisionero al que apresaste sin razón ya que es uno de los míos —replicó
Lord Deveril. —Con respecto a la invasión de la Señorita Mead, que fue en realidad
un valiente rescate, debiste pedirle ayuda a la policía en lugar de revelarle
nuestros secretos.
Los ojos de Ridley parecían a punto de salírsele de las cuencas.
—¡Ella ya lo sabía! ¡El maldito bribón se lo dijo! ¡Y sigue siendo humana!
Deveril bostezó.
—Me aburro de esta conversación, Ridley. Regresa a Gloucestershire y no
vuelvas a molestar a los míos.
El Lord de Gloucestershire y su tercero hicieron amago de abalanzarse contra
la puerta, pero cinco vampiros de Cornwall armados con espadas los detuvieron.
—¿De verdad quieres pelearte conmigo? —ronroneó Deveril.
El bigote del escudero se retorció de ira impotente.
—Los Ancianos se enterarán de esto. Y esta vez no saldrás solo con una multa
—con un último resoplido indignado, el Lord de Gloucestershire se dio la vuelta,
marchándose con la barbilla en alto, como si hubiese sido él el ganador de este
encuentro.
Bethany se dejó caer contra Justus, aliviada. Él la sujetó del hombro, mirando
al Lord de Cornwall.
—Gracias, mi lord.
—Llámame Vincent —dijo Deveril en tono cansado. —Y no lo hice por ti. No le
entregaría nada a este bastardo mojigato e imbécil. Perdería todo el respeto y la
autoridad que tengo sobre mi gente si lo hiciera. No sé a quién sobornó para
volverse Lord Vampiro. Apenas y tiene un siglo.
Bethany le colocó una mano en el antebrazo. —Dijo que éramos ciudadanos.
¿Hablabais en serio?
Él la miró tan severamente que ella apartó la mano de golpe.
—Ridley no me dejó otra opción. Les advierto que mi decisión es meramente
producto de esta contingencia y se mantendrá solo si no me causan más
problemas. Con respecto a la Señorita Mead, debe ser Transformada
inmediatamente, antes de que alguno de los Ancianos descubra la mentira.
—¿Inmediatamente? —chilló ella, sorprendida por lo repentino del cambio.
Así sin más, su humanidad le sería arrancada.
Vincent frunció el ceño.
—Supuse que sabrías lo que se requiere para casarte con Lord de Wynter.
—Oh, si lo sé —explicó ella apresuradamente. —Solo que no creí que sería tan
pronto luego de llegar. Creí que tendría tiempo para prepararme.
Increíblemente, Lady Deveril se echó a reír.
—Oh, dulzura. No te preocupes. Yo tuve menos tiempo que tú y todo salió
bien —miró a su esposo. —¿Me das un momento con ella para calmarla?
Vincent asintió.
—Debo llevar a comer a Lord de Wynter y despertar a mi abogado para pedir
esa licencia especial. Y Señorita Mead parece necesitar una buena comida y un
baño.
Bethany se sonrojó, pensando lo desarreglada que debía verse… sin
mencionar su olor. Justus le besó la frente.
—Regresaré pronto —algo brillaba en su mirada.
Reconoció el miedo y la incertidumbre.
Había malinterpretado sus palabras. Pensaba que ella no quería ser vampiresa
y vivir con él. Fue a consolarlo, pero ya había desaparecido.
Lady Deveril tomó a Bethany del brazo.
—Vamos a darte un baño y que comas. Ya había pedido agua caliente para
bañarme luego de pintar, pero tú la necesitas más que yo.
—Gracias, mi lady —respondió ella con una reverencia.
—Por favor, llámame Lydia —dijo la joven vampiresa. —¿Te puedo llamar
Bethany?
—Por supuesto —Bethany estaba dispuesta a hacer lo que fuera por ponerla
contenta.
Lydia la llevó a una magnifica habitación cubierta de hermosas pinturas de
paisajes y animales. Una cama monstruosa, decorada de azul, dominaba la
recámara. Un peludo gato gris pálido huyó al verlas entrar. Una enorme bañera de
cobre estaba junto a la chimenea, llena de agua humeante. Luego de hundirse en
la deliciosa agua, Bethany miró a Lydia.
—¿Qué quiso decir con que tuvo menos tiempo para prepararse?
—Un asaltante me degolló en un callejón —dijo Lydia mientras frotaba la
espalda de Bethany con un trapo húmedo. —Gracias al cielo que Vincent estaba
allí. Me Transformó de inmediato.
—¡Santo cielo! —Bethany dio un salto.
—Creo que fue mi abuela —comentó Lydia, indiferente, mientras tomaba la
botella de champú. —Siempre hizo todo lo posible por deshacerse de mí.
—¿Por qué? —Sus propios padres habían querido deshacerse de ella, pero
jamás recurrirían al asesinato.
—Mi padre se casó con una plebeya y huyó a las Américas luego de que mi
abuela lo desheredara —una nota de desdén coloreó su voz, unida a algo de
decepción. —Cuando murieron y tuve que regresar a Inglaterra, regresó el antiguo
escándalo. Lady Morley detesta el escándalo. Así que convenció a Lord Deveril de
que me tomara como protegida, creyendo que me mantendría encerrada en
Cornwall. En lugar de ello, él me llevó a Londres para buscarme marido.
Bethany ahogó un grito.
—¿Lord Deveril era tu guardián?
—Para mi decepción, sí —Lydia le entregó el trapo y una barrita de jabón
perfumado, apartando la vista mientras Bethany se tallaba el resto del cuerpo. —
Creo que me enamoré de él apenas lo vi. Y estaba empeñada en hacerlo darse
cuenta de que ya había encontrado mi pareja perfecta, aunque no sabía que él
sentía lo mismo hasta que me Transformó —sonrió, risueña. —Tendré que
contarte toda la historia luego. Ahora hay que prepararte para tu nueva vida como
vampiresa.
—Si —el presente se le vino encima, pesado como una piedra. Se hundió en el
agua antes de tomar el champú. —¿Duele?
Lydia asintió.
—Por un rato, mientras crecen tus colmillos y tu cuerpo cambia. Pero
entonces es maravilloso. Los colores y olores son más vívidos, puedes moverte
como el viento y sanar rápidamente. Vincent me enseñó las bondades de esta
existencia, lo cual es curioso, porque odiaba ser un vampiro antes de conocernos.
A él tampoco le dieron elección al Transformarlo —la mirada se le iluminó al
contarle sobre sus primeras noches como vampiro.
Y mientras Bethany aprendía que esperar de su nueva vida, también aprendió
lo más importante: tendría al hombre que amaba a su lado.
Capítulo 30

Justus se relamió la sangre del contrabandista de los labios y liberó al hombre


del trance. Vincent apretó la mano de otro luego de aceptar una bolsa de oro y un
barril de brandy. Entonces se marcharon de la cueva que el Lord de Deveril les
permitía usar a cambio de un porcentaje del botín.
—Gracias —dijo Justus apenas estuvieron lejos.
—Si lo vuelves a decir, tendré que partirte la boca —gruñó Vincent.
—Lo siento —respondió Justus. —Pero no tiene ni idea de cómo han sido
estos últimos ocho años. Tenía que huir constantemente, sin comida ni abrigo, con
otros persiguiéndome.
—Serví en el ejército realista y pasé años luchando y evadiendo las fuerzas de
Cromwell —dijo Vincent. —Creo que tengo una idea de lo que pasaste. Además,
hace poco enfrenté una sentencia de muerte por Transformar a Lydia sin licencia
de los Ancianos.
Justus quedó boquiabierto.
—¿Es por eso que Rochester me dijo que acudiera a usted?
—Espero que no —dijo Vincent sombríamente. —Hablaba en serio cuando
dije que no podía permitirme otro escándalo. Pero lo más seguro es que Lord
Darkwood me haya recomendado porque tiendo a legitimar bribones más que
otro. Él se burló del hecho la última vez que me visitó.
Justus se rió. Sonaba como Gavin.
—Mientras que él ha ejecutado más que otros.
—Pero te permitió vivir —una sonrisa sardónica curvó los labios de Vincent. —
Creo que se está suavizando.
—Más que nunca, luego de casarse —ya que la segunda vez que Gavin le
había ofrecido piedad, Justus no la había merecido. E incluso le había dicho dónde
encontrar a Bethany. Pero Justus no se atrevió a contarle al Lord de Cornwall sobre
su tonta búsqueda de venganza.
—No estaba casado la primera vez que te permitió vivir —las palabras de
Vincent fueron como un balde de agua fría. —Pero estoy seguro que enamorarse
de esa jovencita londinense ayudó a que te mostrara piedad una segunda vez,
incluso después de tu tonta insurrección en su contra.
Justus quedó boquiabierto.
—¿También se lo dijo?
—No —respondió Vincent. —No es el único con espías. Y esa es otra razón por
la cual dudo en acogerte.
Así que todavía no estaba a salvo. Justus apretó el paso para mantenerse
junto a Lord Deveril con sus largas zancadas mientras mantenían una velocidad
mortal.
—Mi lord, juro que jamás lo desobedecería.
Deveril arqueó una ceja.
—Lo harías si te pidiera que entregaras a tu novia.
La sangre de Justus se congeló en sus venas.
—¡Pero me dijo que la Transformara!
Vincent le palmeó el hombro.
—Calma. Solo lo dije para probar un punto. No puedes hacerme una promesa
que no puedes cumplir. No serías el primer vampiro que perdiera la cabeza por
amor, ni el último. Solo quiero que me jures ser honesto conmigo en todo
momento. Si llegaras a pensar que no puedes obedecer una orden o una de mis
leyes, quiero que me lo digas.
Justus se inclinó.
—Lo juro.
—Empieza por decirme por qué tienes una botella de láudano en el bolsillo.
Justus suspiró.
—A Bethany la drogaban en el asilo. Tiene síndrome de abstinencia, pero está
mejorando. Ya que solo la drogaban una vez por semana, le toma un tiempo
mostrar síntomas. Otro bribón me regaló esta botella para darle una pequeña
dosis si su sufrimiento se hace insoportable y ayudarla a dejarlo.
Justus cerró los ojos, esperando sufrir la ira de Deveril por traer otra
complicación. Pero Vincent solo contestó.
—Ah, esa es la honestidad que espero de mi gente. ¿Crees que este bribón era
un hombre honorable?
—A su manera —respondió Justus. —Es un asaltante de caminos, solo porque
su familia mortal empobreció de pronto y luchan por pagar la injusta hipoteca de
su granja. Probablemente perderá la cabeza por ello, pero está decidido.
—¿Un asaltante en estos días? —Vincent sacudió la cabeza. —Es lo más
seguro. ¿Asalta en mi territorio?
—No. Lo encontramos en Devon, pero se dirigía al norte.
Vincent se encogió de hombros.
—Entonces le deseo suerte, ya que no es asunto mío. ¿Vamos a casa del
abogado?
—Yo, eh, tengo una última confesión —Justus se frotó la nuca. —Bethany y yo
nos casamos en una ceremonia Roma cuando paramos en un campamento.
—Vaya aventuras —rió Deveril. —De todas maneras un matrimonio gitano no
es válido ante la ley, así que es necesaria una segunda ceremonia.
Él no tenía problema con eso.
—Entiendo.
Recorrieron el camino empedrado hacia la villa y Justus admiró las bonitas
estructuras de ladrillo y la tranquilidad del lugar, junto al límpido aire salado.
Vincent se dirigió a una imponente casa y llamó a la puerta.
El abogado respondió, pareciendo molesto más acostumbrado a recibir visitas
a las tres de la mañana. Pero su comportamiento cambió al ser informado de que
estaría a cargo de los asuntos de otro miembro de la nobleza.
—Tendré la licencia lo más rápido posible —le aseguró a Justus con una
amplia sonrisa que parecía algo falsa, pero eso seguro se debía a sus dientes
postizos.
Para cuando terminaron, faltaba una hora para el amanecer.
—Tendremos que buscarle a la Señorita Mead su primer alimento —suspiró
Vincent. —Normalmente no me alimento de mis sirvientes, pero es una
emergencia.
Sus palabras lo sacudieron. Era hora de Transformar a Bethany.
—Sí, mi lord —dijo Justus, como atontado.
Vincent lo miró preocupado.
—Pareces nervioso. ¿Has Transformado a algún mortal?
—No. Pero no es eso, mi lord. Bethany… parece asustada —Justus luchó
contra su incomodidad. —¿Y si me odia? ¿Y si odia ser un vampiro?
—Desafortunadamente para ambos, no tienen opción —dijo Vincent
secamente. —Pero entiendo el sentimiento. Tuve que Transformar a Lydia de
improvisto, sin decirle lo que yo era o que podía esperar. Creí que me odiaría por
ello. Pero fue ella quién me mostró las bondades de nuestra existencia.
Justus frunció el ceño, confundido.
—¿Por qué la Transformaste de improvisto?
—Un ladrón la degolló —los ojos azul gris del vampiro brillaron de ira. —
Pareció un ataque de improvisto entonces, pero no estoy tan seguro ahora. Creo
que Lydia sabe algo, pero no quiere decirme.
—Tuviste que Transformarla o dejarla morir —Justus no podía imaginarse
estar en la misma situación. Pero estaba seguro que haría lo mismo que Vincent.
De pronto no se sintió tan incómodo por Transformar a Bethany. Por lo menos
había tenido la oportunidad de explicarle lo que conllevaría su nueva vida.
Cuando regresaron al Castillo Deveril, Bethany se le acercó, recién bañada, su
cabello dorado brillante cayéndole por los hombros y un vestido color marfil algo
ajustado y corto para ella. Cuando lo abrazó, pudo percibir el olor de flores
salvajes.
—Estoy lista —susurró, besándolo de puntillas.
—¿Segura? —susurró él contra sus labios.
—Si —le echó los brazos al cuello. —Aunque tuviera elección, me di cuenta
que quiero compartir el resto de mi vida contigo. Como esposa y vampiresa. Te
necesito más que al sol —el amor en su mirada lo dejó sin aliento.
Con el corazón en la garganta, Justus la alzó en brazos, como un novio
llevando a su novia por el portal de su nuevo hogar. A lo mejor era eso lo que
hacía.
—¿Dónde lo hacemos? —le preguntó a Vincent.
—Los llevaré a su habitación —el Lord de Cornwall les hizo señas que lo
siguieran, caminando junto a su esposa.
Los llevaron a una ornamentada recámara sin ventanas, donde estarían a
salvo del sol. Una enorme cama azul pálido dominaba la recámara.
—Espero que sea de su agrado —dijo Lydia al entrar. Había un armario, una
jarra para lavarse, un escritorio y varias lámparas.
—Luego de dormir en casuchas, cuevas y criptas, esto es maravilloso, mi lady
—le aseguró Justus.
Vincent se aclaró la garganta.
—¿Les gustaría que nos quedáramos o…?
—Si son tan amables de darnos unos minutos… —dijo Justus.
Cuando se quedaron solos, posó con delicadeza a Bethany sobre el lecho,
quién lo miró con sus enormes ojos asustados.
—Lady Deveril me advirtió que dolería.
Justus se sentó junto a ella, acariciándole el cabello. Tomaría el dolor por ella
si pudiera.
—Eres muy valiente.
Ella ladeó la cabeza.
—Hazlo ahora, antes de que me ponga más nerviosa.
Una punzada de hambre le atravesó el estómago al ver su cremoso cuello.
Salivó al recordar su sabor. Justus la tomó en brazos, hundiendo sus colmillos en
su carne. Ella soltó un grito y le echó los brazos al cuello mientras él bebía.
Él continuó bebiendo hasta que su pulso se tornó lento. Rezando porque fuera
el momento adecuado, y que no la hubiera matado, se apartó y mordió su propia
muñeca.
—Bebe —susurró, apretando la herida contra sus labios.
Al principio ella se bamboleó como mareada. Justus la sujetó, rezando.
Cuando ella finalmente tomó su muñeca y cerró los labios alrededor de su herida,
suspiró aliviado.
Ella bebió su sangre ávidamente, hasta marearlo.
—Suficiente —dijo, pero le tomó algo de tiempo hacerla soltarlo.
Bethany soltó un ruidito quejumbroso antes de dejarse caer en la cama. Su
respiración se aceleró a un vaivén jadeante, al ritmo de su acelerado corazón.
Justus le apretó la mano, tratando de no caer en pánico.
¿Acaso a él le había pasado lo mismo? Había pasado tanto tiempo.
Cuando Bethany se cubrió los labios con las manos y soltó un quejido, recordó
cierta parte. El crecimiento de los colmillos dolía como el demonio.
—Oh Justus —sollozó ella. —¡Duele!
Él se acostó junto a ella, abrazándola.
—Lo sé. No temas llorar. Se te pasará y yo no te dejaré.
Ella lloró contra su pecho, apretando su mano con tanta fuerza que lo lastimó.
Su otra mano se enredó en su camisa, su cuerpo estremecido de agonía.
Sin poder aguantar su sufrimiento, Justus se sacó la botella de láudano del
bolsillo.
—Bebe un sorbo —no sabía cuánto la ayudaría, ya que los vampiros
típicamente se recuperaban de los efectos de la bebida o el cannabis rápidamente.
Pero haría cualquier cosa por aliviarle el dolor.
Bethany sacudió la cabeza.
—Puedo hacerlo. Lo último que necesito es volverme como ese vampiro
adicto que Rhys conoció.
La sombra de Vincent cayó sobre ellos.
—Bébelo —ordenó. —De haber tenido un poco que darle a Lydia cuando la
Transformé, lo habría hecho. El efecto pasará rápido de todas maneras.
Bethany los miró con un gesto tozudo y se apartó lo más que pudo de la
botella, a pesar de que los gemidos de dolor luchaban por escapársele de entre los
pálidos labios.
Justus suspiró, apartándole el cabello de la frente mientras ella se debatía y
retorcía, deseando desesperadamente poder aliviar su dolor.
Luego de lo que pareció una terrible eternidad, los temblores de Bethany
pararon y ella se llevó una mano al vientre.
—Necesito… —gimió. —Quiero…
Vincent asintió.
—Es hora.
Salió, regresando al momento con dos sirvientas de mirada perdida. —Trátalas
con cuidado o no sobrevivirás a esta noche —advirtió.
Lydia tomó a una, llevándola junto a la cama y extendiéndole el brazo a
Bethany.
—Tu primera comida como vampiresa.
Bethany sacudió la cabeza, apartándose, pero de pronto sus ojos brillaron azul
eléctrico y su boca se abrió para revelar puntiagudos colmillos. Con un gruñido,
mordió la muñeca de la sirvienta, gimiendo de placer al beber.
El color regresó a sus mejillas y su respiración se acompasó.
—No más —dijo Justus, acariciándole la mejilla.
Ella gruñó en protesta, pero liberó la muñeca de la muchacha. Lydia curó la
herida y la sacó de la habitación.
Vincent guió a la segunda hacia Justus.
—Para ti.
Justus bebió lo menos posible, solo para recuperar las fuerzas que había
gastado Transformando a Bethany. Luego de curar las heridas, miró a Vincent y
Lydia.
—Gracias.
Vincent asintió.
—Deberían descansar. Amanecerá pronto y mañana tendremos un día
ocupado; hay que educar a la jovencita, presentarlos ante los míos y planear una
boda.
Justus no podía creerse el horario. Parecía un sueño, luego de todas las
incontables noches buscando comida y refugio.
Cuando el Conde y la Condesa se marcharon, Bethany se volvió a mirarlo.
—Cielos… —le acarició la mejilla. —Eres hermoso.
—Pensaba lo mismo que tú —respondió él, agotado y agradecido de que ella
hubiese sobrevivido la Transformación.
Ella suspiró, mirando a su alrededor.
—El mundo se ve distinto. Mucho más vívido. ¿Así es como lo ves siempre?
Él estudió sus alrededores antes de volverla a mirar.
—Si y no. Antes de conocerte, el mundo me parecía bastante aburrido.
Ella le echó los brazos al cuello y apretó los labios contra los suyos.
—Justus, soy tan feliz. Finalmente podemos estar juntos y tener un hogar.
—Un hogar —la palabra fue como miel en su lengua. —En todos mis años
como bribón, jamás intenté buscar un hogar.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué no?
Él volvió a besarla.
—Porque sin ti no hay un hogar para mí.
Epílogo

Doce noches después.

Bethany se miró al espejo, dando la vuelta para mirar su vestido de novia


bordado en perlas. Dos vampiresas conocidas como “Las Locas Hermana de
Cornwall” lo habían hecho para ella.
Lydia le sonrió por encima del hombro.
—Pareces una princesa de las hadas.
—Gracias —Bethany se sonrojó. —No debieron molestarse —se había
enterado recientemente que Lord y Lady Deveril estaban endeudados
severamente por la multa que Vincent había tenido que pagar a los Ancianos por
Transformar a Lydia sin permiso. Un vampiro normal solo debía pedir permiso a su
Lord, pero un Lord Vampiro tenía que procurar licencia de los Ancianos. A Vincent
pudieron condenarlo a muerte, pero en lugar de ello lo habían multado por cien
mil libras. Afortunadamente, ellos vivirían lo suficiente para pagar la deuda.
—Tonterías —dijo Lydia, ajustando el velo de Bethany. —Solo tuve que
entregarles una pintura que habían estado ansiando desde hace tiempo. Espera a
ver tu regalo de boda.
Bethany se sonrojó todavía más.
—No debieron molestarse. Lord Deveril y usted ya han hecho tanto por
nosotros —Vincent había procurado un trabajo para Justus como asistente de
Emrys y le había vendido una casita; una que Justus había podido pagar con su
dinero, que el Lord de Rochester le había regresado, dándoles la bienvenida entre
los vampiros de Cornwall.
Aunque no todo había sido agradable. Apenas dos noches después de que
fuera Transformada, el Señor Vampiro de Edimburgo, uno de los Ancianos, había
llegado a investigar las alegaciones del Escudero Ridley de que Lord Deveril
escondía prisioneros peligrosos: un bribón y una lunática escapada. Al parecer
había leído el periódico y sacado sus propias conclusiones.
Bethany había temido que todo estuviera perdido, pero Lord Deveril había
producido una carta de Lord Rochester recomendándole que le permitiera a
Bethany y Justus vivir en Cornwall ya que el padre de esta era una figura
prominente de la política, por lo cual no le convendría vivir en Londres. No hubo
mención alguna del exilio de Justus o del encierro de Bethany en el asilo.
La carta había estado firmada por un hombre llamado Gavin Drake, un
nombre que a Bethany le resultaba familiar, al igual que el escudo, pero no lograba
recordar de dónde. Había pasado mucho tiempo desde que había convivido entre
la nobleza de Rochester.
Edimburgo le había regresado la carta a Deveril con un gruñido.
—Maldita sea, sabía que esa sabandija me había llamado por nada. He
conocido demasiados señoritos como él, siempre alborotando por diversión. Lo
pensará dos veces luego de que lo visite de vuelta a casa.
Bethany y Justus se habían tomado de la mano bajo la mesa, disimulando
suspiros de alivio.
—¿Otro vaso de brandy, mi lord? —había dicho Vincent, disimulando una
sonrisa. Le había regalado dos excelentes barriles de su colección.
—Si —Edimburgo había mirado el vaso con ojos brillantes. —Aunque esta cosa
francesa no es tan buena como un buen whiskey escocés. Ten cuidado con ese
Ridley. Parece que no le caes bien. Si hace algo, mándame un reporte de
inmediato —bebió profundamente de su vaso. —Estoy harto de estas tonterías.
No puedo esperar a retirarme.
Vincent y Justus lo miraron boquiabiertos.
—¿Se retira?
—Aja —Edimburgo se frotó la frente. —He tenido este puesto por cinco siglos.
Quiero hacer algo más con mi vida —miró a Lord Deveril por encima del vaso. —
¿Supongo que no estás interesado?
Vincent se echó para atrás, como si hubiese una serpiente venenosa en la
mesa.
—¡Santo cielo, no!
—Lástima. A pesar de los jaleos que causaste hace años, haz hecho un buen
trabajo en este territorio enorme —Edimburgo dejó el vaso que obviamente había
disfrutado en la mesa. —Pues bien. Entrevistaremos al Duque de Burnrath en unos
meses. Creo que es un poco joven para ser un Anciano —se rió de su propio chiste,
—pero ha controlado una de las ciudades más importantes por años sin
problemas.
—¿Ian de Anciano? —Vincent se bebió su vaso de golpe, como si necesitara
coraje para considerar la noción.
—Creo que le quedaría bien —dijo Justus. —Es bastante severo y obstinado —
palideció al ser fulminado por la mirada de Lord Edimburgo. —Quiero decir, está
bien calificado.
—Pero su esposa… —Vincent sacudió la cabeza. —Cierto, no la conocen.
Bethany comprendió la conexión.
—Admiramos sus novelas —recordó lo divertido que había parecido Justus al
admitirle que disfrutaba del trabajo de la Duquesa. Su Señoría era una vampiresa y
su marido debía ser el Lord Vampiro de Londres.
Bethany había pasado el resto de la visita de Edimburgo maravillándose ante
su nuevo mundo y lo amplio que era. Cada noche se le revelaba un secreto nuevo.
Se preguntó si descubriría que algún otro conocido era un vampiro.
Ahora que el Anciano se había marchado y todo estaba en paz en Cornwall,
estaba lista para convertirse en la mujer de Justus al fin. Le sonrió a Lydia, feliz de
haber encontrado amigos de verdad y un hogar con el hombre que amaba.
Luego de que Lydia y las sirvientas terminaran con el cabello y vestido de
Bethany, se marcharon a la iglesia en el carruaje de Deveril. Era una ceremonia
pequeña, con apenas la mitad de los vampiros de Cornwall en asistencia. Pero
Bethany no los notó, ni al vicario. Solo tenía ojos para Justus. Luego de ocho años
de miseria y soledad, finalmente estaban juntos. A veces, estando en su celda de
Morningside, Bethany se preguntaba si habría dicho que sí cuando Justus se le
declaró de haber sabido todo lo que pasaría.
Ahora, mientras Justus deslizaba un antiguo anillo en su dedo, estaba
convencida que todo había valido la pena.
Cuando fueron declarados marido y mujer, se besaron hasta quedarse sin
aliento, y ella deseó haber optado por una ceremonia privada.
Bethany se forzó a sonreír amablemente para los invitados que venían a
felicitarlos, cuando todo lo que quería era regresar a casa con su marido y su
biblioteca que empezaba a llenarse, además de su suave lecho.
—Justus —los interrumpió una voz ronca y profunda.
Bethany ahogó un suspiro al reconocer al Barón de Darkwood. Recordó como
su madre la había empujado a bailar con él y la frialdad con la que la había tratado.
Darkwood era el Lord Vampiro de Rochester, el vampiro que había sido el mejor
amigo de Justus. El que lo había sentenciado al exilio.
A Justus parecía no importarle.
—¡Gavin! —exclamó, abrazando a Darkwood.
—¿Cómo te va? —preguntó Gavin, sus severas facciones suavizadas por una
sonrisa.
—Mejor que la última vez que nos vimos —respondió Justus.
—Encontraste a tu amor perdido —Gavin se inclinó frente a Bethany. —Mi
lady, no sabe cuánto he deseado presenciar este momento. Y cuanto lamento todo
el sufrimiento que han tenido que soportar. Habría deseado hacer algo antes…
—Está bien —ella extendió la mano y él se la tomó. —Si usted no hubiese
investigado que me habían llevado a Manchester, Justus jamás habría sabido
dónde buscarme. Y de no ser por su carta a Lord Deveril, jamás nos habrían
acogido aquí —sin mencionar que habrían sido víctimas de la ira de los Ancianos.
Lord Darkwood le besó los nudillos ligeramente.
—Tiene un corazón generoso, Lady de Wynter.
—Y usted parece tener uno misericordioso, por todos los problemas que le
causamos —respondió ella.
Darkwood sonrió.
—Eso es mérito de mi esposa. No sabía que tenía corazón hasta que ella lo
descubrió —se volvió, tomando la mano de una muchacha delgada de cabello
oscuro. Había estado tan callada que Bethany no la había notado. —Permítanme
presentar a Lenore, mi Baronesa.
Lenore le sonrió tímidamente a Bethany.
—He escuchado mucho de usted.
—Puedo imaginarlo —rió Bethany, recordando como Justus le había contado
de la vez que había secuestrado a la esposa de Darkwood, cuando creía que este
había asesinado a Bethany.
Lady Darkwood sonrió.
—Debió ver la luz en su mirada cuando Gavin le dijo que no solo estaba viva,
sino que él había averiguado su paradero. Es usted muy valiente por haber
soportado su encierro. Gavin se sintió terrible al enterarse. Había asumido que la
habían llevado a vivir con parientes hasta que recibió la carta de Justus el mes
pasado.
—Y yo no tenía ni idea que Lord Rochester tenía que ver con mi rescate —con
la carta que había enviado a Lord Deveril y la pronta llegada de las posesiones de
Justus, era claro que Lord Darkwood quería enmendar sus errores pasados. —Me
encantaría escuchar la historia de cómo se conocieron usted y Lord Darkwood —
era aparente que Lenore había sido esencial a la hora de suavizar el corazón del
vampiro.
—Y a mí me encantaría escuchar cómo conoció a Lord de Wynter y las
aventuras en su viaje al altar —Lenore le tocó la manga. —Pero tienen una noche
de bodas que disfrutar, y nosotros debemos regresar a Rochester. Vendremos de
visita en un par de meses, si Lord Deveril está de acuerdo. Sé que Gavin desea
reavivar su amistad con Justus, y a mí me gustaría ser amiga de usted.
A pesar de la timidez de Lady Darkwood, irradiaba una suerte de fuerza
silenciosa y compasión que era del agrado de Bethany.
—Eso me gustaría también.
Bethany miró por encima del hombro de Lady Darkwood y encontró los ojos
de Justus. Una oleada de calor invadió su vientre.
Al unísono se despidieron de sus invitados. Al salir para montar su carroza
bajo una lluvia de arroz, Bethany prestó atención a su anillo. Era una banda de oro
con un rubí.
—Desde que te vi usando mi relicario, quise tener algo para recordarte.
—Era de mi abuela. Iba a dártelo después de hablar con tu padre —Justus
sonrió. —Todo este tiempo pensé que Gavin se había quedado con mis cosas para
aprovecharse. Ahora veo que solo quería guardarlas para mí.
Ella descansó la cabeza en su hombro.
—Es más amable de lo que me hicieron creer.
—Ciertamente. Y eso que lo conozco desde hace un siglo —Justus hizo
chasquear las riendas, urgiendo a los caballos a ir más rápido.
—¿Querrás regresar a tu casa en Rochester algún día?
—No estoy seguro. Me gusta Cornwall, y Lord Deveril es mucho menos arisco.
Mi mansión en Rochester está en ruinas de todas maneras. La dejé así para alejar a
la gente, pero no la extraño. Nuestra casita es mucho más cómoda y los vampiros
de acá son más amables. Y ya que no soy tan conocido, la gente no teme hablar
conmigo. Ya estoy reanudando mi papel de espía —sonrió con picardía. —Por
ejemplo, ¿sabes que un bribón secuestró a la sobrina de Blackpool?
—¡No! —Bethany ahogó un grito. —¿Crees que sea nuestro amigo Rhys?
—Sin duda —dijo Justus. —El chantaje puede servirle. Admiro su coraje.
Bethany sacudió la cabeza.
—Hará que lo maten.
—No estoy seguro. Rhys se me antojó resistente y astuto —dijo Justus
mientras llegaban a la entrada de su casa.
Cuando el muchacho del establo vino a llevarse los caballos, Justus alzó a
Bethany en brazos para entrar en la casa.
Bethany miró sorprendida la pila de libros que le esperaba en la mesa del
comedor.
—¿De dónde salieron?
—No lo sé —Justus la soltó y se acercaron.
Había una carta sobre la copia de Beowulf. Justus la abrió y la leyó.
—Un regalo de parte de la gente de Cornwall y Rochester.
Bethany se conmovió ante el generoso regalo.
—¡Tenemos nuestra biblioteca!
Justus la tomó en brazos.
—Y finalmente todo el tiempo del mundo para leer.
Se besaron, y el corazón de Bethany se hinchó de alegría. Finalmente, su
historia tenía un final feliz.

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