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***
Justus hizo un gesto de dolor cuando Bethany rehuyó de su mirada. Por dos
noches la había buscado, y ahora que por fin la encontraba, ella lo rechazaba.
Había hecho algo que la había lastimado, pero le tomó un momento darse
cuenta de qué. Las interacciones con debutantes no eran su punto fuerte.
Maldición… casi se tapa la boca con la mano al notar su estupidez. Ella era una
debutante.
De seguro, luego de tener tiempo para meditarlo, lo consideraba poco
caballeroso por besarla de esa manera en el jardín de los Willoughby.
Se frotó el puente de la nariz. Llevársela a cualquier lugar donde estuvieran
solos era impropio. Un error, por muy pequeño que fuera, causaría la ruina de
Bethany. Por supuesto que ahora lo evitaba.
Se sintió sumamente culpable. Necesitaba disculparse y prometer que jamás
haría algo tan tonto otra vez.
Justo cuando dio un paso adelante, una mano lo sujetó por el hombro. Justus
volteó para encontrarse con la mirada penetrante del Lord Vampiro de Rochester.
—¿Qué crees que haces? —preguntó Gavin secamente.
—Yo…eh —Justus se aclaró la garganta, tratando de encontrar una respuesta
satisfactoria.
—No te molestes en prevaricar, o peor, mentirme —El Barón de Darkwood
habló entre dientes, con una sonrisa forzada para disimular su molestia. —Haz
estado rondando a la muchachita de los Mead como un perro en celo.
Justus hizo un gesto de desagrado al escuchar una expresión tan vulgar
dirigida a Bethany.
—No rondo a nadie. A ella le gusta la literatura medieval. Le presté una novela
y la hemos estado discutiendo.
—Asegúrate que discutir sea lo único que hagan —le escupió Gavin. —O
mejor todavía, búscate alguien más adecuado para parlotear de tu pasatiempo.
Aunque he dado incontables discursos a jovenzuelos con poca experiencia sobre
los peligros de relacionarse con jovencitas mortales, jamás creí tener que
recordárselo a mi segundo.
—Sí, mi lord —Justus hizo una reverencia antes de alejarse rápidamente de su
señor.
No era buena idea quedarse cerca de Gavin cuando estaba de mal humor.
Especialmente cuando tenía que morderse la lengua para no protestar tan
humillante regaño. Se preguntó que se le había metido a Gavin para ponerlo de
tan mal humor tan temprano.
Él no era ningún jovenzuelo. Sabía bien que había que ser discreto a la hora de
relacionarse con mortales. Y no estaba cortejando a Bethany, o mostrándole sus
colmillos.
Recordó esa noche en los jardines de los Willoughby, la sensación de su cálido
y suave cuerpo entre sus brazos, el sabor de sus labios, la manera en que había
ahogado un suspiro al rozar su cuello. La tentación de hundir sus colmillos en su
carne para probarla.
Ahogó un gruñido al sentir una punzada de lascivia.
A lo mejor Gavin tenía razón en estar preocupado. Justus no podía negar que
se sentía increíblemente atraído a la jovencita. Pero había más que atracción física
allí.
Aunque Justus podía domar su lujuria, no soportaba la idea de cortar de plano
su amistad. Una que moriría si no hacía lo correcto y se disculpaba por su
comportamiento poco caballeresco la otra noche.
Gavin podía preferir que Bethany mantuviera esa distancia helada de él, pero
Justus no lo toleraba. Con solo dos noches de su ausencia, se sentía desolado. Y el
solo pensar en alejarse más de ella le resultaba intolerable.
Luego de pasearse por un cuarto de hora buscándola, la encontró en la
biblioteca. Sonrió alegremente. Debió buscarla aquí primero.
—Es desafortunado que los Haverly tengan una colección tan pobre —dijo en
voz alta.
Ella ahogó un grito, volteándose tan de prisa que sus faldas giraron, dejándole
ver un vistazo de sus bonitos tobillos, envueltos en unas primorosas medias color
crema.
—Lord de Wynter —lo saludo ella con frialdad. Pero el sonrojo en sus mejillas
era real.
Él se inclinó profundamente.
—Quiero disculparme por mi mal comportamiento la noche del festejo en
casa de Willoughby.
Ella frunció ligeramente el ceño.
—¿Y de qué acciones habla?
—Jamás debí quedarme a solas contigo. Eres una doncella —Justus trató de
no pensar demasiado en lo que implicaban esas palabras. —Y ciertamente jamás
debí besarte. Estuvo muy mal de mi parte poner tu reputación en riesgo.
Algo parecido al dolor cruzó su mirada antes de que sus labios se curvaran en
una sonrisa torcida.
—Estás disculpándote por quedarte a solas conmigo el otro día cuando ahora
también lo estás.
La presión en el pecho de él se alivió ligeramente al escuchar el divertimento
en su voz. Sonrió encantadoramente.
—Bueno, no puedo disculparme por esto frente a una chaperona, ¿no?
Esta vez, ella sonrió sinceramente.
—Buen punto, mi lord.
—Justus —imploró él.
Bethany arqueó una ceja.
—¿Hablas de propiedad y me pides que me dirija a ti de esa manera tan
íntima?
Porque me encanta escucharte decir mi nombre, deseaba decir él, pero
ciertamente no sería apropiado. Solo la verdadera contrición arreglaría las cosas
entre ellos.
—Lo siento —él se inclinó tan profundamente que sus largos mechones rojos
casi rozan la alfombra persa bajo sus pies. —¿Disculpas mi indiscreción? Me
gustaría que conserváramos nuestra amistad.
Bethany suspiró.
—Por supuesto que te disculpo. No estaba molesta por eso, ya que confieso
que lo disfruté. Sé que no debería, pero así es.
Una mano invisible le apretó el pecho. Santo Dios, ¿por qué tenía que decir
eso?
—¿Entonces qué estaba mal?
Ella se sonrojó, jugueteando con la manga de su vestido verde.
—Fue solo una tonta fantasía. Nada por qué preocuparse.
—Bethany —susurró él suavemente, acercándosele. Le acarició la mejilla con
una mano enguantada. —Los amigos son honestos entre ellos.
Por un momento ella le permitió tocarla, antes de retirarse hacia la estantería.
—Olvidaba que eres un libertino —susurró, sonrojándose aún más.
—¿Disculpa? —ciertamente él se había encargado de hacerse con esa
reputación, pero el escucharla referirse así de él le molestó un poco.
—Por lo que entiendo, algo tan afectuoso como un, ah, beso indicaría que un
caballero —hizo hincapié en esa palabra, —tendría interés en visitar a la señorita
al día siguiente —sacudió la cabeza, como para tranquilizarlo. —No me refiero a
una propuesta. Solo me han enseñado que un beso significa que quiere conocerse
más a una persona.
Justus ahogó un suspiro al entender de pronto. Ella había creído que él la
cortejaría. Lástima que su confesión le hiciera caer en cuenta de algo aterrador: la
idea de cortejarla lo atraía. Por primera vez en casi dos siglos, deseaba ser un
hombre mortal para poder pasear con ella en la mañana, disfrutar de una
merienda en el parque y ver el sol brillar en sus cabellos dorados.
Ese deseo, unido a la trémula esperanza en los ojos azules de Bethany le hizo
olvidar toda la cautela por primera vez en su existencia vampírica.
—Bethany —susurró. —Créeme cuando te digo que si me fuese posible
visitarte de día, no lo dudaría ni un momento. Me encantaría pasear contigo en la
mañana y hablar de novelas hasta bien entrada la tarde. Pero no puedo.
—¿Por qué no? —preguntó ella, la decepción y confusión clara en su rostro.
—No puedo contestar eso. Ya he dicho demasiado —demasiado. Gavin lo
mataría si se enteraba que le había confesado a una mortal que no podía salir de
día. Pero su idiota boca continuó funcionando. —Trataré de verte lo más posible
durante la tarde.
Bethany abrió la boca para contestar, pero Justus escuchó pisadas
acercándose. Se escondió en la esquina más sombría y alejada de la habitación,
para que no la sorprendieran en compañía de un hombre sin chaperón.
—¡Bethany! —exclamó la aguda voz de Lady Wickshire. —Debí saber que te
encontraría aquí. ¿Por qué insistes en hundir la nariz en tomos empolvados
cuando hay caballeros elegibles que atrapar? Sabes que tu padre desaprueba tu
obsesión.
Justus ahogó un gruñido, aunque no supo qué le molestaba más: la forma
derogatoria en que Lady Wickshire hablaba de los libros, o la insinuación de que
Bethany no era más que una carnada para atraer hombres con altos títulos. Lo
segundo era tan ilógico como siempre lo había sido con respecto a las mujeres de
la nobleza, y a él rápidamente empezaba a molestarle la costumbre.
—Mis disculpas, Madre —el tono desanimado de Bethany le hizo querer
tomarla en brazos y protegerla. —Me sentí algo acalorada y creí que lo mejor sería
permanecer fuera de vista mientras se me pasaba, para no desagradar a los
caballeros. Además —agregó con ligero divertimento, —esta es una colección muy
pobre, aunque no me atrevería a confesárselo a los Haverly.
—Oh, querida —Lady Mead sonó arrepentida inmediatamente. —Pensaste
rápido, después de todo —Justus se asomó para ver como la madre de Bethany
posaba una mano enguantada en su mejilla. —Estás sonrojada. Espero no estés
enfermando. Pero tuviste un dolor de cabeza ayer en la tarde y… —Lady Mead se
retorció las manos enguantadas. —A lo mejor deberíamos marcharnos temprano y
llamar al doctor. Tu padre se preocupa mucho por tu salud últimamente.
—¡No! —exclamó Bethany. —Quiero decir, me siento mucho mejor. No me
duele la cabeza. Solo me cansé paseando por la reunión.
Justus alzó una ceja. No olía ninguna enfermedad en Bethany. ¿Había fingido
su malestar para no verlo anoche, o la había hecho molestar demasiado al no
visitarla? Se sintió arrepentido. No quería causarle dolor.
La voz de Lady Wickshire le hizo volver a esconderse.
—Muy bien, regresemos a la reunión. El heredero de Lord Willoughby parecía
estar muy solo la última vez que lo vi.
Al alejarse sus pisadas, Justus apretó los colmillos. El chico Willoughby podía
irse a freír espárragos. No había restaurado la confianza de Bethany para que
pudiera desperdiciarla hablando del clima con niñatos tontos y ancianos lascivos.
Retirándose de la biblioteca, empezó a trazar un plan para poder pasar más
tiempo con ella sin atraer la atención de la sociedad, o de su Lord Vampiro.
***
Bethany se quedó sin aliento. Era lo último que esperaba que dijera.
—¿Qué? —preguntó tontamente, a pesar de tener la evidencia afilada frente
a sí.
—Dije que soy un vampiro —Justus repitió sus palabras, dando un paso atrás,
con los brazos abiertos como para demostrar que no la atacaría. —No te
preocupes. No soy un cadáver viviente como dicen las leyendas. Pero si debo
consumir sangre, y no puedo salir a la luz del sol, ya que me volvería cenizas.
—Es por eso que no puedes visitarme de día —susurró ella, preguntándose si
quizás debería correr. Una sensación maravillada se mezcló con su terror. Jamás se
había imaginado que algo como los vampiros podía ser real.
—Si —Justus ladeó la cabeza, sus ojos verdes buscando su mirada. —¿Tienes
miedo?
El profundo dolor en sus ojos le hizo dar un vuelco al corazón.
—Solo un poco. Es más que todo sorpresa. No es lo que esperaba. ¿Me hiciste
venir para beber mi sangre?
—¡No! —su voz resonó con vehemencia y verdad. —Te pedí que vinieras para
poder declararme, pero para poder hacerlo tenía que confesarte la verdad de lo
que soy.
—Entiendo —su promesa de no hacerle daño la envalentonó para dar un par
de pasos hacia él. —¿No es peligroso que me digas?
—Si. Se nos prohíbe revelarnos ante los mortales —Justus la miró fijamente
antes de continuar. —A menos que les ofrezcamos Transformarlos.
El significado de sus palabras la golpeó como un martillo.
—¿Quieres volverme un vampiro?
Él asintió.
—Para poder casarnos, tiene que ser así.
Eso tenía sentido, pero…
—¿Y si no deseo ser un vampiro? —¿Y qué significaría para ella aceptar?
Él hizo un gesto de dolor.
—Entonces tendría que borrarte la memoria, y jamás volver a hablarte, tanto
por tu seguridad como la mía.
—¿No me volverías a ver? —un dolor agudo le traspasó el pecho. —¿Aunque
me amas?
—Porque te amo —dijo él con firmeza, sus palabras un bálsamo para su
corazón. —Jamás te pondría en peligro.
—Y yo te amo —era cierto, a pesar de las circunstancias.
Él la miró sorprendido.
—¿A pesar de lo que soy?
La vulnerabilidad en su voz la conmovió. Fue entonces que se dio cuenta que
era capaz de atravesar un incendio para estar con él.
—Si —lentamente se acercó más a él, hasta que solo estuvo a milímetros de
su cuerpo. —Siempre has sido amable conmigo, y aún creo que no me harías daño.
Con increíble gentileza, él la tomó del hombro.
—Eres un milagro, Bethany Mead.
Recordando las circunstancias que acechaban su amor, Bethany buscó su
mirada.
—La gente de la que te alimentas, ¿muere?
—Nunca —respondió él fervientemente. —Eso también está prohibido. Solo
tomamos una pinta de una o dos personas todas las noches.
Eso la tranquilizó más que nada. No sabía si soportaría que él fuera un asesino,
mucho menos tener que matar con sus propias manos. Aunque el pensar en beber
sangre la ponía incómoda.
—Y el sol te quema. ¿De qué otras cosas me vería privada?
—Comida, aunque podemos comer unos bocados. Más de eso, nos enferma.
Lo mismo con la bebida, excepto agua —la miró fijamente antes de continuar. —Y
no podemos tener hijos.
¿No tener hijos? Para ser sincera, Bethany no había pensado en hijos. Había
asumido que los tendría, pero lo pensaba como algo inevitable en lugar de algo
que anticipaba. Así que quizás no los quisiera. Pero el no tener la opción la
molestaba ligeramente.
—¿Hay cosas positivas sobre ser un vampiro? —preguntó. Aunque el estar con
él era lo que más deseaba en el mundo, de seguro ser como él no era todo
incomodidad.
Él asintió.
—No envejecemos, y no enfermamos. Podemos movernos tan rápido como
libélulas y tenemos la fuerza de diez hombres. También sanamos rápido, así que
muy pocas cosas pueden matarnos.
Eso sonaba bien. Ser joven y sano por siempre… Frunció el ceño.
—Dijiste que eras más viejo de lo que parecías. ¿Cuántos años tienes?
—Casi doscientos —él la miró nervioso al mencionar la cifra.
Ella lo miró sorprendida. Y había pensado que Lord Tench era una antigüedad.
Eso significaba que Justus había estado vivo para presenciar la Revolución
Francesa y la Americana, la Guerra de Siete Años e incluso los Juicios de las Brujas
de Salem en el siglo XVII. Y si ella viviera tanto…
—Mis padres envejecerían y morirían antes que yo.
Era una noción extraña, casi tanto como no volverlos a ver. Aunque no le dolió
tanto como temía.
Él asintió.
—Esa es una de las cosas más dolorosas de nuestra existencia. Muchos
rehúsan la inmortalidad por eso.
—Pero luego de casarme, no los vería con frecuencia de todas maneras —su
madre no había visto a sus padres desde el nacimiento de Bethany. Así que quizás
no la afectaría demasiado. Después de todo, eran ellos los que intentaban
deshacerse de ella. Pero había tanto que quería saber. —¿Cómo me
transformarías en vampiro?
Él le dirigió una mirada tentativa antes de responder.
—Bebería casi toda tu sangre y entonces te daría a beber la mía.
Bethany arqueó una ceja, tratando de disimular el asco que sentía. No parecía
tan mágico.
—Si es tan simple, ¿por qué el mundo no está lleno de vampiros?
Él sonrió, como si aprobara la pregunta. Era la misma sonrisa que le dirigía al
escuchar sus opiniones literatas.
—Porque a un vampiro le toma alrededor de un siglo reunir la fuerza
necesaria para realizar una Transformación.
—¿A cuántos has Transformado? —ella pronunció cuidadosamente la palabra,
tratando de disimular su preocupación de que él se hubiera enamorado antes y
tuviera una posible competidora por su afecto.
—A nadie —puso tanto énfasis en la respuesta que no pudo sino ser la verdad.
La ternura floreció en su corazón como una rosa de verano. Luego de casi
doscientos años, Justus la había elegido a ella para pasar el resto de su larga vida.
Respirando profundo, tomó una decisión.
—¿Me Transformarás antes o después de casarnos?
—Después. Primero necesito obtener el permiso del Lord Vampiro de
Rochester para Transformarte. Entonces hablaría con tus padres para procurar una
licencia especial y que nos permitan una ceremonia nocturna —Justus se inclinó
sobre ella, sus rostros a milímetros de distancia. —¿Estás diciendo que estás
dispuesta a Transformarte y ser mi esposa?
Muchas de las novelas que había leído incluían una dura prueba para que los
protagonistas probaran su amor. Bethany no podía pensar en una más fuerte que
transformarse en una criatura mitológica. Aunque luego de que Justus explicara lo
que significaba ser un vampiro, no sonaban tan monstruosos. Aparte del hecho de
beber sangre. Y extrañaría el sol.
—Sí —susurró. —Solo pido dos cosas.
—Lo que quieras —prometió él.
—Primero, vuelve a besarme —ella le echó los brazos al cuello. —Y luego
quiero que me muerdas, a ver que se siente.
Él frunció el ceño, pero sus ojos brillaron de un verde fosforescente. Como lo
habían hecho esa noche en el jardín de los Willoughby cuando la besó. Así que no
había sido un reflejo de los fuegos artificiales. ¿Acaso brillaban así cuando tenía
hambre? Parte de ella quería apartarse, porque se veía mortífero, pero tan
hermoso a la vez. Tenía que saberlo, experimental esta parte integral de su
existencia, sentir su mordida.
Bethany alzó el mentón, implorándole en silencio que la besara. A él se le
escapó un gruñido bajo al besarla, sus labios suaves. Una calidez se apoderó de su
vientre al saborearlo y sentir sus fuertes brazos apretándola contra él. Le
temblaron las rodillas al regresarle el beso, deseando más de la sensual conexión.
Cuando apartó su boca de la de ella, Bethany soltó un quejido, y ahogó un
suspiro al sentirlo besarle la mejilla y el cuello. ¡Iba a hacerlo! La sensación de sus
labios en una parte tan sensible de su cuerpo le hizo sentir cosquillas. Enredando
los dedos en su cabello, lo apretó contra sí, necesitando más de este dulce placer.
Justus se apartó, sus ojos brillando como fogosas esmeraldas y sus colmillos
asomando de entre sus labios.
—¿Estás segura?
—Sí —suspiró ella. —Se gentil, por favor —esos colmillos se veían
terriblemente filosos.
Él la tomó suavemente por la nuca. Sus brillantes ojos la cautivaron al
susurrar.
—Nada de dolor.
Entonces él ladeó la cabeza y regresó sus labios a su cuello, besándola hasta
que se estremeció entre sus brazos. Algo filoso atravesó su piel y una sensación
placentera emanó del sitio de la mordida.
Lo escuchó tragar, una, dos, tres veces. Debería darle asco, o por lo menos
dolerle, pero en lugar de ello ese lugar sensible entre sus piernas se estremeció de
placer. Sus caderas se arquearon solas, buscando algo más para aliviar el malestar
en su feminidad mientras gemía con abandono.
Justus se apartó, lamiéndose los labios y jadeando.
—Espero no haberte lastimado. No tomé demasiado. No permitiré que trepes
un árbol mareada.
—No. Se sintió… increíble. ¿Así se sienten todos a los que muerdes? —se
sintió algo celosa al pensar en otras mujeres experimentando esto.
Él negó con la cabeza.
—No, no sienten nada.
Bethany alzó la mano para rozarse la herida del cuello, ya que le había
empezado a arder, pero Justus la detuvo, pinchándose un dedo con su colmillo.
—¿Qué haces?
—Curándote —él apretó su dedo sangrante contra la mordida. El cuello volvió
a cosquillearle, pero con menos intensidad. —Si dejáramos mordidas en todos los
humanos de los que bebemos, nos descubrirían de inmediato.
—Oh —le sorprendió estar decepcionada de que no fuese a quedar evidencia
de la magnífica sensación que acababa de experimentar. —Qué práctico.
El brillo en sus ojos desapareció, haciéndolo parecer humano nuevamente.
—Desearía que tuviéramos más tiempo juntos, pero es peligroso. Te escoltaré
a casa antes de ir a hablar con mi Lord. Entonces espero poder hablar con tu padre
mañana en la tarde.
—¿Quién es tu Lord? —había tanto que ella no sabía de este mundo al que
había acordado unirse.
—Eso no te lo puedo decir hasta que seas una de nosotros. Ya quebranté la
ley contándote mi secreto. No arriesgaré a otros —le ofreció su brazo. —¿Vamos?
No, ella no quería que esta noche terminara, pero no quería que los
atraparan.
—Espera —se sacó el relicario del bolsillo. —Esto era para mi futuro
prometido, así que te pertenece.
Él arqueó una ceja.
—¿Mis intenciones eran tan obvias?
—Oh no, mantuviste una enloquecedora aura de misterio todo este tiempo —
Bethany se echó a reír, aliviada de que él correspondiera sus sentimientos. —Pero
ya había decidido que sin importar lo que tuvieras que confesar, yo te confesaría
mis sentimientos.
Él abrió el relicario, acariciando el mechón de cabello mientas miraba el
retrato.
—Lo guardaré junto a mi corazón siempre.
De pronto la apretó contra su pecho, con tanta fuerza que ella pudo sentir el
latido de su corazón contra su oreja. Cuando alzó la cabeza, él volvió a besarla, con
tanta pasión que las rodillas le temblaron.
Como si sintiera su precario equilibrio, Justus la alzó en brazos, como si fuera
tan ligera como la pluma de un ganso.
—Te llevaré a casa.
—¿Correrás más rápido que una libélula? —preguntó ella, echándole los
brazos al cuello.
Su profunda risotada reverberó contra su cuerpo.
—Cómo desees.
El huerto se volvió un borrón al él echar a correr. El viento le hizo aguar los
ojos y ella escondió el rostro contra su pecho, confiando en que él no chocaría.
Segundos más tarde, él se detuvo y al abrir los ojos ella vio que la había traído
al pie de su árbol. La dejó con gentileza en el suelo, sosteniéndola hasta que
recuperó el equilibrio.
—Hasta mañana —le dijo, dándole un último beso antes de desaparecer en la
oscuridad.
Mañana… La palabra hizo eco en su mente. Mañana en la noche su vida
cambiaría irrevocablemente.
Capítulo 10
Bethany despertó feliz. En sus sueños, Justus la había estado besando con
fervor como la noche anterior.
La noche anterior… El recuerdo la golpeó con tanta fuerza que se levantó de
golpe, mareándose.
Justus era un vampiro. A la luz del día el concepto habría resultado irrisorio,
pero anoche, con la luna brillando en sus colmillos, sus ojos brillando en la
oscuridad, y la sensación abrasadora de su mordida, la verdad se había hecho
evidente.
Y Bethany había acordado convertirse en una de ellos, vivir para siempre y
beber la sangre de otros. También había aceptado ser su esposa. Recordó
afectuosamente su declaración de amor.
Esta noche le pediría a su padre su mano en matrimonio. Ahogando un suspiro
de emoción, Bethany se levantó de golpe a llamar a su criada para que le trajera el
desayuno y elegir un conjunto de ropa agradable.
Le fue difícil comer con los nervios, pero Bethany logró comerse medio
panecillo y algo de huevos antes de pedirle a su criada que la ayudara a ponerse su
conjunto de montar. Un paseo a caballo le ayudaría a calmar sus nervios.
Para la noche, eligió su vestido de satén blanco, ya que lo estaba usando la
noche que bailó por primera vez con Justus.
Tarareando una balada, Bethany no prestó atención al parloteo de su madre
mientras se dirigía al establo. Una vez Canterbury, su caballo favorito, estuvo
ensillado, salió a campo traviesa. Se preguntó cómo sería su vida de vampiro. Ya
no tendría más cabalgatas matutinas, así que mejor las disfrutaba mientras podía.
Sentía curiosidad sobre su futuro hogar. Bethany había escuchado que la
propiedad de Lord de Wynter estaba a media milla de la suya, junto a las tierras de
Ellingsworth. Apretó los flancos de Canterbury, urgiéndolo a correr en esa
dirección. El viento le golpeó el rostro, pero no tan rápido como anoche en brazos
de Justus. Eso quería decir que era más rápido que un caballo.
Entonces Bethany llegó a una destartalada mansión que ciertamente estaba
entre las propiedades de Ellingsworth y Chatterton. El escudo de los de Wynter
coronaba la enorme reja de hierro, pero estaba tan sucia que era casi
irreconocible. La grama crecía descontrolada y la entrada estaba llena de mala
hierba.
Una contraventana crujió en la brisa, colgando de un oxidado clavo. Los
ladrillos de la fachada jacobina estaban decolorados y desgastados por el tiempo.
El corazón de Bethany se encogió al ver el lugar en tan mal estado, pero prometió
regresarlo a su antigua gloria luego de volverse Lady de Wynter.
—Lady de Wynter… —susurró, sonrojándose ante esas palabras.
¿Acaso Justus se escondía allí, soñando ahora con ella?
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por una exclamación.
—¡Señorita Mead! —Rebecca galopó en su brillante caballo blanco junto a
ella. —¿Qué la trae a este horrible lugar?
Observo mi futuro hogar, deseaba decir Bethany, pero decidió guardar silencio
hasta el anuncio de su compromiso.
—Un perro asustó a mi caballo y fue ahora que lo pude controlar —mintió.
Rebecca sonrió desdeñosamente, como si adivinara su mentira.
—Bueno, mejor consígase un marido antes de que la sorprendan rondando la
casa de un notorio libertino sin chaperón —miró la casa con desdén. —A pesar de
vestirse tan finamente, su hogar está en ruinas. Debe estar hasta las orejas en
deudas.
—Eso no lo sé —respondió Bethany distraídamente. —Debo marcharme.
Con un apretón de rodillas, guió a Canterbury lejos de Rebecca,
preguntándose si debería morderla cuando fuese una vampiresa. Eso la llenó de
más felicidad de la debida.
Se preguntó cómo iría la conversación de Justus con el Lord Vampiro de
Rochester. ¿Y si se rehusaba a permitir que Justus la Transformara? ¿No podrían
casarse? Rehusándose a permitir que un prospecto tan oscuro le arruinara el
humor, Bethany urgió a su montura a ir más rápido al llegar al límite de la
propiedad de su padre.
¿Quién era el Lord Vampiro de Rochester, de todas maneras? ¿Sería un
miembro de la nobleza? Pensó en todos los hombres a los que había sido
presentada, pero su madre se había encargado de presentarla a tantos que los
confundía. O quizás fuese un plebeyo, escondido del ojo público. No importaba, de
seguro se enteraría pronto.
De pronto, Canterbury tropezó con un chillido y el mundo dio vueltas. Bethany
salió despedida de la silla.
Se estrelló contra el suelo con tanta fuerza que quedó sin aliento. Vio estrellas
antes de sumirse en la oscuridad.
Un dolor agudo la despertó luego de lo que le parecieron eones en la
oscuridad. Bethany abrió los ojos para encontrarse con un hombre calvo, con unas
pobladas cejas blancas inclinado sobre ella.
—Ah, nuestra paciente despierta.
¿Paciente? Bethany parpadeó confundida. Había regresado de alguna manera
a su cama, y había un doctor en su habitación. Debió moverse, ya que su rodilla
explotó en agonía.
El doctor la hizo acostarse gentilmente.
—Con cuidado. No te has roto nada, solo tienes algunos moretones y
esguinces. Mejor no empeorarlos —entonces sirvió una cucharada de un líquido
viscoso y la obligó a tragarlo. —Eso debería ayudar —guardó la botella y la
cucharilla en su bolso de cuero. —Vendré a verte en la mañana.
Bethany arrugó el rostro al tragar la amarga poción. Esguinces y moretones…
Entonces recordó la caída del caballo.
—Canterbury —susurró. Si se había roto una pierna y lo habían tenido que
sacrificar, jamás se lo perdonaría.
—El caballo está bien —dijo la madre de Bethany, apareciendo tras el doctor y
dejando de lado su tambor de bordado. —El encargado del establo entablilló su
pierna. Es por ti que estoy preocupada, ¡pudiste romperte el cuello!
Bethany alzó las cejas, sorprendida del melodrama de su normalmente
calmada madre.
—Estoy bien —se congeló de pronto. —Lord de Wynter se supone que nos
visitará esta noche.
Lady Wickshire frunció el ceño.
—¿Qué clase de hombre visita de noche?
Bethany apretó los dientes, incapaz de responder. La medicina empezó a
hacerle efecto, adormeciéndola, pero afortunadamente calmando el dolor en su
rodilla.
Su madre continuó.
—Además, ya tienes una visita —se apretó las manos, viéndose extrañamente
ansiosa. —Le dije que no podía venir a verte en este estado, pero se quedará a
cenar.
—¿Quién? —preguntó Bethany, sintiendo curiosidad sobre ese invitado que
parecía poner tan ansiosa a su madre.
—Lord Tench —la respuesta sonó a confesión, y los hombros de Cecily
decayeron.
Bethany suspiró fastidiada.
—¿Y eso es todo? ¿No puede cenar con nosotros mañana? Hoy es importante,
y Tench apesta a remolacha vieja y tiende a manosear demasiado.
—¡Bethany! —su madre ahogó un grito al escucharla.
Bethany le sonrió torcidamente. La medicina parecía soltarle la lengua,
aunque no se arrepentía de decir la verdad.
—Lo siento, Madre, pero no me agrada.
—Pues espero que aprendas —su madre frunció el ceño. —Tu padre acaba de
aceptar su propuesta de matrimonio.
Al principio, Bethany no comprendió.
—Pero es demasiado viejo. ¡Es mucho más viejo que mi padre! ¡Incluso más
que el abuelo!
Madre pareció desesperanzada.
—Pero sus tierras colindan con las nuestras y le garantizó a tu padre los votos
necesarios para convertirse en gobernador. Traté de detenerlo, de encontrarte un
mejor marido, pero tu padre insistió y nos quedamos sin tiempo.
La aterradora realidad se hizo clara entonces.
—¡No! —exclamó, apartando las cobijas de golpe. Levantándose, Bethany
ignoró el agonizante dolor de su rodilla y las protestas de su madre. Notó un
bastón de madera apoyado contra la pared, el cual debió haber sido dejado atrás
por el doctor y cojeó hacia él.
—¡Bethany! —gritó su madre. —¡Regresa a la cama en este instante!
—No —repitió Bethany, agarrando el bastón con manos temblorosas y
cojeando por el pasillo. Tenía que detener a su padre.
Las escaleras fueron un reto, entre evitar recargarse de su rodilla mala y los
intentos de su madre por hacerla regresar a la cama. Y una vez que llegó al fondo,
tenía la cabeza todavía más pesada a causa del láudano. Apoyándose firmemente
del bastón, Bethany se dirigió al estudio de su padre, de donde escuchó voces
masculinas charlando animadamente.
Cuando abrió la puerta, el rostro de Lord Tench se arrugó al sonreír.
—Ah, y allí está mi novia.
Ignorándolo, Bethany fulminó a su padre con la mirada.
—No me pienso casar con él —Lady Wickshire ahogó un grito mientras Tench
palidecía como si lo hubieran cacheteado.
Lord Wickshire frunció el ceño.
—Harás lo que yo te diga, hija.
—No —siseó ella entre dientes. —Me casaré con Lord de Wynter. Vendrá esta
noche a pedirte mi mano.
Ambos hombres se echaron a reír.
—¿De Wynter? —dijo Tench con una sonrisa burlona, aunque ella pudo notar
algo de dolor en su mirada por su rechazo. —Ese embaucador jamás podría
proveerte. A diferencia de mí, que te daré todas las comodidades.
Su padre se había calmado un poco.
—Nuestro querido vecino dice la verdad. A juzgar por el estado de la
propiedad del Vizconde de Wynter, debe tener los bolsillos ligeros.
Su madre asintió.
—Además, es un libertino. No puede estar realmente interesado en ti. Jamás
nos visitó, a diferencia de Lord Tench, que siempre ha estado interesado.
Bethany suspiró, exasperada por la falta de comprensión.
—¡Vendrá esta noche! Habría venido antes, pero es un vampiro —se tapó la
boca de golpe. No había querido decir eso en voz alta.
Tanto su padre como Lord Tench la miraron con ojos como platos. Tench fue
el primero en recuperarse.
—¡Está chiflada!
—¡No! —Lady Wickshire la tomó del brazo. —Solo está sufriendo los efectos
del láudano que el doctor le dio por su caída. No sabe lo que dice.
—Ha estado leyendo demasiadas novelas —resopló su padre, aunque Bethany
pudo notar el terror en su expresión. —Lo que la ha hecho fantasiosa. Mejor cierra
tu biblioteca con llave.
Tench sacudió la cabeza.
—Ninguna droga hace que la gente diga tales cosas. Y conozco el secreto de tu
familia —fulminó al padre de Bethany con la mirada. —Está loca, como tu madre.
No me casaré con ninguna lunática. Que de Wynter se la quede.
Con eso, el anciano se marchó, con una rapidez sorprendente para alguien de
su edad, su rostro ajado desfigurado por su orgullo herido.
Lord Wickshire se levantó, con el rostro rojo de ira.
—¿Qué has hecho? —rugió. —¡Tu estupidez me costó los votos necesarios
para llegar a gobernador!
—Amo a Justus, no a Tench —tartamudeó Bethany. —¿Cómo pudiste
venderme por votos?
—A todas las hijas se les vende —él hizo un gesto desagradable. —Es para lo
que sirven. Si tuviera un hijo…
—¿Y qué pasó con mi abuela? —persistió ella. —¿Qué quiso decir Lord Tench
al llamarla loca? Me dijiste que murió cuando eras niño.
—Luego de que la encerraron en el asilo estuvo muerta para mí —dijo su
padre fríamente. —Al igual que tú si tu supuesto vampiro no viene a llevarte con
él.
Bethany ahogó un grito al escucharlo. Por años había pensado que su abuela
simplemente había muerto y ahora se enteraba de que había sufrido un destino
peor. ¿Y acaso su padre acababa de amenazarla con lo mismo?
Cerró los ojos, mareada por el láudano. A lo mejor esto era un sueño. A lo
mejor despertaría en su cama, ilesa y lista para prepararse para la visita de Justus.
Sintió una punzada de dolor en la rodilla.
Por lo menos su padre había mencionado algo positivo. Deseaba deshacerse
de ella lo suficiente como para permitirle casarse con Justus.
—Lord de Wynter vendrá por mí —dijo con frialdad. —Y entonces no tendrás
que soportarme más.
Su madre se la llevó gentilmente de vuelta a su habitación.
—Suficiente, querida. Vamos de vuelta a la cama. Necesitas descansar.
Su padre le dirigió una mirada fulminante, pero no dijo nada más.
De vuelta en la cama, Bethany no pudo conciliar el sueño por su ansiedad y el
mareo que le causaba el láudano. Aunque su padre la había tratado con
indiferencia desde el término de sus estudios, no creía que significara tan poco
para él.
Al menos sus padres parecían haber ignorado que había revelado por error la
naturaleza de Justus, apartando el comentario burlón de su padre. El miedo y la
vergüenza le hicieron dar un vuelco al estómago. Justus había dicho que los
vampiros tenían prohibido revelar su verdadera naturaleza a los mortales, pero
bajo la influencia de esa maldita droga, Bethany había revelado su secreto.
Afortunadamente nadie parecía creerle, pero ¿y si le decían a Justus?
Aunque había dicho que tenía prohibido matar, de seguro Justus podía hacer
algo para protegerse. ¿Y si su error hacía que la odiara? Le dolió el alma al
pensarlo. Rezó para que su padre se sintiera demasiado avergonzado para revelar
su desliz.
Los minutos le parecieron horas hasta que por fin el sol empezó a ocultarse.
Bethany llamó a su criada para que la ayudara a vestir. Insistió en usar el vestido
de satén blanco, aunque no se pudiera poner la media derecha por su rodilla
vendada. Entonces eligió peinarse con los rizos hacia arriba, y rosas blancas
adornando su peinado.
Cuando bajó, con el rostro retorcido de dolor y la ayuda de su bastón, su
madre la miró boquiabierta.
—¿Segura de que quieres usar eso esta velada? —preguntó Cecily, con un
gesto desaprobatorio. —Es demasiado formal para estar en casa. Tu padre ya está
demasiado preocupado por tu salud mental.
—Deseo verme bonita para mi futuro esposo —respondió ella simplemente.
Su madre suspiró.
—¿Segura de que vendrá? Ya son las ocho.
Todavía no oscurece, deseó decir, pero se contuvo.
—Si. Vendrá —al dirigirse al salón, cambió el tema. —¿Sabías la verdad sobre
mi abuela?
Mordiéndose el labio, su madre asintió.
—Creí que lo mejor sería ocultarte ese hecho tan escandaloso. Se muy poco
sobre las circunstancias de su locura, pero tu padre me dijo que veía fantasmas, y
creía que había gente poseída por el demonio —miró nerviosamente a Bethany de
reojo y sacudió la cabeza. —No hablemos más de ello y esperemos a tu visitante.
Espero que sepas lo que haces al aceptar la oferta de este hombre.
—Lo sé —dijo ella con firmeza.
Cuando entraron al salón, el padre de Bethany la miró ceñudo.
—Espero que sepas que me has arruinado. Apenas se marchó, Tench visitó a
todas las familias prominentes de Rochester y les dijo a todos que estabas
completamente loca. Somos el hazmerreír del pueblo —su rostro enrojeció más.
—Ahora jamás seré gobernador y me tomará años recuperar mi reputación.
Espero que tengas un compromiso rápido con de Wynter, porque tendremos que
regresar a Londres lo más rápido posible. Además, pareces una tonta, usando un
traje tan formal para cenar en casa.
Un compromiso rápido. Bethany asintió, sintiendo algo de lástima por la
humillación de su padre. Miró el reloj y luego la oscura ventana, rezando porque
Justus llegara pronto y que su padre no lo maltratara demasiado. Quizás pudieran
escapar a Gretna Green y casarse allí.
Claro, si el Lord Vampiro de Gretna Green lo permitía.
Los minutos empezaron a pasar más rápido, pero Justus no llegaba. Los
sirvientes venían periódicamente a rellenar tazas de té e informar sobre la cena.
Bethany trató de decirse a sí misma que Justus simplemente había ido a comer
antes de venir cuando su padre declaró que habían esperado demasiado y ordenó
marchar al comedor.
Bethany mareó su pollo sobre cocinado en el plato y miró nerviosamente a la
puerta, esperando que el mayordomo anunciara la presencia de Justus en
cualquier momento.
—No creo que tu pretendiente venga —dijo su padre, dando voz a sus miedos
más profundos. —De hecho, no creo que te pretenda y mucho menos que sea una
criatura mítica. Creo que te lo inventaste todo —suspiró pesadamente. —He
estado preocupado por mucho tiempo por tu salud mental, y creo que me negué a
ver la verdad.
—No —ella sacudió la cabeza.
La madre de Bethany la tomó de la mano y se dirigió a su marido.
—Pero, querido, acaba de sufrir un fuerte golpe a la cabeza. Seguro recobra
pronto el sentido.
—Me lastimé la rodilla, no la cabeza —respondió Bethany, mirando al reloj
nuevamente. Ya eran las diez y quince.
—De todas maneras, haré que venga el doctor a examinarte —Cecily le dirigió
una mirada lastimera. —Tu padre tiene razón. No mencionaste nada de Lord de
Wynter hasta después de la caída. ¿Segura que no fue un sueño traído por el
láudano?
—¡No fue un sueño! —Bethany se levantó de golpe, soltando un alarido de
dolor al apoyarse en su rodilla mala.
Su madre la tomó del codo.
—Querida, creo que es mejor que regreses a la cama y tomes otra medida de
láudano. Tus heridas obviamente te duelen.
—Nada de láudano —Bethany no confiaba en sí misma bajo la influencia de
esa horrible sustancia.
Cuando el criado le entregó su bastón, ella hizo una reverencia temblorosa,
ahogando un grito de dolor.
—Esperaré en la biblioteca.
—Está loca —su padre sacudió la cabeza. —Le viene del lado femenino de mi
familia. Si tan solo me hubieras dado un hijo, Cecily.
—Charles… —suplicó su madre.
Bethany rehusó escuchar más y se marchó. Con cada doloroso paso, rezó con
más fervor.
Que venga. Por favor, que venga.
Capítulo 12
Bethany despertó con una fuerte tortícolis. La luz del sol se filtraba por las
ventanas, vaticinando lo peor. El aliento en los pulmones se le congeló, como brisa
de Enero. La noche anterior no había sido una pesadilla. Justus no había venido.
Ella le había dado enfebrecidas órdenes al mayordomo de que le avisara apenas
llegara y había esperado, con los ojos clavados al reloj y un libro en el regazo que
no había intentado leer.
¿Acaso había cambiado de parecer? No lo creía. Su padre le había dicho que
Lord Tench había hecho correr que ella había dicho que Lord de Wynter era un
vampiro. Justus debía estar molesto con ella por traicionarlo, o peor. Le había
dicho que revelarle la verdad a un mortal estaba prohibido. ¿Acaso su Lord
Vampiro lo había castigado?
Sacudió la cabeza, rehusándose en pensar algo tan horrible. De seguro el Lord
de Justus entendería cuando Justus explicara que la Transformaría. Pero la luz de
la mañana no hizo nada para calmar su terror.
Debió dormirse alrededor de las dos de la mañana. Frotándose el cuello, alzó
la mano para tomar el bastón, siseando cuando su rodilla inflamada protestó. Si el
dolor continuaba, tendría que rendirse y tomar algo de láudano.
Entonces escuchó golpeteos y pasos apresurados por la casa. Parecía estar
ocupada por un ejército.
Renqueando desde la biblioteca, Bethany vio a dos sirvientes bajando un baúl
por el pasillo, seguidos de otro cargando la valija de su madre.
Se quedó mirando, impresionada. Su padre no había mentido al decir que
abandonarían el campo. Se llenó de pánico, sintiendo que la ropa le apretaba al
escuchar la voz de su madre.
—Mi señor esposo, ¿de verdad continuaremos con esto? —la suplica en la voz
de Cecily hizo que Bethany pausara.
—No tenemos opción —respondió su padre fríamente. —Estamos arruinados
aquí. Si quiero tener alguna esperanza de recuperar mi reputación y posición
política, debemos marcharnos y borrar toda huella de este escándalo. No
permitiré que la suavidad me destruya como a mi padre.
Bethany se apoyó del marco de la puerta, sintiéndose enferma. Su padre de
verdad la creía loca y estaba listo para llevárselos de vuelta a Londres, sin darle
oportunidad de explicarse o enviarle un mensaje a Justus.
¿Sería Justus capaz de encontrarla? ¿O querría hacerlo luego de que ella
revelara su secreto y los pusiera en peligro a él y su gente?
Lágrimas se escaparon por sus mejillas. Tenía que perdonarla. No podía dejar
de amarla.
Nuevamente se llenó de un terror frío. ¿Y si Lord Tench enviaba hombres a
matarlo? ¿O acaso el Lord Vampiro de Rochester le había negado la petición y
ordenado alejarse de ella? ¿Cómo se enteraría si se marchaban?
Su madre llegó al pasillo, agarrándola por el codo. Estaba pálida y no miró a
Bethany a la cara.
—Tomemos el desayuno antes de marcharnos.
—¿Debemos regresar a Londres tan rápido? —Bethany no pudo disimular el
desespero en su voz.
El rostro de Lady Wickshire se sonrojó y pareció querer decir algo, pero
entonces regresó la mirada al suelo.
—Debemos marcharnos para salvar la reputación de tu padre. Si lo ocultamos,
desaparecerá —apretó los labios luego de eso.
Su padre no estaba en el comedor, y eso hizo que Bethany suspirara aliviada.
No sabía si lograría controlar su temperamento frente a él.
El estómago se le revolvió al ver las salchichas y panecillos, pero su madre no
dejó de molestarla hasta que tomó unos bocados. Una sirvienta le sirvió una taza
de té con expresión temerosa, como si temiera que Bethany estallara histérica
como la noche anterior.
Su madre sonrió tensamente.
—Tiene miel extra, como te gusta.
Bethany tomó un sorbo e hizo un gesto. Bajo el dulzor empalagoso pudo
detectar amargura. Dejó la taza.
—Creo que lo dejaron reposar mucho tiempo.
En lugar de disculparse y llevarse la taza inmediatamente, la sirvienta miró a la
madre de Bethany, como haciéndole una pregunta silenciosamente.
Su madre frunció el ceño.
—Los sirvientes están muy ocupados con los preparativos del viaje y no
pueden hacerte otra taza. Ahora bébelo.
Se sintió culpable ante la idea de incomodar a sus explotados sirvientes.
Bethany tomó la copa y se forzó a beber el resto del amargo brebaje, disimulando
su incomodidad.
Cuando la taza estuvo vacía, su madre le hizo señas a un sirviente, quien le
entregó el bastón a Bethany.
—Ya cargaron tus baúles —dijo Cecily. —Vamos a subir al carruaje. Tu padre
desea partir en menos de una hora.
El sirviente permaneció a su lado, algo que Bethany agradeció, ya que el
mareo casi la hace perder el equilibrio de camino al carruaje. De no ser por él, de
seguro se habría estampado contra el empedrado.
Su madre no había exagerado al hablar de la prisa de su padre. Él ya las
esperaba subido al carruaje y le hizo señas al conductor para que arrancara apenas
subieron.
Bethany se inclinó a sacar una novela que había guardado allí para los viajes
largos y ahogó un grito cuando su padre se la arrancó de las manos. —Nada de
leer. Esto es lo que te hizo ponerte histérica. Debí prohibírtelo en primer lugar.
Ella frunció el ceño en lastimera incredulidad. ¿No más lectura? ¿Hablaba en
el viaje o para siempre? ¿Cómo sobreviviría sin libros? ¿Sin Justus?
Antes de que pudiera protestar, una sensación de pesadez se apoderó de ella,
como una manta cálida. Bethany reconoció la sensación. Por eso su madre había
insistido en que se terminara el amargo té.
Se volteó a mirarla.
—¿Me drogaste? —incluso entonces, sus palabras sonaron arrastradas, como
de borracho, y los ojos se le empezaron a cerrar solos.
Cecily asintió.
—Fue por tu propio bien. Te duele la rodilla y tenemos un largo viaje por
delante.
Bethany se revolvió de rabia en su asiento, a pesar de la pesadez del letargo
que se apoderaba de sus miembros.
—No… tenías… derecho.
—Soy tu madre, tengo todo el derecho del mundo —dijo Cecily, aunque sus
mejillas se colorearon de vergüenza.
Bethany apoyó la cabeza contra la ventana del carruaje, sin fuerzas para
mantenerse de pie. Se sorprendió al ver el paisaje.
—Este no es el camino a casa. Creí que volveríamos a Londres.
—Nosotros regresaremos a casa —dijo su padre. —Tú no.
Capítulo 14
Bethany abrió los ojos justo cuando el carruaje se detuvo. ¿Dónde se detenían
ahora? La cabeza le dio vueltas al luchar por incorporarse. Sus padres la habían
mantenido drogada durante casi todo el viaje, que había sido tan largo que ya no
sabía cuantos días habían pasado. Deseaba preguntar a dónde la llevaban, pero
cada vez que lo intentaba, su padre ordenaba a un paje que la sujetara para poder
forzarla a beber más de la horrible medicina.
Asomándose por la ventana del carruaje, Bethany ahogó un grito al ver que se
habían detenido frente a una enorme estructura de ladrillo rojo, con fachada
gótica, poblada de gárgolas y rodeada de una reja de hierro forjado.
El sol era tan brillante que lastimó sus ojos, que se habían vuelto sensibles
luego de las largas horas de sueño en el carruaje. Normalmente se detenían de
noche para descansar en una posada y refrescar a los caballos. Esto no parecía una
posada.
Su madre le tocó el hombro.
—Vamos —dijo, con voz lejana.
Un paje ayudó a Bethany a bajar, y ella notó que la rodilla ya no le dolía tanto.
Aunque no importaba. No creía tener que bailar mucho en este lugar.
Su padre ya había marchado a la entrada, donde tres hombres le esperaban.
Uno de ellos hablaba en voz baja pero animada con su padre, mirando de reojo a
Bethany, lo que la hacía sentir incómoda. Los otros dos esperaban de brazos
cruzados, como dos silenciosos centinelas.
Su madre la guió escaleras arriba, y el hombre que conversaba con su padre
dio un paso hacia ella, acomodándose los lentes y alisándose el abrigo de tweed
mientras le dirigía una mirada bastante condescendiente.
—Señorita Mead —dijo, con una sonrisa filosa. —Soy el Doctor Keene. Su
padre me dice que cree en vampiros.
Ella negó con la cabeza.
—No, no creo. Hubo un error.
—Calma, calma —su sonrisa se tornó más melosa. —Se cuándo me mienten.
Es un don. Pero no importa, tendremos mucho tiempo para llegar al fondo de
estos delirios. Vamos, le mostraré su habitación.
Doctor… delirios… habitación. Bethany ahogó un grito al caer en cuenda de
dónde estaba. Se volteó a enfrentar a sus padres.
—¿Me están ingresando en un asilo?
Su padre asintió secamente.
—No puedo tener a una loca en mi casa mientras trato de rescatar mi
reputación y carrera política.
Su madre le apretó la mano.
—Estás enferma, cariño. Aquí te curarás.
—¡No! —Bethany se separó abruptamente de ella. —¡No estoy loca!
Cecily sacudió la cabeza.
—Querida, imaginaste una propuesta y un cortejo que jamás sucedieron.
—¡Sí sucedió! —Bethany guardaría silencio respecto a la naturaleza vampírica
de Justus, pero no ocultaría su amor. Jadeó, tratando de ahogar lágrimas de
desesperación. —Algo debió haberle pasado a Lord de Wynter. ¡Quizás Lord Tench
le hizo algo!
Su padre soltó un suspiro teatral y se volvió al Doctor Keene.
—Ya ve lo que he tenido que soportar.
—Ya veo —el doctor asintió solemnemente. —Un caso clásico de histeria,
combinado con un deseo tan avasallante que se ha vuelto una fantasía. ¿Y me dijo
que vuestra madre sufrió de una condición similar?
—Si —dijo Lord Wickshire. —Luego de que su hija menor muriera dos
semanas luego de nacer, mi madre afirmó que podía hablar con los ángeles y mi
padre tuvo que enviarla aquí. Supongo que es una condición hereditaria.
—De hecho lo es. Normalmente heredada por línea materna —el Doctor
Keene se alisó el abrigo nuevamente. —Desearía poder hablar más del tema con
usted. ¿Seguro debe marcharse tan pronto?
—Debo hacerlo. Tengo asuntos urgentes en Londres —su padre se volvió al
carruaje, echando a andar. —Adiós, hija.
Bethany se encogió ante tan fría despedida, preguntándose qué había pasado
con el hombre que la sentaba en su regazo para leerle historias.
La despedida de su madre fue ligeramente más calurosa, estudiando el rostro
de Bethany como si deseara memorizarlo.
—Es lo mejor para ti ahora. Adiós de momento, querida mía. Prometo
escribirte.
Bethany prácticamente no sintió el tenso abrazo de su madre, ya que estaba
sumida en shock.
—¡No! —exclamó al ver a Lady Wickshire dirigirse al carruaje. —¡No pueden
dejarme aquí!
Trató de lanzarse tras ellos, pero los dos hombres que flanqueaban al Dr.
Keene la sujetaron.
El doctor chasqueó la lengua tras ella.
—No te pongas nerviosa. Estarás cómoda aquí. Morningside es el mejor asilo
en toda Inglaterra. Tus padres deben amarte mucho para traerte aquí.
—¿Amarme? —repitió ella, incrédula. —¡Me abandonaron aquí!
—Por tu propio bien —el doctor abrió la pesada puerta con el alarmante
cerrojo y le hizo señas a los hombres que la hicieran pasar. —Te gustará. Seguro
haces amigos al finalizar la primera semana.
Lágrimas amenazaron con derramarse por las mejillas de Bethany mientras
era arrastrada escaleras arriba y por un largo corredor lleno de puertas. El doctor
abrió una cerca del final y los hombres la depositaron en una habitación que era
bastante agradable, aunque el papel tapiz amarillento y la falta de adornos la
hicieron estremecerse sin razón. Los hombres la dejaron sobre una estrecha cama
y la soltaron al fin.
—Esta será tu habitación durante tu estadía —dijo el Dr. Keene. —Traerán tu
baúl pronto. Entonces traeré el té y tú y yo hablaremos de ese galán tuyo —con
eso, se marchó junto a sus asistentes.
Corrió el cerrojo luego de salir con un chasquido.
Bethany se dejó caer en la cama, mirando el techo amarillento, su mente
horrorizada con lo que estaba sucediendo. ¿Era una pesadilla? Rezó por despertar
en su propia cama. Porque Justus estuviera por llegar y pedir su mano como lo
habían planeado.
Cerrando los ojos, revivió sus besos. Lo suaves que se habían sentido sus
labios sobre los de ella. La ternura de su abrazo.
Demasiado pronto, la puerta de su habitación se volvió a abrir y los hombres
que la habían traído entraron arrastrando su baúl. Entonces llegó el doctor,
seguido por una sirvienta con una bandeja de té.
Luego de servirlo, el Dr. Keene la miró por encima de su taza, como si ella
fuese una interesante especie de insecto.
—Cuéntame de este vampiro con el que pensabas casarte.
—Es el Vizconde de Wynter, y por supuesto que no es un vampiro —respondió
Bethany, arrepintiéndose de haber revelado el secreto de Justus. —Me caí del
caballo ese día y el láudano me hizo decir tonterías.
—Jamás he conocido a un paciente que reaccione así al láudano —el Dr.
Keene la miró por encima de sus lentes. —¿Y qué de esta propuesta que esperabas
recibir?
—Eso fue real —insistió ella, jugueteando con su taza.
—Tu padre dijo que ese hombre jamás te visitó.
La frustración le retorció las entrañas. Claramente no podía decirle por qué.
—Bailamos y conversamos en bailes, cenas y recitales —explicó. —Y él iba a
visitarnos para pedirle mi mano a mi padre, pero algo debió pasarle que lo retrasó
—¿Qué le había pasado a Justus esa noche? La constante preocupación la roía
como un perro con un trozo de cuero. ¿Estaba en peligro? ¿O simplemente había
cambiado de parecer y ya no quería casarse con una tonta niña humana?
El Dr. Keene la miró con lástima.
—Muchas jovencitas como tú han caído bajo los encantos de hombres
inescrupulosos, creyendo que tenían buenas intenciones. Quizás que lo llamaras
vampiro refleja su naturaleza depredadora —de pronto frunció el ceño. —No has
probado tu té.
Ella alzó la ceja.
—La última vez que bebí té, mi madre lo había drogado.
—¿Me crees capaz de drogarte? Fascinante —el doctor ajustó sus lentes. —
Aunque es cierto que te administraré medicina cuando lo juzgue necesario, no te
engañaré para que la tomes. Tengo un tónico calmante que tomarás luego de la
cena, pero no estará escondido en tu comida o bebida. Tengo principios.
Bethany tomó un sorbo cauteloso, satisfecha al no sentir el amargor del
láudano.
Keene se inclinó hacia adelante, estudiándola.
—Ahora dígame, Señorita Mead, ¿ve o escucha cosas que no están allí?
Las palabras de su padre hicieron eco en su memoria. “Mi madre decía que
podía hablar con ángeles”. Se estremeció.
—No puedo aseverar que eso sea correcto. Estoy muy cansada por mi viaje,
Doctor. ¿Le importaría si sigo su consejo y descanso? —si tenía que soportar su
estúpido interrogatorio un minuto más, gritaría.
—Por supuesto, Señorita Mead —él se levantó de su silla. —Cuando te sientas
más descansada, te presentaré a las otras señoras del ala antes de la cena —vaciló
en la puerta. —Mi consejo es que te olvides del hombre que te llevó por mal
camino y haz tu mejor esfuerzo para encontrar consuelo aquí.
Bethany asintió, devolviéndole la taza a la sirvienta, pero solo porque era la
respuesta esperada. Se acostó en la cama, mirando el horrendo papel tapiz.
Jamás olvidaría a Justus. Incluso ahora, su corazón lloraba por él, con un
agujero enorme que solo él podía llenar.
—Me encontrará —susurró, cerrando los ojos para no ver el amarillo que la
rodeaba. —Justus me encontrará.
Pero luego de cuatro años de espera, eventualmente aceptó que lo había
imaginado todo. Los vampiros no existían y Justus era solo un libertino que se
aprovechó de ella. El abandono de sus padres fue solo más sal para su herida.
Y luego de cuatro años más en la celda gris del ala de los abandonados,
Bethany empezó a extrañar incluso la habitación amarilla. Al menos allí había
color.
Capítulo 16
Manchester, 1825.
Los minutos pasaron como eones para Bethany. Por lo menos una vez cada
hora se pellizcaba para asegurarse de que no estaba dormida. No estaba loca
después de todo. Los vampiros eran reales, y Justus había venido finalmente a
buscarla. Se libraría de este horrible lugar.
El saber que su estadía en Morningside estaba por acabar le hizo la espera
terriblemente larga. Al parecer su ansiedad era contagiosa, ya que sus compañeras
parecían agitadas. Carol, su vecina, estalló en un torrente de palabrotas durante el
desayuno, lo que hizo que Bess llorara de pánico hasta que se las tuvieron que
llevar a las dos. Susan, una mujer que alternaba entre largos episodios de violencia
y catatonia, le tiró el plato de gachas a la cara.
Normalmente esto la molestaría, pero hoy esto alegró a Bethany, pues
significaba que podría tomar un baño antes que Justus viniera por ella. Ni siquiera
le importó cuando la enfermera la estregó con el rústico cepillo y el jabón cáustico.
La enfermera frunció el ceño al enjuagar el cabello de Bethany.
—Tendremos que afeitarlas pronto, antes de que empiece la temporada de
piojos. Recomendaré que se haga antes de que el buen doctor se marche de
vacaciones.
Bethany disimuló una sonrisa triunfante. Cuando Justus se la llevara, jamás la
afeitarían otra vez. Su una vez gloriosa cabellera rubia estaba reducida a unos
pocos mechones deslustrados. ¿Se había visto decepcionado al verla así?
No importaba. Crecería, y ellos estarían juntos otra vez.
Cuando terminaron con su baño, a Bethany la llevaron escaleras abajo para
pasear por el jardín junto al Dr. Keene y otras de las pacientes mejores portadas.
Normalmente Bethany saboreaba estos momentos al aire libre, sintiendo el
sol en el rostro y disfrutando del aire puro, pero hoy se lamentó que solo
significaba que estaban a media tarde. Aún peor, era Mayo, lo que significaba que
los días eran más largos.
Eleanor le tocó el brazo mientras contemplaba el rosal, recordando los
colmillos de Justus.
—Has estado muy callada hoy, ¿estás bien?
—Oh, si —Bethany asintió rápidamente. Lo último que necesitaba era ser
enviada a la enfermería. Eleanor era conocida por estar convencida que todos con
los que hablaba estaba por contraer la plaga. —Solo me preguntaba cuando
florecerá el rosal.
—Las flores me causan alergia —se lamentó Eleanor.
El Dr. Keene monologaba sobre el descanso y la meditación, mirando a cada
una de sus pacientes por turno. Cuando sus ojos se posaban en Bethany, esta
luchaba por mantener la compostura. Seguro imaginaba que le estaba prestando
más atención que a las otras.
Pero luego de regresar al asilo, él la llevó aparte.
—Señorita Mead, parece sonrojada. ¿Te estás sintiendo sobreestimulada?
—No, Doctor —respondió ella, luchando por mantener su voz bajo control. —
Estoy muy tranquila —si pensaba lo contrario, la drogaría con su tónico, o peor, la
encerraría en la habitación silenciosa, donde Justus no podía sacarla.
Él la miró escéptico, pero afortunadamente se retiró a revisar a otra mujer
antes de escoltarlas a sus habitaciones para sus siestas. Bethany sabía que debía
dormir ahora para tener fuerzas esta noche, pero su mente estaba demasiado
agitada con recuerdos de Justus y sus esperanzas futuras.
Él se veía igual que la última vez que lo vio, con su rostro pálido y facciones
aristocráticas, y esa melena de cabello rojo. Aunque él le había dicho que los
vampiros no envejecían, el ver la evidencia era distinto. Pero ella si había
envejecido. ¿Qué pensaba Justus de ella ahora, que ya no era una debutante de
diecisiete, sino una solterona de veinticinco?
¿Cómo podría quererla ahora?
Pero sus ojos habían brillado de ternura y dolor al verla encerrada, y sus
caricias habían sido afectuosas. El ver el relicario que le había dado y escuchar su
declaración de que jamás se lo había quitado insinuaba devoción. ¿Aún deseaba
casarse con ella? ¿Podían casarse, siendo ella una lunática escapada y él un bribón
vampírico?
Al empezar a ponerse el sol, Bethany miró al horizonte, ansiosa. Escuchó
pasos en el pasillo, por lo que se apresuró a acostarse, fingiendo estar dormida.
Escuchó a alguien detenerse frente a su puerta, pero no se atrevió a abrir los
ojos para ver si era el doctor o Greeves. Luego de un largo momento, quien sea
que al estuviera mirando se alejó. Se quedó quieta, esperando que las pisadas se
alejaran por completo.
Un escalofrío le trepó por la espalda. ¿Y si había imaginado a Justus anoche?
Había estado drogada con el horrible tónico.
No. Sacudió la cabeza. La dura tela de la almohada le lastimó la mejilla. Había
estado bajo los efectos del tónico de Keene varias veces durante estos años y
jamás había alucinado algo tan real, ni siquiera con dosis más grandes que la
cucharada de anoche. Pero el recuerdo de su larga espera la atormentó. ¿Y si
decidía no venir? ¿Y si solo jugaba con ella?
¿Y si…?
—Bethany —el susurro de Justus le llegó como una caricia.
Abrió los ojos de golpe.
—¿Justus? —se levantó y allí estaba él.
Ahora, viéndolo por segunda vez, Bethany notó unos detalles alarmantes que
no había visto la noche anterior. Primero, Justus parecía mucho más pálido de lo
que recordaba. De hecho parecía algo enfermo. Segundo, vestía harapos, la
antítesis de su antiguamente elegante ropa. La cadena del relicario que llevaba
estaba sucia.
Recordó que le había dicho que estaba huyendo constantemente, siendo
cazado por otros vampiros, sin un hogar al que llegar. Él había sufrido tanto como
ella. La diferencia es que el sufrimiento de ella se aliviaría al salir de aquí, mientras
que la situación de él no cambiaría. De hecho quizás se complicaría con ella a
cuestas. ¿Y si lo molestaba?
Por un momento consideró pedirle a Justus que la dejara allí para que
estuviera seguro. Pero tres cosas la detuvieron. Primero, lo que él había dicho de
Cornwall y las Américas sugerían que tenía un plan. Segundo, sabía que si
rechazaba esta oportunidad, lo lamentaría.
Tercero, la potente ansiedad en su mirada le conmovía el corazón.
Que Dios la ayudara. A pesar de su comentario de no saber si lo perdonaría, su
amor por él se negaba morir.
—¿Me sacarás de aquí esta noche? —preguntó, tratando de mantener la
calma.
Él sacudió la cabeza, mostrándole un objeto que parecía un sacacorchos
gigante.
—Me tomará algo de tiempo taladrar el ladrillo para soltar los barrotes, pero
te sacaré antes del fin de semana. Te lo juro.
Ella suspiró aliviada, acercándose a la ventana y cubriendo su mano con la
suya.
—Gracias por venir por mí finalmente.
Él sonrió disimuladamente antes de volver a fruncir el ceño.
—No debiste estar aquí nunca —le acarició la mano suavemente. —Se
suponía que serías mi prometida, y que me esperarías a salvo hasta cumplir la
mayoría de edad y que yo pudiera regresar a tu lado.
—¿Regresar? —ella frunció el ceño. —¿Qué quieres decir?
—De acuerdo con la ley vampírica, está prohibido Transformar menores —dijo
Justus, clavando la punta de su herramienta en la argamasa bajo la piedra en la
que estaban clavados los barrotes. —No lo sabía hasta que le pedí permiso a mi
lord para hacerte mi mujer. Casi se niega, pero entonces decidió permitirme
asegurar nuestro compromiso y hacerme marchar de Rochester hasta que
cumplieras veintiuno. Entonces podría regresar y reclamarte —frunció los labios.
—Eso fue hasta que descubrió que habías revelado mi secreto.
Ella acababa de cumplir veinticinco. La agonía la embargó al imaginarse como
habría sido esperarlo durante cuatro años en lugar de ocho. El haberlo esperado
en la comodidad de su hogar, junto a sus padres. El despertar el día de su
cumpleaños número veintiuno para prepararse para su boda, en lugar de un
desayuno de gachas grises y miseria.
El sonido del metal desgastando piedra la regresó al presente. No era bueno
rumiar lo que no podía cambiarse. Pero qué diferentes habrían sido las cosas de no
haberse caído de su caballo. O si el láudano no la hubiera afectado tanto.
—¿Quién es el Lord Vampiro de Rochester? —preguntó para cambiar el tema.
Justus sacudió la cabeza, sus mechones rojos acariciando sus mejillas.
—Eso no te lo puedo decir hasta que no seas una de nosotros. Ya lo puse en
peligro demasiadas veces.
Bethany se congeló. Cuando era una jovencita, llena de sueños y fantasías,
había estado dispuesta a hacer lo que fuese necesario para estar con el hombre
que amaba, incluso si eso significaba volverse una criatura bebedora de sangre que
jamás podía estar bajo la luz del sol.
Ahora que era mayor y sus sueños estaban hechos trizas, la fría lógica hizo su
aparición. ¿De verdad quería vivir como Justus, una paria, teniendo que
esconderse de los humanos y de otros vampiros más fuertes que ella?
Cerró los ojos, respirando profundo. Pensaría en eso luego. En este momento
su prioridad era huir de Morningside.
—Muy bien —dijo. —No hablaremos más de vampiros. ¿Cómo me bajarás
luego de sacar los barrotes? —Ya había sacado varios centímetros de la base de las
barras.
—Te cargaré —dijo él sencillamente, como si hablara de bajarla de un caballo.
—¿Cargarme? —ella miró por encima del hombro de él y el estómago se le
encogió. Eso debía ser una caída de por lo menos cincuenta metros.
Justus asintió.
—Sí, tengo la fuerza —la miró a los ojos, preocupado. —No te asustes. Jamás
te dejaría caer —él alzó la mano a través de los barrotes y le acarició la mejilla. Ella
se estremeció, pero esta vez no de frío. Los labios de él se curvaron en esa sonrisa
pícara que la había hecho enamorarse años atrás. —Ahora, hablemos de algo que
no sea caer. ¿Has leído algo bueno últimamente?
Bethany no pudo aguantar la risa.
—A pesar de los fervientes intentos del doctor por detenerme, sí. Algunas de
las mujeres del pabellón me trajeron novelas a escondidas —suspiró. —Nada de
Chaucer, lamentablemente, pero adoro las novelas góticas de Allan Winthrop.
Esta vez fue Justus quién rió.
—¿Leíste a Allan Winthrop?
Ella alzó la ceja.
—¿Qué es tan gracioso? ¿Es por los rumores de que en realidad es una
duquesa?
—Oh, si es una duquesa, pero eso no es por… —sacudió la cabeza, taladrando
más piedra. —Tendré que explicarlo más tarde. Yo también leí las novelas de la
duquesa. Es una autora muy talentosa, para alguien tan joven. Leer también me ha
resultado difícil. Uno no puede tener una biblioteca mientras viaja.
Conversaron mientras él trabajaba, intercambiando historias sobre sus
penurias para asegurarse buen material de lectura. Cuando la conversación pasó a
libros que les habían gustado, los años parecieron desvanecerse, y se sintió como
si jamás se hubiesen separado.
Como si adivinara sus pensamientos, Justus detuvo su recuento de Voltaire y
sonrió.
—Esto es lo que he estado buscando todos estos años. Tus gustos y astucia
permanecen intactos —le apartó un mechón de cabello del rostro. —Y te has
puesto todavía más hermosa.
Inclinó la cabeza y Bethany se alzó de puntillas, con el corazón acelerado. ¡Iba
a besarla!
Pero apenas sus labios se tocaron, Justus se apartó. Bethany estuvo por
protestar hasta que escuchó el panel de privacidad de su celda abrirse.
Se volteó para regresar a la cama, pero el Dr. Keene entró de golpe, alzando la
mano.
—Señorita Mead, escuché una noticia preocupante.
Bethany dio un tembloroso paso atrás, sin atreverse a mirar a la ventana.
¿Acaso Keene había visto a Justus?
—¿De qué habla, doctor? —preguntó con voz temblorosa.
—Greeves dijo que te escuchó riéndote y hablando sola con voces extrañas —
dijo el doctor mientras Greeves se deslizaba tras él con gesto malicioso.
El doctor sacó un estetoscopio de su bolso, apoyándolo contra su clavícula.
Mientras escuchaba su corazón, ella se atrevió a mirar de soslayo la ventana. Se
tranquilizó al darse cuenta que Justus se había escondido.
—Tienes el corazón acelerado —el Dr. Keene chasqueó la lengua. —Esto es
alarmante. ¿Imaginabas una voz que te respondía?
Ella negó con la cabeza.
—Solo me sentía sola.
—Pero esa risa era anormal, me dicen. Profunda, como si pretendieras ser
hombre.
Bethany los fulminó con la mirada. Malditos por interrumpirla cuando estaba
tan cerca de la libertad.
—A lo mejor es Greeves quién imagina cosas.
—Yo no soy el loco aquí —escupió Greeves.
Un gruñido emanó de la ventana, pero ambos hombres estaban demasiado
ocupados asumiendo sobre su estado mental. Keene con sus usuales monólogos
pedantes y Greeves con razones menos científicas.
—De todas maneras, es claro que estás nerviosa —terminó el doctor. —No
tengo otra opción más que encerrarte en la habitación silenciosa un rato. Eso
suprimirá lo que sea que te esté sobre estimulando.
—¡No! —exclamó ella. Si la llevaban, Justus no podría sacarla. —¡Por favor no!
Solo necesito descansar.
El Dr. Keene miró a Greeves, quién suspiró teatralmente.
—Es como dijo. Está completamente histérica.
Bethany trató de zafarse, pero Keene y Greeves la sujetaron por los brazos y la
arrastraron fuera de la celda. Por primera vez en años, Bethany chilló y pataleó
todo el camino. Quizás Justus pudiera escuchar hacia dónde la llevaban. O quizás
solo era su corazón que se rompía al serle arrancado su sueño estando tan cerca.
Cuando el Dr. Keene la soltó para abrir el cerrojo de la habitación silenciosa,
Bethany aprovechó para zafarse y echó a correr por el corredor. Si tan solo pudiera
bajar las escaleras y salir por la puerta principal, Justus podría encontrarse con ella
en el jardín y llevársela con su velocidad sobrenatural.
—¡Justus! —gritó, con la esperanza de que la escuchara. —¡Justus!
Al girar en la esquina, se estrelló contra la enfermera Bronson. La enfermera
soltó un grito ahogado al caer las dos al suelo.
Antes de que Bethany pudiese disculparse, la agarraron por los brazos,
arrastrándola a la habitación silenciosa. La enfermera Bronson los siguió, con su
manojo de llaves en las manos y los labios fruncidos.
Bethany luchó, llamando a Justus, pero fue en vano. Mientras la enfermera
abría la puerta, sintió un pinchazo en la oquedad del codo.
—No —susurró, horrorizada. Algunos pacientes recibían inyecciones para
apaciguarlos cuando se alborotaban, pero ella jamás había recibido una. Solo el
tónico.
Una oleada de nauseas la hizo trastabillar al intentar gritar nuevamente. Solo
logró gemir, y para su humillación un chorro de baba le corrió por el mentón.
Greeves le apretó dolorosamente el pecho antes de empujarla a la celda acolchada
y oscura.
Keene la miró con expresión curiosa y lastimera.
—Vendré a verte antes de marcharme. Mientras tanto, debes tratar de
calmarte.
Al cerrare la puerta, escuchó a Greeves preguntarle al doctor.
—¿Qué habrá querido decir al gritar por justicia? ¿Acaso imagina que se le ha
tratado mal? Estas pacientes están muy malcriadas.
Keene suspiró.
—¿Quién sabe lo que pasa por las mentes enfermas? Solo podemos intentar
mantenerlas calmadas y protegerlas de otros y de sí mismas —su voz se perdió en
la distancia luego de trancar la puerta. —Ahora vamos a revisar a las pacientes que
la Señorita Mead alteró con sus gritos.
La oscuridad se apretó contra la visión de Bethany, enrollándola como una
manta de plomo, ominosa y sofocante. Trató de moverse, pero su espalda tocó la
pared. Más pequeña que un armario, la habitación silenciosa era el lugar más
odiado del asilo. Se suponía que calmaba a la gente, pero Bethany solo lograba
sentirse como un animal enjaulado. El corazón se le aceleraba y sentía que no
podía respirar.
Bajo los efectos de la droga que Keene le había inyectado era aún peor. Le
temblaban las piernas y no podía moverse. Y Justus estaba allí afuera.
Otro sonido quejumbroso se le escapó de entre los labios. Si la dejaban
encerrada aquí hasta la partida de Keene, Justus no podría sacarla antes de que
Greeves cumpliera su terrible promesa.
Bethany cerró los ojos al sentir que la habitación giraba. Pero eso solo
intensificó su vértigo. Abrió los ojos de golpe, pero la oscuridad se apretó contra
sus pestañas, adormeciéndola. Sacudió la cabeza, intentando mantenerse
despierta, solo en caso de que Justus lograra abrirse paso al asilo y encontrarla.
Pero fue en vano. La droga la hizo caer en un oscuro vacío de inconsciencia.
Capítulo 18
Justus apretó los dientes con tanta fuerza que la mandíbula le chasqueó
cuando se llevaron a Bethany arrastrada. Deseaba arrancar los barrotes de la celda
y asesinar a todos los que la hacían llorar así. Pero este rescate necesitaba una
medida de discreción. Si atravesaba una ventana siseando y con los colmillos al
descubierto, tendría que preocuparse de más que los vampiros de Manchester.
De pronto tuvo una idea, que le hizo sonreír salvajemente. Mientras no se
presentara como un vampiro, quizás no tendría que ser tan discreto.
Formando miles de planes, Justus bajó de los muros del edificio y regresó
corriendo a la pequeña y destartalada villa donde descansaba de día. Primero
visitó la cripta, recogiendo sus posesiones, escondiendo su cabello rojo bajo un
gorro de lana oscura y su rostro con una bufanda, antes de marcharse sin mirar
atrás. No le tenía afecto a ese escondrijo.
Entonces marchó al hogar del inescrupuloso vicario. El hombre estaba
dormido, pero había dejado la ventana abierta. Justus trepó por ella, entrando
silenciosamente y encontró al vicario profundamente borracho en su cama. Lo
puso inmediatamente en un trance, hundiendo sus colmillos en su cuello y
bebiendo profundamente, sin importarle si el bastardo vivía o moría. Luego de
curar las marcas, salió de la habitación y tomó un viejo trabuco 1 colgado sobre la
chimenea, cargándolo. Solo Dios sabía si funcionaba correctamente, pero le
serviría para su propósito.
Manteniendo los sentidos puestos en los vampiros de Manchester, Justus
regresó rápidamente al asilo, lleno de fuerza por haberse alimentado bien. La
necesitaría para sacar a Bethany de ese lugar maldito.
En lugar de trepar por un costado, Justus se dirigió a la puerta principal. Con
una patada, derrumbó la sólida puerta de roble. El estruendo resonó en los techos
1
El trabuco es un arma de fuego de avancarga, de grueso calibre, con un cañón corto y usualmente acampanado. Es un predecesor
de la escopeta, adaptado para servicio militar y defensivo.
altos. Inmediatamente un escándalo de gritos y pisadas resonó hacia él, pero a
Justus no le importó. Mientras más gente estuviera lejos de Bethany, mejor.
Cuatro enorme tipos aparecieron de pronto, dos de ellos aún en pijamas. Los
seguía un tipo delgado, de abrigo de tweed y cabello canoso, mirando a Justus con
curiosidad. A juzgar por el bolso negro que llevaba, era el doctor. El que había
ordenado que se llevaran a Bethany. El que la había hecho llorar.
Ignorando a los guardias, apuntó al doctor con el trabuco.
—Deténganse, o el buen doctor perderá los sesos.
Los guardias intercambiaron miradas antes de congelarse con expresiones
petulantes. Justus se preguntó a cuantos pacientes habían reducido con su fuerza
bruta, y cuantas veces se lo habían hecho a Bethany. Deseó poder destrozarlos.
Pero ese no era su objetivo. Apuntando al doctor, gruñó.
—¿Dónde está la Señorita Bethany Mead?
—¿Quién eres? —farfulló el doctor.
—¡Eso no importa! —exclamó Justus. —¿Dónde está Bethany?
El doctor tragó saliva.
—En la habitación silenciosa. Tuvo un ataque, hablaba con gente que no
estaba allí, estaba delirando…
—¡Hablaba conmigo, maldito idiota! —le espetó Justus, acercándosele a
grandes pasos. Uno de los guardias trató de interceptarlo, pero Justus lo lanzó
contra la pared de un empujón. —No soy ningún delirio. Ahora sácala de allí y
tráemela o te mataré y a todos los que intenten detenerme.
El doctor alzó los brazos y sacudió la cabeza.
—No tengo la llave.
Justus apoyó el cañón del arma contra la barbilla del doctor.
—Entonces llévame con quién la tiene.
Lentamente subieron las escaleras, y Justus olisqueó el aire en busca de su
amada. El doctor llamó apresuradamente a una de las puertas, mirando
nerviosamente a su alrededor.
—¡Bronson, sal inmediatamente!
La puerta se abrió y una amargada mujer con un cigarrillo apretado entre los
dientes amarillentos apareció. Entonces vio a Justus y su trabuco y quedó
boquiabierta, el cigarrillo humeante cayendo de entre sus fauces. Justus lo pisoteó
antes de que la alfombra agarrara fuego.
—Libera a la Señorita Bethany Mead ahora o el querido doctor y tú morirán.
La mujer asintió, pálida, y aferró un llavero a su costado. Manteniendo un ojo
por encima de su hombro, Justus siguió al doctor y a Bronson por otras escaleras
serpenteantes hacia arriba. Gruñidos, llantos y gritos de locura le llegaban de
todas partes, los sonidos del sufrimiento indecible. El hecho de que Bethany
hubiese tenido que pasar ocho años en este lugar hizo que el corazón de Justus se
retorciera de agonía.
Dos de los cuatro guardias los seguían disimuladamente, pero Justus estaba
preparado para empujarlos escaleras abajo si se atrevían a acercarse. Los gritos y
aullidos de los demás pacientes aumentaron, acompañados de golpes en las
paredes.
El doctor fulminó a Justus con la mirada.
—Molestas a mis pacientes.
—No me importa —escupió Justus.
El rostro del hombre enrojeció.
—No sé qué pretendes con este crimen. Si crees que los padres de la Señorita
Mead pagarán rescate, te equivocas. No han escrito en tres años.
—No quiero su maldito dinero —gruñó Justus, horrorizado de que su familia la
hubiese abandonado así. —Solo a ella —no dijo que mientras menos personas
supieran de la liberación de Bethany, mejor. No dudaba que el incidente no
tardaría en aparecer en los periódicos londinenses. Pero mientras no asumieran
nada sobrenatural, estaría a salvo.
Finalmente Bronson y el doctor giraron en un pasillo en sombras,
deteniéndose frente a una estrecha puerta de roble cerrada con un enorme
cerrojo de hierro.
Las llaves traquetearon al Bronson descorrer el cerrojo con manos
temblorosas. Justus mantuvo el trabuco apuntado al doctor y a Bronson mientras
el doctor abría la puerta para revelar una recámara no más grande que un
armario, cubierta del techo al suelo en un acolchado amarillento. Bethany yacía en
el medio.
—¡Bethany! —exclamó Justus, rezando porque estuviera bien.
—¿Justus? —gruñó ella, dificultosamente.
—Ven —dijo él, apremiante. —¡Marchémonos de este maldito lugar!
Ella se enderezó lentamente, con las pupilas dilatadas y la mirada perdida.
Justus se volteó de golpe hacia el doctor.
—La drogaste.
—Estaba histérica —protestó él.
—Debería matarte —gruñó Justus antes de volverse nuevamente a Bethany.
—Ven —repitió.
Si bajaba el trabuco, no dudaba que los dos idiotas que lo seguían se lanzarían
sobre él. Sería fácil despacharlos, pero era imperativo que estos mortales lo
creyeran humano.
Bethany se aferró a la pared acolchada y trató de ponerse de pie, pero cayó de
rodillas.
—Estoy mareada y las piernas no me funcionan.
—Inténtalo —dijo él, rezando por que tuviera la fuerza.
Centímetro a centímetro, ella se arrastró hacia él mientras Justus se acercaba
lentamente a la puerta para poder vigilar al doctor mientras ella llegaba a él.
Cuando sintió sus delicados dedos aferrarse a su pierna, se arrodilló rápidamente y
la cargó con un brazo. El ángulo era incómodo, pero no pudo evitar soltar una
palabrota al sentirla tan delgada y frágil. ¿Acaso la habían matado de hambre
también?
Escuchó pasos por el pasillo.
—Doctor —dijo una voz irritada a la vuelta de la esquina. —¿Qué diablos
pasa? Ese lugar suena como un… bueno, un manicomio —un tipo delgado con cara
de rata apareció. Los ojos casi se le salen de las cuencas al ver a Justus con su
trabuco y Bethany cargada.
Pero fue la reacción de Bethany lo que le hizo notar al recién llegado.
—Greeves —susurró ella, escondiendo el rostro en su hombro.
—¿Es el que te iba a violar luego de que el doctor se marchara? —exclamó
Justus, apuntándolo con el trabuco. —Lo mataré.
—¡No! —exclamó Bethany, mientras el doctor contenía un grito.
—¿Qué quieres decir con violación? —el doctor miró a Greeves con ojos
entrecerrados.
Justus miró a Greeves, al doctor y luego a Bethany.
—Lo mataría yo misma —susurró Bethany. —Pero entonces nos perseguirían
por homicidas.
Justus suspiró. Ella tenía razón. Pero había una manera de evitar que esto le
sucediera a otra paciente. Capturó la mirada de Greeves y le ordenó.
—Confiésale al doctor lo que le haces a las pacientes cuando no está.
Greeves se encogió como un perro azotado y se lanzó en una temblorosa
confesión de todas sus cochinadas. Las cosas que dijo hicieron que el doctor
contuviera otro grito y que las ganas de Justus de matarlo se inflamaran aún más.
El doctor se recuperó primero.
—¡Te marchas ahora! Estás despedido, sin pago ni referencia.
—Pero Dr. Keene —protestó Greeves. —¿No necesita de mi asistencia con
este tipo apuntándolo?
—No te preocupes por ello —replicó Keene, sonando aburrido. —Ya que no
parece querer matarte en este instante, supongo que estoy a salvo. Las
autoridades estarán tras él pronto, asumo.
Aunque eso era cierto, Justus planeaba haberse ido antes de que el primer
oficial llegara al asilo a tomar la declaración de Keene. Con algo de suerte, estarían
a salvo en Cornwall antes de que el primer periódico imprimiera la noticia.
Pero de todas maneras estaba nervioso y resistió las ganas de arreglarse el
gorro para asegurarse de que ningún cabello rojo se le escapara.
Justo entonces, una aguja filosa se clavó en su cuello. Justus agarró la muñeca
de Keene antes de que el doctor pudiese apretar la jeringa. Sus huesos crujieron,
haciendo que el doctor chillara como un conejo enzarzado.
—No debiste hacer eso —gruñó Justus.
—¿Cómo te moviste tan rápido? —preguntó Keene con un quejido, sujetando
su muñeca rota.
¡Maldición! pensó Justus, mintiendo rápidamente dijo.
—Soy esgrimista.
La mujer llamada Bronson fulminó a Justus con la mirada antes de virarse al
doctor para examinar su mano.
—Estúpido. Ahora tendremos que llamar a un médico además de a la policía.
Justus decidió que era momento de irse.
—Nos marcharemos ahora —dijo, sujetando mejor a Bethany mientras se
dirigía lentamente por el pasillo. Los guardias se apartaron asustados y Greeves
recordó de pronto que acababa de ser despedido y salió corriendo en dirección
contraria.
Aferrado al trabuco, bajó cuidadosamente con Bethany en brazos, tratando de
aparentar ser humano. Uno de los guardias y varios sirvientes acechaban en las
sombras, pero ninguno se atrevió a detenerlo mientras se marchaba con su amada
en brazos.
La puerta chirrió al darle una patada. Luego de cruzarla, Bethany miró la luna y
soltó una risotada.
—¡Libre, libre al fin! Por favor que no sea un sueño.
Él vaciló, besándole la frente.
—No es un sueño. Jamás tendrás que regresar —entonces la llevó al arbusto
donde había escondido su mochila. Guardó el trabuco en ella y se cambió a
Bethany de brazo para cargarse la mochila a la espalda. Entonces la tomó con
ambos brazos, disfrutando la sensación de abrazarla. —Agárrate con fuerza.
Correremos más rápido que la vez pasada.
Ella obedeció, aferrándose a su cuello y rodeándole la cintura con ambas
piernas. Él ahogó un gruñido al sentir su suavidad contra su entrepierna.
Cuando arrancó a correr, ella ahogó un grito. Superaron la distancia en un
borrón, esquivando árboles y rocas. Bethany temblaba de frío, pero no había otra
cosa que hacer. Tenían que abandonar Manchester de inmediato.
Como conjurado por sus pensamientos, escuchó un grito tras él, seguido de
sonidos de persecución a su misma velocidad. Los vampiros de Manchester lo
habían encontrado.
Pero la frontera estaba solo a un par de kilómetros. Si los lograba eludir,
llegarían a Cheshire y estarían fuera de su alcance. Y con algo de suerte no habría
vampiro de Cheshire esperándolos. Con una plegaria silenciosa a cualquier deidad
que velara por las almas malditas como la suya, Justus apretó el paso.
Los vampiros de Manchester se le acercaron, tanto que Justus juraba que
podía sentir su aliento en su nuca.
—¡Tiene un humano! —gritó uno.
—¡Apúrate, antes de que escape!
Jadeando, Justus siguió corriendo, rezando para acelerar. Una rama le azotó el
rostro, dejando una marca ardiente en su mejilla. El camino a Cheshire apareció,
como un faro en la oscuridad. Se enfocó en él.
Cruzó la frontera justo cuando un vampiro de Manchester se preparaba para
abalanzarse sobre él. El vampiro soltó una palabrota. De acuerdo con los espías de
Rochester, el Lord de Cheshire y el de Manchester se odiaban, por lo que sus
hombres tenían prohibido cruzar la frontera. Justus rezó por que siguiera
funcionando a su favor, pero estaba seguro de que los vampiros de Cheshire no le
serían amistosos. Afortunadamente no sintió ninguno cerca.
Con el pecho ardiéndole, no se atrevió a detenerse. Continuó con su paso
castigador, buscando refugio, aunque los vampiros de Manchester no lo seguían
ya. En la distancia espió un montón de rocas.
—Gracias, Dios —susurró. Era una antigua iglesia, quemada en alguna de las
incontables guerras inglesas. Lo que significaba que tendría un sótano o una cripta.
Pasando por la entrada semi-derruida, encontró una escalera enterrada bajo
los escombros en el transepto sur.
—Bethany —susurró. —¿Te puedes tener en pie? Tengo que liberar la
escalera.
Ella murmuró pero no abrió los ojos. La droga seguía adormeciéndola.
La acostó gentilmente en el suelo y se puso a apartar trozos de madera
carbonizada y mármol de la escalera. Cuando estuvo libre, la tomó en brazos y
bajó.
Incluso con su visión sobrenatural, la recámara estaba casi demasiado oscura.
Quizás eso significara que la luz del sol no tenía modo de penetras. Mejor aún, no
percibió el aroma de ningún vampiro, o de ninguna otra criatura.
—¿Justus? —susurró Bethany con un traquetear de dientes. —Hace frío y está
muy oscuro.
Debía ser una oscuridad impenetrable para ella. Enfocando su visión, vio una
losa en lo que parecía una catacumba. Era una cripta, gracias a Dios. Limpió el
polvo de la losa antes de tenderla encima, agradeciendo que no hubiese huesos
esparcidos allí.
Luego de acostarla, sacó una manta de su mochila.
—Gracias —susurró Bethany cuando la arropó.
—Haré una fogata —dijo él, buscando sus cerillas. En la oscuridad pudo ver
algo que esperó fuesen tablas. Podría buscar algunas arriba, pero no quería
dejarla.
Entonces hizo una fogata en la base de las escaleras para que el humo
escapara por ellas. Quizás otros lo olieran, pero lidiaría con ellos luego. Ahora solo
le importaba la comodidad de Bethany.
Cuando vio el lugar iluminado por el fuego, hizo un gesto incómodo al ver las
telarañas y el polvo. Ocho años atrás jamás habría imaginado traer a una
debutante a un sitio así. Pero por su seguridad no tenía opción.
Se volvió para ver a Bethany acurrucada en la manta. Notó entonces sus pies
descalzos. Ella necesitaba zapatos, ropa y comida.
Por primera vez desde que inició su viaje para llevarla a Cornwall, Justus
experimentó algo de duda. ¿Cómo esperaba cuidarla, siendo un bribón, teniendo
que evitar el sol y a otros vampiros?
Capítulo 19
Justus sonrió al abandonar junto a Bethany Casa Halfax más ricos de lo que
habían entrado. Ahora llevaban dos mochilas, una cargada de ropa, y la otra con
libros, un pequeño caldero para cocinar, cuchara, tenedor y otras cosas útiles,
además de suficiente comida para Bethany durante una semana. Incluso había
encontrado un saco de dormir para que ella no tuviera que yacer en una superficie
dura para dormir. Pero más importante, se marchaban con la culminación de su
amor.
Frunció el ceño. No exactamente. Todavía tenían que casarse. Diablos, todavía
tenían que encontrar santuario y un hogar propio. Más apremiante aún, tenían
que encontrar refugio por el día de hoy. Justus habría deseado poder pasar una
noche más en Casa Halfax, pero sería peligroso, además que dificultaría el
asegurarse de que los recuerdos de los sirvientes fueran vagos.
El correr con el peso extra era un poco más difícil, pero Justus se sentía mucho
más fuerte luego de alimentarse de los sirvientes de la casa. Se detuvo al ver unas
fogatas y escuchar música exótica.
Era un campamento Roma. Eso solucionaba su cena, al menos.
Pero justo al dirigirse en esa dirección, una voz le llamó desde un árbol
cercano.
—No tan rápido, Bribón.
Justus se congeló al ver bajar del árbol a un vampiro con los ojos y los cabellos
oscuros de los Roma.
Apretó a Bethany contra sí, echándose para atrás.
—Por favor déjanos pasar. No queremos problemas.
El vampiro ladeó la cabeza.
—¿Y a dónde vas con ese dulce bocadito?
Aunque algo en los ojos del vampiro lo apremiaba a ser honesto, Justus
respondió con una verdad parcial.
—A un lugar donde podamos volvernos ciudadanos y casarnos —no mencionó
su destino.
El vampiro se echó a reír.
—Un viaje ambicioso, para reclamar legitimidad, aunque veo por qué es
necesario —miro a Bethany de soslayo. —¿Y tú sabes con qué clase de hombre
huyes?
Bethany guardó silencio, y Justus agradeció su valor e inteligencia al no
responder lo que obviamente era una pregunta capciosa.
—Puedo ver que lo sabes —dijo el vampiro, aún risueño. Miró a Justus a los
ojos. —Bastante ilegal, pero entiendo que no tienen opción, a menos que desees
convertirla en una bribona también.
Justus asintió educadamente.
—¿Quién eres y qué deseas?
—Soy Luca de los Roma —respondió él con una reverencia burlona. —
También soy un bribón.
Justus se relajó ligeramente. Eso significaba que no sería arrestado, pero aún
estaban en peligro. Algunos bribones atacaban a otros.
—Soy Justus de ninguna parte, y ella es Bethany. No respondiste mi segunda
pregunta.
—Al principio quería asegurar la seguridad de mi tribu y satisfacer mi
curiosidad, la cual aún no está satisfecha —respondió Luca. —Supongo que deseas
alimentarte de alguien en mi campamento.
—Sí, pero claramente están bajo tu protección, así que buscaré aliento en otra
parte —Justus se volvió para marcharse.
—Espera —dijo Luca. —¿Qué tienes para intercambiar?
Justus sacudió la cabeza.
—Muy poco, me temo.
—No estoy de acuerdo —Luca sonrió. —Además de las dos mochilas que
cargan, debes tener una maravillosa historia, estando tan lejos de Rochester junto
a una lunática escapada de camino a Cornwall para casarte con ella.
—¿Cómo…?
Luca se echó a reír.
—Solo hay un bribón vampiro con ese tono de cabello, y solo un lugar donde
uno de nuestra calaña acudiría a buscar refugio. En cuanto a la bonita dama, el
dibujo en el periódico le hace justicia. Les encanta una historia sensacionalista.
Justus sintió malestar al ver lo fácil que había deducido su historia, aunque
Luca pareciera jovial. Parpadeó, escéptico.
—¿Me ofreces alimento a cambio de mi historia?
El vampiro Roma asintió.
—También asilo, pero solo durante un día. El campamento no es lo
suficientemente grande como para sustentar a más de un vampiro por mucho
tiempo.
Justus asintió agradecido, ya que no sabía que tan lejos estaba la siguiente
villa.
—Agradezco tu amabilidad.
Luca se rió.
—Y yo agradezco el entretenimiento. Solo una cosa: los míos no verán con
buenos ojos a una pareja sin casar viajando sin chaperón. Somos gente decente, a
pesar de lo que dicen los gadjos.
Justus suspiró.
—Yo soy un bribón y ella una fugitiva. No podemos pedir una licencia especial
y buscar un vicario.
El vampiro los miró con simpatía.
—Entiendo. Pueden casarse esta noche a la manera de los Roma. No será
reconocido bajo la ley inglesa, pero hará que los míos los acepten, y será algo
hasta que se asienten.
Justus frunció el ceño.
—¿Por qué nos ayudas?
—Los bribones deben ayudarse entre ellos de vez en cuando —Luca le palmeó
el hombro. —Además me encanta burlarme de la ley, tanto vampírica como
mortal.
Con el corazón en la garganta, Justus miró a Bethany. Entendería si se negaba,
pero igual dolería.
Los labios de ella se curvaron en una sonrisa que le recordó al alba.
—¿Una boda gitana? Mi madre se desmayaría.
Luca frunció el ceño.
—Preferimos que nos llamen Roma.
Ella bajó la vista, avergonzada.
—Mis disculpas. Una boda Roma.
—¿Es un si? —preguntó Justus, dejándola en el suelo tentativamente.
Ella asintió.
—¿Quién sabe cuándo volvamos a tener la oportunidad? Solo lamento no
tener un vestido bonito.
Lucas se encogió de hombros.
—Seguro las mujeres del campamento pueden ayudar.
Aunque seguía atento, Justus permitió que Luca los escoltara al campamento,
donde los recibieron con una mezcla de curiosidad y suspicacia. Luca les explicó
que Justus había secuestrado a Bethany para casarse con ella, y antes de que
Justus pudiera protestar, los Roma aplaudieron y sonrieron. Se había olvidado que
el secuestrar a las novias era una costumbre para ellos. Luca siguió explicando,
hablando ahora en el idioma de los Roma, por lo cual Justus no pudo entender.
Sea lo que fuere, pareció calmarlos aún más.
Las mujeres se llevaron a Bethany a una de las caravanas para prepararla para
la ceremonia, mientras que Justus siguió a Luca a la suya.
—¿Saben lo que eres? —preguntó cuándo estuvieron solos, notando las
ventanas cubiertas de la caravana.
Luca sacudió la cabeza.
—Saben que soy diferente pero que tengo prohibido hablar de ello. Nunca me
quedo el tiempo suficiente con una tribu como para que se den cuenta que no
envejezco. Es una buena vida para un bribón vampírico. El resto de nuestra clase
no presta atención a las sociedades nómadas. Pero otros bribones están cegados
por su prejuicio para pensar en ello. Quizás sea lo mejor. Cómo te dije, estas tribus
no pueden sustentar realmente a más de uno de nosotros. Quizás puedas
encontrar tu propia tribu.
Durante sus siglos en Inglaterra, Justus solo había notado a los Roma de
manera periférica. Se sintió avergonzado por su ignorancia. No se le ocurrió buscar
a los Romaní luego de ser exiliado de Rochester.
—De estar solo, lo consideraría, pero Bethany ya tendrá un reto considerable
acostumbrándose a ser vampiro cuando la Transforme. No deseo juntar también la
necesidad de aprender una nueva cultura. Además, ambos deseamos tener una
casa enorme llena de libros algún día.
Luca sonrió.
—Lo entiendo. Es una de las cosas que no me agrada de vivir con los Roma.
Solo conseguimos nuevos libros si encontramos una tribu para intercambiar.
Hablando de ello… —sus ojos brillaron interesados. —Cuéntame tu historia.
Justus suspiró, iniciando su narración, tratando de hablar lo más rápido
posible. Aun así, se retorcía de impaciencia al llegar al final por querer salir a
asegurarse de que Bethany estuviese a salvo.
Luca sacudió la cabeza, impresionado.
—Dios, están en una situación bastante… ¿cómo dicen los gadjo? Peliaguda.
—Ciertamente.
El bribón le palmeó el hombro.
—Espero que lleguen a Cornwall a salvo. Le pediré a los ancianos de la tribu
que los bendigan.
—Gracias —sin duda lo necesitarían.
Cuando salieron de la caravana, Bethany ya los esperaba afuera, vestida con
una voluminosa falda lavanda y una blusa blanca. Tenía el cabello trenzado con
cintas violeta. No tenía ninguna otra joya, a diferencia de las mujeres de la tribu,
pero el amor en sus ojos era adorno suficiente.
La ceremonia fue corta, con uno de los patriarcas de la tribu oficiando con
unas sencillas palabras en Romaní mientras balanceaba un incensario alrededor de
ellos. Cuando la gente a su alrededor estalló en vivas, Justus lo tomó como
confirmación de que estaban casados.
Los hombres lo felicitaron en inglés y en Romaní, deseándole que su novia
fuese fértil. Justus sonrió con algo de amargura. Ella seguro era fértil, pero él no.
Jamás había pensado en hijos antes, pero ahora el hecho de que él y Bethany
jamás tendrían unos propios le dolía ligeramente. Apartó ese pensamiento. Había
sido sumamente afortunado de encontrar a Bethany y estar con ella.
Las mujeres desamarraron la trenza de Bethany y cubrieron su cabeza con una
pañoleta violeta. Al parecer era lo tradicional entre las mujeres casadas, ya que las
jovencitas llevaban el cabello en trenzas. A Justus se le antojó muy atractivo en
Bethany, a pesar de que le disgustaba que tapara su cabello dorado.
Los invitaron a un delicioso festín y una alegre celebración. Justus probó
porciones minúsculas de todos los platos, mientras que Bethany comió con gusto.
Aprovechando la algarabía, Justus se alimentó de uno de los danzantes en una
esquina sombría, curándolo y borrándole la memoria antes de disculparse y unirse
de vuelta a la danza.
Luca les ofreció su caravana para que durmieran durante su día de bodas.
—Hay una cueva a donde voy a refugiarme cuando quiero estar solo —les dijo
con una sonrisa.
—Les deseo suerte en su matrimonio y su viaje. Los veré al anochecer. Puedes
alimentarte una vez más antes de partir.
Entonces se quedaron solos en la caravana. Había un suave lecho y la luz
dorada de un par de lámparas.
—¿Cómo te fue con las mujeres? —preguntó Justus, resistiendo las ganas de
echarla sobre esa cama. En lugar de ello, ambos se sentaron sobre el colchón de
plumas.
Bethany suspiró.
—Me interrogaron por una eternidad sobre mi pureza, asegurándose de que
jamás hubiese estado con otro hombre. Entonces preguntaron si había pagado la
dote a mi padre —se rió. —Se sorprendieron tanto cuando les expliqué que las
cosas se hacían al contrario entre los gadjos. Se calmaron al escuchar que ninguno
de nosotros tenía familia, pero me estregaron con fuerza para quitarme todas las
impurezas. Temí que me arrancaran el pellejo —se frotó los brazos, incómoda.
Justus se echó a reír.
—Yo temí ahogarme con el incienso, y también me hicieron lavarme a
consciencia. Luca dijo que podríamos intentar buscar una tribu con quienes vivir —
al ver su expresión horrorizada, continuó. —Le dije que preferíamos tener una
casa con una enorme biblioteca.
Bethany sonrió, aparentemente aliviada.
—Me alegra que estemos de acuerdo. Ahora, suficiente de nuestra boda
Roma. No tenemos mucho tiempo hasta el amanecer —lo acarició, con los ojos
dilatados de pasión.
—De haber sabido que tendríamos nuestra noche de bodas tan pronto —
empezó Justus en tono culpable, pero Bethany lo acalló con un dedo.
—No digas algo que me lastimará profundamente —dijo ella con una media
sonrisa encantadora. —Anoche fue perfecto. Y hoy también —entonces apartó el
dedo y lo besó.
Y ciertamente fue perfecto. Como si fuera la droga más adictiva, Justus
simplemente no podía tener suficiente de ella. Le acarició la lengua con la suya,
probando el vino que ella había bebido antes.
Lentamente le desamarró la blusa, acariciándole los pechos firmes. Sus
pezones se endurecieron bajo sus pulgares y sus suspiros hicieron ecos de los de él
al inclinarse a besar su cuello, ondulando contra él con ritmo erótico.
Bethany estaba tan ansiosa como él, tratando de quitarle la camisa hasta que
él se la sacó por encima de la cabeza. Lo exploró con ansiosa curiosidad y él se
estremeció bajo sus caricias.
—Me encanta cuando te me montas encima —susurró él, deslizando las
manos bajo sus faldas para sentir más de su piel sedosa.
—Y a mí me encanta acariciarte —ella arqueó sus caderas contra su erección.
—¿Será que podemos…? —dejó la frase sin terminar, mordiéndose el labio
mientras se sonrojaba.
—Oh si —dijo él, besándola. A regañadientes, la apartó de su regazo para
bajarse los pantalones. Cuando alzó la mirada otra vez, tuvo que ahogar un suspiro
al ver que Bethany también se había desnudado.
Devoró su curvilínea figura con los ojos, sus hermosos senos coronados por
sus pezones rosados y su hipnótico ombligo, además del parche de vello dorado
cubriendo su tesoro más preciado.
Justus se arrodilló frente a ella.
—Primero, hay algo que debo hacer.
Lamió y besó su labia reverentemente, aferrándola por las caderas para
equilibrarla. Su excitación sabía al néctar de los dioses, sus gemidos y suspiros una
sinfonía para sus oídos.
Cuando la redujo a gemidos incoherentes, volvió a sentarse y la acomodó en
su regazo. La penetró lentamente, ahogando un suspiro al sentir su intimidad
rodeando su erección.
La música de los Roma seguía sonando afuera, prestando un ritmo primigenio
a sus movimientos. Bethany onduló contra él como una bailarina exótica, mientras
el ritmo de los tambores les incendiaba la sangre. El placer creció, retumbando
como los truenos antes de una tormenta. Justus escondió el rostro en su clavícula
al verse reducido a una masa temblorosa por su clímax.
—Te amo —masculló, sin poder decir nada más. Su adoración por ella se había
convertido en una canción sin fin en su alma.
Cuando al fin regresaron a la realidad, la lujuria de Justus apenas estaba
complacida. Le hizo el amor dos veces más, hasta el amanecer, que no notaron por
las ventanas cubiertas. Entonces la tomó entre sus brazos, yaciendo en la
sorprendente cómoda cama.
Por primera vez desde el inicio de su viaje, Justus no sintió pánico al pensar en
que pasaría al llegar a Cornwall. En lugar de ello, sintió felicidad y esperanza.
Bethany era su esposa finalmente y mientras estuvieran juntos todo iría bien.
Capítulo 23
Justus tomó una bocanada de aire cuando Bethany abrió finalmente la tapa
del baúl. Su rostro, iluminado por la luz de la luna, era lo más hermoso que había
visto.
—Mi intrépida salvadora —dijo, tomándola de la mano. —Te debo la vida,
¿Dónde estamos?
Su sonrisa brillante iluminó su alma.
—Llegamos a Somerset.
Se relajó marginalmente. Al menos estaban lejos de Ridley.
—Solo un condado más que cruzar —salió del baúl, sus músculos adoloridos
por estar encogido tanto tiempo.
Estaba exhausto y hambriento. Sin mencionar adolorido por la quemadura
que le había propinado Ridley. Si no se alimentaba pronto, le quedaría una cicatriz.
Debería estar agradecido por la lenta curación, ya que era lo único que evitaba que
la tela quemada se le pegara de la piel. Tenía que jalársela a cada rato para evitar
que se fusionara. Tendría que quitársela pronto.
—¿Somerset? —no pudo evitar su sorpresa al notar la distancia que habían
recorrido en el destartalado carromato. —Debes haber hecho correr a la mula
todo el día —la bestia ahora yacía en la hierba, masticando plácidamente.
Ella asintió, y él notó la palidez de su rostro, olvidando sus propios dolores.
Solo podía imaginarse como se sentía Bethany luego de llevar a cabo su
intrépido rescate y entonces manejar el carromato todo el día.
—Desearía que pudiéramos seguir corriendo, pero deberíamos buscar refugio
—Justus miró las sombras bajo los ojos de Bethany. —Necesitas descansar.
—¿Yo necesito descansar? —Bethany arqueó una rubia ceja. —¿Qué hay de
ti? No has comido en dos noches y seguro no dormiste bien encadenado, ni
encerrado en el baúl.
Su tono era alarmantemente agudo. Si, ella necesitaba dormir.
Para ser honestos, Justus tampoco había dormido más de dos minutos las
últimas cuarenta y ocho horas. Estaba molido y tan débil como un gatito. Pero no
podía soportar admitirlo.
—Además —continuó Bethany, frotándose el hombro. —Ya encontré refugio
para nosotros, así que no tiene sentido discutir conmigo.
Justus estaba demasiado cansado y hambriento para discutir.
—¿Dónde?
—Encontré una manera de colarnos en una librería que tiene un cómodo
sótano —sonrió. —Estoy hecha toda una criminal.
—¿Una librería? —Justus no podía imaginar un lugar mejor para descansar sus
huesos. La tomó entre sus brazos, ignorando sus propias heridas. —Te amo.
La ayudó a llevar las mochilas, entrando por la puerta principal que Bethany ya
había abierto. Aunque estaba sumamente cansado, el olor de pergamino,
terciopelo y cuero le pareció tan rejuvenecedor como flores primaverales.
Bethany encendió una lámpara y lo llevó a un par de poltronas de terciopelo
borgoña.
—Podemos ir al sótano antes del amanecer. Por ahora siéntate, estás pálido.
Justus se echó a reír al escuchar el tono regañón en su voz.
—Soy pelirrojo, siempre estoy pálido —se quitó la camisa, siseando de dolor al
arrancarse la tela de la quemadura.
—¡Santo Dios! —exclamó Bethany. —¿Qué te hizo?
—Me quemó con un atizador —gruñó Justus, más preocupado por su tono
asustado que por sus quemaduras. —Sádico hijo de puta.
Ella se inclinó a escudriñar las heridas, frunciendo el ceño.
—Tenemos que buscar un doctor.
—¡No! —exclamó él, más fuerte de lo que habría querido. Bethany se encogió
y él la tomó por los hombros con gentileza. —Un doctor se preguntaría por qué
estoy sanando tan rápidamente, sin mencionar que haría preguntas que no
podemos responder. Lo que necesito es cazar. La sangre me curará.
—Aliméntate de mí —lo miró fijamente al apartarse la trenza del delicado
cuello. —Necesitas curarte y recuperar fuerzas antes de salir otra vez. No puedo
luchar contra los vampiros de Somerset sola.
—No deberías tener que luchar contra ellos —gruñó Justus, incapaz de olvidar
el verla en el calabozo de Ridley, con los brazo temblorosos por el peso del
trabuco. —Además, también necesitas descansar y comer.
—Descansé en la posada de Gloucestershire —ella alzó el mentón, dejándole
ver las venas de su cuello. —Y comí mientras manejada el carromato. También
tengo provisiones para tres días.
Justus se lamió los labios, el estómago encogiéndosele al ver su delicioso
cuello. Para evitar abalanzarse sobre ella, se sentó, apretándose los muslos. Eso
resultó ser un error de proporciones épicas, ya que ella lo arrinconó, apoyándose
de los apoyabrazos de la poltrona e inclinándose hacia delante de manera que su
trenza rozara sus mejillas. Su aroma, dulce y femenino, le hizo agua la boca.
—Por favor, Justus —los labios de ella le acariciaron el oído. —Déjame darte lo
que necesitas.
Su control era tan tenue como el de un vampiro recién nacido. Cada fibra de
su ser clamaba por su sangre. Se preguntó si sus ojos estarían brillando y bajó la
mirada para no hipnotizarla.
—No quiero arriesgarme a hacerte daño o tomar demasiado.
—No te preocupes. Confío en ti —ella acercó el cuello a sus labios.
La entereza de Justus se hizo pedazos. Con un gruñido bestial, la sentó en su
regazo y hundió sus colmillos en su cuello.
Ella sabía mejor de lo que él recordaba. Se llenó de pasión y poder con cada
sorbo, embriagándose de su esencia. El gemido bajo de Bethany fue música para
sus oídos, haciéndolo endurecer. Un dulce tormento le recorrió el alma al sentir las
caderas de ella ondular contra él.
Ella se dejó caer débilmente contra su pecho, Justus despertó, apartando sus
colmillos. Cerró apuradamente sus heridas, preocupado por su palidez. Maldición,
había tomado demasiado.
—Bethany —susurró, apretando los dedos contra su cuello en busca del pulso.
¿Era su imaginación o acaso estaba más débil? —¿Estás bien?
Ella se aferró a su hombro, enderezándose lentamente.
—Estoy bien, fue solo un mareo. Algo de agua y una manzana me harán sentir
mejor —lo miró fijamente a los ojos. —¿Tú te sientes mejor?
—Completamente recuperado —admitió él, sintiéndose culpable.
—¿Lo suficiente como para hacerme el amor? —preguntó ella, apretando sus
caderas contra las suyas sugestivamente.
Su erección se endureció más.
—Siempre estoy dispuesto a hacerte el amor —acarició su dorada trenza. —
Eres como una droga —embriagante, eso pensó mientras la besaba, explorando
cada centímetro de sus labios para probar su dulzura.
La besó apasionadamente mientras desabrochaba su vestido,
estremeciéndose de placer al verla agarrar sus botones. Cuando se levantó de su
regazo, él contuvo un gruñido decepcionado hasta ver caer su vestido al suelo. Su
piel parecía tan deliciosa como un durazno, su figura exquisita con solo su chemise
y medias.
—Pareces un ángel hecho de oro y marfil —él le acarició el muslo. —Y rubíes.
Ella arqueó una ceja adorablemente.
—¿Rubíes?
—Estás sonrojada —él se quitó la camisa y se desabrochó el pantalón. —
Veamos si puedo hacerte sonrojar más. Quítate la chemise.
Justo como esperaba, su piel se tornó del mismo tono que los duraznos en
crema mientras sonreía y terminaba de desvestirse. Se le secó la boca al ver sus
pechos erguidos, caderas curvilíneas, y ese triángulo de vello dorado entre sus
piernas.
Bethany ahogó un suspiro.
—¡Tus quemadas! ¡Están casi curadas!
Él bajó la vista. La piel enrojecida y achicharrada se había tornado rosácea, y la
herida se había encogido a la mitad. Pero quedaría una ligera cicatriz.
—Tú me curaste —susurró él, ahogando un suspiro cuando ella se inclinó a
besar su cicatriz. La sensación de su cabello rozando su pecho desnudo lo hizo
enardecer. —Voltéate —dijo con voz ronca.
Ella obedeció y él la tomó por las caderas, jalándola de vuelta a su regazo.
Desde este ángulo, podía sostenerla en sus brazos y acariciarla a la vez. Le acarició
los pechos hasta que sus pezones endurecieron.
Bethany ahogó un suspiro, apoyándose de él, sus muslos abriéndose de tal
manera que se vio tentado a bajar las manos. Un delicioso gemido se le escapó de
entre los labios cuando sus dedos rozaron su intimidad y acariciaron los bordes de
su carne humedecida.
Cuando rozó su duro ramillete de nervios, ella se arqueó, apretando su
curvilíneo trasero contra su erección, llenándolo de lujuria. De todas maneras la
acarició hasta que estuvo completamente húmeda, susurrando su nombre
roncamente.
—Justus, por favor —jadeó Bethany.
Feliz de complacerla, él se acomodó contra su entrada. Ella se sentó
lentamente sobre su erección, haciéndolo morderse los labios al sentir su
estrechez. Todo se sentía nuevo en este ángulo.
La apretó contra su regazo. Con una mano le acarició los pechos mientras la
otra jugueteaba con su clítoris. El efecto fue maravilloso. Bethany dejó caer la
cabeza hacia atrás e hizo girar sus caderas en un ritmo embriagante que lo hizo
perder la cabeza.
Cuando empezó a estremecerse a su alrededor, Justus aceleró el paso de su
empuje, llegando al clímax al mismo tiempo que ella. El placer pareció durar para
siempre, emborronándole la vista.
Finalmente ella colapsó jadeante sobre él.
—¿Te sientes más cerca de mí ahora? —susurró.
Él apretó la mano contra su corazón desbocado.
—No creí que fuera posible, pero sí —se preocupó al verla todavía pálida y por
el hecho de que aún temblaba. Había bebido demasiado.
A regañadientes, la bajó de su regazo para vestirse.
—Debes comer ahora para recuperar fuerzas.
Bethany se echó a reír, colocándose la chemise, aunque una sombra de
incomodidad le cruzó la mirada.
—Estoy bien. Ni siquiera tengo tanta hambre. Preferiría explorar la librería.
—Come primero. Luego leeremos —dijo él severamente, sin gustarle las
sombras oscuras alrededor de sus ojos. ¿Cuándo había dormido por última vez? —
Y entonces nos iremos a dormir temprano.
Bethany suspiró exasperada.
—Bien.
Justus la miró sacar una tarta de carne a medio comer, alarmándose al verla
masticar sin interés. Especialmente al notar los ligeros temblores en sus manos. Al
principio había creído que se debían a su emoción por estar de vuelta en el
mundo, pero ahora empezaba a preocuparle que le pasara algo más.
Capítulo 27
Bethany abrió los ojos de golpe. Se encontró recostada en una lujosa poltrona
junto a una chimenea sin encender en un antiguo solar, decorado con pinturas y
tapices. Antes de poder prestar atención a la belleza del lugar, el corazón se le fue
a la garganta al notar que el vampiro junto a ella no era Justus.
No pudo evitar su sorpresa al ver claramente por primera vez al Lord Vampiro
de Cornwall. Era increíblemente alto y delgado, con el cabello rubio platinado,
como luz de luna mezclado con hilo de oro. Parecía más un hada, más místico y
peligroso que un humano o que el vampiro que realmente era. Llevaba una espada
al cinto, una que ella sabía que podría despedazarla en segundos.
—Ah, eh, buenas noches, mi lord —saludó, deseando tener el coraje para
preguntar dónde estaba Justus.
—Señorita Mead —Lord Deveril se echó hacia atrás y sonrió divertido al ver el
alivio palpable en su expresión al notar a Justus sentado a su derecha. —Lord de
Wynter me ha estado contado como se conocieron, y el desastre subsecuente.
Justus sonrió tensamente, poniéndola nerviosa. No parecía que el proceso de
petición estuviese yendo bien.
—Nada de lo que pasó fue culpa de él —dijo, más alto de lo que quería. ¿Por
qué seguían culpando a Justus por su error?
—Oh, yo creo que si —dijo Lord Deveril. —De no haberte dicho lo que era, no
lo habrías repetido frente a tu pretendiente.
Bethany se encogió. ¿Encerrarían a Justus? ¿Lo ejecutarían?
—Pero —continuó Deveril. —Tengo entendido que nadie tomo en serio tus
palabras. Además, Lord de Wynter ya fue castigado por su crimen, al igual que tú.
Ella se atrevió a sentir esperanza.
—¿Quiere decir que nos permitirá quedarnos, mi lord?
El Lord Vampiro de Cornwall suspiró.
—No estoy seguro aún. El tomar a un vampiro que sirvió bajo otro poderoso
Lord, un vampiro que debió pensar mejor las cosas… no estoy seguro de que sea
un riesgo que desee tomar. Pero exiliarlo sería pasarle el peligro a otro. Y entonces
estás tú. Un humano que se entere de nuestra existencia debe ser Transformado o
ejecutado. Debo hacer algo con los dos —miró largamente las llamas. —Mientras
tanto, ambos se quedarán aquí como mis invitados, bajo estricta vigilancia.
Bethany y Justus intercambiaron miradas. Invitados significaba prisioneros.
—He mandado a preparar una habitación
—¡Ah, allí estás! —una hermosa mujer de cabello negro irrumpió en la
habitación. Parecía más joven que Bethany y llevaba un delantal de pintor cubierto
de pintura. —No me dijiste que teníamos invitados.
Bethany parpadeó confusa al escuchar el acento americano de la mujer y
frunció el ceño al ver como Justus la estudiaba.
Lord Deveril parecía mortificado.
—Lydia… no es un buen momento para presentaciones. ¿Emrys no te dijo que
me esperaras en el estudio?
—No. No lo vi al llegar —Lydia frunció el ceño. —¿Pasa algo, Vincent?
—Demonios —gruñó Deveril.
Justus los sorprendió a todos al echarse a reír.
—¿Cuándo contrajo matrimonio, Deveril?
—Hace tres años —respondió Vincent severamente, aunque el fantasma de
una sonrisa cruzó sus labios al mirar a su esposa. —Me sorprende que no te
enteraras.
—Huía —dijo Justus secamente. —Me he perdido de muchas cosas los últimos
ocho años. Aunque si escuche del escandaloso matrimonio del Lord de Londres —
se enderezó en su silla, de pronto relajado. —¿Vuestro matrimonio fue tan
precariamente legal?
Vincent suspiró.
—¿El matrimonio en sí? No. Pero un incidente durante el cortejo invocó la ira
de los Ancianos —frunció el ceño. —Por lo cual deseo mantener los problemas
alejados de mi territorio.
—¿Problemas? Estamos acostumbrados a eso —Lydia se acomodó en el
apoyabrazos de la silla de su marido y jugueteó con un mechón de los largos
cabellos platinados de su marido. —Ahora, ¿me dirás quiénes son ellos y qué
problemas traen consigo?
Vincent suspiró y señaló a Justus con la cabeza.
—Él es Justus de Wynter, Vizconde de Wynter, antiguo segundo de Rochester,
y ahora un bribón por haber revelado nuestros secretos a un mortal —se volvió a
Bethany con una sonrisa sin humor. —Ella es Bethany Mead, hija del Barón de
Wickshire, y la mortal en cuestión. También es una paciente fugitiva del asilo de
Morningside, aunque de Wynter insiste en que está cuerda.
Lydia miró a Bethany con sus ojos color miel que parecían dorados a la luz de
las velas.
—¿Por qué te encerraron?
—Por decirle a Lord Tench que Lord de Wynter era un vampiro luego de ser
drogada con láudano —el decirlo en voz alta lo hizo sonar más tonto. —Me había
caído del caballo esa mañana.
—¡Oh, vaya! —suspiró Lydia. —¿Y estuviste allí por ocho largos años?
¡Pobrecilla!
Bethany se conmovió al recibir tan sincera simpatía de una extraña. A lo mejor
podría convencer a Lady Deveril de que le pidiera a su marido que los dejara
quedarse. Al mirar a la dulce y joven condesa, se le ocurrió algo. Se volvió al
Conde.
—Disculpe, mi lord, pero ¿vuestra condesa es humana?
Lady Deveril se echó a reír, revelando afilados pero pequeños colmillos.
—No. Solo soy tan joven que todavía no proyecto el mismo poder aterrador
que mi adorado esposo —ella miró a Justus con sus intensos ojos dorados. —¿Por
qué no has Transformado a la Señorita Mead?
Justus alzó las manos.
—De hacerlo sin permiso de un Lord Vampiro, estaría rompiendo la ley, y ella
sería una bribona como yo. Peor aún, ilegítima.
¿Acaso Bethany se imaginaba el sonrojo del Lord de Cornwall?
Lady Deveril tomó a su esposo por el hombro.
—¿Les darás la ciudadanía para que Lord de Wynter pueda Transformarla y
casarse con ella, verdad?
—No me he decidido —dijo Vincent. —Depende de…
Unas rápidas pisadas se escucharon fuera del solar antes de que Emrys
entrara apresuradamente.
—El Lord de Gloucestershire llegó de improvisto. Dice que usted retiene
ilegalmente a sus prisioneros y los demanda de vuelta.
La esperanza de Bethany se hizo trizas, como un diente de león en un
vendaval. El Escudero Ridley los había seguido, después de todo. ¿Acaso Lord
Deveril los entregaría? Ridley los mataría, sin duda.
—¿Sus prisioneros? —Vincent arqueó la ceja, mirando a Justus. —No me
dijiste que habían sido arrestados de camino aquí.
—Solo yo —respondió Justus. —Bethany me rescató del calabozo.
El Conde de Deveril escudriñó a Bethany antes de levantarse de su silla y
dirigirse a su segundo.
—¿Dónde está el Escudero Ridley?
—Afuera en el patio con su tercero —respondió Emrys. —Le dije que volviera
mañana, pero se niega a marcharse hasta que usted vaya a la puerta.
Vincent frunció el ceño.
—Espero que llueva pronto —masculló antes de volverse a Justus y Bethany.
—Síganme.
Dejaron el solar tras Lord y Lady Deveril, solo deteniéndose cuando Lord
Deveril se paró junto a una puerta que daba a un balcón.
—Quédense aquí —le ordenó a Emrys, Bethany y Justus.
El Conde y la Condesa de Deveril salieron al balcón.
—Ridley, muchacho —dijo el Conde. —Me temo que no es un buen momento.
Faltan 3 horas para el amanecer, después de todo. ¿Por qué no regresas mañana
en la noche?
—¡No haré tal cosa! —la petulante voz de Ridley rebotó contra los parapetos.
—Estás escondiendo a mis prisioneros. ¡Exijo que me los devuelvas ahora!
—¿Cuáles prisioneros? —Deveril sonó aburrido.
—Justus de Wynter y una mortal rubia.
Deveril se apoyó flojamente del barandal.
—¿Cuál fue el crimen de Justus de Wynter?
—Era un bribón invadiendo mi territorio.
El Lord de Cornwall se encogió de hombros.
—¿Y la mujer?
El escudero soltó un resoplido exasperado.
—Le disparó a mi tercero.
Deveril arqueó una ceja.
—¿Tu tercero no es quién te acompaña?
Ridley se puso carmesí de la ira.
—¡Ya se curó, pero eso no cambia el hecho de que atacó a uno de los míos!
Deveril miró por encima de su hombro.
—Lord de Wynter, Señorita Mead, vengan acá.
Con las piernas como plomo, Bethany avanzó, aferrando la mano de Justus.
Luego de llegar tan lejos, todo estaba perdido. Ridley y el vampiro al que ella le
había disparado la identificarían enseguida. Algo que seguro el Lord de Cornwall
no apreciaría.
Miró más allá del barandal, viendo por primera vez al Escudero Ridley. Era
exactamente como lo había imaginado. Bajito y escandalosamente vestido, con un
abrigo verde guisante sobre unos pantalones amarillo canario y un bigotito tan
fino que parecía una lombriz.
—¡Esa es la mujerzuela! —rugió el otro vampiro, señalando a Bethany. —¡Me
atacó con un trabuco!
Deveril miró a Bethany con una expresión que no era desaprobatoria, pero
tampoco divertida.
—¿Por qué le disparaste?
—Estaba por abalanzarse sobre mí con los colmillos descubiertos. Tenía que
defenderme —no supo que otra cosa decir.
—Ya veo —Vincent volvió a asomarse. —Así que él mostró sus colmillos a una
mortal y trató de atacarla. Parece que es tu tercero quién violó la ley, lo que me
obligó a Transformarla antes de lo acordado —miró elocuentemente a Bethany
antes de señalar a Justus con la cabeza. —Con respecto a Lord de Wynter, no es
ningún bribón. Es un ciudadano de Cornwall que olvidó su permiso. Así que no
tienes razones para llevarte a mi gente.
Bethany se aferró a Justus, atreviéndose a sentir esperanza. ¿El Lord de
Cornwall los defendía y declaraba suyos?
—Esa muchachita no es una vampiresa —señaló Ridley. —Parece tan humana
como mi desayuno esta mañana.
—Al igual que mi esposa —el Conde rodeó a su pequeña condesa con su largo
brazo, apretándola contra sí. —Es así con los vampiros jóvenes.
—Mientes —le espetó Ridley. —Y eso no cambia el hecho de que esa mujer se
metió en mi casa y robó a mi prisionero.
—Un prisionero al que apresaste sin razón ya que es uno de los míos —replicó
Lord Deveril. —Con respecto a la invasión de la Señorita Mead, que fue en realidad
un valiente rescate, debiste pedirle ayuda a la policía en lugar de revelarle
nuestros secretos.
Los ojos de Ridley parecían a punto de salírsele de las cuencas.
—¡Ella ya lo sabía! ¡El maldito bribón se lo dijo! ¡Y sigue siendo humana!
Deveril bostezó.
—Me aburro de esta conversación, Ridley. Regresa a Gloucestershire y no
vuelvas a molestar a los míos.
El Lord de Gloucestershire y su tercero hicieron amago de abalanzarse contra
la puerta, pero cinco vampiros de Cornwall armados con espadas los detuvieron.
—¿De verdad quieres pelearte conmigo? —ronroneó Deveril.
El bigote del escudero se retorció de ira impotente.
—Los Ancianos se enterarán de esto. Y esta vez no saldrás solo con una multa
—con un último resoplido indignado, el Lord de Gloucestershire se dio la vuelta,
marchándose con la barbilla en alto, como si hubiese sido él el ganador de este
encuentro.
Bethany se dejó caer contra Justus, aliviada. Él la sujetó del hombro, mirando
al Lord de Cornwall.
—Gracias, mi lord.
—Llámame Vincent —dijo Deveril en tono cansado. —Y no lo hice por ti. No le
entregaría nada a este bastardo mojigato e imbécil. Perdería todo el respeto y la
autoridad que tengo sobre mi gente si lo hiciera. No sé a quién sobornó para
volverse Lord Vampiro. Apenas y tiene un siglo.
Bethany le colocó una mano en el antebrazo. —Dijo que éramos ciudadanos.
¿Hablabais en serio?
Él la miró tan severamente que ella apartó la mano de golpe.
—Ridley no me dejó otra opción. Les advierto que mi decisión es meramente
producto de esta contingencia y se mantendrá solo si no me causan más
problemas. Con respecto a la Señorita Mead, debe ser Transformada
inmediatamente, antes de que alguno de los Ancianos descubra la mentira.
—¿Inmediatamente? —chilló ella, sorprendida por lo repentino del cambio.
Así sin más, su humanidad le sería arrancada.
Vincent frunció el ceño.
—Supuse que sabrías lo que se requiere para casarte con Lord de Wynter.
—Oh, si lo sé —explicó ella apresuradamente. —Solo que no creí que sería tan
pronto luego de llegar. Creí que tendría tiempo para prepararme.
Increíblemente, Lady Deveril se echó a reír.
—Oh, dulzura. No te preocupes. Yo tuve menos tiempo que tú y todo salió
bien —miró a su esposo. —¿Me das un momento con ella para calmarla?
Vincent asintió.
—Debo llevar a comer a Lord de Wynter y despertar a mi abogado para pedir
esa licencia especial. Y Señorita Mead parece necesitar una buena comida y un
baño.
Bethany se sonrojó, pensando lo desarreglada que debía verse… sin
mencionar su olor. Justus le besó la frente.
—Regresaré pronto —algo brillaba en su mirada.
Reconoció el miedo y la incertidumbre.
Había malinterpretado sus palabras. Pensaba que ella no quería ser vampiresa
y vivir con él. Fue a consolarlo, pero ya había desaparecido.
Lady Deveril tomó a Bethany del brazo.
—Vamos a darte un baño y que comas. Ya había pedido agua caliente para
bañarme luego de pintar, pero tú la necesitas más que yo.
—Gracias, mi lady —respondió ella con una reverencia.
—Por favor, llámame Lydia —dijo la joven vampiresa. —¿Te puedo llamar
Bethany?
—Por supuesto —Bethany estaba dispuesta a hacer lo que fuera por ponerla
contenta.
Lydia la llevó a una magnifica habitación cubierta de hermosas pinturas de
paisajes y animales. Una cama monstruosa, decorada de azul, dominaba la
recámara. Un peludo gato gris pálido huyó al verlas entrar. Una enorme bañera de
cobre estaba junto a la chimenea, llena de agua humeante. Luego de hundirse en
la deliciosa agua, Bethany miró a Lydia.
—¿Qué quiso decir con que tuvo menos tiempo para prepararse?
—Un asaltante me degolló en un callejón —dijo Lydia mientras frotaba la
espalda de Bethany con un trapo húmedo. —Gracias al cielo que Vincent estaba
allí. Me Transformó de inmediato.
—¡Santo cielo! —Bethany dio un salto.
—Creo que fue mi abuela —comentó Lydia, indiferente, mientras tomaba la
botella de champú. —Siempre hizo todo lo posible por deshacerse de mí.
—¿Por qué? —Sus propios padres habían querido deshacerse de ella, pero
jamás recurrirían al asesinato.
—Mi padre se casó con una plebeya y huyó a las Américas luego de que mi
abuela lo desheredara —una nota de desdén coloreó su voz, unida a algo de
decepción. —Cuando murieron y tuve que regresar a Inglaterra, regresó el antiguo
escándalo. Lady Morley detesta el escándalo. Así que convenció a Lord Deveril de
que me tomara como protegida, creyendo que me mantendría encerrada en
Cornwall. En lugar de ello, él me llevó a Londres para buscarme marido.
Bethany ahogó un grito.
—¿Lord Deveril era tu guardián?
—Para mi decepción, sí —Lydia le entregó el trapo y una barrita de jabón
perfumado, apartando la vista mientras Bethany se tallaba el resto del cuerpo. —
Creo que me enamoré de él apenas lo vi. Y estaba empeñada en hacerlo darse
cuenta de que ya había encontrado mi pareja perfecta, aunque no sabía que él
sentía lo mismo hasta que me Transformó —sonrió, risueña. —Tendré que
contarte toda la historia luego. Ahora hay que prepararte para tu nueva vida como
vampiresa.
—Si —el presente se le vino encima, pesado como una piedra. Se hundió en el
agua antes de tomar el champú. —¿Duele?
Lydia asintió.
—Por un rato, mientras crecen tus colmillos y tu cuerpo cambia. Pero
entonces es maravilloso. Los colores y olores son más vívidos, puedes moverte
como el viento y sanar rápidamente. Vincent me enseñó las bondades de esta
existencia, lo cual es curioso, porque odiaba ser un vampiro antes de conocernos.
A él tampoco le dieron elección al Transformarlo —la mirada se le iluminó al
contarle sobre sus primeras noches como vampiro.
Y mientras Bethany aprendía que esperar de su nueva vida, también aprendió
lo más importante: tendría al hombre que amaba a su lado.
Capítulo 30