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Lyon

ARGUMENTO:
Para Lyon, la variedad es la sal de la vida. Siendo el más joven de los hermanos Satyr, su apetito salvaje
por el placer carnal de Lyon es legendario. Para nada emocionado ante la posibilidad de sentar cabeza
con una mujer, ha viajado diligentemente a París para encontrar a la última de las hijas mitad Fae del
Rey Feydon. Sus hermanos mayores Nicholas y Raine han ubicado y se han casado con las dos medio
hermanas para cuando Lyon a llegado a buscar a su novia.
Juliet Rabelais quedó huérfana al nacer. Bendecida con un don para las artes culinarias y una figura
tentadora, Juliet es deseada por muchos hombres. Pero eso solo ha hecho que sienta que el amor es
doloroso y mortal por lo que jura evitarlo. Sin familia a la que recurrir, Juliet vive a merced de su
malévolo tutor decide utilizarla como su cortesana de lujo. No estando dispuesta en absoluto a participar
en su trama maligna, Juliet ha pasado los últimos tres años con el miedo y la soledad como fiel
compañera.
Cuando su familia perdió su riqueza debido a la plaga de la phylloxera, el cínico Monsieur Valmont se
convirtió en el propietario de una casa de libertinaje. Habiendo notado los "Talentos" de Juliet los ha
hecho trabajar en su ventaja. El miedo le impide a Juliet huir y él usará ese miedo para conseguir la
información que necesita para destruir las viñas Satyr. Conducido por los celos y la demencia, Valmont
se deleita en el sufrimiento de los demás.
Una reunión casual provoca una explosión de la pasión entre Lyon y Juliet uniéndolos en un sendero de
peligro y engaño. Cuando los habitantes de ElseWord y EarthWorld los amenazan con reclamarla, Lyon
y Juliet recurren uno al otro para salvarse. Como el Llamado está cerca, ¿podrá Lyon proveerle a Juliet
la protección necesaria apareándose con ella durante los rituales sagrados de Moonful, u otra voluntad
más fuerte conseguirá separarlos?
Lyon, el esperado tercer libro de la serie Lords of Satyr es bien digno de la espera. Lleno de romance,
intriga y suspenso, Lyon es una lectura emocionante del principio la final. Desenfrenadamente
imaginativo y perversamente erótico, este libro mantendrá a los lectores pasando las páginas
febrilmente... ¡Y con necesidad de una bebida fría cerca! ¡Elizabeth Amber ha hecho un trabajo
fantástico trayendo esta serie a la vida y Lyon es sin una duda uno de los libros más "Atrapantes" del
año!
Prólogo

Cuando una carta en pergamino rociada con un rastro preocupante de magia de ElseWorld llegó a la
propiedad Satyr en EarthWorld la última primavera, Lyon era muy escéptico respecto a su contenido.
Escrita por el Rey Feydon, llamaba a los tres señores Satyr a casarse con su progenie...

Lores de Satyr, hijos de Baco,

Deben saber que estoy tendido moribundo y nada puede hacerse. Como mi tiempo está cerca, el peso de
las indiscreciones pasadas me persigue. Debo hablar de ellas.

Hace diecinueve veranos, procreé hijas sobre tres mujeres humanas de alta alcurnia de EarthWorld.
Sembré a mi semilla mientras estas mujeres dormían, dejando a cada una inconsciente de mi visita
nocturna.

Mis tres hijas han crecido y ahora son vulnerables, deben ser protegidas de fuerzas que intentan
dañarlas. Mi último deseo es que las busquen y las pongan bajo su protección. Pueden encontrarlas
entre la sociedad de Roma, Venecia, y París.

Esa es mi voluntad.

El fallecimiento inminente del Rey Feydon y las noticias de que sus tres hijas mitad humanas, mitad Fae
estaban en peligro envían a los tres apuestos Lores Satyr en busca de las novias FaerieBlend1. Las Fuerzas
que protegen la puerta entre EarthWorld y ElseWorld entran en un reflujo bajo cuando uno de los
hermanos está ausente de la propiedad así que deben partir individualmente. Los hermanos mayores,
Nicholas y Raine ya localizaron a dos de las hermanas y las tienen bajo la protección del muro de poder
de la propiedad. Solo falta la tercera hermana y la búsqueda de Lyon comienza ahora…

1
Nota trad: Blend significa mezclado o combinado. Por lo que la palabra significaría
Mestizas Faerie……. Por lo que preferí dejarla en idioma original.
Capitulo 1

EarthWorld, París, Francia, noviembre, 1823

Lord Lyon Satyr merodeaba por las calles en penumbra de París, cazando.

Respiró profundamente, registrando el aire y encontrándolo plagado de los olores a humo de chimenea,
río frío y húmedo y probable presa femenina. La sangre de sus antepasados bombeaba en él esta noche,
preparando su cuerpo hacia una lujuria carnal que era vital para la supervivencia de su clase.

Porque el Rey Feydon había sembrado sus semillas donde no debía, Lyon se había uncido con una novia
que no había elegido. Una cuyo nombre y cara eran desconocidos para él, pero por quien había tenido que
viajar desde Toscana para hallarla.

De acuerdo con Feydon, sus tres hijas FaerieBlend estaban en alguna clase de peligro inminente y el
tiempo era de la esencia. Nicholas, su hermano mayor, había encontrado la primera de las hijas sobre las
afueras de Roma en cuestión de semanas y se había casado con ella rápidamente. Raine había localizado a
la segunda hija en Venecia y la había traído bajo su protección recientemente.

Ahora a Lyon le habían dejado la tarea de encontrar a la tercera hija aquí en París. Pero mañana sería el
tiempo más que suficiente para cumplir con el deber. Esta noche era para algo totalmente diferente.

Esta —su noche de llegada a París — podría ser su última noche de la libertad y planeaba disfrutarla.

Un grito llamó su atención. Había algún tipo de juerga iniciándose más adelante, encima del puente más
famoso sobre el Río Sena, el Pont Neuf. El "Nuevo puente" era llamado, aunque había visto su
terminación más de dos siglos antes.

Lyon viró en su dirección, abandonando el sector de residencias majestuosas por la acera contigua que
bordeaba el río a lo largo del Quai de Conti. Cuando la luz disminuyó, los libreros vestidos de negro
habían empezado a guardar los libros sin vender en sus cajas. En las profundidades del canal, poco más
allá de ellos, el río se veía color de melaza, cortando una larga franja serpentina por París.

Su hotel lo estaba esperando. Había enviado su bolsa delante y podía estar ahí él mismo dentro de treinta
minutos. Lo cuál representaba que su verga podría ser enterrada profundamente dentro de una
Shimmerskin que podía hacer aparecer dentro de treinta y uno. No dudaba de que sus hermanos se
hubieran abierto paso allí y hecho eso exactamente en su lugar. Era la cosa sabia para hacer. La cosa más
cuidadosa.

Pero a diferencia de sus hermanos, ansiaba la variación en cuanto a escenario y pareja de sus asuntos
amorosos. Y un elemento de riesgo.

Estaba sobre el puente ahora. Los quioscos en forma de semicírculos sobresalían a intervalos de las
barandillas estaban siendo abandonados por los proveedores de vestuario, los perfumeros y vendedores de
abanicos, baratijas, crêpes y fromage. Éstos estaban dando lugar a artistas callejeros, carros de castaña y
una multitud con el espíritu parisino inusualmente alto. Carteristas que buscaban presas y prostitutos
compitiendo por costumbre también habían venido para frotar codos con los finamente vestidos.
Mientras Lyon avanzaba entre todos ellos, mujeres de cada estrato de la sociedad giraban para mirarlo al
pasar, analizando su valía y sopesando las señales exteriores de su destreza sexual con un amplio y bien
entrenado movimiento de ojos femeninos. Más alto y más musculoso que sus hermanos y bendecido con
una cara masculina tan excepcionalmente apuesta que realmente causaba que las mujeres se desmayaran,
estaba acostumbrado a tal atención y apenas la notaba.

Una pareja pasó y la falda de la dama lo rozó, llevando por el aire su perfume femenino natural a sus
ventanas nasales. Lo recibió, cerrando sus ojos brevemente por la eufórica sacudida que proporcionaba.
Se mezclaba con el de esas otras mujeres desconocidas, un revoltijo de pomadas cerosas, muy especiadas
fragancias vendidas en botellas de cristal y almizcle humano. Una combinación embriagadora para un
hombre que ya estaba consumido por la lujuria.

Los susurros alcanzaron sus oídos. Echando un vistazo por encima de su hombre, pudo notar a por lo
menos una media docena de mujeres que se rezagaban en su estela. Y todas le estaban echando el ojo
como si fuera la mejor pieza de carne la tienda del carnicero local.

Consternado, hizo un brusco alto. Su séquito tomó esto como una invitación y se aglomeró. Con fragantes
y graciosos dedos enguantados acariciaron su brazo, su espalda, su pelo.

— Bon soir, monsieur.

— Bienvenue, monsieur.

—Est—ce que je peux vous aider?

Un escalofrío subió por el espacio entre sus omóplatos y hasta su nuca. Nunca había sufrido de una
incapacidad para atraer al sexo opuesto, pero este nivel de la atención manifiesta era inquietantemente
raro. La noción de que algo estaba muy fuera de lugar tiró de él, pero perdió terreno frente a otra cosa que
requería de una mayor consideración. Cualquier magia que turbara París esta noche tendría que esperar su
atención hasta que esta profunda hambre dentro de él estuviera satisfecha.

— Bon soir, mesdames, — les devolvió el saludo, porque hubiera sido ofensivo presumir que la situación
de cualquier mujer francesa desconocida era la de solterona.

Acarició una mejilla, una garganta, un pulso.

Caras cuidadosamente empolvadas devolvieron sus sonrisas y toques. Voces suaves lo sedujeron.
Rellenas, de buena figura con vestidos crujientes y tentadores. Una mano codiciosa rozó su verga—mano
morte. Podía haber sido cualquiera de ellas fingiendo un accidente.

Todo actuaba sobre él como un afrodisíaco que enviaba a la sangre a correr siempre más caliente a través
de su sistema. La tela de sus pantalones y camisa raspó la piel sensibilizada de sus muslos, sus hombros
grandes y ancho pecho.

Necesitaba a una mujer. Ahora.

Con un descenso breve de su cabeza en su dirección, se fijó en una mujer rolliza en un vestido rosa que
permanecía de pie justo fuera del círculo de admiradoras. Lo había estado mirando como todas las otras,
pero más tímidamente. Sus instintos le dijeron que era una mujer que había conocido a hombres. Una que
anhelaba lo que tenía para ofrecer. Una cuyo cuerpo complacería el suyo mejor que el de la mayoría de
las mujeres humanas.

Poco seguro de su invitación, tocó su pecho y levantó sus cejas. En su inclinación de cabeza, destellos de
deleite alegraron sus serenos ojos castaños y transformaron un rostro normal en uno bonito. Con una
palabra brusca o dos, la joven se encargó de separar la multitud y dirigirse hacia él en aprobación tácita de
su llamada.
Aunque el resto de la troupe permaneció atontada al haberse dado cuenta de que había hecho una
selección, se quedaron, reluctantes a aceptarlo. Él se abanicó con sus dedos, la palma hacia ellas,
desplegando un rastro de magia en el aire.

— Allez, —murmuró—. Váyanse.

Como una, se dispersaron inmediatamente para continuar su camino, como si hubieran olvidado por qué
se habían reunido alrededor de él en primer lugar.

Cubrió la sedosa mano de su elegida deslizándola contra su palma endurecida por el trabajo. Ella le sonrío
tímidamente y su verga tembló, sedienta por saborearla. Envolvió un brazo alrededor de ella y apoyó su
cabeza en el hueco de su hombro.

Sus ojos se entrecerraron, él observó el puente, localizando rápidamente un área aislada y llevándola
hacia ella. Fue con él incondicionalmente y luego de algunos pasos dejaron el centro de la multitud para
internarse en las sombras detrás de estatua ecuestre que prescindía el centro del puente. Otras parejas ya
se habían congregado ahí a lo largo de la barandilla con sus cabezas muy juntas. Manos subrepticias se
movían con ahínco bajo ropa y los estímulos encubiertos calentaban el aire. Concentrados en su propia
satisfacción, los residentes actuales no prestaron atención a los nuevos arribos.

— ¿Madame?

La cabeza de Lyon se sacudió en dirección al hablante y vio que era una criada que avanzaba con un paso
nervioso y una expresión feroz. Aparentemente la criada había decidido acercarse para disuadir a su ama
de su estupidez.

Extendió la mano y tocó la mejilla de la niña, calmándola. La expresión preocupada sobre su joven rostro
disminuyó en un instante y regresó al sitio sobre el puente donde la había visto primero, preparada
aguardar a su plácidamente a su empleadora.

Lyon miró hacia abajo y encontró la mirada de la mujer sobre él. Agachó su cabeza para acercarse más.

— Bon soir, Madame.

— Bon soir, — murmuró.

Presionó su espalda contra la base de la estatua —contra palabras grabadas que explicaron que un Rey
Henri IV de bronce era el que montaba majestuosamente encima de ellos— el mismo monarca que había
visto este puente terminado.

— ¿Ici? ¿Aquí?

La atención embelesada de su amante no había dejado su cara ni una vez, pero ahora un gesto incierto
fruncía su frente dirigido a él.

Él tocó la parte oculta de su mandíbula con la punta de dos de sus dedos, levantándola para darle su beso.
Su mano se deslizó en su pelo, su palma tan ancha que abarcaba la parte posterior de su cráneo.

— Nadie verá. No te preocupes, —prometió su voz ronca contra sus labios separados —. Sólo disfruta.

Su cuerpo apretó el suyo contra la piedra arenosa y no obstante le dijo palabras alentadoras en voz muy
baja que calentaron su oreja y la prepararon para lo que estaba por venir. Aquí, tomaría su placer
clandestino de ella bajo el cielo y, después, las estrellas.

Su cuerpo era humano y requeriría cierto tiempo para ajustarse al tamaño y la fuerza del suyos. Incluso
entonces sería incapaz absorber todo de él tan bien como la medio—Fae que vino a encontrar en París.
Algo en los pensamientos que había tenido se agitó en él. Si bien era verdadero que aunque las mujeres en
EarthWorld eran débiles y él unirse con ella sin peligro nada más que una docena de veces aquí en este
hueco. Tendría que ser suficiente.

Con labios gentiles, recorrió el tendón que corría desde su oreja al hueco en la base de su garganta. Sus
manos como garras vagaron más bajo, reuniendo y levantando el delantero de su falda y enagua en
grandes puñados, desnudándola al aire fresco.

Su seno se elevó en una brusca inspiración y sus dedos se aferraron a los músculos cincelados de sus
hombros. Él se apoyó en ella, rodeándose con su cuerpo y su perfume.

Dedos largos y perspicaces se resbalaron bajo su falda —calentando un muslo, luego deslizándose
primero entre ellos y luego vagando incluso más alto para abrirse pasó por entre los vellos suaves y
femeninos. Un gemido estrangulado se le escapó cuando el primero de ello rozó su clítoris. Cuando el
segundo comenzó a frotarla, cerró los ojos con un suspiro.

La acarició una y otra vez, sabiendo todo el tiempo que no era por generosidad que le estaba haciendo
eso. Era para su beneficio. Porque después de esta noche, un recuerdo de su acoplamiento permanecería
con esta mujer, una nueva constante en su maquillaje físico. Aunque limpiaría los detalles concretos de
las horas que pasaran aquí de su mente, una pequeña parte de ella lo anhelaría, no sabiendo por qué o para
quién ella anhelaría siempre en lo sucesivo. Y aunque éste era un daño que era reluctante a darle, la
necesitaba demasiado dolorosamente para dejarla ir. Lo mínimo que podía hacer era asegurarse de que
cualquier impresión que dejara fuera una sumamente agradable.

Ella estaba sin aliento ahora, emitiendo un gemido diminuto cada vez que la acariciaba. Sus brazos se
habían ido relajando, cayendo a los lados de sus caderas contra la piedra. Sus muñecas esbeltas estaban
giradas hacia arriba en una pose de vulnerabilidad, una señal de que se había puesto a su merced.

Su deseo de poseerla era cada vez más alto. El calor se acumulaba en su escroto, apretando sus pelotas en
puños y espesando las nudosas venas azules que cubrían la longitud de su verga. Llevó una de sus manos
a su ingle y le enseñó su forma. Ella gimió contra su cuello.

Su dedo corazón presionaba con urgencia el borde de los húmedos pliegues femeninos que se abrían para
él. Estaba mojada. Lista. Empujó su mano a un lado y encontró los broches de sus pantalones,
soltándolos.

¡Dioses! ¡El alivio no llegaría lo suficientemente pronto!

Repentinamente, un canturrear violó el aire alrededor de ellos, alcanzándolo incluso a través de una
neblina de lujuria y el extraño estrépito circundante. Aspirando bruscamente en busca de su melodioso
objetivo se tambaleó. Su cabeza se alzó y se inclinó para escuchar mejor.

La canción llegó otra vez. Entrecerró los ojos, inclinó su cara en la dirección de la que se había derivado.
El río.

Regresó nuevamente familiar y femenino.

Ninfas. Por el sonido de esas cosas, ellas, también, estaban fuera cazando esta noche. Y habían presentido
su presencia. Amantes voraces, sus cuerpos podrían bien manejar todo lo que tenía para ofrecer. Y eran
también famosas chismosas, un hecho que podía resultar beneficioso para su propósito en venir a París.
Quizás habían oído sobre el paradero de cierta mujer con unas mezclas de sangre tanto de Faerie como
humana en sus venas.

Echó un vistazo a la mujer voluntaria ante él. Sus dedos tersos y experimentados calentaban su verga. Su
cuerpo le instó a poseerla, terminar lo que había apenas empezado. Pero un poco de sentido latente de
compasión lo impelió a dejarla ir. Ahora, antes de que se aparearan y adquiriera un asimiento duradero
sobre ella.

Arrancando con los dientes una maldición, apisonó su necesidad y colocó una palma contra su mejilla
para borrar sus recuerdos. En silencio, le ordenó que se fuera. Trató que ella olvidara su deseo por el acto
que había dejado sin consumar lo mejor que pudo.

Tirando de su mano volvió a ajustar sus pantalones. Durante muchos segundos, sus ojos marrones
solamente parpadearon, sintiéndose herida y desconcertada. Retrocedió y sus faldas cayeron otra vez en
su sitio, cubriendo sus muslos, sus rodillas con hoyuelos y luego sus tobillos.

Su cara colorada era un retrato de la renuencia, pero se enderezó sin embargo y se volteó tal como le
ordenó. Cuando volvió sobre sus pasos hacia su criada que la esperaba, sus ojos lo siguieron. En unas
horas, los detalles de su encuentro se desvanecerían, pero un gran deseo vago por él quedaría con ella por
largo tiempo, de la misma manera que un moretón sobre su corazón.

Olvidándose de ella bajó por los gastados peldaños de piedra del lado norte del Pont Neuf de dos a la vez.
Descendiendo al sendero de ladrillo sobre el nivel del río, viró bajo un amplio arco, pasando a grupos
inofensivos de mendigos que se reunían en los rincones y las grietas de París.

Detrás de él se extendía la mayor parte del a isla llamada Île de la Cité. Por delante de él, en su extremo
oeste el Parc Vert Gallant, una lengua triangular moldeada por centurias de depósitos de sedimentos.
Sobresaliendo en el Sena a sólo unos metros del puente, punteaba la marea la proa de una embarcación.

Caminando en el parque, barrió rápidamente los bancos con sus ojos, pero no vio nada que se moviera.
¿Dónde estaban?

El canturrear lo contactó otra vez, más fuerte y más cautivador esta vez. Recorrió los perímetros del
parque donde la tierra se encontraba con el agua, buscando aún con más entusiasmo.

Allí, los olores frescos naturales de marga y vegetación lo satisfacían, brindándole un respiro bienvenido
de los olores menos agradables de ladrillo y humo en la apresurada ciudad. Las ciudades eran entretenidas
a su propia manera y de vez en cuando, estaba más allá de su razonamiento por qué alguien con los
medios necesarios decidiría habitar un área urbana en lugar de las vastas extensiones de terreno rural que
se extendían fuera de sus fronteras. Algo en su alma lo ataba a la tierra.

Repentinamente, algo lo rodeó. El canturrear había venido del banco de la zona norte del parque otra vez.
Una emoción inesperada lo abrumó, picando su piel, y endureciendo su verga haciéndola aún más grande.

Pero esta vez, el sonido había traído algo nuevo con él. Una fragancia preciada. Entrelazó la llamada,
separar sí de los olores humanos y manchando sí como raro. Era un olor inconfundible. Era de Faerie.
Excitación Faerie.

¿Era posible que hubiera ubicado a la misma mujer que había venido a buscar a París? Midió otra vez la
distancia que quedaba a la orilla norte otra vez, más impaciente por tener una primera vislumbre de las
ninfas del río. Estaba convencido ahora, la tercera hija de ese Rey Feydon estaba entre las otras.

En ese momento no estaba ofendido ante este deber ni era reluctante a conocerla. No le molestaba haberla
encontrado la misma noche de su llegada a París en un mandado demasiado fácilmente consumado. No
molestaba que apareciera inexplicablemente en el mar, en lugar de sobre la tierra.

Una idea y solo una lo embargaba, en unos minutos, en este mismo parque, la haría suya. La razón podía
esperar hasta que su verga hubiera encontrado un refugio en ella.

Sus ojos exploraron el banco. ¿Dónde estaba, maldición?


Algo movía la superficie del río sólo un poco más allá de una parcela de cieno cubierta de hierba debajo
de un árbol de plátano. Una forma flexible surgió de las profundidades, el agua manaba de su pelo oscuro
suavizaba sus hombros y pechos plenos y puntiagudos. Destacándose sobre el reflejo naranja brillante de
la puesta de sol sobre la superficie del Sena, una ninfa se avanzó hacia el terraplén del parque.
Apuntalando sus manos allí, se impulsó hacia arriba y giró para sentarse con su espalda brillando hacia él.

Lyon devoró la distancia entre ellos. Más temprano no había querido encontrarla, pero ahora que lo había
hecho. . .

Se detuvo tras ella, sus calientes sobre el helado promontorio del río. Aletas dorsales opalescentes surgían
de sus omóplatos temblando contra él, de la misma manera que el suave batir de alas de fae.

Su cuerpo era elegante y lleno de curvas, hermoso y misterioso. Su pelo era una bufanda mojada oscura,
envuelto una vez alrededor de su cuello y el resto de su longitud pegándose a sus caderas y regazo. La
propina de su cola quedaba escondida, todavía sumergida en el Sena.

Sus manos tocaron los costados de su cara y capturaron su pelo, frotando con él sus mejillas y
desenrollando toda su longitud hasta que cayó libre sobre su espada, mojando el delantero de sus
pantalones.

Más allá de ella escuchaba a otras dos ninfas siguiendo su camino hacia la tierra, pero hizo caso omiso de
ellas. Ésta era la hija de Feydon. En el momento en que se había acercado a ella, había estado seguro de
eso.

Soltando sus manos bajo sus axilas levantó suavemente su figura goteante para alejarla del río. Cuanto
más rápido la pusiera sobre la tierra, el más rápido se secaría para transformarse para él.

Mirando sobre su hombro, su cabeza se acomodó en ángulo hacia él, pero por lo demás no lo agradeció.

Otras cabezas también habían girado hacia él, se habían volcado hacia el parque desde las escaleras a los
lados del puente y las periferias de las multitudes. Mirones humanos, ya sea asustados o entretenidos,
estiraron sus cuellos y cuchichearon.

— Ustedes no ven nada, — murmuró en su dirección. Remolinos de aire captaron sus palabras y las
llevaron, difundiendo un halo de control mental por toda la atmósfera del parque y más allá.

Uno por uno, los mirones se voltearon y olvidaron qué había capturado su interés en primer lugar. Sin
embargo siempre algún fantasio podía llegar a notarlo. El más perspicaz de ellos todavía podía verlos si
hubiera decidido hacerlo, solamente que ahora estarían más inclinados a no mirar.

Volteando a la ninfa de cara a él, Lyon la fijó contra él con un antebrazo musculoso en su espalda.
Inevitablemente, sostuvo su peso entero, porque sería incapaz de permanecer de pie sola hasta que
ocurriera la transformación que reemplazaría su cola con dos miembros.

Apretó los dientes ante la idea de la espera que tenía por delante. Como una protección contra la
violación, los canales de acoplamiento de las ninfas permanecían cerrados hasta que sus cuerpos
estuvieran suficientemente excitados por sus parejas. Tomaría al menos media hora sobre la tierra antes
que su regazo se dividiera en dos. Solamente entonces estaría libre para montar.

Se retiró para verla, pero ella mantuvo su rostro oculto. Sus brazos estaban tendidos sobre su pecho y
brillaban con la fosforescencia de las criaturas de mar que habitaban solamente las zonas más profundas
del océano. Se desvanecería con su metamorfosis, desapareciendo completamente si permanecía sobre la
tierra. Lo cual, si las cosas funcionaban como esperaba, haría.

La cortina de su pelo caía sobre hombros en un gran enredo como si hubiera peleado con muchos días de
corrientes marinas. La cubría parcialmente como sogas de raso mojado que caían casi hasta sus rodillas.
Contra él, sus helados pechos azules mojaron su camisa en gruesos círculos dobles. Una docena o más
hebras de joyas suntuosas cubrían su cuello. Sus pezones frígidos, se erguían entre los dos, golpeando su
pecho tan duro como dedos.

Habiendo crecido a sus legendarias proporciones acostumbradas, su sufrida verga la empujaba a través de
sus pantalones, más que deseosa por probarla. Se le ocurrió que la boda con esta mitad—Faerie no podría
ser tan mala como había temido.

— Mírame, —gruñó.

Con la suave elegancia que tipificaba a los habitantes del agua, levantó su mirada. Su cabeza se inclinó
hacia atrás cuando tuvo su primera mirada de su rostro, porque estaba marcada con una perlada V con
forma de escamas.

— ¡Doce infiernos! ¿Eres una Nereida?

Inclinó su cabeza.

— ¿Esperabas algo más dócil?

¡¡Maldita sea!! ¿El Rey Feydon lo había ensillado para toda su vida con una Nereida? Una ninfa marina
que era por partes iguales Faerie y —¿demonio?

Sus manos se aferraron a las duras protuberancias de sus bíceps como si temiera que se alejara de ella.

— Soy la hija del rey que estabas buscando, —le aseguró.

— ¿Tu nombre? — se escuchó Lyon preguntar.

— Sibela, mi amor.

Su voz era complaciente, cada palabra suya un canto melodioso de la clase que atraía legiones de machos
a su juicio final.

Tiró de él más cerca y sus labios encontraron su mandíbula, mordisqueando con delicadeza a lo largo de
ella. Luego lamió su mejilla con un firme y amplio movimiento de su lengua excepcionalmente larga.
Había olvidado que a las Nereidas les gustaba saborear a sus hombres.

Escuchó un salpicón y usó esa excusa para retirar su cara de la de ella. Detrás suyo a cierta distancia,
otras dos de su clase se habían apalancado sobre los bancos. Sus ojos codiciosos lo recorrieron mientras
empezaban a secarse con crujientes hojas de arce rojo y oro tan grandes como sus manos, ansiosas de
apurar sus propias metamorfosis.

Los ojos de Sibela se encendieron como nácar rosa, luego verde otra vez y su aleta de cola abofeteó la
tierra a sus pies, sus afiladas puntas golpeando sus botas. Su voz melodiosa era el aullido de una arpía
ahora mientras las regañaba y le advertía, reclamándolo. Las acólitas retrocedieron, pero no se fueron.

Lyon hizo una mueca de dolor, previendo su futuro con esta criatura.

— ¿Qué están haciendo Nereidas en el río? —Preguntó, maldiciendo al Rey Feydon en silencio—. Tu
clase frecuenta el Mediterráneo o incluso los océanos, dejando los ríos normalmente a las Náyades.

— He venido por ti, —susurró toda sonrisa y dulzor otra vez.

— ¿Cómo supiste que vendría a buscarte aquí? —preguntó, receloso.


— Noticias de tu llegada y las razones detrás de ella fueron traídas a mí por las corrientes. Sé qué quieres
de mí esta noche. Y soy voluntaria.

Sus garras le rasgaron la camisa, abriéndola y sacándola por sus hombros. Deseosa.

Su historia era viable. No era ningún secreto que él y sus hermanos habían empezado a buscar a sus
novias últimamente. Y era bien sabido que en los canales navegables de EarthWorld circulaba tal chisme
más rápidamente que en los caminos de la tierra. Manos frescas se deslizaron alrededor de él para
masajear sus glúteos a través de sus pantalones. Su mar —sus ojos verdes se tornaron astutos y
perspicaces cuando hizo rechinar su ingle contra la suya y sintió cuánto la deseaba.

Instintivamente, el se movió a un lado, eludiendo su obertura. Le miró fijamente, horrorizado. Su cuerpo


estaba bien preparado para el apareamiento, así qué ¿Por qué carajo había hecho eso?

Le estaba mirando furiosa ahora, evidentemente sorprendida por la misma cosa.

— Acuéstate conmigo, —lo persuadió.

Sintiendo que todo era equivocado sobre esto, Lyon convocó sin embargo una sonrisa sombría.

— Sí. Por supuesto.

La balanceó en sus brazos y la llevó más lejos en tierra, dejando un rastro de la fosforescencia
transparente en su estela. Ella tocó su mejilla y algo semejante al pánico lo embargó cuando se dio cuenta
de que no sentía ningún nexo especial hacia ella.

¿Dónde estaba la vinculación instantánea que Nicholas y Raine habían sentido hacia las dos primeras
hijas del Rey Feydon nada más conocerlas? ¿Dónde estaba el anhelo de unir su cuerpo a Sibela con
exclusión de todos los otros? ¿Esa clase de deseo impaciente que había presenciado en Nick, solamente
cuando estaba en presencia de Jane? ¿La necesidad intensa y selectiva que incluso su adusto hermano
Raine había sido incapaz esconder cuando Jordan estaba cerca?

Mientras la colocaba sobre una cama blanda de hierbas de caramillo a cierta distancia tierra adentro, la
comprensión de que no sentía nada fuera de la lujuria corriente hacia la mujer en sus brazos lo sacudió.
Pero aún así su cuerpo clamaba por unirse el suyo, y puso el corazón en eso.

Así que se tendió en el suelo al lado de ella, preparándose para montarla allí, en el mismo lugar donde
Jacques de Molay, Gran Maestro de los caballeros Templarios, había sido quemado en la hoguera en las
épocas medievales. Era voluntaria y su cuerpo le daría placer. Más importante, su unión daría inicio a la
protección que un acoplamiento más largo durante Moonful mañana por la noche extendería
enormemente y reforzaría.

Pero estaba seguro ahora que no dejaría su estampilla sobre su corazón. Ninguna mujer alguna vez haría.

Estando tendido con un antebrazo sirviendo de almohada para su cabeza, la empujó de espalda y pasó sus
dedos sobre los huesos de sus costillas y sus caderas, luego más abajo. Cuando su cuerpo se secó, una
hendidura comenzó a formarse a lo largo de su parte inferior, de la ingle a la aleta. Él siguió pasando sus
dedos sobre ella, retirando las gotitas de agua de mar que habían formado un charco en la depresión.

— ¿Cuánto tiempo? —gruñó, mientras su deseo se hacía más caliente.

Ojos de agua de mar que rebosaban de promesa sexual golpearon los suyos.

— Pronto, mi dulce.

¿Dulce? Era obvio por su tono que disfrutaba el hecho de que estuviera sufriendo por la falta de ella.
Su dedo encontró la punta de un pecho luminoso entre la tangibilidad de rubíes, perlas, y otras piedras
menos exóticas que rodeaban su cuello. Enganchar una hebra más barata de entre los collares más
suntuosos, la levantó para estudiarla más de cerca.

— ¿Dónde obtuviste todo esto? —preguntó, señalando con la cabeza hacia el botín.

Lo arrebató de él y lo colocó de regreso cuidadosamente en su sitio.

— De aquí y allí. Mis hallazgos más nuevos fueron de un naufragio. Un sucio naufragio lleno de
españoles muertos que fueron tan amables de dejar un maletero lleno de las gemas a mi disposición.
Estuve más que agradecida por sus obsequios, aunque supuso una dura prueba. — sus ojos eran astutos
cuando deslizó su mano más abajo entre ellos—. Porque sus órganos fláccidos proveyeron poco en
materia de espectáculo.

Él agarró su mano, frustrándolo de encontrarlo.

— ¿Piensas ponerme celoso con tu charla sobre otros hombres?

— No. Por supuesto que no. —se liberó de su restricción y él se lo permitió—. Se solamente que tus
proezas sexuales son legendarias y puedo asegurarte que como una mujer con experiencia, soy tu igual en
tales temas.

Su mano encontró su verga entonces y su voz se tornó íntima.

— Y yo estoy más que hambrienta esta noche de unirme a algo más grande y enérgico que esos blandos
tesoros españoles.

Clavó los dedos de largas uñas a través de sus pantalones, acariciando su eje tumescente.

Siseando interiormente entre dientes, Lyon le dio un apretón de advertencia.

— Si quieres mis "Tesoros" tanto, sugiero que tengas cuidado de no dañarlo para que pueda funcionar
como quieres.

Parecía lista para hablar, pero entonces algo más allá de él captó su mirada. Repentinamente, se irguió
sobre un codo para lanzar una mirada amenazadora por sobre sus hombros. Deslizándose sobre sus
estómagos al otro lado del césped, las otras de su clase los habían seguido y se habían acercado
demasiado para su gusto.

Recordando la ira de Sibela, se detuvieron a cierta distancia peinando su pelo con sus dedos y echándole
el ojo.

Con pericia mecánica, sus dedos continuaron acariciándola, haciendo más profunda la zanja a lo largo de
la cola de Sibela. Pero su mente trabajaba separada de sus manos.

— ¿Cómo es que la tercera hija del Rey Feydon viene desde el río en lugar de la tierra?

— Mis secretos no son tuyos para escucharlos hasta que nos hayamos acercado más, —canturreó
empalagosa otra vez cuando su atención regresó.

Sus dedos huesudos y translúcidos realizaron un trabajo rápido en los sujetadores de sus pantalones.
Liberando rápidamente su verga de la tela que lo había constreñido.

— Cuidado, —le recordó suavemente.

Asintió con la cabeza y lo acarició una vez. Dos veces.


— Pareces lo suficientemente excitado para la tarea que tienes por delante.

Entonces su mano cubrió la suya donde masajeaba la hendidura que se estaba formando directamente a lo
largo del centro de su cola. Esta, qué había sido una forma larga y sólida de cadera a punta estaba
empezando a reformarse en dos miembros distintos. Una separación verdadera ya había comenzado en su
ingle y allí es dónde lo estaba llevando con su mano.

— Esta soy yo, —murmuró—. ¡Me estoy abriendo para ti! ¿Me sientes?

Bajo su tacto combinado, la tierna rendija en su ingle se profundizó. Tomaría un poco de tiempo para que
la separación continuara a lo largo de muslos, rodillas, pantorrillas y tobillos. Y más tiempo todavía para
que se moldeara en pies palmeados abiertos para él. Pero no necesitaba esperar más y no exigiría que él lo
hiciera.

Fortaleciendo sus manos en el césped a los lados, se tumbó sobre ella y reemplazó sus dedos con la
corona de su verga. Flexionó sus caderas, empezando a empujar.

— ¿Estás lista para mí? —su voz fue ronca, temblando de necesidad.

Apoyando sus palmas contra su pecho lo detuvo.

— ¿Comprendes mi precio?

Sus ojos se encontraron y su mandíbula se endureció.

— No puedo hacer otra cosa si eres realmente la hija del Rey Feydon.

Tenía poca elección. La tercer niña fantasia estaba destinada a ser suya por toda la eternidad ya fuera que
lo deseara o no. Era lo que sus hermanos esperaban. Ese era su deber y la protegería tanto a ella como a la
puerta sobre las tierras Satyr que permanecía de pie como la única barrera entre dos mundos distintos.

— ¿Te casarás conmigo a la manera humana? —preguntó, exigiendo un acuerdo más claro—. ¿Me
llevarás a tus tierras donde el Arno circula?

Todo en él —excepto su pija— retorcía ante la idea.

— Sí, —le dijo.

Sonrío despacio. Soltándolo, lanzó sus brazos ampliamente abiertos sobre la hierba para enredarse en el
pelo que se abría en abanico.

— Introdúcete en mí, marido, entonces, —suspiró.

Su punta incursionó más lejos, ensanchando y distorsionando su pequeña brecha. Su flujo lechoso cubrió
su corona y revolvió cada terminal nerviosa que poseía.

— Dioses, sí, —suspiró.

— Lo sé, —canturreó—. Sé que me necesitas, querido. Y soy tuya.

Se retiró y presionó hacia adelante otra vez. Y otra vez, en un baile erótico que ensanchó su entrada lo
más posible y lo condujo más profundamente al mismo tiempo. Él bajó su cabeza, acariciando el pelo a lo
largo de su sien.

—Siiii.

Su canturrear se tornó más fuerte y más armonioso, convirtiéndose en un murmullo vibrante.


— ¡Jódeme, jódeme! —cantó.

Con un empujón enérgico de sus caderas, la traspasó, haciendo un túnel duro y hondo. Envainándose
dentro del núcleo gelatinoso recién moldeado de la mujer con la que se casaría, tembló, recordando cual
era la otra razón por la que siempre había evadido fornicar con Nereidas. Sibela era fría por dentro y por
fuera.

— Bienvenido a casa, — canturreteó en su oreja—. Soy para ti.

Encontrándose a sí perdido para una convincentemente ardiente réplica, la besó en vez. Y para sacarse de
encima su falta de cariño hacia ella continuó bombeando con toda la considerable destreza que había
adquirido durante la década anterior. Agarrando los blandos y maleables globos de su trasero, se conducía
en ella y luego se retiraba, deleitándose en el tacto de sus músculos interiores que lo chupaban. La
sacudió una y otra vez, empezando a perderse en el acto animal.

¡Whap! Su cola golpeó rápidamente hacia arriba para abofetear su trasero y las puntas gemelas de su aleta
perforaron su piel.

— ¡Dioses!

Lyon se sacudió por el dolor y movió su pierna para inmovilizar su cola. Empujando sus dedos
fuertemente en su pelo, la señaló con su nariz.

— Hay algo sobre mí que querrás recordar. Si lo quieres duro. Inícialo y atente a las consecuencias, —
cargó contra ella con enfáticos golpes—. No me ganarás en violencia.

Su canal ondeó, apretándolo de una manera que lo exhortó hacia el orgasmo pero le dejó saber que
pensaba ser quien determinaría cuándo lo conseguiría.

Un quejido ronco y carnal se le escapó, y ella sonrío a sabiendas.

— Con el tiempo te acostumbrarás a mis maneras, —le dijo.

Una parte de él se deleitó en la aspereza franca de ella. Pero algo en él ansiaba la variedad y ella exigiría
siempre que sus relaciones sexuales fueran agresivas. Las Nereidas consideraban al dolor y la agresión
una parte inalienable de este acto. Para ellas, cada acoplamiento era una prueba del mérito de su pareja.
No era su culpa, se recordó. Era quién era.

Así que la jodió, duro y agresivo, tomando lo que necesitaba despiadadamente y dándole lo que quería.
Ella lamió la columna fuerte de su cuello y luego lo mordió allí y él la dejó. Sus collares rasparon su
pecho y sus garras arañaron su espalda rasgando su ropa mientras golpeaba sus oídos con crudas
peticiones.

— ¡Jode! ¡Chócalo! ¡Dámelo!

Para salvar su propia piel más que por otra cosa, torció sus muñecas encima de su cabeza y las aseguró
con una mano. Sujetándola nada más, le dio lo que pedía, enviando ondas expansivas a través de su
cuerpo con cada martillar de sus caderas. Lanzó un gruñido como un animal cuando la fuerza de cada
arado golpeó sus pelotas contra ella. La barba incipiente sobre su mandíbula raspó su garganta y su boca
la contusionó, pero ella solamente suplicó por más.

— ¡Sí! —Gritó—, si…

Gritando y gritando contra su oreja hasta que se preguntó si lo dejaría sordo.


Su núcleo gélido y fangoso se calentó y empezó a tararear la canción sumergida en su pecho,
demostrando que el placer se agudizaba en ella. Sus pelotas se apretaron en respuesta, presagiando el
lanzamiento monumental que venía a menudo al joder con una criatura con sangre de ElseWorld.

Aún así permaneció atento a su entorno todo el tiempo. Aparte de las acciones de su cuerpo, era
consciente del lugar en que estaba parado y usó sus agudos sentidos para filtrar el aire por sonidos o
señales de peligro provenientes de cada ser humano dentro de unos treinta metros.

Encima de él, el Pont Neuf todavía bullía de actividad y la multitud entusiasta golpeaba al otro lado del
puente como una manada de ganado vacuno. El olor acre de humo le dijo que el lampiste estaba
iluminando las lámparas a lo largo del puente. Algunas de las castañas en el carro del vendedor se habían
quemado, un recipiente de cerveza acabó roto a los pies del Rey Henri y otro hombre acabó de derramar
su semilla dentro de la mujer humana de ojos castaños a quien Lyon había abandonado antes.

Entonces, sin advertencia, algo desconocido y...Grato...Lo contactó. Era una nueva fragancia
trascendental a diferencia de ninguna que alguna vez hubiera experimentado. Atravesando el aire, invadió
sus pulmones, su mente. Y trató de dejar su marca en otros órganos que ninguna mujer alguna vez había
tocado. Sobre su misma alma.

Su cabeza se alejó de Sibela bruscamente. Sus cejas se unieron en concentración cuando escudriñó su
cara. Estaba mirando fijamente más allá de él, hacia algo encima de él sobre el puente.

— Tu olor, —jadeó, sin quebrar el ritmo de su bombeo. Sus ojos se movieron rápidamente culpablemente
a los suyos.

— Haz caso omiso de ella, —lo instó, y escuchó el miedo en su voz—. No es nada.

Retorció sus muñecas de su asimiento para agarrarlo y besar su garganta con empalagosa desesperación.

— ¿Hacer caso omiso de quién?

Y entonces, increíblemente —a pesar de las peticiones de Sibela y a pesar del estrépito sobre el puente—
una sola palabra lo alcanzó. Una sola palabra hecha de dos sílabas melodiosas, caídas de los labios
femeninos. Una palabra que en sí no le significaba nada. Pero que cayó sobre sus oídos con el impacto
sutil de una delicada hoja empujada por el viento que se tiende sobre la superficie de una laguna en un
silencioso día de otoño.

Era una palabra simple y callada. Y aún así causó estragos sobre sus sentidos. Se sintió perder el control.
Sintió que sus entrañas se anudaban. Sentía que lo lanzaba a la eyaculación más feroz de su vida. Su
verga se hinchó y se endureció a como una piedra tan persistente como los soportes del puente. Sus
dientes se desnudaron y cada músculo en su cuerpo se agarrotó.

El éxtasis vibró hasta el tuétano de sus huesos, entonces se derramó, más duro que nunca en su vida. Su
esperma salió en tropel de él, espeso y caliente e interminable.

— ¡Dioses! ¡Dioses! —chilló, apenas registrando el hecho de que su pareja también se estaba corriendo.
Era como si estuviera experimentando su orgasmo con alguien aparte de la mujer bajo él.

Su espalda arqueada y mirando hacia arriba, hacia el sitio del puente del que el sonido inesperado y el
olor habían emanado.

Sobre él, una forma oscura miraba de a lo largo de la balaustrada del puente. Tuvo solamente una
vislumbre rápida de una cara femenina pálida y rosada y cubierta dentro de una capucha carmesí, antes de
que se escondiera fuera de la vista.
Capitulo 2
Una brisa crujiente entró flotando del río Sena, coloreando las pálidas mejillas de Mademoiselle
Juliette Rabelais y aflojando zarcillos de su pelo almendrado cuando se detuvo en la entrada del Pont
Neuf. A su lado la joven Fleur se reservaba un comentario en directo sobre todo y todos a quienes
pasaban como tenía todas las mañanas.

Juliette iba rara vez a ese lado del río, pero el Rive Droit —el banco derecho— era la ubicación del Les
Halle, la mercado popularmente conocido como el ombligo de París. Iba a haber un espectáculo teatral en
el Salón en casa esta noche así que había ido de compras para completar sus suministros. Hierbas y otros
ingredientes de cocina que había recogido estaban ahora empacados en las canastas que ella y Fleur
llevaban.

Pero más preciada que los alimentos era la simple hoja andrajosa de papel de fuertemente enrollado y
escondido en su canasta entre higos, cebollinos, menta verde, canela, salvia y nueces moscadas. Le había
pagado Madame Elbe, la herbolaria, un dineral por robarlo y entregarlo hoy y había tenido mucho
cuidado de no dejar que Fleur lo viera. La emoción había burbujeado en ella cuando había echado un
vistazo al papel y encontrado su nombre. Y otro que era familiar para ella también.

— Allez, Fleur, —dijo, instando a su joven compañera a avanzar e indicándole que debía cruzar sola el
puente—. Sigue y diles que ya voy.

— Por supuesto, señorita. ¿Pero estás segura?

Fleur tocó su mano enguantada con preocupación.

Con alguien más, Juliette podría haberse sentido avergonzada de admitir sus propios miedos, pero Fleur
era demasiado bondadosa para juzgarla. Se le hizo un nudo en la garganta ante el cariño que sentía por la
niña y asintió con la cabeza.

— Oui. Vete y prepárate para esta noche.

Fleur sonrió abiertamente, hizo una reverencia y partió. Juliette la siguió con la mirada hasta que la
envolvió la multitud sobre el Pont Neuf.

Generalmente tenía cuidado de no relacionarse con otras chicas, porque la experiencia anterior le había
enseñado que hacerlo solamente causaba tristeza cuando partían o las dejaban ir. Pero Fleur era enérgica
y genuina y era difícil no gustar de ella. Temía que se estaban haciendo amigas rápidamente.

Sus ojos localizaron la casa de ciudad la cual se encontraba en una hilera constante de residencias a lo
largo del Rive Gauche, el banco izquierdo del río sobre la periferia lejana del puente. Era el distrito
menos elegante, pero Monsieur Valmont y sus actividades no habrían sido bienvenidos en el vecindario
más deseable sobre este lado del río. Aunque la casa parecía suficientemente agradable con su yeso gris,
puerta roja y pasamanos de hierro forjados, la repugnancia brotó en ella ante la sola idea de regresar allí.

Un jongleur que hacía malabares con un surtido de pelotas de colores intensos, clavas y anillos sobre el
puente se inclinó al verla pasar dirigiéndole una larga mirada llena de significado. Acostumbrada a tales
miradas de soslayo por parte de los hombres, hizo caso omiso de él. Un grupo de damas finamente
vestidas retiró sus faldas de su camino y murmuraron cuando ellas, también, pasaron. También hizo caso
omiso de ellas. Durante el pasado año, debido a que había regresado a París con M Valmont, ella y las
otras chicas se habían convertido en infames en este vecindario, objetos de curiosidad para algunos y del
desprecio y la sospecha para otros.
Vio la puerta roja abrirse y cerrarse en la línea de casas que bordeaban el Quai di Conti, indicando que
Fleur había llegado sin peligro. También debería ser fácil para ella correr al otro lado del puente también.

Debía haberlo sido. Pero aún así no lo era. Aunque sabía que el puente medía veintiocho metros de ancho
y doscientos setenta y cinco de lago, soportado por doce arcos, cruzarlo sin embargo parecía tan peligroso
para ella como atravesar el río sobre una cuerda floja.

— Muévete. Tienes que irte, —se riñó a sí mismo por lo bajo. Se había quedado allí demasiado tiempo.

Con determinación fijó sus ojos sobre estatua ecuestre del Rey Henri que estaba en el centro del puente.
Alcanzarla significaba que estaba a medio camino a casa.

Ajustó la canasta con más seguridad sobre su antebrazo. Enderezando su espina dorsal, dio un inseguro
paso adelante, luego otro. Y entonces estuvo sobre el puente.

— Un, deux, trois...Quinze, seize. . . — mientras contaba suavemente sus pasos combatía sus miedos
irracionales recorriendo el menú de esa noche en su mente.

...¿Debía añadir los higos a los pasteles otra vez? A Valmont no le habían gustado de esa manera, pero a
Fleur y a Gina sí. Sí, los añadiría...Y debería hacer acordar a Madame Gris que dejara que la salsa de
pera se enfriara antes de empapar las trufas, las cuales debían ser examinadas en busca de putrefacción
y el fromage también...

Con cuidado meticuloso, dirigió su mirada a Henri, sin echar un vistazo ni a derecha ni a izquierda,
porque a ambos lados se abría el agua remolinante del Sena. No estaba excesivamente encariñada con la
naturaleza en general, pero se sentía particularmente aterrorizada por el agua. Un miedo que había
surgido repentinamente hacía tres años, a la edad de dieciséis y que se había puesto cada vez peor en los
años transcurridos desde entonces.

Desafortunadamente para ella, el Pont Neuf era una anomalía en lo que respecta a que había sido
construido sin edificios cubriendo sus costados.

Era el único puente en todo París donde no había nada de ocultara el río de la vista excepto la colección
de vendedores que armaban allí sus puestos temporales vendiendo de todo desde bufandas a tabaco.

Una fleuriste empujaba un carro lleno de coloridas flores, un chef de pâtisserie y un criador des chiens,
que habían tendido sus productos prolijamente a lo largo de las barandillas del puente durante el día,
estaban huyendo ahora con la llegada del anochecer. Artistas — jongleurs, acróbatas, traga fuego y
malabaristas los estaban reemplazando rápidamente y el aire se estaba llenando con el frío vespertino y
los olores de frescas castañas asadas.

Alguna fiesta más bien improvisada se estaba poniendo en marcha y convertía su viaje hacia casa en algo
más peligroso que lo usual. A decir verdad, se dio cuenta que el pont se estaba inflando de un tumulto de
humanidad esta noche. Aunque no sabía por qué.

Un farandole2 enérgico había comenzado y los bailarines habían formado una cadena vinculada,
aproximadamente la mitad tenían las manos unidas y la otra mitad llevaban pañuelos estirados entre ellos.
La línea principal serpenteaba a través de la multitud, aumentando de longitud cuando más participantes
se agregaban. Apretó contra sí más fuertemente la capucha de su capa carmesí y los esquivó, evitándolos.

— Hay algo raro aquí esta noche, —murmuró. Distraídamente, cambió de brazo la pesada canasta, el
conocimiento del secreto que contenía la confortaba.

2
Baile enérgico de origen Provenzal en el que todos los bailarines unen sus manos y
ejecutan varias figuras
Metió su mano libre en el bolsillo de su falda encontrando las hojuelas de avena y corteza de pan que
había allí con la punta de sus dedos. Le habían dicho que ambas eran para prevenir la mala magia. O así
era lo que su madre adoptiva había alegado. La supersticiosa Madame Fouche le había inculcado tales
conocimientos sobre encantamientos a Juliette y ahora nunca salía de casa sin un talismán para la suerte.

Repentinamente, el carro de castaña le cortó el camino forzándola a virar y rodearlo, chocando contra una
dama que lleva a un poodle.

— ¡Excusez—moi, madame!

Ella se dio la vuelta y ni siquiera se molestó en detenerse. Ella tuvo que parar, permanecer enfocada. Si
permitía que su mente vagara podría haber problemas. Distanciándose del júbilo a su alrededor pegó sus
ojos a la estatua.

— Casi allí, casi allí, —canturreteó. Respiraba en bocanadas poco profundas, rápidas, visibles en el crudo
crepúsculo otoñal.

Alguien la empujó, arrojándola camino hacia la balaustrada occidental. Más empujones —más duros esta
vez— la arrojaron de rodillas. Su canasta azotó el suelo, derramando la mitad de su contenido. Rápida
como las lenguas de las ranas, dos juegos de manos salieron disparados y comenzaron a arrebatar
artículos al azar, dejando que otros fueran pisoteados.

El olor familiar y acre de mosto de uva mezclado con algo espantoso le llegó y ella jadeó. Una mirada
rápida detrás de ella le dijo que exactamente era como había temido. A pocos centímetros estaban dos
diablillos, con orejas afiladas, sonrisas demasiado amplias para ser humanas y piel que emitía un brillo
con manchas poco atractivo de violeta y morado.

Fueron ellos. Los niños brillantes. Ese era el apodo que había dado a estas criaturas cuando era niña, pero
no había a visto ninguno de ellos durante tres años. Había empezado a pensar —esperar— que hubieran
sido solo productos de su joven imaginación. Por muchos talismanes que llevara en su bolsillo no la
prevenían contra ellos.

Encantados consigo mismos, los gamberros se rieron tontamente y se arrojaron entre sí los objetos que
habían hurtado como si se tratara de un alegre juego. Uno de sus nuevos juguetes era largo y delgado —
un tubo atado con una cinta. ¡La hoja de papel que le habían pagado para robar le había sido robada a ella
ahora!

— ¡Arrêtez! —levantó sus faldas y arremetió para arrebatárselos. Varias cabezas giraron, pero nadie se
molestó en ayudarla. No había esperado que ellos lo hicieran. Nadie jamás veía a estos seres, excepto ella.

Sonriendo abiertamente, los dos duendes se hicieron con sus beneficios mal habidos, aunque no tenían
idea qué habían hecho. Regresando la mayor parte de los alimentos de regreso en su canasta, Juliette se
puso de pie y se lanzó a perseguirlos. Su luz anormal permitía que pudiera ubicarlos entre la multitud.
Pero cada vez que los perdía de vista, temía que fuera para siempre.

— ¡Esperen! ¡Hagamos un trato! ¡Les daré ostra cosa de mi canasta en vez de eso! —prometió, esperando
que escucharan—. ¡Peras! —¡Non! No querían comida. ¿Qué había usado una vez para sobornarlos?
¡Piensa! ¡Piensa! Ah, ¡sí! Cosas brillantes. Alfileres. Unos brillantes engarzados con ágatas.

Por supuesto no tenía ninguno de ésos consigo ahora y las criaturas etaban perdiéndose de vista.

— ¡Vuelvan!

La cacofonía de los bailarines, los músicos y holgazanes a lo largo del puente aumentó, ahogándola
cuando la corriente de cientos de juerguistas la llevó hacia adelante.
Finalmente la dejaron sobre el final lejano del puente en el Rive Droit, la parte posterior derecha a donde
había empezado su travesía. Frustrada, giró en un círculo que agitó sus faldas. ¡Los había perdido —y su
preciado tubo de pergamino al mismo tiempo que ellos!

A este paso no tendría siquiera el tiempo de añadir los artículos de la canasta al menú de esa noche. Las
exquisiteces culinarias que ya había preparado tendrían que ser suficientes.

¿Qué hacer? En su estado nervioso se le estaba haciendo cada vez más difícil tomar una decisión
coherente. Terminaría sobre estimula aquí en el aire libre, algo muy peligroso si permitía que ocurriera.

Desesperada, se zambulló de regreso en el tumulto, determinada a buscar todo a lo largo del Pont Neuf.
La línea de bailarines se había convertido en una muchedumbre y se precipitó, casi chocando contra ella.
El puente parecía que se vendría abajo bajo el estruendo de las bulliciosas pisadas. ¿Podría soportar tal
abuso? ¿Caería y la arrojaría al río? El miedo confuso la inundó.

Trató de enfocar; cerrarse a las multitudes. Alguien la golpeó y la canasta cayó de sus dedos, cuando fue
arreada a uno de los bastiones semicirculares que se proyectaban hacia fuera del lado noroeste del puente.
Fue doblada sobre la balaustrada y presionada ahí por la oleada de la multitud, casi lanzándola sobre el
jardín seis metros más abajo. Sus pantuflas dejaron el suelo y sus pies quedaron colgando en el aire.

Lanzando su cabeza hacia atrás en un esfuerzo de recuperar el equilibrio, encontró su visión


repentinamente inundada con un río de sangre que se extendía delante hasta donde podía ver. El Sena. La
puesta de sol lo había convertido en una tortuosa cuchillada de un asombroso escarlata. Como si de una
inmensa vena abierta se tratara, bombeaba su agua rubicunda, cortando por el corazón de París.

— ¡Non! —gimió. Encabritándose hacia atrás, trató de recuperar su balance, solo para ser empujada hacia
adelante otra vez tan enérgicamente que el maldito arrojó el aire de sus pulmones y contusionó sus
costillas. Evitando posar su mirada en el río, miró con atención directamente hacia abajo, al
comparativamente plácido Parc Vert Gallant. Algunas parejas salpicaban sus senderos y bancos,
abrazándose para moldear sombras clandestinas bajo el paraguas de follaje de un ocre y cereza propio de
la estación. En ningún lugar vio a los molestos ladrones que habían tomado sus cosas.

Algo se movió en el suelo abajo, llamando su mirada. Una aparición, perdiendo intensidad dentro y fuera
de la vista. Era como algún espejismo más bien erótico que en principio pareció solamente como una
serie de ondulaciones curvas y valles producían un alto relieve.

Entrecerrando sus ojos trató de enfocarlo. Con terrible brusquedad se solidificó en algo real. Quedó
boquiabierta incapaz de creer en lo que estaba viendo.

Directamente abajo en el parque estaba un caballero. Uno que seguramente era tan apuesto y casi tan
descaradamente desnudo como cualquier estatua que hubiera visto en la colección real del Louvre. Estaba
tendido boca abajo en el césped, su trasero y cabello pintado de un rojo dorado brillante a la luz de la
puesta de sol.

Los músculos de sus hombros eran roca tallada, sus brazos resistentes y duros y su peso se apoyaba en
manos fortalecidas donde su sombra oscurecía el césped. Una ligera cinta de color dividía en dos su torso
agrupada como por casualidad en la cintura. Era su camisa, se dio cuenta, que había sido retirada de sus
hombros y había quedado aferrada a sus codos. Sus pantalones colgaban bajos sobre las angostas caderas,
enseñando las prominencias superiores de su trasero que se estaban moviendo en un ritmo contundente y
giratorio.

Mientras miraba, las manos delicadas de una mujer se resbalaron bajo los brazos de su amante y alrededor
de sus costillas para acariciar la curva cóncava de su trasero y sus nalgas elevadas. Su cuerpo era grande,
ocultando cada parte de ella totalmente con la excepción de su largo pelo extendido sobre la hierba como
la cola de un oscuro pavo real.

Por el más breve de los momentos, colocó en ángulo su cabeza en tal forma que su pálida mejilla asomó
bajo él. Entonces su cabeza se movió otra vez y desapareció de la vista.

Los ojos de Juliette se abrieron redondos como platos. ¿Podían realmente estar haciendo lo que parecía
que estaban haciendo? Ahí mismo ¿En público? ¿Y si era así, por qué nadie decía nada? Su mirada
recorrió todo el parque y los lugares cercanos sobre el puente en el que todavía estaba inmovilizada. Y
una comprensión terrorífica la conmovió.

Nadie se oponía porque... ¡Nadie podía verlos! Justo como nadie había visto a los niños brillantes que
habían robado su pergamino y cuya llegada había presagiado esta otra extraña observación. La travesura y
los sucesos espantosos que habían seguido como consecuencia de sus apariciones siempre se habían
presentado intermitentemente en su vida. Por qué solo ella podía ver los cuerpos copulando en el parque.
Porque sin una duda eso era lo que la pareja estaba haciendo. Fornicar, allí a la intemperie como animales
salvajes.

El hombre se movía sensualmente sobre su pareja, meneando y girando sus caderas. Con el ardor de una
sinfonía salaz, la cuchillada de su espina dorsal se arqueaba e inclinaba mientras sus músculos se
tensaban y aflojaban.

Los dientes de Juliette tiraron de su labio inferior y puso una mano sobre el pulso irregular en la base de
su garganta. ¿Cómo sentiría si ella fuera el centro de toda esa energía masculina, esa fuerza bestial y ese
deseo? ¿Ser cubierta y dominada por un hombre tan sorprendido por sus instintos lujuriosos que los había
satisfecho sin prestar ninguna atención a su entorno?

¿Cómo se sentiría ser deseada tan desesperadamente? Solamente podía imaginarlo.

Una vez, había anhelado tales cosas, pero había sido castigada cuando las había buscado. O por lo menos
aquellos que la amaban lo habían sido. E indudablemente habría repercusiones si volvía a actuar sobre la
base de sus impulsos.

Debía apartar la mirada.

Sin embargo ella no podía hacerlo. En vez, siguió mirando y un gran deseo inesperado y prohibido barrió
su cáscara helada como una brisa de verano hacer una infusión de con algún afrodisíaco exótico. Los
pliegues que gating su canal confidencial palpitaron suavemente, insinuando qué podía suministrar ese
hombre si fuera la suya.

Debe apartar la mirada.

En vez, dejó que el deseo la abrumara, disfrutando de su emoción poco familiar. Sus manos enguantadas
se apretaron sobre la barandilla. Debajo de las capas de capa, corpiño y camisola, sus tetillas se apretaron.
Y bajo sus enaguas, en su lugar más privado había un hueco que ansiaba ser llenado.

Con cada fuerte empujón, las mejillas del trasero del hombre se contraían. Los bien definidos músculos
de su espalda, hombros, y brazos se flexionaban y relajaban con una fluida armonía. Mientras miraba, sus
caderas se levantaron ligeramente y su mano se resbaló entre su cuerpo y el que estaba uno bajo él.

Debía apartar la mirada. Debía...

...Pero aún así ella no lo hizo.

Y despacio, muy despacio, un roce le llegó. Tan suave como un susurro, acariciándola y confortándola
tan tiernamente que apenas lo notó como algo separado de su propio cuerpo al principio. Era como si una
mano tibia y cómplice estuviera ahuecándose entre sus muslos, ofreciéndole un remedio para su
necesidad. Al principio hizo caso omiso de la sensación, pensando que era simplemente parte de su poco
fiable imaginación.

Cuando el tacto se hizo más tangible y masculino se movió y pataleó, pensando que alguien en la
multitud la estaba maltratando. Moviendo rápidamente la cabeza de un lado al otro pudo ver que nadie
cercano le estaba prestando especial atención. Sus pantuflas estaban ahora sobre tierra firme otra vez,
pero permanecía apretada contra el pasamano por la prensa de humanidad detrás de ella sobre el puente.

La mano furtiva moldeó su carne desprotegida, su palma se aplanaba contra su entrada femenina y el
tacón de su mano se afianzaba contra su monte de Venus. Todavía soldada a la barandilla permanecía de
pie con los ojos desorbitados y perfectamente inmóviles. Aterrorizada y excitada al mismo tiempo.

Suavemente, la mano la palpó una vez, dos veces —enviando olas del calor a través de su centro. Su
tacón rosó su clítoris mientras avanzaba hacia su estómago, luego descendió nuevamente, esta vez
descendiendo aún más hasta que su dedo medio se adentró en la entrada de su trasero, asustándola esto
mucho más que todo lo que había venido antes.

Perezosamente, se meció de un lado a otro y de un lado a otro...adentro...y...afuera.

Justo cuando pensaba hasta dónde podría conducirla aquel estímulo, este cesó y la mano se replegó sobre
sí misma. Sus dedos acariciaron sus pliegues íntimos cuando se recogió en algo que se parecía a un puño.

En ese mismo momento, las caderas del hombre se retiraron de las de su pareja.

Tragó saliva cuando el puño se alineó contra su raja, sus nudillos presionando hacia arriba y
conduciéndose sobre esa entrada vulnerable de su canal.

¡El hombre en el parque! De algún modo estaba conectada con él. Con lo que estaba haciendo a esa otra
mujer. De vez en cuando había ocurrido especie de transferencia similar a esta cuando era niña, pero
indudablemente ¡nada tan visceral como esto!

Sus dedos se clavaron en la barandilla, deshilachando las puntas de sus guantes. Apenas osaba respirar
cuando el dedo intruso asaltó su puerta, cortejándola insistentemente con su promesa erótica.
Profundamente en su interior, su mismo centro empezó a conmoverse, cubriendo la punta de ese dedo con
su humedad femenina natural a fin de facilitar su camino.

Las multitudes habían disminuido lo suficientemente a su alrededor como para permitirle respirar, pero
apenas notaba que porque no había ninguna posibilidad de partida ahora. Su cuerpo estaba llorando por
esto.

Los músculos de la espalda y el trasero del hombre se rizaron con el esfuerzo de dominarse mientras
acomodaba sus caderas lentamente hacia adelante. . .

Con un suspiro húmedo, los labios inferiores de Juliette sucumbieron, dividiéndose para él.

Sus ojos se cerraron y mordió sus labios fuertemente para evitar gritar cuando se sintió la intrusión de la
presión masculina. Sus brazos dolían por la tensión y la arenilla del pasamano de piedra rasguñó la piel
blanda de sus muñecas donde manga y guante se habían separado. Era como si se estuviera quemando. Y
todavía ese puño caliente presionaba contra ella, introduciéndose lánguidamente.

La necesidad crecía en remolinos vertiginosos, más y más alto hasta que la carne más íntima escondida en
las profundidades de su canal lloró por la falta de su duro calor. La sensación que se instalaba cada vez
más profundamente en ella era totalmente extraña y perversamente deliciosa. ¡Así que así era como se
sentía tener el miembro de un hombre introduciéndose dentro del propio cuerpo!
En ese momento no se preocupaba por nada más—solo por recibir más de él. Sentía que moriría sino lo
conseguía.

Como si reaccionara frente a su necesidad, el hombre corcoveó sobre la mujer bajo él, tan duro que fue
empujada algunos centímetros sobre el césped. Se formaron hoyuelos en los costados de sus nalgas
mientras los músculos lo conducían hasta el fondo.

El calor atravesó a Juliette al mismo preciso momento, excavando más lejos dentro de ella de lo que
podía haber imaginado que su cuerpo podría aceptar. Embistiendo la puerta de su útero. El impacto la
levantó sobre los dedos de sus pies. Cubrió su boca, estrangulando un grito en la palma de su mano.
Abajo en el parque, las musculosas y elegantes piernas del semental se relajaron y se tensaron,
relajándose, tensándose. Una y otra y otra vez.

Se convirtió en su marioneta, bailando con la melodía de su rítmico bombeo. No era solo su imaginación.
Su cuerpo se estaba rindiendo físicamente –abriéndose cuando empujaba hacia adelante y dejándose ir
cuando se retiraba. A merced de la sensación, no tenía ningún deseo de marcharse de allí.

Sus muslos temblaron. Los tejidos de su centro estaban mojados, hinchados e invadidos por el hombre
que jodía a otra mujer allí abajo en el parque. Casí podía oler su almizcle de macho y sentir su fresca
respiración sobre su mejilla.

En algún lugar detrás de ella, la cadena de bailarines había vuelto sobre sus pasos, volviendo sobre su
camino para unirse nuevamente a las multitudes. A su derecha, un hombre de negocios estaba contando
una historia sobre bueyes y sus compañeros estaban ululando de risa. A su izquierda un músico estaba
afinando y dos damas estaban comprometidas en una discusión sobre un caballero a quien tanto
admiraban.

Aún a través de todo eso podía escuchar los sonidos del apareamiento febril —los murmullos de
terciopelo y los duros gruñidos del hombre y los quejidos y las demandas de la mujer. Sus palabras —
palabras solo para la mujer que acariciaban— eran ásperas y carnales. Palabras que ningún hombre decía
a una dama. Palabras que la instaban al clímax. Hicieron cosquillas a la oreja de Juliette y la hicieron
extender la mano desesperadamente para...Algo.

La sensación se reunía dentro de ella menos rápidamente de lo que había imaginado que podría, como el
lento ajustar de un tornillo que enviaba una ola de calor a través de ella cada vez que giraba. Era al mismo
tiempo horrible y estimulante y tenía miedo y a la vez quería lo que tanto prometía. Otras chicas en
Valmont's le habían descrito esto —este ahorcamiento sobre el precipicio del éxtasis. Pero hasta ahora, no
había comprendido realmente.

Era como si toda su sangre se congregara allí, esperando insatisfecha. Una lágrima solitaria cayó,
deslizándose por su mejilla. Sus dedos se pusieron blancos apretándose entre sus pechos, aferrando la
lana carmesí de su capa mientras se doblaba contra la barandilla, su cuerpo entero fuertemente
tensionado. Estaba a una mera exhalación de su primer orgasmo.

Entonces un grito áspero y angustiado escindió el aire y el hombre en el parque llegó al clímax. Un
gemido simultáneo y femenino de su pareja se hizo eco del suyo.

¡Oh, dios!

La ávida ola rompió en Juliette repentinamente desde el interior y la sangre estalló de regreso a través de
su sistema. Lanzándose a través de cada vena y arteria, acelerando hacia su tempestuosa meta. A gran
altura entre sus piernas, el rosado corazón que brillaba escondido en su interior se abrió en un grito
silencioso y apasionado.
Con un grito amortiguado se corrió. Los espasmos la golpeaban uno sobre el otro, apenas dándole tiempo
para respirar. Su boca inferior tragó, jadeó y se ahogó en un ritmo extático y cremoso. Su mano sintió un
hormigueo bajo y ahuecó sus senos a través de su vestido, tratando de aferrarse al éxtasis y esperando que
nadie la viera.

¡Esto! Esto era lo que había anhelado.

Olvidarse de las razones por las que se había privado de esto a sí misma durante tanto tiempo. Olvidarse
de la culpa y el dolor de la pérdida que la habían llevado por un sendero de celibato durante los tres años
anteriores.

El presionar de cuerpos detrás de ella disminuyó intermitentemente, pero era incapaz aprovechar
cualquier resquicio. Estaba congelada en su lugar, sin poder escapar, sus muslos interiores soldados entre
sí, como si su furioso clímax los atara uno contra el otro.

Debajo de ella la cara de la mujer permanecía escondida y anónima, pero ahora el hombre se había
movido y sus piernas podían verse entre las suyas repantigadas. Juliette se dio cuenta que había algo
anormal sobre el cuerpo de la mujer. Observó que sus piernas se curvaban hacia arriba entre las suyas de
forma rara, doblándose hacia el frente por las rodillas en dirección contraria a lo que normalmente lo
hacían.

Sus piernas ¡estaban unidas! ¡Y terminaban en una esbelta cola que se rizaba alrededor de las pantorrillas
del hombre! ¡No! ¡No mira! Cerró sus ojos, teniendo lo que podría ocurrir si permitía que su imaginación
la sorprendiera.

Pero era demasiado tarde.

Horrorizada, Juliette abofeteó ambas manos sobre sus muslos, agarrando sus músculos largos a través de
sus faldas. La carne entre ellos, de ingle a rodilla, había empezado a hormiguear y ablandarse.
Rehaciéndose. Un miembro había empezado a besar al otro, anhelando participar en la imitación de la
criatura que se encontraba bajo ese hombre.

Presionando sus palmas juntas en una postura de oración, las calzó entre sus muslos y por su por su
movimiento hizo ondear la tela de sus faldas. Cavó, se zangoloteó y golpeó. Pero a pesar de sus esfuerzos,
la costura interior se estaba tornado gelatinosa. Se fusionaban.

Sus piernas se doblaron, negándose a sostenerla. Rápidamente, enganchó ambos brazos alrededor del
pasamano, aferrándolo con toda su fuerza.

¡Se estaba transformando! ¡Habían pasado tres años desde que algo así había ocurrido por última vez!
Había supuesto que había sido más grande que la habilidad. La maldición, como su madre adoptiva la
había llamado. ¡Oh! ¿Por qué se había aventurado a salir hoy? ¿Por qué se había quedado fuera tan tarde?
¿Por qué se había permitido comerse con los ojos a esta pareja durante tanto tiempo?

El hombre en el parque se movió otra vez, revelando repentinamente el rostro de la mujer bajo él. Un par
de ojos femeninos de la misma forma exacta y verde marino que los suyos se encontraron con su mirada.
Las manos de la mujer estaban heladas sobre el hueco inclinado de la espalda de su amante cuando sus
miradas asustadas se enredaron.

El reconocimiento deslizó un escalofrío por la espina dorsal de Juliette. Su garganta se movió por sí
misma y una sola palabra escapó de ella.

— ¿Elise?

Su susurro casi silencioso era algo que ningún ser humano podía haber escuchado en medio del alboroto
sobre el puente. Pero incluso mientras las sílabas todavía rondaban sus labios, el gigante masculino se
estremeció bajo su impacto. Levantándose sobre sus brazos, arqueó su espalda girando su cara hacia
arriba.

En su sombra la mujer todavía la miraba consternada. Pero Juliette solamente veía al hombre ahora.

Bañado por la luz de la luna, era un apuesto dios pagano. Ojos de color ámbar tan brillantes como las
joyas que podían haber adornado la corona de Creso eran retratados por el pálido brillo blanco azulado de
la piel de la mujer bajo él. Su mandíbula era cuadrada, su nariz aguileña y su garganta era gruesa y fuerte
con una distintiva manzana de Adán. Enmarcando su cara, su pelo era un halo despeinado y dorado,
bañado por la luz de la luna y húmedo en las sienes por el esfuerzo realizado.

Su mirada se estrechaba sobre Juliette como si estuviera tratando de distinguir sus facciones. Jadeó
replegándose y golpeó su espalda contra el hombro de alguien.

En cuanto el contacto ocular fue roto, se liberó del hechizo del desconocido rápidamente y su cuerpo
empezó a tratar de corregirse. Inundada por el mareo y sintiéndose como una muñeca de trapo bien
amada, dejó caer su cabeza sobre su antebrazo a lo largo del pasamano. Tomó grandes bocanadas de aire,
llenando sus pulmones y tratando de recuperar un sentido de la normalidad. En los últimos momentos,
casi se había olvidado de respirar. No era asombroso hubiera estado mareada. Y probable alucinando.

— Madame, ¿te sientes mal? — preguntó alguien desde cerca.

— ¿Qu—quét?

Levantó su cabeza para mirar fijamente la mano del caballero sobre su brazo sin comprender y luego la
siguió hasta la cara de un hombre de edad y barbudo con ojos preocupados. Sintiéndose aliviada se aferró
a la propuesta de ayuda, asiendo su manga en un agarre de muerte.

— Oui, me he torcido un tobillo, monsieur. —Tuvo que gritar para ser escuchada encima del estrépito—.
¿Puede ayudarme a llegar a mi destino— la casa de allí?

— ¡Certainment! — su salvador colocó su brazo bajo el suyo, dándole una palmadita reconfortante, luego
tomó la canasta que empujó hacia él con su pie.

Sus piernas se estremecieron como pasta mojada mientras se separaba de la barandilla y lo agarraba con
ambas manos. Se movieron despacio al principio mientras trataba de liberarse de cualquier
transformación adicional. Forzando a su mente a alejarse del lugar y lo que acababa de presenciar
comenzó a contar sus pasos para asegurarse y recorrió los hechos rutinarios a través de su mente uno tras
otro tratando de alejarse de los recuerdos de la bahía.

Pasaron al Rey Henri e informó a su compañero de cada hecho que había aprendido sobre la estatua
durante el pasado año. Que había sido fabricado del bronce obtenido por el derretimiento de otras dos
efigies del ex gobernante de Francia, Napoléon. Esos documentos oficiales habían sido ocultados dentro
de la base de la estatua. El hombre debía haber pensado seguramente que ella era algo rara, pero
solamente sonrío y asintió con la cabeza, probablemente incapaz captar cada palabra de todos modos.
Cuando su equilibrio regresó, sus piernas se fortalecieron. Se volvieron robustas y confiables bajo ella
mientras la llevaban del puente y hacia la normalidad.

Tenía que regresar a casa. Una vez dentro, los extraños cambios en ella darían marcha atrás más
rápidamente. La transformación era solamente posible de mantener bajo cielo abierto. Era por eso que
precisamente prefería pasar su vida adentro que en el exterior. Nada le convenía mejor que permanecer
dentro de una cámara prolijamente construida con ladrillo y argamasa cubierta por un techo de pizarra.

Ahora estaban acercándose al Quai di Conti. Luego habían subido los peldaños, había agradecido a su
salvador y entrado. Estaba segura.
O tan cerca de ello como alguna vez podría estar.

***

— ¿Quién diablos era esa? —exigió Lyon. Sus ojos incrédulos ardieron en la mirada pasmada de Sibela.

— ¿Qué? —tartamudeó—. No sé…

Le dio una pequeña sacudida.

— Esa mujer sobre el puente. Tú la reconociste. Lo vi en tu cara.

La boca de Sibela se abrió y se cerró como una caballa fuera del agua intentando encontrar una invención
convincente.

— No intentes comenzar con tus mentiras.

Se arrancó de su canal con una falta de delicadeza atroz, pero el sentido de la urgencia que se apoderaba
de él era tan grande que lo hizo de todos modos. En un movimiento flexible, estaba de pie, abarcándola
con sus pies plantados a los lados de sus caderas.

— Le preguntaré yo mismo, — dijo, tirando de su camisa.

Sibela se empujó para arrodillarse entre sus piernas y agarrar sus muslos con expresión implorante.

— No es nada para nosotros.

Lyon se subió los pantalones, haciendo una mueca de dolor cuando forzó a su mástil todavía hinchado a
entrar y constreñirse en su interior. Acababa de conseguir el orgasmo más gratificante de su larga carrera
lujuriosa, y sin embargo todavía permanecía erguido y listo.

Dioses, ¡qué noche! — Quédate aquí hasta que regrese—, ordenó a su compañera con gravedad.

— ¡Maldición! — Su puño enfadado apuntó hacia su ingle pero fue desviado y solamente golpeó su
muslo cuando logró saltar hacia atrás a tiempo—. Soy tu elegida. ¡No ella!

La giró y la levantó para poder mirarla a los ojos.

— Eso queda por verse.

— ¡Bastardo! —con su clímax, su transformación había concluido y se tambaleó con aire vacilante ante
él sobre la punta de sus pies recién moldeados. Si iba a quedarse sobre la tierra ahora que el cambio
estaba completo, todas las señales de sus orígenes pronto se desvanecerían. Sus escamas y luminiscencia
retrocederían totalmente hasta que pareciera totalmente humana. O lo suficiente para pasar por una.

Sibela envolvió sus brazos desesperadamente sobre sus hombros y levantó sus labios a su oreja.

— Si tú debes irte, sólo dime primero, —murmuró—. Tus semillas. ¿Eran potentes?
Arrebató sus garras de su cuello y la alejó de él, dándole tiempo a afirmarse antes de soltarla—. Sabes
que no lo fueron. No podían serlo.

Sus ojos se elevaron para registrar el puente. Nada lo hizo más dichoso que poder librarse la mujer que se
le pegaba. Tenía derecho de estar enfadada. Tal comportamiento post— coital de su parte estaba más allá
de la descortesía, pero había algo mal allí.

Estaba demasiado determinada a mantenerlo alejado de la mujer misteriosa sobre el puente, y a la inversa
él estaba lleno de una intensa e inexplicable determinación de encontrarla.

— ¿Olvidas que mañana por la noche marca la conclusión del ciclo Mitad brillante? — Continuó,
haciendo referencia a las dos semanas del ciclo mensual en el que la luna crecía—. Tú me necesitarás
entonces, cuando la luna llena llegue.

— Quédate, Sibela. Regresaré después. —sacudió sus dedos hacia ella en un ademán que reforzó la
magia rodeándola.

— Hasta entonces permanecerán no detectable por la visión humana. Pero cuando después hablemos,
querré las respuestas. Respuestas sinceras.

— ¿Te atreves a hablarme como si fuera tu perro? ¡Nos hemos apareado! — chilló—. No puedes dejarme
de este modo. ¡Estamos atados!

Haciendo caso omiso de ella, giró y avanzó a zancadas al otro lado del parque. Ya había perdido
demasiado tiempo y no se quedaría para resolver las mentiras de Sibela ahora. Su reclamo hacia él no era
tan minucioso como podría haber deseado y sospechaba que eso, en vez de la falta de alguna sensibilidad
especial de su parte, era la raíz de su pataleta. Porque hasta que se aparearan bajo la luna llena, ninguna
atadura entre ellos era irrevocable.

Tomando la escalera del sur más cercanas a la dirección en la que la mujer sobre el puente se había ido,
evitó las multitudes. Pero cuando contactó al Quai di Conti, su olor ya se había disipado en gran parte.
Registró el aire por el sendero que había tomado, por una vez deseando que sus habilidades olfativas
fueran tan agudas como las de sus hermanos.

Detrás de él, Sibela había comenzado a chillar otra vez. Hizo una mueca. Baco, ¡por favor que haya algún
error allí! ¿Estaba realmente destinado a estar relacionado con tal mujer durante toda su vida?

Una puerta se cerró a lo largo del quai. Se volvió hacia el sonido y localizó el olor otra vez. Lo ubicó diez
edificios más allá y lo perdió en la entrada de una casa gris con una puerta roja.

¿La bonita voyeuse se había retirado allí? El instinto lo impelía a avanzar y golpear la aldaba para ser
admitido. Si estuviera equivocado, estaba a punto de avergonzarse.

Casi inmediatamente, la puerta se abrió y un majordome apareció. Cuando su mirada se extendió por
Lyon, su nariz se alzó y sus labios se rizaron en un gesto despectivo. Hizo ademán de cerrar la puerta.

La palma de Lyon se pegó a ella, manteniéndola abierta de par en par.

— Pido una palabra con la dama que entró aquí recién. . .

Algo más allá del hombre captó su atención. Dentro, una capa de mujer había sido lanzada sobre un
gancho. Era rojo carmesí.

— No se recibe en el salón hasta dentro de una hora. A las nueve esta noche, —le informó el hombre con
un olfateo altanero. Echó el ojo a Lyon de arriba abajo—. Y es por estricta invitación.
Un hilo de sangre caía por el cuello de Lyon y se encogió, recordando que estaba desastrado. Su cuello
todavía escocía por las garras de Sibela y sus hombros estaban cruzados por verdugones donde lo había
agarrado cuando se habían apareado. Su camisa colgaba abierta y rasgada en tiras y sus pantalones
manchados por la hierba estaban húmedos con el agua del mar.

No era probablemente del tipo de visita que llamaba aquí normalmente.

El obstáculo humano ante él retrocedió y trató de cerrar la puerta otra vez. La garra inmensa de Lyon fue
más rápida, previniéndolo. Su otra mano se introdujo en su bolsillo y sacó un surtido de lire y soldi
toscanas, que depositó dentro del chaleco del criado sin molestarse en determinar la cantidad ofrecida.

— Creo que descubrirás que es invitación suficiente, — le informó.

— Esperaré ser dejado entrar cuando regrese.

El majordome moldeó el prominente bolsillo de su chaleco, echó una ojeada dentro de él y luego lo
favoreció con una inclinación de cabeza a regañadientes.

— Solo tú eres bienvenido a entrar. Y no traigas séquito.

Lyon se enderezó y miró sobre su hombro, sorprendido de ver un surtido de mujeres merodeando allí,
algunas comiéndoselo abiertamente con los ojos y otros que hacían lo mismo pero más circunspectas.
Detrás de él, la puerta se cerró con un arrogante snick.

Retomó sus pasos y regresó al camino, suspirando cuando sus admiradoras decidieron seguirle el paso.
Estaba cansado de esta atención humana inexplicable y no tenía tiempo para ella. Era un desorden y tenía
una hora escasa para llegar a su hotel, limpiarse, y regresar.

— No soy lo que ustedes quieren, — murmuró al grupo. Enviando una ligera onda de control mental
sobre las mujeres, cruzó el quai sin esperar para verlas disgregarse.

En el borde del parque, echó un vistazo de regreso hacia la casa gris. Una cortina tembló en una ventana
sobre la puerta. Alguien lo miraba. ¿Era la mujer del puente? Tal ventana de ático daría a las habitaciones
de los criados muy probablemente. ¿Era una empleada o una institutriz?

¿Era la mujer que acababa de darle el orgasmo más poderoso de su vida?

Se enteraría a las nueve esta noche.


Capitulo 3
Llegando a su apartada recámara de techo inclinado en la parte delantera de la casa y por eso
despreciaba, Juliette cerró su puerta silenciosamente detrás de ella. Sin encender una vela, se apuró a
acercarse a la solitaria ventana a lo largo de la pared y, con toda la precaución de mantenerse oculta, jaló
el borde de la cortina para mirar detenidamente hacia el quai.

Jadeó. ¡Allí estaba! Ese hombre a quien había visto desde el puente estaba merodeando sobre la acera,
estudiando la casa. Ahora que estaba de pie erguido, podía ver que era un realmente gigante. Uno
desaliñado.

Su camisa hecha jirones estaba desabotonada y húmeda con el rocío y sudor. Moldeaba hombros casi dos
veces tan anchos como los suyos y un torso musculoso que rivalizaba con las estatuas míticas esculpidas
en los Palais de Justice. Los recuerdos de ese lugar enviaron un escalofrío sobre ella.

Su aliento se atragantó en su garganta cuando lo observó subir el umbral y escuchó la puerta abrirse para
él. Su llegada no era ningún accidente. La había visto sobre el puente y la había seguido. ¿Por qué? ¿Qué
quería? ¿Era la simple curiosidad? ¿O, incluso peor, era uno de sus perseguidores y lo había llevado aquí
sin quererlo?

En la semi— oscuridad, buscó a tientas por la pared hacia adelante hasta que alcanzó el lavabo. Su mano
encontró la ampolla allí y por la facilidad de la práctica, sirvió vino en un vaso y apretó una dosis
pequeña de la tintura de la ampolla en él. Aunque ansiaba más, se limitó, porque necesitaría su
inteligencia más tarde esta noche. Lo tragó de una vez y regresó a la ventana.

Muchos minutos después, el hombre reapareció debajo de ella otra vez sobre la acera. ¡Los criados lo
habían rechazado!

Su mirada le siguió cuando cruzó el quai y siguió. Sus emociones estaban hechas un lío y no estaba
segura si alegrarse o no por su partida. Entonces se detuvo inesperadamente en el borde del parque y giró
para mirar su ventana.

Girando en redondo sobre un pie, se replegó contra la pared y puso una mano sobre su corazón que latía
desenfrenado. ¿Cuánto tiempo permanecería allí?

No importaba, se dijo. Dejaba la casa rara vez y los perros guardianes de Monsieur Valmont eran feroces.
Ese desconocido podía mirar esta ventana durante el próximo año en lo que a ella concernía. Ridículo.
Como fuera a hacerlo. Probablemente ella había resultado más afectada que él. Se alegró de que se
hubiera ido, decidió. Se deslizó contra la pared, se agachó sobre sus talones y abrazó sus rodillas. Las
gotas ya estaban empezando a calentarla, embotando las esquinas afiladas de la realidad. Como de
costumbre, tenían otro efecto—haciéndola anhelar lo que no se atrevía a pedir. El tacto de un hombre.

La sensación recordada todavía murmuraba intensamente dentro de su hendidura femenina más privada.
La necesidad era peor que lo habitual.

Debido a él.

¿Qué había ocurrido ahí? ¿Cómo había venido a pasarle a ella — la única mujer en la casa que nunca
había tenido un hombre entre sus piernas – haber sido violada por uno esta noche?
Una idea horrible la impresionó.

¡Oh, dios! ¿Había tomado su primera sangre?! No había considerado esa posibilidad ni siquiera. Estúpida.
¡Estúpida!

Sus rodillas chocaron con el piso. Ella se encorvó y metió sus manos por debajo de sus faldas.
Cautelosamente, deslizó sus dedos entre sus piernas, buscando. Los pliegues privados de su canal estaban
resbaladizos. Jugo, pegajoso y embriagador, cubría el interior de sus muslos.

Le había hecho esto, su cuerpo había sollozado por él. Deslizó su dedo un poco más profundamente.
¡Oh!, por favor, por favor, ¿dónde estaba? Entonces dedo se topó suavemente con lo que estaba buscando.
La membrana delicada. Su himen. Todavía resistía.

Se desplomó con alivio, más confundida todavía. Retirando su mano, la limpió sobre el lino que colgaba
de su lavabo. Tuvo su eje —o algo de él— corriéndose realmente dentro de ella o ¿no?

Levantándose del suelo se puso de pie para mirar por la ventana otra vez. El hombre no estaba en ningún
lugar a la vista. Presionó su frente contra el vidrio fresco, registrando el quai más profundamente. No
estaba allí.

Si solo hubiera sido posible tener un encuentro cara a cara con él. Pero tal reunión sería imposible de
organizar, incluso si regresaba otra vez.

Podía sólo imaginar pedir a los criados de Valmont que lo interrogaran: Pardonnez—moi, monsieur, pero
¿podrías decirme la identidad de la mujer con la que tuviste sexo esta noche bajo el puente? Y también,
si fueras tan amable, ¿puedes decirme si puedes proporcionar orgasmos a las mujeres sin tocarlas? La
Mademoiselle Juliette desea saberlo.

¡Absurdo!

Mirando hacia el este, sus ojos localizaron un edificio familiar — el Hospice des Enfants Trouvés — el
hospital de niños encontrados. Sus chapiteles se elevaban hacia el cielo como grandes espinas,
pinchándola con recuerdos dolorosos. Dejó la cortina caer para oscurecerlos y permaneció de pie muy
quieta, casi incapaz de respirar.

— Je ne suis papás folle, —susurró de manera inestable—. No estoy loca. No lo estoy.

Habían pasado tres años desde que la mayor parte de la magia la había abandonado. Tres años sin
transformarse de la manera en que su cuerpo había intentado hacerlo sólo hacía momentos.

Tres años desde que había sido acusada de homicidio y perdido a la persona que más había amado en este
mundo.

Su mirada fue de la pared a la segunda tabla del piso al lado de su cama. Sobre piernas que todavía eran
inseguras, se acercó para arrodillarse allí. Lanzando una mirada a la puerta, se tranquilizó sabiendo que
estaba cerrada. No había ninguna cerradura que le permitiera mantener su privacidad, así que permaneció
atenta a posibles pasos.

Empujando la tablilla de madera descubrió un escondite oculto que revelaba una bolsa de cuero. La sacó,
la abrió y levantó un collar de cuentas color oliva de entre las monedas que había dentro.

Levantando una rodilla doblada, colocando el collar sobre ella para que sus extremos colgaran a los lados,
luego pasó los dedeos sobre cada cuenta de hueso. Precisamente había diecisiete de ellas, ensartadas
sobre una cuerda larga de seda, que había llevado colgada de su cuello hasta los dieciséis años de edad.
Cuándo Valmont le pidió que dejara de ponerse tales cosas.
Sus dedos encontraron el peltre grueso y la medalla de hierro atada en un extremo de la cuerda. Una
imagen de Paul de San Vicente estaba grabada a un lado y al otro la información identificada en dos
números: 1804 y8900.

En el año 1804, había sido la 8,900 niña abandonada en el Hospice des Enfants Trouvés. Aunque solo
estaba a menos de una hora de allí solo lo había visitado una vez, durante la primera semana de su regreso
a París hacía un año. Había sido más doloroso de lo que esperaba y lo había evitado desde entonces. Pero
todos los días la perseguía, desde donde estaba en la sombra distante de la Cathédral Notre Dame.

Que era ilegítima era prácticamente una certeza. Que su madre nunca había planeado volver al hospital
por ella también lo era. No había dejado ninguna nota o identificación como dejaban a veces en las
mantas de algunos de los otros niños abandonados. No tenía ninguna manera de saber si su madre había
hecho el acto a solas, pero había supuesto siempre que su padre no la había acompañado, desde que ésa
era la historia acostumbrada con los huérfanos.

Desde que llegara al hospital de niños abandonados, los únicos hechos conocidos de sus orígenes habían
sido consignados en el libro de registros de la administración fielmente. Sexo: mujer. La edad: un día.
Nombre: Juliette. También había notas que incluían una descripción breve de su ropa y manta. Y había
aprendido el día verdadero de su parto, algo que no había sabido. Tendría diecinueve el próximo mes.

En algún momento de la madrugada del 20 de diciembre de 1804, había sido atendida en el parto, bañada
y envuelta en mantas de lana antes de ser depositada sobre el infame —tour— del hospital. Esa rueda de
piedra plana que servía como un plato giratorio que daba a una abertura en la pared exterior del edificio.
Una caja de madera, que actuaba como una cuna improvisada, se encontraba sobre la mitad de la rueda
que quedaba expuesta a la pared exterior. Habría sido un tema simple para su madre furtiva y
anónimamente ponerla allí, dentro de la caja.

¿Su madre había llorado cuando giró la rueda? ¿Había mirado hasta que la cuna —y su bebé dentro de
ella— habían sido completamente re—situados sobre el interior del hospital? Antes de partir, ¿habría
tocado una campana que alertara a las Hermanas de la Caridad sobre que el depósito de un nuevo bebé no
deseado había sido hecho?

Juliette recogió las cuentas en su puño y las apretó en él. Su corazón lloró por la pérdida de la página que
había sido robada de ella hoy. No queriendo que nadie preguntara nada al respecto solo le había echado
un rápido vistazo antes de meterla en la canasta, planeando escudriñarla después en los ratos libres, aquí
en su habitación privada.

Había sido un capricho absurdo y suntuoso el haberlo hecho robar en primer lugar. Pero desde el
momento en que se había enterado de la existencia del libro, había anhelado saber qué detalles de sus
principios contenía. Otro huérfano podría haber pedido ver su información personal, pero no se atrevió a
revelar su identidad en el hospital y arriesgarse a ser traspasada a las autoridades.

No había esperado ser sorprendida por algo que leyó sobre esa página, pero lo había sido.

Porque directamente debajo de su nombre, había habido otro familiar.

Elise.

Un fuerte golpe en su puerta la hizo saltar.

— ¿Mademoiselle?

— ¡Un moment! —Juliette reemplazó el collar en su caja y luego la caja en su escondite apresuradamente.
Su domestique había llegado para ocuparse de ella. En menos de una hora la esperaban abajo. Y entonces
la interpretación de esta noche comenzaría.
—Dulce victoria, — murmuró Monsieur Valmont junto a Juliette.

Se quedó sin aliento al observar la nueva llegada a través de la pantalla decorativa de metal. Era él. El
hombre del puente. Aquel que le había dado su primer orgasmo.

¿No lo era? Se inclinó más cerca del enrejado tratando de conseguir una mejor vista a través de los
perforados.

Desde la privacidad de este rincón de arriba, ella y Valmont observaron al gigante dorado que había
entrado en el salón de la planta principal de la casa. Solamente trocitos de conversación, la música del
arpista y las risas llegaban allí así que no escucharon su presentación. Dos docenas de otros caballeros ya
habían entrado en el salón antes que él y probablemente una docena más llegarían antes de que la noche
llegara.

Agnes, Gina, Fleur y otras chicas circulaban entre ellos, hicieron circular entre otros, todas profusamente
pintadas que sabían cuando coquetear, halagar y fornicar. M Valmont las enviaba siempre primero para
entretener al grupo y desarrollar la expectación en preparación de su entrada. Eran los aperitivos, gustaba
decir. Y ella, el plato principal.

En algunos momentos Juliette y Valmont se reunirían con la concurrencia y daría audiencia bajo su aguda
supervisión. Pero por ahora, permanecían allí para hablar de los patrocinadores con una franqueza que
habría sido imposible en un lugar más público.

— Había esperado que pudiera venir. Pero no me atreví a esperarlo, —continuó Valmont cuando el nuevo
arribo se abrió paso en la habitación.

— ¿Quién es? —preguntó Juliette, ocultando cualquier señal de reconocimiento cuidadosamente. Cuando
su compañero no respondió, echó un vistazo a su figura y vio que estaba tan obsesionado con su
vigilancia del hombre que no la había escuchado siquiera.

En el centro de la habitación de abajo, el gigante se detuvo para observar el burbujear de la fuente de licor
de mármol. Valmont la había instalado cuando habían llegado a París hacía un año y se había hecho una
función popular en estas reuniones. Debido a que la plaga había devastado las viñas en toda Europa
durante la última década, el vino era escaso. Por consiguiente, su coste había aumentado y esto había
provocado el fenomenal interés en licor como sustituto por ser menos costoso.

Cuando Fleur se acercó a la nueva visita con una oferta de refresco, permitió que ella lo entretuviera hacia
el carro de vino. Aunque tenía solamente dieciséis y era bastante nueva en la familia, Valmont había
decidido involucrarla en la empresa recientemente en lugar de retenerla en la cocina, para gran
consternación de Juliette. Sin embargo, encantada con sus nuevas galas y el incremento de ganancias,
Fleur se había aficionado al trabajo de dar gusto a los hombres con facilidad sorprendente.

El hombre sonrío a Fleur con indulgencia cuando llenó su copa y parloteó. Sonriendo abiertamente,
conectó una mano a través de su brazo y pasó a coquetear a su manera cautivadora acostumbrada,
haciendo su mejor trabajo para atraerlo antes de que una de las otras lo hiciera.

De perfil, sus facciones eran fuertes - una mandíbula de granito, frente recta, y una nariz prominente.
Éstos eran solamente moderados por labios sensuales, pómulos sonrojados por la buena salud y un
glorioso pelo desordenado con una proliferación de sombras doradas rielando que colgaba ligeramente
casi a la línea de su mandíbula.
Juliette deseó que él echara un vistazo hacia arriba para que pudiera estudiar su cara furtiva y
directamente, pero él no lo hizo.

— ¿Quién es? —preguntó otra vez.

Valmont tembló ante la pregunta y se dio cuenta de que había olvidado totalmente de su presencia hasta
que había hablado.

— Lord Lyon Satyr.

Juntó las puntas de los dedos de ambas manos bajo su barbilla en un aplauso silencioso.

— Lyon.

Regresando a la pantalla, Juliette saboreó el nombre, analizando su forma y textura en su boca y


evaluando su sabor sobre su lengua. Le quedaba bien.

Valmont también regresó a su estudio.

— ¿El nombre es familiar para ti?

La estaba evaluando. El propósito para el que se encontraban aquí antes de estos soirées del jueves por la
noche era permitir que él la adiestrara sobre los antecedentes de sus visitas. Era su trabajo saber cada
detalle de sus circunstancias y vicisitudes. Operando con motivos desconocidos para ella, estaba siempre
listo para instruirla sobre a quién y qué información extraer. Generalmente le dejaba a ella la
determinación de la mejor manera de conseguir sus objetivos.

Juliette frunció el ceño.

— Un italiano con su apellido vino a París hace varios meses, ¿no? ¿Un vinatero de Toscana?

Al lado de ella, Valmont asintió con la cabeza, complacido de que lo hubiera recordado.

— Un tipo frío, ese—Raine Satyr, el hijo de en medio de tres. Desafortunadamente dejó París antes de
que pudiera conseguir que viniera aquí, —hizo un gesto a la habitación allá abajo—. Éste esta noche es el
más joven de los hermanos, tiene veintiséis años. Hay otro en Toscana — el mayor de ellos, que se ha
casado recientemente. Después de muchos años de joderse a todo lo que se mueve, los chismosos dicen
que los tres comenzaron la búsqueda de novia.

Absorbió estas noticias de él y quería más.

— ¿Son las posibilidades atractivas?

— Extremadamente. Entre otros, poseen propiedades vastas — castillos, una viña inmensa y próspera, y
fondos rebosantes de riqueza heredada.

— ¿Sus viñas todavía prosperan? —Preguntó Juliette, echándole un vistazo con sorpresa—. ¿Impasibles
ante el phylloxera?

La expresión de Valmont se enroscó con amargura.

— Oui. Aunque está más allá del conocimiento de cualquiera por qué eso es así. Y está indudablemente
más allá de toda imparcialidad.

En el salón, Fleur había sido reemplazada sobre el brazo del recién llegado por Gina mucho más
agresiva, que le estaba dando un recorrido por la colección de arte de Valmont. El tesoro escondido de
bustos, estatuas, óleos y acuarelas eran solo una fracción pequeña de lo que había poseído una vez su
familia. Sin embargo, él y el resto de los artículos en otras habitaciones de aquí eran todo con los que
había sido capaz fugarse antes de que su château de Borgoña hubiera sido reclamado recientemente por
los acreedores.

Juliette había estado ahí para observar las vastas empresas de fabricación de vino en Borgoña de su padre
caían derribadas por el phylloxera con el paso de los años. Había sucumbido a los estragos de esta plaga
igual que los muchos que habían visto sus viñas diezmadas a través de toda Europa.

Su padre se había matado por el fracaso. Esta casa adosada, la propiedad más baja de las muchas que su
familia había una vez poseído, era ahora todo el legado que su padre había dejado a Valmont. Y lo había
llenado con prostitutas para proveer sus ganancias.

Podía casi tenerle lástima debido al cambio completo de la fortuna que la plaga había forjado en su
familia y en su vida. Casi. Pero no totalmente.

Mientras acompañaba a Gina, los andares de pantera de Satyr eran masculinos, fáciles y de movimientos
sueltos. La recordaba como lo había visto en el parque, moviéndose sobre esa otra mujer. De cómo lo
había sentido moverse en su interior. Sus brazos se llenaron de piel de gallina.

Si fuera efectivamente el mismo hombre que había visto más temprano esta noche en Pont Neuf, se había
cambiado su ropa en la última hora. Sus pantalones eran de lana color mostaza que moldeaban su firme
trasero con cada movimiento de sus caderas y desplazamiento de sus pies. Éstos hacían juego con una
camisa de cambray de lino natural y una chaqueta informal de color oliva. Era un estilo que se veía
atractivo sobre él, pero tan extremadamente démodé que nunca podría haber sido considerado de moda en
ese lugar por alguien de la sociedad.

Sin embargo, vio cómo Agnes y las otras le echaron el ojo. Contra un telón de fondo de pavos reales
dandis, destacaba como un animal musculoso y primitivo en la flor de la vida. Uno que escogía su propia
ruta y tenía la suficiente confianza en sí mismo como para no someterse demasiado profundamente a los
caprichos del estilo.

Para un hombre tan grande, se movía con gracia brillante. Pero incluso mientras hacía esta observación, la
contradijo. Jadeó cuando su codo se enganchó en el arco extendido de una estatua que sacudió en su
pedestal. Eran una escultura de la diosa romana de la caza, Diana, un tema favorito de Valmont.

Sus grandes manos agarraron a la diosa. En un acto inoportuno de malabarismo acarició partes varias de
su anatomía antes de rescatarla en última instancia del peligro y devolverla a su pedestal sin peligro.

La atención de todos en la habitación estaba ahora sobre él, el gigante dio vueltas a sus hombros y emitió
un fenomenal suspiro como si estuviera acostumbrado a causar tales calamidades en los salones. Sus
palabras no alcanzaron su escondite, pero lo que dijera hizo que todos en la habitación estallaran en
carcajadas.

— Un hombre que puede reírse de sí mismo — un animal singular, — murmuraron

Juliette.

— Buffoon, —dijo Valmont entre dientes—. Pagará eso si está dañado. Entre otras cosas.

Juliette giró su cabeza para sorprender una expresión vengativa sobre su cara.

— ¿Qué quieres decir?

Evitando una réplica directa, le echó el ojo pensativamente.


— Lo tratarás con favoritismo esta noche. Todos esos años en que viviste en los márgenes de la viña de
mi familia deben ser para tu ventaja a la hora de hacerlo caer en el lazo. Hazlo y te contará respecto a su
trabajo.

— ¿Qué es precisamente lo que deseas que coseche de mi conversación con él? — preguntó
cautelosamente.

— Cualquier detalle sobre la forma de trabajar en su propiedad. Cualquier defecto en él o en su familia.


Averigua la fuente de la inmunidad de sus enredaderas a la epidemia de phylloxera. Si han sido
contagiadas y curadas por algún remedio secreto quiero oír hablar de él.

—¿Y piensas que me dirá todo lo que me pides?

— Deslúmbralo en tu forma acostumbrada, —continuó Valmont, sacudiendo sus dedos en el aire como si
no diera crédito a su incredulidad. Giró para dejar su escondite, indicando que era el momento de bajarse
al salón—. Muéstrale las habitaciones. Mantenlo contigo el tiempo suficiente para sonsacarle la
información.

— ¿Las habitaciones? ¡Pero tú nunca me pediste eso de mí! Generalmente solamente Agnes o Gina o una
de las otras. . . —estupefacta ante su pedido, dobló ciegamente de regreso a su despacho del salón abajo.

Repentinamente un par de ojos enjoyados de color ámbar examinaron el rincón donde estaba escondida.
Una ola de conciencia erótica se desparramó por ella. ¡¡Dios mío!! ¡Fue él! Retrocedió, golpeando a
Valmont. Retrocediendo del contacto, se giró y accidentalmente rozó la pantalla. Para un instante, el
enrejado quemó su omóplato en esa forma metálica confusa que le hizo imposible determinar si le estaba
enfriando o calentando la piel.

Agarrando su brazo, Valmont tiró de ella para estudiar su cara. Obviamente no le gustó lo que leyó allí, la
acercó y levantó su barbilla, pasando peligrosamente su pulgar a lo largo de su mandíbula. Encorvó los
hombros para alejar sus pechos del roce con el frente de su chaqueta.

—¿Lo encuentras tan atractivo?

Se encogió de hombros, borrando toda expresión de su cara.

— Sabes que nunca tengo un interés especial en ningún caballero.

— Tus mejillas están ruborizadas, —la acusó.

— Sólo porque hace calor.

Su cara se vislumbró más cerca. Su aliento a licor se desplazó dentro y fuera de él. El olor embriagador de
regaliz de anís la contactó, inconfundible desde tan cerca.

Se encogió interiormente, pero tuvo cuidado de no revelar su repugnancia cuando sus labios fríos,
húmedos tocaron los suyos. Una vez, como una niña, lo había creído apuesto y bueno y había deseado su
beso. ¡Qué estúpida había sido!

Desatento hacia la habitación llena de visitas que los esperaron abajo, movió su boca sobre la suya, de un
lado a otro.

— Tal atracción sería comprensible, —murmuró—. Es apuesto. Y abundante, con un título impecable.
Los nombres de los vástagos Satyr han sido grabados en los registros del Libro d' Oro della Nobiltà
Italiana por siglos.

— ¿Si no confías en mi palabra sobre mis sentimientos, cómo puedes confiar que yo esté sola con él?
— Tú no estarás sola. Contrato muchos ojos para estar atentos en esta casa y en otros lugares. Tengo
perfecta conciencia que las mujeres son perversas y poco fiables por naturaleza. Tú más que la mayoría.

— Eso es falso. Tú sabes que lo es.

Sus dedos se deslizaron bajo su pelo y agarraron su nuca para sujetarla y subrayar su agarre. Una mano
pálida encontró su pecho en un duro masaje que le hizo doler. Agarró su mano, pero su agarre solo se
hizo más fuerte. Sus ojos sonrieron en los suyos, desafiándola a rebelarse.

— Tu madre te abandonó — solamente la más baja de las rameras abandonaría a su hijo. Lo que se ha
reproducido en el hueso...

— Estás equivocado, — le espetó.

Hizo caso omiso de ella.

— Tú llevarás a Satyr a las habitaciones traseras si lo pide. A decir verdad, sugerirás tal movimiento.
Extraerás la información que deseo. Y no importa qué presión aplique, resistirás la tentación de
convertirte en puta para él.

La besó entonces, probando su impotencia ansiosamente. Su lengua atacó, llenado su boca y casi
ahogándola en su propia repugnancia. Sus manos cayeron impotentes a sus costados.

Finalmente él pareció recordar a sus visitas y se alejó.

— Gina, Fleur, y las otras no son aquello por lo que vienen nuestros patrocinadores, tú lo sabes, — dijo,
sosteniendo su cara entre sus manos—. Es a ti a quien desean. Aunque las mujeres hermosas proliferan
aquí en París, algo sobre ti llama a los hombres como abejas a tu olla de miel. Lo que ellos no saben es
que estás seca y sin usar, ¿no? Más tontos ellos.

Su lengua de reptil acariciada sobre la costura de sus labios, como si deseara saborearla por última vez.
Sacando un pañuelo de lino de su bolsillo, él limpió delicadamente su boca y giró para mirar a través de
la pantalla otra vez.

— Ve a tu cámara y ponte presentable.

Ella miró fijamente su espalda, imaginándose clavando una daga en ella. Pero en vez de ello simplemente
se escabulló de allí, despreciándose por ser tan cobarde. No siempre lo había sido.

— No tardes demasiado, —le advirtió cuando se escabulló por la puerta.

Antes de llegar a su habitación, estaba respirando agitada por su prisa y la cólera frustrada.

Con dedos temblorosos sirvió vino en un vaso, abrió la ampolla sobre su lavabo y extrajo una medida de
láudano. Dejó que las gotas cayeran en el vino como lágrimas sobre sangre. Revolvió la tintura con el
gotero y bebió. No encontró sus ojos en el espejo mientras fregaba el colorete de sus labios y los volvía a
pintar. No se gustaba en ese momento. No se gustaría otra vez hasta que dejara a Valmont y este lugar
atrás. Con un poco de suerte, ese día vendría pronto.

Flotando en las agradables sensaciones que la tintura proporcionaba, empezó a abrazar despacio su caricia
tranquilizadora. Rotó su cuello en un círculo lánguido.

Umm. Esa sensación tan placentera resultaba una versión mucho más suave del orgasmo que el gigante
dorado le había proporcionado más temprano hoy.

Suspirando, empolvó sus mejillas y acomodó su pelo y traje, acicalándose como una actriz que fuera a
enfrentarse con el escenario.
— ¿Primera vez aquí? — preguntó una voz masculina excesivamente acentuada en el codo de Lyon.

Lyon giró el vino en su copa, estudiando su destello mientras la luz de las velas bailaba por sus
profundidades de color ámbar. No era de las viñas Satyr, notó distraídamente. Aún así, el Clairette que su
anfitrión había servido era adecuado y no dudaba que capaz de embotar sus sentidos e incitarlo a pujar
por el premio de esta noche generosamente.

Y por supuesto que lo haría. Porque sin importar el coste, pensaba ganar la joya disponible aquí —una
Mademoiselle Juliette Rabelais, quien parecía era una cortesana.

Ojos que eran del color preciso del vino que bebía se alzaron para observarla donde en la tumbona en que
estaba sentada al otro lado de la habitación. Debajo de sus pestañas oscuras, un destello verde mar se
precipitó hacia él para luego retirarse. Lo había estado mirando.

Su extraordinario color de ojos era idéntico al de Sibela. La forma de sus caras y sus facciones eran
también sorprendentemente similares. Hasta el punto de que no podía ser la coincidencia. Ella y la
Nereida tenían que estar relacionadas.

Increíblemente parecía que el Rey Feydon había producido cuatro hijas en lugar de los tres a quienes su
carta había aludido. ¿Esta mujer sabía que tenía una hermana? Mientras estaba en su lecho de muerte,
¿Feydon lo había sabido? Parecía uno de sus típicos trucos llevarse el secreto a su tumba.

Lyon asintió en dirección al Cosaco que lo había interpelado, respondiendo a su pregunta con retraso y
sin las palabras. Estos rusos llamativos con sus sombreros de lana y amplios pantalones eran comunes en
París estos días, permaneciendo mucho después de que vinieran para ayudar a los aliados a repeler a
Napoleón. Después de que la llamada Agnes había caído sobre él, Lyon había intuido el enfoque del ruso
y había deducido mucho sobre él sin más que una mirada en su dirección. Sus botas habían lustradas
recientemente con grasa de oso, llevaba un tónico sobre su mostacho y su cuerpo olía a deseo. Esto no lo
hacía diferente en cualquier otro caballero en este salón en último lugar. Aunque mucho menos agudo que
el de sus hermanos, el olfato de Lyon era mucho más afinado que el de cualquier ser humano. Lo que
hacía más raro aún el que no pudiera advertir nada del olor de Mademoiselle Rabelais.

Todavía había advertido un olor del mirón de sexo femenino sobre el puente. ¿Las mujeres no eran una y
la misma? Era desconcertante y no tenía paciencia para más rompecabezas.

Quizás si se acercara más. No. Ese tipo de excursionismo era lo que había casi había resultado antes en el
fallecimiento de una estatua. Otros numerosos objetos de arte estaban exhibidos a lo largo del sendero
que daba hasta ella. Mantener su puesto y esperar que se acercara a él era lo mejor. Había estado allí casi
una hora y era la única mujer en la habitación que no lo había hecho.

El Cosaco habló otra vez, levantando su copa en una caricatura de un brindis.

— Buena suerte para ti entonces. He asistido a estos salones todos los jueves por los tres meses anteriores
y todavía no he ganado una vuelta en la cama de esa. Mis bolsillos son lo suficientemente profundos así
que puedo suponer que es mi pedigrí lo que el guardián de Mademoiselle Rabelais encuentra inadmisible.

La mirada de Lyon se centró sobre su anfitrión, Monsieur Valmont, el propietario evidente de estos
departamentos. Un hombre alto y esbelto con pelo preternaturalmente blanco, era apuesto, supuso Lyon.
Pero tan pálido que parecía sacado de en medio de un retrato que su hermano mayor tenía en su vasta
colección. Uno que retrataba a Vlad el Emperador, un príncipe rumano con un pasado infame y un apetito
por la sangre.

Devolvió su mirada a la perspectiva más agradable de Juliette Rabelais. Una de las diez mujeres se
encontraba entre casi tres docenas hombres, era el obvio trofeo. Era una de esas mujeres a las que cada
ademán las metía en la mente de uno, la suave caída del terciopelo sobre la carne caliente— calmante,
exuberante y llena de promesa sexual. Algo en ella era hipnótico. Mirarla era un placer al que podía
rápidamente acostumbrarse.

Como si estuviera ligeramente disgustada de que cada hombre en este lujoso salón anduviera sin aliento
detrás de ella, daba audiencia serenamente sobre su trono de raso, como si fuera una orquídea en un
escenario entre un elenco atontado de cardos acicalados, lechuguinos y mantequitas.

— Seis meses para mí y todavía nada, —se compadeció un francés al otro costado del Cosaco—. Por qué
todavía vengo es un mystère. —miró dentro de las profundidades de su copa y luego de regreso a esas
profundidades verdes de los ojos del objeto de su deseo del que era incapaz de apartarse.

Lyon nunca comprendió este tipo de charla de hombres. De la misma manera que sus hermanos, tenía un
apetito voraz por la compañía de las mujeres, tanto dentro como fuera de la cama. Pero aunque había
venido a especialmente a París para localizar a su novia y había encontrado a dos candidatas en vez de
una para su asombro, no estaba en absoluto ilusionado de que Juliette Rabelais talara su corazón de la
misma manera que no lo estaba con Sibela.

La conversación bajó de tono a su alrededor y su voz llegó a él. Su mano se apretó en su mano. Escuchar
a una mujer atractiva y disponible hablar en francés estaba casi garantizado para provocarle una erección.
Particularmente una mujer con cabello color de almendra y un esbelto y blanco cuello. Particularmente
una que fruncía sus labios como si estuviera besando el aire con cada sílaba deliciosamente acentuada.
Particularmente una mujer con la que planeaba acostarse. Esa decisión había sido hecha por él en cuanto
la había olfateado sobre el puente. Entonces, cuando había hablado, había sentido algo dentro de sí
cambiar. Abrirse. Extenderse.

En ese instante, incluso cuando estaba tendido encima de otra mujer, una necesidad de protegerla había
nacido dentro de él. Una necesidad de protegerla de todo peligro. Una necesidad de enterrar su verga
caliente y dura tan profundamente dentro de ella que sería marcada como suya para siempre.

Había aquí una atracción intensa e inmediata que no había encontrado con Sibela. Pero por supuesto, no
era amor.

Si deseas visitar las habitaciones traseras de Valmont, acércate a una de las chicas de alquiler, —dijo otro
francés—. Que las negociaciones para los favores de Mademoiselle Juliette se realizan de una manera
diferente que para las otras.

Lyon inclinó su cabeza.

— ¿Cómo es eso?

El primer francés le echó el ojo, obviamente empezando a preocuparse de que todo ese entrenamiento
pudiera llevar a que Lyon usurpara sus propias oportunidades con ella.

— Tales arreglos son hechos a través de M Valmont —dijo con renuencia—. Pregunta por sus talentos
culinarios. Gastarás saliva solamente si pides que visite tu lecho directamente. Si un acuerdo para sus
favores es hecho, está comprendido que te servirá en tu mesa tanto como en tu tocador.

— Me han dicho que pone una mesa comparable a algunos de los mejores chefs en todo París, — alguien
intervino.

— Es probablemente cierto si estos éclairs son algo para juzgar, —dijo el segundo francés cuando
levantó uno de su plato. Consumió el pastel con una sola bocanada de su boca avara—. Y ¿has probado
los baguettes rellenos de crema?
— Si alguna vez consigo a Mademoiselle Rabelais para mí mismo es más que bienvenida a mamar la
crema de mi baguette, — cacareó el Cosaco sobre du copa.

Eso fue recibido con un estallido de las carcajadas lujuriosas y cordiales de sus compañeros. Menos de
Lyon, que giró todo su metro noventa y ocho de puro músculo hacia el hombre, tirando un bowl en forma
de cisne de su pedestal al suelo en el proceso.

— Estoy seguro que debes tener alguna obligación en otro lugar que te obliga a alejarte de este
establecimiento. Sugiero que prestes atención hacia ella. —un brillo ámbar destelló peligrosamente,
tiñendo sus palabras.

Los ojos del Cosaco se abrieron y su bebida remolinó cuando se movió sigilosamente.

— Perdóname—debo...Sí, yo.... — sin terminar partió a grandes zancadas, sus botas moviéndose
ágilmente en su apuro de poner la mayor distancia posible entre sí y el fastidio de Lyon.

Los otros también se movieron alejándose con excusas varias, desconfiado de él ahora. Miró fijamente en
su vino, horrorizado de sí mismo. Y un poco avergonzado. Nunca en su vida se había sentido celoso por
una mujer.

Si estaba irritable, era probablemente debido a la frustración de la tarde y la expectación de Moonful, se


tranquilizó. Su sangre ya estaba calentándose en preparación para el Llamado mañana por la noche y era
más excitado fácilmente a la lascivia, la cólera —y los celos, aparentemente.

Miró hacia arriba, hacia la mujer al otro lado de la habitación. Sus ojos se encontraron. Lo había estado
mirando otra vez. ¿Podía manejar lo que le haría mañana? ¿Lo haría, voluntariamente?

Con un movimiento de su delicada muñeca, la punta de abanico chino pintado siguió su clavícula,
moviéndose luego hacia la curva madura de un pecho de porcelana. Más que un ojo masculino siguió su
ruta descendente.

Iba vestida para destacar el color de su pelo, en un traje resplandeciente con el borde de plata a lo largo de
un escote que apenas ocultaba sus pezones. Un gesto frunció su frente. No dudaba que incluso el mismo
estaba dirigido al hombre sentado a su lado, si la dirección de sus ojos era una señal. Él y cada hombre en
la habitación estudiaron el movimiento de sus pechos cuando giró, evadiendo su mano excesivamente
familiar.

Se dio cuenta de que había empezado a mirar fijamente ella en una manera él temer estar tan atontado
como sus compañeros previos y su?st se apretó en el tallo frágil de su vidrio. Que había tenido otros
hombres antes de él importar no una pizca. Teniendo en cuenta las circunstancias desfavorables de su
reunión previa, podía esperar que fuera tan generosa hacia él solamente.

Su mirada fija se deslizó sobre su corpiño y viajó audazmente inferior. En otro lugar, habría sido más
circunspecto, pero todos sabían que su cuerpo era expuesto aquí. Estudió la caída de sus faldas, esperar
con ansia descubrir la forma de ella debajo de ellos, para el trasero de una mujer era lo más atractivo.

No le importaban una mejilla ruborizada o labios bonitos. Que le dieran un culo redondeado y estaba más
que dispuesto con esa sola posesión. Mademoiselle Rabelais escogió ese momento para ponerse de pie y
encargarse de una de sus labores como anfitriona. Dejando a los hombres en el estrado a su propia
conversación, se dirigió a verificar la comida exhibida sobre el trinchero.

Lyon vio su oportunidad y la aprovechó.

***
Capitulo 4
Juliette se endureció, notando la mirada del gigante dorado con su visión periférica. Visitar el
aparador para determinar si algo estaba mal o necesitaba ser rellenado le brindaba un respiro ocasional de
sus admiradores.

Sin embargo, esta vez había sido una maniobra intencional, querido acercarlo de esta manera. Opinaba
que era la primera táctica del filtreo, ya que era siempre sabio dejar que los hombres fueran a ella en lugar
de lo contrario.

Mientras enderezaba una bandeja, sintió el calor de él en su espalda y una carga de excitación
zigzagueando a través de ella. ¿Era el hombre a quien había mirado bajo el puente? ¿Si es así, la
reconocería?

Indecisamente, giró, temiendo que probara ser odioso o aburrido. O un completo desconocido.

— Mademoiselle, —la recibió—. Nos encontramos otra vez.

No hizo una reverencia, pero ella ni siquiera lo notó.

El tiempo parecía ralentizarse y el tintineo de cristal y golpe seco de la conversación para cesar cuando el
fresco verde se enredó con el cálido ámbar. En silencio, se sopesaron con curiosidad.

Aunque los había visto una vez y por breves momentos en el crepúsculo solamente, habría reconocido
esos ojos en cualquier lugar. Eran los ojos del mismo hombre que le había proporcionado su primer
orgasmo. Sin tocarla. Sobre el puente. Mientras se encontraba en medio de cientos de otras personas.

La había reconocido. Así que él también debía ser consciente que lo había visto medio desnudo,
fornicando con otra mujer. Aunque era él quien debería estar avergonzado, fue ella quien se ruborizó.

De cerca, era aún más poderosamente hermoso. Un ángel duramente masculino, toda fuerza muscular,
confianza y una cabeza más alta que ella con hombros grandes que bloqueaban el resto de la habitación
de la vista. Su mirada era inteligente y afectuosa y la curva de su boca le invitaba —y probablemente a
cada mujer a quien tuviera chance de conocer, se advirtió a si misma— a reunirse con él para un poco de
diversión carnal privada.

Con esos músculos y manos grandes...Y ese apéndice suyo...Tendría contentas probablemente a legiones
de mujeres. ¿Sabría qué es lo que había hecho con su cuerpo? ¿Se atrevería a hacerlo nuevamente otra
vez aquí y ahora? Sus ojos se dilataron y sintió hormiguear con un deseo peligroso de presionarlo y
pedirle que hiciera eso exactamente.

El salpicón y el gorjeo de la fuente la regresaron de golpe a su entorno. Nerviosa, llevó una mano a su
mejilla —había tomado demasiado de la tintura esta noche.

¿Cómo era hablar con un hombre que tenía conocimientos sexuales de ella, y que sin embargo nunca le
había sido presentado? Bon soir, monsieur. Merci beaucoup por darme mi primer orgasmo hace unas
horas. ¿Y podrías decirme como lo hiciste sin ponerme un dedo encima?

Parecía loco, incluso a sus propias orejas. Por lo menos por el momento evitaría toda mención de ese
tema, decidió. Después de todo, la agenda de Valmont ordenaba que hablara de los otros temas primero.
Y sus espías estarían escuchando.
— ¿Pardonnez moi? Papás de Je ne comprends, —le preguntó en falsa confusión.

— Nous nous rencontrons encore, — repitió Lyon, esta vez en francés.

No era un payaso como Valmont parecía creer, después de todo. ¿Había subestimado a éste?

Inclinando su cabeza, tocó su barbilla con la punta de su abanico pintado, considerándolo.

— Tengo que confesarle que no recuerdo una reunión previa. Hemos llegado a aquí hace un año ahora y
son muchos los que vienen a nuestras reuniones de jueves. Pero naturalmente estoy complacida de que
haya decidido regresar. — sabiendo que M Valmont los estaba observando indudablemente, recordó
regalarle una coqueta sonrisa.

— Estabas sobre el puente esta noche, —anunció sin advertencia.

Pasmada por un segundo emitió un culpable, —Oui—. Rápidamente cambió la su expresión,


ensanchando sus ojos y levantando sus cejas en un intento de aparecer cándida.

¿Estabas ahí? Había tanta gente que realmente no me di cuenta. Aún así estoy complacida de que hayas
venido tal como dije antes. Espero que podamos tentarte. ¿Con una trufa, quizás?

Poniendo una mano sobre su manga centró su atención en el buffet. ¡¡Santo cielo!! ¡Su antebrazo era tan
grueso como su pantorrilla!

— ¿O un canapé? ¿O si prefieres un dulce, unas natillas y tarta de frambuesa? Preparé todo yo misma
más temprano hoy con la ayuda de los ayudantes de cocina, hizo un gesto mostrando los aparadores
rebosantes con fuentes de refrigerio que había inventado—. Confieso que me gusta experimentar un poco
con la cocina y nunca sé si he creado una obra maestra o un desastre. Debes probar una variedad y
decirme qué tan bien me ha ido. Eres un hombre grande. Imagino que tus apetitos para muchas cosas
deben ser equitativamente considerables.

Las esquinas de sus labios se inclinaron hacia arriba. ¿Ésos eran hoyuelos?

— Te aseguro que lo son, —le dijo.

Parpadeó con sorpresa, antes de darse cuenta de que no había leído sus pensamientos pero estaba
respondiendo a ellos.

¡Feu d' enfer! Nunca había visto a un hombre más angelical y diabólico. La dicotomía era letal. No le
asombraba que las otras chicas compitieran por él tan diligentemente. Agnes, que era mucho más
hermosa que ella, le estaba lanzando puñales con la mirada por haber obtenido su atención.

Arrastrando sus ojos de su sonrisa atrayente, le dio un regaño mental cuando escogió una de las bandejas
de plata grabadas con florituras y una V ornamentada formando el monograma. Valmont la había enviado
allí con el único propósito de interrogar a este hombre. Cuanto más rápidamente lo lograra, más
temprano podía retirarse a su habitación y dejarlo a Agnes y a otras devoradoras de hombres que
disfrutaban nadar en estas aguas mucho más que ella.

Cuando levantó la bandeja por sus asas de madera de olivo y se volvió hacia él, sus pechos se posaban
sobre su borde como si ellos, también, estuvieran disponibles. El escote era demasiado bajo para ser
decente, su traje y los de otras como ella eran una importante parte de su arsenal. Mientras los hombres
eran distraídos por la visión general de su pecho, ella podía estudiarlos rápidamente.

— Juzga algunos, Monsieur Satyr, — dijo, mirándole fijamente a través de sus pestañas.

Pero cuando transportó por vía aérea una exquisitez al azar de la bandeja, sus ojos se quedaron sobre los
suyos, sin caer en su cebo visual. La confundió, debilitando su confianza. ¿No estaba atraído por ella? Por
supuesto que lo estaba. Por alguna razón, los hombres se habían sentido atraídos por ella toda su vida. ¿Y
por qué más la habría pedido?

— Sabes quién soy, — dijo.

— Tu nombre me fue dado a conocer por otro caballero más temprano esta noche. —la favoreció con una
sonrisa cautivadora que seguro complacería a Valmont quien se encontraba siempre alerta.

Cuando Lyon mordió la trufa la sorpresa iluminó sus ojos y sujetó el entremés para revisar lo que
quedaba antes de terminarlo.

— ¿Tú hiciste esto?

Una sensación de intensa satisfacción la embargó. Complacer a un hombre con sus esfuerzos culinarios
era lo más cerca que se permitía al complacerlo compartiendo su cuerpo. El encuentro del puente no
contaba.

— Oui. Con la ayuda del personal de cocina, como mencioné. —Se inclinó más cerca y dijo confidente
—, el ingrediente secreto es un pellizco de pimiento de Chile. Queda perfecto condimentando el dulce.
Fui afortunada de encontrar algunos deshidratados en Les Halle la semana pasada. Y pensé… ¿por qué no
probarlos en las trufas?

Lyon recogió otra trufa y la devoró también, cerrando sus ojos en éxtasis.

— ¡Delicioso! —proclamó.

No trató de impresionarla con una andanada de cumplidos efusivos como la mayoría de los hombres
hacían. Devolvió la bandeja al aparador y arregló la decoración ya de por sí perfecta para ocultar el
deleite que su disfrute le había ocasionado.

— Puedo copiar la receta para tu esposa si deseas.

— ¡Ay! Soy soltero.

— Tu chef entonces, —le dijo, complacida de poder dar por lo menos su estado civil cuando hablara
luego con Valmont.

— En realidad, con nuestra subasta al caer, puedo muy bien usar tu consejo. . .

Se perdió el resto de su réplica cuando un trío bullicioso llegó para probar las delicias al otro extremo del
buffet. Era Fleur, con dos caballeros atontados a remolque. La chica tiró a Juliette una abierta sonrisa
traviesa. Esperaba escuchar a escondidas indudablemente. La bribona.

Uno de sus admiradores era Monsieur Arlette, un amigo especial de Valmont. Planeaba hacer lo mismo
indudablemente. Se endureció cuando sus ojos penetrantes se extendieron por ella. Tendría que cuidar sus
palabras.

Al lado de ella, Lyon tomó un sorbo de vino, aparentemente ajeno a la intriga que los envolvía. Intuía que
estaba a punto de interrogarla más sobre temas que prefería mantener alejados de la vista de Arlette.
Valmont pidió revelaciones y chismes de este hombre y era mejor que empezara a obtenerlos.

— ¿Relleno tu copa? — preguntó, esperando hacer una transición suave hacia una discusión sobre su
viña.

— No. —Sus dedos cubrieron la copa—. Gracias.


Ella llevó a su admirador en dirección a la fuente de licor en el centro de la habitación.

— ¿Preferirías a La Fée Verte —el hada verde— entonces?

Osadamente colocó una mano en el ladrón de su codo, instándolo a la acción. Tratando de llevarlo lejos
de Fleur, quien dudaba que fuera algo escandaloso. Y también tratando de sacarlo fuera de las grandes
orejas de Arlette.

Lyon echó un vistazo hacia la fuente, con su agua helada goteando alegremente de sus canillas dentro del
bebedero poco profundo que la rodeaba. El Cosaco había puesto un vaso lleno en parte con licor debajo
de una de las canillas, permaneciendo de pie mientras el agua diluía el licor, dando a su fuerte sabor uno
más aceptable ahora.

Poniendo su bebida sobre el buffet detrás de ella, Lyon tomó su otro brazo y la acercó más.

— Preferiría hablar de lo que ocurrió más temprano en el puente.

El calor chamuscó sus mejillas y agitó su cabeza.

— No aquí, —susurró.

Su expresión le indicó que sabía que estaban siendo observados.

— ¿Dónde entonces?

Fleur dejó escapar un pequeño chillido, buscando sus ojos. Ante la consternación de Juliette, la niña había
permitido que uno de sus pretendientes bajara la delantera de su corpiño para exponer un pecho. Él estaba
ahora en el proceso de untar con mantequilla su tetilla con un cuchillo de plata repleto del pâté que
Juliette había hecho antes ese mismo día. Fleur apoyó ambas manos detrás de ella, entre las fuentes sobre
el buffet y su cabeza se replegó, exhibiendo una garganta esbelta.

Los ojos de Juliette se abrieron con fascinación renuente. Esta clase de actividad erótica generalmente
estaba reservada para las habitaciones traseras así que no presenciaba tales cosas a menudo.

El cuchillo se arremolinó de un lado a otro, hipnotizándola. ¿Cómo debía ser tener esa plata fría bruñendo
uno de sus pezones en tal manera? Se preguntó. Casi podía sentirlo. Su mano se dirigió hacia su propio
pecho antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo y se detuviera.

Miró a Lyon. La había estado observando mirar el juego sexual. Sus dedos la apretaban ahora sus brazos
lo suficiente duro como para dejar marcas. Ella los retiró, dejando sus manos a los costados de su cuerpo.

Los ojos de Lyon brillaron.

— ¿Una amiga tuya?

Su cara era un libro abierto y uno indecente, se dio cuenta. A diferencia del suyo. Quería advertirle que
huyera lejos de allí antes de que Valmont le hiciera daño. O ella lo hiciera.

— Oui. Ella... Su nombre es Fleur,

Le dijo melancólicamente. Echó un vistazo hacia el trío otra vez y jadeó. Ahora Arlette estaba poniendo
una porción de aderezo de aceituna sobre el pezón de Fleur, donde se aferró al pâté. Por lo menos las
coqueterías de la niña estaban teniendo un buen resultado. Arlette se había olvidado de escuchar a
escondidas.
Fleur echó un vistazo hacia ella y le dio un guiño picante. Juliette agitó su cabeza, regañándola en
silencio. Pero solamente sonrió abiertamente otra vez y acunó la cabeza de Arlette cuando se acercó.
Juliette contuvo la respiración. Iba a mordisquearla como si fuera una clase de bocadillo humano...

— ¿Entremés?

Sus ojos se desplazaron bruscamente a Lyon. Había levantado un plato pequeño de canapés y se los
estaba ofreciendo.

— Es simplemente justo que pruebes tu propia mercadería, —la embromó a sabiendas.

Avergonzada por ser atrapada interpretando el papel de mirón otra vez, abrió sus labios, tomando su
ofrecimiento automáticamente. Mascó varias veces antes de notar su error.

Lanzó una mirada al otro lado de la habitación, Valmont la miraba y la condenaba con su expresión. La
mirada de Lyon siguió a la suya y frunció el ceño, acercándose a ella instintivamente como si deseara
protegerla de algo más que el desagrado del hombre.

Dejó escapar un sonido angustiado y luego empezó a toser. Lyon tiró el plato sobre la mesa con poco
cuidado hacia toda la porcelana y el cristal desparramado entre las fuentes. Algo cayó al suelo pero estaba
demasiado distraída para determinar qué.

Una mano grande y masculina la herró de regreso, calentándola incluso a través de las capas de ropa.

— ¿Estás bien?

— Sí, — croó, agarrando una servilleta del aparador. La presionó contra su boca, escupiendo el canapé en
ella, descartando la servilleta entonces sobre una fuente de loza sucia y cubiertos.

Todas las chicas tenían prohibido comer en la presencia de Valmont. Descubrió que la visión de una
mujer que masticaba era muy repugnante. Fleur o las otras podrían ser perdonadas por sus pasos en falso,
pero ella pagaría su metedura de pata cuando él estuviera de humor para la retribución.

— Te mira de manera diferente que a las otras, —observó Lyon—. ¿Cuál es su relación?

Juliette limpió su garganta y vio que Lyon, también, estaba midiendo a Valmont. Finalmente, una
apertura.

— Es mi tutor. Quizás has oído hablar de él. Su padre poseía una empresa de fabricación de vino en
Borgoña.

Los ojos de Lyon la perforaron.

— ¿Poseía?

— La phylloxera la destruyó hace tres años.

— Sí, por supuesto. La familia de Valmont. Tenían ciento sacres si no recuerdo mal.

— Oui. Todos en mi familia estaban empleados allí. Si todavía existiera, estaríamos escogiendo las vides
de la salida a la puesta del sol. Me pregunto cómo puedes tener tiempo de pasar una temporada en París
en un momento del año tan ocupado. ¿La cosecha termina en Toscana antes que en Francia?

Él movió la cabeza con curiosidad, obviamente preguntándose por qué había bajado por esta ruta
coloquial.
— No, —respondió despacio—. Aunque habrá finalizado para cuando regrese a casa. Habrá otras tareas
de las que encargarse en preparación para la invernada como estoy seguro que eres consciente.

— Tu viña. . .—le miró fijamente de abajo de sus pestañas—... ¿Cómo es que continúa prosperando ante
el azote?

Una pausa de infinitesimal la alertó sobre el hecho que había reconocido que había una agenda detrás de
su interrogatorio. Los efectos de la tintura estaban haciendo su interrogatorio torpe.

— ¿Te dijo que preguntes? —señaló con su mandíbula hacia Valmont mientras sus ojos permanecían
fijos sobre su rostro.

Juliette abrió su abanico y lo agitó rápidamente.

— ¿A caso es un secreto? Es simplemente natural que todos nos interesemos. Debes saber, por supuesto,
que la razón por la que esté en París es que todas las propiedades de su padre fueron arruinadas por la
infestación. Lo perdió todo.

— El padre… —la frente de Lyon se frunció mientras rebuscaba en su memoria.

— Habrás oído que se mató, dejando deudas indudablemente. Esto. . . —difundió sus brazos para
demostrar el salón—. Es todo lo que resta de la fortuna de Valmont. Los campos por los que sus
antepasados trabajaron por décadas ahora están tendidos sin cultivar. Esto es el primer año desde la
antigüedad en que prácticamente no habrá ninguna cosecha de uva en toda Francia.

Lyon asintió con la cabeza.

—Es lo mismo para muchas viñas en toda Europa. Mi familia ha aportado mucho en materia de estudio,
experimentación, y el soporte financiero a aquellos que han sido devastados. Pero puedes decir a tu
guardián que, si, nuestros terrenos continúan intactos. Y, no, no hemos encontrado una cura. Cuando lo
hagamos, la compartiremos.

— ¿Tan confiado? ¿Infiero que estás cerca de encontrar una? —presionó.

Su mirada se estrechó e inclinó un antebrazo sobre la pared, acorralándola. Su olor era fresco, masculino
y su respiración batió el pelo en su oreja cuando murmuró,

— Responde a mi pregunta original y responderé a tu pregunta a cambio.

— Por favor...No es posible...Aquí.

Fleur y uno de sus admiradores los pasaron, yendo hacia el juego de puertas verdes a lo largo de la pared
cerca. Colocando una mano sobre el brazo de Juliette en breve reconocimiento antes de desaparecer por la
puerta y tomar por un pasillo, donde daría gusto a su compañero indudablemente. Arlette miró
anhelantemente detrás de ella, pero se quedó para apiñarse en el aparador, escuchando.

Lyon los observó irse.

— ¿A dónde fueron?

— Habitaciones privadas. Para las diversiones particulares. M. Valmont las decoró pródigamente el año
pasado y son muy impresionantes. ¿Te gustaría visitarlas?

— ¿Con la pequeña Fleur?

Trató de fingir que no eran celos lo que la carcomía ante el solo pensamiento de él acostándose con su
amiga.
— O con una de las otras que están más disponible por el momento.

— ¿No me las mostrarás tú misma? ¿No forma parte de los planes de tu guardián?

Se encogió de hombros, afectando indiferencia.

— Me ordenó que te las mostrara si deseabas verlas. Sin embargo, prefiero tener invitados solamente en
el salón.

Él empujó la puerta verde de par en par y puso una mano en su espalda exhortándola en su dirección.

— Haz una excepción.

Instintivamente, sus ojos registraron a Valmont. Al otro lado de la habitación, alguien lo había atraído a la
mesa de juego en un partido de un de vingt-et-un.

No podía contar con que Satyr volviera aquí otra vez. Muchas visitas eran clientes habituales, pero a
veces los recién llegados venían solamente una vez. Ésta podría ser su única oportunidad de aprender más
sobre lo que quería Valmont. Sus preguntas estarían primero y luego las suyas.

Así golpeó con su abanico el pecho de su compañero y le lanzó una mirada de advertencia.

— Muy bien. Pero no para un coqueteo. Solo para conversar en privado y no estoy segura que tan en
privado estaremos, incluso allí. ¿Comprenez-vous?

Asintió con la cabeza, recogió una vela y giró para llevarlo fuera del salón, esperando escuchar la protesta
de Valmont en cualquier momento. Aunque lo había sugerido, sabía que no le gustaría verla marcharse
con este hombre a quien por eso envidiaba. Pero no los interrumpió y se encontró pronto en la
tranquilidad del pasillo, respirando mejor cuando la puerta del salón se cerró detrás de ellos.

Un centinela guardián esperaba, su presencia le daba relativa seguridad al estar sola con un caballero.
Juliette inclinó la cabeza hacia él. Se quedaría con el oído puesto al alcance las habitaciones hasta la
madrugada.

Lyon la había seguido hasta el corredor y lo sintió detrás de ella cuando se detuvo en una puerta a la
izquierda.

— Primera base, —anunció—, tenemos el cuarto de Moorish.

Pero una señal sobre la puerta decía occupé. Aunque la noche era joven, alguien ya se había retirado allí.

El sonido de cuero golpeando llegó desde el interior, nítido y terrible. El flagelo. No era difícil adivinar
quién estaba entreteniendo un cliente dentro. Solamente una de las chicas disfrutaba tales cosas —Gina.

— Parece estar en uso, —notó Lyon—. ¿Fleur?

Juliette levantó su barbilla, negándose a avergonzarse.

— No —otra chica. No importa, — dijo resueltamente—. Hay otras numerosas habitaciones interesantes
por aquí.

Se precipitó a la de al lado, que no mostraba ninguna señal de ocupación. Llamando, vaciló con su mano
sobre el pomo, teniendo mejor opinión de esta elección con retraso.

— Ahora que lo considero, hay otra habitación más lejana que podrías preferir visitar.
Retrocediendo, se encontró con él sin querer en su prisa. Aunque no se había movido, un cuerpo duro
aguijoneaba ahora la base de su espina dorsal. Se acercó, proclamando la presencia de un depredador
detectando una hembra.

Su erección. Incluso a través de las capas de ropa, podía sentirlo inmenso e hirviente. Y rematada en una
corona que se sentía tan abundante e implacable como el pomo bajo sus dedos.

Una mano ancha se asentó en el hueso de su cadera y la apretó, enviando una corriente erótica a través de
su cuerpo. El aire entre ellos bulló de la tensión tan imprevisible como una tormenta eléctrica. Por
brevísimos momentos permanecieron allí, enzarzados en el silencio.

— Te quiero, —gruñó.

Juliette agitó su cabeza.

— El guardián.

Lyon extendió la mano alrededor de ella y cubrió sus dedos fríos con los suyos tibios, ayudándole a girar
el asa suavemente. Con un codazo, la puerta se abrió ante ellos. Ella avanzó automáticamente dentro de la
habitación. Perdiendo el refugio de su cuerpo, sintió frío inmediatamente. El fuego había sido encendido
en cada habitación con anterioridad, pero en esta, había amainado.

Detrás de ella, la puerta se cerró. Echó el ojo a la cama y a él cautelosamente, esperando que se impusiera
o sus preguntas sobre ella ahora que estaban solos, y no estaba segura de cómo respondería. Pero
solamente fue a la chimenea de la esquina y avivó el fuego.

Su mirada fue a la repisa de la chimenea tallada al lado de la que ahora estaba de pie. Posiblemente no
estuvieran realmente solos aquí. Cada habitación tenía portales privados a través de los que los
tejemanejes que ocurrían dentro podían ser monitoreados, supuestamente una medida que garantizaba la
seguridad tanto de las mujeres como sus patrocinadores.

Encendiendo las velas sujetas en lámparas a lo largo de la pared, lo estudió, curiosa de medir su reacción
cuando recibiera la decoración exótica de la habitación. Habiéndola revisado ella misma estando sola,
sabía qué precisamente contenía.

Por ejemplo, sabía que encima de la chimenea, en los ojos oscuros de un soldado lujurioso, había un
juego de mirillas escondidas. Levantó dos garrafas de vino del carro y los puso ahí, sobre la repisa de
chimenea, ubicándolas de forma que sus cuellos bloquearan los ojos del soldado —y por lo tanto los de
cualquier mirón— de la visualización de la habitación. Como una medida adicional, abrió su abanico y lo
apoyó detrás de ellas.

— ¿Cómo se llama esta cámara? —preguntó Lyon, habiendo terminado de alimentar el fuego. Su voz era
terciopelo, muy adecuado para su entorno sensual.

— La habitación de Pompeya. Su diseño está basado en las excavaciones en la antigua ciudad italiana de
ese nombre, cerca de Nápoles.

— Dime qué es lo que se supone que debe hacerse en esta habitación, — incitó.

— Pienso que tú lo sabes.

— Pero disfrutaría escucharlo de tus labios.

Ella dejó su vela en un candelero vacío y le se acercó.

— Muy bien. Su diseño, los frescos y las estatuas están imitando el Lupanare, que son—
— Los burdeles de Pompeya.

— ¿Has estado ahí? —preguntó con sorpresa.

— No, solamente me cansé de oír hablar de ellos a mi hermano mayor. Él—Nicholas— colecciona
antigüedades y se deleita en visitar ruinas y cosas por el estilo. Rara vez dejamos nuestra propiedad
simultáneamente así que nuestras ocupaciones son solitarias. Pero, sigue. Estabas describiendo los
propósitos de esta habitación.

— Bien, de la misma manera que los burdeles, su decoración desea motivar la lujuria según puedes
imaginar. Para animar relaciones sexuales ilícitas y similares.

En sus ojos apareció una chispa de diversión y ella se endureció ante la afrenta.

— Tienes un extraño sentido del humor, Monsieur.

— Tu me comprends mal. Lo que deseo es una descripción más específica. ¿Por ejemplo, qué se hace con
éstos?

Mostró una selección de dildos de cuero y madera junto a una madera y juego de dildos de cuero junto a
una piel de cabra con lubricante de aceite de oliva. Una fusta de equitación, ataduras y otros dispositivos
estaban colgados sobre la pared encima de ellos.

Ella sostuvo la mirada dentro de esos ojos enjoyados. Una vez, sus ojos habían sonreído como los suyos
lo hacían, pero la vida se había tornado seria y vigilaba su risa ahora.

— Supongo que algunos podrían decir que son instrumentos utilizados en la gratificación de lujuria
antinatural.

— ¿Antinatural? — sus cejas se alzaron y su sonrisa se tornó burlona—. Pero la lujuria es uno de los
instintos más naturales en la especie humana, ¿no crees?

Trató de no notar que estaba apoyado en una pared con un fresco que retrataba a Príapo, el dios Greco—
romano del sexo y la fertilidad. Señoreaba sobre un jardín y lucía un pene sumamente alargado, que
parecía dispuesto a atacar.

La mirada de Lyon siguió a la suya y estudió el lugar.

— De acuerdo con mi hermano, las ruinas en Pompeya están llenas de arte erótico, frescos, símbolos e
inscripciones vistas por sus excavadores como pornográficas. Incluso muchos artículos de familia
recuperados estaban decorados con trabajos lujuriosos. La omnipresencia de tales objetos indicaría que
las costumbres sexuales de la época eran más liberales que las nuestras.

El sonido de la fusta cortó la tranquilidad en algunos cortes staccato. Gina gimió.

Juliette limpió su garganta.

— Supongo. ¿Visitaremos otra habitación ahora, monsieur?

— Estoy contento de escuchar más sobre esta.

Se desplazó a lo largo de la pared, observando el fresco ininterrumpido, que retrataba lugares


interconectados de la antigüedad, cada uno más vicioso que el otro. Pausó ante una pintura de una
prostituta que posaba como si esperara a un cliente. Era uno de los óleos de la casa ancestral de Valmont.

— Un prostibula, —dijo, leyendo el pequeño óvalo dorado en el centro del borde inferior del marco.
— Un "Morue", lo llamamos en Francia. Ella está apoyada en un stabulum —una celda o compartimiento
— para ser visitada por hombres, —aclaró Juliette, acercándose a él para pararse frente al cuadro—. No
parece particularmente feliz por ello, ¿o sí?

Su mirada cambió a la suya.

— ¿Tú serías feliz, en su lugar?

Del cuarto contiguo comenzó un ruido sordo de choque, acompañado por rítmicos gemidos femeninos y
gruñidos masculinos obscenos. El prostibula no era más que una forma más vil del tipo de
establecimiento que tenía Valmont. Seguramente este hombre se daba cuenta de eso.

— Non, —respondió.

Lyon regresó para investigar la expresión de la mujer en la pintura.

— Respondes demasiado rápidamente y sin la debida consideración. Primero, debes mirarla. Realmente
mirarla. Imagínate a ti misma en su situación. En un día eso cambia tu vida totalmente respecto a lo que
era antes.

La rodeó, se moviendo para quedar en su espalda y enfrentar juntos la pintura. Puso sus manos en sus
hombros y su voz incorpórea le llegó, baja e hipnotizante.

— Imagina que eres ella, esperando a un hombre allí. Cualquier hombre. Esperando que uno pase
caminando y se fije en ti.

— Eres bastante nueva en este trabajo y tímida. Has tenido dos clientes esta mañana, pero sabes que si
nadie más viene, no comes este día. Así que esperas más.

— Hombres de toda clase pasan caminando, pesando tu valía en relación con las monedas en sus
bolsillos. Tú te pavoneas y cortejas con tu sonrisa. Pero nadie para...Hasta que... finalmente, un hombre
pasa...Y disminuye la velocidad. Para.

Juliette tembló, a pesar de que había avivado el fuego. Detrás de ella, sus palmas se deslizaron hacia
arriba y hacia debajo de sus brazos helados, conectando con ella y calentándola mucho más que el fuego.

¿Por qué no hacía sus preguntas y acababan de una vez? Abrió su boca para provocarlo con sus propias
preguntas, pero las palabras que salieron no eran ésos que planeaba.

— Debes salir de este lugar, — susurró.

Sus manos se detuvieron brevemente y luego cayeron a su cintura. Suavemente se deslizaron hacia arriba
a lo largo de sus costados, dando forma a sus costillas y más arriba. Entonces regresaron a sus caderas
solo para subir otra vez, volviendo sobre el mismo sendero una y otra vez. Y con cada rastreo hacia
arriba, se acercaba cada vez más a sus pechos, hasta que estuvo casi loca de la necesidad de que tomara su
peso en sus palmas.

— Pero te desea, —murmuró Lyon en ese mismo gruñido hipnótico—. Puedes verlo en sus ojos.

— Asientes con la cabeza y giras para conducirlo al lupanare, a tu pequeña celda. Hay pinturas a lo largo
del pasillo, retratar las varias posturas carnales en las que podría disfrutar participar contigo. Los fetiches
varios que tú podrías satisfacer. Algunos clientes requieren tal inspiración e instrucción. Tú te preguntas
si les mira mientras pasas. Echas un vistazo hacia atrás y te encuentras sus ojos sobre ti como si se
preguntara cómo te verías sin tu túnica. Te preguntas qué te hará cuando estés sola con él. . .

Al lado, los gemidos de Gina se habían tornado robustos y apasionados. Entrelazados con el ruido sordo
de la cama chocando contra la pared y ser interrumpidos por el errático caer del látigo. Mañana su piel
estaría marcada donde todos la podrían ver, pero disfrutaba mostrar esas marcas tanto como disfrutaba
recibirlas.

Y, viéndolas, Juliette la envidiaría en silencio.

Otras chicas suponían que era feliz en su celibato auto impuesto. Que no tenía ningún deseo de
experimentar los actos viscerales que todas disfrutaban. Pero conocía sus propios defectos y sabía que
estaba sobre tierra peligrosa aquí. Convocaría un alto pronto, pero no aún. No todavía.

— Por fin llegas a tu celda sin ventanas. Separas la tela gastada de la cortina. Tu cliente se ve más grande
aquí y su cuerpo parece ocupar toda la habitación.

— Te diriges hacia tu catre, llevándolo, como has llevado a otros hombres antes de él. Es de piedra,
cubierto de una fina capa de paja que tú colocaste recientemente después de tu último cliente.

— Mientras te apartas de él, viene detrás de ti. Y cambia de lugar tu pelo. Y pone sus labios aquí, a lo
largo de tu garganta.

Algo rozó el tendón detrás del oído de Juliette. Labios exuberantes y masculinos. Colocó en ángulo su
cuello invitándolo a más y siguieron la inclinación descendente para besar su hombro. El gran deseo se
desplazó en su estela y esperó escuchar lo que iba a decir después. Moriría si no lo hiciera.

— Te toca y tú sientes su calor a través de la solitaria prenda de vestir que llevas. La mayoría de los
clientes simplemente levantan la delantera de tu camisola y empujan su camino dentro de ti. Pero éste. Su
tacto es diferente. lento.—

El quejido de Lyon se mezcló con su grito entrecortado cuando sus manos descendieron, agrupando la
tela en sus caderas para agarrarla y mecerla contra él. Enjaulado en sus pantalones, su eje era una
protuberancia gruesa y nudosa que se acomodó la hendidura de su trasero empujando y haciendo renacer
el fuego en su espina dorsal. Dedos capaces y fuertes moldearon, apretaron y masajearon, pareciendo
decididas a memorizar la forma redondeada de su dèrriere. Cada sentencia apretaba más y más las
emociones en el pecho de Juliette. Agarró sus manos en la delantera de su cintura, sus uñas se clavaron en
su piel.

— Espera una señal de que estás lista para él. Que quieres lo que él brinda. Pregunta si es tu primer
cliente ese día y tú estás tendida, pensando que querrías serlo. Pero no se preocupa por tales temas.
Disfruta a una mujer experimentada....

Los labios de Juliette se abrieron y miró fijamente hacia adelante, incapaz de dejar de mirar la pintura que
lo inspiraba. Por primera vez en muchos años respondía al tacto real de un hombre. Había venido a ella
como un fantasma más temprano esa noche, pero ahora era todo demasiado real.

Pidiendo alivio se movió muy ligeramente, rozando los labios inferiores entre sus piernas. Estaban
hinchados, fruncidos. Mojados con su propio fluido. Y jadeó por aquello que podía darle.

Era como si estuviera sobre el puente otra vez. El recuerdo de su tamaño y forma conmovedora dentro de
su canal era vívido. La cosa real estaba firme en su trasero. Podía levantar sus faldas y estar dentro de
ella. Así de fácilmente.

Su cabeza colgó hacia atrás en el hombro fuerte detrás de ella y cubrió sus manos con la suya. Y siempre
gentilmente, ella apretó.

Un bramido gutural de la habitación contigua hizo añicos la atmósfera que Lyon había tejido alrededor de
ellos. El cliente de Gina había encontrado su clímax.

Juliette se enderezó en el abrazo de Lyon, mirando la pared ciegamente.


— Para. Es— eso es suficiente. —dejó caer sus manos y apretándose los pechos, ocultando su corazón
contra sus propias emociones y de sin saber qué iba a decir después.

¿Qué había estado pensando? Valmont vendría y había no había averiguado lo suficiente de lo que quería.
Ni ella había expresado sus propias preguntas.

La respiración de Lyon revolvió su pelo.

— Eras tú sobre el puente esta noche, ¿no? —exigió suavemente.

Giró dentro del círculo de sus brazos y la acercó más.

—Respóndeme, — repitió, sujetándola.

— Sabes que lo era, —le espetó.

— Podías vernos, —dijo, registrando sus ojos.

— ¡Oui! ¡Por supuesto que podía! —agarrando una mano en su nuca, forzó sus labios contra los suyos—.
Háblame solamente en susurros, —regañó, señalando con la cabeza hacia la repisa de la chimenea y sus
mirillas.

— Las paredes tienen orejas, incluso aquí.

Lyon ajustó sus piernas lo más posible. Sus garras bajaron para ahuecar sus glúteos, levantándola a su
calor. Los labios hambrientos se inclinaron sobre los suyos y sentía al tocarlos como si regresara a casa.
Todo estaba en peligro pero nunca se había sentido más segura y protegida. Excepto por el crujido del
fuego y el sonido intermitente de sus gemidos acalorados, la tranquilidad reinaba.

— Esa criatura contigo. Vi cómo estaba hecha, —se las arregló Juliette para decir en medio de sus besos.
¿Esa voz atontada era realmente la suya?

— Umm.

Ahuecó en forma su mandíbula fuerte en ambas manos y lo instó a separar sus labios. El ámbar destelló
bajo sus párpados entreabiertos. En la luz de la lumbre, sus pestañas lanzaban sombras sobre sus mejillas.

— ¿Qué era? —suspiró Juliette.

Su mirada cayó a su boca.

—...Una Nereida. —sus labios la exploraron.

Nereida. Juliette consideró la palabra. No una sirena.

— ¿Su nombre? — insistió, girando su cara a un lado.

— Sibela.

La decepción sombreó sus facciones, pero solamente dijo,

— ¿Qué es a ti?

— ¿Qué es Valmont a ti? — la besó demasiado brevemente, inclinándose para que su cadera la clavara
contra los frescos de la pared. Antebrazos musculosos se plantaron a sus lados con un ruido sordo—. ¿Un
amante?
En la siguiente puerta, escucharon el movimiento y las voces mientras los inquilinos cercanos dejaban el
cuarto Moorish. Sonido de pasos atravesando el pasillo hacia el salón que dejaban el silencio descarnado
en su estela.

¿El guardián les brindaría su atención ahora? ¿Quién más podía estar escuchando?

Bajó su voz hasta que no pudieran escucharla.

— Nada. No es nada.

Lyon gimió y sus labios bajaron deslizándose por el costado de su garganta.

Una esbelta pierna recubierta en seda se elevó para rizarse alrededor de la parte posterior de su muslo.

A través de las capas de ropa, su mástil quemaba en la entrada de su canal. Cambió su peso y el lomo
duro la frotó. Mmm.

— ¿Cuáles eran sus instrucciones con respecto a mí? —preguntó contra su piel.

— Se supone que debería estar adulándote. Más que a los otros patrocinadores, por lo menos esta noche.
Debo enterarme lo más posible sobre tu empresa. —le haría pagar la de Caín sino lo hiciera.

— ¿Con qué fin?

— Está celoso. De tu éxito. No ayudaría si encima si supiera que contigo. . . —entre ellos, su verga
tembló y ella gimió—. Me gusta esto.

La determinación iluminó su cara.

— Me estoy alojando en el hotel Quai d' Anjou. ¿Lo sabías?

Encontró sus ojos y asintió con la cabeza secamente. Por supuesto que lo sabía. A lo largo de una línea de
árboles adyacente al Sena sobre el Île Saint-Louis, era uno de los alojamientos más perdurables y
suntuosos en todo París.

— Ven conmigo allí.

— ¿Ahora?

Con su mano, enganchó su pierna doblada más alto alrededor de él, acercándolos indecentemente.

— Para que podamos hablar libremente. —su voz bajó, sexy y cautivadora—. Y con el propósito de que
pueda joderte sin una audiencia.

Jadeó, empujando contra su asimiento.

— ¡Non! ¿No escuchaste nada de lo que dije?

— Sino esta noche, entonces mañana por la noche. Prepara una de tus cenas infames si te proporciona una
justificación respetable para visitarme. —Agitó su cabeza—. Estoy por lo demás comprometido. Para
siempre. Ven a Toscana. Esta noche. No vuelvas aquí.

Gruñó, besándola mucho tiempo y profundamente hasta que estuvo lista para estar de acuerdo con
cualquier cosa. No debería querer esto, se reprendió. Qué era lo que la hacía sentir sólo estando cerca, era
un error quererlo. ¿No había aprendido nada hacía tres años? Sus labios se retiraron ligeramente y los
suyos los siguieron, si solo pudiera dejarlo ir.

— Tu monsieur viene, —le informó de mala gana.


Ella parpadeó confusa.

— ¿Qué?

— Valmont.

Juliette dejó escapar un chirrido de angustia y se alejó rápidamente de él, su corazón latiendo
desenfrenadamente. De algún modo Valmont se había acercado sin que ella fuera consciente. Empezó a
enderezar su ropa y arreglar su pelo.

Lyon inclinó un hombro contra la pared, cruzando sus brazos sobre su pecho y mirándola.

Momentos después, el golpe agudo de nudillos se sintió en la puerta.

— ¿Juliette? ¿Estás dentro? ¿Lord Satyr está contigo? —la puerta se abrió.

***
Capitulo 5
Con el arribo de M Valmont, el hedor del homicidio llegó a Lyon con el impacto del disparo de
un rifle. La cólera bullía, abriéndose paso roja a lo largo de sus pómulos. Aunque no tan desarrollado
como el de sus hermanos, su sentido del olfato era más agudo que los suyos en lo referido a algunos
olores aislados. Como la sangre.

Su mirada cayó en las manos limpias y arregladas del hombre. Habían estado empapadas con ella hoy
más temprano. Empapadas del alma de víctimas desafortunadas, inocentes. Animales asesinados por una
emoción que iba más allá de una olla de estofado.

Hablando entre dientes por lo bajo, Valmont los evitó deliberadamente y avanzó a zancadas hasta la
repisa de la chimenea, donde cambió de lugar las garrafas y el abanico hasta que ya no bloquearon las
mirillas. Entonces se reunió a ellos, todo sonrisas y beneplácito.

Allí el hombre parecía mucho más cadavérico, decidió Lyon, con todo y las mejillas hundidas y labios
azules. Sus ojos negros centelleaban con el brillo producido por la bebida. Absenta3, por el olor que
emanaba de él. Alguna vez probablemente había sido considerado apuesto, pero su adicción estaba
cobrándose un caro precio sobre su salud.

— Veo que te estás familiarizando con nuestra Juliette, Monsieur Satyr, —comenzó Valmont como una
forma de abrir la conversación. Acarició el lustroso cabello que caía sobre su pecho, arrojándolo sobre su
hombro en un sutil reclamo sobre ella. Sus facciones cambiaron, dándose a sí misma una expresión
inocua, como una muñeca.

— Intentaba hacerlo, — respondió Lyon, entrecerrando sus ojos sobre ella.

¿Había mentido? ¿Estaba jodiendo con este cadáver? No le importaba que hubiera tenido hombres antes.
Pero ninguno — y especialmente no éste — volvería a meterse entre sus piernas otra vez. Ese placer solo
quedaría reservado para sí a partir de ahora.

Otra cosa también había cambiado sobre ella. Aspiró cuidadosamente, registrando el aire. Mientras la
había sostenido entre sus brazos había empezado a desearlo hacia el final, a pesar de su argumento de que
no debería hacerlo. Y con el deseo, su olor se había librado de sus trabas y flotado en el aire como un
incienso atractivo huyendo de la lámpara de algún genio exótico.

Pero ahora, se había ido otra vez repentinamente. ¿Podía frenarlo a voluntad? Tal hazaña necesitaría de
una increíble fuerza de voluntad. De abnegación.

Lyon extendió la mano entre ella y su guardián para, aparentemente, escoger una bebida alcohólica del
carro de vinos, pero al mismo tiempo se las había arreglando para separar a la pareja. Permaneciendo allí,
vertió una bebida que no quería él mismo y les ofreció a ellos bebidas que rehusaron. Y en el proceso, se
las arregló para ensanchar la brecha entre ellos hasta que Valmont fue empujado totalmente a un lado.

3
Licor de ajenjo
— ¿Ustedes están relacionados? — preguntó entonces, usando su copa para señalarlos a ambos y
demostrar una posible conexión.

— ¡¡Oh!! ¡Pardonnez moi! Debo presentarme a mismo.

Valmont hizo una manifestación de cortesía, presionando esa mano recientemente ensangrentada en su
camisa blanca crujiente y agachando la cabeza en una media reverencia.

— Soy Monsieur Pierre Valmont. Y he sido tutor de Juliette por los pasados… —rodeó a Lyon con la
mirada para fijarla en ella—. ¿Cuánto tiempo ha sido, chèrie?

— Tres años, —proporcionó inexpresivamente.

— Oui, pero por supuesto, —dijo Valmont.

— Eso fue por la época en que la fortuna de la familia se deterioró, ¿no? —preguntó Lyon, girando el
tornillo.

— Oui, — dijo Valmont otra vez, echándole el ojo.

Una mirada del odio intenso que no podía ocultar totalmente brilló en su rostro y luego desapareció.

Las vides de su padre habían sido taladas por el phylloxera y al parecer hacía responsable por alguna
razón a Lyon y su familia. O eran quizás simples celos por la buena fortuna del otro. Era inútil tratar
desentrañar tales cosas.

— Mademoiselle Rabelais estaba hablando de ese misma circunstancia más temprano esta noche, — le
dijo Lyon—. Pero nuestra conversación se había movido a otros temas desde entonces. A decir verdad,
cuando te reuniste con nosotros estaba intentando convencerla de preparar una de sus cenas en mi hotel
mañana por la noche. He viajado durante una semana para llegar a París, y la idea de una comida bien
preparada me parece algo verdaderamente atractivo.

Más allá Valmont, Juliette agitaba su cabeza y hacia ademanes furtivos con su mano en un intento de
disuadirlo de continuar por ese curso. Hizo caso omiso de ella. Siendo tan zalamero como Valmont podía
ser, quizás lo ayudaría en una cosa…consiguiendo su consentimiento.

— He informado a Monsieur que mis viernes por las noches están ocupados en el futuro inmediato, —
interrumpió Juliette.

— Alas, y debo regresar pronto a mi propiedad, — siguió Lyon.

— Aunque le he asegurado que estoy dispuesto a pagar el precio que sea necesario por la posibilidad de
cenar tan excelente compañía como la suya me fue imposible hacerla cambiar de parecer.

Los ojos de Valmont se encendieron ante la promesa de un pago abultado.

— Felizmente Juliette está equivocada, —dijo, dibujando hacia ella una mirada sorprendida.

— Su calendario tiene un hueco inesperado y estará disponible para ti después de todo. ¿Mañana por la
noche, dijiste?

Sus ojos volaron a su cara.

—Mais non—

M. Valmont maniobró alrededor de Lyon para capturar la mano que se sacudía a su espalda.
Levantándola, acarició su dorso.
— Ma chère, Monsieur Satyr solo pasará una breve temporada en París. Es un gran cumplido de su parte
competir por el favor de tus talentos culinarios.

Lyon la estudió, esperando que discutiera respecto al asunto. Obviamente quería negarse. Pero solamente
miraba fijamente las pálidas manos acariciando las suyas.

— Puedo asegurarte que mi pupila te suministrará una comida inolvidable. ¿Imagino que tú ya la estás
planeando en esa encantadora cabeza tuya, ¿no, Juliette?

Valmont enderezó el encaje a lo largo de su escote, tocándola íntimamente en el proceso. Ella no mostró
señal de haberlo notado.

— Por supuesto, —respondió monótonamente.

Mirando esa mano posesiva sobre ella, Lyon se imaginó arrancándola y rompiéndole cada hueso. El
instinto de reclamarla y protegerla creció en él.

Sus pensamientos se dirigieron a la puerta. Podía empujar a Valmont a través de ella y por el pasillo.
Podía mantener a Juliette con él dentro de esta habitación, cerrar con llave la puerta con su mente,
levantar sus faldas y sumergirse en ella. Su verga se alzó, apoyando este plan con ganas.

Por otro lado, terminar arrestado en su primera noche en Paris era indudablemente la manera equivocada
de continuar las cosas. Había extraído las garantías de Valmont que iría a él mañana.

Debía irse. Ahora, o actuaría en base a su plan, suministrando forraje para los chismosos parisinos
durante los años venideros. Eso le importaba poco a él personalmente, pero afectaría a su familia
adversamente. Y ellos siempre estaban primero en sus consideraciones.

Cortando la contracorriente que tiraba de él, Lyon dijo:

— Está establecido entonces. Juliette me visitará mañana en mi hotel. No más tarde que las cuatro de la
tarde.

Sus ojos protestaron, dejándole saber que no iría voluntariamente.

Pero en cuanto los arreglos terminaron, partió, sintiendo un apretado nudo en las entrañas y un tremendo
sentimiento de pérdida cuando lo hizo. Fuera en la calle, echó un vistazo de regreso a las luces que
entibiaban las ventanas de los departamentos de Valmont y metió las manos en los bolsillos. Teniendo en
cuenta el hecho de que estaba dominando su olor de algún modo, el tirón de los encantos de Juliette
Rabelais era asombrosamente fuerte.

Habiendo estado muy cerca de ella y con todo separado, estaba encontrando físicamente doloroso
retirarse. El recuerdo de su olor todavía permanecía en sus pulmones, instándole a regresar y hacerla
suya.

Su piel se sentiría fresca contra su calor, sus labios suaves pero no demasiado cadenciosos. Ahogaría su
verga en ella. Se ahogaría en sus ojos verde mar...

...Verde mar...Ojos. Sibela. ¡Veinte infiernos!

La cabeza de Lyon se volvió bruscamente hacia el parque. Durante las horas anteriores, se las había
arreglado en gran parte para olvidar que había dos hijas de Faerie en París. Y que había prometido
reunirse con Sibela otra vez esta noche.

Sus largas zancadas comieron la tierra mientras cruzaba la calle desolada y regresaba al parque. No estaba
esperando con ansia esta cita secreta.
Estaba en problemas por la falta de sexo, pero por primera vez en su vida necesitaba a una mujer en
especial. Y no era Sibela por la que su cuerpo suspiraba.

Un apareamiento con la hija marina de Feydon podría ser disculpado, pero si cometiera el error de
aparearse con ella otra vez, su destino quedaría cerrado con el suyo. A pesar de todo, parecía ser
imposible tener sexo con otra después de haber encontrado a Juliette. No se engañaba creyendo que eso
significaba que se había enamorado de ella. Pero estaba enamorado en una manera en que no podía
recordar alguna vez haberlo estado de nadie antes de ella y se sentía de ávido como un adolescente ante la
posibilidad de verla otra vez.

Sibela no se aficionaría al cambio en su relación generosamente y exigiría una explicación. Tenía el


presentimiento de que no sería sabio mencionar que había pasado la media hora anterior envuelto en los
brazos de su hermana. Pero tenía que arreglar las cosas con ella y determinar qué sabía de Juliette, si es
que sabía algo.

Había tenido sexo con Sibela solamente una vez y no durante Moonful. Un lazo había sido creado, pero
era débil y todavía podía ser roto. Eso sería más fácil con su cooperación. La confrontación que le
esperaba no era fácil.

Seguramente, no sentía por él ningún nexo profundo, aunque había intuido que tenía algún motivo
subyacente para pedirlo. ¿Qué la había llevado a presentar su reclamo? Reflexionó, ponderando qué sería
lo más conveniente. ¿Una propuesta de joyas? ¿Tierras? Tenía una profusión de ambos. Sólo determinaría
qué era lo que deseaba y se lo daría, en vez de sí mismo.

Por supuesto, algo debería hacerse para mantenerla protegida, pero actualmente no tenía idea de cómo
solucionarlo. No había ninguno más de su tipo aquí sobre la tierra. Ningún cuarto hermano mitad–sátiro
para unirse a una superflua cuarta mitad – Faerie.

Sin embargo, más allá de sus preguntas no podía seguir posponiendo la reunión. Aunque recorrió dos
veces el banco de arena del río, ni Sibela ni su olor se encontraban por ninguna parte.

– Excelente, –dijo entre dientes con irritación.

Se lanzó hacia uno de los bancos bordeando el camino del parque, escogiéndolo porque le permitía una
visualización de la casa gris con la puerta roja enfrente del camino.

No tenía duda de que Sibela regresaría finalmente haciendo un mohín, y se le ocurrió que sería quizás
mejor si su confrontación fuera retrasada. En cuanto Moonful pasara, estarían en un estado más razonable
tanto en cuerpo como en mente. Entonces podría presentarse ante las hijas de Feydon tranquilamente y
llevarlas consigo a Toscana. Allí, él y sus hermanos podrían poner en orden su origen y determinar sus
obligaciones hacia cada una de ellas.

Protestó interiormente ante las posibles reacciones de Nick y Raine cuando llegara con dos mujeres a
remolque, en vez de una. Indudablemente tendrían gran deleite en molestarlo por sus cualidades
magnéticas, supuso.

Interrumpiendo sus pensamientos, una mujer se dirigió a él sobre la hierba como impulsada por algún tipo
de corriente y pareció a punto de hablarle.

– No estoy aquí, – que murmuró con un ademán brusco para alejarla. Ella se detuvo, dio una pequeña
sacudida perpleja a su cabeza, y luego regresó hacia el camino que la llevaba hasta el puente.

Él miró por todas partes. No había nadie más en el parque. Debió haber bajado del Pont Neuf
específicamente para buscarlo. Suspirando, levantó un suave muro de poder alrededor de sí mismo para
que ninguna otra se sintiera atraída.
¿Qué las estaba tentando en tales hordas? Se preguntó. ¿Era el hecho de que tres criaturas con sangre de
ElseWorld se hubieron juntado aquí en París? En una ciudad humana poco acostumbrada a tales cosas, lo
más probable es que hubieran revuelto un poco de magia latente. No quería considerar la otra posibilidad
– que ElseWorld mismo se estuviera filtrando en este mundo de algún modo.

Había movimiento en la ventana alta de los departamentos de Valmont. Cuando Lyon miró, Juliette se
acercaba con un vaso. Así que, esa era su recámara, como había adivinado más temprano ese día.

Verla otra vez envió una sacudida rápida de lujuria a través de él. Desafortunadamente, no se quedó, pero
cerró las cortinas, dejándolo murmurando para sí mismo.

Normalmente en este tipo de situación, habría hecho aparecer a una Shimmerskin para joder durante las
horas ociosas mientras permanecía de pie – o sentado en este caso – montando guardia sobre Juliette. La
iridiscencia de una Shimmerskin era difícil de ocultar incluso bajo un velo de magia. Sin embargo, había
tomado tales oportunidades antes al aire libre. Podía haber encontrado un escondite. Quizás aislarse a sí y
una pareja en las sombras del puente o retirarse a su hotel.

Sin embargo, el impulso de unirse simplemente a cualquier mujer aleatoria se había calmado en él. Sus
ojos fueron a la ventana alta otra vez.

Debido a ella.

Desabrochando la delantera de sus pantalones, dejó deslizar una mano en su interior. Se zambulló
profundamente, depositándose en el nido de rizos de su ingle.

Dedos experimentados que sabían qué era lo que le gustaba se rizaron alrededor de la raíz de su eje y se
aferró. Umm.

Inclinó hacia atrás la cabeza y disfrutó de la caricia de la luz de la luna sobre su cara y garganta. La luna
de esta noche estaba a una escasa rendija de su completa plenitud. En menos de veinticuatro horas a partir
de ahora, la noche más sagrada del mes para el sátiro llegaría, apoderándose de él en su esclavitud carnal.

Bajo la luna llena se encontraría en su momento más potente. Capaz despedir semillas de vida si era su
deseo. Era una serendipia que su clase había sido diseñada con el propósito de que pudieran fornicar
adónde y con quién escogieran en todas las otras noches, sin la preocupación de engendrar niños o
contraer enfermedades.

Una mujer de la experiencia como Juliette indudablemente tomaría precauciones contra la concepción,
aunque estaba seguro que podía superarlas fácilmente con su voluntad. Se enfadaría si lo hacía. Pero era
tentador. Un niño sería la mejor manera de protegerla tal como el Rey Feydon había ordenado. Debido a
que un niño Satyr requería de solo un mes de gestación, podía convertirse en padre con una rapidez
sorprendente.

La sola idea de su vientre creciendo redondeado con su hijo y la forma en que lo engendrarían hacía
temblar su verga bajo su mano. Sus ojos se estrecharon sobre su ventana oscurecida mientras empezaba
un largo y lento movimiento hacia arriba. Al principio apretó su verga contra su vientre y se forzó a no
apurarse. Tras su mano, un laberinto de venas púrpuras brotó a lo largo de su longitud, calentándolo.

Finalmente, en la cumbre de su caricia, la O de su puño coincidía con la prominente cresta que rodeaba el
borde de su cresta. Su mano permaneció allí para que el nudillo de su índice masajeara la sensible muesca
en la parte inferior.

Sus pestañas ondearon, cayendo más bajo. El ámbar destelló bajo ellas, quemando ese alto espejo negro
detrás del que ella se escondía al otro lado del quai. Una brisa suave rozó su piel e imaginó que era ella,
levantando sus faldas para arrodillarse sobre el banco y extenderse sobre él.
Reclinándose desgarbadamente hacia atrás, plantó sus piernas abiertas de par en par en la hierba en frente
de sí, indiferente al hecho de haberse convertido en un exhibicionista. Nadie vería a través del hechizo
que había tejido y en verdad no le importaba en lo más mínimo si lo hacían.

Un goteo opalescente de pre–cum manó de él y lo desparramó sobre su corona con su pulgar. Y se


imaginar a sí mismo introduciéndose en ella...Estirando sus labios ajustados de par en par con su pomo...
la imaginó cubriéndolo con sus ardientes y resbaladizos labios inferiores. Otro bombeo de semen se
derramó, dentro de ella esta vez. Entonces ella se retiró, solo para regresar por trago demasiado breve
para él y otro más.

Umm.

Cuando se hizo demasiado, arrastró su puño hacia abajo y se imaginó horadándola más profundamente,
más alto entre sus piernas. Imaginó que lo tomaba hábilmente, recibiéndolo hábilmente, tomando más y
más de él. Y más aún.

El costado de su mano apretó su escroto al final de su empujón descendente e imaginó que en su lugar era
ella hundiéndose sobre él. Que estaba tan totalmente abierta para él y él se encontraba tan profundamente
dentro de ella que la hendidura de su culo mimaba sus sacos. Y entonces se estaba deslizando a otra vez
hasta que su borde masajeaba su cresta y casi se salía de él, solo para descender de nuevo, más
urgentemente esta vez.

Colorado y rubicundo ahora, su mástil estaba duro y en alto, brillando empapado por el reflejo de la luz
de la luna y sus propios jugos. Cuando se puso a trabajar cada vez más rápido, sus ojos se dirigieron a la
barandilla del puente donde la había visto por primera vez. Convocó el recuerdo de su piel, sus labios y su
perfecto aroma.

Sus movimientos se tornaron duros y su respiración trabajosa. Su estómago se tensó hacia su lanzamiento
inminente. Su puño se movió a lo largo de su eje... otra...vez...

Se le escapó un estrangulado grito gutural. Su verga se sacudió en su mano y un enérgico chorro de


esperma salió de él, cayendo al otro lado de la hierba entre sus pies. Otros siguieron, saliendo a
borbotones y goteando sobre la parte posterior de su mano para manchar su estómago y pelotas y pegar en
su vello púbico. Su respiración era entrecortada y jadeante, mientras parecía que su corrida duraría para
siempre.

Dioses, ¿nunca se detendría? Rara vez se había corrido con tales magníficas pulsaciones desgarradoras,
especialmente gracias a su propia mano.

Al final disminuyeron y su corrida se hizo más lenta. Hasta que el último chorro dejó suavemente la
hendidura de su corona. ¡Aaah!.

Durante mucho tiempo después se deleitó en el bálsamo satisfecho del placer saciado. Pero la sangre
caliente de sus antepasados todavía zumbaba a través de sus arterias y su verga permanecía gruesa e
hinchada bajo su mano, lista para más. Con el tiempo, exigió que empezara otra vez y lo hizo.

Allí, en las sombras de cipreses y arce, en el aire húmedo del otoño, se jodió a sí mismo una y otra vez
hasta bien entrada la noche. Y cada vez que se corrió en su propio puño, soñó con ella. Juliette. Su
elegida.

La luna se había desplazado a medio camino al otro lado del cielo antes de que se cansara finalmente. Se
enjuagó en el río y regresó al banco para ponerse cómodo.

Levantando sus brazos, se estiró, cruzándolos luego sobre su pecho para prepararse a velar por
Mademoiselle Rabelais durante todo lo que quedaba de la noche.
En alguna parte en el éter, seguramente el Rey Feydon se estaba burlando de él por haberle entregado este
dilema. Hermanas – una, una ninfa de agua malhumorada y la otra una desconfiada grande horizontale.
Aunque todo estaba hecho un lío y no debería estar feliz, lo estaba. La siguiente noche era Moonful. Y
Juliette iría a él. En más de un sentido.

***

Justo antes del amanecer, hubo una llamada en la puerta de la habitación del ático que Lyon de
firmemente monitoreaba.

Juliette se revolvió su cama. La llamada vino otra vez y entonces la puerta se abrió y Fleur metió su
cabeza dentro.

– ¿Estás despierta?

– Oui. Entra. –Juliette se incorporó apretando sus rodillas contra su pecho. Había sido incapaz de dormir
y estaba agradecida de la compañía.

Fleur entró oliendo a sexo y perfume, y viéndose tan fresca e inocente que no parecía alguien que acababa
de pasar toda la noche en compañía de hombres.

Juliette se corrió, haciendo sitio para ella sobre la cama. Con su manera fácil acostumbrada, Fleur se
acostó sobre su estómago en el colchón y apoyó su barbilla sobre un codo para observarla.

– ¡Mira! Monsieur Tremont me dio un obsequio.

Sujetando su otra muñeca, la niña la rotó enérgicamente para que el brazalete que llevaba centellara a la
luz de la luna que entraba a través de las cortinas.

– Es encantador, – dijo Juliette, extendiendo la mano para revisarlo.

– Oui. –Fleur bostezó detrás de su mano–. Pero no he venido a hablar de esto. Dime qué ocurrió con el
caballero del pelo dorado. Las otras estaban verdes de envida de que Monsieur Satyr te escogiera como su
compañera en el salón. ¡Entonces, cuando te fuiste con él a las habitaciones! ¡O la la! Estoy segura que
Agnes se puso tan verde como el Absenta mientras me lo contaba. Tú nunca has llevado a un hombre a
conocer las habitaciones antes. ¿También conoció tu vagina?

– Fleur! –Juliette miró hacia los cielos para pedir ayuda–. Eres incorregible. Puedes decirle a Agnes y las
otras que solamente conversamos. Nada más. Son bienvenidas a probar suerte con él si viene otra vez.

Fleur refunfuñó.

– ¡Debes dejar que los caballeros te conozcan! De esa forma obtendrás obsequios. –agitó su muñeca,
haciendo sonar su brillante brazalete como un recuerdo–. ¡Con tu belleza sin duda adquirirías un arcón
lleno de joyas!

– Pienso que sobreestimas mis poderes de atracción muy ligeramente.

Juliette levantó una mano cuando la niña hizo ademán de protestar.

– Sin embargo, te complacerá que saber que voy a cocinar para Monsieur Satyr. Valmont me enviará a su
hotel esta noche.
– ¡Alors! Pero eso es estupendo. – Fleur se puso de rodillas y aferró sus manos sobre su corazón–. ¡La!
Tan apuesto. Pero con la ropa que llevaba supongo que tal vez no es tan rico como para comprar cosas
bonitas.

Arrugó la frente ante este problema insuperable.

Juliette solamente se encogió de hombros, sabiendo que sus circunstancias eran mucho más que
prósperas, pero no se molestó en contradecirla.

Alegrándose, Fleur rebotó sobre el colchón. Con las palmas hacia fuera, movió sus dedos.

– Pero tiene unas manos tan grandes. – levantó y bajó sus cejas intencionadamente.

–¿Y? –la instó Juliette, no captando su significado.

– Eso quiere decir que tiene un gran aparato entre sus piernas. ¡Quizás eso sea obsequio suficiente! –
Fleur se río tontamente.

– ¡¡Oh!! Tú siempre encuentras un lado bueno a cada situación. – Juliette no podía evitar reírse con la
niña, aunque no podía imaginar por qué encontraba tal cosa cómica.

La puerta se abrió repentinamente Valmont permaneció allí de pie. Ante su oscura silueta, ambas
quedaron en silencio.

– Unas palabras, – dijo a Juliette.

Muda por una vez, Fleur se puso de pié de un salto e hizo ademán de partir. Cuando lo pasó, levantó su
barbilla para estudiar su cara.

– Eres una cosita pequeña, ¿no? ¿Y recientemente ayudabas en la cocina?

– Oui.

– ¿Tu nombre?

– Fleur.

– Bien pequeña Fleur, tu sentido del decoro deja mucho que desear.

Su mano se ahuecó en su mejilla y Juliette se puso tensa.

– ¿Monsieur? – preguntó Fleur inclinando su cabeza.

– En el salón anoche. Admitiste libertades de Messieurs Arlette y Tremont que no están permitidas fuera
de las habitaciones traseras. No somos una casa de putas común.

Fleur asintió con la cabeza, viéndose compungida.

– No te preocupes, ma petite. Puedes ser perdonada por un único lapsus. – su mirada se deslizó sobre
ella–. Eres un paquete pequeño de buena figura. Te invitaré a mi lecho pronto, ¿no estás de acuerdo? Me
gustaría una muestra de lo que atrae a los otros sobre ti. Pero primero veamos tu pelo. – levantó un oscuro
mechón y lo dejó deslizarse por sus dedos, mirándolo fijamente, considerándolo–. Cambiarlo por un color
un poco más halagador. Quizás rubio, como el de nuestra Juliette.

Fleur lanzó una mirada perspicaz con un rostro tan expresivo que pareció hablarle con los ojos. Tan fuerte
como si hubiera expresado en voz alta sus pensamientos de ‘lo cambiará para fingir que soy tú cuando
joda conmigo.
– Su pelo es hermoso tal cual es, – protestó Juliette.

Valmont hizo caso omiso de ella y encontró el brazalete de Fleur, lavantando su brazo para revisarlo.

– ¿Te gustan los brazaletes? – preguntó.

– Si le complazco, podría recibir alguna pequeña recompensa para mí misma.

– ¿Joyas?

– Quizás, – dijo, dejando caer su mano–. Ve primero lo de tu pelo. Déjanos ahora. Y cierra la puerta
detrás de ti.

– Oui, monsieur.

Fleur giró para irse. En la entrada, puso cara rara hacia la espalda de Valmont, hizo un guiño a Juliette
entonces, antes de pasar al pasillo.

– ¿Por qué ella? – exigió Juliette una vez se hubo ido–. No es tu estilo acostumbrado.

– Me intereso por todos tus intereses, chèrie. Tú sabes eso. – era una amenaza.

Qué cualquier cosa que ella quisiera él podía mancillarla o sacrificarla. Ella comenzó a preocuparse por el
bienestar de Fleur.

– Debe ser advertida de tus tendencias violentas, –siguió Valmont.

Juliette envolvió sus brazos más fuertemente alrededor de sus rodillas.

– ¿Querías algo? – preguntó, negándose a discutir.

Sus ojos se dirigieron a su tocador.

– ¿Tomaste tus gotas?

– Oui. Demasiado a decir verdad.

– ¿Aún así no duermes? ¿Me pregunto si las fantasías lujuriosas de Monsieur Satyr son lo que te mantiene
despierta?

– Fleur me despertó. Te aseguro que estaba durmiendo muy profundamente antes de su llegada.

Él no se fue como esperaba, en su lugar se sentó junto a ella sobre la cama, su cadera calentando su
muslo.

– Descansa. Debes estar cansada. – la empujó de espaldas e hizo lugar para acostarse a su lado en el
colchón. Reunirse con ella sobre su cama de este modo era un evento sin precedentes y la asustó hasta
casi sacarla de sus cabales.

Cuando se recostó, ella apretó las mantas contra su barbilla. Él se acercó a ella, apoyando la cabeza sobre
la almohada al lado de la suya.

Colocó una mano sobre la manta, sobre su estómago.

– Estás tensa. Relájate.

– Estoy cansada, – contestó, haciendo ademán de voltearse.


Pero su mano comenzó a serpentear debajo de la colcha y alrededor de su cintura, sujetándola en el lugar.
Entre ellos, su verga estaba rígida contra su cadera. El pánico se extendió por ella.

– Tenías razón antes. Estoy celoso, –susurró en su oreja–. Puedo darme cuenta que Satyr te interesa.

Miró fijamente el techo, negándose a mirarlo.

– No. No lo hace, – mintió. Cualquier otra respuesta habría sido tonta.

– Fuiste quien sugirió que le mostrara las habitaciones anoche. Tú eres quien organizó una reunión entre
nosotros esta noche. Yo lo cancelaría gustosamente.

Su voz y su agarre sobre ella se apretaron.

– ¿Entonces estabas solamente actuando en mi nombre cuando lo dejaste atacarte?

Le miró furioso, observando los cambios en él que eran aún más sorprendentes de cerca. El Absenta había
estado cambiando despacio el color de su piel desde que vinieron a París, tornándolo demacrado.

– ¿Qué esperabas que ocurriera si lo llevara a las habitaciones? – pensó que la había puesto a veces en
manos de otros hombres para evaluarla. Para ver si sucumbiría. Era todo tan loco que solo él se
comprendía.

– Sin embargo, recogí alguna información antes de que nos interrumpieras, – le informó, pasando a
relatar los hechos escasos que había aprendido, adornando su información lo mejor que pudo para
aumentar su importancia.

– No es mucho dado todo el tiempo que pasaste con él. – gruñó cuando terminó.

– ¿Debido a que no he sido particularmente exitosa con él hasta ahora, por qué estás enviándome a él esta
noche? ¿Por qué no enviar a una de las otras?

– Tú sabes por qué. – sus ojos perforaban los suyos y ella apartó la mirada.

Sí, lo sabía.

– No será nada más que lo que se merece, –le dijo–. Él y sus hermanos lores irguiéndose sobre mí,
disfrutando los fracasos de mi padre y viéndome tocar fondo. Cómo debe estar riéndose de mí viéndome
dirigir a mujeres aquí. – su mano se deslizó sobre su estómago–. Toda la sociedad de París nos desprecia
actualmente, aunque muchos de ellos nos patrocinan a escondidas. Al final la policía se verá forzada a
expulsarnos, a pesar de mis sobornos. Pero te aseguro que tengo un plan para verme a mí mismo
restituido entre la alta sociedad y en una empresa de naturaleza más respetable.

– ¿Qué es?

Sus ojos se tornaron furtivos.

– Te diré solamente esto por ahora. Que es probable que Satyr y sus hermanos sean la mejor esperanza
para combatir la phylloxera en Europa. Ha admitido que están poniendo todos sus recursos en la
búsqueda de una cura. Sin embargo, no puede permitírseles tener éxito.

– Pero, ¿por qué no? –exclamó.

– No es el momento de hablar de eso. Viniendo aquí, solamente quise informarte que estaré ausente hoy,
pero esperaré que todos estén preparados para tu partida al hotel de Satyr esta tarde cuando regrese para
acompañarte allí.
La preocupación se disparó a través de ella cuando registró sus ojos. Esperaba que ella hiciera lo que
tuviera que ser hecho para ayudar en sus planes engañosos. Para convertirse en un caballo de Troya
cuando fuese al hotel de Lyon, trayéndole problemas.

Por un instante se sintió irritada ante sus propios pensamientos, cuando Valmont se movió, colocando su
cabeza en su pecho como si fuera niño y ella que su nodriza. Sus músculos se estremecieron de rechazo.

– Mi maman murió en el parto. ¿Lo sabías? – murmuró.

– Todos conocían las circunstancias de tu familia. Tú eras nuestro medio de vida. El del pueblo entero, –
respondió evasiva.

Calló por un momento y luego su mano se movió, frotando su estómago en círculos.

– ¿Alguna vez has querido tener hijos? ¿Una niña como la joven Fleur para amamantar en tu pecho, o un
hijo?

Su tacto se deslizó por encima de su figura, luego suavemente se curvó alrededor de su pecho. Un dedo
encontró su pezón a través de su camisón.

Agarró su mano, pero no lo miró a los ojos.

– Non, – susurró, mirando fijamente la pared lejana.

Para un momento suspendido, no hizo nada. Intuyó su frustración, sintió su dura longitud contra su
cadera, pero por fin solamente dio un apretón rápido a su pecho y se retiró para ponerse de pie al lado de
la cama.

– Duerme un poco. Esta noche será bastante ocupada para ti. Espero que hagas bien tu trabajo con Satyr.
Pero no demasiado bien. Estoy seguro que sabes a qué me refiero.

– Oui, – dijo muy bajito. Giró su espalda hacia él y lo escuchó retirarse.

– Sabes que te quiero a, ma chèrie, – dijo desde la puerta–. Lo sabes, ¿no?

Lo había creído una vez. Ese había sido su error.

– Oui, – dijo automáticamente.

La puerta se abrió y se cerró. Luego de un momento, echó una ojeada por sobre su hombro. Se había ido.
El hecho de que no viera necesidad de cerrarla con llave era humillante. Sabía que era demasiado el
cobarde para dejarlo.

Se levantó de la cama y fue su lavabo. Con manos temblorosas, extendió la mano bajo su camisón y
limpió con una esponja el lugar en que la había tocado.

Si no fuera una cobarde, tomaría a Fleur esta noche y huiría. Dejaría París. Pero solo pensar en hacer eso
era algo ridículo para una persona que apenas podía forzarse a cruzar un puente o mirar fijamente a un
río, y mucho menos enfrentarse al campo abierto.

Y en cuanto Valmont envenenara a Fleur con sus mentiras, ¿estaría dispuesta a huir con ella? ¿Incluso si
la llevaba a un lugar en dónde estarían seguros? Su mente siguió moviéndose en esos derroteros cuando
se metió en la cama.

Algún tiempo después, se puso de pie otra vez y tomó otra dosis débil de su ampolla. Había pasado los
últimos tres años en un coma viviente, en calmada aceptación y arrepentimiento. Pero esta noche sintió
que empezaba a acercarse a un terrible cambio trascendental que el mundo exterior estaba decidido a
imponerle. Cerró la ventana, en un esfuerzo inconsciente de protegerse de él. Al final se durmió.

Más tarde, el amanecer llegó fuera de su ventana. El gigante masculino que – sis saberlo ella – la había
vigilado a la distancia durante toda la noche se puso de pie en su banco. Estirándose, miró fijamente hacia
el río rosado por la luz del amanecer.

Luego dio la vuelta y caminó a largas zancadas a través de las calles tortuosas de la Cité de Île, donde se
cruzó solamente con algún rezagado auxiliar. Una vez en la isla contigua de Saint – Louis de Île, fue
hacia sus alojamientos, donde dormiría durante el día.

Y aguardaría a Juliette.

***
Capitulo 6
Había golpeado con la aldaba contra la madera solamente una vez cuando la puerta panel se
abrió bajo la mano de Juliette y apareció Lyon. Su cuerpo grande obstruía la luz de la tarde que entraba
por las ventanas detrás de él, sumiendo sus facciones en las sombras. Aunque, en realidad, holgazaneaba
más que nada mientras se apoyaba contra el marco de la puerta con su musculoso antebrazo en alto.

Su mirada se extendió por ella con aprobación cuando recibió su aparición. En alguna parte de ella estaba
un poco disgustada al notar que él era tan apuesto como lo recordaba. El mismo cuerpo musculoso y duro.
Los mismos ojos diabólicos de color ámbar. La misma sonrisa encantadora. Sin embargo, ella no
estaba de ánimo para apreciar su atractivo físico. Hacía menos de una hora en su tocador, su doncella la
había secado y vestido de la misma manera que un pavo premiado. Ahora sería servida a este hombre
como una comida con la esperanza de cortejarlo y obtener lo que Valmont quería de él. Pero también
había llegado aquí con una agenda propia.

– ¡Bienvenida! – la recibió con una voz que acarició sus terminales nerviosas–. Me alegra de que hayas
venido.

– Me dejaste muy poca elección en el tema, – dijo ásperamente.

Él se acercó y ella dio un paso involuntario hacia atrás. Pero solamente extendió la mano para aliviarla de
su canasta.

– Podías haberte rehusado, pero tuve la impresión de que fue tu tutor quien impidió que te negaras.

Tenía razón, por supuesto. Incluso ahora, M Valmont y su cochero aguardaban su regreso fuera en un
carruaje. Después de dejarla caer, habían planeado estacionar cerca, junto a un mirador que
proporcionaba una vista clara del hotel. Generalmente, Valmont se quedaba en casa cuando la enviaba en
estas excursiones eventuales. Que hubiera ido esta noche y se quedara cerca jugueteado con sus pulgares
decía mucho sobre lo importante que era su trabajo aquí para él. O que no confiaba en ella en relación a
este hombre.

– ¿Tu cocina y comedor? – preguntó, haciendo caso omiso del comentario de Lyon mientras su mirada
registraba el departamento más allá de él.

Con retraso, pareció notar el trío de criados que la habían acompañado.

– Justo aquí, –la dirigió, haciendo un movimiento para que todos lo siguieran adentro. Sus habitaciones
incluían una cocina pequeña y allí es donde los llevó.

Su séquito desfiló detrás de ellos llevando utensilios de cocina, tazones, canastas tejidas y una bandeja de
plata con cúpula. Se quedaron para ayudarla a abrir y revelar, llevándose todo luego, excepto algunos de
los platos consigo con el propósito de que ella pudiera llevar lo que quedara cuando partiera. Con un poco
de suerte, eso sería dentro de una hora.

Apenas prestó atención a Lyon mientras daba instrucciones y organizaba sus cosas sobre los mostradores
a su gusto. En cuanto sus servicios hubieron sido ejecutados, los criados salieron apresuradamente y
dejaron que ella llevara a cabo los suyos. Nadie comentó sobre la falta de respeto de que una señorita
joven se demorara en un hotel en compañía de un caballero mundano. Estaba tácitamente comprendido
por todos qué esta noche incluiría la totalidad de su rendimiento. Profundamente dentro la bolsa de
artículos de tocador que había traído había un godemiché4 de cuero y una jeringa, ambos envueltos en lino
limpio. Una botella que contenía un douche anticonceptivo de alum astringente, corteza de cicuta y hoja
de frambuesa estaba oculta allí también.

Solamente ella sabía la verdad completa de lo que ocurría en estas cenas de tête – à – tête. Y no había
llegado al punto de tener que emplear el cuero o la jeringa aún. Pero cada vez que preparaba una nueva
comida para un caballero poco familiar, también preparaba el antídoto y el equipo para prevenir un hijo y
los traía consigo a sus alojamientos. Por las dudas. En cuanto el último de los subalternos se hubo ido,
Lyon cerró la puerta tras ellos y le reincorporó a la cocina. Cuando no dijo nada, ella comenzó a buscar
entre cosas que había traído.

– ¿Cuánto tiempo tomará todo esto? – preguntó, mirando perplejo el batidor en su mano.

– ¿Hay algún apuro? – preguntó, retirando la estopilla que cubría la mantequilla y el huevo para poder
terminar la salsa Béarnaise.

Él echó un vistazo hacia la ventana y sus ojos siguieron los suyos. El sol estaba bajo, en menos de dos
horas de bajaría en el Sena.

– Admito que estoy sorprendido de que trajeras los ingredientes para una verdadera cena, – dijo
indirectamente.

– Eso fue lo prometido, – dijo, fingiendo por el momento que no estaba al tanto de que más era lo que
indudablemente esperaba de ella–. Sé que es temprano, pero es la hora que tú específicamente arreglaste.
Espero que estés hambriento.

Una esquina de su boca se alzaba con una diversión secreta, pensando en cuando descubriera sus apetitos
más anormales.

– ¡Oh! Lo estoy.

– Todos estará listo dentro de una media hora, – le informó, decidiendo suponer que hacía referencia a su
comida–. ¿Te importaría ayudarme?

Observó los utensilios y productos alimenticios desconfiadamente.

– ¿Qué es lo que esperas que haga? Todo ya se ve y huele delicioso.

– Pasé todo el día preparándolo y ahora simplemente requiere la preparación de último minuto de salsas y
aderezos. Hay algunas cosas que cortar en dados. Aquí, toma esto y ponte a cortar, –le sugirió. El tomó el
cuadrado extra grande de lino blanco que ella le ofrecía y lo aseguró sobre sus ropas–. Te advertiré que
soy algo torpe entre los objetos delicados, –dijo, mirando las hierbas y verduras que se encontraban
olvidadas en frágiles tazones.

– Nada aquí es valioso, – dijo, rápidamente enseñándole el manejo del estragón y perifollo.

Mientras trabajaba a su lado lo observó empezar a realizar las desacostumbradas tareas que le había
asignado, se veía encantador en su determinación de conseguir hacerlo bien. Ella empezó a relajarse
ligeramente bajo la rutina familiar de preparar una comida y el hecho de que no la hubiera presionado a ir
a su dormitorio inmediatamente.

En vista de su presunta riqueza, su forma de vestir continuaba sorprendiéndola. No había hecho ningún
intento de impresionarla esta noche con llamativo satén, pero estaba tan elegantemente informal como
había estado anoche, con la excepción de la adición de un abrigo color beige. Era impecable pero liso y se
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Consolador
preguntaba si era, a decir verdad, su pequeña manera de tratar de impresionarla. De vez en cuando movía
sus grandes hombros dentro de su tela como si una chaqueta confeccionada a medida fuera una especie de
prisión para su cuerpo extremadamente musculoso. Por un momento perdió el control y le sonrío, sus ojos
llenos de compasión.

Al notar su mirada él le sonrió con gusto, sus ojos brillaban.

– ¿La domesticidad me queda bien?

– Oui. Tú eres muy posiblemente el hombre más hermoso sobre el que alguna vez he colocado ojos, – le
informó.

La miró sorprendido.

– Grazie.

Podría dudar de su sinceridad, pero lo decía en serio. Había dedicado ese tipo de cumplidos a muchos
hombres pero la mayoría de las veces eran mentiras. Sin embargo esta vez era cierto.

Además, no importaba qué le dijera. Habría olvidado sus palabras y todo sobre tiempo juntos antes de
mañana. Se aseguraría de ello.

Limpió su garganta y se volvió hacia a la colección de botellas de vino sobre el aparador.

– He conseguido un poco del Sangiovese de mi familia, 1820 clásico, del sommelier del hotel. Un vino
toscano verdadero. ¿Tomarás un poco antes de cenar?

– Si tú deseas, –le dijo, escuchando el orgullo por los logros de su familia que era evidente en su voz.

Mirándolo desde abajo sus pestañas, continuó dando los últimos toques a la comida por la que él había
pagado a Valmont una suma asombrosa para disfrutar. Tal precio no era nada para este hombre, había
oído decir.

– Dime, – dijo una vez hubo servido y puesto la copa con su contenido al lado de ella–. ¿Qué harás
cuando regreses a casa? Sé que tu familia hace vino, pero ¿cuál es tu papel de específico en la operación?

– ¿Estas son tus preguntas, o las de tu tutor? – preguntó.

– Mías, por ahora. Pero sé advertido que también he traído las suyas conmigo.

Su sonrisa brilló y alzó su copa.

– Advertencia anotada. En respuesta a tu pregunta, estoy a cargo de gran parte del trabajo durante la
estación inactiva. En cuanto la cosecha termina y las cepas antiguas de las vides deben ser retiradas.
Cubrimos los pies de las parras restantes con tierra para protegerlas contra la escarcha. Después, hay que
podar. Y la realización del primer trasiego del vino nuevo es efectuado tradicionalmente en enero el
último día de la luna creciente.

– ¿Por qué entonces? – interrumpió–. No hay ninguna tradición semejante en Francia.

– Es un ritual de familia, –le dijo con demasiada tranquilidad. Su mirada se movió rápidamente hacia la
ventana y luego de nuevo hacia ella–. Como la planificación para las subastas de invierno y primavera.
Otra tarea que me corresponde este año, sólo porque mis hermanos y yo nos vamos alternando en la
obligación.

– La familia de Valmont tenía una subasta cada primavera. Cuando era niña. . . – se tambaleó.
– ¿Cuando eras niña? – apuntó.

– Nada importante. Yo solamente...Ayudé en las cocinas durante varias de las subastas. Una cena
generosa era preparada para los compradores que venian desde todas partes Europa.

– Es lo mismo para nosotros. Una cena elaborada. Entonces presentamos el vino; hay degustaciones y
conversación social. Hay mucha conversación alrededor de nuestro verdadero propósito, que es vender
nuestro vino por supuesto. Un evento próspero es más crucial para el éxito de los pedidos de lo que tú
podrías imaginar.

Sus ojos fueron a la ventana otra vez. Estaba mirando el cielo, se dio cuenta. Estaba tornándose rosado
con los orígenes de una puesta de sol.

– ¿Por qué miras hacia afuera? –se sintió conducida a preguntar.

Algo extraño y significativo vino y se fue en su mirada. Pero solamente apuró su copa y, a continuación,
dijo:

– Esta noche es luna llena.

– ¿Y?

– Y supongo que estoy un poco... ansioso... por seguir adelante con nuestra noche. – su voz se había
tornado grave y aterciopelada.

Como cuando había estado en la habitación de Pompeya de Valmont. Como cuando había acariciado y
besado su piel. Como ocurriría otra vez si solamente pudiera permitirse a sí misma darle lo que esperaba
de ella cuando la cena terminara.

Apartó la mirada, desearlo era posible. A sabiendas de que no lo era.

– Entonces estarás contento de saber que nuestra cena está lista, – le dijo suavemente, levantando una
fuente y esperando que no notara cómo temblaba su mano–. Puedes abrir el camino a tu mesa, Monsieur.

Juntos, llevaron las fuentes y los tazones a la mesa, y ella empezó a nombrar los platos varios que había
decidido servir.

– Primero tenemos el crostini y la sopa de frijol blanco con caracol. – levantó las tapas de cada una
mientras hablaba y la mezcla de aromas empezó a inundar el ambiente–. Luego la carne de ave en
Béarnaise, y la fruta. Y después, postre.

– ¡Ah! ¡El postre! – brindó por el concepto, la sentó entonces y se sentó junto a ella en la cabeza de la
mesa íntima. Ninguno de ellos destacó el hecho de que ningún tipo postre fue exhibido.

Mientras lo observaba comer, el alivio empezó a embargarla. Estaba tomando su comida. La comida que
había preparado con sus propias manos. Era el primer paso para derribarlo.

Sin embargo, su apetito para cocina probaba ser limitado como el suyo. Rellenó su vino, y se adaptaron a
una contemplación de sí y sus bebidas rápidamente.

– Estás al tanto de cómo se compone mi familia, sin embargo sé poco de la tuya, – le dijo.

Juliette se recostó, relajada por el conocimiento de que, en unos minutos, empezaría a sentir los efectos de
haber comido su comida. La comida no tenía ningún ingrediente secreto. Y no tendría ningún impacto
anormal sobre ella tampoco. Sin embargo, aunque nunca había sabido por qué, todo lo que debía hacer
para poner en marcha su magia con otro individuo era el hecho de que hubiera sido preparada y servida
por ella personalmente.
Ella gesticuló con elocuencia con la mano que sujetó su copa.

– Pregúntame lo que desees. Soy un libro abierto. – no importaba qué preguntas planteara, porque
olvidaría sus respuestas pronto. Él se sentó nuevamente, también, pareciendo algo receloso ante su buena
voluntad de hablar.

– ¿Quiénes fueron tus padres?

Le sonrío.

– Madame Fouche. Una mujer rolliza y alegre que me enseñó a cocinar y cuyo marido la golpeaba
cuando se le daba la gana.

– ¿No era tu padre?

– Non, y madame no era mi madre biológica. Fui una niña abandonada, nacida en esta misma ciudad. –
con una inclinación de cabeza de su barbilla, mostró los chapiteles del Hospice des Enfants Trouvés,
visible en la distancia desde su ventana–. Pero mi familia es un tema deprimente. Presenta otro.

Sus ojos permanecieron aguzados sobre ella por un momento mientras sus dedos acariciaban el tallo de su
copa. Entonces habló otra vez.

– Muy bien. Me maravillo ante este arreglo raro que tienes con tu tutor. El tomar de ofertas para la
preparación una comida y tu alquiler. Mayor parte de las damas de tu noble condición tienen amantes a
largo plazo.

– Amantes. – apoyó su copa y apoyó los antebrazos sobre la mesa para mirarle a través de sus pestañas–.
¿Esperas ser mi amante, Monsieur Satyr?

Sus ojos la recorrieron con especulación masculina, pero parecía no tener prisa y permaneció allí rotando
su vino, estudiándola.

– Eso y quizás más.

– ¿Más? ¿Qué significa ese más, que te imaginas que podrías ser tú para mí?

Lo espoleó dulcemente.

– Tu protector.

Una cuchillada de nostalgia bajó por su espina dorsal, reemplazado por un acelerón de la cólera
rápidamente. Levantó su copa y analizó sus facciones sobre su borde.

– Según mi experiencia, los hombres no protegen a las mujeres. Las ponen en peligro.

– ¿Estamos hablando de M Valmont?

Tomó una bebida.

– No hablo de un peligro físico necesariamente. He escuchado las historias sobre ti y tus hermanos.

– ¿¡Oh!?

– Los tres dejan un tendal de corazones rotos por allí donde van. Particularmente tú.

Parecía incómodo.
– No adrede. – tomó una uva del tazón de fruta y el blanco cegador de sus dientes brilló por un momento
cuando lo mordió–. ¿Qué más has escuchado?

– Que escondes grandes secretos sobre esas propiedades suyas.

Sus ojos se entrecerraron.

– Y ¿quién fue tu informante?

Se encogió de hombros.

– ¿Es verdad?

– Todos tenemos secretos, supongo. Incluso tú. Y en esa vena, es ahora mi turno otra vez para las
preguntas.

– Pregunta, – respondió magnánimamente.

– Tengo curiosidad respecto a tus planes para el futuro.

Su copa chocó con un ruido sordo contra la mesa.

– ¿Mi futuro?! Tengo poco que decir al respecto, Monsieur. ¿Qué mujer lo hace? Nos somos sacudidas
como hojas de otoño sacudidas intensamente por las brisas caprichosas de machos lujuriosos.

Movió una mano para ilustrar sus palabras.

– Tienes una muy baja opinión de mi sexo, considerando que somos tu ocupación principal. ¿No deseas
casarte un día?

– ¡Vaya! Monsieur Satyr, ¿estás proponiéndome matrimonio? – preguntó. Extendió la mano al otro lado
de la mesa y tomó su muñeca, su pulgar siguió el camino de sus venas azules–. ¿Qué si lo estoy?

Juliette se puso tensa ante su respuesta inesperada.

– Entonces acepto, por supuesto. – estirando su cuello, hizo un gesto fingido de explorar la habitación–. A
decir verdad, si tienes un miembro del clero oculto en un ropero, ¿quizás podríamos proseguir con una
boda inmediatamente?

Se inclinó más cerca, serio.

– Esta no es ninguna broma. Deseo convertirte en mi esposa. En el mañana, o tan pronto como pueda ser
organizado.

Sus ojos verde mar recayeron sobre su bebida y eran turbulentos cuando se puso de pie para encontrarse
con la suya otra vez.

– He escuchado tales palabras antes. Generalmente por la noche, de hombres amorosos con vino en sus
manos.

– No las has escuchado de mí.

El pie de su copa chocó con la mesa y extendió la mano hacia ella, todo en un solo movimiento fluido.

Porque era débil, lo dejó acercarla. Su mente estaba ya lo suficientemente influenciable para sus hechizos.
Debería terminar con él.

– La mayoría de los caballeros desean casarse con vírgenes, – farfulló en su pecho.


Sus fuertes dedos alzaron su barbilla y el ámbar destelló sobre su cara mientras acercaba sus labios. Su
boca rozó la suya.

– Prefiero a una mujer más experimentada.

– ¿Como esa mujer en el parque? – dijo, repentinamente ansiosa de poner un poco de distancia entre
ellos–. Confiesas un deseo de atarme a ti, pero tú estabas con otra solamente anoche. ¿Se me ocurre que
debería preguntarte si también podrías haberle propuesto matrimonio?

Vaciló.

– No exactamente.

Ella alzó una ceja.

– ¿No sabes si le pediste que se casara contigo o no?

– ¿Tienes hermanos? – contestó, atrapándola con sus ojos–. ¿Una hermana quizás?

Ella jadeó, apoyando ambas manos sobre su pecho, deteniéndolo–. ¿Por qué preguntas tal cosa?

– ¿Por qué escapaste anoche del puente? – contestó. Ella lo miró confusa–. ¡Vi a un hombre fornicar en el
parque! ¡Con una mujer que tenía una cola de pez! ¿No habrías corrido de tal visión?

– Puedo explicar eso, – dijo, pareciendo disconforme.

– Por favor hazlo, Monsieur, – se ofreció, cruzando sus brazos entre ellos.

– ¿Oíste hablar de los sátiros de la mitología?

– ¿Los seguidores del dios del vino, Dionisio? ¿Urnas y ánforas y todo eso?

Asintió con la cabeza.

– O seguidores de Baco, en Italia. Mis hermanos y yo somos descendientes de ellos.

Lyon abrió su boca como si fuera a continuar, pero entonces su expresión repentinamente se detuvo en la
suya y apretó los labios. Su mano titubeó detrás de él tratando de aferrarse a la silla más cercana para
sostenerse. Algo aterrador ardía en sus ojos y una peculiar, rara e intranquila expresión atravesó su cara.
Haciendo una mueca, echó un vistazo hacia la ventana otra vez como si fuera la fuente de su dolencia.

– ¿Qué pasa…? – su mirada siguió a la suya. El sol se hundía en una rebanada de naranja ahora. Valmont
empezaría a preguntarse qué la retenía.

Cuando volvió a mirarlo, sus facciones y comportamiento parecían haber cambiado de algún modo. Sus
ojos estaban más alborotados, y sus labios habían adquirido una curva más sensual y resuelta. Su cuerpo
parecía más grande, más cercano y más amenazador. Parecía que se estaba convirtiendo en algo menos
humano. En algo más...Animal.

– Ven aquí. – fue el gruñido de un macho dominante decidido a acorralar a su presa de sexo femenino.

– ¿Q–qué te está pasando? –tartamudeó, retrocediendo de él.

Sus ojos la acecharon y un brazo arremetió, arreándola en la cueva tibia y esculpida de su pecho. La
acomodó contra él, frotó la palma de sus manos por su cuerpo, sobre el contorno de sus hombros, espina
dorsal, cintura y caderas, como si la acostumbrara a su posesión. Su mejilla rozó la suya lo suficiente para
encontrar sus labios mientras se retiraba.
Sus manos provocaron un hormigueo en su espalda y, con un suspiro, se abrió para él, dejándolo
acariciarla y envolverla en la fuerza de su deseo. Se sentía como un refugio. Y deseaba que la protección
y el deseo desnudo pudieran continuar para siempre. Necesitaba esto. A él. Aunque fuera por solo un
momento o dos.

Gimió contra su boca y esas grandes manos vagaron hacia abajo para moldear las curvas de su trasero.
Levantándola contra él, la empujó hacia atrás contra la mesa.

El ruido de platos rompiéndose inundó el lugar cuando sus caderas empujaron las suyas en el borde de la
mesa laqueada. En su abraso acalorado la inclinó hasta que pareció la cosa más natural del mundo para
ella él aferrar sus piernas alrededor de su cintura. Ensanchando su postura, se acercó lo más posible a ella
y su beso se tornó más agresivo, profundizando la agresión carnal a sus sentidos. El nudo grueso de su
erección la aguijoneó a través de capas de ropa, arando su hendidura en arremetidas largas, calientes,
hasta que quiso gritar por la liberación de la penetración.

– ¡Dioses! Te necesito, – que descascaró, y sus palabras resonaron a través de su médula.

Ella abrió los ojos alarmada. Agarrando sus hombros, separó su boca de la suya.

– Tu tocador, – gimió.

¿Hmm? Sus ojos vidriosos se clavaron sobre sus labios, y su cabeza empezó a bajar hacia ellos otra vez.

Ella volteó la cara.

– ¡Tu recámara! ¿Dónde está?

Su boca encontró su garganta en vez y ella sintió el obstáculo de sus dientes mordisqueándola.

– No, – hizo un ruido áspero–, aquí.

– ¿Aquí?! –repitió débilmente. ¿Quería hacer esto aquí? Ningún hombre jamás se había atrevido a
sugerirle tal cosa y una poderosa sensación de lujuria la atravesó ante la posibilidad de entregársele en la
mesa del comedor. Pero había establecido una rutina en estos temas hacía mucho y desviarse era
imposible. Esta no era una noche para arriesgarse.

El aire fresco rozó sus tobillos. Una mano había empezado a levantar sus faldas y ya estaba deslizándose
lo largo de un muslo cubierto por una media.

– ¡Non! –se sacudió fieramente, hasta que sus pantuflas tocaron tierra y logró soltarse de su agarre–. ¡En
la planta de arriba! – jadeó. Con eso, tomó su mano y lo dirigió a la escalera. Al llegar al final lo soltó y
probó una de las puertas, descubriendo que era una recámara. Entrando, lo miró por sobre su hombro–.
¿Vienes?

La siguió. Justo como hombres lo hacían siempre en estas ocasiones. Dentro, exploró la habitación
mientras se dirigía a su lecho, observando todas las salidas posibles automáticamente y los artículos que
podía ser usados como armas en caso de ser necesarios. Pateando sus pantuflas, corrió hacia el colchón y
se colocó estratégicamente entre sus almohadones lujosos. Había visto lo suficiente a menudo a las otras
chicas de Valmont utilizar sus artimañas y sabía que una mirada ofrecedora una mujer que estaba tendida
sobre una cama era lo que los hombres preferían.

Sus dedos jugaron con el rizo de su pelo que había caído sobre su pecho. Su otra mano moldeó la colcha a
su lado.

– Quítate la chaqueta y tiéndete conmigo, – lo persuadió en una voz sofocante.


Doblando una rodilla, tiró de su falda subrepticiamente hacia arriba para exhibir un tobillo, se reclinó,
colocando el dorso de de ambas manos sobre la almohada al lado de su cabeza. Era su pose atractiva
patentada y no la había fallado aún.

Avanzando sobre ella, Lyon observó el lugar como si sus instintos le dijeran que algo estaba torcido, pero
no podía determinar precisamente qué.

Ella curvó sus labios en una sonrisa provocativa. Le devolvió la sonrisa, fácilmente fascinado. Y
fácilmente atrapado.

Se quitó la chaqueta, arrojándola, plantando luego una rodilla sobre el colchón despreocupadamente. En
un instante, ella se incorporó para sentarse ante él y mantener una mano sobre su pecho, deteniéndolo.

– Y tu camisa también, – insistió, empezando a liberar los botones–. Quiero verte.

Tirando de ella con una mano en su espina dorsal, la arrojó hacia atrás, siguiéndola a la cama.
Extendiéndose sobre ella con sus piernas a los lados de su cuerpo, de apoyó sobre sus codos hasta que su
pecho se sostuvo solo unos milímetros por encima de ella, apenas dándole espacio para respirar.

Sus dedos ahondaron en su pelo, sosteniendo su cabeza. Sus labios separaron los suyos. Entre sus
cuerpos, sus dedos ágiles desabotonaron desesperadamente el último de sus botones. Abriendo su camisa,
lo empujó por los hombros. Con una maldición amortiguada, la ayudó, saliéndose de ella con una torsión
agresiva de su torso.

Cayó sobre ella otra vez, su boca reincorporándose a la suya en un baile voraz y carnal. Sus manos
intranquilas recorrieron su espalda cincelada, aprendiendo sus inclinaciones, planos y valles.

Fuera, el sol carmesí harto entregó la lucha de permanecer a flote y se ahogó en el río. En su estela, los
rayos sigilosos de la luz de la luna joven se resbalaron por el vidrio. ¡Oh! Tan gentiles, se desplazaron por
el piso y luego subieron a la cama para acariciar a sus inquilinos con amor.

Con un grito angustiado, Lyon echó hacia atrás su cabeza y se alejó de Juliette hasta que su cintura se
dobló en un ángulo agudo. Sus firmes caderas se clavaron contra las suyas mientras sus brazos se
enderezaban a sus costados y sus dedos retorcían las mantas a su lado.

Elevándose sobre un codo, ella colocó una mano en su cintura.

– Lyon! –murmuró–. ¿Qué pasa?

Pero no escuchaba tampoco o simplemente sentía demasiado dolor para responder. Atrapado en algún
agarre invisible y torturador, su cuerpo tenso temblaba con escalofríos intermitentes. La luz de la luna
delineó su piel dorada, ensombreciendo sus facciones rígidas. Un músculo trabajó en su mandíbula y la
sangre latió visiblemente en el hueco de su garganta. Entre ellos, su verga dio una sacudida sola y
violenta, y un caos brutal brotó de algún sitio intenso dentro de él.

La espalda de Juliette golpeó el colchón otra vez y presionó sus palmas en el abrigo de sus costillas,
sujetándolo.

– ¿Lyon? – murmuró.

Sobre ella los ojos masculinos se entrecerraron y ardieron por ella, haciéndola consciente de cómo debía
verse con el pelo alborotado y los pechos desbordando sobre el corpiño dejando atisbar sus pezones.
Tontamente avergonzada, trató de tirar de su escote para subirlo.
Su cuerpo empezó a bajar sobre ella, tan despacio que sintió la costura entre su carne unirse, moverse
lentamente por pulgada. Su vientre encontró su vientre, sus costillas encontraron sus costillas y luego el
tejido blando de sus pechos dio contra su pecho y sus dedos se enredaron en su pelo.

El ámbar codicioso destelló, clavándose en el verde cuando se miraron fijamente, separados solamente
por unos pocos centímetros de aire llenos de mutua necesidad.

– Voy a joderte, – gruñó bajito.

Las palabras crudas la asustaron, la excitaron, así como su significado. Sus grandes manos enmarcaron su
rostro y esos labios hermosos bajaron para escaldar los suyos. Sus muslos forzaron a los suyos a abrirse y
empezó a mecer su miembro estrangulado contra su muesca vulnerable en estocadas largas, lujuriosas. La
tela de sus faldas y sus pantalones moldeó la protuberancia que era su verga y, con cada empujón, la
muselina incursionaba en sus pliegues para resbalarse como papel de seda empapado con sus propios
jugos.

Sus rodillas se elevaron a sus costados y sus dedos encontraron el frente de sus pantalones. Presionando
su núcleo contra la forma persistente de él, intensificó la mordedura afilada y dulce del deseo.

Sus fuertes brazos levantaron sus hombros, abrazándola, y su boca se movió para besar su garganta
profundamente. Su mano se curvó en su nuca y levantó sus labios a su oreja. En ese momento se acercó
tanto que estuvo a solo un milímetro de rendirse ante él.

– Sí, quiero que tú me jodas, –murmuró. No recordaría, y tenía que decírselo en voz alta. Sólo una vez.

– ¡Dioses, sí! – apalancándose a sí misma, se puso de rodillas, empezando a desabrochar sus pantalones.

Sus ojos se abrieron. ¿Qué estaba haciendo! En verdad deseaba tan desesperadamente tenerlo dentro
suyo. Tratando de recuperar el control de la situación, se separó con violencia de él.

– ¡No! Juliette! – protestó, extendiendo la mano instintivamente para contenerla. Cuando vio que
solamente quería invertir sus puestos, su agarre se aflojó y se deslizó a sus muslos, ayudándole para que
lo monte.

Su verga se sentía aún más increíblemente inmensa en esta nueva postura y se retorció, sentándose
encima de él con ambas palmas apoyadas sobre su pecho. Sus manos se curvaron alrededor de su trasero
y empezó a ayudarla para que lo monte.

– De este modo, sólo por otro momento...Entonces, luego...Yo...Debo. . .

Su hendidura palpitó y un sollozo sorprendido se le escapó de los labios, haciendo que él la mirara. Pero
solamente le sonrío y se dijo que no anhelara eso que no podía tener. Guardando firmemente en su
interior sus caprichosas emociones, extendió la mano profundamente dentro de su esencia, tocando esa
faceta de sí que la hacía única en el mundo entero.

Su cabeza se replegó y cerró los ojos, elevándose sobre sus rodillas. Manos afectuosas se deslizaros
alrededor del dorso de sus muslos para envolverse justo debajo de los globos gemelos de su trasero. Las
puntas de los dedos acariciaron lentamente las sensibles depresiones a lo largo del interior de sus muslos.

– Juliette, – gruñó.

Al sonido de su voz, se balanceó ligeramente sobre él de la misma manera que un sauce sobre un sendero.
Sus dedos buscaron la parte posterior de su cuero cabelludo y más allá, arrancando los alfileres que
ataban su pelo, lo agitó para que cayeran como olas del color de la almendra y el trigo, flameando a su
alrededor.
Entonces apoyó ambas manos en su esternón, ahuecándolos juntas como si sujetaran una bola de cristal
entre ellas. Una esfera radiante de un frío resplandor surgió en donde debería haber estado la pelota.

Sus ojos se ensancharon y encontraron los suyos.

– Tengo algo para ti, – murmuró.

Estaba listo. La comida que había comido y que había preparado para él antes de ir lo predisponía para
ella. Despacio y con gran cuidado, extendió sus manos, dejando que su don se derramara.

Emitiendo destellos que surgían de sus dedos como luciérnagas frenéticas liberadas de su cautiverio.
Porque debían ser contenidos normalmente, estos momentos infrecuentes de magia eran un placer y
respiró profundamente, porque adoraba el olor de su propio atractivo. Fascinado, Lyon observó la neblina
que como joyas rondaba en el aire encima de él. Sus manos se disiparon y pensó que trataría de tocarla.
Pero en su lugar las curvó en su corpiño, tomando el peso de sus pechos en sus manos. Debajo de sus
palmas, su piel se calentó y hormigueó como si la magia también los hubiera descubierto de algún modo.
Dejó escapar un suspiro rápido e incierto.

Entonces un tapiz de engaño finamente tejido se movió sobre él. Centelleando y echando chispas sobre su
piel aquí y allá por breves momentos. Uno por uno, sus dedos empezaron a soltarse.

Su expresión se tornó curiosamente satisfecha, como si acabara de comprobar alguna sospecha personal
suya.

– Faerie, – murmuró–. Lo sabía.

Se quedó paralizada, su brazo todavía extendido.

– ¿Qué dijiste?

Pero solamente bostezó una vez, exhibiendo dientes perfectos, blancos.

Entonces sus ojos se enturbiaron. Sus pestañas bajaron, poniendo sombras sobre sus mejillas.

Sus manos abandonaron sus pechos y se deslizaron a los lados. Los músculos se relajaron suavemente.
Una vez. Luego cayeron blandos sobre la ropa de cama a sus costados, las palmas hacia arriba.

Normalmente, el desencadenar de su magia la dejaba eufórica, pero esta vez un murmullo inquietante
entrelazó el sentimiento. ¿Por qué? Todo había ido como lo había planeado.

Y entonces miró hacia abajo, viendo lo que esos dedos suyos le habían hecho.

***
Capitulo 7

Juliette aferró fuertemente su corpiño para subirlo, escondiendo sus pechos en sus palmas
abiertas cuando se escabullía de su forma tendida. Saltando de la cama, tropezó, cayendo al suelo en su
apuro.

Levantándose de la alfombra, sintió la piel de sus rodillas raspada y abrasada. A medio camino al otro
lado de la habitación, se las arregló para enderezarse, tropezó entonces para finalmente terminar
inclinándose contra la pared.

El aliento entraba y salía de sus pulmones y su corazón tronaba como si intentara salirse de su pecho
mientras levantaba sus dedos hacia él. Bajo ellos, más vio algo raro. Hacía pocos momentos sus pezones
rosados habían sido bañados con una luminiscencia extraña. Y había ocurrido como consecuencia de su
tacto. ¡Dios mío!, ¿qué era él que podía hacerle tal cosa? Mirándolo nuevamente lo observó
cautelosamente por sobre su hombro mientras cerraba ganchos y lasos que ni siquiera se había dado
cuenta de que había abierto.

Su mandíbula se apretaba y relajaba, su cabeza meciéndose de un lado a otro sobre la almohada,


despeinando sus cabellos relucientes. Estaba luchando más duro contra su hechizo que la mayoría.
¿Quedaría atrapado en su trampa?

– Duerme. ¡Duerme! –susurró el mantra una y otra vez, infundiéndole magia para hacer su trabajo.

Sus pestañas como el oro oscuro pestañearon rápidamente, luego más débilmente... y finalmente
quedaron quietas. Había perdido la lucha para quedarse despierto.

Se enderezó de la posición medio en cuclillas que había asumido. Si se hubiera despertado y expresado un
deseo de continuar, las cosas podrían haber tomado una curva fea y había querido estar lista para actuar si
era necesario. Incluso a cierta distancia, podía ver que la protuberancia en su ingle era tan tremenda como
la había sentido contra ella. Había tropezado con hombres que habían rellenado las entrepiernas de sus
pantalones para acentuar su masculinidad y este tenía que ser el caso. Nadie podía estar tan bien dotado,
excepto quizás un caballo. No hubiera creído que fuera del tipo vanidoso, pero una nunca sabía lo que
llevaba a los hombres a hacer algo así. Aunque quería acercarse y dar un estudio más minucioso a sus
posesiones, pero se obligó a voltear y dejar la habitación. Dirigiéndose abajo, empezó a verificar
mentalmente la lista de lo que debía hacer.

Primero, vertió unos centímetros de Sangiovese en cada una de las dos copas que habían descartado antes
en el comedor. Tomando la botella, abrió una ventana y se inclinó sobre el barandal de herrajes con su
brazo extendido hacia fuera. Poniendo al revés el vino, vació el remanente por el balcón, observando su
contenido color rubí caer en el jardín que se extendía debajo. Sin embargo, el hecho de que estuviera
malgastando el dinero de otro hombre rico que había tratado de comprarla resultaba menos gratificante
que lo acostumbrado. El hombre en la planta de arriba era diferente de los otros. Menos merecedor de lo
que iba a hacerle después.

Poniendo la botella vacía sobre la mesa, donde no podía ser pasada por alto por él en la mañana, recogió
apresuradamente todos los platos y los utensilios que había traído y los llevó a la cocina.

Después de embalarlos sin orden en sus canastas, escogió un cuchillo afilado del aparador. Llevando eso
y las dos copas parcialmente vacías, regresó a su recámara.
Se detuvo justo fuera de la puerta y echó una ojeada al interior. Él estaba tendido como antes, con una
pierna ligeramente doblada y sus brazos a los lados. Parecía que Lord Satyr todavía dormía, pero tenía
que asegurarse de ello.

Manteniendo un ojo sobre él, se aventuró al interior y puso una copa sobre su tocador. Poniendo la otra
sobre la mesilla cerca de la cama, la empujó entonces con su pie para que se sacudiera y volcara algunas
gotas sobre la alfombra.

Su mano aferró fuertemente el cuchillo mientras se acercaba a los pies de la cama. Mirando su cara en
busca de la más leve señal de que pudiera estar moviéndose, pinchó con la punta de la hoja a lo largo de
la suela tierna de su pie izquierdo. No se movió. Lo golpeó con él otra vez. Dos veces. Ni un tic.

Satisfecha de que permaneciera bajo su hechizo se dirigió al lado de la cama. Acercándose, colocó la hoja
sobre su piel justo debajo de sus costillas dirigida señalando hacia sus pies. Su filo bajó fácilmente bajo el
cinturón de sus pantalones. Estaba afilado, listo para el propósito que planeaba.

Echando el ojo a su entrepierna, agitó su cabeza con asombro. Seguramente llevaba relleno.

Con una sacudida eficiente del cuchillo, rasgó la tela, cortando prolijamente a lo largo del exterior de su
pierna, de la cintura al tobillo. La delantera de sus pantalones estalló, abriéndose con la fuerza que su
erección. La protuberancia en su ingle se desarrolló, empujando la tela.

Su cuchillo cayó al piso con un fuerte ruido.

– ¡Mon Dieu! –balbuceó, cubriendo su boca con una mano. ¡Su service trois pièces era un service de
quatre pièces!

Cerró fuertemente los ojos para luego abrirlos nuevamente. Nada había cambiado. Poseía las dos pelotas
acostumbradas como los otros hombres, pero, asombrosamente, en lugar de una sola verga –¡había dos!

Uno se extendía largo sobre la mata dorado oscuro en su ingle, donde debía estar. Pero unos dos
centímetros o algo así directamente encima de él, ¡otra verga idéntica se erguía de su pelvis! Ambos
estaban rojizos, duros y suplicantes. Y ambos eran, con mucho, los especímenes más grandes que alguna
vez hubiera visto.

Sus ojos quedaron fijos en esa visión alarmante, recuperó el cuchillo y rodeó el final de la cama. En su
lado opuesto, vaciló por un momento, repentinamente reluctante de acercarse. ¿Qué hacía con dos? Se
preguntó. Cavilar sobre las variadas posibilidades le costaba su preciado tiempo y confianza.

Al final se obligó a acercarse y soltar el cuchillo justo dentro de la cintura de la otra pernera de sus
pantalones. Sus manos temblaban tan violentamente en ese momento que le provocó un corte, dibujando
un bordado con cuentas de sangre. Deslizando la hoja en un corte largo a través de la lana, cortó a lo largo
de la segunda pernera. Luego tiró el cuchillo, apuntando en dirección a la puerta, para recogerlo antes de
partir. Tirando de ellos se las arregló para retirar los pantalones totalmente con gran dificultad. Luego
permaneció a los pies de la cama, sujetándolos contra su pecho cuando se dio cuenta de que había
revelado otra rareza.

¡Estaba cubierto de pelaje! ¡Un especie de plumón color sepia cubría ligeramente ambas sus piernas!
Parecía suave, como la piel de los venados jóvenes y era más grueso sobre el dorso de sus piernas y
pantorrillas, disminuyendo sobre sus tobillos, dónde desaparecía. También crecía esparcido hacia sus
caderas, engranando y desapareciendo en la espesura de un color algo más oscuro en su ingle.

– ¿Qué eres tú? – respiró, agitando su cabeza desconcertada.


También arrojó los pantalones en ruinas hacia la puerta, sin molestarse en mirar dónde cayeron. Sacando
otro par de su ropero, los arrugó en sus manos para que pareciera que los había llevado esa noche,
entonces los dejó caer sobre el piso al lado de la camisa que le había ayudado a quitarse antes.

Encontrando su chaqueta, consideró darle un tratamiento similar, pero al final solo la dobló sobre la parte
posterior de una silla. La idea de que podría haberla llevado especialmente para ella era algo que
atesoraba, y no podía soportar arruinarla.

Con una eficiencia proveniente de la práctica, remetió la ropa de cama en una esquina y revolvió las
colchas en una pila a un costado sobre la cama. Después, se puso de pie y miró fijamente al lugar,
sopesando el efecto que había creado.

Regresando a la cama, arrojó una de sus almohadas al piso. Era un efecto bonito, decidió, añadiendo el
crédito a la representación del desorden vicioso definitivamente. Con un poco de suerte, sus esfuerzos lo
convencerían de que había logrado llegar al final de sus atenciones para con ella. Inhaló fuertemente y
permitió que su mirada lo ubicara donde dormía entre la ropa de cama desaliñada. Casi había terminado,
pero todavía tenía una difícil tarea.

Sin poder contenerse se acercó a la cama e investigó el pene á deux que surgía de él. Uno era ligeramente
más largo y más grande que el otro, se dio cuenta que este estaba ubicado en la mata en el vértice de sus
muslos, donde una vara masculina generalmente crecía.

Había visto los cuerpos de más hombres que los que recordaba. Pero nunca había visto un hombre
construido de este modo. Estaba hecho de la misma manera que alguna suerte de bestia.

¿Por qué no la aterrorizaba? ¿Por qué no la repelía? ¡Por qué! ¡Oh! ¡Por qué! ¿En vez de ello solo la
tentaba?

Por voluntad propia su mano se extendió hacia el eje menor de lo dos de determinar si era una jugada de
su imaginación. Fascinada, pasó sus dedos hasta arriba de su columna plagada de venas y alrededor de la
circunferencia rojiza. Ante su contacto, una perla de fluido brotó de la pequeña hendidura de la punta.

Retiró hacia atrás su mano rápidamente con una mirada culpable en sus ojos. Él separó los labios y un
suspiro surgió de ellos, pero continuó durmiendo.

Su mirada fija regresó a su estudio fascinado de sus partes privadas. Debía parar esto y regresar a su
trabajo. En un minuto, se prometió.

Osadamente, presionó la almohadilla de su pulgar sobre su punta, ensanchando la mórbida boca y


manchando la perla sobre ella. Era inmenso, pero éste era el método natural para facilitar su camino
dentro de una mujer sin dañarla.

Un impulso lujurioso la llevó a llevar el mojado pulgar a sus labios y chuparlo.

¡¡Oh!! Su raja reaccionó ante esto y la llevó a apretar sus piernas. Una sola vez, como si una mano
hubiera bajado entre ellas en un movimiento fuertemente erótico. Con una mirada consternada en su cara,
se envolvió la cintura con los brazos y se inclinó hacia adelante. ¡Su sabor había actuado sobre ella como
algún tipo raro de afrodisíaco!

Despacio, la presión fue liberada. Un zumbido residual de la sensación continuó haciéndole cosquillas en
los labios inferiores por muchos segundos, luego se desvaneció. Asombrada, se enderezó, con los ojos
ávidos fijos en la ingle. ¿Con el otro experimentaría el mismo sabor? ¿Tendría el mismo glorioso efecto
sobre ella?

¡No! Era tiempo de preocuparse por otros temas.


Pero de la misma manera que un adicto indefenso, se sintió atraída hacia él. Sólo por saborearlo otra vez,
luego regresaría a aquello que había ido a hacer.

Observó su mano extenderse otra vez. Como si perteneciera a alguien que no fuera ella, la vio envolverse
cómodamente alrededor de la medida de su eje más largo. Con caricias largas, gentiles, trabajó su camino
ascendente a lo largo de su verga y aún más, forzando a la pequeña boca en su cresta a abrirse. Otra
burbuja de semillas surgió de ella.

Lanzó una mirada al rostro de Lyon. Estaba inconsciente. Vulnerable. Podía hacer con él lo que deseara.

Esto estaba mal. Estaba muy mal el desear esto. Aunque el ansia carnal era su compañera fiel, nunca
había considerado siquiera hacer tales cosas con los otros a quienes había engañado.

Su lengua se movió, mojando sus labios. Olas de vello color almendra se movieron sobre su estómago y
se obstaculizaron en el pelaje de sus muslos cuando se inclinó hacia adelante...

...Y lo besó suavemente.

Ohhh, Dieu! El orgasmo se hinchó tan feroz y abrumadoramente en ese momento que se dobló sobre la
cama. Su mejilla cayó para anidar en su mata masculina y sus nudillos se pusieron blancos cuando aferró
la ropa de cama entre su pecho y el colchón. Bajo sus faldas, cruzó los tobillos y rodillas abrumaban. Tan
fuertemente que sus huesos golpearon entre sí mientras trataba de capturar la serie de las grandiosas–
pero–demasiado–breves convulsiones encantadoras.

Aunque se aferró a él desesperadamente, el placer embriagador se terminó demasiado pronto. La


habitación se tornó silenciosa fuera del sonido de su respirar y el suyo. Presionándose a sí misma a
ponerse de pie, empujó su pelo sobre sus hombros para mirar fijamente a su apuesta cara.

Anoche, lo había deseado. Pero ahora dolía por él, desesperadamente y en lugares privados en los que
ningún hombre se había aventurado jamás. Había sido estúpida esta noche, y debido a eso, sabía que este
gran deseo por él permanecería con ella por mucho tiempo. Sin embargo, la olvidaría. Le ayudaría para
que lo hiciera. Ella le miró, triste. Pero estaba más allá del tiempo empezar.

El colchón cedió ligeramente bajo su peso cuando se sentó a su lado y empezó a acariciar su cara,
sintiendo la leve barba crecida durante la tarde. Valmont le había dado una tarea. Debía robar ahora y
robar sabiamente para que su víctima no sospechara.

Palma y mejilla empezaron a calentarse la una a la otra y Juliette se imaginó a sí misma transformando el
calor en algo más fluido. Algo que se movía sin esfuerzo dentro de él, convirtiéndose en rítmicos chorros
de espumosa sangre que viajaba a lo largo de un laberinto de fibras y sinapsis girando en su cerebro.
Moviéndose más profundamente a través de los pasajes diminutos y cavernas microscópicas, localizó
pronto los archivos que buscaba. Sus recuerdos.

Con ojos desenfocados, miró fijamente al vacío, escuchando. Observando.

La primera visión que le llegó fue de una extensa y floreciente viña. Escenas de la misma en cada
estación muestreadas como ilustraciones de una baraja de naipes abierta en abanico.

Vio las hileras cubriendo laderas y valles, y los trabajadores que se afanaban entre ellas. Y propiedades
– tres de ellas. Y un anillo curioso de estatuas...
Entonces vio a los dos hermanos. Los vio claramente –uno alto y oscuro y carismáticos ojos azules, y el
otro más reservado con ojos que eran una medalla de plata fresca e inteligente...

Y entonces vio Lyon con su cuerpo hermoso, ojos enjoyados y maneras encantadoras. Estaba en alguna
clase de templo con... alzó las cejas... ¡Mujeres! Mujeres de todo tipo de forma, tamaño y
comportamiento. Sus manos y labios lo estaban acariciando y él les sonreía, deseándolas...

Rápidamente, volvió la mirada hacia otro sitio y vio algo más que ella preferiría no tener que detenerse en
observar. Animales. Grandes felinos, cabras monteses, venados, zorros, ñus y otros a los que no podía
poner nombre. Se estremeció, no queriendo caminar con dificultad a lo largo de esta avenida, pero
sabiendo que debía hacerlo. Así que continuó cerniéndose sobre él y viajando por ese sendero y otros y
otros más. Solamente cuando su cabeza empezó a palpitar se alejó. Tendría que ser suficiente.

Sosteniendo sus mejillas en sus palmas, le miró fijamente, memorizando sus facciones. Luego suspiró.
Había tomado de él. Ahora era tiempo de dar.

– Sueña, –murmuró, tocando sus labios con los suyos–. Duerme y sueña con fornicar conmigo. De
tocarme en cada manera íntima que nunca podrá ocurrir entre nosotros.

En ese momento, generalmente dejaba a las mentes de los hombres basar sus propias fantasías lujuriosas
en ella. Pero algo la movió a comportarse de manera diferente ahora.

Escenas de ellos juntos –de ella con él, comprometidos en cada espectáculo carnal sobre los que alguna
vez había fantaseado en su lecho desierto– flotaron de ella mientras de vez en cuando rozaba su boca, de
un lado a otro, de un lado a otro, sobre la suya.

– Recuerda estas figuraciones y disfruta de ellas, –murmuró.

–Pero ahora debes dormir, sólo, de la misma manera que todos los otros antes de que tú. Y cuando
despiertes...Cree. Cree que todas estas fantasías nocturnas de nuestro tiempo juntos fueron ciertas. Pero
déjalo ser suficiente. Déjame ser solamente un recuerdo cariñoso. Una mujer a quien tú ligeramente
saqueaste en cada manera concebible, pero por quién no sientes ninguna compulsión de buscare otra vez.

Se alejó algunos centímetros y observó las falsas impresiones filtrarse dentro de él, grabándose en su
subconsciente. Entonces se alejó.

Se detuvo en la puerta de su recámara. El deseo de regresar para una última vislumbre de él casi la
agobió. Pero se fortaleció y dejó la habitación, sintiendo como si dejara atrás un órgano vital.

Devolviendo el cuchillo a la cocina, metió los pantalones en ruinas que había recortado de su cuerpo
dentro de su canasta al lado de los platos y los utensilios.

Detrás de ella, la puerta de su habitación de hotel produjo un silbido al cerrarse y se dirigió a la escalera.
Había llevado a cabo ese ritual docenas de veces con docenas de hombres. No despertaría hasta mañana.
Nunca lo hacían.

Y cuando despertara, recordaría solamente aquellos recuerdos que le había dado de esta noche. Y de la
misma manera que todos los otros antes de él, nunca sabría qué había robado de él. Porque no sería
dinero, joyas o algo tangible lo faltante. No, había tomado algo más valioso de él.

Información.

Juliette se apresuró a lo largo de la arbolada Quai d'Anjou, en el extremo romo de la Île Saint–Louis, al
este. El río corría en dirección opuesta a la que iba y parecía empujarla, animándola a unirse a su carrera y
volver al hombre que acababa de abandonar. Por encima de ella, la luna era una esfera, los ojos fríos, que
la reprendieron a través del vaivén de los árboles que cubrían el Sena. ¡Vuelve! parecía decir.

¡No! ¡No escucharía! ¡No miraría!

Sus pasos se aceleraron y empezó a correr, temerosa del tirón embriagador de la naturaleza.
Desplazándose al Quai Henri IV, vió un carruaje esperando en el lugar de reunión pre designado.
Avanzando hacia él, she gave its horses wide berth. Aunque el equipo tenía puesto anteojeras, se
pusieron inquietos al verla. Como de costumbre, los animales desconfiaban de ella tanto como ella de
ellos.

La puerta de carruaje se abrió y una pálida mano masculina se extendió para ayudarla a entrar. En cuanto
estuvo sentada enfrente de Valmont, dio un golpe sobre la parte oculta del techo encima de ellos y los
caballos empezaron trotar hacia casa.

Después de su corrida, la respiración de Juliette era agitada y presionó una mano a su pecho, esperando
que se calmara. Saber que dos brutos equinos asustadizos estaban en la cabecera de este vehículo no hacía
nada para disminuir la velocidad de su pulso, pero sacó ese pensamiento de su mente. ¡Mejor esto que
caminar al aire libre durante todo el camino!

Mientras tanto, Valmont sentado con la cabeza apoyada en los respaldos, notando todo sobre ella. Podía
imaginar cómo debía verla – todo el pelo revuelto, las mejillas ruborizadas y las faldas aplastadas.

Desde debajo de los párpados bajos, los ojos se clavaron en ella.

– ¿Tú lo cogiste?

Aunque la había enviado al hotel de Satyr en su propia misión, su tono sin embargo rebosaba de
indignada acusación. De la misma manera que un niño que hubiera compartido un juguete predilecto, se
pondría celoso ante la idea del disfrute de otro sobre él.

– ¡Non! Por supuesto que no, – se las arregló para decir cuando su respiración se tranquilizó.

No podía decir si le creyó o no, pero lo dejó pasar por el momento.

– Bien, ¿qué me has traído? – preguntó.

– Es como lo pensabas. Él y sus hermanos están experimentando con las curas para el phylloxera.

Se inclinó hacia adelante.

– ¿Y? ¿Qué han descubierto?

– Hasta ahora, nada de méritos verdaderos se les han ocurrido, aunque sus hermanos estaban trabajando
duro en ello a la época en que dejó Toscana. El hermano de en medio – Raine – aparentemente se volcaba
por la hibridización, pero ahora está tomando otro rumbo. El injertar una enredadera estadounidense con
una italiano.

Continuó, narrando los detalles que había recogido de su presa desprevenida esta noche respecto al estado
de los estudios curativos recientemente pasado por sobre la sátiro propiedad.

– ¿Y? ¿Qué más conseguiste de él?

Que mantiene dos órganos masculinos en lugar de uno en los pantalones, pensó para sí misma, pero ése
era un conocimiento que no le daría.

–Mantiene mascotas en su tierra, – dijo ella en su lugar–. Salvajes. Cerca de un centenar de ellas.
Los ojos de Valmont se estrecharon.

– ¿Qué razas?

Contó de ésos que podía recordar.

– Emúes, antílopes, bisontes, caribúes, gacelas, jirafas. Y gatos – leopardos, linces, guepardos, jaguares, y
otros. Pero la pareja de panteras parecían más importantes para él que el resto. La hembra pronto va a
parir. Está preocupado de cómo seguirá el evento y triste por estar tan lejos de casa en este momento
crucial.

Divagó por un momento, proporcionando solamente retazos de información que esperaba no resultaran en
detrimento de Lyon.

Cuando terminó, se recostó, frotando las manos sobre sus rótulas mientras consideraba sus noticias. Sus
pensamientos se dirigieron hacia el interior y se dejó descansar hasta que llegaron a la casa.

– Diré buenas noches entonces, – le dijo en cuanto estaban dentro.

– Reúnete conmigo para tomar una copa, – dijo, y su corazón se hundió mientras seguía sus pasos de
mala gana por el pasillo.

De pie junto a la fuente infame, vio a llenar las copas de dos vasos con dosis de ajenjo. Equilibró una
cuchara ranurada en todo el borde de cada copa, luego centró un terrón de azúcar a cada cuchara. Sus
manos temblaban de tal modo que se le cayó el segundo y tuvo que intentarlo de nuevo. Él había estado
tomando absenta más a menudo últimamente y este estaba afectando tanto sus facultades como sus
reflejos.

– Estoy cansada, monsieur, – dijo, pero hizo caso omiso de ella.

Poniendo las copas bajo la fuente, y abrió dos de sus grifos. El agua helada se escurría lentamente,
derritiendo el azúcar y diluyendo el licor.

– ¿Te pidió que lo visites otra vez?

– Non. – Podía sentir el rubor subir a su rostro mientras observaba la mezcolanza louche – se nublaba –
con el lanzamiento del anise, el hinojo, y otros ingredientes de hierbas. En unos momentos, la solución
había conseguido un hermoso color verde opalescente.

Los ojos de Valmont la estudiaron mientras levantaba su copa y tomaba un sorbo cuidadosamente.

– Debes aprender a mentir mejor, ma chérie. Trata ahora otra vez. ¿O debo invitar a la joven Fleur a
entretenerme en vez? Naturalmente, no podría permitir que tú participes. Sin embargo, serías una
estupenda audiencia.

– Afirmó que quiere casarse conmigo. – las palabras se reventaron de sus labios.

Valmont la contempló con una nueva satisfacción.

– Ah. Me has traído algo más después de todo.

Obviamente contento, levantó la segunda copa y se la pasó como si fuera alguna suerte de recompensa.
Ahora, empecemos otra vez. ¿Qué dijo exactamente?

Después de haberse negado a las gotas, la idea de otra panacea era bienvenida. Ella bebió a sorbos el
absenta, sintiendo su bienvenida quemadura mientras transmitía una versión editada de la propuesta de
Lyon.
– No es el primero en ofrecer matrimonio bajo los efectos de los hechizos –advirtió–. Y su propuesta
apenas importa ya que le he hecho olvidar todo lo que ocurrió esta noche.

Volvió la cabeza y la mirada de Valmont se aceleró. Le tomó el mentón y lo puso en ángulo para que su
garganta reflejara la luz.

– Te ha marcado.

Su mano se elevó para cubrir la mancha, que estaba moldeada en la forma exacta de la boca de un
hombre.

– El color de tu humor se ajusta al de tu bebida.

Se río suavemente y la dejó ir.

– No soy celoso chérie, pauvre, –le dijo, pero sabía que él estaba mintiendo–. Sé qué es lo mío y cuándo
compartirlo.

– Así lo aprendí hace tres años.

Su cara se tensó.

– Mírate a ti misma. Eso parece peligrosamente cercano a una crítica.

– Pardonnez moi, monsieur, – dijo. Pero podía ver que era demasiado tarde. Le había dado una
justificación para tornarse cruel.

– Tú me dices que no desea verte otra vez; luego me dices que sí. Ahora empiezo a preguntarme si
mientes sobre los otros temas. No has sido desobediente, ¿o sí, Juliette? No me pusiste los cuernos esta
noche con Lord Satyr, ¿verdad?

– Sabes que no lo haría, – espetó.

– Se rumora que bajo una luna llena, él y sus hermanos son excepcionalmente persuasivos.

– Sin embargo, no fui persuadida.

– Entonces quizás ¿alguno de los otros caballeros que recientemente te reclamaron? ¿Has abierto esas
piernas encantadoras tuyas para alguien sin mi permiso?

– Non. Lo juro.

Rechistó escépticamente.

– Me he fiado de tu palabra durante demasiados meses. Esta noche, creo que lo confirmaré por mí mismo.

Se tomó de un trago el resto de la absenta y dejó el vaso a un lado. Luego se apropió de su bebida y se lo
bebió también. Tomándola del brazo, se volvió hacia ella, como si la acompañara a subir las escaleras en
algún evento social.

En vez, la llevó arriba hacia su santuario particular, una habitación que odiaba más de todas las otras en
su opulenta casa. Dentro, evitó los ojos heridos y vidriosos mirándole fijamente con dolor de cada pared.
Había llamado a esta su habitación de trofeos y la había poblado con las cabezas y los cadáveres de
animales que él y su padre habían destruido porque les complacía hacerlo. Entre todas las pertenencias en
su propiedad de Borgoña, había escogido estos vestigios tristes y desalmados como algunos de los pocos
para traer consigo.
Con los ojos cabizbajos, esperó mientras Valmont iba por un cuenco y lavó sus manos. No le gustaba que
sus empleados empezaran hasta que estuviera listo.

En cuanto se sentó ante el enorme escritorio que dominaba la estancia, inclinó brevemente la cabeza.

– Prepárate, – le ordenó.

– ¿Para qué?

Esquivó la pregunta, asintiendo con la cabeza hacia el Gabinete. Sabía lo que había dentro.

– ¿Estás castigándome? – preguntó.

Sus uñas martillearon en el escritorio.

– ¿Pensabas realmente que confiaría en tu palabra de que no te cogió esta noche? ¿Un hombre así?

– Sí.

– Entonces tú has olvidado tu lugar en el mundo, ma petite putain. O quizás debo decir, ma petite asesina.

– ¡No soy ninguna asesina! – protestó Juliette.

– Eso dices tú. Incluso si pudiera estar seguro de tu inocencia, las autoridades todavía te creen culpable.

– ¡Por tu testimonio!

– ¡Silencio! Si continúas causándome problemas, aún puedo verte ir a prisión. Encárgate de tu ropa ahora,
s’il vous plaît.—ma petite

Temblando de cólera, tiró de sus enaguas y los dobló prolijamente sobre el respaldo de la tumbona Louis
XV de incrustaciones en azul y oro que había adornado una vez su casa familiar.

No la había revisado de este modo desde que habían llegado a París. Había pensado que había empezado
a confiar en ella. Que había conseguido que pensara en ella como en algún tipo de Madonna intocable,
inmune a los deseos carnales. Poco se sabe hasta qué punto esta era de la verdad. Esa noche y la anterior
lo había demostrado. Y tal vez sospechaba que su debilidad por Lyon. Y de allí surgía su súbita necesidad
de determinar si había regresado en el mismo estado que había ido. Gracias a Dios que podía demostrarlo
porque no quería terminar en prisión.

La bandeja estaba ahí sobre el estante inferior en el Gabinete alto, independiente, tal como recordaba de
Borgoña. Abrió las puertas de vidrio y tomó sus asas, pausando cuando algo extraño captó su atención. El
estante de más arriba había contenido porcelana con el monograma de la familia una vez, pero ahora
estaba repleto de un surtido de curiosidades baratas. Era una colección un poco rara, que no parecía
acorde con los intereses de Valmont.

Miró en el primer elemento de la fila. Una muestra de tejido de color marrón moteado.

– ¡Apúrate, chica!

Su mano se sacudió bruscamente, haciendo sonar los instrumentos en la bandeja. Levantándola, caminó
hacia él como alguien que se dirigía a la guillotina, y la puso en la esquina de su escritorio.

Ya había abierto los dos cajones poco profundos y más altos a los lados del escritorio, que a propósito
dejaba vacíos para estas ocasiones. Soltándose a sí entre él y el escritorio, se sentó sobre su borde. En un
movimiento suave, se echó sobre su espalda y levantó sus rodillas dobladas. Encontrando los cajones con
sus pies los apoyó en ellos, acomodándose para que sostuvieran el peso de sus piernas separadas.
Valmont entonces se puso de pie y levantó sus faldas bien encima de sus rodillas amontonándolas sobre
sus muslos. Miró su cara mientras tocaba cuidadosamente con su dedo la tierna hendidura entre su labia,
moviéndolo hasta que se desplegó para él sobre sí misma.

Ella vació su expresión, estudiando el techo. Había veinte cajas grandes de madera en ella.
Cuidadosamente, contó cuántas veces estaba repetido en la decoración de cada cofre el dibujo del huevo y
el dardo y dónde estaba ubicado cada defecto diminuto. La casa familiar de Valmont había tenido veinte
grandes arcadas encima de su escritorio allí, cada una con bordes decorados con oropel.

Pero ella se encargó de mantener los ojos lejos de los trofeos que se alineaban en las paredes. El orgulloso
ciervo rojo con su cornamenta de seis puntas y doble asta eran lo peor, sólo porque había visto a su padre
llevarlo triunfante a casa. Nadie más que ella se había preocupado de que aún se aferrara a la vida y
estuviera sufriendo.

Su mirada se desplazaba hacia él una y otra vez. Era importante no pensar en él demasiado tiempo.

– También recuerdo ese día, – dijo Valmont, notando la dirección de su mirada.

Sus manos se aferraron a sus rodillas y las separaron, dejándola expuesta. Se sentó otra vez, quedando
oculto a su vista por la tela de la falda. Escuchó una silla inclinarse hacia adelante y sintió el calor de una
vela que se acercaba.

– Te vi cómo estabas ese día, – continuó–. El dolor del ciervo era demasiado para ti. Te sujeté cuando tu
estómago vació su contenido.

– ¡Détente! No hables de ello.

– Solo tenías dieciséis aquel verano. ¿Recuerdas?

El primer instrumento metálico se deslizó en el interior de su pasaje, enfriándola. Eran las herramientas
de médicos y que usaban para revisar periódicamente a las chicas de la casa por enfermedades tal como
dictaba la ley francesa. Debido a que había nacido sin el vello que mayoría de las mujeres tenía para
proteger sus partes privadas, por consiguiente, sentía cada uno de sus fríos contactos aún más
profundamente.

– Recuerdo perfectamente – dijo–. Era sobre la época en que la viña de tu padre empezó a fallar. Te tuve
lástima.

– Tú me adorabas. Fue la primera vez que te noté. Ya estabas tan a punto, incluso a tu joven edad.

Un nudillo rozó su clítoris. Ella se retorció para alejarse de su contacto y cerró las rodillas horrorizada.
Nunca había hecho tales cosas. El absenta lo estaba tornando valiente.

– Excusez–moi. Un accidente.

Su mano se calzó entre sus piernas para abrirlas nuevamente de par en par. No le creyó.

El instrumento se abrió para separar las paredes vaginales separadas, creando un túnel delgado para eso
que seguiría. En cuanto el dispositivo estuvo lo suficientemente abierto, un dedo se deslizó para
inspeccionar el interior con absoluta diligencia.

Su tacto era siempre amable mientras empujaba y sondeaba examinando sus partes privadas. Lo que más
odiaba era que tuviera sus ojos sobre ella. Siempre se sentía sucia después de haber sido tocada con esa
mano y esos instrumentos limpios.

El dedo y la manivela se retiraron y la vela se alejó.


– Todo parece estar bien. Todavía no te has convertido en una ramera como tu madre. Aunque esas cosas
llegan con el tiempo, supongo.

La suya era una suposición común y apenas la perturbaba. Todos sabían que los huérfanos eran muy
probablemente los vástagos de mujeres solteras, que eran consideradas de baja moralidad. Debido a que
los defectos morales se creía que se llevaban en la médula de los huesos, por lo tanto debía ser culpada
por los supuestos pecados de su madre.

Juliette se tambaleó mientras se sentaba, empujó sus faldas hacia abajo para cubrirse y levantó sus pies de
los cajones. Tan pronto como sus pantuflas tocaron la alfombra pasó rozándolo para recoger sus enaguas,
esperando que hubiera terminado. Generalmente la dejaba ir.

Pero esta noche no tendría tanta suerte.

Antes de que te vayas, retira la bandeja y limpia todo.

Haciendo una mueca, regresó por los instrumentos y los llevó junto con la bandeja al aparador. Mientras
los lavaba en la palangana, sus ojos se deslizaron una vez más sobre el estante más alto del Gabinete.
Estudió la matriz rara de objetos que había notado más temprano, cada ordenado prolijamente a lo largo
de ese estante especial.

Inclinándose más cerca de la muestra de tela, se dio cuenta de que no era marrón en realidad como ella
había pensado al principio. Solamente estaba manchada y parecía haber estado teñida un color azul
oscuro originalmente.

Revisó las piezas cercanas, notando que la mayoría eran descaradamente femeninas. Un dedal de cobre.
Una cinta enrollada. Un peine de concha marina.

Los ojos de Valmont perforaron su parte espalda cuando terminó el lavado y secado y puso las
herramientas sobre un trozo de felpa para que se secaran. Ella contuvo la respiración, yendo hacia sus
enaguas.

– Bonne nuit.

– Permanece ahí, – le dijo y su pulso dio un brinco. Su voz siempre se volvía más gentil cuando se sentía
sádico.

– A un médico le gusta que le paguen por los servicios prestados, Mademoiselle Trouvé.

Señorita encontrada. Un apodo repugnante que nunca dejaba de volver a llamar sus orígenes humildes. Si
el apellido de un niño huérfano no fuera proporcionado, los oficiales del hospital le daban uno genérico,
como Trouvé, la palabra francesa para – encontrado.

– Ven.

Él entrelazó sus dedos sobre su estómago y se sentó en su silla, esperando.

¿Qué planeaba? Juliette echó el ojo a la puerta, previendo sí continuar era necesario seguir sobre sus
pasos y correr hacia ella por su libertad. Una risa ahogada de desaprobación la detuvo.

– ¿Si te fueras, adónde te irías? ¿Cómo te irías? ¿Tomarías un bote? ¿Un coche de caballos? ¿Caminarías?
¿A través de Bosques y ríos? No creo que seas tan tonta. Estás más segura aquí. Ahora, ven.

– Mis gotas.

– Después.
Se liberó de su apretado agarre sobre las enaguas y las dejó caer sobre la silla. De mala gana se acercó a
él. Cuando estuvo dentro de su alcance la empujó nuevamente sobre el escritorio, haciendo sitio para ella
entre él y mueble.

– ¿De nuevo? ¿Por qué?

¡Ella permaneció de pie y vio que abría los botones de los pantalones! Su verga surgió de ellos, rígida y
repugnante.

Lo esquivó, pero era más fuerte que ella y la atrapó. Levantándola sobre el escritorio, empujó sus
pantalones hasta sus tobillos y se movió entre sus piernas, frotando su verga con brutales sacudidas.

– Oh dios, quiero meterlo en ti, – gimió.

– ¡Non! – más allá de la alarma, llevó sus rodillas hacia su cuerpo y trató de cerrarlas y alejarse de él a
toda prisa.

Una mano en su cadera la bloqueó. Trató de incorporarse, pero él se pegó su espalda al escritorio.

– Quiero hacerlo, – jadeó–. Tanto que podría morirme.

Con su otra mano, frotó su corona a lo largo de su hendedura, sin atreverse a actuar sobre su deseo.

Su tiempo con Lyon había dejado su cuerpo preparado para la liberación sexual, y cuando Valmont
tropezó y se tiró en contra de su surco, se encendieron en ella sensaciones que no deseaba en absoluto.
Apretó la mandíbula y una lágrima se cayó por el lado de su cara. Más que nada, odiaba desear tan
desesperadamente el calor humano que su cuerpo respondía a su contacto.

– Adelante entonces, – se burló ella, esperando desesperadamente asustarlo de su objetivo–. Pero te


prometo que nunca sería la misma si lo haces.

Sus ojos se abrieron y luego se cerraron en rendijas. Sin embargo siguió trabajando su verga contra su
vientre mientras se inclinaba sobre ella.

– ¡Puta! ¿Te atreves a amenazar con usar tus artimañas sobre mí? ¿Piensas que no te joderé? ¿En serio lo
haces?

Sé que no lo harás, pensó. Porque tienes demasiado miedo.

Que había conocido de sus trucos desde la primera vez que los había utilizado con uno de sus conocidos
cuando ella tenía dieciséis años. Aunque tenía la mitad del tamaño del hombre, lo había engañado
haciéndole creer que había logrado violarla. Valmont había visto el embrujo en secreto y había irrumpido
en la habitación después, exigiendo saber lo que había hecho.

Había tratado de despertar a su amigo, pero eso fue imposible hasta la siguiente mañana. Entonces, en su
presencia, había preguntado había cuestionado su agresor y que había sido sorprendido al enterarse de que
el hombre creyó que la había poseído cuando Valmont habían visto perfectamente por sí mismo que no se
había producido la consumación.

De ese día en adelante, la había mantenido cerca y había usado su talento para su propio beneficio. Pero
afortunadamente, también había tenido miedo a su magia.

Poco sabía que no tenía necesidad. Ella había intentado en secreto sus hechizos sobre él en el pasado,
pero no había funcionado. Si alguna vez descubría que él era el hombre que no era vulnerable a ellos,
estaba acabada. Cerró los ojos contra el pensamiento, y él.
– ¡Dios mío!, sueño con enterrarme a mí mismo en ti. Tu boca sobre mí. Mirar mientras chupas a otros
hombres con esa boca rosa encantadora.

– ¡Cállate! – le rogó, abofeteándolo–. ¡Hazlo de una ves!

Todavía inmovilizándola, tiró de su verga tan cerca que el dorso de sus nudillos araron su hendidura
resbaladiza.

– Lo quieres también. Estás mojada para mi, mi bonita putain. Eres igual que mi maman... Mi padre
invitó a otros hombres a nuestra casa...los atendió...de rodillas... puso su boca sobre todos ellos, uno tras
otro...su vientre estaba gordo con el niño entonces, de la misma manera que una gran baya madura lista
para explotar.

Juliette cubrió sus orejas con ambas manos y cerró los ojos, horrorizada. El absenta había aflojado su
lengua, pero no quería escuchar esto.

Su cara se retorció y febriles barras de color quemaron sus mejillas demacradas. Estaba corcoveando tan
duro ahora que ella y el escritorio temblaron.

– ¡Oh, d– dios! – sus ojos dieron vueltas en sus órbitas e hizo un sonido de asfixia mientras su cabeza caía
hacia atrás. Una corrida espesa y caliente escupió de él. Repugnada, se olvidó de respirar y la habitación
se puso negra.

Cuando resurgió segundos más tarde, sus dedos estaban pintando su esputo sobre el vientre

– Mi dulce, dulce fille.

– ¿Has terminado? – preguntó con cólera fría.

Desprendiéndose de su asimiento, se apartó y se puso de pie, ansiosa de ir a su habitación para bañarse y


sacarse de encima todas las pruebas de este encuentro.

Valmont se replegó en su silla y empezó a acariciar el eje blando que colgaba entre la V abierta de sus
pantalones.

– Regresará a ti y lo sabes. – su voz era arrastrada por la bebida y las secuelas de su agradable corrida–.
Eres como el Faire Verde – el absenta. En cuanto un hombre te ha probado, no hay forma que no regrese
esperando por más.

Aunque quería irse, se detuvo en la entrada y le miró furiosa por sobre su hombro. Era mejor saber qué
estaba tramando.

– Satyr no regresará. Le obsequié una instrucción de mantenerse alejado.

Valmont hizo caso omiso de sus palabras.

– Se ha tomado libertades, – divagó–. Como tu tutor, insistiré en que debe hacer lo correcto.

Le miró fijamente, aterrada.

– Casarse conmigo, ¿eso quieres decir?! – farfulló–. Pero, tu sabes que eso no es posible.

Rotó los hombros y se estiró.

– ¡Cesa tu lloriquear! Obviamente estás sobreexcitada. Dejaremos el tema de lado hasta que haya pensado
más sobre él y estemos más descansados.

Mil protestas rondaban sus labios, pidiendo ser dichas.


Notando su titubeo, alzó una ceja.

– ¿A menos que desees que traiga un invitado aquí al quai para que lo atiendas con esa bonita boca tuya,
maman? Disfrutaría eso totalmente.

– No soy tu madre.

Arrebató su enagua y dejó la habitación sin una palabra.

Se hizo el silencio en su estela y él se quedó mirando el espacio vacío donde había estado.

Entonces abrió sus labios y dijo entre dientes:

-Por bueno que sea.

***
Capitulo 8

Lyon abrió un párpado pesado y localizó la luna abundante y redonda a través del cristal. Su
cruel luz jugó sobre su desnudez, escaldándolo como mil soles.

Era una noche de Moonful. Un momento de ritual. ¿Por qué no estaba dedicado a fornicar con mujeres o
alguna otra cosa? se preguntó delirantemente.

Apenas consciente, se las arregló para levantase apenas del colchón. Aterrizó con un ruido sordo sobre su
muslo. Haciendo temblar un índice, sintió el pelaje que siempre brotaba sobre él con el inicio de una luna
llena y desaparecería otra vez por mañana. Arrastró su mano más arriba, en estúpidos movimientos faltos
de coordinación contra la veta de su piel, hasta que encontró su verga de hombre en su quincha.

Este–el mayor de sus ejes–se balanceó ante su tacto, desesperado por un derramarse que estaba
demasiado débil para dar. Caliente como un atizador en llamas, las venas en toda su longitud estaban tan
fuertemente anudadas que casi no se podían detectar extensiones planas de la piel entre ellas.

Con insoportable lentitud, obligó a su tacto a vagar más allá de él, subiendo a lo largo de su vientre. El
talón de la palma de la mano encontró su polla pélvica, enviando ondas expansivas a través de él.

¡Dioses! ¡Todavía no se había retraído! Lo que significaba que no había logrado la única eyaculación
que necesita en el inicio de cada rito de la llamada Moonful. ¡No era de extrañar que estuviera enfermo!
A los hombres Sátiro les surgía este segundo eje sólo con la primera elevación de la luna. Después de un
solo punto culminante se replegaba dentro de su cuerpo de nuevo, pero la otra, la verga más grande,
demandaba episodios repetidos de cópula desde el atardecer hasta el amanecer. Sin embargo, era
dolorosamente obvio que ni el primer requisito se había satisfecho.

Pero aún así estaba demasiado débil como para convocar una Shimmerskin para asistirlo. Demasiado
débil, incluso para satisfacerse a sí mismo.

Minado por la necesidad, gritó roncamente:

–¿Ciao!?

No hubo respuesta. Él estaba solo.

Solo durante Moonful. Su reloj interno y la posición de la luna le decía que no era todavía la medianoche.
Al amanecer, él estaría muerto.

Libidinosos recuerdos de la noche lo inundaron, negando lo que sus manos le habían enseñado que era
verdad. Recuerdos eróticos y difusos giraban a través de su cerebro, antes de que pudiera disipar
totalmente de sentido de las mismas.

Se recordó mirándose en un par de ojos verdemar. Recordaba una suavidad femenina dispuesta a ceder a
los ejes de sus vergas. Recordaba lujuria, juegos eróticos, contiendas pornográficas con ... ¿con quién?
¿Realmente alguien había estado aquí con él? ¿Qué carajo estaba pasando? Buscó, pero no pudo
encontrar un nombre. ¿Ella había sido una extraña?
Los recuerdos divagaron, fuera de control, revisando confusas escenas carnales escenas con él y alguna
mujer desconocida. ¿Cómo era posible que su mente lo recordara fornicando esta noche, pero su cuerpo
no le mostrara los resultados?

Intentó sentarse, pero sólo logró un horrible dolor en su abandonen. La piel de gallina cubrió su piel y
luchó contra las náuseas que lo embargaban. Su cuero cabelludo latía como si vides de casi dos metros se
arrastraran por él.

Esto era lo que se sentía al morir.

Una vez que había alcanzado la edad de madurez, su padre había dejado muy claro que las consecuencias
de que un sátiro no tuviera una mujer durante Moonful eran nefastas. De hecho, entre los de su tipo en
ElseWorld, la negación deliberada de la fornicación se utilizaba como la forma más dura de castigo.
Antes de la aparición de un ritual El Llamado, la ingle de un sátiro condenado era cerrada dentro de una
jaula de hierro, por lo que no podría asistir a él. Se dice que es una muerte infernal, y nadie había
sobrevivido a través de la prueba. ¿Era un hombre condenado? ¿Moriría en esta lujosa habitación de
hotel, lejos de sus hermanos, sus animales, y las vides?

Estaba tendido allí, sintiendo el lento e irregular bombeo de su corazón. Los calambres lo embargaron y
lo dejaron sin aliento, haciendo que se abrazara en posición fetal, con los músculos de los dedos y las
pantorrillas anudados.

Siempre había sido el más fuerte de sus hermanos, físicamente. Ahora, él, que nunca había estado
enfermo un día en su vida, iba a morir. Cerró la parte de su mente que le vinculaba a Nick y Raine, no
queriendo que ellos lo supieran. No queriendo que esta tortura pasara a ellos a través de los antiguos lazos
de sangre que les permitían compartir las emociones fuertes, incluso a través de grandes extensiones de
tiempo y distancia. No tenía sentido intercambiar esta agonía. Estaban en la Toscana y nunca podría
llegar a él para ayudarlo.

Con todo, en él envió una silenciosa petición de ayuda que sólo se extendería por las inmediaciones,
suponiendo que quedaría sin respuesta. Porque no había ninguna criatura cercana que tuviera la habilidad
de escucharlo.

El esfuerzo drenó todas las fuerzas que le quedaban y cayó inconsciente.

En las aguas poco profundas del río Sena junto al Quai d'Anjou, Sibela golpeó el agua y rabió, sus ojos
fijos en la puerta del hotel de Lyon.

Él la había cogido y luego abandonado la noche anterior para perseguir a otra mujer. Esto no era algo para
ser fácilmente perdonado. Sin embargo, ella había venido aquí esta noche, sabiendo que era Moonful y
suponiendo que él la querría de nuevo. Suponiendo que necesitara de ella. Incluso había esperado que se
lo pidiera.

Sin embargo, ahora la luna colgaba llena y alta, sonriéndole mientras que su antiguo amante se
encontraba en algún lugar dentro de este edificio con otra mujer.

Juliette.

Su presencia aquí, en París era inesperada y muy complicada. ¿Siquiera sabía de la existencia de Sibela?
Lo dudaba. Las cosas habían sido caóticas ese día hacía tres años. Había sido la única vez que había
puesto los ojos sobre la muchacha, y había tenido cuidado de no llamar la atención no deseada sobre sí
misma.
Sin embargo, era evidente que volverían a encontrarse. Pero ahora tenían a Lyon en común, y era
imperativo influir en el abandono de cualquier pretensión que Juliette tuviera sobre él. Aunque a ella
misma no le importaba absolutamente nada en particular de este tercer hijo Satyr, necesitaba su
protección. Su experiencia a lo largo de las últimas horas lo había dejado muy claro.

Enfurecida por su defección en el parque ayer por la noche, tontamente había irrumpido nuevamente en el
río en lugar de esperar su regreso. ¡Sibela había languidecido sin la atención de los hombres!

Lo que ocurrió después, consideraba que había sido enteramente culpa suya. Después de todo, él era el
que había provocado sus pasiones y se fue antes de que ella pudiera saciarse con él. Naturalmente, se
había visto impulsada a buscar otra pareja voluntaria. Lamentablemente, en su prisa, había elegido
imprudentemente.

Los dos tritones que había encontrado abajo ha sido un bálsamo para su ego, porque había demostrado
más que dispuestos a asumir de Lyon, donde había dejado. Había sólo pretendido quedarse con ellos
brevemente, y luego volver al parque. Sino que habían estado afortunadamente ansiosos. En un primer
momento.

Se dio cuenta casi demasiado tarde que ElseWorld de alguna manera había extendido sus tentáculos en
este mundo y empañado las intenciones de esas criaturas marinas hacia ella. Su reunión con sus dos
amantes se había producido sin ningún accidente. Pero ellos estaban allí para cazarla, con la intención de
entregarla a través de la puerta entre los dos mundos. Exactamente lo que había temido que pudiera
suceder sin la protección Satyr.

Escapando por poco de ellos, había luchado su camino ascendente y llegado al parque, justo después del
amanecer de hoy. Para entonces, Lyon se había ido, pero su aroma estaba fresco y le dijo que de hecho
había regresado por ella tal como había prometido. Y que ella lo había perdido.

Buscando en el viento, había capturado su fragancia y percibió que se encontraba en movimiento, en


dirección hacia el este. Como no podía seguirlo a través de los laberintos de calles pavimentadas, se había
mantenido siguiéndolo de cerca desde su posición en el río.

Pero había perdido su rastro en algún lugar, y de terror de ser hallada inminentemente por los lacayos
ElseWorld, había recorrido en círculos las dos islas del Sena durante todo el día, buscando captarlo de
nuevo. Alrededor de media tarde, lo había encontrado.

Aunque ella no lo había visto llegar, sabía que había entrado en ese edificio. Había aparecido en ese
mismo lugar, horas antes de la luna que la luna saliera, pensando que finalmente la convocaría para
atender sus necesidades físicas.

En lugar de ello, había visto con horror como Juliette había bajado de un carro hacia una hora y entrado
en su hotel. Desde entonces, la luna había subido. Lyon es casi seguro que se estaba apareando con ella en
ese exacto momento. Dándole su semilla que tanto había codiciado para ella misma.

Celos hirvieron incómodamente calientes en el frío pecho de Sibela. ¿Cómo se atrevía a echarla a un
lado!? Maldijo y luego escupió, sin saber de qué otra manera dar rienda suelta a su cólera. Le irritaba
tener que quedarse, pero necesitaba su ayuda y, por lo tanto, no podía apartarse.

Escuchó risas y su mirada se dirigió hacia el este. Las otras ninfas se habían reunido allí ociosas, con aire
de suficiencia burlona de sus problemas desde las sombras de un gran tronco.

– Váyanse, – dijo entre dientes, humillada que fueran testigos de esta debacle.

-No creo que deban pasar la noche regodeándose.

Se rieron, pero se alejaron nadando río abajo dejándola con su solitaria vigilia.
Varios planes para castigar a Lyon por sus cuernos se incubaban en su cabeza mientras fulminaba con su
mirada impotentemente el hotel. La corriente era fuerte aquí, en el extremo oriental de la Île Saint-Louis,
donde el río se veía obligado a dividirse por la isla, y tuvo que luchar constantemente para mantenerse
estacionaria.

Tenía que haber alguna manera de corregir esta catástrofe. Ondulado su cola, comenzó a pasearse
rítmicamente de ida y vuelta, manteniendo un curso paralelo a la orilla del río.

Juliette había tomado su lugar en la cama de Lyon. ¿Por qué? Los hombres nunca elegían a otra cuando
ella estaba en oferta. ¿Y por qué algo así tenía que suceder ahora, cuando nunca había sido más
importante para ella capturar el corazón de un hombre? O su esperma, por lo menos.

Ella lo había tenido en primer lugar. Pero su rival le había ganado en virtud de una luna llena. ¿Cuál
reclamación era más fuerte? Temía saber la respuesta, y no era a su favor.

De repente, la puerta del hotel se abrió y Juliette apareció por ella. La mandíbula de Sibela se abrió de
sorpresa. ¡La luna estaba todavía completa y de alta! Satyr nunca le habría permitido levantarse de su
cama tan temprano.

La señorita salió corriendo por el camino hacia ella, haciendo malabares con una cesta en cada brazo. El
ruido de metal y vidrio que salía de ellas le hizo saber que se trataba de vajilla.

– ¡Espera! – gorjeó Sibela, instándola a acercarse. Tal vez podría llegar a un acuerdo en relación con el
hombre que tanto quería.

Pero Juliette sólo giró en el muelle y siguió su camino, ya sea demasiado ocupadas con sus propios
pensamientos o simplemente demasiado Humana para escuchar.

La mirada de Sibela osciló de regreso al hotel. El Instinto le dijo que Lyon permanecía dentro. Un canto
bajo y suave borboteó fuera de su pecho y comenzó a saludarle. Sin embargo, sus llamadas no fueron
respondidas. Una hora o más pasó, y ella siguió cantando. ¿Por qué no le respondía?

Su cola se agitaba de manera fluida y su mente trabajaba en las posibilidades, pero la cabeza y el tronco
se mantuvieron inmóviles. Tanto es así que una tortuga la confundió con una roca cubierta de musgo y
trató de arrastrarse encima de su cabeza.

¡Maldita criatura! La arrojó lejos de un golpe. Un macho y hembra Humanos paseaba por el lugar y miró
hacia el sonido de salpicaduras. Aunque la miraban directamente a los ojos, no manifestaron sorpresa
alguna.

La emoción se apoderó de ella. Tal vez el hechizo de clandestinidad que Satyr había tejido a su alrededor
la noche pasada todavía seguía en vigor. Si era así, esto significaría que podría viajar en tierra sin ser
detectada.

Deseosa de probar su disfraz, se deslizó desde el río para sentarse en tierra. Con movimientos eficientes
retiró el agua de la parte inferior de su cuerpo y se secó a sí misma con los pastos y cortes de hojas para
acelerar su transformación.

En un gesto tan familiar que ni siquiera notó que lo hacía, acarició las hebras de bucle de joyas en el
cuello, ajustándolos a lo largo de su pecho para asegurar que disimulaba la piel por debajo. Por debajo de
las piedras preciosas se ocultaban tenues y largas cicatrices en forma de barras donde su cuerpo había
sido cortado hacía varios años y se había reconstruido, y una quemadura que se mantenía fresca. Sólo era
posible ver estos defectos en una cierta luz, pero la vista de ellos daría lugar a preguntas que prefería no
responderle. Y algunos hombres se dejaban intimidar por ellos. De ahí la joyería.
Repentinamente, una fuerte llamada masculina dividió el aire. Su cabeza se dio media vuelta para mirar
en la alta ventana del hotel de la que el sonido sobrenatural había sido emitido. ¡Lyon estaba pidiendo
ayuda! Su convocatoria era tan, tan débil, que apenas podía creer que había llegado de él.

Precipitadamente, regresó la llamada, pero no respondió. El tiempo pasó deslizándose mientras ella hacía
todo lo posible para instar a sus piernas a tomar forma humana. Maldito Sátiro probablemente no tenía ni
idea de lo que ella vivía por él. ¿Se piensa que modificar el hueso y la piel era fácil? ¡Hombres!

Media hora de tortura más tarde, por fin había frescas extremidades. ¿Iban a poder sostenerla? Y, en caso
afirmativo, ¿cuánto tiempo iban a durar?

Hundió sus garras en la corteza del tronco de un árbol cercano, apalancándose para erguirse, y luego
esperó agonizantes minutos para que las piernas se mantuvieran debajo de ella. Sus primeros pasos fueron
difíciles y el avance fue lento. Otro cuarto de hora pasó antes que pudiera llegar al portal del edificio.

Un ruido detrás de ella la alertó sobre el hecho de que un hombre y una mujer se acercaban a pie detrás de
ella. Pasaron, tan cerca que el hombre casi la rozó con su manto. Sopló un aliento pegajoso sobre su
cuello y se estremeció, envolviendo su bufanda más cerca.

¡No habían sido capaces de verla!

El hechizo que Lyon había tejido anoche todavía funcionaba. Al menos por ahora. Una vez que llegara a
él, se podría reforzar.

El hombre detrás de la recepción del hotel, alzó la vista y saludó a la pareja que abrió la puerta. Se deslizó
dentro tras ellos, moviéndose por el hall de entrada con un paso incierto. Frente a la escalera, ella hizo
una mueca. Subirla resultó ser precisamente el tormento que había previsto. La sensación de ligamentos,
tendones y hueso que trabajan en conjunto con cada paso que daba terrible como de costumbre. ¿Cómo lo
soportaban los seres humanos?

Se consoló a sí misma diciéndose que se acostumbraría con el tiempo. Elegida por Lyon como su esposa,
como llamaban los seres humanos a las mujeres en condición de servidumbre, estaría segura y sería capaz
de viajar libremente entre la tierra y el mar. ¿No sería delicioso poder elegir las piernas o la cola, según su
capricho? Todo esto habría valido la pena.

Encontró la puerta a sus apartamentos sin llave y entró sin ser invitada. Ella capturó inmediatamente su
aroma y supo que estaba arriba. ¡Mierda! ¿Más escaleras? ¿Cuántas de estas necesitaban los seres
humanos? Cuando finalmente llegó a la puerta de su dormitorio, su estado de ánimo era asqueroso. Había
una cama en el interior y yacía sobre ella, sin moverse, sin hablar. Curioso. Es ampliamente conocido
entre los de su especie que el sátiro participa en un frenesí de desviaciones carnales desde el atardecer
hasta el amanecer en una noche de Moonful. ¿Por qué, entonces, se extendía aquí ahora, tan tranquilo?

Dos vergas gemelas se erguían en alto desde su ingle y su bajo vientre. Con la vista en ellos, salió de las
sombras a la luz de la luna, a la espera de que él la reconociera.

–¿No hay saludo? – Arrojó las palabras de él desde el otro lado de la habitación, tratando de provocarlo.

Él no contestó. No dio señales de que tuviera conocimiento de ella. Su corazón se desplomó. Seguro que
no estaba... muerto!?

Ella se apresuró a acercarse hacia él y colocó una mano sobre su boca. Aliviada cuando sintió su aliento.
Vivía. Mirando de cerca a la cara, le dio en la mejilla un suave golpe. Nada.

–¿Por qué no quieres despertar? – Se sentó en su cama, feliz de estar fuera de sus pies nuevo, y le pasó el
pulgar por el cuello. Se había curado de las marcas que había puesto en él.
–Arruso. Cabrón, – le maldijo. –Te juro que te voy a matar si te atreves a morir en mí .

Sin su cooperación, sería condenada a existir en constante peligro. Eventualmente, ella sería capturada. Y
una vez ElseWorld la arrebatara, muy pronto se descubriría la verdad sobre su pasado. No se debía
permitir que le arrebataran este cuerpo. Sin él, ella no era nada. Literalmente nada.

–¿Qué ocurrió aquí para que terminaras así? – Ella tomó una copa del suelo y las luces de su lengua en su
vino, metió su lengua en su vino, y luego se estremeció ante el sabor amargo y repugnante.

El aire se recuerda con los olores de los alimentos. Recordaba las bandejas que Juliette y su servicio había
traído. Y entonces comprendió. Al parecer, mademoiselle no había olvidado del todo su magia.

Ella chasqueó la lengua hacia él.

–¡Tonto! ¿Comiste los alimentos ofrecidos por un fae?

¿Quedaste abierto a sus hechizos? Nadie mejor que tu para saberlo, pero supongo que estabas demasiado
cegado por la lujuria para evitar su trampa. ¿Y cuál fue el propósito de su trampa, me pregunto?

Inclinándose sobre él, tomó la raíz de su verga de la pelvis en una mano y la de su verga de hombre en la
otra, admirándolas. Eran el tipo de vergas que la mayoría prefiere –larga, gruesa, firme y, con una ligera
curva. Lo mejor de todo para joder.

–Te has crecido desde que nos apareamos por última vez, – dijo con aprobación.

–El efecto de la luna, supongo.

Soltando la menor, hundió la punta de una uña dentro de la ranura de la más grande que emergía de su
nido de vello púbico. Estaba lleno de líquido pre seminal. Se inclinó y pasó la lengua sobre él, jadeando
cuando saboreó a su rival en él.

–¡Maldita sea! ¿Ella lo tuvo en su boca?

Alarmada por lo que esto podría significar en términos de sus derechos a él, no perdió tiempo en
reafirmar su propia reclamación. Poniéndose de rodillas se ubicó junto a su cadera, por lo que tuvo que
hacer frente a sus pies. Abriendo sus nuevas extremidades inferiores, intentó torpemente ponerse a
horcajadas sobre él.

Expulsó un involuntario off cuando debió apoyar su peso sobre una de sus rodillas antes de poder lograr
ubicar la otra al otro costado de sus caderas.

Dándole la espalda, se levantó por encima de él en cuatro patas y acomodó sus pantorrillas a lo largo de
su flanco, con los dedos de sus pies señalando hacia sus axilas. Sus pies se aferraron a sus costillas,
anclándose a él.

Extendiendo la mano entre sus piernas, dirigió el mástil que emergía de su vello púbico al borde de su
raja. Luego, estirando su mano por detrás de ella, acercó torpemente la otra verga a la estrecha y
amoratada entrada de su trasero. Dejándolo listo así, se afirmó con las manos en sus muslos.

Todo lo que ella tenía que hacer ahora era dejar que la gravedad hiciera su trabajo.

Relajó los músculos de sus piernas e inmediatamente sintió la presión de su entrada. Al principio se abrió
fácilmente para él, pero sus ojos se abrieron desorbitados cuando la intrusión se hizo más profunda. Lo
había tenido antes en su pasaje femenino, pero él era mucho más grande que la mayoría–sobre todo esta
noche. Y ella no había tenido anteriormente un á deux.
Sin embargo, joderlo de esta forma, sin su conocimiento o permiso, actuó en ella como un afrodisíaco. El
poder y el control le pertenecían en este momento y se deleitaba en ellos.

–Creo que te prefiero así, tan dócil y cooperativo, –murmuró mientras ella misma intentaba llenarse con
él.

Pasaron los minutos mientras sus lubricados pasajes luchaban por recibir todo de él. Ella se dejó caer con
todo su peso, obligándolo a entrar lo más profundo, lejos y rápido que su cuerpo podía soportar
cómodamente, saboreando el placer–dolor resultante. Sus tejidos lo aspiraron en una especie de
peristaltismo carnal como presiona sobre ella, a veces retirándose unos centímetros para aliviar la presión
antes de bajar de nuevo para lograr un mejor ajuste. Por fin, su trasero descansó sobre su vientre y se
encontró doblemente empalada.

Ella se retorció sobre él, llevándole tan profundamente como le fuera posible.

–Umm, – ella canturreó–. Esto vale todos los problemas que me has hecho pasar.

Luego, recordándose a sí misma su objetivo final, procedió a subir y bajar rítmicamente sobre él. Su
longitud era ardiente, y sus canales, fríos, y la sensación de su avance y retroceso era aún más aguda
debido a la diferencia. Al moverse dentro de ella, se sentía maravillosamente enorme. La vara en su
vagina se extendía a su paso tan grande que cada empujón rozaba su clítoris. En unos segundos, ella llegó
a su clímax, pero apenas modificó su ritmo para continuar en la búsqueda del objeto de esta relación, su
eyaculación.

Así que continuó jodiendolo, cada subida y bajada volvía a excitar terminaciones nerviosas ya sobre–
estimulada por su reciente corrida. Sus músculos queman por el ejercicio desacostumbrado, y
rápidamente empezó a cansarse y desfallecer.

–Nooo! – Se desesperó, por temor a que sus nuevas piernas llegaran a fallar. Golpeó su muslo
impotentemente con sus puños. ¡Tenía que hacerlo correrse!

El toque de unas ardientes manos masculinas las sorprendió y la hizo erguierse de golpe, ya que le agarró
las caderas y comenzó a ayudar a su movimiento. Se quedó sin aliento y miró a Lyon por encima del
hombro. Tenía los ojos todavía cerrados, su mente distante e inconsciente. Era sólo el instinto de
apareamiento lo que lo había llevado a continuar su trabajo.

Su agarre la obligó a tragarlo hasta la empuñadura y, a continuación, el movimiento de la obligó a girar


de nuevo hacia los pies de la cama. En completo control de sus movimientos, se empujó y se retiró de
ella, cada vez con más fuerza y más rápidamente, empujándose a sí mismo dentro y fuera de ella.
Agradecida, se entregó a él.

Bajó sus párpados, girando los ojos bajo las. Sus garras aferrando sus muslos.

–Eso es, querido, – canturreteó, su voz caliente y urgente–. Ayúdame a joderte.

En su interior se puso aún más grueso, hambriento por derramarse. En la V entre sus piernas, el escroto se
apretó aún más. Ella retrajo sus garras y tomó sus pelotas en una mano, acariciándolo y acompañándolo
en su camino al clímax.

–Sí, sí, – cantó–. Derrámate en mí... oh, Dios, ¡por favor!

Duros dedos se clavaron en sus caderas, retirándola casi hasta la punta por última vez, luego bajándola de
forma desgarradora, tan duro que la reunión de sus cuerpos sacudió sus huesos. Sus caderas se tensaron
hacia arriba, levantándolos a los dos de la cama por un momento.
Un solitario y duro gemido se le escapó y lo sintió derramarse en su interior. Su gemido se mezclaba con
el suyo y su cuerpo se inclinó hacia adelante bajo la fuerza de otro inesperado orgasmo que se estrelló
sobre ella. Su cuerpo se sacudió incontrolable cuando un segundo chorro de calor líquido brotó de él en
sus pasajes. Y luego un tercero y un cuarto, hasta que perdió la cuenta. Lágrimas de alivio corrieron por
sus mejillas y se las secó enseguida, avergonzada de sí misma por tal despliegue de debilidad femenina.

Luego volvió la cabeza y se rió en voz alta, regocijándose en la semilla de vida que mojaba su interior.
¡Lo había logrado todo! ¡Había recibido su semilla y sintió como su vientre la absorbía! Era suya. ¡Estaba
a salvo!

Un largo tiempo después, su vertido finalmente se hizo más lento y, a continuación, cesó totalmente. Sus
manos cayeron flojas sobre la ropa de cama.

Su aliento entró y salió trabajosamente de sus pulmones, en el momento de tranquilidad que siguió. Y
dejó escapar un chillido cuando la verga en su ano retrocedió abruptamente, produciendo un sonido de
deslizamiento mientras se retraía dentro de su cuerpo. Sus manos golpearon el colchón entre sus rodillas y
se levantó, sólo lo suficiente para aliviarse a sí misma del eje que permanecía en su interior. Luego se
dejó caer sobre el colchón junto a él.

Se giró sobre su espalda y se quedó allí durante algún tiempo, débil y agotada, sus tejidos internos aún
inundados. Movió sus dedos entre las piernas, desparramando sus jugos mezclados sobre su clítoris e
iniciando otra ronda de espasmos de placer.

Cerró sus muslos y se volvió hacia él.

–Merci, Monsieur Sátiro, – susurró ella–. ¿O debería decir gracias?

A su lado, Lyon permanecía en silencio, quieto.

Ella le sonrió, disfrutando de la hermosa vista de su cara dormida. Y pensar que era todo suyo, sin duda
este trascendental evento solidificaba su reclamación.

Irguiéndose sobre un codo, le pasó los dedos suavemente sobre el vientre, examinándolo.
Sorprendentemente, no había indicios de que allí hubiera habido una segunda verga sobresaliendo de su
carne.

Tomó un largo y estremecedor aliento, sus ojos se abrieron, y ella lo miró a la cara, viendo como los
hermosos labios se abrían apenas para hablar. Sus palabras, exhaladas en un suspiro, eran tan suaves que
casi no las oyó.

–¡Ahh! Juliette .

Sibela se alejó de él como si le hubiera quemado.

–¡Bastardo! – Pirógena que, de salir de la cama–. ¿Te atreves a confundirme con ella?

Ella clavó sus garras en el abdomen que acababa de acariciar, dibujando cinco rayas rojas en su piel. Dejó
salir espuma de sus labios mientras escupía y maldecía, alzando su brazo para infligir más daño.

Pero antes de que pudiera tomar represalias por su traición, sintió que el dolor la golpeaba como una
saeta, el tiro a lo largo de la parte interna de sus piernas desde la ingle hasta el tobillo. Sus piernas se
doblaron bajo ella y, a continuación, golpeó con las rodillas en la alfombra.

Doblada en cuatro, miró con horror sus extremidades inferiores. La piel había comenzado a brillar y había
desarrollado un aspecto festoneado.
Sus puños golpearon el suelo y un gemido frustrado salió de sus labios. ¡Sus piernas habían decidido
convertirse en una cola de nuevo!

–¡Mierda!

Agarrándose del poste de la cama se impulsó para ponerse de pie y lanzó una mirada torva al hombre
sobre el colchón.

–Espero que tus semillas hayan sido más potentes.

Con eso, con esto salió de la alcoba y golpeó la puerta detrás de ella, causando que se cerrara
accidentalmente. En el momento en que alcanzó la cima de la escalera del hotel, su carne ya había
comenzado a unirse en la parte alta entre los muslos. Cuando su pie tocó el último escalón en el vestíbulo,
se había fundido desde la ingle a la rodilla. A medida que pasaba la mesa de recepción, su andar se había
deteriorado hasta parecer el de un pato.

Se sintió ridícula, arrastrando los pies tras de sí por la pasarela y luego por el césped. Tenía que llegar al
Sena, antes de que terminara forcejeando en en tierra como un pez fuera del agua.

Sus tobillos eligieron ese momento para fusionarse y se tambaleó. Con una fuerte flexión de los pies que
se estaban convirtiendo rápidamente en aletas, se lanzó formando un arco por sobre la restante extensión
de tierra. Y en el momento en que el río le dio la bienvenida, abrazándola, la transformación ya se había
completado.

Ella esperaría hasta que la semilla Satyr echara raíces y creciera antes de aparecer nuevamente ante él,
decidió. Para entonces, él no podría hacer nada para impedir su gestación. Sin mirar atrás, empezó a nadar
río abajo con poderosos movimientos, ya planificando lo que le diría cuando se reunieran en un mes a
partir de ahora.

Detrás de ella en el hotel, Lyon permanecía dormido, alegremente ignorante de haber engendrado un hijo
en ella.

Lyon abrió los ojos y se estremeció bajo la luz que entraba por la ventana. Era ya media mañana, mucho
más tarde de lo que normalmente dormía.

Llamaron a la puerta. Así que eso fue lo que lo había despertado. Alguien había entrado en su
apartamento y ahora estaba de pie en las afueras de su dormitorio. La manija de la puerta se podía ver
desde su posición en la cama, y lo miraba a su vez. Pero debía haberla bloqueado para que no se abriera.

–¿Monsieur Satyr? ¿Monsieur Satyr? – Más golpes –. ¿Está usted ahí? – Era el hotelero, de sonaba
intrigado y curioso.

–Si, – respondió Lyon.

¡Baco! Su voz crujía como una llave tratando de abrir una cerradura oxidada que hubiera estado cerrada
por un millar de años. Y tenía un monstruoso dolor de cabeza, peor que cualquiera que pudiera recordar.

–Una misiva ha llegado para usted .

–Ponla en… – comenzó, sólo para ser cortado por un calambre desgarrador en su vientre–. En la puerta,
–jadeó, poniéndose de lado en posición fetal.

Después de una breve vacilación, un cuadrado de color blanco apareció en su lado de la puerta, como
entregado por una mano invisible.
–¡Espera! ¿Qué día es? – Graznó.

Lundi–lunes, señor, – dijo la voz sin cuerpo. ¿Había dormido durante cuatro noches?

El último recuerdo que tenía era de su llegada a París el jueves. Se acordó de pisar el Pont Neuf. Después
de eso, era como si hubiera entrado en un banco de niebla.

El hotelero le llamó de nuevo.

–¿Necesita algo más?

–Oui. Un baño. Merci.

–Certainement, señor .

Los pasos se perdieron rápidamente por la escalera y luego oyó cerrarse la puerta del vestíbulo.

La obligó a sí mismo a sentarse. Sus grandes pies tocaron el suelo como un trueno, golpeando contra una
copa de cristal caída en la alfombra y enviándola a rodar.

Sus recuerdos de los últimos tres días y cuatro noches eran una mezcla de caras sin nombre,
conversaciones oscuras, vagas y lugares. Una visión de las ruinas de Pompeya pasó por delante de él, y él
movió la cabeza, preguntándose de dónde había venido. El movimiento provocó una nueva ronda de
agónicas chispas a través de su cráneo.

Su cabeza cayó en sus manos, los codos apoyados en sus rodillas.

–Dos mil infiernos, – se quejó en su regazo.

Recordó haber conocido a una mujer en el puente la noche llegó a la ciudad. Una mujer humana con ojos
marrones y un vestido rosado. Eso había sido el jueves. ¿Y si hubieran permanecido juntos?

El viernes había sido noche de Moonful.

Palpó su abdomen acalambrado y no encontró ningún obstáculo. No había ningún nudo estrangulado
luchando por estallar de él. Su polla pélvica había brotado y se había ido, retrocediendo de nuevo en él
luego de haber eyaculado. Lo que significaba que había fornicado al menos una vez bajo la luna llena del
viernes. Pero ¿con quién?

Una cabeza con un par de ojos verde mar se deslizó por su mente. ¡Había habido otra mujer desde que
había llegado a Paris, además de la humana de ojos marrones Humanos! Trató de recordar su aroma o su
cara, un recuerdo de ella. Nada. ¿Había sido humana también?

Lo dudaba. El cuerpo de la mayoría de las mujeres humanas no podía acomodarlo durante Moonful. Las
Shimmerskins eran su elección habitual en tales noches. De hecho, en el viaje a París, recordó que había
contemplado este asunto. Desde que él había considerado poco probable que encontrara a la hija del Rey
Feydon antes de ese momento, había previsto conjurar Shimmerskins el viernes por la noche cuando el
Llamado lo alcanzara. ¿Es eso lo que había hecho?

Deslizó sus palmas por sobre la ropa de cama. Había sido aquí, en su cama. Esa otra mujer. Recordó
haber estado con ella allí. Ahora que pensaba acerca de ello, las señales de libertinaje estaban por todos
lados en esa sala. Ropa de cama descartada por todo el piso y la ropa de cama era una ruina. Había dos
copas de vino–una sobre la mesa y otra en el piso. Lo que eliminaba la posibilidad de que se hubiera
acostado con Shimmerskins. No habría les habría dado vino, ya que no dependían de ningún tipo de
sustento.
Sustento. Un recuerdo de vajilla China, cubiertos de plata y deliciosos manjares, sujetos por manos
femeninas. Y de la luna creciente a través de la ventana delineando largas líneas en su pálido cabello.
Había cenado con una mujer aquí. ¡Justo antes de Moonful!

Gracias a los Dioses. Era algo para seguir adelante. Otra vaga impresión vino a él, de una voz femenina
que lo persuadía a probar algo de pastelería francesa. ¿Ella le había drogado con eso? ¿O con el vino?

Se levantó entonces, con la intención de comprobar el estado del comedor. Pero lo hizo demasiado rápido
y la sangre se retiró de su cabeza. Sintiéndose que se desmayaba, se aferró al poste de la cama.

Logró dar unos pasos, pero luego cayó hacia delante. Asegurando una mano en la pared para mantenerse
en posición vertical, por error envió una acuarela enmarcada al suelo dando volteretas. Apretó los dientes
y luchó contra el deseo de vomitar, pero perdió. Agachado en cuatro patas, procedió a la mancha par de
sus arrugados pantalones tirados en el piso con su propio vómito.

Jadeando como secuela, rodó hacia un costado. ¡Dioses! ¿Había sido alguna vez tan miserable? Al
parecer, había permanecido sin baño, sin comida y sin sexo por tres días y cuatro noches. Sin embargo, lo
último era lo que más anhelaba.

Al acecho de la misiva que el hotelero había deslizado debajo de la puerta, consideró ir a buscarla.
Finalmente, reuniendo los medios, se arrastró los metros que lo separaban de ella y luego se tendió de
espaldas para abrirla y leerla.

Afortunadamente, su hermano mayor había sido misericordiosamente breve:

Regresa. Se te necesita.

–Nicolás Satyr

El papel ondeaba en su pecho.

–Mal momento, Nico, – murmuró él. Pero su hermano nunca le hubiera pedido que interrumpiera su
misión allí a menos que fuera la más urgente de razones.

Con la nueva fuerza nacida de la mera determinación, se puso de pie, abrió la puerta y gritó por el baño
que había ordenado, así como la asistencia en su vestidor.

Si había problemas en casa, no había tiempo que perder. Tendría que tener la energía para viajar.

Cuando llegara su baño, pediría un petit déjeuner–desayuno. No tenía hambre, pero tal vez la comida le
ayudara a recuperarse.

Comida. Sus glándulas salivales se activaron, humedeciéndole la boca. Algo hizo clic en su cerebro. El
hecho de que había cenado con la mujer de ojos verdes era de alguna manera significativo.

Desnudo, se envolvió en el acolchado para bajar al comedor e investigar. Con cada paso descendente, su
enorme polla oscilado entre sus piernas como un péndulo con dos gónadas como su peso de
acompañamiento. A medio camino, vio a la mesa vacía. Todos los platos y aromas se habían ido hacía
mucho. Así como también la mujer.
Llegando finalmente al comedor, buscó cautelosamente en el aire cualquier signo de la mujer que había
estado allí con él. Solo el rastro más básico de olores residuales femeninos se mantenía, pero casi parecía
que había dos fragancias, pero que de alguna manera se tejían juntos. Si Fey o humanos, Raine podría
haber hecho un seguimiento a sus fuentes, incluso si se tratase de un rastro de días, pero para él no era tan
fácil y nunca lo había sido. Sólo los más frescos de los olores eran para él fáciles de discernir. Y Raine no
estaba allí.

Quien había sido su compañera, él estaba seguro de que había cenado en algún momento, aquí, en esta
sala con él. Corrió una palma sobre la brillante superficie de la mesa, esforzándose por recordar.

Elusivos retazos de memoria se acurrucaron en su mente como objetos fantasmales patentes desde la
esquina del ojo, aún cuando no podía enfrentarlos plenamente: Carne presionando carne. Una voz
femenina susurrando en su oído. Manos suaves recorriendo su rostro. Lo había tomado dentro de cada
uno de sus orificios y dentro de ella. Había poseído aquí sobre la mesa, contra la pared, inclinada sobre la
encimera en la cocina. Otros socios se habían sumado a ellos de vez en cuando, y había traído los
dispositivos de placer con ella a un flogger5, aceites y vibradores de varias formas y dimensiones. Y…
plátanos?

Su verga se levantó expectante ante esas visiones lascivas y la tomó en su mano, acariciándola. Con la
otra mano flexionada, su palma hormigueando. La miró fijamente, recordando el golpe de los pezones.
Pezones que habían sido inusualmente calientes. ¡Pezones que ante su contacto se había vuelto
luminicentes!

La satisfacción cayó sobre él. Era un signo que había sido fae. Una con inclinaciones carnales intrigantes,
al parecer. Y la había dejado escapar.

¡Diez mil infiernos!

Aferrándose a una silla con respaldo, se hundió en su asiento. Con la cabeza ligeramente inclinada hacia
adelante entre sus rodillas, luchó para mantener las arcadas y el malestar provocado por el simple
esfuerzo de permanecer de pie durante tanto tiempo.

¿Por qué estaba tan agotado? Después de un llamado en Moonful, por lo general terminaba henchido de
energía.

Le dolía pensar, pero se obligó a empezar de nuevo y revisar lo que sabía. Sin embargo, todo volvió era
un enigma. Si había pasado el llamado con la hija del Rey Feydon, entonces ¿por qué estaba tan mal? ¿Y
por qué no se había saciado?

El porqué-vino a él desde todas las direcciones. ¿Por qué no podía recordar los detalles exactos de la
apariencia física de su cuerpo bajo la ropa? ¿Por qué no podía distinguirla de todas las otras mujeres
genéricas que había tomado en los últimos años?

Era a la vez inquietante y confuso que su mente insistiera en que había sido saciado carnalmente, cuando
su cuerpo bramaba furioso de que no lo había sido. ¿Por qué no podía recordar la sensación de unirse a sí
mismo con mayor claridad? Era como si las fantasías sexuales de alguien más se desplegaran en su
cabeza, en lugar de una secuencia de hechos reales.

Con el impacto de un rayo, la respuesta llegó a él. ¡Sus recuerdos de enlace eran vagos, ya que no habían
ocurrido! Ninguno de ellos. O al menos no todo.

La llama de la ira se encendió en él. Los fae eran notorios por sus trucos. La hica de Feydon había llegado
aquí, había utilizado su hechizo sobre él y, a continuación, que había robado su semilla y lo había dejado
duro y enfermo. El ritual del llamado, que exigía que dedicarse a la cópula durante todo el tiempo que

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un pequeño azote con siete cintos
duraba la luz de la luna, no se había completado. El hecho de que sus dos vergas hubieran eyaculado una
vez, pero probablemente no más, era la raíz de todo su problema. Debería estar agradecido de haber
tenido por lo menos alivio. En caso contrario, estaría muerto.

Sólo otra noche de llamado en que el vertiera su primera semilla en su cuerpo plenamente le permitiría
recuperar la salud. Sin embargo, para sobrevivir los días y las noches entre ahora y entonces, su cuerpo
necesitaba aparearse con el suyo, y con frecuencia. Tenía que buscarla.

Llegó su baño y comida. Y en algún momento de su comida, como si surgieran de la nada, tres nuevas
pistas saltaron en su mente.

Una casa gris Una puerta roja. Y un nombre. Juliette.

***
Capitulo 9

– ¿Has visto a Fleur esta mañana? – preguntó Juliette.

Tendida en su cama angosta y desordenada en la habitación contigua a la de Fleur, Gina agitó su cabeza,
desordenando su enredado pelo castaño rojizo sobre su almohada.

– ¿No está en su recámara?

– Non. Ni en ninguna de las de arriba.

Gina se estiró, haciendo una mueca de dolor.

– Estaba con Valmont anoche. Pienso que salieron.

La mano de Juliette se apretó en la manija.

– ¿Sabes dónde fueron?

– Estás llena de preguntas esta mañana. Non, ¿escuchas? Si no está en su estudio o el salón, pregunta al
majordome. Me jodieron el trasero anoche. Así que ten compasión y déjame dormir, ¿por favor? – dio la
vuelta sobre su estómago, exhibiendo un trasero rayado con verdugones rosados.

Juliette cerró su puerta y voló abajo. En el pasado, otras chicas habían partido sin una palabra. El suyo era
un estilo de vida de paso. Pero Fleur no se habría ido sin ninguna explicación. Sin decir adiós.

Juliette pasó a una Agnes con los ojos empañados en la escalera.

– ¿Viste a Fleur anoche? ¿O esta mañana?

Agnes bostezó.

– Se ha ido.

– ¿Qué quieres decir con "se ha ido"? ¿Se ha ido dónde?

– No sé. Pregunta a Monsieur, – respondió, haciendo referencia a Valmont–. Está en el estudio de arriba,
junto con Monsieur Arlette.

Levantó una mano para retirar un mechón de pelo detrás de su oído. La plata brilló en el lóbulo de su
oreja.

– Ésos son los aretes de Fleur, – dijo Juliette, agarrando su brazo. Agnes se liberó y continuó bajando.

– Monsieur me dijo que podía tomar lo que deseara de sus pertenencias. Niña suertuda. Recién sale de las
cocinas y uno de sus admiradores ya debe haberse ofrecido para convertirse en su protector. Supongo que
estaba demasiado celoso para dejarla guardar cualquier baratija regalada por otros hombres.
Juliette giró sobre antes de que Agnes hubiera terminado de hablar y regresó rápidamente arriba,
tropezando casi en su apuro.

¿Valmont estaba detrás de la desaparición de Fleur? ¿Había estado tan celoso de su amistad que la había
echado?

Las voces masculinas llegaron a sus oídos desde el estudio. Se detuvo fuera de su puerta, escuchando. Del
sonido de cosas, Monsieur Arlette estaba de buen humor.

– Les encantó lo que enviamos, – dijo entusiasmando–. Han pedido otra remesa. ¡Y tenemos que
agradecérselo al phylloxera!

– Y para poco más. –Valmont parecía irritado.

– ¿Por qué piensas tanto en el pasado, cuando nuestro futuro es brillante? –lo regañó Arlette–. Nuestra
fábrica en Pontarlier apenas puede abastecer la nueva demanda. Cuando más viñas caen víctimas de la
plaga, el vino se hace más escaso y su coste continúa aumentando. Estamos por delante de cualquier
competidor con la idea de empujar al absento para llenar el vacío. Nuestra empresa no puede hacer otra
cosa que prosperar.

– ¿Quién habría pensado que el phylloxera nos beneficiaría en realidad al final? –meditó Valmont,
pareciendo más alegre–. La fortuna de mi familia pronto mejorará.

Juliette escuchó el tintineo de copas cuando los hombres brindaron por su éxito. Echó un vistazo por
todas partes para asegurarse que nadie la había notado escuchando a escondidas y entonces presionó su
oreja a la puerta.

– No pareces feliz por ello, – dijo Arlette–. Es por esa pieza rubia, Juliette, ¿no? Sólo toma su cereza y
termina con ella, ¿por qué no lo haces? O lo hago yo.

– Te mataré si te atreves. –dijo Valmont suavemente–. ¿Has olvidado que si cualquiera de nosotros
mojara su mecha en ella estaría invitándola a entrar en nuestras mentes?

– Es lo que tú dices.

Los elementos de escritura hicieron un ruido metálico juntos, informándole que Valmont había golpeado
su escritorio.

– ¡Es verdad! Te digo que la he visto hacerlo.

– Simplemente llénala con esas gotas tuyas, – dijo Arlette alegremente–. Una oportuna visita a su cama y
tus semillas estarán cociéndose dentro de su pequeño horno muy pronto. ¿Eso es lo que quieres después
de todo, no es así?

Dentro de la habitación, se hizo una pausa al parecer para considerar. Horrorizada, Juliette puso una mano
sobre el latido de su pulso en la base de su garganta.

– Tal movimiento sería peligroso. –dijo Valmont otra vez–. ¿Qué si ella extrae los hechos sobre cierto
tema de mí, incluso a través de su neblina de láudano?

– ¿Te refieres al homicidio?

– ¡Maldición, Arlette! Esa lengua tuya es demasiado floja, –siseó Valmont. Su voz había bajado y tuvo
que esforzarse por escuchar–. Sí, a eso me refiero. Todo estará bien solamente mientras continúe
creyendo que todos piensan que ella fue la responsable. Pero si extrae de mí la información en contrario
mientras estoy hechizado… bien, eso me quitaría un factor disuasivo, ¿no estás de acuerdo?
Fuera en el corredor, Juliette se mordió los labios para evitar gemir. ¡Estaban admitiendo que no era
culpable del homicidio en Borgoña hacía tres años! Quería gritar de júbilo y enfurecerse con ellos. Pero
no lo hizo y se limitó a escuchar.

– Podría esperar fuera de la habitación mientras tú realizas el acto, –le indicó Arlette–. O mejor aún,
podría observarte joderla. Si se las arreglara para hechizarte, puedo recordarte algo que tú hayas olvidado
después. Y ayudarte a determinar si descubrió algo que no debía descubrir respecto a ese otro tema
delicado del que no se permite hablar en vos alta.

–¿Quieres pararte en la oscuridad y verme joder con Juliette como tú mismo con la joven Fleur?

Sin pensar, Juliette giró el pomo y abrió la puerta tan enérgicamente que rebotó contra la pared.

– ¿Dónde está Fleur? – exigió, entrando a zancadas en la habitación.

Ambos hombres se dieron vuelta tan rápido que fue casi cómico. Le miraron boquiabiertos por un
segundo, entonces Arlette entró en acción. Trasladándose a la puerta, miró con atención nerviosamente a
lo largo del pasillo en ambas direcciones antes de cerrarla y trabarla.

Valmont la favoreció con una sonrisa falsa y se puso de pie para hacerle señas de que se acercara con su
pálida mano.

– Entra, querida. ¿Cuánto tiempo hace que escuchabas?

– ¿Escuchaba? ¿Qué cosa? –avanzó sobre él, rígida de cólera, pero todavía lo suficientemente lúcida para
mentir–. Llegué justamente ahora. He pasado la última media hora preguntando a las otras chicas sobre
Fleur. De acuerdo con ellas, estaba contigo anoche, y ahora ha desaparecido. Dime dónde está o
convocaré a los gendarmes.

– ¿Policía? –Valmont se río entre dientes mientras volvía a sentarse.

El que no tomara sus amenazas siquiera con la suficiente seriedad como para salir de detrás de su
escritorio la irritó.

Furiosa, avanzó con paso majestuoso hacia él.

– ¿Dónde está!?

Pero solamente sonrío afectadamente, lo cual le dijo a ella que era responsable de la desaparición de Fleur
tan claramente como si lo hubiera admitido en palabras.

– Cuidado, linda, estás poniéndote histérica. Estoy seguro que recibió una proposición de alguno de sus
pretendientes y se ha ido con él. Tú sabes cómo pueden ser con sus nociones absurdas del amor verdadero
estas niñas.

Sabía que estaba mintiendo, pero si lo admitía, sabrían que había estado escuchando a escondidas. Y no
quería que ellos se dieran cuenta de qué más había oído por casualidad. No todavía.

– No se habría ido sin decirme, –insistió Juliette.

<< No sin tomar todos sus zapatos, vestidos y joyas. Valoraba esa pequeña colección de artículos
mundanos demasiado.

Se giró y se dirigió hacia la puerta.

Arlette la miró, todavía bloqueándola. Pero fue la voz de Valmont la que la interrumpió, se había tornado
aterciopelado como lo hacía cuanto más intentaba engañarla.
– ¿Qué supones que ocurriría si convocaras a la policía y le contaras tu ridículo relato, ma chère?
¿Supones que empezarán una investigación?

Lo miró por sobre el hombro.

– Tenías una amistad particular con Fleur, – continuó–. M. Arlette y otras chicas darían fe de eso sin
insistencia de mí. Cuando salga a la luz que te hemos dado refugio inconscientemente –una fugitiva que
en Borgoña es sospechosa de homicidio– ¿a quién considerarían sospechosa los gendarmes de la
desaparición de Fleur?

– Quién efectivamente, –acentuó Arlette–. Estoy seguro que podría organizar que algunas manchas de
sangre aparezcan sobre tu alfombra si los inspectores necesitan pruebas adicionales para convencerse de
tu culpabilidad.

Juliette echó un vistazo a los dos, horrorizado. Hacía un momento, Valmont había insinuado que habían
fraguado las pruebas implicándola en el crimen de Borgoña. Había sido él el que la había engañado
haciéndola huir de los cargos, lo que ahora solamente había añadido sospechas en los demás. Entonces
había pasado a convertirla en una adicta y había animado sus fobias. Estaba realmente atrapada allí,
porque aislaría todos los caminos de escape.

– Vamos, vamos. No hablemos más sobre esto. Olvida a tu pequeña amiga y cálmate porque debemos
hablar sobre otro tema. Sobre Lord Satyr. – miró más allá de ella–. Puedes dejarnos, Monsieur Arlette.

Luego de un momento, oyó que la puerta detrás de ella se cerraba. Valmont hizo un gesto hacia la silla
enfrente de su escritorio.

– Siéntate.

Receloso de lo que fuera a decir, pero necesitando escucharlo, tomó el asiento que le había mostrado.

Golpeó el papel secante del escritorio con la punta de una uña.

– Sabes que te quiero, chèrie. Tú sabes eso, ¿no?

Solamente lo miró fijamente, negándose a darle la réplica que esperaba por primera vez. Hacía tres años
le había creído tontamente cuando había dicho que la quería. Desde entonces, se había enterado de que
era un monstruo. No podía quedarse aquí para parir al niño de un monstruo. Se mataría – o él –primero.

Se sentó en su silla y siguió, como si no hubiera notado que no había respondido.

– Dime. Si fuera a prestarte a Lord Satyr, ¿podrías permanecer casta? ¿Podía confiar en ti hasta ese
punto? Esa sería la prueba final de tu lealtad.

Su pregunta la sacudió de su estupor.

– ¿Qué quieres decir "Prestarme" a él?

–Te mostraste contrario a él cuando tú fuiste a su hotel. Está preparado para el matrimonio y locamente
enamorado de ti. Si tú logras adquirir su confianza…

Ella se aferró a su asiento a los lados de las rodillas.

– ¿Adquirir su confianza? ¿Cómo voy hacer eso después de que haberlo engañado de la peor manera?

Ondeando sus dedos en el aire, hizo caso omiso de su objeción.


– Usa tus trucos. Ya encontrarás una manera de lograrlo. Mi punto es que debes llevarlo a hacerte otra
proposición. Y esta vez, tú aceptarás.

– ¿Aceptar? –repitió como un loro consternada–. Pero si sabes que no puedo casarme con él. Sería ilegal.

– Y tú eres una experta sobre los temas ilegales ¿no es así, ma petite asesina?

–Prometiste no sacar a colación ese tema otra vez.

Se puso de pie, extendió la mano al otro lado del escritorio y la abofeteó tranquilamente.

– Tú eres mi propiedad. Te hablaré cuando desee y tú harás todo lo que te diga.

Anonadada, cubrió su mejilla punzante y lo miró mientras se volvía a sentar y bajaba la pluma en el
tintero.

– Ahora, escribiré una nota a Lord Satyr a su hotel en la que te brindaré a él. Cuando responda, tú lo
verás. Encontrarás una manera de casarse con él, entonces irás al corazón del refugio del demonio. Allí,
tú averiguarás todo lo que puedas y luego me informarás al respecto.

– ¿Como su esposa, tú esperarías que yo me conserve casta "Engañándolo", como tú lo expresaste?


¿Todas las noches en que desee acostarse conmigo? Incluso si pudiera conseguir lo que estás pidiendo, no
sé qué efecto a largo plazo puede tener sobre su mente tales "Trucos". ¿Qué tal si lo destruyen?

Solamente se encogió de hombros y continuó escribiendo.

– El precio del vino Satyr se encuentra en su máxima cotización de la historia, ¿lo sabías? –preguntó
oscuramente–. Su familia se ha beneficiado enormemente de la destrucción mía. Ahora planeo
beneficiarme de la destrucción de la suya.

Mientras Valmont garabateaba, la mirada de Juliette se movió hacia arriba, a los ojos conmovedores del
antílope muerto desde hacía tiempo encima de su escritorio. Sus ojos estaban ausentes. Muertos. Tal
como ella se sentía.

– Nunca será suficiente para ti, ¿o sí? –murmuró de manera sombría.

Terminó la carta con una rúbrica satisfecha y la sopló.

– Deja de decir tonterías y has algo útil. Tráeme la cera de lacre de mi Gabinete.

Como un autómata, se puso de pie y fue al armario, pero lo que le dio la bienvenida allí la sacudió de su
aturdimiento en un instante. Más allá de su vidrio, sobre el estante colocado a la altura del ojo, la pequeña
rara colección de baratijas femeninas permanecía allí.

Algo nuevo había sido añadido hasta el final de la hilera.

Un brazalete. El mismo que Fleur había adorado. Uno del que había estado tan orgullosa que no se lo
había sacado desde que se lo habían dado.

Pero ahora, aquí estaba, apoyado sobre un trozo de terciopelo en este Gabinete. ¡De la misma manera que
alguna clase de trofeo! Porque eso era lo que estos artículos eran, se dio cuenta horrorizada. Trofeos.
Recuerdos. Todos tomados de mujeres.

Extendió su mano.

– ¡Apúrate, niña! ¿Qué te retiene?


Rápidamente llenó sus bolsillos con lo que había robado y regresó con la cera. Contuvo la respiración
cuando él frunció el ceño impaciente, pero no pareció notar que algo fuera mal.

– Vete ahora. Te dejaré saber cuándo tenga su respuesta.

Su mente y pasos compitieron con la nueva determinación motivada por el terror mientras dejaba su
despacho. Estaba segura que escucharía el chirriar de las escaleras que llevaban a su habitación de ático.
Para calmar cualquier sospecha, lo hizo.

Una vez dentro, cerró la puerta silenciosamente detrás de ella. ¡Vite! ¡Apúrate! Ahora que había llegado a
una decisión trascendental, debía actuar antes de que su valor la abandonase.

Cayó de rodillas al lado de la tabla del suelo, la levantó y retiró la petaca. Sacando el collar de ella, fue al
espejo y se observó pasarlo alrededor de su cuello y atarlo rápidamente. Acarició las cuentas una vez, las
levantó para luego dejarlas caer dentro del escote de su vestido dentro, donde no serían visibles.

La petaca todavía era pesada con las monedas y la sacudió, queriendo escuchar el alentador ruido
metálico. Buscando su bolso del ropero, lo llenó con la petaca y algunos artículos de ropa, entonces
dirigió a la puerta.

Con su mano sobre el pomo, se detuvo y miró fijamente el entablado de madera y luego a la puerta
ciegamente, cuando un debate interior comenzó.

Despacio, giró su cabeza, encontrando la ampolla de las gotas con sus ojos.

Debía dejarlas atrás. Empezar de nuevo. Pero la contemplación de la abstinencia repentina era demasiado
espantosa. Volvió a la mesa y soltó el láudano en su bolsa.

Bajando cuidadosamente los peldaños para que no chirriaran se deslizó a la planta baja. Allí, tomó su
capa carmesí de su perchero y dejó la casa de Valmont para siempre, sin saber que sus emociones
desencadenadas también habían desencadenado un olor fantaseo que solamente un hombre en París podía
detectar.

***
Capitulo 10

Un viento maligno se extendió por el Vert Galant Parc, sacudiendo a Lyon al tiempo que se
acurrucaba en la sombra bajo el puente. Miró hacia los árboles de maple a lo largo de la orilla del río. Ni
una hoja de oro se movió.
ElseWorld aún no se ha infiltrado en este mundo, pero las intenciones de sus habitantes sí. Fugas de su
energía lo golpean de vez en cuando, como chispas de una chimenea encendida. Después de haber
percibido que era débil, que se movían sin descanso y atento a cualquier oportunidad de atraparlo.
Una mujer pasó junto a él y aflojo el paso. Ella era la primera que lo había hecho desde que había llegado
aquí esta mañana. "No. Siga” murmuró, y ella siguió adelante. No sabía lo que los estaba atrayendo a él
de esta manera. Pero hacía tiempo que había pasado el punto de la irritación.
Las náuseas y la preocupación lo revolvían, lo que le hacía difícil pensar con claridad. Su fracaso para
completar el ritual de hace tres noches tendría consecuencias de largo alcance.
A medida que su salud decaía también la harían sus tierras. Muchas de sus viñas no aguantaran la llegada
del invierno.
Liber y Ceres y los demás animales de su reserva de animales salvajes, que dependen de él -de su
existencia- para su supervivencia pronto comenzarían a enfermar en la reacción preceptiva a su situación.
Y sin él, sus hermanos no podrían continuar con la labor de salvaguardar la apertura sagrada, que estaba
envuelta en la niebla y el secreto, en el corazón de sus bienes de propiedad conjunta. Esta puerta entre
Earthworld y ElseWorld se convertiría vulnerable a su muerte, y los resultados de eso serían desastrosos.
Criaturas generadas por los dioses de una época pasada se derramarían en este mundo y causar estragos.
Él no podía morir aquí. No podía abandonar sus viñas o sus mascotas o sus hermanos a tales destinos. La
determinación entumeció su columna vertebral y la siguiente ráfaga de viento apenas lo meció.
Envolviendo sus brazos alrededor de su cuerpo más tembloroso, entrenó sus ojos en la puerta roja en el
Quai di Conti, esperando como lo había hecho toda la mañana.
Minutos más tarde, se abrió, y una mujer con un manto carmesí en el brazo salió. Ella era joven, con
cabello rubio pálido.
Cuando la vio, de inmediato se llenó de emociones desconocidas. Traición. Indignación. Anhelo.
¡¿Anhelo?! No recordaba haber querido ser la compañía de una mujer en particular, en sus completos
veintiséis años. ¡Baco! ¿Qué le había hecho?
Se enderezó, reuniendo la fuerza para seguirla. Cuando vio que se movía hacia él, le envió una palabra de
gratitud. Se dirigió a la cabeza del puente y aunque se perdió de vista momentáneamente, siguió la pista
de su olor y sabía que ella estaba más cerca. Apenas podía dar crédito a su suerte cuando oyó el toque de
sus zapatillas en los escalones de piedra más cercanos a él.
Había empezado abajo y se acercaba a su camino, casi como si hubiera sabido que estaba aquí y quería
reunirse con él. Después de la dificultad de meterse a este parque y entreteniéndose aquí a través de las
horas de la fría mañana, ¿se lo haría tan fácil para él?
Su fragancia y los pasos se acercaban, pero vacilo por tanto tiempo en varios puntos a lo largo de las
escaleras que empezó a temer que de alguna manera había notado que estaba al acecho.
Por último, se puso de puntillas en la base de la escalera noroeste no a menos de diez metros de él,
disfrutando de la vista del río.
Dentro de la gama fácil.
El sonido de su voz le llegó. ". . . el caldo requiere una pizca de canela y una pizca de cilantro y la vianda
puede ser guisada en su interior entre los carbones por dos horas, dándole vuelta de vez en cuando. . . "
¿Ella estaba recitando recetas?
Juliette se detuvo en el último peldaño de la escalera que conduce desde el Pont Neuf hasta el Parc Vert
Gallant. Un paso más y sus zapatillas tocarían la hierba.
El olor del río húmedo cuajo su nariz y todos sus sentidos se rebelaron, enviando una oleada de cosquilleo
sobre ella. Cada una de las tres últimas mañanas, que había venido aquí y se alivió algunos peldaños más
debajo de lo que la comodidad le permitía. Pero hoy había llegado a su límite. Trato como pudo, no podía
convencerse a sí misma en realidad a entrar en el parque.
Con los nudillos de la mano blancos agarrándose a la barandilla, se inclinó hacia delante para buscar la
ribera y el recinto del parque con los ojos. Había poca gente aquí esta mañana, por las amenazadoras
nubes que se habían reunido en el cielo y la atmósfera se había vuelto extraña y amenazante.
La decepción la inundo rápidamente como cada vez que venía aquí. ¿Qué había esperado? se regañó ella
misma. La sirena que había estado aquí con Lyon -la que él había llamado Sibela- evidentemente no iba a
volver.
Esta iba a ser la última vez que vendría aquí a este tonto encargo. Iba a dejar París. En este preciso
instante. Ir tan lejos como pudiera. Tan pronto como pudiera reunir suficiente dinero, había solicitado un
detective en esta ciudad en busca de cualquier signo sobre el paradero de Fleur.

¡Fleur! Un sollozo ahogo su garganta. Su mejilla todavía le picaba en la huella sonrosada hecha por la
mano abierta de Valmont, enojadas y frustradas lágrimas le llenaron los ojos.
Limpiándoselas, se enderezó y reubico el bolso y la capa en el pliegue del brazo, reuniendo su coraje.
Coloco sus dedos en la barandilla una vez más, preparándose para darse la vuelta y volver sobre sus pasos
hasta el puente.
Desde hoy, ella estaba escapando.
Un grito de sorpresa se le escapó cuando una mano masculina de pronto la azoto por el otro lado de la
reja para sujetarle la muñeca al estrecho pendiente de la piedra. Al mismo tiempo, un musculoso brazo
serpenteaba alrededor de su cintura.
En el espacio de un instante, se encontró transportada físicamente a través del ferrocarril al otro lado,
donde fue sumariamente golpeada contra un pecho enorme. El brazo en la cintura se endureció,
levantándola para colgarla a varios centímetros del suelo. La mano subió a tomarla de la parte posterior
de su cráneo, apretando su nariz hasta el pecho y para amortiguar cualquier protesta.
Dejo caer sus pertenencias, se golpeó y dio una palmada en la implacable costilla y tendones masculina,
pero su captor no se dio cuenta. Las hojas crujieron al caer y crujieron bajo sus botas ya que la llevaba a
rastras. Por el momento, el miedo de él había superado otros terrores y ella apenas se dio cuenta que había
entrado en las afueras del parque.
Sin mediar palabra, la empujo dentro de la sombra de la barandilla del puente y clavó su espina dorsal
contra un soporte de piedra fría. Luego se detuvo un momento, con la cabeza metida en la muesca de su
hombro, tomando grandes arcadas de respiración, como si el secuestro lo hubiera dejado sin aliento.
¿"Juliette"?, manteniéndola tan cerca que sintió la pregunta retumbar en su pecho.
Uniendo sus puňos en alto entre ellos, echo atrás la cabeza para ver a su agresor.
¡Dios! Era Lyon!
¡Tú! “Déjame ir”. Metiendo más espacio entre ellos, trató de obligarlo a poner distancia. "Si estás aquí
para hacerme daño, voy a gritar", advirtió.
Él no respondió, sino que sólo la estudió con ojos fascinados que viajaron por encima de su rostro, con la
intención aparente de memorizar todos los detalles. Casi como si nunca la hubiera visto antes.
"¿Qué quieres?"
"Respuestas", murmuró. Volviendo sus labios a un lado de su cuello, la probó. "Y un compañero de
viaje."
"Yo no voy a ninguna parte con usted". Su desafío se colgó entre ellos mientras estaban allí, insertados
juntos por un momento interminable.
Contra su estómago, sentía los músculos de su abdomen enroscados bruscamente y el contraerse en un
calambre violento. Con una maldición estrangulada, deslizó su antebrazo entre sus cuerpos y la apretó
fuertemente a sus entrañas.
Cuando finalmente se enderezó, cogió sus caderas, dio unos pasos atrás lo suficiente como para que ella
pudiera ver su cara por segunda vez. En un marco tranquilo de la mente ahora, se dio cuenta de algo que
no había hecho antes.
Estaba enfermo.
El color natural de la salud se había ido de sus mejillas y ahora sombras se asentaban bajo sus ojos que
eran siniestros y agresivos.
Era difícil de creer que estos ojos alguna vez brillaban o que este rostro alguna vez fue bendecido con
hoyuelos. Lo que alguna vez fue dorado y hermoso ahora amenazador y apuesto.
“¿Q-Que te pasa?”
“Nada que no puedas utilizar” el afirmo. Pateándola para separar sus piernas, presiono su bulto entre las
mismas. Ella estaba presa. Abierta.
¡“Non! ¿Piensas abusar de mi?” ella grito “¿aquí? ¿Debajo de este puente?”
Como en si fuese en respuesta, las manos que la rodeaban empezaron a subir su falda aun mas.
¡“Detente”! Ella lo empujo tan fuerte como pudo, pensando que quizás podría hacerlo a un lado, pero
pronto aprendió que estaba equivocada. A pesar de verse enfermo, el no estaba débil.
Ella suspiro ahogada en descaro. “No sé porque estoy sorprendida de su comportamiento al aire libre
porque esta parece ser la localidad usual de sus liasons”
“Ah, ella admite que me conoce” sosteniendo ambas muñecas de la joven con una mano, forzándolas
contra la piedra sobre su cabeza.
Mientras, su otra mano, se aventuraba bajo la falda y se deslizaba por encima de sus muslos.
¡“Detente! ¿Qué estás haciendo? ¡Oh, eso es frío!” Dijo ella, danzando lejos de su toque. Cuando la mano
solo continuo subiendo ella inhalo en busca de un grito. Hasta ahora, no se había atrevido a arriesgar
atraer la atención que en consecuencia atraería a Valmont. ¡Pero ella no podía quedarse quieta y
alegremente dejar que el la violara!
La mano que aprisionaba sus muñecas las llevo más bajo, hasta que su antebrazo se presionaba contra la
boca de ella y la silenciaba con bastante eficacia.
Sin embargo, el no procedió a florarse sus pantalones en preparación para el asalto carnal que ella
anticipaba. En lugar de ello, su palma fría solo viajo aun más arriba, pasando la desnuda V de sus partes
privadas para encontrar y sentir su abdomen.
Unos dedos largos, viajaron buscando gentilmente aquí y presionando allí y generalmente se movían en
su vientre con la experiencia de un fisiatra experto. Era distante, como si en verdad no la notara sino que
se concentraba por completo en lo que hacía su mano.
Aparentemente alcanzando alguna conclusión que no lo satisfacía, sus cejas se unieron y su mirada se
endureció en tono acusador “¿por qué no estás aumentando?”
“¿Qué?” sofocada por su brazo, su voz fue bastante débil
Él soltó su falda “respóndeme, maldita sea!”
Ella le envió una mirada que lo llamo estúpido y murmuro una protesta inarticulada contra la presión de
su antebrazo.
Al darse cuenta de porque ella no podía hablar, soltó sus muñecas y boca y golpeo sus palmas en la piedra
en ambos lados de sus hombros.
“¿Y bien?”
¿Acaso él estaba loco? “Porque-yo como poco de mi propia cocina, supongo. Pero mi peso no es de tu
incumbencia” añadió ella.
Su barbilla cuadrada sobresalió a medida que él se acercaba hasta que le hablo nariz a nariz. Los ojos que
ella alguna vez pensó eran cálidos ahora la observaban con una intensidad fría y feroz que la estremecía.
“Tu confundes a propósito lo que pregunte” dijo él “me refiero a la forma en que el cuerpo de una mujer
aumenta como resultado de que la semilla del hombre forma raíces en ella. Yo plante un niño en tu
vientre hace tres noches. En mi hotel.”
¡Así que de eso se trataba! Debido a su hechizo, el naturalmente pensó que ellos habían fornicado. Y por
alguna razón, el asumió que ella tenía un niño y que ella ya estaría mostrando señales de esto.
“Le aseguro de que no estoy encinta como resultado de nuestro encuentro” ella respondió
cuidadosamente. “Pero aunque lo estuviese, no estaría mostrando señales de ello tan temprano”
Los ojos de él se encendieron con satisfacción y se alejo un poco “¡otra cosa que admites! ¡Estabas en mi
habitación esa noche!”
“¿no lo recuerdas?”
El titubeo, entonces- “no exactamente”
“¿Qué significa eso?”
El titubeo otra vez, entonces confeso “hay algunas lagunas en mi memoria de los últimos días. Recuerdo
estar en este parque en algún momento. Y tocar una puerta roja. Y una mujer en mi hotel”
“¿Que mas?”
“Hoy, vine aquí y espere, cuando vi que saliste del ayuntamiento, te recordé. Tocándote, besándote” Sus
ojos viajaron a los labios de ella, luego regresaron a chocar con los de ella. “yo no recuerdo prácticamente
nada mas de importancia entre el tiempo que llegue a Paris el jueves y cuando desperté en mi hotel esta
mañana”
Ella le lanzo una mirada de shock con un poco de culpa. El solamente debía haber olvidado aquella
noche. Su magia nunca había funcionado con tanta intensidad en un hombre logrando que perdiera la
memoria por tres noches!
El la sacudió un poco “Tu me hiciste algo cuando estábamos juntos. Algo para hacer que mi mente
fallara. ¿Que fue?”
“Te equivocas” ella protestó. “No acerca de todo, si te conocí en el hotel el viernes, pero nosotros no…
hicimos lo que tú crees”
“no mientas” grito él.
El agarro su trasero y la levanto, gimiendo en alineación a su monumental erección ante el asombro de
ella. “Eras tú en mi cama, mi pene lo sabe, yo lo sé, eras tú” Sus labios le rozaron la barbilla de ella “a
menos que tengas una melliza”
Ella coloco sus manos sobre los hombros de él, preparándose para discutir y empujarlo. Pero ante sus
últimas palabras, ella se contuvo, de repente estaba alerta.
“¿Madame? ¿Este hombre la está molestando?”
Sus cabezas se voltearon. Las palabras vinieron de un hombre sin oficio, que se encontraba de pie a una
corta distancia en la acera del parque. Viendo la mirada frustrada en los ojos de Lyon, el se alejo.
“Está bien” aseguro Juliette “conozco a este caballero”
“Que indecencia” agrego el hombre, obviamente notando la forma sugestiva en que ella estaba siendo
sostenida. “detengan este comportamiento inmediatamente! o regresare con apoyo y veré que ambos sean
expulsados de este parque. Hay mujeres y niños en los alrededores”
“lárguese” grito Lyon. “Vite!”
Con un tono altanero, el hombre se alejo mientras ellos retomaron su conversación.
“¿Estás seguro de que te acostaste con una mujer que se me asemeja? ¿En tu habitación?” pregunto ella
“¿No allí, bajo un puente?”
“Te estás volviendo cansona”
“respóndeme”
“Sí, estoy seguro!” él agrego. Entonces el gruño y su mirada se torno perdida. Recostando un hombro en
el soporte del puente, él se inclino hacia ella y coloco su mano sobre su cabeza “Dios! Esto es ridículo”
afirmo él. “creo que me voy a desmayar”
“Tal vez eres tu el que se encuentra encinta”
“Mi viaje a casa será bastante precario, mientras este en esta condición tan miserable”
“¿a casa?” ella agrego “no te has recuperado lo suficiente para el viaje a Toscana tu solo”
Sus ojos miraron los labios de ella “no estaré solo, tu vendrás conmigo”
Ella sacudió su cabeza en negación “te indicare un fisiatra y avisare a tu familia pero nada más. Casi no
te conozco y por lo que he visto en los últimos días no me inspira confianza. Además, yo tengo problemas
pro...”
Gentilmente, el toco sus labios con los suyos, acortando su discurso.
“He sido llamado a casa por un asunto de mucha urgencia y no puedo dejarte atrás, estas en peligro aquí”
“¿Cómo pudiste…? Mmm…” ella aspiro un suspiro, subiendo desde sus dedos mientras los labios de él
encontraron la piel sensible de su cuello. Las manos de ella, viajaron por su pecho mientras gemía,
apretando su mandíbula para facilitarle el acceso a él. “pensé que estabas enfermo”
Dedos calientes entrelazaron los de ella, uniendo sus palmas. “Hay enfermo y hay enfermo” murmuro él,
levantando sus manos unidas para que reposaran contra la columna a cada lado de la cabeza de ella. Sus
labios viajaron a lo largo de la mandíbula de ella al tendón en el lado de su cuello donde se abrieron y
buscaron un beso.
Sus parpados se cerraron. Mmm
Una voz los alcanzo desde el puente, sacándolos del hechizo que los invadía. Volteando la cabeza, ella
vio al hombre que los había amenazado estaba ahora en Pont Neuf, conversando con otro hombre en
uniforme.
“The gendarmes” ella susurro “él los está llamando”
“Mmm-hmm”
Ella se volteo, de manera que su barbilla bloqueara el acceso a su garganta. Cuando el intentaba transferir
sus labios a los de ella, se escurría.
“No! No deseo terminar en la petite forcé” dijo ella refiriéndose a la prisión para prostitutas en Rue du
Roi de Sicile.
“Entonces ven conmigo. Toscana está a solo seis días de camino, y tengo poco equipaje. Acompáñame a
casa…y…yo te pagaré. Puedes ser mi enfermera. Dios sabe que necesito una”
Ella se alejo y estudio sus ojos, sus pensamientos se aceleraban. Era como si los cielos sabían que ella
necesitaba escapar de Paris y de su necesidad de fondos, y lo habían enviado como un Dios dorado para
llevársela en su carruaje. Sin embargo, los cielos no habían tomado en cuenta su aversión a los carruajes.
“Non” antes de que él pudiera protestar, ella rápidamente agrego “no, me monto en ellas”
El la miro, incrédulo “¿tú no te montas?”
“no me llevo bien con los animales”
“¿no te gustan los animales?”
“Me ponen nerviosa” ella admitió defensivamente. Mirando los alrededores, localizo y recogió su bolso y
abrigo de donde habían sido dejados anteriormente. “Por lo menos, los más grandes”
“maravilloso, simplemente maravilloso” dijo él agrego algo acerca de un rey y su absurdo sentido del
humor, entonces el tomo sus brazo.
“Nosotros viajaremos por carruaje entonces. Ven”
El intento guiarla hacia las escaleras pero ella se resistió
“¿un carruaje guiado por caballos?” pregunto ella.
“¿existe algún otro tipo?”
Las manos de ella apretaron su bolso, sintiendo a su vez la forma del frasco de la ampolla que se
encontraba en el interior. Para sobrevivir un viaje largo, necesitaría lo que contenía. Era una cosa el viajar
unas cuantas cuadras en el carruaje de Valmont pero un viaje de varios días pondría a prueba sus límites.
Ella observo la cara de Lyon, tratando de evaluar si podría ser confiable. Su expresión era cruda y
atormentada y su mirada feroz. Pero al mirar más a dentro, se dio cuenta de que eran los mismos ojos
gentiles que ella recordaba de Valmont. Y a pesar de que él había demostrado un comportamiento extraño
en el hotel, ella a su manera era extraña también y eso no la convertía en una mala persona.
“Muy bien” ella se escucho decir. Ella, que rara vez tomaba riesgos, había decidido arriesgarse. Ella que
no confiaba en los hombres, había decido confiar en uno.
El levanto su brazo, indicándole el lugar exacto donde ella debía colocarse bajo su manto. “Ven entonces,
mi petite enfermera”
Ella asintió y se acerco. Con su brazo libre Lyon se sostuvo del pasa manos y ascendieron por las
escaleras.
Cuando alcanzaron el puente, Lyon la guió en dirección al sur, hacia el sonido de las voces. Parecía que el
hombre que objeto al verlos juntos estaba teniendo dificultad en persuadir a las autoridades locales a
unirse a su causa. Las rivalidades no eran poco comunes en el parque y el oficial estaba ocupado con su
café matutino.

A medida que cruzaron aquel par, ella trato de cubrir su rostro pero fue muy tarde puesto que el oficial ya
estaba haciendo muecas en busca de verla mejor y poder reconocerla. Valmont lo sobornó y también a los
otros oficiales que patrullaban el área para que obviaran cualquier queja acerca de su negocio. Ella no
tenía la más mínima duda de que su partida de los brazos de un hombre extraño seria reportado.
“Apresúrate” Dijo ella.
Pronto estuvieron dentro del carruaje y dejando Paris atrás. Al sentarse, Lyon recostó su cabeza en el
cojín de cuero y cerró los ojos.
En silencio, Juliette observo los diversos paisajes urbanos-Notre Dame, el hospital. Sus manos tejieron
los tiros de su bolso mientras ella vacilaba entre sentimientos de felicidad y anticipación por el viaje.
Pero ella no habría elegido volver. Ella había estado prácticamente cautiva estos últimos tres días y la
oportunidad de ser libre era dulce. Ya que no se había preocupado en hacer amigos, no dejaría nada de
valor atrás. Con la excepción, claro, de Fleur.
Las lágrimas la amenazaban otra vez. Pobre Fleur. ¿Qué pasaría con ella?
Frente a ella, Lyon todavía parecía estar dormido. Estudio sus manos, como descansaban en sus muslos.
Grandes, los había llamado Fleur. Y lo eran. Ella se movía en su asiento nerviosa porque ahora estaban
solos.
Su mirada se concentro en el amplio pecho de Lyon, la gruesa columna de su cuello y el ángulo de su
poderosa mandíbula. Y luego a esos labios tentadores, tallados con tanta sensualidad como la de aquellas
estatuas de dioses romanos que ella había visto en el Louvre.
¿Cómo pasarían el tiempo? ¿En este espacio tan pequeño?
¿Cómo pasarían las noches?

La histeria floreció. ¿Qué estaba haciendo? Ahora que ella había mezclado su cerebro, el estaba como que
más loco que ella. En su hotel, ella le hizo creer que se quedarían juntos, y el probablemente pensó que
eso le dio licencia para compartir colchón con ella otra vez. Si Valmont los alcanzaba y la descubría
menos prístina que cuando ella lo dejo, se pondría furioso. Y peligroso.
El tráfico en la calle Mouffetard se redujo y su mirada se dirigió a la puerta, mientras ella contemplaba el
escape. No era realmente necesario volar a Paris, razono. Ella simplemente podría asumir otra identidad y
encontrar trabajo domestico en los alrededores, donde nadie la conocía aventurada. Más allá de la ciudad
estaba el campo, después de todo. No era su lugar favorito.
Tan pronto como el coche parara un poco más, ella podría ser capaz de saltar sin contraer una lesión.
Mirando el pestillo de la puerta, se deslizo a través del asiento de felpa de cuero.
Thunk!
Un pie con bota apareció, plantándose al final de su asiento entre ella y la puerta. Apretó su bolsa contra
su pecho y retrocedió contra los respaldos. Un ojo color ámbar se abrió.
“Quédese,”, le dijo. “No le harán daño”
“¿No me… atacara?
Sus ojos la quemaron. “No. No la atacare”
Por alguna razón ella le creyó. Probablemente solo porque era conveniente hacerlo. Y en verdad, ella no
estaba segura que su plan de escape hubiera funcionado.
Se trago su desconfianza y se enderezo. “Te tomare la palabra”.
Aparentemente considerando el tema cerrado, cerro sus ojos como si el peso de los parpados fueran
demasiado pesado para mantenerlos abiertos. Un gran suspiro se expandió por su pecho. “¿Te llamas
Juliette, no?”
Ella asintió, luego dándose cuenta de que el no podría verla, dijo su respuesta. “Si”.
“¿Y siempre has vivido en Paris, Juliette?”
“Hemos tenido esta conversación anteriormente”
“Entretenme”.
El silencio se estiro entre ellos. Afuera del coche, escucho ruidos de golpes de cascos de los caballos en el
pavimento y el graznido y el chapoteo de los gansos teniendo una pelea desde una fuente publica.
Sus palmas comenzaron a sudar.
“Vine a residir en Paris hace un año” le dijo. “Antes de eso, estaba en Burgundy”.
“Sigue. Es un esfuerzo para mi responder, pero estoy escuchando”.
“¿Que debo decir?”
“Háblame… sobre ti. Tu familia. Como nos conocimos. Solo habla.”
Hacerlo ayudaría a bloquear cualquier sonido aleatorio de la naturaleza, así que decidió acomodarlo.
“Vivo – viví – en una clase… de pensión… en Paris, al lado de otras chicas. Planeaba comidas para el
hogar, organizaba entretenimientos, y ayudaba a cocinar”.
El frunció el ceño.
“¿Recuerdas que cocino?”
“Vagamente, continua”.
“En cuanto a mi familia, estaba huérfana en Paris de niña, me enviaron a Burgundy, y me pusieron al
cuidado de padres adoptivos. Mi madre adoptiva me enseño a cocinar y descubrí que tenía una destreza
para hacerlo”.
“¿Por qué Burgundy?”
Ella se encogió de hombros. “Todos los huérfanos fueron enviados a casas de acogidas en el país casi
inmediatamente encima de su llegada al hospital. Era considerado un mejor ambiente para nosotros que
divagar en la ciudad, en donde podríamos ser tentados por los vicios”.
“¿Y lo fue?”
“¿Como no conozco quienes fueron mis padres o como habría vivido con ellos, como voy a saber
contestar a eso?”
Sus ojos se abrieron. “¿Como llegaste a estar en mi hotel el viernes pasado?”
“Tú me invitaste” dijo rápidamente.
El hizo un movimiento intranquilo. “¿Una mujer sola visitando a un soltero en su hotel? No, eso no es
todo lo que hay que decir. Comienza otra vez. Desde el momento en que nos conocimos. Como si yo soy
un extraño a quien le estas suministrando todos los detalles de un encuentro mutuo del que él no sabe
nada.”
“Es ese el caso actual”.
Una pausa, entonces le dijo a regañadientes. “Más o menos”.
“Ya veo. Bueno, nos conocimos en el Pont Neuf la noche que llegaste a Paris. Estabas comprometido con
otra mujer”. Ella le dirigió una mirada. “Una persona inusual. ¿La recuerdas?”
“No lo creo. A menos… ¿ella le tiene una afición a las bananas?”
“¿Qué?! Farfullo ella.
Sus labios formaron una media sonrisa. “Nada. Continua”
“Me seguiste a casa y me llamaste luego y me invitaste a cocinarte”.
“¿Y?”
“Y lo hice”.
El frunció el ceño, aparentemente molesto por su brevedad. “Y después que cocinaste, cogimos, ¿no?”
Ella tomo aire por su lenguaje crudo y medio se levanto de su asiento, golpeando la pierna que todavía le
estaba bloqueando el camino. “Déjame salir. Esto fue un error. Dale señales al conductor para que se
pare”.
Antes de que pudiera contestar, el coche se desvió y ella fue enviada tambaleándose hacia el espacio del
asiento al lado de él. Su brazo serpenteo, plegándola a su alrededor y jalándola más cerca hasta que
estuvo medio sentada en su regazo.
Sus labios se movieron contra su cabello, sensual y seductor. “Dime” dijo. “Te sorprendiste cuando viste
dos penes en vez de uno, ¿cuando mis pantalones se cayeron?”
Estupefacta, se friso, mirando fijamente más allá de la cortina transparente que se balanceaban hacia un
lado de la ventana del coche. Como su corazón, el vehículo comenzó a tomar velocidad. Afuera, el
paisaje que pasaba ahora mostraba cielo y paisaje pastoral estirándose sin fin y roto solo por la cabaña
ocasional o parcela de viñas. Ella casi mente hiperventilo solo mirando toda la naturaleza oprimida.
“Si” contesto al fin, su voz casi imperceptible.
“Ah” Era un sonido de satisfacción masculina. “Entonces eres la que disfruta bananas”.
Su brazo se relajo y ella se ladeo, moviéndose de vuelta a su asiento.
“Estas siendo ridículo-” Ella se interrumpió, su mente corriendo cuando de repente se dio cuenta a que se
estaba refiriendo. Cuando por fin estuvieron juntos, ella había integrado imágenes de cada fantasía carnal
en su mente. En vista de su ocupación, más de uno de ellos involucraba comida. Y eso incluye las frutas.
Naturalmente, estas estarían en medio da las pocas memorias que el retuvo. Su cara se sonrojo ante el
pensamiento de que ella se desnudo para él esa noche, nunca soñando que su más perversa imaginación
volvería para perseguirla. ¿De verdad él creyó que habían hecho esas cosas?
“Las bananas, confeso ella de mala gana. “Y todo lo demás. Lo que sea que llames de esa naturaleza.
Nada de eso pasó entre nosotros. Solo hice que pensaras que paso”.
Su mirada obstinada la invito a continuar.
“Es una habilidad que me llego hace unos años. La primera vez que los emplee fue por accidente, cuando
un hombre trato de molestarme. Vera, lo engañe, con el fin de hacerlo pensar que tendría éxito.
“¿Como hiciste conmigo en mi hotel?”
“Si”, dijo ella incómodamente.
“¿Y desde ese hombre hace unos años?”
Ella se encogió en respuesta y su mano libre se deslizo hasta la parte delantera de su vestido para
encontrar los golpes tranquilizadores del collar de cuentas que usaba debajo. El pareció creerle y todavía
no la estaba llamando bruja. Era alentador.
“Desde entonces, he aprendido a afinar mis habilidades de engañar. Para calibrar la naturaleza de que
quieren los caballeros de mi, y luego convencerlos de que lo obtienen.
“¿Cuantos?”
“¿Hombres?” Ella esquivo sus ojos. “Eso no tiene importancia. El tema fundamental es que implante
falsas memorias en tu mente en la manera que acabo de describir”
“Ya veo” Sus ojos se cerraron otra vez. “Solo que no es solo mi mente que te recuerda. Mi cuerpo
también recuerda con certeza infalible que tomaste mi primera semilla esa noche en mi hotel. Tu y no
otra”.
¿Su primera semilla?
Una extraña sensación hormigueo paso a través de ella como si el acabara de hacer una declaración de
suma importancia. Sus ojos se clavaron en el bulto delantero de su pantalón, y luego los aparto. Su lengua
se deslizo humedeciendo sus labios.
Ella lo había besado. Ahí abajo.
De hecho al hacerlo había tomado su semilla hacia el interior de su cuerpo, por lo menos en el sentido
estricto de la palabra. Sin embargo, el había errado en la parte de que ella se la había tragado, y por
consiguiente creía que podría estar esperando un niño.
La verdad podría desacreditar esa idea. Pero la idea de reconocer que se había aprovechado de él mientras
estaba inconsciente era demasiado mortificante. Ella simplemente no podía decidirse a hacerlo cara a
cara. Tal vez luego, pensó cobardemente, y quizás vía correspondencia escrita.
Aunque el viaje sacudía sus dientes peor que cualquier coche de granja podría tener, Lyon cayo
rápidamente de vuelta a dormitar. Cuando parecía que el había dormido por unos diez minutos, ella
furtivamente abrió su bolsa y retiro el frasco.
Inclinando la cabeza hacia atrás, se echo tres gotas en su garganta.
Sin diluir, era horrible, pero se las arreglo para bajarlas.
La calidez habitual la cubrió casi de inmediato, rodando en ella con suaves olas de serenidad. Mientras lo
guardaba otra vez, ella noto que algo había caído de su bolso en el regazo de su falda. El objeto que había
robado del gabinete de Valmont.
Lo hizo girar en sus dedos una y otra vez, considerándolo. Porque, en ese momento lleno de tensión
mientras estaba parada ante el armario, había llevado la mano para alcanzar la pulsera de Fleur, ¿pero
luego se desvió a agarrar esto?
Por alguna razón, de alguna manera, esta moneda en particular debe ser significativa. Ella la aplasto con
los dedos, tratando de absorber su significado a través de su piel. Por supuesto no podía.
Suspirando, metió la muestra de tela de color azul sombrío de nuevo en la bolsa.
Capitulo 11

Un Cigarro cayó de los dedos flojos de Valmont para rodar en la alfombra. Gimiendo, recayó en
la silla en donde se sentaba en su oficina privada en el segundo piso. Sus ojos empezaron a estimularse
furiosamente, abriendo y cerrándose como persianas, mas rápido de lo que cualquiera pudiese parpadear.
Perdió el control de su brazo y este empezó a dar tirones, tumbando todo lo que estaba sobre la mesa de
noche, incluyendo el jarrón de cristal y el vaso que había drenado numerosas veces esa noche. El soñó
acerca de sangre. De la sangre de una mujer con ojos verdes que tornaban las aguas del rio Loire de color
rojo, luego rosa. Entonces se bañaba sobre él, lamiéndolo como mil lenguas de demonios sangrientos.

Un éctasis increíble lo invadió, y su mano agarro su entrepierna. Estaba solo pero sintió como si una boca
caliente y erótica cubría su erección.

‘’Juliette”. La palabra fue un llanto de anhelo desesperado. En su mente, los labios de ella estaban
dispuestos, succionándolo como si no pudieran obtener lo suficiente. Se retorció en su silla,
revolviéndose ante el roce de ella, sus piernas temblaban y sus hombros se estremecían. De repente, cada
musculo de su cuerpo sufrió un espasmo.

La esperma salió disparada de él, manchando sus pantalones desde adentro, mientras su cuerpo se resistía
incontrolablemente bajo el más violento orgasmo de su vida. Oh, esa sensación divina nunca terminaría!

Por supuesto, si termino y el pronto se encontró solo y desesperado otra vez.

Dos apariciones se presentaron ante él entonces pequeñas y brillantes criaturas. Surgieron de la oscura
miseria de sus sueños como lo hacían en ocasiones cuando lloraba con la bebida.

“¿Ustedes son ángeles?’’ Preguntó maravillado

Ellos solo se rieron burlándose en respuesta, sus ojos misteriosos. Suavemente afirmándose uno al otro y
parecía que se comunicaban telepáticamente, empezaron a saquear con sus dedos todos los objetos sobre
el escritorio. Luego de seleccionar algo entre ellos, empezaron a retroceder.

¡Su colección! Ellos habían tomado los recuerdos de su armario antes, y habían planeado pasar la noche
acariciándolos y recordando. Sin embargo, el ya había estado escabechando el concentrarse en ellos
debidamente y se había rendido.

“No! Que es lo que están robando, ¿peones de Satán? Regrésenlo!’’

Pero lo ignoraron y solo reemplazaron lo robado con algo más. Un tubo largo y delgado. Luego se
desvanecieron en el fuego de la chimenea.

“Esperen! ¿Que colocaron aquí?” Intentó levantarse de la silla para ver lo que dejaron. Pero sus
movimientos carecían de coordinación y se derrumbó inconsciente sobre la alfombra.

Cuando se despertó cerca del amanecer, estaba hecho un desodoren. Se levantó del piso y su silla
también, porque ahora yacía sobre sus piernas. Su entrepierna estaba mojada y pegajosa con su propio
derrame.

¡Joder! Otra convulsión inducida por la absenta.


¿Y que era aquel olor desagradable? Aparentemente, la esperma no era lo único que había sido
involuntariamente expedido de su cuerpo. Se había hecho en los pantalones.

Se las ingenio para reponer la silla, pero por el momento ponerse de pie no era una opción. Con ambas
manos, sostuvo su adolorida cabeza. Memorias fantásticas de la noche que acaban de pasar regresaron,
forzándolo a preguntarse ¿cuáles eran falsas? y ¿cuáles eran reales?

Mirando hacia su escritorio, observo algo extraño sobre el mismo. ¡El tubo! ¿En verdad lo visitaron dos
enanos brillantes y lo dejaron allí para él?

Gateando, logro llegar al escritorio y se coloco de rodillas para descubrir el regalo que allí se encontraba.

Era un pergamino, amarillento por el paso de los años, enrollado fuertemente y amarrado con un lazo.
Huellas dactilares brillantes se desvanecían aquí y allí, en donde había sido sostenido en el pasado. ¡Sus
visitantes nocturnos no habían sido imaginarios después de todo!

¿Que le habían dejado? ¿Un mapa del tesoro?

Ansiosamente, desenrolló aquel tubo, se desilusiono al principio al descubrir que era solo una detallada
lista de nombres y otras informaciones. Al parecer había sido rasgado de algún libro de registro. Un titulo
en la esquina llamo su atención porque contaba con una insignia institucional. Su corazón se detuvo
entonces se aceleró cuando le informo que la pagina se originaba en el Hospice des Enfants Trouvés.

Entonces el nombre ‘’Juliette’’ se destaco y el apretó aquel pergamino, examinándolo con atención. Un
segundo nombre llamo su atención casi tan rápido como el gruñó. ¿Juliette había visto esto? No! Aunque
fuese así, las fechas no significarían nada para ella. Se estaba preocupando por nada.

¿Pero como habían aquellos seres dado con esto y que significaba el que lo dejaran allí?

De repente, recordó que ellos no solo le habían otorgado algo. Habían tomado algo también. Soltando el
pergamino, busco entre los objetos de su colección que yacían revueltos sobre su escritorio.

¡Dos piezas faltaban!

La pérdida del brazalete de la pequeña Fleur, podría ser soportable pero el otro! Lanzó un grito
adolorido y se derrumbo en la alfombra. El pedazo de tela azul era irremplazable, su primer y más
preciado recuerdo!

Era demasiado cruel para ser una simple broma. El hurto de sus premios y dejar este pergamino debió ser
algún tipo de mensaje para él. ¿Pero que significaba?

Se sentó en el piso y se meció, reflexionando el acertijo por una hora o más. De vez en cuando, se
golpeaba la cabeza con su propio puño en un esfuerzo para hacerlo trabajar con más eficiencia, pero esto
solo logro empeorar su dolor de cabeza.

Su defectuoso y cansado cerebro continúo reflexionando a paso lento, forzando las piezas del
rompecabezas que no coincidían. Un sueño de sangre. El nombre de Juliette. La pérdida de los recuerdos.

¿Como se relacionaban?

Eventualmente, se levantó, luego de alcanzar conclusiones peligrosas e ilógicas. Se dio cuenta de que
había planeado vender con demasiada facilidad la sangre virginal de Juliette! En reciente carta, la había
ofrecido a Satyr, con el total conocimiento de que ella no podría soportar la presión que el ejercería, y
que al final, el lograría llevarla a la cama. Pero ahora, recordó que había otras, criaturas extrañas y no
terrenales que deseaban ansiosamente a su querida Juliette.
Cuando las criaturas brillantes lo visitaran otra vez, iría ante ellos y la entregaría, inmaculada e intacta. Y
en ese momento, seria recompensado.

Con oro. Con magia. Del tipo que poseía Juliette y que el codiciaba.

Estos entendimientos imaginarios lo llenaron de propósito. Corrió por el pasillo, tomo las escaleras, dos a
la vez, en dirección al ático, y abrió la puerta del cuarto de Juliette.

Sus cosas estaban en orden pero, ella no estaba allí! Alarmado, corrió al primer piso. Se encontró con
Gina en el pasillo, agarrándola por el brazo pregunto: “¿Donde está Juliette?”

Ella se alejo ante su horrible olor, abanicándose la nariz. “No lo sé. A veces ella se reúne con Fleur en las
mañanas”

Cuando encontró la habitación de Fleur, el alivio lo cubrió. Dos chicas se encontraban allí, durmiendo en
su cama. “¿Juliette, Fleur?”

“¿Monseiur?” El cobertor cayó al piso mientras las chicas se sentaban, parpadeando. Agnes y Marie.

Sus dedos apretaron el manubrio de la puerta. “¿Porque están ustedes aquí? ¿Donde está Juliette?”

Agnes bostezó. “Anoche usted estuvo de acuerdo en que yo tomara la habitación de Fleur ahora que ella
no está. Y en cuanto a Juliette, no la he visto.”

“Si ella no está en su habitación, probablemente fue hacer las compras en Les Halles” Agrego Marie.

Fleur se había ido. Por supuesto que sí. Tonto! El la había llevado al negocio de Monsieur Arlette en las
afueras de París solo dos noches atrás. Fue un acuerdo privado con nada que ofrecer para el
entretenimiento, con la excepción de lo que él y Arlette tuvieron que planificar para algunos invitados
especiales.

La visita duro unas horas y donde disfruto una bebida y admiro la técnica de Arlette. Para iniciar las
cosas, Fleur había sido ofrecida a los tres hombres que habían ofrecido remuneración a cambio de
comprarla. Ellos eran caballeros refinados con dinero y buen rango social, que habían pagado buen
dinero para abusar de ella.

Estos eventos daban muy buenas ganancias a ambos y los fondos servirían para unirlos hasta que la
factoría alcanzara su máxima producción.

¡Como había luchado Fleur cuando sus clientes la acorralaron! En una ocasión Arlette la abofeteo y le
explico cómo funcionaban las cosas, ella le realizo sexo oral a Arlette, el mismo y a los tres caballeros,
uno tras el otro. Entonces empezó el sexo.

Eventualmente, un silencio invadió el lugar y todos miraron a Arlette. El se había acercado a la triste
muchacha, la beso y le dijo que iba a morir. Ella lloro, por supuesto, Arlette la hizo girar y le azoteo el
trasero para luego decirle que corriera. Le informó que si se alejaba con suficiente rapidez, podría escapar
de su destino.

Naturalmente, esto era mentira, pero había agregado más intensidad a la casería.

Al ver la puerta abierta, ella corrió hacia el campo abierto como ellos siempre lo hacían. Su vestido había
sido ofrecido a los sabuesos y una vez se habían llenado de su olor, la casería había iniciado.

El miro sus manos. Había demasiada sangre, igual que aquel día hace tres años, el día de su primer
asesinato.

“¿Monsieur Valmont?” pregunto Agnes


“Hmmm?” El la miro, desvaneciendo sus recuerdos. Se veía sexy soñolienta. Sus grandes y oscuros
pezones eran visibles a través de su camisón arrugado y el sabia por experiencia previa que su cama y
vagina eran calientes.

El se estaba preocupando por nada. Juliette probablemente estaba haciendo las compras como lo sugirió
Marie. En cualquier caso, ella no se alejaría demasiado. Era demasiado tímida como para aventurarse
lejos de su protección.

“Allez, Marie” dijo, enviando a la muchacha al centro de la habitación.

El pateo la puerta con su talón tras ella y empezó a desatarse el pantalón. Agnes con una aceptación
estoica, se recostó de espaldas.

Sibela se tomo su tiempo al regresar de Seine a Rhone. Tenía solo un poco más de tres semanas para
concluir su viaje acuático. No había razón para acelerarse, restaba suficiente tiempo.

Ella cruzaría al Mediterráneo pronto, y entonces al rio Arno. De ahí, se abriría paso entre tributarias más
pequeñas que alimentaban el estado en donde el padre de su hijo tenía hogar.

Solo unas lunas habían pasado desde que ella había fornicado con él, pero ya estaba engordando y
desgarbada. Y cada vez mas ansiosa por salir del parto del bebe que crecía en su vientre.

A pesar de no sentir amor por el descendiente de Satyr, era cuidadosa con él. Porque era una comodidad
preciada, una que aseguraba su futuro.

Ocasionalmente, copulaba con otros hombres durante su viaje, porque era parte de su naturaleza.
Inicialmente, intento evitar todas las cosas carnales, pero fallo rápidamente. Había estado preocupada que
el esperma de otros se uniera al de Satyr para obtener una raza mestiza que él no reconocería como
propia. Por fortuna, la semilla que había producido a este niño en particular había demostrado ser inmune
al paso de los otros.

De todas formas, ella estaba decidida a abstenerse durante la cuarta y última semana de gestación. Ella
estaría bastante hinchada para entonces y temía que los machos intrusos y las excitaciones harían daño al
progenitor de Satyr.

La abstinencia no sería fácil. Cuando llegase a Toscana, estaría desesperada por fornicar, así que Lyon lo
haría con ella voluntariamente durante la próxima luna llena.

Le gustase a él o no.

***
Capitulo 12

El carruaje se tambaleó con violencia, arrojando a Juliette hacia adelante y arrancándola bruscamente de
sus sueños. Un par de brazos musculosos estaban ahí para evitar su caída. Lyon. Debía haber estado
despierto.

–– ¿Qué ocurrió?– preguntó, enderezándose sobre el asiento enfrente de él y levantando la cortina para
mirar hacia afuera con atención. Viendo que habían entrado en un bosque nebuloso, retrocedió.
Naturaleza. ¡Uf!.

– Ha habido un accidente de algún tipo. Espera aquí.

Lyon desplazó su cuerpo a salir del carruaje, haciendo una mueca ante el esfuerzo.

La culpabilidad se extendió por ella. Le había hecho esto. No era capaz de explicarse por qué su magia
tenía que afectar a este hombre especial de una forma tan perjudicial. En el pasado, hombres dotados con
una gran fortaleza física y carácter sólo habían perdido la memoria verdadera de una noche debido a sus
efectos.

– Non. Tú estás enfermo. Yo iré.

Ella lo empujó con su mano y él la dejó, hundiéndose en su asiento con un crujido de cuero. Ella asomó la
cabeza por la ventana.

Olores frescos a aire libre, hojas, tierra y musgo la golpearon en plena cara.

– ¿Qué ha ocurrido?– llamó.

El conductor apareció, se lo veía húmedo y helado. Había empezado a lloviznar.

– Hay problemas, Madame – dijo, haciendo la suposición de que ella y Lyon estaban casados. – el
carruaje se ha dañado y –

Dos hombres se materializaron de la neblina deteniéndose junto a él, ambos morenos, con sombreros de
piel oscura, túnicas verdes y pantalones con rayas rojas.

– ¡Sal!– ordenó una voz con un fuerte acento ruso, haciéndole un gesto de que descendiera.

Con los ojos muy abiertos se metió de nuevo dentro del carruaje.

– Cosacos, – murmuró.

Lyon asintió con la cabeza.

– ¿Cuántos?

– Dos que vi, pero hay niebla. Podría haber más. ¿Qué piensas tú que quieren?

Los Cosacos eran los clientes favoritos de Gina en los salones, pero había aprendido a desconfiar de ellos.
Algunos en sus filas se habían hecho famosos por sus excesos durante una estancia en París durante la
última década.
– Nada agradable imagino, – respondió Lyon entre dientes, mientras se oía el despliegue de pasos hacia
la puerta.

Puso una mano temblorosa sobre su brazo.

– ¿Adónde vas?

– A arreglar esto. Saben que estás aquí así que tendrás que salir también. Pero quédate detrás de mí. –
inclinó su barbilla con dos dedos hasta que sus miradas se cruzaron–. Fíate de tu ingenio. Si esto se torna
violento corre hacia el bosque y comienza a moverte hacia el sur. Permanece fuera de la vista pero
mantente paralela a la carretera y encontrarás el camino a la próxima aldea. De allí ve a encontrarte con
mi familia en Toscana. Voy a demorar cualquier persecución hacia ti lo mejor que pueda.

Asintió con la cabeza con falza calma, mientras el mundo parecía desintegrarse a su alrededor. Nunca
podría abrirse paso por el bosque. Incluso el acto simple de apearse del carruaje en medio de esas grandes
extensiones de árbol y cielo era una idea demasiado horrible para considerar.

– No puedo, – susurró, pero solamente después de que se hubiera ido y tan bajito que no pudo
escucharla.

– ¿Por qué nos han detenido?

Fuera, la voz de Lyon sonaba mucho más fuerte que lo que ella sabía que se sentía.

Echando una ojeada a través de la cortina, vio a los Cosacos dar dos pasos hacia atrás ante su talla
intimidante y su tono de autoridad.

Empezaron a hablar a Lyon en un torpe francés. Cuando respondió en ruso, también cambiaron a su
lengua materna y una discusión acalorada comenzó.

– Hay un tercero desenganchando los caballos–. Oyó que le decía el conductor

Aquel del que hablaba escogió ese mismo momento para acercase al costado del carruaje y abrir la puerta,
haciéndole señas de que saliera.

– ¡Non!– trató de cerrar la puerta otra vez.

Le dijo algo en un áspero ruso ronco y puso su bota embarrada sobre pescante como si planeara unirse
con ella en el interior del coche.

Ante eso, saltó y bajó las escaleras junto a él. El simplemente rió y dio un salto hacia ella. Ella se apartó,
sosteniendo su mirada con recelo, sin saber qué la asustaba más – ¡el entorno natural o su perseguidor!

– ¡Corre!– la instó Lyon, su voz la hizo empezar a correr.

Una pelea había estallado… el conductor y él en contra de los dos rusos restantes.

Sin permitirse el tiempo de pensar, Juliette se giró y corrió precipitadamente hacia el bosque envuelto en
neblina. Sujetando sus manos extendidas ante ella, trató de evitar cualquier obstáculo que se atravesara en
su camino oscurecido por la niebla. Su carrera se convirtió en una escena digna de una pesadilla. Por
todas partes era alcanzada por ramas con gigantescos dedos nudosos. Los afloramientos rocosos se
erguían ante ella como monstruos.

El Cosaco corría detrás de ella, ganando terreno rápidamente. Una mano se aferró a su falda y la escuchó
rasgarse. Entonces fue arrojada al suelo y cayó rodando por una inclinación del terreno sobre marga
resbaladiza y follaje en putrefacción. Abruptamente, chocó de golpe contra algo sólido, enviando ondas
expansivas de dolor a través de su cadera.
Permaneció tendida sin aliento, húmeda y jadeante, con hojas de Arce pegadas a sus mejillas y a su
vestido. Unas manos fuertes la levantaron y la inclinaron hacia adelante sobre una superficie redondeada
y dura que le llegaba a la cintura. Ella apoyó sus frías manos sobre ella. Era fría y áspera, y apestaba a
líquenes. Una roca.

Una voz detrás de ella farfulló palabras incomprensibles. El Cosaco. Con todo su cuerpo temblando,
Juliette miró sobre su hombro.

Sigue tu ingenio, le había dicho Lyon. Buen consejo. Pero su ingenio estaba aturdido con el miedo.

Una mano se plantó sobre sus omóplatos y sintió sus faldas levantarse.

Trató de golpearlo al punto de que él apenas lograba sujetarla. Por un momento, los únicos sonidos en el
silencio fueron los de su agitada respiración, sus gruñidos ininteligibles, y sus bofetadas.

El aire otoñal enfrió sus piernas expuestas, poniendo fin a su terror. Sus faldas estaban enrolladas en la
parte posterior de su cintura y su atacante estaba trabajando la delantera de sus pantalones. En unos
momentos sería violada.

Se forzó a sí misma a cerrarse tanto a él como a su entorno. Presionando ambas manos sobre la roca ante
ella comenzó a girarlas sobre ella como si fuera una vidente y la roca una gigantesca bola de cristal.

Él usó sus botas para abrir violentamente sus piernas.

– Soy piedra, soy piedra, soy piedra, – gritó, sin saber lo que decía o si eso tendría como efecto la
movilización de su magia. Sus palmas se calentaron y el deseo se filtró en su cabeza y su carne.

Dentro de su ropa, su flujo sanguíneo fue haciéndose cada vez más lento hasta casi detenerse. Su piel
blanda y húmeda se tornó seca y dura, como la de un sapo.

O de una piedra viviente.

El Cosaco dejó escapar un gañido asustado y saltó hacia atrás. La tela produjo un silbido al regresar a su
sitio alrededor de sus tobillos, pero no sintió nada. Era como si lo escuchara desde muy lejos, lo escuchó
caer y luego ponerse de pie otra vez. Los sonidos de él estrellándose a través de la selva eran fuertes al
principio, pero luego disminuyeron. Estaba alejándose de ella, en dirección del carruaje.

Durante algún tiempo después de que se hubiera ido, permaneció allí, fija contra la roca, o tal vez no
quisiera moverse. La neblina se condensó sobre su piel arenosa, mojando su ropa.

Entonces, desde algún sitio a lo largo del camino le llegó el trueno inoportuno de cascos que se
acercaban. Agitó el suelo bajo sus pies, haciéndola sentir. Recordándole que estaba viva.

El bombeo de sangre se reanudó, enviando la vida precipitándose a través de su sistema. Como un viejo
artrítico, se estremeció y empezó a transformarse inexorablemente en si misma nuevamente. La piel
áspera se tornó suave y maleable. La roca volvió a transformarse en carne.

Consciente otra vez, cayó sobre la roca, pendiendo de ella como una muñeca blanda. Todo sonido había
cesado, salvo el ligero golpeteo de la lluvia. ¿Los otros estaban muertos?

¡No, por favor, ¡no!

Una vez más había huido de una mala situación de la manera más cobarde, dejando que los otros se
valieran por sí mismos. No podía soportar la idea de despertarse a sí misma para ir a ver lo que les había
ocurrido.
– Un interesante método de escape, – dijo una voz desde algún sitio cercano.

Se movió tan rápido que cayó de espaldas al suelo, aterrizando sobre una pila de hojas mojadas.

– ¡¡Ay!!

Lyon estaba sentado sobre un tronco a varios metros de distancia, estudiándola. Su mirada lo recorrió con
cautela.

– Se ha ido, – le dijo–. Al parecer tu acto de piedra viviente lo aterrorizó. Y asustó a los otros a su vez
con repetición de la historia. ¿Te molestaría explicármelo?

– Non.

Frotando la cadera que se había contusionado con su caída se puso de pie.

– ¿El conductor?

Lyon se apoyo en su asiento improvisado y se puso de pie también. Su cara estaba cenicienta y su camisa
rasgada, por lo que colgaba abierto.

– Se encarga de los caballos. Ven. Préstame tu hombro.

A raíz del ataque de los Cosacos, ella estaba temblando. Cuando pasó un brazo alrededor de él, se apoyó
en gran medida en ella y no pudo dejar de notarlo.

– ¿Estás bien?– preguntó.

Una gota de líquido cayó sobre su corpiño y echó un vistazo arriba, notando un corte sobre su pecho.

– Eres tú el que está herido.

– Estaría peor sino hubieras aterrorizado a su amigo y él no hubiera regresado para sacarme a los otros de
encima. Por ahora, tendrás que disculpar la sangre. Reemplazaré tu traje cuando lleguemos a la
civilización.

Cuando llegaron al coche, el conductor estaba ahí, desenganchando los dos caballos restantes.

– ¿Está ilesa, Madame?

La miró, obviamente preguntándose cómo había esquivado al corpulento cosaco y curioso por saber
exactamente qué lo había enviado corriendo de regreso con tal terror abyecto.

– Oui, – respondió, deteniéndose muy lejos de los caballos y dejando que Lyon continúe sin ella.

– ¿Dónde están las otras dos monturas?– preguntó.

– Los malditos cosacos las tomaron. – el conductor asintió con la cabeza hacia el bosque en la dirección
que había corrido–. Afortunadamente para nosotros, lo que haya ocurrido allí los asustó lo suficiente
como para que se marcharan antes de que pudieran requisar los otros dos.

Miró a Juliette con expectación.

– Creo que le debemos nuestra suerte en deshacernos de ellos al folclore ruso – le dijo–. Apenas
comprendía el discurso de mi perseguidor, pero pensé que hablaba de fantasmas o espíritus del bosque o
algo del semejante. Luego de ello salió corriendo entre los árboles.

– Agradece a los dioses por la buena y anticuada superstición, – añadió Lyon.


El conductor asintió con la cabeza, viéndose aplacado.

– Por ese estoy muy agradecido.

– ¿Cuán lejos está el próximo pueblo?– preguntó, mirando el carruaje descompuesto con recelo.

Había empezado a sentir calambres en el estómago. Sin duda su menstruación no estaría eligiendo este
momento inoportuno para arrojar su peste sobre ella sumándose a todo lo demás que había sufrido ese
día. No, el tiempo estaba equivocado. Debía ser otra cosa.

– Dos horas. Si salimos ahora, podemos estar ahí antes del anochecer. Tú y Madame puede ir juntos en la
montura más fuerte que nos dejaron. Mañana puedes contratar otro carruaje para continuar el viaje,
mientras vuelvo con lo necesario para reparar éste.

Aceptando este plan, Lyon trató de reunir sus fuerzas. Juliette abrió desorbitados los ojos. ¿Montar? ¿A
través del campo a oscuras y la lluvia? ¿Estaban locos?

– ¡Non! – dijo al conductor, mientras señalaba hacia Lyon como una excusa fácil–. Está enfermo. No
puede montar ahora, especialmente no con este clima horrible. Tendremos que esperar aquí mientras vas
en busca de ayuda.

– Pero probablemente no regresaré antes del anochecer, Madame – advirtió.

– Puedo viajar a caballo dos horas escasas, –protestó Lyon. Ella lo ignoró–. Si eso llega a pasar,
esperaremos la tarde aquí en el carruaje.

El conductor miró dubitativamente hacia el cielo y luego de nuevo hacia ella.

– Pero, si este clima empeora, puedes terminar tan mojada dentro como a caballo. Y si hay viento, el
vehículo entero podría volcarse contigo dentro.

– Puedo montar, –argumentó Lyon otra vez.

– Bien, no puedo, – le recordó con firmeza–. Y no tengo interés en aprender en una noche tormentosa
como ésta.

– Perdón, monsieur, – los interrumpió el conductor – pasamos una cabaña hace media milla. Puedo
acompañarlos y ayudarlos a acondicionarla para pasar la noche. Después, puedo llevar a uno de los
caballos al pueblo y traerles ayuda por la mañana.

Juliette le sonrío radiante.

– Un plan excelente.

– Prepárate entonces para tu primera lección de montar, – le informó Lyon.

– ¿Qué?– preguntó sin comprender.

– El carruaje no puede ser reparado, ¿recuerdas?

Una miserable y húmeda media milla más adelante, Lyon se dejó caer sobre la silla más cercana,
empapado hasta los huesos. Cerca, Juliette encendió las velas dentro de la rústica cabaña. Había llevado
puesta su capa en el viaje, así que había eludido la furia del mal tiempo.

– ¿Qué es este lugar?– la escuchó preguntar y vio que se estaba frotando subrepticiamente la cadera
como si le causara molestias.
Debido a que ninguna montura había demostrado para llevar su peso y el de un segundo jinete, había
montado con el conductor. Aunque el suyo había sido solamente un viaje breve, su caballo había estado
inusitadamente inquieto y se las había arreglado para tirarla de la silla. Había caído al suelo y aterrizado
sobre la cadera que se había golpeado mientras huía de su atacante en el bosque.

– Es una estación de paso para viajeros como ustedes que queden atrapados por las inclemencias del
clima, – dijo el conductor–. Estarán seguros pasando la noche aquí.

– ¿Estás seguro que no hay ninguna posada cerca? – preguntó Juliette. Estaba detrás de él en algún lugar
ahora y parecía disgustada.

Aunque no podía escuchar la respuesta del conductor, Lyon percibía que el tono de él era negativo.

Entonces perdió el tren de la conversación mientras caía en un sueño ligero. Y cuando despertó otra vez,
el conductor se había ido. Todavía permanecía encorvado sobre la silla y Juliette se había sentado frente a
él sobre una otomana. Le estaba ofreciendo un recipiente, y lo que contenía olía delicioso.

– ¿Qué es esto?– murmuró, mirando fijamente la cuchara que había clavado bajo su nariz con
desconfianza.

– Sopa de pollo.

– ¿Y eso es todo?

– Mezclé un poco de esto y de aquello para mejorar el sabor, pero no lo he adulterado con drogas. Ni es
un instrumento de magia, si es eso lo que estás implicando.

Lanzó un gruñido, enderezándose. Su pecho estaba desnudo y una manta había sido envuelta alrededor de
sus hombros como un chal. Lo hacía sentirse como un inválido, así que se encogió de hombros para
quitárselo. Más allá de ella, su camisa empapada colgaba sobre una soga tendida de las vigas de techo
cerca del fuego, pero sus pantalones húmedos permanecían amoldados a su cuerpo. Había una mancha
redonda y mojada sobre el vestido de Juliette donde su sangre había goteado. Debía haber pasado una
esponja por él mientras había estado dormido.

– Necesitas alimentarte – lo instó–. Come.

Abrió la boca, permitiendo que deslizara dentro la cuchara, aunque solo fuera para asegurarse de que ella
no se fuera. El sabor estalló sobre su lengua, trayéndole recuerdos de los olores cautivadores de las
cocinas de su infancia, en donde a menudo había suplicado por un refrigerio a la cocinera. Ésta no era
una sopa corriente. Podía no estar contaminada por glamour Fey, pero era mágica. La saboreó y luego
tomó el resto, cucharada a cucharada, sin quejarse.

– Los cosacos se llevaron las provisiones del conductor, – explicó mientras lo alimentaba–. Pero
nosotros… el conductor y yo…. Encontramos más aquí en la cabaña. Sorprendentemente estaba bien
almacenada. Me ayudó a prender el fuego y luego se marchó casi inmediatamente para llegar al próximo
pueblo antes del anochecer. Antes de irse atendió al caballo que nos dejó en el cobertizo.

Todo el tiempo siguió lanzando miradas a algo que colgaba en algún lugar encima de él. Habiendo
terminado la sopa, Lyon inclinó hacia atrás su cabeza, pero un estante encima de su cabeza obstruía su
vista.

– ¿Qué estás mirando?

– Trofeos de caza.
Cerró los ojos con una suave maldición.

– Una cabaña de caza. Eso explica las provisiones.

Escuchó el ruido del tazón cuando lo depositó en la pequeña mesa junto a su silla.

– ¿No cazas?

– Solamente cuando es necesario para comer, y no tomo trofeos.

Escuchó su alejamiento y se obligó a mantener los ojos abiertos, queriendo mirarla.

– ¿Cuánta comida hay?

– Suficiente para esta noche.

– ¿Nada más? El conductor no puede regresar de inmediato.

– Me aseguró que lo haría. Sin embargo hay provisiones suficientes para una semana.

La lluvia seguía golpeando y no tuvo dudas de que los caminos serían intransitables por lo menos durante
uno o dos días. Pero estaba demasiado cansado para explícaselo en ese momento.

– ¡¿Cuánto tiempo…Hemos estado aquí?

– Menos de una hora. Te ves exhausto, – le dijo.

– Ahora que has comido, deberías descansar un poco. Sólo hay esta habitación, pero contiene varias
camas.

Él se removió incómodamente sobre la silla, despreciando su debilidad. A pesar de ella, con el venir de la
noche, la necesidad de enterrarse en la carne femenina era cada vez más crítica. Porque durante todo el
tiempo que podía recordar de su vida adulta, no había pasado un día en que no lo hubiera hecho. Hasta
esta semana.

– Tengo que salir de estos pantalones.

– Lo siento, – le dijo contrita–. El conductor ofreció ayudar con eso, pero me rehusé ya que no estaba
segura de lo que podría quedar, um, a la vista. Aunque no parece que hubiera ninguna de las, um,
diferencias inusuales.

Se la veía nerviosa al haber hecho ese comentario y se alejó como si quisiera evitar el mayor debate al
respecto.

– ¿Puedes sacártelos solo?

– Si. Déjame llegar a una cama primero.

Apretando los dientes se puso de pie. Ella puso un brazo alrededor de él y pronto se encontró instalado en
una de las angostas camas de la habitación. Cuando hizo ademán de retirarse, sus dedos rozaron sin
querer la dureza masculina en el frente de sus pantalones.

Se disparó fuego líquido a través de sus venas y su mano rodeó su muñeca como una abrazadera. Se
quedaron allí, congelados por un largo momento. El crepitar del fuego y la caída de la lluvia impregnaban
el aire. Ruborizándose, miró hacia todos lados, excepto a él.

– ¿No te sientes tentada? – preguntó, su voz grave y oscura–. Nos ayudaría a pasar el tiempo.
Sacudió la cabeza y la dejó ir. Recostado en el montículo de almohadas que había ajustado para él, la
miró fijamente, cavilando.

– ¿Quieres que te pague?

– ¡Non! ¿Por qué preguntas algo así? – exigió, se veía rígida y ofendida. Pero también reservada por
alguna razón.

– Porque necesito sexo. De ti. Y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo.

– Dijiste que no me violarías.

– Y no lo haré. ¿Parezco capaz de eso?

– ¡Sí!– farfulló ella con incredulidad, haciendo un gesto hacia la protuberancia voraz en su entrepierna.

Se ajustó la manta sobre sus hombros repentinamente helada a pesar del fuego.

– Mi verga es la única parte de mí que no parece darse cuenta del lamentable estado actual de mi salud.

– No vuelvas a hacerme esas proposiciones, – regañó–. Te dije en el carruaje que nunca había tenido
sexo con un hombre. Y eso quiere decir que no tuve sexo contigo.

Una risa disonante surgió de él.

– Sigues mintiendo. Podría haber olvidado gran parte de nuestro tiempo juntos, pero sé que nosotros –

– ¡No te atrevas a decirlo otra vez! Incluso si hubiera hecho lo que tú crees, no tendría ninguna
obligación de hacerlo una segunda vez.

Cansado, se cubrió los ojos con el antebrazo.

– Tienes razón. Perdóname. Las circunstancias han arruinado mis modales.

En ese momento, ella se acercó y se sentó a los pies de la cama más cercana a la suya.

– Si hubo una mujer en tu hotel, ¿no puedes concebir la posibilidad de que fuera alguien aparte de mí?

Sus ojos centellearon desde la sombra de su brazo.

– No había nadie más.

– Te vi en el parque con una mujer bajo el puente, – replicó ella en tono desafiante–. Fornicando.

Bajó su brazo a su pecho, digiriendo esa información.

– ¿Cuándo?

– El jueves por la noche, – le informó–. En cuanto te diste cuenta que los había visto, me seguiste.

– A la casa gris con la puerta roja.

– Pensé que no lo recordabas.

– Solamente cosas recuerdos aislados y fragmentados, – le aseguró–, porque era cierto.

– Tu pareja de esa noche que mencioné anteriormente – prosiguió–. Me dijiste que era una Nereida.
– Es posible, – dijo encogiéndose de hombros ante lo que consideró ser un detalle insignificante–. Mis
hermanos y yo hemos tenido sexo con ninfas antes.

– Ya que estamos con este tema, ¿te importaría ilustrarme respecto a cómo haces para terminar en
compañía de criaturas imaginarias?

– ¿Esto de alguien que tiene el don de inculcar los recuerdos y puede transformarse en piedra cuando lo
desee?– no era contrario a revelarle los secretos de familia, pero los otros temas eran de mayor prioridad
en ese momento.

– Touché.

Su voz se tornó seria.

– Necesito sexo de ti, Juliette. Para mañana, o el día siguiente u otro a más tardar, moriré sino lo obtengo.

Estuvo de pie y se mudó para calentar sus manos en el fuego.

– Quizás mañana en el pueblo encuentres a otra persona para que te complazca.

– Nadie más lo hará.

– ¡Oh!, por favor, – dijo, mirándole con el ceño fruncido por sobre su hombro–. He escuchado excusas
mejores de los otros hombres que tratan de acostarse conmigo como para creer en semejante disparate.

Él llevó su cabeza hacia atrás con un largo suspiro de sufrimiento.

– Soy patético, ¿no? Puede que te resulte difícil creerlo en este momento, pero generalmente no necesito
suplicar a una mujer para usar su cuerpo.

Un breve silencio cayó sobre ellos, luego se rompió con su réplica silenciosa.

– No, no me resulta difícil.

Su mirada se disparó a la suya, pero ella no le permitió atrapar sus ojos.

– No, no me resulta difícil creer que las mujeres te deseen, – repitió–. Pero no puedo consentirte.
Sería...Poco sabio. Para ambos.

– ¿Por qué?

– La razón tradicional, entre otras – dijo–. Es fácil para un hombre tratar tales temas ligeramente, pero
la disposición de la castidad de una mujer define sus expectativas en este mundo. Si será etiquetada
doncella, esposa, o puta.

¿La frágil membrana de su virginidad era todo lo que se interponía en el camino de salvar su vida?

– ¡Me casaré contigo entonces! Quiero hacerlo de todos modos.

– No seas cruel, – dijo, negándose a creerle.

– ¿Piensas permanecer célibe hasta la tumba?

– No sé. Espero que no. – agarrando sus manos, se volvió hacia él con gesto serio–. Debes comprender
que no puedo dar algo que he vigilado bien durante diecinueve años tan fácilmente. Simplemente por tu
capricho.
– ¿Capricho? Esto no es un capricho – dijo, indignado–. Para los de mi especie el sexo es una función
corporal crucial.

– ¿De tu especie? – repitió precavida.

– Una especie con necesidades carnales que deben ser atendidas con regularidad, del mismo modo que el
cuerpo de un ser humano ansía sustento para sobrevivir.

Sus ojos se abrieron.

– Pero eres humano. ¿Qué más podrías ser?

– Los dos somos un poco diferentes de la norma, ¿no estás de acuerdo? – preguntó suavemente.

Pero no estaba lista para dejarlo pasar.

– Esa noche en tu hotel, – su mirada se precipitó a su ingle, para luego fijarse en la lejanía–. Vi tu
cuerpo. Vi como estás conformado.

– ¿Dos vergas?

Parecía dolida por su franqueza, pero asintió con la cabeza.

– Y quieres una explicación. – pausó, determinando cuánto revelar. Demasiado y podría escapar de él. Y
en su condición, no podría detenerla.

– Mis hermanos y yo a veces...Cambiamos. En la manera que tú viste.

Un silencio cargado llenó el ambiente.

– ¿Estás así ahora?– su voz apenas era audible.

Sus ojos se estrecharon sobre ella, viendo el interés que no podía esconder. Su mano fue a la bragueta de
sus pantalones y abrió rápidamente los cuatro botones.

– Vamos a averiguarlo.

***
CAPITULO 13

Juliette observo con fascinación como Lyon comenzó lentamente a desabrocharse la parte delantera de
sus pantalones.

Un Segundo botón cayo y el jugueteo con el tercero.

“Es solo tu himen lo que te detiene?”

“Hmm?” Sus codiciosos ojos escaldaron la V que estaba medio desabotonado en la abertura. ¿Era eso
simplemente una sombra o podría ser el escaso comienzo de su nido?

“Juliette!”

Avergonzada, ella subió su mirada a la de él. “Que!?”

“Si hubiera una manera de unir mi cuerpo al tuyo, evitando molestar tu himen, ¿estarías todavía en
contra?”

¿Estaba el preguntándole si ella le permitiría follarla por detrás? En Valmont, los caballeros pagaban el
doble de la tarifa usual para esto, así que ella asumió que era considerablemente más arduo el
compromiso. Aunque el concepto había sido solicitado, no podía confiar en él. Una vez debajo de sus
faldas, más podría pasar.

Sin embargo, algo había que hacer, ya que su salud parecía estar declinando. …, sus hermosos rasgos
estaban más dibujados que cuando ella lo vio la primera vez hoy. ¿Era ella en realidad responsable por su
enfermedad? El parecía tan testarudamente resistente a sus hechizos que ella los había forzado más
severamente de lo que ella había hecho en la mayoría de los hombres esa noche en su hotel.

¡Non! El había intentado jugar con ella. Gina y Agnes se reirían tontamente si ella les dijera lo que él
estaba afirmando para conseguir levantar sus faldas. Los hombres no morían porque una mujer les negara
sexo. Por supuesto que no.

“Yo no – No estoy segura.” Ella sacudió su cabeza. “Lo siento.”

El tercer botón cedió. “Yo también,” dijo el suavemente.

Solo quedaba un botón.

Sus labios se separaron y ella estiro el cuello hacia adelante ligeramente. Como si él fuera un encantador
de serpientes y ella una serpiente, ella lo observo, esperando para que él se liberara. Esperando para ver si
dos penes fueran a abrirse a la vista de el como antes.

Pero para su gran decepción, ese botón final permaneció en su ancla. En vez de satisfacer su curiosidad,
el se encogió de hombros. Esto tuvo el efecto desafortunado de reposicionar la manta alrededor de el por
lo que uno de los bordes cayo para encubrir que ella mas deseaba ver.

Los músculos de sus antebrazos agrupados otra vez y su mano se movió debajo del irritante cubierto
como, ella asumió, el se libero el botón final.
Sus ojos encontraron los de el, y quiso protestar. Demandar. Suplicar. Oh, por favor, por favor, enséname
tu pene. O penes, como sea el caso. Era absurdo incluso contemplar decir tales palabras en voz alta a un
hombre.

Así que solo lo observo como una hambrienta, como su mano había comenzado una rítmica, seductora
caricia. Eran todos esos chichones realmente nudillos protuberantes que ella veía moverse debajo de la
lana, ¿o eran dos de ellos en realidad las puntas de algo más? Sus dedos agarraron los pliegues de sus
faldas. Con cada tirón de su mano, ella sentía un correspondiente tirón en su útero. Era una agonía estar
parada desocupada y no participar. ¡O por lo menos ver!

Frustrada, ella fue a la ventana y miro fijamente el clima, cruzando sus brazos a través de su cintura para
abrazar sus codos con ambas manos. El mundo exterior era un buche de oscuridad, y ella vio solo su
propio reflejo en el cristal. El viento azoto, impulsando la lluvia contra el cristal de la ventana. Los
minutos pasaron. Un vacio de silencio bostezo entre ellos.

Detrás de ella, un repentino gruñido broto desde sus profundidades como el aullido de un depredador,
solo y buscando por su compañero.

Su cabeza se volvió bruscamente, sobresaltada.

Debajo de la manta, la mano de Lyon estaba inmóvil ahora. Su cabeza se repantigo en las almohadas y su
mandíbula estaba tranquila. ¿Era esto algún tipo de truco para atraerla al alcance de su mano? Si así era,
funciono. Ella levanto una cerilla y se apresuro a acercarse.

Movió la luz de las velas para tener una mejor vista de su rostro, ella lucho por respirar en shock. El
parecía haber envejecido un año en los últimos minutos. La energía robusta que parecía ser parte de el
estaba desapareciendo. La piel dorada había sido moldeada con una quemada sosa y magulladuras de
media-luna ahuecando sus parpados haciéndolo parecer increíblemente cansado. Era como si él se
estuviera convirtiendo en la escultura que una vez ella pensó que era, sobrenaturalmente pálido y
hermoso. Y quieto.

“Monsieur? Señor Sátiro?” Ella sacudió su brazo. Su pecho se elevo y cayó con su respiración anémica,
pero no movió.

¿Había estado diciendo la verdad? ¿Era la enfermedad de él su culpa? Algún tipo de combinación fatal de
sus hechizos, haber probado furtivamente su semilla, ¿y su negativa para acostarse con él?

¿Y si él se moría aquí y la dejaba sola en este lugar? ella, se pregunto, volviéndose egoísta en su
floreciente histeria. ¿Y si el conductor nunca regresara? ¿Y si regresaba un Cossack, o alguien como él?
Ellos no le preguntarían si estaba de acuerdo como lo había hecho Lyon. Los hombres simplemente
tomaban lo que querían.

“Lyon! Despierta! No deseo ser encontrada en la compañía de un cuerpo muerto. Tales situaciones
pueden ser malinterpretadas. Los Gendarmes podrían creer que eres mi víctima.”

Seguramente ella no podía ser tan desafortunada dos veces con respecto a eso. Arlette y Valmont habían
tenido razón en lo que dijeron. Con una mancha previa en su record, ella parecería culpable más fácil de
otro asesinato. Sin embargo, ella era inocente.

Si el moría, la alternativa a ser descubierta aquí con el seria caminar o viajar a través del campo por su
propia cuenta. No podía hacer ni lo uno ni lo otro.

Y por encima de todo, algo en ella simplemente no quería que este hermoso hombre muriera. Ubicando la
vela a un lado, sacudió sus hombros.
“Estoy de acuerdo!” ella despotrico contra su figura inmovilizada. “En lo que preguntaste antes. Haz lo
que sea que desees hacerme si te mantendrá entre los vivientes.”

Ante sus palabras, el lanzo un grito apagado, su respiración traqueteando en la cueva de su pecho. Sus
ojos se abrieron y una imperceptible satisfacción brillo en ellos. Su mano busco la de ella y le dio un
pequeño apretón. Luego miro mas allá de ella, una mirada de fija concentración oscureció sus rasgos.

Ella hecho un vistazo por encima de su hombro en la dirección de su mirada. Viendo nada inusual, ella
dio un giro inesperado a tiempo de ver sus pestañas cerrarse otra vez.

“Grazie, mademoiselle,” susurro él, tan silenciosamente que ella casi no lo escucho.

Luego se quedo inconsciente.

“Lyon!” Ella sintió su frente y la encontró con fiebre y húmedo. El estaba considerablemente más
demacrado que como había estado solo unos momentos atrás. Su manta se había deslizado y ella vio que
solo había un pene en la rendija de sus pantalones, arraigado en su paja. Pero su deseo de ver cosas
carnales había desaparecido con el aumento de su enfermedad, y ella solo levanto los pantalones húmedos
y luego reajusto la manta para cubrirlo.

¿Porque todavía sufría? Ella le había dado la respuesta que él deseaba, y aun así no estaba teniendo
ningún efecto. Pero tal vez el solo necesitaba descansar. Después de todo, nadie había muerto por falta de
copulación, ella se aseguro a si misma otra vez. Tal noción era absurda. ¿O no?

Una sensación repentina de calidez de detrás de ella como si ella se hubiera movido para poner su espalda
al fuego. Una mano cayó en su hombro.

“Juliette.” Era una voz de hombre.

Con un chillido seco, ella salto más alto en la cama huyendo del toque. Liándose en la ropa de la cama, se
cayó en la alfombra, magullándose su cadera una tercera vez.

En su shock, ella apenas lo noto.

Imposiblemente, ahora dos hombres estaban parados a un metro de la cama de Lyon. Dos hombres
idénticos con ojos color ámbar, despeinados cabellos dorado, y mandíbulas fuertes. Ellos estaban
construidos en una escala enorme, y altos, especialmente desde su posición aventajada en el piso.

Y tal vez más apreciable y más escandaloso de todo, ambos estaban desnudos. Y erectos. Copias exactas
de Lyon en toda faceta y dimensión, ya que él era su triple.

Ella serpenteo hacia atrás hasta que llego contra la pared detrás de ella. “¿Como llegaron aquí?”

Pero ellos no respondieron y solo la miraban fijamente con ojos hambrientos. Ojos que catalogaron todos
sus movimientos. Ojos que eran la precisa forma y color de los del hombre acostado en la cama.

Arañando el camino de regreso encima del colchón, se acomodo contra Lyon, manteniendo un precavido
ojo en sus mellizos todo el tiempo.

“Lyon! Despierta!” ella siseo. Dando palmaditas en su mejilla y zangoloteando su mandíbula, intento
despertarlo.

“El está enfermo,” dijo uno de los fantasmas.

“Inconsciente,” añadió el otro.


Sus voces eran tan similares a la de Lyon que era como si hubiera hablado él. Ella hasta bajo su mirada
para asegurarse, pero vio que todavía dormía.

“¿Quienes son ustedes? ¿Sus hermanos?” Ella sacudió su cabeza, desdeñando su propia sugerencia, ya
que ella había visto sus parientes en sus pensamientos esa noche en el hotel. “Non, se parecen a él, no a
ellos.”

“Somos El,” le dijeron en armonía.

Ambos dieron un paso adelante.

“¿Qu – que quieren?” chillo ella.

“Curarlo. A través de ti.”

Ella le lanzo otra mirada a Lyon. Sus ojos permanecían cerrados, su cara relajada, y su respiración era tan
superficial que apenas levantaba su pecho. Apenas sabiendo que hacía, le planto un ferviente beso en sus
labios, pensando que podría ser la última despedida.

“Siento mucho mi parte en esto. Por favor no mueras,” susurro ella. “Por favor.”

Luego, dándole a los mellizos amplio espacio, ella dejo la cama y se deslizo hacia la chimenea en donde
agarro un atizador. Agarrándolo con ambas manos, lo blandió de un lado para otro ante ella como una
espada. Su mirada se precipito entre los dos hombres, amenazándolos con hacerles daño si se acercaban.

Los dos nuevos Lyon no habían hecho nada por evitar que obtuviera un arma, pero se habían movido,
recolocándose estratégicamente a ellos mismos entre ella y su escape.

“¿Quienes son ustedes?” exigió, tratando de sonar intimidante.

“Somos lo que El prometió,” dijo uno.

“No te lastimaremos,” dijo el otro, viendo su sable improvisado.

“Si se cambiaran y se movieran de la puerta, le daría a esa afirmación mas crédito. Hay mantas en las
otras camas.”

Ellos ignoraron esta sugerencia y solo se quedaron ahí, silenciosos y vigilantes.

“¿De donde salieron?” aventuro.

“El nos trajo,” dijo el primero, echando un vistazo hacia Lyon. “En la misma forma que te transformaste
en piedra en el bosque, El puede conjurar seres como nosotros desde el éter.

Su atizador se tambaleo. “¿Como supieron sobre eso?”

El otro hablo esta vez. “Porque él lo sabe. Tenemos Sus memorias. Sus necesidades.”

“Somos El,” repitieron.

Ellos no podrían haber sabido la verdad acerca de lo que le paso en el bosque más temprano, a menos
que estuvieran diciendo la verdad. Era realmente tan improbable que Lyon, quien tenía tratos con
Nereidas y era algunas veces poseedor de un falo superfluo extra, podría también ser poseedor de una
habilidad para conjurar un par de salvadores que reflejaban su imagen?

Con la llegada de ese pensamiento, ella comenzó a creer.


“Somos Shimmerskins,” el primero de los clones continuo. Ya que parecía tomar las riendas en su
conversación, ella privadamente lo apodo Uno y a su hermano Dos. “La mayoría de nuestra calaña son
hembras. Los únicos machos que El puede invocar son como nosotros. Replicas de El mismo.”

El asintió con la cabeza a su doble, quien entonces fue hacia Lyon y se sentó a su lado. Encorvando una
mano hacia su mandíbula, el cariñosamente le cepillo un mechón de cabello de su mejilla. “No falta
mucho,” ella creyó haberlo escuchado susurrar.

“El necesita que mantengas tu promesa,” dijo Uno, atrayendo su atención de vuelta a él. El se había
acercado sin ella darse cuenta.

Ella retrocedió. “¿Que promesa?” Por cada paso de ella hacía, el se adelantaba otro hacia ella como si
hubieran comenzado un extraño vals.

Dos ojos se clavaron en ella desde la cama. “Curarlo. Dejarnos entrar en ti.”

“Non,” protesto ella. “Esto – todo esto – c’est imposible.”

Pero cuando Uno alcanzó el atizador, ella le permitió cubrirle sus manos con las de el de manera que
ambos lo sostenían. Sus manos eran cálidas. Fuertes. Vivas. ¿Como podría ser?

“Serás dejada casta,” la calmo. “Como El acordó.”

Había un nuevo calor a su espalda ya que Dos dejo la cama y vino detrás de ella. Ella se encogió ante su
tacto, pero sus palmas eran gentiles en su cintura, luego las subió suavemente hacia arriba hasta que se
encorvaron alrededor de sus pechos, tirando de su espalda contra él. Su cuerpo reconoció el de él como el
de Lyon e instintivamente comenzó a ceder.

Uno dejo caer su mirada para mirar fijamente las manos de su hermano mientras que la rellenaban y
amasaron, aprendiendo los lujosos contornos de ella a través de su vestido. Sus propios dedos se
flexionaron encima de los de ella en el atizador como si estuviera imaginándose que el la acariciaba a ella
en lugar de su hermano.

“¿Si les digo que paren, me forzaran?”

Sus ojos se dirigieron a los de ella otra vez. “No digas que no,” la engatuso.

No era una respuesta tranquilizadora, pero algo en su cara le hizo liberarle lentamente el atizador a él.

Lanzándolo sin prestar atención con estrepito en la reja, el cubrió las manos de su hermano, las cuales
aflojaron sus pechos para comenzar a desabrochar la parte de atrás de su cuerpo. Este nuevo par de manos
eran cálidas también, y como si estuviera impaciente con las capas de tejido que la protegían de su piel,
encontraron los hombros de su vestido y los empujo hacia la parte superior de sus brazos.

Descubriendo el collar que vestía, Uno hizo una pausa, luego lo levanto de su cuello. Su gemelo
abandono sus esfuerzos en su espalda, y por un momento, ambos estudiaron las cuentas con mas
absorción que la simple sarta parecía justificar.

“Me lo dieron cuando era una niña,” les dijo, aunque no habían preguntado. Una mirada extraña paso
entre ellos ante eso. Pero no dijeron nada y cuando ella dio un estirón, dejaron el collar retroceder a su
lugar.

Como un par de doncellas, procedieron a trabajar en concierto, preparándola para lo que sea que hayan
planeado. Uno desprendió su cabello, los peino con sus dedos, y luego lo cubrieron hacia delante sobre
sus hombros. Dos estaba ágil en sus tareas, pero cuando su vestido se aflojo como resultado, ella lo sujeto
contra su pecho. Encontrando que todavía se ajustaba en la cintura, ella se dio cuenta de que él había
dejado los ganchos asegurados ahí, previniendo que la prenda se cayera.

Ella le echo un vistazo a Lyon.

“No parece correcto,” susurro ella. “Hacer esto mientras el esta acostado ahí, tan mal.”

Una mano levanto su barbilla, y Uno la volteo para su propio rostro, el cual era una versión más saludable
del hombre que estaba en la cama. “A través de nosotros al tomarte, El será revivido.”

“¿Exactamente como será eso logrado?” ella pensó demandar. “¿Como comenzaran? ¿Y por qué hay dos
de ustedes?”

Uno sonrió imperceptiblemente, luego la sorprendió moviéndose lejos. A su espalda, Dos se quedo quieto
y ella lo sintió mirando a su hermano.

Escogiendo una cama adyacente a la de Lyon, Uno se sentó en el borde con sus pies puestos en el piso.
De perfil, su pene estaba casi absurdamente grande y tan grueso como su cintura. La punta se mecía alto
por encima de su ombligo, gordo como una manzana y como recargado.

El se sentó hacia atrás con ambos brazos cerrados en línea recta y sus manos reforzadas detrás de él en el
colchón. Ámbar destello en su dirección. “Ven.”

Dos presiono su espalda, y aunque dudosa, ella le permitió acercarla. Pero cuando estuvo a un metro de
distancia, el la soltó. Ella se tenso, asumiendo una desnudez completa – y más – era inminente.

Sin embargo, en vez de quitarle sus prendas o empujarla más lejos hacia su hermano, Dos fue el mismo, y
se arrodillo entre sus piernas. Rozando sus manos por los mulos del hombre que estaba sentado, el los
acerco para encontrarse con la ingle de su hermano. Ahí, sus dedos rodearon la raíz de un pene del mismo
largo y redondez del de Lyon. Barriendo su lengua sobre sus labios, el lo inclino hacia su boca.

Al tomarlo, Uno inhalo agudamente la respiración. Su garganta se arqueo y sus ojos se cerraron
brevemente antes de reabrirlos para mirar.

Los labios de su hermano se estiraron ampliamente para acomodar su corona, y con un movimiento de un
lado para otro, lo humedeció. Una mirada de intensa concentración oscureció su rostro mientras se movía
hacia abajo sobre el pene y lo tomo más profundo, y más profundo. Cuando se acerco a la raíz, hizo una
pausa, retrocedió, y cambio el ángulo de su garganta como si el ajuste fuera necesario para completar su
tarea. Sus brazos se deslizaron alrededor de la cadera de su hermano para vagamente abrazarlo, mientras
sus labios continuaban su trazo incluso más abajo hasta, que finalmente, lo anidaron en cerdas suaves.

Los puños de Juliette apretaron su corpiño contra su pecho, y miro fijamente como una hechizada,
verdaderamente impresionada por lo que estaba viendo. Sin embargo ella no podía mirar hacia otro lado.
Porque esto era la clase de cosas carnales que perseguían las otras chicas en donde Valmont habían
disfrutado con frecuencia. Una de las muchas que ella había soñado participar, pero nunca se había
atrevido.

Dos comenzó a desenvainar su premio, sus mejillas hundiendo mientras él se retiraba hacia arriba del ágil
pene hasta que solo la punta permanecía escondida en su boca. Meciendo su cabeza, el permitía que el
húmedo O de sus labios masajearan el zócalo de la pronunciada corona. Luego envolvía todo el largo
nuevamente, y más fácil esta vez. Y así comenzó un trazo de la boca que hacían funcionar sus mejillas
como bramidos, mientras tomaba y tomaba, luego se rendía, y comenzaba otra vez.

Luego de un momento, su codo retrocedió y su mano fue hacia el medio de los muslos de su hermano.
Estaba haciendo algo… tomando el peso de las bolas de su hermano y cuidándolos.
Uno miro hacia abajo al hombre que lo estaba ministrando y puso una mano encima de su cabeza
acariciando sus alborotados risos. “Siii. Esto es lo que a Él le gusta.”

Luego, sin mirar hacia arriba, él le hablo a ella. “Observa Juliette. Y aprende. Porque pronto le harás esto
a mis hermanos.”

“Oh, Dios!” Su ojos volaron hacia la rubicunda, corpulenta vara que se enfocaba más alto en medio de las
piernas del hombre arrodillado. La punta de su lengua se deslizo fuera y toco sus labios, y ella se encontró
imaginándose. ¿Cómo sabría? ¿Y como cabria, en su boca o en cualquier otro lado?

Ante su exclamación, Dos libero a su hermano con un pequeño pop. El trago visiblemente, lamiendo sus
labios como si fuera una imitación de ella. En medio de las piernas de Uno, el pene que él había cuidado
tan minuciosamente ahora se alzaba orgulloso y enorme, su manzana brillante y reluciente.

Rostros idénticos se volvieron hacia ella.

“El está listo para ti.”

“Ven.”

Sus bajas, suplicantes voces le pertenecían a Lyon. Igual que sus ojos perversos y las sonrisas tentadoras
y su expansivo pecho y muslos musculosos.

Dos atrapo un pliegue de su falda y la arrastro más cerca. Ella fue. En un movimiento fluido, el se meció
hacia sus pies y la llevo a pararse ante su mellizo.

Uno se sentó vertical y coloco sus amplias manos en las curvas de su cintura corseteada. Cerrando sus
rodillas, las deslizo en medio de las de ella, y luego las extendió, atrayéndola más cerca y obligándola a
abrirse para él.

“Levanta tus faldas para El,” la cortejo suavemente. “Por ti misma. Todos ganamos de esto.”

Por voluntad propia, los dedos a sus lados lentamente se enroscaron en el tejido debajo de ellas. Cuando
ella comenzó a alzarlas, dos ayudo, amontonando la mayor parte del material para cubrir las piernas e
ingle de su hermano. Arrodillándose detrás de ella entonces, ligeramente palmeo la parte de atrás de su
rodilla con una mano, y deslizo la otra debajo del grupo de faldas y hacia arriba a lo largo del interior de
las medias de los muslos.

Gentilmente, oh, tan gentilmente, sus dedos se introdujeron en medio de sus piernas.

Sus rodillas se tambalearon y sus manos cayeron en los poderosos hombros del hombre ante ella, quien
ahora monitoreaba los efectos de su mellizo en ella con la intensidad cuidadosa de un gato de selva
observando su presa.

Al principio, solo un único dedo rozo la bolsa de los labios inferiores. Luego, como si ella empezara a
desplegarse, dos. Deliberadamente, la abrieron y el más grueso, largo dedo se adentro en ella, probando
su disposición. Su pasadizo vibro, una vez, y ella gimió suavemente.

“Ya tu cuerpo mana por El,” elogio el hombre que la tocaba tan íntimamente, sonando tan satisfecho
como si ella hubiera interpretado un truco maravilloso.

Una mano dejo su cintura y se metió debajo del frente de sus faldas y ella supo por la expresión de Uno
que se había encontrado a sí mismo. Sus muslos se ampliaron en medio de los de ella, trayéndola más
abajo. Y entonces él estaba posicionado ante su puerta, la punta bulbosa tomando el lugar de los dedos de
su hermano.
Sus labios vírgenes tocaron su corona y se separaron en bienvenida indecisa, untándolo con la crema
apasionada de su cuerpo. Un gruñido salvaje broto de él ante el sabor inicial de ella, y otras manos la
sostuvieron por él mientras el guiaba su cresta a lo largo de su arruga, de un lado para otro, anidando más
alto dentro de su muy lograda mella con cada paso y mandando olas ardientes de una sensación de subir
vertiginosamente hacia su canal.

Ella le echo un vistazo a Lyon, recostado tan quieto.

La otra mano de Uno dejo su cintura y atrapo su mejilla, trayendo su mirada de vuelta a él. Luego,
suavemente, el susurro, “¿Estas lista para El?”

Ella tomo un rápido, ahogado jadeo.

Luego unas manos – ella no sabía de quien – entraron debajo de su… faldas, agarrando sus cadera y
muslos y guiándola en la manera de acomodarlo. Ámbar la abraso como esa manzana tumefacta, todavía
húmedo por la boca de su hermano, comenzó su invasión.

Su raja se abrió y se expandió, valientemente tratando de cubrirlo.

“Tan bueno, Juliette, tan bueno,” dijeron las voces de los mellizos que era la de Lyon, y aun no lo eran.

Ella hizo una mueca, apoyándose más cerca del pecho ante ella para inclinarse lejos del inminente
empalamiento. “No estoy segura de poder –”

Pero las manos de su amante la ajustaron sobre el de alguna manera, y luego milagrosamente su carne
privada trago y su bulto se adentro en ella.

Cuatro gruñidos – cada uno como una mezcla de placer y dolor – infundieron el aire en armonía ardiente.

Ante el sonido de la cama adyacente, Juliette miro hacia Lyon otra vez y vio que él había cambiado la
posición y ahora estaba volteado a su lado con el rostro hacia ellos.

“Lyon?”

Pero no hubo ninguna respuesta, y sus ojos permanecían cerrados.

“El descanso seguirá más fácilmente,” dijo el hombre detrás de ella, atrayendo sus ojos hacia los de él.

“Me aferrare a eso,” dijo ella, luego lanzo un grito apagado mientras su pene recomenzaba su ingreso.

Acariciando su cabello y acariciando sus hombros y espalda, Dos, susurro suaves palabras de ánimo a ella
mientras su mellizo excavo constantemente más profundo y todavía más profundo, hasta que parecía que
nunca iba a terminar de entrar en ella.

Su cuerpo lucho por aceptar su amplitud, y cubrió su cuello así que las puntas de sus dedos se encontraron
en su nuca. “Es demasiado.”

“Relájate,” la calmo el otro hombre desde detrás de ella. Sus manos fueron debajo de sus faldas otra vez,
encorvándose sobre los huesos de sus caderas para alterar la posición una segunda vez en su mellizo de la
misma manera que más temprano había cambiado el ángulo de su propia boca en el.

“Estuviste hecha para El,” murmuro Uno, y su pulgar se coloco en medio de sus ombligos para rozar el
hinchado capullo en el frente de su estirada raja.

Cuatro manos masculinas entonces comenzaron a levantarla y bajarla en un movimiento de balanceo que
deslizaba hacia arriba y luego la bajaba implacable, persistente intruso. Algo estaba diferente ahora. Con
cada roce, su clítoris se arrastraba en contra del palo masculino y la provoco con sensación.
Y aun así ella tomo más. Empezó a querer más. Ansiar más.

Sus piernas se apretaron alrededor de las de él, ayudándola a moverse sobre él mientras él buscaba
albergue en su abrazo de garganta. “Casi llego,” sus voces engatusaron.

Y luego, ante su suave gemido, el se hundió en casa y sus labios inferiores estaban plantando un húmedo
beso a boca abierta a su ingle. Increíblemente, ella lo había tomado todo. Ella descanso su frente en su
barbilla, queriendo empujarlo, pero tratando de acostumbrarse a él en la esperanza que las cosas
mejoraran.

Las manos de él se enroscaron en su cuello y sus labios se volvieron a su oído, su respiración fresca
mientras él hablaba. “No eras virgen.”

“¿Qué?” Su cabeza dio un tirón hacia atrás, para poder encontrarse con sus ojos. Ella no había sentido
ningún desgarrón, ninguna rasgadura de su membrana.

“Había sangre en tus muslos,” confirmó Dos. “Antes de él entrar en ti. Sangre virgen.” El froto sus
hombros, tratando de consolarla. Pero no había manera de arreglar esto.

Ella miro sobre Lyon, quien dormía, inconsciente. ¿Era su imaginación o su tez parecía más saludable
ahora? “Juraste que esto no pasaría!” bramo ella a la habitación en general.

Luego ella golpeo el pecho ante ella con las palmas de ambas manos y trato de arrancarse del regazo que
la soportaba. Debajo de su vestido, el agarre de Uno se apretó, manteniéndose dentro de ella. Ella hizo
una mueca de dolor y empujo su mano lejos de su cadera derecha.

Dos movió su falda a un lado y ahí encontró el cardenal morado. “¿Te caíste?” pregunto. “¿En el
bosque?”

Ella se encogió de hombros e hizo un irritado asentimiento de cabeza. “¿Si, que de eso? Déjenme ir.”

Los ojos de Uno se encontraron con los de su hermano por encima de su hombro. “Te caíste de una
manera que era demasiado discorde para que tu delicada membrana resistiera,” le dijo. “No fui yo quien
la tomo de ti, sino un accidente previo.”

Su lucha vacilo mientras ella recordaba como su abdomen había tenido un calambre luego de que el
Cossack la hubiera atacado. Mon Dieu! Que injusto! Aunque no había logrado violarla físicamente, ella
aparentemente perdió su virginidad con el ruso después de todo.

La idea de que ella ya no era pura reverbero en su mente, haciéndola caer en pánico. Aunque claramente
ella no había planeado conscientemente volver a Valmont, era de alguna manera aterrador tener esa salida
tan firmemente cortada. Ella no podía dejar que el la encontrara otra vez. No ahora que las circunstancias
de su cuerpo estaban tan alteradas. Él lo consideraría como una traición y la castigaría – la encarcelaría o
la mataría. No, ella no podía pensar en regresar, en vez de eso solo miraría hacia delante. A pesar de
quien fuera la culpa, ella tenía que aceptar que había cambiado.

Con ese pensamiento, un gran peso la dejo y se dio cuenta que su sentimiento principal era de simple,
profundo alivio. Ya no tendría que inquietarse sobre esa frágil, comodidad femenina. Ya no tendría que
protegerla tan tajantemente.

Ella estaba abierta.

Ella movió sus caderas. Ampliamente abierta.

El miembro estoico que residía dentro de ella se movió ligeramente en respuesta, ansioso, listo. El
hombre sobre el que ella estaba sentada en su regazo la había estado observando, esperando, y ahora leía
su disposición para continuar sobre él. El ultimo atracadero en la cintura de su vestido se deslizo y su
vestido fue tomado y lanzado lejos, dejándola solo cubierta con la camisa y el corsé.

Con una mano en su espalda baja para mantenerlos unidos, uno, se maniobro a el mismo mas lejos en el
colchón hasta que la parte de atrás de sus rodillas encontraron los bordes y los terneros de ella
descansaban totalmente sobre las ropas a cada lado de el. Tumbado hacia atrás, la tomo con él y las
palmas de ella se abrazaron en sotavento de sus brazos.

Sus amplias manos tomaron las caderas de ella y comenzó a mecerla sensualmente, enseñándola a montar
su empalamiento con un lujurioso roce similar al que él había disfrutado de su hermano. Su cabello cayo
como olas alrededor de sus hombros, las puntas espolvoreando su torso mientras ella estudiosamente
seguía todas sus instrucciones.

Al lado de ella, Dos estaba tumbado apoyado en un codo, ofreciéndole elogios gentiles y acariciando el
terreno de su cuerpo desde los pechos, hasta las costillas corseteadas, cadera y muslo. Luego su tacto la
dejo y un momento después el colchón disminuyo mientras el vino a arrodillarse en la cama ante ella.
Una mano se acomodo debajo de su cabello caído para cubrir su nuca y la punta de sus dedos levanto su
mandíbula. Cuando los ojos de ella encontraron su falo, ella de repente se dio cuenta de por qué Lyon
había convocado mellizos.

No estaban planeando tomar turnos con ella. La disfrutarían juntos.

Una emoción ávida broto a través de ella. Y luego sus labios se estaban separando y estirándose alrededor
de un nuevo pene y se estaba deslizando a lo largo de su lengua y trayéndole con eso el sabor y memoria
del creador de este fantasma.

“Tan bueno,” susurro Dos. Sus manos sostuvieron su cráneo y ella lo dejo entrar más profundamente,
permitiendo que su redondez ampliara sus labios y llenara su boca. Y aun así ella tomo más...

Pulgadas antes de llegar a la raíz, ella hizo una ligera, confusa protesta.

“Relájate,” la calmo, tirando hacia atrás. “Respira.”

El toque de su hermano comenzó a vagar, seguro y fuerte mientras masajeaba sus pechos echando un
vistazo desde su corsé, luego barrio abajo en su espalda para apretar sus caderas. El ritmo de su lanza
había disminuido y el la alentó y continuo ahora – calculando mantenerla al borde de la necesidad, pero
no permitiendo que cayera sobre el abismo. Ella sufría por una dura y más rápida montura, pero era
imposible hablar e impulsar su montura más allá.

Bajo su tutelaje combinado, ella comenzó a respirar a través de la nariz y relajar los músculos que ella no
era consciente que podía controlar, y luego el pene se estaba metiendo desde su boca hacia su garganta.

Ámbar centelleo hacia ella, intenso y salaz mientras Uno observaba su servicio hacia su hermano. Y
luego el la estaba arrastrando hacia arriba de su propio largo hasta que casi perdió su corona, y luego la
embistió más abajo para tragárselo otra vez, una y otra vez.

Manos duras tomaron sus muslos, tirando de ellos para separarlos hasta que ella estaba ampliamente
abierta para su bache. Pronto su vientre estuvo aceitado con su crema, y su tomadura se había convertido
en un hábil deslizamiento que frotaba su clítoris con cada delicioso roce.

Ella se acomodo en el jugoso ritmo de montarlo y chupar, y ella comenzó arrojarse con fuerza hacia el
orgasmo, la compulsión de cerrar sus piernas era grande. Pero Uno la controlaba ahora y ella solo podía ir
según su cabalgata.

Los dedos de Dos se flexionaron en su nuca mientras él se empujaba el mismo en su boca con creciente
fuerza. Sus mejillas se hinchaban con cada zambullida y ahuecando con cada retirada.
Debajo de ella, la follada de Uno se había convertido violenta. ¡Por fin – justo lo que ella ansiaba! Cada
pensamiento, cada respiración, cada célula se reducía a enfocarse solo en la emoción apasionada llevada a
ella por cada golpe húmedo de sus caderas. Una enroscada, fuerte y desesperada necesidad se retorció
dentro de ella y sus dedos rasgaron las ropas de la cama, sus ojos se cerraron mientras su cuerpo se tenso
hacia delante…

Un gemido estrangulado salió de ella, mientras dos penes la penetraron profundamente, estremeciéndose.
Leyéndola. Los dedos de sus amantes, manos y brazos la apretaron contra ellos. Un único jadeante
segundo después, gritos masculinos partieron el aire mientras su pasión se rompió y se dispararon en sus
gargantas en ardientes, intermitentes y aparentemente incesantes chorros.

Músculos interiores que ella no sabía que poseía se contrajeron en ellos como lascivos, puños chupones.
Mientras ella lo tomaba de ellos, ellos dieron hasta que estuvo tan llena de sus sabores y sus olores y la
maravilla de todo es que ella se volcó de un precipicio y se estrello en su propia ola de alegría
concupiscente.

Aun mientras ella vibraba por su hermano, Dos ya se estaba deslizando de su boca. Y con un beso a los
labios femeninos que le habían dado tanto placer, y una sonrisa conmovedora que se sentía como una
despedida, el dejo la cama.

Ella y su hermano continuaron hasta que su clítoris inferior estaba asfixiándose y jadeando y tragando con
la embestida furiosa de su derrame y su venida. Una frágil protesta susurro desde ella mientras el
cuidadosamente la levantaba de su palo antes de que ella estaba lista para ir, y la atrajo erguida desde la
cama. Habiendo estado sostenida abierta para el por tanto tiempo, sus piernas estaban casi reacias para
encontrarse una vez más.

Permaneciendo detrás de ella, engancho sus brazos sobre y alrededor de ella, de modo que sus hombros
estaban arrojados hacia atrás y sus brazos estaban flojamente seguros detrás de ella. Sus ojos se cerraron,
con un suspiro de alegría, dejo su cabeza recostarse en su hombro.

Y luego otro cuerpo se paro ante ella, este de alguna manera más humano que el de los otros amantes
habían sido. Sus pestañas se abrieron. “Oh, Dieu – Lyon!”

Su mirada se calentó ante la vista de su apariencia sin sentido, vagando por los senos enrojecidos que se
salían por encima de su corsé y notando la camisa transparente que le velaban ligeramente su vientre y la
parte superior de los muslos. Largas, pálidas olas de cabello se habían enmarañado y algunos se habían
rizado húmedamente alrededor de su cara. Las bocas y manos de sus hermanos habían marcado su piel y
ella estaba manchada con la frotación de sus deseos y el de ella.

Resplandeciente ámbar encontró esmeralda, y su boca se curvo ligeramente, sensualmente. La parte


superior de sus dedos se alzaron para abanicar sobre sus excitados pezones, cepillándolos de un lado para
otro, luego los pellizco y los enrollo en medio de sus nudillos. Sensaciones se dispararon derecho desde
su toque hasta su núcleo privado, despertando la vibración desvanecida de su venida reciente.

Ella hizo amago de abrazarlo, pero los brazos de Uno cohibieron los de ella. Ella se quedo quieta,
sintiendo de repente la anticipación del hombre detrás de ella y preguntándose que presagiaba.

Sus ojos vagaron por la cara de Lyon, viendo el renovado color de la buena salud. “¿Estas mejor?”

Pero el solo asintió con la cabeza mientras sus brazos se roscaron lentamente en los de ella y los de su
hermano, y sus palmas se deslizaron a la curva sobre su grupa. Su largo tumescente choco con su vientre
mientras se inclinaba cerca para acariciar con su boca la pendiente de su garganta.

“Has estado follando con otros hombres. Puedo olerlos en ti.”

Sobresaltada por esta declaración, ella dejo salir un jadeo. “Una situación que tu planeaste.”
“Si. Pero tú lo disfrutaste, ¿ o no?” Sus labios se abrieron en su piel y la beso, chupando ligeramente. Sus
manos en su trasero se flexionaron sobre su redondez, mientras palmas y dedos comenzaron a explorar
sin prisa la silueta de ella.

“Si,” susurro ella, disfrutando su tacto en su desnudez. “Yes.”

Moviendo sus piernas más amplias, el se sumergió para que su corona que capturo en el dobladillo de su
camisa y lo empujo y a el mismo en medio de los esbeltos muslos que estaban bañados con el derrame de
otro. El gruño y comenzó a mecerla, arando su gasa-enfundando su longitud a través de su arruga que
todavía temblaba con emoción del toque de otro.

“Puedo saborearlos en ti. Y sentir en donde ellos han estado – aquí, en medio de tus piernas.”

Umm. Ella se relajo en contra del pecho de atrás de ella otra vez, y sus ojos se desviaron medio cerrados
ante este nuevo gentilmente áspero placer.

Cuando Lyon levanto su cabeza, fue para ver más allá de su hermano. Una mirada extraña paso entre los
dos hombres, y había una chispa primitiva en sus ojos cuando encontraron los de ella otra vez. Su masaje
en la parte posterior de su mejilla se convirtió en uno más dominante, un roce lleno de significado que la
amasaba una vez… dos… tres.

Y luego, con exquisita gentileza, el expandió su hendidura, en invitación.

Cautelosa ahora, ella se enderezo, pero sus labios se estrecharon sobre los de ella, murmurando y
tranquilizándola. Su hermano libero sus brazos, luego deslizo una mano hacia su vientre para levantar el
dobladillo de la camisa y la descubrió.

Ella exhalo profundamente mientras el prístino de Lyon, la protuberancia de terciopelo apunto hacia
arriba desde sus roces en medio de sus muslos y perforo su sensible raja. Un gruñido erótico retumbo
desde el mientras su gorda corona presionaba, abriendo y estirando los labios que estaban todavía
sensibilizados por el uso de otro. Sus rosados pliegues jadearon y acariciaron, tratando de atraerlo más
alto, ansiosos por mostrarle lo que habían aprendido. Pero se detuvo, permitiéndole solo una probada por
ahora.

Muslos se tensaron alrededor de ella y sintió la liza, húmeda manzana de su hermano en el fruncido
juanete que Lyon sostenía listo para él.

Ojos verdes se abrieron y se aferro al ámbar, buscando reasegurar, mientras que el pene del otro, todavía
empapaba de la lengüetada de su garganta inferior y su propio derrame, pincho la resistente apertura de su
trasero.

Ella coloco sus manos en el pecho esculpido que estaba ante ella, sus ojos fijamente, mientras ella
trémulamente esperaba lo que vendría. Entonces Lyon la beso – presionando su boca abierta a una que ya
uno de sus hermanos fantasmas había follado, y el probo su pasión, vacilación, y su curiosidad.

La presión de esta segunda, desconocida intrusión la tenía levantándose en la punta de sus dedos y
sellando su boca más apretada a la de él. Luego él se trago su gemido ante la hábil y amarga punzada que
acompaño la dilatación de su anillo. Y mientras la protuberancia de su hermano se deslizaba dentro, Lyon
lo hizo también por lo que los tenia cautivo a los dos dentro de ella.

Dos pares de manos masculinas encontraron su cintura y caderas, y una lenta y dual penetración
comenzó. El semen de otro le hizo más fácil a Lyon adentrarse más profundamente, pero esta entrada
estaba moderada, estableciendo un ritmo que su mellizo igualaba. La sensación táctil de sus gruesos
penes, fuertemente atados y anudados con venas, perforando inexorablemente dentro de ella era increíble.
Ella sintió la tensión en los músculos de los torsos en su pecho y espalda y supo que estos hombres iban
más cautelosamente con ella de lo que su naturaleza les pedía. Y ella se cedió ante ellos y se cedió
todavía más, con suaves jadeos y gemidos, hasta que por fin, ella se encontró empalada dos veces.

“Ahh, Juliette,” sus amantes gruñeron en esas voces que eran tan parecidas.

“Dieu.” Ella se quedo quieta, casi aterrada de respirar para no estallar por su ocupación en ella.

Lyon la beso apasionada y profundamente y su hermano cepillo su cabello a un lado y presiono su boca al
ángulo que se encontraban la garganta y el hombro.

Ella le regreso el beso, tan llena que quería gritarles que la dejaran. Aun cuando revirtieron el deslice, que
por el contrario ella quería llegar al borde para volver. Lyon estableció el ritmo de su carnal encuentro
que gradualmente incremento en vigor y fuerza. Insertada en medio de los dos, ella sintió el agrupamiento
de músculos en vientres puntiagudos mientras penes rígidos eran empujados y se retractaban en preciso y
sincronizado baile, un tándem paralelo.

Y pronto sus zambullidos se volvieron más ardientes, incluso salvajes. Con cada embestida, sus penes la
besaban tan duro y tan profundo que era levantada de sus pies. El aire parecía decaer en la habitación
mientras un segundo orgasmo floreció dentro de ella. Como si sintieran que ella estaba cerca, ambos
retrocedieron, retirándose tan lejos y rápido que succionaron sus canales y sus protuberancias
atormentaron sus puertas. Luego como uno, se hundieron en ella, y tres cuerpos fusionados en un furioso
y perfecto éxtasis.

Sincopados chorros de semen palpitaron dentro de ella, iniciando la pulsación de sus propias
contracciones, luego incrementando la tierna agonía hasta que su visión se atenuó y chispas de luces
silbaron y astillaron. Si no fuera por los cuerpos a cada lado de ella, se hubiera caído a sus rodillas.

Los brazos masculinos que la envolvían se estremecieron mientras grandes espasmos mecían a sus
amantes fraternales.

A la larga, ella sintió el hombre detrás de ella besar su cabello, luego gentilmente dio un tirón. “Grazie,”
susurro él en la seductora voz de Lyon. Y luego él se fue y Lyon permaneció.

Ella se hundió hacia delante contra él, golpeando su frente con su pecho, su respiración viniendo en
jadeos secuela de su coito. Largos momentos después, la levanto de él y la cargo hacia la cama más
cercana, enroscándola en sus brazos. Ella yacía ahí, en frente de el, tan espléndidamente repleta que se
sentía incapaz de moverse. De vez en cuando, su cuerpo todavía temblaba involuntariamente debajo de la
sutil vibración de un orgasmo que todavía no había cesado.

Cerca, el fuego chasqueo y desde la oscuridad de fuera venia la canción orquestal de gotas de lluvia y
truenos. Sus respiraciones se desaceleraron eventualmente y yacían lado a lado contemplándose entre
ellos en un silencio sociable.

Ella recorrió la parte de atrás de sus dedos a lo largo de la piel de oro de su vientre tirante y más abajo,
sintiendo el suave moñudo nido de él que estaba húmedo con las gotas de su semen. Encontrando la base
de su miembro, ella rastreo su largo. Todavía estaba erecto.

Sus ojos encontraron los de él, con una pregunta en ellos.

“Más tarde,” murmuro él, acariciando su mejilla. “Descansa.”

Luego, sin dejar de mirarla, toco el cardenal de su cadera como si él lo hubiera sabido a través de sus
hermanos que estaba ahí y comprendió lo que significaba. “Lo siento.”
Ella se encogió de hombros, no queriendo hablar de su pérdida ahora. Eso era el pasado. Aquí, yaciendo
ante ella, estaba su futuro. Tal vez. Pero pretendía el tenerla solo por esta noche o por unas noches, ¿o por
todas las noches que vengan?

“Basta de incertidumbres,” murmuro ella, rodando sobre su estomago y codos para mirarlo. “¿Explícame
que eres que puedes conjurar otros seres de la nada?”

“Ah!” Cayó sobre su espalda, llevándola con él y tirando de ella para que se tumbara sobre su pecho.
Luego de una pausa considerable, el hablo. “¿Conoces sobre el sátiro mitológico?”

Ella apoyo su barbilla en un puño encima de su pecho para ver mejor su cara. “¿Seguidores de Dionisia?
¿El dios del vino?”

El asintió con la cabeza. “O Bacchus en Italia, pero son los mismos. Los Sátiros han sido sus discípulos
desde tiempos inmemorables.” Hizo una pausa, mirándola, luego continuo casi reacio. “Mis hermanos y
yo somos sus descendientes. Incluso hoy, protegemos su legado en nuestras fincas – las viñas
comenzaron con él y una puerta que está colocada en medio de su mundo y este.”

Su agarre en ella se había apretado mientras él hablaba como si sospechara que ella escaparía por haber
compartido esas noticias, pero se relajo otra vez mientras ella digería calmadamente lo que le había dicho.
Ella tenía más preguntas, por supuesto, y las hacia mientras le llegaban.

Y él respondía, abierto y fácil, como él había estado donde Valmont antes de su enfermedad. A su tiempo,
se quedaron callados otra vez.

Estudiando su cara, rozo su cabello, y encontrando un suave pezón mirando desde en medio de las largas
hebras, comenzó a jugar ociosamente con él hasta que se endureció debajo de su tacto. Otra mano se
deslizo hacia abajo a la inclinación de su espalda y su expresión se calentó. “¿Puedes tomarme otra vez?”
pregunto en una voz que se volvió oscuro y seductora. “¿Donde mis hermanos ya te tomaron?”

Ella sonrió lentamente, dispuesta.

Y así continúo a través de la noche – hablaron, comieron, durmieron, y se aparearon. Como si fueran las
únicas dos personas que importaban, y lo que hicieron aquí juntos era una actividad privada eliminada de
las costumbres sociales o censura.

El mal tiempo le había dado a la cabaña un acogedor e intimo refugio. Sus mundos habían crecido más
pequeño y más seguro, por el momento.

Ella le había dado el regalo de la vida, y mientras el alba se acercaba, él le dio un regalo de regreso,
explicando los hechos de sus orígenes y llenándola de asombro ante las sobrecogedoras noticias que su
padre había sido un Rey.

El sol vino y se fue otra vez, y luego otro como ese. Y todavía ellos permanecían cerca, abrazándose,
acariciándose, y uniendo sus cuerpos tan frecuentemente que pronto ninguno sabia donde uno comenzaba
y terminaba el otro. Era un tiempo para compartir besos. Y compartir confidencias – por lo menos
algunas de ellas. Ajenos al paso de las horas, ellos solo sabían de ellos.

Luego, con el próximo amanecer, el coche regreso.


CAPITULO 14

“Bienvenida a mi hogar,” dijo Lyon con satisfacción en la voz.

Juliette miro fijamente alrededor del gran vestíbulo al que entraron, intentando no mirar boquiabierta.
Porque el interior de su castello era un inesperado desastre. Aunque esta habitación y la adyacente eran
enormes, apenas algún mueble los habitaba y lo que tenía había sido escogido para la comodidad en vez
del estilo. Y todo parecía tan antiguo que era imposible que lo hubieran elegido con una historia reciente.

Diversas herramientas utilizadas en la cultivación de uvas o en la producción de vino estaban


desordenadas colocadas aquí y allá, indicando que este piso de mármol, el candelabro colgado en la
mansión funcionaban tanto como un lugar de trabajo tan fácilmente como un alojamiento para vivir. Era
fácil ver que no solo todo su esfuerzo había sido dirigido hacia fuera de la puerta, sino que también
consiguió traerlo de afuera, adentro.

Casi una hora antes el coche había alcanzado su casa, el notaba los límites de la hacienda del sátiro por
ella delineados por la inmensa pared que tenía cerca de 6 pies de grueso, vestigio de una fortificaron
antigua. Una vez dentro, pasaron varias ruinas, desatinos, estatuas, y gacebos en su aproximación aquí.

Aunque era otoño, el aire era atípicamente moderado dentro de los terrenos y ahí había alfombras
expansivas de flox florecidos, vinca, valeriana, varias hiedras, helechos y hierbas. Frutas y hierbas, eso en
otro sitio solo crecía en primavera o verano, aun así parecía estar prosperando aquí a pesar de la estación.
El distancia habían interminables colinas que eran remendadas e hileras con vides, indicando que sus
bodegas eran más extensos de lo que habían sido la de la familia Valmont.

Y, después de ver todo esto, Juliette había estado ansiosa de entrar en su casa si solo para escapar de la
profusión de la naturaleza. Viajar con el por casi dos semanas, ella se había acostumbrado un tanto a
todas las cosas bucólicas, pero aun así los encontró vagamente amenazantes. Eventualmente ella había
estado aliviada de haber notado que las salvajes de ciprés, espino, y la viña en su propiedad estaban dando
una manera de domar los jardines, cenadores, y acera.

Luego este magnifico castello se había puesto a la vista, y ella había visto que constaba de una colección
de cinco torres majestuosas que de alguna manera se reunía a sí mismos juntos en una manera
agradablemente vista desde una distancia. Los muros exteriores eran de granito, muy vetado con hierro y
hasta líneas de oro que centelleaba en la luz del sol, lo cual le daba un molde regio.

Heráldicos escudos exponiendo el escudo ancestral de las armas del sátiro estaban esculpidos por
intervalos, alternando con medallones representando faunas—los más notables gatos de la selva tales
como leones y panteras.
Puesto que su propiedad y el exterior eran tan impresionantes, ella había esperado que el interior lo fuera
también, y lo era en gran parte. Las habitaciones por si mismas, por lo menos lo que ella había visto de
ellos, estaban elaboradamente diseñadas con madera brillante con el acabado combinado con mármol de
Tuscan y Carrera. Una dramática torre central se elevaba encima de ellos y su sinuosa escalera,
completada con una lustrosa alfombra y un parapeto decorativo, llevaba al ojo hacia arriba.

“Hay una habitación de inspección en la parte de arriba” le dijo viendo la dirección de su mirada.

Ella espero para que el horror la recorriera con su frío, pero se sorprendió al descubrir que la idea de
mirar por encima de un paisaje natural era menos repugnante de lo que hubiera pensado solo hacia dos
semanas.

Él le puso una mano alrededor de ella y la abrazo con un entusiasmo casi juvenil. “Que piensas?”

“Es la finca más bonita que he visto. Pero podrías haberme advertido” dijo ella, tomándole el pelo solo un
poco. “La describiste como cómoda y modesta.”

“Lo es, verdad?” Lyon se alejo un poco para mirar alrededor de ellos, y vio que parecía perplejo. El
parecía genuinamente sin pretensiones por su propio alojamiento lujoso, solo como una persona que
creció rodeado por tal grandeza.

“Sin embargo,” siguió, “es nuestro hogar, y lo puedes cambiar como desees.”

Juliette ignoro su comentario intencionado, ya que había estado dejando caer similares indirectas sin
perspicacia por algún tiempo. No había hecho un secreto el hecho de que esperaba casarse con ella.
Pronto, ella tendría que decirle que eso era imposible y las razones de por qué, pero siempre la cobardía,
continuo aplazándolo. Aunque él le había asegurado que el no iba a tener total salud hasta que llegara la
siguiente luna llena, el parecía en buena forma, y bien capaz de resistir sus explicaciones. Excepto por la
pérdida residual de la memoria, el parecía el mismo de siempre. Esos lapsos eran extrañamente selectivos,
porque él no recordaba nada de su tiempo en la casa de Valmont hasta ahora, y ella le dijo solo lo que era
necesario para que el pidiera un investigador en Paris para iniciar una búsqueda para Fleur.

Talvez una vez que llegara su reporte, ella hubiera revelado sus propias desafortunadas noticias. Habían
pasado dos días hasta que el conductor del coche los había rescatado, dando rienda suelta a lo que podría
solo ser describido como una orgia de experimentación amorosa. Había parecido perfectamente normal en
el momento como ella se había sumergido a sí misma en eso, y ella se sorprendió al darse cuenta de que
deseaba estar allá en esa cabaña rustica de caza en el medio del bosque. Ahí la realidad había estado
suspendida. Este glorioso hombre había sido completamente de ella y ella de él. Aquí, su relación era
menos segura.

Diez días de viaje habían pasado desde entonces, y él había estado dentro de ella tan a menudo, como no,
aunque sus compromisos habían sido por necesidad menos frecuente en su ruta que antes. El poco a poco
había recuperado fuerza, tal y como había explicado que pasaría por acostarse con ella. Aunque las camas
no eran a menudo el lugar al que sus inclinaciones amatorias los había guiado de este modo lejos. Un
coche, un banco, el piso, una mesa, una pared—eran todos lugares adecuados para su pasatiempo intimo
en su estimación, y ella había averiguado que él estaba en lo cierto.

Un criado se unió a ellos. Y él le dio al hombre instrucciones con respecto a sus maletas, el había elegido
algunas ropas para ellos en una tienda a lo largo del viaje. Luego el regreso a ella y ladeo su cabeza para
mirar la habitación una vez más, como si estuviera intentando verla a través de sus ojos.

“Este lugar esta sólido. Seguro. Como lo soy yo. Pero eres libre de hacer cualquier cambio en los
vestidores de cualquiera de nosotros, con razón. Solo pido que no conviertas mi casa en una carrera de
obstáculos rellenos hasta las agallas con objetos frágiles que debo evitar o encontrarme a mí mismo
disculpándome por su inadvertida destrucción.
Antes de que ella pudiera decidir como contestar, hubo una escaramuza en la puerta y una chica apareció.

“Lyon! Estas en casa” Chillo ella, corriendo para serpentear sus brazos en su cintura. El acaricio su
cabello y le devolvió el abrazo. Ella parecía tener más o menos trece años, con ojos que eran radiantes e
inteligentes.

Y estaba claro que Lyon era su persona favorita.

“Y trajiste a Juliette!” La chica se apresuro a pararse ante ella, donde ella patino para ejecutar una cortesía
más bien apática. “Nicolás nos leyó la carta de Lyon, y apenas podíamos esperar para que ambos
vinieran!”

“Oh” dijo Juliette. “Tú debes ser Emma?”

“Oui! Bonjour! Eso es francés, y hasta aprendí mas de este libro, de modo que tal vez podemos tener una
conversación.” Ella sostuvo en alto un libro que llevaba el título: Conversational French for Young
Ladies.

“Más tarde, Emma, una vez que Juliette se haya instalado,” interrumpió Lyon. “Ahora dime—han estado
cuidando de Liber y Ceres en mi ausencia?”

“Oui! Van a estar muy felices de verte!” Esto se lo arrojo por encima del hombro mientras se alejo
corriendo hacia la parte de atrás de la casa. A su salida, un hombre y una mujer aparecieron en la puerta
de entrada.

“Te ves terrible,” le dijo la mujer a Lyon, con su cara como una máscara de preocupación. Era linda y
pequeña, sus brazos apenas llegando alrededor de su corpulencia mientras lo abrazaba en bienvenida.

“Tu esposa absolutamente la manera con las palabras,” le dijo Lyon al hombre que la acompañaba.

“No obstante, ella está en lo cierto,” replico él.

Este, ella sabía, por haber escudriñado en el cerebro de Lyon, era su pariente mas mayor, Nicholas. En
una villa a lo largo de su ruta, Lyon había mandado una carta a él, informándole de la fecha de su llegada.
Juliette había estado preocupada por cómo iba a ser recibida, pero la mujer y la chica por lo menos
parecían amigables. Sin embargo, Nicholas era un poco demasiado buenmozo e intimidante para ser fácil
de leer.

Unos asombrosos ojos azules repentinamente la perforaron al momento que dirigió una pregunta hacia
ella. “Que le has estado haciendo a mi hermano?”

Sorprendida de ser incluida en la conversación, y de tal manera, Juliette fallo al buscar una réplica.

“Cuidándome hasta hacerme regresar a mi actual estado de buena salud,” Lyon facilito antes que ella
pudiera hablar. “Te aseguro que me veía mucho peor antes que mi viaje a casa con ella comenzara.”

La mujer le sonrió entonces y vino a tomar sus manos. “Bienvenida, hermana,” le dijo ella en una voz
culta. “Soy Jane, y este es mi esposo Nicholas, y la marimacho que entro corriendo aquí hace un
momento es mi hermana Emma. Lyon te ha dicho de nuestros lazos?”

“Si.” Sus ojos vagaron por sus rostros, buscando similitudes. Jane engancho un brazo sociable a través del
de ella y miro pensativa alrededor del gran salón. “Yo sugeriría que tomemos te, pero Lyon escogió
decorar un tanto escaso lo que hace el entretenimiento difícil. Espero que planees hacer algunas mejoras
en su situación de vivienda, ya que algunas veces me desespero por el”

“Le he aconsejado que es libre de hacerlo,” Lyon expreso.


Nicholas murmuro algo que sonó como que él estaba dando gracias a los cielos por estas noticias.

“Solo que no mires a mi hermano mayor para consejos de decoración,” le advirtió Lyon, habiendo
escuchado a su hermano. “Porque el escogió residir en un museo.”

Los labios de Nicholas se curvaron un poco ante eso, revelando un destellos de dientes blancos. “Por lo
menos un museo tiene asientos adecuados.”

“Eres ingles?” Pregunto Juliette, girando sus ojos de vuelta a Jane.

Ella asintió, sonriendo. “Si. Y tú eres francesa, dijo Lyon en su carta. Nuestro padre desde luego viajo
lejos y extendidamente para traernos. Jordan es italiana. Ella es nuestra tercera hermana y regresara al
aprisco pronto espero. Raine ha ido a recuperarla a Venice.” Se decía que estas personas eran reservadas
y exclusivas. No obstante estaban tomándola de buena gana en su aprisco y asumiendo que ella y Lyon se
casarían.

“Raine se ha ido?” escucho a Lyon preguntar, aunque era más una afirmación que una pregunta.

“Si. Su necesidad para tomar vacaciones es la razón por la que te llame. El partió para su encargo ayer
una vez que sentimos que estabas al alcance de un día. Jordan esta en algunas dificultades y dejo la finca
por su propia cuenta. El ha ido tras ella por supuesto, pero nos dejo con algo para cuidar en su ausencia.”

Los ojos de Lyon se iluminaron. “Las viñas se injertaron?”

Nicholas miro a Juliette como si estuviera inseguro que ella era de confiar. Ninguno de ellos era
consciente de que ella ya había recogido esta información y más de Lyon en su hotel mientras el dormía.

“Pueden hablar libremente en frente de ella. Ella sabe todo lo que he tenido tiempo de decirle y mi
intención es que ella se entere de lo demás más temprano que tarde.”

Nicholas asintió, satisfecho fácilmente. Si ella hubiera accedido a ser un instrumento del engaño de
Valmont, le hubieran hecho el trabajo más fácil.

“Están floreciendo,” replico el respondiendo a Lyon la implícita pregunta. “Hasta ahora hemos obtenido
una docena comenzando en la cañada”

“Y cómo va la subasta?”

“Esperamos que cien más o menos se congreguen aquí para eso y el descubrimientos de las nuevas viñas,
seis semanas desde ahora.”

“Tan pronto?”

Nicholas se encogió de hombros. “Raine ha prometido regresar con Jordan para entonces, y confío en que
lo hará. Aun así, sin el estamos extendiéndonos poco. Tenemos todavía que contratar un chef y hay una
docena de detalles para manejar. Con Jane envuelta con mi hijo y la casa, ha habido poco tiempo para
orquestarlo todo.”
“Es mi responsabilidad,” dijo Lyon. “Me ocupare de eso ahora que estoy en casa. Da la casualidad de que
Juliette es una cocinera excelente y he observado que es supremamente talentosa en la organización de
nuestro viaje.”

Todos los ojos se volvieron hacia ella. Pero ella estaba sacudiendo la cabeza hasta antes que el terminara”

“Compadézcanse,” Engatuso Lyon, con su considerable encanto trinqueteandolo con una muesca. “Mis
hermanos y yo nos alternamos en los deberes de ser anfitriones. Esta temporada es mi turno y estoy
desesperado por diseñar estas cosas.”
“Te aseguro que mi hermano no miente,” dijo Nicholas, esbozando una buena mirada natural con ceño de
su hermano.

“No puedes contratar a alguien para ayudar?” dijo Juliette.

“Estoy intentando hacerlo,” dijo Lyon.

Su corazón comenzó a correr con emoción. Ser puesta a cargo de tal aventura seria un sueño hecho
realidad. Aun si ella no podría ver la terminación, ella podría ponerlo en el camino correcto para que
alguien más lo llevara a cabo luego. “Quien ha hecho estas cosas por ti en el pasado?”

Lyon movió rápidamente una mano impasible en el aire. Un chef u otro. En toda la justicia te advierto
que es un gran adelanto, requiriendo no solamente habilidades para cocinar sino capacidad de dirección
también. Mantenemos estas actividades dos veces anualmente. Una vez que una termina, los planes para
la siguiente comienzan. Sin embargo esto es un adicional, una ceremonia más modesta para nosotros
poder introducir nuestra solución a la filoxera a los otros vinateros e inducirlos a comenzar sus propias
siembras para primavera.”

Calentando la propuesta de su hermano, Nicholas dijo. ”Raine presentara las plantas que él ha estado
injertando y preparara a todo el mundo para el próximo vino que produciremos con ellas. Normalmente
hubiera tomado varios años para que la viña nueva madurara, pero tenemos un modo para estas cosas…”

Hubo una pausa cargada.

“La pregunta es, será el sabor de las nuevas uvas aceptable,” dijo Lyon. “Los franceses son celebres
esnobs cuando se refiere al vino.”

“Oh?” dijo Juliette. Tardíamente recordando su herencia, le lanzo una sonrisa bromista. “Pardonnez-moi.
Exceptuando la presente compañía.

Se giro entonces, su cara coronada en sonrisas mientras el miraba por encima de ella hacia la vacía puerta
de atrás. “Libes! Ceres!” llamo él.

Juliette giro justo a tiempo para ver dos panteras negras desplazándose sigilosamente saltando hacia el
para pararse con sus patas en su pecho y espalda, como si fueran encuadernados y el, un libro. La fuerza
de su peso habría volcado a cualquier mortal, pero Lyon ni siquiera se sacudió debajo de ellos.

“Los extrañe” les informo, comenzando una reyerta.

“Emma, cariño, tu vestido!” dijo Jane, sacudiendo su cabeza ante el desastre que su hermana se había
convertido al ir a buscar las bestias. Nadie parecía para nada preocupado de que los animales que Lyon
domesticaba eran capaces de arrancar su garganta con un simple golpe de una pata. Uno de los gatos de la
selva de pronto reboto hacia Juliette para lamer su mano.

“A- aléjate de mí” a chillar, dando un traspiés hacia atrás.

Todo el mundo paro lo que estaba haciendo y la miraron, sorprendidos.

“Abajo!” Castigados, los animales obedecieron la orden de Lyon instantáneamente, hundiéndose para
acostarse en el piso de mármol.

Bien agitada, Juliette corrió a través de la puerta más cercana, tan impaciente por un escape no se dio
cuenta hasta que era muy tarde que había entrado a un largo armario.

“Se me olvido!” le dijo Lyon. Luego a Jane y Nicholas en una voz sotto, “a ella no le gustan los
animales.”
“así deduci,” dijo Nicholas.

“No lo sabía!” escucho a Emma lamentándose detrás de ella, y luego vino el tono reconfortante de Lyon,
tranquilizándola.

Encantador. Acababa de enojar a una niña y se había comportado como una tonta ante los parientes de
Lyon. Dejando caer su bolso en un estante Juliette revolvió a través de el, y con manos temblorosas,
preparo sus gotas y las tomo. Distraída y absorta en su labor, que no noto cuando Lyon se unió a ella.

“Pueden parecer aterradores, pero son gatitos,” le aseguro detrás de ella.

Ella deslizo el gotero de vuelta al vial con un plink. “Son animales. Con un instinto para matar.”

Hubo un pequeño silencio.

“Que es esto?” pregunto, con su mirada afilada en la botella.

Las gotas se deslizaron por su garganta, y espero para que su calma resultante le llegara.

“Medicina. Me la dio un físico.”

El tomo la botella, puso la punta de su lengua en el borde, y retrocedió, frunciendo el ceño. “Opiáceos.
Que tan a menudo lo tomas?”

“Tan a menudo como lo requiera.” Ella trato de alcanzar la botella, pero él la sostuvo rápido.

“Eres una adicta?”

“Solo desde que nuestro viaje en coche comenzó,” mintió. Porque la verdad, lo opuesto era cierto. Desde
la noche en la cabaña de caza, ella requería las gotas solo esporádicamente. Era como si ser su esfera de
influencia pudiera de algún modo hacerlas menos necesarias.

“Entonces ahora que termino, no necesitaras esto.” Lyon deslizo el vial en su bolsillo.

Ella solo se encogió. “Da igual. Sin duda puedo conseguir más si quiero.”

El coloco sus amplias manos en su cintura. “No lo hagas,” dijo. “Por mí. Por nosotros. No lo hagas.”

Sus ojos buscaron los de el, y su corazón se retorció ante su preocupación. Mientras que Valmont quería
enjaularla con sus adicciones y fobias, Lyon quería liberarla de ellas.

“Te podrás haber dado cuenta de que estoy inusualmente aterrada,” murmuro ella. “De algunas cosas.
Animales. Las gotas me ayudan con eso. No quiero usarlas, pero algunas veces parece que las necesito. Y
a decir verdad las he usado por más tiempo que del viaje en coche.”

El la arropo cerca, envolviendo sus brazos protectores alrededor de ella y frotando una mano por encima
de su espalda.

“Liber y Ceres te reconocen como una vidente. Preferirían morir ellos mismos antes de herirte. Son
descendientes de la familia Bacchus y por esa razón sino otra, soy su cuidador.”

“No son solo los animales, pero aire libre en general lo que me descoloca. Yo – yo tuve una experiencia
difícil hace unos años”

El la alejo para ver su cara, pero ella se encogió y sacudió su cabeza, reacia a hablar de eso.

“Estoy aquí ahora,” dijo el abrazándola otra vez. “Te ayudare a cargar las muletas. Como tu me ayudaste
con mi enfermedad”
“No estoy segura que requiera la misma cura,” dijo ella con una pequeña sonrisa.

“Talvez te sorprendas como rápidamente una cura es forjada, ya que los ritmos de tu cuerpo serán
diferentes aquí. Encontraras muchas cosas más fáciles ahora que estas en nuestras tierras. Es donde tu
estas destinada a estar.”
CAPITULO 15

Desde la esquina de su ojo, Juliette percibió un brillo etéreo en los bosques justo detrás de donde estaba
ella en el límite del jardín de Lyon. Se giro con un presentimiento y vio lo que parecía ser una docena o
mas de linternas meciéndose sobre los arboles. Estaban moviéndose suave y erráticamente, y venían en su
dirección. Fantasmalmente, risitas infantiles y un olor de musgo de uva las acompañaba.

“¡No!” susurro, retrocediendo.

Pero por supuesto las luces solo continuaron acercándose, hasta que vio que era exactamente lo que
temía. Los brillantes-niños – aquellos corruptores, cuyo arribo era un presagio trascendental y
frecuentemente de sucesos desafortunados – habían venido de nuevo a cazarla.

¿Por qué tenía que pasar esto ahora, cuando las cosas parecían ir tan bien con ella? Había estado aquí con
Lyon por más de una semana. El casi se había recuperado de su enfermedad y había sido
excepcionalmente amoroso últimamente. Le había dicho que toda su atención está en la preparación de la
antigua ceremonia Satyr conocida como el Llamado, después de la cual su recuperación de los efectos de
lo que había ocurrido – o más bien, lo que no había ocurrido la noche que ella lo había engañado en Paris
– seria completa.

Parecía que bajo la luna llena, la cual arribaría esta noche, su cuerpo se alteraría de la manera en la que
ella lo había visto hacia un mes en su hotel. Juntos, se iban a comprometer en un ritual carnal, el cual ella
había rogado le describiera y él lo había hecho.

Lo que el revelo excedía sus más perversas y deliciosas imágenes y ahora estaba anticipando la realidad
con las mismas cantidades de trepidación y anhelo. Como fuera, este rito suyo normalmente tomaba lugar
en el bosque abierto, en alguna locación designada donde ella no había visto el terreno. Y aunque este era
un sitio que él prefería, se resignaba a la inhabilidad de ella para permanecer en un entorno natural, y le
había asegurado que en su lugar se encargarían de la ceremonia en su casa esta noche.

Aun así con su disminución de la dependencia del opio, descubriría un deseo que ampliaría su visión del
mundo y había recientemente también descubierto en ella un deseo de complacerlo donde podía. Y esto
había sido el impulso para realizar la incursión en el jardín esta tarde. Ya que él estaba visitando a su
hermano mayor en alguna tentativa de secreto fraternal que el proclamaba los prepararía a ambos para
esta noche, había parecido un buen momento para hacer dicho intento en privado.

Claro, ella solo quería aventurarse hacia a las fronteras marcadas por el patio de azulejos en la parte
trasera del Castello. Pero el vértigo del éxito del logro de ese objetivo sin problemas, algún tonto impulso
la había impulsado más allá de las fuentes, urnas de terracota, vasijas del ático pintadas de negro, y pisos
de mosaico enjoyado. Y más allá arboles de limón en masetas y estatuas donde el paisaje había dado
lugar a un plantío más salvaje y luego hacia el inicio del bosque de arces y cipreses.

Se giro, localizando el edificio dorado que era el hogar de Lyon justo sobre la colina donde ella estaba.
No era una gran distancia. Se levanto las faldas y se escabullo, recorriendo sus pasos sobre el camino
hacia casa. Tal vez podría llegar antes de ser atrapada. Tal vez podría correr más rápido que el desastre
que se cernía.

Así que corrió, sabiendo todo el tiempo, que era en vano, pues los duendes podían atraparla y causar
estragos donde les gustara, sin tomar en cuenta sus deseos. Lo sentía por la avena que continuaba
trayendo con ella como talismán, pensándose una idiota ya que había probado que no los ahuyentaba.
Casi estaban sobre ella ahora, y había más de lo que ella había visto una vez.

Estaban saltando delante de ella, donde alegremente bloquearon su camino. Ella hizo una parada tan
brusca que casi se cae hacia delante en medio de ellos. Sus ojos buscaban una vía para pasarlos, pero ellos
se acercaban en espiral, formando un anillo de danzas alrededor de ella de donde no podía escapar.
Pequeñas manos acariciaban su falda de pies que pasaban y revoloteaban haciendo remolinos en las hojas.
Como en una especie de lazo luminoso, ellos tomaron su prisionera entre su alegre, ondulante circulo.

“¡Nononono!” gimió, halando su falda. Incapaz de mantenerse por más tiempo cerca de ellos, trató de
nuevo de lanzarse en libertad y para su sorpresa rompió con su órbita. Sin desmayar, ellos la siguieron,
formando una barrera viviente a su derecha. Ella giró a la derecha en respuesta, lejos del hogar de Lyon.
Detrás de ella, ellos tejían entre los árboles todas las muecas y piruetas.

De vez en cuando, se separaba un poco de la manada y se movía de un lado de ella o del otro y ella
siempre se desviaba en la dirección opuesta. Unos minutos más tarde, notó que ellos tenían control de su
vuelo y de hecho la estaban conduciendo hacia un lugar adonde querían que fuera.

Ella dio la vuelta para enfrentarlos, solo para decubrir que habían desaparecido. Puso una mano en su
pecho para calmar su corazón. Su respiración soplaba fuerte, y se sentían las brisas de otoño.

¿Por qué se habrían ido sin hacer su usual travesura? ¿Algo los habría asustado? Girando hacia el castello
miró arriba a sus relucientes torres doradas y se encaminó en esa dirección.

Pero cuando observó justo hacia adelante, vio una mujer que apareció en su camino entre ella y su
destino. Era frágil y hermosa – y chocantemente desnuda, por lo menos lo que Juliette pudo ver de ella.
Morena, pelo brillante le cubrían el rostro, los hombros y gran parte de su cuerpo, colgando en largas
hebras sedosas que caían casi hasta las rodillas. Estaba húmeda como si hubiera llegado de la bañera. O el
río.
“Mon pere et ma mere m’ont abandonné,” expresó la criatura. Sus palabras eran musicales, coreadas.
Casi un susurro. Juliette puso los dedos en su boca. “Mi padre y mi madre me han abandonado”. La frase
le era muy familiar. Esas mismas palabras estaban grabadas en la entrada del Hospice des Enfants
Trouvés (Hospicio de los Niños Encontrados) que la había tomado como niña abandonada.

“¿No te recuerdas?” Cantó la voz

“¿Qué quieres? ¿Quién eres?”

La mujer tambaleó insegura hacia adelante hasta que su vientre chocó con Juliette y sus cabellos caían
sobre sus zapatos. Una mirada furtiva hacia abajo le informó algo que inicialmente había subestimado. La
mujer estaba muy hinchada con el niño. Sus rasgos eran indiscernibles a través de la cortina de sus
cabellos. Pero había un extraño diseño con forma de concha de abanico perlado en la piel de la frente que
era visible y en las piernas.

Juliette dio un paso hacia atrás para alejarse, cautelosa.

De entre el gran botín de collares que llevaba, la criatura seleccionó una, y parecía despreocupada por la
falta de bienvenida. Desenredándolo de los otros lo sacó de su cabeza intentando rodear el cuello de
Juliette con él. Era verde con algas y Juliette retrocedió ante él.

Lo levantó entre dos dedos y tiró de él hacia adelante para su visualización. Juliette le echó un vistazo, ya
que parecía ser hecho de peltre o tal vez de hierro, hecho en tonos negros de varios tonos.
Pero era familiar.

Extrañamente intrigada, la tomó y se lo colgó en la palma de su mano de modo que el collar se extendía,
por un momento la inmovilizaron. Con creciente emoción, corrió su dedo pulgar por encima de la mugre,
tratando de determinar a qué se refería. Grabado a él estaban dos conjuntos de números, los vio, eran
apenas discernibles.

La brevedad de esta respuesta era tan de Juliette, ya que ella siempre había sido reservada. Cuando ella
llego a Burgundy, hablo muy poco sobre los dieciséis años anteriores a su encuentro. Habían sido
compañeras constantes ese verano, pero cuando termino, Elise se había ido.

Ella tomo las manos pálidas de la mujer y determinadamente busco para traer de vuelta a la chica que ella
conocía. “Elise vi tu nombre en el registro del hospicio en Paris. Inscrito solo debajo del mío. Y por esto
también averigüe que nuestras llegadas allí no tenían meses ni días ni siquiera horas que las separaran.
Solo minutos. Nacimos y nos entregaron allá al mismo tiempo! El 20 de Diciembre de 1804.”

La mujer se encogió de hombros con una expresión desinteresada. “Pero no sabes lo que eso significa?
Esta evidencia, junto con nuestros ojos de color similar y los números? Es una gran coincidencia. Tiene
que significar que somos hermanas, justamente como una vez pensamos.”

“Maravilloso,” vino la fría respuesta.

Que estaba pasando aquí? Elise había regresado, sin embargo no era la hermana que ella recordaba. Era
casi como si otra persona habitara en su cuerpo. El estomago hinchado de su hermana golpeo
inesperadamente contra el estomago plano de ella – un recuerdo de que otro ser residía en el.

“Voy a ser tía?” Pregunto ella, bajando su mirada.


“Oui.” Maravillada por la introducción de este nuevo tema, ella levanto las manos de Juliette y las coloco
en su abdomen.

Cuando sintió la patada de un niño, una sonrisa le llego a los labios de Juliette. Ella había tomado tanto de
esta querida mujer. Casi le quita la vida. Aunque no la haya matado, ella había sido responsable del asalto
aquel día. Era una alegría verla tan bien y saber que pronto le daría un sobrino.

Como ella tenía tan poca familia – el agregarle inesperadamente 2 miembros a ella era un acontecimiento
muy importante y lagrimas de felicidad llenaron sus ojos.

“He venido aquí para el nacimiento,” su hermana le lanzo una mirada significativa aparentemente
esperando que ella comprendiera algo, algo que ella no hizo.

“Oh. Bueno, me alegro.” Juliette miro las vieiras de su brazo y vio que parecían estar desapareciendo
rápidamente, haciéndola parecer aun más normal. “Oh, Elise, donde has estado todo este tiempo? Te
transformaste en el rio para poder escapar de nuestros atacantes, y luego no fuiste capaz de encontrarme
otra vez?”

“Pero, no lo recuerdas? Si nos encontramos. Solo hace un mes. En el puente, en Paris.”

En un destello impresionante, Juliette se dio cuenta que ella había tenido razón sobre lo que pensó esa
noche en el Pont Neuf. Elise y la mujer que ella había visto con Lyon eran aparentemente la misma
persona.

“Ah! Comienzas a comprender nuestra situación.”

“Pero Lyon dijo que… su compañera… esa noche era una Nereid. Una llamada Sibela.”

Su compañera pareció un poquito sorprendida cuando se dio cuenta de su conocimiento, pero se recupero
rápidamente. “Mi nombre de mar. Sin embargo, te vi después de eso, pero no te diste cuenta, fue esa
misma noche, cuando estabas dejando su hotel.” Ella coloco sus manos en su distendido estomago. “La
noche que él me dio esto.”

Juliette alejo sus manos y las estrecho en contra de su corazón donde una daga de pavor acababa de
golpear. Lentamente sus ojos se alzaron para buscar los otros idénticos. Leyendo la respuesta que ella
temía ahí. “Es de Lyon,” susurro ella.

“Si.” Elise acicalo sus manos sobre su estomago, pareciendo muy satisfecha con ella misma. “Hace
exactamente un mes desde que el y yo yacimos juntos en su hotel. Y hoy será luna nueva,” dijo ella. “El
niño requerirá de su padre.”

Ella hizo una pausa. Esperando. Pero Juliette solo se quedo ahí, mirándola fijamente, incapaz de hablar.
Luego, después de un intervalo agonizante, ella se resigno ante el hecho de que ella debía actuar
altruistamente.

“Si,” dijo ella sordamente. Por supuesto. Entiendo.”

Después de todo lo que le había hecho pasar a su hermana, y en vista de su estado fecundo, parecía la
única respuesta que ella podía dar.
CAPITULO 15

Desde la esquina de su ojo, Juliette percibió un brillo etéreo en los bosques justo detrás de donde estaba
ella en el límite del jardín de Lyon. Se giro con un presentimiento y vio lo que parecía ser una docena o
mas de linternas meciéndose sobre los arboles. Estaban moviéndose suave y erráticamente, y venían en su
dirección. Fantasmalmente, risitas infantiles y un olor de musgo de uva las acompañaba.

“¡No!” susurro, retrocediendo.

Pero por supuesto las luces solo continuaron acercándose, hasta que vio que era exactamente lo que
temía. Los brillantes-niños – aquellos corruptores, cuyo arribo era un presagio trascendental y
frecuentemente de sucesos desafortunados – habían venido de nuevo a cazarla.

¿Por qué tenía que pasar esto ahora, cuando las cosas parecían ir tan bien con ella? Había estado aquí con
Lyon por más de una semana. El casi se había recuperado de su enfermedad y había sido
excepcionalmente amoroso últimamente. Le había dicho que toda su atención está en la preparación de la
antigua ceremonia Satyr conocida como el Llamado, después de la cual su recuperación de los efectos de
lo que había ocurrido – o más bien, lo que no había ocurrido la noche que ella lo había engañado en Paris
– seria completa.

Parecía que bajo la luna llena, la cual arribaría esta noche, su cuerpo se alteraría de la manera en la que
ella lo había visto hacia un mes en su hotel. Juntos, se iban a comprometer en un ritual carnal, el cual ella
había rogado le describiera y él lo había hecho.

Lo que el revelo excedía sus más perversas y deliciosas imágenes y ahora estaba anticipando la realidad
con las mismas cantidades de trepidación y anhelo. Como fuera, este rito suyo normalmente tomaba lugar
en el bosque abierto, en alguna locación designada donde ella no había visto el terreno. Y aunque este era
un sitio que él prefería, se resignaba a la inhabilidad de ella para permanecer en un entorno natural, y le
había asegurado que en su lugar se encargarían de la ceremonia en su casa esta noche.

Aun así con su disminución de la dependencia del opio, descubriría un deseo que ampliaría su visión del
mundo y había recientemente también descubierto en ella un deseo de complacerlo donde podía. Y esto
había sido el impulso para realizar la incursión en el jardín esta tarde. Ya que él estaba visitando a su
hermano mayor en alguna tentativa de secreto fraternal que el proclamaba los prepararía a ambos para
esta noche, había parecido un buen momento para hacer dicho intento en privado.

Claro, ella solo quería aventurarse hacia a las fronteras marcadas por el patio de azulejos en la parte
trasera del Castello. Pero el vértigo del éxito del logro de ese objetivo sin problemas, algún tonto impulso
la había impulsado más allá de las fuentes, urnas de terracota, vasijas del ático pintadas de negro, y pisos
de mosaico enjoyado. Y más allá arboles de limón en masetas y estatuas donde el paisaje había dado
lugar a un plantío más salvaje y luego hacia el inicio del bosque de arces y cipreses.

Se giro, localizando el edificio dorado que era el hogar de Lyon justo sobre la colina donde ella estaba.
No era una gran distancia. Se levanto las faldas y se escabullo, recorriendo sus pasos sobre el camino
hacia casa. Tal vez podría llegar antes de ser atrapada. Tal vez podría correr más rápido que el desastre
que se cernía.

Así que corrió, sabiendo todo el tiempo, que era en vano, pues los duendes podían atraparla y causar
estragos donde les gustara, sin tomar en cuenta sus deseos. Lo sentía por la avena que continuaba
trayendo con ella como talismán, pensándose una idiota ya que había probado que no los ahuyentaba.
Casi estaban sobre ella ahora, y había más de lo que ella había visto una vez.

Estaban saltando delante de ella, donde alegremente bloquearon su camino. Ella hizo una parada tan
brusca que casi se cae hacia delante en medio de ellos. Sus ojos buscaban una vía para pasarlos, pero ellos
se acercaban en espiral, formando un anillo de danzas alrededor de ella de donde no podía escapar.
Pequeñas manos acariciaban su falda de pies que pasaban y revoloteaban haciendo remolinos en las hojas.
Como en una especie de lazo luminoso, ellos tomaron su prisionera entre su alegre, ondulante circulo.

“¡Nononono!” gimió, halando su falda. Incapaz de mantenerse por más tiempo cerca de ellos, trató de
nuevo de lanzarse en libertad y para su sorpresa rompió con su órbita. Sin desmayar, ellos la siguieron,
formando una barrera viviente a su derecha. Ella giró a la derecha en respuesta, lejos del hogar de Lyon.
Detrás de ella, ellos tejían entre los árboles todas las muecas y piruetas.

De vez en cuando, se separaba un poco de la manada y se movía de un lado de ella o del otro y ella
siempre se desviaba en la dirección opuesta. Unos minutos más tarde, notó que ellos tenían control de su
vuelo y de hecho la estaban conduciendo hacia un lugar adonde querían que fuera.

Ella dio la vuelta para enfrentarlos, solo para decubrir que habían desaparecido. Puso una mano en su
pecho para calmar su corazón. Su respiración soplaba fuerte, y se sentían las brisas de otoño.

¿Por qué se habrían ido sin hacer su usual travesura? ¿Algo los habría asustado? Girando hacia el castello
miró arriba a sus relucientes torres doradas y se encaminó en esa dirección.

Pero cuando observó justo hacia adelante, vio una mujer que apareció en su camino entre ella y su
destino. Era frágil y hermosa – y chocantemente desnuda, por lo menos lo que Juliette pudo ver de ella.
Morena, pelo brillante le cubrían el rostro, los hombros y gran parte de su cuerpo, colgando en largas
hebras sedosas que caían casi hasta las rodillas. Estaba húmeda como si hubiera llegado de la bañera. O el
río.
“Mon pere et ma mere m’ont abandonné,” expresó la criatura. Sus palabras eran musicales, coreadas.
Casi un susurro. Juliette puso los dedos en su boca. “Mi padre y mi madre me han abandonado”. La frase
le era muy familiar. Esas mismas palabras estaban grabadas en la entrada del Hospice des Enfants
Trouvés (Hospicio de los Niños Encontrados) que la había tomado como niña abandonada.

“¿No te recuerdas?” Cantó la voz

“¿Qué quieres? ¿Quién eres?”

La mujer tambaleó insegura hacia adelante hasta que su vientre chocó con Juliette y sus cabellos caían
sobre sus zapatos. Una mirada furtiva hacia abajo le informó algo que inicialmente había subestimado. La
mujer estaba muy hinchada con el niño. Sus rasgos eran indiscernibles a través de la cortina de sus
cabellos. Pero había un extraño diseño con forma de concha de abanico perlado en la piel de la frente que
era visible y en las piernas.

Juliette dio un paso hacia atrás para alejarse, cautelosa.

De entre el gran botín de collares que llevaba, la criatura seleccionó una, y parecía despreocupada por la
falta de bienvenida. Desenredándolo de los otros lo sacó de su cabeza intentando rodear el cuello de
Juliette con él. Era verde con algas y Juliette retrocedió ante él.

Lo levantó entre dos dedos y tiró de él hacia adelante para su visualización. Juliette le echó un vistazo, ya
que parecía ser hecho de peltre o tal vez de hierro, hecho en tonos negros de varios tonos.
Pero era familiar.

Extrañamente intrigada, la tomó y se lo colgó en la palma de su mano de modo que el collar se extendía,
por un momento la inmovilizaron. Con creciente emoción, corrió su dedo pulgar por encima de la mugre,
tratando de determinar a qué se refería. Grabado a él estaban dos conjuntos de números, los vio, eran
apenas discernibles.

La brevedad de esta respuesta era tan de Juliette, ya que ella siempre había sido reservada. Cuando ella
llego a Burgundy, hablo muy poco sobre los dieciséis años anteriores a su encuentro. Habían sido
compañeras constantes ese verano, pero cuando termino, Elise se había ido.

Ella tomo las manos pálidas de la mujer y determinadamente busco para traer de vuelta a la chica que ella
conocía. “Elise vi tu nombre en el registro del hospicio en Paris. Inscrito solo debajo del mío. Y por esto
también averigüe que nuestras llegadas allí no tenían meses ni días ni siquiera horas que las separaran.
Solo minutos. Nacimos y nos entregaron allá al mismo tiempo! El 20 de Diciembre de 1804.”

La mujer se encogió de hombros con una expresión desinteresada. “Pero no sabes lo que eso significa?
Esta evidencia, junto con nuestros ojos de color similar y los números? Es una gran coincidencia. Tiene
que significar que somos hermanas, justamente como una vez pensamos.”

“Maravilloso,” vino la fría respuesta.

Que estaba pasando aquí? Elise había regresado, sin embargo no era la hermana que ella recordaba. Era
casi como si otra persona habitara en su cuerpo. El estomago hinchado de su hermana golpeo
inesperadamente contra el estomago plano de ella – un recuerdo de que otro ser residía en el.

“Voy a ser tía?” Pregunto ella, bajando su mirada.


“Oui.” Maravillada por la introducción de este nuevo tema, ella levanto las manos de Juliette y las coloco
en su abdomen.

Cuando sintió la patada de un niño, una sonrisa le llego a los labios de Juliette. Ella había tomado tanto de
esta querida mujer. Casi le quita la vida. Aunque no la haya matado, ella había sido responsable del asalto
aquel día. Era una alegría verla tan bien y saber que pronto le daría un sobrino.

Como ella tenía tan poca familia – el agregarle inesperadamente 2 miembros a ella era un acontecimiento
muy importante y lagrimas de felicidad llenaron sus ojos.

“He venido aquí para el nacimiento,” su hermana le lanzo una mirada significativa aparentemente
esperando que ella comprendiera algo, algo que ella no hizo.

“Oh. Bueno, me alegro.” Juliette miro las vieiras de su brazo y vio que parecían estar desapareciendo
rápidamente, haciéndola parecer aun más normal. “Oh, Elise, donde has estado todo este tiempo? Te
transformaste en el rio para poder escapar de nuestros atacantes, y luego no fuiste capaz de encontrarme
otra vez?”

“Pero, no lo recuerdas? Si nos encontramos. Solo hace un mes. En el puente, en Paris.”

En un destello impresionante, Juliette se dio cuenta que ella había tenido razón sobre lo que pensó esa
noche en el Pont Neuf. Elise y la mujer que ella había visto con Lyon eran aparentemente la misma
persona.

“Ah! Comienzas a comprender nuestra situación.”

“Pero Lyon dijo que… su compañera… esa noche era una Nereid. Una llamada Sibela.”

Su compañera pareció un poquito sorprendida cuando se dio cuenta de su conocimiento, pero se recupero
rápidamente. “Mi nombre de mar. Sin embargo, te vi después de eso, pero no te diste cuenta, fue esa
misma noche, cuando estabas dejando su hotel.” Ella coloco sus manos en su distendido estomago. “La
noche que él me dio esto.”

Juliette alejo sus manos y las estrecho en contra de su corazón donde una daga de pavor acababa de
golpear. Lentamente sus ojos se alzaron para buscar los otros idénticos. Leyendo la respuesta que ella
temía ahí. “Es de Lyon,” susurro ella.

“Si.” Elise acicalo sus manos sobre su estomago, pareciendo muy satisfecha con ella misma. “Hace
exactamente un mes desde que el y yo yacimos juntos en su hotel. Y hoy será luna nueva,” dijo ella. “El
niño requerirá de su padre.”

Ella hizo una pausa. Esperando. Pero Juliette solo se quedo ahí, mirándola fijamente, incapaz de hablar.
Luego, después de un intervalo agonizante, ella se resigno ante el hecho de que ella debía actuar
altruistamente.

“Si,” dijo ella sordamente. Por supuesto. Entiendo.”

Después de todo lo que le había hecho pasar a su hermana, y en vista de su estado fecundo, parecía la
única respuesta que ella podía dar.

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