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Londres, 1821
1
El término intelectual fue acuñado en Francia durante el llamado affaire
Dreyfus (finales del siglo XIX), inicialmente como un calificativo peyorativo que los
anti-dreyfusistas utilizaban despectivamente para designar al conjunto de
personajes de la ciencia, el arte, y la cultura.
–Lo haré –juró Angelica ante las cenizas. –Destruiré mi reputación y ganaré mi
libertad –dijo con voz temblorosa y sintió en la boca el sabor del papel humeante.
Se alejó de la escena del crimen y se acercó a su escritorio. Se detuvo un
momento a acariciar la pulida superficie de caoba, resistiendo la urgencia de abrir
el compartimento secreto y mirar su otra rebelión, oculta y oprimida… las páginas
de sus historias de fantasmas.
Desde que había podido sostener una pluma, a Angelica le había encantado
escribir. Prefería mucho más las falsedades de la ficción que las de la sociedad. Su
padre había fomentado su talento, pero su madre, naturalmente, despreciaba su
escritura y el apoyo de su padre a un hábito que ella consideraba digno de “las
clases más bajas”.
–¡Tú heredaste esos rasgos vulgares de él! –se quejaba constantemente. –Juro
que me arrepentiré por siempre de haberme casado con un don nadie en vez de
con un noble. Tal vez ahora no tendría una hija tan desnaturalizada.
Una confusa mezcla de enojo y lástima siempre invadían a Angelica tras esas
palabras. El Conde de Pendlebur se había puesto furioso cuando Margaret había
decidido casarse con un banquero ordinario. Le había quitado todo el dinero a su
hija, y había prometido retener ese caudal hasta que Angelica se casara
apropiadamente.
Ahora Margaret estaba decidida a arreglar la boda de la temporada entre su
hija y algún lord indolente. Angelica no sabía si pretendía casarla para limar
asperezas con el abuelo o por el dinero. De cualquier forma, la presión por atrapar
un marido con título, rico de ser posible, pesaba diez veces más sobre ella que
sobre una casadera promedio. La idea era enfermiza. El mérito propio de uno no
debería estar ligado a su origen.
Levantó la barbilla dramáticamente y citó: –¿Qué valor tiene un nombre? Que
si llamáramos a una rosa por otro nombre, olería igual de bien –Shakespeare tenía
un punto válido ahí. Por supuesto, hasta ahí solamente podía identificarse con su
heroína. Después de todo, Julieta realmente quería casarse.
La idea del matrimonio y de ser una apropiada matrona de sociedad le
resultaba repulsiva a Angelica. Añoraba aventuras como aquellas en las que Mary
Shelley se había embarcado cuando tenía su misma edad. Su imaginación daba
vueltas al leer los viajes de la escritora a través del continente, llevándola de París
a Italia, incluso hasta Suiza. Había sido en el atractivo escenario del Lago Geneva,
durante una excitante tormenta eléctrica, que Mary había escrito su gótica obra
maestra, Frankenstein.
Rodeada de magistrales escritores como Lord Byron, John Polidori y Percy
Shelley, Mary había sido completamente libre de ser ella misma y escribir lo que
deseaba. Angelica anhelaba esa libertad. Sabía que su trabajo prosperaría si
estaba alejada de la atmósfera sofocante de la alta sociedad, el hipócrita pináculo
de la nobleza de Inglaterra y su rigurosa idea del matrimonio.
Suspiró y se reclinó contra la pared. Incluso Mary Shelley se había rendido a lo
convencional al casarse con Percy. Y aparentemente, el casamiento había
sofocado incluso su espíritu audaz. Después de Frankenstein, Mary había dejado
de escribir. Al parecer, el matrimonio y la maternidad hacían a las mujeres tan
miserables como lo era su madre.
Un ruido afuera interrumpió su ensueño. Angelica corrió a la ventana y vio un
carruaje deteniéndose frente a la mansión que estaba al otro lado de la calle
detrás de su casa. Su corazón brincó de emoción. ¡El duque estaba de vuelta en
Londres! Ahora, eso era buen material para sus historias. Junto a sus antepasados,
el Duque de Burnrath siempre había sido el mayor misterio de la alta sociedad.
Rara vez se dignaba a mezclarse con la sociedad de alcurnia, asistiendo solamente
al White o a algún baile ocasional antes de partir de nuevo hacia lugares
desconocidos. Aunque Su Excelencia era objeto de especulación para Angelica, no
la obsesionaba ni la mitad de lo que la obsesionaba su casa, que era el verdadero
centro de su fascinación. La imponente mansión isabelina había pertenecido a los
Duques de Burnrath por más de 100 años. Angelica creía que la Casa Burnrath
estaba encantada. No podía contar las veces que había visto movimiento o
escuchado ruidos provenientes de ese lugar cuando se suponía que la casa estaba
vacía. Su mente susurraba deliciosas fantasías acerca de qué tipo de macabros
espectros acechaban, o tal vez flotaban, en sus oscuros recovecos. Muchas de sus
historias estaban inspiradas en la Casa Burnrath, pero la imaginación solo podía
llevarla hasta cierto punto.
Miró la antigua mansión, temblando dentro de sus enaguas. Los pisos
superiores se imponían sobre la espesa niebla nocturna, las elaboradas columnas
de las chimeneas semejaban oscuros centinelas. Angelica sabía que si se las
arreglaba para entrar, podría crear una obra maestra de horror gótico a la altura
de la de Mary Shelley. Después de todo, la investigación dedicada era la fuente de
todas las grandes historias. Mentalmente, añadió entrar a la Casa Burnrath a sus
objetivos.
Angelica alcanzó a ver una silueta oscura que abandonaba la casa y se metía al
carruaje antes de que el sonido de pasos en la escalera le anunciara la llegada de
su madre y su doncella. Era una lástima que no pudiera visitar a Su Excelencia.
Incluso si fuera lícito que una dama soltera hiciera tal cosa, el duque no se movía
en los mismos círculos que su familia. Otra decepción más, acarreada por
retrógrados asuntos de rango y convencionalismos. La puerta de su habitación se
abrió y corrió a sentarse remilgadamente en la cama.
–¡No puedo esperar a verte con esta exquisita creación! –canturreó Margaret
mientras entraba con un vestido de gala a la habitación. Liza, la doncella de
Angelica, venía detrás con un corsé y enaguas. –Los pretendientes harán fila para
bailar contigo –cualquier signo de enojo por la discusión había desaparecido en
Margaret al reanudar su papel de feliz casamentera.
Angelica suspiró. Si Mary Wollstonecraft hubiera sido su madre, ahora estaría
escribiendo en vez de sufrir este suplicio. El corsé le cortó el aliento cuando Liza
tiró de los lazos murmurando una disculpa. Angelica levantó los brazos para
ponerse las interminables capas de enaguas y, finalmente, el vestido. Había que
admitir que el conjunto era exquisito. El satín de un azul pálido resplandecía,
luciendo una tonalidad entre el zafiro y el más discreto aciano dependiendo de
cómo se proyectara la luz sobre la tela. El vestido no tenía más adorno que un
ribete hecho de cintas azul oscuro en el corpiño y a lo largo de toda la basta.
–Ya que la mayoría de las debutantes 2 estarán vestidas de colores más
discretos, creo que este te ayudará a sobresalir, especialmente con el peinado
correcto –el tono de Margaret no dejaba lugar a discusión.
Cuando Liza hubo terminado con su cabello, Angelica evaluó su imagen en el
espejo. Sus mechones castaños estaban apilados en la cima de su cabeza,
enhebrados con perlas, mientras unos cuantos rizos caían artísticamente por su
espalda. Sus ojos como ébanos, orlados con unas pestañas negras como el hollín,
miraban tímidamente desde su cara con forma de corazón. Sus labios carnosos
sonreían levemente. ¡Vaya, aparentaba por lo menos unos veinte años!
Margaret asintió con aprobación. –Verdaderamente serás una preciosidad
ahí, querida. Espero que en cuanto lleguemos se te forme una fila de jóvenes y
nobles pretendientes –Angelica hizo una mueca mientras su madre le pellizcaba
2
Término empleado para referirse a las jóvenes solteras en edad de contraer
matrimonio que se presentaban en sociedad para buscar un casamiento
provechoso.
las mejillas para darles un poco de color. –Bien. Ahora debo ver si tu padre envió a
buscar el carruaje.
En cuanto su madre dejó la habitación, Angelica miró ceñuda a su doncella. –
¿Por qué tiene que ser tan materialista? Me siento como un caballo o una pintura
en una subasta.
Liza suspiró. –Lady Margaret solo se preocupa por su futuro. Simplemente
quiere lo mejor para usted.
Angelica gruñó. –¿Qué futuro? Ella quiere condenarme a vivir en una jaula un
poco más dorada que esta –saltó de su asiento y comenzó a pasear de arriba abajo
como un felino embravecido. –Eso es todo lo que significa el matrimonio para una
mujer. Diablos, eso es todo lo que significa la vida para una mujer. ¡Una prisión!
Bueno, no pienso seguir soportando más este horroroso comercio de esclavas.
Voy a…
–¿Qué vas a hacer? –inquirió Liza, impasible ante aquel arrebato impropio de
una dama.
–Olvídalo –Angelica se sintió tentada a informarle a su doncella de su
intención de autodestruirse, pero consideró que no sería prudente. Liza era como
una amiga para ella, pero también era una sirvienta que dependía de la buena
opinión de sus padres para mantener su posición y el techo sobre su cabeza. Si
Angelica tenía éxito arruinando su reputación y Liza supiera de este ardid,
probablemente arrojarían a su pobre doncella a la calle sin pensarlo. Liza era una
cómplice muy dispuesta en muchas de sus aventuras, pero sería mejor que
actuara sola en esta.
Para evitar las sospechas de la doncella, se abalanzó sobre la cama y sacó
desde debajo del colchón una liga de seda negra.
Liza volvió a suspirar mientras Angelica se levantaba las faldas para ponerse el
retazo de tela. –¿Todavía estás usando esa maldita cosa? Ni siquiera conociste a
ese poeta.
–Por supuesto que todavía lo estoy usando. John Keats solo lleva muerto una
semana. A un creador de grandes obras se le debe rendir luto. Ya que mi madre no
me permite hacerlo en público, llevaré esta liga hasta que pase un tiempo
decente, quizás los seis meses requeridos.
Liza asintió. –Al menos has tenido la sensatez de guardarle luto a ese pobre
diablo en secreto ahora –obviamente, ella consideraba que su posición estaba por
encima de la del poeta. –Nunca olvidaré la cara de tu madre cuando intentaste
llevar plumas negras en tu tocado para tu presentación ante el Rey el martes
pasado. ¡Casi se vuelve loca!
Angelica enarcó una ceja. –¿Qué más podía haber hecho? Quemó mi vestido
negro.
–La falda era muy corta. Incluso si hubiera bajado el corpiño fuera del límite,
no te habría servido –replicó Liza suavemente, la ayudó a ponerse la capa y la
condujo fuera de la habitación.
Papá recibió a Angelica al pie de la escalera. –¿Será en verdad mi hijita esta
criatura encantadora?
Ella le sonrió e hizo una pequeña reverencia. No era difícil creer que su madre
se había enamorado de él. Aunque Jacob Winthrop tenía 40 años, su pelo negro
como el ébano no tenía ni asomo de canas, y sus ojos de gitano, los cuales había
heredado Angelica, estaban apenas rodeados de arrugas. Aunque no tenía ningún
título, muchas damas de alcurnia se sonrojaban y sonreían como tontas ante él.
¿Cómo era posible que su madre ya no lo amara?
Un poco de aprensión la invadió al ver el amado semblante de su padre. ¿Le
haría daño a él si arruinaba su reputación? Sabía que su madre iba a estar
devastada, y se sorprendió con el sentimiento de culpa que le provocó este
pensamiento, a pesar de que aún sentía rabia por la traición de Margaret.
Seguramente papá lo entendería. Nunca había sido de los que se preocupan
demasiado por las opiniones de los demás.
Levantó la barbilla y citó: –Sostener una pluma es estar en guerra.
Jacob sonrió abiertamente. –Voltaire, ¿verdad?
Angelica asintió. Incluso si Mary Shelley había olvidado que escribir era una
guerra, ella no lo olvidaría. Y la guerra significaba hacer sacrificios. Debía
recordarlo.
Mientras su papá la acompañaba afuera, escudriñó la Casa Burnrath, visible a
través de las ramas desnudas de los espinos. La intimidante estructura parecía
hacerle señas desde la oscuridad. Un temblor estimulante le recorrió todo el
cuerpo hasta los pies y se apretó más la capa sobre los hombros desnudos.
–Bueno, mejor partimos antes de que a tu madre le dé un ataque por los
vapores –dijo su padre con una ligera sonrisa que no alcanzó a reflejarse en sus
ojos.
Angelica suspiró y le echó una última mirada anhelante a la casa antes de que
un lacayo le ayudara a subir al coche. Tenía que encontrar una forma de entrar
ahí.
Su madre la estuvo sermoneando todo el camino hasta el baile de
Wentworth. No podía bailar más de una vez con el mismo hombre, o estaría
arruinada. No podía descuidarse y beber demasiado champagne, o estaría
arruinada. Arruinada… arruinada. La palabra se hacía más seductora cada vez que
la escuchaba.
Arruinada significaba que ningún hombre querría casarse con ella.
Arruinada significaba que podría abandonar esta banal fachada de pertenecer
a la buena sociedad.
Arruinada significaba que su dote sería para ella misma. Arruinada significaba
que podría escribir cuanto quisiera.
Angelica sonrió en la oscuridad del carruaje. Se embarcaría en esa misión esta
misma noche. De seguro no podría ser tan difícil.
Capítulo 2
***
***
Por primera vez en más de 200 años, Ian estaba perdiendo un juego sin
quererlo. La chica Winthrop lo estaba distrayendo. Al principio había pensado que
ella lo había seguido resueltamente hasta el salón de juegos, pero como no lo
había mirado desde que llegó, ya no estaba tan seguro. La miraba furtivamente
con disgusto. ¿Qué podría estar planeando?
–Me atrevo a decir –dijo Lord Ponsonby arrastrando las palabras mientras le
sacudía la ceniza a su tabaco. –Que esa pequeña pícara de allí está distrayendo mi
atención del juego. Estoy tentado a abandonar la mesa y hacer el intento de
presentarme.
–A no ser que sea con intención de casarte, no te lo recomendaría –dijo Lord
Makepeace rascándose las patillas. –Esa es la heredera de Pendlebur.
Ponsonby sacudió la cabeza. –No puede ser. Una heredera no arriesgaría su
reputación entrando aquí.
–Estoy seguro de que mi esposa es la responsable de esto –el vizconde
Wheaton frunció el ceño consternado. –Esto tiene la firma de una de las diabluras
de Victoria. La pobre chica seguramente no tiene idea de que está haciendo algo
inapropiado.
–Bueno, si el daño está hecho… –Ponsonby se puso de pie. –Hace años que no
me siento el pantalón tan apretado. ¿Alguien quiere apostar que puedo seducirla
antes de que termine la noche?
–No lo harás –replicó Ian con un gruñido y se levantó de la mesa, confundido
por la fuerte simpatía que sentía hacia aquella chica, quien era lo suficientemente
ingenua como para dejar que se arruinara su reputación. O tal vez era la idea de
que Ponsonby pusiera sus limpias manos sobre aquella piel sedosa lo que le
molestaba.
Ponsonby levantó una ceja. –Por Dios, Burnrath, pensé que tú no te
entretenías con doncellas.
–No lo hago –y lo siguió a través de la habitación. –Solo pienso que alguien
debe ser lo suficientemente maduro como para detener esta tontería.
Ponsonby lo ignoró y se acercó a la chica. –¿Y quién es esta hermosa dama? –
preguntó mientras intentaba mirar dentro de su corpiño.
Ian le siguió de cerca, listo para estrangular al imbécil si se atrevía a tocar a la
inocente beldad. Ajena a la tensión que llenaba el lugar, la debutante hipó y
recogió un puro humeante de la mesa. Su mirada se volvió desdeñosa mientras se
lo llevaba a sus labios lozanos y tomaba una calada.
Todos los ojos se fijaron atónitos sobre ella mientras exhalaba una nube de
humo y citaba: –Aprendí desde la infancia que la belleza es el cetro de una mujer,
la mente se amolda al cuerpo, y deambular por la jaula dorada solo es una forma
de adornar la prisión.
Ian no pudo contener una carcajada. No sabía qué era más divertido acerca de
la cita, el que la chica fuera bien leída, o el hecho de que una belleza como ella
estuviera recitando las palabras de la infame Mary Wollstonecraft.
Su diversión se disipó cuando la chica se tambaleó sobre sus pies y se dio
cuenta de que estaba mareada. Frunciendo el ceño, le arrancó el puro de sus
delicados dedos y la tomó de la mano.
–Me parece que le debo un baile –dijo fingiendo un tono casual, con la
esperanza de llevarla de vuelta al salón de baile sin hacer una escena.
–Oh… ¿eh?... –tartamudeó ella y parpadeó mirándolo con sus enormes ojos
oscuros.
Tomando eso como una afirmación, Ian la agarró del codo y la acompañó
afuera, entre las risitas de las “damas” y las carcajadas de los “caballeros”.
–Debo informarle, señorita Winthrop, que la sala de juegos no es lugar para
jovencitas virtuosas –intentó sonar severo y mantener los ojos apartados de su
maravilloso busto, pero su rostro era igual de cautivador. Casi perdió el equilibrio
mientras la acompañaba escaleras abajo hacia el salón de baile.
La chica afirmó con la cabeza y fijó en él sus ojos negros como el ébano. –Sé lo
que estoy haciendo. “De hecho, es una farsa llamar virtuoso a cualquier ser cuyas
virtudes no sean resultado del ejercicio de su propia razón.”
Ian contuvo una carcajada mientras intentaba no perderse en su oscura
mirada. –Tienes razón, querida. Yo también encuentro el trabajo de la señora
Wollstonecraft estimulante como ninguno. Dime, por favor, ¿crees que
Frankenstein sea obra de su hija, o que lo escribió su esposo, como la mayoría
piensa?
–Mi nombre es Angelica, no “querida”, y solo un cerebro de pájaro no
reconocería el talento hereditario cuando lo lee. O tal vez la sociedad no crea que
una mujer sea capaz de escribir una historia gótica aceptable.
Angelica. El nombre encajaba con su belleza etérea. Al menos hasta que abría
la boca. Este no era el típico e insípido resultado de una chica a quién se quería
presentar exitosamente en Sociedad. Esta mujer era una criatura intrigante,
fascinante con su astucia y su ingenua rebelión ante el convencionalismo. Y su
morena y prohibida belleza lo estaba volviendo loco.
En vez de dejársela a un compañero de baile adecuado como había
pretendido hacer cuando entraron al salón, la tomó en sus brazos para bailar un
vals. Era doloroso mantener la vista alejada de sus pechos turgentes bajo el satín
azul, del sutil ritmo de su delicado pulso latiendo en su cuello, soportar el cálido
tacto de su diminuta cintura entre sus manos mientras la guiaba en el íntimo baile.
–Escuché que eres un vampiro –dijo Angelica levantando hacia él sus dulces
ojos gitanos.
Ian echó atrás la cabeza y se rió, ajeno a las miradas escandalizadas que
lanzaban en su dirección. –Soy un hombre.
La chica asintió. –Eso pensé.
–¿Y eso por qué? –ah, ahora vendrá el flirteo superficial. Y puso una expresión
de aburrida indiferencia que garantizaba que las mujeres salieran corriendo.
–Vi que te reflejas en los espejos –o ella estaba demasiado borracha como
para notar su desdén, o era muy valiente.
La vio esbozar una sonrisa y se encontró a sí mismo preguntando: –Y si mi
imagen no se reflejara en el espejo, ¿qué harías?
Ella sonrió. –Por supuesto, te preguntaría qué se siente ser un vampiro.
Ian luchó para ocultar su asombro y mantener la voz baja. –¿Por qué querrías
saber semejante cosa? ¿Te gustaría ser uno?
Angelica sonrió como si estuvieran hablando de la última moda en París. –No
había pensado en eso. Solo pensé que podría dar una buena historia. Verás, es que
soy escritora.
Una buena historia. Apretó la mandíbula mientras recordaba el cuento del Dr.
Polidori. Una buena historia era lo que lo había metido en este lío.
Afortunadamente, la música cesó antes de que ella pudiera seguir con sus
bromas inapropiadas. –Gracias por el baile, señorita Winthrop –la tomó del brazo
y la acompañó hasta su madre.
–Madre, supongo que ya conoces a Lord Burnrath –dijo Angelica hipando.
Lady Margaret Winthrop asintió. –S-Su Excelencia –murmuró. Su reverencia
digna de un rey contrastaba extrañamente con su rostro fulminado por el pánico.
Ian sonrió con ironía mientras hacía una reverencia. –Lady Margaret –con
razón estaba aterrada de ver a su delicada flor en compañía de alguien con una
reputación tan cuestionable como la suya.
La Duquesa de Wentworth le hizo señas con la cabeza y él obedeció el
llamado, esperando tranquilizar a la horrorizada madre. Pero Angelica parecía
exigir que la mirara una última vez. Para su sorpresa, la extravagante chica incluso
le sonrió.
Ian apartó todos los pensamientos impertinentes de su cabeza mientras
terminaba de bailar con la anfitriona y se despedía de ella.
Esta noche convocaría a todos los vampiros de Londres y les ordenaría buscar
al Dr. John Polidori. Tenía que averiguar si ese hombre conocía los secretos de su
especie. Y si era así, el médico debía ser silenciado… de una forma u otra.
Esbozó una sonrisa compungida mientras el mayordomo le alcanzaba su
abrigo y su sombrero. Probablemente no tendría que matar a Polidori por los
crímenes de su pluma caprichosa. El Consejo no aprobaba esas prácticas en estos
tiempos modernos. Lo más probable era que tuviera que Marcar al advenedizo y
mantenerlo vigilado por el resto de su vida, o tal vez lo animaran a que Cambiara
al hombre. Aun así, la prudencia dictaba que le dijera a sus subordinados solo lo
necesario, era mejor mantener sus opciones abiertas.
Capítulo 3
***
3
Almack’s fue uno de los primeros clubes de Londres que recibió hombres y
mujeres a la vez. Allí acudían los caballeros en busca de novias con una posición
conveniente, por lo que se convirtió en uno de los principales mercados
matrimoniales.
Capítulo 4
Cuando Angelica llegó a las oficinas del New Monthly Magazine, el dueño,
Henry Colburn, no solo estaba presente, sino desocupado y ansioso por leer nuevo
material. Lo mejor de todo era que su disfraz parecía haber funcionado. Sin la más
mínima mirada de sospecha, un asistente le había servido una taza de té tibio y la
había invitado a esperar en un salón de espera mientras Colburn se retiraba a su
oficina privada a leer el manuscrito. Angelica miró por la ventana con el rabillo del
ojo y vio a Liza paseando nerviosamente, envidiando que a su doncella se le
permitiera la indulgencia de una muestra explícita de nerviosismo.
Se reclinó en la silla, tratando de lucir aburrida y resistiendo la necesidad de
juguetear con pelusas inexistentes en su chaqueta. Cuando estaba a punto de
ponerse a dar golpecitos de impaciencia sobre su incómoda arpillera, Colburn salió
de la oficina.
–Me gusta –dijo.
–¿De verdad? –Angelica contuvo un chillido de alegría.
Colburn se dio cuenta y esbozó una leve sonrisa con sus finos labios. –En
efecto. Estos cuentos son el furor ahora y admiro mucho tu habilidad descriptiva.
Te pagaré seis libras.
¡Seis libras! Angelica apenas podía contener su regocijo. Al fin era una
escritora de verdad, pagada por su trabajo.
El dinero pasó a sus manos y sintió crecer su entusiasmo cuando Colburn
preguntó: –¿Tienes más como este?
Angelica tosió y respondió tartamudeando: –Bueno, tengo una idea sobre una
mansión encantada.
El editor asintió. –Excelente. Ten el manuscrito listo para la próxima semana y
te pagaré el doble. Eso, si este primero se vende, que estoy seguro que sí. Que
tenga un buen día, señor Winters.
Angelica sonrió y casi hizo una reverencia, pero enseguida recobró la
compostura y le dio un apretón de manos con todas sus fuerzas. –Buen día para
usted también, señor Colburn.
Una vez dentro del coche de alquiler y mientras se removía intentando
cambiarse de ropa, Angelica le contó a Liza todo lo sucedido, rematando cada
frase con: –¡Seré una autora publicada!
–¡Eh! ¡No quiero relajitos en mi coche, patrón! –gritó el conductor.
–¡Nos estamos comportando! –gritó Liza en respuesta mientras le desataba la
corbata a Angelica.
Ponerse de nuevo el vestido fue toda una odisea, pero ya habían terminado
cuando el coche se detuvo.
Angelica palmeó el bolso que contenía su disfraz con delirante júbilo mientras
doblaban la esquina hacia su casa.
–¿Por qué tardaron tanto? –preguntó Margaret en cuanto entraron al salón
principal.
Ni siquiera la molestia de su madre debido a su tardanza logró empañarle el
espíritu. –Lo siento, madre. El tráfico estaba realmente paralizado allá afuera.
Margaret suspiró y miró el reloj de la chimenea. –Está bien, pero que no pase
de nuevo. Ahora, corre a tomar un baño. Las puertas en Almack’s se cierran a las
once en punto. Ni siquiera el Rey en persona podría entrar un minuto después.
Liza la ayudó a ponerse el vestido de seda marfil mientras Angelica
murmuraba: –Ojalá no tuviera que pasarme la noche siendo instruida en el
mercado del matrimonio, bebiendo limonada tibia y hablando de tonterías con
esos dandis que andan olisqueando mi dote. ¿Crees que mamá me deje quedarme
en casa y escribir si digo que me duele la cabeza?
Liza se rió. –Nunca se creería esa mentira, señorita. Ahora, déjeme que la
peine y mientras me va contando de su próxima historia espeluznante de
fantasmas.
***
Angelica se llenó de ternura cuando entró al comedor y vio a su padre sentado
a la mesa en un traje de noche. Lo miró a los ojos y se dio cuenta de que Jacob
Winthrop era un hombre noble, sin importar lo que dijera la élite.
–Estás deslumbrante, cariño mío –le dijo mientras se levantaba para apartarle
cortésmente la silla.
Angelica sonrió y le hizo una reverencia. –Gracias, papá.
–Bueno, Jacob –dijo Margaret con voz temblorosa, disimulando sin éxito la
emoción. –¿No vas a contarle las buenas noticias?
Su padre se aclaró la garganta con autoridad y le hizo un guiño. –Tu
presentación en esta temporada ha sido todo un éxito. Mientras estabas de
compras, recibí tres peticiones de mano.
–¿Qué? –gritó Angelica y la sangre se le congeló en las venas.
Él asintió. –Sí, al parecer Lord Makepeace, Sir George Wiltshire y el Barón
Osgoode están prendados de ti.
–¡Ya tiene un conde! –exclamó Margaret.
–¿Qu-qué les dijiste? –preguntó Angelica escondiendo las manos temblorosas
bajo la mesa.
–Les dije que tomaría en cuenta sus proposiciones, pero que me gustaría que
disfrutaras de la temporada completa, ya que esta es la única oportunidad que
tiene una chica de ser cortejada. Para calmarlos les di total permiso de que te
visiten mientras tanto, ya que considero justo que tú también tengas una
oportunidad de conocerlos mejor –Jacob levantó la copa para brindar por ella. –
Quiero que también se tenga en cuenta tu opinión, cariño.
Angelica estuvo a punto de abrir la boca para decir que no quería a ninguno
de ellos, pero su madre la mandó a callar con una mirada y un gesto de la cabeza.
En vez de eso, contempló la sonrisa cariñosa de su padre y se las arregló para
sonreírle a su vez débilmente.
–Aprecio tu consideración, papá –tuvo que contenerse para no dejar traslucir
su horror.
Margaret asintió con aprobación. –Y solo piensa en que esto nos dará tiempo
para ver si logramos arrancarle una propuesta a alguien mejor, ¡tal vez a un
duque!
***
Ian gruñó por lo bajo mientras miraba los últimos registros en el libro de
apuestas del White. Usualmente las apuestas eran inofensivas. Iban desde lo más
común, como carreras de caballos o torneos de boxeo, hasta lo más ridículo, como
cuándo uno de los miembros pescaría un resfriado. Sin embargo, ahora había dos
apuestas que lo tenían rechinando los dientes. Una era que él, el Duque de
Burnrath, se llevaría a la cama a la insolente heredera Winthrop.
La apuesta era solo de cien libras, pero aun así le causaba repugnancia. Lo
único que había hecho era bailar con la joven. Ian se había aplacado un poco al ver
contrapuestas a favor de Ponsonby y Wheaton, por lo menos no lo habían
escogido a él en particular. Incluso había apuestas sobre quién se casaría con ella,
y estas alcanzaban casi las mil libras.
La apuesta que realmente lo había enfurecido, era sobre si él era en verdad
un vampiro. Aparentemente, su imagen en los espejos y las cenas con ajo no
habían sido suficientes para callar las lenguas inquietas.
Lord Makepeace lo empujó levemente con el codo para escribir su apuesta en
esa misma línea.
–¿Y cómo se supone que voy a probar o desmentir esta tonta especulación? –
preguntó Ian.
Makepeace dio un brinco, pálido como su pañuelo. –Y-yo… ¡Burnrath! No te
reconocí –se rió nerviosamente. –Te ruego que no te bebas mi sangre.
Ian se rió. –De acuerdo a las historias, se supone que prefiera la sangre de
inocentes doncellas.
El conde lo miró confundido, hasta que se dio cuenta y le palmeó la espalda
soltando una sonora carcajada. –Claro que sí.
Makepeace regresó al libro de apuestas y apostó 600 libras a que Ian Ashton,
Duque de Burnrath, no era un chupasangre. Entonces, apostó 1100 que él, Lord
Makepeace, se casaría con la señorita Winthrop.
El conde le dio una palmada en el hombro a Ian. –Ha sido un placer charlar
contigo, Burnrath, pero debo salir hacia Almack’s y cortejar a cierta jovencita
encantadora.
Mientras el conde se alejaba, Ian tuvo que contenerse para no ponerle las
manos alrededor del cuello escuálido y apretárselo. Estaba claro que una dama
tan hermosa y aguda como Angelica podía aspirar a algo mejor que ese
sinvergüenza cabeza de chorlito de Makepeace. Meneó la cabeza con el ceño
fruncido. Esa decisión seguro estaría en manos de los padres como había sido
siempre en las clases altas. La pobre chica tendría suerte si lograba casarse al
menos con un hombre lo suficientemente joven como para proporcionarle placer.
Una viva imagen de la joven tentadora se apoderó de él. Ian se maldijo por desear
algo que nunca podría tener y se prometió solemnemente sacar a Angelica
Winthrop de su cabeza.
Se sentó a una de las mesas forradas de fieltro verde para jugar una partida
de cartas. Podría haber borrado las sospechas de un hombre esa noche, pero era
evidente que tendría que hacer más para acabar con las habladurías de una vez
por todas. Esperaba que sus informantes pudieran localizar pronto a Polidori.
A medida que el juego avanzaba, se le hacía más y más difícil concentrarse en
las cartas y en la conversación con sus oponentes. Algo no había estado bien
durante la reunión con sus subordinados la noche anterior. No había nada mal a
primera vista, pero mientras más cavilaba, más difícil se le hacía desprenderse del
presentimiento de que estaba pasando algo. Había un detalle de la conversación
que no lograba recordar, y esa vaguedad lo hacía rabiar de irritación. Tal vez debía
consultarlo con su mano derecha. Rafe era implacable a la hora de descubrir
cualquier fechoría.
Ian se rindió en el juego con un suspiro y entregó sus marcadores. Cuando se
volvía hacia la puerta, un líquido templado le salpicó la cara. El suave olor de la
cera de abejas y el incienso, revelaban que el líquido era agua bendita. Con el
rabillo del ojo vio al joven Barón Osgoode que intentaba en vano pasar
desapercibido mientras se metía un frasco en el bolsillo. Agarró al chico por el
hombro y lo sacudió.
–¡Fue un accidente, Su Excelencia! –tartamudeó Osgoode con el labio superior
perlado de sudor.
–Estás mintiendo, idiota –contraatacó Lord Wentworth acercándosele por la
espalda. –Yo vi todo lo que pasó. ¿Qué esperabas que sucediera? ¿Esperabas que
Su Excelencia ardiera en llamas?
Ian se secó la cara con un pañuelo y contuvo las ganas de sacar los colmillos.
Los que no estaban presenciando el altercado ya habían formado un enjambre
alrededor del libro para escribir sus apuestas.
–Escoge tu padrino –gruñó Ian. –¡Te esperaré en Chalk Walk en una hora!
Un petimetre con el rostro pálido le puso una mano en el hombro a Osgoode
y se dirigió a Ian. –Errr…. Su Excelencia, ¿no deberíamos hacer esto al amanecer?
–No quiero esperar –Ian dio media vuelta y se marchó. El mal humor elevó su
sed de sangre a un nivel peligroso.
El incidente se resolvió sin más complicaciones. Tal como esperaba, el barón
se arrepintió y admitió su culpabilidad. Ian aceptó las disculpas ofrecidas, los
padrinos suspiraron aliviados y ambos caballeros le pagaron una libra de oro al
soñoliento Dr. Sampson por las molestias ocasionadas. Hubo algunos rezongos de
decepción por parte de los espectadores más sedientos de sangre, pero, en
general, la mayoría estaba ansiosa por volver a sus juegos y a sus bebidas.
Antes de marcharse, Ian intercambió un apretón de manos con su oponente y
le susurró al oído. –Que esto te quede como escarmiento para que aprendas a
dominar tus impulsos, Osgoode. Y puedes estar seguro de esto: podría tener tu
sangre si la quisiera.
***
La noticia del duelo se extendió como una conflagración por cada salón,
casino y burdel de la consagrada capital de Inglaterra. Estallaron violentas
discusiones sobre los motivos que habían llevado al jugoso incidente. Los
miembros más imaginativos de la élite aseguraban que el duque se había
enfurecido por el agua bendita pues temía que se descubriera su sórdido secreto.
Otros eran de la opinión que el daño intencionado al cuello de la corbata
ameritaba de sobra un duelo al amanecer. Muchos empuñaban sus copias de “El
Vampiro” mientras volvían a debatir sobre la identidad de Lord Burnrath. ¿Era un
hombre o un monstruo?
–Escuchen esto –pidió Lord Makepeace a la audiencia embriagada mientras
abría el libro para leer. –“Sucedió que en medio del libertinaje acarreado por un
invierno en Londres, apareció entre los grupos selectos de la aristocracia un noble
que sobresalía más por sus rarezas que por su título.” ¡Esto describe
perfectamente a Burnrath!
–Ah, pero eso no es acertado del todo, ya que Burnrath es un Duque –replicó
el Vizconde Wheaton con cierta dificultad. –Si le preguntas a cualquiera,
especialmente a la madre de una debutante, con seguridad te dirá que su título es
más notable que sus “peculiaridades” –dijo llevándose un vaso a los labios y
derramando un poco de brandy por el borde. –Me atrevo a decir que mi suegra
aprobaría el casamiento entre Burnrath y Claire aunque el tipo la desangrara en la
noche de bodas.
Makepeace le lanzó una mirada fulminante mientras el grupo ebrio rugía de
risa por la ocurrencia de Wheaton. Aun así, se escucharon varios rezongos por
parte de algunos que envidiaban la riqueza, el título y el atractivo de Lord
Burnrath. Lord Ponsonby, quien aún se sentía ofendido porque Ian se había
llevado a la heredera Winthrop durante el baile, se unió a la discusión.
–Puede que Edward tenga razón –dijo moviendo la cabeza hacia Makepeace.
–Duque o no, nunca se ha visto a Burnrath comprando caballos en Tattersall, ni en
las carreras de Rotten Row, ni siquiera boxeando en Gentlemen Jack.
–Tal vez a Su Excelencia no le gusta montar, y no todos los caballeros tienen
que ser ávidos pugilistas –argumentó el Marqués de Wakefield sacudiendo su puro
con impaciencia. –Sin embargo, he escuchado que patrocina a un boxeador en
Cheapside.
Ponsonby, decidido a no dejarse burlar por esos argumentos, arrancó el
cuento de John Polidori de la mano de Makepeace. –¿Y qué me dicen de esto, eh?
–dijo y comenzó a leer un fragmento. –“Aquellos que sentían este
sobrecogimiento, no podían explicar de dónde surgía. Algunos lo atribuían al
muerto ojo gris que se posaba sobre la cara de su objetivo y no solo parecía
penetrar y perforar de una mirada hasta el interior recóndito del corazón, sino que
caía como un rayo sombrío y pesado sobre la piel que no podía traspasar.”
Todos se estremecieron al escuchar la espantosa y visceral descripción.
Ponsonby sonrió triunfante. Un joven vizconde asintió con entusiasmo, arrastrado
por las fantasiosas especulaciones que tenían lugar en el club. –¡Sí! Exactamente
así me siento cuando me mira.
–Sus ojos son plateados, no grises –rebatió otro con escepticismo.
–¡Es incluso más inhumano! –declaró Ponsonby y siguió leyendo. –
“Contemplaba el regocijo a su alrededor como si no pudiera participar de él. Al
parecer, solo la suave risa de los Buenos llamaba su atención, porque podía
aplastarla con una mirada y sembrar el miedo en aquellos pechos donde reinara el
descuido”.
Los hombres continuaron bebiendo y discutiendo. Mientras más bebían, más
enrevesada se tornaba su lógica, hasta que, finalmente, reinó un total sinsentido.
***
Castlecoote, Irlanda.
Ben Flannigan soltó un gruñido y tiró de la estaca, usando todas sus fuerzas
para sacar el afilado trozo de madera del pecho del monstruo. Un hueso crujió, se
escuchó un suave chapoteo, y logró sacarla. Se tomó un momento para limpiarse
el sudor de la frente y entonces se enderezó y se volvió hacia el cadáver. Todavía
le faltaba la mitad del trabajo por hacer. Ahora debía arrastrar casi doscientas
libras de peso muerto fuera de la cripta y exponerla al sol.
El cazador estaba sin aliento cuando terminó la tarea. Sacó del bolsillo un
frasco lleno de un buen whisky irlandés y se recostó contra una lápida a observar
cómo la luz de Dios hacía su trabajo.
Al contrario de las leyendas, un vampiro no ardía en llamas en cuanto los
rayos del sol tocaban su cuerpo. El pálido semblante se iba poniendo rosado,
como si se avergonzara de estar metido en un aprieto. Luego se oscurecía hasta
alcanzar un color rojo parecido al de una langosta cocida, y tal como en la
comparación, el cuerpo comenzaba a exhalar vapor con un silbido.
Ben se rió y levantó el frasco hacia el sol en un brindis antes de dar un gran
trago. Esta era su parte favorita. La carne rojiza del vampiro comenzó a ponerse
negra y a cuartearse. Del cuerpo comenzaron a levantarse acres columnas de
humo. Unos segundos después, aparecieron las primeras llamaradas en las
cuencas de sus ojos y en los orificios de la nariz.
Cuando las llamas se tragaron completamente el cuerpo, Ben sacó de su bolsa
dos recipientes con agua bendita. El primero la roció en círculo alrededor del
cadáver, para que las llamas no se extendieran. El segundo lo usaría una vez que la
criatura estuviera reducida a cenizas.
Mientras esperaba, el cazador anotó los detalles de la cacería en su diario.
Ahora llegaba a las 14, uno de los números más altos entre todos los cazadores.
Sin embargo, no estaba tan complacido con estos logros como cualquier otro lo
hubiera estado. Este vampiro, al igual que el otro que había destruido en Windsor,
había sido un chasco. No había sido ni más antiguo ni más astuto que sus trece
víctimas anteriores. Desde que había fallado en su intento de alcanzar el
sacerdocio, Ben había decidido sobresalir en su oficio, y ya era hora de enfrentarse
a una presa más desafiante.
Rebuscó en su mochila hasta encontrar su copia hecha jirones de “El
Vampiro”, de John Polidori. Desde que había leído la historia, una pregunta le
daba vueltas en la cabeza sin parar. ¿Podría realmente un vampiro posar como un
miembro de la nobleza?
Mientras más pensaba en ello, más se convencía de que, en efecto, era
posible. Había leído que los miembros de la alta sociedad solían celebrar salvajes
jolgorios hasta el amanecer y luego dormían todo el día durante la temporada
social. El resto del tiempo lo pasaban recluidos en sus propiedades de campo. Un
vampiro podía desenvolverse muy bien en una sociedad así si era poderoso y muy
astuto.
La última línea del cuento se le quedaba como un eco dando vueltas en la
cabeza, despertando en él una extraña mezcla de espanto e instinto depredador:
“Los guardianes se apresuraron a proteger a la señorita Aubrey, pero cuando
llegaron, ya era demasiado tarde. Lord Ruthven había desaparecido, y la hermana
de Aubrey había saciado la sed de un VAMPIRO”.
Ah, enfrentarse a un enemigo así de astuto, despojarle de su máscara y
exponer el engaño ante todos antes de enviar a la abominación de vuelta al
infierno. La idea confortó a Ben lo mismo que una chimenea encendida en
Navidad. Anhelaba probar su suerte con una presa de semejante talla.
Además del hecho de que viajar a Londres, sin mencionar el alojamiento, sería
muy costoso, Ben había tenido que posponer su decisión de ir allí por lo menos un
año. Después de todo, enfrentarse a un vampiro antiguo no tendría comparación
con aquellos más jóvenes a quienes había dado muerte. Su mentor, descansara en
paz, le había contado muchas historias.
Ahora, después de catorce cacerías, nueve de ellas solo en el año pasado, Ben
estaba preparado, estaba seguro de ello hasta la médula.
Capítulo 5
***
Ian supo que su víctima era una mujer en el instante en que la sangre tocó su
lengua y un delicado aroma de lilas embriagó sus sentidos. Se dio cuenta de que
era Angelica Winthrop a quien tenía entre los brazos cuando en su mente
comenzaron a destellar con rapidez imágenes y emociones de la vida de la joven.
Pero no podía parar, su sed era demasiado fuerte. ¡Dios, sabía tan dulce!
Por respeto, y evitando involucrarse demasiado con ella, se forzó a bloquear
la conexión entre sus mentes y se limitó a beber su sangre, alimentándose de su
vitalidad y sus extraordinarias ganas de vivir. Una vez que se hubo saciado, la soltó
y se mordió la yema de un dedo para sanar las heridas de colmillo en su delicado
cuello. Se sentía como un monstruo por haberse atrevido a tocar aquella piel color
marfil. Esperaba que la chica no hubiera sufrido daño después de la caída.
La levantó y la llevó al salón, maravillado por cuan ligera y perfecta la sentía
entre sus brazos. Mientras la llevaba, el gorro de la chica cayó al suelo y pudo
sentir en su pecho la caricia de sus oscuros y sedosos rizos que exhalaban un
aroma a flores primaverales. Encendió una lámpara, depositó la delicada figura
sobre el sofá y comenzó a peinar con los dedos su seductora cabellera en busca de
chichones. Encontró uno en la base del cráneo y frunció el ceño con preocupación.
Después de desabrocharle la deshilachada levita, y todavía preguntándose por
qué se había vestido de hombre, comenzó a examinarla en busca de algún hueso
roto. Sin quererlo, sus manos se entretuvieron acariciando sus pechos a través del
tosco lino antes de seguir con el examen. Ian palpó sus nalgas y sus muslos a
través de los pantalones, y sintió como el suyo se le apretaba con el inicio de una
erección. Sacudió la cabeza para apartar la idea y deslizó las manos por sus
pantorrillas. Cuando le tocó el tobillo hinchado, Angelica gritó de dolor y se
incorporó de un salto. Sus ojos dilatados de terror se encontraron con los suyos.
Ian maldijo entre dientes. Había olvidado borrarle el recuerdo de él bebiendo su
sangre.
***
Angelica luchó por ver a través de las lucecitas blancas que le nublaban la
vista por el insoportable dolor del tobillo. Cuando logró aclararse la vista, encontró
al Duque de Burnrath colocado sobre ella. La luz de la lámpara se reflejaba en sus
ojos plateados, haciéndole ver como un nefasto espectro. Abrió la boca para gritar
pero él se la tapó enseguida con una mano. Su esencia masculina la rodeó,
embriagando sus sentidos. Trató de forcejear, pero estaba demasiado débil por la
pérdida de sangre como para hacer más que retorcerse sin energía.
–Por favor, Ángel, no grites –dijo en un tono increíblemente suave. –Prometo
que no te haré daño. Si te suelto, ¿prometes calmarte y explicarme qué estabas
haciendo aquí en mi casa?
Angelica asintió con la cabeza, por ahora le creía. Quizás por la sinceridad que
había en su voz, o quizás porque la había llamado algo tan tierno como “Ángel”.
Después de todo, siempre podría gritar después.
Ian levantó la otra mano y se le quedó mirando intensamente. –Lo sabré si
estás mintiendo.
Ella estaba segura de eso. La soltó y Angelica se incorporó. La cabeza le daba
vueltas del mareo, pero permaneció sentada, agarrada al brazo del sofá para no
caerse.
–¡Me mordiste! –chilló asustada y con indignación. –¡Bebiste de mi sangre! –
se llevó una mano al cuello y abrió los ojos asombrada al darse cuenta de que no
tenía ninguna herida.
Para su sorpresa, el duque lucía avergonzado, y eso la tranquilizó más que
nada.
–Pensé que eras un ladrón –dijo pasándose la mano nerviosamente por el
pelo negro como carbón. –Y siempre estoy hambriento cuando despierto. Por
favor, créeme, nunca hubiera bebido de ti si hubiera sabido quién eras –frunció el
ceño severamente. –Tu ropa tampoco ayudaba mucho. ¿Te gustaría explicarme
qué hacías en mi casa vestida como un chico?
Tal vez era porque aún se sentía aturdida por la pérdida de sangre, o por la
forma en que él había pasado de ser un monstruo aterrador a ser todo un
caballero en instantes, pero su miedo desapareció. Mientras buscaba las palabras
adecuadas, la situación se le antojó graciosa de repente y comenzó a reír
tontamente. La expresión perpleja de Ian la hizo reír más fuerte aún.
Cuando logró recobrar la compostura, le dijo: –Probablemente esto te parezca
muy divertido.
–Estoy seguro de que me quedaré encantado –replicó él con sequedad.
La visión del duque recostado sobre el cojín del sofá, con la camisa abierta, la
serenaba. Nunca antes había visto el pecho desnudo de un hombre, y la visión del
de Burnrath la dejaba sin aliento. Vampiro o no, lucía incluso más apuesto
descalzo, con el pelo alborotado y una sonrisa relajada.
Luchando para mantener la compostura, explicó: –Como te dije en el baile de
Wentworth, siempre he querido ser escritora.
–Ah, ¿entonces estoy frente a la próxima Duquesa de Devonshire? –su tono
indulgente tenía un ligero matiz de burla.
Angelica se erizó ante esta suposición. –El que yo sea mujer no significa que
voy a escribir chismes mal disimulados como La Sílfide. Yo quiero ser una escritora
gótica como Mary Shelley.
Ian levantó las cejas. –Supongo que tu madre no lo aprueba.
Angelica iba replicar, pero vio que en sus ojos había una especie de brillo
comprensivo. –Sí, tengo que esconder mis historias de ella. Sin embargo –dijo
animadamente. –Mi padre no pone objeción, y Liza, mi doncella, es mi lectora más
fiel.
–¿Has publicado algo? –preguntó el duque mostrando genuino interés.
Angelica asintió. –Sí, aunque al principio resultó ser un pequeño desafío, ya
que en la oficina del New Monthly Magazine se burlaron de “Angelica Winthrop” y
la echaron de la editorial. Sin embargo, recibieron muy bien a “Allan Winthrop” –
rió mientras se alisaba las solapas del chaleco, aunque no podía ocultar la
amargura en su fingido regocijo.
–Ah, ahora comienzo a entender el motivo de tu disfraz –asintió el vampiro
mirándola fijamente. –¿Pero qué estabas haciendo en mi casa?
Angelica sonrió. –Ahora llegamos a la parte divertida de mi historia, Su
Excelencia. He sentido fascinación por la Casa Burnrath durante muchos años. Con
todos los extraños ruidos, las idas y venidas nocturnas, y la evidente ausencia de
sirvientes a estas horas, solo podía llegar a una conclusión.
El duque se inclinó hacia adelante con un brillo inquietante en los ojos
plateados. –¿Y cuál fue esa conclusión?
–Que su casa estaba encantada –explicó ella con las mejillas encendidas. –
Pero nunca me imaginé que fuera la casa de un vampiro.
La aguda carcajada de Burnrath resonó por toda la habitación.
–Así que –continuó Angelica riendo. –Cuando Colburn me ofreció el doble si
podía escribir otra historia, decidí escribir una sobre esta casa.
Por alguna razón, evitó decir que necesitaba el dinero para escaparse y evitar
el matrimonio. Aunque Burnrath fuera un vampiro, pertenecía a la nobleza, y no
dudaría en desaprobar el que ella eludiera lo que de seguro consideraba que era
su deber. –Cuando tu doncella dejó la puerta entreabierta –explicó. –Pensé que
sería la única oportunidad que podría tener de ver la Casa Burnrath por dentro.
El duque la miró sorprendido. –Tu interés por el sepulcro de mi casa y las
cosas que acechan en la noche es peculiar. Debería pensar que una linda jovencita
como tú estaría mejor recogiendo flores en una pradera soleada.
Angelica sonrió y recitó.
–No me cantes canciones sobre el sol
Ya que el sol es enemigo de los amantes.
Cántame sobre sombras y oscuridad
Y sobre recuerdos de medianoche.
–Eso es de Safo, ¿verdad? –preguntó Ian.
Ella asintió. –Sí, yo…
–Tú no estás asustada de mí en lo más mínimo, ¿verdad? –la interrumpió
mientras la miraba fijamente como si fuera un bicho raro.
Angelica lo observó con cierta sorpresa y se dio cuenta de que no lo estaba. –
¿Debería? –razonó en voz alta. –No eres la criatura desalmada que describen las
leyendas.
–¿Qué te hace pensar eso? –preguntó él con genuina curiosidad, como si lo
que ella pensara le importara en verdad.
Angelica se encogió de hombros, asombrada de que un hombre la tomara en
serio. –Para empezar, te reflejas en los espejos.
Los labios del vampiro esbozaron una sonrisa irónica. –Una piedra carece de
alma, pero si pones una delante de un espejo, ¿no se reflejará su imagen?
Angelica puso los ojos como platos, asombrada ante este razonamiento
lógico, y asintió rápidamente. Se encorvó mientras sentía que la furia se
apoderaba de ella. ¡Por supuesto! ¡Hasta un tonto se daría cuenta de eso!
–Estás furiosa y avergonzada –dijo Ian sorprendido. –¿Por qué?
–Debería haber sabido eso. La lógica es estúpidamente obvia –su voz rabiosa
estaba llena de un desprecio por sí misma que no lograba ocultar.
–No creo haber visto jamás a una mujer reaccionando de semejante forma
por su ignorancia –dijo el duque mirándola como si fuera una bizarra curiosidad
expuesta para su entretenimiento.
Su tono divertido le echó leña al fuego. Una pequeña porción del desprecio en
la mirada de la chica estaba ahora dirigida a él. –Tal vez ellas lo disimulan mejor
que yo.
Burnrath no contestó y se quedó mirándola como si pudiera ver directamente
dentro de su alma. Angelica se estremeció y trató de dirigir la conversación hacia
un tema más cómodo.
–Apartando eso, creo que ya es demasiado tarde para tenerte miedo –dijo
forzando un matiz cantarín a su voz. –Después de todo, pienso que si hubieras
querido matarme, ya lo habrías hecho a estas alturas.
El vampiro se inclinó hacia ella. –La muerte no es el único peligro que corres
estando a solas conmigo, pequeña Ángel –estaba tan cerca que Angelica podía
sentir su aliento en los labios, y su cuerpo comenzó a temblar involuntariamente.
¡Iba a besarla! Cerró los ojos y…
***
Llamaron a la puerta.
–¡Maldición! –gruñó Ian mientras se levantaba del sofá y le caía encima el
peso de la realidad. –Es mi cochero.
Se dirigió a la puerta dando grandes zancadas, apretando los dientes de rabia
ante la interrupción.
–Su Excelencia –dijo Albert mirándole los pies descalzos y la camisa abierta. –
Pensé que usted me requería para conducirlo hasta su club.
–Mis planes han cambiado –respondió Ian y estaba listo para despachar al
cochero cuando recordó las heridas de Angelica. Si no se hubiera despertado tan
pronto, habría podido sanarla con su sangre, pero ahora no se atrevía a
aterrorizarla más. –¿Serías tan amable de ir a buscar un doctor?
–¿Por qué? ¿Se encuentra usted mal? –preguntó Albert ansiosamente.
–No es para mí –dijo Ian y le cerró la puerta en las narices.
Su mal genio se desvaneció cuando regresó junto a la belleza que le esperaba
reclinada en el sofá. Nunca antes había conocido a una persona tan fascinante
como Angelica Winthrop. Su pasión por escribir le daba una lección de humildad
en el mismo grado que las exquisitas descripciones de sus historias lo cautivaban.
Ian recorrió su cuerpo y su rostro con los ojos, observando sus rasgos delicados de
finos huesos y los labios cautivadores que casi le habían hecho perder la cabeza y
devorarlos con un ardiente beso.
–¿Va todo bien? –preguntó Angelica con las manos apretadas sobre el regazo.
–Envié a buscar a un médico para que examine su tobillo, señorita Winthrop –
respondió con forzada formalidad aunque moría de ganas de volver a enfrascarse
en la interesante conversación que habían sostenido antes.
–Oh. Muchas gracias –dijo Angelica bajando los ojos como si lamentara quizás
el haber vuelto a un trato tan formal.
La magia de la intimidad se había roto y pasaron la siguiente media hora
luchando por sostener una forzada charla casual y sin atreverse a mirar al otro a
los ojos.
El doctor llegó y ni siquiera se inmutó ante la joven vestida con un atuendo
masculino.
–La señorita Winthrop es una vecina y muy querida amiga mía –dijo Ian que se
había preparado una mentira plausible. –Tuvo una discusión con su madre y vino
aquí buscando un confidente. Por desgracia, estaba tan alterada, que tropezó en
mi puerta –meneó la cabeza ante la idea de semejante tontería femenina,
ignorando los bufidos de disgusto de Angelica.
–Quiero que sepa –concluyó Ian. –Que la encontramos en la acera. Es una
joven de buena crianza y no quiero que su reputación se vea comprometida. Usted
será bien recompensado por ello, por supuesto.
El Dr. Sampson asintió y le dio unas palmaditas a su negro maletín de médico.
–Esto es lo que importa. Ahora examinaré a la paciente y después podemos
conducirla a casa con sus padres que estarán preocupados.
Ian se puso a caminar de un lado para otro afuera en el pasillo, esperando que
Angelica no se hubiera roto el tobillo y que su tonta caída no la metiera en
demasiados problemas. Apretando la mandíbula, se quedó asombrado de lo
mucho que se estaba preocupando por ella, especialmente ahora que tenía la
preocupación de haberle revelado su secreto. Frunció el ceño. Ella no sería tan
tonta. Pero y si lo era, ¿qué iba a hacer entonces? No podía matarla, y mucho
menos podía Transformarla.
Una hora más tarde, el doctor salió al vestíbulo trayendo a Angelica casi a
rastras. –Holaaaaaa otra vez, Su Excelencia –dijo la chica arrastrando las palabras y
una tonta sonrisa se dibujó en sus labios exuberantes.
–El tobillo de la jovencita no está roto –dijo el doctor con eficiencia. –Pero
tiene un severo esguince. Le he dado una dosis de láudano y le daré instrucciones
a sus padres para que esté de reposo por lo menos una semana. Si Dios quiere,
mañana podrá usar una muleta –inclinó la cabeza en agradecimiento mientras Ian
le extendía un cheque. –La llevaré al coche ahora.
–Adiós, señorita Winthrop –Ian la despidió con un beso en el dorso de la
mano.
–Lo extrañaré, Su Excelencia –dijo Angelica riendo tontamente y
balanceándose por los efectos del láudano. –Aunque me haya mordido.
El médico enarcó una ceja y Ian se encogió de hombros dando a entender que
no tenía idea de lo que había querido decir.
Se quedó mirándola mientras la subían al carruaje. Creo que yo también te
extrañaré, Ángel. Quizás cuando estuviera curada, se granjearía un baile con ella.
***
***
John Polidori se despertó con la suave voz de una soprano que cantaba una
melodía evocadora. El contacto de un paño frío sobre la frente le causó tal
sensación de alivio que se le escapó un suspiro de gozo. Abrió los ojos y logró ver
con la vista borrosa la silueta de alguien ante él. El pelo cortado de forma varonil y
el atuendo de hombre le hicieron creer al principio que era un joven quien lo
atendía. Pero la voz cantarina y la piel lisa y luminosa le hicieron reconsiderarlo.
¿Acaso lo estaba cuidando uno de los famosos cantantes castrados de su tierra
natal? La presión de unos senos blandos contra su hombro desechó enseguida
esta idea.
–John, estás despierto –su voz era refinada y suave como la de un ángel.
–¿Dónde estoy? –graznó mientras intentaba enfocar su visión borrosa. –
¿Cuánto tiempo he estado dormido?
La chica le ofreció un vaso de agua y John bebió con avidez. –Te encontré
inconsciente hace tres días en un callejón, detrás del club al que siempre vas –dijo
haciendo un mohín con sus labios carnosos y acariciándole con suavidad el
cabello. –Te traje a casa y te he estado cuidando desde entonces. Pensé que
estarías intoxicado por haber bebido demasiado alcohol.
Ahora John la pudo ver claramente. Él conocía a esta mujer. ¿Cómo era
posible que la hubiera confundido con un hombre? ¿Y cómo había podido
olvidarse de su encantadora voz? Su rostro exquisito se había quedado grabado en
su mente todo el tiempo. Lord Byron y sus amigos se habían burlado de él por
pasarse semanas buscándola por toda la campiña suiza. Pero si Byron la hubiera
visto, de seguro hubiera dejado quieta la lengua.
La tela lujosa de su chaleco y su pañuelo lucía ordinaria comparada con el
brillo aterciopelado de sus manos y su cara. Sus ojos oscuros eran grandes y dulces
como los de una cierva, orlados por pestañas increíblemente largas y espesas, y
enmarcados por finas y negras cejas. Su rostro de huesos finos era delicado como
la porcelana y sus labios de rubí le hacían gemir de deseos de probarlos. John
acercó la mano y los tocó con un dedo para asegurarse de que ella era real.
La emoción se sobrepuso al mareo. –¡Eres tú! Rosetta, querida, ¿qué estás
haciendo en Inglaterra? Te busqué durante meses después de nuestro encuentro.
Yo curé tu pierna. ¿Lo recuerdas?
Ella asintió con una sonrisa. –Nunca olvidaré tu amabilidad. Mi corazón se
llena de alegría al ver que me recuerdas.
–¿Pero cómo me encontraste? –preguntó y miró a su alrededor frunciendo el
ceño. –¿Y por qué no hay ventanas en esta habitación?
Rosetta le acarició los rizos. –Primero debes comer algo mientras caliento
agua para que te des un baño. Te he traído ropa limpia. Cuando estés cómodo, te
lo contaré todo.
Después de tomar un baño y saciar el hambre, John creyó que iba a tener que
luchar para no dejarse arrastrar por la somnolencia. Sin embargo, en cuanto
Rosetta abrió la boca, mostrando unos colmillos blancos como perlas, y comenzó a
contar su historia, Polidori se quedó atónito. A pesar de las fantasiosas creaciones
que salían de su pluma, John era un hombre práctico. Un médico y científico no
podía darle cabida en su cabeza a las fantasías. Nunca había imaginado que las
criaturas de leyenda que encendían su imaginación y hacían populares a sus
cuentos, pudieran existir de verdad.
Sin embargo, otra cosa lo conmocionó más que la historia fascinante que
estaba escuchando. Rosetta lo amaba. Se hacía evidente con cada palabra que
pronunciaba y con la forma en que sus ojos brillaban de adoración cada vez que lo
miraba. La revelación tocó una tecla en su interior que hacía mucho tiempo había
intentado olvidar. Aunque él había amado muchas veces, nadie lo había amado
realmente a él. George Gordon, Lord Byron, había asegurado que lo amaba, pero
no fue hasta que se enamoró del poeta que John se dio cuenta que Byron amaba a
una persona diferente cada semana.
En efecto, Lord Byron había sido el hombre que había inspirado al vampiro
Lord Ruthven, y no el Duque de Burnrath, ¡quien al parecer era el Lord Vampiro de
Londres! La situación hubiera sido completamente ridícula si su vida no hubiera
estado en grave peligro.
John se levantó y caminó por el piso alfombrado hasta Rosetta. ¡Ah, su
hermosa salvadora Rosetta! Ya se estaba enamorando de su oscura pasión más de
lo que lo había estado de su tierna belleza cuatro años atrás. –Tengo que darte las
gracias.
–Para nada, John. Te salvaría de nuevo si tuviera que hacerlo –sus delicadas
mejillas enrojecieron una vez más cuando él se le acercó. –Además, es culpa mía
que hayas publicado ese cuento. Si no te hubiera estado susurrando palabras de
aliento todas las noches, tu vida no estaría en peligro ahora.
–Aun así, has puesto tu vida en peligro para salvar la mía –susurró
acariciándole el pelo. –“En los sueños de ningún poeta se ha dibujado alguna vez
tan hermosa silueta; ni el fuego de un profeta con su brillo celestial puede pintar
la gracia de la Virtud con matices tan castos, pero brillantes, como los de su
rostro.” Lo escribí después de que nos conocimos.
Rosetta abrió la boca de asombro. –¿De verdad? Es uno de mis poemas
favoritos.
John se acercó más a ella. –Rosetta, te ofrezco mi sangre, mi cuerpo, mi vida.
Acercó sus labios a los de ella y ardieron de pasión enredados en un beso. Las
velas titilaron cuando cayeron sobre la cama.
Después de hacer el amor tan ardientemente como ninguno de los dos lo
había hecho nunca, se quedaron conversando tendidos sobre la cama, enroscados
en los brazos del otro y todavía intentando recobrar al aliento. Algunas veces sus
risas se mezclaban como si estuvieran en un maravilloso sueño al descubrir
algunas cosas que tenían en común. Otras, se quedaban mirándose en gozoso
silencio, dominados por emociones demasiado fuertes como para expresarlas con
palabras. Hablaron de todo, desde los vampiros hasta la medicina, pasando por la
poesía. Hablaron de todo, menos del peligro en el que se encontraban ambos.
Esta noche no era para pensamientos aterradores. Esta noche era para
celebrar el brillo optimista y la intensa luz del nuevo amor. Porque ambos habían
encontrado su otra mitad.
***
Ian miró con incredulidad el último registro del libro de apuestas del White. –
¿Ya se saldó la apuesta?
El Duque de Wentworth asintió. –Bueno, por supuesto que ya se saldó. Lady
Cavendish lo supo por su doncella, a quien se lo contó tu propio cochero. Todo el
mundo sabe que ya tuviste a la chica –el duque jugueteó con su copa y entrecerró
los ojos por la concentración de humo que saturaba el club.
Ian sacudió la cabeza mientras Wentworth le contaba el chisme de la semana.
Apretó los puños con ganas de estrangular al cochero. Albert sería despedido a la
primera oportunidad.
–Por supuesto, debo decir que no estoy de acuerdo en lo absoluto, Burnrath –
prosiguió Wentworth mientras regresaban a la mesa, ajeno a la furia de Ian. –La
chica y su familia no serán capaces de presentarse en sociedad después de esta
noche. Y hablando de eso, debo partir hacia el baile de los Cavendish.
–¿Por qué después de “esta noche”? –preguntó Ian bruscamente, haciendo
un esfuerzo por no sacar los colmillos. –¿No se supone que “la tuve” la semana
pasada?
Su amigo suspiró y se reclinó en la silla. –Bueno, la chica estaba a salvo en su
casa con un esguince de tobillo, así que nadie ha tenido la oportunidad de dejarle
de lado aún. Ya sabes cómo somos de crueles por tradición. Debe hacerse oficial
esta noche. Por lo que sé los Winthrop van a asistir al baile. Supongo que Lady
Cavendish se reservará el primer lugar.
Ian se sintió más enfermo que nunca ante la crueldad que la alta sociedad
parecía alentar con fuerza. Sus instintos depredadores le enfurecieron al punto de
querer volar hasta la Casa Cavendish y convertir el baile en una masacre. –
Supongo que nadie puede creer que ni siquiera la toqué, ¿verdad? –dijo tratando
de mantener la voz baja.
Wentworth meneó la cabeza y dio un sorbo a su copa de bourbon añejo. –Ni
por un segundo. El rumor incluso dice que estabas semidesnudo. ¿Me estás
diciendo que no te acostaste con ella?
–Estaba descalzo, no desnudo –Ian hizo una pausa dándose cuenta de lo grave
que era el asunto. –Y no, no me acosté con ella –el alma se le llenó de culpabilidad
y desprecio por sí mismo. Maldición. Por su culpa la vida de esa pobre chica estaba
arruinada.
Antes, todo de cuanto se había tenido que preocupar era de que Angelica no
le contara el secreto a sus conocidos. Ahora, resultaba que no tendría siquiera
conocidos. Sus manos apretaron la mesa cubierta de fieltro hasta que escuchó
chirriar la madera en protesta. Pero igual, todavía existía la posibilidad de que ella
se lo contara a alguien. Tenía que haber una forma de mantenerla callada y de
reparar el daño que había hecho.
Una idea loca le pasó por la cabeza. Mientras más pensaba en ella, más
atractiva le parecía. Si el plan tenía éxito, no solo se aseguraría de que Angelica
mantuviera la boca cerrada, sino que la joven sería bienvenida de nuevo en
sociedad, e incluso la mimarían más que nunca. Y, con suerte, el resto de las
especulaciones sobre su proclividad a la noche cesarían también del todo.
Ian sonrió y le extendió la pluma a Wentworth mientras le señalaba el libro de
apuestas. –Estás a punto de ganar una suma considerable, amigo mío.
–¿Por qué? –preguntó su amigo parpadeando confuso ante el repentino
cambio de humor.
–Sí que me llevaré a la heredera Winthrop a la cama –dijo Ian con una sonrisa
sardónica. –Sin embargo, eso será después de que me case con ella.
Capítulo 8
***
Ian se soltó una vez más de las manos de Lady Margaret. Si no la conociera,
estaría seguro de que la autoritaria mujer estaba a punto de besarle los pies en
agradecimiento. Arreglar las cosas con el padre de Angelica había sido en extremo
fácil, ya que la fortuna y un título elevado podían lograr prácticamente cualquier
cosa en estos tiempos de avaricia y corrupción. El señor Winthrop había accedido
a que Ian fuera de visita la noche siguiente para discutir el contrato matrimonial y
fijar una fecha para la boda.
–Si me permite el atrevimiento, Su Excelencia –había dicho Jacob Winthrop
mientras se enjugaba el sudor de la frente. –Me sentiría mucho más seguro si las
nupcias se celebraran lo antes posible. Mi hija es un poco… briosa…. y pienso que
pudiera existir el riesgo de que…. sus inclinaciones la conduzcan a mayores
problemas si una mano más firme que la mía no toma las riendas a la mayor
brevedad posible –Jacob levantó las manos en actitud defensiva. –No es que yo
sea un hombre débil, pero Angelica es mi única hija y me temo que la he
consentido vergonzosamente.
Ian soltó una carcajada. Muchos pretendientes no querrían casarse con una
chica luego de escuchar hablar así de ella, pero él no era de ese tipo de hombres.
Especialmente porque una boda rápida le sentaba muy bien a sus planes. –Señor
Winthrop, si pudiera hacerla mi esposa esta misma noche, lo haría.
El padre de Angelica casi se ahogó con el brandy y una expresión de horror
deformó sus fuertes facciones. –Dios Santo, hombre. ¡No quise decir tan pronto!
Incluso si pudiéramos conseguir un permiso especial a esta hora, no sería
apropiada en lo absoluto. ¡Imagine lo que diría la gente!
–Solo estaba bromeando, señor Winthrop –dijo Ian que se estaba cansando
rápidamente de aquella conversación. Todo cuanto quería era sentir a Angelica en
sus brazos otra vez. –Ahora, ¿volvemos donde las damas? Creo que le debo un
baile a la encantadora señorita Winthrop –y sin esperar ninguna respuesta, dejó su
vaso intacto en la mesa y salió de la habitación sin mirar atrás.
El corazón se le encogió cuando la multitud que rodeaba a Angelica se apartó
un poco y pudo verle la cara. Estaba mortalmente pálida y tenía las mejillas
surcadas de lágrimas. Pobre Ángel, ha tenido que pasar por mucho esta noche.
Sintió su pequeña mano helada cuando entrelazó sus dedos con los de ella y la
condujo al centro de la pista de baile al tiempo que los músicos comenzaban a
tocar un vals. Entonces casi perdió el equilibrio al ver la rabia ardiente hirviendo
en el fondo de sus ojos gitanos.
–¿Te importaría decirme cuál es el problema, querida? Pero, por favor, sonríe
para que no sigas alimentando las habladurías –dijo Ian con un tono agradable
como si estuvieran hablando de cosas triviales.
Angelica apretó los dientes en una horrible parodia de sonrisa y siseó. –¿Por
qué estás haciendo esto? Es imposible que necesites mi dote, y estoy
endiabladamente segura de que no me amas.
A decir verdad, Ian no había esperado que ella volara a sus brazos chillando de
felicidad ante su propuesta, pero tal grado de hostilidad era una desagradable
sorpresa. –Ese lenguaje es totalmente inapropiado, Ángel –le dijo sonriendo pero
apretó su mano con más fuerza. –Aunque admiro el que seas lo suficientemente
lista como para darte cuenta de que poseo bastantes riquezas, espero que hayas
sido educada para saber que el amor no es un ingrediente necesario en un
matrimonio exitoso.
Angelica le soltó una carcajada burlona. –Me dejas sin aliento con tus halagos.
Por favor, continúa.
Ian estaba entre divertido por su atrevimiento, y furioso porque lo estaba
obligando a lidiar con una torpe explicación. Debería estar más agradecida que su
madre por haberla salvado a ella y a su familia de la muerte social. Inclinándose
como si fuera a oler su perfume, le dijo en voz baja:
–Ahórrate la ira, Angel. Ya que insistes en saber, te diré que tu reputación no
era la única que estaba en peligro. Gracias a ese arribista de John Polidori y su
cuento arrasando todo el continente, la gente ha comenzado a sospechar de mí.
–Ah, los rumores sobre que eres un vampiro –dijo ella con una sonrisita. –
Espero que no pienses que alguien se tomó esos rumores en serio. Ya escuchaste
las risas hace un rato.
Ian reprimió un gruñido y le susurró al oído. –Suficientes personas se lo han
tomado en serio. De hecho, gracias a una jugosa apuesta sobre el tema, mi
chaleco y mi cuello de seda fueron empapados con agua bendita la semana pasada
por nada más y nada menos que tu antiguo pretendiente, el Barón Osgoode.
Al contraste con sus labios, su piel lucía como satín. Y su aroma embriagador
lo abrumaba con la tentación de probarla otra vez. Ian se echó hacia atrás antes
de sucumbir a la tentación y hundir sus colmillos en ella ahí mismo.
Ajena al peligro, Angelica sonrió, con los labios temblándole alborozados al
escuchar del incidente con Osgoode. Ian no sabía si besarla o tumbarla sobre sus
rodillas y darle unos azotes por su insolencia. Las parejas a su alrededor habían
dejado de pretender que bailaban y los observaban ahora con ávido interés. Ian
les dedicó una mirada glacial y se fueron alejando lentamente.
–Te puedo asegurar que no fue para nada divertido –dijo Ian frunciendo el
ceño con severidad. –Tuve que retarlo a duelo para evitar que otros petimetres se
atrevieran a hacer lo mismo y arruinaran todo mi guardarropa.
Esta vez Angelica no pudo contenerse y su risa melódica vibró por todo el
salón. Ian se contuvo para no reírse también. Tal vez la situación sí que había sido
un poco graciosa. –Ya basta, pequeña diabla. ¿Quieres saber por qué pedí tu
conflictiva mano o no? –la rodeó más fuerte con los brazos y a pesar de su furia,
saboreó el contacto de su piel cálida.
Angelica recobró de inmediato la compostura y volvió a levantar la barbilla en
actitud desdeñosa. –Muy bien, escucharé con mucha atención.
Ian sintió una punzada de arrepentimiento por haber destruido el buen
humor, aunque solo fuera pasajero.
Suspiró y se inclinó para susurrarle al oído. –Pensé que si me casaba con
alguien de la nobleza, los rumores se debilitarían y cesarían gradualmente –el
aroma seductor que desprendía Angelica aumentó aún más su apetito y tuvo que
hacer un esfuerzo para mantener la compostura. –Después de todo, ninguna
dama se casaría con un monstruo. Y si trato lo suficientemente bien a mi novia,
quizás ella dé fe de mi buena personalidad también. Como tú no pareces tenerme
miedo, y me gustas bastante, pensé: “¿por qué no salvar tu reputación también?”.
En vez de aplacarla como había pensado, la explicación de Ian puso el genio
de Angelica al rojo vivo. Sus ojos parecían disparar chispas de ónix. –Tu
magnanimidad es arrolladora, Su Excelencia. Pero supongo que te diste cuenta de
que cuando hiciste tu proposición, yo no la acepté.
Ian ya había tenido suficiente de su ingratitud y de su lengua viperina… y de su
perfume embriagador. Debía haberse alimentando hacía mucho rato.
–Te haré la visita mañana por la noche para discutir los detalles de nuestro
compromiso. Espero encontrarte de mejor humor entonces –y antes de que la
música cesara le prometió al oído. –Pronto estarás más que dispuesta a aceptar.
Mientras merodeaba por las calles de Londres en busca de su próxima
comida, luchó por entender los motivos de ese comportamiento impropio de ella.
Después de beber de un carterista, se le ocurrió una idea. ¿La causa de su
hostilidad podría ser que ahora le tenía miedo? Antes no le había temido, pero
ahora que había tenido tiempo de pensar bien lo que él era… ¡Por supuesto! No
estaba asustada porque tenía una casa a la que volver sana y salva. Pero la idea de
pasarse toda la vida bajo el mismo techo que un vampiro aterrorizaría a
cualquiera. Otro pensamiento incómodo se apoderó de él. Dios mío, ¿y si piensa
que quiero asesinarla?
Recordando la audacia que Angelica había mostrado en sus dos encuentros
anteriores, Ian decidió cautivarla hasta que volviera a ese estado mucho antes de
que llegara la noche de bodas.
Capítulo 9
Ben Flannigan bajó por la plancha hasta el muelle y aspiró el denso, fétido aire
de Londres. Una ciudad tan grande como esta debía estar llena de vampiros, lo
cual prácticamente garantizaba que tendría buenas cacerías aquí. Quizás hasta
cazara uno de los antiguos. Contuvo el aliento con expectación ante la llamativa
idea.
Mientras caminaba calle abajo en busca de una posada decente y de buen
precio, iba acariciando su crucifijo de plata y mirando furtivamente sobre el
hombro para asegurarse de que nadie lo seguía. Tenía tantas muertes a su nombre
que las malvadas criaturas pronto estarían tras la pista de su identidad.
Murmuró una plegaria con alivio al encontrar de inmediato una posada que
parecía adaptarse a sus requerimientos. Pidió una habitación y una comida, y
añadió una generosa suma por cada periódico que le pudieran proporcionar. Hacía
mucho tiempo que había establecido la rutina de revisar las noticias de muertes
en busca de alguna que se hubiera producido en extrañas circunstancias, y de
examinar las páginas de chismes por si encontraba algún noble que tuviera
costumbres extrañas. Solo después de eso se acercaba a hablar con los vecinos
para sacarles información. Sabía por experiencia que una investigación minuciosa
siempre daba sus frutos.
Mientras esperaba la comida y los periódicos, redactó un breve anuncio. En la
mañana iría a todas las oficinas de editoriales y pagaría para que lo publicaran
enseguida.
Un hombre de Dios se ofrece para exterminar alimañas nocturnas. Los
honorarios son 50 libras, de las cuales se pagará la mitad por adelantado.
Revisó la nota en busca de errores y emitió un gruñido de satisfacción al no
encontrar ninguno. El anuncio era lo suficientemente impreciso como para
desalentar a los que tuvieran plagas de ratas o tejones, pero contenía la
información adecuada para aquellos que comprendieran realmente la amenaza
que se cernía sobre la humanidad. ¿Y si algunos malinterpretaban su frase
“hombre de Dios” y pensaban que era un párroco o un sacerdote? Bueno, no le
importaba en lo absoluto. Después de todo, había estado destinado a ser uno,
aunque los tontos de St. Damián no hubieran podido darse cuenta de ello.
Siendo el segundo hijo de un Barón venido a menos, la única esperanza de
Ben de abrirse camino y llenarse la barriga, había sido la iglesia. Con la perspectiva
de tener una boca menos que alimentar, su padre lo había enviado a la escuela de
priorato St. Damián en Kilkenny todos los otoños después de recoger la cosecha.
Al principio lo había cautivado el aprender a leer y a escribir, pero no pasó
mucho tiempo antes de que empezara a desear algo más. Admiraba el enorme
poder que tenía el obispo. El hombre podía bendecir lo que quisiera, perdonar
pecados, sentenciar a la gente a hacer penitencia, incluso condenar a alguien al
infierno si así lo deseaba. Ben ansiaba gozar de un poder semejante. Se aplicó en
sus lecciones el doble que los demás y muy pronto se convirtió en la estrella de la
clase. Su recompensa se hacía tangible.
Al hacerse adulto, sus responsabilidades y su autoridad aumentaron. A
medida que aumentaba su poder, también aumentaba su soberbia. En efecto, le
dijeron que ese había sido uno de los muchos pecados que lo apartaron de la
candidatura al sacerdocio, aunque no había sido el principal de ellos.
Su rigurosidad, que llegaba al punto de intimidar a los jóvenes novicios, no fue
la razón por la que el obispo lo convocó a sus dependencias. Tampoco fue por
aquel incidente en el que Ben casi mató a golpes a un mendigo después de
atraparlo robando el pan destinado para el Santísimo Sacramento. No había sido
su culpa el que no midiera su propia fuerza enfurecido como estaba ante
semejante blasfemia.
No, la causa final de que lo hubieran llamado al tapete y lo hubieran
reprendido como un recalcitrante escolar era tan mezquina que su recuerdo
todavía le hacía rechinar los dientes. Alguien le había ido con el chisme al Obispo
O´Shay de que lo habían visto pellizcándole el trasero a la Hermana Clarence. Para
el Obispo O´Shay la lujuria era el peor de todos los pecados y estaba determinado
a erradicarla de su rebaño.
–Pero es la monja quien debería ser castigada –había protestado Ben. –Había
estado restregándome sus encantos en la cara como una fruta madura. Un
hombre puede aguantar la tentación hasta un punto.
El obispo había fruncido sus tupidas cejas con severidad, ensombreciendo su
mirada. –Así habló Adán de Eva, y de este modo fue expulsado el hombre del
Paraíso. No tendré un clérigo impuro aquí –avanzó hacia él como Moisés
invocando la ira de Dios sobre el Faraón. –Mañana empacarás tus pertenencias y
te marcharás. Tu tiempo con nosotros ha terminado.
–Pero, ¿no puedo arrepentirme? –preguntó Ben, incapaz de creer el castigo
que se cernía sobre su cabeza.
–Me temo que no –respondió el Obispo O´Shay con un suspiro de pesar. –Si tu
lujuria pecaminosa no fuera bastante, tus otros pecados son más que suficientes
para saber que he tomado una sabía decisión. No hay misericordia ni compasión
en tu alma. Te enfureces con facilidad, y estás lleno de soberbia. Has tenido años
para arrepentirte y encontrar el buen camino, pero no lo has hecho. Un hombre
así no es adecuado para el sacerdocio.
Para cuando Ben terminó de empacar sus escasas pertenencias y abandonó su
cuarto, la noticia de su despido se había extendido por todo el priorato. Una
sonrisa petulante por parte de un compañero fue más de lo que pudo soportar su
crispado mal humor, y le pegó un puñetazo en la cara que resonó con un ¡crack!
en todo el claustro. Sintió una débil punzada de gozo al ver la sangre saliendo a
borbotones de la nariz del chico. El resto de los muchachos volvieron la cara y no
aventuraron ninguna otra mirada de suficiencia.
El sentimiento de bienestar se esfumó en el momento en que sus pies
comenzaron a andar el largo camino de vuelta a casa. ¿Qué iba a decirle a su
padre? ¿Por cuánto tiempo sería bien recibido en la pequeña propiedad? Su
hermano mayor iba a casarse este año y la tierra sería puesta a su nombre.
¿Adónde iría entonces? Con cada paso que daba, se sentía más y más
desesperado.
–Escuché lo que pasó, muchacho –dijo una voz interrumpiendo sus lúgubres
pensamientos.
Donald O’Flannery se acercó a él. La comprensión y la simpatía que irradiaban
sus ojos lo hicieron parar en seco. Donald no era miembro de la iglesia hasta
donde Ben sabía, pero visitaba la escuela y priorato con frecuencia. Nadie estaba
realmente seguro de cuál era el motivo de sus visitas. Al parecer llevaba a cabo
encargos para otra iglesia, ya que Ben lo había visto marcharse una vez cargado
con recipientes de agua bendita, cuentas de rosarios y crucifijos.
–¿Qué quieres? –preguntó Ben, incapaz de perder su tono petulante.
–No tienes que avergonzarte, hijo mío –dijo Donald. –Ya que el Señor en su
infinita misericordia y sabiduría tiene una vocación reservada para alguien como
tú. Hay muchos seres malignos ocultos en el mundo, y es el trabajo de hombres
como nosotros el erradicarlos. Veo en ti un gran potencial para convertirte en un
buen cazador.
–¿Un cazador? –Ben se preguntó si tal vez Donald estaba loco, pero el uso de
la palabra “vocación” lo había intrigado y había despertado en él una leve
esperanza.
O’Flannery asintió y preparó su pipa. –Si me acompañas a cenar y tomar una o
dos buenas cervezas en la posada que está más adelante, te lo explicaré todo.
Ben se metió las manos en los bolsillos. –Eso depende. Aunque haya
terminado con mi voto de pobreza, no tengo mucho más dinero ahora del que
tenía antes.
Donald soltó una risa. –Esta vez pagaré yo. Y si te unes a mí, la pobreza pronto
será cosa del pasado.
Después de la primera cerveza, Ben estaba llorando de la risa. –Te agradezco
por invitarme a un trago, pero este montón de tonterías es un poquito demasiado.
¡Vampiros, dices!
O’Flannery enarcó una ceja con una extraña sonrisa y mandó que les
rellenaran los vasos. –Los vampiros –continuó como si no hubiera sido
interrumpido. –Son maestros del engaño. Han permanecido escondidos durante
siglos pretendiendo ser humanos…
Para cuando terminaron la tercera cerveza, Ben estaba dividido entre la
admiración por la capacidad de Donald de inventar semejantes historias… y una
pizca de fe que comenzaba a brotar en su pecho. La idea de que tales monstruos
pudieran existir bajo las narices de la civilización era horripilante, pero aun así la
idea de convertirse en el héroe que los despachara era, sin lugar a dudas,
seductora.
–¿Tienes alguna prueba de que estas criaturas existen? –le preguntó en un
susurro después de que el tabernero se alejó lo suficiente para no oír.
Donald le sonrió con una mueca rapaz. –Espérame en el viejo cementerio St.
Thomas mañana al amanecer.
A la mañana siguiente, Ben se sintió un poco tonto al saludar a O’Flannery en
el viejo cementerio lleno de moho. Hubiera deseado quedarse en la cama hasta
que se le aliviara el dolor de cabeza.
–A este lo he dejado en paz porque no estaba molestando a nadie –dijo
Donald mientras abría las puertas oxidadas. –Y no solamente eso –añadió con una
sonrisa burlona mientras mordisqueaba su pipa. –Sino que no hay ganancias en
este trabajo. Pero, por el bien de tu educación, supongo que tendré que lidiar con
esta criatura.
Condujo a Ben hasta una antigua cripta cubierta de hiedra y sacó una palanca
de su mochila.
–¿En verdad hay un vampiro ahí dentro? –preguntó Ben, todavía incapaz de
creer que estuviera participando de semejante tontería.
O’Flannery no le hizo caso y puso manos a la obra para abrir la tumba.
A Ben se le aceleró el pulso cuando entró a la tumba detrás de Donald. Arañas
y otras repugnantes criaturas huyeron de la luz del sol. En una esquina, yacía una
pila de huesos, y el bloque de piedra sobre el que habían descansado alguna vez
ahora estaba ocupado por un cadáver fresco… o lo que parecía serlo. Ben soltó un
gritó ahogado cuando vio el pecho de la cosa moverse arriba y abajo suavemente.
Eso estaba vivo.
Con una fuerza y velocidad casi divinas, Donald le clavó una estaca en el
pecho usando un pesado mazo y le separó la cabeza del cuerpo con un poderoso
golpe de su hacha.
Ben retrocedió del susto cuando Donald levantó la cabeza y la empujó hacia él
diciendo: –Sostén esto mientras arrastro el cuerpo hacia afuera.
Ben reprimió las náuseas que surgían en su garganta y siguió a O’Flannery de
vuelta a la luz del día. Dio un grito de sorpresa cuando vio el cuerpo ponerse rojo y
comenzar a arder, y Donald soltó una risita.
–Suelta la cabeza aquí –indicó mientras sacaba un frasco de su mochila, lo
destapaba y comenzaba a verter el agua bendita en un círculo alrededor de los
restos.
–Increíble –murmuró Ben mientras observaba las llamas devorando la cabeza
y el cuerpo del vampiro. –¿Me enseñarás?
Y ahora estaba aquí en Londres, y hacía mucho que había sobrepasado todo lo
que le enseñara su maestro. Lo mejor de todo era que no había votos de pobreza,
castidad, ni obediencia. Ben era su propio amo, no le debía nada a nadie… y el
dinero no le escaseaba tampoco.
La comida llegó y levantó su vaso de cerveza en el acostumbrado brindis por
la memoria de su maestro. Donald se había vuelto torpe con la edad. No había
sido lo suficientemente rápido al darle el golpe al último vampiro, quien había
tenido tiempo de despertar y mandarlo volando contra la pared. La columna
vertebral se le había roto en pedazos y había muerto instantáneamente.
Ben había logrado salir vivo de la cueva a duras penas. La criatura estaba tan
enfurecida que se había lanzado contra él a través del agujero y hacia la luz del
día. Lo había agarrado del cuello y solo lo soltó cuando su cara y su brazo
comenzaron a arder.
Ben se estremeció al recordarlo, todavía tenía pesadillas con eso. Desde
entonces nunca más había regresado a España. Justo cuando rebañaba un
crujiente panecillo en los restos de la salsa, se le acercó un muchacho que parecía
a punto de caerse bajo el peso de una gran pila de periódicos. Ben tomó los
periódicos, le alborotó el cabello al chico y le dio una moneda. –Buen chico.
Subió su mochila y los periódicos a la habitación mientras la excitación de la
caza inminente se apoderaba de él.
A la luz de todas las velas de que disponía, el cazador leyó cada artículo de
chismes en el Times, el Tattler y el Morning Chronicles. Comenzó desde los
artículos más viejos hacia adelante. La mayoría eran estupideces sin sentido, como
quién se ponía qué, cuál baile había sido un éxito, los platos que se servían en esta
o aquella fiesta, y así hasta el cansancio. Sin embargo, hubo un nombre que
sobresalió en su búsqueda, haciendo que valieran la pena el dolor de cabeza y los
ojos cansados. Ian Ashton, el Duque de Burnrath.
El hombre encajaba a la perfección en el perfil de un vampiro escondido. Iba y
venía de forma imprevisible, viajaba a lugares lejanos con más frecuencia que los
demás nobles y sus supuestos “ancestros” eran tan parecidos que bien podrían ser
el mismo individuo.
Ben se rió, admirando de mala gana la “tradición” de todos los duques de
Burnrath de desposar a novias extranjeras y vivir fuera del país hasta que sus
herederos regresaran a la residencia familiar. Era un engaño perfecto.
Pero ahora el disfraz del Duque parecía estar a punto de desmoronarse. A
causa de la reciente popularidad que habían alcanzado las historias de vampiros,
ahora las rarezas de Burnrath estaban siendo observadas con mayor escrutinio. Si
quería atrapar a este, debía darse prisa y actuar antes de que el chismorreo de
Londres espantara a la presa. Ben se relamió con satisfacción. La cacería había
comenzado.
***
–¡Aprieta más esas cintas, Liza! –ordenó Margaret mientras iba y venía,
tropezando con el escritorio de Angelica en medio de su nerviosismo. –Y date
prisa. Su Excelencia debe estar a punto de llegar.
La víctima del apretado corsé hubiera suspirado si le quedara algo de aire en
los pulmones. Cada vez que Angelica intentaba olvidar la pesadilla vivida en el
baile de los Cavendish, su madre insistía en recordárselo con vívida claridad
mencionando al Duque de Burnrath, cosa que había hecho al menos un centenar
de veces hoy.
Para hacer las cosas aún peores, Margaret remataba cada oración con: –… y tú
serás la Duquesa de Burnrath. Oh, cariño, ¡apenas puedo creer que haya ocurrido
un milagro así!
Angelica no sabía qué la enfurecía más, si el hecho de haber estado tan cerca
de su objetivo y que se lo hubieran arrebatado tan rápidamente, o el hecho de
que Su Excelencia esperaba que se derritiera a sus pies en eterna gratitud, cuando
lo que él quería en verdad era salvar su propia reputación. La estaba utilizando.
Tenía que encontrar una forma de salirse de esta. Ahora que su reputación
había sido salvada desde que el duque le había propuesto matrimonio y había
dicho a todo el mundo que ella no había estado en su casa por voluntad propia,
seguramente no había necesidad de seguir con esta ridícula farsa, ¿verdad? Se le
hizo un nudo en el estómago de la preocupación.
Entre las órdenes estridentes de su madre que revoloteaba de una habitación
a otra y las desesperadas carreras de los sirvientes en un esfuerzo de tener la casa
lista para la llegada del duque, Angelica se las había arreglado para escamotear un
par de minutos de tranquilidad para idear un plan inestable. Irónicamente, había
sido su madre sin darse cuenta quien había inspirado la piedra angular de su
artimaña.
Durante el desayuno había notado con macabra diversión que su madre
apenas había dormido. La capa de polvos bajo sus párpados era tan gruesa que
parecía a punto de caérsele en la taza de chocolate.
–Cuando el Duque de Burnrath te visite, debes mostrarle tu habilidad con el
pianoforte. Los hombres se quedan encantados cuando una dama tiene talento
musical. Pero –y entrecerró los ojos en señal de advertencia. –No puedes tocar
esas escandalosas canciones que has escrito, ¡y no te atrevas a cantar bajo
ninguna circunstancia! Te lo he dicho una y otra vez, querida, que el Señor no te
favoreció con una voz agradable, por mucho que desees que hubiera sido así –
Margaret dejó la taza en el plato con un pequeño ruido y se preparó para el
sermón. –Ah, y no hables de esas novelas góticas y sus estrafalarias ideas que te
encantan, y…
Me pregunto qué haría él si me pusiera a cantar. Angelica aplastó el bizcocho
en su plato con perversa satisfacción. De hecho, ¿qué haría él si yo hago todo lo
que mamá me ha dicho que no haga? Ahí estaba el plan. Por una vez hizo el
esfuerzo de escuchar los consejos de su madre, especialmente los consejos sobre
lo que no debía hacer. Ahí estaba su vía de escape de este aprieto. Haría todo lo
que una “correcta señorita” no haría nunca. En resumen, pensó con una sonrisa,
sería ella misma.
El Duque de Burnrath no querría casarse con ella si la conociera de verdad.
Había dicho que el “el amor no era un ingrediente necesario para un matrimonio
exitoso”. Angelica estaba consciente de esa deprimente verdad, pero creía que la
razón del supuesto éxito de los matrimonios en la aristocracia, además del miedo
al escándalo que conllevaba un divorcio, era que ambas partes eran completos
extraños para el otro. ¡Seguramente nadie sería capaz de casarse con alguien si
conociera todos sus defectos antes de las nupcias!
Un atisbo de esperanza le hizo apurar el paso hasta su habitación. Si el llegar a
conocer todos sus defectos no hacía desistir al duque, se escaparía y trataría de
ganarse la vida con su escritura.
Angelica logró sonreír genuinamente mientras Liza le deslizaba por la cabeza
un elegante vestido brocado de un verde esmeralda. Esta noche desafiaría una de
las principales órdenes de su madre: No le hagas demasiadas preguntas a un
hombre, ya que implicaría que dudas de su reputación.
Eso era exactamente lo que iba a hacer, además de darle un nuevo giro a este
catecismo. Le iba a preguntar sobre qué se sentía ser un vampiro. No había
determinado aún si lo que él era aplicaba para ser cuestionado como su
reputación, pero estaba segura de que a Su Excelencia no le haría gracia el que
husmeara en su secreto. Le daré una muestra de lo que debe esperar si se casa
conmigo. Y si eso falla, al menos sus respuestas me darán buen material para una
novela.
Cuando el mayordomo anunció que Su Excelencia, el Duque de Burnrath,
había llegado, Angelica no pudo evitar que se le acelerara el pulso al verlo. Se
erguía por encima de Morrison y mientras le extendía su capa y su sombrero, lucía
completamente como la elegante y peligrosa criatura que ella sabía que era. De
pronto se sintió agradecida de solo “gustarle” al duque, porque supo
instintivamente que si él tuviera sentimientos más profundos por ella, no dejaría
que nada le disuadiera de conseguir lo que quería. Una extraña y cálida sensación
le recorrió el bajo vientre ante esa idea.
–Buenas noches, Ángel –el vampiro le hizo una profunda reverencia y le tomó
la mano. Sus relucientes ojos plateados la miraron fijamente mientras presionaba
sus fríos y firmes labios contra su piel produciéndole escalofríos.
Angelica notó un leve rubor en sus mejillas. ¿Se habría alimentado de alguien
hacía poco? Se estremeció y se llevó la mano inconscientemente al lado del cuello
donde los colmillos habían penetrado su carne.
–Oh, Su Excelencia, pase, por favor –Margaret se alzó las faldas en una
reverencia ridículamente elaborada. –Espero que haya disfrutado la vuelta por la
manzana. ¿Le gustaría hacer un recorrido por nuestra casa?
Afortunadamente, el padre de Angelica entró al salón y la interrumpió. Saludó
a Ian con jovial pero comedida cortesía. –Es maravilloso volver a verlo, Su
Excelencia. Me he tomado la libertad de mandar a servir la cena antes de que
comencemos a preparar el contrato, si a usted le parece bien.
Cuando comenzaron a cenar, Angelica tuvo que contener las ganas de
meterse bajo la mesa mientras su madre se deshacía en esfuerzos por agradar al
duque. Angelica y Burnrath se miraban el uno al otro con idénticas expresiones de
gracioso bochorno. Angelica no pudo reprimir una sonrisa al recordarlo riendo con
ella en el sofá cuando le había contado sobre sus historias de fantasmas. Apartó el
recuerdo con resolución. No servía de nada el tener sentimientos hacia este
hombre. Vampiro o no, seguía siendo un hombre y representaba el fin de su
libertad.
Entonces decidió comenzar la primera fase de su plan. Mamá dice que una
dama debe comer con tanta delicadeza como la del gorjeo de un pájaro. Angelica
devoró la escasa cantidad de comida que había en su plato, mirándolo en
silencioso desafío, esperando a que pusiera alguna objeción.
–En verdad admiro a una mujer con un apetito saludable –dijo el duque con
una sonrisa burlona, como si estuviera al tanto de su estrategia.
Angelica se ruborizó y bajó la vista, dándose cuenta en ese momento que él
apenas había tocado la comida. ¿Los vampiros comen comida, o solo se alimentan
de sangre? Recordó la sensación de su boca hundida en su cuello y se estremeció
al caer en la cuenta que no había sido desagradable en lo absoluto.
–¿Es de su agrado la comida, Su Excelencia? –preguntó Margaret dándole
vueltas nerviosamente a la servilleta.
El duque tomó un bocado del estofado de ternera y lo masticó. –Está
delicioso, Lady Margaret. Desgraciadamente, cené temprano –Angelica dejó caer
la cuchara y él la miró con severidad. –Y no soportaría otro bocado si no fuera
porque esto está en verdad exquisito.
Margaret se quedó encantada y Angelica rebuscó en su mente alguna otra
orden que le hubiera dado su madre. Una dama no le hace demasiadas preguntas
a un hombre.
–¿Cuáles son sus intereses, Su Excelencia? –le preguntó, asombrada al darse
cuenta de que sentía genuina curiosidad por conocerlos.
Burnrath sonrió y le provocó otro estremecimiento. –Disfruto jugar a las
cartas, leer, asistir a la ópera y jugar con las inversiones en el mercado. ¿Qué
prefiere hacer usted, señorita Winthrop?
Margaret palideció ante la descarada admisión del duque de estar involucrado
en el comercio, pero a su marido le brillaron los ojos con renovado interés, como
si Su Excelencia hubiera adquirido un nuevo valor ante él como yerno en potencia.
Angelica tenía que superar eso.
–Yo disfruto leer, escribir historias góticas, y… –luchó por encontrar las
palabras adecuadas. –¡Y apoyar la liberación de la mujer!
Supo que había marcado un punto cuando su madre ahogó un grito.
–Ya veo –dijo Burnrath con los labios temblándole de risa. –¿Y cómo
contribuyes a la causa?
Angelica lo fulminó con una mirada glacial. ¿Cómo se atrevía a encontrarlo
gracioso? –Bueno, compro toda la literatura que puedo sobre el tema, y
represento a las heroínas de mis historias como pensadoras fuertes e
independientes que no tienen necesidad de un hombre. Y las canciones que
escribo envuelven sentimientos sinceros y no anhelos insípidos.
–¿También escribes canciones? –el duque enarcó una ceja pero su sonrisa se
hizo más amplia. –Estoy encantado al ver que tendré una novia muy talentosa. Me
encantaría escuchar sus composiciones en algún momento.
–Estoy segura de que no quiere oírlas –dijo Margaret fríamente y le echó una
mirada de advertencia a su hija. –Me temo que la forma de cantar de mi hija es…
poco convencional.
Angelica se hinchó triunfante y decidió ir más lejos. –¿Cuáles son las ganancias
promedio de sus inversiones en el Cambio, Su Excelencia? –esta vez escuchó un
murmullo de protesta por parte de su padre. Seguramente estaba pisando terreno
peligroso. Una dama nunca debía hablar sobre asuntos de comercio.
Para su decepción, el duque no pareció disgustado en lo absoluto por la
rudeza de su pregunta. –Calculo que he hecho entre 10 y 10 mil libras. ¿Y cuánto
ha ganado usted con su escritura?
–Dieciocho libras, hasta el momento –respondió luchando para no dejar
traslucir un tono defensivo. –Por supuesto, eso ha sido solo por historias cortas.
Las ganancias por una novela serán mucho más altas.
–Cuando seas la Duquesa de Burnrath, seguramente harás mucho más –dijo
su padre en un evidente intento de aplacarla.
Angelica se volvió hacia su padre, respirando agitada y superficialmente. ¡Se
supone que él esté de mi lado! –Pienso que mi trabajo ha de destacarse por mérito
propio, y que su acogida no debe cambiar debido a mi nombre –sus ojos se
volvieron rápidamente hacia Burnrath. –Y tampoco veo por qué tengo que
cambiar mi apellido.
El duque sonrió. –Eso es lo que hace una señorita cuando se casa.
Angelica apretó los puños con rabia. –Sí, ¿pero por qué? ¿Por qué una mujer
tiene que renunciar a su apellido? ¿Por qué no te cambias tú el apellido?
Margaret palideció de la vergüenza. Su padre parecía atormentado por la
confusión mientras luchaba por formular una respuesta.
Sin embargo, el duque no se dejó intimidar por su arranque radical. –Porque
esa es la forma en la que siempre se han hecho las cosas, Ángel.
Su padre asintió aliviado. –Sí, exactamente así, Su Excelencia.
Angelica se negó a morder la carnada y siguió mirando con reprobación al
objetivo de su ira. –No creo que una tradición longeva sea una razón legítima para
desechar mi identidad. Después de todo, creímos durante siglos que la tierra era
plana, pero ahora hemos entrado por fin en razón.
Sus padres ahogaron un grito en mutuo shock, pero antes de que pudiera
esbozar una sonrisa triunfante, el bribón que tenía delante alzó su copa hacia ella
en un brindis.
–Aplaudo la solidez de su lógica, señorita Winthrop –dijo Burnrath con otra de
sus exasperantes sonrisas de complicidad. –No obstante, no creo que las leyes de
Inglaterra se plieguen a ella. Después de todo, avanzan horriblemente lento. Pero
que eso no la detenga en su persecución de una reforma. Quién sabe, quizás algún
día se permita a las mujeres sentarse en el Parlamento.
–¿Se está burlando de mí, Su Excelencia? –preguntó Angelica con voz grave.
–En lo absoluto –replicó él alegremente. –Estoy disfrutando muchísimo.
Angelica reprimió un gruñido de frustración. Su único consuelo es que sus
padres parecían estar escandalizados e intercambiaban miradas de impotencia
mientras ella y el duque se batían en un duelo verbal preguntando cosas que eran
inapropiadas a la hora de cenar.
La discusión fue cortada de raíz cuando concluyó la cena. Su padre se aclaró la
garganta. –¿Pasamos a mi estudio para empezar a preparar el contrato, Su
Excelencia?
Angelica sintió una oleada de decepción. Para su sorpresa descubrió que
había estado pasando un buen rato. Entonces recordó a su madre alardeando de
que el duque quería un compromiso corto. Sintió como si se estuviera ahogando, y
estaba segura de que el corsé no era la única causa de ello. Tenía que regatear por
más tiempo.
–¡Papá, espera! –gritó. –¿Antes puedo llevar a Su Excelencia a dar un paseo
por el jardín? A mí también me vendría bien un poco de aire fresco –sonrió y trató
de hacer ojitos como hacían las otras debutantes cuando intentaban engatusar a
sus padres para que les aumentaran la mensualidad.
Jacob la miró extrañado, hasta que se le alumbró la mente al fijar la vista en la
pareja. Angelica podía ver lo que estaba pensando. “Por supuesto que querrán un
tiempo a solas.” ¡Maldita sea, estoy haciendo esto mal!
–Estoy seguro de que será totalmente apropiado. Vayan y disfruten –dijo
Jacob con un gesto indulgente de la mano y ruborizándose mientras Margaret le
sonreía radiante. Angelica no podía recordar la última vez que su madre le había
sonreído a su padre de aquella manera.
Puso la mano sobre la manga de Ian y percibió cómo éste tensaba los
músculos del brazo de la misma manera en que lo hacían sus otros pretendientes
mientras intentaban impresionarla. Mordiéndose el labio, se preguntó cuánto
había de hombre en él y cuánto de vampiro.
El jardín brillaba de forma encantadora a la luz de la luna. Angelica aspiró el
perfume de las lilas que empezaban a florecer y levantó el rostro hacia el airecillo
frío de la noche. Mientras el duque caminaba en silencio a su lado, no pudo evitar
el darse cuenta de que el escenario nocturno le venía como anillo al dedo.
–La luz de la luna te sienta bien, Ángel –dijo el duque con una voz profunda
que resonó suavemente en sus oídos.
Angelica se puso tensa ante la cálida sensación que le producía el trato
familiar, le soltó la manga y se echó hacia atrás. –Excelencia, ¿sería posible que
cancelaras este compromiso? –y se apuró a explicarse antes de que él pudiera
responder. –Quiero decir, ahora que todo el mundo sabe que estás dispuesto a
casarte, seguro que es suficiente para salvar tu reputación. No tenemos que pasar
realmente por todo esto, ¿verdad?
–Ay, te equivocas –su tono era frío y calmado. –Nunca se creerán que soy un
hombre normal si no llegamos hasta el final con esto. Si rompemos el
compromiso, la reputación de ambos quedará mucho peor de lo que estaba antes
–caminó hacia ella y solo se detuvo cuando sus cuerpos estaban a punto de
tocarse.
Angelica no pudo evitar que trasluciera el miedo en su voz ante tanta
proximidad. –Pero…
Ian le tomó la barbilla entre las manos, haciéndola temblar al contacto con su
piel. –Como te prometí antes, no tienes que tener miedo de mí. No te haré daño.
Si te das la oportunidad de conocerme mejor, te darás cuenta de que voy a ser un
esposo espléndido.
En realidad ella no le tenía miedo, pero se aferraba a la excusa como si fuera
su tabla de salvación. Se echó hacia atrás una vez más para defender su posición. –
¿Podrías al menos darme un margen de tiempo para acostumbrarme a la idea y
conocerte mejor antes de casarnos?
Él suspiró y asintió a regañadientes. –Dentro de lo razonable.
–¿Un año? –preguntó con la voz más dulce que pudo poner.
Ian frunció el ceño y sus ojos plateados destellaron. –Un mes.
–¿Seis meses? –intentó tratando de mantener el tono meloso y suplicante de
su voz.
–Un mes –repitió Ian cruzando los brazos sobre el pecho y frunciendo aún
más el ceño.
–¿Cuatro meses? –imploró Angelica, asqueada del tono de súplica que había
en su voz. Pero necesitaba tiempo para diseñar un plan y poder salirse de este lío.
–Un mes –su tono era firme, implacable y autoritario, y había algo intimidante
en la forma en que la miraba, como si supiera que estaba planeando escaparse.
Angelica suspiró, cansada de ceder a su negativa. –Vas a negociar con mi
padre, pero conmigo no. ¡Vaya pretendiente! –contuvo su mal humor y suavizó la
voz. –¿Seis semanas, por favor?
Burnrath asintió. –Muy bien, que sean seis semanas –sonrió
espontáneamente y se le hizo un hoyuelo en la mejilla. –Supongo que aprovecharé
ese tiempo para cortejarte apropiadamente. Ahora, sellemos el trato con un beso.
La agarró de los hombros pero Angelica se echó hacia atrás. La idea de tener
sus labios sobre los de ella le hacía sentir que tenía las piernas de gelatina y el
estómago le daba vueltas de forma alarmante. –C-creo que un apretón de manos
será suficiente.
La sonora carcajada de Ian terminó por abrumarla. –Vamos, vas a ser mi
esposa. Sin beso no hay trato, belleza –y la retó. –No me digas que te da miedo.
Angelica levantó la barbilla. ¡Cómo demonios iba a llamarla cobarde! Se paró
en las puntitas de pie y le dio un beso en la mejilla, y el breve contacto con su piel
le provocó una sacudida que la dejó fascinada. Olía a especias exóticas. –¿T-
tenemos un trato, entonces? –le preguntó, furiosa porque la voz le seguía
temblando.
Los ojos del vampiro brillaron peligrosamente. Con un suave gruñido, la rodeó
entre sus brazos. Angelica ahogó un grito ante la cálida sensación de aquellos
fuertes brazos presionándola contra su cuerpo firme y corpulento. –Eso no era lo
que tenía en mente.
Ian le acarició la espalda con una mano y con la otra la obligó a levantar la
barbilla y encontrar su ardiente mirada plateada. Con suavidad deslizó primero un
dedo por el contorno de su mejilla y luego hundió los dedos en su pelo.
Angelica sintió su cálido aliento en el rostro y le escuchó susurrar. –Esto es un
beso.
Sus labios se posaron sobre los de ella, suaves como una pluma al principio,
pero incrementando la presión a medida que se amoldaban a su boca. Angelica
intentó soltarse empujándolo por el pecho, pero se le encendieron las mejillas al
sentir su cuerpo firme y musculoso apretado contra el suyo y su pelo sedoso
rozándole la oreja. Sus manos cedieron en contra de su voluntad. Una oleada de
sensaciones la invadieron, las piernas le temblaron y sin darse cuenta lo abrazó, y
se aferró a él para no caerse. Un quedo gemido escapó de su garganta y él lo
sofocó con su boca, mezclando su aliento con el de ella.
Angelica sintió la punta de su lengua rozarle la suya, y uno de sus colmillos le
rasguñó el labio. Se echó atrás sobresaltada y el vampiro la soltó, jadeando con
voz ronca. Sus ojos relucían con una luz plateada y pecaminosa.
–Dios mío –dijo. –Lo siento, Ángel, no pretendía llevar las cosas tan lejos.
–Estoy bien –respondió ella aturdida. –Deberíamos volver adentro ahora.
Mientras caminaban de vuelta en silencio, las piernas le temblaban.
El duque se alisó el chaleco antes de abrir la puerta. –Le diré a tu padre que la
boda será en seis semanas. Mañana te llevaré a la ópera. Debes estar lista a las
siete en punto.
Le hizo una reverencia y la dejó parada al pie de las escaleras con las piernas
temblorosas y un cosquilleo en los labios. Margaret entró al salón y se encontró a
Angelica de pie en la oscuridad. Del estudio llegaba el sonido apagado de las
voces.
–¿Estás bien, querida?
Angelica apenas pudo oír la pregunta sobre el golpeteo sordo de su corazón
agitado. –Creo que sí –encontró la mirada de preocupación de su madre y no pudo
evitar dejar salir un poco de su frustración. –Todo está pasando tan rápido.
Margaret sonrió y la envolvió en un abrazo. –Estoy tan orgullosa de ti,
corazón. ¡Mi propia hija una Duquesa! Es un sueño hecho realidad.
Angelica parpadeó asombrada ante la manifestación de cariño y afecto. Era
preferible su comportamiento inusitado a que le hiciera preguntas sobre su
tiempo a solas con el duque, así que forzó una sonrisa y le dijo: –Me va a llevar a la
ópera mañana.
–¡Eso es maravilloso! –exclamó Margaret con una palmada de satisfacción. –
Ahora será mejor que te vayas a la cama. No quiero que tengas ojeras mañana.
Mientras subía las escaleras, tocándose distraídamente los labios hinchados,
se percató de que no le había preguntado al duque sobre los vampiros.
–Maldición –murmuró con amargura mientras le venían a la mente miles de
preguntas. –Bueno, al menos tendré seis semanas para hacerlo.
Y mientras tanto haría todo lo que pudiera para olvidarse de la intensidad de
aquel beso.
Capítulo 11
6
George Cruikshank fue un caricaturista e ilustrador inglés. En su juventud fue
conocido por sus sátiras contra la monarquía y los políticos.
–Tal vez los rumores son ciertos –dijo Lady Crenshaw ignorando a la Duquesa
y dirigiéndose a Lady Pillsbury. –Me pregunto por qué nunca los vemos paseando
por Hyde Park por las mañanas ni asistiendo a ningún otro evento durante el día.
La duquesa resopló exasperada. –Él tiene una horrible enfermedad de la piel
que no le permite exponerse al sol. Él mismo se lo dijo a mi esposo.
–O quizás sí es un vampiro –Lady Crenshaw puso la taza con un golpe y las
miró a todas con fiereza. –He escuchado que incluso la boda será celebrada de
noche.
–El novio no puede aparecer ante la novia con una erupción en la piel –agregó
Lady Pillsbury mientras mordisqueaba un bizcocho. –Pero aun así… una boda
nocturna... ¿dónde se ha visto semejante cosa? Apenas habrá tiempo para el
baile, y… bueno… –y se echó hacia atrás con las mejillas encendidas al darse
cuenta de que había estado a punto de hablar sobre la parte íntima.
–Oh, estoy completamente segura de que ya han tenido tiempo para eso –dijo
Lady Crenshaw mordazmente mientras abría su abanico. –La boda se celebrará en
solo seis semanas. ¡Es escandaloso! Y de todas las chicas que estaban disponibles
para él, tuvo que quedarse con esa bruja rara. Si hubiéramos sabido que iba a
renegar de la tradición y escoger una novia inglesa, ¡vaya, hubiera podido escoger
entre la sangre más noble del país! Después de todo, mi hija…
–¿Pero no estás aliviada de que esté a salvo de las manos de un vampiro? –
preguntó Lady Pillsbury perpleja.
Lady Crenshaw bufó. –¿A costa de perder un título tan elevado? ¿Estás loca? –
meneó la cabeza. –Tú solo tienes un hijo varón, nunca podrías entender lo que
uno tiene que pasar en el intento de conseguirle un buen partido a su hija.
La Duquesa de Wentworth soltó una risita ante la actitud contradictoria de la
mujer motivada por su codicia. Lady Crenshaw no podía ocultar su venenosa
envidia porque su hija había fallado en pillar el título de Duquesa de Burnrath.
***
7
Juego de cartas.
Quizás el miedo que le tenía se iba esfumando poco a poco. Pero sentía que
aún había algo que le estaba ocultando, y no tenía idea de si podría averiguar lo
que pasaba por aquella encantadora cabecita.
–¿Tocarás una canción para mí? –le pidió una vez que él y Jacob se unieron a
ella y a Margaret en la sala de música.
El rostro de Angelica se encendió con una pícara sonrisa. –Por supuesto, Su
Excelencia.
Mientras la chica se acomodaba en el banco frente al piano, Ian notó divertido
que Margaret lucía aterrorizada y trataba discretamente de hacerle señas de
advertencia a su hija. Me pregunto qué trastada estará planeando ahora.
Todos sus pensamientos cesaron cuando Angelica aporreó una inquietante
melodía en el teclado y comenzó a cantar. Tenía que concordar con Margaret que
su voz no era el suave gorjeo ni el susurro etéreo que se podría esperar de una
cantante consagrada. Pero su canto no era desagradable en lo absoluto. Su voz era
sonora, intensa y poderosa como el más exquisito borgoña.
La canción no era la típica e insípida tontería moldeada por los estándares de
la sociedad, sino un himno sobre una mujer apasionada, enfurecida y desesperada
por ser reconocida por su propia identidad. La pieza no se parecía a nada que
hubiera escuchado antes y Angelica recitaba los emocionantes diálogos de la letra
con el dramatismo que se podía encontrar en el Drury Lane 8, no en una modesta
sala de música.
Cuando terminó la canción, Angelica se apartó del instrumento y se le quedó
mirando con esa mirada desafiante que ya había aprendido a amar. Levantó un
poco más la barbilla y le preguntó: –¿Le gustó la canción, Su Excelencia?
Ian le lanzó una mirada divertida a Lady Margaret que estaba buscando
desesperadamente sus sales de oler. Se puso de pie y comenzó a aplaudir
efusivamente. –¡Bravo! Es la actuación más embriagadora que he escuchado en
años.
Angelica entrecerró los negros ojos llena de rabia. Al parecer, esperaba que él
se escandalizara. –¿Le gustaría escuchar otra?
–Por supuesto, señorita Winthrop –replicó con una sonrisa de satisfacción.
8
Drury Lane Theater es el teatro más antiguo de Inglaterra, construido en 1663.
–¿No preferirá escuchar algo de Beethoven, Su Excelencia? –preguntó Jacob
echándole miradas preocupadas al pálido rostro de su esposa.
–Me encantaría tocar algo de Beethoven, papá –respondió Angelica,
ignorando a Ian.
Ian suspiró, esperando escuchar la sonata Claro de Luna o cualquier otra pieza
que hubiera escuchado docenas de veces, pero se quedó petrificado cuando
Angelica comenzó a tocar Appassionata. Su sorpresa no se debía a que la pieza
fuera una de las más emotivas o complejas que hubiera oído, sino porque dudaba
que una chiquilla pudiera tocar las intricadas melodías durante los 25 minutos que
duraba. Solamente pianistas profesionales se atrevían a tocar esta pieza. Quizás lo
que se proponía era equivocarse a propósito en el intento de decepcionarlo.
Angelica tocó la sonata perfectamente, y con tanta elegancia que el duque no
pudo reprimir una carcajada de admiración. A Margaret y Jacob casi se le salieron
los ojos de las órbitas. Por la expresión de sus caras, Ian asumió que nunca la
habían escuchado tocar esa pieza. Al parecer se iba a casar con una mujer
increíblemente talentosa.
***
***
***
***
***
–¡Dios mío! ¡Casi me atrapa! –dijo John jadeando, cerró la puerta de un golpe
y corrió escaleras abajo.
A Rosetta se le aceleró el corazón del susto. –¿Qué pasó, John? –se acercó a él
apresuradamente y comenzó a pasarle las manos por el cuerpo en busca de
alguna herida.
–Iba caminando por la plaza y un vampiro me vio –John se detuvo para tomar
aliento y Rosetta se quedó esperando con ansiedad. –Sabía mi nombre, y se le veía
en los ojos que me perseguía para matarme. El desgraciado me agarró y pensé que
ese era el final, pero entonces se oyó el grito de una mujer y me soltó para
regresar a donde estaba ella –agarró una botella de vino y comenzó a servirse una
copa con manos temblorosas.
Rosetta sintió que se le helaba el corazón de miedo por su amado. –¿Cómo
era él? –si el vampiro que había perseguido a John era uno de los informantes del
duque, podía vérselas con él, pero si era el duque en persona, el peligro se había
multiplicado por diez.
Polidori se paseó por la habitación como un gato nervioso, derramando vino
sobre los bordes de la copa. –Era alto, estaba bien vestido y tenía unos ojos
plateados muy inquietantes. Hubiera jurado que brillaban.
–¡Oh, Dios! –gritó Rosetta y tomó a John entre sus brazos. –Entonces era el
Duque de Burnrath, el Lord Vampiro de Londres. ¿Te siguió?
John sacudió la cabeza. –No, estoy seguro que no. Estaba muy preocupado
por la mujer que había gritado.
–¿Qué mujer? –preguntó Rosetta. Había escuchado que Su Excelencia iba a
casarse con una mortal, pero no había creído los rumores hasta que vio el anuncio
en el Times. Pero seguramente no traería a su prometida a esta parte de la ciudad.
–No sé quién era. No la vi, pero Dios, sí que gritó alto –John se estremeció con
los ojos llenos de compasión. –Creo que la estaban atacando. Pero estoy seguro
de que no me siguió –repitió.
Rosetta se quedó poco convencida. –No quiero que vuelvas a salir de aquí
después del anochecer a menos que yo esté contigo. No es seguro.
–Pero, Rosetta, si te ve conmigo de seguro te matará por traicionarlo –dijo
John fijando su oscura mirada en la de ella con implacable voluntad.
Él tenía razón. Se pasó la mano por el pelo con nerviosismo. Odiaba el hecho
de que, en momentos como este, se sentía tan impotente como una mortal. Se le
humedecieron los ojos. –No importa, mientras estés a salvo tú, mi amor. No
podría soportar que te pasara algo. Y pareces olvidar que, para empezar, todo esto
es por culpa mía. Aun así, pelearé por ti si tengo que hacerlo.
Comenzó a temblar entre sus brazos y John secó las lágrimas de sus mejillas a
besos. –Oh, Rosetta, mi vengadora.
Rosetta comenzó a rozarle el cuello con los labios mientras le desabrochaba la
camisa, ansiosa de hacer el amor con él una vez más ya que cada una podría ser la
última.
Todas sus preocupaciones se esfumaron cuando sus cuerpos se fundieron en
uno solo. Ambos ansiaban que el abrazo pudiera durar eternamente.
–Te amo, Rosetta –susurró John mientras ella le hundía los colmillos en el
cuello.
De pronto hubo un toque enérgico en la puerta. El miedo la atravesó lo mismo
que los mortales rayos del sol. Rápidamente, Rosetta se levantó de la cama y se
echó por encima un ropón de dormir. Cerró las cortinas de la cama, le suplicó a
John con la mirada que guardara silencio y subió corriendo los escalones de piedra
mientras luchaba por arreglarse.
Sus miedos se confirmaron cuando abrió la puerta y vio al Lord de Londres
mirándola con una expresión avergonzada ante su apariencia desaliñada. Rosetta
decidió usar su incomodidad como una ventaja a su favor.
–Rosetta, siento terriblemente interrumpirte –dijo Ian con una tos incómoda.
–¿Qué pasa, mi Lord? –preguntó ella poniéndole a su voz la mezcla exacta de
humillación e impaciencia.
–John Polidori fue visto cerca de esta zona. Me gustaría que salieras a
buscarlo cuando acabes con tu… em… asunto. Hay otras cosas que requieren de
mi atención en este momento y apreciaría mucho tu ayuda –hizo una pausa y su
expresión se volvió más grave. –Y, por favor, mantén los ojos y los oídos alerta por
si aparece alguna señal de Blanche. Te acuerdas de ella, ¿verdad? Es bajita y tiene
el pelo largo y rubio claro. Vive cerca de Piccadilly. Aún no la he encontrado y
estoy comenzando a pensar lo peor.
Un sentimiento de culpabilidad la inundó a raíz del alivio que le causaba la
desaparición de otro vampiro, ya que creaba una distracción conveniente para
ella. Se inclinó ante él dócilmente y respondió. –Por supuesto, mi Lord –y se dio la
vuelta para meterse dentro.
–Rosetta, dime algo –la voz del duque resonó como un eco a sus espaldas.
Rosetta se puso tensa. –No es con Thomas con quien te estás entreteniendo, ¿no?
–su voz tenía un deje divertido.
–No, mi Lord –respondió con toda honestidad y reprimió una risita. ¡Cómo si
fuera a poner en peligro su posición por involucrarse con el enemigo!
Ian se rió. –Muy bien, te dejo con tus secretos. Asegúrate de informarme si
encuentras algo –se dio la vuelta para marcharse y el corazón de Rosetta comenzó
a calmarse. Entonces se volvió de nuevo. –Tal vez Polidori tiene algo que ver con la
desaparición de Blanche.
–¡Oh, no, mi Lord! –replicó Rosetta con excesiva rapidez. –Eso es… Blanche
siempre me pareció del tipo infeliz y silencioso. Quizás ella decidió terminar con su
existencia. Sé que es algo terrible de pensar, pero estoy segura de que es una
explicación mucho más razonable que cualquiera otra.
El duque asintió. –Tal vez tengas razón, aunque esa idea me causa dolor –sacó
el reloj del bolsillo y frunció el ceño. –Debo irme ya. Gracias por tu vigilancia.
Rosetta le hizo una mansa reverencia. –Sí, mi Lord.
Cuando se fue, Rosetta se desplomó contra el marco de la puerta. Algo debía
hacerse con Su Excelencia. Tal como iban las cosas, era seguro que iba a descubrir
su engaño cualquier noche de estas. Desafortunadamente, la única forma de
deshacerse de él era entregar a Polidori, o matarlo. Pensó en huir de Londres,
incluso de Inglaterra, pero enseguida desechó la idea. Burnrath simplemente
informaría al Consejo y ellos pondrían una orden de búsqueda por todo el mundo.
–Era él, ¿verdad? –murmuró John en voz alta desde la habitación.
–Sí, pero ya se fue. No creo que sospeche que estás aquí –una vez más
Rosetta se sintió invadida por la vergüenza de haberle mentido a su maestro.
Se sirvió un vaso de vino y le dio un sorbo pensativamente. Su traición estaba
tejiendo una trampa cada vez más apretada, una que la atraparía entre sus fauces
en cualquier momento.
Rosetta no era lo suficientemente poderosa como para matar al Lord de
Londres, e incluso si lo fuera, no sabía si sería capaz de perpetrar un crimen tan
terrible. Pero era capaz de hacer cualquier cosa por John. Su mente se aceleró
mientras tomaba ideas en consideración y luego las descartaba. Tenía que hacer
algo, ¿pero qué?
Capítulo 16
Las últimas tres semanas del compromiso volaron más rápido que el ruiseñor
de Keats10. La madre de Angelica estaba en las nubes con el regocijo de preparar
las invitaciones de boda. Chachareaba sin cesar con Angelica mientras estudiaba
minuciosamente la lista de invitados con los anteojos de leer enganchados en la
nariz. Había tenido éxito en su campaña para casar a su hija y su alegría brillaba
ante el mundo.
Angelica estaba entre divertida y aliviada de que todo el fastidio se hubiera
aplacado un poco. Pero ahora que su madre había cumplido su objetivo y ella se
mudaría con el Duque, ¿qué haría Margaret con el resto de su vida? Este
pensamiento le provocaba a Angelica un tremendo desasosiego.
–Oh, Dios, casi olvido a los Wheatons –dijo su madre interrumpiendo sus
cavilaciones. –Están emparentados con el Primer Ministro y no podemos
arriesgarnos a ofenderlos. Margaret sacó una tarjeta de invitación negra con el
membrete en relieve de plata; los colores de los Burnrath, la abrió y mojó su
pluma en tinta plateada.
Angelica contempló a su madre, felizmente enfrascada en su trabajo y una
aterradora sospecha se apoderó de ella. –Madre, ¿qué planeas hacer cuando me
vaya?
–¿Qué quieres decir, querida? –preguntó Margaret. –No te vas tan lejos. Te
visitaré a menudo. Después de todo, todavía vas a necesitar mi ayuda para
planificar los bailes y otras actividades por el estilo. Y habrá que pensar también
en los nietos, por supuesto. ¡Vaya, si será como si nunca te hubieras ido!
–Ya veo –dijo Angelica llenándose de horror. ¿Cómo se las iba a arreglar para
escribir nada con su madre molestándola constantemente? Y ni hablar del sermón
que vendría cuando fallara en quedar embarazada.
10
John Keats fue un poeta británico del Romanticismo. Hace referencia a su obra
Oda a un ruiseñor.
Margaret enarcó una ceja. –Veo que la idea no te encanta precisamente –dijo
con sequedad. Entonces suavizó la voz. –Sé que nosotras nunca hemos coincidido,
pero tienes que saber que te quiero. Después de todo, eres mi única hija y me
temo que me rompería el corazón que nos distanciáramos después de tu boda.
Espero que, de corazón, puedas permitirme seguir siendo una parte de tu vida y
quizás ofrecerte mi ayuda y mis consejos cuando los necesites. Prometo intentar
no presionarte demasiado.
Angelica parpadeó confusa ante el discurso apasionado; e inesperado, de su
madre. Estaba comenzando a reconocer que todos sus desacuerdos no eran
completamente culpa de Margaret. Cuando su madre decía “negro”, decir
“blanco” era casi un acto reflejo para ella. Un impulso infantil, se dio cuenta con
desagrado, y ahora ya era tiempo de que madurara. Después de todo, muy pronto
iba a ser una duquesa. Sabía que nunca iban a estar de acuerdo en muchas cosas,
pero lo menos que podía hacer, era esforzarse por ser transigente.
–Por supuesto, mamá –murmuró Angelica. –Me gustaría mucho que me
visitaras. Y… –añadió mirándose el regazo. –Lamento no haber sido una hija más
normal para ti.
Margaret sonrió y le abrió los brazos. Ella corrió a abrazarla, con el corazón
liviano por la reconciliación. Estaba segura de que seguirían discutiendo, pero al
menos se habían vuelto más unidas.
–Ahora –dijo su madre mientras se limpiaba una lágrima. –Debo volver al
trabajo, de otro modo no habrá ningún invitado en la boda –volvió a tomar la
pluma y le echó una mirada a su hija. –Casi olvido preguntarte, ¿hay alguien en
particular que quieras invitar?
–Yo no tengo amigos –dijo mirando al suelo. Nunca había tenido nada en
común con ninguna chica de su edad. Prefería los gatos antes que los caballos y los
libros antes que la moda. Por culpa del distanciamiento entre su madre y el Conde
de Pendlebur, se pasaban casi todos los veranos en la ciudad en vez de pasarlos en
el campo con el resto de la aristocracia, lo que contribuía aún más a su
aislamiento.
Su madre suspiró. –Bueno, quizás podemos invitar a las hijas de algunos de
mis conocidos.
Angelica frunció el ceño ante la idea de que un grupo de chicas insípidas que
apenas conocía asistieran a un evento tan importante de su vida. Se le ocurrió una
idea que la hizo sonreír. –Creo que sería una maravillosa idea invitar a algunas de
las sobrinas de papá. No he visto a mis primas Winthrop desde que era una niña –
intentó que la voz no le saliera acusadora. Su madre siempre había limitado el
contacto con la familia de su padre ya que pensaba que estaba por encima de
ellos.
–Pero cariño, son del montón –dijo Margaret sin ocultar el tono despectivo en
su voz.
–Son familia –insistió Angelica. –Además, quizás pudieran conocer caballeros
disponibles en la fiesta. Y esta es mi boda.
–Muy bien –su madre puso a un lado los anteojos. –Quizás transmita el
mensaje de que no conviene ofender a la Duquesa de Burnrath. Pero al menos
invita a una dama de la Sociedad. Escuché que el duque invitó al Duque de
Wentworth. Invitar a su esposa sería una sabia decisión.
–Es una idea brillante, madre –dijo Angelica y lo decía en serio. No había
olvidado la amabilidad que les habían mostrado los Wentworths aquella fatídica
noche en el baile de los Cavendish.
***
***
***
Ian se sintió atacado en el mismo instante en que entró a su casa. Bajó la vista
hasta la pequeña bola de pelos que estaba decidida a desgarrar la pierna izquierda
de su pantalón y alzó las cejas con asombro. Por lo general los gatos huían de él,
reconociendo instintivamente que era peligroso. Este gatito, o era completamente
intrépido, o no había sido instruido por su madre.
–Mis disculpas, Su Excelencia –dijo Burke. –La criaturita estaba dando la lata
mientras le tomaban las medidas a la duquesa y hubo que sacarlo de la habitación.
–Está bien –dijo Ian extendiéndole su capa y su sombrero al mayordomo. –
¿Por cierto, dónde está ella?
El mayordomo se inclinó. –En el salón azul, Su Excelencia.
Ian asintió y recogió al gatito. Acarició al animalito detrás de las orejas y
sonrió al ver que empezaba a ronronear inmediatamente. –Vamos, bribón.
Vayamos a ver a tu dueña.
Parecía que un arcoíris había explotado dentro de la habitación. Miles de
sedas, batistas, muselinas y terciopelos en todos los colores imaginables estaban
colocadas en cualquier pedazo de espacio disponible, mientras un ejército de
costureras zumbaba alrededor de su esposa como laboriosas abejas sosteniendo
diferentes telas ante ella para que les diera su aprobación. Su menuda esposa
estaba de pie majestuosamente sobre una plataforma, aprobando y desechando
sus ofertas alternativamente como una reina.
Solo tuvo un momento para disfrutar la encantadora escena antes de que
Madame DuPuis lo viera y le hiciera una profunda reverencia. –Su Excelencia.
La habitación se llenó de grititos de mujeres cuando lo vieron y se inclinaron
ante él con los ojos desorbitados. –Su Excelencia –dijeron a coro.
–Tu “regalo de bodas” es un fiero cazador –le dijo sonriendo a su esposa,
deseando más que nada que pudieran quedarse solos. –Me atacó en el instante
que entré a la casa.
Angelica sonrió mostrando un hoyuelo en la mejilla y reprendió a su nueva
mascota. –¡Loki, gato malo!
Ian se rió por el nombre ocurrente. Había esperado algo simple como
“Negrito” o “Cremita”. Rascó al gatito detrás de las orejas. –Loki, el dios timador
de los escandinavos. Te ruego me digas cuál fue la inspiración para ese nombre.
Angelica comenzó a reírse. –Le gusta fingir que está dormido antes de
engancharse a las faldas de las costureras.
–Muy listo. Aun así, dudo que resuelva el problema de los roedores. Hay
muchas ratas que son de su tamaño o más grandes –Ian intentó concentrarse en la
conversación, pero la imagen de Angelica en ropa interior lo distraía.
–Ya crecerá –los ojos le brillaron con adoración mientras miraba al gatito. –
¿No es la cosita más hermosa que has visto en tu vida?
Ian miró al minino acurrucado en su brazo que se había quedado dormido con
rapidez o lo estaba fingiendo admirablemente. –No tan hermosa como tú, aunque
debo admitir que es un pequeñuelo interesante.
Pero no tan interesante como tú, pensó mientras miraba a su esposa. Su vida
había sido anodina y sombría antes de que ella llegara trayendo risas y luz. No
sabía cómo podría seguir viviendo sin ella.
Las costureras terminaron su labor y se marcharon, y Angelica le contó las
aventuras del día, los planes de decoración para la casa y los preparativos para su
primer baile. Estaba tan ansiosa de mostrarle su “habitación de escritura” que
saltó de la plataforma y salió corriendo de la habitación sin nada más encima que
los calzones y la camisa. Ian tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para
mantener una expresión digna frente a los sirvientes escandalizados mientras la
seguía escaleras arriba admirando su trasero respingado.
–¿No es magnífico? –gritó deslizando las manos por la superficie de cerezo del
escritorio con abierto regocijo.
–Pienso que tú eres magnífica, Angelica –su felicidad le traía calor a su
corazón que había estado helado por mucho tiempo.
–¡Y mira esto! –se inclinó y abrió las portezuelas para enseñarle los cajones
ocultos. Ian sintió que se le endurecía la entrepierna de solo mirarla. –¿No es
inteligente? Podré almacenar más proyectos de los que puedo escribir a la vez.
Ian no pudo aguantar cuando Angelica apuntó su trasero en forma de corazón
hacia él. Con un sordo gruñido la agarró por detrás, tomó sus senos en las palmas
de su mano y se apretó contra ella.
–Un hombre puede resistir la tentación hasta un límite –susurró y comenzó a
mordisquearle el cuello, complacido al escucharla gemir suavemente de deseo. –Si
no quieres que te asalte, debes ponerte más ropa la próxima vez.
–¿Y si quiero que me asaltes? –murmuró ella jadeando.
Él le dio vuelta hasta tenerla de frente. Tenía los labios deliciosamente
carnosos y húmedos, y las pupilas dilatadas por la excitación. –Lo que diga la
duquesa –se apoderó de sus labios, deleitándose con su dulce sabor. Entonces se
echó hacia atrás con desgana y le echó el cerrojo a la puerta.
Angelica ahogó un grito y se sonrojó mientras él le quitaba la camisa. –¿Aquí?
Él asintió y tomó uno de sus pezones entre los labios. –Sí, aquí. No puedo
aguantar más.
Comenzó a explorar su cuerpo exquisito con sus manos y su boca,
hambriento. Esta mujer era embriagadora, se le metía en la sangre. Y el hecho de
que solo pudiera disfrutarla por un corto período de tiempo en comparación con
su larga vida, le había hecho tomar la determinación de aprovechar cada
momento con ella.
Angelica se sonrojó más aún cuando él le deslizó las bragas de encaje por las
caderas y las piernas esbeltas, la subió al escritorio y se arrodilló entre sus muslos
abiertos.
–¿Qué estás haciendo? –dijo jadeando con un estremecimiento.
–Voy a probar tu sabor –susurró Ian mientras besaba suavemente sus labios
íntimos.
Con el primer movimiento de su lengua, Angelica gritó y casi se cayó del
escritorio con una sacudida. Ian tuvo que inmovilizar sus caderas contra la mesa
mientras exploraba lánguidamente sus secretos con la lengua. El cuarto se
impregnó enseguida de la embriagadora esencia almizclada de su excitación. Su
sabor era un exquisito bouquet, ambrosía digna del mismísimo Eros.
Ian gruñó de satisfacción mientras la veía gemir y retorcerse entre sus manos.
Levantó la vista hasta su esposa y la vio con la espalda arqueada, sus senos
turgentes y divinos apuntando hacia arriba y los músculos de su abdomen firme
marcados con cada uno de sus movimientos. Era como una exquisita diosa de la
lujuria, y cuando llegó al clímax en su boca, Ian supo que se había acercado al
paraíso.
Estaba tan desesperado por poseerla que no tuvo tiempo de quitarse la ropa.
Se desabrochó los pantalones y la penetró gimiendo de placer mientras sentía su
interior sedoso apretarse alrededor de su virilidad. Angelica lo rodeó con las
piernas y los brazos, balanceando las caderas al ritmo de sus embestidas. Esto es
el paraíso mismo, pensó Ian un segundo antes de llegar al clímax y explotar dentro
de ella.
–Eso fue magnífico –dijo Angelica jadeando.
Mientras se vestía, Ian la miró invadido por la ternura. Su pasión y su infinita
curiosidad por las cosas de la vida lo habían despertado. Antes de que Angelica
entrara en su vida, solo había estado vivo a medias. Cautelosamente, se amonestó
a sí mismo. Si no se andaba con cuidado, podría enamorarse de ella.
Capítulo 19
***
–¡Rosetta! –gritó Thomas mientras corría por el estrecho callejón. –Por favor,
detente. Ya es suficientemente infernal caminar con esta niebla para encima tener
que perseguirte. ¿Y por qué corres como un caballo asustado?
Rosetta giró sobre sus talones y miró al vampiro. –Si no te pasaras todas las
noches en los burdeles bebiendo sangre contaminada de opio, tus sentidos
podrían sostenerle el ritmo a una joven como yo.
A decir verdad, sí estaba asustada. La esposa del duque había pasado una
inusual cantidad de tiempo mirándola. Mientras los ojos oscuros de la duquesa
miraban fijamente los de ella, todo lo que podía pensar era: ¡Ella lo sabe! Y cuando
el duque se había marchado con su esposa sin dar más instrucciones para la
búsqueda de John Polidori, sus sospechas se habían multiplicado por diez.
Seguramente la mujer le había dicho lo que fuera que sabía. ¿Pero qué podría
saber la nueva duquesa? Estaba segura de que nunca se habían encontrado. Aun
así, todo lo que la duquesa tenía que hacer era mencionarle Rosetta a su esposo, y
todas las sospechas de Ian caerían sobre ella. Después de eso, solo era cuestión de
tiempo que la atraparan.
–Bueno, no hay necesidad de insultar –dijo Thomas interrumpiendo su interna
diatriba. –Tengo algunas noticias que pueden interesarte.
–¿Eh? ¿Qué noticias? –preguntó sin aminorar el paso. Estaba ansiosa de llegar
a casa y ver a John. Necesitaba asegurarse de que estaba a salvo.
–Escuché que Ben Flannigan, el cazador de vampiros, está en la ciudad. Me lo
dijo mi Beth, que vive en Surrey –alzó la voz con frustración. –Estaba a punto de
mudarse aquí cuando Su Excelencia prohibió las peticiones de reubicación.
Todavía nos escribimos…
–¿Ben Flannigan? –Rosetta lo interrumpió con el corazón en la garganta. ¿El
mortal más peligroso en Inglaterra estaba cerca y el estúpido solo podía hablar de
su amante?
Incluso un vampiro tan joven como Rosetta había oído hablar del famoso
cazador irlandés. Tenía la reputación de haber matado él solo a más de una
docena de vampiros. El Consejo no solo había dado permiso a cualquier vampiro
para matarlo, sino que había ofrecido una recompensa por su cabeza. Otro
pensamiento la dejó helada. Si Flannigan estaba en el área, de seguro él era el
responsable de la desaparición de Blanche.
Se detuvo y se encaró a Thomas. –¿Se lo dijiste al maestro?
A pesar de la niebla, el desprecio en el rostro de Thomas era visible. –Fue
evidente para todos nosotros que el maestro estaba demasiado ocupado con su
nueva duquesa como para prestarle atención a lo que tenían que decir sus
subalternos. ¡No puedo creer que esté tan ciego! Tomar una mortal como
esposa…
Rosetta meneó la cabeza, desconcertada ante su indignación. –Eso se ha
hecho muchas veces en esta ciudad, así como en el resto del mundo. El amor es
una de las principales razones por las cuales incrementamos nuestro número.
–Sí, pero, Rosetta –gritó Thomas. –¡Él no tiene intenciones de Transformarla!
Fue obvio por sus palabras y por cómo me interrumpió cuando intenté tocar el
tema.
–Yo no entendí eso. Además, no puedo ver una razón para que él no la
Transforme si la ama –protestó. Si tan solo yo tuviera la edad suficiente para
Transformar a mi Johnny, no estaría en peligro.
Thomas replicó: –¿Quién puede decirlo? Últimamente Burnrath se comporta
como si tuviera la mente en otra parte. En cuanto al cazador de vampiros,
propongo que le demos caza nosotros mismos. Quizás Su Excelencia se despierte
de su estupor si uno de nosotros le presenta la cabeza de Flannigan. Aunque, por
la forma en que está actuando, casi se merece tener a ese cazador en su puerta
trasera y afilando una estaca.
Ante las palabras del otro vampiro, una idea se le metió en la cabeza a Rosetta
con tanta fuerza que casi la hizo tambalearse. La cuestión era: ¿se atrevería?
–¿A quién más le has contado esto? –preguntó con la esperanza de que no le
notara el temblor en la voz.
Si había otros que lo sabían, especialmente el Español, no pensaría más en
eso. Su plan sería demasiado peligroso. Se estremeció, recordando la abrasadora
mirada ambarina de Rafael que parecía ver todos sus secretos. Añadió un
silencioso agradecimiento porque Rafael estuviera muy ocupado supervisando a
los otros lores vampiros que habían venido por la boda del Duque, así como
investigando la desaparición de Blanche.
–Todos los demás se fueron tan rápido que eres la primera a quién pude
decírselo –Thomas estaba tan cerca de ella que podía oler el opio en su aliento.
Luchó para ocultar su alivio. Seguramente la providencia estaba de su lado
esta noche. Se enderezó y habló con una voz que esperaba que sonara desdeñosa
y razonable a la vez. –Bien, porque no hay duda de que si llega a los oídos del
maestro que estamos planeando matar al cazador sin avisarle, lo tomaría como un
motín y el responsable de esa idea sería castigado severamente.
–Bueno, no lo pensé de esa manera –Thomas se desplomó contra la pared de
una taberna sin importarle la mugre y el hollín que la cubrían. –Eres sabia para
tener tan pocos años, Rosetta. ¿Crees que deberíamos decírselo?
–¡No! –gritó ella y enseguida recobró la compostura. Thomas era un idiota
aturdido por las drogas. Se preguntaba qué había hecho falta para que un vampiro
que se preciara lo hubiera Transformado. –Mira, Burnrath parecía bastante
molesto contigo esta noche. Déjame que le informe de la presencia del cazador en
Londres y luego, cuando sea el momento indicado, le diré que esa información
vino de ti. Después de todo –añadió. –Yo soy muy joven para aspirar a una
posición más elevada. Pero por otro lado, tú… –y se calló dejándolo que hiciera
especulaciones.
–Puede que tengas razón. ¿Pero y si no te cree? Peor, ¿y si no escucha o no le
presta atención al peligro? –Thomas se rascó la barba. –Quizás debamos decírselo
al segundo de Ian.
Rosetta ocultó su estremecimiento bajo una risa burlona. –¿El Español? Si se
entera de que hay un cazador aquí, sería capaz de destrozar toda la ciudad con su
furia. Entiende que un cazador es el responsable de sus heridas –meneó la cabeza.
–Involucrarlo a él sería muy peligroso. Yo digo que sigamos tu plan original y nos
hagamos cargo de Ben Flannigan nosotros mismos.
Thomas se rió. –Esa es mi chica lista. Al paso que vas, serás Lord de la ciudad
para finales de siglo. Lo haremos a tu manera por ahora.
Cuando Thomas se fue, Rosetta tembló y se frotó las manos. ¿Podría hacerlo?
¿Podría hacerse pasar por humana ante este cazador de vampiros? No había otra
forma de contactarlo, ya que no podía arriesgarse a poner nada por escrito. Echó a
correr a través de la espesa niebla, cortándola como una espada, mientras
sopesaba los riesgos y cazaba su próxima comida. Seguramente si este Flannigan
se daba cuenta de lo que ella era, podría dominarla con facilidad.
¿Y si no hacía nada? Si continuaba escondiendo a Polidori del Duque hasta
que eventualmente se descubriera su engaño; lo cual sucedería pronto por la
forma en la que su esposa y el Español la miraban, unos cuantos castigos se
cernirían sobre ella. Podía soportar los castigos, o eso quería creer al menos, pero
la idea de lo que le pasaría a su amado John le provocaba verdadero terror.
¿Y si llevaba a cabo el plan y la atrapaban? Si el duque descubría que había
contratado un cazador de vampiros para asesinarlo, sufriría una muerte dolorosa,
sin mencionar la de John. Esa era la ley cuando se trataba de traidores.
Pero si tenía éxito…
Rosetta se permitió florecer un brote de esperanza en el pecho. Ella y John
estarían a salvo. Mataría al cazador de vampiros y nadie se enteraría. Entonces,
mientras el Español estuviera ocupado tomando las riendas, ella y John
abandonarían tranquilamente la ciudad. Después de algunos años podría aplicar
ante su nuevo lord para que Transformara a su amado, o quizás para entonces
sería lo suficientemente poderosa como para hacerlo ella misma.
Estaba tan sumida en sus pensamientos que casi tropezó con un vagabundo
que yacía en una cloaca. Mientras le hundía los colmillos en la garganta, otro
pensamiento se apoderó de su mala cabeza. ¿Podría soportar el peso del
asesinato de su maestro en la conciencia? Nunca antes había matado a nadie. ¿Y
valía la pena acabar con la vida de otro para mantener a salvo a su amado?
Capítulo 20
***
La noche del baile estaba cálida y tranquila, y el aroma de las lilas flotaba por
las ventanas abiertas. Angelica deseó que esa tranquilidad le calara el alma
también. El estómago se le revolvió a medida que los huéspedes comenzaron a
llegar mientras Burke los anunciaba. Estar en primera línea para recibir a los
invitados le resultó aterrador al principio, pero con su madre al lado dándole
ánimos cada vez que flaqueaba, Angelica sintió que aumentaban sus fuerzas.
Durante esa hora se sintió como una experimentada anfitriona, haciendo
reverencias e intercambiando corteses saludos mientras escondía su aburrimiento
por la redundancia del ritual. Mientras sonreía insulsamente a las miradas
escrutadoras que le dirigían, sintió mayor aprecio por sus colegas anfitrionas y
castellanas de todas las casas de Londres. De todas formas, se sintió aliviada
cuando su esposo se le unió.
–¿Cómo está mi Ángel esta noche? –susurró poniéndole un brazo protector
alrededor de la cintura.
Una oleada de calor le recorrió el cuerpo mientras se giraba para mirar su
adorado semblante. –Hasta ahora estuve a punto de morir del aburrimiento. Pero
ahora que estás aquí las festividades serán mucho más placenteras.
Sonrió ante su expresión de perplejidad y una doncella le extendió una copa
para que la golpeara suavemente en petición de silencio, cosa que era casi
innecesaria ya que todos los estaban mirando fijamente en silencio, haciendo un
esfuerzo para escuchar su conversación y así tener con qué alimentar sus futuros
chismorreos.
–Damas y caballeros, bienvenidos a mi primer baile –Angelica se dirigió a los
invitados tratando de mantener la voz firme. –Espero que pasen una noche
maravillosa, y el duque y yo deseamos que haya más ocasiones como esta. Que
comience el baile.
Mientras Ian la tomaba de la mano para bailar, su mirada se alejó hasta la
plataforma en la que los músicos gitanos ejercían su oficio. –Siempre puedo
confiar en ti para seleccionar lo más exclusivo, querida –dijo Ian haciendo su mejor
esfuerzo para ajustarse al nuevo ritmo y la nueva melodía de la canción. Por su
parte, Angelica se dejaba dar vueltas de forma más encantadora de lo que lo
habría hecho en un cotillón inglés tradicional. –Es agradable bailar al ritmo de la
percusión, Ángel. Es una lástima que no hagan el acompañamiento tan seguido
como uno se espera.
De repente, un grito desgarró el aire desde el extremo este del salón de baile.
La música se detuvo y por un momento se desató un pandemónium. Cuando la
multitud de bailadores se separó, Angelica vio una figura negra enganchada de las
faldas de la señorita Claire Belmont.
Claire estaba gritando y lanzando golpes infructuosamente a Loki, que había
visto una nueva presa en la cinta que llevaba alrededor de la cintura.
Angelica reprimió la risa mientras se acercaba a Claire, cuidadosamente
separó al gato de su conjunto y se lo pasó a un servicial lacayo.
–¡Mi vestido está arruinado! –gritó Claire con las lágrimas asomándole a los
ojos.
El joven Barón Osgoode se acercó a ella y le hizo una reverencia. –Le aseguro,
señorita Belmont, que está usted impresionante. Aunque si desea tomar un poco
de aire fresco, estaré encantado de acompañarla al balcón.
Claire se ruborizó de forma encantadora y sus ojos semejaron una vez más los
de una leona en plena cacería cuando tomó el brazo que le presentaba el barón. –
Me encantaría, Lord Osgoode.
Angelica le agradeció con un movimiento de cabeza a su antiguo pretendiente
y la cara de Osgoode se puso de un rojo escarlata mientras se inclinaba ante su
mano. –S-su Excelencia –tartamudeó.
–Veo que el chico no ha olvidado el comportamiento inapropiado que tuvo
contigo –dijo Ian mientras se reanudaba la música y el baile.
Angelica concedió la próxima pieza al Conde de Deveril, quien ahora sabía que
también era el Lord de Cornwall, uno de los pocos lores vampiros ingleses que
habían aceptado la invitación de Ian a la boda.
–Me alegro que se haya decidido a bailar, mi lord –dijo sonriéndole a sus ojos
centelleantes y tormentosos. –¿Realmente es usted el Lord de todo Cornwall?
La suave risa del conde se mezcló con la música solemne. –Ian tenía razón
sobre usted, Su Excelencia. Es, efectivamente, audaz. No hay muchos de nosotros
en esa región, así que por ahora estoy a cargo. Permítame presentarme. Soy
Vincent Tremayne.
–Es un placer, Vincent. Y me siento honrada de que haya viajado tan lejos
para asistir a mi boda y a mi primer baile –Angelica reprimió otras preguntas que
estaba deseosa de hacer. ¿Cuántos vampiros hay escondidos en la nobleza? ¿Y
cuántos lores vampiros hay aquí además?
–Solo hay unos pocos en la nobleza, y solamente cuatro lores pudieron venir –
el conde respondió sus pensamientos como si hubiera hablado en voz alta. –Pero,
para responder tu primera pregunta, cuando supe que mi buen amigo Ian se había
casado con una mortal, tuve mucha curiosidad de verlo con mis propios ojos –dijo
con una ligera sonrisa. –Y ya era hora de que me aventurara fuera de mi castillo.
Estoy seguro de que ha escuchado que se me conoce por vivir en completa
reclusión.
Angelica ahogó un grito. –¿Puedes leer mi mente?
Vincent sonrió. –Solo si piensas muy intensamente –miró por encima del
hombro de Angelica y frunció el ceño.
Angelica lanzó también una mirada sobre su hombro y vio a Rafael Villar de
pie como una estaca como siempre y fulminando a Vincent con la mirada una vez
más. Le dio una palmadita en el brazo a Deveril y le dijo: –No se preocupe
demasiado, mi lord. Yo tampoco le caigo bien.
Deveril sacudió la cabeza. –Creo que está irritado por las inusuales
circunstancias en las que Ian se casó. No tiene mucha idea de cómo lidiar con una
situación así y eso lo pone nervioso. En cuanto a su afilada mirada sobre mí, el
hombre solo está haciendo su trabajo. Como otro Lord Vampiro en el territorio de
Ian, soy considerado una amenaza –se rió ligeramente. –Realmente, el bribón se
puede relajar. No tengo ningún interés en el territorio del duque ni en su
prometida, por más encantadora que esta sea.
Antes de que Angelica pudiera responder, Ian la reclamó para una
contradanza y Loki se trepó corriendo a la pierna de Deveril. Al parecer el gatito se
había escapado del lacayo. Angelica casi explotó en un violento acceso de risa y
escondió la cara en el pecho de su esposo.
–A Loki parece que le gusta el Lord Vampiro de Cornwall –dijo. –O por lo
menos sus piernas.
Ian la miró con una sonrisa en sus ojos plateados, sin preocuparse porque
hubiera mencionado al otro vampiro. –Sé de unas piernas mucho mejores.
Angelica hubiera podido jurar que el ambiente se volvió mucho más cálido en
el salón, así que decidió que era mejor cambiar de tema. –¿Te gustan los músicos,
mi lord?
Ian asintió. –Apartando el hecho de que sus composiciones son difíciles de
bailar, considero que son lo suficientemente exóticos para el tema de tu fiesta.
Angelica disimuló una sonrisa ante su diplomática desaprobación. –¿No son
encantadores?
Ian los miró con el ceño fruncido. –“Encantadores” no es la palabra que tengo
en mente. Impactantes y muy talentosos encaja mejor con lo que estaba
pensando.
La joven no pudo reprimir una carcajada. –Y todavía no has escuchado cantar
al líder.
–¿Uno de ellos canta? –su mirada incrédula la hizo reír más. –Tal vez
deberíamos interrumpir el baile y pedirles que canten después de la cena como si
esto fuera una ópera.
Angelica se volvió a mirar a los invitados que bailaban tratando de encontrar
el ritmo en la extraña melodía. –Tu plan tiene mérito, Su Excelencia. Pero me temo
que si seguimos así mucho más tiempo habrá muchas espinillas magulladas y
tobillos rotos. Así que ahora –dijo con una pícara sonrisa. –Estoy lista para mi
presentación.
Cuando Angelica subió a la plataforma y se sentó frente al piano, la habitación
se llenó de gritos sobresaltados que luego se convirtieron en vítores
desenfrenados cuando sus dedos comenzaron a tocar las teclas. Angelica sonrió
ampliamente y se entregó a la música con un delicioso sentimiento de salvaje
libertad. Los cuchicheos resonaron entre la audiencia cuando comenzó a cantar.
Hubo muchos murmullos de desaprobación cuando se levantó del piano para
conducir a los invitados a cenar, pero otros le sonrieron abiertamente con
admiración y la felicitaron por su excepcional presentación. Angelica miró a Ian a
los ojos y se regodeó en su sonrisa. Su aprobación era la única que le importaba.
–Veo que has vuelto a causar revuelo entre la sociedad –le dijo Ian con una
sonrisa mientras los criados entraban con los platos cubiertos. –¿Crees que sea
sabio seguir conmocionándolos con tus deslices?
Angelica enarcó una ceja. –Seguramente prefieres que hablen de mí y no que
sigas siendo tú el tema de conversación para esos chismosos.
Ian le besó los nudillos. –Soy afortunado de tener semejante defensora.
Ella le sonrió. –Después de todo, por eso te casaste conmigo.
Los platos de la India tuvieron variada aceptación por parte de los invitados,
aunque Angelica había puesto mucho esmero en incluir platos que no estuvieran
muy condimentados para aquellos que tuvieran el paladar sensible. La mayoría de
los comentarios de los que estaban sentados a su alrededor eran cumplidos y
preguntas sobre cómo se le habían ocurrido las ideas para el baile y dónde había
encontrado a los músicos. La mayoría de los invitados parecía estar disfrutando la
velada, aunque sí vio alguna que otra cara avinagrada.
La Duquesa de Wentworth la llamó aparte para despedirse de ella. –Tu baile
fue todo un éxito, Su Excelencia, aunque algunos parecían escandalizados. Lord y
Lady Lindsay ahora piensan que eres un poco “antipatriótica”, así que
posiblemente no recibas invitaciones de ellos. Y la matrona de la Condesa de
Morley declaró que eres “demasiado libertina” –la duquesa respingó la nariz con
desaprobación. –De todas formas, son unos viejos estúpidos y estirados.
–Solo espero que ya se hayan aplacado los rumores de vampiros –dijo
Angelica mirándola cautelosamente.
Jane se rió. –Oh, yo no me preocuparía por eso. Los espíritus son los que están
de moda ahora.
–¿Espíritus? –Angelica contuvo el aliento, fascinada. ¡Eso sí era buen material
para sus historias!
Su Excelencia se inclinó hacia ella y le dijo con un susurro conspiratorio. –Lady
Pemberly dará algo llamado “sesión de espiritismo” la próxima semana. Quiere
comunicarse con el espíritu de su primer marido. Podría conseguir una invitación
para ti, si te interesa.
La imaginación de Angelica se exacerbó al momento. –Me encantaría –
vampiros y espíritus. ¡Este baile había sido realmente un éxito!
Despidió a su amiga y estuvo ocupada la siguiente hora atendiendo las
despedidas de sus invitados.
Mientras revisaba la casa por si se había quedado algún borracho rezagado,
escuchó voces silenciosas en la biblioteca. Espió por la rendija de la puerta y vio a
Ian y al Español, quien ya sabía que era el segundo al mando. Estaban sentados
junto a la chimenea compartiendo una botella de Oporto.
–Todavía no estoy de acuerdo con este matrimonio, Ian –dijo Rafael mientras
revolvía su copa de vino. –Aunque es muy hermosa y parece adorarte.
Angelica se ruborizó ante el halago inesperado. ¡Así que no la odiaba después
de todo! Reprimió los deseos de entrar porque estaba ansiosa por escuchar lo que
Ian diría sobre ella.
–¿Ya has pensado lo que vas a hacer con ella en el futuro? –preguntó Rafael
con un extraño tono que no presagiaba nada bueno.
El corazón se le aceleró y se inclinó más hacia la puerta. Seguramente, ahora
Ian anunciaría su intención de Transformarla.
Su esposo habló con una voz áspera. –Viviré con ella como marido y mujer
algunos años más, pero tendré que dejarla antes de que se note que no estoy
envejeciendo. Ella le dirá a todo el mundo que morí durante algún viaje, y
regresaré cincuenta años después como mi propio heredero, como siempre.
Naturalmente, la dejaré bien acomodada.
Angelica no pudo soportar seguir escuchando. Temblores fríos y calientes le
recorrieron el cuerpo y sintió que un gigantesco puño le aporreaba el corazón.
Huyó hacia su habitación atragantándose con las lágrimas que brotaban de su
cuerpo tembloroso.
–…”como siempre” –había dicho Ian. El corazón se le apretó con horror al caer
en la cuenta de algo. ¿Con cuántas otras mujeres él había hecho esto? ¿A cuántas
otras como ella habría usado y engañado?
***
***
***
***
Angelica dio un paso atrás para alejarse de Ponsonby una vez más y se metió
directamente contra una planta sembrada en un tiesto. El repulsivo libidinoso la
había estado persiguiendo por toda la casa Pemberly, intentando espiar dentro de
su corpiño con sus gafas inquisitivas y haciendo comentarios para nada sutiles
sobre cuánto le gustaría tener una cita con ella. Angelica prefería el tacto áspero
de los helechos que tenía a sus espaldas que tocar sus sucias manos.
–Venga, déjeme ayudarla, Su Excelencia –dijo arrastrando las palabras y
jadeando con lascivia.
–No, gracias –Angelica se enderezó y se puso fuera de su alcance con
destreza. –Oh, veo a la Duquesa de Wentworth. Hace mucho tiempo que no hablo
con ella. Le ruego que me disculpe.
Se recogió las faldas y se alejó corriendo de él sin darle tiempo a replicar y sin
que le importara un comino lo que la gente pensara de su comportamiento
inapropiado.
–Me siento halagada de que tengas tanta prisa por verme –dijo Jane
burlonamente.
–Es Lord Ponsonby –dijo Angelica. –Estaba intentando otra vez “rendirle
homenaje” a mi belleza, pero las palabras que salían de su boca sonaban más
como un limerick 12 desfachatado que como poesía. Oh, Jane, ¡el hombre es más
que repugnante! He hecho mi mejor esfuerzo para disuadirlo, pero no parece
captar la indirecta.
–Quizás es hora de dejar de ser educada y cortarlo directamente –sugirió
Jane.
–Si fuera el único sinvergüenza que me está molestando, lo haría, créeme –
suspiró Angelica. –Pero cada hombre que me encuentro parece inclinado a
12
Poema humorístico de cinco versos, en ocasiones absurdo y subido de tono.
atraerme hacia el jardín para tomarse libertades conmigo. ¿El que yo sea una
mujer casada significa algo para alguien?
Jane soltó una carcajada. –Oh, sí que significa algo, Su Excelencia –y ante la
mirada interrogadora de Angelica, susurró detrás de su abanico. –Significa que ya
no eres una virgen y quizás darías la bienvenida a una discreta aventura. Aun así,
es de muy mal gusto que no esperen a que des a luz al heredero requerido para
tratar de ponerle los cuernos a Su Excelencia. Aunque estoy segura de que, como
Ian y tú están teniendo discrepancias, ellos consideran que es juego limpio.
–Nosotros estamos perfectamente –dijo Angelica apretando los dientes.
–Si tú lo dices –la voz de Jane estaba cargada de escepticismo. –Pero debes
saber que he estado casada durante mucho más tiempo que tú, y conozco todos
los síntomas.
De repente, Angelica ya no encontraba placentera la compañía de la duquesa.
Paseó la vista por la habitación buscando una vía de escape. Los balcones ahora
estaban más llenos que la pista de baile, y no se atrevía a salir al jardín porque
seguramente Ponsonby o algún otro la acosaría. –Tengo que ir a retocarme –
murmuró y salió huyendo del lado de su amiga.
Igual que su casa, la mansión Pemberly tenía su propio cuarto de baño.
Angelica despreció el tocador de amplio espejo que tenía sus propios polvos y
perfumes para que los usaran los invitados, y entró al baño. Necesitaba
esconderse. Una vez dentro arrugó la nariz ante el hedor de excrementos
mezclados con empalagosos perfumes que pretendían disimularlo.
Se cubrió la cara con las manos. Deseó no haber ido a ese baile. Ansiaba estar
lejos de las agobiantes charlas triviales y de las manos y ojos de los libidinosos
“caballeros”. Más que nada, ansiaba estar en su estudio. Su historia de vampiros
estaba tomando forma en su imaginación, cautivándola y alejándola de la realidad
con sus cantos de sirena, justo como debía hacerlo una buena historia. Pero en vez
de estar en su refugio, escribiendo felizmente, estaba encerrada en un retrete
apestoso, escondiéndose de sus iguales porque la volvían loca. Se puso de pie,
decidida a marcharse y comenzar su proyecto inmediatamente.
El crujido de una puerta al abrirse, junto a unas risas femeninas, le hicieron
saber que no estaba sola.
–No puedo creer que haya venido sola otra vez –dijo una voz. –¡Es una
vergüenza!
Otra mujer se rió tontamente. –Sí, pero sus acciones nos ofrecen infinita
diversión. Me pregunto cuántos días pasarán antes de que nos enteremos de
alguna aventura.
¡Qué víboras tan horribles! Angelica sintió lástima por la desgraciada víctima
del chisme.
–Me siento mal por Su Excelencia –dijo la primera mujer. –Hubiera jurado que
ellos estaban enamorados.
Angelica contuvo el aliento mientras una sospecha le perforaba los sentidos.
¿Están hablando de mí?
–Quizás sí estaban enamorados al principio, pero después de esa escandalosa
fiesta que ella organizó y la música vulgar que tocó, ¿quién puede culpar a Su
Excelencia por haber perdido el sentimiento?
Las voces se fueron apagando a medida que las mujeres se alejaban del
cuarto. Angelica salió del váter maloliente con las mejillas encendidas. ¿Sería
realmente su fiesta la razón por la que Ian quería abandonarla? Meneó la cabeza.
Él no había parecido en lo absoluto disgustado por su presentación. No,
simplemente él no la amaba. Trató de poner sus emociones bajo control cerrando
la mano sobre una lata de polvos y apretándola hasta que los bordes afilados se le
clavaron en la piel.
No importa lo que esta gente piense. De todas formas yo no pertenezco aquí.
En cuanto salió, se le acercaron Lady Tavistock y Lady Wheaton junto con
otras mujeres. Los labios de Victoria esbozaban una desagradable sonrisita.
–Es un placer verla, Su Excelencia –dijo Lady Tavistock con artificiosa dulzura.
–¿No la acompaña el Duque?
Las risitas ahogadas en el fondo la hicieron apretar los puños. –Mi esposo no
pudo acompañarme esta noche. Tenía una reunión con su abogado de negocios
sobre una de sus empresas marítimas –mintió. –Ha estado muy ocupado
últimamente. Me aseguraré de darle sus saludos la próxima vez que lo vea.
Victoria soltó una risotada. –Ah, ¿una reunión nocturna, dice usted? La
mayoría de los abogados no trabajan a esta hora. Debe estar muy ocupado, en
efecto.
Las otras mujeres se rieron y cuchichearon por detrás de sus abanicos. ¿Cómo
se atrevían a insinuar que Ian estaba con una amante? La visión se le tiñó de rojo y
su mano se levantó con voluntad propia, dispuesta a quitarle la burlona sonrisa de
una bofetada a esa bruja venenosa.
–¡El Duque de Burnrath! –anunció el mayordomo.
Angelica dejó caer la mano y se hizo silencio en el salón, todos los ojos fijos
sobre la alta figura de Ian caminando hacia ella. Su corazón traicionero dio un
brinco de alegría ante el rescate involuntario. Contuvo el regocijo y trató de
comportarse como si fuera eso lo que estaba esperando. Sin embargo, no pudo
evitar arrojarle una sonrisa triunfante a su audiencia.
Ian le hizo una profunda reverencia y le besó la mano. –¿Le gustaría bailar, Su
Excelencia?
Mientras la hacía girar por la pista, Angelica se sentía entre furiosa y aliviada
por su presencia. Después de todo, la única razón por la que asistía a estos
insípidos bailes era para evitarlo. ¿De qué servía si él la seguía hasta allí? Y si tenía
que seguir bailando con él y soportando sus lánguidas sonrisas, su determinación
de cerrarle las puertas de su corazón podría derrumbarse.
–¿Estás disfrutando la velada, Angel? –preguntó envolviéndola con su suave y
profunda voz.
Angelica suspiró. –No mucho –no había mucho sentido en mentir.
–Entonces puedo llevarte a casa. Sé de otro baile que podríamos hacer –sus
labios se curvaron en una pícara sonrisa. –Pero es uno que se baila mejor en
privado.
El deseo la atravesó y se le aflojaron las rodillas. –Sí, Su Excelencia.
Se dejó conducir por él hacia afuera mientras se iba despidiendo. La falsedad
en la voz de quienes les deseaban buenas noches se le quedó clavada como una
espina. Decidió que ya había tenido suficiente de la sociedad por el momento. Por
ahora se concentraría en escribir y en sus pequeñas reuniones literarias.
Durante el camino a casa, la cabeza le estuvo dando vueltas, llena de ideas
para su novela, hasta que Ian bajó la cabeza hasta su corpiño y rozó con los labios
la parte superior de sus senos. La escritura tendría que esperar a más tarde.
Capítulo 22
***
***
Angelica había pasado más tiempo del que pretendía en el jardín. Loki hizo sus
necesidades y atrapó una polilla. El insecto se le escapaba una y otra vez; o Loki lo
soltaba intencionadamente. Loki cazaba su presa de nuevo, la arrojaba al aire y la
atacaba con sus delicadas garras, su colita negra algodonada como un sacudidor
de plumas. Angelica estuvo como una hora mirándolo, riéndose con sus monerías
y sorprendida por su aguda visión nocturna. Cuando el gatito por fin se hartó del
juego, el desafortunado insecto estaba hecho pedazos.
–¡Qué cazador más fiero eres! –exclamó cogiéndolo en brazos y escondiendo
la cara en su cálido pelaje negro. –Semejante destreza se merece una recompensa.
Vamos a ver si el cocinero nos da algo de crema.
Se entretuvo en la cocina más de lo habitual, remojando un panecillo en un
tazón de suculenta sopa. Estaba en un aprieto con su libro. El héroe y su heroína
habían tenido una terrible pelea y él estaba a punto de abandonarla. Angelica no
tenía idea de cómo componer su reconciliación y llegar al final feliz. ¿Y si mi
historia no tiene final feliz?, murmuró una molesta vocecita en su cabeza.
Tonterías, le respondió, este es mi libro y, por tanto, tendrá el final que yo quiera.
Y quiero que tenga un final feliz porque al parecer será el único final feliz que yo
voy a tener.
Se terminó la sopa y se arrastró escaleras arriba, aborreciendo las
desalentadoras horas que pasaría mirando las páginas en blanco en espera de que
los personajes le hablaran. La puerta de su estudio estaba entreabierta, y la luz
que salía de ella al pasillo era más intensa de lo normal. Mientras se acercaba
escuchó el crujido que hace la madera al quemarse. ¿Por qué la criada habrá
encendido el fuego con este calor?
Suavemente, empujó la puerta para abrirla más y se le subió el corazón a la
garganta al ver una oscura silueta recostada en su escritorio y de espaldas a las
llamas. El rostro de Ian estaba envuelto en sombras y los ojos le brillaban
siniestramente como los de un espectro. En la mano tenía su manuscrito
incompleto. Se golpeaba el muslo con los papeles con un ritmo constante y
peligroso.
–¿Qué está haciendo aquí, Su Excelencia? –tartamudeó Angelica.
Ian habló con voz baja y peligrosa, con un ligero deje de amenaza. –Te salvé a
ti y a tu familia de la ruina. Te di mi mano y mi nombre. Te di una hermosa casa
para que hicieras con ella lo que quisieras. Te di vestidos, joyas y cualquier otra
cosa que quisieras. Pero eso no fue suficiente para ti, ¿verdad?
–¿Qué quieres decir? –susurró ella mientras sentía que se quedaba sin
fuerzas.
Se acercó a ella acechante como la criatura salvaje que era. –¡Pretendes
destruirme con esto! –y sacudió ante ella las páginas minuciosamente escritas
como si ella fuera un perro que hubiera defecado en la alfombra y fuera a
restregarle la nariz contra ello.
Angelica estaba aterrada. Nunca antes lo había visto tan furioso. Sus ojos
tenían un brillo demoníaco y tenía los brillantes colmillos descubiertos. Parecía el
monstruo de las peores pesadillas de un niño.
–Ian, yo… –susurró sin saber bien lo que le estaba pidiendo.
Ian levantó la mano y ella tembló pensando que iba a pegarle. En vez de eso,
él se dio la vuelta y descargó un puñetazo sobre el escritorio. El sonido de la
madera al quebrarse le arrancó un grito de los labios. El escritorio se partió en dos.
Angelica se cubrió la boca con una mano y se echó hacia atrás. No tenía idea de
que él fuera tan fuerte. La certeza de que él podría beberse toda su sangre hasta
dejarla seca, y también romperle cada hueso del cuerpo, la estremeció hasta la
médula.
–Este libro –dijo en una fría y horrible voz. –Especialmente por la identidad de
su autora, va a deshacer todo lo que he hecho para salvar mi reputación. ¿Te
gustaría tener a todos los cazadores de vampiros del mundo civilizado echando
abajo las puertas para matarme?
–¡No! –gritó Angelica incapaz de pensar que él la creyera capaz de semejante
traición. –El editor quería que escribiera una historia de vampiros… y pensé…
–¡Pensaste! –replicó él con una risita. –¡Tú no piensas en lo absoluto,
estúpida! –se acercó a la chimenea y arrojó el manuscrito al fuego.
–¡No! –gritó Angelica arrojándose hacia las llamas sin reparar en el peligro.
Ian la agarró por la cintura y la echó hacia atrás. Angelica se resistió con todas
sus fuerzas mientras veía los papeles arder, retorciéndose y poniéndose negros
mientras las hambrientas llamas devoraban meses de trabajo duro y dedicación.
–¡Tú, demonio chupasangre! –y sintió una momentánea punzada de culpa al
verlo estremecerse ante el insulto, pero la apartó. Él había quemado su libro. Le
había hecho daño, y le haría daño a él. ¡Había quemado su libro! Una rabia feroz y
rancia comenzó a treparle por el vientre.
Se dio la vuelta y dando un grito de furia comenzó a golpearle el pecho
impotentemente con los puños cerrados. Era igual que si estuviera golpeando una
pared de ladrillos. Dio un salto y trató sin éxito de asestarle un golpe en la cara.
Ian la agarró por los hombros y la sacudió, hundiendo lo dedos cruelmente en
su carne. –¡Quédate quieta! –tronó. –Antes de que te dé la buena paliza que te
mereces.
Angelica paró de forcejear y lo miró a la cara, buscando algún indicio del
hombre que le había sonreído, que había reído con ella, que le había hecho el
amor tiernamente y la había llamado “Ángel”. No había ninguno. En su lugar había
un monstruo furioso y aterrador que se cernía sobre ella prometiéndole funestas
consecuencias si hacía un mal movimiento o volvía a hablar. El fuego siseaba y
crujía de forma nefasta.
–Escúchame con atención, madame –dijo entre dientes. –Puedes garabatear
libremente sobre cualquier tema que escojas, excepto sobre mí, o los de mi
especie. Si me desobedeces en lo más mínimo, lo sabré, incluso después de que
me vaya de esta casa o de esta ciudad, lo cual será muy pronto. Si escucho una
sola palabra que te relacione a ti con los vampiros, ¡no te gustarán las
consecuencias! –le enseñó los colmillos en una mueca horrible y amenazadora. –
¿Quedó claro?
–Sí –respondió ahogándose con las inminentes lágrimas que amenazaban con
invadirla en ese mismo lugar.
–Bien –la soltó y se limpió las manos en los pantalones como si hubiera
tocado algo repugnante. –Me iré dentro de un mes. Te dejaré esta casa y todas
mis propiedades, y el dinero suficiente para que vivas lujosamente por el resto de
tus días. Mientras tanto, apreciaría mucho que te mantuvieras alejada de mí.
Giró sobre sus talones y salió dando un portazo. Angelica sintió su corazón
crujir lo mismo que el marco de la puerta.
Se dejó caer de rodillas sobre toda la pila de sus faldas, incapaz de seguir de
pie mientras su cuerpo se estremecía con sollozos incontrolables.
–Oh, Dios –susurró mirando al fuego con la visión borrosa por el brillo de las
lágrimas. –¿Qué es lo que he hecho?
Capítulo 24
Ian se lamió la sangre del borracho de los labios, le metió una libra de oro en
el bolsillo y lo recostó contra la pared de la posada. El alimento tenía un sabor a
cenizas en su boca. Los largos años de su vida se habían sentido como un milenio
en estos últimos días. La traición de Angelica lo había herido profundamente.
Había sido un tonto por preocuparse por ella. Se preguntó por enésima vez si ella
había pretendido hacerlo caer desde el principio. Cerró los ojos y recordó las
muchas cosas que había hecho y dicho para indicar su doble cara.
–Escuché que eres un vampiro –había dicho la noche en que se conocieron.
–Soy un hombre –había replicado él, demasiado cautivado por su belleza como
para darse cuenta de la trampa que le estaba tendiendo.
La belleza morena había asentido. –Eso pensé.
–¿Y por qué?
–Vi que te reflejas en los espejos.
–Y si no reflejara, ¿qué harías?
–Te preguntaría qué se siente ser un vampiro.
–¿Por qué querrías saber eso? ¿Te gustaría ser uno?
–No había pensado en eso. Solo pensé que daría una buena historia.
Gruñó por haber sido tan tonto. Ella había sido incluso más cándida la noche
en que había irrumpido en su casa.
–Como sabes, siempre he querido ser escritora… –y aun así se había dejado
seducir y se había tragado su cuento de Banbury sobre fantasmas que rondaban
su casa como un escolar ingenuo.
¿Y cómo olvidar su tiempo de cortejo, cuando ella le había hecho preguntas
sin tregua sobre los de su especie?
Se maldijo por ser un imbécil crédulo. Se había dejado cegar por su
encaprichamiento con una chiquilla encantadora que lo había hecho sentir de
nuevo como un mortal. Pero ya no era un mortal. Era un Lord Vampiro, y su
insensatez casi le había costado la vida y posiblemente la de los vampiros que
estaban bajo su protección.
–Demonio chupasangre –lo había llamado ella. Era tan tonto que las palabras
todavía le dolían.
Se metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar entre las sombras
más oscuras, evitando el mínimo reflejo de la luna. Los mortales notaban su
mirada sombría y huían a su paso, y hacían bien en ello.
Ya era hora de que dejara de vivir entre los mortales. A decir verdad, no tenía
idea de por qué su Creador había insistido en que lo hiciera. Ningún otro vampiro
tenía que armar una artimaña tan grande para esconderse como él. Aunque iba a
extrañar a algunos amigos, como el Duque de Wentworth, se había acostumbrado
a perder amigos mortales por siglos.
Se metió al White, dispuesto a aprovechar el refugio lleno de humo mientras
pudiera. Era hora de que se fuera de esta ciudad, y probablemente, el club ya no
existiría cuando regresara a Inglaterra. La noche anterior le había enviado una
carta al Consejo solicitando que Rafe se quedara al mando como Lord de Londres
durante los próximos 50 años.
Ahora todo lo que le quedaba era esperar. Debía recibir una respuesta dentro
de un mes. Suspiró y se sentó a la mesa, con la cabeza zumbándole. Solo un mes
más y no tendré que ver de nuevo su hermoso rostro.
***
13
Criatura de la mitología irlandesa. Espíritu de mujer cuyo llanto presagia la
muerte.
fuera una niña enferma, Angelica sintió que ya no podía soportar esa mimosa
compasión.
Dejó de pasearse cuando alcanzó a ver su imagen en el espejo. Apenas pudo
reconocer el semblante andrajoso que le devolvía la mirada. Parecía un cadáver
andante. Tenía el pelo enredado y apelmazado en algunos lados, y desgreñado y
ralo como una telaraña en otros. Estaba delgada como un espectro, su piel tenía
un enfermizo color gris que contrastaba con su vestido de lino, y alrededor de los
ojos enrojecidos tenía círculos oscuros como nubarrones.
–Maldición, estoy que doy pena –le susurró a su reflejo. –¡Luzco
verdaderamente espantosa! –hizo una mueca y se dio cuenta de que tenía los
dientes amarillos de fumar tantos puros.
Le dio la espalda al espejo y se dirigió al buró con militar determinación.
Maldiciendo entre dientes sacó los puros de la caja y los arrojó a la chimenea.
Nunca más volvería a fumar. A continuación, llamó a las doncellas para que le
prepararan un baño caliente y rebuscó en su tocador un cepillo y pasta de dientes.
Mientras esperaba, se obligó a comer hasta el último bocado de su desayuno.
Mientras las doncellas vertían el agua caliente y el aceite de lavanda en la
tina, Angelica sintió que sus sonrisas alentadoras le daban ánimos. El agua caliente
relajó sus músculos y se restregó el cuerpo con renovado vigor, como si estuviera
limpiando también sus problemas… al menos superficialmente. El pelo le dio más
trabajo, y el agua ya estaba tibia cuando logró lavar por completo la mata de pelo.
Una vez que los mechones estuvieron un poco secos, los atacó con el cepillo,
murmurando y maldiciendo entre dientes mientras luchaba por desenredar los
nudos de los mechones.
Una vez que su cuerpo y su pelo estuvieron encaminados, y se hubo lavado
dos veces los dientes, Angelica se paró frente al espejo vestida impecablemente
en un regio vestido púrpura adornado con encajes negros. –Soy la Duquesa de
Burnrath, ¡y juro por Dios que nunca más volveré a estar en tan lamentable
estado!
Dicho eso, bajó las escaleras para mandar por el carruaje. Ahora tenía que
comprar un escritorio nuevo. Su parecido a un cadáver andante en los últimos días
la había inspirado a escribir una nueva y macabra historia.
Pero la escritura no sería suficiente para mantenerla ocupada. La idea de
retomar su frenética agenda social, incluso con los pocos que aún querrían
recibirla, le revolvió el estómago. Tenía que haber algo que pudiera hacer, algo
que valiera la pena. Entonces se acordó de la miseria que había visto en Soho. Los
rostros de los hombres hambrientos y las mujeres desesperadas le vinieron a la
mente con dolorosa nitidez, encendiéndola con un sentimiento de culpa. ¿Cómo
podía estar insatisfecha con tanto, cuando otros tenían tan poco?
Se volcó en obras de caridad con toda la determinación de su alma. Donó
grandes sumas para escuelas de niños y hogares para los desamparados. Envió
artículos a los periódicos sobre la difícil situación de pobreza que aquejaba a la
población de Londres. Fue a la policía y relató cómo había sido atacada en Soho, y
ofreció una generosa donación para que contrataran más hombres que velaran
por la paz.
Se sumergió en su nueva novela gótica con el doble de celosa determinación
que había puesto en la anterior. Trabajaba tan duro en ello, que cuando se
arrastraba a la cama por las noches, estaba demasiado cansada como para pensar
en su corazón roto. Y cuando Loki se presentó ante ella con una rata muerta casi
de su tamaño, se dio cuenta que podía sonreír otra vez.
***
***
***
***
***
***
***
Angelica abrió la carta de John Polidori con gran curiosidad. Una sonrisa
divertida le asomó a los labios mientras intentaba adivinar su contenido. La
reunión se había celebrado hacía dos días, ¿y la estaba rechazando ahora? ¡Qué
hombre tan tonto! Acarició a Loki detrás de las orejas aterciopeladas y leyó.
Estimada Duquesa de Burnrath:
Siento mucho no haber sido capaz de presentarme en su reunión pues, como
suena, estoy seguro de que la hubiera disfrutado muchísimo. Si acepta mis
disculpas, permítame hacerle yo una invitación. Organizaré una reunión similar de
escritores en el Número 3 de la Great Pulteney Street en Soho mañana a las seis en
punto. Me sentiría honrado si usted asistiera y espero con muchas ganas conocerla
y tener una conversación sobre la escritura.
Sinceramente suyo,
John Polidori
Angelica sonrió, incapaz de creer su buena suerte. Al fin tendría la
oportunidad de encontrarse con el hombre que había conocido a su ídolo y que
había escrito la primera historia de vampiros en inglés.
Se preguntó qué diría Ian cuando le dijera que había conocido al hombre que
él había estado buscando. Recordó que la historia de Polidori había puesto en
peligro la reputación de Ian. Angelica supuso que, en cierto modo, debía agradecer
al hombre, porque si no hubiera causado una fiebre vampírica en Europa, Ian no
se habría inclinado a casarse con ella. Por otro lado, seguramente había sido esa
misma fiebre la que había inspirado al cazador de vampiros a tratar de matar a su
amado esposo. La carta tembló en sus manos. El gato saltó y golpeó el pergamino.
Angelica guardó la carta en un cajón del escritorio.
¿Sabría Polidori de la existencia de los vampiros? Decidió usar esta
oportunidad para interrogarlo y enterarse de todo lo que pudiera. Quizás Ian no se
enfadaría con ella si era capaz de resolver el misterio, y decidió hacer su mejor
esfuerzo para sacarle información al hombre.
Estaba tan emocionada que apenas pudo dormir esa noche, y a la mañana
siguiente se debatió frente al guardarropa decidiendo cuál conjunto la describiría
mejor como una escritora gótica seria. Finalmente se decidió por un vestido de
satín azul oscuro, un sombrero a juego y un penacho de plumas de avestruz
teñido. Luego se fue a su estudio y libró otra batalla consigo misma decidiendo
cuál de sus historias compartiría con él. Después de casi dos horas, se decidió por
una en la que la maldición de una bruja despertaba los cadáveres del cementerio.
Mientras el carruaje se acercaba a Soho, el corazón comenzó a latirle más y
más fuerte por la expectativa. Sintió una momentánea punzada de lástima al ver
que él tenía que vivir en una zona tan empobrecida, y se preguntó si dañaría su
orgullo si se ofrecía a financiarlo como había hecho con otros escritores. Bajó la
vista a su reluciente vestido y se sintió agradecida por no llevar ninguna joya.
–Ya estamos aquí, Su Excelencia –dijo Felton mientras aminoraba la marcha
del coche.
La casa en la que se habían detenido era mucho más bonita que muchas de las
otras que habían pasado. Quizás el encuentro no sería del todo incómodo. Se alisó
el vestido y se acomodó el sombrero, y Felton la ayudó a bajar del coche.
–Espero que todo vaya bien, Su Excelencia –dijo, regresó a su asiento y sacó
un libro para leer mientras esperaba.
El hombre que recibió a Angelica en la entrada era sorprendentemente joven
y atractivo. Con sus sensuales y morenos rasgos italianos, no tenía nada que ver
con la imagen que tenía ella de un escritor o un médico. Sus labios carnosos se
torcieron en una extraña sonrisa y le hizo una reverencia. –Su Excelencia, me
alegra que haya podido venir a mi humilde morada.
Angelica se inclinó y le devolvió la sonrisa, esperando tranquilizarlo. –Es un
gran honor el conocerlo finalmente, Dr. Polidori.
Su saludo pareció ponerlo más nervioso aún. –El honor es mío. No obstante,
ya no ejerzo como médico –murmuró. –Por favor, pase.
Los muebles eran humildes, pero de buen gusto. Aun así, había una cualidad
de viejo en el aire que parecía indicar que no habían vivido en el lugar por un largo
tiempo. Y había algo más que no estaba bien. La casa estaba muy tranquila.
Demasiado tranquila para que hubiera allí una velada.
–Espero no haber llegado demasiado temprano –dijo Angelica balanceándose
sobre los pies.
–Para nada, llega justo a tiempo. ¿Le gustaría una copa de vino, Su
Excelencia?
–Eso estaría bien –miró un jarrón veneciano que había sobre una mesa junto
al sofá y se preguntó por dónde empezaría a preguntarle.
Polidori asintió pasándose una mano por los gruesos rizos negros como si
estuviera nervioso. –Entonces, siéntese, por favor, y yo iré a buscar su bebida.
Cuando Angelica se dio la vuelta para sentarse, Polidori la agarró por detrás y
le cubrió la boca con un pañuelo.
Angelica forcejeó con un grito amortiguado. Casi había conseguido deshacerse
de él, cuando las extremidades le fallaron repentinamente. El olor del pañuelo era
tan espeso que podía sentir que estaba tragándoselo. La tela estaba empapada de
una sustancia acre, y la cabeza comenzó a darle vueltas del mareo. Angelica sintió
náuseas y la visión comenzó a ponérsele borrosa. Sus labios articularon una
pregunta, una protesta. Pero no salió ningún sonido.
–Lo siento mucho, Su Excelencia –susurró Polidori mientras ella se
desplomaba pesadamente en sus brazos. –Si todo sale bien, este tormento
terminará antes de que te des cuenta.
Angelica intentó reír, porque el hombre sonaba, en efecto, como si lo sintiera.
Pero el gas tóxico la envolvió en la oscuridad.
Capítulo 30
24 de agosto de 1821
***
–Ha llegado una carta para usted, Su Excelencia –dijo Burke al entrar a la
biblioteca.
Angelica levantó la vista de su libro de gramática francesa mientras Ian
tomaba la carta.
–Es del Lord de Cornwall –dijo después de que el mayordomo se marchó y
abrió el sobre. –Veamos qué tiene que decir Vincent –a medida que leía iba
frunciendo el ceño. –Hmmm… –dijo y bajó la carta aún con el ceño fruncido.
–¿Qué pasa? –preguntó Angelica esperando que Lord Deveril estuviera bien.
Era un vampiro amable.
Ian sacudió la cabeza. –Parece que Vincent está pidiendo tu ayuda.
–¿Qué? –dijo abriendo los ojos desmesuradamente. Hacía solo poco más de
un mes desde que se había convertido en vampira. ¿Cómo podría ser de ayuda
para un vampiro tan antiguo y poderoso como Deveril?
Su esposo asintió. –Recuerdas haber escuchado sobre la muerte del Conde de
Morley, ¿verdad?
–No, no me he enterado –Angelica frunció el ceño, preguntándose hacia
dónde iba la cosa. –Me pregunto qué pasó. Lo vi en la coronación del Rey y parecía
estar perfectamente de salud.
–Ese era el nuevo conde. El que murió fue su hermano mayor… en América –
Ian se pasó una mano por el pelo. –Dejó una hija atrás, y la condesa viuda se niega
a aceptarla. Al parecer, todavía está molesta por el matrimonio del conde con una
doncella, que es la primera razón por la que se fueron a América.
–¿Y qué tiene que ver eso con Lord Deveril? –preguntó Angelica,
desconcertada.
–Los Deveril y los Morleys tienen una alianza que viene desde el siglo
diecisiete –explicó Ian. –Uno de los términos de esa alianza es que uno se
convierta en el guardián de los hijos del otro, si surge esa necesidad.
Angelica ahogó un grito. –¿Entonces Lord Deveril se va a convertir en el
guardián de la hija de Morley? ¿Por qué aceptaría una cosa así? ¿Y qué espera que
yo haga al respecto?
Ian sacudió la cabeza. –No tengo la menor idea de por qué aceptó eso. Quizás
está tan loco como dicen por ahí. En cuanto a ti, te pide que ayudes a la chica en la
temporada para que pueda casarse, y así deshacerse de ella rápidamente.
Angelica abrió la boca para responder, pero estalló en carcajadas. –¿Quiere
que ayude a una jovencita a entrar en la alta sociedad? ¿Yo, la escandalosa
Duquesa de Burnrath? –su regocijo se desvaneció cuando las implicaciones de esa
tarea se le hicieron claras. –Ver a una chica subastada al mejor postor como si
fuera una yegua de cría va en contra de mis principios. Tengo que negarme.
Su esposo levantó una mano. –No te des tanta prisa, Ángel. Al menos déjame
hacerle una visita a Vincent para evaluar mejor la situación. Bien sabe el Señor que
Rafe sería incapaz de lidiar con un asunto tan delicado.
Angelica asintió a regañadientes. –Muy bien. Les diré a los sirvientes que
desempaquen nuestros baúles, ya que al parecer vamos a estar gobernando
Londres por más tiempo.
–Y tengo que enviarle una nota a Rafe –replicó Ian levantándose de la silla.
–Todavía no –Angelica se relamió los colmillos. –Toda esta charla me ha
puesto hambrienta.
–¿Ya? –él frunció el ceño. –Bueno, entonces supongo que debemos ir a cazar
primero.
Ella sacudió la cabeza pícaramente, ondeando el pelo mientras se acercaba a
él. –No, tengo hambre de ti.
Ian enseñó sus colmillos relucientes mientras le brillaban los ojos y echaba
cerrojo a la puerta de la biblioteca. –Ya veo. En ese caso, estaré encantado de
complacerte.
Nota del Autor