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Capítulo 1

Londres, 1821

–Arruinada –Angelica Winthrop saboreó la palabra y la encontró deliciosa. –


Arruinada –susurró una vez más y se permitió una sonrisa a pesar de la amargura
que la invadía. –Puesta para vestir santos, discapacitada para el casamiento por el
resto de sus días.
Su sonrisa se desvaneció y volvió a hacérsele un nudo en la garganta al mirar
los restos de su libro favorito en la chimenea. No quedaba más que una esquina
de la cubierta y unas cuantas páginas carbonizadas que se desmoronarían con solo
tocarlas. Esta vez su madre había ido demasiado lejos. Había entrado en la
habitación de Angelica, le había arrancado el libro de las manos y ahogado un grito
de indignación luego de echarle una mirada al título.
–No puedo dejar que leas semejante basura –había dicho Margaret Winthrop
al tirar Vindicación de los Derechos de la Mujer de Mary Wollstonecraft a la
chimenea.
–¿Cómo puedes decir que es basura? –había preguntado Angelica
conteniendo las lágrimas. –Es un tratado lógico sobre nuestro sexo siendo capaz
de pensar racionalmente. Siendo mujer, ¿cómo no puedes darte cuenta de eso?
Margaret resopló con rudeza. –¡La escritora dio a luz a un hijo ilegítimo, y
luego se casó con un anarquista! No permitiré ese libro en mi casa –su cara estaba
casi tan roja como los rizos de su pelo. –Ya es suficientemente malo con que seas
una verdadera intelectual 1. Pero si alguien supiera que eres una radicalista, tu
reputación se mancharía sin remedio, sin esperanzas de lograr un matrimonio
ventajoso.
La visión del libro ardiendo era una estocada en el corazón de Angelica. Su
madre bien podría haberle arrancado el alma y haberla arrojado al fuego.
–Quizás yo quiera que mi reputación se arruine, madre –había dicho Angelica,
incapaz de contener su ira… o su euforia por lo que había dicho. –Tal vez no quiero
ser una yegua de cría para un estúpido grosero mientras él se gasta mi dote con
sus amantes y… ¡Ay! –profirió un grito cuando su madre le dio un pellizco.
Lady Margaret siseó: –Si no fuéramos al baile en Wentworth esta noche te
daría una bofetada. Una dama no dice esas cosas –entrecerró los ojos. –Ahora
detén esta histeria de inmediato. Te aconsejo que recobres la compostura
mientras voy a buscar a Liza para que traiga tu vestido y arregle tu cabello.
Después de que su madre se marchó, Angelica se frotó los ojos ardientes, un
poco orgullosa de haberse contenido y no haberle dado a su madre la satisfacción
de verla llorar. Se asomó bajo la cama para tranquilizarse en cuanto al estado del
resto de su colección. Al menos su copia de Frankenstein o el Prometeo Moderno,
de Mary Shelley, estaba a salvo. Mary Shelley, hija de Mary Wollstonecraft, era la
heroína personal de Angelica. Si Margaret hubiera quemado Frankenstein, se
habría puesto a dar gritos.
Frunció el ceño ante la pila cada vez más alta de libros que se descomponían
en el oscuro escondrijo. Había que buscarles un mejor escondite, pero ahora no se
atrevía a moverlos de ahí. ¡Esto es completamente injusto! Angelica tembló de
indignación y desespero. La literatura era un preciado regalo. Uno no debería
tener que esconderla de los demás. La palabra escrita debería ser venerada y
compartida por todos, sin importar el sexo o la posición social. Volvió a apartar la
mirada hacia la chimenea, retorciéndose de rabia por la destrucción de un libro
preciado.

1
El término intelectual fue acuñado en Francia durante el llamado affaire
Dreyfus (finales del siglo XIX), inicialmente como un calificativo peyorativo que los
anti-dreyfusistas utilizaban despectivamente para designar al conjunto de
personajes de la ciencia, el arte, y la cultura.
–Lo haré –juró Angelica ante las cenizas. –Destruiré mi reputación y ganaré mi
libertad –dijo con voz temblorosa y sintió en la boca el sabor del papel humeante.
Se alejó de la escena del crimen y se acercó a su escritorio. Se detuvo un
momento a acariciar la pulida superficie de caoba, resistiendo la urgencia de abrir
el compartimento secreto y mirar su otra rebelión, oculta y oprimida… las páginas
de sus historias de fantasmas.
Desde que había podido sostener una pluma, a Angelica le había encantado
escribir. Prefería mucho más las falsedades de la ficción que las de la sociedad. Su
padre había fomentado su talento, pero su madre, naturalmente, despreciaba su
escritura y el apoyo de su padre a un hábito que ella consideraba digno de “las
clases más bajas”.
–¡Tú heredaste esos rasgos vulgares de él! –se quejaba constantemente. –Juro
que me arrepentiré por siempre de haberme casado con un don nadie en vez de
con un noble. Tal vez ahora no tendría una hija tan desnaturalizada.
Una confusa mezcla de enojo y lástima siempre invadían a Angelica tras esas
palabras. El Conde de Pendlebur se había puesto furioso cuando Margaret había
decidido casarse con un banquero ordinario. Le había quitado todo el dinero a su
hija, y había prometido retener ese caudal hasta que Angelica se casara
apropiadamente.
Ahora Margaret estaba decidida a arreglar la boda de la temporada entre su
hija y algún lord indolente. Angelica no sabía si pretendía casarla para limar
asperezas con el abuelo o por el dinero. De cualquier forma, la presión por atrapar
un marido con título, rico de ser posible, pesaba diez veces más sobre ella que
sobre una casadera promedio. La idea era enfermiza. El mérito propio de uno no
debería estar ligado a su origen.
Levantó la barbilla dramáticamente y citó: –¿Qué valor tiene un nombre? Que
si llamáramos a una rosa por otro nombre, olería igual de bien –Shakespeare tenía
un punto válido ahí. Por supuesto, hasta ahí solamente podía identificarse con su
heroína. Después de todo, Julieta realmente quería casarse.
La idea del matrimonio y de ser una apropiada matrona de sociedad le
resultaba repulsiva a Angelica. Añoraba aventuras como aquellas en las que Mary
Shelley se había embarcado cuando tenía su misma edad. Su imaginación daba
vueltas al leer los viajes de la escritora a través del continente, llevándola de París
a Italia, incluso hasta Suiza. Había sido en el atractivo escenario del Lago Geneva,
durante una excitante tormenta eléctrica, que Mary había escrito su gótica obra
maestra, Frankenstein.
Rodeada de magistrales escritores como Lord Byron, John Polidori y Percy
Shelley, Mary había sido completamente libre de ser ella misma y escribir lo que
deseaba. Angelica anhelaba esa libertad. Sabía que su trabajo prosperaría si
estaba alejada de la atmósfera sofocante de la alta sociedad, el hipócrita pináculo
de la nobleza de Inglaterra y su rigurosa idea del matrimonio.
Suspiró y se reclinó contra la pared. Incluso Mary Shelley se había rendido a lo
convencional al casarse con Percy. Y aparentemente, el casamiento había
sofocado incluso su espíritu audaz. Después de Frankenstein, Mary había dejado
de escribir. Al parecer, el matrimonio y la maternidad hacían a las mujeres tan
miserables como lo era su madre.
Un ruido afuera interrumpió su ensueño. Angelica corrió a la ventana y vio un
carruaje deteniéndose frente a la mansión que estaba al otro lado de la calle
detrás de su casa. Su corazón brincó de emoción. ¡El duque estaba de vuelta en
Londres! Ahora, eso era buen material para sus historias. Junto a sus antepasados,
el Duque de Burnrath siempre había sido el mayor misterio de la alta sociedad.
Rara vez se dignaba a mezclarse con la sociedad de alcurnia, asistiendo solamente
al White o a algún baile ocasional antes de partir de nuevo hacia lugares
desconocidos. Aunque Su Excelencia era objeto de especulación para Angelica, no
la obsesionaba ni la mitad de lo que la obsesionaba su casa, que era el verdadero
centro de su fascinación. La imponente mansión isabelina había pertenecido a los
Duques de Burnrath por más de 100 años. Angelica creía que la Casa Burnrath
estaba encantada. No podía contar las veces que había visto movimiento o
escuchado ruidos provenientes de ese lugar cuando se suponía que la casa estaba
vacía. Su mente susurraba deliciosas fantasías acerca de qué tipo de macabros
espectros acechaban, o tal vez flotaban, en sus oscuros recovecos. Muchas de sus
historias estaban inspiradas en la Casa Burnrath, pero la imaginación solo podía
llevarla hasta cierto punto.
Miró la antigua mansión, temblando dentro de sus enaguas. Los pisos
superiores se imponían sobre la espesa niebla nocturna, las elaboradas columnas
de las chimeneas semejaban oscuros centinelas. Angelica sabía que si se las
arreglaba para entrar, podría crear una obra maestra de horror gótico a la altura
de la de Mary Shelley. Después de todo, la investigación dedicada era la fuente de
todas las grandes historias. Mentalmente, añadió entrar a la Casa Burnrath a sus
objetivos.
Angelica alcanzó a ver una silueta oscura que abandonaba la casa y se metía al
carruaje antes de que el sonido de pasos en la escalera le anunciara la llegada de
su madre y su doncella. Era una lástima que no pudiera visitar a Su Excelencia.
Incluso si fuera lícito que una dama soltera hiciera tal cosa, el duque no se movía
en los mismos círculos que su familia. Otra decepción más, acarreada por
retrógrados asuntos de rango y convencionalismos. La puerta de su habitación se
abrió y corrió a sentarse remilgadamente en la cama.
–¡No puedo esperar a verte con esta exquisita creación! –canturreó Margaret
mientras entraba con un vestido de gala a la habitación. Liza, la doncella de
Angelica, venía detrás con un corsé y enaguas. –Los pretendientes harán fila para
bailar contigo –cualquier signo de enojo por la discusión había desaparecido en
Margaret al reanudar su papel de feliz casamentera.
Angelica suspiró. Si Mary Wollstonecraft hubiera sido su madre, ahora estaría
escribiendo en vez de sufrir este suplicio. El corsé le cortó el aliento cuando Liza
tiró de los lazos murmurando una disculpa. Angelica levantó los brazos para
ponerse las interminables capas de enaguas y, finalmente, el vestido. Había que
admitir que el conjunto era exquisito. El satín de un azul pálido resplandecía,
luciendo una tonalidad entre el zafiro y el más discreto aciano dependiendo de
cómo se proyectara la luz sobre la tela. El vestido no tenía más adorno que un
ribete hecho de cintas azul oscuro en el corpiño y a lo largo de toda la basta.
–Ya que la mayoría de las debutantes 2 estarán vestidas de colores más
discretos, creo que este te ayudará a sobresalir, especialmente con el peinado
correcto –el tono de Margaret no dejaba lugar a discusión.
Cuando Liza hubo terminado con su cabello, Angelica evaluó su imagen en el
espejo. Sus mechones castaños estaban apilados en la cima de su cabeza,
enhebrados con perlas, mientras unos cuantos rizos caían artísticamente por su
espalda. Sus ojos como ébanos, orlados con unas pestañas negras como el hollín,
miraban tímidamente desde su cara con forma de corazón. Sus labios carnosos
sonreían levemente. ¡Vaya, aparentaba por lo menos unos veinte años!
Margaret asintió con aprobación. –Verdaderamente serás una preciosidad
ahí, querida. Espero que en cuanto lleguemos se te forme una fila de jóvenes y
nobles pretendientes –Angelica hizo una mueca mientras su madre le pellizcaba
2
Término empleado para referirse a las jóvenes solteras en edad de contraer
matrimonio que se presentaban en sociedad para buscar un casamiento
provechoso.
las mejillas para darles un poco de color. –Bien. Ahora debo ver si tu padre envió a
buscar el carruaje.
En cuanto su madre dejó la habitación, Angelica miró ceñuda a su doncella. –
¿Por qué tiene que ser tan materialista? Me siento como un caballo o una pintura
en una subasta.
Liza suspiró. –Lady Margaret solo se preocupa por su futuro. Simplemente
quiere lo mejor para usted.
Angelica gruñó. –¿Qué futuro? Ella quiere condenarme a vivir en una jaula un
poco más dorada que esta –saltó de su asiento y comenzó a pasear de arriba abajo
como un felino embravecido. –Eso es todo lo que significa el matrimonio para una
mujer. Diablos, eso es todo lo que significa la vida para una mujer. ¡Una prisión!
Bueno, no pienso seguir soportando más este horroroso comercio de esclavas.
Voy a…
–¿Qué vas a hacer? –inquirió Liza, impasible ante aquel arrebato impropio de
una dama.
–Olvídalo –Angelica se sintió tentada a informarle a su doncella de su
intención de autodestruirse, pero consideró que no sería prudente. Liza era como
una amiga para ella, pero también era una sirvienta que dependía de la buena
opinión de sus padres para mantener su posición y el techo sobre su cabeza. Si
Angelica tenía éxito arruinando su reputación y Liza supiera de este ardid,
probablemente arrojarían a su pobre doncella a la calle sin pensarlo. Liza era una
cómplice muy dispuesta en muchas de sus aventuras, pero sería mejor que
actuara sola en esta.
Para evitar las sospechas de la doncella, se abalanzó sobre la cama y sacó
desde debajo del colchón una liga de seda negra.
Liza volvió a suspirar mientras Angelica se levantaba las faldas para ponerse el
retazo de tela. –¿Todavía estás usando esa maldita cosa? Ni siquiera conociste a
ese poeta.
–Por supuesto que todavía lo estoy usando. John Keats solo lleva muerto una
semana. A un creador de grandes obras se le debe rendir luto. Ya que mi madre no
me permite hacerlo en público, llevaré esta liga hasta que pase un tiempo
decente, quizás los seis meses requeridos.
Liza asintió. –Al menos has tenido la sensatez de guardarle luto a ese pobre
diablo en secreto ahora –obviamente, ella consideraba que su posición estaba por
encima de la del poeta. –Nunca olvidaré la cara de tu madre cuando intentaste
llevar plumas negras en tu tocado para tu presentación ante el Rey el martes
pasado. ¡Casi se vuelve loca!
Angelica enarcó una ceja. –¿Qué más podía haber hecho? Quemó mi vestido
negro.
–La falda era muy corta. Incluso si hubiera bajado el corpiño fuera del límite,
no te habría servido –replicó Liza suavemente, la ayudó a ponerse la capa y la
condujo fuera de la habitación.
Papá recibió a Angelica al pie de la escalera. –¿Será en verdad mi hijita esta
criatura encantadora?
Ella le sonrió e hizo una pequeña reverencia. No era difícil creer que su madre
se había enamorado de él. Aunque Jacob Winthrop tenía 40 años, su pelo negro
como el ébano no tenía ni asomo de canas, y sus ojos de gitano, los cuales había
heredado Angelica, estaban apenas rodeados de arrugas. Aunque no tenía ningún
título, muchas damas de alcurnia se sonrojaban y sonreían como tontas ante él.
¿Cómo era posible que su madre ya no lo amara?
Un poco de aprensión la invadió al ver el amado semblante de su padre. ¿Le
haría daño a él si arruinaba su reputación? Sabía que su madre iba a estar
devastada, y se sorprendió con el sentimiento de culpa que le provocó este
pensamiento, a pesar de que aún sentía rabia por la traición de Margaret.
Seguramente papá lo entendería. Nunca había sido de los que se preocupan
demasiado por las opiniones de los demás.
Levantó la barbilla y citó: –Sostener una pluma es estar en guerra.
Jacob sonrió abiertamente. –Voltaire, ¿verdad?
Angelica asintió. Incluso si Mary Shelley había olvidado que escribir era una
guerra, ella no lo olvidaría. Y la guerra significaba hacer sacrificios. Debía
recordarlo.
Mientras su papá la acompañaba afuera, escudriñó la Casa Burnrath, visible a
través de las ramas desnudas de los espinos. La intimidante estructura parecía
hacerle señas desde la oscuridad. Un temblor estimulante le recorrió todo el
cuerpo hasta los pies y se apretó más la capa sobre los hombros desnudos.
–Bueno, mejor partimos antes de que a tu madre le dé un ataque por los
vapores –dijo su padre con una ligera sonrisa que no alcanzó a reflejarse en sus
ojos.
Angelica suspiró y le echó una última mirada anhelante a la casa antes de que
un lacayo le ayudara a subir al coche. Tenía que encontrar una forma de entrar
ahí.
Su madre la estuvo sermoneando todo el camino hasta el baile de
Wentworth. No podía bailar más de una vez con el mismo hombre, o estaría
arruinada. No podía descuidarse y beber demasiado champagne, o estaría
arruinada. Arruinada… arruinada. La palabra se hacía más seductora cada vez que
la escuchaba.
Arruinada significaba que ningún hombre querría casarse con ella.
Arruinada significaba que podría abandonar esta banal fachada de pertenecer
a la buena sociedad.
Arruinada significaba que su dote sería para ella misma. Arruinada significaba
que podría escribir cuanto quisiera.
Angelica sonrió en la oscuridad del carruaje. Se embarcaría en esa misión esta
misma noche. De seguro no podría ser tan difícil.
Capítulo 2

Ian Ashton, Duque de Burnrath y Lord Vampiro de Londres, tiró el último


número del Times con una palabrota. El Vampiro, o la Novia de las Islas iba a tener
una segunda puesta en escena a petición del público.
La locura generada por el cuento El Vampiro del Dr. John Polidori estaba
llegando a otros niveles. Ese estúpido médico convertido en escritor había puesto
en peligro la vida de Ian con sus garabatos, y él quería saber por qué. ¿Sabría el
hombre lo qué era Ian? ¿O simplemente estaba jugando con viejas leyendas? De
cualquier manera, la historia había causado un cierto daño.
Como decía el cuento de Polidori: “Sus peculiaridades habían causado que le
invitaran a cada casa, todos querían verlo, y aquellos que estaban acostumbrados
a emociones violentas, y ahora sentían el peso del hastío, estaban encantados de
estar en presencia de algo que fuera capaz de robar su atención.” La nobleza se
había aferrado a este fanatismo vampírico con el mismo fervor con que abrazaban
cada nueva tendencia. Aunque hacía solo dos noches que el duque había
regresado a la ciudad, ya habían comenzado a circular rumores sobre sus extraños
hábitos y horarios.
Recientemente, Ian había vuelto de un viaje infructuoso a Italia en la
búsqueda de Lord Byron, a quien se le había atribuido el cuento originalmente.
Una vez que había descubierto que el autor era Polidori, se había precipitado de
vuelta a Londres, pero todavía no había podido dar con el hombre. Por el
momento, estaba empleando su tiempo en hacer cuanto podía para deshacer los
daños.
No le preocupaba que los insípidos aristócratas descubrieran lo que él era, ya
que ellos eran demasiado anodinos como para creérselo realmente. Pero cuando
las sátiras y los artículos de chismorreos circularan por todo Londres, habría
alguien que se tomaría la broma en serio. No había sido perseguido por un
cazador de vampiros desde su tercera encarnación como Duque de Burnrath, y no
le apetecía repetir la experiencia. Era por eso que estaba en ese tonto baile esta
noche. Tenía que proteger su reputación.
–Los invitados están llegando, Su Excelencia –anunció el Duque de
Wentworth. –Espero que no pretendas pasarte la noche en mi biblioteca leyendo
periódicos, ¿verdad? Habrá buenos juegos después del baile, te lo aseguro.
–Ya he terminado aquí –replicó Ian levantándose de la silla.
Wentworth recogió el diario y le echó una mirada al titular de la historia. –
¡Pardiez! Sí que te van a hacer pasar un mal rato. Es ridículo cómo una tonta
historia puede estimular la imaginación de los crédulos.
Ian sonrió, ocultando sus colmillos. –Qué suerte que tu salón de baile esté
lleno de espejos.
Wentworth soltó una carcajada. –Espero que no te importe, pero le pedí al
cocinero que horneara pan de ajo para los aperitivos. Los invitados se marcharán
con un aliento horrible, pero estoy seguro de que el baile será un éxito y, con
suerte, detendrá esos ridículos rumores. Por cierto, ¿por qué te niegas a salir
durante el día? Si por lo menos cabalgaras un poco por Hyde Park, o participaras
en un par de carreras, las habladurías cesarían inmediatamente.
Ian frunció el ceño y se apartó un oscuro mechón de pelo de la cara. –Mi
médico me ha recomendado que no lo haga. Verás, tengo una enfermedad de la
piel, y si alguna dama me viera quemado y lleno de ampollas, tendría que tomar
infusiones de corniciervo antes de dormir por una semana.
–¿Tan malo es? –inquirió su amigo levantando las cejas.
Ian fingió un suspiro trágico. –Es un mal de familia.
La Duquesa de Wentworth irrumpió en la biblioteca en ese momento. –Aquí
estás. ¡Sal enseguida! Hay una verdadera aglomeración allá afuera y necesito
ayuda para recibir a los invitados –bajó un poco la voz. –No vas a creer el peluquín
de mal gusto que trae puesto Sir Hubert Huxtable. Al principio creí que llevaba
algo muerto en la cabeza. Y la heredera de los Winthrop lleva puesto un vestido
demasiado maduro para una joven soltera.
Ian sofocó una risa ante el tono de censura de su voz. –No te haremos esperar
más, Jane.
Mientras seguía a los Wentworth escaleras abajo hacia la multitud, miró a la
heredera anteriormente mencionada. Su belleza morena y exuberante hacía lucir
insulsas y descoloridas a las rubias de moda. Sintió un apretón en las entrañas a la
vista de su cuerpo carnoso y sus rizos resplandecientes. Quizás el vestido sí que
era demasiado maduro para una joven debutante. O quizás había pasado mucho
tiempo desde su última visita a una casa de placer. De cualquier forma, por el bien
de la chica, sería mejor que la evitara.
Ian respiró hondo y se metió entre el gentío, haciendo reverencias y nuevas
presentaciones. Era una suerte que se hubiera alimentado esa noche, de otro
modo el olor de tanta sangre fresca lo hubiera vuelto loco. Espontáneamente,
volvió a posar la vista sobre la joven Winthrop. Entonces entrecerró los ojos. Algo
no estaba bien en la mirada de aquella chica.
Aunque no era capaz de leer la mente, el don de Ian residía en detectar los
sutiles matices del movimiento, los gestos, las expresiones y la voz humana. Si
fuera su deseo, podría ganar con cualquier mano de cartas que jugara. Cada
instinto en su cuerpo le indicaba que la debutante estaba planeando algo. No era
solamente por la falta de ambición en los ojos que toda joven de su edad y
posición tenía, ya su madre tenía suficiente por ambas. El brillo malicioso de
aquella sutil sonrisa le decía que estaba tramando alguna diablura.
La chica bajó una copa de champagne con una prisa impropia de una dama. Lo
que fuera que iba a hacer, debía requerir coraje. Tendría que vigilar discretamente
a esta intrigante criatura. Lord Wentworth era bastante buen tipo para ser un
mortal, sería una pena que su fiesta se arruinara por culpa de una tonta mocosa.

***

Angelica disimuló un bostezo dándole un sorbo a su tercera copa de


champagne. Había bailado hasta el cansancio con caballeros idóneos y no idóneos
por igual. En la pista de baile había ejecutado la primera parte de su plan para
escandalizar a los finos. En vez de intercambiar las suaves cortesías sobre el clima
o la salud de la familia, intentó escandalizar a sus parejas de baile hablando sin
tapujos. Se había burlado ante un presumido baronet de la moda masculina,
comparando los brillantes colores de los bombachos de satín y los brillantes
chalecos con el plumaje de pavos real vanidosos. Se había entrometido en los
asuntos de negocios de un rico conde, discutiendo sobre inversiones y prácticas
bancarias como si ella misma fuera a hacer un intento de amasar fortuna. Con un
aburrido vizconde había llegado al extremo de discutir detalles morbosos sobre la
exhumación de cadáveres en Frankenstein. La forma abrupta en la que el hombre
se había puesto verde había sido muy satisfactoria. Angelica incluso había bailado
dos veces con cada uno de ellos.
Orgullosa de su audacia, esperaba con ansiedad que se acabaran las
invitaciones a bailar y comenzara el chismorreo. Para su irritación, los caballeros
comenzaron a buscar más fervientemente su compañía. Finalmente había tenido
que alegar que estaba agotada y había abandonado la pista, rezando para que
ninguno buscara a su padre para pedirle su mano.
Hizo una mueca de disgusto mientras se abanicaba unas gotas de sudor en la
frente. ¿Por qué no me dejarán en paz estos malditos presumidos? La semana
pasada a la hija de Lady Dranston nunca la sacaron a bailar por su incesante
chachareo sobre horticultura. ¿Qué puedo estar haciendo mal?
Un vizconde hizo una reverencia ante ella. –Luce usted acalorada, Señorita
Winthrop. Si me permite acompañarla, conozco el más delicioso lugar donde
podrá usted refrescarse –dijo pasándose la lengua por sus gruesos labios y
comiéndole el busto con los ojos.
Angelica sintió el estómago revolvérsele, pero se obligó a mirarlo a los ojos.
De seguro intentaría robarle un beso, y si los sorprendían, estaría definitivamente
arruinada. Por otra parte, a menudo los hombres solían casarse con la joven a
quién perjudicaban. Especialmente si tenían una dote como la suya. La idea de ser
encadenada a este libidinoso de por vida, y mucho menos permitir que se le
acercaran esos gordos labios, le puso los pelos de punta.
–No, gracias, mi lord. Estoy cómoda así –le dijo fríamente.
Él hizo otra reverencia y se marchó pavoneándose en busca de otra presa.
Angelica sintió lástima por la pobre chica que fuera la próxima.
–Me encanta tu vestido –una voz interrumpió sus pensamientos.
Angelica se volvió hacia una dama con un vestido verde esmeralda,
escandalosamente escotado, que le sonreía. Había visto a esa rubia antes en otros
eventos sociales, pero no podía recordar su nombre.
–Gracias –y antes de que pudiera devolverle el cumplido, se acercó una chica
de su edad en un típico vestido blanco virginal. Le resultaba conocida con sus rizos
rubios y sus labios angelicales.
La chica le hizo una reverencia a Angelica antes de dirigirse a la mujer de más
edad. –Oh, Victoria, Lord Branson bailó dos veces conmigo esta noche. Es tan
apuesto y elegante.
La mujer del vestido verde le ofreció una sonrisa glacial. –Entonces debes
ignorarlo el resto de la noche.
El rostro de la chica reflejó su decepción. –Pero…
–Pero nada, Claire. Está endeudado hasta los ojos, y además, solo tiene una
entrada de unos cuatro mil anuales.
Victoria agitó la mano. –Oh, discúlpanos. No me he presentado. Yo soy
Victoria Wheaton, y esta es mi hermana la señorita Claire Belmont.
Angelica se inclinó. –Un placer. Yo soy la señorita Angelica Winthrop.
Claire dio un grito de consternación. –¿No serás la nieta del Conde de
Pendlebur?
Victoria le dio un golpecito a su hermana en el brazo con el abanico mientras
Angelica le respondía. –Sí, la misma. ¿Hay algo malo con ello?
Claire estaba impresionada por su ingenuidad. –Mis disculpas. Es solo que
pensé que tu presentación sería el próximo año. Yo, emm… no esperaba tener
semejante competencia en esta temporada.
Victoria rió a carcajadas. –Ella apostaba a que atraparía al caballero de mejor
posición este año. Mis amigos y yo también hicimos una apuesta en ello. Tu
presencia inclina las probabilidades.
Angelica estaba aturdida ante aquellas dos mujeres jóvenes que estaban igual
de obsesionadas que su madre con los títulos y el dinero. No se molestó en señalar
que no estaba interesa en “atrapar” a nadie. –¿Y qué hay del amor? –les espetó.
Las damas se rieron tontamente y Claire replicó: –Yo amaría convertirme en
Duquesa –y bajó la voz con complicidad. –El Duque de Burnrath está aquí esta
noche. ¡Oh, solo imagina si pudiera llamar su atención! –se puso en las puntas de
sus pies y estiró el cuello buscándolo en la multitud.
Victoria miró ceñuda a su hermana. –No lo pienses ni por un momento, Claire.
Los duques de Burnrath tienen una tradición desde hace tiempo de desposar a
novias foráneas. Muchas viudas y jóvenes ingenuas han intentado seducirlo en
contra de esa costumbre y han quedado solo con un corazón roto y una
reputación manchada como todo resultado –sonrió. –Además, he escuchado que
es un vampiro.
Angelica se quedó sin aliento. Había devorado el cuento de John Polidori con
tanto gusto como el de Mary Shelley. ¿Serían reales semejantes criaturas? Si era
así, eso podría significar que su vecino era uno de ellos.
Claire se acomodó los rizos y preguntó. –¿Qué es un vampiro?
–No sabía que mamá te había sobreprotegido tanto. Un vampiro… –explicó
Victoria. –Es una criatura que parece un hombre, se cuela en los dormitorios de las
damas y se bebe su sangre. Esas historias son el furor ahora –sus brillantes ojos
azules no dejaban traslucir la seriedad del asunto.
Claire se estremeció. –Qué horrendo –entonces sus ojos se encendieron y
volvió a ponerse en las puntas de sus pies. –¡Ahí está, con la Duquesa de
Wentworth!
Angelica recorrió la multitud con la vista ansiosamente. ¿Sería realmente un
vampiro el Duque de Burnrath? Su imaginación comenzó a dar volteretas. Era en
extremo delicioso para escribirlo. Lo vio y se dio cuenta de que era la primera vez
que veía a Su Excelencia a la luz. Era más alto que casi todos los hombres de la
muchedumbre. El pelo negro como alas de cuervo y largo, al contrario de la
usanza, le acariciaba los hombros de su negra chaqueta de gala. Angelica se
estremeció. Sus ojos plateados se encontraron con los de ella y sintió como si le
hubieran apretado el corsé. El duque enarcó mordazmente una ceja, le hizo una
leve inclinación de cabeza y tomó a la Duquesa de Wentworth del brazo para
bailar un vals.
Las mejillas le ardieron de vergüenza al ser atrapada mirándolo fijamente. Se
le aflojaron las rodillas y abrió su abanico, molesta por la extraña incomodidad que
estaba sintiendo al verlo bailar con la Duquesa de Wentworth. Comenzó a mirar
hacia la multitud en busca de una distracción.
–Él no puede ser un vampiro, Lady Wheaton –dijo Angelica frunciendo el
entrecejo mientras miraba los espejos que adornaban el salón de baile y el reflejo
de los candelabros encendidos en su interior. –Mire los espejos. Se refleja en ellos.
Victoria siguió la dirección de su mirada. –Así es. Da igual, solo estaba
bromeando. Es que con la popularidad alcanzada por el cuento de Lord Ruthven,
muchos han estado especulando sobre las inclinaciones nocturnas del Duque.
–¿Qué tiene que ver el reflejo con los vampiros? –preguntó Claire mientras
cerraba el abanico y hacía ojitos para llamar la atención del duque.
En cualquier otra oportunidad, Angelica hubiera explicado con entusiasmo el
mito de los vampiros a una nueva audiencia, pero su propia reacción ante el
duque la había desconcertado. Hizo un esfuerzo para encontrarle un significado a
esos sentimientos perturbadores que le producía. Tomó otra copa de champagne
cuando pasó un sirviente y se quedó sorbiendo la burbujeante bebida en silencio
mientras Victoria parloteaba con su hermana sobre ajo y cruces.
–Me pregunto cuál será su nombre –murmuró más para sí misma que para el
resto.
–Ian Ashton –respondió Claire. –¡Oh, si tan solo no tuviera esa estúpida
tradición familiar! Sería el partidazo del siglo. ¡Imaginen ser la Duquesa de
Burnrath!
Ian. Angelica sintió un extraño estremecimiento por todo el cuerpo.
Un joven caballero se le acercó con pasos odiosamente afectados. –¿Le
gustaría bailar, señorita Winthrop?
Apartó la mirada del duque y se dio cuenta que se había formado una fila
detrás del corintio adornado con lazos. Volvía a tener el mismo problema del
principio. Tenía que evitar casarse con uno de estos estúpidos dandis. Para ello
tenía que concentrarse en encontrar una forma de destruir su reputación, no
quedarse mirando a un duque apuesto, que ni siquiera era un vampiro.
–Ahora no, gracias –le dijo al caballero, alzando la voz para que los demás
cortejantes pudieran escuchar. –Me temo que me está entrando un dolor de
cabeza –y miró a todos lados buscando una oportunidad de escaparse.
Entonces vio al Duque de Burnrath que abandonaba el salón de baile y
entraba a la sala de juegos. Al principio se molestó por encontrarse prestándole
atención de nuevo, pero entonces le llegó la inspiración. Una debutante no
entraría ni muerta a ese salón, mucho menos detrás de un hombre que no estaba
disponible para el matrimonio. Hacer algo así la arruinaría con seguridad. Y si ya de
paso podía ver a Su Excelencia más de cerca, bien valdría la pena.
Le echó una mirada a su madre para asegurarse de que no la estaba viendo.
Contradictoriamente, sintió alivio y molestia al verla charlando con intimidad con
Lady Osgoode y Lady Makepeace. ¡Sin duda planeando subastarla al mejor postor!
Angelica reprimió un bufido desdeñoso y se dirigió al salón de juegos.
Apenas entró a la habitación llena de humo, todos y cada uno de los hombres
levantaron la vista de las cartas y se le quedaron mirando fijamente. Resonaron
algunas toses incómodas. Angelica sintió que la cara le ardía y la invadió la
necesidad de escapar de ahí.
–Me pareció verte entrar aquí –dijo Victoria a sus espaldas. –Este no es
realmente un lugar para una joven soltera, pero estoy segura de que solamente
sentías curiosidad.
Su voz sonaba extrañamente triunfante. Angelica sonrió comprendiendo la
situación. Victoria quería que la reputación de Angelica se arruinara para
aumentar las probabilidades de que su hermana atrapara un buen partido. ¡Que se
quede Claire con todos ellos! Reprimió las ganas de soltar una risita. El champagne
era en verdad excelente, decidió mientras la euforia líquida llegaba a los límites de
su conciencia.
Angelica vio un grupo de damas que se apiñaban en torno a una mesa
mirando las altas apuestas que había en juego. Saludaron a Victoria con la mano y
le sonrieron a ella mientras susurraban detrás de sus abanicos de seda.
–Bueno, supongo que mientras estés conmigo estarás apropiadamente
acompañada –dijo Victoria mientras tiraba de ella hacia el interior de la
habitación.
Tal como había dicho, la audiencia masculina pareció relajarse y Angelica se
unió al grupo de mujeres. Por su presencia, debían ser del grupo de las libertinas.
A mamá le daría una apoplejía si me viera aquí. Y por alguna razón este
pensamiento le volvió a producir una risita tonta mientras tomaba otra copa de
champagne de un sirviente que pasaba. Las otras mujeres se miraron entre sí y se
rieron. La habitación se inclinó un poco y, por un momento, le pareció que había
dos de cada cosa. Parpadeó y volvió a mirar a las demás mujeres. La luz se
reflejaba de forma extraordinaria en las joyas que llevaban alrededor del cuello.

***
Por primera vez en más de 200 años, Ian estaba perdiendo un juego sin
quererlo. La chica Winthrop lo estaba distrayendo. Al principio había pensado que
ella lo había seguido resueltamente hasta el salón de juegos, pero como no lo
había mirado desde que llegó, ya no estaba tan seguro. La miraba furtivamente
con disgusto. ¿Qué podría estar planeando?
–Me atrevo a decir –dijo Lord Ponsonby arrastrando las palabras mientras le
sacudía la ceniza a su tabaco. –Que esa pequeña pícara de allí está distrayendo mi
atención del juego. Estoy tentado a abandonar la mesa y hacer el intento de
presentarme.
–A no ser que sea con intención de casarte, no te lo recomendaría –dijo Lord
Makepeace rascándose las patillas. –Esa es la heredera de Pendlebur.
Ponsonby sacudió la cabeza. –No puede ser. Una heredera no arriesgaría su
reputación entrando aquí.
–Estoy seguro de que mi esposa es la responsable de esto –el vizconde
Wheaton frunció el ceño consternado. –Esto tiene la firma de una de las diabluras
de Victoria. La pobre chica seguramente no tiene idea de que está haciendo algo
inapropiado.
–Bueno, si el daño está hecho… –Ponsonby se puso de pie. –Hace años que no
me siento el pantalón tan apretado. ¿Alguien quiere apostar que puedo seducirla
antes de que termine la noche?
–No lo harás –replicó Ian con un gruñido y se levantó de la mesa, confundido
por la fuerte simpatía que sentía hacia aquella chica, quien era lo suficientemente
ingenua como para dejar que se arruinara su reputación. O tal vez era la idea de
que Ponsonby pusiera sus limpias manos sobre aquella piel sedosa lo que le
molestaba.
Ponsonby levantó una ceja. –Por Dios, Burnrath, pensé que tú no te
entretenías con doncellas.
–No lo hago –y lo siguió a través de la habitación. –Solo pienso que alguien
debe ser lo suficientemente maduro como para detener esta tontería.
Ponsonby lo ignoró y se acercó a la chica. –¿Y quién es esta hermosa dama? –
preguntó mientras intentaba mirar dentro de su corpiño.
Ian le siguió de cerca, listo para estrangular al imbécil si se atrevía a tocar a la
inocente beldad. Ajena a la tensión que llenaba el lugar, la debutante hipó y
recogió un puro humeante de la mesa. Su mirada se volvió desdeñosa mientras se
lo llevaba a sus labios lozanos y tomaba una calada.
Todos los ojos se fijaron atónitos sobre ella mientras exhalaba una nube de
humo y citaba: –Aprendí desde la infancia que la belleza es el cetro de una mujer,
la mente se amolda al cuerpo, y deambular por la jaula dorada solo es una forma
de adornar la prisión.
Ian no pudo contener una carcajada. No sabía qué era más divertido acerca de
la cita, el que la chica fuera bien leída, o el hecho de que una belleza como ella
estuviera recitando las palabras de la infame Mary Wollstonecraft.
Su diversión se disipó cuando la chica se tambaleó sobre sus pies y se dio
cuenta de que estaba mareada. Frunciendo el ceño, le arrancó el puro de sus
delicados dedos y la tomó de la mano.
–Me parece que le debo un baile –dijo fingiendo un tono casual, con la
esperanza de llevarla de vuelta al salón de baile sin hacer una escena.
–Oh… ¿eh?... –tartamudeó ella y parpadeó mirándolo con sus enormes ojos
oscuros.
Tomando eso como una afirmación, Ian la agarró del codo y la acompañó
afuera, entre las risitas de las “damas” y las carcajadas de los “caballeros”.
–Debo informarle, señorita Winthrop, que la sala de juegos no es lugar para
jovencitas virtuosas –intentó sonar severo y mantener los ojos apartados de su
maravilloso busto, pero su rostro era igual de cautivador. Casi perdió el equilibrio
mientras la acompañaba escaleras abajo hacia el salón de baile.
La chica afirmó con la cabeza y fijó en él sus ojos negros como el ébano. –Sé lo
que estoy haciendo. “De hecho, es una farsa llamar virtuoso a cualquier ser cuyas
virtudes no sean resultado del ejercicio de su propia razón.”
Ian contuvo una carcajada mientras intentaba no perderse en su oscura
mirada. –Tienes razón, querida. Yo también encuentro el trabajo de la señora
Wollstonecraft estimulante como ninguno. Dime, por favor, ¿crees que
Frankenstein sea obra de su hija, o que lo escribió su esposo, como la mayoría
piensa?
–Mi nombre es Angelica, no “querida”, y solo un cerebro de pájaro no
reconocería el talento hereditario cuando lo lee. O tal vez la sociedad no crea que
una mujer sea capaz de escribir una historia gótica aceptable.
Angelica. El nombre encajaba con su belleza etérea. Al menos hasta que abría
la boca. Este no era el típico e insípido resultado de una chica a quién se quería
presentar exitosamente en Sociedad. Esta mujer era una criatura intrigante,
fascinante con su astucia y su ingenua rebelión ante el convencionalismo. Y su
morena y prohibida belleza lo estaba volviendo loco.
En vez de dejársela a un compañero de baile adecuado como había
pretendido hacer cuando entraron al salón, la tomó en sus brazos para bailar un
vals. Era doloroso mantener la vista alejada de sus pechos turgentes bajo el satín
azul, del sutil ritmo de su delicado pulso latiendo en su cuello, soportar el cálido
tacto de su diminuta cintura entre sus manos mientras la guiaba en el íntimo baile.
–Escuché que eres un vampiro –dijo Angelica levantando hacia él sus dulces
ojos gitanos.
Ian echó atrás la cabeza y se rió, ajeno a las miradas escandalizadas que
lanzaban en su dirección. –Soy un hombre.
La chica asintió. –Eso pensé.
–¿Y eso por qué? –ah, ahora vendrá el flirteo superficial. Y puso una expresión
de aburrida indiferencia que garantizaba que las mujeres salieran corriendo.
–Vi que te reflejas en los espejos –o ella estaba demasiado borracha como
para notar su desdén, o era muy valiente.
La vio esbozar una sonrisa y se encontró a sí mismo preguntando: –Y si mi
imagen no se reflejara en el espejo, ¿qué harías?
Ella sonrió. –Por supuesto, te preguntaría qué se siente ser un vampiro.
Ian luchó para ocultar su asombro y mantener la voz baja. –¿Por qué querrías
saber semejante cosa? ¿Te gustaría ser uno?
Angelica sonrió como si estuvieran hablando de la última moda en París. –No
había pensado en eso. Solo pensé que podría dar una buena historia. Verás, es que
soy escritora.
Una buena historia. Apretó la mandíbula mientras recordaba el cuento del Dr.
Polidori. Una buena historia era lo que lo había metido en este lío.
Afortunadamente, la música cesó antes de que ella pudiera seguir con sus
bromas inapropiadas. –Gracias por el baile, señorita Winthrop –la tomó del brazo
y la acompañó hasta su madre.
–Madre, supongo que ya conoces a Lord Burnrath –dijo Angelica hipando.
Lady Margaret Winthrop asintió. –S-Su Excelencia –murmuró. Su reverencia
digna de un rey contrastaba extrañamente con su rostro fulminado por el pánico.
Ian sonrió con ironía mientras hacía una reverencia. –Lady Margaret –con
razón estaba aterrada de ver a su delicada flor en compañía de alguien con una
reputación tan cuestionable como la suya.
La Duquesa de Wentworth le hizo señas con la cabeza y él obedeció el
llamado, esperando tranquilizar a la horrorizada madre. Pero Angelica parecía
exigir que la mirara una última vez. Para su sorpresa, la extravagante chica incluso
le sonrió.
Ian apartó todos los pensamientos impertinentes de su cabeza mientras
terminaba de bailar con la anfitriona y se despedía de ella.
Esta noche convocaría a todos los vampiros de Londres y les ordenaría buscar
al Dr. John Polidori. Tenía que averiguar si ese hombre conocía los secretos de su
especie. Y si era así, el médico debía ser silenciado… de una forma u otra.
Esbozó una sonrisa compungida mientras el mayordomo le alcanzaba su
abrigo y su sombrero. Probablemente no tendría que matar a Polidori por los
crímenes de su pluma caprichosa. El Consejo no aprobaba esas prácticas en estos
tiempos modernos. Lo más probable era que tuviera que Marcar al advenedizo y
mantenerlo vigilado por el resto de su vida, o tal vez lo animaran a que Cambiara
al hombre. Aun así, la prudencia dictaba que le dijera a sus subordinados solo lo
necesario, era mejor mantener sus opciones abiertas.
Capítulo 3

Rosetta se paseaba de arriba abajo por la cámara subterránea,


mordisqueándose el labio inferior con los colmillos, una manía nerviosa que le
había quedado de cuando era mortal. Le era imposible dormir. Había engañado a
su Lord Vampiro la noche anterior, y él no era cualquier Lord Vampiro. ¡Ian Ashton
era el Lord de Londres! Su castigo de seguro sería la muerte y no el destierro. Se
pasó una fina mano por el pelo negro que llevaba cortado como un hombre y se
acercó a la cama para contemplar al culpable de su insensatez.
John. Le apartó unos mechones oscuros del rostro sombrío y sonrió
suavemente al darse cuenta de que iba recuperando el buen color. Había conocido
al Dr. John Polidori en Suiza, durante el gran recorrido que hacían todos los
vampiros principiantes. El suyo había sido pospuesto un par de años debido a la
ejecución de su Creador, quien la había Transformado sin el permiso del Consejo.
Lord Burnrath la había enviado con una suma generosa en cuanto hubo terminado
la dura experiencia, asegurándole que el viaje la ayudaría a superar el sufrimiento
de haber perdido a su Creador. Rosetta tomó el dinero con gratitud. En verdad,
estaba feliz de que su Creador hubiera muerto. Era un grosero autócrata, sin
imaginación ni capacidad para apreciar la belleza de la vida. El muy desgraciado ni
siquiera era capaz de leer.
Rosetta había disfrutado muchísimo los viajes, y en cuanto se enteró que
habría una gran reunión de escritores en la villa de Lord Byron junto al Lago
Geneva, había partido hacia Suiza tan rápido como se lo permitió su presupuesto.
En su primera noche allí, se había encontrado con un hombre que
deambulaba por las ruinas de un antiguo castillo. Su voz sonora murmuraba una
deliciosa combinación de palabras que rimaban melódicamente, cosquilleándole
en los sentidos de una forma muy placentera. De vez en cuando, el hombre fruncía
el ceño y volvía a repetir la frase, sustituyendo una o dos palabras con otras que
rimaran igual. Estaba componiendo un poema. Rosetta sonrió y se subió
silenciosamente a un parapeto de piedra detrás de él para escucharlo mejor.
Amaba la poesía con tal intensidad que rozaba la obsesión.
Se quedó sin aliento cuando el hombre avanzó un paso y pudo verlo a la luz
de la luna. Con sus rizos oscuros, su piel color canela, sus negros ojos dormilones y
su grácil figura, era el hombre más apuesto que alguna vez hubiera visto. Se inclinó
hacia delante relamiéndose, y entonces una piedra se desprendió bajo su mano y
perdió el equilibrio. Cayó desde lo alto de las ruinas dando un grito del susto.
Cayó sobre los restos de adoquines que había en el patio del castillo. Su
pierna se rompió con un horrible chasquido y se desmayó.
Cuando despertó, estaba en una suntuosa habitación, y el hombre a quien
había estado espiando se encontraba inclinado sobre su pierna, examinando la
herida con académica diligencia. El hombre levantó la vista y sus ojos se
encontraron. Rosetta sintió una oleada de calor entre ellos que la dejó sin aliento.
–Fue una tremenda caída, señorita –su voz era deliciosa como el chocolate
negro suizo. –¿Qué hacía usted subida a esas ruinas?
–Estaba escuchando su poema –confesó y, antes de que él pudiera
preguntarle algo más, añadió. –Me llamo Rosetta. ¿Y usted, mi lord?
Él se rió con pena. –No soy ningún lord, sino un simple médico. Dr. John
Polidori a su servicio, querida Rosetta. Estoy aquí acompañando a Lord Byron. Y,
hablando de mi posición, debo examinarle la pierna.
Polidori se volvió y extrajo una botella color café y una cuchara de su bolsa.
Vertió en la cuchara un líquido espeso con un fuerte olor a amapolas y la invitó a
tomar la medicina con una expresión severa que no toleraría un no por respuesta.
Mientras recitaba el poema para distraerla del dolor, devolvió el hueso roto a
su lugar. Las oscuras odas que había compuesto resultaban música para los oídos
de Rosetta. Cuando el doctor terminó, ya comenzaba a rayar el alba.
–Ahora debes descansar. Te acompañaré a casa en la mañana –dijo.
–Me temo que no será posible –replicó Rosetta. –¡Debo irme ahora mismo!
–¡Pero tu pierna! –protestó Polidori.
–Sobreviviré –dijo mientras luchaba por levantarse de la cama.
Polidori la ayudó a ponerse de pie a pesar de la expresión atribulada que se
dibujaba en su apuesto rostro. De mala gana, le alcanzó una muleta. –Pero,
¿cuándo puedo volver verla?
–No lo sé –estas palabras le dolían horriblemente, pero era la única respuesta
que podía darle. Era peligroso acercarse mucho a los mortales. –De verdad, sir,
¡tengo que irme!
Por alguna razón, el buen hombre captó la urgencia de su voz y llamó a un
criado a regañadientes para que la condujera a su posada. Rosetta apenas había
cerrado el arcón de madera en el que dormía cuando los rayos letales del sol
comenzaron a filtrarse por la ventana. Todo el día estuvo soñando con el apuesto
médico, y cuando despertó, aún no podía sacárselo de la cabeza. Así que, aunque
su instinto le aconsejaba a gritos todo lo contrario, partió cojeando hacia la villa de
Lord Byron para verlo otra vez.
Desde entonces, Rosetta lo siguió a todas partes. Incluso conservó la escayola
un tiempo después de que se le hubo curado la pierna, por si acaso él la veía.
Mientras más lo observaba, más se prendaba de él. Sus cuidados compasivos hacia
sus pacientes también la fascinaban. Parecía ser demasiado bondadoso para ser
una persona de verdad. De hecho, poseía una pasión y una capacidad de amar que
eclipsaba a los mortales comunes.
A John Polidori nunca le faltaban amantes, lo mismo hombres que mujeres, y
a todos los trataba con gran ternura y consideración desde el principio hasta el
final de sus aventuras amorosas. Antes de que se diera cuenta, Rosetta se halló
anhelando ser una de esas afortunadas que él tomaba entre sus brazos.
Desafortunadamente, su actual amante era el tempestuoso poeta Lord Byron. Y
cuando el bastardo engreído envió a su amado John de vuelta a Londres después
de romperle el corazón, Rosetta sintió una urgencia brutal de asesinar al poeta.
Pero estaba prohibido matar a un humano en estos tiempos, donde la ciencia
moderna amenazaba con exponer a los de su especie.
Así que había tenido que dominarse y se había contentado con cuidar de John
como un oscuro ángel guardián, ardiendo en deseos de consolarlo mientras lo veía
endeudarse con la bebida y el juego en un intento de calmar su dolor. Mientras él
dormía, Rosetta solía escabullirse en su habitación y quedarse mirando las suaves
líneas de preocupación que se dibujaban en su hermoso rostro. Cada noche le
susurraba palabras de amor y aliento, animándolo a que siguiera escribiendo y se
ganara así la vida. Después de un tiempo, su buena voluntad pareció tener
influencia sobre él, ya que volvió a sacar su pergamino. Pero esta vez, no escribió
otro poema, sino una historia, una historia sobre un vampiro.
El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando vio el título de la historia.
¿Sabría algo? Miró su silueta dormida con preocupación, recogió los papeles y
partió de vuelta a su guarida para averiguar qué información había podido
recolectar él sobre los de su especie.
Devoró el cuento de Polidori en menos de una hora. Mientras leía, su terror se
disolvió en carcajadas de sorpresa. ¡Este cuento no tenía nada que ver con
vampiros! Era una sátira, más bien una especie de mórbida parodia. El llamado
“vampiro” era un símbolo de la disoluta, y a veces perversa, naturaleza de Lord
Byron.
Apretó las páginas contra su pecho, temblando de regocijo. ¡Pero si “El
Vampiro” era la obra de un genio! Y lo mejor de todo, era una forma perfecta de
burlarse de Lord Byron. Toda Inglaterra se burlaría del hombre que le había roto el
corazón a Polidori si leían el cuento. Los vampiros del lugar también se echarían
unas risas. Rosetta llevó la historia de vuelta y le susurró a John que debía
publicarla de una vez. Por desgracia, él le hizo caso a sus palabras. Y esa fue la
primera cosa que salió mal.
Cuando Polidori publicó el cuento anónimamente, los vampiros se volvieron la
tendencia favorita en Europa. Nadie parecía darse cuenta de que la historia era
una sátira. La comunidad de los chupasangre estaba furiosa, especialmente el Lord
de Londres. ¡Pensaba que la historia hablaba de él! Y para la continua irritación de
Rosetta, el cuento era atribuido erróneamente a Lord Byron. Cuando el Duque de
Burnrath había hecho un viaje a Italia, haciendo discretas averiguaciones sobre el
hombre, Rosetta se había sentido aliviada. Sabía que estaba buscando en la
dirección incorrecta. El Lord de Londres estaba más fastidiado que enfurecido por
la historia, pero le preocupaba el hecho de que hubiera llegado a llamarle la
atención.
Su corazón se apretaba de dolor al saber que no era lo suficientemente
antigua para tener el poder de Marcar al hombre que amaba. Si pudiera, él le
pertenecería y todos los demás sabrían que si le hacían daño, desatarían su ira
inmortal. John podría ser su pareja y, eventualmente, podría pedir permiso a su
Lord para Transformarlo. Entonces podrían estar juntos para siempre y su amado
estaría a salvo. Pero después de lo que había hecho, tenía pocas esperanzas de
que todo pudiera solucionarse tan fácilmente.
Sus preocupaciones se hicieron realidad cuando Lord Burnrath convocó a
todos los vampiros una noche. No solamente había descubierto la identidad del
autor de “El Vampiro”, sino que estaba furioso por la creciente popularidad de la
historia y las sospechas que creaba alrededor de su persona. Desde que se había
mezclado con los humanos de la alta sociedad, su reputación estaba en peligro.
Rosetta luchó con el sentimiento de culpa. A decir verdad, aunque no muy
amable, era un Lord Vampiro justo.
–Quiero que todos busquen a este Dr. Polidori –había ordenado mientras
paseaba con enérgicas zancadas alrededor de ellos. –Cuando lo encuentren,
tráiganmelo vivo. Hasta que se resuelva este asunto, todas las peticiones de
cambiar territorio estarán suspendidas. Los necesito a todos conmigo ahora.
Rosetta había mantenido la cabeza baja en una falsa reverencia, luchando
para mantener la compostura y no sacar su pañuelo ni removerse inquieta dentro
de su atuendo masculino. A pesar de que su cabeza le gritaba a su corazón por
estar traicionando a su maestro, estaba aterrada de que él se diera cuenta que
sabía dónde estaba John. Ahora estaba atrapada, no podía dejar la ciudad hasta
que el duque volviera a permitirlo.
Aun así, casi había llegado demasiado tarde. Había encontrado a Polidori
cuando los rayos letales del amanecer ya comenzaban a rasgar el cielo. Estaba
inconsciente en un callejón, detrás de uno de sus establecimientos de juego
favoritos. Mientras lo llevaba a su guarida permaneció inmóvil, así que temió que
tuviera la sangre intoxicada a causa de tanta bebida. Estaba mortalmente pálido y
escuálido. Rosetta se mordió un dedo y suavemente logró verter algunas gotas de
su sangre entre sus labios carnosos. Polidori recobró el color y su respiración se
hizo estable, pero no despertó.
Rosetta se acostó y tomó al hombre dormido entre sus brazos para calentarlo.
Tenía que encontrar una forma de detener la búsqueda que había ordenado el
Lord de London. Su pensamiento se aceleró mientras ideaba y descartaba planes.
Antes de dormirse, le dio un beso en la frente y murmuró: –Te mantendré a
salvo, amor mío. Lo prometo.

***

Angelica deseó que el día acabara en cuanto abrió los ojos.


–¡Tienes tres visitantes! –anunció Margaret cuando terminaron de desayunar.
–Ugh… –rezongó Angelica. La voz chillona de su madre era más hiriente que la
luz del día colándose por las ventanas. El champagne, aparentemente, no era tan
bueno después de todo. Cuánto añoraba poder volver a dormir, pero no. Su madre
tenía que sacarla de la cama a horas incivilizadas para darle otro sermón sobre su
conducta de anoche. Como si no le hubiera quemado los oídos lo suficiente
durante el viaje de regreso en el coche. Esto valdrá la pena si no tengo que oír
hablar de matrimonio otra vez en la vida. Intentó seguirle el hilo a la letanía de su
madre, pero la cabeza le dolía demasiado como para siquiera intentarlo.
–¡Dios mío! Lord Makepeace, Lord Ponsonby y sir Albert Brighton están aquí
para hacerte la visita –continuó Margaret, ajena a la agonía de su hija. –¡Angelica,
ocúpate de tu pelo de una vez! Esta es una mejor oportunidad de lo que había
previsto. Tenemos que ingeniar una forma para que los tres te acompañen al
parque –en un extraño arranque de afecto, le plantó un beso en la mejilla. –Lo que
sea que hayas hecho, querida, fue todo un éxito. ¡Ojalá estuviera viva tu santa
abuela para ver este día!
Angelica intentó una débil sonrisa ante el regocijo de su madre, hasta que
asimiló realmente la noticia. Visitantes. Eso significaba que había fallado en su
intento de parecer una impresentable a quien no se podía desposar. Tuvo ganas
de que se la tragara la tierra.
Margaret le atusó el pelo y la empujó hacia el salón. Los petimetres le hicieron
una reverencia y tres ramilletes de flores se sacudieron en su cara. ¡Santo Dios, si
ya parecen decididos a pedir mi mano! Angelica reprimió la urgencia de escapar
hacia su habitación y vomitar en la maceta. Solo una cosa calmó la revoltura de su
estómago, y se aferró a ella con todas sus fuerzas mientras soportaba los besos
pegajosos sobre el dorso de la mano. Hoy planeaba volver a enviar su primera
historia de fantasmas completa al New Monthly Magazine.
Mientras escribía el perturbador cuento de un salteador de caminos que
arengaba a los viajeros cuando cruzaban por Hounslow Heath, Angelica se había
ocupado de hacerse con un disfraz. Lo había adquirido pieza a pieza, escondiendo
todo el conjunto bajo una tabla que había levantado concienzudamente en el
suelo de su armario.
Es que no podía presentar su historia como Angelica Winthrop. Para su eterna
consternación y amargura, se había enterado de que el éxito de Mary Shelley
como escritora gótica había sido la excepción de la regla, debido a que ella y su
familia estaban conectadas al negocio editorial.
Cuando había ido a la oficina del New Monthly Magazine, el editor casi la
había echado del establecimiento riéndose a carcajadas. Había apretado los
dientes por la injusticia. Su mérito como escritora debería distinguirse por sí
mismo, no en dependencia de si era hombre o mujer. Luego, en un fogonazo de
inspiración, había decidido vencerles usando sus propias armas. Vería si “Allan
Winthrop” tenía mejor suerte. La peluca con corbata que había ordenado era la
última pieza de su disfraz, y debía estar ya en la tienda. Y si su obra ganaba mucha
popularidad, ¡se quitaría la peluca ante el señor Colburn, el editor en persona, con
una carcajada triunfante! Pero, primero, tenía esta obligación sin sentido de lidiar
con sus pretendientes.
La excursión matutina por Hyde Park representó las dos horas más
insoportables de toda su vida. Y la sonrisa ligeramente divertida de Liza no
ayudaba en nada. Cada bache que las ruedas del carruaje pasaban, le sacudía los
huesos e intensificaba su agonía. Se le hacía difícil respirar entre los hombres que
se apiñaban a su alrededor compitiendo para llamar su atención. Tenía un sabor a
calcetín sudado en la boca y la cabeza le latía con el esfuerzo de entablar una
conversación trivial. Suponía que ellos pensaban que se estaba comportando con
un admirable, virginal y casto recato, cuando la verdad era que le dolía el cráneo
con cada palabra que pronunciaba. Y si los pájaros no dejaban de gorjear, juraba
que iba a comenzar a dispararles.
Cuando el trío las llevó a ella y a su doncella de vuelta a casa, hizo uso de cada
onza de paciencia para despedirse amablemente de cada uno de ellos en vez de
salir disparada del coche como si este estuviera en llamas.
Angelica soltó un suspiro de alivio cuando Liza cerró la puerta delantera
detrás de ella, acallando de una vez las perogrulladas. Pero la paz no iba a durar
mucho.
Su madre la atacó en el vestíbulo, toda agitada por la emoción. –¡Tienes que
contarme enseguida todo lo que ha pasado!
Se veía tan entusiasmada como una niña y Angelica no pudo contener una
carcajada. –Madre, acabamos de llegar.
Margaret se serenó y puso recta la espalda. –Por supuesto, te dejaré
recuperar el aliento, y Liza que nos traiga una taza de té. ¡Tres pretendientes en
un día! Estoy tan orgullosa de ti, querida.
Liza apenas había colocado la tetera y Margaret ya estaba mirando a su hija
ansiosa e inquisitivamente. –Ahora, dime todo lo que sucedió.
Angelica alzó los ojos hacia el cielo mientras se servía un poco de té. –No pasó
nada relevante. Hablamos sobre el clima, pregunté por sus familias, halague el
coche y los caballos de Makepeace, y saludamos a nuestros conocidos en el
parque.
Los ojos de Margaret centellearon. –Escuché que Makepeace es uno de los
pretendientes de Claire Belmont. Al parecer, se lo has quitado.
Angelica cerró los ojos ante el tono mercenario de su madre. –No fue mi
intención.
Margaret rezongó. –Ella tiene muchísimos pretendientes. Me atrevo a decir
que es tu mayor competencia este año. Tu dote será más jugosa que la de ella,
pero ahora las rubias están de moda.
Angelica sintió una inesperada oleada de lástima por Claire. Como cualquier
debutante respetable, la chica estaba profundamente consumida por la obsesión
de encontrar un marido con el mayor título y la mayor fortuna. Angelica estaba
segura de que la chica tendría éxito. ¿Pero qué sería de ella después? Luego de
que pasara por el desagradable asunto de procrear el heredero requerido, la vida
y el propósito de Claire llegarían a su fin. Angelica apretó los puños bajo la mesa.
Eso no puede pasarme a mí.
Margaret interrumpió su ensueño. –Soñando despierta con tus pretendientes,
¿no? No le prestaste más atención a uno sobre los otros, ¿verdad? –preguntó con
voz aguda.
–Por supuesto que no. De hecho, apenas dije palabra y les dejé que hablaran
sobre ellos mismos, lo cual estaban encantados de hacer –Angelica se abstuvo de
decir que le dolía tanto la cabeza que hablar requería demasiado esfuerzo.
Su madre asintió. –Bien. Me alegro que quieras apaciguar tu escandaloso
comportamiento de anoche, aunque parece haberte beneficiado mucho.
–¿Qué quieres decir? –de lo único que Angelica se arrepentía era de haber
bebido mucho y de no haber escandalizado a nadie.
Aunque estaban cómodamente en la intimidad de su casa, Margaret se inclinó
hacia adelante con complicidad. –Creo que tu popularidad se debe a que el Duque
de Burnrath te prestó atención anoche –dijo en un susurro. –No se sabe de qué
alguna vez haya hecho semejante cosa con alguna otra joven soltera. Así que
todos los caballeros, naturalmente, van a querer descubrir qué es eso que
encuentra tan fascinante en ti. Los hombres son así, querida. A donde va uno, los
otros le siguen. Tienes que tratar de mantener su interés por ti, pero bajo ninguna
circunstancia le des una oportunidad de quedarse a solas contigo, o estarás
arruinada.
Angelica se rio ante las contradictorias instrucciones de su madre. –¿Cómo es
que un hombre puede levantar mi reputación con una mano, y destruirla con la
otra?
–No seas tonta –Margaret entrecerró los ojos. –Todo el mundo sabe que
jamás se casará con una joven inglesa. Por muy buen partido que sea, solo te
ofrecería hacer indecencias.
–¿Qué clase de indecencias? –Angelica se inclinó hacia adelante. Era lo más
cerca que su madre había estado nunca de hablar sobre lo que ocurre entre un
hombre y una mujer. Un repentino mareo y una alarmante calidez le recorrieron el
cuerpo al recordar las manos del duque sobre ella durante el vals de la noche
anterior.
–Una dama no debe preguntar esas cosas –dijo su madre remilgadamente. –
Ahora debes tomar una siesta y recobrar el color, estás muy pálida.
Angelica se llenó de decepción y cambió de tema. –Lady Wheaton me dijo que
se rumorea que Su Excelencia es un vampiro.
Su insinuación tuvo el efecto deseado en Margaret que exhaló un suspiro de
agonía.
–Me temía que fueras a escuchar esa estupidez –dijo frunciendo el ceño. –
Aparta esa tontería de tu mente. Los vampiros solo son producto de la retorcida
imaginación de un médico borracho.
–De hecho –contraatacó Angelica. –Han habido leyendas sobre criaturas
semejantes durante siglos. He investigado…
Margarte se enfureció. –No quiero escuchar más sobre esa estupidez.
–Sí, madre –respondió intentando ocultar el tono insatisfecho de su voz para
ocuparse de temas más importantes. –¿Puedo llevar a Liza conmigo para ir de
compras esta tarde?
Margaret asintió. Era evidente que agradecía el cambio de tema. –Tienes que
comprar un abanico nuevo. El que hace juego con tu vestido de esta noche está
desgastado. Ahora date prisa y vete a la cama. No puedo permitir que luzcas como
un cadáver esta noche en Almack’s 3.
Angelica sonrió. –Un cadáver en Almack’s… ¡eso sería una gran historia!
Su madre entrecerró los ojos. –¡No te atrevas a empezar con esa morbosa
tontería de nuevo!
–Es una pena que Su Excelencia no vaya a estar ahí esta noche –la escuchó
decir Angelica mientras subía la escalera y meneó la cabeza.
Una parte de ella estaba de acuerdo. Si le permitía que se quedara a solas con
ella, podría ser su ruina, como había dicho su madre. Ahora, esa idea era
tentadora… demasiado tentadora. Si su fascinación con Su Excelencia la pasada
noche había sido un indicador para los demás hombres, intentar algo así sería
demasiado arriesgado. Además, él parecía haberse aburrido de ella bastante
rápido una vez que empezó a hablar de su escritura. Angelica frunció el ceño
mientras se recostaba para tomar una siesta. Era una pena que el Duque de
Burnrath no fuera en realidad un vampiro. Era lo suficientemente apuesto como
para encajar a la perfección en el papel.

3
Almack’s fue uno de los primeros clubes de Londres que recibió hombres y
mujeres a la vez. Allí acudían los caballeros en busca de novias con una posición
conveniente, por lo que se convirtió en uno de los principales mercados
matrimoniales.
Capítulo 4

Cuando Angelica llegó a las oficinas del New Monthly Magazine, el dueño,
Henry Colburn, no solo estaba presente, sino desocupado y ansioso por leer nuevo
material. Lo mejor de todo era que su disfraz parecía haber funcionado. Sin la más
mínima mirada de sospecha, un asistente le había servido una taza de té tibio y la
había invitado a esperar en un salón de espera mientras Colburn se retiraba a su
oficina privada a leer el manuscrito. Angelica miró por la ventana con el rabillo del
ojo y vio a Liza paseando nerviosamente, envidiando que a su doncella se le
permitiera la indulgencia de una muestra explícita de nerviosismo.
Se reclinó en la silla, tratando de lucir aburrida y resistiendo la necesidad de
juguetear con pelusas inexistentes en su chaqueta. Cuando estaba a punto de
ponerse a dar golpecitos de impaciencia sobre su incómoda arpillera, Colburn salió
de la oficina.
–Me gusta –dijo.
–¿De verdad? –Angelica contuvo un chillido de alegría.
Colburn se dio cuenta y esbozó una leve sonrisa con sus finos labios. –En
efecto. Estos cuentos son el furor ahora y admiro mucho tu habilidad descriptiva.
Te pagaré seis libras.
¡Seis libras! Angelica apenas podía contener su regocijo. Al fin era una
escritora de verdad, pagada por su trabajo.
El dinero pasó a sus manos y sintió crecer su entusiasmo cuando Colburn
preguntó: –¿Tienes más como este?
Angelica tosió y respondió tartamudeando: –Bueno, tengo una idea sobre una
mansión encantada.
El editor asintió. –Excelente. Ten el manuscrito listo para la próxima semana y
te pagaré el doble. Eso, si este primero se vende, que estoy seguro que sí. Que
tenga un buen día, señor Winters.
Angelica sonrió y casi hizo una reverencia, pero enseguida recobró la
compostura y le dio un apretón de manos con todas sus fuerzas. –Buen día para
usted también, señor Colburn.
Una vez dentro del coche de alquiler y mientras se removía intentando
cambiarse de ropa, Angelica le contó a Liza todo lo sucedido, rematando cada
frase con: –¡Seré una autora publicada!
–¡Eh! ¡No quiero relajitos en mi coche, patrón! –gritó el conductor.
–¡Nos estamos comportando! –gritó Liza en respuesta mientras le desataba la
corbata a Angelica.
Ponerse de nuevo el vestido fue toda una odisea, pero ya habían terminado
cuando el coche se detuvo.
Angelica palmeó el bolso que contenía su disfraz con delirante júbilo mientras
doblaban la esquina hacia su casa.
–¿Por qué tardaron tanto? –preguntó Margaret en cuanto entraron al salón
principal.
Ni siquiera la molestia de su madre debido a su tardanza logró empañarle el
espíritu. –Lo siento, madre. El tráfico estaba realmente paralizado allá afuera.
Margaret suspiró y miró el reloj de la chimenea. –Está bien, pero que no pase
de nuevo. Ahora, corre a tomar un baño. Las puertas en Almack’s se cierran a las
once en punto. Ni siquiera el Rey en persona podría entrar un minuto después.
Liza la ayudó a ponerse el vestido de seda marfil mientras Angelica
murmuraba: –Ojalá no tuviera que pasarme la noche siendo instruida en el
mercado del matrimonio, bebiendo limonada tibia y hablando de tonterías con
esos dandis que andan olisqueando mi dote. ¿Crees que mamá me deje quedarme
en casa y escribir si digo que me duele la cabeza?
Liza se rió. –Nunca se creería esa mentira, señorita. Ahora, déjeme que la
peine y mientras me va contando de su próxima historia espeluznante de
fantasmas.

***
Angelica se llenó de ternura cuando entró al comedor y vio a su padre sentado
a la mesa en un traje de noche. Lo miró a los ojos y se dio cuenta de que Jacob
Winthrop era un hombre noble, sin importar lo que dijera la élite.
–Estás deslumbrante, cariño mío –le dijo mientras se levantaba para apartarle
cortésmente la silla.
Angelica sonrió y le hizo una reverencia. –Gracias, papá.
–Bueno, Jacob –dijo Margaret con voz temblorosa, disimulando sin éxito la
emoción. –¿No vas a contarle las buenas noticias?
Su padre se aclaró la garganta con autoridad y le hizo un guiño. –Tu
presentación en esta temporada ha sido todo un éxito. Mientras estabas de
compras, recibí tres peticiones de mano.
–¿Qué? –gritó Angelica y la sangre se le congeló en las venas.
Él asintió. –Sí, al parecer Lord Makepeace, Sir George Wiltshire y el Barón
Osgoode están prendados de ti.
–¡Ya tiene un conde! –exclamó Margaret.
–¿Qu-qué les dijiste? –preguntó Angelica escondiendo las manos temblorosas
bajo la mesa.
–Les dije que tomaría en cuenta sus proposiciones, pero que me gustaría que
disfrutaras de la temporada completa, ya que esta es la única oportunidad que
tiene una chica de ser cortejada. Para calmarlos les di total permiso de que te
visiten mientras tanto, ya que considero justo que tú también tengas una
oportunidad de conocerlos mejor –Jacob levantó la copa para brindar por ella. –
Quiero que también se tenga en cuenta tu opinión, cariño.
Angelica estuvo a punto de abrir la boca para decir que no quería a ninguno
de ellos, pero su madre la mandó a callar con una mirada y un gesto de la cabeza.
En vez de eso, contempló la sonrisa cariñosa de su padre y se las arregló para
sonreírle a su vez débilmente.
–Aprecio tu consideración, papá –tuvo que contenerse para no dejar traslucir
su horror.
Margaret asintió con aprobación. –Y solo piensa en que esto nos dará tiempo
para ver si logramos arrancarle una propuesta a alguien mejor, ¡tal vez a un
duque!
***

Ian gruñó por lo bajo mientras miraba los últimos registros en el libro de
apuestas del White. Usualmente las apuestas eran inofensivas. Iban desde lo más
común, como carreras de caballos o torneos de boxeo, hasta lo más ridículo, como
cuándo uno de los miembros pescaría un resfriado. Sin embargo, ahora había dos
apuestas que lo tenían rechinando los dientes. Una era que él, el Duque de
Burnrath, se llevaría a la cama a la insolente heredera Winthrop.
La apuesta era solo de cien libras, pero aun así le causaba repugnancia. Lo
único que había hecho era bailar con la joven. Ian se había aplacado un poco al ver
contrapuestas a favor de Ponsonby y Wheaton, por lo menos no lo habían
escogido a él en particular. Incluso había apuestas sobre quién se casaría con ella,
y estas alcanzaban casi las mil libras.
La apuesta que realmente lo había enfurecido, era sobre si él era en verdad
un vampiro. Aparentemente, su imagen en los espejos y las cenas con ajo no
habían sido suficientes para callar las lenguas inquietas.
Lord Makepeace lo empujó levemente con el codo para escribir su apuesta en
esa misma línea.
–¿Y cómo se supone que voy a probar o desmentir esta tonta especulación? –
preguntó Ian.
Makepeace dio un brinco, pálido como su pañuelo. –Y-yo… ¡Burnrath! No te
reconocí –se rió nerviosamente. –Te ruego que no te bebas mi sangre.
Ian se rió. –De acuerdo a las historias, se supone que prefiera la sangre de
inocentes doncellas.
El conde lo miró confundido, hasta que se dio cuenta y le palmeó la espalda
soltando una sonora carcajada. –Claro que sí.
Makepeace regresó al libro de apuestas y apostó 600 libras a que Ian Ashton,
Duque de Burnrath, no era un chupasangre. Entonces, apostó 1100 que él, Lord
Makepeace, se casaría con la señorita Winthrop.
El conde le dio una palmada en el hombro a Ian. –Ha sido un placer charlar
contigo, Burnrath, pero debo salir hacia Almack’s y cortejar a cierta jovencita
encantadora.
Mientras el conde se alejaba, Ian tuvo que contenerse para no ponerle las
manos alrededor del cuello escuálido y apretárselo. Estaba claro que una dama
tan hermosa y aguda como Angelica podía aspirar a algo mejor que ese
sinvergüenza cabeza de chorlito de Makepeace. Meneó la cabeza con el ceño
fruncido. Esa decisión seguro estaría en manos de los padres como había sido
siempre en las clases altas. La pobre chica tendría suerte si lograba casarse al
menos con un hombre lo suficientemente joven como para proporcionarle placer.
Una viva imagen de la joven tentadora se apoderó de él. Ian se maldijo por desear
algo que nunca podría tener y se prometió solemnemente sacar a Angelica
Winthrop de su cabeza.
Se sentó a una de las mesas forradas de fieltro verde para jugar una partida
de cartas. Podría haber borrado las sospechas de un hombre esa noche, pero era
evidente que tendría que hacer más para acabar con las habladurías de una vez
por todas. Esperaba que sus informantes pudieran localizar pronto a Polidori.
A medida que el juego avanzaba, se le hacía más y más difícil concentrarse en
las cartas y en la conversación con sus oponentes. Algo no había estado bien
durante la reunión con sus subordinados la noche anterior. No había nada mal a
primera vista, pero mientras más cavilaba, más difícil se le hacía desprenderse del
presentimiento de que estaba pasando algo. Había un detalle de la conversación
que no lograba recordar, y esa vaguedad lo hacía rabiar de irritación. Tal vez debía
consultarlo con su mano derecha. Rafe era implacable a la hora de descubrir
cualquier fechoría.
Ian se rindió en el juego con un suspiro y entregó sus marcadores. Cuando se
volvía hacia la puerta, un líquido templado le salpicó la cara. El suave olor de la
cera de abejas y el incienso, revelaban que el líquido era agua bendita. Con el
rabillo del ojo vio al joven Barón Osgoode que intentaba en vano pasar
desapercibido mientras se metía un frasco en el bolsillo. Agarró al chico por el
hombro y lo sacudió.
–¡Fue un accidente, Su Excelencia! –tartamudeó Osgoode con el labio superior
perlado de sudor.
–Estás mintiendo, idiota –contraatacó Lord Wentworth acercándosele por la
espalda. –Yo vi todo lo que pasó. ¿Qué esperabas que sucediera? ¿Esperabas que
Su Excelencia ardiera en llamas?
Ian se secó la cara con un pañuelo y contuvo las ganas de sacar los colmillos.
Los que no estaban presenciando el altercado ya habían formado un enjambre
alrededor del libro para escribir sus apuestas.
–Escoge tu padrino –gruñó Ian. –¡Te esperaré en Chalk Walk en una hora!
Un petimetre con el rostro pálido le puso una mano en el hombro a Osgoode
y se dirigió a Ian. –Errr…. Su Excelencia, ¿no deberíamos hacer esto al amanecer?
–No quiero esperar –Ian dio media vuelta y se marchó. El mal humor elevó su
sed de sangre a un nivel peligroso.
El incidente se resolvió sin más complicaciones. Tal como esperaba, el barón
se arrepintió y admitió su culpabilidad. Ian aceptó las disculpas ofrecidas, los
padrinos suspiraron aliviados y ambos caballeros le pagaron una libra de oro al
soñoliento Dr. Sampson por las molestias ocasionadas. Hubo algunos rezongos de
decepción por parte de los espectadores más sedientos de sangre, pero, en
general, la mayoría estaba ansiosa por volver a sus juegos y a sus bebidas.
Antes de marcharse, Ian intercambió un apretón de manos con su oponente y
le susurró al oído. –Que esto te quede como escarmiento para que aprendas a
dominar tus impulsos, Osgoode. Y puedes estar seguro de esto: podría tener tu
sangre si la quisiera.

***

La noticia del duelo se extendió como una conflagración por cada salón,
casino y burdel de la consagrada capital de Inglaterra. Estallaron violentas
discusiones sobre los motivos que habían llevado al jugoso incidente. Los
miembros más imaginativos de la élite aseguraban que el duque se había
enfurecido por el agua bendita pues temía que se descubriera su sórdido secreto.
Otros eran de la opinión que el daño intencionado al cuello de la corbata
ameritaba de sobra un duelo al amanecer. Muchos empuñaban sus copias de “El
Vampiro” mientras volvían a debatir sobre la identidad de Lord Burnrath. ¿Era un
hombre o un monstruo?
–Escuchen esto –pidió Lord Makepeace a la audiencia embriagada mientras
abría el libro para leer. –“Sucedió que en medio del libertinaje acarreado por un
invierno en Londres, apareció entre los grupos selectos de la aristocracia un noble
que sobresalía más por sus rarezas que por su título.” ¡Esto describe
perfectamente a Burnrath!
–Ah, pero eso no es acertado del todo, ya que Burnrath es un Duque –replicó
el Vizconde Wheaton con cierta dificultad. –Si le preguntas a cualquiera,
especialmente a la madre de una debutante, con seguridad te dirá que su título es
más notable que sus “peculiaridades” –dijo llevándose un vaso a los labios y
derramando un poco de brandy por el borde. –Me atrevo a decir que mi suegra
aprobaría el casamiento entre Burnrath y Claire aunque el tipo la desangrara en la
noche de bodas.
Makepeace le lanzó una mirada fulminante mientras el grupo ebrio rugía de
risa por la ocurrencia de Wheaton. Aun así, se escucharon varios rezongos por
parte de algunos que envidiaban la riqueza, el título y el atractivo de Lord
Burnrath. Lord Ponsonby, quien aún se sentía ofendido porque Ian se había
llevado a la heredera Winthrop durante el baile, se unió a la discusión.
–Puede que Edward tenga razón –dijo moviendo la cabeza hacia Makepeace.
–Duque o no, nunca se ha visto a Burnrath comprando caballos en Tattersall, ni en
las carreras de Rotten Row, ni siquiera boxeando en Gentlemen Jack.
–Tal vez a Su Excelencia no le gusta montar, y no todos los caballeros tienen
que ser ávidos pugilistas –argumentó el Marqués de Wakefield sacudiendo su puro
con impaciencia. –Sin embargo, he escuchado que patrocina a un boxeador en
Cheapside.
Ponsonby, decidido a no dejarse burlar por esos argumentos, arrancó el
cuento de John Polidori de la mano de Makepeace. –¿Y qué me dicen de esto, eh?
–dijo y comenzó a leer un fragmento. –“Aquellos que sentían este
sobrecogimiento, no podían explicar de dónde surgía. Algunos lo atribuían al
muerto ojo gris que se posaba sobre la cara de su objetivo y no solo parecía
penetrar y perforar de una mirada hasta el interior recóndito del corazón, sino que
caía como un rayo sombrío y pesado sobre la piel que no podía traspasar.”
Todos se estremecieron al escuchar la espantosa y visceral descripción.
Ponsonby sonrió triunfante. Un joven vizconde asintió con entusiasmo, arrastrado
por las fantasiosas especulaciones que tenían lugar en el club. –¡Sí! Exactamente
así me siento cuando me mira.
–Sus ojos son plateados, no grises –rebatió otro con escepticismo.
–¡Es incluso más inhumano! –declaró Ponsonby y siguió leyendo. –
“Contemplaba el regocijo a su alrededor como si no pudiera participar de él. Al
parecer, solo la suave risa de los Buenos llamaba su atención, porque podía
aplastarla con una mirada y sembrar el miedo en aquellos pechos donde reinara el
descuido”.
Los hombres continuaron bebiendo y discutiendo. Mientras más bebían, más
enrevesada se tornaba su lógica, hasta que, finalmente, reinó un total sinsentido.

***

Castlecoote, Irlanda.

Ben Flannigan soltó un gruñido y tiró de la estaca, usando todas sus fuerzas
para sacar el afilado trozo de madera del pecho del monstruo. Un hueso crujió, se
escuchó un suave chapoteo, y logró sacarla. Se tomó un momento para limpiarse
el sudor de la frente y entonces se enderezó y se volvió hacia el cadáver. Todavía
le faltaba la mitad del trabajo por hacer. Ahora debía arrastrar casi doscientas
libras de peso muerto fuera de la cripta y exponerla al sol.
El cazador estaba sin aliento cuando terminó la tarea. Sacó del bolsillo un
frasco lleno de un buen whisky irlandés y se recostó contra una lápida a observar
cómo la luz de Dios hacía su trabajo.
Al contrario de las leyendas, un vampiro no ardía en llamas en cuanto los
rayos del sol tocaban su cuerpo. El pálido semblante se iba poniendo rosado,
como si se avergonzara de estar metido en un aprieto. Luego se oscurecía hasta
alcanzar un color rojo parecido al de una langosta cocida, y tal como en la
comparación, el cuerpo comenzaba a exhalar vapor con un silbido.
Ben se rió y levantó el frasco hacia el sol en un brindis antes de dar un gran
trago. Esta era su parte favorita. La carne rojiza del vampiro comenzó a ponerse
negra y a cuartearse. Del cuerpo comenzaron a levantarse acres columnas de
humo. Unos segundos después, aparecieron las primeras llamaradas en las
cuencas de sus ojos y en los orificios de la nariz.
Cuando las llamas se tragaron completamente el cuerpo, Ben sacó de su bolsa
dos recipientes con agua bendita. El primero la roció en círculo alrededor del
cadáver, para que las llamas no se extendieran. El segundo lo usaría una vez que la
criatura estuviera reducida a cenizas.
Mientras esperaba, el cazador anotó los detalles de la cacería en su diario.
Ahora llegaba a las 14, uno de los números más altos entre todos los cazadores.
Sin embargo, no estaba tan complacido con estos logros como cualquier otro lo
hubiera estado. Este vampiro, al igual que el otro que había destruido en Windsor,
había sido un chasco. No había sido ni más antiguo ni más astuto que sus trece
víctimas anteriores. Desde que había fallado en su intento de alcanzar el
sacerdocio, Ben había decidido sobresalir en su oficio, y ya era hora de enfrentarse
a una presa más desafiante.
Rebuscó en su mochila hasta encontrar su copia hecha jirones de “El
Vampiro”, de John Polidori. Desde que había leído la historia, una pregunta le
daba vueltas en la cabeza sin parar. ¿Podría realmente un vampiro posar como un
miembro de la nobleza?
Mientras más pensaba en ello, más se convencía de que, en efecto, era
posible. Había leído que los miembros de la alta sociedad solían celebrar salvajes
jolgorios hasta el amanecer y luego dormían todo el día durante la temporada
social. El resto del tiempo lo pasaban recluidos en sus propiedades de campo. Un
vampiro podía desenvolverse muy bien en una sociedad así si era poderoso y muy
astuto.
La última línea del cuento se le quedaba como un eco dando vueltas en la
cabeza, despertando en él una extraña mezcla de espanto e instinto depredador:
“Los guardianes se apresuraron a proteger a la señorita Aubrey, pero cuando
llegaron, ya era demasiado tarde. Lord Ruthven había desaparecido, y la hermana
de Aubrey había saciado la sed de un VAMPIRO”.
Ah, enfrentarse a un enemigo así de astuto, despojarle de su máscara y
exponer el engaño ante todos antes de enviar a la abominación de vuelta al
infierno. La idea confortó a Ben lo mismo que una chimenea encendida en
Navidad. Anhelaba probar su suerte con una presa de semejante talla.
Además del hecho de que viajar a Londres, sin mencionar el alojamiento, sería
muy costoso, Ben había tenido que posponer su decisión de ir allí por lo menos un
año. Después de todo, enfrentarse a un vampiro antiguo no tendría comparación
con aquellos más jóvenes a quienes había dado muerte. Su mentor, descansara en
paz, le había contado muchas historias.
Ahora, después de catorce cacerías, nueve de ellas solo en el año pasado, Ben
estaba preparado, estaba seguro de ello hasta la médula.
Capítulo 5

Angelica parpadeó incrédula cuando vio salir al último sirviente de la casa


Burnrath por la noche. ¡Había dejado la puerta abierta! La suerte debía estar de su
parte ese día. Lanzó una silenciosa plegaria de agradecimiento al cielo por la
excéntrica costumbre del duque de despachar al servicio después de que hubieran
hecho todas las tareas de la casa.
Esta noche por fin entraría al lugar que había cautivado su imaginación por
tanto tiempo. Recogió su reloj de bolsillo del buró y miró la hora. Liza debía
despertarla de la siesta al oscurecer. Eso le daría a Angelica unas dos horas para
explorar la casa con tranquilidad.
Con apremiante rapidez, se puso su disfraz de hombre y guardó papel de
escribir y una pluma en un tosco bolso. Desistió de ponerse el cuello del traje
después de varios intentos fallidos, y se cubrió el pelo con un gorro para no perder
tiempo con la peluca. Lentamente, abrió la ventana, estremeciéndose cada vez
que el marco de madera crujía. Conteniendo el aliento, puso un pie en el
emparrado de rosas, luego el otro, y se aferró al marco de la ventana para
sostenerse mientras iba bajando por el emparrado y maldiciendo entre dientes
por las espinas que se le enganchaban en la ropa y la pinchaban.
Una vez en el suelo miró a través de la puerta hacia la calle Rosemead para
asegurarse de que no pasaba nadie. Satisfecha al ver la calle vacía, se subió a la
valla, agradecida de no llevar puesta una falda que dificultara su escalada que ya
era torpe de por sí. Cuando estuvo del otro lado, se alisó la ropa, levantó la
barbilla y cruzó Rosemead hacia el número 6, la Casa Burnrath, tratando de
parecer casual. El corazón le latía de forma descontrolada mientras caminaba por
el sendero de adoquines, haciendo acopio de toda su voluntad para mantener un
paso casual y no echarse a correr.
La mansión isabelina lucía imponente y de mal augurio incluso a la débil luz
del día. Un cúmulo de nubes grises arrojaba extrañas sombras movedizas sobre la
chimenea. La casa, hecha de arenisca y techada con lajas de pizarra, tenía la forma
de una E gigante sobre su costado. Angelica se preguntó si la letra pretendía ser un
tributo a la virginal reina, o si era simplemente un símbolo de la ruptura con la
típica estructura de cuadrilátero que había prevalecido en la época medieval.
Frunció el ceño al ver como el cielo se oscurecía. Ojalá que la lluvia se aguante
hasta que regrese a casa. No sé cómo podría explicarle el pelo mojado a mamá.
Después de lo que pareció una eternidad, alcanzó la puerta delantera y la
abrió con cuidado, conteniendo el aliento mientras esperaba que de un momento
a otro, una voz gritara: ¡Intrusos!
La casa estaba silenciosa, oscura y vacía. Con la boca reseca, Angelica cerró la
puerta y deseó haber llevado una vela. Finalmente, respiró a sus anchas y
comenzó a avanzar sintiendo un cosquilleo en la piel ante la expectativa. ¡Al fin
estoy dentro de la casa Burnrath!, pensó con una sonrisa. Me pregunto si me
encontraré algún fantasma. La idea no le parecía tan divertida como había creído
ahora que estaba dentro del escenario de sus imaginaciones. Al contrario, sentía
pequeños escalofríos recorriéndole las extremidades.
Los lisos suelos de madera noble estaban cubiertos con lujosas alfombras de
Aubusson y todo el lugar estaba decorado con elaborados muebles renacentistas
que parecían lúgubres esqueletos. No había ni un solo artículo moderno del
Oriente en la casa. Sin embargo, el duque se había gastado un montón de dinero
poniendo lámparas de gas por todas partes.
Intimidada, Angelica contempló los artefactos hechos de hierro y cristal.
Nunca había visto lámparas de gas fuera de los teatros y del Pall Mall. Debían de
iluminar las habitaciones como si fuera de día. Los dedos le picaron de ganas de
encender una, pero no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Sacudió la cabeza al
darse cuenta de que, incluso si supiera, no debía hacerlo, ya que alguien podría
verla a través de las enormes ventanas.
Las historias y leyendas sobre casas encantadas siempre tenían lugar en los
pisos superiores, así que, sonriendo nerviosamente, Angelica se lanzó escaleras
arriba. Aparte de algunas pinturas de buen gusto que adornaban las paredes, el
pasillo lucía oscuro y abandonado. Cada vez que abría una puerta, sentía el
corazón subírsele de miedo a la garganta. Y luego experimentaba una mezcla de
alivio y decepción al encontrar solo habitaciones vacías con muebles cubiertos por
sábanas, con telarañas colgando de cada rincón y un olor rancio a humedad que le
hacía cosquillas en la nariz. Aun así, su imaginación entusiasta conjuró salvajes
espectros saliendo de las chimeneas, enfurecidos porque alguien perturbaba su
descanso. Su alma de escritora exigía una historia para estos fantasmas, y
mientras exploraba, Angelica les iba poniendo nombre y construyendo las
historias de sus horripilantes asesinatos.
El agente de policía de su cuento acababa de desmayarse al ver el techo
empapado de sangre, cuando Angelica encontró la biblioteca.
–¡Dios mío! –se quedó sin aliento de golpe y la emoción le recorrió el cuerpo
al ver el maravilloso despliegue de libros en aquella gigantesca habitación. La
escasa luz que entraba por las ventanas iluminaba las estanterías superiores y la
escalera con ruedas. Había lámparas de gas en cada esquina de la habitación y dos
sillones con mucho relleno puestos agradablemente frente a una chimenea de
mármol finamente tallada. Con una luz así uno podía leer toda la noche si así lo
deseaba. Angelica exhaló un suspiro de admiración. La biblioteca de Burnrath era
el lugar más hermoso que había visto en su vida. Al igual que el salón principal, la
biblioteca estaba inmaculadamente limpia. No había signos de telarañas y olía a
cera fresca.
El duque debía pasarse todo el tiempo aquí, pensó y comenzó a sentir un
mayor respeto por él, dado su amor por la literatura. Se acercó de puntillas a la
estantería para averiguar qué tipo de lecturas preferiría.
Aguzó la vista en la oscuridad, pero por más que lo intentara, no lograba leer
ninguno de los títulos. Para su consternación, el anochecer se acercaba
rápidamente. Tenía que apurarse y volver a casa. Suspirando a regañadientes,
salió de la biblioteca y cerró la puerta con suavidad a sus espaldas.
Mientras bajaba por las escaleras cubiertas de gruesas alfombras, le echó una
mirada a los retratos de los anteriores duques de Burnrath. Un detalle en las
pinturas la hizo pararse en seco. No había retratos de esposas o hijos. De hecho,
todos habían sido pintados cuando los hombres tenían la misma edad. Sin duda
otra excéntrica tradición familiar, pensó Angelica con un bufido. Entonces arrugó
la frente meditabunda mientras se inclinaba a examinarlos uno por uno.
Apartando las diferencias del estilo artístico y el vestuario, hubiera jurado que
todos eran el mismo hombre.
–Qué extraño –dijo en voz alta.
Algo chilló y pasó rozándole el tobillo. Angelica gritó y dio un brinco, perdió el
equilibrio y cayó dando tumbos por la escalera, crispándose de dolor con cada
golpe. Entonces vio una pequeña rata escabulléndose y se avergonzó de haberse
comportado como una boba. Luego todo se puso negro.
***

Ian abrió los ojos bruscamente al escuchar un ruido. Había un intruso en su


casa. ¿Quién se atrevía? Se puso en pie de un salto. Las ganas de sangre le hicieron
verlo todo rojo y sonrió. No importa, tendré una comida fácil. Se puso unos
pantalones negros, abrochó con rapidez los primeros botones de su camisa blanca
de batista y salió descalzo. Abrió la puerta secreta de un tirón y subió las escaleras
del sótano relamiéndose los colmillos con anticipación.
Con el sigilo propio de un cazador nocturno, atravesó en silencio la cocina
hasta llegar al salón. Las escaleras aparecieron ante su vista, al igual que el
culpable, un joven delgaducho que, al parecer, se había caído y luchaba por
incorporarse. El que llevara una cartera en vez de una estaca le indicaron que el
que había invadido su santuario era un ladrón común y no un molesto cazador de
vampiros.
El ladrón lo vio y puso los ojos como plato del susto. Había algo que le
resultaba familiar en aquel chico, pero el hambre no le permitió seguir pensando
en ello. De cualquier manera, todos los pilluelos de las calles se parecían un poco.
Podía escuchar los latidos de su corazón y el sabor del miedo en su boca. Ian
respiró profundo mientras la sed se apoderaba de él, ansiosa de ser mitigada.

***

Angelica se aterrorizó cuando vio aproximarse al Duque de Burnrath. Parecía


haber sido esculpido en sombras y sus ojos como plata líquida parecían los de una
bestia feroz acercándose con fluida y letal gracilidad.
–Has elegido muy mal la casa para robar, muchacho –susurró. El pelo sobre su
rostro lo hacía lucir atrevido y peligroso.
Angelica se llenó de alivio al ver que no la había reconocido y volvió a hacer
un esfuerzo para ponerse de pie. Su tobillo le dio un latigazo de dolor y volvió a
caer mientras miraba atemorizada como el duque se acercaba más y más,
lentamente. La agarró por los brazos, Angelica sintió la presión de los dedos que se
clavaban en su carne y gimoteó del dolor. Los inhumanos ojos plateados se fijaron
sobre los de ella, cautivándola.
–Me temo que vas a tener que pagar un precio por tu torpeza –dijo el duque y
entreabrió los labios, dejando al descubierto sus afilados y relucientes colmillos.
Se inclinó sobre ella pero Angelica fue incapaz de gritar. Su cabello le acarició
la mejilla. Olía a especias silvestres.
Los colmillos se le hundieron en el cuello y alcanzó a pensar antes de
desmayarse: ¡Dios mío! El duque es un vampiro de verdad. Qué gran historia
pudiera escribir…
Capítulo 6

Ian supo que su víctima era una mujer en el instante en que la sangre tocó su
lengua y un delicado aroma de lilas embriagó sus sentidos. Se dio cuenta de que
era Angelica Winthrop a quien tenía entre los brazos cuando en su mente
comenzaron a destellar con rapidez imágenes y emociones de la vida de la joven.
Pero no podía parar, su sed era demasiado fuerte. ¡Dios, sabía tan dulce!
Por respeto, y evitando involucrarse demasiado con ella, se forzó a bloquear
la conexión entre sus mentes y se limitó a beber su sangre, alimentándose de su
vitalidad y sus extraordinarias ganas de vivir. Una vez que se hubo saciado, la soltó
y se mordió la yema de un dedo para sanar las heridas de colmillo en su delicado
cuello. Se sentía como un monstruo por haberse atrevido a tocar aquella piel color
marfil. Esperaba que la chica no hubiera sufrido daño después de la caída.
La levantó y la llevó al salón, maravillado por cuan ligera y perfecta la sentía
entre sus brazos. Mientras la llevaba, el gorro de la chica cayó al suelo y pudo
sentir en su pecho la caricia de sus oscuros y sedosos rizos que exhalaban un
aroma a flores primaverales. Encendió una lámpara, depositó la delicada figura
sobre el sofá y comenzó a peinar con los dedos su seductora cabellera en busca de
chichones. Encontró uno en la base del cráneo y frunció el ceño con preocupación.
Después de desabrocharle la deshilachada levita, y todavía preguntándose por
qué se había vestido de hombre, comenzó a examinarla en busca de algún hueso
roto. Sin quererlo, sus manos se entretuvieron acariciando sus pechos a través del
tosco lino antes de seguir con el examen. Ian palpó sus nalgas y sus muslos a
través de los pantalones, y sintió como el suyo se le apretaba con el inicio de una
erección. Sacudió la cabeza para apartar la idea y deslizó las manos por sus
pantorrillas. Cuando le tocó el tobillo hinchado, Angelica gritó de dolor y se
incorporó de un salto. Sus ojos dilatados de terror se encontraron con los suyos.
Ian maldijo entre dientes. Había olvidado borrarle el recuerdo de él bebiendo su
sangre.
***

Angelica luchó por ver a través de las lucecitas blancas que le nublaban la
vista por el insoportable dolor del tobillo. Cuando logró aclararse la vista, encontró
al Duque de Burnrath colocado sobre ella. La luz de la lámpara se reflejaba en sus
ojos plateados, haciéndole ver como un nefasto espectro. Abrió la boca para gritar
pero él se la tapó enseguida con una mano. Su esencia masculina la rodeó,
embriagando sus sentidos. Trató de forcejear, pero estaba demasiado débil por la
pérdida de sangre como para hacer más que retorcerse sin energía.
–Por favor, Ángel, no grites –dijo en un tono increíblemente suave. –Prometo
que no te haré daño. Si te suelto, ¿prometes calmarte y explicarme qué estabas
haciendo aquí en mi casa?
Angelica asintió con la cabeza, por ahora le creía. Quizás por la sinceridad que
había en su voz, o quizás porque la había llamado algo tan tierno como “Ángel”.
Después de todo, siempre podría gritar después.
Ian levantó la otra mano y se le quedó mirando intensamente. –Lo sabré si
estás mintiendo.
Ella estaba segura de eso. La soltó y Angelica se incorporó. La cabeza le daba
vueltas del mareo, pero permaneció sentada, agarrada al brazo del sofá para no
caerse.
–¡Me mordiste! –chilló asustada y con indignación. –¡Bebiste de mi sangre! –
se llevó una mano al cuello y abrió los ojos asombrada al darse cuenta de que no
tenía ninguna herida.
Para su sorpresa, el duque lucía avergonzado, y eso la tranquilizó más que
nada.
–Pensé que eras un ladrón –dijo pasándose la mano nerviosamente por el
pelo negro como carbón. –Y siempre estoy hambriento cuando despierto. Por
favor, créeme, nunca hubiera bebido de ti si hubiera sabido quién eras –frunció el
ceño severamente. –Tu ropa tampoco ayudaba mucho. ¿Te gustaría explicarme
qué hacías en mi casa vestida como un chico?
Tal vez era porque aún se sentía aturdida por la pérdida de sangre, o por la
forma en que él había pasado de ser un monstruo aterrador a ser todo un
caballero en instantes, pero su miedo desapareció. Mientras buscaba las palabras
adecuadas, la situación se le antojó graciosa de repente y comenzó a reír
tontamente. La expresión perpleja de Ian la hizo reír más fuerte aún.
Cuando logró recobrar la compostura, le dijo: –Probablemente esto te parezca
muy divertido.
–Estoy seguro de que me quedaré encantado –replicó él con sequedad.
La visión del duque recostado sobre el cojín del sofá, con la camisa abierta, la
serenaba. Nunca antes había visto el pecho desnudo de un hombre, y la visión del
de Burnrath la dejaba sin aliento. Vampiro o no, lucía incluso más apuesto
descalzo, con el pelo alborotado y una sonrisa relajada.
Luchando para mantener la compostura, explicó: –Como te dije en el baile de
Wentworth, siempre he querido ser escritora.
–Ah, ¿entonces estoy frente a la próxima Duquesa de Devonshire? –su tono
indulgente tenía un ligero matiz de burla.
Angelica se erizó ante esta suposición. –El que yo sea mujer no significa que
voy a escribir chismes mal disimulados como La Sílfide. Yo quiero ser una escritora
gótica como Mary Shelley.
Ian levantó las cejas. –Supongo que tu madre no lo aprueba.
Angelica iba replicar, pero vio que en sus ojos había una especie de brillo
comprensivo. –Sí, tengo que esconder mis historias de ella. Sin embargo –dijo
animadamente. –Mi padre no pone objeción, y Liza, mi doncella, es mi lectora más
fiel.
–¿Has publicado algo? –preguntó el duque mostrando genuino interés.
Angelica asintió. –Sí, aunque al principio resultó ser un pequeño desafío, ya
que en la oficina del New Monthly Magazine se burlaron de “Angelica Winthrop” y
la echaron de la editorial. Sin embargo, recibieron muy bien a “Allan Winthrop” –
rió mientras se alisaba las solapas del chaleco, aunque no podía ocultar la
amargura en su fingido regocijo.
–Ah, ahora comienzo a entender el motivo de tu disfraz –asintió el vampiro
mirándola fijamente. –¿Pero qué estabas haciendo en mi casa?
Angelica sonrió. –Ahora llegamos a la parte divertida de mi historia, Su
Excelencia. He sentido fascinación por la Casa Burnrath durante muchos años. Con
todos los extraños ruidos, las idas y venidas nocturnas, y la evidente ausencia de
sirvientes a estas horas, solo podía llegar a una conclusión.
El duque se inclinó hacia adelante con un brillo inquietante en los ojos
plateados. –¿Y cuál fue esa conclusión?
–Que su casa estaba encantada –explicó ella con las mejillas encendidas. –
Pero nunca me imaginé que fuera la casa de un vampiro.
La aguda carcajada de Burnrath resonó por toda la habitación.
–Así que –continuó Angelica riendo. –Cuando Colburn me ofreció el doble si
podía escribir otra historia, decidí escribir una sobre esta casa.
Por alguna razón, evitó decir que necesitaba el dinero para escaparse y evitar
el matrimonio. Aunque Burnrath fuera un vampiro, pertenecía a la nobleza, y no
dudaría en desaprobar el que ella eludiera lo que de seguro consideraba que era
su deber. –Cuando tu doncella dejó la puerta entreabierta –explicó. –Pensé que
sería la única oportunidad que podría tener de ver la Casa Burnrath por dentro.
El duque la miró sorprendido. –Tu interés por el sepulcro de mi casa y las
cosas que acechan en la noche es peculiar. Debería pensar que una linda jovencita
como tú estaría mejor recogiendo flores en una pradera soleada.
Angelica sonrió y recitó.
–No me cantes canciones sobre el sol
Ya que el sol es enemigo de los amantes.
Cántame sobre sombras y oscuridad
Y sobre recuerdos de medianoche.
–Eso es de Safo, ¿verdad? –preguntó Ian.
Ella asintió. –Sí, yo…
–Tú no estás asustada de mí en lo más mínimo, ¿verdad? –la interrumpió
mientras la miraba fijamente como si fuera un bicho raro.
Angelica lo observó con cierta sorpresa y se dio cuenta de que no lo estaba. –
¿Debería? –razonó en voz alta. –No eres la criatura desalmada que describen las
leyendas.
–¿Qué te hace pensar eso? –preguntó él con genuina curiosidad, como si lo
que ella pensara le importara en verdad.
Angelica se encogió de hombros, asombrada de que un hombre la tomara en
serio. –Para empezar, te reflejas en los espejos.
Los labios del vampiro esbozaron una sonrisa irónica. –Una piedra carece de
alma, pero si pones una delante de un espejo, ¿no se reflejará su imagen?
Angelica puso los ojos como platos, asombrada ante este razonamiento
lógico, y asintió rápidamente. Se encorvó mientras sentía que la furia se
apoderaba de ella. ¡Por supuesto! ¡Hasta un tonto se daría cuenta de eso!
–Estás furiosa y avergonzada –dijo Ian sorprendido. –¿Por qué?
–Debería haber sabido eso. La lógica es estúpidamente obvia –su voz rabiosa
estaba llena de un desprecio por sí misma que no lograba ocultar.
–No creo haber visto jamás a una mujer reaccionando de semejante forma
por su ignorancia –dijo el duque mirándola como si fuera una bizarra curiosidad
expuesta para su entretenimiento.
Su tono divertido le echó leña al fuego. Una pequeña porción del desprecio en
la mirada de la chica estaba ahora dirigida a él. –Tal vez ellas lo disimulan mejor
que yo.
Burnrath no contestó y se quedó mirándola como si pudiera ver directamente
dentro de su alma. Angelica se estremeció y trató de dirigir la conversación hacia
un tema más cómodo.
–Apartando eso, creo que ya es demasiado tarde para tenerte miedo –dijo
forzando un matiz cantarín a su voz. –Después de todo, pienso que si hubieras
querido matarme, ya lo habrías hecho a estas alturas.
El vampiro se inclinó hacia ella. –La muerte no es el único peligro que corres
estando a solas conmigo, pequeña Ángel –estaba tan cerca que Angelica podía
sentir su aliento en los labios, y su cuerpo comenzó a temblar involuntariamente.
¡Iba a besarla! Cerró los ojos y…

***
Llamaron a la puerta.
–¡Maldición! –gruñó Ian mientras se levantaba del sofá y le caía encima el
peso de la realidad. –Es mi cochero.
Se dirigió a la puerta dando grandes zancadas, apretando los dientes de rabia
ante la interrupción.
–Su Excelencia –dijo Albert mirándole los pies descalzos y la camisa abierta. –
Pensé que usted me requería para conducirlo hasta su club.
–Mis planes han cambiado –respondió Ian y estaba listo para despachar al
cochero cuando recordó las heridas de Angelica. Si no se hubiera despertado tan
pronto, habría podido sanarla con su sangre, pero ahora no se atrevía a
aterrorizarla más. –¿Serías tan amable de ir a buscar un doctor?
–¿Por qué? ¿Se encuentra usted mal? –preguntó Albert ansiosamente.
–No es para mí –dijo Ian y le cerró la puerta en las narices.
Su mal genio se desvaneció cuando regresó junto a la belleza que le esperaba
reclinada en el sofá. Nunca antes había conocido a una persona tan fascinante
como Angelica Winthrop. Su pasión por escribir le daba una lección de humildad
en el mismo grado que las exquisitas descripciones de sus historias lo cautivaban.
Ian recorrió su cuerpo y su rostro con los ojos, observando sus rasgos delicados de
finos huesos y los labios cautivadores que casi le habían hecho perder la cabeza y
devorarlos con un ardiente beso.
–¿Va todo bien? –preguntó Angelica con las manos apretadas sobre el regazo.
–Envié a buscar a un médico para que examine su tobillo, señorita Winthrop –
respondió con forzada formalidad aunque moría de ganas de volver a enfrascarse
en la interesante conversación que habían sostenido antes.
–Oh. Muchas gracias –dijo Angelica bajando los ojos como si lamentara quizás
el haber vuelto a un trato tan formal.
La magia de la intimidad se había roto y pasaron la siguiente media hora
luchando por sostener una forzada charla casual y sin atreverse a mirar al otro a
los ojos.
El doctor llegó y ni siquiera se inmutó ante la joven vestida con un atuendo
masculino.
–La señorita Winthrop es una vecina y muy querida amiga mía –dijo Ian que se
había preparado una mentira plausible. –Tuvo una discusión con su madre y vino
aquí buscando un confidente. Por desgracia, estaba tan alterada, que tropezó en
mi puerta –meneó la cabeza ante la idea de semejante tontería femenina,
ignorando los bufidos de disgusto de Angelica.
–Quiero que sepa –concluyó Ian. –Que la encontramos en la acera. Es una
joven de buena crianza y no quiero que su reputación se vea comprometida. Usted
será bien recompensado por ello, por supuesto.
El Dr. Sampson asintió y le dio unas palmaditas a su negro maletín de médico.
–Esto es lo que importa. Ahora examinaré a la paciente y después podemos
conducirla a casa con sus padres que estarán preocupados.
Ian se puso a caminar de un lado para otro afuera en el pasillo, esperando que
Angelica no se hubiera roto el tobillo y que su tonta caída no la metiera en
demasiados problemas. Apretando la mandíbula, se quedó asombrado de lo
mucho que se estaba preocupando por ella, especialmente ahora que tenía la
preocupación de haberle revelado su secreto. Frunció el ceño. Ella no sería tan
tonta. Pero y si lo era, ¿qué iba a hacer entonces? No podía matarla, y mucho
menos podía Transformarla.
Una hora más tarde, el doctor salió al vestíbulo trayendo a Angelica casi a
rastras. –Holaaaaaa otra vez, Su Excelencia –dijo la chica arrastrando las palabras y
una tonta sonrisa se dibujó en sus labios exuberantes.
–El tobillo de la jovencita no está roto –dijo el doctor con eficiencia. –Pero
tiene un severo esguince. Le he dado una dosis de láudano y le daré instrucciones
a sus padres para que esté de reposo por lo menos una semana. Si Dios quiere,
mañana podrá usar una muleta –inclinó la cabeza en agradecimiento mientras Ian
le extendía un cheque. –La llevaré al coche ahora.
–Adiós, señorita Winthrop –Ian la despidió con un beso en el dorso de la
mano.
–Lo extrañaré, Su Excelencia –dijo Angelica riendo tontamente y
balanceándose por los efectos del láudano. –Aunque me haya mordido.
El médico enarcó una ceja y Ian se encogió de hombros dando a entender que
no tenía idea de lo que había querido decir.
Se quedó mirándola mientras la subían al carruaje. Creo que yo también te
extrañaré, Ángel. Quizás cuando estuviera curada, se granjearía un baile con ella.

***

Albert, el cochero de Burnrath, fue capaz de mantener la boca cerrada casi


por 24 horas. Pero la noticia de que habían sacado de la casa del Duque a una
joven de la alta sociedad, vestida como un chico y con un esguince en un tobillo,
era un chisme demasiado jugoso como para no contarlo. Especialmente porque el
mismo Duque había estado semidesnudo. Albert se lo contó a su amante de turno,
que era la primera doncella de los Cavendish, mientras paseaban por el parque en
su día libre.
La doncella se lo contó a Lady Cavendish en cuanto tuvo oportunidad. La condesa
a menudo compartía sus bombones de chocolate si le traían noticias excitantes. A
la noche siguiente, ya toda la nobleza especulaba sobre quién podría ser la chica.
Cuando los pretendientes fueron rechazados en la casa de los Winthrop debido a
que Angelica estaba en cama con un esguince en un tobillo, el chisme se expandió
entre toda la aristocracia como un reguero de pólvora. Como uno siempre es el
último en enterarse de los chismes sobre uno mismo, los Winthrop y todo el
personal de la casa permanecieron felizmente ajenos a sus reputaciones
masacradas.
Capítulo 7

Angelica tarareaba una alegre canción mientras escribía “Fin” en la última


página de su cuento “La maldición de la Mansión Rathton”. Cuando Liza volviera,
la enviaría a entregarle el manuscrito a Colburn y regresar con sus doce libras. “El
Fantasma de Highwayman” ya había sido publicado y había recibido muy buenas
críticas para su delicia y el orgullo de su padre. Su madre, por primera vez, había
fruncido los labios en silencio, solamente murmurando su desaprobación por
detrás. Ahora que había confesado a sus padres lo de su éxito literario, tenía
nuevas esperanzas de poder convencer a su padre de que le dejara usar su dote
para su carrera como escritora en vez del matrimonio.
Por décima vez en la tarde, echó una mirada a la Casa Burnrath. La casa se
erguía detrás de los espinos que despuntaban, en vigilante silencio, resguardando
el descanso diurno de un vampiro… un vampiro que había bebido su sangre y
luego se había disculpado por ello… un vampiro que casi la había besado y que
probablemente se habría disculpado por ello también. En vez de un horrible
monstruo que masacraba inocentes, se había comportado como un caballero,
había llamado a un médico, se había ocupado de que le curaran las heridas y la
había enviado a casa sana y salva.
Angelica sonrió, recordando aquella noche, hacía cinco días, cuando el médico
la había ayudado a bajar del coche y la había conducido hasta los brazos de sus
desesperados padres. La expresión de su madre al ver el atuendo masculino de
Angelica había sido tan graciosa que la cara se le había puesto roja por el esfuerzo
de contener la risa. Había entrado a la casa entre dormida y despierta, con la
cabeza embotada a causa de la medicina que el médico le había obligado a tomar,
y escuchando solo a medias la perorata de su madre.
Su padre lucía tan preocupado y asustado, que había deseado darle alguna
buena noticia. Así que en un relámpago de inspiración, les había contado sobre la
publicación de su cuento como si el feliz suceso hubiera ocurrido ese mismo día.
–¿Serás una escritora publicada? –los ojos de su padre se habían iluminado
una vez que estuvieron sentados en el salón. –¡Bien hecho, cariño mío!
–¡No le des ánimo! –había gritado Margaret que, sin duda, estaba al borde de
la histeria. –Si alguien se entera de que ella escribió ese cuento, su reputación
estará arruinada sin remedio.
Angelica había asentido en cámara lenta. Parecía que podía verlo todo doble y
temía caerse de la silla. Se agarró a los brazos de su silla en un vano intento de
detener el mareo.
El Dr. Sampson pareció darse cuenta, porque interrumpió la conversación. –La
jovencita ha tenido un día muy difícil. Le he administrado una saludable dosis de
láudano y recomiendo que la lleven a la cama enseguida. Mañana pasaré a verla y
le traeré una muleta.
Los días siguientes había sido el paraíso para Angelica. Pasaba casi todo el
tiempo escribiendo, sin Almack’s, sin bailes, sin visitantes, sin pretendientes y sin
sermones de su madre que le espantaran la musa. Cuando no estaba escribiendo,
disfrutaba las comidas en la cama, leyendo sus novelas favoritas y mirando por la
ventana la Casa Burnrath a cada oportunidad, soñando despierta con su encuentro
con el vampiro. Una y otra vez, volvía a revivir en su mente la aventura que había
vivido con él, saboreando el cosquilleo que le recorría la espalda cada vez que
recordaba un detalle.
Angelica meneó la cabeza y luchó por mantenerse práctica. Iba a extrañar
tener al duque de vecino cuando se mudara a un piso modesto y se embarcara en
su carrera. Tal vez podría visitarlo cuando su carrera tuviera más solidez. Quizás
podría preguntarle sobre los vampiros… ¡y quizás él la besaría! Frunció el ceño.
Práctica, tenía que ser práctica. Pero aun así sentía mariposas en el estómago al
imaginar sus labios sobre los de ella… y al recordar su pecho desnudo bajo la
camisa desabotonada.
A decir verdad, su tobillo estaba bien desde el día anterior. Angelica
simplemente quería más tiempo para terminar su historia y disfrutar la paz alejada
del torbellino de la vida social.
Momentos después de que Liza partiera con una carta y un manuscrito,
Margaret entró a la habitación con el Dr. Sampson. Era hora de examinarla de
nuevo. Por desgracia, esta vez el médico declaró que estaba curada. Angelica
contuvo una maldición impropia de una dama.
–¿Entonces podemos ir al baile de Cavendish esta noche? –preguntó su madre
retorciéndose las manos.
–Siempre y cuando no baile demasiado –dijo el médico cerrando su maletín.
Margaret sonrió radiante. Angelica gruñó.

***

John Polidori se despertó con la suave voz de una soprano que cantaba una
melodía evocadora. El contacto de un paño frío sobre la frente le causó tal
sensación de alivio que se le escapó un suspiro de gozo. Abrió los ojos y logró ver
con la vista borrosa la silueta de alguien ante él. El pelo cortado de forma varonil y
el atuendo de hombre le hicieron creer al principio que era un joven quien lo
atendía. Pero la voz cantarina y la piel lisa y luminosa le hicieron reconsiderarlo.
¿Acaso lo estaba cuidando uno de los famosos cantantes castrados de su tierra
natal? La presión de unos senos blandos contra su hombro desechó enseguida
esta idea.
–John, estás despierto –su voz era refinada y suave como la de un ángel.
–¿Dónde estoy? –graznó mientras intentaba enfocar su visión borrosa. –
¿Cuánto tiempo he estado dormido?
La chica le ofreció un vaso de agua y John bebió con avidez. –Te encontré
inconsciente hace tres días en un callejón, detrás del club al que siempre vas –dijo
haciendo un mohín con sus labios carnosos y acariciándole con suavidad el
cabello. –Te traje a casa y te he estado cuidando desde entonces. Pensé que
estarías intoxicado por haber bebido demasiado alcohol.
Ahora John la pudo ver claramente. Él conocía a esta mujer. ¿Cómo era
posible que la hubiera confundido con un hombre? ¿Y cómo había podido
olvidarse de su encantadora voz? Su rostro exquisito se había quedado grabado en
su mente todo el tiempo. Lord Byron y sus amigos se habían burlado de él por
pasarse semanas buscándola por toda la campiña suiza. Pero si Byron la hubiera
visto, de seguro hubiera dejado quieta la lengua.
La tela lujosa de su chaleco y su pañuelo lucía ordinaria comparada con el
brillo aterciopelado de sus manos y su cara. Sus ojos oscuros eran grandes y dulces
como los de una cierva, orlados por pestañas increíblemente largas y espesas, y
enmarcados por finas y negras cejas. Su rostro de huesos finos era delicado como
la porcelana y sus labios de rubí le hacían gemir de deseos de probarlos. John
acercó la mano y los tocó con un dedo para asegurarse de que ella era real.
La emoción se sobrepuso al mareo. –¡Eres tú! Rosetta, querida, ¿qué estás
haciendo en Inglaterra? Te busqué durante meses después de nuestro encuentro.
Yo curé tu pierna. ¿Lo recuerdas?
Ella asintió con una sonrisa. –Nunca olvidaré tu amabilidad. Mi corazón se
llena de alegría al ver que me recuerdas.
–¿Pero cómo me encontraste? –preguntó y miró a su alrededor frunciendo el
ceño. –¿Y por qué no hay ventanas en esta habitación?
Rosetta le acarició los rizos. –Primero debes comer algo mientras caliento
agua para que te des un baño. Te he traído ropa limpia. Cuando estés cómodo, te
lo contaré todo.
Después de tomar un baño y saciar el hambre, John creyó que iba a tener que
luchar para no dejarse arrastrar por la somnolencia. Sin embargo, en cuanto
Rosetta abrió la boca, mostrando unos colmillos blancos como perlas, y comenzó a
contar su historia, Polidori se quedó atónito. A pesar de las fantasiosas creaciones
que salían de su pluma, John era un hombre práctico. Un médico y científico no
podía darle cabida en su cabeza a las fantasías. Nunca había imaginado que las
criaturas de leyenda que encendían su imaginación y hacían populares a sus
cuentos, pudieran existir de verdad.
Sin embargo, otra cosa lo conmocionó más que la historia fascinante que
estaba escuchando. Rosetta lo amaba. Se hacía evidente con cada palabra que
pronunciaba y con la forma en que sus ojos brillaban de adoración cada vez que lo
miraba. La revelación tocó una tecla en su interior que hacía mucho tiempo había
intentado olvidar. Aunque él había amado muchas veces, nadie lo había amado
realmente a él. George Gordon, Lord Byron, había asegurado que lo amaba, pero
no fue hasta que se enamoró del poeta que John se dio cuenta que Byron amaba a
una persona diferente cada semana.
En efecto, Lord Byron había sido el hombre que había inspirado al vampiro
Lord Ruthven, y no el Duque de Burnrath, ¡quien al parecer era el Lord Vampiro de
Londres! La situación hubiera sido completamente ridícula si su vida no hubiera
estado en grave peligro.
John se levantó y caminó por el piso alfombrado hasta Rosetta. ¡Ah, su
hermosa salvadora Rosetta! Ya se estaba enamorando de su oscura pasión más de
lo que lo había estado de su tierna belleza cuatro años atrás. –Tengo que darte las
gracias.
–Para nada, John. Te salvaría de nuevo si tuviera que hacerlo –sus delicadas
mejillas enrojecieron una vez más cuando él se le acercó. –Además, es culpa mía
que hayas publicado ese cuento. Si no te hubiera estado susurrando palabras de
aliento todas las noches, tu vida no estaría en peligro ahora.
–Aun así, has puesto tu vida en peligro para salvar la mía –susurró
acariciándole el pelo. –“En los sueños de ningún poeta se ha dibujado alguna vez
tan hermosa silueta; ni el fuego de un profeta con su brillo celestial puede pintar
la gracia de la Virtud con matices tan castos, pero brillantes, como los de su
rostro.” Lo escribí después de que nos conocimos.
Rosetta abrió la boca de asombro. –¿De verdad? Es uno de mis poemas
favoritos.
John se acercó más a ella. –Rosetta, te ofrezco mi sangre, mi cuerpo, mi vida.
Acercó sus labios a los de ella y ardieron de pasión enredados en un beso. Las
velas titilaron cuando cayeron sobre la cama.
Después de hacer el amor tan ardientemente como ninguno de los dos lo
había hecho nunca, se quedaron conversando tendidos sobre la cama, enroscados
en los brazos del otro y todavía intentando recobrar al aliento. Algunas veces sus
risas se mezclaban como si estuvieran en un maravilloso sueño al descubrir
algunas cosas que tenían en común. Otras, se quedaban mirándose en gozoso
silencio, dominados por emociones demasiado fuertes como para expresarlas con
palabras. Hablaron de todo, desde los vampiros hasta la medicina, pasando por la
poesía. Hablaron de todo, menos del peligro en el que se encontraban ambos.
Esta noche no era para pensamientos aterradores. Esta noche era para
celebrar el brillo optimista y la intensa luz del nuevo amor. Porque ambos habían
encontrado su otra mitad.

***
Ian miró con incredulidad el último registro del libro de apuestas del White. –
¿Ya se saldó la apuesta?
El Duque de Wentworth asintió. –Bueno, por supuesto que ya se saldó. Lady
Cavendish lo supo por su doncella, a quien se lo contó tu propio cochero. Todo el
mundo sabe que ya tuviste a la chica –el duque jugueteó con su copa y entrecerró
los ojos por la concentración de humo que saturaba el club.
Ian sacudió la cabeza mientras Wentworth le contaba el chisme de la semana.
Apretó los puños con ganas de estrangular al cochero. Albert sería despedido a la
primera oportunidad.
–Por supuesto, debo decir que no estoy de acuerdo en lo absoluto, Burnrath –
prosiguió Wentworth mientras regresaban a la mesa, ajeno a la furia de Ian. –La
chica y su familia no serán capaces de presentarse en sociedad después de esta
noche. Y hablando de eso, debo partir hacia el baile de los Cavendish.
–¿Por qué después de “esta noche”? –preguntó Ian bruscamente, haciendo
un esfuerzo por no sacar los colmillos. –¿No se supone que “la tuve” la semana
pasada?
Su amigo suspiró y se reclinó en la silla. –Bueno, la chica estaba a salvo en su
casa con un esguince de tobillo, así que nadie ha tenido la oportunidad de dejarle
de lado aún. Ya sabes cómo somos de crueles por tradición. Debe hacerse oficial
esta noche. Por lo que sé los Winthrop van a asistir al baile. Supongo que Lady
Cavendish se reservará el primer lugar.
Ian se sintió más enfermo que nunca ante la crueldad que la alta sociedad
parecía alentar con fuerza. Sus instintos depredadores le enfurecieron al punto de
querer volar hasta la Casa Cavendish y convertir el baile en una masacre. –
Supongo que nadie puede creer que ni siquiera la toqué, ¿verdad? –dijo tratando
de mantener la voz baja.
Wentworth meneó la cabeza y dio un sorbo a su copa de bourbon añejo. –Ni
por un segundo. El rumor incluso dice que estabas semidesnudo. ¿Me estás
diciendo que no te acostaste con ella?
–Estaba descalzo, no desnudo –Ian hizo una pausa dándose cuenta de lo grave
que era el asunto. –Y no, no me acosté con ella –el alma se le llenó de culpabilidad
y desprecio por sí mismo. Maldición. Por su culpa la vida de esa pobre chica estaba
arruinada.
Antes, todo de cuanto se había tenido que preocupar era de que Angelica no
le contara el secreto a sus conocidos. Ahora, resultaba que no tendría siquiera
conocidos. Sus manos apretaron la mesa cubierta de fieltro hasta que escuchó
chirriar la madera en protesta. Pero igual, todavía existía la posibilidad de que ella
se lo contara a alguien. Tenía que haber una forma de mantenerla callada y de
reparar el daño que había hecho.
Una idea loca le pasó por la cabeza. Mientras más pensaba en ella, más
atractiva le parecía. Si el plan tenía éxito, no solo se aseguraría de que Angelica
mantuviera la boca cerrada, sino que la joven sería bienvenida de nuevo en
sociedad, e incluso la mimarían más que nunca. Y, con suerte, el resto de las
especulaciones sobre su proclividad a la noche cesarían también del todo.
Ian sonrió y le extendió la pluma a Wentworth mientras le señalaba el libro de
apuestas. –Estás a punto de ganar una suma considerable, amigo mío.
–¿Por qué? –preguntó su amigo parpadeando confuso ante el repentino
cambio de humor.
–Sí que me llevaré a la heredera Winthrop a la cama –dijo Ian con una sonrisa
sardónica. –Sin embargo, eso será después de que me case con ella.
Capítulo 8

En el mismo momento en que el mayordomo de los Cavendish anunció la


llegada de los Winthrop, Angelica supo que pasaba algo. La muchedumbre hizo un
silencio repentino mientras los Winthrop tomaban su lugar en la línea de
recibimiento. Fueron acribillados por ojos glaciales y miradas divertidas, y luego el
salón estalló en murmullos y risas burlonas. Cuando su madre los condujo a
saludar a la anfitriona, Lady Cavendish la dejó con el saludo en la boca.
–Espero que no esté molesta todavía porque gané sus pendientes de rubí el
mes pasado –susurró Margaret con las mejillas encendidas de un rojo escarlata. –
¡No es mi culpa que sea una horrible jugadora de whist 4!
Mientras se dirigían a la mesa de los refrigerios, el Barón Osgoode se acercó a
ellos y retiró su propuesta de matrimonio.
–Estoy seguro de que entiende el por qué –dijo mientras le hacía una
reverencia burlona y forzada.
–Aunque estoy contenta de librarme de su petición, no entiendo el por qué –
replicó Angelica con la voz cargada de intencionado desdén ante su grosería.
Osgoode le echó una mirada mordaz. –No se haga la tonta, señorita. Todo el
mundo sabe lo que pasó entre usted y el Duque de Burnrath.
–¿Usted me quiere decir… –dijo Margaret con la voz temblando de
indignación. –… que se rehúsa a casarse con ella simplemente porque bailó con él
en el baile de los Wentworth?
Osgoode la miró con sorna. –Así que también le mintió a usted. Le aseguro,
madame, que ha hecho mucho más que solo bailar con él –le hizo otra reverencia
burlona y se alejó hacia la pista de baile con una hermosa chica rubia. Le susurró
algo al oído, ambos miraron a los Winthrop y comenzaron a reírse.
4
El whist es un juego de cartas de apuestas. Se juega usando la baraja francesa
que consta de 52 naipes y se establecen dos parejas contrarias.
–¡Explícate de inmediato! –siseó Margaret.
Angelica tragó en seco. De pronto, el brillo de los candelabros y de la joyería
de los nobles se volvió tan abrumador que le provocó náuseas. –Cuando me torcí
el tobillo, me encontró el duque, no su cochero. Su Excelencia envió al cochero a
buscar al médico. No me tocó más que para llevarme hasta su sofá y revisar si
tenía algún hueso roto –no se atrevió a confesarle que también había bebido su
sangre… y que casi la había besado.
–¿Me quieres decir que estabas dentro de su casa a solas con él? –jadeó
Margaret, quien al parecer estaba a punto de sufrir un ataque de los vapores. –
¿Sabes lo que has hecho? Estamos arruinados. Ningún hombre querrá casarse
contigo ahora, ¡y mi padre nos quitará hasta el último chelín de su herencia!
Arruinada. Por fin había sucedido. Era libre. Abrió la boca para decir: “Te dije
que no quería casarme”, pero la palidez de su madre y la mirada descorazonada
de su padre la pararon en seco. En ese momento, supo que sus padres sí que se
amaban el uno al otro, pero también la amaban a ella y pensaban genuinamente
que el matrimonio era lo mejor para su futuro. Se le hizo un nudo en el estómago
que parecía ser de culpa. Mi intención nunca fue hacerles daño. Como si sus
intenciones pudieran arreglar las cosas.
–Será mejor que nos vayamos –dijo Margaret arrastrando con ella a su
marido. La muchedumbre de espectadores ataviados ricamente semejaba un
malévolo mar de colores.
–¡El Duque y la Duquesa de Wentworth! –gritó el mayordomo de los
Cavendish mientras golpeaba con su bastón y anunciaba a los últimos invitados.
Su madre palideció más aún y Angelica se estremeció al darse cuenta de que
estaban llegando más de sus amigos para enterarse de la desgracia de su familia.
El duque y la duquesa saludaron a la anfitriona y se dirigieron hacia los Winthrop
sonriendo amistosamente.
–No deben haberse enterado aún –murmuró su padre mientras miraba
fijamente al suelo pulido.
–¡Esto lo hace aún más humillante! –gimió Margaret colgándose de su brazo.
Arreglaré esto de alguna manera, se juró Angelica. Me quedaré con ellos y les
daré todo el dinero que haga con mis historias. Tal vez escriba incluso novelas de
romance si tengo que hacerlo. Se dice que pagan más por ellas. De alguna forma,
me ganaré su perdón. Aun así, a pesar de su remordimiento, no podía menos que
sentirse liberada de esa falsa sociedad y su perversa manera de subastar las
mujeres al mejor postor.
–¡El Duque de Burnrath! –bramó el mayordomo y ahora el golpe de su bastón
sonó más parecido al mazo de un juez.
–Oh, Dios. Creo que me voy a desmayar –gritó su madre balanceándose sobre
sus pies. La Duquesa de Wentworth se puso a su lado rápidamente. El Duque le
sonrió a su padre como si todo estuviera saliendo a pedir de boca. Angelica se
preguntó si el hombre no estaría chiflado.
Angelica estabilizó a su madre y estiró el cuello para ver entrar al vampiro,
luciendo impecable con sus mejores galas. El corazón se le aceleró a la vista de su
bello pero peligroso semblante. Sin querer se llevó una mano al cuello y sintió un
hormigueo con el recuerdo de su mordida.
Los murmullos se extendieron por todo el salón, haciendo eco como el
siniestro batir de alas de murciélagos.
–¡Ese canalla! –gruñó su padre. Su estrecho cuerpo tembló de rabia. –Lo voy a
retar a duelo.
–¡Jacob, por favor! –suplicó su madre con el rostro tan blanco como el vestido
de Angelica. –No hagas semejante cosa. ¡Solo le echarás más leña a este horrible
escándalo!
–¿Por qué no? No hay nada que perder. Voy a darles algo más de lo que
hablar. Es mi deber exigir satisfacción y defender el honor de mi hija –le apretó
suavemente la mano a Angelica y se acercó al duque para infinito regocijo de los
demás nobles.
Angelica apretó el brazo de su madre con los dedos entumecidos, rezando
para sus adentros. Por favor, que no le haga daño a mi padre. Los Wentworth
permanecieron en silencio. Tal vez sí que habían escuchado el chisme después de
todo. Si era así, les estaría eternamente agradecida por su amabilidad.
Una muchedumbre se apiñó alrededor de ellos y ahogó con sus murmullos la
furiosa diatriba de su padre. Para la desilusión de la audiencia, los dos hombres
salieron caminando juntos con las espaldas rectas como astas. Sus siluetas apenas
podían verse bajo la escasa luz de los faroles que colgaban sobre el césped.
–No pretenderán batirse aquí, ¿verdad? –dijo Lady Cavendish llevándose una
mano temblorosa al cuello ante semejante infracción de las buenas maneras. Sin
embargo, Angelica juraría que había visto un destello de entusiasmo en sus ojos.
–Por supuesto que no, mi Lady –replicó el Duque de Wentworth arrastrando
las palabras. –Después de todo, los estoques y los revólveres no eran parte del
atuendo recomendado para esta ocasión. Lo peor que puede pasar es que se
enreden a puñetazos.
Lady Cavendish le gritó a un sirviente que le trajera un té de corniciervo 5.
–Oh, ojalá pudiera ver lo que está pasando –dijo Margaret con la voz llena de
pánico.
–Haría falta un cabestrante para quitar todo ese tumulto del medio –agregó
Angelica con sequedad, intentando disimular su propio miedo.
La Duquesa de Wentworth soltó una risa mientras abanicaba a Margaret. –
Admiro a las mujeres que pueden ser ingeniosas en cualquier situación.
En un período de tiempo sorprendentemente corto, los dos hombres
regresaron al interior del salón. Burnrath lucía una expresión satisfecha, mientras
que Jacob parecía aturdido. ¿Qué había pasado allá afuera?
–Dios Santo, viene hacia aquí –dijo su madre y abrió su propio abanico. –¿Es
que no ha hecho suficiente daño ya?
La muchedumbre se abrió alrededor de Burnrath como el Mar Rojo mientras
se acercaba a ellas. Ian fijó la vista en Angelica y sus labios esbozaron una sonrisa
enigmática. La joven levantó la barbilla en un intento de opacar el temblor que
sentía en las piernas.
El mundo entero pareció contener la respiración cuando el duque hincó una
rodilla en el suelo y se llevó una mano al corazón.
Angelica frunció el ceño mientras le invadía la confusión. ¿Qué demonios está
haciendo? ¡No pensará que una disculpa arreglará las cosas en lo más mínimo!
–Señorita Winthrop –dijo el vampiro, obligándola a quedarse quieta con su
voz ronca y persuasiva. –Desde que la vi por primera vez, me quedé prendado. Y
5
Plantago coronopus, comúnmente llamada corniciervo entre otros nombres, es
una planta empleada en jarabe, decocción, gargarismos, etc para tratar asmas,
bronquitis, anginas y otras dolencias.
cuando la encontré herida frente a mi casa y tuvimos oportunidad de conversar,
usted tocó mi corazón. No he sido capaz de sacarle de mis pensamientos desde
entonces. ¿Me haría usted el honor de ser mi esposa?
Los gritos de los espectadores le perforaron los oídos a Angelica y casi
estremecieron el amplio salón. El corsé comenzó a apretarle como un torno,
dejándola completamente sin aire. Podía sentir la sangre rugiendo en sus oídos y
la vista se le llenó de manchas blancas y negras.
–Por supuesto que acepta –anunció Margaret alegremente y enseguida se
desmayó en los brazos de Jacob. La Duquesa de Wentworth rebuscó en su cartera
algunas sales para oler. Lady Cavendish se abrió paso a codazos entre la multitud
para ver mejor.
–Pero… eres un vampiro –soltó Angelica. Dios mío, ¿en verdad está pasando
esto?
Alrededor estallaron risitas y carcajadas. –Espero que usted no se crea esa
tontería, querida –dijo el Duque de Wentworth arrugando la frente con
preocupación.
Angelica se ruborizó al darse cuenta que había hablado en voz alta. Burnrath
comenzó a reírse, pero había un destello de advertencia en sus ojos.
–Solo estaba bromeando, Su Excelencia –dijo débilmente y le extendió la
mano a Burnrath para que se pusiera de pie. Ian la tomó entre las suyas y posó los
labios sobre sus nudillos.
–Creo que me quedan cosas por discutir con su padre –dijo suavemente. –Por
favor, guarde una pieza de baile para mí hasta que regrese.
El Duque de Burnrath le hizo una reverencia y se marchó. Un enjambre de
damas se agrupó alrededor de Angelica, felicitándola como si no la hubieran
ignorado hacía tan solo unos minutos. ¡Esto no puede estar pasando! El peso de la
situación cayó sobre ella y ahogó un grito en la garganta. Mi reputación estaba
arruinada, y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, toda la aristocracia me
aclama. ¡Todo porque un vampiro se quiere casar conmigo! Todos pensaban que
sus lágrimas y su risa eran de alegría. Nadie tenía la menor idea de que estaba al
borde de un ataque de histeria.
Mientras las mujeres la arrullaban y proferían exclamaciones de admiración
ante la proposición del duque, todo lo que Angelica podía pensar era: Nunca dije
“Acepto”.

***

Ian se soltó una vez más de las manos de Lady Margaret. Si no la conociera,
estaría seguro de que la autoritaria mujer estaba a punto de besarle los pies en
agradecimiento. Arreglar las cosas con el padre de Angelica había sido en extremo
fácil, ya que la fortuna y un título elevado podían lograr prácticamente cualquier
cosa en estos tiempos de avaricia y corrupción. El señor Winthrop había accedido
a que Ian fuera de visita la noche siguiente para discutir el contrato matrimonial y
fijar una fecha para la boda.
–Si me permite el atrevimiento, Su Excelencia –había dicho Jacob Winthrop
mientras se enjugaba el sudor de la frente. –Me sentiría mucho más seguro si las
nupcias se celebraran lo antes posible. Mi hija es un poco… briosa…. y pienso que
pudiera existir el riesgo de que…. sus inclinaciones la conduzcan a mayores
problemas si una mano más firme que la mía no toma las riendas a la mayor
brevedad posible –Jacob levantó las manos en actitud defensiva. –No es que yo
sea un hombre débil, pero Angelica es mi única hija y me temo que la he
consentido vergonzosamente.
Ian soltó una carcajada. Muchos pretendientes no querrían casarse con una
chica luego de escuchar hablar así de ella, pero él no era de ese tipo de hombres.
Especialmente porque una boda rápida le sentaba muy bien a sus planes. –Señor
Winthrop, si pudiera hacerla mi esposa esta misma noche, lo haría.
El padre de Angelica casi se ahogó con el brandy y una expresión de horror
deformó sus fuertes facciones. –Dios Santo, hombre. ¡No quise decir tan pronto!
Incluso si pudiéramos conseguir un permiso especial a esta hora, no sería
apropiada en lo absoluto. ¡Imagine lo que diría la gente!
–Solo estaba bromeando, señor Winthrop –dijo Ian que se estaba cansando
rápidamente de aquella conversación. Todo cuanto quería era sentir a Angelica en
sus brazos otra vez. –Ahora, ¿volvemos donde las damas? Creo que le debo un
baile a la encantadora señorita Winthrop –y sin esperar ninguna respuesta, dejó su
vaso intacto en la mesa y salió de la habitación sin mirar atrás.
El corazón se le encogió cuando la multitud que rodeaba a Angelica se apartó
un poco y pudo verle la cara. Estaba mortalmente pálida y tenía las mejillas
surcadas de lágrimas. Pobre Ángel, ha tenido que pasar por mucho esta noche.
Sintió su pequeña mano helada cuando entrelazó sus dedos con los de ella y la
condujo al centro de la pista de baile al tiempo que los músicos comenzaban a
tocar un vals. Entonces casi perdió el equilibrio al ver la rabia ardiente hirviendo
en el fondo de sus ojos gitanos.
–¿Te importaría decirme cuál es el problema, querida? Pero, por favor, sonríe
para que no sigas alimentando las habladurías –dijo Ian con un tono agradable
como si estuvieran hablando de cosas triviales.
Angelica apretó los dientes en una horrible parodia de sonrisa y siseó. –¿Por
qué estás haciendo esto? Es imposible que necesites mi dote, y estoy
endiabladamente segura de que no me amas.
A decir verdad, Ian no había esperado que ella volara a sus brazos chillando de
felicidad ante su propuesta, pero tal grado de hostilidad era una desagradable
sorpresa. –Ese lenguaje es totalmente inapropiado, Ángel –le dijo sonriendo pero
apretó su mano con más fuerza. –Aunque admiro el que seas lo suficientemente
lista como para darte cuenta de que poseo bastantes riquezas, espero que hayas
sido educada para saber que el amor no es un ingrediente necesario en un
matrimonio exitoso.
Angelica le soltó una carcajada burlona. –Me dejas sin aliento con tus halagos.
Por favor, continúa.
Ian estaba entre divertido por su atrevimiento, y furioso porque lo estaba
obligando a lidiar con una torpe explicación. Debería estar más agradecida que su
madre por haberla salvado a ella y a su familia de la muerte social. Inclinándose
como si fuera a oler su perfume, le dijo en voz baja:
–Ahórrate la ira, Angel. Ya que insistes en saber, te diré que tu reputación no
era la única que estaba en peligro. Gracias a ese arribista de John Polidori y su
cuento arrasando todo el continente, la gente ha comenzado a sospechar de mí.
–Ah, los rumores sobre que eres un vampiro –dijo ella con una sonrisita. –
Espero que no pienses que alguien se tomó esos rumores en serio. Ya escuchaste
las risas hace un rato.
Ian reprimió un gruñido y le susurró al oído. –Suficientes personas se lo han
tomado en serio. De hecho, gracias a una jugosa apuesta sobre el tema, mi
chaleco y mi cuello de seda fueron empapados con agua bendita la semana pasada
por nada más y nada menos que tu antiguo pretendiente, el Barón Osgoode.
Al contraste con sus labios, su piel lucía como satín. Y su aroma embriagador
lo abrumaba con la tentación de probarla otra vez. Ian se echó hacia atrás antes
de sucumbir a la tentación y hundir sus colmillos en ella ahí mismo.
Ajena al peligro, Angelica sonrió, con los labios temblándole alborozados al
escuchar del incidente con Osgoode. Ian no sabía si besarla o tumbarla sobre sus
rodillas y darle unos azotes por su insolencia. Las parejas a su alrededor habían
dejado de pretender que bailaban y los observaban ahora con ávido interés. Ian
les dedicó una mirada glacial y se fueron alejando lentamente.
–Te puedo asegurar que no fue para nada divertido –dijo Ian frunciendo el
ceño con severidad. –Tuve que retarlo a duelo para evitar que otros petimetres se
atrevieran a hacer lo mismo y arruinaran todo mi guardarropa.
Esta vez Angelica no pudo contenerse y su risa melódica vibró por todo el
salón. Ian se contuvo para no reírse también. Tal vez la situación sí que había sido
un poco graciosa. –Ya basta, pequeña diabla. ¿Quieres saber por qué pedí tu
conflictiva mano o no? –la rodeó más fuerte con los brazos y a pesar de su furia,
saboreó el contacto de su piel cálida.
Angelica recobró de inmediato la compostura y volvió a levantar la barbilla en
actitud desdeñosa. –Muy bien, escucharé con mucha atención.
Ian sintió una punzada de arrepentimiento por haber destruido el buen
humor, aunque solo fuera pasajero.
Suspiró y se inclinó para susurrarle al oído. –Pensé que si me casaba con
alguien de la nobleza, los rumores se debilitarían y cesarían gradualmente –el
aroma seductor que desprendía Angelica aumentó aún más su apetito y tuvo que
hacer un esfuerzo para mantener la compostura. –Después de todo, ninguna
dama se casaría con un monstruo. Y si trato lo suficientemente bien a mi novia,
quizás ella dé fe de mi buena personalidad también. Como tú no pareces tenerme
miedo, y me gustas bastante, pensé: “¿por qué no salvar tu reputación también?”.
En vez de aplacarla como había pensado, la explicación de Ian puso el genio
de Angelica al rojo vivo. Sus ojos parecían disparar chispas de ónix. –Tu
magnanimidad es arrolladora, Su Excelencia. Pero supongo que te diste cuenta de
que cuando hiciste tu proposición, yo no la acepté.
Ian ya había tenido suficiente de su ingratitud y de su lengua viperina… y de su
perfume embriagador. Debía haberse alimentando hacía mucho rato.
–Te haré la visita mañana por la noche para discutir los detalles de nuestro
compromiso. Espero encontrarte de mejor humor entonces –y antes de que la
música cesara le prometió al oído. –Pronto estarás más que dispuesta a aceptar.
Mientras merodeaba por las calles de Londres en busca de su próxima
comida, luchó por entender los motivos de ese comportamiento impropio de ella.
Después de beber de un carterista, se le ocurrió una idea. ¿La causa de su
hostilidad podría ser que ahora le tenía miedo? Antes no le había temido, pero
ahora que había tenido tiempo de pensar bien lo que él era… ¡Por supuesto! No
estaba asustada porque tenía una casa a la que volver sana y salva. Pero la idea de
pasarse toda la vida bajo el mismo techo que un vampiro aterrorizaría a
cualquiera. Otro pensamiento incómodo se apoderó de él. Dios mío, ¿y si piensa
que quiero asesinarla?
Recordando la audacia que Angelica había mostrado en sus dos encuentros
anteriores, Ian decidió cautivarla hasta que volviera a ese estado mucho antes de
que llegara la noche de bodas.
Capítulo 9

Ben Flannigan bajó por la plancha hasta el muelle y aspiró el denso, fétido aire
de Londres. Una ciudad tan grande como esta debía estar llena de vampiros, lo
cual prácticamente garantizaba que tendría buenas cacerías aquí. Quizás hasta
cazara uno de los antiguos. Contuvo el aliento con expectación ante la llamativa
idea.
Mientras caminaba calle abajo en busca de una posada decente y de buen
precio, iba acariciando su crucifijo de plata y mirando furtivamente sobre el
hombro para asegurarse de que nadie lo seguía. Tenía tantas muertes a su nombre
que las malvadas criaturas pronto estarían tras la pista de su identidad.
Murmuró una plegaria con alivio al encontrar de inmediato una posada que
parecía adaptarse a sus requerimientos. Pidió una habitación y una comida, y
añadió una generosa suma por cada periódico que le pudieran proporcionar. Hacía
mucho tiempo que había establecido la rutina de revisar las noticias de muertes
en busca de alguna que se hubiera producido en extrañas circunstancias, y de
examinar las páginas de chismes por si encontraba algún noble que tuviera
costumbres extrañas. Solo después de eso se acercaba a hablar con los vecinos
para sacarles información. Sabía por experiencia que una investigación minuciosa
siempre daba sus frutos.
Mientras esperaba la comida y los periódicos, redactó un breve anuncio. En la
mañana iría a todas las oficinas de editoriales y pagaría para que lo publicaran
enseguida.
Un hombre de Dios se ofrece para exterminar alimañas nocturnas. Los
honorarios son 50 libras, de las cuales se pagará la mitad por adelantado.
Revisó la nota en busca de errores y emitió un gruñido de satisfacción al no
encontrar ninguno. El anuncio era lo suficientemente impreciso como para
desalentar a los que tuvieran plagas de ratas o tejones, pero contenía la
información adecuada para aquellos que comprendieran realmente la amenaza
que se cernía sobre la humanidad. ¿Y si algunos malinterpretaban su frase
“hombre de Dios” y pensaban que era un párroco o un sacerdote? Bueno, no le
importaba en lo absoluto. Después de todo, había estado destinado a ser uno,
aunque los tontos de St. Damián no hubieran podido darse cuenta de ello.
Siendo el segundo hijo de un Barón venido a menos, la única esperanza de
Ben de abrirse camino y llenarse la barriga, había sido la iglesia. Con la perspectiva
de tener una boca menos que alimentar, su padre lo había enviado a la escuela de
priorato St. Damián en Kilkenny todos los otoños después de recoger la cosecha.
Al principio lo había cautivado el aprender a leer y a escribir, pero no pasó
mucho tiempo antes de que empezara a desear algo más. Admiraba el enorme
poder que tenía el obispo. El hombre podía bendecir lo que quisiera, perdonar
pecados, sentenciar a la gente a hacer penitencia, incluso condenar a alguien al
infierno si así lo deseaba. Ben ansiaba gozar de un poder semejante. Se aplicó en
sus lecciones el doble que los demás y muy pronto se convirtió en la estrella de la
clase. Su recompensa se hacía tangible.
Al hacerse adulto, sus responsabilidades y su autoridad aumentaron. A
medida que aumentaba su poder, también aumentaba su soberbia. En efecto, le
dijeron que ese había sido uno de los muchos pecados que lo apartaron de la
candidatura al sacerdocio, aunque no había sido el principal de ellos.
Su rigurosidad, que llegaba al punto de intimidar a los jóvenes novicios, no fue
la razón por la que el obispo lo convocó a sus dependencias. Tampoco fue por
aquel incidente en el que Ben casi mató a golpes a un mendigo después de
atraparlo robando el pan destinado para el Santísimo Sacramento. No había sido
su culpa el que no midiera su propia fuerza enfurecido como estaba ante
semejante blasfemia.
No, la causa final de que lo hubieran llamado al tapete y lo hubieran
reprendido como un recalcitrante escolar era tan mezquina que su recuerdo
todavía le hacía rechinar los dientes. Alguien le había ido con el chisme al Obispo
O´Shay de que lo habían visto pellizcándole el trasero a la Hermana Clarence. Para
el Obispo O´Shay la lujuria era el peor de todos los pecados y estaba determinado
a erradicarla de su rebaño.
–Pero es la monja quien debería ser castigada –había protestado Ben. –Había
estado restregándome sus encantos en la cara como una fruta madura. Un
hombre puede aguantar la tentación hasta un punto.
El obispo había fruncido sus tupidas cejas con severidad, ensombreciendo su
mirada. –Así habló Adán de Eva, y de este modo fue expulsado el hombre del
Paraíso. No tendré un clérigo impuro aquí –avanzó hacia él como Moisés
invocando la ira de Dios sobre el Faraón. –Mañana empacarás tus pertenencias y
te marcharás. Tu tiempo con nosotros ha terminado.
–Pero, ¿no puedo arrepentirme? –preguntó Ben, incapaz de creer el castigo
que se cernía sobre su cabeza.
–Me temo que no –respondió el Obispo O´Shay con un suspiro de pesar. –Si tu
lujuria pecaminosa no fuera bastante, tus otros pecados son más que suficientes
para saber que he tomado una sabía decisión. No hay misericordia ni compasión
en tu alma. Te enfureces con facilidad, y estás lleno de soberbia. Has tenido años
para arrepentirte y encontrar el buen camino, pero no lo has hecho. Un hombre
así no es adecuado para el sacerdocio.
Para cuando Ben terminó de empacar sus escasas pertenencias y abandonó su
cuarto, la noticia de su despido se había extendido por todo el priorato. Una
sonrisa petulante por parte de un compañero fue más de lo que pudo soportar su
crispado mal humor, y le pegó un puñetazo en la cara que resonó con un ¡crack!
en todo el claustro. Sintió una débil punzada de gozo al ver la sangre saliendo a
borbotones de la nariz del chico. El resto de los muchachos volvieron la cara y no
aventuraron ninguna otra mirada de suficiencia.
El sentimiento de bienestar se esfumó en el momento en que sus pies
comenzaron a andar el largo camino de vuelta a casa. ¿Qué iba a decirle a su
padre? ¿Por cuánto tiempo sería bien recibido en la pequeña propiedad? Su
hermano mayor iba a casarse este año y la tierra sería puesta a su nombre.
¿Adónde iría entonces? Con cada paso que daba, se sentía más y más
desesperado.
–Escuché lo que pasó, muchacho –dijo una voz interrumpiendo sus lúgubres
pensamientos.
Donald O’Flannery se acercó a él. La comprensión y la simpatía que irradiaban
sus ojos lo hicieron parar en seco. Donald no era miembro de la iglesia hasta
donde Ben sabía, pero visitaba la escuela y priorato con frecuencia. Nadie estaba
realmente seguro de cuál era el motivo de sus visitas. Al parecer llevaba a cabo
encargos para otra iglesia, ya que Ben lo había visto marcharse una vez cargado
con recipientes de agua bendita, cuentas de rosarios y crucifijos.
–¿Qué quieres? –preguntó Ben, incapaz de perder su tono petulante.
–No tienes que avergonzarte, hijo mío –dijo Donald. –Ya que el Señor en su
infinita misericordia y sabiduría tiene una vocación reservada para alguien como
tú. Hay muchos seres malignos ocultos en el mundo, y es el trabajo de hombres
como nosotros el erradicarlos. Veo en ti un gran potencial para convertirte en un
buen cazador.
–¿Un cazador? –Ben se preguntó si tal vez Donald estaba loco, pero el uso de
la palabra “vocación” lo había intrigado y había despertado en él una leve
esperanza.
O’Flannery asintió y preparó su pipa. –Si me acompañas a cenar y tomar una o
dos buenas cervezas en la posada que está más adelante, te lo explicaré todo.
Ben se metió las manos en los bolsillos. –Eso depende. Aunque haya
terminado con mi voto de pobreza, no tengo mucho más dinero ahora del que
tenía antes.
Donald soltó una risa. –Esta vez pagaré yo. Y si te unes a mí, la pobreza pronto
será cosa del pasado.
Después de la primera cerveza, Ben estaba llorando de la risa. –Te agradezco
por invitarme a un trago, pero este montón de tonterías es un poquito demasiado.
¡Vampiros, dices!
O’Flannery enarcó una ceja con una extraña sonrisa y mandó que les
rellenaran los vasos. –Los vampiros –continuó como si no hubiera sido
interrumpido. –Son maestros del engaño. Han permanecido escondidos durante
siglos pretendiendo ser humanos…
Para cuando terminaron la tercera cerveza, Ben estaba dividido entre la
admiración por la capacidad de Donald de inventar semejantes historias… y una
pizca de fe que comenzaba a brotar en su pecho. La idea de que tales monstruos
pudieran existir bajo las narices de la civilización era horripilante, pero aun así la
idea de convertirse en el héroe que los despachara era, sin lugar a dudas,
seductora.
–¿Tienes alguna prueba de que estas criaturas existen? –le preguntó en un
susurro después de que el tabernero se alejó lo suficiente para no oír.
Donald le sonrió con una mueca rapaz. –Espérame en el viejo cementerio St.
Thomas mañana al amanecer.
A la mañana siguiente, Ben se sintió un poco tonto al saludar a O’Flannery en
el viejo cementerio lleno de moho. Hubiera deseado quedarse en la cama hasta
que se le aliviara el dolor de cabeza.
–A este lo he dejado en paz porque no estaba molestando a nadie –dijo
Donald mientras abría las puertas oxidadas. –Y no solamente eso –añadió con una
sonrisa burlona mientras mordisqueaba su pipa. –Sino que no hay ganancias en
este trabajo. Pero, por el bien de tu educación, supongo que tendré que lidiar con
esta criatura.
Condujo a Ben hasta una antigua cripta cubierta de hiedra y sacó una palanca
de su mochila.
–¿En verdad hay un vampiro ahí dentro? –preguntó Ben, todavía incapaz de
creer que estuviera participando de semejante tontería.
O’Flannery no le hizo caso y puso manos a la obra para abrir la tumba.
A Ben se le aceleró el pulso cuando entró a la tumba detrás de Donald. Arañas
y otras repugnantes criaturas huyeron de la luz del sol. En una esquina, yacía una
pila de huesos, y el bloque de piedra sobre el que habían descansado alguna vez
ahora estaba ocupado por un cadáver fresco… o lo que parecía serlo. Ben soltó un
gritó ahogado cuando vio el pecho de la cosa moverse arriba y abajo suavemente.
Eso estaba vivo.
Con una fuerza y velocidad casi divinas, Donald le clavó una estaca en el
pecho usando un pesado mazo y le separó la cabeza del cuerpo con un poderoso
golpe de su hacha.
Ben retrocedió del susto cuando Donald levantó la cabeza y la empujó hacia él
diciendo: –Sostén esto mientras arrastro el cuerpo hacia afuera.
Ben reprimió las náuseas que surgían en su garganta y siguió a O’Flannery de
vuelta a la luz del día. Dio un grito de sorpresa cuando vio el cuerpo ponerse rojo y
comenzar a arder, y Donald soltó una risita.
–Suelta la cabeza aquí –indicó mientras sacaba un frasco de su mochila, lo
destapaba y comenzaba a verter el agua bendita en un círculo alrededor de los
restos.
–Increíble –murmuró Ben mientras observaba las llamas devorando la cabeza
y el cuerpo del vampiro. –¿Me enseñarás?
Y ahora estaba aquí en Londres, y hacía mucho que había sobrepasado todo lo
que le enseñara su maestro. Lo mejor de todo era que no había votos de pobreza,
castidad, ni obediencia. Ben era su propio amo, no le debía nada a nadie… y el
dinero no le escaseaba tampoco.
La comida llegó y levantó su vaso de cerveza en el acostumbrado brindis por
la memoria de su maestro. Donald se había vuelto torpe con la edad. No había
sido lo suficientemente rápido al darle el golpe al último vampiro, quien había
tenido tiempo de despertar y mandarlo volando contra la pared. La columna
vertebral se le había roto en pedazos y había muerto instantáneamente.
Ben había logrado salir vivo de la cueva a duras penas. La criatura estaba tan
enfurecida que se había lanzado contra él a través del agujero y hacia la luz del
día. Lo había agarrado del cuello y solo lo soltó cuando su cara y su brazo
comenzaron a arder.
Ben se estremeció al recordarlo, todavía tenía pesadillas con eso. Desde
entonces nunca más había regresado a España. Justo cuando rebañaba un
crujiente panecillo en los restos de la salsa, se le acercó un muchacho que parecía
a punto de caerse bajo el peso de una gran pila de periódicos. Ben tomó los
periódicos, le alborotó el cabello al chico y le dio una moneda. –Buen chico.
Subió su mochila y los periódicos a la habitación mientras la excitación de la
caza inminente se apoderaba de él.
A la luz de todas las velas de que disponía, el cazador leyó cada artículo de
chismes en el Times, el Tattler y el Morning Chronicles. Comenzó desde los
artículos más viejos hacia adelante. La mayoría eran estupideces sin sentido, como
quién se ponía qué, cuál baile había sido un éxito, los platos que se servían en esta
o aquella fiesta, y así hasta el cansancio. Sin embargo, hubo un nombre que
sobresalió en su búsqueda, haciendo que valieran la pena el dolor de cabeza y los
ojos cansados. Ian Ashton, el Duque de Burnrath.
El hombre encajaba a la perfección en el perfil de un vampiro escondido. Iba y
venía de forma imprevisible, viajaba a lugares lejanos con más frecuencia que los
demás nobles y sus supuestos “ancestros” eran tan parecidos que bien podrían ser
el mismo individuo.
Ben se rió, admirando de mala gana la “tradición” de todos los duques de
Burnrath de desposar a novias extranjeras y vivir fuera del país hasta que sus
herederos regresaran a la residencia familiar. Era un engaño perfecto.
Pero ahora el disfraz del Duque parecía estar a punto de desmoronarse. A
causa de la reciente popularidad que habían alcanzado las historias de vampiros,
ahora las rarezas de Burnrath estaban siendo observadas con mayor escrutinio. Si
quería atrapar a este, debía darse prisa y actuar antes de que el chismorreo de
Londres espantara a la presa. Ben se relamió con satisfacción. La cacería había
comenzado.

***

Scallywag John’s era un tugurio lamentable. La antítesis de su contraparte


aristócrata, el Gentleman Jack’s, era una taberna convertida en club de boxeo al
que acudían los miembros de la clase obrera. Viejos barriles cumplían la función
de banquetas puestos alrededor de un bloque de madera astillado dispuesto
como mostrador. En las esquinas oscuras había algunas mesas fabricadas
burdamente, pero no había más asientos en la mayor parte del espacio que
ocupaba el suelo cubierto de aserrín mugriento.
Mientras se abría camino a través de la muchedumbre que vociferaba, Ian
arrugó la nariz, asqueado por los miasmas de sudor, cerveza pasada y sangre seca
que flotaban en el lugar. Al fin logró ver el ring de pelea. La estructura no era
mucho más que un cuadrilátero hecho de soga desgastada y colgada a través de
unos viejos pilotes de muelle. La pobre destreza con que estaba hecho no
importaba, ya que los hombres no venían aquí a buscar lujos. Venían a ver a los
luchadores. Ian estaba aquí por uno en particular.
–Y ahora la pelea que todos han estado esperando –gritó sobre el barullo un
hombrecito con cara de rata que estaba encaramado sobre un cajón. –Aspirando
al título: ¡El Toro!
Un hombre de constitución pantagruélica avanzó pesadamente hasta el ring y
levantó los puños llenos de cicatrices en respuesta a los vítores de la audiencia.
El comentarista esperó que se aplacara un poco el ruido para declarar: –Su
rival es nuestro campeón: ¡El Español!
Ian sonrió al ver a su mano derecha, Rafael Villar, entrar al ring de forma
resuelta. La multitud lo vitoreó con tanto estrépito que estremeció la edificación,
pero Rafe los ignoró. Sus ojos ambarinos estaban fijos solamente en su adversario.
El Español no necesitaba levantar los puños para ostentar sus cicatrices. Tenía un
lado de la cara y la mayor parte del brazo izquierdo cubierto de carne arrugada y
repulsiva. Eran cicatrices de quemaduras causadas por el sol, pero Ian no sabía
mucho más al respecto, además del hecho de que el daño había sido tan severo
que el brazo izquierdo de Rafe era prácticamente inútil.
Una campana sonó, anunciando el comienzo de la pelea.
El Toro apretó sus puños enormes como jamones y se lanzó con fuerza hacia
su oponente. Rafe lo observó con aburrida indiferencia mientras el hombre se
impulsaba hacia atrás para asestarle un fuerte golpe. Lo esquivó con tranquilidad.
El Toro gruñó irritado y volvió a cargar hacia él con renovada determinación. Ian
sonrió. El pobre no tenía ninguna oportunidad.
El Español era verdaderamente una maravilla digna de ver. Se movía con una
salvaje gracilidad y rapidez que tenía a los espectadores muertos de emoción. Ian
también estaba impresionado, pero no por su velocidad, ya que, de hecho, se
estaba volviendo lento. Pero su capacidad para controlar sus verdaderas
habilidades sobrenaturales era increíble. Incluso con un solo brazo, el vampiro
podía aplastar a un hombre sin darle tiempo a cerrar el puño.
Sin embargo, el actual oponente de Rafe no estaba al tanto de esto, como
mismo no lo habían estado sus predecesores. Con una sonrisita arrogante, le lanzó
un gancho al lado izquierdo de Rafe que parecía estar vulnerable.
A los ojos de Ian, el brazo derecho de Rafe se movió perezosamente para
bloquear el golpe. Entonces, con igual hastío, le asestó un piñazo en la barbilla que
lo arrojó al suelo como un saco de papas.
La muchedumbre rugió al ver a su único campeón victorioso una vez más.
Rafe miró a Ian a los ojos, asintió levemente y abandonó el ring. Ignorando los
gritos y las palmadas de felicitación, se fue directamente hasta Ian y se inclinó
ante él con una floritura.
–Su Excelencia, ¿le gustaría unirse a mí en el ring? –dijo con los labios
curvados en una extraña mueca burlona que era lo más cercano a una sonrisa que
le habían visto nunca.
Ian suspiró mientras todos en el club se descubrían ante él y le hacían
reverencias. Prefería pasar inadvertido en esta parte de la ciudad. Y por el brillo en
los ojos ambarinos de Rafe, el muy bribón lo sabía.
Ian le devolvió la sonrisa a su segundo y se inclinó. –No, gracias. Me temo que
me darías una paliza. En vez de eso, ¿me acompañarías a dar una caminata?
Rafe inclinó la cabeza con aprobación mientras el dueño de la taberna le
metía varios cheques en la mano. Ambos vampiros sabían que no podía negarse
ante el Lord Vampiro de Londres. Aun así, el Español iba con el ceño fruncido de
preocupación, y aunque Ian deseaba tranquilizarlo diciéndole que todo estaba
bien, permaneció obstinadamente en silencio hasta que estuvieron solos en las
oscuras calles. Que le sirviera de lección por haber revelado el título de Ian en un
lugar tan poco conveniente.
–Si es por Polidori, me disculpo por no haberlo localizado aún –Rafe se quitó
la banda de cuero con que se ataba los oscuros cabellos que le llegaban hasta la
cintura y sacudió la mata de pelo para secarse el sudor. –Creo que ese bastardo
sabe que lo estamos buscando y solo se atreve a salir de día.
–No es Polidori quien me preocupa –replicó Ian levantando la vista hacia la
luna rodeada de oscura niebla. –De hecho, estoy considerando cancelar la
búsqueda. Su popularidad está languideciendo y he encontrado una solución más
efectiva para mantener las sospechas de los aristócratas a raya.
–¿Qué clase de solución? –preguntó Rafe mirándolo con cautela.
–Me voy a casar –dijo Ian con calma, preparándose para la indignación de
Rafe ante la noticia.
Rafe gruñó y soltó una sarta de palabrotas en español. –¡Maldita sea! ¿Por
qué vas a hacer semejante cosa?
Ian suspiró y le contó de la incursión equivocada de Angelica a su casa y sus
desastrosos resultados. –Así que, si me caso con ella, me aseguraré de que
mantenga la boca cerrada y también disuadiré a la sociedad de creerse todos los
rumores que circulan sobre mí.
El segundo continuó maldiciendo. –Aun así, ¿casarte? ¿Te has vuelto loco?
¡Ella podría exponernos a todos! ¿Te das cuenta del peligro en el que nos estás
poniendo?
–Bueno, no puedo matarla –replicó Ian.
Rafe asintió a regañadientes pero detuvo el paso. Su mirada ambarina se
tornó especulativa. –Podrías Transformarla.
–¡No! –gruñó Ian con el corazón encogido ante la idea de apartar a una
inocente de su familia, amigos, y de la luz del día. –Ella es demasiado cándida para
esta vida, y tiene muchos planes ambiciosos para su futuro. Sería monstruoso
quitarle todo eso.
Rafe meneó la cabeza. –¿Qué vas a hacer con ella entonces? Para empezar, no
va a poder tener hijos, no importa cuántas veces te acuestes con ella. Y la
situación empeorará más cuando ella empiece a envejecer y tú no. Ante la
perspectiva de esa infelicidad, ¿cómo esperas que se quede callada?
El Español tenía una habilidad especial para ver las posibles consecuencias de
cada situación. Era una de las muchas razones por las que Ian lo había escogido
para sucederlo como Lord Vampiro de Londres.
Ian se contuvo para no soltar también unas cuantas palabrotas y le dijo con
fingida confianza. –No te preocupes, ya pensaré en algo.
Capítulo 10

–¡Aprieta más esas cintas, Liza! –ordenó Margaret mientras iba y venía,
tropezando con el escritorio de Angelica en medio de su nerviosismo. –Y date
prisa. Su Excelencia debe estar a punto de llegar.
La víctima del apretado corsé hubiera suspirado si le quedara algo de aire en
los pulmones. Cada vez que Angelica intentaba olvidar la pesadilla vivida en el
baile de los Cavendish, su madre insistía en recordárselo con vívida claridad
mencionando al Duque de Burnrath, cosa que había hecho al menos un centenar
de veces hoy.
Para hacer las cosas aún peores, Margaret remataba cada oración con: –… y tú
serás la Duquesa de Burnrath. Oh, cariño, ¡apenas puedo creer que haya ocurrido
un milagro así!
Angelica no sabía qué la enfurecía más, si el hecho de haber estado tan cerca
de su objetivo y que se lo hubieran arrebatado tan rápidamente, o el hecho de
que Su Excelencia esperaba que se derritiera a sus pies en eterna gratitud, cuando
lo que él quería en verdad era salvar su propia reputación. La estaba utilizando.
Tenía que encontrar una forma de salirse de esta. Ahora que su reputación
había sido salvada desde que el duque le había propuesto matrimonio y había
dicho a todo el mundo que ella no había estado en su casa por voluntad propia,
seguramente no había necesidad de seguir con esta ridícula farsa, ¿verdad? Se le
hizo un nudo en el estómago de la preocupación.
Entre las órdenes estridentes de su madre que revoloteaba de una habitación
a otra y las desesperadas carreras de los sirvientes en un esfuerzo de tener la casa
lista para la llegada del duque, Angelica se las había arreglado para escamotear un
par de minutos de tranquilidad para idear un plan inestable. Irónicamente, había
sido su madre sin darse cuenta quien había inspirado la piedra angular de su
artimaña.
Durante el desayuno había notado con macabra diversión que su madre
apenas había dormido. La capa de polvos bajo sus párpados era tan gruesa que
parecía a punto de caérsele en la taza de chocolate.
–Cuando el Duque de Burnrath te visite, debes mostrarle tu habilidad con el
pianoforte. Los hombres se quedan encantados cuando una dama tiene talento
musical. Pero –y entrecerró los ojos en señal de advertencia. –No puedes tocar
esas escandalosas canciones que has escrito, ¡y no te atrevas a cantar bajo
ninguna circunstancia! Te lo he dicho una y otra vez, querida, que el Señor no te
favoreció con una voz agradable, por mucho que desees que hubiera sido así –
Margaret dejó la taza en el plato con un pequeño ruido y se preparó para el
sermón. –Ah, y no hables de esas novelas góticas y sus estrafalarias ideas que te
encantan, y…
Me pregunto qué haría él si me pusiera a cantar. Angelica aplastó el bizcocho
en su plato con perversa satisfacción. De hecho, ¿qué haría él si yo hago todo lo
que mamá me ha dicho que no haga? Ahí estaba el plan. Por una vez hizo el
esfuerzo de escuchar los consejos de su madre, especialmente los consejos sobre
lo que no debía hacer. Ahí estaba su vía de escape de este aprieto. Haría todo lo
que una “correcta señorita” no haría nunca. En resumen, pensó con una sonrisa,
sería ella misma.
El Duque de Burnrath no querría casarse con ella si la conociera de verdad.
Había dicho que el “el amor no era un ingrediente necesario para un matrimonio
exitoso”. Angelica estaba consciente de esa deprimente verdad, pero creía que la
razón del supuesto éxito de los matrimonios en la aristocracia, además del miedo
al escándalo que conllevaba un divorcio, era que ambas partes eran completos
extraños para el otro. ¡Seguramente nadie sería capaz de casarse con alguien si
conociera todos sus defectos antes de las nupcias!
Un atisbo de esperanza le hizo apurar el paso hasta su habitación. Si el llegar a
conocer todos sus defectos no hacía desistir al duque, se escaparía y trataría de
ganarse la vida con su escritura.
Angelica logró sonreír genuinamente mientras Liza le deslizaba por la cabeza
un elegante vestido brocado de un verde esmeralda. Esta noche desafiaría una de
las principales órdenes de su madre: No le hagas demasiadas preguntas a un
hombre, ya que implicaría que dudas de su reputación.
Eso era exactamente lo que iba a hacer, además de darle un nuevo giro a este
catecismo. Le iba a preguntar sobre qué se sentía ser un vampiro. No había
determinado aún si lo que él era aplicaba para ser cuestionado como su
reputación, pero estaba segura de que a Su Excelencia no le haría gracia el que
husmeara en su secreto. Le daré una muestra de lo que debe esperar si se casa
conmigo. Y si eso falla, al menos sus respuestas me darán buen material para una
novela.
Cuando el mayordomo anunció que Su Excelencia, el Duque de Burnrath,
había llegado, Angelica no pudo evitar que se le acelerara el pulso al verlo. Se
erguía por encima de Morrison y mientras le extendía su capa y su sombrero, lucía
completamente como la elegante y peligrosa criatura que ella sabía que era. De
pronto se sintió agradecida de solo “gustarle” al duque, porque supo
instintivamente que si él tuviera sentimientos más profundos por ella, no dejaría
que nada le disuadiera de conseguir lo que quería. Una extraña y cálida sensación
le recorrió el bajo vientre ante esa idea.
–Buenas noches, Ángel –el vampiro le hizo una profunda reverencia y le tomó
la mano. Sus relucientes ojos plateados la miraron fijamente mientras presionaba
sus fríos y firmes labios contra su piel produciéndole escalofríos.
Angelica notó un leve rubor en sus mejillas. ¿Se habría alimentado de alguien
hacía poco? Se estremeció y se llevó la mano inconscientemente al lado del cuello
donde los colmillos habían penetrado su carne.
–Oh, Su Excelencia, pase, por favor –Margaret se alzó las faldas en una
reverencia ridículamente elaborada. –Espero que haya disfrutado la vuelta por la
manzana. ¿Le gustaría hacer un recorrido por nuestra casa?
Afortunadamente, el padre de Angelica entró al salón y la interrumpió. Saludó
a Ian con jovial pero comedida cortesía. –Es maravilloso volver a verlo, Su
Excelencia. Me he tomado la libertad de mandar a servir la cena antes de que
comencemos a preparar el contrato, si a usted le parece bien.
Cuando comenzaron a cenar, Angelica tuvo que contener las ganas de
meterse bajo la mesa mientras su madre se deshacía en esfuerzos por agradar al
duque. Angelica y Burnrath se miraban el uno al otro con idénticas expresiones de
gracioso bochorno. Angelica no pudo reprimir una sonrisa al recordarlo riendo con
ella en el sofá cuando le había contado sobre sus historias de fantasmas. Apartó el
recuerdo con resolución. No servía de nada el tener sentimientos hacia este
hombre. Vampiro o no, seguía siendo un hombre y representaba el fin de su
libertad.
Entonces decidió comenzar la primera fase de su plan. Mamá dice que una
dama debe comer con tanta delicadeza como la del gorjeo de un pájaro. Angelica
devoró la escasa cantidad de comida que había en su plato, mirándolo en
silencioso desafío, esperando a que pusiera alguna objeción.
–En verdad admiro a una mujer con un apetito saludable –dijo el duque con
una sonrisa burlona, como si estuviera al tanto de su estrategia.
Angelica se ruborizó y bajó la vista, dándose cuenta en ese momento que él
apenas había tocado la comida. ¿Los vampiros comen comida, o solo se alimentan
de sangre? Recordó la sensación de su boca hundida en su cuello y se estremeció
al caer en la cuenta que no había sido desagradable en lo absoluto.
–¿Es de su agrado la comida, Su Excelencia? –preguntó Margaret dándole
vueltas nerviosamente a la servilleta.
El duque tomó un bocado del estofado de ternera y lo masticó. –Está
delicioso, Lady Margaret. Desgraciadamente, cené temprano –Angelica dejó caer
la cuchara y él la miró con severidad. –Y no soportaría otro bocado si no fuera
porque esto está en verdad exquisito.
Margaret se quedó encantada y Angelica rebuscó en su mente alguna otra
orden que le hubiera dado su madre. Una dama no le hace demasiadas preguntas
a un hombre.
–¿Cuáles son sus intereses, Su Excelencia? –le preguntó, asombrada al darse
cuenta de que sentía genuina curiosidad por conocerlos.
Burnrath sonrió y le provocó otro estremecimiento. –Disfruto jugar a las
cartas, leer, asistir a la ópera y jugar con las inversiones en el mercado. ¿Qué
prefiere hacer usted, señorita Winthrop?
Margaret palideció ante la descarada admisión del duque de estar involucrado
en el comercio, pero a su marido le brillaron los ojos con renovado interés, como
si Su Excelencia hubiera adquirido un nuevo valor ante él como yerno en potencia.
Angelica tenía que superar eso.
–Yo disfruto leer, escribir historias góticas, y… –luchó por encontrar las
palabras adecuadas. –¡Y apoyar la liberación de la mujer!
Supo que había marcado un punto cuando su madre ahogó un grito.
–Ya veo –dijo Burnrath con los labios temblándole de risa. –¿Y cómo
contribuyes a la causa?
Angelica lo fulminó con una mirada glacial. ¿Cómo se atrevía a encontrarlo
gracioso? –Bueno, compro toda la literatura que puedo sobre el tema, y
represento a las heroínas de mis historias como pensadoras fuertes e
independientes que no tienen necesidad de un hombre. Y las canciones que
escribo envuelven sentimientos sinceros y no anhelos insípidos.
–¿También escribes canciones? –el duque enarcó una ceja pero su sonrisa se
hizo más amplia. –Estoy encantado al ver que tendré una novia muy talentosa. Me
encantaría escuchar sus composiciones en algún momento.
–Estoy segura de que no quiere oírlas –dijo Margaret fríamente y le echó una
mirada de advertencia a su hija. –Me temo que la forma de cantar de mi hija es…
poco convencional.
Angelica se hinchó triunfante y decidió ir más lejos. –¿Cuáles son las ganancias
promedio de sus inversiones en el Cambio, Su Excelencia? –esta vez escuchó un
murmullo de protesta por parte de su padre. Seguramente estaba pisando terreno
peligroso. Una dama nunca debía hablar sobre asuntos de comercio.
Para su decepción, el duque no pareció disgustado en lo absoluto por la
rudeza de su pregunta. –Calculo que he hecho entre 10 y 10 mil libras. ¿Y cuánto
ha ganado usted con su escritura?
–Dieciocho libras, hasta el momento –respondió luchando para no dejar
traslucir un tono defensivo. –Por supuesto, eso ha sido solo por historias cortas.
Las ganancias por una novela serán mucho más altas.
–Cuando seas la Duquesa de Burnrath, seguramente harás mucho más –dijo
su padre en un evidente intento de aplacarla.
Angelica se volvió hacia su padre, respirando agitada y superficialmente. ¡Se
supone que él esté de mi lado! –Pienso que mi trabajo ha de destacarse por mérito
propio, y que su acogida no debe cambiar debido a mi nombre –sus ojos se
volvieron rápidamente hacia Burnrath. –Y tampoco veo por qué tengo que
cambiar mi apellido.
El duque sonrió. –Eso es lo que hace una señorita cuando se casa.
Angelica apretó los puños con rabia. –Sí, ¿pero por qué? ¿Por qué una mujer
tiene que renunciar a su apellido? ¿Por qué no te cambias tú el apellido?
Margaret palideció de la vergüenza. Su padre parecía atormentado por la
confusión mientras luchaba por formular una respuesta.
Sin embargo, el duque no se dejó intimidar por su arranque radical. –Porque
esa es la forma en la que siempre se han hecho las cosas, Ángel.
Su padre asintió aliviado. –Sí, exactamente así, Su Excelencia.
Angelica se negó a morder la carnada y siguió mirando con reprobación al
objetivo de su ira. –No creo que una tradición longeva sea una razón legítima para
desechar mi identidad. Después de todo, creímos durante siglos que la tierra era
plana, pero ahora hemos entrado por fin en razón.
Sus padres ahogaron un grito en mutuo shock, pero antes de que pudiera
esbozar una sonrisa triunfante, el bribón que tenía delante alzó su copa hacia ella
en un brindis.
–Aplaudo la solidez de su lógica, señorita Winthrop –dijo Burnrath con otra de
sus exasperantes sonrisas de complicidad. –No obstante, no creo que las leyes de
Inglaterra se plieguen a ella. Después de todo, avanzan horriblemente lento. Pero
que eso no la detenga en su persecución de una reforma. Quién sabe, quizás algún
día se permita a las mujeres sentarse en el Parlamento.
–¿Se está burlando de mí, Su Excelencia? –preguntó Angelica con voz grave.
–En lo absoluto –replicó él alegremente. –Estoy disfrutando muchísimo.
Angelica reprimió un gruñido de frustración. Su único consuelo es que sus
padres parecían estar escandalizados e intercambiaban miradas de impotencia
mientras ella y el duque se batían en un duelo verbal preguntando cosas que eran
inapropiadas a la hora de cenar.
La discusión fue cortada de raíz cuando concluyó la cena. Su padre se aclaró la
garganta. –¿Pasamos a mi estudio para empezar a preparar el contrato, Su
Excelencia?
Angelica sintió una oleada de decepción. Para su sorpresa descubrió que
había estado pasando un buen rato. Entonces recordó a su madre alardeando de
que el duque quería un compromiso corto. Sintió como si se estuviera ahogando, y
estaba segura de que el corsé no era la única causa de ello. Tenía que regatear por
más tiempo.
–¡Papá, espera! –gritó. –¿Antes puedo llevar a Su Excelencia a dar un paseo
por el jardín? A mí también me vendría bien un poco de aire fresco –sonrió y trató
de hacer ojitos como hacían las otras debutantes cuando intentaban engatusar a
sus padres para que les aumentaran la mensualidad.
Jacob la miró extrañado, hasta que se le alumbró la mente al fijar la vista en la
pareja. Angelica podía ver lo que estaba pensando. “Por supuesto que querrán un
tiempo a solas.” ¡Maldita sea, estoy haciendo esto mal!
–Estoy seguro de que será totalmente apropiado. Vayan y disfruten –dijo
Jacob con un gesto indulgente de la mano y ruborizándose mientras Margaret le
sonreía radiante. Angelica no podía recordar la última vez que su madre le había
sonreído a su padre de aquella manera.
Puso la mano sobre la manga de Ian y percibió cómo éste tensaba los
músculos del brazo de la misma manera en que lo hacían sus otros pretendientes
mientras intentaban impresionarla. Mordiéndose el labio, se preguntó cuánto
había de hombre en él y cuánto de vampiro.
El jardín brillaba de forma encantadora a la luz de la luna. Angelica aspiró el
perfume de las lilas que empezaban a florecer y levantó el rostro hacia el airecillo
frío de la noche. Mientras el duque caminaba en silencio a su lado, no pudo evitar
el darse cuenta de que el escenario nocturno le venía como anillo al dedo.
–La luz de la luna te sienta bien, Ángel –dijo el duque con una voz profunda
que resonó suavemente en sus oídos.
Angelica se puso tensa ante la cálida sensación que le producía el trato
familiar, le soltó la manga y se echó hacia atrás. –Excelencia, ¿sería posible que
cancelaras este compromiso? –y se apuró a explicarse antes de que él pudiera
responder. –Quiero decir, ahora que todo el mundo sabe que estás dispuesto a
casarte, seguro que es suficiente para salvar tu reputación. No tenemos que pasar
realmente por todo esto, ¿verdad?
–Ay, te equivocas –su tono era frío y calmado. –Nunca se creerán que soy un
hombre normal si no llegamos hasta el final con esto. Si rompemos el
compromiso, la reputación de ambos quedará mucho peor de lo que estaba antes
–caminó hacia ella y solo se detuvo cuando sus cuerpos estaban a punto de
tocarse.
Angelica no pudo evitar que trasluciera el miedo en su voz ante tanta
proximidad. –Pero…
Ian le tomó la barbilla entre las manos, haciéndola temblar al contacto con su
piel. –Como te prometí antes, no tienes que tener miedo de mí. No te haré daño.
Si te das la oportunidad de conocerme mejor, te darás cuenta de que voy a ser un
esposo espléndido.
En realidad ella no le tenía miedo, pero se aferraba a la excusa como si fuera
su tabla de salvación. Se echó hacia atrás una vez más para defender su posición. –
¿Podrías al menos darme un margen de tiempo para acostumbrarme a la idea y
conocerte mejor antes de casarnos?
Él suspiró y asintió a regañadientes. –Dentro de lo razonable.
–¿Un año? –preguntó con la voz más dulce que pudo poner.
Ian frunció el ceño y sus ojos plateados destellaron. –Un mes.
–¿Seis meses? –intentó tratando de mantener el tono meloso y suplicante de
su voz.
–Un mes –repitió Ian cruzando los brazos sobre el pecho y frunciendo aún
más el ceño.
–¿Cuatro meses? –imploró Angelica, asqueada del tono de súplica que había
en su voz. Pero necesitaba tiempo para diseñar un plan y poder salirse de este lío.
–Un mes –su tono era firme, implacable y autoritario, y había algo intimidante
en la forma en que la miraba, como si supiera que estaba planeando escaparse.
Angelica suspiró, cansada de ceder a su negativa. –Vas a negociar con mi
padre, pero conmigo no. ¡Vaya pretendiente! –contuvo su mal humor y suavizó la
voz. –¿Seis semanas, por favor?
Burnrath asintió. –Muy bien, que sean seis semanas –sonrió
espontáneamente y se le hizo un hoyuelo en la mejilla. –Supongo que aprovecharé
ese tiempo para cortejarte apropiadamente. Ahora, sellemos el trato con un beso.
La agarró de los hombros pero Angelica se echó hacia atrás. La idea de tener
sus labios sobre los de ella le hacía sentir que tenía las piernas de gelatina y el
estómago le daba vueltas de forma alarmante. –C-creo que un apretón de manos
será suficiente.
La sonora carcajada de Ian terminó por abrumarla. –Vamos, vas a ser mi
esposa. Sin beso no hay trato, belleza –y la retó. –No me digas que te da miedo.
Angelica levantó la barbilla. ¡Cómo demonios iba a llamarla cobarde! Se paró
en las puntitas de pie y le dio un beso en la mejilla, y el breve contacto con su piel
le provocó una sacudida que la dejó fascinada. Olía a especias exóticas. –¿T-
tenemos un trato, entonces? –le preguntó, furiosa porque la voz le seguía
temblando.
Los ojos del vampiro brillaron peligrosamente. Con un suave gruñido, la rodeó
entre sus brazos. Angelica ahogó un grito ante la cálida sensación de aquellos
fuertes brazos presionándola contra su cuerpo firme y corpulento. –Eso no era lo
que tenía en mente.
Ian le acarició la espalda con una mano y con la otra la obligó a levantar la
barbilla y encontrar su ardiente mirada plateada. Con suavidad deslizó primero un
dedo por el contorno de su mejilla y luego hundió los dedos en su pelo.
Angelica sintió su cálido aliento en el rostro y le escuchó susurrar. –Esto es un
beso.
Sus labios se posaron sobre los de ella, suaves como una pluma al principio,
pero incrementando la presión a medida que se amoldaban a su boca. Angelica
intentó soltarse empujándolo por el pecho, pero se le encendieron las mejillas al
sentir su cuerpo firme y musculoso apretado contra el suyo y su pelo sedoso
rozándole la oreja. Sus manos cedieron en contra de su voluntad. Una oleada de
sensaciones la invadieron, las piernas le temblaron y sin darse cuenta lo abrazó, y
se aferró a él para no caerse. Un quedo gemido escapó de su garganta y él lo
sofocó con su boca, mezclando su aliento con el de ella.
Angelica sintió la punta de su lengua rozarle la suya, y uno de sus colmillos le
rasguñó el labio. Se echó atrás sobresaltada y el vampiro la soltó, jadeando con
voz ronca. Sus ojos relucían con una luz plateada y pecaminosa.
–Dios mío –dijo. –Lo siento, Ángel, no pretendía llevar las cosas tan lejos.
–Estoy bien –respondió ella aturdida. –Deberíamos volver adentro ahora.
Mientras caminaban de vuelta en silencio, las piernas le temblaban.
El duque se alisó el chaleco antes de abrir la puerta. –Le diré a tu padre que la
boda será en seis semanas. Mañana te llevaré a la ópera. Debes estar lista a las
siete en punto.
Le hizo una reverencia y la dejó parada al pie de las escaleras con las piernas
temblorosas y un cosquilleo en los labios. Margaret entró al salón y se encontró a
Angelica de pie en la oscuridad. Del estudio llegaba el sonido apagado de las
voces.
–¿Estás bien, querida?
Angelica apenas pudo oír la pregunta sobre el golpeteo sordo de su corazón
agitado. –Creo que sí –encontró la mirada de preocupación de su madre y no pudo
evitar dejar salir un poco de su frustración. –Todo está pasando tan rápido.
Margaret sonrió y la envolvió en un abrazo. –Estoy tan orgullosa de ti,
corazón. ¡Mi propia hija una Duquesa! Es un sueño hecho realidad.
Angelica parpadeó asombrada ante la manifestación de cariño y afecto. Era
preferible su comportamiento inusitado a que le hiciera preguntas sobre su
tiempo a solas con el duque, así que forzó una sonrisa y le dijo: –Me va a llevar a la
ópera mañana.
–¡Eso es maravilloso! –exclamó Margaret con una palmada de satisfacción. –
Ahora será mejor que te vayas a la cama. No quiero que tengas ojeras mañana.
Mientras subía las escaleras, tocándose distraídamente los labios hinchados,
se percató de que no le había preguntado al duque sobre los vampiros.
–Maldición –murmuró con amargura mientras le venían a la mente miles de
preguntas. –Bueno, al menos tendré seis semanas para hacerlo.
Y mientras tanto haría todo lo que pudiera para olvidarse de la intensidad de
aquel beso.
Capítulo 11

El intenso cortejo del Duque de Burnrath a la heredera Winthrop fue la delicia


del chismorreo en la alta sociedad esa temporada. Como buitres con carroña
fresca, saboreaban cada chisme con más fervor que el último. Un grupo de las
matronas más importantes de la aristocracia se reunieron una tarde en la casa de
Lady Crenshaw a tomar el té y hablar sobre el compromiso… y sobre la última
caricatura de Su Excelencia que había comenzado a circular aquella misma
mañana.
El subtítulo decía: “El vampiro persigue a su presa”. Aunque no estaban
identificados explícitamente el Duque de Burnrath y su futura esposa, el artista,
que era tan talentoso como el mismísimo Cruikshank 6, había hecho un excelente
trabajo representando el pelo largo y poco convencional del duque y sus ojos
plateados.
La figura sobrepasaba la diminuta caricatura de la señorita Winthrop. Unos
cómicos colmillos con el aspecto de dagas sobresalían de la boca del duque y
había un bocadillo que salía de los labios de Angelica con las palabras: “Qué
dientes más grandes tiene, Su Excelencia.”
La Duquesa de Wentworth apartó el dibujo cuando vinieron a enseñarle la
sátira. –No he visto nada de peor gusto desde que Rowlandson se burló de la
pobre Reina Carolina –dijo respingando la nariz con disgusto.
Lady Pillsbury miró el dibujo y se estremeció. –Esos colmillos son espantosos.
¿Crees que los rumores sean verdad?
–¡Para nada! –declaró la Duquesa. –Burnrath es amigo íntimo de mi esposo, y
bien saben que mi querido Alex tiene extremo cuidado en elegir su compañía.

6
George Cruikshank fue un caricaturista e ilustrador inglés. En su juventud fue
conocido por sus sátiras contra la monarquía y los políticos.
–Tal vez los rumores son ciertos –dijo Lady Crenshaw ignorando a la Duquesa
y dirigiéndose a Lady Pillsbury. –Me pregunto por qué nunca los vemos paseando
por Hyde Park por las mañanas ni asistiendo a ningún otro evento durante el día.
La duquesa resopló exasperada. –Él tiene una horrible enfermedad de la piel
que no le permite exponerse al sol. Él mismo se lo dijo a mi esposo.
–O quizás sí es un vampiro –Lady Crenshaw puso la taza con un golpe y las
miró a todas con fiereza. –He escuchado que incluso la boda será celebrada de
noche.
–El novio no puede aparecer ante la novia con una erupción en la piel –agregó
Lady Pillsbury mientras mordisqueaba un bizcocho. –Pero aun así… una boda
nocturna... ¿dónde se ha visto semejante cosa? Apenas habrá tiempo para el
baile, y… bueno… –y se echó hacia atrás con las mejillas encendidas al darse
cuenta de que había estado a punto de hablar sobre la parte íntima.
–Oh, estoy completamente segura de que ya han tenido tiempo para eso –dijo
Lady Crenshaw mordazmente mientras abría su abanico. –La boda se celebrará en
solo seis semanas. ¡Es escandaloso! Y de todas las chicas que estaban disponibles
para él, tuvo que quedarse con esa bruja rara. Si hubiéramos sabido que iba a
renegar de la tradición y escoger una novia inglesa, ¡vaya, hubiera podido escoger
entre la sangre más noble del país! Después de todo, mi hija…
–¿Pero no estás aliviada de que esté a salvo de las manos de un vampiro? –
preguntó Lady Pillsbury perpleja.
Lady Crenshaw bufó. –¿A costa de perder un título tan elevado? ¿Estás loca? –
meneó la cabeza. –Tú solo tienes un hijo varón, nunca podrías entender lo que
uno tiene que pasar en el intento de conseguirle un buen partido a su hija.
La Duquesa de Wentworth soltó una risita ante la actitud contradictoria de la
mujer motivada por su codicia. Lady Crenshaw no podía ocultar su venenosa
envidia porque su hija había fallado en pillar el título de Duquesa de Burnrath.

***

Ian sonrió triunfante al mirar el libro de apuestas en el White. La mayoría de


las apuestas en su contra habían sido retiradas. Después de que Angelica se
convirtiera en su esposa, confiaba en que todos los rumores de que el Duque de
Burnrath era un chupasangre fueran vistos como una estúpida broma.
–Burnrath, ¿quieres unirte a nosotros en un partido de piquet 7? –preguntó el
Barón Wheaton apartando la vista con cautela del libro de apuestas.
Ian disimuló una sonrisa, preguntándose cuánto habría apostado el Barón en
las apuestas del vampiro. –Me temo que no tengo tiempo. Solo pasé a apostar por
el caballo de Wentworth antes de visitar a la señorita Winthrop –y se dio la vuelta,
ansioso por marcharse. Solo había pasado porque su primera comida esa noche
había sido cerca de allí.
Wheaton le palmeó el hombro. –Debo decir, querido amigo, que pensamos
que nunca te iban a atrapar, pero has hecho una buena elección. Es una verdadera
belleza, y la fortuna de los Pendlebur tampoco está mal –la descarada expresión
de avaricia en su rostro era casi risible por su falta de sutileza.
Ian pretendió no escucharlo y abandonó el club haciéndoles una educada
inclinación de cabeza a sus conocidos. Ya se había enterado de lo que quería y no
tenía ganas de quedarse a socializar, ya que en unos minutos estaría en compañía
de su futura esposa.
Aspiró profundamente el incipiente aire primaveral, un alivio después de la
atmósfera cargada de humo del White. Se dio cuenta de que estaba disfrutando
mucho el cortejar a una hermosa señorita. Angelica era una encantadora
compañía que le hacía sentirse de nuevo como un simple mortal con su achispada
inteligencia y su vitalidad embriagadora. Su cautivadora mezcla de inocencia y
curiosidad la hacían más atractiva para él con cada encuentro. Y cada beso que le
robaba lo hacía arder y lo dejaba ansioso de probar más. Su cuerpo se ponía rígido
e incómodo solo de pensar en ella, y sabía que debía tener extremo cuidado y
contenerse para no arrojarse como una bestia sobre ella cuando llegaran
finalmente a la cama.
Esa noche en la casa de los Winthrop, su prometida hizo una mueca de
disgusto cuando lo vio dirigirse inmediatamente después de la cena al estudio de
Jacob a disfrutar un brandy y un puro. Ian disimuló una sonrisa. Tal vez sería que lo
extrañaba.

7
Juego de cartas.
Quizás el miedo que le tenía se iba esfumando poco a poco. Pero sentía que
aún había algo que le estaba ocultando, y no tenía idea de si podría averiguar lo
que pasaba por aquella encantadora cabecita.
–¿Tocarás una canción para mí? –le pidió una vez que él y Jacob se unieron a
ella y a Margaret en la sala de música.
El rostro de Angelica se encendió con una pícara sonrisa. –Por supuesto, Su
Excelencia.
Mientras la chica se acomodaba en el banco frente al piano, Ian notó divertido
que Margaret lucía aterrorizada y trataba discretamente de hacerle señas de
advertencia a su hija. Me pregunto qué trastada estará planeando ahora.
Todos sus pensamientos cesaron cuando Angelica aporreó una inquietante
melodía en el teclado y comenzó a cantar. Tenía que concordar con Margaret que
su voz no era el suave gorjeo ni el susurro etéreo que se podría esperar de una
cantante consagrada. Pero su canto no era desagradable en lo absoluto. Su voz era
sonora, intensa y poderosa como el más exquisito borgoña.
La canción no era la típica e insípida tontería moldeada por los estándares de
la sociedad, sino un himno sobre una mujer apasionada, enfurecida y desesperada
por ser reconocida por su propia identidad. La pieza no se parecía a nada que
hubiera escuchado antes y Angelica recitaba los emocionantes diálogos de la letra
con el dramatismo que se podía encontrar en el Drury Lane 8, no en una modesta
sala de música.
Cuando terminó la canción, Angelica se apartó del instrumento y se le quedó
mirando con esa mirada desafiante que ya había aprendido a amar. Levantó un
poco más la barbilla y le preguntó: –¿Le gustó la canción, Su Excelencia?
Ian le lanzó una mirada divertida a Lady Margaret que estaba buscando
desesperadamente sus sales de oler. Se puso de pie y comenzó a aplaudir
efusivamente. –¡Bravo! Es la actuación más embriagadora que he escuchado en
años.
Angelica entrecerró los negros ojos llena de rabia. Al parecer, esperaba que él
se escandalizara. –¿Le gustaría escuchar otra?
–Por supuesto, señorita Winthrop –replicó con una sonrisa de satisfacción.

8
Drury Lane Theater es el teatro más antiguo de Inglaterra, construido en 1663.
–¿No preferirá escuchar algo de Beethoven, Su Excelencia? –preguntó Jacob
echándole miradas preocupadas al pálido rostro de su esposa.
–Me encantaría tocar algo de Beethoven, papá –respondió Angelica,
ignorando a Ian.
Ian suspiró, esperando escuchar la sonata Claro de Luna o cualquier otra pieza
que hubiera escuchado docenas de veces, pero se quedó petrificado cuando
Angelica comenzó a tocar Appassionata. Su sorpresa no se debía a que la pieza
fuera una de las más emotivas o complejas que hubiera oído, sino porque dudaba
que una chiquilla pudiera tocar las intricadas melodías durante los 25 minutos que
duraba. Solamente pianistas profesionales se atrevían a tocar esta pieza. Quizás lo
que se proponía era equivocarse a propósito en el intento de decepcionarlo.
Angelica tocó la sonata perfectamente, y con tanta elegancia que el duque no
pudo reprimir una carcajada de admiración. A Margaret y Jacob casi se le salieron
los ojos de las órbitas. Por la expresión de sus caras, Ian asumió que nunca la
habían escuchado tocar esa pieza. Al parecer se iba a casar con una mujer
increíblemente talentosa.

***

Angelica quería gritar de la rabia ante el estruendoso aplauso que le


dedicaron Ian y sus padres. A un hombre siempre le desagrada que una dama se
muestre más inteligente o talentosa que él. Angelica había advertido la evidente
admiración en los ojos de Burnrath. Al parecer, las órdenes de su madre estaban
equivocadas otra vez. De hecho, todo cuanto hacía para dejar de gustarle, parecía
conseguir exactamente el resultado opuesto.
No sabía por cuánto tiempo más podría soportar esas miradas que él le
dedicaba y que le daban un vuelco al corazón. O hasta cuándo podría fingir
indiferencia ante sus besos que la dejaban sin aliento. Si esta seducción
continuaba, dentro de poco arrojaría su libertad por la ventana y se convertiría
gustosamente en su Duquesa.
–¿Adónde quieres que te lleve mañana? –le preguntó Burnrath mientras
paseaban por el jardín.
Angelica reprimió un temblor al pensar con anticipación en los besos
inminentes. En vez de eso, se concentró en una perversa idea que se le había
metido en la cabeza. La semana pasada, había disfrutado mucho ver la ópera y
embriagarse con el hechizo de la música. Y aunque no podía decir que ella hubiera
disfrutado completamente los bailes a los cuales la había llevado, al duque no
parecía molestarle. Tenía que haber algo que pudiera obligarlo a hacer y que él
odiara.
–Mañana es miércoles. ¿Podemos ir a Almack’s? –preguntó fingiendo un tono
de inocente entusiasmo.
A no ser que estuvieran desesperados en busca de una novia, los caballeros
más refinados no entrarían ni muertos a ese anodino establecimiento con su té
medio frío, sus míseras apuestas y sus carnívoras madres casamenteras.
Burnrath levantó los ojos al cielo mientras intentaba; sin conseguirlo, ocultar
su expresión consternada. –Muy bien. Si eso es lo que quieres. Te recogeré a las
nueve en punto.
Angelica casi se rió al ver su rabia, hasta que se dio cuenta que se estaba
castigando a sí misma junto con él. Ella aborrecía Almack’s. El “moderno” salón de
reunión debía ser el lugar más acartonado, insulso y represivo del mundo. Pero
bueno, ir allí valdría la pena si lograba disuadirlo de su proposición de matrimonio.
Le dio una patada a un guijarro en el suelo y cambió el tema. –¿Cuántos años
tienes?
Él la miró de forma extraña, como si la pregunta lo avergonzara. –¿Estás
segura de que quieres saber?
–Por supuesto –dijo Angelica frunciendo el ceño ante su renuencia. Sabía que
era mayor que ella, pero no podía pasar mucho más de los 30.
–Recién celebré mi cumpleaños número doscientos setenta y seis hace unos
meses –contestó el duque evitando su mirada.
Angelica se quedó sin aliento. ¿Él tenía doscientos setenta y seis años? –
¿Cuánto viven los vampiros usualmente?
El duque se sentó en un banco de piedra junto a las lilas y suspiró. –Vivimos
centenares de años. De hecho, se dice que el más antiguo de nosotros está aquí
desde antes de Cristo. ¿Esto es un interrogatorio? –dijo mirándola con agudeza.
Angelica estaba ocupada recogiendo toda la información, así que apenas notó
el cálido destello en sus ojos cuando se sentó a su lado en el banco. –No… sí, tal
vez… solo tengo curiosidad.
Burnrath suavizó la mirada y asintió. –Bueno, supongo que tienes derecho a
saber. Pregunta lo que quieras sobre nosotros y yo responderé todo lo que pueda.
–¿Cuántos vampiros hay? –preguntó ella sin poder ocultar su fascinación.
El duque se encogió de hombros. –¿En el mundo? No tengo la menor idea. En
Londres hay ciento treinta y cinco.
Angelica abrió los ojos asombrada ante la cifra exacta. –¿Los conoces a todos?
–Por supuesto. Soy su Lord –dijo Ian sonriéndole y mostrando el encantador
hoyuelo de la mejilla. –Me temo que tienes una compañía más ilustre de lo que
sospechabas. En el mundo de los mortales, simplemente soy el Duque de Burnrath
y dueño de cuatro propiedades. En el mundo de los vampiros, todo Londres me
pertenece. Todos y cada uno de los vampiros que viven en esta ciudad me han
jurado lealtad.
La chica estaba muda de asombro. La idea de que los vampiros tuvieran su
propia estructura social y política nunca le había pasado por la mente. Siempre se
los había imaginado como criaturas solitarias merodeando en la oscuridad. La
cabeza se le llenó de miles de preguntas que ni siquiera podía formular con
palabras. Los ojos del duque brillaban con impaciencia, así que rápidamente buscó
otra pregunta.
–¿Cómo te convertiste en vampiro? –dijo apartando la vista de su mirada
penetrante y agachándose a recoger una espiga tierna de hierba.
Ian guardó silencio durante algunos minutos antes de responder. –Yo era un
caballero en el ejército del rey Henry y caí en el campo en lo que hoy se conoce
como la Batalla de Ancrum Moor, en 1545, durante la Guerra del Cortejo Duro.
¿Sabes algo sobre eso?
–Fue en la época en que Henry Octavo estaba atacando a Escocia para
obligarlos a formar una alianza con Inglaterra –dijo con voz desdeñosa. –¡Qué
tirano! Me alegro de que hayan ganado los escoceses.
El duque se rió. –Cuidado, cariño, estás a punto de cometer una traición con
tus palabras.
Angelica se sonrojó, cayendo en la cuenta de que él había estado peleando
del lado de Henry. –No quise decir…
–Tienes razón, Ángel –dijo él riendo todavía. –Él era, en efecto, un tirano.
Como sea, mi caballo fue herido por una flecha, me lanzó al suelo y quedé
inconsciente. Cuando desperté, había caído la noche, y un solitario Escocés se me
acercó. Yo pensaba que era un soldado, hasta que vi sus brillantes ojos verdes y
sus colmillos descubiertos. En un santiamén estaba sobre mí, desgarrándome la
garganta con los dientes y bebiendo mi sangre. Hubiera muerto si no fuera porque
otro vampiro lo detuvo.
Tomó aliento y continuó. –El vampiro escocés huyó, y mi salvador me
Transformó. Me enseñó lo que necesitaba saber sobre la vida de un vampiro.
Entonces me dijo que regresara a casa y viviera entre los mortales. El Rey Henry
pensó que me habían tomado prisionero y había logrado escapar. Estaba tan
impresionado por mi “valentía” que me nombró Duque de Burnrath en el instante
en que terminé de contar mi mentira. Fue cincuenta años después que me
convertí en el Lord de Londres. Ahí tienes.
–Es alucinante –dijo Angelica. Él había descrito tan vívidamente las cosas, que
fácilmente podía ver en su cabeza los caballeros con sus cascos relucientes, los
campos de batalla anegados en sangre, los poderosos caballos de guerra. –Solo
tengo una pregunta más. Bueno, quizás dos.
Burnrath se rió ante su audacia antes de dedicarle una sonrisa paciente. –
Bueno, trataré de complacerte.
–¿Tú matas personas? –dijo casi atragantándose con la pregunta. El miedo le
corrió por la espalda como gotas de sudor. Los asesinatos de vampiros en una
historia eran atractivos, pero esto era la vida real. ¿La habría matado si no hubiera
descubierto quien era la noche que la mordió en su casa?
Ian sacudió la cabeza y el largo pelo le acarició la mejilla. –No, hay mucha
sangre en un cuerpo humano como para consumirla de una sola vez. Además,
matar está prohibido, a no ser en circunstancias extremas, ya que el
descubrimiento de cadáveres totalmente drenados de sangre nos pondría en
peligro de ser descubiertos. ¿Tu otra pregunta?
Angelica suspiró dándose cuenta de que había estado conteniendo la
respiración. –¿Solo bebes sangre? ¿O también puedes comer comida?
–No podemos digerir muy bien la comida sólida, pero algunos de nosotros
extrañamos el sabor de nuestros platos favoritos y nos permitimos comer algunos
bocados. Yo todavía disfruto las empanadas de carne y el buen brandy –sonrió y
sus blancos dientes destellaron en la oscuridad.
La pintoresca imagen la hizo soltar una risita. –Entonces no eres algo así como
un cadáver animado, ¿verdad?
Burnrath se rió. –No, nuestra condición es más bien como una enfermedad en
la sangre que podemos transmitir a otros. Nuestra leyenda cuenta que es una
magia extendida desde los primeros vampiros, quienes eran demonios
desterrados del infierno porque no eran lo suficientemente malvados para
complacer a su oscura majestad –su mirada adquirió un matiz serio, se inclinó
hacia ella y le acarició la mejilla con el dorso de la mano. –Te aseguro que estoy
completamente vivo, cariño.
Angelica quería preguntar más, pero Liza asomó la cabeza por la puerta y dijo:
–Me dijeron que viniera a verlos, señorita.
–Entraremos después de que le dé un beso de buenas noches –la sonrisa
desenfadada del duque hizo que la doncella soltara una risita tonta.
Angelica sonrió con reservada admiración ante su encanto sin límites. Quizás
los vampiros sí eran mágicos.
–Está bien, Su Excelencia –Liza hizo una reverencia y los dejó solos.
La joven contuvo el aliento mientras el vampiro la tomaba entre sus brazos,
dispuesta a sucumbir a su pasión. En vez de eso, el duque le rozó con suavidad los
labios por un brevísimo y doloroso momento, la soltó y dio un paso atrás.
–Buenas noches, Ángel –le susurró y se inclinó el sombrero antes de dejarla
temblando con una añoranza que no lograba comprender.
Angelica contuvo un gemido de frustración. Tendría que endurecer toda su
voluntad y sus sentidos para resistirse a él. Y cuando se escapara de este
compromiso, no sería ni un instante demasiado pronto.
Capítulo 12

El Duque de Burnrath parecía un lobo rodeado de ovejas en medio de los


atuendos color pastel en Almack’s. Miró con el ceño fruncido sus pantalones
negros de satín y miró a Angelica con mala cara. Ella sonrió ante la obvia muestra
de cuanto odiaba cada minuto en aquel lugar.
Angelica casi había entrado en pánico cuando Lady Jersey estuvo a punto de
rechazarlo por no tener un vale, pero Lady Cowper había hecho caso omiso de su
decisión y le había entregado un “Ticket de Forastero”, sin preocuparse de ocultar
su júbilo ante la llegada del mayor tema de chismorreo en Londres.
–¡No puedo creer que no tengas un vale de Almack’s! –exclamó Angelica con
burlona indignación.
–Cuidado, sinvergüenza, o creeré que me arrastraste a este estúpido lugar
solo para molestarme –dijo Ian y un músculo le saltó en la mandíbula.
Ella plegó el abanico fingiendo inocencia. –¿Crees que haría eso?
Ian rió mientras la conducía a la pista de baile. –Imagino que sí. De hecho,
estoy completamente seguro de que odias este lugar tanto como yo.
–Yo… –y abrió el abanico para ocultar su expresión. ¿Podría estar al tanto de
su plan para molestarlo hasta que cancelara el compromiso?
–Por favor, señorita Winthrop, no te esfuerces en continuar con esta falsedad
–le susurró entre dientes. –La verdad está escrita en tu cara. Ahora dime, ¿por qué
estás tratando de irritarme? –el vampiro se cernía sobre ella como el feroz
chupasangre que era.
Las señoritas y los caballeros habían desistido de pretender que bailaban y
estaban pendientes de la discusión con ávido interés. Claire Belmont asió a Lord
Makepeace por la manga y lo acercó más a ella. La audiencia tenía la boca hecha
agua en espera de un posible escándalo.
Angelica resistió la urgencia de mirar a Claire. –La gente nos está mirando.
–Déjalos –dijo de forma cortante. –No es la primera vez que acaparamos la
atención, y por la índole de nuestra conversación, no será la última.
–Está bien –murmuró ella y confesó la verdad. –Había pensado que si te
irritaba lo suficiente, no querrías casarte conmigo.
–Ángel… –su voz se tornó dulce y le apretó con más fuerza la cintura mientras
valsaban. –Nada me hará cambiar de parecer. Te he dicho una y otra vez que no
tienes motivos para temerme. ¿Qué hace falta para que me creas?
Mientras se balanceaba en sus brazos, la visión de su atractivo rostro y su
amabilidad estuvieron a punto de hacer pedazos su determinación. –No lo sé.
Estoy muy confundida –¿Podría decirle que tengo miedo de perder mi libertad?
¡No, hacer eso sería ridículo!
–Todo va a estar bien, te lo prometo –le susurró y el corazón se le encogió
ansioso de creerle.
El baile terminó y Burnrath se acercó más a ella. –Bueno, gracias a tu ardid
fallido, ahora estamos atrapados en este insípido lugar por un rato, porque si nos
vamos ahora, las lenguas no tardarán en moverse –dijo el duque con una risita. –
¿Te traigo un poco de limonada caliente?
–¡No te atrevas a dejarme sola! –siseó la chica poniéndose en puntas de pie
para hablarle al oído. –El Vizconde Branson está allí, ansioso por bailar conmigo, y
su aliento es tan horrible que me temo que vomitaré sobre sus ridículos zapatos
de tacón que estaban de moda en la época de mi abuelo.
El duque levantó las cejas en una expresión burlona de horror. –Puede que
tengas razón. Por otro lado, veo cuatro matronas y sus hijas mirándome como si
fuera un cheque ambulante. Si me dejas solo, seguramente se abalanzarán sobre
mí. Y todavía te preguntas por qué nunca vengo a este lugar infernal.
Angelica le ofreció una sonrisa desvalida de regocijo y le puso una mano sobre
la manga. –Oh, Su Excelencia, ¿en qué nos he metido?
Al final, decidieron jugar a las cartas. Angelica siempre había querido
aprender, ya que se rumoreaba que su madre era una experta jugadora de whist,
pero nunca había querido enseñarle, diciendo que las apuestas eran un hábito que
las jóvenes solteras no debían permitirse. Sin embargo, Angelica resultó ser una
pésima jugadora porque su cara la delataba por completo.
Justo cuando empezaba a divertirse, Lady Jersey le dijo que debía abandonar
el lugar porque estaba siendo “demasiado íntima con el duque.”
–¡Pero si es mi futuro esposo! –protestó Angelica indignada ante la ridícula
censura de la matrona.
–Más razón todavía para que des un buen ejemplo a las jovencitas que aún no
han encontrado prometido –Lady Jersey frunció el ceño, consternada. –Tu madre
se enterará de esto, y tus hijos tendrán suerte si logran conseguir vales para el
club –continuó con su cantaleta mientras el duque, a sus espaldas, parecía
indeciso entre reírse a carcajadas o morderla.
Angelica fulminó con la mirada a la matrona, a quien a menudo, y por alguna
absurda razón, apodaban “Silenciosa”. ¡Si la mujer apenas se detenía cuando
hablaba para tomar aliento!
–¡A la mierda entonces! –murmuró entre dientes, tomó a Burnrath del brazo y
salieron del insípido club.
Una vez dentro del carruaje del duque, a Angelica le entró un ataque de risa. –
¡No puedo creer que me hayan echado de Almack’s! –dijo hipando mientras le
rodaban lágrimas de risa por las mejillas. –¡Y todo por actuar como si me gustaras
demasiado!
Burnrath se rió mientras le limpiaba las lágrimas con su pañuelo. –La ironía es
casi imposible de soportar. Pero deberías calmarte antes de que tu doncella baje
del pescante y piense que tienes un ataque de histeria.
Angelica respiró hondo y se quedó paralizada. –Oh, Dios, mi madre es la que
va a tener un ataque de histeria. Lo sé. Lady Jersey se lo va a contar. Dijo que mis
hijos tendrían suerte si podían conseguir vales. No sé si seré capaz de aguantar el
sermón.
El duque se puso tenso a su lado. –Estoy seguro de que podré aplacar a tu
madre. Y sobre lo otro no tienes por qué preocuparte.
Angelica levantó la vista, intrigada por el cambio de tono en su voz. –¿Por
qué?
–No puedo darte hijos –dijo el duque bruscamente y se quedó mirándose las
botas para evitar su mirada. –Lo siento mucho, Ángel.
–No es ningún problema para mí –replicó la chica, olvidando por un momento
sus intenciones de escapar del matrimonio. –A diferencia de la mayoría de las
mujeres, nunca he pensado mucho en la maternidad. A no ser para indignarme en
nombre de esas mujeres que sufren la ira de sus esposos por ser incapaces de
darles un heredero varón, especialmente porque muchas han muerto en el
intento. Prefiero completamente evitarme ese tormento.
El rostro del duque se relajó con evidente alivio. –Tenía miedo que esa noticia
te decepcionara.
La dulzura de su voz entretejió un hechizo sobre ella y tuvo que hacer un
esfuerzo para conservar su determinación. –¿Podemos hablar de otra cosa?
Seguramente este tema es inapropiado.
La risa del duque resonó como un eco dentro del carruaje cerrado. –¿Ahora te
preocupas de lo que es inapropiado? Oh, Ángel, nunca en mis casi trescientos años
de vida me he encontrado alguien como tú. Eres un tesoro –y de pronto su mirada
se oscureció. –Yo te enseñaré lo que es inapropiado.
De un tirón la sentó sobre su regazo y acercó sus labios a los de ella. Angelica
sintió una explosión ardiente en su interior mientras se apretaba contra su cuerpo
y sus lenguas exploraban la boca del otro, danzando entre sí y provocándole
descargas de electricidad en el cuerpo. Levantó la mano y enredó los dedos en su
cabello, sorprendida al encontrar que los mechones eran más sedosos de lo que
parecían. Burnrath deslizó una mano hasta sus senos y ella ahogó un grito de
sorpresa mientras una cálida sensación le serpenteaba desde el pecho hasta ese
sensible lugar entre los muslos.
El carruaje se detuvo. El duque gruñó una maldición y Angelica bajó de su
regazo con un pequeño chillido de protesta mientras hervía por dentro de rabia
contra sí misma. ¿Qué estoy haciendo? Se suponía que lo obligara a despreciarla,
no que retozara entre sus brazos como una cualquiera. Se arregló el pelo y el
vestido frenéticamente justo antes de que el mozo abriera la puerta y le ofreciera
la mano para ayudarla a bajar. El aire frío fue un alivio para su rostro y su cuerpo
acalorados.
–No esperaba que regresaran tan pronto –dijo Margaret con las cejas
fruncidas de preocupación cuando entraron.
–Disculpe, Lady Margaret –dijo Burnrath haciéndole una profunda reverencia.
–Ocurrió un pequeño incidente en Almack’s, y dado que no estoy familiarizado con
las costumbres del sagrado lugar, todo fue culpa mía. Permítame contarle lo que
pasó en realidad antes de que escuche una versión distorsionada de otra gente.
Angelica observó con asombro cómo el duque manipulaba a su madre con su
elocuencia y la tornaba tan maleable como arcilla fina. Cuando terminó, era obvio
que Margaret estaba a punto de nominarlo como candidato a santo. Angelica
sentía una mezcla de admiración y envidia por su habilidad diplomática.
Después de que el duque terminara su explicación y le deseara buenas
noches, Angelica se dio cuenta con una punzada de tristeza que quizás no lo
volvería a ver más. Al día siguiente ella y su madre iban a visitar al abuelo, donde
afortunadamente tendría un poco de tiempo para formular un plan de huida.

***

Es como un ángel durmiente. Inclinado sobre Angelica, Ian escuchaba el suave


sonido de su respiración. Su cabello caía sobre la almohada y la cobija como una
cascada de ébano, reluciendo a la luz de la luna. Sus labios carnosos todavía
estaban hinchados y enrojecidos de los besos que se habían dado en el coche.
Volar hasta su habitación había sido terriblemente fácil después de que la
familia se durmiera y todas las luces de los alrededores se apagaran. Tan fácil que
reafirmó su determinación de hacer lo que iba a hacer.
Ian mordió su dedo índice y observó fascinado como la sangre roja como rubí
brotaba de su piel. Con los dedos de la otra mano abrió delicadamente los labios
de Angelica y dejó gotear la sangre en su boca.
En un susurro apenas audible, murmuró las palabras de un antiguo ritual que
la uniría a él. –Yo, Ian Ashton, Duque de Burnrath y Lord de Londres, Marco a esta
mortal, Angelica Winthrop, como mía y solo mía. Con esta Marca le concedo a
Angelica mi eterna protección. Que todos los demás, mortales o inmortales, que
se crucen en su camino perciban mi Marca y sepan que actuar contra ella es
actuar contra mí mismo, y por lo tanto desencadenar mi ira ya que vengaré lo que
es mío.
Un temblor recorrió su cuerpo y la Marca resplandeció entre ellos. Angelica
gimió entre sueños e Ian tuvo que agarrarse al pilar de la cama para no caerse.
Nadie le había dicho que el efecto de Marcar a un mortal era tan fuerte. ¿Qué
significaba eso? Lo único que sabía era que su mente ahora estaría cerrada para él
cada vez que se alimentara de ella. Pero esto no significaba nada para él ya que no
le importaba fisgonear en los pensamientos de los mortales mientras se
alimentaba de ellos. Además, no pretendía alimentarse de Angelica sin su permiso.
Cuando recobró la compostura, rozó sus labios con delicadeza y la saboreó.
Pronto estaría durmiendo en su cama. Por un momento deseó ser un mortal de
nuevo para despertar junto a ella con la luz del día en vez de retirarse a su guarida
huyendo del sol. Entonces se maldijo por pensar como un desgraciado ingrato. La
suerte le había sonreído por fin, concediéndole la oportunidad de pasar unos años
junto a una mujer dulce y hermosa. Se juró que aprovecharía cada momento.
Ian abrió la ventana con cuidado y voló fuera hacia la noche. Tendría que
pasarle una pequeña nota al Consejo sobre esto, aunque dudaba de que pusieran
objeciones. Sin embargo, algunos de sus subordinados lo verían como una ofensa,
en especial Rafe. No le importaba. Era el Lord de esta ciudad y su palabra era ley,
incluso para el segundo al mando. Aun así, quizás esperaría para presentarla ante
ellos, al menos hasta que estuvieran casados. Después de todo, no quería
asustarla.

***

Ben contempló el cuerpo del vampiro envuelto en llamas con menos


entusiasmo de lo usual. La criatura era una joven rubia de belleza angelical, el
complemento perfecto para su alma demoníaca.
–Si no hubiera necesitado el dinero, no me habría tomado la molestia –
murmuró y enseguida se persignó.
–¡No pretendía decir esas blasfemas palabras, Señor! –exclamó mirando al
cielo y lleno de vergüenza por semejante pensamiento sacrílego. –Sé que es mi
deber despojar el mundo de estos secuaces del infierno. Por favor, perdóname.
Pero el orgullo seguía debatiéndose en su interior, despreciándolo por no
haber cazado un vampiro más antiguo. Ben inclinó la cabeza y se volvió a poner el
rosario, disfrutando la tranquilizadora sensación que le provocaban las cuentas
lisas de madera.
Sabía que la cacería en Londres no iba a ser fácil, pero las cosas estaban
saliendo peor de lo que había pensado. El Duque de Burnrath estaba demostrando
ser una presa muy escurridiza. Tanto, que Ben ya no estaba tan seguro de que el
hombre fuera un vampiro. Los artículos de chismes estaban llenos de información
conflictiva y contradictoria. De hecho, si la última entrega del Times estaba en lo
correcto, el duque iba a desposar a una joven heredera dentro de un mes, una
acción muy inusual en un monstruo.
A no ser… Ben recordó la caricatura del duque y su prometida. ¿Y si el
monstruo planeaba convertir a la inocente chica también en un vampiro?
El estómago se le revolvió de horror ante la idea. El panorama era demasiado
parecido al cuento de Polidori como para ser una mera coincidencia. Tal vez era
así como actuaban los antiguos… y si era así, tenía poco tiempo, ya que había otra
alma en peligro.
Para su infinita frustración, Ben no lograba acercarse al duque o a su círculo
social para descubrir la verdad de una u otra forma. Le negaban la entrada a todos
los eventos y los clubes sin importar cuán elegante se vistiera. El cazador hizo una
mueca al recordar los lujosos chalecos y pañuelos que había comprado para la
cacería. ¡Habían sido un maldito desperdicio de dinero! Era como si los de la alta
sociedad tuvieran un extraño sexto sentido para reconocerse entre ellos, como si
realmente pudieran oler que él era solo el hijo de un pobre Barón irlandés… y para
colmo, católico.
Ben suspiró mientras calculaba mentalmente el dinero que le quedaba. Si las
cosas seguían así, solo tendría dinero para sustentarse en esta decadente ciudad
por otros dos meses, quizás tres, si lo economizaba con cuidado. Esperaba estar
más cerca de la presa antes de eso. Tenía que ser así, ya que la boda del duque
sería dentro de tres semanas.
Ben apagó las humeantes cenizas del vampiro con el resto del agua bendita y
enderezó los hombros con determinación. Era un cazador de vampiros, y en
nombre de todo lo sagrado, iba a llevar a cabo su deber divino sin más lloriqueos.
La vida; y el alma, de una jovencita bien podían depender de ello.
Capítulo 13

Angelica gruñó mientras el carruaje daba saltos y se sacudía a través de la


carretera rural llena de surcos. Pendlebur Park solo estaba a dos horas de viaje de
la ciudad, pero ya sentía todo el cuerpo maltratado y magullado. Suspiró y
comenzó a hojear un periódico. Realmente, este viaje había caído en el mejor
momento. Todo el mundo, incluido sus sirvientes, ya se había enterado del
incidente en Almack’s.
Lady Dranston incluso había tenido la desfachatez de ir a visitarlos a una
escandalosa hora por la mañana para preguntar si el compromiso se había
cancelado. Angelica reprimió una sonrisa al recordar la actitud triunfante de su
madre mientras relataba la versión de Ian de la historia, y su estocada final cuando
le dijo a Lady Dranston sobre el viaje para informarle al Conde de Pendlebur de las
próximas nupcias.
–Suelta ya ese periódico –la amonestó Margaret. –Si continúas tratando de
leer ese periodicucho con estas sacudidas, vas a pillar un dolor de cabeza infernal.
Angelica volvió a respirar hondo y obedeció a regañadientes. Los anuncios de
habitaciones en renta se hacían borrosos con cada salto y balanceo del carruaje, y
lo que había podido leer no era muy alentador. Las habitaciones más baratas que
había podido encontrar todavía eran demasiado caras. Incluso con las ganancias
promedio que podría esperar si vendía una nueva historia cada mes, pagarse la
comida, la ropa y los materiales para escribir sería muy difícil.
Una vocecita insistente en el fondo de su cabeza le susurraba que huir era una
muy mala idea. Y el costo de vivir en Londres, tal como aparecía en los anuncios
del periódico, parecía hacer eco de la advertencia. Mientras el carruaje subía por
la entrada hacia Pendlebur Park, su optimismo se hundió y le vinieron a la mente
recuerdos de visitas anteriores al frío lugar y a su escalofriante dueño.
Margaret sacó su espejo de mano y comenzó a retocarse el vestido y el
peinado. Levantó los hombros y su postura, que ya estaba perfecta, se convirtió en
algo grotesco al forzar su cuerpo hasta un ángulo que parecía imposible y
doloroso.
Angelica suspiró y enderezó la espalda mientras su madre la tomaba de los
hombros y la obligaba a adoptar la misma posición incómoda. Esto era solo el
comienzo del ritual de tortura que implicaba una visita a la casa del abuelo.
–Levanta más la barbilla –le ordenó su madre dejando traslucir el pánico en la
voz. –Y deja de hacer muecas. Una futura duquesa no hace muecas.
Cada vez que ella y su madre visitaban al Conde de Pendlebur, que bien
podría haber sido el Rey de Inglaterra por todo el alboroto que conllevaba,
Angelica sentía como si la descuartizaran y la aplastaran al mismo tiempo. Su
madre ponía más presión de la acostumbrada sobre ella para que fuera una dama
perfecta, y Angelica podía palpar la tensión entre Margaret y el conde mientras él
escudriñaba cada cabello en la cabeza de Angelica en un esfuerzo por detectar la
“sangre vulgar” que la contaminaba y la alejaba de la perfección.
Cada vez, Angelica se desmoronaba bajo las asfixiantes condiciones, lo mismo
diciendo algo inapropiado; o sea, lo que le pasara por la mente en ese momento, o
porque la atrapaban leyendo algo que se juzgaba “inapropiado” en la biblioteca
del conde. Como consecuencia, las visitas siempre eran felizmente cortas.
–Hubiera deseado que papá viniera con nosotras –dijo desanimadamente.
Margaret suspiró. –Ya sabes lo que piensa tu abuelo sobre él, Angelica –
entonces se animó. –Por supuesto, ahora que te hemos conseguido un partido tan
bueno, podría haber una posibilidad de que tu abuelo se suavice y le dé a tu padre
una oportunidad de ganarse su simpatía.
Angelica sonrió lánguidamente, dividida entre las esperanzas de que se
reconciliaran su padre y el conde, y la culpa enfermiza que sentía por hacer añicos
esas esperanzas con sus planes de huida.
Descendieron del carruaje y el mayordomo las acompañó hasta el salón.
Angelica contempló al abuelo que solo veía una vez al año. ¿Era idea suya o sus
ojos se veían más gélidos, su postura más tiesa que nunca, y sus rasgos
erosionados más duros e inflexibles? Sintió una punzada de lástima por su madre.
Era difícil imaginársela como una niña pequeña creciendo bajo la mirada severa de
aquel viudo frío e implacable.
–Margaret –dijo con voz grave y severa. –Te ves bien.
La madre de Angelica se dejó caer en una profunda reverencia más apropiada
para la sala del trono que para un feudo rural. –Gracias, padre. ¿Estás bien de
salud?
El conde gruñó lo que parecía ser una afirmación y se volvió hacia Angelica,
suavizando la mirada y esbozando apenas una sonrisa con sus finos labios. –Ah,
aquí está mi encantadora nieta. He escuchado que tu belleza arrasó en Londres.
No puedo decir que me sorprenda. Eres la viva imagen de tu santa madre.
–Gracias, abuelo –murmuró Angelica haciendo una reverencia y ocultando su
rabia porque el conde se negaba a reconocer que se parecía más a su padre.
Esta vez el conde sonrió abiertamente y sus ojos titilaron al mirarla. –También
he escuchado que vas a convertirte en la Duquesa de Burnrath. Estoy orgulloso de
ti, querida. Has traído el honor al nombre Pendlebur. Ven, dale un beso a tu
abuelo y tomaremos té y refrigerios cuando te hayas quitado la ropa de viaje.
Las piernas le temblaron cuando estampó sus labios contra su mejilla con
apariencia de pergamino. Nunca antes había visto al conde de tan buen ánimo y
aquello le pareció más bien inquietante.
Durante la merienda, Angelica quería que se la tragara la tierra de la
incomodidad mientras su abuelo le iba contando con detalle sobre las espléndidas
propiedades y vasta fortuna del Duque de Burnrath. –Dicen que es tan rico como
Creso 9. Todos esperaban que se casara fuera del país como han hecho todos los
Duques de Burnrath anteriores. ¿Cómo lograste atraparlo, querida?
–Realmente no lo sé, abuelo –murmuró Angelica débilmente.
–Qué agradable muestra de modestia, Angelica –dijo su madre con una
sonrisa forzada. Entonces le ofreció una versión ampliamente corregida de los
hechos de las pasadas semanas.
El conde rió y golpeó el piso con su bastón. –¡Quién habría imaginado que el
Duque de Burnrath tenía debilidad por una damisela en apuros! ¡Bien hecho,
querida! ¡Bien hecho!
Angelica quiso que se hundiera el piso bajo sus pies mientras veía a su madre
y al abuelo hablando más amigablemente de lo que lo habían hecho en años. Por
9
Creso fue el último rey de Lidia de la dinastía Mermnada. A él se le atribuye la
emisión de las primeras monedas de oro con una pureza normalizada y una
circulación general.
primera vez podía ver a Margaret como la joven que había sido en vez de la
estricta, casi temible, mujer que la había criado.
–¿Puedo escoger uno de tus caballos y dar un corto paseo, padre? –preguntó
su madre después del té. Los caballos eran una de sus pasiones… otra de las
diferencias que hacía más amplio el abismo entre ellas dos.
–Por supuesto, querida. Acabo de comprar una hermosa yegua alazana que
estoy seguro que te encantará. Puedes ponerle nombre si quieres –se aclaró la
garganta. –Y mientras no estás, Angelica y yo podemos tener una pequeña charla
sobre su nuevo galán.
Antes de que Margaret se dirigiera a los establos, intercambió una mirada de
complicidad con el abuelo. A Angelica se le erizaron los pelos de la nuca con
recelo. Habían planeado algo. No tenía idea de cómo había sido, pero de alguna
manera habían planeado algo.
El conde se volvió hacia ella y le dijo. –Te esperaré en la biblioteca –y se
marchó con pasos enérgicos antes de que pudiera responderle.
Angelica se preguntó sobre qué querría “charlar” el conde. No podía pensar
en otra cosa que no fuera sermonearla por haber sido echada de Almack’s. Oh,
bueno, bien puedo soportar este tormento ahora. Se puso recta y se dirigió a la
biblioteca, y respiró hondo antes de abrir la puerta. Su abuelo estaba sentado
junto a la chimenea en un sillón de felpa color borgoña, con otro sillón a juego
cerca de este.
–Pasa, querida mía –dijo alegremente, aunque la sonrisa no se le reflejaba en
los ojos. –Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hablamos, pero eso
está a punto de cambiar.
–¿Qué quieres decir, abuelo? –preguntó mirando la gloriosa selección de
libros que adornaba las estanterías y que, en otros tiempos, estaría examinando
con el entusiasmo de un niño en una tienda de dulces en Bond Street.
El conde siguió la dirección de su mirada. –Sabes, voy a dejarte toda mi
colección.
Normalmente, Angelica hubiera dado brincos de alegría ante la noticia, pero
ahora se limitó a hacerle una inclinación y darle las gracias calladamente.
Él aprobó sus modales con un movimiento de la cabeza, ajeno al recelo de la
joven. –Sí, no he olvidado que mi biblioteca parece ser tu lugar favorito en el
mundo –continuó con aspereza. –También pondré a nombre de tu madre dos de
mis propiedades en Sherwood, y a ti te cederé mi castillo en Herefordshire.
Gracias a ti y a tu brillante compromiso, tu madre y yo por fin hemos limado
nuestras asperezas. Aunque estuve terriblemente decepcionado cuando me
desafió casándose con un banquero, parece que la mezcla con la sangre vulgar no
impidió que tú tomaras decisiones más sabias.
Angelica se mordió la lengua para frenar una furiosa réplica ante la
exasperante difamación contra su padre. Su vista se posó en una carta que estaba
sobre la mesa junto a él. Estaba demasiado lejos como para leer las palabras, pero
lo suficientemente cerca como para reconocer la letra de su madre. El conde
siguió su mirada y frunció el ceño.
–Ahora –dijo con engañosa calma y Angelica se preparó para el sermón que
estaba por venir. –Debo hablar contigo sobre otro asunto. Tu madre me ha
informado de que te has comportado terriblemente mal en los últimos meses. Con
infinita vergüenza he oído que has estado callejeando por ahí vestida de hombre,
y que incluso tuviste las agallas de publicar dos horrorosas historias bajo un
pseudónimo de hombre.
Sus ojos parecían escupirle dagas azules. –A pesar de semejantes crímenes,
tuviste la suerte de arrancarle una proposición de matrimonio al soltero más
codiciado del país. ¿Pero te pusiste de rodillas para agradecer al bueno del Señor
por tu fortuna y arrepentirte de tus actos vergonzosos?
Angelica lo miraba en silencio, aturdida. ¿Por qué su madre siempre
conspiraba contra ella? No debía estar sorprendida, pero sentía una punzada de
dolor en el corazón por la traición. Nunca había imaginado que Margaret le
contaría al abuelo sobre su escritura.
–No –continuó el conde, dándole la certeza de que la cosa iba a empeorar. –
No lo hiciste. En vez de eso me temo que has estado haciendo todo lo que se te
pasa por esa ingrata cabecita para repeler la proposición del Duque; discutiendo
sobre asuntos inapropiados y cantando canciones indecorosas. ¡Llegaste incluso
tan lejos como para que te echaran de Almack’s! Ahora, explícate
inmediatamente.
–No quiero casarme –soltó Angelica sin pensarlo.
El rostro del conde se tiñó de rojo. –¡No toleraré más esta insolencia! –golpeó
el suelo con su bastón. –Te casarás con el Duque y lo obedecerás en todo. Si haces
cualquier cosa para evitar este matrimonio, juro por Dios que les quitaré a ti y a tu
madre hasta el último chelín que poseo, y también usaré mi influencia para
asegurarme que tu padre pierda su trabajo en el banco, de modo que todos
acaben en la calle y sin un centavo. ¿Está claro?
–Sí, abuelo –susurró Angelica con los labios entumecidos. Esta “pequeña
charla” había ido mucho peor de lo que había imaginado.
–Ahora desaparece de mi vista –dijo bruscamente. –No quiero verte ni saber
de ti hasta que te hayas sacado esas ideas escandalosas de la cabeza. Estoy seguro
de que lo heredaste del despreciable de tu padre. La sangre siempre tira.
Incapaz de aguantar más de eso, Angelica huyó al cuarto de huéspedes y
luchó contra la urgencia de llorar. Se echó sobre la cama, agotada
emocionalmente. Todo estaba perdido. Incluso si tuviera los medios para
sustentarse y huir de casa, no podría soportar la idea de que su padre perdiera el
trabajo en el banco. Su madre y el Conde de Pendlebur habían ganado, aunque
dudaba que Margaret supiera que el conde había caído tan bajo como para
amenazar a su propia hija y su esposo con tal de salirse con la suya. Angelica se
negaba a creer eso. Pensarlo significaría matar todo el amor que sentía por su
madre.
Apretó la lujosa tela de la cobija llena de rabia e impotencia. Era diez veces
tonta por pensar que podría escapar. Tendría que olvidarse de sus aspiraciones
como escritora y casarse con Ian.
Angelica se sorprendió al ver que no llegaba el horrible sentimiento de asfixia
que había esperado ante la idea del matrimonio. Ian… De pronto el recuerdo de
sus ojos plateados y su tierna sonrisa la invadió, acompañado de un sentimiento
de añoranza y ansias de confiarse a él. La ironía casi la echó al suelo. No puedo
creer que desee consuelo del mismo hombre de quien intento escapar. Se le escapó
una risa amarga mientras se sentaba en la cama y se alisaba el cabello.
Quizás no sea tan terrible. Tomó el pañuelo y se sopló la nariz mientras el
doloroso pánico se esfumaba de su cabeza. Se incorporó y comenzó a pasear por
la habitación como una tigresa enjaulada. Por primera vez se permitió pensar en
serio sobre la idea de casarse con Ian.
Todas las cosas por las que su madre y su abuelo la reprendían, a él no
parecían molestarle. Si se casaba con el duque, su madre ya no la tendría metida
en un puño, y no tendría que ver a su cruel abuelo nunca más si así lo deseaba. La
idea le provocó una oleada de alegría. Mientras daba vueltas por la habitación, se
imaginó viviendo con Ian en la Casa Burnrath, estando a solas con él, riendo con
él… besándolo…
Angelica levantó la cabeza y miró por la ventana hacia el sol poniente. Lo haré.
Me casaré con el duque vampiro. Sonrió, sobrecogida por una cálida sensación de
alivio de que su agotador conflicto interno se hubiera resuelto por fin. Bueno,
siempre he estado fascinada con la Casa Burnrath, y ¡ahora será mía porque voy a
casarme con un vampiro! Se rió tontamente ante la ironía y la deliciosa idea le
provocó un escalofrío. Voy a casarme con un vampiro… Recordó el destello de sus
colmillos y la sensación de sus fuertes brazos alrededor de ella.
Él había pensado que ella le tenía miedo, pero eso no era cierto. Angelica se
sentía segura con Ian. Segura… y valorada. Cada aspecto de su comportamiento
durante su breve cortejo demostraba que se preocupaba por sus ideas y sus
sentimientos, y nunca la criticaba por ser diferente a las demás mujeres. Esta
revelación trajo consigo otro pensamiento. Tal vez no se esté casando conmigo
solamente para salvar su reputación. Tal vez lo hace porque se siente solo.
Recordó la historia de cómo se había convertido en vampiro, abandonado en el
campo de batalla, atacado y dado por muerto dos siglos atrás. Ahora ya no tenía
familia. Por supuesto que se sentía solo. Pero ya no se sentirá más así, se prometió
Angelica.
De repente no podía aguantarse las ganas de volver a Londres y salir a
comprar su ajuar. Se dirigió a la puerta, dispuesta a anunciar que estaba ansiosa
de convertirse en la Duquesa de Burnrath, pero solo porque lo deseaba, no porque
hubiera cedido a sus amenazas.
Entonces se quedó paralizada en la puerta con la mano en el picaporte,
recordando la ferocidad del sermón del abuelo. El conde no solo se negaría a
poner a un lado la disputa, sino que culparía a su padre por su rebelión. Y peor
aún, en el camino de vuelta ella y su madre se pelearían mucho peor de lo que lo
habían hecho después de las visitas anteriores a Pendlebur Park.
Tenía que encontrar una explicación que suavizara al conde a la vez que
reivindicara a su padre. Se sintió tentada de halarle las orejas a su madre por
animar al conde a amenazar a su familia, ¿pero de qué serviría? Margaret nunca
entendería. Además, después de la boda, se libraría de ella. Pero ahora tenía que
aplacar al conde por el bien de su padre.
Volvió a sentarse en la cama y se puso a meditar. Su excusa tenía que ser
creíble pero tonta… algo que cualquier debutante cabeza de chorlito pudiera
pensar. ¡Oh, esto va a ser difícil! Después de descartar múltiples explicaciones,
estableció un plan de acción. No sería capaz de mantener una expresión impasible
mientras vomitaba aquella tontería, pero tendría que hacer su mejor esfuerzo. Se
prometió que Ian no sería el único que tendría una lengua convincente. Un vívido
recuerdo de su lengua convincente le debilitó por un instante las rodillas, pero
enseguida hizo a un lado la imagen hipnótica para centrarse en el asunto que le
ocupaba.
Con renovada determinación bajó las escaleras y golpeó suavemente en la
puerta de la biblioteca. –¿Abuelo? –llamó con la voz más suplicante que pudo
poner.
–¿Qué pasa ahora? –demandó el conde en su habitual tono grosero.
Angelica lo tomó como un permiso y abrió la puerta, componiendo su rostro
para mostrar el comportamiento más sumiso posible. –He venido a disculparme.
Su abuelo le echó una rápida mirada y emitió un áspero gruñido de
aprobación. –Muy bien.
Angelica se aproximó a él con pasos suaves y cuidadosos, como si estuviera
volviendo a interpretar su presentación frente al Soberano. Evitó mirarlo
directamente a los ojos al notar sus hombros cuadrados y tensos. Forzando el más
dulce matiz que pudo a su voz, comenzó a decir: –Siento terriblemente mi horrible
comportamiento y haber dicho que no quería casarme con el duque. Mi única
explicación para semejante estupidez es que tengo mucho miedo de no ser digna
de él.
Aventuró una mirada de reojo y vio que los ojos del conde se suavizaban. Su
actuación parecía estar funcionando.
–¿Qué quieres decir, chiquilla? –preguntó en un tono que no usaba desde su
infancia, cuando la consolaba después de tener pesadillas.
Angelica reprimió su indignación porque le hubiera llamado chiquilla y trató
de mantener la compostura. –Como los Duques de Burnrath siempre se casan con
nobles extranjeras, la idea de ser la primera Duquesa de Burnrath inglesa me
asusta muchísimo. No creo ser digna de tan alto honor por culpa de mi sangre
impura. ¿Me perdonas? –susurró rezando porque se hubiera creído la excusa.
–Oh, mi queridísima nieta –dijo el conde y la envolvió en un abrazo. –No
tienes por qué estar asustada. Tu madre es una experta en comportarse como una
perfecta dama en sociedad. Solo sigue sus consejos y serás una excelente
duquesa. Ahora debes olvidar toda esa tontería de escribir novelas. Deja eso para
las solteronas y los plebeyos.
Angelica se soltó del abrazo de su abuelo mordiéndose la lengua. Veríamos
qué tenía que decir Ian sobre el tema. Una punzada de duda le serpenteó en el
estómago. ¿Y si el duque le prohibía escribir? Cerró los ojos, negándose a pensar
en algo tan horrible.
–¿Abuelo? –dijo volviendo a su objetivo. –¿Puedo rogarte que no le cuentes a
mi madre las tonterías que dije? Estaría horriblemente contrariada, y peor aún, se
lo diría a papá y él me castigaría por ello. Después de todo, él ayudó a arreglar el
compromiso entre el duque y yo. Siempre estaba a la caza de invitaciones a fiestas
a las que Su Excelencia asistiría y tal.
–Así que ayudó, ¿no? –los ojos del conde brillaron con asombro. –Bueno, no
diré nada entonces.
Angelica se permitió sentir algo de esperanza. Tal vez algún día el conde y su
padre se reconciliaran. Ese pensamiento, junto a las ganas de ver a su futuro
esposo, la mantuvo calmada durante el resto de la visita.
Capítulo 14

Ian visitó a los Winthrop la misma noche en que Angelica y su madre


regresaron de Pendlebur Park. Se sorprendió al darse cuenta de cuánto había
extrañado a su futura esposa. Había estado tan ocupado investigando la
misteriosa desaparición de uno de sus vampiros que no debería haber tenido
tiempo para esos pensamientos caprichosos. Sin embargo, Angelica rondaba sus
pensamientos con su sonrisa pícara, sus ojos gitanos y sus comentarios
irreverentes.
–Tengo algo que decirle, Su Excelencia –dijo Angelica en cuanto se
encontraron a solas en el salón por los cinco minutos establecidos.
–¿Eh? –Ian intentó ocultar su diversión ante su comportamiento serio,
mientras se preguntaba si era posible que se hubiera puesto más hermosa en el
corto tiempo que había estado alejada de él.
Ella enderezó los hombros y levantó la barbilla. –Quiero que sepas que estoy
de acuerdo con el compromiso y que me casaré contigo.
El duque no pudo reprimir una carcajada ante su conducta majestuosa. –
Bueno, ciertamente espero que sí, pues nuestro compromiso ya estaba previsto.
Los contratos ya están redactados –Ian alzó la mano para acariciar su cabello de
seda, incapaz de resistirse a ella.
Angelica entrecerró los ojos y se levantó del asiento. –Quiero que sepa, Su
Excelencia, que no estaba previsto. De hecho, ¡no me iba a casar contigo! Estaba
haciendo todo lo posible para no encadenarme a ti, ¡y me iba a escapar de casa!
Ian apretó la mandíbula. Había esperado disipar en ella la idea de que era un
monstruo, pero al parecer había salido peor de lo que había imaginado.
–¿Y adónde ibas a huir exactamente? –preguntó con frialdad, reacio a admitir
el dolor que le oprimía el pecho.
Angelica no se inmutó ante su tono. Sus faldas susurraron mientras paseaba
por la habitación. –Iba a usar el dinero que gané con mis historias para rentar un
piso en cualquier lugar de la ciudad y mantenerme escribiendo historias cortas
hasta que terminara una novela. Escuché que la mujer que escribió Orgullo y
Prejuicio ganó ciento cuarenta libras.
–Eso no te alcanzaría para comprar tus lindos vestidos –se burló él
poniéndose de peor humor por su ignorancia y su ingratitud.
–¡Los vestidos se pueden ir al diablo! –replicó con las mejillas rojas de
indignación. Miró su vestido de ópera de un pálido azul satinado como si la
ofendiera la elegancia que adornaba su exquisita figura. –Además, debo decir que
no son un atuendo práctico para un escritor.
La forma en la que Angelica hablaba sobre vivir en la miseria y someterse a los
sórdidos peligros de Londres antes que convertirse en su Duquesa le hizo apretar
de rabia los puños. ¿De verdad ella pensaba que él era peor que la misma muerte?
¿O realmente era tan ingenua?
–¿Qué obra vamos a ver? –preguntó ella en un evidente intento de cambiar
de tema.
Ian no pretendía dejarla que se saliera con la suya tan fácilmente. Tuvo una
descarga de inspiración. Oh, la llevaría ciertamente a una “obra”.
–Algo trágico y lastimoso –respondió con una sonrisa perversa. Era hora de
que su prometida probara un bocado de la realidad. –Creo que te afectará
bastante.
Angelica entrecerró los ojos con recelo ante su tono pero asintió mostrando
como siempre su carácter indómito. –Buscaré mi capa.
–Ponte un par de botas cómodas también –dijo Ian con el corazón lleno de
amargura. Le enseñaría algo que era peor que la muerte.

***

Angelica le echó una mirada al duque, nerviosa por su comportamiento frío.


Estaba enfadado por algo. Sus ojos echaban chispas y tenía los dientes tan
apretados que se le veía latir una vena en la mandíbula. Sintió escalofríos. Le
parecía que estaba encerrada en una jaula con un lobo hambriento. Levantó la
cortina y miró por la ventanilla del coche.
–La zona del teatro es en la dirección opuesta –dijo con la voz llena de alarma.
–¿Adónde me llevas? –no iría a morderla, ¿verdad?
Él sonrió pero sus ojos permanecieron glaciales. –Quiero mostrarte algo.
Al momento, un olor asqueroso comenzó a inundar el carruaje. Angelica
arrugó la nariz. –¿Qué es ese hedor espantoso?
–La humanidad –el coche se detuvo y el novio le extendió la mano para
ayudarla a bajar. El conductor miró la miseria de los alrededores y movió las aletas
de la nariz con desaprobación.
–Dale dos vueltas a la manzana, saca tu pistola y tenla lista –ordenó Ian antes
de tomar a Angelica por el brazo y alejarse con ella del coche.
Estaban en algún lugar en las afueras de Soho. Angelica se colgó de su brazo
con una mano y con la otra apretó un pañuelo contra su nariz. El olor maloliente
del lugar era insoportable. Sus botas chapoteaban de forma nauseabunda en las
calles llenas de surcos y cubiertas por un lodazal de fango y excrementos.
Incluso a estas horas de la noche, las calles estaban llenas de gente. Mujeres
con escasa ropa y la cara cubierta de coloretes y llagas, les hacían señas a los
hombres desde la entrada de edificios destartalados y callejones torcidos. Algunas
incluso se levantaban las faldas y hacían lascivas invitaciones que Angelica solo
entendía a medias. Niños descalzos y con la nariz llena de moco correteaban
detrás de las ratas. Incluso había gente tirada en las cloacas. Angelica no podía
decir si estaban borrachos, muertos o dormidos.
Cerca de ellos, uno de los cuerpos se incorporó de repente. –¿Me daría una o
dos monedas, mi lady? Por favor, tenga piedad de un moribundo –se agarró del
bajo de su vestido con dedos mugrientos y Angelica pudo oler su aliento rancio a
través del pañuelo. Su nariz no era más que un agujero de carne podrida.
Rebuscó en su cartera y le arrojó veintiún chelines, tratando de no gritar del
asco. Sin darse cuenta, sus ojos se volvieron hacia las prostitutas. Por lo que había
escuchado de los sirvientes, sabía que estas mujeres se ganaban la vida
satisfaciendo los deseos más viles de los hombres, sin importar cuáles fueran. Las
que veía ahora se veían lastimosas y desmejoradas. Angelica bajó la vista a sus
ropas elegantes y se estremeció.
¡He sido una tonta consentida!, el estómago se le revolvió de repulsión hacia
sí misma. Mírame aquí, dando una pataleta infantil para escapar del matrimonio
con un apuesto hombre, nada menos que un hombre apuesto y con título, y de una
vida de lujos y comodidades. Y estas mujeres que se están muriendo de hambre
tienen que degradarse cada noche solo para subsistir.
–Dime, Angelica –dijo Ian fríamente mientras se apoyaba en su bastón
enjoyado. –¿Prefieres esta miseria antes que casarte con un monstruo?
–¡No! –gritó atragantándose con la palabra al darse cuenta de lo que él estaba
haciendo. Oh, Dios. Le hice daño. Piensa que le tengo miedo. De eso se trata todo
esto. –Ian, no eres un monstruo –y se acercó a él para probar la veracidad de sus
palabras.
Él cerró los ojos mientras asimilaba sus palabras. –¿Entonces por qué tenías
miedo a casarte conmigo, si no es por temor a lo que soy?
Angelica asió las mangas de su abrigo y levantó la vista hacia él, deseando con
todas sus fuerzas que pudiera ver la verdad reflejada en sus ojos. –No tenía miedo
de lo que eres en lo absoluto. Bueno, tenía miedo, pero porque eres un hombre.
Estaba aterrada ante la idea de perder mi libertad.
La mirada de Ian se llenó de dudas y confusión, pero hubo un destello de algo
más. ¿Sería de esperanza? –¿Qué quieres decir?
Angelica respiró hondo y le explicó. –Mi madre me dijo que un hombre nunca
aprobaría que su esposa escribiera novelas góticas. Pensé que no soportaría el
tener que renunciar a escribir, y mucho menos a ser un objeto decorativo colgado
de tu brazo y ser la perfecta “anfitriona”. Además –añadió entrecerrando los ojos.
–Me he leído La Sílfide y sé lo miserable que puede ser la vida de una duquesa.
El duque se le quedó mirando con una expresión indescifrable en el rostro
mientras ella luchaba para no perderse en sus relucientes ojos plateados. –¿Qué
te hizo cambiar de parecer?
La chica titubeó mirando los viscosos adoquines bajo sus pies. –Bueno, mi
familia me ha convencido de que mi deber es casarme, y nuestro compromiso ha
limado las asperezas entre mi abuelo y mis padres. Y bueno… en verdad casarme
contigo no es peor que la muerte.
–¿De verdad? –preguntó él enarcando una ceja.
–Oh, sí. De hecho, eres muy apuesto y… –tuvo que resistir la urgencia de
cubrirse con las manos las mejillas encendidas. –¡Eres bastante agradable!
El rostro de Ian se iluminó con esa tierna sonrisa que le encantaba. –Oh,
Ángel, en realidad tendrás más libertad conmigo de la que has tenido en tu casa.
Después de todo, una duquesa puede hacer lo que le plazca.
–¿Incluso escribir? –aventuró ella con esperanza.
Él asintió y le acarició la mejilla. –Incluso escribir.
Un sentimiento placentero le recorrió todo el cuerpo de pies a cabeza, hasta
que vio una enorme rata que pasó corriendo junto a ellos y se acordó de otra cosa.
–En ese caso, Su Excelencia, ¿puedo pedir un regalo de bodas?
–Lo que sea –respondió indulgente.
–¿Puedo tener un gato? –dijo sonriendo al enunciar un deseo que se le había
negado por mucho tiempo. Su madre nunca permitiría animales en la casa.
–¿Un gato? –el duque se rió ante la extraña petición. –¿Seguro que no
prefieres un perrito faldero como las demás damas? –dijo sonriente con voz
socarrona. –¿O quizás disfrutarías tener un mono como esos que tenían las
matronas más excéntricas?
–Claro que no –replicó con mofa. –Los perros son inútiles y el lugar de los
monos está en la jungla. En tu casa hay ratas. ¡La que me asustó cuando tropecé
en la escalera era enorme! Además, mamá nunca me dejó tener ninguna mascota,
y voy a estar muy sola durante el día cuando tú estés… dormido.
–Muy bien, un felino será, y cualquier otra cosa que desee tu corazón –la
tomó del brazo y la atrajo hacia él. –Vayámonos ahora. Siento haberte traído aquí.
–Oh, no, por favor, no lo sientas –protestó Angelica colgándose de su brazo. –
Siempre supe que Londres tenía zonas desagradables, pero no tenía la menor idea
de cuán terrible era. Me has abierto los ojos, Su Excelencia. Me temo que muchos
otros no están al corriente de las lamentables condiciones de vida que hay aquí.
Quizás pueda escribir varios artículos sobre este tema. Creo que regresaré y
juntaré más información sobre este tipo de áreas de la ciudad.
–Siempre y cuando no vengas sola nunca –su tono era severo. –Hacer una
tontería como esa sería extremadamente peligroso. En verdad nunca debí haberte
traído. No estaba pensando con claridad.
Angelica disimuló una sonrisa. Parecía que él se preocupaba realmente por
ella. –¿Y si me pongo un disfraz? –preguntó burlona.
–Nada de disfraces –replicó con rudeza. –Después de todo, no te protegieron
de mí.
–Sí, Su Excelencia –dijo con solemnidad.
Ian se acercó y le acarició el pelo. –Llámame Ian, por favor.
El corazón se le enterneció al escuchar la suavidad de su tono. –Muy bien…
Ian. ¿Podemos irnos a casa ahora? –la humedad de su vestido parecía filtrársele
hasta los huesos y sintió un escalofrío.
Una expresión de culpabilidad volvió a atravesar el rostro del duque antes de
que lograra sonreírle ligeramente. –Por supuesto, mi Ángel.
Angelica suspiró y se recostó en él mientras se dirigían de vuelta al coche.
Algunos pasos resonaron a sus espaldas, pero apenas les prestó atención.
Entonces Ian se detuvo repentinamente.
–¡Polidori! –rugió y la apartó de un empujón con tanta fuerza que casi la
arrojó al suelo.
Su abrupto cambio de humor la dejó en shock. –Ian, qué…
Pero el duque no la escuchaba. Estaba mirando fijamente a un apuesto
italiano que había entrado dando tropezones en la plaza.
¿Sería este el Polidori que había escrito el cuento “El Vampiro”? Angelica no
tuvo tiempo de preguntar, ya que Polidori fijó sus negros ojos en la mirada
ardiente de Ian y enseguida los abrió desmesuradamente al verlo sacar los
colmillos. Polidori se dio la vuelta y huyó, y el duque salió corriendo tras de él. Su
bastón cayó al suelo con un ruido y allí quedó olvidado.
Angelica miraba estupefacta como el duque perdía su habitual compostura y
doblaba la esquina corriendo como un loco.
–Oh-jo, ¡es nuestro día de suerte! –dijo alguien riendo a sus espaldas y sintió
que la agarraban.
Mientras forcejeaba con el que la había capturado, otro hombre desaliñado
emergió de las sombras. Su sonrisa desdentada la heló hasta la médula. Era la
misma sonrisa de los niños pequeños mientras le arrancaban las alas a las
mariposas. Una rápida mirada a la calle vacía le confirmó que el carruaje no había
llegado aún. No solo eso, sino que la plazoleta se había quedado repentinamente
desierta, como si todo el mundo la hubiera dejado a su suerte.
–Sí, veo que el gobernador ha dejado esta preciosidad para nosotros –el
hombre de mala facha extendió sus manos asquerosas hacia su corpiño.
El hombre que la sostenía la echó hacia atrás. –¡Me toca a mí primero! –
gruñó.
Angelica respiró su hedor agrio y se le saltaron las lágrimas. No iba a quedarse
a averiguar lo que estos rufianes le tenían preparado. Levantó la rodilla y comenzó
a dar patadas atrás y adelante hasta que le acertó un golpe en la entrepierna con
la bota.
El tipo la soltó de inmediato dejando escapar el aliento con un chillido
lastimoso. Angelica echó a correr. Las faldas se le enredaron en las botas y cayó de
cara contra la inmundicia de la calle. Un enorme rubí destelló cerca de ella
envuelto en el lodo. Angelica abrió los ojos, desconcertada, hasta que vio la
extensión de madera pulida a la cual estaba fijada la joya.
–Me parece que es mi turno ahora –dijo riendo el otro hombre mientras se
acercaba a ella y comenzaba a desabrocharse los mugrientos pantalones. –Me
gusta cuando se resisten, es más excitante.
Angelica agarró el bastón de Ian y se puso de pie rápidamente mientras un
grito de furia emergía de su garganta.

***

Ian logró agarrar el brazo de Polidori en el mismo momento en que escuchó el


grito de Angelica. Todas las ideas de interrogar al escritor se desvanecieron. ¿En
qué había estado pensando?
–Otro día, Doctor –dijo y lo soltó.
Ahogándose de culpa y miedo, regresó corriendo a la cuadra donde había
dejado a su prometida.
Tomó una bocanada de aliento cuando vio la escena ante sus ojos. Había un
hombre tirado sobre el suelo con una herida a un lado de la cabeza de la cual
manaba sangre. Angelica se defendía de otro usando el bastón de Ian, ajena al
lodo que se escurría de su pelo y su rostro. Al parecer no había descubierto que el
bastón guardaba una espada en el interior, ya que solo estaba aporreando al
hombre con el pedazo de madera. Se sintió dividido entre la admiración que sentía
por su coraje y un sentimiento de culpa por haberla puesto en peligro. Su instinto
protector llegó a un nivel frenético y el olor a sangre le hizo cosquillas en la nariz.
Con un rugido, agarró al atacante y le hundió los colmillos en la garganta.
Por primera vez en casi dos siglos, Ian había sentido la urgencia de matar, al
leer en el hombre las intenciones de violar a su prometida. Con un gruñido se dio
cuenta de que ella lo estaba viendo todo y soltó al hombre. Angelica lo miraba
fijamente con los ojos muy abiertos y en silencio. Se limpió el fango de la mejilla,
ensuciándose el guante de satín. Respiraba pesadamente por el esfuerzo y seguía
apretando con fuerza el bastón.
–Siento mucho que hayas tenido que ver esto –dijo Ian y se acercó a ella
buscando en su rostro cualquier expresión de asco. Se volvió a maldecir por
haberla puesto en peligro.
–Solo me alegro de que esos hombres no… –y dejó de hablar mientras Ian
sacaba su pañuelo para limpiarle el resto del lodo de la cara. –¿Lo mataste?
Ian alzó una ceja sorprendido por su tono casual. ¿Alguna vez dejarás de
sorprenderme? –No. Solo está inconsciente –no quiso decirle que con la cantidad
de sangre que había bebido de él, junto a la pobre salud del hombre, no era
probable que el bastardo sobreviviera la noche. –Ahora vamos, mi chica
sanguinaria. Tenemos que irnos de aquí y fabricar una historia que complazca a tu
madre para justificar todo el desastre de tu ropa y tu persona en general.
Una vez que estuvieron dentro del carruaje, Angelica preguntó. –¿Era en
realidad John Polidori a quién estabas persiguiendo?
Ian suspiró ante su entusiasmo. Debería estar reprendiéndolo por haberla
abandonado. –Sí.
Se inclinó hacia él con los ojos brillándole de fascinación. –¿Por qué lo estabas
persiguiendo?
–Me debe algunas explicaciones sobre sus escritos –respondió el duque
pacientemente, aunque ya se estaba hartando del tema.
La chica se mordió el labio inferior. –Espero que lo atrapes la próxima vez. Me
gustaría mucho conocerlo. Pienso que es un excelente escritor.
Ian se rió. –Me temía que pensaras eso.
Por dentro estaba furioso consigo mismo. La persecución de Polidori había
puesto a Angelica en peligro. Quizás debería cancelar la búsqueda y dejar al
hombre en paz. Después de todo, ahora que iba a casarse, su reputación se
salvaría. Hizo una pausa y miró por la ventana. Por otro lado, Rosetta vivía cerca.
Una vez que dejara a su futura duquesa en la casa, bien podía regresar y decirle a
Rosetta que intentara atrapar a Polidori.
Capítulo 15

–¡Dios mío! ¡Casi me atrapa! –dijo John jadeando, cerró la puerta de un golpe
y corrió escaleras abajo.
A Rosetta se le aceleró el corazón del susto. –¿Qué pasó, John? –se acercó a él
apresuradamente y comenzó a pasarle las manos por el cuerpo en busca de
alguna herida.
–Iba caminando por la plaza y un vampiro me vio –John se detuvo para tomar
aliento y Rosetta se quedó esperando con ansiedad. –Sabía mi nombre, y se le veía
en los ojos que me perseguía para matarme. El desgraciado me agarró y pensé que
ese era el final, pero entonces se oyó el grito de una mujer y me soltó para
regresar a donde estaba ella –agarró una botella de vino y comenzó a servirse una
copa con manos temblorosas.
Rosetta sintió que se le helaba el corazón de miedo por su amado. –¿Cómo
era él? –si el vampiro que había perseguido a John era uno de los informantes del
duque, podía vérselas con él, pero si era el duque en persona, el peligro se había
multiplicado por diez.
Polidori se paseó por la habitación como un gato nervioso, derramando vino
sobre los bordes de la copa. –Era alto, estaba bien vestido y tenía unos ojos
plateados muy inquietantes. Hubiera jurado que brillaban.
–¡Oh, Dios! –gritó Rosetta y tomó a John entre sus brazos. –Entonces era el
Duque de Burnrath, el Lord Vampiro de Londres. ¿Te siguió?
John sacudió la cabeza. –No, estoy seguro que no. Estaba muy preocupado
por la mujer que había gritado.
–¿Qué mujer? –preguntó Rosetta. Había escuchado que Su Excelencia iba a
casarse con una mortal, pero no había creído los rumores hasta que vio el anuncio
en el Times. Pero seguramente no traería a su prometida a esta parte de la ciudad.
–No sé quién era. No la vi, pero Dios, sí que gritó alto –John se estremeció con
los ojos llenos de compasión. –Creo que la estaban atacando. Pero estoy seguro
de que no me siguió –repitió.
Rosetta se quedó poco convencida. –No quiero que vuelvas a salir de aquí
después del anochecer a menos que yo esté contigo. No es seguro.
–Pero, Rosetta, si te ve conmigo de seguro te matará por traicionarlo –dijo
John fijando su oscura mirada en la de ella con implacable voluntad.
Él tenía razón. Se pasó la mano por el pelo con nerviosismo. Odiaba el hecho
de que, en momentos como este, se sentía tan impotente como una mortal. Se le
humedecieron los ojos. –No importa, mientras estés a salvo tú, mi amor. No
podría soportar que te pasara algo. Y pareces olvidar que, para empezar, todo esto
es por culpa mía. Aun así, pelearé por ti si tengo que hacerlo.
Comenzó a temblar entre sus brazos y John secó las lágrimas de sus mejillas a
besos. –Oh, Rosetta, mi vengadora.
Rosetta comenzó a rozarle el cuello con los labios mientras le desabrochaba la
camisa, ansiosa de hacer el amor con él una vez más ya que cada una podría ser la
última.
Todas sus preocupaciones se esfumaron cuando sus cuerpos se fundieron en
uno solo. Ambos ansiaban que el abrazo pudiera durar eternamente.
–Te amo, Rosetta –susurró John mientras ella le hundía los colmillos en el
cuello.
De pronto hubo un toque enérgico en la puerta. El miedo la atravesó lo mismo
que los mortales rayos del sol. Rápidamente, Rosetta se levantó de la cama y se
echó por encima un ropón de dormir. Cerró las cortinas de la cama, le suplicó a
John con la mirada que guardara silencio y subió corriendo los escalones de piedra
mientras luchaba por arreglarse.
Sus miedos se confirmaron cuando abrió la puerta y vio al Lord de Londres
mirándola con una expresión avergonzada ante su apariencia desaliñada. Rosetta
decidió usar su incomodidad como una ventaja a su favor.
–Rosetta, siento terriblemente interrumpirte –dijo Ian con una tos incómoda.
–¿Qué pasa, mi Lord? –preguntó ella poniéndole a su voz la mezcla exacta de
humillación e impaciencia.
–John Polidori fue visto cerca de esta zona. Me gustaría que salieras a
buscarlo cuando acabes con tu… em… asunto. Hay otras cosas que requieren de
mi atención en este momento y apreciaría mucho tu ayuda –hizo una pausa y su
expresión se volvió más grave. –Y, por favor, mantén los ojos y los oídos alerta por
si aparece alguna señal de Blanche. Te acuerdas de ella, ¿verdad? Es bajita y tiene
el pelo largo y rubio claro. Vive cerca de Piccadilly. Aún no la he encontrado y
estoy comenzando a pensar lo peor.
Un sentimiento de culpabilidad la inundó a raíz del alivio que le causaba la
desaparición de otro vampiro, ya que creaba una distracción conveniente para
ella. Se inclinó ante él dócilmente y respondió. –Por supuesto, mi Lord –y se dio la
vuelta para meterse dentro.
–Rosetta, dime algo –la voz del duque resonó como un eco a sus espaldas.
Rosetta se puso tensa. –No es con Thomas con quien te estás entreteniendo, ¿no?
–su voz tenía un deje divertido.
–No, mi Lord –respondió con toda honestidad y reprimió una risita. ¡Cómo si
fuera a poner en peligro su posición por involucrarse con el enemigo!
Ian se rió. –Muy bien, te dejo con tus secretos. Asegúrate de informarme si
encuentras algo –se dio la vuelta para marcharse y el corazón de Rosetta comenzó
a calmarse. Entonces se volvió de nuevo. –Tal vez Polidori tiene algo que ver con la
desaparición de Blanche.
–¡Oh, no, mi Lord! –replicó Rosetta con excesiva rapidez. –Eso es… Blanche
siempre me pareció del tipo infeliz y silencioso. Quizás ella decidió terminar con su
existencia. Sé que es algo terrible de pensar, pero estoy segura de que es una
explicación mucho más razonable que cualquiera otra.
El duque asintió. –Tal vez tengas razón, aunque esa idea me causa dolor –sacó
el reloj del bolsillo y frunció el ceño. –Debo irme ya. Gracias por tu vigilancia.
Rosetta le hizo una mansa reverencia. –Sí, mi Lord.
Cuando se fue, Rosetta se desplomó contra el marco de la puerta. Algo debía
hacerse con Su Excelencia. Tal como iban las cosas, era seguro que iba a descubrir
su engaño cualquier noche de estas. Desafortunadamente, la única forma de
deshacerse de él era entregar a Polidori, o matarlo. Pensó en huir de Londres,
incluso de Inglaterra, pero enseguida desechó la idea. Burnrath simplemente
informaría al Consejo y ellos pondrían una orden de búsqueda por todo el mundo.
–Era él, ¿verdad? –murmuró John en voz alta desde la habitación.
–Sí, pero ya se fue. No creo que sospeche que estás aquí –una vez más
Rosetta se sintió invadida por la vergüenza de haberle mentido a su maestro.
Se sirvió un vaso de vino y le dio un sorbo pensativamente. Su traición estaba
tejiendo una trampa cada vez más apretada, una que la atraparía entre sus fauces
en cualquier momento.
Rosetta no era lo suficientemente poderosa como para matar al Lord de
Londres, e incluso si lo fuera, no sabía si sería capaz de perpetrar un crimen tan
terrible. Pero era capaz de hacer cualquier cosa por John. Su mente se aceleró
mientras tomaba ideas en consideración y luego las descartaba. Tenía que hacer
algo, ¿pero qué?
Capítulo 16

Las últimas tres semanas del compromiso volaron más rápido que el ruiseñor
de Keats10. La madre de Angelica estaba en las nubes con el regocijo de preparar
las invitaciones de boda. Chachareaba sin cesar con Angelica mientras estudiaba
minuciosamente la lista de invitados con los anteojos de leer enganchados en la
nariz. Había tenido éxito en su campaña para casar a su hija y su alegría brillaba
ante el mundo.
Angelica estaba entre divertida y aliviada de que todo el fastidio se hubiera
aplacado un poco. Pero ahora que su madre había cumplido su objetivo y ella se
mudaría con el Duque, ¿qué haría Margaret con el resto de su vida? Este
pensamiento le provocaba a Angelica un tremendo desasosiego.
–Oh, Dios, casi olvido a los Wheatons –dijo su madre interrumpiendo sus
cavilaciones. –Están emparentados con el Primer Ministro y no podemos
arriesgarnos a ofenderlos. Margaret sacó una tarjeta de invitación negra con el
membrete en relieve de plata; los colores de los Burnrath, la abrió y mojó su
pluma en tinta plateada.
Angelica contempló a su madre, felizmente enfrascada en su trabajo y una
aterradora sospecha se apoderó de ella. –Madre, ¿qué planeas hacer cuando me
vaya?
–¿Qué quieres decir, querida? –preguntó Margaret. –No te vas tan lejos. Te
visitaré a menudo. Después de todo, todavía vas a necesitar mi ayuda para
planificar los bailes y otras actividades por el estilo. Y habrá que pensar también
en los nietos, por supuesto. ¡Vaya, si será como si nunca te hubieras ido!
–Ya veo –dijo Angelica llenándose de horror. ¿Cómo se las iba a arreglar para
escribir nada con su madre molestándola constantemente? Y ni hablar del sermón
que vendría cuando fallara en quedar embarazada.
10
John Keats fue un poeta británico del Romanticismo. Hace referencia a su obra
Oda a un ruiseñor.
Margaret enarcó una ceja. –Veo que la idea no te encanta precisamente –dijo
con sequedad. Entonces suavizó la voz. –Sé que nosotras nunca hemos coincidido,
pero tienes que saber que te quiero. Después de todo, eres mi única hija y me
temo que me rompería el corazón que nos distanciáramos después de tu boda.
Espero que, de corazón, puedas permitirme seguir siendo una parte de tu vida y
quizás ofrecerte mi ayuda y mis consejos cuando los necesites. Prometo intentar
no presionarte demasiado.
Angelica parpadeó confusa ante el discurso apasionado; e inesperado, de su
madre. Estaba comenzando a reconocer que todos sus desacuerdos no eran
completamente culpa de Margaret. Cuando su madre decía “negro”, decir
“blanco” era casi un acto reflejo para ella. Un impulso infantil, se dio cuenta con
desagrado, y ahora ya era tiempo de que madurara. Después de todo, muy pronto
iba a ser una duquesa. Sabía que nunca iban a estar de acuerdo en muchas cosas,
pero lo menos que podía hacer, era esforzarse por ser transigente.
–Por supuesto, mamá –murmuró Angelica. –Me gustaría mucho que me
visitaras. Y… –añadió mirándose el regazo. –Lamento no haber sido una hija más
normal para ti.
Margaret sonrió y le abrió los brazos. Ella corrió a abrazarla, con el corazón
liviano por la reconciliación. Estaba segura de que seguirían discutiendo, pero al
menos se habían vuelto más unidas.
–Ahora –dijo su madre mientras se limpiaba una lágrima. –Debo volver al
trabajo, de otro modo no habrá ningún invitado en la boda –volvió a tomar la
pluma y le echó una mirada a su hija. –Casi olvido preguntarte, ¿hay alguien en
particular que quieras invitar?
–Yo no tengo amigos –dijo mirando al suelo. Nunca había tenido nada en
común con ninguna chica de su edad. Prefería los gatos antes que los caballos y los
libros antes que la moda. Por culpa del distanciamiento entre su madre y el Conde
de Pendlebur, se pasaban casi todos los veranos en la ciudad en vez de pasarlos en
el campo con el resto de la aristocracia, lo que contribuía aún más a su
aislamiento.
Su madre suspiró. –Bueno, quizás podemos invitar a las hijas de algunos de
mis conocidos.
Angelica frunció el ceño ante la idea de que un grupo de chicas insípidas que
apenas conocía asistieran a un evento tan importante de su vida. Se le ocurrió una
idea que la hizo sonreír. –Creo que sería una maravillosa idea invitar a algunas de
las sobrinas de papá. No he visto a mis primas Winthrop desde que era una niña –
intentó que la voz no le saliera acusadora. Su madre siempre había limitado el
contacto con la familia de su padre ya que pensaba que estaba por encima de
ellos.
–Pero cariño, son del montón –dijo Margaret sin ocultar el tono despectivo en
su voz.
–Son familia –insistió Angelica. –Además, quizás pudieran conocer caballeros
disponibles en la fiesta. Y esta es mi boda.
–Muy bien –su madre puso a un lado los anteojos. –Quizás transmita el
mensaje de que no conviene ofender a la Duquesa de Burnrath. Pero al menos
invita a una dama de la Sociedad. Escuché que el duque invitó al Duque de
Wentworth. Invitar a su esposa sería una sabia decisión.
–Es una idea brillante, madre –dijo Angelica y lo decía en serio. No había
olvidado la amabilidad que les habían mostrado los Wentworths aquella fatídica
noche en el baile de los Cavendish.

***

La Iglesia de Saint George estaba atestada de gente. Prácticamente cada


miembro de la alta sociedad había ido a presenciar el histórico matrimonio entre
el Duque de Burnrath y la señorita Angelica Winthrop, nieta del Conde de
Pendlebur. El evento parecía dar más de qué hablar que la reciente muerte de
Napoleón Bonaparte. La calle George estaba llena de carruajes, con sus faroles
brillando en la oscuridad como estrellas y las patas de los caballos envueltas en la
niebla como si las criaturas estuvieran colgadas de las nubes. Angelica le echó otra
mirada a la mágica escena antes de volver a mirarse en el espejo.
El vestido de novia de seda color marfil estaba recubierto de encajes con
lentejuelas de oro, convirtiéndola en todo un espectáculo de elegancia pero
haciéndola lucir a la vez inocente y etérea. Una novia digna de un duque, pensó
con una sonrisa sardónica y reprimió el impulso de levantar la nariz en una
burlona imitación de su madre. Margaret se arrodilló delante de ella y jugueteó
con el arreglo de la falda del vestido.
Angelica se retorció con impaciencia. –Mamá, por favor, deja de juguetear
con mi vestido. Ya todos los invitados están aquí, y si no llego pronto al altar, el
duque pensará que lo he dejado plantado.
Margaret se detuvo un momento antes de volver a su frenética tarea. –Solo
déjame ajustarte el velo.
Angelica reprimió una maldición. –Honestamente, no sé por qué tengo que
ponerme esta cosa ridícula. La maldita tela me da picazón, y no puedo ver bien a
través de ella.
–El velo es lo último en la moda de París, y mi hija no se quedará por detrás –
su madre era implacable.
–No estamos en París –rezongó Angelica entre dientes mientras su madre la
zarandeaba otro poco antes de ponerle en las manos un ramo de rosas blancas y
flores de azahar.
–Mírate, una perfecta duquesa –los ojos se le humedecieron. –Este día es
mejor de lo que había imaginado. ¡Estoy tan orgullosa de ti!
Su padre entró a la habitación y cerró la puerta suavemente detrás de él. –Es
hora de que acompañe a la novia al altar –su voz era tan baja por respeto a la
solemnidad del lugar que resultaba casi cómica.
–Ya casi terminamos aquí –dijo su madre con una sonrisa nostálgica. –Se ve
encantadora, ¿verdad?
Su padre la miró con los ojos brillándole llenos de amor. –Eres la novia más
hermosa que alguna vez he visto… aparte de tu madre, claro –añadió y Margaret
hizo un ruidito de satisfacción.
–Gracias, papá –dijo Angelica sonriendo abiertamente y enjugándose una
lágrima mientras miraba a sus padres felices. –Los voy a extrañar a los dos.
Sentía un nudo en la garganta al ver su evidente felicidad. Mientras tomaba el
brazo de su padre y se preparaba para caminar hasta el altar, su madre le recordó:
–No olvides lo que te dije sobre esta noche.
¿Cómo podría? Pensó Angelica mientras le volvía a la mente la charla que le
había dado su madre sobre la noche de bodas y el lecho matrimonial.
–Será increíblemente doloroso la primera vez, cariño –le había dicho su
madre. –Y puede ser que sangres. Pero debes someterte a él sin quejarte hasta
que te embaraces con su heredero. Después de eso, te dejará tranquila la mayor
parte del tiempo y satisfará sus viles deseos con una amante.
Angelica no quería someterse a algo que la hiciera sangrar, pero tenía el
presentimiento de que esos “viles deseos” involucraban besos. La idea de los
labios de Ian sobre la boca de otra mujer le daba deseos de gritar. Gracias a Dios
que Ian no puede darme hijos. Eso significa que no tendré que pasar por esa
desagradable situación. Además, en ese caso, él tampoco tendrá necesidad de
ninguna amante.
Angelica caminó hacia el altar del brazo de su padre, tratando de lucir
orgullosa y segura de sí misma. El olor de la cera de las velas, el incienso, las flores
y los cuerpos demasiado perfumados, creaba unos miasmas empalagosos que
hacían dificultosa la respiración. O quizás era solo su nerviosismo lo que la
abrumaba. Todos la miraban fijamente, y sus murmullos estremecían las vigas del
techo.
Buscó confort en su abuelo, el Conde de Pendlebur, que les sonreía
aprobadoramente a ella y a su padre. Los dos hombres habían sido corteses el uno
con el otro hoy, y tenía motivos para pensar que el conde por fin aceptaría a su
yerno. Apisonó la rabia por las crueles amenazas de su abuelo, hoy no era un día
para sentimientos desagradables, y haría su mejor esfuerzo por ser amable con él.
Entre la muchedumbre había algunas caras desconocidas, y se preguntó si
algunos de los compañeros vampiros de Ian habían venido a la ceremonia. La idea
de vampiros dentro de una iglesia le hicieron sofocar una risita. Ansiaba contarle
eso al tal Polidori si alguna vez tenía la oportunidad de conocerlo. Angelica respiró
hondo y decidió concentrarse en poner un pie delante del otro y hacer su mejor
esfuerzo para no aplastar el ramo que agarraba nerviosamente.
Sus ojos se fijaron sobre Ian que esperaba en el altar con una sonrisa. Se veía
tan apuesto y peligroso que las rodillas le temblaron debajo de las faldas. Cuando
su padre depositó su mano sobre la de Ian, sintió una corriente eléctrica
serpentear entre ambos. Él le hizo saber con un parpadeo casi imperceptible que
también la había sentido.
El cura comenzó a hablar monótonamente, pero Angelica apenas lo
escuchaba. Lo estoy haciendo. ¡En serio me estoy casando con un vampiro! Se
preguntó si él la transformaría en vampiro también. Demasiado tarde, se dio
cuenta de que nunca había abordado el tema ya que estaba muy ocupada
tratando de evitar el matrimonio. La idea de beber sangre no le agradaba, pero la
idea de vivir para siempre con un hombre como Ian a su lado, hacía que todo
valiera la pena. Y cuando él pronunció sus votos y juró honrarla y respetarla, sintió
una oleada de cariño estremecerla hasta los pies. Le sonrió y recitó también sus
votos, aunque tartamudeó un poco en la palabra “obedecer”.
Ian le deslizó una alianza de oro en el dedo anular. –Con este anillo, te
desposo. Con mi cuerpo, te honro; y te doto de todas mis posesiones.
Angelica sintió el corazón bailarle ante su voz afectuosa.
Después de lo que pareció una eternidad, fueron declarados marido y mujer.
Ahogados gritos de asombro resonaron en la audiencia mientras Ian la besaba con
tanta pasión que Angelica temió que le prendiera fuego a la iglesia. El duque
levantó la cabeza y se volvió de cara a la multitud. –Les presento a Lady Angelica
Ashton, Duquesa de Burnrath.
Mientras salían de la iglesia los vítores eran ensordecedores. Las
especulaciones caprichosas de la Sociedad se inclinaron a creer en un casamiento
por amor, ya que todos los ojos habían examinado su vientre en busca de algún
bulto acusador que revelara que Angelica había sido físicamente comprometida,
pero no habían encontrado ninguno. Además, se veía tan inocente en su virginal
vestido blanco, que solo las almas más endurecidas podrían pensar que no era una
jovencita virtuosa.
No obstante, la adoración en los ojos del duque y la inesperada pasión de su
beso, llevaron a los invitados a estar de acuerdo en que el duque y su nueva
duquesa estaban escandalosamente enamorados. Aun así, unos cuantos
apasionados creyentes del cuento de Polidori se preguntaban si la nueva duquesa
sobreviviría a la noche. A pesar de la atmósfera sagrada de la iglesia, se hicieron
algunas apuestas.

***

Angelica apenas podía creer la transformación que había sufrido la mansión


Burnrath. El salón de baile estaba iluminado por lámparas de gas y los espejos de
marcos dorados resplandecían. No se veía ni una mota de polvo ni una sombra de
mal augurio. Los sirvientes marchaban majestuosamente de un lado a otro
llevando bandejas de plata con copas de champagne y entremeses. Los músicos
tocaban animadas melodías al ritmo de las cuales los invitados bailaban gustosos…
al menos, la mayoría de ellos.
Dos hombres estaban parados como pilares en lados opuestos del salón.
Angelica los reconoció de la boda, pero nunca los había visto antes de eso. El
primero era increíblemente alto, con el pelo largo hasta los hombros y plateado
como la luna. Contemplaba el júbilo como si tal alegría le fuera totalmente ajena, y
en sus tormentosos ojos de un color azul grisáceo se veía la misma traza de
soledad que podía ver a menudo en la mirada de Ian. ¿Sería otro vampiro?
El otro hombre tenía una exótica piel dorada y morena, y una melena negra y
larga hasta la cintura que hacía resaltar sus inquietantes ojos ambarinos. Sus
rasgos eran tan llamativos que le tomó un momento darse cuenta de que tenía el
lado izquierdo de la cara cubierto de cicatrices y que el brazo izquierdo le colgaba
de forma extraña, como si hubiera perdido su funcionalidad. Primero pensó que su
mala cara era por la rabia de no poder bailar, pero entonces siguió la línea de su
mirada y se dio cuenta que estaba mirando al otro hombre.
–¡No puedo creer que el Loco Deveril esté aquí! –dijo la Duquesa de
Wentworth en voz baja detrás de ella.
–¿Loco Deveril? –Angelica se volvió hacia ella asombrada. –¿A quién se refiere
usted, Su Excelencia?
La duquesa sonrió. –Por favor, llámame Jane, de lo contrario estaremos
diciendo Su Excelencia de aquí para allá toda la noche –levantó su abanico y
susurró. –Me refería al hombre que estabas mirando, el del pelo llamativo y los
ojos azules. Es mucho más atractivo de lo que me habían dicho, aunque
demasiado alto y delgado. No estarás pensando ya en tener una aventura,
¿verdad?
Angelica ahogó un grito de indignación. –¡Por supuesto que no! –por la risa de
Jane se dio cuenta de que solo le estaba gastando una broma. Volviendo la vista al
sujeto de la conversación, Angelica levantó también su abanico y susurró: –¿Es
verdad que está loco?
Jane asintió. –Aunque no de una forma peligrosa o entretenida. Por lo que
entiendo, simplemente lleva una vida de reclusión y apenas abandona su
propiedad en Cornwall. Debe ser muy apegado a tu esposo para haberle hecho
frente a la vida de Londres… o quizás estaba tan ansioso como el resto de nosotros
por ver la Casa Burnrath. Sabes, Su Excelencia nunca antes ha ofrecido
entretenimiento.
–Eso escuché –asintió Angelica sonriéndole a la duquesa mientras asimilaba la
información. Probablemente, el Loco Deveril también era un vampiro. Tendría que
preguntarle a Ian en cuanto tuviera oportunidad. ¿Y dónde estaba él, por cierto?
–He estado pidiendo a gritos ver el interior de este lugar –los ojos verdes de
Jane brillaron con ansiedad. –¡Aunque estas lámparas de gas me ponen nerviosa!
¿Y si una de ellas le prende fuego a la casa?
Angelica sintió una extraña punzada de irritación al escuchar a alguien
criticando su nuevo hogar. –Bueno, he leído en el Times que la Westminster Gas
Light and Coke Company prevé que estas lámparas estén en todos los hogares
dentro de veinte años.
–Qué interesante –y Jane cambió de tema como si hubiera sentido el tono
defensivo en su voz. –¿Entiendo que vivías cerca de aquí?
Angelica asintió, emocionada porque alguien compartiera su interés por esta
magnífica casa. –Sí. La Casa Burnrath también me tenía fascinada a mí –bajó la voz
a un susurro apenas audible. –Todavía no puedo creer que ahora sea mía.
Jane sonrió y se acomodó los rizos color caoba. –Y el resto de la sociedad
todavía no puede creer que Lord Burnrath sea tuyo –hizo una seña con la cabeza
hacia un grupo de debutantes que murmuraban y hacían muecas en su dirección.
Angelica frunció el ceño. Su madre le había hablado suficiente sobre el tema.
Seguramente las mujeres no le tenían tanta envidia. Sería una tragedia de ser así,
ya que esperaba hacer algunas amigas.
Volvió a mirar al hombre de las cicatrices. Tenía el ceño aún más fruncido. –
¿Quién es ese otro hombre? –y se cuidó de inclinar muy ligeramente la cabeza.
Jane se asomó por encima del borde de encaje de su abanico. –No estoy del
todo segura, pero creo que pueda ser el infame boxeador que Burnrath patrocina.
Solo se le conoce como “El Español”. Por la descripción es definitivamente él –la
duquesa meneó la cabeza. –No entiendo por qué Burnrath lo invitó. Con un solo
brazo no puede bailar.
–Pero aun así puede boxear, ¿no? –preguntó Angelica maliciosamente.
El Duque de Wentworth interrumpió la fascinante conversación haciéndole un
guiño a su esposa. –Has acaparado a la novia demasiado tiempo, mi Lady. Una
multitud de caballeros están esperando para bailar con esta hermosa criatura.
Y luego de eso, Angelica fue arrastrada hacia la pista de baile. Bailó con tantos
hombres que perdió la cuenta, y por primera vez en su vida, se divirtió en un baile.
Ya los hombres no bailaban con ella porque tenían interés en su dote. Ahora el
baile era un agradable entretenimiento. Unos cuantos le preguntaron sobre los
rumores de que Ian era un vampiro, pero ella se burló de ellos como si esa idea
fuera lo más absurdo que hubiera escuchado nunca. Rápidamente le echó una
mirada a Lord Deveril. Él le ofreció una media sonrisa e inclinó la cabeza como si
aprobara la forma en que había manejado la situación.
Sus primas Winthrop también rieron y bailaron, resplandecientes con sus
nuevos vestidos formales. La mitad de los jóvenes que habían asistido ya estaban
obviamente locos por las chicas con aspecto de gitanas. Angelica se tomó todo el
tiempo que pudo para volver a familiarizarse con ellas antes de ser arrastradas
todas a un nuevo baile. A medida que la noche avanzaba, los hombres
comenzaron a confundirse con la bebida y tratar de robarle besos. Angelica reía
mientras esquivaba y se inclinaba para eludir sus insinuaciones, su júbilo
potenciado por la sombría mala cara de su nuevo esposo.
–Ven, vamos a retirarnos –dijo Ian quitándole la copa de champagne de la
mano.
Angelica parpadeó asombrada. –¿Por qué? Es solo medianoche y los invitados
no parecen tener ganas de irse.
Ian sonrió. –Es nuestra noche de bodas. Se espera que subamos al dormitorio.
Los ojos se le iluminaron con entendimiento. –Oh, comprendo –seguramente
su reputación se vería afectada si la gente se enteraba que no podía tener hijos. –
¿Qué vamos a hacer allá arriba?
Ian frunció el ceño. –Tener nuestra noche de bodas, por supuesto.
Angelica lo miró confundida. Después de mirar a su alrededor y asegurarse de
que nadie los escuchaba, se puso en puntas de pie y le susurró al oído. –Pero
pensé que no eras capaz de darme hijos.
El duque parecía estar dividido entre la frustración y la risa. –Puede que no
sea capaz de embarazarte –le susurró junto al cuello haciéndola temblar. –Pero te
aseguro, mi duquesa, que soy perfectamente capaz de llevar a cabo el acto.
Temblando de miedo, Angelica cambió el tema. –¿Lord Deveril también es un
vampiro?
Él asintió con impaciencia. –Sí, es el Lord de Cornwall.
–¿Y el Español con las cicatrices? –pinchó.
–Es mi segundo al mando, y se quedará vigilando durante lo que queda de
baile –antes de que Angelica pudiera seguir haciéndole preguntas, la levantó en
brazos y se dirigió escaleras arriba con el acompañamiento de groseras risas y
comentarios procaces que ella solo entendía a medias.
Capítulo 17

La habitación era enorme y sobrecogedora, con sombras en las esquinas que


parecían invadir la cama de cuatro pilares. Liza estaba junto a ella terminando de
esparcir pétalos de rosas sobre la cobija. Todo el escenario parecía preparado para
un ritual de sacrificio. Angelica olvidó toda su curiosidad sobre los otros vampiros
cuando la inminente consumación de su matrimonio se cernió sobre ella con
descarnada claridad.
–Estoy lista para ayudarla a prepararse para la cama, Su Excelencia –su
doncella se sonrojó y condujo a Angelica a través de una puerta adyacente.
–Espero que la trate con gentileza, realmente espero que sí –dijo Liza, la
despojó de su traje de novia y la ayudó a ponerse un vestidito vaporoso de satín
blanco. –¡Al menos le queda el consuelo de que le dará unos niños hermosos!
Angelica se estremeció. No, no me queda ningún consuelo. Lo que él me va a
hacer no me va a consolar en lo absoluto.
Liza se marchó y Angelica cruzó la habitación con rodillas temblorosas para
unirse a su esposo vampiro. Estaba de espaldas a ella mientras miraba la
chimenea. La titilante luz naranja arrojaba siniestras sombras sobre la pared.
–Aquí estoy, Su Excelencia –dijo alzando la barbilla y rezando para que él no
notara el miedo en su voz.
Ian se dio la vuelta con los ojos ardiendo hambrientos ante la visión de ella en
el camisón casi transparente. –Dios mío –suspiró.
A pesar de su terror, Angelica no pudo reprimir una risita. –No creí que los
vampiros hablaran mucho sobre Dios –él le sonrió levemente sin que disminuyera
su mirada intensa, y ella se puso seria.
–Luces como los serafines por los que fuiste nombrada, Ángel –su voz sonaba
ronca. –Ven aquí.
Angelica no pudo evitar dar un paso atrás lejos de él. –¿Qué me vas a hacer? –
¿cuánto le dolería?
–Te voy a hacer el amor –Ian dio un paso adelante y se fue acercando
lentamente hasta que sus cuerpos se rozaron.
Eso no sonaba tan mal. Sus labios reclamaron los de ella y le apretó los
hombros mientras susurraba entre un beso y el otro. –Siento como si hubiera
estado esperando una eternidad para tenerte, Ángel.
Sus manos subieron hasta el corpiño de su camisón y comenzó a desatar los
lazos. Angelica ahogó un grito al contacto de sus manos en un lugar tan íntimo de
su cuerpo. Forcejeó y trató de apartarlo de un empujón. –¿Qué estás haciendo?
El duque retrocedió un paso y parpadeó asombrado. –Exactamente, ¿qué te
dijo tu madre que sucedía entre las parejas casadas cuando se quedan a solas?
Ella se estremeció y se cubrió el busto con la tela del vestido. –Me dijo que me
harías algo que dolería mucho y que iba a sangrar –entrecerró los ojos y su voz
adquirió un tono de hostilidad ante la horrible idea. –Dijo que debía someterme a
ti sin quejarme.
Ian maldijo y Angelica dio un brinco. –Supongo que eso explica por qué eres
hija única. Maldición, odio algunas de las costumbres de este siglo. Mantener a
una jovencita en la ignorancia sobre uno de los aspectos más importantes de la
vida es… ¡es una maldita atrocidad! –se pasó una mano por el pelo y se sentó en la
cama. –Siéntate aquí conmigo, Ángel. Estás temblando tanto que temo que vayas
a caerte al suelo.
Angelica sintió algo de consuelo en la amabilidad de su tono y solo se encogió
un poco cuando se sentó a su lado en la cama.
Ian le tomó la barbilla con una mano y la obligó a mirarlo a los ojos mientras le
acariciaba la mejilla con el pulgar. –Lo que vamos a hacer, las parejas lo han
estado haciendo gozosamente desde el principio de los tiempos. El acto del amor
se trata de dar y recibir placer. Te ruego que borres la palabra “someter” de tu
cabeza. No pretendo que te sientas como si te estuvieras sometiendo o algo así.
–¿Entonces no me vas a hacer daño? –preguntó sintiendo todavía un poco de
dudas. Su madre había sido categórica sobre la consumación del matrimonio como
algo horrible. Pero Ian nunca le había mentido.
Él volvió a suspirar, le tomó la mano y le acarició la muñeca suavemente con
el pulgar. –Lo siento, Ángel, pero sí habrá un poco de dolor la primera vez, pero
solo la primera vez, y durante un momento. Lo haré tan suave como me sea
posible.
Angelica asintió y creyó en él. –¿Me besarás? –preguntó tímidamente.
Ian sonrió de una forma que le calentó el cuerpo de pies a cabeza. –Oh, sí,
muchas veces… por todos lados –esta vez no se apartó cuando él aprisionó sus
labios en un beso suave y embriagador.
Sus besos parecían durar una eternidad. Ian deslizó las manos suavemente
sobre su pelo y le acarició la espalda con movimientos tranquilizadores.
Envalentonada, Angelica enredó sus dedos entre los gruesos mechones negros de
su pelo, suspirando de placer a su contacto. Lentamente, se tendieron sobre la
cama abrazados.
Angelica abrió mucho los ojos cuando Ian se incorporó y se quitó la camisa. Su
pecho era ancho y tallado como el de un dios griego. Su abdomen plano y con los
músculos marcados le hizo sentir mariposas en el estómago. Una fina línea de
vello bajaba por su vientre y se perdía dentro de los pantalones, invocando una
curiosidad pecaminosa.
Ian sonrió ante su expresión de asombro. –Yo… eh… asumo que nunca has
visto el pecho desnudo de un hombre antes, ¿no?
–Alcancé a ver el tuyo la primera vez que estuve aquí, pero aparte de eso, solo
lo he visto en cuadros y estatuas –murmuró Angelica ardiendo de ganas de tocarlo
para ver si era liso y duro como se veía. –¿Las cosas eran tan distintas en tu época?
Él asintió. –Oh, sí –y se dio cuenta de sus manos temblorosas. –Puedes
tocarme si quieres.
La chica se sonrojó. –¿Te importaría?
–Me gustaría mucho –susurró con voz ronca.
Cautelosamente, le puso una mano sobre el pecho y notó como se le
aceleraba la respiración y se le endurecían los pezones. Envalentonada, comenzó a
deslizar ambas manos por las protuberancias de los duros músculos en su
abdomen, el corazón se le aceleraba a medida que avanzaba su exploración. Su
piel se sentía como satín áspero sobre una superficie de acero, y las ganas de
pegarse más a él eran irresistibles.
Angelica estaba pasmada. Su madre debía estar completamente loca, porque
esto era mejor que el chocolate. –¿Estoy “dándote placer”, Su Excelencia?
–Sí –su voz era un gruñido quedo, y sus ojos brillaban débilmente a la luz de
las velas.
Al escuchar su respuesta, Angelica se sintió invadida por un antiquísimo
sentimiento de poder femenino. –¿Quieres tocarme también?
Él asintió y suavemente desató los lazos de su camisón. Mientras le deslizaba
el vestido y dejaba sus pechos al descubierto, Angelica tuvo que reprimir el
impulso de volver a cubrirse, pensando que él disfrutaría la vista tanto como ella la
había disfrutado. Durante un largo momento, él solo se le quedó mirando como si
fuera un tesoro invaluable. –Eres tan hermosa –susurró.
Lentamente comenzó a deslizar sus manos por la parte baja de sus senos, con
tanta delicadeza como si fueran de cristal. Angelica sintió que los pezones se le
endurecían al tacto de sus caricias suaves como el roce de una pluma. Él le apretó
ligeramente los pezones y Angelica gritó sorprendida ante el placer que le tensaba
los músculos del bajo vientre y mandaba oleadas de calor a todo su cuerpo. –¿Te
estoy dando placer, mi lady?
–¡Sí! –la voz le salió áspera por el deseo.
Con un gemido, Ian capturó sus labios en un beso, jugueteando con su lengua,
y tiró de su cuerpo hasta que quedó tendida encima de él. El contacto de sus
senos contra su pecho desnudo era tan ardiente y embriagador que la hacía
temblar. Mientras se besaban más y más frenéticamente, y sus caricias llegaban a
un nivel licencioso y afiebrado, Angelica se encontró retorciéndose contra su
erección. Cada terminación nerviosa de su cuerpo parecía desembocar en aquel
lugar íntimo entre sus piernas, hasta que sintió allí un dolor punzante provocado
por tanto deseo.
Ian la hizo rodar sobre su espalda, y fue cuando sintió la suavidad de los
pétalos de rosa bajo su trasero que adquirió plena conciencia de su desnudez.
Cuando él separó un poco su cuerpo del suyo, ahogó un grito y se cubrió con las
mejillas arreboladas.
–Por favor, no escondas tu belleza de mí, Ángel –dijo mientras se
desabrochaba los pantalones.
A regañadientes, Angelica apartó las manos y se quedó mirándolo con una
mezcla de miedo y fascinación mientras se despojaba del resto de la ropa. Sus
piernas eran largas, musculosas y bien torneadas. Entre sus muslos crecía una
mata oscura de pelo que enmarcaba una larga y gruesa barra de carne que no se
parecía en nada a las de los cuadros y estatuas que había visto. Era enorme y
aterrorizante.
El terror volvió a invadirla cuando se metió a la cama y trató de huir
inconscientemente.
La mirada de Ian era intensa, pero su voz conservaba la dulzura. –No tengas
miedo, Angelica. Todos los hombres estamos hechos así.
–¿Todos? –chilló abriendo mucho los ojos.
Él miró hacia abajo y soltó una risita. –Bueno, quizás no todos.
Angelica no podía apartar los ojos de él. Tímidamente extendió la mano y lo
tomó con la punta de los dedos. Ian contuvo el aliento y su miembro pareció
temblar dentro de su delicada mano. El asta enarbolada se sentía como satín
fundido, y cuando movió la mano hasta la cabeza, se dio cuenta que se sentía al
tacto como terciopelo. Con cierto recato, exploró las curvas y la superficie
prominente de su virilidad, maravillada de que algo pudiera sentirse tan duro y tan
suave a la misma vez.
–¿Puedo tocarte, Ángel? –susurró Ian.
Ella asintió y, antes de que se diera cuenta, sus dedos estaban hurgando en
los rizos húmedos que tenía entre las piernas. Gimoteó en protesta.
–Relájate, Ángel, y confía en mí –le susurró al oído acariciándole el lóbulo de
la oreja con los labios.
Angelica suspiró y le obedeció, jadeando de placer mientras sentía sus dedos
acariciarle los labios aterciopelados entre sus piernas y su pulgar le rozaba la
pepita diminuta como una lengua de fuego. Su mano le apretó el miembro con
más fuerza y comenzó a acariciarlo con placer. Ian le apartó la mano y la llevó
hasta su pecho para que pudiera sentir los latidos desbocados de su corazón. –
Tranquila, amor. No voy a aguantar si sigues haciendo eso.
Antes de que Angelica pudiera descifrar la críptica declaración, Ian se reclinó
sobre ella y le introdujo un dedo al tiempo que besaba y mordisqueaba su cuello,
rozándole ligeramente la piel con sus colmillos y haciéndola temblar en éxtasis. El
olor embriagador de los pétalos de rosa se mezclaba con su deliciosa esencia
masculina y la envolvían en un sensual encantamiento. Muy pronto estuvo
húmeda de la excitación y su interior ardiendo en deseos de ser satisfecho.
Angelica arqueó las caderas mientras se le escapaba un gemido. Como si ese fuera
el momento que estaba esperando, Ian se colocó entre sus muslos.
–Es mejor que acabe con esta parte rápidamente –dijo con voz ronca. –
Lamento causarte dolor, Ángel.
Y al decir esto la penetró con una poderosa embestida. Angelica gritó y
mordió su hombro, cerrando los ojos ante la sensación desgarradora. Entonces él
comenzó a besarla tiernamente y a susurrarle palabras de amor mientras
permanecía dentro de ella.
–¿Ya está? –preguntó mientras Ian le limpiaba las lágrimas a besos.
Ian asintió con los ojos llenos de compasión y arrepentimiento. –Sí. Nunca
más se sentirá así, lo prometo.
–Oh, qué bien –dijo Angelica haciendo un ademán para apartarlo de ella.
Ian se rió cálidamente y su risa se reflejó dentro de su cuerpo. –Quiero decir
que ya acabamos con la parte dolorosa. Solo estamos comenzando.
–¿En serio? –preguntó consternada.
Ian se volvió a reír y luego gimió al sentirla removerse bajo él. –Ahora te
dejaré que tengas el control. Muévete hacia mí cuando tengas ganas de hacerlo –y
le provocó un cosquilleo en la oreja con los labios.
Angelica se quedó quieta debajo de él mientras la besaba. Se sentía tan
extraña, tan distendida y llena con él en su interior. El dolor agudo había
disminuido hasta ser solo una sorda molestia, pero tenía miedo de que la
incomodidad regresara si se movía. Perdió la batalla en el momento en que Ian
comenzó a besarle el cuello y no pudo evitar contorsionarse contra él mientras sus
terminaciones nerviosas cobraban vida con voluntad y deseos propios.
Sintió que le estallaba dentro una ola de fuego desde el punto en el que sus
cuerpos se habían unido. Con cada movimiento sentía que se avivaban las llamas,
y finalmente sintió que su interior comenzaba a latir con fuerza alrededor de su
miembro. Contoneó sus caderas de forma experimental, satisfecha al escucharlo
jadear de placer: –Eso es, Ángel.
Arqueó la espalda para pegarse más a él y gimió ante las nuevas y placenteras
sensaciones. Entonces Ian acopló sus embestidas a las de ella y pronto se
sincronizaron al mismo ritmo. Un insistente y punzante temblor se apoderó de
ella, haciéndose más y más intenso cada vez que él profundizaba su embestida.
–No lo contengas, Ángel –le susurró. –No lo contengas.
El placer llegó al clímax y el tiempo se paralizó mientras ella explotaba en
millones de partículas de luz y calor. Respirando aún con dificultad, Angelica le
echó una mirada. En sus ojos se reflejaba inconfundiblemente el hambre y sus
colmillos estaban casi descubiertos. Le respondió la pregunta que él no se atrevía
a hacer. –Puedes hacerlo si quieres.
Con un quedo gruñido, le mordió el cuello y Angelica ahogó un grito, inundada
de éxtasis mientras el vampiro bebía de ella. Ian la apretó y gruñó más fuerte,
mientras su miembro comenzaba a contraerse en espasmos calientes en su
interior. La sensación de su boca succionándole la garganta y su virilidad latiendo
dentro de ella le provocó otro orgasmo. Angelica tembló alucinando en éxtasis,
percibiendo el latido de su corazón contra el suyo durante lo que pareció una
gloriosa eternidad hasta que él guardó sus colmillos y le habló.
–¿Estás bien, Ángel? –le preguntó jadeando.
Angelica no fue capaz de responder enseguida, abrumada todavía por la
pasión y la deliciosa sensación de su peso sobre ella. –Si hubiera sabido que esto
iba a ser así –dijo jadeando. –¡Habría insistido en que te casaras conmigo la misma
noche del baile de los Cavendish!
Ian sonrió y le dio un beso. –La experiencia será mucho mejor la próxima vez –
frunció el ceño ante la herida de colmillos en su garganta y se mordió el labio
inferior hasta sacarse sangre.
Una punzada de alarma la invadió al ver a Ian haciéndose daño. –¿Qué estás
haciendo?
Él presionó sus labios contra su cuello. –Curando tú herida con mí sangre –
susurró.
Angelica sintió un cosquilleo en la herida. Con cautela se llevó un dedo hasta
el cuello y sintió su piel perfectamente lisa. –Así es como lo hiciste la otra vez.
–Sí –la tomó entre sus brazos y Angelica vio que su labio ya no estaba
sangrando.
–Eres increíble –dijo haciendo un gesto de dolor por la incomodidad que
sentía en la garganta. Se preguntó cuántos habrían escuchado sus gritos de dolor
primero, y luego de pasión. Todo el mundo sabe lo que hicimos. Aun así no podía
sentir más que una pizca de vergüenza, especialmente porque estaba muy
sedienta. Se incorporó y alcanzó una cubeta con una botella de champagne puesta
en hielo de la heladera que tenían en la mansión.
Una vez que sació la sed, se dio cuenta que apenas era capaz de mantener los
ojos abiertos. Ian la envolvió en un abrazo y se durmió mientras le escuchaba
susurrar palabras de amor en su oído.
Capítulo 18

Cuando Liza despertó a Angelica y le trajo chocolate caliente, Ian ya no estaba.


La vista de los rayos del sol colándose por la ventana hasta el lado vacío de la cama
le hizo lamentar que su esposo nunca pudiera disfrutar de un glorioso día
primaveral con ella.
–¿Qué hora es, Liza? –preguntó frotándose los ojos.
–Ya pasó el mediodía, señorita, er... quiero decir, Su Excelencia –dijo la
doncella con una pícara sonrisa. –Pensé que iba a dormir todo el día. Su Excelencia
debe haberla mantenido despierta casi toda la noche.
Angelica se dio cuenta por sus mejillas sonrosadas y el destello de sus ojos
que estaba muriendo de curiosidad. –Oh, Liza –dijo. –¡Fue maravilloso!
La doncella enarcó una ceja. –¿Entonces la trató con cariño, supongo?
–Oh, sí, fue cariñoso, y mágico, y… –se detuvo al escuchar ruidos y pisadas en
la parte de abajo. –¿Qué demonios está pasando allá abajo?
–Los sirvientes están limpiando lo que quedó de la fiesta. Y Su Excelencia
contrató un cocinero y un equipo de servicio. Todos están hechos un lío –Liza se
inclinó hacia ella y bajó la voz hasta convertirla en un murmullo. –¿Puede creer
que el duque jamás ha tenido empleados trabajando en la cocina? He escuchado
que los solteros prefieren cenar fuera la mayoría de las noches, pero aun así es de
suponer que un hombre disfrute cenar en casa de vez en cuando.
Angelica se sintió llena de afecto al saber que Ian había contratado gente para
que le cocinaran a ella. Iba a preguntar si el cocinero era inglés o francés, pero Liza
le interrumpió. –No solo eso, sino que ninguno de los sirvientes han vivido nunca
en la casa.
Angelica lo sabía, ya que había estado espiando la casa durante años. Había
asumido que tenían miedo de los fantasmas, pero ahora fingió interés. –¿En serio?
Liza asintió solemnemente. –Oh, sí. Contrataba gente para que viniera a
limpiar durante el día y hacía que su cochero viniera al atardecer, pero nadie podía
quedarse en la casa después de la puesta del sol. Aunque no acepto los estúpidos
rumores sobre vampiros, Su Excelencia parece ser muy excéntrico.
–Sí, lo es –convino Angelica esbozando una sonrisa con sus labios hinchados
aún de los besos.
–Ahora están limpiando las instalaciones de los sirvientes para que puedas
tener un personal completo a tu servicio. ¡Ah! –Liza sonrió. –El duque dejó
instrucciones escritas para que decores y le des el uso que quieras a las
habitaciones. Y su cochero pasará a recogerte a las tres para que vayas a escoger
tu regalo de bodas.
Se acordó que quería un gato. Angelica sintió que el amor florecía en su
corazón. Se quedó sin aliento, asombrada al darse cuenta de que, en algún
momento durante sus encuentros de los pasados meses, se había enamorado de
él. A diferencia de sus anteriores pretendientes, Ian la veía como un ser humano
con ideas y sentimientos propios. No le hablaba de la manera condescendiente en
que le hablaban la mayoría de los hombres. En vez de eso, respondía cada una de
sus preguntas con tanta paciencia y respeto que le obligaba a tratarlo de la misma
forma. Y… su encanto insondable, su increíble atractivo y sus besos
enternecedores tampoco estaban mal.
Estoy enamorada de un vampiro, pensó. ¡Qué delicia para una escritora
gótica!
Saltó de la cama entusiasmada y corrió a la puerta adyacente para abrir su
guardarropa. –¿Qué me pongo hoy, Liza? Algo que esté a la altura de una
duquesa…
Repentinamente se sintió intimidada por la elevada posición social que tenía
ahora. Levantó la barbilla y se prometió en silencio que haría que Ian estuviera
orgulloso de ella. Ansiaba ser la mejor duquesa que él hubiera visto en su vida.
Liza le sonrió radiante. –Madame DuPuis y sus costureras vendrán a las seis a
tomarle las medidas para su nuevo vestuario.
Reprimiendo un irritado gruñido por la interrupción de su tiempo con Ian,
Angelica replicó: –Ahora veo que la vida de casada será más ajetreada de lo que
había imaginado.
Después de unos minutos ya estaba ataviada con un vestido desenfadado a
rayas azules, con un sombrero azul en una mano y un par de guantes blancos en la
otra. El lugar entre las piernas le dolía al moverse, pero la incomodidad era
placentera ya que le traía recuerdos del apasionado amor con Ian.
–Ah, otra cosa –dijo Liza mientras bajaban las escaleras. –Su Excelencia quiere
que usted organice un baile en honor de su matrimonio dentro de dos semanas.
–¡Maldición! –rezongó Angelica consternada. –No sé nada sobre organizar
una fiesta. Cada vez que mamá se ponía a chacharear sobre la distribución de
asientos o los platos de la cena me quedaba dormida –ahora deseaba haberle
prestado atención a Margaret más a menudo.
Liza le sonrió con simpatía. –Entonces tendrás que pedirle ayuda.
–Supongo que sí –su madre había estado soñando con organizar un baile a
gran escala desde que Angelica tenía uso de razón. –Apuesto a que estará
encantada.
El cambio en su estatus se hizo más y más evidente a medida que cada
sirviente con el que se cruzaba la saludaba con reverencias diciéndole “Su
Excelencia”.
Estos eran sus sirvientes, no los de su madre. Esta revelación era liberadora, si
bien un poco sobrecogedora también.
La nueva Duquesa de Burnrath pasó una hora deliciosa aprendiendo sus
nombres y sus cargos, y dándose cuenta de que eran bastante eficientes por sí
solos y no necesitaban su supervisión para limpiar la casa. En un impulso, decidió
ordenar nuevas libreas negras y plateadas para los lacayos. Le dio la orden a
Burke, el mayordomo, y se fue a explorar el resto de la casa.
Educadamente, la echaron de la mayoría de las habitaciones, pero cuando
entró a la biblioteca, nada pudo hacerla cambiar de parecer. La enorme recámara
llena de tesoros literarios era más hermosa de lo que recordaba. La luz del día
brillaba sobre las superficies de caoba pulida, y el olor a papel, pergamino y cera
de muebles embriagaba sus sentidos.
Angelica examinó los títulos y se quedó encantada al ver las obras de
Catherine Macaulay y Mary Wollstonecraft junto a las de Voltaire y Horace. Jane
Austen compartía un anaquel con Shakespeare y Mary Shelley, y John Keats estaba
junto a Percy Shelley y Lord Byron. Había también muchos libros en francés, en
alemán y en otros muchos idiomas. Haría falta una eternidad y una amplia
educación para leerlos todos… y cuando Ian la Transformara, podría hacerlo.
Miró a su alrededor y se dio cuenta de que los sirvientes la habían dejado
sola. Con una última mirada de culpabilidad sobre su hombro, se subió a la
escalera con ruedas con un chillido de alegría. Las ruedas estaban bien engrasadas,
y con un pequeño empujón, salió volando a través de la habitación. Con una mano
se agarraba de la escalera, y con la otra se cubría la boca para amortiguar su risa
atolondrada.
Entonces algo sobre la mesa le llamó la atención. Bajó de un salto de la
escalera y se acercó a la tabla de madera oscura. Al lado de un ramo de rosas
frescas puestas en un jarrón veneciano, había un libro.
Se le escapó un grito de alegría al ver que era Vindicación de los derechos de
la mujer de Mary Wollstonecraft. Lo agarró y lo apretó contra su pecho. No había
ninguna nota junto al libro, pero Angelica sabía que Ian lo había puesto allí para
que lo encontrara. Sonrió mientras recordaba que le había citado el libro la noche
que se habían conocido. Y pasó de la diversión al asombro al darse cuenta de que
el gesto debía significar que le estaba reafirmando que sería libre junto a él.
Después de todo, la noche en la que había aceptado oficialmente su proposición,
él había dicho: “Una duquesa puede hacer lo que le plazca.”
Angelica también recordó que él había dicho que podía decorar y dar el uso
que quisiera a las habitaciones. ¡Tendré una habitación para escribir!
Prácticamente salió dando saltos de la biblioteca y comenzó a abrir todas las
puertas buscando el lugar perfecto para idear y crear sus historias.
La habitación debía ser cómoda pero no demasiado pequeña. Cuando
encontró el cuarto de huéspedes más pequeño al final del pasillo contuvo una
exclamación de alegría y se puso a dar vueltas por la habitación llena de polvo.
Llamó a los lacayos más fornidos que pudo encontrar y a dos doncellas, y
ordenó que sacaran todo y le dieran una buena limpieza. Hizo lo mejor que pudo
para imitar la dulce voz de comando que su madre usaba cuando hablaba con los
sirvientes. Cuando una rata pasó corriendo y haciendo que las doncellas gritaran y
se colgaran de los lacayos, Angelica se rio y dijo: –No se preocupen. Traeré un gato
para lidiar con el problema de las alimañas.
El cochero llegó y las ayudó a ella y a Liza a subir al coche negro y plateado
estampado con el emblema ducal de los Burnrath.
–¿Cómo hace uno para adquirir un gato? –preguntó Angelica
inmediatamente.
Felton y Liza se miraron perplejos.
–No lo sé con exactitud, Su Excelencia –dijo Felton. –La mayoría de las damas
de la nobleza le compran sus perros a criadores, pero no sé si se haga lo mismo
con los gatos –se rascó la barbilla pensativamente. –Cualquier granja debe estar
llena de gatos, pero no tenemos tiempo para hacer una excursión por el campo
antes de su cita con la modista, si me permite decírselo.
Angelica suspiró. Al parecer no iba a poder comprar su primera mascota hoy.
Entonces se entusiasmó al recordar su habitación de escribir. –Muy bien, me
gustaría comprar un escritorio. Les preguntaré a los conocidos que encuentre
sobre el tema de los criadores de gatos. Si no nos enteramos de nada, mañana
visitaremos una granja.
–Es un plan estupendo, Su Excelencia –Felton se dio un golpecito en el
sombrero, agitó las riendas y comenzaron a moverse.
Hizo falta visitar tres tiendas de muebles diferentes en Bond Street para
encontrar el escritorio de sus sueños. Pero cuando lo halló, se quedó sin aliento. El
escritorio era grande y estaba hecho con reluciente y oscura madera de cerezo,
tenía paneles dorados y marqueterías de bronce en las dos secciones que se
abrían para revelar cajones extras detrás de los tres cajones que estaban arriba.
Los cajones eran una bendición para Angelica que acostumbraba a esconder sus
historias en un pobre escritorio apenas más grande que una mesita de noche.
–Quiero que envíen esto al número 6 de la calle Rosemead lo antes posible –
le dijo al tendero sin poder ocultar su regocijo.
El tendero sonrió y le hizo una reverencia. –La felicito por su elección, mi lady.
Estoy seguro de que su esposo estará encantado.
–El escritorio no es para él, es para mí –dijo Angelica sonriendo ante la
sorpresa del hombre y levantó la barbilla. –Soy escritora. Ahora, enséñame los
tinteros que tienes.
Cuando iba de camino a comprar papel, se encontró con Lady Wheaton y su
hermana Claire afuera de una tienda de sombreros.
–¡Su Excelencia! –exclamó Claire con fingida alegría. –¡Qué placer verla! ¿Está
el duque con usted? –su expresión ardía con una mezcla tan intensa de celos y
curiosidad que Angelica quedó desconcertada por un momento.
Inclinó la cabeza y forzó una educada sonrisa. –No. Su enfermedad le impide
exponerse a la luz del sol. ¿Cómo se encuentran ustedes?
–Estamos bien, gracias –dijo Victoria fríamente. –Veo que has sobrevivido a la
noche de bodas. Supongo que eso significa que Su Excelencia no es un vampiro,
¿verdad?
Angelica reprimió el impulso de llevarse la mano al cuello donde Ian la había
mordido la noche anterior, y en vez de eso usó las mismas palabras que él había
usado la noche que se conocieron. –Es un hombre… un hombre maravilloso –
añadió.
–Felicidades. Debes estar muy feliz –rezongó Victoria.
Mientras miraba al par, recordó la ambiciosa cacería de Claire por un
pretendiente con título y la ferviente campaña de Victoria para ayudarla. Victoria
incluso había ido tan lejos como para tratar de arruinar la reputación de Angelica
llevándola al salón de juegos en el baile de los Wentworth, donde había conocido
a Ian. El corazón le dio un vuelco al pensar en su esposo vampiro. Tengo que
agradecerle a Victoria por ello, pero se molestará más aún si se lo digo.
–Estoy muy contenta de haberlas encontrado –dijo Angelica alegremente,
ignorando su sorda hostilidad. –Tenía muchas ganas de agradecerte por lo que
hiciste en el baile de los Wentworth. Dudo que Ian me hubiera prestado la más
mínima atención si yo no hubiera despreciado las buenas maneras y no hubiera
entrado al salón de cartas –sintió un poco de placer al ver a Victoria sonreír con
una mueca. –También quería invitarlas al baile que daré en dos semanas. Espero
que puedan venir –continuó.
Las dos mujeres asintieron recelosas y Angelica siguió con su ofrenda de paz. –
Por favor, siéntanse con libertad de aconsejarme sobre cuáles caballeros debo
invitar. Este será el primer evento que organizo y realmente quiero hacer un
trabajo estupendo.
Claire se iluminó como un arbolito de Navidad y comenzó a recitar nombres
tan rápidamente que era un milagro que pudiera respirar. Victoria comenzó a
mirar a Angelica con gratitud.
–Apreciaría mucho que me visitaran mañana a la hora del té y así podemos
discutir mi lista de invitados detalladamente –dijo Angelica preparándose para
marcharse. –Otra cosa. ¿Alguna de ustedes sabe cómo puedo adquirir un gato?
–Qué casualidad que preguntes eso –dijo Claire. –Hay dos niños con un cajón
lleno de gatitos frente a la botica. Creo que los están regalando.
Angelica hubiera preferido un gato adulto para que lidiase con el problema de
las ratas, pero la idea de gatitos pequeños le hizo brincar el corazón en el pecho.
Le apretó la mano a Claire con alegría, reprimiendo el impulso de abrazarla. –¡Oh,
gracias! Las veré mañana entonces.
Cuando llegó a la botica, solo quedaban tres gatitos.
–No tuvimos corazón para ahogarlos –dijo un niño mugriento de unos ocho
años.
–Mamá nos dijo que podrían vivir si le encontrábamos un hogar –añadió su
hermanita limpiándose la nariz llena de moco.
–¿Cuánto tiempo han estado aquí? –preguntó Angelica alarmada ante el par
de niños desnutridos y temblorosos.
–Como una hora –contestó el chico.
Una punzada de vergüenza la invadió al darse cuenta de que niños como estos
eran algo común incluso en los distritos más elegantes. Simplemente habían sido
invisibles a sus ojos hasta que Ian se los había enseñado. ¡Debería hacerse algo al
respecto! Su mente rugió en protesta. Pero ahora no podía hacer nada más que
mirar lo que le ofrecían.
Había dos gatitos naranja y uno negro rodando y retozando unos sobre los
otros de manera adorable. Deseó poder quedarse con los tres, pero uno ya era
suficiente. Después de un largo rato de deliberación, se decidió por el negro
pensando que encajaría bien con los colores negro y plata del duque.
–¿Este es hembra o macho? –preguntó con suavidad, odiando su ignorancia.
La niña le quitó el gatito de las manos, le dio vuelta y le levantó la cola. –Este
es un macho –respondió honestamente y le devolvió el pequeño felino.
Angelica se ruborizó ante su ingenuidad y apretó la cálida bola de pelos negra
contra ella mientras aspiraba el olor a humedad del felino. Entonces metió la
mano en su cartera y les dio todo el dinero que llevaba con ella. De nuevo volvió a
invadirla la culpabilidad. Sabía por sus caras lánguidas y sus ropas gastadas que
eso no les alcanzaba para nada.
Los niños abrieron los ojos como platos y se dieron cuenta del majestuoso
emblema que llevaba el coche que estaba parqueado cerca de ella. –Gracias, Su
Majestad –dijeron a coro y le hicieron una reverencia.
–Gracias a ustedes, niños –respondió Angelica tratando de ocultar una triste
sonrisa. Si tan solo ella fuera la reina. Tal vez podría hacer más por ellos.
Cuando estaba subiendo al carruaje, Angelica vio a Polidori doblar la esquina.
Casi saltó del coche para seguirlo, pero el gatito maulló y volvió a llamar su
atención. Mientras el coche avanzaba calle abajo, volvió a mirar por la ventana y lo
vio meterse dentro de la botica.
Por un momento se preguntó si debía decirle a Ian que lo había visto, pero
entonces recordó la forma demente en que se había comportado la otra vez que
había visto al tipo, y decidió que era mejor no decirle nada. No podría soportar la
idea de su esposo asesinando al escritor. Quizás cuando Ian se calmara un poco
sobre el asunto, se lo diría.

***

Ian se sintió atacado en el mismo instante en que entró a su casa. Bajó la vista
hasta la pequeña bola de pelos que estaba decidida a desgarrar la pierna izquierda
de su pantalón y alzó las cejas con asombro. Por lo general los gatos huían de él,
reconociendo instintivamente que era peligroso. Este gatito, o era completamente
intrépido, o no había sido instruido por su madre.
–Mis disculpas, Su Excelencia –dijo Burke. –La criaturita estaba dando la lata
mientras le tomaban las medidas a la duquesa y hubo que sacarlo de la habitación.
–Está bien –dijo Ian extendiéndole su capa y su sombrero al mayordomo. –
¿Por cierto, dónde está ella?
El mayordomo se inclinó. –En el salón azul, Su Excelencia.
Ian asintió y recogió al gatito. Acarició al animalito detrás de las orejas y
sonrió al ver que empezaba a ronronear inmediatamente. –Vamos, bribón.
Vayamos a ver a tu dueña.
Parecía que un arcoíris había explotado dentro de la habitación. Miles de
sedas, batistas, muselinas y terciopelos en todos los colores imaginables estaban
colocadas en cualquier pedazo de espacio disponible, mientras un ejército de
costureras zumbaba alrededor de su esposa como laboriosas abejas sosteniendo
diferentes telas ante ella para que les diera su aprobación. Su menuda esposa
estaba de pie majestuosamente sobre una plataforma, aprobando y desechando
sus ofertas alternativamente como una reina.
Solo tuvo un momento para disfrutar la encantadora escena antes de que
Madame DuPuis lo viera y le hiciera una profunda reverencia. –Su Excelencia.
La habitación se llenó de grititos de mujeres cuando lo vieron y se inclinaron
ante él con los ojos desorbitados. –Su Excelencia –dijeron a coro.
–Tu “regalo de bodas” es un fiero cazador –le dijo sonriendo a su esposa,
deseando más que nada que pudieran quedarse solos. –Me atacó en el instante
que entré a la casa.
Angelica sonrió mostrando un hoyuelo en la mejilla y reprendió a su nueva
mascota. –¡Loki, gato malo!
Ian se rió por el nombre ocurrente. Había esperado algo simple como
“Negrito” o “Cremita”. Rascó al gatito detrás de las orejas. –Loki, el dios timador
de los escandinavos. Te ruego me digas cuál fue la inspiración para ese nombre.
Angelica comenzó a reírse. –Le gusta fingir que está dormido antes de
engancharse a las faldas de las costureras.
–Muy listo. Aun así, dudo que resuelva el problema de los roedores. Hay
muchas ratas que son de su tamaño o más grandes –Ian intentó concentrarse en la
conversación, pero la imagen de Angelica en ropa interior lo distraía.
–Ya crecerá –los ojos le brillaron con adoración mientras miraba al gatito. –
¿No es la cosita más hermosa que has visto en tu vida?
Ian miró al minino acurrucado en su brazo que se había quedado dormido con
rapidez o lo estaba fingiendo admirablemente. –No tan hermosa como tú, aunque
debo admitir que es un pequeñuelo interesante.
Pero no tan interesante como tú, pensó mientras miraba a su esposa. Su vida
había sido anodina y sombría antes de que ella llegara trayendo risas y luz. No
sabía cómo podría seguir viviendo sin ella.
Las costureras terminaron su labor y se marcharon, y Angelica le contó las
aventuras del día, los planes de decoración para la casa y los preparativos para su
primer baile. Estaba tan ansiosa de mostrarle su “habitación de escritura” que
saltó de la plataforma y salió corriendo de la habitación sin nada más encima que
los calzones y la camisa. Ian tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para
mantener una expresión digna frente a los sirvientes escandalizados mientras la
seguía escaleras arriba admirando su trasero respingado.
–¿No es magnífico? –gritó deslizando las manos por la superficie de cerezo del
escritorio con abierto regocijo.
–Pienso que tú eres magnífica, Angelica –su felicidad le traía calor a su
corazón que había estado helado por mucho tiempo.
–¡Y mira esto! –se inclinó y abrió las portezuelas para enseñarle los cajones
ocultos. Ian sintió que se le endurecía la entrepierna de solo mirarla. –¿No es
inteligente? Podré almacenar más proyectos de los que puedo escribir a la vez.
Ian no pudo aguantar cuando Angelica apuntó su trasero en forma de corazón
hacia él. Con un sordo gruñido la agarró por detrás, tomó sus senos en las palmas
de su mano y se apretó contra ella.
–Un hombre puede resistir la tentación hasta un límite –susurró y comenzó a
mordisquearle el cuello, complacido al escucharla gemir suavemente de deseo. –Si
no quieres que te asalte, debes ponerte más ropa la próxima vez.
–¿Y si quiero que me asaltes? –murmuró ella jadeando.
Él le dio vuelta hasta tenerla de frente. Tenía los labios deliciosamente
carnosos y húmedos, y las pupilas dilatadas por la excitación. –Lo que diga la
duquesa –se apoderó de sus labios, deleitándose con su dulce sabor. Entonces se
echó hacia atrás con desgana y le echó el cerrojo a la puerta.
Angelica ahogó un grito y se sonrojó mientras él le quitaba la camisa. –¿Aquí?
Él asintió y tomó uno de sus pezones entre los labios. –Sí, aquí. No puedo
aguantar más.
Comenzó a explorar su cuerpo exquisito con sus manos y su boca,
hambriento. Esta mujer era embriagadora, se le metía en la sangre. Y el hecho de
que solo pudiera disfrutarla por un corto período de tiempo en comparación con
su larga vida, le había hecho tomar la determinación de aprovechar cada
momento con ella.
Angelica se sonrojó más aún cuando él le deslizó las bragas de encaje por las
caderas y las piernas esbeltas, la subió al escritorio y se arrodilló entre sus muslos
abiertos.
–¿Qué estás haciendo? –dijo jadeando con un estremecimiento.
–Voy a probar tu sabor –susurró Ian mientras besaba suavemente sus labios
íntimos.
Con el primer movimiento de su lengua, Angelica gritó y casi se cayó del
escritorio con una sacudida. Ian tuvo que inmovilizar sus caderas contra la mesa
mientras exploraba lánguidamente sus secretos con la lengua. El cuarto se
impregnó enseguida de la embriagadora esencia almizclada de su excitación. Su
sabor era un exquisito bouquet, ambrosía digna del mismísimo Eros.
Ian gruñó de satisfacción mientras la veía gemir y retorcerse entre sus manos.
Levantó la vista hasta su esposa y la vio con la espalda arqueada, sus senos
turgentes y divinos apuntando hacia arriba y los músculos de su abdomen firme
marcados con cada uno de sus movimientos. Era como una exquisita diosa de la
lujuria, y cuando llegó al clímax en su boca, Ian supo que se había acercado al
paraíso.
Estaba tan desesperado por poseerla que no tuvo tiempo de quitarse la ropa.
Se desabrochó los pantalones y la penetró gimiendo de placer mientras sentía su
interior sedoso apretarse alrededor de su virilidad. Angelica lo rodeó con las
piernas y los brazos, balanceando las caderas al ritmo de sus embestidas. Esto es
el paraíso mismo, pensó Ian un segundo antes de llegar al clímax y explotar dentro
de ella.
–Eso fue magnífico –dijo Angelica jadeando.
Mientras se vestía, Ian la miró invadido por la ternura. Su pasión y su infinita
curiosidad por las cosas de la vida lo habían despertado. Antes de que Angelica
entrara en su vida, solo había estado vivo a medias. Cautelosamente, se amonestó
a sí mismo. Si no se andaba con cuidado, podría enamorarse de ella.
Capítulo 19

El chef se superó completamente a sí mismo en la cena de esa noche. Le sirvió


al duque y a la duquesa salmón cocido con hierbas aromáticas en una salsa ligera
de mantequilla, una sopa cremosa de patatas y puerro, y aves de caza con un
delicioso relleno. Todo acompañado de una exquisita y dulce ratafía 11.
Angelica gimió con deleite mientras saboreaba una cucharada de moras
empapadas en crema de leche. Abrió los ojos y vio a Ian mirándola con evidente
apetito.
–Lo siento, Su Excelencia –dijo sonrojándose. –Lo olvidé. Desearía que
pudieras disfrutar más de esta exquisita comida.
Sus ojos plateados centellearon. –Que tú lo disfrutes es suficiente para mí.
Veo que tienes buen apetito –alzó una ceja con expresión pícara y bajó la voz. –Me
gustaría saber por qué.
–¡Ian! –gritó Angelica con la cara encendida mientras miraba alrededor para
asegurarse de que los sirvientes no estaban cerca. –¿Pretendes tenerme cubierta
de rubor todo el tiempo?
Ian le sonrió seductoramente. –Mmm… sí, me gustaría que estuvieras cubierta
solo de rubor.
Después que sus platos estuvieron vacíos, Angelica se limpió los labios con
una servilleta y le preguntó: –¿Vamos a disfrutar de una noche tranquila en casa,
Excelencia? –dijo tratando de disimular el ansia en su voz ante la idea de volver a
tocarlo.
El duque frunció el ceño. –Aunque suena muy agradable, me temo que tengo
un compromiso que he estado posponiendo. Tengo que presentarte ante mis
subordinados y recibir sus juramentos de que te protegerán.
11
La ratafía es un licor elaborado a partir de la maceración de distintos frutos,
hierbas y especias en un alcohol de base, por lo general en aguardiente.
Angelica saltó de su silla con una prisa impropia de una dama. –¿Voy a
conocer más vampiros? ¡Iré a buscar mi capa! –el pulso se le aceleró ante el
prospecto de ahondar más en el mundo de Ian.
Ian frunció más el ceño ante su entusiasmo. –Baja la voz –y señaló con la
cabeza hacia la puerta. –Hay gente escuchando.
Angelica asintió con un guiño y dijo en voz más alta. –Me encantaría recoger
algunas lilas durante el paseo, Su Excelencia.
El mayordomo los recibió en el vestíbulo. –¿Va a necesitar el coche, Su
Excelencia?
–No, gracias, Burke –respondió mientras se ponía el sombrero. –Mi esposa y
yo queremos disfrutar de la brisa fresca –y añadió con una sonrisa. –Además, creo
que Felton se merece un poco más de descanso después de haber paseado de
aquí para allá a mi esposa por todo Londres.
Cuando estuvieron donde ya no podían oírlos y en una calle sin lámparas de
gas, Angelica le preguntó: –¿Qué tan lejos es?
Ian sonrió misteriosamente. –Oh, el área de reunión es cerca de la Torre de
Londres.
Angelica ahogó un grito. –Hay que caminar bastante –y sus pies le latieron
adoloridos en protesta.
Ian le levantó la barbilla y se inclinó hacia ella. –Nunca dije que íbamos a
caminar –susurró junto a sus labios y la envolvió entre sus brazos. –Sujétate fuerte
a mí.
Ella obedeció con un suspiro de deleite, saboreando el contacto de su cuerpo
firme contra el de ella. El estómago le dio un vuelvo cuando comenzaron a
elevarse lentamente en el aire. Se colgó de él y luchó para contener un grito. –
¿Puedes volar? –chilló.
–Es un talento raro entre los de mi especie –su voz le retumbó en el pecho. –
Aunque confieso que no lo hago muy a menudo.
–¿Y si alguien nos ve? –preguntó agarrándose a él con más fuerza e incapaz de
ocultar su preocupación.
Ian se rió. –La naturaleza humana no tiene el instinto arraigado de mirar hacia
arriba. Además, dudo mucho que alguien pueda vernos entre esta niebla espesa. Y
supongo que si alguien alcanzara a vernos, no diría nada por miedo a que los
demás piensen que está loco.
Angelica miró hacia abajo. Ahora volaban mucho más alto. La ciudad de
Londres se extendía bajo sus pies, los chapiteles de las iglesias emergían de entre
la niebla y las luces de las lámparas de gas titilaban como estrellas aprisionadas. El
mundo bajo sus pies se había convertido en una tierra de ensueño ante sus ojos y
su imaginación de escritora ansiaba atesorar cada segundo de esta nueva e
increíble experiencia.
Tocaron tierra detrás de un edificio de piedra semiderruido que parecía una
iglesia. Angelica suspiró decepcionada porque el vuelo se había acabado, hasta
que recordó que iba a conocer a todos los vampiros de Londres… los vampiros de
Ian.
Ian sacó un pañuelo del chaleco y le cubrió los ojos con la gruesa tela. –Está
prohibido que un mortal vea nuestro lugar de reunión –explicó.
Angelica reprimió una protesta. Seguro que eso no tendría importancia ya que
él la convertiría pronto en una vampira. ¿O no? Guardó silencio, pensativa, y dejó
que Ian la guiara hacia adelante.
El sonido de una puerta al abrirse le dio a entender que habían entrado a la
guarida. Ian la ayudó a bajar por una serie de empinados escalones de piedra
mientras ella luchaba por agarrarse a él y sujetar sus faldas a la vez. Suspiró
aliviada cuando sus pies tocaron finalmente una superficie plana.
Pudo sentir los ojos encima de ella incluso antes de que Ian la condujera al
centro de la habitación. Ian le quitó la venda y se le atragantó un grito. Ciento
treinta y cinco vampiros no parecía mucho cuando Ian le había dicho cuántos
vivían en Londres, pero verlos a todos reunidos a su alrededor los hacía parecer
una multitud.
Angelica reconoció algunas caras familiares entre la muchedumbre, la más
notable era la del Español mal encarado que había asistido a la recepción de su
boda. Sus ojos se encontraron por un instante y Angelica se quedó sin aliento ante
su abierta hostilidad. Maldita sea, ¿qué le habré hecho? Negándose a concederle
la satisfacción de ver su miedo, se volvió a examinar al resto del grupo.
Al principio le pareció que todos los vampiros eran hombres, pero antes de
que pudiera preguntarle a Ian sobre el tema, examinó con más detalle el mar de
rostros que la observaban y se dio cuenta de que sí había vampiras mujeres. Todas
estaban vestidas con ropas de hombre. Fascinante… Angelica no podía esperar
para preguntarle a Ian sobre estas mujeres.
–Buenas noches, vampiros de Londres –la voz de Ian retumbó con autoridad.
–Como muchos de ustedes ya saben, he tomado una mortal como esposa. Con
gran placer les presento a Angelica Ashton, mi nueva Duquesa de Burnrath.
Perciban mi Marca sobre ella y sepan que hacerle daño significará provocar mi ira.
Su declaración provocó variadas reacciones en la audiencia. Algunos vampiros
sonrieron y aplaudieron. Otros sonrieron débilmente y murmuraron: “Su
Excelencia”. El Español siguió mirándola. Muchos se balancearon incómodos sobre
sus pies sin saber qué hacer en esa situación. Algunas de las mujeres pusieron
mala cara. Aparentemente, las damas de la aristocracia no eran las únicas que
habían estado compitiendo por el cariño de su atractivo duque.
Una mujer en el grupo le llamó la atención. También parecía estar
descontenta, pero de una forma diferente. Su mirada alicaída, sus hombros
encorvados y sus brazos cruzados rígidamente sobre el pecho parecían transmitir
miedo, o quizás vergüenza. ¿Pero de qué podría tener miedo ella? Ian parecía ser
un Lord justo y honorable. Angelica escudriñó a la vampira, que parecía más un
hada que un monstruo legendario por sus rasgos finos y su pelo corto y negro
como el ónix. Estaba segura de que esta mujer no había asistido a su boda. Pero
antes de que pudiera seguir con sus especulaciones, un enorme vampiro se abrió
paso entre la multitud.
–¿Me concede permiso para hablar, Su Excelencia? –sus ojos color avellana
brillaban de rabia.
Ian frunció el ceño obviamente molesto. –¿Sí, Thomas?
–¿Por qué ha hecho esto, Su Excelencia? Es peligroso e inapropiado exponer
nuestros secretos ante los mortales, especialmente a la luz de los últimos eventos
–miró a los demás vampiros y muchos de ellos murmuraron su aprobación, sobre
todo el Español. –Entiendo que es un ejemplar suculento, pero…
Ian hizo callar al joven vampiro con un gruñido sordo y puso un brazo sobre
los hombros de Angelica de forma territorial. –Si yo fuera tú, cuidaría mejor mi
lengua.
Thomas se encogió y dio un paso atrás levantando las manos. –Tal vez nos
quedaríamos más tranquilos si nos hiciera el favor de explicarnos por qué nos ha
puesto en semejante riesgo.
El Español asintió y fijó los ojos en Ian. El duque suspiró, cansado, y se pasó
una mano por el pelo. –Está bien, Thomas. Supongo que tienes razón sobre eso.
Para la vergüenza de Angelica, comenzó a contar la historia de su incursión en
la mansión Burnrath y el escándalo que había provocado. La habitación se llenó de
risas con la historia. Por todas partes, la luz de las velas se reflejó en los colmillos
descubiertos. Angelica se recostó contra el fuerte cuerpo de su esposo, tomando
conciencia repentinamente de que estaba rodeada de depredadores y que ella era
la única presa.
–Ya ven –concluyó Ian. –No había una mejor opción. Después de todo, no
podía matarla. No solamente porque está prohibido, sino que por su posición en la
sociedad y los rumores sobre mí incitados por el cuento del Dr. Polidori, habría
sido un error fatal que desapareciera. Ya he informado al Consejo de mis acciones,
así que mi decisión es definitiva.
La mayoría de los vampiros asintieron con aprobación mientras Ian
continuaba con una sonrisa. –No solo eso, sino que mi matrimonio con esta
diablilla ha silenciado todos los chismorreos sobre mis inclinaciones por la
nocturnidad –se puso serio y añadió. –Que es mucho más de lo que ustedes han
hecho en su búsqueda de Polidori.
La mayor parte de la audiencia pareció aceptar la explicación, pero Angelica
frunció el ceño. No había mencionado ni una vez que la quería, ni siquiera que ella
le gustaba. Volvió a mirar a la multitud de vampiros. Quizás no quería parecer
débil ante estas criaturas poderosas.
Thomas volvió a hablar. –¿Pero por qué no...?
Ian levantó una mano. –Ya he dado suficientes explicaciones. Debo llevar a mi
esposa a la casa para que pueda alimentarme. Pero antes, les pido que juren
proteger a esta mujer cuando yo no esté.
Angelica se conmovió al ver que Ian se preocupaba por su suerte en caso de
que algo le pasara. Esperaba que muchos se negaran, pero, para su sorpresa,
todos asintieron y se arrodillaron ante ella poniéndose una mano en el corazón.
Sus voces resonaron como una oscura melodía. –Angelica Ashton, Duquesa de
Burnrath y esposa de nuestro maestro, juramos ante usted y nuestro lord que en
su ausencia, pondremos todo nuestro empeño en cuidarla y protegerla de
cualquier daño todas las noches de nuestra vida.
Las palabras eran conmovedoras, pero seguramente nunca tendrían que
cumplir su promesa. Su esposo era tan fuerte y poderoso que confiaba en que
nadie podría derrotarlo. Se inclinó ante ellos y les agradeció, y Ian volvió a dirigirse
a ellos.
–He recibido respuestas a mis cartas de casi todos los lores vecinos –su rostro
estaba lleno de triste resignación. –Ninguno ha visto o escuchado nada sobre el
paradero de Blanche. Aunque les pido que se mantengan alertas, me temo que
sea en vano. Cada noche se va haciendo más evidente que está muerta.
Los vampiros inclinaron la cabeza con solemne pesar y Angelica cerró los ojos
entristecida por la pérdida de uno de los suyos. ¿Cómo habría muerto Blanche?
Seguramente no era fácil matar a un vampiro. Miró a su esposo, llena de simpatía
por su carga, aunque admirada por su brillante y compasivo liderazgo.
Ian le volvió a vendar los ojos y la condujo hacia arriba por los escalones de
piedra.
Cuando le quitaron la venda, lo primero que vio fue al mal encarado Español.
Se le escapó un chillido asustado y el vampiro se estremeció. Un atisbo de dolor
pasó rápidamente por sus ojos ambarinos antes de volver a adoptar su expresión
despiadada.
–Me disculpo si mi fealdad ofende su tierna sensibilidad, Su Excelencia –gruñó
con amargura.
–No es eso, señor… –se encogió de hombros con impotencia mientras el
vampiro se negaba estoicamente a darle su nombre. Ian puso una mano
conciliadora sobre su hombro, pero ella se sacudió, decidida a hacer las paces con
ese hombre hostil. –Simplemente me asusté al ver a otra persona cuando me
quitaron la venda. Para ser honesta, pienso que usted es muy atractivo de una
forma rara y exclusiva.
Las mejillas comenzaron a arderle mientras él continuaba mirándola. ¿Lo
habría ofendido de nuevo?
Finalmente el hombre le respondió con una voz grave y áspera. –Soy Rafael
Villar, siempre a su servicio, Su Excelencia.
Le hizo una profunda reverencia y Angelica le presentó la mano como si fuera
cualquiera de los caballeros que conocía. El vampiro parpadeó asombrado y miró a
Ian pidiéndole permiso. Ian asintió y él alzó su mano cautelosamente y le rozó
apenas los nudillos con un ligero beso, como si temiera ensuciarla.
Rápidamente se echó hacia atrás y miró a Ian intensamente. –Todavía no me
gusta esto, Su Excelencia –y después de decir eso, desapareció entre las sombras.
–Bueno, ciertamente es encantador –dijo Angelica riendo por lo bajo. –Se
podría decir que no le caigo bien.
Ian sonrió. –A Rafe no le cae bien nadie. Aun así, creo que lo has cautivado –la
tomó en sus brazos y Angelica volvió a sentir un tirón en el estómago cuando el
mundo comenzó a alejarse bajo sus pies.
La niebla sobre la ciudad era tan espesa que Angelica se preguntó como Ian
sabía en qué dirección volaba. Decidió combatir su ansiedad a base de preguntas.
–¿Por qué todas las mujeres vampiras visten como hombres?
–Se visten con pantalones para poder moverse por la ciudad de forma segura
cuando cazan –su voz era amortiguada por el viento. –Además, las prostitutas se
acercan más a menudo a los hombres, así que son presas fáciles.
–¿Prostitutas? –gritó indignada y casi se soltó. –¿Ustedes se alimentan de
prostitutas?
Ian la agarró con más fuerza. –La mayoría de las veces. Obtengo una comida, y
les pago. Ellos también lo hacen.
Angelica entrecerró los ojos contra el aire frío y sintió una punzada en el
corazón. –No haces nada más con ellas, ¿verdad?
–Con las desabridas de las calles no, y con las más limpias, las más caras, no
hago nada desde que te conocí –hizo una pausa y añadió. –Este no es un tema
decente para hablar con una esposa.
Angelica quería discutir, pero decidió que le iría mejor si usaba su dulzura. Se
apretó más a él, respirando su perfume, y susurró contra su cuello. –No tienes que
ir a ningún otro lado para alimentarte, Excelencia. No creo que pueda soportar la
idea de tus labios en el cuello de otra mujer.
Ian se rió. –No tienes motivos para estar celosa, mi amor. Tengo que
alimentarme al menos dos veces por noche, más ahora con nuestras noches de
pasión. Me temo que tú sola no puedes sustentarme, aunque aceptaré tu
ofrecimiento esta noche.
Angelica suspiró y trató de arrancarle otra promesa. –¿Por lo menos podrías
tratar de alimentarte solo de hombres?
Ian la abrazó con más fuerza, y su pelo revoloteando en el viento le hizo
cosquillas en el cuello. –Veo que ya te comportas como una esposa. Está bien, mi
preciada esposa, trataré de complacerte en esto siempre que sea posible.
–¿Siempre que sea posible? –protestó, molesta porque él no había hecho una
promesa absoluta. –¿Cómo te sentirías si pusiera mi boca sobre otros hombres?
–No me presiones, bribona –gruñó con burlona ferocidad. –El hambre ya me
hace ser lo suficientemente fiero.
Ella sonrió y le lamió el lóbulo de la oreja. –¿Me lo prometes?

***

–¡Rosetta! –gritó Thomas mientras corría por el estrecho callejón. –Por favor,
detente. Ya es suficientemente infernal caminar con esta niebla para encima tener
que perseguirte. ¿Y por qué corres como un caballo asustado?
Rosetta giró sobre sus talones y miró al vampiro. –Si no te pasaras todas las
noches en los burdeles bebiendo sangre contaminada de opio, tus sentidos
podrían sostenerle el ritmo a una joven como yo.
A decir verdad, sí estaba asustada. La esposa del duque había pasado una
inusual cantidad de tiempo mirándola. Mientras los ojos oscuros de la duquesa
miraban fijamente los de ella, todo lo que podía pensar era: ¡Ella lo sabe! Y cuando
el duque se había marchado con su esposa sin dar más instrucciones para la
búsqueda de John Polidori, sus sospechas se habían multiplicado por diez.
Seguramente la mujer le había dicho lo que fuera que sabía. ¿Pero qué podría
saber la nueva duquesa? Estaba segura de que nunca se habían encontrado. Aun
así, todo lo que la duquesa tenía que hacer era mencionarle Rosetta a su esposo, y
todas las sospechas de Ian caerían sobre ella. Después de eso, solo era cuestión de
tiempo que la atraparan.
–Bueno, no hay necesidad de insultar –dijo Thomas interrumpiendo su interna
diatriba. –Tengo algunas noticias que pueden interesarte.
–¿Eh? ¿Qué noticias? –preguntó sin aminorar el paso. Estaba ansiosa de llegar
a casa y ver a John. Necesitaba asegurarse de que estaba a salvo.
–Escuché que Ben Flannigan, el cazador de vampiros, está en la ciudad. Me lo
dijo mi Beth, que vive en Surrey –alzó la voz con frustración. –Estaba a punto de
mudarse aquí cuando Su Excelencia prohibió las peticiones de reubicación.
Todavía nos escribimos…
–¿Ben Flannigan? –Rosetta lo interrumpió con el corazón en la garganta. ¿El
mortal más peligroso en Inglaterra estaba cerca y el estúpido solo podía hablar de
su amante?
Incluso un vampiro tan joven como Rosetta había oído hablar del famoso
cazador irlandés. Tenía la reputación de haber matado él solo a más de una
docena de vampiros. El Consejo no solo había dado permiso a cualquier vampiro
para matarlo, sino que había ofrecido una recompensa por su cabeza. Otro
pensamiento la dejó helada. Si Flannigan estaba en el área, de seguro él era el
responsable de la desaparición de Blanche.
Se detuvo y se encaró a Thomas. –¿Se lo dijiste al maestro?
A pesar de la niebla, el desprecio en el rostro de Thomas era visible. –Fue
evidente para todos nosotros que el maestro estaba demasiado ocupado con su
nueva duquesa como para prestarle atención a lo que tenían que decir sus
subalternos. ¡No puedo creer que esté tan ciego! Tomar una mortal como
esposa…
Rosetta meneó la cabeza, desconcertada ante su indignación. –Eso se ha
hecho muchas veces en esta ciudad, así como en el resto del mundo. El amor es
una de las principales razones por las cuales incrementamos nuestro número.
–Sí, pero, Rosetta –gritó Thomas. –¡Él no tiene intenciones de Transformarla!
Fue obvio por sus palabras y por cómo me interrumpió cuando intenté tocar el
tema.
–Yo no entendí eso. Además, no puedo ver una razón para que él no la
Transforme si la ama –protestó. Si tan solo yo tuviera la edad suficiente para
Transformar a mi Johnny, no estaría en peligro.
Thomas replicó: –¿Quién puede decirlo? Últimamente Burnrath se comporta
como si tuviera la mente en otra parte. En cuanto al cazador de vampiros,
propongo que le demos caza nosotros mismos. Quizás Su Excelencia se despierte
de su estupor si uno de nosotros le presenta la cabeza de Flannigan. Aunque, por
la forma en que está actuando, casi se merece tener a ese cazador en su puerta
trasera y afilando una estaca.
Ante las palabras del otro vampiro, una idea se le metió en la cabeza a Rosetta
con tanta fuerza que casi la hizo tambalearse. La cuestión era: ¿se atrevería?
–¿A quién más le has contado esto? –preguntó con la esperanza de que no le
notara el temblor en la voz.
Si había otros que lo sabían, especialmente el Español, no pensaría más en
eso. Su plan sería demasiado peligroso. Se estremeció, recordando la abrasadora
mirada ambarina de Rafael que parecía ver todos sus secretos. Añadió un
silencioso agradecimiento porque Rafael estuviera muy ocupado supervisando a
los otros lores vampiros que habían venido por la boda del Duque, así como
investigando la desaparición de Blanche.
–Todos los demás se fueron tan rápido que eres la primera a quién pude
decírselo –Thomas estaba tan cerca de ella que podía oler el opio en su aliento.
Luchó para ocultar su alivio. Seguramente la providencia estaba de su lado
esta noche. Se enderezó y habló con una voz que esperaba que sonara desdeñosa
y razonable a la vez. –Bien, porque no hay duda de que si llega a los oídos del
maestro que estamos planeando matar al cazador sin avisarle, lo tomaría como un
motín y el responsable de esa idea sería castigado severamente.
–Bueno, no lo pensé de esa manera –Thomas se desplomó contra la pared de
una taberna sin importarle la mugre y el hollín que la cubrían. –Eres sabia para
tener tan pocos años, Rosetta. ¿Crees que deberíamos decírselo?
–¡No! –gritó ella y enseguida recobró la compostura. Thomas era un idiota
aturdido por las drogas. Se preguntaba qué había hecho falta para que un vampiro
que se preciara lo hubiera Transformado. –Mira, Burnrath parecía bastante
molesto contigo esta noche. Déjame que le informe de la presencia del cazador en
Londres y luego, cuando sea el momento indicado, le diré que esa información
vino de ti. Después de todo –añadió. –Yo soy muy joven para aspirar a una
posición más elevada. Pero por otro lado, tú… –y se calló dejándolo que hiciera
especulaciones.
–Puede que tengas razón. ¿Pero y si no te cree? Peor, ¿y si no escucha o no le
presta atención al peligro? –Thomas se rascó la barba. –Quizás debamos decírselo
al segundo de Ian.
Rosetta ocultó su estremecimiento bajo una risa burlona. –¿El Español? Si se
entera de que hay un cazador aquí, sería capaz de destrozar toda la ciudad con su
furia. Entiende que un cazador es el responsable de sus heridas –meneó la cabeza.
–Involucrarlo a él sería muy peligroso. Yo digo que sigamos tu plan original y nos
hagamos cargo de Ben Flannigan nosotros mismos.
Thomas se rió. –Esa es mi chica lista. Al paso que vas, serás Lord de la ciudad
para finales de siglo. Lo haremos a tu manera por ahora.
Cuando Thomas se fue, Rosetta tembló y se frotó las manos. ¿Podría hacerlo?
¿Podría hacerse pasar por humana ante este cazador de vampiros? No había otra
forma de contactarlo, ya que no podía arriesgarse a poner nada por escrito. Echó a
correr a través de la espesa niebla, cortándola como una espada, mientras
sopesaba los riesgos y cazaba su próxima comida. Seguramente si este Flannigan
se daba cuenta de lo que ella era, podría dominarla con facilidad.
¿Y si no hacía nada? Si continuaba escondiendo a Polidori del Duque hasta
que eventualmente se descubriera su engaño; lo cual sucedería pronto por la
forma en la que su esposa y el Español la miraban, unos cuantos castigos se
cernirían sobre ella. Podía soportar los castigos, o eso quería creer al menos, pero
la idea de lo que le pasaría a su amado John le provocaba verdadero terror.
¿Y si llevaba a cabo el plan y la atrapaban? Si el duque descubría que había
contratado un cazador de vampiros para asesinarlo, sufriría una muerte dolorosa,
sin mencionar la de John. Esa era la ley cuando se trataba de traidores.
Pero si tenía éxito…
Rosetta se permitió florecer un brote de esperanza en el pecho. Ella y John
estarían a salvo. Mataría al cazador de vampiros y nadie se enteraría. Entonces,
mientras el Español estuviera ocupado tomando las riendas, ella y John
abandonarían tranquilamente la ciudad. Después de algunos años podría aplicar
ante su nuevo lord para que Transformara a su amado, o quizás para entonces
sería lo suficientemente poderosa como para hacerlo ella misma.
Estaba tan sumida en sus pensamientos que casi tropezó con un vagabundo
que yacía en una cloaca. Mientras le hundía los colmillos en la garganta, otro
pensamiento se apoderó de su mala cabeza. ¿Podría soportar el peso del
asesinato de su maestro en la conciencia? Nunca antes había matado a nadie. ¿Y
valía la pena acabar con la vida de otro para mantener a salvo a su amado?
Capítulo 20

Angelica pasó las dos semanas siguientes sumergida en los preparativos


frenéticos de su primer baile. Se le pasaban los días recibiendo visitas, yendo de
compras y planeando la fiesta. Su madre venía todos los días a ayudarla con las
invitaciones y la distribución de los asientos, y poco a poco las dos se volvieron
más íntimas.
Pasaba las noches entre los brazos apasionados de Ian, haciendo el amor y
quedándose luego abrazados mientras conversaban reposadamente, ahítos de
pasión. Había hecho que pusieran tablones en todas las ventanas del piso superior
para que Ian pudiera dormir con ella. Ian había estado reacio al principio, pero
Angelica lo había convencido de que ni un solo rayo de sol tocaría ese piso de la
casa y había puesto una enorme cerradura en la puerta para evitar que
perturbaran su descanso, así que finalmente había consentido en abandonar su
guarida secreta bajo la casa.
En verdad, era una dicha despertarse calentita y satisfecha junto a él todas las
mañanas en vez de en una cama fría y vacía. La gente seguramente hablaría sobre
las ventanas cubiertas, pero estaba segura de que el impuesto de las ventanas
todavía era efectivo… aunque nadie creería que Ian estaba corto de dinero. En
este caso, el chisme sería que Angelica quería pasar todo el tiempo que pudiera en
los brazos de su esposo.
Con suerte, su fiesta ocuparía la mayor parte de la atención de la aristocracia
y serviría de pasto para las habladurías. Al menos ese era el plan de Angelica.
Pretendía desviar la atención y cualquier posible censura que fuera dirigida a Ian
hacia ella. Las fiestas temáticas eran lo que estaba de moda, pero no pudo
decidirse por un solo tema, así que decidió usar varios. Los platos serían de la
India, la decoración sería francesa, y la música correría a cargo de los gitanos. Y
como Ian decía que le gustaba su música, también tocaría un par de piezas.
Antes de que se diera cuenta, Liza ya la estaba llevando a la habitación para
vestirla para el baile.
Angelica sonrió traviesamente mientras acariciaba los pliegues de su vestido
de terciopelo, que era de un color púrpura tan oscuro que parecía negro cuando
no le daba la luz. Había dispuesto que el salón de baile fuera decorado en negro,
plateado y un espléndido púrpura.
Su baile sería el espectáculo de la temporada.

***

La noche del baile estaba cálida y tranquila, y el aroma de las lilas flotaba por
las ventanas abiertas. Angelica deseó que esa tranquilidad le calara el alma
también. El estómago se le revolvió a medida que los huéspedes comenzaron a
llegar mientras Burke los anunciaba. Estar en primera línea para recibir a los
invitados le resultó aterrador al principio, pero con su madre al lado dándole
ánimos cada vez que flaqueaba, Angelica sintió que aumentaban sus fuerzas.
Durante esa hora se sintió como una experimentada anfitriona, haciendo
reverencias e intercambiando corteses saludos mientras escondía su aburrimiento
por la redundancia del ritual. Mientras sonreía insulsamente a las miradas
escrutadoras que le dirigían, sintió mayor aprecio por sus colegas anfitrionas y
castellanas de todas las casas de Londres. De todas formas, se sintió aliviada
cuando su esposo se le unió.
–¿Cómo está mi Ángel esta noche? –susurró poniéndole un brazo protector
alrededor de la cintura.
Una oleada de calor le recorrió el cuerpo mientras se giraba para mirar su
adorado semblante. –Hasta ahora estuve a punto de morir del aburrimiento. Pero
ahora que estás aquí las festividades serán mucho más placenteras.
Sonrió ante su expresión de perplejidad y una doncella le extendió una copa
para que la golpeara suavemente en petición de silencio, cosa que era casi
innecesaria ya que todos los estaban mirando fijamente en silencio, haciendo un
esfuerzo para escuchar su conversación y así tener con qué alimentar sus futuros
chismorreos.
–Damas y caballeros, bienvenidos a mi primer baile –Angelica se dirigió a los
invitados tratando de mantener la voz firme. –Espero que pasen una noche
maravillosa, y el duque y yo deseamos que haya más ocasiones como esta. Que
comience el baile.
Mientras Ian la tomaba de la mano para bailar, su mirada se alejó hasta la
plataforma en la que los músicos gitanos ejercían su oficio. –Siempre puedo
confiar en ti para seleccionar lo más exclusivo, querida –dijo Ian haciendo su mejor
esfuerzo para ajustarse al nuevo ritmo y la nueva melodía de la canción. Por su
parte, Angelica se dejaba dar vueltas de forma más encantadora de lo que lo
habría hecho en un cotillón inglés tradicional. –Es agradable bailar al ritmo de la
percusión, Ángel. Es una lástima que no hagan el acompañamiento tan seguido
como uno se espera.
De repente, un grito desgarró el aire desde el extremo este del salón de baile.
La música se detuvo y por un momento se desató un pandemónium. Cuando la
multitud de bailadores se separó, Angelica vio una figura negra enganchada de las
faldas de la señorita Claire Belmont.
Claire estaba gritando y lanzando golpes infructuosamente a Loki, que había
visto una nueva presa en la cinta que llevaba alrededor de la cintura.
Angelica reprimió la risa mientras se acercaba a Claire, cuidadosamente
separó al gato de su conjunto y se lo pasó a un servicial lacayo.
–¡Mi vestido está arruinado! –gritó Claire con las lágrimas asomándole a los
ojos.
El joven Barón Osgoode se acercó a ella y le hizo una reverencia. –Le aseguro,
señorita Belmont, que está usted impresionante. Aunque si desea tomar un poco
de aire fresco, estaré encantado de acompañarla al balcón.
Claire se ruborizó de forma encantadora y sus ojos semejaron una vez más los
de una leona en plena cacería cuando tomó el brazo que le presentaba el barón. –
Me encantaría, Lord Osgoode.
Angelica le agradeció con un movimiento de cabeza a su antiguo pretendiente
y la cara de Osgoode se puso de un rojo escarlata mientras se inclinaba ante su
mano. –S-su Excelencia –tartamudeó.
–Veo que el chico no ha olvidado el comportamiento inapropiado que tuvo
contigo –dijo Ian mientras se reanudaba la música y el baile.
Angelica concedió la próxima pieza al Conde de Deveril, quien ahora sabía que
también era el Lord de Cornwall, uno de los pocos lores vampiros ingleses que
habían aceptado la invitación de Ian a la boda.
–Me alegro que se haya decidido a bailar, mi lord –dijo sonriéndole a sus ojos
centelleantes y tormentosos. –¿Realmente es usted el Lord de todo Cornwall?
La suave risa del conde se mezcló con la música solemne. –Ian tenía razón
sobre usted, Su Excelencia. Es, efectivamente, audaz. No hay muchos de nosotros
en esa región, así que por ahora estoy a cargo. Permítame presentarme. Soy
Vincent Tremayne.
–Es un placer, Vincent. Y me siento honrada de que haya viajado tan lejos
para asistir a mi boda y a mi primer baile –Angelica reprimió otras preguntas que
estaba deseosa de hacer. ¿Cuántos vampiros hay escondidos en la nobleza? ¿Y
cuántos lores vampiros hay aquí además?
–Solo hay unos pocos en la nobleza, y solamente cuatro lores pudieron venir –
el conde respondió sus pensamientos como si hubiera hablado en voz alta. –Pero,
para responder tu primera pregunta, cuando supe que mi buen amigo Ian se había
casado con una mortal, tuve mucha curiosidad de verlo con mis propios ojos –dijo
con una ligera sonrisa. –Y ya era hora de que me aventurara fuera de mi castillo.
Estoy seguro de que ha escuchado que se me conoce por vivir en completa
reclusión.
Angelica ahogó un grito. –¿Puedes leer mi mente?
Vincent sonrió. –Solo si piensas muy intensamente –miró por encima del
hombro de Angelica y frunció el ceño.
Angelica lanzó también una mirada sobre su hombro y vio a Rafael Villar de
pie como una estaca como siempre y fulminando a Vincent con la mirada una vez
más. Le dio una palmadita en el brazo a Deveril y le dijo: –No se preocupe
demasiado, mi lord. Yo tampoco le caigo bien.
Deveril sacudió la cabeza. –Creo que está irritado por las inusuales
circunstancias en las que Ian se casó. No tiene mucha idea de cómo lidiar con una
situación así y eso lo pone nervioso. En cuanto a su afilada mirada sobre mí, el
hombre solo está haciendo su trabajo. Como otro Lord Vampiro en el territorio de
Ian, soy considerado una amenaza –se rió ligeramente. –Realmente, el bribón se
puede relajar. No tengo ningún interés en el territorio del duque ni en su
prometida, por más encantadora que esta sea.
Antes de que Angelica pudiera responder, Ian la reclamó para una
contradanza y Loki se trepó corriendo a la pierna de Deveril. Al parecer el gatito se
había escapado del lacayo. Angelica casi explotó en un violento acceso de risa y
escondió la cara en el pecho de su esposo.
–A Loki parece que le gusta el Lord Vampiro de Cornwall –dijo. –O por lo
menos sus piernas.
Ian la miró con una sonrisa en sus ojos plateados, sin preocuparse porque
hubiera mencionado al otro vampiro. –Sé de unas piernas mucho mejores.
Angelica hubiera podido jurar que el ambiente se volvió mucho más cálido en
el salón, así que decidió que era mejor cambiar de tema. –¿Te gustan los músicos,
mi lord?
Ian asintió. –Apartando el hecho de que sus composiciones son difíciles de
bailar, considero que son lo suficientemente exóticos para el tema de tu fiesta.
Angelica disimuló una sonrisa ante su diplomática desaprobación. –¿No son
encantadores?
Ian los miró con el ceño fruncido. –“Encantadores” no es la palabra que tengo
en mente. Impactantes y muy talentosos encaja mejor con lo que estaba
pensando.
La joven no pudo reprimir una carcajada. –Y todavía no has escuchado cantar
al líder.
–¿Uno de ellos canta? –su mirada incrédula la hizo reír más. –Tal vez
deberíamos interrumpir el baile y pedirles que canten después de la cena como si
esto fuera una ópera.
Angelica se volvió a mirar a los invitados que bailaban tratando de encontrar
el ritmo en la extraña melodía. –Tu plan tiene mérito, Su Excelencia. Pero me temo
que si seguimos así mucho más tiempo habrá muchas espinillas magulladas y
tobillos rotos. Así que ahora –dijo con una pícara sonrisa. –Estoy lista para mi
presentación.
Cuando Angelica subió a la plataforma y se sentó frente al piano, la habitación
se llenó de gritos sobresaltados que luego se convirtieron en vítores
desenfrenados cuando sus dedos comenzaron a tocar las teclas. Angelica sonrió
ampliamente y se entregó a la música con un delicioso sentimiento de salvaje
libertad. Los cuchicheos resonaron entre la audiencia cuando comenzó a cantar.
Hubo muchos murmullos de desaprobación cuando se levantó del piano para
conducir a los invitados a cenar, pero otros le sonrieron abiertamente con
admiración y la felicitaron por su excepcional presentación. Angelica miró a Ian a
los ojos y se regodeó en su sonrisa. Su aprobación era la única que le importaba.
–Veo que has vuelto a causar revuelo entre la sociedad –le dijo Ian con una
sonrisa mientras los criados entraban con los platos cubiertos. –¿Crees que sea
sabio seguir conmocionándolos con tus deslices?
Angelica enarcó una ceja. –Seguramente prefieres que hablen de mí y no que
sigas siendo tú el tema de conversación para esos chismosos.
Ian le besó los nudillos. –Soy afortunado de tener semejante defensora.
Ella le sonrió. –Después de todo, por eso te casaste conmigo.
Los platos de la India tuvieron variada aceptación por parte de los invitados,
aunque Angelica había puesto mucho esmero en incluir platos que no estuvieran
muy condimentados para aquellos que tuvieran el paladar sensible. La mayoría de
los comentarios de los que estaban sentados a su alrededor eran cumplidos y
preguntas sobre cómo se le habían ocurrido las ideas para el baile y dónde había
encontrado a los músicos. La mayoría de los invitados parecía estar disfrutando la
velada, aunque sí vio alguna que otra cara avinagrada.
La Duquesa de Wentworth la llamó aparte para despedirse de ella. –Tu baile
fue todo un éxito, Su Excelencia, aunque algunos parecían escandalizados. Lord y
Lady Lindsay ahora piensan que eres un poco “antipatriótica”, así que
posiblemente no recibas invitaciones de ellos. Y la matrona de la Condesa de
Morley declaró que eres “demasiado libertina” –la duquesa respingó la nariz con
desaprobación. –De todas formas, son unos viejos estúpidos y estirados.
–Solo espero que ya se hayan aplacado los rumores de vampiros –dijo
Angelica mirándola cautelosamente.
Jane se rió. –Oh, yo no me preocuparía por eso. Los espíritus son los que están
de moda ahora.
–¿Espíritus? –Angelica contuvo el aliento, fascinada. ¡Eso sí era buen material
para sus historias!
Su Excelencia se inclinó hacia ella y le dijo con un susurro conspiratorio. –Lady
Pemberly dará algo llamado “sesión de espiritismo” la próxima semana. Quiere
comunicarse con el espíritu de su primer marido. Podría conseguir una invitación
para ti, si te interesa.
La imaginación de Angelica se exacerbó al momento. –Me encantaría –
vampiros y espíritus. ¡Este baile había sido realmente un éxito!
Despidió a su amiga y estuvo ocupada la siguiente hora atendiendo las
despedidas de sus invitados.
Mientras revisaba la casa por si se había quedado algún borracho rezagado,
escuchó voces silenciosas en la biblioteca. Espió por la rendija de la puerta y vio a
Ian y al Español, quien ya sabía que era el segundo al mando. Estaban sentados
junto a la chimenea compartiendo una botella de Oporto.
–Todavía no estoy de acuerdo con este matrimonio, Ian –dijo Rafael mientras
revolvía su copa de vino. –Aunque es muy hermosa y parece adorarte.
Angelica se ruborizó ante el halago inesperado. ¡Así que no la odiaba después
de todo! Reprimió los deseos de entrar porque estaba ansiosa por escuchar lo que
Ian diría sobre ella.
–¿Ya has pensado lo que vas a hacer con ella en el futuro? –preguntó Rafael
con un extraño tono que no presagiaba nada bueno.
El corazón se le aceleró y se inclinó más hacia la puerta. Seguramente, ahora
Ian anunciaría su intención de Transformarla.
Su esposo habló con una voz áspera. –Viviré con ella como marido y mujer
algunos años más, pero tendré que dejarla antes de que se note que no estoy
envejeciendo. Ella le dirá a todo el mundo que morí durante algún viaje, y
regresaré cincuenta años después como mi propio heredero, como siempre.
Naturalmente, la dejaré bien acomodada.
Angelica no pudo soportar seguir escuchando. Temblores fríos y calientes le
recorrieron el cuerpo y sintió que un gigantesco puño le aporreaba el corazón.
Huyó hacia su habitación atragantándose con las lágrimas que brotaban de su
cuerpo tembloroso.
–…”como siempre” –había dicho Ian. El corazón se le apretó con horror al caer
en la cuenta de algo. ¿Con cuántas otras mujeres él había hecho esto? ¿A cuántas
otras como ella habría usado y engañado?
***

–Todavía sostengo que el haber tomado una esposa mortal ha creado un


horrible inconveniente –dijo Rafe frunciendo el ceño mientras encendía un puro. –
¿Has hecho algo así antes?
Ian sacudió la cabeza. –No, nunca me he casado. Y estoy de acuerdo en que
complica las cosas, pero me las arreglaré.
–¿Entonces por qué no la Transformas? –protestó Rafe. –De todos los
vampiros, tú sabes mejor que nadie el peligro que representa dejar que un mortal
conozca nuestro secreto. Y he visto la forma en que la miras, mi amigo. Cualquiera
con ojos en la cara puede darse cuenta de la pasión que sientes por ella.
Ian suspiró. –Juré que nunca condenaría a nadie a esta vida, especialmente sin
permiso, como me lo hicieron a mí. No importa lo educados que seamos,
seguimos siendo demonios caídos, como dice la leyenda. Nunca podría hacerle eso
a ella.
La mirada de Rafe se suavizó. –Solo porque a ti te Transformaron sin darte a
elegir, no significa que sea igual de malo para tu duquesa. Quizás ella quiere pasar
la eternidad a tu lado.
Ian se rió al imaginarse la eternidad junto a la irritante y traviesa mujer, y
luego se puso serio. –No lo creo. Luchó con todas la fuerzas de su pequeño ser
para evitar el matrimonio conmigo. Casi se escapa de casa para evitar que la
encadenaran a mi lado.
–Yo no estaría tan seguro de eso –dijo Rafe con suavidad. –Los sentimientos
pueden cambiar, después de todo.
Mientras seguía a Rafe a través de la puerta secreta hacia la cámara
subterránea donde se esconderían de la luz del sol, Ian se quedó meditando sobre
las palabras de su amigo. ¿Podría ser que Angelica lo amara? ¿Querría pasar
incontables siglos a su lado? No se atrevía a soñar con eso.
Tal vez debería redoblar sus esfuerzos para enamorarla. Angelica nunca había
dicho que lo amaba, pero a veces había tal cariño en sus ojos que le daba
esperanzas. Quizás, con el tiempo, ella querría compartir la eternidad con él.
Bueno, tiempo era lo que a él ciertamente le sobraba.
Capítulo 21

Angelica removió con desgano su desayuno, deseando que la noche anterior


hubiera sido un sueño. Tal vez si no salía de la cama… No, tenía que enfrentar la
realidad. Ian la iba a abandonar. Y había hecho lo mismo con otras mujeres. No
podía creer que hubiera sido tan estúpida. Había creído que el único peligro del
matrimonio era perder su libertad. Nunca imaginó que podría perder también el
corazón.
–¿Se encuentra bien, Su Excelencia? –preguntó Liza cuando la vio dejar el
tenedor a un lado.
–Estoy perfectamente –dijo bruscamente y sintió una punzada de culpabilidad
al ver a su doncella brincar asustada ante su tono.
Su dolor era tan evidente que cuando la doncella retiró la bandeja con la
comida intacta, le echó tal mirada de lástima que el corazón se le encogió
amargamente.
Angelica bajó de la cama y se enderezó. No le daría a nadie motivos para
compadecerla. Y nunca dejaría que Ian supiera que la había lastimado. Ningún
hombre tendría jamás ese tipo de poder sobre ella. Viviría su vida y, con el favor
de Dios, se habría sacado al duque vampiro del corazón para cuando él la dejara.
Abrió de un tirón su guardarropa y buscó un conjunto que le infundiera confianza.
Sacó un sofisticado vestido negro de seda. La modista había protestado
vehementemente por el color, pero Angelica se había mantenido firme en su
decisión. Ahora el conjunto encajaba perfectamente con su estado de ánimo.
Cuando Liza terminó de ayudarla a vestirse, se miró en el espejo con expresión
adusta. No necesito esperar a que Ian arme la farsa de su “muerte” para estar de
luto. Ya mi corazón está muerto.
Había acabado de desayunar cuando el mayordomo anunció la llegada de su
madre.
–Angelica, tengo que hablar contigo sobre tu baile de anoche –Margaret entró
como un vendaval y Loki la atacó de inmediato.
Angelica sonrió lánguidamente. Ni siquiera las travesuras del gatito le
levantaban el ánimo. –Tal vez deberíamos hablar en otro sitio.
–En efecto –su madre levantó la nariz con hipócrita desaprobación, apartó al
gatito de sus faldas y la siguió hasta el salón azul.
Angelica se sentó frente a la chimenea en un sillón de orejas y soportó la
virulenta diatriba de su madre con una paciencia más que admirable. A decir
verdad, prefería cualquier cosa antes que pensar en su propio e inminente
abandono.
Margaret se dio cuenta de inmediato de la inusual falta de argumentos de su
hija. –¿Qué es lo que sucede, Angelica? Estás horriblemente pálida –abrió mucho
los ojos. –¿Crees que ya estés llevando el heredero de Burnrath?
Angelica sacudió la cabeza. Las cosas serían mucho más fáciles si el problema
fuera un mero embarazo.
–¿Entonces qué te pasa, querida? –la compasión en la voz de su madre era
genuina e irresistible por su sinceridad.
Angelica ansiaba hablar con otra mujer sobre su problema, pero su madre era
la única mujer casada con quién tenía más intimidad que una simple inclinación de
cabeza. Por supuesto, también estaba la duquesa de Wentworth, pero hablar con
ella era imposible, no solo porque no se conocían tan bien, sino porque su esposo
e Ian eran muy buenos amigos. Los Wentworth no estaban al tanto del secreto de
Ian, y Angelica estaba segura de que el duque lo prefería así.
Se mordió el labio inferior por largo rato, indecisa, y luego se miró las
zapatillas y dijo con la cara encendida de vergüenza. –Creo que mi esposo quiere
abandonarme.
El silencio se hizo más espeso que la niebla matutina. Contra su voluntad,
Angelica miró a su madre a la cara.
Margaret tenía una expresión desorbitada en la cara y la boca congelada en
un grito mudo.
Finalmente, le preguntó: –¿Crees que esté molesto por el baile?
Angelica no pensaba semejante cosa, pero era imposible revelarle las
verdaderas razones, así que asintió con la cabeza.
La decepción en la voz de su madre era desgarradora. –Te he dicho una y otra
vez que una mujer casada, especialmente una duquesa, tiene que atenerse a
ciertas normas de conducta. Ya es hora de que dejes a un lado tus excentricidades.
–¡Pero así es como soy! –protestó Angelica. –Él sabía desde el principio que yo
no encajaba en los moldes convencionales. Si se siente ofendido por eso, ¡no
debería haberse casado conmigo!
Margaret levantó una mano. –No discutiré más contigo sobre este asunto. El
Señor sabe que nunca nos pondremos de acuerdo en este tema. En cuanto a tu
matrimonio, estoy segura de que tiene salvación. Seguramente sabes que tu padre
y yo no siempre tuvimos la mejor de las relaciones.
El grosero bufido de Angelica hizo eco en su taza de té. Ahora sí, ese era el
eufemismo del año. La mirada fulminante de Margaret aplastó todo su regocijo.
–Pero nuestro matrimonio pasó todas las pruebas y sobrevivió –declaró. –
Estoy segura de que lo mismo pasará con el de ustedes. Después de todo, Su
Excelencia parece tenerte mucho cariño, a pesar de tus últimos esfuerzos por
lograr lo contrario. No creas ni por un momento que no me di cuenta.
Angelica sintió un leve atisbo de esperanza. –Tal vez tengas razón, mamá.
Quizás si hablo con él sobre...
–¡No! –gritó Margaret. –Tu temperamento de buscapleitos solo aumentará
su ira.
Angelica suspiró. Quizás su madre tenía razón. Ella tendía a ser pendenciera, y
seguramente Ian la dejaría antes si ella lo agraviaba. –¿Entonces qué debo hacer?
–Para empezar, debes pretender que todo está bien –comenzó Margaret. –Y
debes ser simpática y obediente con él en todo momento.
–Eso será difícil –replicó con amargura. –Me temo que soy pésima mintiendo.
Su madre bajó la taza con tanta fuerza que el té se derramó sobre el borde. –
Tienes que hacerlo. Aunque tengas que evitar su compañía, debes comportarte
como si no pasara nada –se recostó en el asiento y se atusó la barbilla. –
Pensándolo bien, no es una mala idea. Si andas deambulando por este lugar igual
que lo hacías en casa, no es de extrañar que se canse pronto de ti. La ausencia
hace que el corazón se encariñe más. Vete de compras, haz visitas sociales, y, por
el amor de Dios, ¡hazte de algunos amigos! Estás demasiado tiempo sola, cariño.
Angelica asintió. Quizás Ian ya la estaba dando por sentado. La idea de que se
aburriera de ella le provocó mareos y un escalofrío. Si iba a hacer eso de
comportarse como si todo estuviera perfecto entre ellos, tendría que evitarlo
tanto como fuera posible. Tal vez su ausencia lo obligaría a extrañarla y quizás,
solo quizás, lo empujara a reconsiderar su decisión de abandonarla.
–Gracias por tu consejo, mamá –dijo y se puso de pie. –Trataré de hacer caso
a tus palabras.
Margaret la siguió fuera de la habitación. –Realmente espero haberte
ayudado. Ahora, ¿en qué estabas pensando cuando decidiste tocar tu música
infernal en el baile?
Angelica se rió. Al parecer, su madre nunca iba a cambiar. Cualquier cosa
fuera de lo ordinario era un anatema para ella.
Pasó el resto del día recibiendo visitas y respondiendo a invitaciones. El Duque
y la Duquesa de Wentworth llegaron para cenar justo cuando Ian se despertaba.
Durante toda la comida estuvo evitando su mirada, consciente de que su congoja
era evidente en sus ojos. En vez de eso, concentró todas sus energías en
entretener a los invitados. El corazón se le subió a la boca cuando los Wentworth
se marcharon y él se le acercó.
–Parece que ya estamos solos –dijo Ian con los ojos plateados reluciendo. –
Qué casualidad –y se inclinó para besarla.
¿Cómo puede actuar como si no pasara nada?, pensó Angelica con el corazón
adolorido. –Ian…
–Calla. Quiero saborearte –y antes de que pudiera seguir protestando se
apoderó de sus labios con un beso hipnótico y embriagador.
Angelica trató de permanecer impasible, pero su cuerpo traidor se derritió
entre sus brazos y sus manos caprichosas se encontraron de pronto enredadas en
su pelo. Un suspiro de placer, en vez de una palabra de protesta, fue lo que pasó
por sus labios cuando Ian la alzó en brazos y la llevó al dormitorio.
Se rindió cuando vio su magnífico cuerpo desnudo frente a ella. Al menos me
quedará el hacer el amor con él. Por lo menos disfrutaré esta parte de él todo el
tiempo que pueda. Lo devoró con los ojos mientras su corazón gritaba: Oh, Ian,
¿por qué tienes que dejarme?
Se hundió en las ardientes llamas de la pasión, saboreando cada momento
como si fuera el último, ya que, en efecto, podría serlo. No tenía idea de cuándo él
planeaba abandonarla, y preguntarlo la mataría, no fuera a ser que su decisión
cambiara de algunos años a algunos días. Cuando la pasión llegó a su vibrante
clímax, en los ojos le ardían las lágrimas inminentes. Se levantó de la cama y se
puso el camisón.
–¿Te vas tan pronto? –le preguntó él asombrado.
–Tengo una idea para una historia –murmuró. –Tengo que empezar a escribir
antes de que se me olvide.
–Que escritora más laboriosa –sonrió. –Esperaré tu regreso ansiosamente.
Angelica abandonó el dormitorio y huyó hacia su estudio. Solamente cuando
cerró la puerta a sus espaldas, dejó correr las lágrimas. ¡Nunca lo dejaré que me
vea llorar! ¡Nunca!

***

Se sumergió en una completa rutina. Cada hora la tenía ocupada, aunque la


sentía vacía. Pasaba las mañanas en su estudio, las tardes recibiendo visitas, y las
noches en bailes o veladas, u ofreciendo pequeñas fiestas a las que invitaba
escritores, artistas y músicos. Era absoluta y completamente libre de hacer lo que
le venía en gana, y aun así, absoluta y completamente miserable excepto en los
breves momentos que pasaba haciendo el amor en los brazos de Ian. Era solo
entonces que su desgarradora pena se mitigaba por un corto tiempo.
Cada noche que pasaba ausente del lado de Ian, avivaba los rumores de que la
pareja se había distanciado. La gente recordaba el baile que había ofrecido hacía
un mes, y especulaban que el duque había desaprobado sus disposiciones y su
presentación. Por sus actuales hábitos de reunirse con escritores, artistas y otras
compañías cuestionables, junto con el hecho; ahora de dominio público, de que
había sido echada de Almack’s, la Duquesa de Burnrath había sido declarada
“libertina” y rechazada por muchos. Las madres y las chaperonas prohibieron a las
jóvenes solteras que se asociaran con ella. Naturalmente, con la mayor parte de
los refinados ausentes, las fiestas de Angelica se hicieron más escandalosas.
Los libertinos acogieron a la Duquesa de Burnrath inmediatamente por su
elevada posición social, pero cuando ella reveló ser el escritor Allan Winthrop, la
recibieron con los brazos abiertos. El día que llegó a las oficinas del New Monthly
Magazine, vestida con su atuendo de hombre y llevando una nueva propuesta, fue
definitivo. Después de que Colburn aceptara su última historia, Angelica se quitó la
peluca y sacudió su oscura cabellera.
–¿Quién eres? –exigió el editor con los ojos desorbitados de indignación.
–Mi verdadero nombre es Angelica Ashton, Duquesa de Burnrath –sonrió ella
mirándolo con expresión desafiante.
–¡Su Excelencia! –gritó Colburn mirándola todavía como si fuera un bicho
raro. –Es un honor. ¡No puedo creer que usted haya escrito esto!
–¿Eso significa que ya no va a publicar mi trabajo? –preguntó Angelica con
preocupación.
Colburn soltó una carcajada. –Debe estar bromeando, madame. Ahora que
usted ha revelado su identidad, ¡mis ventas aumentarás diez veces! –le extendió
un billete de cuarenta libras. –¿No podría escribir una historia de vampiros? Es lo
que está de moda ahora.
Angelica se guardó el dinero en el bolsillo, pensando en donarlo para caridad,
y le respondió evasivamente: –Lo pensaré.
Una historia de vampiros… pensó mientras volvía a casa. Bueno, estaba
ciertamente en posición de escribir una. Sin embargo, hacer eso sería como echar
a perder todo lo que Ian había logrado para salvaguardar su reputación. De hecho,
solo por ser su esposa, le haría el doble de daño con su cuento del que le había
hecho Polidori.
Pero y si pudiera escribir un tipo de cuento diferente… Se recostó en los cojines
de terciopelo del carruaje. ¿Y si hiciera que el vampiro fuera el héroe de la
historia? ¿Y si colocara a los personajes en una época diferente? ¿Y si lo escribiera
como una novela de romance? Una risa amarga se le atravesó en la garganta.
Antes de que Ian la hechizara, no tenía ningún respeto por las novelas románticas.
Y ahora parecía que todo lo que había en su cabeza, tenía que ver con el amor.
Y el amor es el pasto definitivo para la ficción, pensó mientras el carruaje
llegaba a casa. Inmediatamente pidió a Liza que la ayudara a vestirse para el baile
de Pemberly. No deseaba ir a ningún sitio esa noche, pero se estaba sintiendo
demasiado melancólica, y no ayudaría en nada que su esposo la viera en ese
estado vulnerable. Fácilmente se podía imaginar perdiendo el control y rogándole
entre lágrimas que no la abandonara.

***

Cuando Ian regresó esa noche de su cacería, le informaron que la duquesa se


había ido a otra fiesta. Por alguna inexplicable razón, ahora parecían ser poco más
que unos extraños, excepto en el dormitorio, donde los ardientes abrazos de
Angelica eran tan intensos que casi sentía que le quemaban. Fuera de la cama, ella
rara vez le hablaba, y cuando lo hacía, le hablaba con fría formalidad. Su adoración
por él parecía haber sido fingida, ya que ahora incluso se negaba a que él se
alimentara de ella. Ian deseaba haber abandonado sus principios al menos una vez
y haberle leído el pensamiento cuando tuvo oportunidad. Quizás se podría haber
evitado la pasión que ahora sentía por ella.
Se maldijo por haber dejado que una mortal se le metiera bajo la piel, por
muy hermosa e interesante que fuera. Quizás solo era una oportunista consentida
y calculadora que solo lo quería para asegurar su posición en la sociedad y
disfrutar de su nombre y su fortuna. Ciertamente había tomado las riendas del
poder como duquesa con rapidez, y ahora parecía estar disfrutando de su nueva
posición de todas las formas posibles. Aun así, el corazón le exigía una explicación
para su frío comportamiento.
Ian entró al dormitorio y respiró el aroma embriagador de sus recientes
relaciones sexuales. Por lo menos todavía disfrutaba esa parte de ella. Frunció el
ceño. ¿Pero por cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo antes de que siguiera el ejemplo
de muchas matronas de sociedad hastiadas y se buscara un amante? Apretó los
puños ante la idea de su exquisito cuerpo enlazado con otro hombre. Por alguna
razón, le dolió todavía más la idea de ella riendo con otro hombre y compartiendo
con él sus encantadoras ocurrencias… la idea de sus ojos gitanos mirando a otro
con pasión.
Agarró una almohada y la tiró contra la pared con tanta fuerza que el suave
cojín explotó. Iba a recuperar esa pasión. Mientras las plumas caían a su alrededor
como una ventisca, Ian se juró que le daría a Angelica unas noches que nunca
podría olvidar.

***

Angelica dio un paso atrás para alejarse de Ponsonby una vez más y se metió
directamente contra una planta sembrada en un tiesto. El repulsivo libidinoso la
había estado persiguiendo por toda la casa Pemberly, intentando espiar dentro de
su corpiño con sus gafas inquisitivas y haciendo comentarios para nada sutiles
sobre cuánto le gustaría tener una cita con ella. Angelica prefería el tacto áspero
de los helechos que tenía a sus espaldas que tocar sus sucias manos.
–Venga, déjeme ayudarla, Su Excelencia –dijo arrastrando las palabras y
jadeando con lascivia.
–No, gracias –Angelica se enderezó y se puso fuera de su alcance con
destreza. –Oh, veo a la Duquesa de Wentworth. Hace mucho tiempo que no hablo
con ella. Le ruego que me disculpe.
Se recogió las faldas y se alejó corriendo de él sin darle tiempo a replicar y sin
que le importara un comino lo que la gente pensara de su comportamiento
inapropiado.
–Me siento halagada de que tengas tanta prisa por verme –dijo Jane
burlonamente.
–Es Lord Ponsonby –dijo Angelica. –Estaba intentando otra vez “rendirle
homenaje” a mi belleza, pero las palabras que salían de su boca sonaban más
como un limerick 12 desfachatado que como poesía. Oh, Jane, ¡el hombre es más
que repugnante! He hecho mi mejor esfuerzo para disuadirlo, pero no parece
captar la indirecta.
–Quizás es hora de dejar de ser educada y cortarlo directamente –sugirió
Jane.
–Si fuera el único sinvergüenza que me está molestando, lo haría, créeme –
suspiró Angelica. –Pero cada hombre que me encuentro parece inclinado a

12
Poema humorístico de cinco versos, en ocasiones absurdo y subido de tono.
atraerme hacia el jardín para tomarse libertades conmigo. ¿El que yo sea una
mujer casada significa algo para alguien?
Jane soltó una carcajada. –Oh, sí que significa algo, Su Excelencia –y ante la
mirada interrogadora de Angelica, susurró detrás de su abanico. –Significa que ya
no eres una virgen y quizás darías la bienvenida a una discreta aventura. Aun así,
es de muy mal gusto que no esperen a que des a luz al heredero requerido para
tratar de ponerle los cuernos a Su Excelencia. Aunque estoy segura de que, como
Ian y tú están teniendo discrepancias, ellos consideran que es juego limpio.
–Nosotros estamos perfectamente –dijo Angelica apretando los dientes.
–Si tú lo dices –la voz de Jane estaba cargada de escepticismo. –Pero debes
saber que he estado casada durante mucho más tiempo que tú, y conozco todos
los síntomas.
De repente, Angelica ya no encontraba placentera la compañía de la duquesa.
Paseó la vista por la habitación buscando una vía de escape. Los balcones ahora
estaban más llenos que la pista de baile, y no se atrevía a salir al jardín porque
seguramente Ponsonby o algún otro la acosaría. –Tengo que ir a retocarme –
murmuró y salió huyendo del lado de su amiga.
Igual que su casa, la mansión Pemberly tenía su propio cuarto de baño.
Angelica despreció el tocador de amplio espejo que tenía sus propios polvos y
perfumes para que los usaran los invitados, y entró al baño. Necesitaba
esconderse. Una vez dentro arrugó la nariz ante el hedor de excrementos
mezclados con empalagosos perfumes que pretendían disimularlo.
Se cubrió la cara con las manos. Deseó no haber ido a ese baile. Ansiaba estar
lejos de las agobiantes charlas triviales y de las manos y ojos de los libidinosos
“caballeros”. Más que nada, ansiaba estar en su estudio. Su historia de vampiros
estaba tomando forma en su imaginación, cautivándola y alejándola de la realidad
con sus cantos de sirena, justo como debía hacerlo una buena historia. Pero en vez
de estar en su refugio, escribiendo felizmente, estaba encerrada en un retrete
apestoso, escondiéndose de sus iguales porque la volvían loca. Se puso de pie,
decidida a marcharse y comenzar su proyecto inmediatamente.
El crujido de una puerta al abrirse, junto a unas risas femeninas, le hicieron
saber que no estaba sola.
–No puedo creer que haya venido sola otra vez –dijo una voz. –¡Es una
vergüenza!
Otra mujer se rió tontamente. –Sí, pero sus acciones nos ofrecen infinita
diversión. Me pregunto cuántos días pasarán antes de que nos enteremos de
alguna aventura.
¡Qué víboras tan horribles! Angelica sintió lástima por la desgraciada víctima
del chisme.
–Me siento mal por Su Excelencia –dijo la primera mujer. –Hubiera jurado que
ellos estaban enamorados.
Angelica contuvo el aliento mientras una sospecha le perforaba los sentidos.
¿Están hablando de mí?
–Quizás sí estaban enamorados al principio, pero después de esa escandalosa
fiesta que ella organizó y la música vulgar que tocó, ¿quién puede culpar a Su
Excelencia por haber perdido el sentimiento?
Las voces se fueron apagando a medida que las mujeres se alejaban del
cuarto. Angelica salió del váter maloliente con las mejillas encendidas. ¿Sería
realmente su fiesta la razón por la que Ian quería abandonarla? Meneó la cabeza.
Él no había parecido en lo absoluto disgustado por su presentación. No,
simplemente él no la amaba. Trató de poner sus emociones bajo control cerrando
la mano sobre una lata de polvos y apretándola hasta que los bordes afilados se le
clavaron en la piel.
No importa lo que esta gente piense. De todas formas yo no pertenezco aquí.
En cuanto salió, se le acercaron Lady Tavistock y Lady Wheaton junto con
otras mujeres. Los labios de Victoria esbozaban una desagradable sonrisita.
–Es un placer verla, Su Excelencia –dijo Lady Tavistock con artificiosa dulzura.
–¿No la acompaña el Duque?
Las risitas ahogadas en el fondo la hicieron apretar los puños. –Mi esposo no
pudo acompañarme esta noche. Tenía una reunión con su abogado de negocios
sobre una de sus empresas marítimas –mintió. –Ha estado muy ocupado
últimamente. Me aseguraré de darle sus saludos la próxima vez que lo vea.
Victoria soltó una risotada. –Ah, ¿una reunión nocturna, dice usted? La
mayoría de los abogados no trabajan a esta hora. Debe estar muy ocupado, en
efecto.
Las otras mujeres se rieron y cuchichearon por detrás de sus abanicos. ¿Cómo
se atrevían a insinuar que Ian estaba con una amante? La visión se le tiñó de rojo y
su mano se levantó con voluntad propia, dispuesta a quitarle la burlona sonrisa de
una bofetada a esa bruja venenosa.
–¡El Duque de Burnrath! –anunció el mayordomo.
Angelica dejó caer la mano y se hizo silencio en el salón, todos los ojos fijos
sobre la alta figura de Ian caminando hacia ella. Su corazón traicionero dio un
brinco de alegría ante el rescate involuntario. Contuvo el regocijo y trató de
comportarse como si fuera eso lo que estaba esperando. Sin embargo, no pudo
evitar arrojarle una sonrisa triunfante a su audiencia.
Ian le hizo una profunda reverencia y le besó la mano. –¿Le gustaría bailar, Su
Excelencia?
Mientras la hacía girar por la pista, Angelica se sentía entre furiosa y aliviada
por su presencia. Después de todo, la única razón por la que asistía a estos
insípidos bailes era para evitarlo. ¿De qué servía si él la seguía hasta allí? Y si tenía
que seguir bailando con él y soportando sus lánguidas sonrisas, su determinación
de cerrarle las puertas de su corazón podría derrumbarse.
–¿Estás disfrutando la velada, Angel? –preguntó envolviéndola con su suave y
profunda voz.
Angelica suspiró. –No mucho –no había mucho sentido en mentir.
–Entonces puedo llevarte a casa. Sé de otro baile que podríamos hacer –sus
labios se curvaron en una pícara sonrisa. –Pero es uno que se baila mejor en
privado.
El deseo la atravesó y se le aflojaron las rodillas. –Sí, Su Excelencia.
Se dejó conducir por él hacia afuera mientras se iba despidiendo. La falsedad
en la voz de quienes les deseaban buenas noches se le quedó clavada como una
espina. Decidió que ya había tenido suficiente de la sociedad por el momento. Por
ahora se concentraría en escribir y en sus pequeñas reuniones literarias.
Durante el camino a casa, la cabeza le estuvo dando vueltas, llena de ideas
para su novela, hasta que Ian bajó la cabeza hasta su corpiño y rozó con los labios
la parte superior de sus senos. La escritura tendría que esperar a más tarde.
Capítulo 22

–¡Mis sospechas eran correctas! –gritó el cazador de vampiros eufóricamente.


–El Duque de Burnrath sí es un vampiro. ¿Pero cómo supo eso usted, señorita?
Rosetta fingió un trágico suspiro y se acurrucó en una esquina oscura para que
la luz de la lámpara no revelara su palidez. –Me mordió una vez cuando trabajaba
como doncella en su casa.
Ben abrió los ojos asombrado. –¿Y cómo lograste escapar?
–Mi marido, el cochero, me rescató –dijo temblando y tratando de no
rascarse la peluca rubia. La monstruosidad le picaba horriblemente. –Nunca lo
volví a ver después de eso.
El cazador alargó el brazo para darle unas palmadas en la mano con fingida
simpatía, incapaz de ocultar la mirada depredadora en sus ojos turbios. Rosetta se
levantó y comenzó a pasearse por la habitación para evitar que la tocara. Era un
juego peligroso este que estaba jugando. Si él descubría con quién estaba lidiando,
los cañones se virarían rápidamente en su contra. Y que Dios se apiadara de ella si
el Lord de London descubría su conspiración.
La mano del cazador descansaba torpemente sobre la mesa sin tener nada
que agarrar. –No tiene que temer más, señorita. Tengo mucha experiencia en
estos asuntos, y como ya conozco su localización, no tengo que perder el tiempo
dándole caza –se frotó la nuca. –Ahora, aunque me gustaría despojar al mundo de
estas infames criaturas sin recibir ninguna compensación, tengo que comer.
¿Tiene mis honorarios?
Rosetta contuvo las ganas de gruñirle al cretino mojigato. Se preguntó cuán
engañado tenía que estar un hombre para considerarse “santo” a sí mismo. Le
entregó una cartera llena de monedas. –Aquí hay 500 libras. Te daré el resto
cuando acabes con él.
Después de que Flannigan se fue, Rosetta puso a calentar agua para darse un
baño, con la esperanza de limpiarse la inmundicia que le había dejado la presencia
de aquel hombre. Se preguntó si ese repugnante precio valía la pena por esa
corrupción. Levantó la barbilla mientras vertía el agua hirviendo en la tina.
¡Cualquier esfuerzo vale la pena para salvar a mi amor! Aun así, se abstuvo de
contárselo a John. No había necesidad de preocuparlo.

***

Cuando el mes de junio se acercaba a su fin, la temporada social alcanzó un


clímax febril. Toda la nobleza estaba absorta en los preparativos para la
coronación del Rey George, fijada para el diecinueve de julio.
Angelica apenas se dio cuenta. Estaba sumergida en la trama de su novela.
Trabajaba día y noche, con los dedos llenos de manchas de tinta y oscuras ojeras
alrededor de los ojos por la falta de sueño. Rechazó todas las invitaciones sociales,
sin importarle si ofendía o no a alguien. Además, de lo único que hablaba la gente
era de lo último que había hecho el Rey para obtener un permiso del Parlamento,
o lo que era lo mismo, una petición para divorciarse de su esposa, Carolina de
Brunswick. Angelica estaba harta de los chismes del momento, aunque sentía
lástima por la Reina. Era una absoluta hipocresía que George; o Prinny, como le
llamaban estúpidamente, acusara a la Reina Carolina de adulterio cuando él se
paseaba con su amante por todo el país y era capaz de montar a cualquiera que
pudiera soportar su pesado cuerpo.
Cada vez que Angelica salía en el coche, no era para comprarse un nuevo
parasol u otras frivolidades, sino para ir a librerías y bibliotecas a investigar la
época del Rey Henry VIII. Había decidido que ese sería un potente escenario para
su libro sin arrojar sospechas sobre su esposo.
La Novia del Vampiro era una historia en la que una hermosa dama de la
nobleza buscaba un matrimonio ventajoso para escapar de los lascivos ataques del
rey. Al ver a un hombre atractivo, alto y moreno a quién el rey le acababa de
conceder el título de conde, había decidido que era el candidato perfecto.
Después de tenderle una trampa para que comprometiera su reputación y, por lo
tanto, se viera obligado a desposarla, había descubierto que era un vampiro. Al
principio había tenido miedo de él, pero luego se había dado cuenta de que, el
hecho de que bebiera sangre, no le hacía menos caballero. Llena de culpa por
haberlo engañado, se había prendado de su esposo y se había enamorado de él, a
pesar de los sutiles intentos que hacía él para librarse de ella.
¿Este vampiro también habría tenido numerosas esposas en el pasado?
Angelica frunció el ceño y sacudió la cabeza vehementemente. No, no podía
soportar esa idea. Esta era su historia y le pondría más esperanzas que a la suya
propia.
Angelica escribió sobre los apuros de los amantes durante numerosas páginas.
Aunque la trama y los personajes le salieron fácilmente, le estaba costando hacer
encajar los detalles históricos, y los libros que encontraba sobre el tema no
revelaban mucho.
–Si tan solo pudiera preguntarle a Ian sobre eso –gruñó y agarró
mecánicamente otro puro. Muchos de los escritores y mujeres de la vida libre que
ella frecuentaba, fumaban. Así que no había pasado mucho tiempo antes de que
también adquiriera el hábito.
Se puso de pie y se estiró, haciendo muecas por el dolor de los músculos,
agarrotados por haber estado horas en la misma posición. Se sintió un poco
mareada, y se dio cuenta de que no solo se había saltado la hora de almuerzo, sino
también la hora de merienda. Su estómago rugió como si quisiera confirmarlo. Por
mucho que deseaba seguir escribiendo, tenía que tomarse un descanso y comer
algo. Le lanzó una última mirada lastimera a las páginas de su trabajo
resplandecientes bajo la luz de la lámpara, y abandonó la habitación llena de
humo.
Mientras bajaba las escaleras, volvió a sentirse mareada, se balanceó sobre
los pies y tuvo que agarrarse con fuerza del pasamanos.
–¿Estás bien, Ángel? –preguntó Ian con su voz queda y tierna que volvió a
conmocionarle el corazón.
–Estoy bien –dijo Angelica. Su voluntad para mantener la compostura cuando
estaba cerca de él se hacía más frágil con cada día que pasaba. –Solo tuve un
pequeño mareo. Estaba tan ocupada escribiendo que olvidé por completo
almorzar –y alcanzó a sonreír con auto reprobación.
Ian la tomó del brazo y la ayudó a bajar las escaleras. Angelica se estremeció
al contacto de su piel aunque su corazón seguía adolorido. Si tan solo pudiéramos
volver a ser como éramos antes. Si tan solo a él le importara de verdad.
–¡Burke! –rugió Ian con los ojos brillándole de forma inhumana.
El mayordomo se acercó corriendo de inmediato. –¿Sí, Su Excelencia?
–¿Por qué no le avisaste a la duquesa cuando fue la hora de almuerzo? –su
tono prometía un horrible castigo si la respuesta no le parecía convincente.
Burke abrió la boca para responder, pero Angelica lo interrumpió. –Sí me
avisaron, pero yo no hice caso.
El duque pareció calmarse un poco, pero aun así gruñó con ira contenida. –
Aun así, no debían haber permitido que se negara a almorzar.
Angelica le apretó suavemente el brazo. –Por favor, Su Excelencia, no se
enfade con los sirvientes. Di firmes órdenes de que no me molestaran. De hecho,
me comporté como toda una arpía. Este libro se ha robado toda mi atención. La
única culpable de esto soy yo misma y mi imaginación.
Ian asintió de forma cortante. –Muy bien. Te veré para cenar.
Al principio la cena fue más incómoda de lo usual. Hacía semanas que no
cenaba con su esposo y él estaba extremadamente solícito e insistía en que se
comiera hasta el último bocado. Su paranoia de que Angelica fuera a consumirse
eventualmente frente a sus ojos fue demasiado y ella comenzó a reírse a
carcajadas.
–Si sigo comiendo pudding, tendrás que sacarme rodando de la habitación, Su
Excelencia –dijo con contenido regocijo. –Los sirvientes empezarán a llamarnos
“Las Sardinas” a nuestras espaldas.
Ian soltó una carcajada. –Definitivamente eso no puede pasar, porque se
extendería nuestra fama por la cadena de chismes de todos los sirvientes. Ya
puedo ver el libro de apuestas del White: “Ciento veinte libras, dos a una, que la
Duquesa de Burnrath está más gorda que su esposo para Navidad.”
–“Trescientas libras, cinco a una, que la Duquesa abrirá un agujero en el piso
del salón de la Condesa de Pembroke.” –añadió ella loca de alegría.
Angelica no se había sentido tan bien desde su baile. Era maravilloso volver a
reírse con su marido.
Cuando los sirvientes retiraron los platos, Ian se puso de pie y se acercó a ella
con los ojos ardiendo inequívocamente de deseo.
–Hay que ver si todavía soy capaz de llevarte escaleras arriba –susurró.
Mientras subían al dormitorio, Ian la sostenía con infinita ternura. Sus dedos
eran suaves como un murmullo mientras le quitaba la ropa y los calzones,
cubriéndole cada zona que iba dejando desnuda con besos seductores. Para
cuando ambos estuvieron desnudos, Angelica ya estaba jadeando con ansias
desenfrenadas de que él la poseyera.
Pero Ian no tenía misericordia. Fue besando y acariciando cada centímetro de
su cuerpo hasta que ella prácticamente pidió entre sollozos sentirlo dentro.
Entonces la penetró con torturadora suavidad, sincronizando perfectamente sus
embestidas al ritmo del latido de sus corazones.
Cuando Angelica se acercó al éxtasis, articuló la frase “Te amo”, y casi alcanzó
a decirla en voz alta, pero entonces Ian llegó al clímax y ahogó las palabras
convirtiéndolas en un grito apagado, mientras se intensificaba su orgasmo.
–Dios mío –jadeó Ian mientras la envolvía entre sus brazos.
Angelica se acurrucó en su pecho y se preguntó si debería contarle sobre la
novela y tal vez declararle su amor. Esperaré a que esté terminada la novela, y
entonces se lo diré, decidió. Siempre había sido recelosa de enseñar un trabajo
que no había terminado, pero ahora su precaución era doble. No quería echar a
perder de alguna forma la posibilidad de que se reconciliaran. Cerró los ojos y se le
dibujó en los labios una sonrisa satisfecha mientras soñaba que él leía la historia y
se enamoraba de ella, ansioso de tener un final feliz al igual que el héroe del
cuento.
Capítulo 23

La noche siguiente, Ian regresó a casa inmediatamente después de


alimentarse, ya que extrañaba a su esposa. Había estado pensando mucho sobre
el comportamiento de Angelica en los dos meses pasados. Quizás la había juzgado
muy duramente y su comportamiento frío hacia él se debía a que estaba
intimidada por su nueva posición como duquesa. Después de todo, esa fría actitud
no había estado presente la pasada noche.
Sabiendo lo diligente que podría llegar a ser su suegra en cuanto a las buenas
maneras, se preguntó si Angelica no tendría miedo ahora de ser ella misma.
Decidió que hablaría con ella esta noche. Ya estaba harto de vivir con el fantasma
de una mujer que lo había deleitado tanto al principio de su relación.
Miró por la ventana de su dormitorio y vio que Angelica había sacado a Loki al
jardín. Sabía que si no la atrapaba ahora, ella se iría a su habitación de escribir y
estaría garabateando ahí hasta el amanecer. Mientras se dirigía abajo por el
pasillo, se dio cuenta de que la habitación donde escribía tenía la puerta
entreabierta. Quizás era una mejor idea esperar por ella ahí, así no habría
posibilidades de que se le escapara. Además, si estaba en un lugar en el que se
sintiera cómoda, quizás estaría más dispuesta a ofrecerle una explicación sobre su
frialdad hacia él fuera de la cama matrimonial.
Cuando entró a la habitación, tuvo que arrugar la nariz ante el olor acre y
punzante de tabaco quemado. Al principio había intentado esconder su hábito de
fumar, pero ya no parecía importarle lo que él pensara. Después de que hablaran,
intentaría convencerla de que lo dejara antes de que se convirtiera en una
adicción hecha y derecha.
Sus ojos se posaron sobre el escritorio de cerezo, atiborrado de tinteros y
páginas de su manuscrito y un cenicero desbordado de puros aplastados. Cerró los
ojos mientras le pasaban por la mente los recuerdos de cuando había hecho el
amor aquí. Entonces decidió quitar todas las cosas para volver a repetir la
experiencia.
Abrió una gaveta y guardó la pluma y el tintero. Cuando vació el cenicero
grabado en plata en la basura, estuvo tentado de botarlo también. Aguantó las
ganas y lo puso de nuevo sobre el escritorio junto a sus otras cosas.
Cuando recogió las páginas de su manuscrito, el título le saltó a la vista: “La
novia del vampiro, una novela por Angelica Ashton”. Ian apretó los dientes. ¡Ella
no se atrevería!
Pero cuando se sentó en la silla y comenzó a leer, frunció el ceño y apretó los
labios con rabia al darse cuenta de que sí se había atrevido.

***

Angelica había pasado más tiempo del que pretendía en el jardín. Loki hizo sus
necesidades y atrapó una polilla. El insecto se le escapaba una y otra vez; o Loki lo
soltaba intencionadamente. Loki cazaba su presa de nuevo, la arrojaba al aire y la
atacaba con sus delicadas garras, su colita negra algodonada como un sacudidor
de plumas. Angelica estuvo como una hora mirándolo, riéndose con sus monerías
y sorprendida por su aguda visión nocturna. Cuando el gatito por fin se hartó del
juego, el desafortunado insecto estaba hecho pedazos.
–¡Qué cazador más fiero eres! –exclamó cogiéndolo en brazos y escondiendo
la cara en su cálido pelaje negro. –Semejante destreza se merece una recompensa.
Vamos a ver si el cocinero nos da algo de crema.
Se entretuvo en la cocina más de lo habitual, remojando un panecillo en un
tazón de suculenta sopa. Estaba en un aprieto con su libro. El héroe y su heroína
habían tenido una terrible pelea y él estaba a punto de abandonarla. Angelica no
tenía idea de cómo componer su reconciliación y llegar al final feliz. ¿Y si mi
historia no tiene final feliz?, murmuró una molesta vocecita en su cabeza.
Tonterías, le respondió, este es mi libro y, por tanto, tendrá el final que yo quiera.
Y quiero que tenga un final feliz porque al parecer será el único final feliz que yo
voy a tener.
Se terminó la sopa y se arrastró escaleras arriba, aborreciendo las
desalentadoras horas que pasaría mirando las páginas en blanco en espera de que
los personajes le hablaran. La puerta de su estudio estaba entreabierta, y la luz
que salía de ella al pasillo era más intensa de lo normal. Mientras se acercaba
escuchó el crujido que hace la madera al quemarse. ¿Por qué la criada habrá
encendido el fuego con este calor?
Suavemente, empujó la puerta para abrirla más y se le subió el corazón a la
garganta al ver una oscura silueta recostada en su escritorio y de espaldas a las
llamas. El rostro de Ian estaba envuelto en sombras y los ojos le brillaban
siniestramente como los de un espectro. En la mano tenía su manuscrito
incompleto. Se golpeaba el muslo con los papeles con un ritmo constante y
peligroso.
–¿Qué está haciendo aquí, Su Excelencia? –tartamudeó Angelica.
Ian habló con voz baja y peligrosa, con un ligero deje de amenaza. –Te salvé a
ti y a tu familia de la ruina. Te di mi mano y mi nombre. Te di una hermosa casa
para que hicieras con ella lo que quisieras. Te di vestidos, joyas y cualquier otra
cosa que quisieras. Pero eso no fue suficiente para ti, ¿verdad?
–¿Qué quieres decir? –susurró ella mientras sentía que se quedaba sin
fuerzas.
Se acercó a ella acechante como la criatura salvaje que era. –¡Pretendes
destruirme con esto! –y sacudió ante ella las páginas minuciosamente escritas
como si ella fuera un perro que hubiera defecado en la alfombra y fuera a
restregarle la nariz contra ello.
Angelica estaba aterrada. Nunca antes lo había visto tan furioso. Sus ojos
tenían un brillo demoníaco y tenía los brillantes colmillos descubiertos. Parecía el
monstruo de las peores pesadillas de un niño.
–Ian, yo… –susurró sin saber bien lo que le estaba pidiendo.
Ian levantó la mano y ella tembló pensando que iba a pegarle. En vez de eso,
él se dio la vuelta y descargó un puñetazo sobre el escritorio. El sonido de la
madera al quebrarse le arrancó un grito de los labios. El escritorio se partió en dos.
Angelica se cubrió la boca con una mano y se echó hacia atrás. No tenía idea de
que él fuera tan fuerte. La certeza de que él podría beberse toda su sangre hasta
dejarla seca, y también romperle cada hueso del cuerpo, la estremeció hasta la
médula.
–Este libro –dijo en una fría y horrible voz. –Especialmente por la identidad de
su autora, va a deshacer todo lo que he hecho para salvar mi reputación. ¿Te
gustaría tener a todos los cazadores de vampiros del mundo civilizado echando
abajo las puertas para matarme?
–¡No! –gritó Angelica incapaz de pensar que él la creyera capaz de semejante
traición. –El editor quería que escribiera una historia de vampiros… y pensé…
–¡Pensaste! –replicó él con una risita. –¡Tú no piensas en lo absoluto,
estúpida! –se acercó a la chimenea y arrojó el manuscrito al fuego.
–¡No! –gritó Angelica arrojándose hacia las llamas sin reparar en el peligro.
Ian la agarró por la cintura y la echó hacia atrás. Angelica se resistió con todas
sus fuerzas mientras veía los papeles arder, retorciéndose y poniéndose negros
mientras las hambrientas llamas devoraban meses de trabajo duro y dedicación.
–¡Tú, demonio chupasangre! –y sintió una momentánea punzada de culpa al
verlo estremecerse ante el insulto, pero la apartó. Él había quemado su libro. Le
había hecho daño, y le haría daño a él. ¡Había quemado su libro! Una rabia feroz y
rancia comenzó a treparle por el vientre.
Se dio la vuelta y dando un grito de furia comenzó a golpearle el pecho
impotentemente con los puños cerrados. Era igual que si estuviera golpeando una
pared de ladrillos. Dio un salto y trató sin éxito de asestarle un golpe en la cara.
Ian la agarró por los hombros y la sacudió, hundiendo lo dedos cruelmente en
su carne. –¡Quédate quieta! –tronó. –Antes de que te dé la buena paliza que te
mereces.
Angelica paró de forcejear y lo miró a la cara, buscando algún indicio del
hombre que le había sonreído, que había reído con ella, que le había hecho el
amor tiernamente y la había llamado “Ángel”. No había ninguno. En su lugar había
un monstruo furioso y aterrador que se cernía sobre ella prometiéndole funestas
consecuencias si hacía un mal movimiento o volvía a hablar. El fuego siseaba y
crujía de forma nefasta.
–Escúchame con atención, madame –dijo entre dientes. –Puedes garabatear
libremente sobre cualquier tema que escojas, excepto sobre mí, o los de mi
especie. Si me desobedeces en lo más mínimo, lo sabré, incluso después de que
me vaya de esta casa o de esta ciudad, lo cual será muy pronto. Si escucho una
sola palabra que te relacione a ti con los vampiros, ¡no te gustarán las
consecuencias! –le enseñó los colmillos en una mueca horrible y amenazadora. –
¿Quedó claro?
–Sí –respondió ahogándose con las inminentes lágrimas que amenazaban con
invadirla en ese mismo lugar.
–Bien –la soltó y se limpió las manos en los pantalones como si hubiera
tocado algo repugnante. –Me iré dentro de un mes. Te dejaré esta casa y todas
mis propiedades, y el dinero suficiente para que vivas lujosamente por el resto de
tus días. Mientras tanto, apreciaría mucho que te mantuvieras alejada de mí.
Giró sobre sus talones y salió dando un portazo. Angelica sintió su corazón
crujir lo mismo que el marco de la puerta.
Se dejó caer de rodillas sobre toda la pila de sus faldas, incapaz de seguir de
pie mientras su cuerpo se estremecía con sollozos incontrolables.
–Oh, Dios –susurró mirando al fuego con la visión borrosa por el brillo de las
lágrimas. –¿Qué es lo que he hecho?
Capítulo 24

Ian se lamió la sangre del borracho de los labios, le metió una libra de oro en
el bolsillo y lo recostó contra la pared de la posada. El alimento tenía un sabor a
cenizas en su boca. Los largos años de su vida se habían sentido como un milenio
en estos últimos días. La traición de Angelica lo había herido profundamente.
Había sido un tonto por preocuparse por ella. Se preguntó por enésima vez si ella
había pretendido hacerlo caer desde el principio. Cerró los ojos y recordó las
muchas cosas que había hecho y dicho para indicar su doble cara.
–Escuché que eres un vampiro –había dicho la noche en que se conocieron.
–Soy un hombre –había replicado él, demasiado cautivado por su belleza como
para darse cuenta de la trampa que le estaba tendiendo.
La belleza morena había asentido. –Eso pensé.
–¿Y por qué?
–Vi que te reflejas en los espejos.
–Y si no reflejara, ¿qué harías?
–Te preguntaría qué se siente ser un vampiro.
–¿Por qué querrías saber eso? ¿Te gustaría ser uno?
–No había pensado en eso. Solo pensé que daría una buena historia.
Gruñó por haber sido tan tonto. Ella había sido incluso más cándida la noche
en que había irrumpido en su casa.
–Como sabes, siempre he querido ser escritora… –y aun así se había dejado
seducir y se había tragado su cuento de Banbury sobre fantasmas que rondaban
su casa como un escolar ingenuo.
¿Y cómo olvidar su tiempo de cortejo, cuando ella le había hecho preguntas
sin tregua sobre los de su especie?
Se maldijo por ser un imbécil crédulo. Se había dejado cegar por su
encaprichamiento con una chiquilla encantadora que lo había hecho sentir de
nuevo como un mortal. Pero ya no era un mortal. Era un Lord Vampiro, y su
insensatez casi le había costado la vida y posiblemente la de los vampiros que
estaban bajo su protección.
–Demonio chupasangre –lo había llamado ella. Era tan tonto que las palabras
todavía le dolían.
Se metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar entre las sombras
más oscuras, evitando el mínimo reflejo de la luna. Los mortales notaban su
mirada sombría y huían a su paso, y hacían bien en ello.
Ya era hora de que dejara de vivir entre los mortales. A decir verdad, no tenía
idea de por qué su Creador había insistido en que lo hiciera. Ningún otro vampiro
tenía que armar una artimaña tan grande para esconderse como él. Aunque iba a
extrañar a algunos amigos, como el Duque de Wentworth, se había acostumbrado
a perder amigos mortales por siglos.
Se metió al White, dispuesto a aprovechar el refugio lleno de humo mientras
pudiera. Era hora de que se fuera de esta ciudad, y probablemente, el club ya no
existiría cuando regresara a Inglaterra. La noche anterior le había enviado una
carta al Consejo solicitando que Rafe se quedara al mando como Lord de Londres
durante los próximos 50 años.
Ahora todo lo que le quedaba era esperar. Debía recibir una respuesta dentro
de un mes. Suspiró y se sentó a la mesa, con la cabeza zumbándole. Solo un mes
más y no tendré que ver de nuevo su hermoso rostro.

***

–¿Desea algo más, Su Excelencia? –preguntó Liza suavemente al traerle la


bandeja del desayuno.
–No, gracias –dijo Angelica intentando no hablarle bruscamente aunque
sentía ganas de explotar de rabia y destruir todo lo que tenía delante. –Puedes
irte.
Cuando se quedó sola finalmente, saltó de la cama y comenzó a pasearse por
la habitación como una tigresa enjaulada. Si alguien me vuelve a tratar con
lástima, ¡juro que me pondré a gritar!
Mientras se paseaba de un lado a otro en la recámara, detalles de la semana
anterior invadieron su cabeza como banshees 13 implacables.
Después de que Ian arrojara su manuscrito al fuego y descargara su ira sobre
ella, Angelica había echado el cerrojo a la puerta de su habitación de escribir y se
había quedado toda la noche acurrucada en su silla y aturdida de dolor. Cuando
salió a la mañana siguiente, hizo caso omiso de las miradas de lástima que le
dedicaron los sirvientes al informarle que el duque había ordenado que movieran
todas sus cosas al dormitorio adyacente. Solo asintió, como si todo estuviera bien,
se metió a la nueva habitación y durmió dos días seguidos.
Durante los días que siguieron, los sirvientes la mimaron abiertamente
mientras ella vagaba por la casa como un fantasma, fumando mucho, comiendo
poco y sintiendo nada en lo absoluto. Pero cuando vio a Ian salir por la puerta
trasera al acercarse el amanecer, algo despertó dentro de ella: rabia.
¡No ha estado durmiendo en nuestro dormitorio! ¡Solo me echó de ahí por
maldad! ¡Maldito desgraciado! La noche siguiente, cuando Ian partió a su cacería
nocturna, Angelica bajó al sótano con una vela. Allí descubrió algo más
exasperante. La cámara secreta donde él dormía estaba cubierta de polvo y
telarañas. Tampoco había estado durmiendo aquí. ¿Entonces donde estaba
pasando los días?
Un repentino recuerdo la asaltó. La vampira de rostro menudo y delicado
había tenido una apariencia de culpabilidad la noche en que Ian la había
presentado ante su gente. ¡Quizás Ian estaba con ella! Quizás siempre había
estado con ella. Se le hizo un nudo en la garganta que apenas le dejaba respirar, y
volvió a la cama mientras se secaba las lágrimas con los puños apretados.
La lástima evidente en los ojos y las voces de los sirvientes se sentía como sal
en las heridas. Y cuando Liza le llevó el desayuno esa mañana, arrullándola como si

13
Criatura de la mitología irlandesa. Espíritu de mujer cuyo llanto presagia la
muerte.
fuera una niña enferma, Angelica sintió que ya no podía soportar esa mimosa
compasión.
Dejó de pasearse cuando alcanzó a ver su imagen en el espejo. Apenas pudo
reconocer el semblante andrajoso que le devolvía la mirada. Parecía un cadáver
andante. Tenía el pelo enredado y apelmazado en algunos lados, y desgreñado y
ralo como una telaraña en otros. Estaba delgada como un espectro, su piel tenía
un enfermizo color gris que contrastaba con su vestido de lino, y alrededor de los
ojos enrojecidos tenía círculos oscuros como nubarrones.
–Maldición, estoy que doy pena –le susurró a su reflejo. –¡Luzco
verdaderamente espantosa! –hizo una mueca y se dio cuenta de que tenía los
dientes amarillos de fumar tantos puros.
Le dio la espalda al espejo y se dirigió al buró con militar determinación.
Maldiciendo entre dientes sacó los puros de la caja y los arrojó a la chimenea.
Nunca más volvería a fumar. A continuación, llamó a las doncellas para que le
prepararan un baño caliente y rebuscó en su tocador un cepillo y pasta de dientes.
Mientras esperaba, se obligó a comer hasta el último bocado de su desayuno.
Mientras las doncellas vertían el agua caliente y el aceite de lavanda en la
tina, Angelica sintió que sus sonrisas alentadoras le daban ánimos. El agua caliente
relajó sus músculos y se restregó el cuerpo con renovado vigor, como si estuviera
limpiando también sus problemas… al menos superficialmente. El pelo le dio más
trabajo, y el agua ya estaba tibia cuando logró lavar por completo la mata de pelo.
Una vez que los mechones estuvieron un poco secos, los atacó con el cepillo,
murmurando y maldiciendo entre dientes mientras luchaba por desenredar los
nudos de los mechones.
Una vez que su cuerpo y su pelo estuvieron encaminados, y se hubo lavado
dos veces los dientes, Angelica se paró frente al espejo vestida impecablemente
en un regio vestido púrpura adornado con encajes negros. –Soy la Duquesa de
Burnrath, ¡y juro por Dios que nunca más volveré a estar en tan lamentable
estado!
Dicho eso, bajó las escaleras para mandar por el carruaje. Ahora tenía que
comprar un escritorio nuevo. Su parecido a un cadáver andante en los últimos días
la había inspirado a escribir una nueva y macabra historia.
Pero la escritura no sería suficiente para mantenerla ocupada. La idea de
retomar su frenética agenda social, incluso con los pocos que aún querrían
recibirla, le revolvió el estómago. Tenía que haber algo que pudiera hacer, algo
que valiera la pena. Entonces se acordó de la miseria que había visto en Soho. Los
rostros de los hombres hambrientos y las mujeres desesperadas le vinieron a la
mente con dolorosa nitidez, encendiéndola con un sentimiento de culpa. ¿Cómo
podía estar insatisfecha con tanto, cuando otros tenían tan poco?
Se volcó en obras de caridad con toda la determinación de su alma. Donó
grandes sumas para escuelas de niños y hogares para los desamparados. Envió
artículos a los periódicos sobre la difícil situación de pobreza que aquejaba a la
población de Londres. Fue a la policía y relató cómo había sido atacada en Soho, y
ofreció una generosa donación para que contrataran más hombres que velaran
por la paz.
Se sumergió en su nueva novela gótica con el doble de celosa determinación
que había puesto en la anterior. Trabajaba tan duro en ello, que cuando se
arrastraba a la cama por las noches, estaba demasiado cansada como para pensar
en su corazón roto. Y cuando Loki se presentó ante ella con una rata muerta casi
de su tamaño, se dio cuenta que podía sonreír otra vez.

***

–¿Su Excelencia? –dijo Burke en cuanto le tomó el sombrero y el sobretodo a


Ian. –Hay cierta cantidad de correspondencia que necesita ser revisada. La
duquesa... err… Su Excelencia… parece estar demasiado ocupada como para
responderla –el nerviosismo del mayordomo era evidente por su tartamudeo y la
forma en que se retorcía las manos.
–Muy bien –replicó Ian mientras se preguntaba por qué Angelica estaba
eludiendo sus responsabilidades. ¿En qué estaría metida que la tenía tan ocupada
que no podía responder sus cartas? Ese comportamiento no era propio de ella. –
Llévame las cartas a la biblioteca.
Burke tosió, encogiéndose con incomodidad. –Me temo que Su Excelencia
está reunida con sus invitados en la biblioteca.
Como si fuera el momento que esperaba, la risa musical de Angelica trinó
desde la dirección de la biblioteca. Ian apretó los puños y se le enterraron las uñas
en las palmas de las manos. Ella solía reírse así para él. –Muy bien, entonces las
leeré en el salón azul.
En su camino al salón, las doncellas y los lacayos palidecían y se apartaban de
su camino como si fuera un dragón que estuviera aterrorizando a una aldea. Esto
le molestó un poco menos que las sutiles miradas acusadoras que le lanzaban los
sirvientes cuando creían que no estaba mirando. ¡Como si fuera él quien tuviera la
culpa! Dos de las doncellas del piso superior se habían marchado después de que
él y Angelica tuvieran esa horrible pelea. Estaba sorprendido de que su esposa
hubiera encontrado tiempo para contratar sustitutas, pero no para responder su
correspondencia.
Burke trajo una licorera con brandy y un bulto de correspondencia. Ian frunció
el ceño ante la pila de cartas. Seguramente acumuló deudas comprando vestidos y
otras fruslerías por despecho. Si piensa que intentando gastarse todo mi dinero me
va a molestar, tendrá que sentarse a esperar.
–Gracias, Burke –dijo Ian, mirando desdeñoso cómo le temblaban las manos al
mayordomo al servir una copa de la licorera. –Has sido de invaluable ayuda para
mí.
Ian bajó un trago de brandy y se deleitó con el calor que florecía en su
estómago. Deseó que pudiera disfrutar unos cuantos tragos más sin que le
sentaran mal. Así por lo menos podría anestesiar el dolor que le había causado su
esposa. Cogió el primer sobre de la pila y rompió el sello de cera con el pulgar. La
carta era una invitación a un baile que se había celebrado hacía más de tres
semanas. El siguiente sobre también contenía una invitación, y el otro, y el otro, y
el otro también.
Ian frunció más el ceño. Sabía que ella estaba pasando mucho tiempo en casa,
pero no tenía idea de que estuviera dejando invitaciones importantes sin
responder, una cosa que, sin duda, ofendería a muchos de los miembros más
influyentes de la alta sociedad. Angelica estaba peligrosamente cerca de cometer
un suicidio social. Tomó un pequeño sorbo de brandy y se preguntó si ella estaría
al tanto de las consecuencias de sus actos, y por qué eso debería importarle a él,
de cualquier manera.
Unas cuantas de las cartas no eran invitaciones. Los sobres estaban más
gastados y su contenido lo detuvo en seco.
Su Excelencia, la Duquesa de Burnrath:
Tiene usted nuestro sincero agradecimiento por su milagrosa donación.
Gracias a su generosidad, los niños ahora pueden comer carne todos los días.
Incluso nos sobró un poco de dinero para comprar algunos juguetes. Estoy seguro
de que hay un lugar especial en el cielo reservado para usted.
Sinceramente,
Adam Westland
Supervisor del Orfanato de St. Jude
La siguiente decía:
Su Excelencia, la Duquesa de Burnrath:
Gracias por su generosa donación. La nueva ala para las mujeres debe estar
terminada para la próxima primavera, con el favor de Dios, y esperamos que usted
asista a la ceremonia de inauguración. También hemos tenido en cuenta su
recomendación para abrir una escuela para formar enfermeras y parteras. Me
complace informarle que hemos encontrado dos candidatas calificadas para servir
como instructoras. Le mantendremos informada sobre el progreso.
Saludos,
James Everson
Altherbury Hospital
Ian abrió el otro sobre con un suspiro. Al parecer, su esposa se había
convertido en toda una filántropa. No era en lo absoluto lo que había esperado y,
por alguna razón, sus acciones le hacían sentir incómodo.
Estimada Duquesa de Burnrath:
Me complace informarle que he hecho un buen uso de su contribución y he
seguido sus recomendaciones. He sido capaz de contratar dos hombres más para
que me ayuden en la difícil tarea de combatir el crimen en la ciudad. Tiene usted
mi eterna gratitud.
Sinceramente,
Agente Frederick Nelson
Ian bajó la última carta y tomó otro trago de brandy, haciendo un gesto de
dolor porque su estómago ya estaba protestando. Angelica debía haberse
quedado profundamente afectada después de que esos hombres la atacaran en
Soho. Soltó una maldición mientras volvía a invadirle la culpa por haberla dejado
desprotegida aquella noche, aunque ella había tomado el asunto por su mano y
había combatido a los atacantes como una leona desenfrenada. Sonrió a su pesar.
Ahora estaba tomando el mando con su patrocinio a las mujeres, a los orfanatos, y
con el débil intento de la ciudad de hacer respetar las leyes.
Mientras se acercaba a la biblioteca, escuchó la voz de Angelica. –Si no le
molesta, Anderson, me gustaría que fumara afuera. Verá, hace poco que he
dejado el vicio, y me gustaría evitar la tentación, de ser posible. Gracias.
Qué terrible ironía, pensó Ian con amargura, yo que quería animarla a que
dejara ese repugnante hábito, y lo ha hecho ella sola. Se sintió invadido por cierta
admiración, y a la vez por un atisbo de pesar. Quizás ella estaba bien sin él.
La alegre atmósfera de la reunión se evaporó en cuanto él entró a la
biblioteca. El grupo de gente venida a menos lo miró con los ojos muy abiertos y
comenzaron a murmurar nerviosamente entre ellos.
–¿Se le ofrece algo, Su Excelencia? –preguntó Angelica frunciéndole el ceño
con una mirada acusadora.
Ian desvió los ojos hacia el corpiño de su vestido y notó el movimiento casi
imperceptible de su pecho que delataba su agitación. Sus ojos de gitana
relampagueaban.
–Me tomé el tiempo de abrir la correspondencia que ha rechazado, Su
Excelencia –luchó por parecer indiferente mientras le extendía las cartas de
agradecimiento. –Hay personas esperando ansiosamente su respuesta, si es que
eso le interesa.
Con su regio vestido azul oscuro, el pelo recogido en un moño elegante y los
labios entreabiertos, lucía tan hermosa que dolía. Ian apretó los puños haciendo
un enorme esfuerzo por contener la lujuria que le invadía al verla. La belleza de su
esposa lo tentaba a cargarla sobre su hombro, llevarla al dormitorio, arrojarla
sobre la cama y pasar el resto de la tarde violándola.
Sin embargo, más que la lujuria, se sintió invadido por la añoranza de la
intimidad que solían tener. Una lanza de agonía lo atravesó al pensar que nunca la
vería sonriéndole de nuevo, que nunca más escucharía de la última aventura
escandalosa de Angelica.
Ian evitó su mirada y se inclinó con rigidez. –Me voy al club, así que no te veré
hasta mañana.
Giró sobre sus talones y se marchó haciendo un gesto de dolor mientras ella
gritaba a sus espaldas: –¡No me importa lo más mínimo a dónde vayas!
Maldición, todavía estaba enamorado de ella, y tendría que luchar
endemoniadamente para sacarla de su corazón.
Capítulo 25

Ben Flannigan sonrió mientras acariciaba la superficie lisa de la estaca que


llevaba, tallada finamente con madera de fresno. Cuando había ido la primera vez
a la Casa Burnrath, había estado tentado de rendirse, quedarse con el dinero y
buscar una presa más fácil, porque el duque pasaba todas las horas del día
encerrado en una fortaleza al parecer impenetrable. Todo el piso superior de la
imponente mansión isabelina estaba cubierto firmemente con tablones que no
dejaban pasar ni el más pequeño rayo de sol, y la casa estaba llena de sirvientes
alertas. Si eso no fuera suficiente para desanimarlo, llegaban visitantes de forma
constante e inesperada, a pesar de que ya se acercaba el final de la temporada.
Pero cuando vio a la etérea criatura que era la esposa humana del duque,
ataviada con un vestido verde botella que le sentaba muy bien y una encantadora
sonrisa en sus labios lozanos, Ben tuvo que reconsiderar su decisión. Esta inocente
mujer merecía ser liberada de las garras de ese monstruo. Sintiéndose más como
un caballero de antaño al rescate de una damisela en apuros, se resignó a pasar
más noches frías en la caseta de guardia abandonada.
Cuando escuchó el débil, pero inconfundible sonido de una violenta discusión,
ansió correr a defender a la dama. Los rugidos iracundos del vampiro parecían
estremecer toda la casa, y si él podía escucharlos desde fuera, sabía que la pobre
mujer estaba siendo objeto de la más terrible furia. El duque salió de la casa
dando largas y casi inhumanas zancadas, y por un momento de pánico, Ben temió
que lo descubriera. Se hundió más entre los arbustos espinosos, apretando tan
fuerte su crucifijo que los bordes se le encajaron en las palmas y le hicieron
sangre, y moviendo los labios en desesperada plegaria. Mientras se escondía y
rezaba, hubiera jurado que podía oír a la duquesa sollozando lastimosamente.
Para su delicia, al día siguiente escuchó a los jardineros chismeando sobre la
pelea. La noche anterior, el duque había dispuesto que la duquesa se mudara a
otra habitación. Aunque Ben aún no tenía un plan para entrar a la casa a
hurtadillas, las cosas serían más fáciles si el vampiro estaba durmiendo solo. Por la
noche, cuando el monstruo se marchó a satisfacer su blasfemo apetito, Ben
exploró la casa tan cuidadosamente como pudo, buscando una forma de entrar.
Por desgracia no pudo encontrar nada antes de que la criatura regresara.
Pero cuando se acercaba el amanecer, su constante vigilancia le fue de gran
ayuda. El vampiro volvió a salir de la casa. Solo había una razón para que un
vampiro saliera estando tan cerca el amanecer. ¡Debía estar descansando en otro
lugar! Siguió al duque pero lo perdió de vista en los jardines traseros, cerca del
mausoleo. Ben había sospechado del mausoleo desde el principio, pero después
de examinar cada pulgada de la estructura de mármol, había concluido que debía
haber estado sellado por siglos.
Pasó días y días buscando la guarida del vampiro, tomando solo un descanso
para ir a la ciudad a comer y tomar un baño. Se desalentaba más y más cada vez
que el sol se ponía, desatando así al demonio bebedor de sangre que haría presa
de gente inocente una vez más. Pero aun así, Ben se mantuvo firme, decidido a
cumplir con su noble causa.
Mientras la oscuridad avanzaba, se encontró a sí mismo en el jardín trasero,
dispuesto a pelear contra el vampiro si era necesario. Escuchó un sonido de algo
que se arrastraba a sus espaldas. Se volvió y vio la parte de atrás del mausoleo
moviéndose. Rápidamente se zambulló entre los arbustos antes de que el vampiro
saliera de una puerta trasera secreta. Ben se maldijo por ser un tonto negligente.
Al parecer no había examinado el área con el suficiente escrutinio.
Cuando estuvo seguro de que el vampiro se había ido, corrió hacia el
mausoleo y se puso a inspeccionar cada centímetro de la estructura. Dos horas
después, descubrió cómo operar el mecanismo para abrir la puerta secreta.
Sonriendo con satisfacción, regresó a la caseta abandonada para esperar el
amanecer.
Mientras esperaba, revisó su arsenal de implementos para matar vampiros.
Sus largos viajes lo habían convertido en un experto en leyendas de vampiros
locales por toda Europa. Tenía dos estacas hechas de fresno, aunque con suerte
solo una sería suficiente. Su bolso también contenía un frasco grande de agua
bendita, con la cual mojaría a la criatura, un hacha para cortar su cabeza, dientes
de ajo para meterle en la boca, y una cruz de hierro para ponerla sobre el cadáver.
El demonio chupasangre no se volvería a levantar para violar a otro mortal cuando
acabara con él.
Ben se acomodó para la larga espera, recitando alternativamente el Padre
Nuestro y rezando por el alma inmortal de la duquesa. Quizás cuando terminara,
podría contarle de su heroísmo, consolarla y ayudarla a limpiar sus pecados. Se
recostó con las manos en la nuca mientras imaginaba su menuda figura, sus senos
redondos y firmes, y sus exquisitos labios. Suspiró de placer mientras se permitía
fantasear con tenerla en sus brazos, aferrada a su fortaleza y limpiándose
delicadas lágrimas de gratitud.
–Pronto, querida –susurró. –Pronto estarás a salvo de ese terrible monstruo, a
salvo conmigo.
Capítulo 26

Angelica se despertó por un extraño maullido. Levantó la cabeza del escritorio


y se estremeció mientras los músculos agarrotados de la nuca le mandaban
señales de dolor. Se había quedado dormida escribiendo otra vez. Bajó la vista
hacia el papel arrugado que había usado de almohada y frunció el ceño ante la
tinta emborronada. Tendré que escribir esta página de nuevo. Hizo una mueca
mientras se frotaba la mejilla y se dio cuenta de que los dedos se le habían
manchado de tinta.
Loki maulló de nuevo. Se volvió a mirar al gato que estaba en el alféizar de la
ventaba y golpeaba desesperadamente con las patas el cristal que dejaba entrar la
primera luz de la mañana.
–¿Qué pasa, Loki? –preguntó mientras parpadeaba para ajustar sus ojos a la
claridad. –¿Necesitas salir y hacer tus necesidades?
El gato soltó un gemido quejumbroso. El corazón le dio un brinco con alarma.
Nunca antes había visto al gato comportarse de una forma tan extraña.
Se puso de pie y se estiró, bostezando mientras le traqueaban los huesos de la
columna. Tenía los pies adormecidos y un cosquilleo en las piernas por haber
estado en esa posición incómoda tanto tiempo. Mientras se frotaba los ojos, se
acercó a la ventana. Miró hacia afuera esperando ver un pájaro, una ardilla o
cualquier otra cosa que hubiera llamado la atención del felino. En vez de eso, lo
que vio le paralizó el corazón y le dejó la sangre helada. Se aferró al marco de la
ventana y ahogó un grito.
Un hombre extraño había entrado al patio trasero. Estaba justo bajo la
ventana, caminado sigilosamente a través de la hierba cortada y hacia el
mausoleo. Llevaba colgado del hombro izquierdo un bolso de lona abultado, del
cual sobresalía un pedazo de madera. En la mano derecha llevaba una estaca de
madera, con la punta afilada letalmente. No había ninguna duda sobre el
propósito de esa estaca. Angelica se tragó un gemido de dolor. Sentía como si le
estuvieran aplastando el corazón en un torno.
Este es uno de los cazadores de vampiros sobre los que me contó Ian. Se llevó
una mano a la garganta para evitar que la presión de la sangre le explotara en el
cuello. ¡Y va a matar a Ian! Loki gruñó, saltó al suelo y salió disparado hacia la
puerta. Angelica trató de recobrar el aliento, comprendiendo de una vez su
apremio, pero paralizada de miedo. Su mente le gritó que hiciera algo y se obligó a
sí misma a moverse. Después de una lucha agonizante, el pánico remitió un poco y
le volvió la sangre a las extremidades.
Le dio la espalda a la ventana y comenzó a mirar por toda la habitación en
busca de algo que pudiera usarse como un arma. Allí, un abrecartas de plata
afilado. Soltó un pequeño grito de triunfo al agarrar el instrumento del pie de la
lámpara y salió corriendo. Loki corría delante de ella, casi perdiéndose de vista.
Por las ventanas se colaban los rayos del sol, iluminando las motas de polvo
arremolinadas. Los sirvientes todavía estaban en la cama. La casa estaba silenciosa
y el único sonido era el rugido de su corazón desesperado latiendo en sus oídos.
Abrió de un tirón la puerta trasera y contuvo un pequeño grito. El cazador ya
había entrado a la guarida de mármol de Ian. En su pecho floreció una esperanza
frenética al ver que se había dejado la puerta abierta. Su pulso corría casi tan
rápido como sus pies mientras corría como una flecha a través del jardín,
ignorando las ramas cortantes y las zarzas que desgarraban su vestido y le
raspaban la piel.
Se metió corriendo por la boca del mausoleo. ¡Ian, Ian! Su mente gritaba la
desesperada letanía. Dio un traspié y casi cayó de cabeza por los largos escalones
de piedra que bajaban hasta un vacío oscuro y desconocido. ¿Se despertaría?
¿Podrá defenderse de un asesino que conoce las debilidades de un vampiro?
Respirando profundo, se levantó las faldas y se adentró en la oscuridad, rezando
por llegar a tiempo a dónde estaba su esposo.
Rodeó una esquina y vio al cazador aproximándose al cuerpo inconsciente de
Ian. Estaba tendido sobre una laja de piedra como si ya estuviese muerto. Se le
apretó el corazón ante su belleza, y supo que nunca podría dejar de amarlo. ¡Dios!,
¿por qué me he dado cuenta de esto cuando es demasiado tarde?
Una vela ardía con luz parpadeante en la pequeña recámara de piedra,
arrojando sombras irregulares sobre las paredes y sobre la espalda del cazador.
El corazón se le encogió y la sangre se le puso espesa como melaza mientras el
cazador sostenía la estaca contra el pecho de Ian y levantaba el martillo para
golpearla.
Ian abrió los ojos desorbitados, se giró y la miró a ella. Su rostro se
contorsionó en una mueca de desespero y acusación.
–¡No! –le gritó Angelica a Ian y al cazador. Se lanzó hacia adelante con las
faldas enredándosele entre las piernas.
Fue demasiado tarde.
El martilló bajó.
Angelica gimió de dolor mientras la estaca se hundía hasta la mitad en el
pecho de Ian con un enfermizo sonido de huesos quebrados. El hombre la miró,
indiferente a su dolor, y volvió a levantar el martillo. Angelica se quedó paralizada
en shock, pero entonces una rabia candente hirvió dentro de ella y explotó. Este
hombre iba a morir.
Saltó a la espalda del cazador y acuchilló su cara y su garganta con el
abrecartas, gritando con una furia que bordeaba en la demencia.
–Pero, chiquilla, ¡si te he salvado! –gritó el cazador, lo cual alimentó más las
llamas de su ira. –Muchacha, ¡detente, por favor! El monstruo ya está muerto, o lo
estará pronto si me dejas…
El hombre forcejeó para apartarla, pero Angelica luchó como una demente y
se aferró tenazmente a su víctima, y siguió apuñalándolo más y más con su
pequeña, pero letal arma, hasta que las manos se le pusieron resbalosas por la
sangre. Se le resbaló el abrecartas por un segundo y recibió un rotundo golpe en
un lado de la cabeza mientras recuperaba la fina hoja de plata.
–¡Pequeña perra! –rugió el hombre mientras Angelica le abría de un tajo la
mejilla. Corcoveó como un toro enfurecido, pero Angelica se las arregló para
seguir agarrada.
El cazador le asestó puñetazos por todo el cuerpo, le clavó las uñas en los
brazos. Angelica gritó cuando le arrancó un mechón de pelo directamente del
cráneo, pero siguió peleando. Gritó como una posesa y le clavó la punta del
abrecartas en la garganta. El asesino dejó de atacarla y sus manos cayeron sobre
su pecho como insectos heridos. Un repugnante sonido de borboteo salió de su
garganta y de sus gruesos labios surgió una burbuja de sangre.
Finalmente, el cazador se derrumbó mientras la sangre seguía manado de su
cuello y su rostro. Angelica no lo miró por segunda vez. Corrió hacia Ian y tiró de la
estaca con todas sus fuerzas. Mientras salía lentamente, se le encogió el corazón
como si el objeto infernal la hubiera atravesado también a ella. Arrojó la horrible
estaca lo más lejos que pudo y se volvió hacia su amado. La sangre brotaba del
agujero de su herida a un ritmo alarmante. Pero podía ver que su corazón aún
latía débilmente. Una descarga eléctrica de esperanza estremeció todo su ser.
–Oh, Ian, mi amor –susurró. –Vive, por favor. Por favor.
Rasgó su vestido de muselina y enrolló el retazo. Con manos temblorosas,
metió la tela en la herida y se apoyó sobre ella con el codo, esperando que pudiera
ejercer suficiente presión como para contener el sangrado. Ya había perdido una
gran cantidad de sangre, y su piel estaba tan blanca como su vestido. Volvió a
colocar los dedos en su garganta. Todavía tenía pulso, pero se estaba debilitando.
El pánico se apoderó de ella, pero luchó contra el miedo ciego, sabiendo que si se
dejaba llevar, Ian moriría. Su cabeza daba vueltas pensando qué hacer a
continuación.
Necesita más sangre, se dio cuenta. Se inclinó tanto como pudo hasta
alcanzar el abrecartas con la punta de los dedos. Lentamente, logró acercar el
arma. El ruido que hacía al arrastrarse sobre el áspero piso de piedra resonaba
como un eco en la cámara silenciosa. Su respiración y sus latidos rugían en sus
oídos mientras el pánico luchaba incesantemente por apoderarse de su mente.
Soltó un grito de triunfo cuando pudo agarrar el arma completamente. Arrugó la
nariz de asco ante la sangre coagulada del cazador que había comenzado a secarse
sobre la superficie del metal. Respiró hondo, murmuró una plegaria y se aplicó un
corte en la muñeca, bufando ante el agudo dolor que se extendió como fuego por
su brazo.
Presionó la muñeca herida contra la boca de Ian. La sangre comenzó a
escurrirle por la barbilla y tuvo que utilizar la otra mano para abrirle los labios,
mientras susurraba: –Por favor, Ian, bebe. Por favor, vive. Por favor. Dios, yo te
amo, Ian. Dios, yo te amo. ¡Por favor no te mueras!
Al principio la sangre le goteó por las comisuras de los labios y se escurrió por
su cara hasta hacer un charco sobre su pelo. Angelica sintió los ojos llenos de
lágrimas. ¿Era demasiado tarde? Pero entonces, el pecho de Ian se elevó con un
estremecimiento. Una corriente serpenteó entre ambos.
Ian abrió los ojos bruscamente y hundió los colmillos en la carne tierna de su
muñeca. Angelica suspiró aliviada, a pesar de que el corazón se le quería salir del
pecho a medida que él iba bebiendo de su sangre con largos y ávidos sorbos. –Te
amo.
La visión se le nubló con manchas blancas y negras y finalmente Ian la soltó.
Aunque aún tenía una palidez alarmante, ya había perdido el mortecino color gris.
Iba a vivir. Se llenó de triunfante satisfacción de que el cazador no hubiera matado
a su esposo.
El cazador… Miró el cadáver mutilado sobre el suelo de piedra. Sus ojos
muertos y vidriosos la miraban con infinita acusación.
Lo maté. El mundo se inclinó y todo comenzó a darle vueltas. Maté a un
hombre. Se estremeció mientras el mareo se apoderaba de ella. Sintió que el
cuerpo se le volvía de gelatina y cayó de bruces. Justo antes de que todo se
pusiera negro, sintió que Ian la envolvía entre sus fuertes brazos y escuchó una
última palabra de su hermosa voz:
–Ángel.

***

El corazón de Ian se contrajo con la sangre de Angelica corriéndole por las


venas, un sacrificio conmovedor. Había estado dispuesta a morir por él.
Cuando había visto al cazador de vampiros sobre él, y a Angelica tras de él,
había estado dispuesto a morir para no sufrir la agonía de la traición de su esposa.
Había pensado que ella había contratado al cazador para matarlo. Cuando la
estaca se hundió en su corazón, había sentido un dolor tan agonizante que había
perdido la conciencia y se había abandonado gustoso a la inconsciencia y a la
muerte.
Entonces había despertado con el sabor dulce e inolvidable de la sangre de
Angelica que le bajaba por la garganta, estimulando su cuerpo y sanando sus
heridas.
–Te amo –había susurrado ella dolorosamente antes de desmayarse sobre su
pecho.
Ian se quitó la muñeca de Angelica de la boca y se mordió el labio para sanarle
la herida. Cuidadosamente, se la quitó de encima, la tendió sobre el frío mármol y
se levantó para evaluar la gravedad de sus heridas. Se dio cuenta de que Angelica
le había puesto un trozo de su vestido dentro de la herida. Movió la cabeza,
maravillado, y los heroicos esfuerzos de su esposa por salvarle la vida volvieron a
conmoverlo. Sacó el pedazo de tela antes de que los huesos y la carne volvieran a
regenerarse alrededor de ella. Se ató la muselina alrededor del torso y se crispó
mientras una mezcla de dolor y el cosquilleo de la carne al sanar le recorrían el
cuerpo inmortal. Necesitaba más sangre.
Lentamente, recostó a Angelica sobre su espalda, rodó sobre la laja de
mármol y se contorsionó de dolor, parecía que le estaban desgarrando el pecho.
Con mucho esfuerzo, se arrastró hasta el cuerpo del cazador derrumbado
sobre el suelo. El hombre estaba muerto, pero de seguro su sangre aún estaba
caliente. Tragó saliva asqueado de lo que tenía que hacer; entonces hundió los
colmillos en el cuello del hombre y comenzó a drenar el cuerpo de todo el
nutriente que tuviera.
Cuando bebió todo lo que pudo, miró al agujero de la herida en la garganta
del hombre, y el resto de las heridas superficiales que tenía en la cara y el cuello.
Tenía rebanada la punta de una oreja. Era obvio que su esposa había luchado
como una fiera por él y volvió a dolerle el corazón por haberla colmado de tanto
sufrimiento.
Miró al cadáver una vez más y los ojos se le salieron de sus órbitas. No era
ningún cazador de vampiros amateur. No era otro que Ben Flannigan, la pesadilla
de la comunidad de los vampiros, quien había matado a más de una docena de
vampiros él solo. El hombre se había convertido en una amenaza tan grande que
el Consejo había levantado la prohibición de matar humanos y le había puesto un
precio a su cabeza. Y su menuda y mortal esposa había sido quién lo había
derrotado.
La sangre lo siguió curando y revitalizando, y fue capaz de volver rápidamente
a dónde estaba su esposa. Aunque apenas podía permitírselo, se mordió el dedo.
Suavemente le abrió los labios a Angelica y le proporcionó un poco de vitalidad de
vuelta. El color le mejoró, pero siguió inconsciente.
–Dios, qué tonto he sido –susurró.
Por primera vez en cientos de años se le llenaron los ojos de lágrimas. Debería
haber sabido que ella no se había casado con él para exponerlo y destruirlo con
sus escritos, ni para volverse rica y obtener un título. Ahora recordó lo que ella
había dicho cuando había aceptado casarse con él y había confesado sus
intenciones de escaparse de casa para evitar el enlace.
–¡No tenía ninguna intención de casarme contigo! De hecho, estaba haciendo
todo lo posible para evitarlo, ¡y me iba a escapar de casa!
–¿Y hacia dónde planeabas escaparte? –acusó él.
–Iba a usar el dinero que gané con mis historias para alquilar un piso en
alguna parte de la ciudad, y mantenerme escribiendo historias cortas hasta que
terminara una novela. Escuché que la mujer que escribió Orgullo y Prejuicio ganó
ciento cuarenta libras.
–Eso no te alcanzaría para comprarte vestidos bonitos.
–¡A la mierda los vestidos! Además, debo decirte que no son un atuendo
adecuado para un escritor.
Había estado tan irritante, y la vez tan espléndida con su candidez y su
orgullosa rebeldía.
Se acercó más a ella, le besó la frente y recordó sus palabras en la primera
noche que habían hecho el amor.
–¡Si hubiera sabido que esto era así, hubiera insistido en que te casaras
conmigo la misma noche del baile de los Cavendish!
–Oh, Dios, le he hecho tanto daño –susurró. –¡Le he hecho daño y todavía me
ama! Y arriesgó su vida para salvar la mía. ¿Qué es lo que he hecho?
Le acarició la pálida mejilla con el pulgar, ansiando que abriera esos oscuros
ojos gitanos que tanto amaba. Necesitaba su mirada pícara, su risa ligera y su
toque embriagador. Necesitaba todo de ella. Ella le había hecho sentir más vivo
incluso que cuando era humano.
Necesitaba sus besos tanto como necesitaba la sangre para sobrevivir. Posó
sus labios sobre los de ella. –Te lo ruego, despierta. Por favor, mi queridísima
Ángel –rezó mientras la abrazaba. –Despierta para que pueda decirte cuánto lo
siento, y cuánto te amo. Dios, te amo –no podía decir las palabras lo suficiente. –
Te amo, te amo –repitió la letanía una y otra vez hasta que lo venció el cansancio y
se quedó dormido, aferrado aún a ella y dispuesto a nunca dejarla ir otra vez.
Capítulo 27

Angelica estaba teniendo el sueño más maravilloso del mundo. Comenzó a


desvanecerse mientras recuperaba la conciencia y luchó para mantenerse dentro
de las oscuras redes del sueño. Podía sentir a Ian abrazándola, sentía su voz como
un eco dentro de su cuerpo diciendo “Te amo” una y otra vez.
Las palabras infundían felicidad a cada célula de su cuerpo. No quería
despertarse. Quería quedarse en el sueño y escucharlo diciendo esas palabras
eternamente. –Te amo… te amo.
Sus ojos la traicionaron y se abrieron, y ahogó un grito de asombro al ver el
rostro dormido de su amado sobre ella. La palidez de la muerte se había
desvanecido, y su respiración era estable. ¡Estaba vivo! Bajó la vista hasta su
pecho. Había usado el trozo de vestido para hacerse un vendaje y, gracias a Dios,
la herida ya no estaba sangrando.
Él la sostenía entre sus brazos, justo como en el sueño. Una línea entre sus
cejas le indicó que estaría furioso si se levantaba de allí. Pero Angelica no tenía
ninguna intención de abandonar el refugio seguro de sus brazos. Suspiró
felizmente y se acurrucó contra él teniendo cuidado con la herida y aspirando el
aroma que tanto había extrañado.
–Angel, ¿estás despierta? –susurró con la voz quebrada de preocupación.
Angelica inclinó la cabeza para mirar dentro de sus ojos plateados y la
felicidad la embargó al ver que estaba vivo y que no la odiaba. –Sí.
Ian la abrazó más fuerte, aunque tenía el rostro quebrado de dolor. –Gracias a
Dios. Tenía miedo de perderte.
Sus palabras la hicieron preguntarse si el sueño había sido real, pero tenía
demasiado miedo a preguntar. En vez de eso, susurró: –Yo tenía miedo a perderte
a ti.
Él se rió débilmente. –¿Con todos los heroicos esfuerzos que hizo mi
vengadora Angelica para salvar mi vida? No lo creo.
Angelica lo miró a los ojos con una sonrisa juguetona en los labios. –Bueno, en
verdad quien te salvó fue Loki. Me despertó y me guio hasta aquí justo cuando ese
horrible hombre… –se puso seria al recordar la horripilante pelea. –¿Cómo está tu
herida?
–Me estoy curando –respondió evasivamente.
Angelica frunció el ceño. –De verdad, ¿qué tan mal está? ¿Qué tan cerca
estuviste de…? –y se vino abajo incapaz de pronunciar las palabras en voz alta.
–Estuve muy cerca –respondió él con ecuanimidad. –Mi corazón sufrió un
daño severo. Si no me hubieras dado tu sangre inmediatamente, habría muerto.
Angelica levantó el vendaje con delicadeza para descubrirle el pecho. La
herida se había reducido la mitad y el sangrado ahora solo era un goteo
intermitente. Aunque se animó por la rapidez con que estaba sanando, no quería
correr riesgos y volvió a apretar con fuerza el pedazo de vestido arruinado contra
el agujero.
Ian le cubrió la mano con la suya. –Cuidado, o la herida se cerrará alrededor
de la tela –sacudió ligeramente la cabeza y añadió. –Ángel, no merezco tus tiernas
atenciones.
Sus dulces palabras le provocaron un nudo en la garganta que ya tenía
abrasada de tanto gritar. –¡No te atrevas a decir algo tan horrible! Si hubiera
publicado ese libro habrías tenido un enjambre de cazadores detrás de ti. Ahora
me doy cuenta –se ahogó con la sensación de culpa. –Podrían haberte matado, ¡y
habría sido completamente mi culpa! No me di cuenta del peligro. Oh, Ian, lo
siento tanto. Nunca quise que salieras lastimado. Por favor, perdóname.
–No, Ángel. No digas eso. La culpa es mía. Nunca debí haber quemado tu
libro. Tú no pretendías arruinarme con tu escrito. Soy yo quién debería estar
pidiéndote perdón –con terrible dulzura le tomó la barbilla entre las manos y
acarició con el pulgar la línea de su mandíbula.
Angelica no pudo contener las lágrimas. –¿Eso significa que ya no estás
enojado conmigo?
–Sí. Fui un idiota –el evidente dolor grabado en sus rasgos era casi
insoportable.
–Ian, ¿eso significa que no me dejarás como a tus otras esposas? –y se reavivó
en ella una esperanza olvidada hacía rato.
Ian frunció el ceño confundido. –¿Otras esposas? ¿Cuáles otras esposas?
–La noche que ofrecimos nuestro primer baile te escuché hablando con Rafe –
la voz le tembló de dolor al recordarlo. –L-le dijiste que ibas a abandonarme y
regresar como tu propio heredero dentro de cincuenta años… como siempre.
Ian meneó la cabeza. –Siempre abandono la ciudad y regreso como mi propio
heredero medio siglo después, pero te aseguro que nunca he tenido esposa. Tú
eres la primera, la única –la besó tiernamente. –Nunca te dejaré ir, Angel. ¿Qué
puedo hacer para reparar el daño que te he causado?
Con sus palabras, Angelica se sintió invadida por un cálido y exquisito alivio.
Tragó en seco y respiró profundo. Era ahora o nunca.
Escogió sus palabras cuidadosamente. –Ian, yo te amo. Por favor, conviérteme
en lo que tú eres y llévame contigo adonde sea que vayas –al ver que no se
apresuraba a protestar, continuó. –Cuando nos casamos, creí que me
Transformarías y me tendrías a tu lado para siempre. Se me rompió el corazón
cuando escuché tu conversación con tu segundo –tuvo que parar porque se ahogó
con un sollozo.
Ian la envolvió en un abrazo. –Shh, cariño, no llores.
Angelica se apartó de él, decidida a soltar el resto de su explicación. –Nunca
fue mi intención perjudicarte con mi historia de vampiros. Quería escribir una
historia que mostrara que los vampiros pueden ser héroes, y… –respiró
entrecortadamente y se atrevió a decir el deseo que había guardado en secreto. –
Y quizás darte la idea de que sería posible para nosotros vivir una vida feliz juntos
–se quedó en silencio mirándose las manos mientras contenía las lágrimas.
El silencio pareció durar una eternidad. Entonces, él sonrió. –¿Qué tal suena
un viaje a París para un nuevo vampiro, mi amor?
Nuevas lágrimas se le asomaron a los ojos, pero esta vez eran lágrimas de
felicidad. –Oh, Ian, ¿lo dices en serio? ¿Cuándo?
Ian la arropó en sus brazos. –Tan pronto como el Consejo apruebe mi petición
para Transformarte. Eso podría tomar algunos días o algunas semanas.
–¡Maravilloso! –batió las palmas de alegría. –¿Podemos salir de este horrendo
lugar? Tengo frío y me estoy muriendo de hambre.
Ian negó con la cabeza. –Me temo que estamos atrapados aquí hasta que se
ponga el sol –añadió frunciendo el ceño. –Y espero que hayas cerrado la puerta
del mausoleo antes de que me alcance la luz del atardecer.
Angelica se maldijo por ser tan tonta. El sol quemaría a Ian si salían del
mausoleo. Debería haber pensado en eso. La cabeza le dio vueltas y sintió las
extremidades débiles y pesadas cuando se separó de su esposo y volvió a subir las
escaleras para cerrar la puerta. El camino se le hizo eterno.
Cuando se arrastró de vuelta, Ian la acogió en su regazo, aliviándole así el
trasero adolorido por el frío y duro piso de piedra. –No será tan malo, Ángel. Esta
es la primera vez que paso tiempo ininterrumpidamente contigo desde hace
tiempo. Seguro que podemos sacarle el lado bueno a la situación.
Estuvieron hablando hasta el anochecer, reconciliándose y riéndose de lo
tontos que habían sido. –Pensé que estabas durmiendo con otra –dijo Angelica
luchando contra el dolor que todavía le provocaba esa idea.
Ian enarcó una ceja. –¿Cuándo tu recuerdo consumía cada uno de mis
pensamientos? ¿Cuándo te aparecías en mis sueños todos los días? Nunca. ¿Con
quién pensabas que estaba?
Angelica sacudió la cabeza deseando que la conversación volviera a ser
acogedora. –No importa. ¿De verdad pensabas en mí, aunque estuvieras enojado?
–Sí, siempre –respondió Ian acercándola más a él y bostezando. –¿Te importa
si descansamos un rato? Mis heridas sanarán mejor con el sueño del día.
Se acostaron sobre la losa. Ian amortiguaba casi toda la dureza del piso de
piedra. A Angelica le pareció que acababa de cerrar los ojos cuando Ian la
despertó.
–Debemos irnos ahora, Ángel –sus ojos brillaban con un apetito demoníaco. –
Necesito alimentarme pronto, o no estarás a salvo cerca de mí.
–¿Cómo vamos a explicarles lo que pasó a los sirvientes? –preguntó Angelica
preocupada. –Deben estar buscándome desde por la mañana.
Ian frunció el ceño. –Me temo que tienes razón. Y entonces hay muy pocas
posibilidades de poder esconder el cuerpo. Tenemos que actuar con mucha
cautela.

***

–¿Pero por qué no puedo ser yo la heroína? –protestó Angelica mientras


salían del mausoleo, decidida a mantener la conversación casual.
Ian meneó la cabeza ante su temeridad. La visión del cuerpo del cazador le
había provocado temblores y arcadas en cuanto asimiló completamente la idea de
que había matado a un hombre. Ian había intentado cubrirle la vista del cadáver
pero ella se había sentido humillada al pensar que había actuado como una boba.
Ian pensaba que había sido increíblemente valiente.
Angelica arrastraba la pesada bolsa del cazador de vampiros detrás de ella. Ian
había querido llevarla, pero ella se había negado porque aún estaba preocupada
por su herida. Había metido su vestido lleno de sangre en la bolsa, sin idea de
cómo explicar su estado. Los sirvientes iban a tener que soportar la visión
escandalosa de ella usando solo su ropa interior. Hizo una mueca de dolor por la
aguda gravilla que le pinchaba los pies a través de la fina tela de sus pantuflas de
estar en casa. Ian deseó poder cargarla, pero no tenía fuerzas.
Ian se rió mirando al cielo nocturno. –Porque no hay forma de que alguien se
crea que mi pequeña duquesa pueda pelear como una leona, o que un hombre de
mi tamaño sea tan vulnerable. Además –añadió con un guiño. –Un hombre debe
proteger su orgullo a toda costa.
Angelica suspiró y arrojó la bolsa por un pozo seco. –Está bien. Supongo que
debo dejar que te aferres a tu tierno orgullo.
Ian volvió a tapar el pozo para esconder la evidencia.
Se recostaron el uno contra el otro y avanzaron tambaleándose hacia la
puerta trasera, ambos débiles por la pérdida de sangre. Cuando Ian logró abrir la
puerta, tropezó y casi cayó al suelo.
Una doncella del salón observó sus ropas empapadas de sangre y sus
semblantes demacrados. La falta de ropa de Angelica pareció pasar desapercibida.
Los labios de la doncella se le pusieron blancos y dejó escapar un grito desgarrador
antes de caer desmayada. Su plumero rebotó en el piso y cayó graciosamente
sobre su cabeza.
El mayordomo entró corriendo a la habitación seguido de otros sirvientes. –
¡Sus Excelencias! ¿Qué ha pasado?
Ian se estremeció mientras luchaba por sostenerse de pie y sostener también
a Angelica. –Busca a la policía –ordenó a Burke. –Mi esposa ha sido asaltada.
Puso a Angelica en las manos del ama de casa y sus doncellas, sonriendo
mientras las veía cloquear alrededor de ella y arrullarla como mamás gallinas.
Aparentemente no le había robado el corazón sólo a él.
–¿Mando a buscar al doctor también? –preguntó Burke mirando sus ropas
ensangrentadas con la cara surcada de preocupación.
–Casi toda la sangre es del asaltante –dijo Ian con impaciencia mientras se le
nublaba la vista con manchas blancas. Si no bebía sangre pronto… –Está dentro del
mausoleo, pero no deben moverlo de ahí bajo ninguna circunstancia hasta que la
policía termine la investigación. Quiero que este horrendo asunto termine lo antes
posible.
Se volvió hacia las escaleras y se detuvo. –Pensándolo mejor, un doctor
estaría bien. Manda a buscar uno junto con la policía y por favor, que sea rápido.
Cuando llegó al dormitorio, llamó a su valet y lo hipnotizó antes de hundir los
colmillos en su garganta. Había jurado nunca alimentarse de sus sirvientes, pero
esta era una emergencia, ya que colapsaría si no obtenía alimento lo antes
posible.
Una vez que bebió hasta saciarse, soltó al valet, notando con remordimiento
que el pobre tipo apenas se sostenía sobre sus pies.
–¿Estás bien? –le preguntó, temiendo que hubiera bebido demasiada sangre.
Le rompería el corazón si hiciera daño a alguno de los que tenía bajo su
protección.
–Sí, Su Excelencia –replicó Carson con los ojos llenos de confusión. –Me temo
que estoy algo mareado.
Ian sintió una punzada de culpabilidad y lo tomó de los hombros para que no
se cayera. –¿Por qué no te vas a la cama, Carson? Yo terminaré de vestirme solo.
–¿Está seguro, Su Excelencia? –el pobre parecía a punto de desplomarse a sus
pies.
Ian asintió. –Sí. No puedo dejar que te enfermes. Tómate el día de mañana
libre también, y llámame si necesitas algo.
–Muchas gracias, Su Excelencia –dijo Carson y se dirigió a la puerta. –Qué
extraño. Me he sentido bien todo el día…
Para cuando Ian se cambió de ropa y regresó abajo, las doncellas le habían
puesto a Angelica una sencilla bata y la habían metido en una cobija con una taza
de chocolate caliente mientras esperaba al doctor. Ian reparó en los rasguños y las
magulladuras causados por la pelea con el cazador y deseó haber matado él
mismo a ese desgraciado.
La policía llegó e inspeccionó el cuerpo. Cuando le preguntaron, Angelica llevó
a cabo una actuación estelar al narrar la historia que habían inventado. Ian podía
asegurar por las caras conmocionadas de la audiencia embelesada que se habían
creído hasta la última palabra.
–Saqué a Loki, mi gato, afuera… a hacer sus necesidades –dijo ruborizándose
ligeramente. –Entonces me agarraron por detrás y me metieron al mausoleo…
¡era un lugar horrible! –alzó la voz dramáticamente con fingido pánico. –¡El
hombre trató de quitarme la ropa! Luché y luché, y lo corté con mi abrecartas para
esquivarlo, pero me lo quitó y me lo puso en la garganta, amenazando con
matarme si no lo dejaba… ¡Pensé que estaba perdida! –dijo entrecortadamente. –
Pero mi querido esposo escuchó mis gritos y me quitó la bestia de encima.
Pelearon e Ian le cortó la garganta.
El agente frunció el ceño. –¿Pero por qué llevaba un abrecartas?
Angelica sonrió débilmente. –Estaba leyendo mis cartas.
–¿A las cinco de la mañana? –preguntó dudoso.
–¡Oh, sí! Bien temprano en la mañana es la mejor hora para leer, porque la
casa está silenciosa y todos los sirvientes están durmiendo –le dijo Angelica como
si fuera tonto por no ver la lógica en ello.
Ian contuvo una sonrisa. Al parecer, su esposa tenía vocación para el Drury
Lane.
El agente asintió, al parecer satisfecho, y entonces asintió más al cuestionar a
Ian y ver la historia corroborada.
–No pretendía matarlo –dijo Ian compungido. –Pero la idea de sus sucias
manos sobre ella… Perdí el control. ¿Cree que me condenarán cuando vaya a
juicio?
El policía sacudió la cabeza. Con su don sobrenatural, Ian casi podía leerle los
pensamientos. No tenía ningún deseo de arrestar a semejante personaje del reino,
y para confirmar su pensamiento, era bien sabido que la Duquesa de Burnrath
había donado una generosa suma al cuerpo de la ley de Londres. ¿Cómo podría
pagar su generosidad arrestando a su esposo, cuando él solo había defendido su
virtud, y posiblemente, salvado su vida?
–No creo que sea necesario un juicio, Su Excelencia –dijo el agente
aclarándose la garganta. –El asaltante encaja con la descripción de un hombre que
ha cometido varios crímenes similares –dijo revelando con cada matiz de la voz y
cada gesto que estaba mintiendo. –Este es obviamente un caso de defensa propia.
Creo que lo mejor sería ser discretos sobre este asunto. Me llevaré el cuerpo y
archivaré un reporte en mi oficina. Debido al escándalo que provocaría su
involucración, creo que sería mejor si dejamos su nombre fuera. ¿Está de
acuerdo?
Ian asintió solemnemente. –Absolutamente, sir. Me pliego a su sabia
recomendación.
El agente se puso de pie y volvió a ponerse el sombrero. –Muy bien. Me
marcho. Espero que a la Duquesa le siente bien el tratamiento del doctor, y con su
ayuda, y el favor de Dios, pueda recuperarse de este horrible trauma.
Le hizo una rápida reverencia a cada uno y se marchó.
El Dr. Sampson llegó poco después y despachó a los sirvientes mientras
examinaba a Angelica. Diagnosticó que estaba débil debido al trauma, le recetó
una dosis de láudano a pesar de sus protestas, y ordenó que estuviera de reposo
una semana.
–¿Una semana? –rió tontamente Angelica, mareada por el láudano. –Dudo
que pueda estar encerrada siquiera un día entero.
Ian enarcó una ceja. –¿Ni siquiera si yo estoy en la cama contigo?
Angelica sonrió mientras las mejillas se le ponían de un rosa encendido. –Oh,
bueno, ¡eso cambia completamente las cosas!
Capítulo 28

Angelica pudo soportar cinco días de reposo en la cama antes de ponerse al


borde la locura. Ian se dio cuenta y anunció que la llevaría a la ópera la noche
siguiente. Esa mañana, encontró un estuche de joyas junto a su cama. Contenía un
rubí del tamaño de un huevo de paloma. Sonrió, y supo cuál conjunto iría de
maravilla con ese magnífico pendiente.
Mientras el sol se hundía en el horizonte, se vistió con un vestido de tafetán
color escarlata y bordado con cuentas de color azabache. El corpiño de profundo
escote cuadrado enmarcaba perfectamente su nuevo collar de rubí. Llevaba
guantes hasta el codo que escondían los moretones ya casi invisibles de la lucha
con el cazador de vampiros. Debajo llevaba unas medias negras de seda ajustadas
con descaradas ligas rojas. Liza peinó su cabello en elaborados rizos, tejidos con
una cinta escarlata. Y para completar el conjunto, lucía unos pendientes de rubí en
forma de gota.
–¿Cómo me veo? –preguntó dando vueltas frente al espejo y admirando la
forma en que se asomaba ocasionalmente un tobillo vestido de negro.
–Ur… emmm… muy impresionante –dijo Liza. –¿Dónde compró ese vestido?
Casi es demasiado atrevido.
Angelica soltó una carcajada. –Le pedí a Madame DuPuis que me lo hiciera.
Pretendía que el vestido fuera una sorpresa para el duque antes de que
tuviéramos nuestro… altercado.
Liza enarcó una ceja, mirando nerviosamente el corpiño escotado. –Bueno,
creo que ciertamente estará sorprendido.
Angelica se aplicó un poco de labial rojo y de rubor en las mejillas, y se puso
perfume en las muñecas. El olor a flores silvestres comenzó a flotar en la
habitación. –Busca mi capa negra de satín. Qué lástima que no tengo una roja. Y,
Liza, ¿ha llegado alguna carta hoy?
Liza negó con la cabeza. –No desde la última vez que preguntó, o de la
anterior a esa. Me gustaría saber qué noticias aguarda usted tan ansiosamente.
–Envié una novela a algunos editores importantes –mintió Angelica, ocultando
su decepción de que la respuesta del Consejo no hubiera llegado todavía.
En verdad, estaba siendo ridículamente impaciente. Era posible que el
Consejo ni siquiera hubiera recibido la petición de Ian aún. Si seguía saltando en
espera de las noticias cada dos por tres, Liza iba a sospechar. El sonido de Burke
recibiendo a su esposo en el salón la sacó de sus cavilaciones.
La sonrisa de admiración de Ian mientras bajaba despreocupadamente las
escaleras, bien había valido todo el esfuerzo. Solo espera a que me quite la capa.
Una sonrisa juguetona se asomó a sus labios. Una vez dentro del carruaje,
mantuvo una distancia modesta entre ella y el duque; a pesar de todos los
esfuerzos de éste por acortarla, y no se quitó la capa hasta que estuvieron
sentados en su palco privado de la ópera, justo antes de que las luces se
atenuaran.
Su áspero suspiro al verle los pechos sobresaliendo del vestido fue una
recompensa más que merecida por su paciencia. Cuando las luces se apagaron, Ian
estiró la mano y comenzó a recorrerle el brazo con los dedos arriba y abajo. Las
sensaciones alternadas de su tacto en la piel desnuda y luego a través del satín, la
llevaron al borde de la locura. Luchó por concentrarse en el escenario, pero perdió
la batalla cuando sintió su mano sobre el muslo. La calidez de su palma a través de
fina tela del vestido la hizo estremecerse con frustrado deseo.
Osadamente, le puso la mano en la pierna y comenzó a acariciarle los fuertes
músculos del muslo, deleitándose con el calor que le sentía irradiar a través del
guante. Tuvo que morderse el labio con fuerza para contener un grito de
excitación cuando le rozó con los nudillos la erección que le presionaba los
pantalones negros.
Ian se inclinó hacia ella y acarició su oreja con los labios mientras le susurraba.
–¿Estás tratando seducirme, duquesa?
–Tal vez –susurró ella a su vez con la voz entrecortada de excitación.
Se marcharon antes del segundo acto. En el instante que se cerró la puerta del
carruaje, Ian la subió a su regazo y buscó sus labios con un beso devorador.
Angelica gimió y apretó sus caderas contra las de él mientras le desataba el pelo.
Se deleitó, hambrienta, en la sensación de su boca sobre la de ella, y fue todo lo
que pudo hacer para que no la asaltara antes de llegar a casa.
Cuando el carruaje se detuvo, Ian la levantó en brazos y corrió con ella
escaleras arriba antes de que los sirvientes pudieran hacer una reverencia
completa. Sobre su hombro, Angelica pudo ver la sonrisa cómplice de Liza parada
frente a la puerta cerrada del dormitorio.
Angelica agarró las solapas de la chaqueta de Ian, dispuesta a desgarrarla por
la ansiedad de sentir su piel desnuda sobre la de ella. Él le agarró las manos y le
dio la vuelta para desatarle el vestido.
–No has terminado de seducirme todavía –susurró, y su aliento le acarició la
nuca.
Cuando estuvo vestida solamente con las medias negras de seda, las ligas
color escarlata y el colgante de rubí, Ian se sentó en la cama y se atusó la barbilla
cuidadosamente. –Ahora, camina un poco para mí –arrojó a un lado su chaleco y
se aflojó el pañuelo.
Angelica se sintió deliciosamente traviesa mientras se pavoneaba y posaba
para él, hasta que no pudo contenerse más y tiró de ella hacia la cama hasta
dejarla sentada a horcajadas sobre él. Angelica se inclinó y comenzó a
desabotonarle la camisa, relamiéndose a medida que iba descubriendo su pecho
musculoso. Ian la levantó un momento para desabrocharse los pantalones, y al
minuto siguiente la penetró con su miembro duro y aterciopelado.
Había pasado tanto tiempo, y lo había añorado tanto, que Angelica casi llegó
al clímax en el momento que él la penetró. Gimió de placer mientras toda su
virilidad parecía hundirse hasta el fondo de ella. Perdió el control cuando él la
agarró del trasero y comenzó a moverla más rápido arriba y abajo, gritó y sacudió
las caderas mientras cabalgaba sobre las olas del orgasmo.
Entonces Ian la levantó y la puso con las manos y las rodillas sobre la cama.
Agarró sus caderas y la embistió con fuerza. Se inclinó y con una mano le acarició
la yema en el vértice de su intimidad, mientras con la otra la asía de la cadera y
seguía embistiéndola. La tomó como una bestia voraz. El acto era primario y
salvaje, y Angelica sintió que el mundo se estremecía al compás de su clímax.
Momentos después, él también gruñó de placer.
No podía creerlo cuando, sin haber recuperado apenas el aliento, Ian volvió a
envolverla entre sus brazos. La abrazó como si nunca más fuera a soltarla.
–Te amo, Ángel –susurró y la besó. Momentos después, su abrazo se volvió
más apasionado.
–¿Otra vez? –preguntó asombrada.
–Sí –murmuró mientras le besaba el cuello.
–Pero tengo que despertarme mañana temprano para la coronación del Rey.
Si no… –e Ian la calló con un beso.

***

Angelica se escondió para bostezar detrás de su abanico mientras seguía la


procesión real por las calles de Westminster Abbey. Ian y ella se había quedado
despiertos haciendo el amor hasta el amanecer. Aunque asistir a una coronación
real debía ser un gran honor para ella como duquesa, una parte de ella ansiaba
volver a la cama.
Aun así, tenía que admitir que el Rey era una figura fascinante con sus
vestiduras ceremoniales y su cola de veintisiete pies llevado por pajes. Tenía la
cara rubicunda por el calor de Julio y las gruesas ropas, y estaba sudando
profusamente. Angelica simpatizaba con él. Estaba elegante con su capa azul
oscuro adornada de armiño, como correspondía a una duquesa. Aunque decidió
que el armiño no era una buen opción en verano.
Para empeorar las cosas, estaba obligada a usar su diadema. Aunque la pieza
era una exquisita creación de oro labrado con hojas de fresa incrustadas de rubíes,
el sol calentaba tanto el metal que le quemaba el cráneo. Cuando llegaron a un
pabellón cubierto por un toldo, suspiró aliviada al poder disfrutar al menos de un
poco de sombra.
Una vez que llegaron a la Abadía y el Arzobispo comenzó a recitar su letanía,
Angelica tomó asiento junto a la Duquesa de Wentworth, una de las pocas
mujeres con quién había mantenido la amistad.
–¡Qué evento más emocionante! –susurró Jane con los ojos verdes
relucientes.
Angelica asintió y se abanicó la frente perlada de sudor. –Sí, es muy… –y
señaló con la mano la ostentosa exhibición ante sus ojos, sin palabras para
describirla. ¡Si tan solo Ian pudiera verlo!
Su Excelencia soltó una carcajada. –Escuché que costó 243,000 libras –
Angelica la miró atónita y ella añadió. –La de su padre solo costó diez mil, para que
te hagas una idea.
–Qué… obsceno –se acordó de los niños hambrientos que había visto cuando
estuvo de voluntaria en el hospital y sintió náuseas. Los miasmas asfixiantes de los
cuerpos sucios a su alrededor tampoco ayudaban.
Justo cuando el Arzobispo ungió al monarca con los santos óleos, se armó una
conmoción junto a las puertas. Los murmullos pronto dieron paso a los gritos y los
abucheos, y se desató un pandemónium mientras la gente se empujaba para ver
mejor.
–¿Qué está pasando, Jane? –gritó Angelica mientras apartaba a codazos los
cuerpos que amenazaban con asfixiarla.
La duquesa de Wentworth guardó silencio un momento mientras evaluaba la
situación. –¡Oh, Dios mío! Creo que es… ¡eso mismo es! Mira hacia allí –le señaló.
–La Reina Carolina está intentando entrar a la ceremonia pero los guardias la están
rechazando. ¡Escuché que esto podría pasar, pero no creí los rumores!
El rey tenía la cara roja carmesí y torcida de rabia. Angelica soltó una risita. Se
merecía que se le arruinara este momento.
Se puso de pie y gritó: –¡Larga vida a la Reina! –su voz se perdió entre el
clamor de la gente, pero de todas formas, su amiga le cubrió la boca con una
mano.
–¡Ssh! –la amonestó Jane, su mirada severa arruinada por completo por risitas
intermitentes. –Te meterías en graves problemas si te escuchan los oídos
equivocados. Y tú definitivamente no querrás que se den cuenta de que tu marido
está ausente. Después de todo, todos estamos obligados a estar aquí, con o sin
enfermedad de la piel.
Angelica se puso seria de inmediato. Sería muy mala suerte que hicieran salir
a Ian a la torre y muriera carbonizado al sol antes de que pudieran marcharse a
París. –Todavía pienso que el Rey es un canalla por cómo la ha tratado –gruñó. –
Espero que ella haya tenido por lo menos uno de los romances de los que se le
acusa. La pobre mujer merece un poquito de felicidad.
–Estoy de acuerdo –dijo su compañera y se inclinó hacia ella para susurrar. –
He escuchado que, en el juicio, ella dijo: “Solo he cometido adulterio una vez, y
fue con el esposo de María Fitzherbert, el Rey.”
Angelica soltó una carcajada. –Hay que admirar su ingenio y su chispa.
La conmoción se aplacó eventualmente, y la ceremonia continuó. Angelica se
encontró bastante molesta con el Consejo. Si hubieran respondido a la petición de
Ian con suficiente presteza, ahora estaría durmiendo tranquilamente junto a su
esposo. Respiró con profundo alivio cuando acabó el tormento y pudieron volver
afuera, aunque fuera solo para hacer el corto camino hasta el Salón de
Westminster donde se celebraba el banquete.
El banquete habría sido la mayor decepción del mundo, una verdadera
tortura, porque las mujeres debían quedarse arriba en los balcones mientras los
hombres abajo devoraban la amplia selección de platos, pero la Duquesa de
Wentworth había venido preparada. Sacó de su bolso dos empanadas de carne
cuidadosamente envueltas y un frasco de vino, y las dos mujeres devoraron la
comida con deleite. Abajo, un lord tuvo la misma idea al parecer, porque envolvió
un pedazo de pollo en su servilleta y se lo alcanzó a su familia agradecida.
Angelica temió por un momento que el Rey se diera cuenta ahora de la
ausencia de su marido, pero éste estaba distraído, asintiendo y guiñándole el ojo a
alguien que estaba sentado a su izquierda.
–¿Con quién está tratando de comunicarse en esta multitud? –le susurró a
Jane detrás del abanico.
Jane señaló con su abanico a una voluptuosa mujer de cabellos oscuros que
estaba sentada al otro lado de la habitación. –Esa es Lady Conyngham, su última
amante. No han podido verse durante todo el juicio por el divorcio de la Reina
Carolina. Es una mujer vulgar, de ahí su atractivo. Fue a su marido a quién el Rey
nombró Marqués ahorita. ¿Es que no estabas prestando atención?
Angelica sacudió la cabeza. –No, creo que debo haberme quedado dormida en
ese momento. Entonces, ¿el Rey ya terminó con Lady Fitzherbert?
Jane soltó una risotada. –María había pasado de moda mucho antes de
Elizabeth. Su última amante había sido Lady Hertford, y antes de ella, Lady Jersey.
–¿Lady Jersey? –Angelica ahogó un grito y recordó a la remilgada y correcta
matrona de Almack’s que la había echado por su escandaloso comportamiento
con el duque.
La Duquesa sacudió la cabeza. –No Lady Sara. Estoy hablando de Lady Frances,
su madrastra. Aunque Lady Sara ha tenido bastantes romances también.
Angelica luchó por sofocar la risa mientras Jane la entretenía durante horas
con chismes deliciosos.
A eso de las siete y media de la noche, con el sol en las ventanas y trescientos
cuerpos encerrados por horas, el calor se hizo demasiado para el Rey George.
Partió hacia Carlton House, sin dudas con su amante siguiéndole los pasos. La
mitad de la procesión le siguió los pasos, y la otra mitad se marchó en dirección
opuesta.
–Habrá una fiesta en Hyde Park con fuegos artificiales y globos aerostáticos.
¿Quieres venir conmigo? –preguntó Jane.
–Si va a haber comida, te seguiré gustosamente a cualquier parte –a pesar de
la merienda de la tarde, Angelica estaba a punto de desplomarse de hambre. –
¿Crees que pueda llamar a un paje para enviarle un mensaje a mi esposo? Estoy
segura de que querrá unírsenos en cuanto pueda.
En Hyde Park, sobraba el champagne y las mesas dispuestas bajo casetas
techadas, crujían bajo el peso de la comida. Los globos aerostáticos eran todo un
espectáculo para ver, pero mientras el cielo se oscurecía y comenzaban a tirar los
fuegos artificiales, Angelica desvió su atención de los fuegos de colores hacia el
parque deseando ver acercarse al Duque de Burnrath.
–Entiendo que vas a convertirte en uno de nosotros –resonó una voz
profunda y con acento a sus espaldas.
Angelica se volvió y vio a Rafael Villar parado entre las sombras de un
bosquecillo de hayas. En lugar de estremecerse de susto, se acercó a él, decidida a
no dejar traslucir su miedo. –Así es.
El vampiro torció la comisura de la boca en una breve media sonrisa y asintió
con aprobación ante su coraje. –Entonces supongo que debo darte la bienvenida.
Su tono reacio la hizo reír. –Aprecio tu cálido recibimiento.
Rafael volvió a poner su usual cara de pocos amigos. –Esto no es cosa de risa.
Debo advertirte que, al unirte a las filas de los inmortales, tendrás que alejarte de
todo esto –y señaló con su mano buena la alegre celebración.
Angelica abrió la boca para contestar, pero la cerró al ser golpeada por la
veracidad de sus palabras. Todas las personas que conocía iban a envejecer y
morir mientras ella se quedaba igual. Repentinamente, se le hizo claro lo que
implica su luna de miel con Ian durante los próximos 50 años. Tenían que
marcharse de Londres antes de que se descubriera su secreto.
–Entiendo –replicó solemnemente.
Rafe rió con sequedad. –Dudo mucho que lo entiendas, pero espero que
llegues a hacerlo algún día –entonces su mirada se suavizó un poco. –Escuché que
también mataste al cazador de vampiros, Ben Flannigan. Tienes mi eterna gratitud
por ello, y te compensaré en cuanto tenga oportunidad.
Angelica abrió mucho los ojos. ¿Había sido ese cazador el responsable de las
quemaduras de Rafe? Abrió la boca para preguntar, pero ya el vampiro se había
perdido entre las sombras.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. ¿Dónde estaba Ian?
Su cuerpo lo sintió un segundo antes de que la abrazara por detrás,
presionando las caderas contras su trasero mientras le besaba la oreja. –¿Cómo
estuvo la coronación, mi Ángel?
Angelica se derritió entre sus brazos y lo cubrió de besos antes de hacerle un
recuento detallado. Después de contarle todos los chismes que había escuchado
en el banquete, se dio cuenta de que le estaba mirando los pechos sin prestarle la
más mínima atención a sus palabras.
Sofocó un temblor de deseo ante su mirada ardiente. –Veo que no te interesa
en lo absoluto. Probablemente has estado en una docena de estas ceremonias y
has visto la coronación de muchos reyes –le dio un golpecito en el brazo con su
abanico y le sacó la lengua.
Ian sonrió, semejante a un arcángel con las luces multicolores que
enmarcaban su cabello como un brillante halo. Se acercó más a ella y le levantó la
barbilla. –Los reyes viene y van, pero nuestro amor será para siempre –posó los
labios sobre los de ella y el corazón de Angelica estalló más fuerte que las
explosiones de los fuegos artificiales en el cielo.
Capítulo 29

Mientras Julio le cedía paso a Agosto, el matrimonio de Angelica volvió a ser


tan feliz como había sido en las primeras semanas después de la boda. Estaba
embargada de excitación mientras planeaba con Ian su viaje a París y hablaban
sobre otros lugares que pretendían visitar. Era la mujer con más suerte sobre la
tierra. Muy pocas mujeres tenían la oportunidad de disfrutar de una luna de miel
que durara medio siglo.
–Ha llegado una carta para usted, Su Excelencia –le dijo Burke a Ian y le
entregó un sobre elaborado sobre una bandeja de plata.
–Al fin –sonrió Ian y Angelica fue a buscar el abrecartas. –Ha llegado la
respuesta del Consejo. Realmente se tomaron su tiempo.
Angelica apenas podía quedarse quieta en su asiento mientras Ian abría la
carta y la leía con agónica lentitud.
Escudriñó su rostro en busca de señales sobre las noticias. Finalmente, Ian
bajó la carta y la miró a los ojos. –El Consejo ha aprobado mi petición para
Transformarte –anunció con una sonrisa.
Angelica ahogó un grito de alegría y se arrojó en sus brazos. Por fin sería como
él, y estarían juntos toda la eternidad.
Ian le besó la cabeza, la tomó por los hombros y se puso serio.
–También quieren reunirse conmigo y con Rafael para discutir su sucesión.
–¿Es normal eso? –preguntó Angelica, sorprendida ante su propia
preocupación. Aunque no parecía caerle muy bien a Rafe, no podía evitar el
pensamiento de que mucha de su agria personalidad se debía a la forma en que lo
trataban los demás por sus cicatrices y su brazo lisiado. No tenía dudas de que era
lo suficientemente poderoso e inteligente para sustituir a Ian.
Ian asintió para tranquilizarla. –Sí, el Consejo siempre quiere ver al lord
provisional en potencia para asegurarse de que es capaz de asumir el trabajo. Si
no les convence, van a designar un vampiro que ellos mismos escojan.
–¿Quieres decir que realmente no tienes voz ni voto sobre quién va a
quedarse a cargo de tu ciudad por los próximos 50 años? –preguntó Angelica
indignada.
Ian se rió. –En sentido literal, no, no lo tengo. El Consejo siempre busca
asegurarse de que no hay corrupción, parcialidad o chantaje en la decisión de un
lord al escoger su sucesor. Pero, casi siempre aprueban a su candidato.
–¿Y cómo deciden si un vampiro tiene las cualidades necesarias? –preguntó
inclinándose hacia adelante con la boca abierta de fascinación. La sucesión estaba
basada en un razonamiento lógico, y no en una línea de herederos de sangre.
Quizás el sistema de gobierno de los vampiros era superior al de Inglaterra.
–Usualmente, el Consejo toma su decisión teniendo en cuenta la edad y el
poder del vampiro –explicó Ian. –Aunque, a veces sospecho que uno puede
comprar su entrada en el proceso.
Angelica se rió y meneó la cabeza. –Así que también hay corrupción en la
política de los vampiros.
–Por supuesto –sonrió Ian. –Después de todo, conservamos muchos aspectos
de nuestra humanidad –se puso de pie. –Bueno, será mejor que comience a
empacar y le informe a Rafe de nuestro viaje.
–¿Adónde vas? –preguntó ella luchando por esconder el pánico en su voz ante
la idea de que la dejara.
Su esposo le sonrió de forma tranquilizadora. –Vamos a reunirnos en la casa
matriz del Consejo en Ámsterdam para informarles del estado de la ciudad y
darles una lista actualizada de mis vampiros y su lugar en la jerarquía.
Angelica hizo un puchero, odiando la idea de que se fuera. –¿Ámsterdam?
Ojalá pudiera ir también. ¿Cuánto tiempo estarás fuera?
–Regresaré en algunos días. A mí también me encantaría tener tu compañía,
pero este asunto es solo para Lores Vampiros. Te sugiero que uses este tiempo
para disfrutar de la compañía de tu familia y amigos. Los preparativos de nuestro
viaje tomarán todavía otro par de meses, pero te sorprenderá lo rápido que pasa
el tiempo –le tomó la barbilla y la miró a los ojos. –Y, por favor, saborea tantos
amaneceres como puedas. No te darás cuenta de cuánto extrañas la luz del sol
hasta que se haya ido.
Angelica lo abrazó y lo miró con malicia. –Puedes empacar después, esposo.
Primero quiero darte algo para asegurarme de que te apures en volver a casa
conmigo –se pasó la lengua por los labios y se arrodilló lentamente frente a él.

***

Angelica aprovechó el tiempo sabiamente, disfrutando alegres días de


compras con su madre, y cenando en las noches con ella y su padre. Aunque los
Winthrops eran muy ricos ahora, ya que el abuelo les había devuelto el dinero y
les había concedido dos propiedades, Jacob Winthrop había conservado su trabajo
en el banco, alegando que no podrían arreglárselas sin él.
El único arrepentimiento que podía tener Angelica era que iba a extrañar a su
familia, pero la consolaba el hecho de sus padres se habían vuelto más íntimos
desde que se había casado con Ian.
Las noches las pasaba en su círculo literario. También iba a extrañar a estas
brillantes mujeres y las amistades que había hecho.
Las palabras de Rafe le volvieron a la cabeza: “Unirse a las filas de los
inmortales significa que tendrás que alejarte de todo esto.” Se dio cuenta de que él
tenía razón y se le heló el alma. Pronto tendría que abandonar a su familia.
¿Valdría la pena?
Se tomó unos momentos para imaginarse la vida sin Ian… Una vida miserable
como yegua de cría y adorno para el brazo de un grosero que se gastara su dote
en sus propios gustos. Esa era la eterna letanía de su madre para que se plegara a
la voluntad de la sociedad. Sí, abandonar su vida aquí bien valdría el sacrificio de
su humanidad.
Apenas podía reprimir su emoción por lo que se avecinaba. Pronto, sería un
vampiro igual que Ian. Bebería sangre y sería eternamente joven, y viajaría por el
mundo experimentando cosas desconocidas. La idea de beber sangre le provocó
un poco de repulsión, pero luchó contra ella. Estaba en el borde de una gran
aventura, mucho más maravillosa porque su alma gemela estaría a su lado. Un
cambio de dieta era una nimiedad en comparación con eso.
Sacó del cajón de su escritorio un paquete de invitaciones en papel vitela y
también una hoja de papel regular. Sonrió mientras hundía la pluma en un frasco
de tinta fresca. Mientras Ian estaba fuera, se las había ingeniado para averiguar la
dirección de Polidori. Lo invitaría a una de sus veladas de escritores y quizás
pudiera conseguir las respuestas que Ian buscaba. Con suerte, quizás su marido no
se molestara mucho con ella por tomar el asunto por su propia mano. No
obstante, al recordar la forma en que Polidori había huido de Ian, dudaba que
estuviera dispuesto a encontrarse con él.

***

–Rosetta, ¿puedes echarle un vistazo a esta carta? –llamó John mientras


fruncía el ceño con preocupación. –Parece que la Duquesa de Burnrath me había
invitado a una reunión de escritores que organizó ayer en la Casa Burnrath. ¿No es
ella la esposa del vampiro que me está persiguiendo?
Rosetta sintió que le subía el corazón a la garganta. –¡Déjame ver eso! –y le
arrebató la invitación de vitela de las manos.
Obviamente, este era un ardid diseñado por la Duquesa de Burnrath. ¿Pero
cuánto sabría ella sobre su fallido intento de asesinato? Pero aún, ¿cuánto le
habría contado a su esposo?
–¿Entregaron la invitación aquí? –preguntó ahogándose de pánico. Si ese era
el caso, Ian sabía que estaba ocultando a John, y si lo sabía, lo más probable es
que supiera también todo lo demás que ella había hecho.
–No, la carta la entregaron en mi apartamento. No tengo idea de cómo la
mujer encontró mi dirección –John se sentó a la mesa y cortó una rebanada de
pan.
–Estoy aliviada de que no hayas ido, John. Obviamente, era una trampa –
Rosetta observó los círculos oscuros alrededor de sus ojos. El pobre, estos últimos
meses habían sido muy duros para él.
–Me di cuenta de eso yo solo –dijo John pasándose la mano por el pelo en esa
forma pensativa que a ella tanto le gustaba. –Aun así, me arrepiento un poco. Es
una escritora muy talentosa, y habría estado encantado de conocerla. ¿Sabías que
escribió un par de historias góticas bajo el nombre de Allan Winthrop? Eran
bastante buenas.
Rosetta suspiró amargamente y se sentó a la mesa frente a él. Todas las
fuerzas de universo parecían estar conspirando para mantener a su amado en
peligro, sin importar los fervientes esfuerzos que ella hiciera para eliminar el
riesgo. Su mente daba vueltas buscando una solución para este último problema.
Aunque era extraño que esta invitación hubiera venido de la Duquesa de Burnrath.
Frunció el ceño. De hecho, era muy extraño que su lord hubiera desposado a una
mortal, ya que no tenía intenciones de Transformarla. La duquesa debía ser, en
efecto, una criatura muy atractiva para ejercer tal poder sobre su maestro.
Las páginas de chismes la idealizaban y vilipendiaban alternativamente con
cada artículo. Tenía reputación de ser “libertina” y se reunía con ciertas “personas
de mala fama”. Su boda con el duque todavía era la comidilla de la temporada. Las
nupcias se habían celebrado después de un cortejo apresurado y escandaloso,
durante el cual se la había visto en la residencia del duque antes de la propuesta
de matrimonio. Además, la habían echado de Almack’s un poco antes de la boda.
Durante los meses pasados, los rumores decían que el duque y la duquesa se
habían distanciado, seguramente por el vergonzoso baile que la Duquesa había
ofrecido en la Casa Burnrath. Pero ahora, los periódicos decían que se habían
reconciliado. Todas las fuentes coincidían en que el suyo había sido un matrimonio
por amor desde el principio.
Un matrimonio por amor… la mente de Rosetta se aceleró. Si su maestro
estaba efectivamente tan enamorado de Angelica, haría cualquier cosa por su
seguridad, lo mismo que ella haría cualquier cosa por mantener a salvo a John. Se
le ocurrió una idea. Si su plan funcionaba, sus preocupaciones se acabarían para
siempre.
–¿Podrías buscar mis materiales de escribir en el escritorio, amor? –pidió. –
Creo que debes escribirle una invitación de tu parte. Supongo que, después de
todo, vas a conocer a Su Excelencia. Tengo un plan.

***
Angelica abrió la carta de John Polidori con gran curiosidad. Una sonrisa
divertida le asomó a los labios mientras intentaba adivinar su contenido. La
reunión se había celebrado hacía dos días, ¿y la estaba rechazando ahora? ¡Qué
hombre tan tonto! Acarició a Loki detrás de las orejas aterciopeladas y leyó.
Estimada Duquesa de Burnrath:
Siento mucho no haber sido capaz de presentarme en su reunión pues, como
suena, estoy seguro de que la hubiera disfrutado muchísimo. Si acepta mis
disculpas, permítame hacerle yo una invitación. Organizaré una reunión similar de
escritores en el Número 3 de la Great Pulteney Street en Soho mañana a las seis en
punto. Me sentiría honrado si usted asistiera y espero con muchas ganas conocerla
y tener una conversación sobre la escritura.
Sinceramente suyo,
John Polidori
Angelica sonrió, incapaz de creer su buena suerte. Al fin tendría la
oportunidad de encontrarse con el hombre que había conocido a su ídolo y que
había escrito la primera historia de vampiros en inglés.
Se preguntó qué diría Ian cuando le dijera que había conocido al hombre que
él había estado buscando. Recordó que la historia de Polidori había puesto en
peligro la reputación de Ian. Angelica supuso que, en cierto modo, debía agradecer
al hombre, porque si no hubiera causado una fiebre vampírica en Europa, Ian no
se habría inclinado a casarse con ella. Por otro lado, seguramente había sido esa
misma fiebre la que había inspirado al cazador de vampiros a tratar de matar a su
amado esposo. La carta tembló en sus manos. El gato saltó y golpeó el pergamino.
Angelica guardó la carta en un cajón del escritorio.
¿Sabría Polidori de la existencia de los vampiros? Decidió usar esta
oportunidad para interrogarlo y enterarse de todo lo que pudiera. Quizás Ian no se
enfadaría con ella si era capaz de resolver el misterio, y decidió hacer su mejor
esfuerzo para sacarle información al hombre.
Estaba tan emocionada que apenas pudo dormir esa noche, y a la mañana
siguiente se debatió frente al guardarropa decidiendo cuál conjunto la describiría
mejor como una escritora gótica seria. Finalmente se decidió por un vestido de
satín azul oscuro, un sombrero a juego y un penacho de plumas de avestruz
teñido. Luego se fue a su estudio y libró otra batalla consigo misma decidiendo
cuál de sus historias compartiría con él. Después de casi dos horas, se decidió por
una en la que la maldición de una bruja despertaba los cadáveres del cementerio.
Mientras el carruaje se acercaba a Soho, el corazón comenzó a latirle más y
más fuerte por la expectativa. Sintió una momentánea punzada de lástima al ver
que él tenía que vivir en una zona tan empobrecida, y se preguntó si dañaría su
orgullo si se ofrecía a financiarlo como había hecho con otros escritores. Bajó la
vista a su reluciente vestido y se sintió agradecida por no llevar ninguna joya.
–Ya estamos aquí, Su Excelencia –dijo Felton mientras aminoraba la marcha
del coche.
La casa en la que se habían detenido era mucho más bonita que muchas de las
otras que habían pasado. Quizás el encuentro no sería del todo incómodo. Se alisó
el vestido y se acomodó el sombrero, y Felton la ayudó a bajar del coche.
–Espero que todo vaya bien, Su Excelencia –dijo, regresó a su asiento y sacó
un libro para leer mientras esperaba.
El hombre que recibió a Angelica en la entrada era sorprendentemente joven
y atractivo. Con sus sensuales y morenos rasgos italianos, no tenía nada que ver
con la imagen que tenía ella de un escritor o un médico. Sus labios carnosos se
torcieron en una extraña sonrisa y le hizo una reverencia. –Su Excelencia, me
alegra que haya podido venir a mi humilde morada.
Angelica se inclinó y le devolvió la sonrisa, esperando tranquilizarlo. –Es un
gran honor el conocerlo finalmente, Dr. Polidori.
Su saludo pareció ponerlo más nervioso aún. –El honor es mío. No obstante,
ya no ejerzo como médico –murmuró. –Por favor, pase.
Los muebles eran humildes, pero de buen gusto. Aun así, había una cualidad
de viejo en el aire que parecía indicar que no habían vivido en el lugar por un largo
tiempo. Y había algo más que no estaba bien. La casa estaba muy tranquila.
Demasiado tranquila para que hubiera allí una velada.
–Espero no haber llegado demasiado temprano –dijo Angelica balanceándose
sobre los pies.
–Para nada, llega justo a tiempo. ¿Le gustaría una copa de vino, Su
Excelencia?
–Eso estaría bien –miró un jarrón veneciano que había sobre una mesa junto
al sofá y se preguntó por dónde empezaría a preguntarle.
Polidori asintió pasándose una mano por los gruesos rizos negros como si
estuviera nervioso. –Entonces, siéntese, por favor, y yo iré a buscar su bebida.
Cuando Angelica se dio la vuelta para sentarse, Polidori la agarró por detrás y
le cubrió la boca con un pañuelo.
Angelica forcejeó con un grito amortiguado. Casi había conseguido deshacerse
de él, cuando las extremidades le fallaron repentinamente. El olor del pañuelo era
tan espeso que podía sentir que estaba tragándoselo. La tela estaba empapada de
una sustancia acre, y la cabeza comenzó a darle vueltas del mareo. Angelica sintió
náuseas y la visión comenzó a ponérsele borrosa. Sus labios articularon una
pregunta, una protesta. Pero no salió ningún sonido.
–Lo siento mucho, Su Excelencia –susurró Polidori mientras ella se
desplomaba pesadamente en sus brazos. –Si todo sale bien, este tormento
terminará antes de que te des cuenta.
Angelica intentó reír, porque el hombre sonaba, en efecto, como si lo sintiera.
Pero el gas tóxico la envolvió en la oscuridad.
Capítulo 30

Ian se paseaba por la antesala de la casa matriz del Consejo en Ámsterdam.


Los antiguos rostros que lo miraban desde lo alto habían sido intimidantes la
primera vez que había venido ante la fuerza gubernamental. Estaban sentados en
medio de unas sombras tan espesas que no se podía decir si eran las sombras las
que enmarcaban sus rostros solemnes, o eran capuchas de verdugos. Pero ya no lo
atemorizaban. Estaba impaciente por terminar con esto de una vez y regresar a
Londres con su querida esposa. Su petición para Transformar a Angelica había sido
aprobada, ahora solo faltaba discutir la sucesión de Rafe.
Le parecía que era una tarea innecesaria hacer todo el viaje hasta Ámsterdam
para esa formalidad, pero nunca osaría decir en voz alta semejante pensamiento
rebelde. Una mirada rápida a la expresión de impaciencia de Rafe le confirmó que
estaba de acuerdo con eso también. Los miembros del Consejo los miraban de
manera cómplice desde sus podios, como si supieran lo que ambos estaban
pensando.
–Lord Ashton y Rafael Villar, gracias por venir tan rápido –dijeron a coro como
si en verdad fueran esa única mente que representaban.
–Gracias por responder a mi petición con rapidez –dijo Ian con una
inclinación. Era extraño que se dirigieran a él por su apellido por primera vez en un
siglo. Al Consejo no le importaba para nada los títulos de los mortales.
Marcus, el Lord de Roma, levantó la vista de una pila de pergaminos. –Rafael
Villar, acérquese, por favor.
Rafael se aproximó a los miembros del Consejo con el rostro inexpresivo, que
era lo más cerca que podía hacer para mostrar respeto.
Marcus volvió a mirar sus papeles. –Como usted ya se acerca a su tercer siglo
y se ha pasado el último al servicio de un lord como su segundo al mando, encaja
en la calificación estándar para reemplazar a Ian como Lord de Londres. Sin
embargo, tenemos algunas preocupaciones.
–¿Cuáles serían esas preocupaciones, Excelencia? –preguntó Rafe con los
dientes apretados.
–Bueno, para empezar, está tu temperamento –dijo el antiguo romano con
aire de suficiencia. –Después de todo, eso es lo que conllevó a su… accidente.
El Español respondió casi en un gruñido. –Dejar que un cazador viva es poner
a nuestra especie en peligro. Ese es su edicto. Mis acciones no tuvieron que ver
nada con mi temperamento.
Anastasia, Lord de Moscú, asintió con aprobación y se dirigió a los otros. –Es
verdad que Villar siguió nuestro código al eliminar a nuestros enemigos –se quedó
mirando fijamente a los otros como retándolos a objetar. –Además, no hemos
recibido ninguna queja válida contra él en todos sus años de existencia.
Los otros asintieron, pero Marcus siguió frunciendo el ceño. –Nuestra otra
preocupación es tu infortunada discapacidad. ¿Cómo esperas defenderte a ti y a
tu gente con un solo brazo? Y mucho menos batirte en duelo.
Ian maldijo por lo bajo. Rafe se estremeció y el miembro del Consejo sonrió
triunfante.
–¿Por qué no pelea usted contra él ahora y lo comprueba? –dijo Ian sin
pensarlo.
La risa burlona de Marcus fue cortada en seco cuando los demás corearon su
aprobación de la idea.
El Lord de Roma fulminó con la mirada a sus compañeros y luego se elevó en
el aire y flotó frente a Rafael. –Está bien –replicó con una risita petulante.
Con una gracilidad que no dejaba traslucir su discapacidad, Rafe se
desabotonó la levita y se la arrojó a Ian junto con el sombrero. Marcus abrió los
ojos desmesuradamente y cada línea de su cuerpo reflejó un destello de duda.
Los demás miembros del Consejo tomaron sus plumas y sus pergaminos como
si fueran a documentar el caso. Ian estaba seguro de que, en realidad, estaban
haciendo apuestas.
Los dos vampiros se inclinaron y comenzó la batalla. Marcus cargó hacia él
como un toro enfurecido. Rafe se puso fuera de su alcance con agilidad. El antiguo
romano gruñó, enfurecido porque había fallado el golpe. Se elevó en el aire, con
intención de usar su capacidad de volar contra el Español.
Con una rapidez vertiginosa, impresionante incluso bajo estándares
sobrenaturales, Rafe conectó un puñetazo en la barbilla de Marcus y lo mandó
volando contra la pared de piedra. Marcus se puso de pie lentamente, solo para
ser golpeado otra vez por Rafe que se le acercó como un endemoniado.
–¡Suficiente! –dijo Marcus tosiendo y escupiendo sangre. –Ha demostrado su
punto, Villar –hizo una mueca de dolor mientras regresaba a su podio. –Que
comience la entrevista.
Durante la hora que siguió, el Consejo le hizo a Rafe preguntas estándares,
para saber cómo manejaría sus responsabilidades como Lord de Londres si era
designado.
–¿Qué harías si uno de tus vampiros Transforma a un mortal sin permiso? –
preguntó el Lord de Constantinopla.
Rafe disimuló un bostezo. –Lo pondría bajo arresto y reportaría el incidente
ante ustedes.
Ian asintió admirado ante su respuesta. Aunque la pena por ese crimen era la
muerte, el Consejo siempre insistía en que se les informara y llevar a cabo un
juicio para asegurarse de que el Lord no estaba abusando de su poder.
Los miembros del Consejo murmuraron su aprobación y le hicieron la
siguiente pregunta, pero Ian no la escuchó. De repente, la Marca entre él y
Angelica dio un latido y llameó. ¡Su esposa estaba en peligro! Cada célula de su
cuerpo temblaba con la necesidad de salir de aquella habitación y volar de vuelta a
Londres inmediatamente. Lo único que le impedía hacerlo era la certeza de que el
Consejo lo castigaría por una acción tan irrespetuosa. Afortunadamente, los
miembros se pusieron de pie y anunciaron su veredicto.
–Raphael Villar, está usted aprobado para sustituir a Ian Ashton como Lord de
Londres. Solo pedimos que nos informes en cuanto tomes posición y nos digas su
selección para segundo al mando.
Ian y Rafe se inclinaron al unísono. El Lord de Edo, de Japón, miró a Ian con
ojos penetrantes. –También sugiero que se levante la sesión, ya que veo que Lord
Ashton tiene asuntos urgentes de los que ocuparse –sus ojos almendrados
destellaron como si pudieran atravesarle el alma.
–Gracias, Lores –dijo Ian y salió a toda velocidad de la habitación con Rafe
pisándole los talones.
–Pasa algo con tu esposa, ¿verdad? –preguntó Rafe mientras corría a su lado.
Ian asintió sin disminuir el paso.
–No me sorprende que haya sido incapaz de no meterse en problemas
durante este corto tiempo –observó el Español con calma. –Será mejor que salgas
volando. Me reuniré contigo tan pronto como pueda. Y estaré gustoso de
ayudarte a castigar al culpable… a no ser que la culpable sea solamente la
duquesa.
Ian no necesitó escuchar más. Se elevó en el aire con el corazón lleno de
terror por su amada.
Le tomó menos de doce horas volver a Londres. Normalmente, odiaba usar
semejante velocidad, especialmente al volar. Esta vez apenas le afectó la extraña
sensación de ser lanzado por el aire como una bala de cañón sobrenatural. Todo lo
que podía hacer era rezar para que su Angel estuviera a salvo cuando llegara.
Se detuvo rápidamente en la casa para agarrar una espada y soltó una
maldición cuando Burke le extendió la nota de rescate.
Tengo a tu duquesa. La intercambiaré por la garantía de un pasaje seguro
fuera de Londres para mí y John Polidori.
Respetuosamente, tu servidora,
Rosetta
–¡Maldita sea! –rugió Ian.
De todos sus vampiros, nunca había esperado que la tranquila y modesta
Rosetta lo traicionara. Sacó los colmillos, enfurecido. ¡La mataría por esto!
Capítulo 31

Angelica se despertó acalambrada e incómoda por dormir en una silla. ¿Se


había quedado dormida en su escritorio de nuevo? El crujido de papeles
interrumpió sus pensamientos. Loki estaba jugando de nuevo con sus manuscritos.
Trató de saltar de la silla para asustarlo y regañarlo, y casi se quedó sin aliento
cuando las gruesas cuerdas se lo impidieron halándola hacia atrás.
Abrió los ojos de golpe. ¡No estaba en casa! Estaba en un sótano de piedra
que estaba amueblado como si vivieran ahí. Habían intentado embellecerlo con
cortinas de terciopelo, tapices elaborados y adornos de buen gusto.
Las mesas de pino y las sillas de espaldar eran firmes y resistentes, pero poco
costosas. Junto a la oscuridad, le recordaba a los muebles que tenían sus padres
en su casa del pueblo, antes de que su padre fuera promovido en el banco. Dejó
de mirar las cosas a su alrededor cuando se dio cuenta de que no estaba sola.
John Polidori estaba reclinado en un sofá. Tenía el bolso de Angelica tirado en
el piso junto a sus pies, y en las manos sostenía las páginas de uno de sus
manuscritos, el cual estaba leyendo a la luz de las velas.
–¿Dónde demonios estoy? –preguntó Angelica, despreciando el tono histérico
de su voz y removiéndose en sus ataduras.
Sus esfuerzos eran inútiles. El hombre evidentemente sabía cómo atar un
buen nudo. La rabia la inundó, ardiente y amarga. Había estado al borde de la
felicidad, y este sinvergüenza pretendía arruinársela.
–Ah, está despierta, Su Excelencia –dijo John amablemente. Levantó las
páginas del manuscrito. –Esto es muy bueno, en verdad. Me encanta la forma en
que les da vida a sus personajes.
–Gracias –dijo ella sintiéndose halagada a pesar del hecho de que la hubiera
secuestrado y atado. –¿Podría, por favor, desatarme ahora?
–Me temo que no, Su Excelencia –su voz estaba llena de remordimientos. –
Pero te prometo que no sufrirás ningún daño.
La sinceridad en sus ojos era inconfundible. Angelica le creyó, a pesar de lo
que dictaba el sentido común. Decidió que bien podría aprovechar su compañía, y
por lo apretadas que estaban sus ataduras, parecía que iba a tener bastante
tiempo libre. –Entonces, señor Polidori, ¿cómo se le ocurrió la idea para el
personaje de Lord Ruthven en el cuento “El Vampiro”?
Polidori frunció el ceño, consternado. –Se lo he dicho a todo el mundo, incluso
fui tan lejos como para publicarlo en el periódico. La esencia de la idea fue de un
fragmento de novela que Lord Byron escribió. Yo simplemente la desarrollé más –
su risa amarga se ganó la simpatía de Angelica.
–A decir verdad, escribí el cuento por despecho. Quería mostrarle al mundo,
de la única manera que podía, el monstruo sin corazón que era él. En vez de eso, y
gracias a la avaricia de ese villano de Colburn, mi cuento se lo acreditaron a él, y lo
declararon “lo mejor que el Lord ha escrito nunca”.
–Colburn es, en efecto, un canalla –dijo Angelica. –El año pasado se negó a
recibirme y ver mi trabajo porque era una “simple mujer”, pero cuando llegué
disfrazada de hombre, le encantó y me pidió más. Y después de que me casé y me
revelé como la “infame” Duquesa de Burnrath, ¡me pagó más! Supongo que pensó
que mi identidad le iba a generar más ventas… el muy hipócrita.
Hizo una pausa mientras digería las palabras de Polidori. –Entonces no
basaste tu historia en mi esposo en lo absoluto, ¿verdad?
Él sacudió la cabeza. –Ni siquiera creía en vampiros hasta hace unos meses.
Pretendía que el “vampiro” de mi historia fuera una metáfora de la forma en que
Lord Byron hace que las personas se enamoren perdidamente de él y después les
chupa la vida y los aleja de él –Polidori se miró las manos. –Sabes, él me rompió el
corazón.
Angelica estaba atónita ante la revelación de que dos hombres se pudieran
amar de esa manera. Quería preguntar más sobre su relación, pero mientras se
removía en la silla para ponerse más cómoda, desvió su atención de nuevo hacia
sus ataduras.
–Descubriste que mi esposo te estaba buscando –dijo mirando directamente
sus ataduras. –Es por eso que me has secuestrado.
Antes de que Polidori pudiera responder, intervino una voz de mujer. –Era la
única opción que nos quedaba. ¡No dejaré que mate a mi Johnny!
Angelica se quedó con la boca abierta al ver entrar a la mujer. Sus pantalones
y su chaqueta parecían hechos a medida para su ágil figura. Su pañuelo masculino
estaba anudado inmaculadamente, y llevaba el pelo corto, no de la forma que
comenzaba a estar de moda, sino que sus mechones enmarcaban su cara como
salvajes briznas negras.
Aunque era la persona más interesante que hubiera visto nunca, fue su
abierta expresión de amor en su rostro lo que la dejó sin aliento. La mutua
adoración en el rostro de Polidori al mirarla, le indicó a Angelica, que si bien
Polidori había amado a Lord Byron, esta mujer había eclipsado esa antigua llama
por completo. Cuando volvió a mirar el rostro de la vampira, se dio cuenta de que
había visto antes a esta mujer, cuando Ian la había presentado a sus vampiros.
–Es un placer conocerte de nuevo. ¿Y tu nombre es...? –preguntó con
sarcástica cortesía, incapaz de hacer una reverencia en su estado.
–Me llamo Rosetta, Su Excelencia –replicó la vampira.
–Muy bien, Rosetta. Me hubiera encantado conocerte en otras circunstancias
–inclinó la cabeza en lo que esperaba que fuera un gesto majestuoso digno de una
duquesa. –¿Y por qué secuestrarme y atarme era su “única opción”?
Rosetta tuvo la decencia de mirar hacia abajo avergonzada. –Su Excelencia
estaba dándole caza a John. No podía dejar que matara a mi amor, así que he
estado escondiéndolo. Pero si el Lord descubre lo que he hecho, de seguro me
matará por traicionarlo –los ojos se le llenaron de lágrimas. –Hice que John te
secuestrara y envié una nota de rescate a la casa del duque. Si accede a dejarnos
marchar a mí y a John con una carta de libre acceso a otros territorios, te dejaré
libre sin hacerte daño.
–Ah, ¿me tienes aquí para exigir rescate? –la situación se hizo más clara
ahora. Al menos no tenían intención de matarla. Eso dio a lugar a que se pusiera a
razonar con ellos. –¿Pero por qué necesitaban hacer esta estupidez? ¿Por qué los
dos no se largaron de la ciudad y ya?
Rosetta suspiró. –No es tan fácil para los vampiros, Su Excelencia. Uno debe
pedir permiso al Lord para abandonar la ciudad, y luego pedir permiso al Lord de
otra ciudad para permanecer ahí. Y Su Excelencia suspendió todos los permisos
hasta que John fuera encontrado –el labio inferior le tembló. –Él podía haberse ido
y ponerse a salvo, pero se negó a irse sin mí. Su Excelencia, ¡yo lo amo! ¡Haría
cualquier cosa para mantenerlo a salvo! –y se ruborizó con sus apasionadas
palabras.
Angelica asintió, comprendiendo completamente. Entonces ahogó un grito al
comprenderlo todo de golpe. Lo que sea, había dicho Rosetta. Se le heló la sangre
mientras le surgía una sospecha. –Tú enviaste a ese hombre a matar a mi esposo,
¿verdad?
Rosetta abrió los ojos desmesuradamente de miedo y apartó la mirada,
confirmando así su culpa.
–¡Él quería matar a John! –sollozó. –¿No lo entiendes? ¿No matarías por el
hombre que amas? –se alejó del brillo de las velas y se metió entre las sombras
como si estas pudieran protegerla.
–Gracias a ti, ya he matado por él –siseó Angelica, forcejeando una vez más en
sus ataduras. –Tienes suerte de que hayas tenido la previsión de atarme, o te daría
una paliza si pudiera.
–¿Tú mataste al cazador? –la expresión atónita de Rosetta hubiera sido
graciosa si Angelica no estuviera tan furiosa. –¿Una criatura delicada como tú?
Qué excepcional… –su voz se suavizó. –Debes amarlo mucho.
–Así es –dijo y se quedó mirando a la vampira, aún irritada por la absurda
situación.
Rosetta intentó acercarse. –Supongo que unas disculpas no servirán de nada.
Angelica miró su cara llena de lágrimas. Vio la devoción en sus ojos cuando
decía el nombre de John, y la forma en que se inclinaba hacia él como si la
necesidad de tocarlo fuera algo compulsivo. Ella se sentía así por Ian. Y si creyera
que otro vampiro iba a matarlo, ¿contrataría a un asesino? Recibió un rotundo Sí
como respuesta.
Suspiró. –No, no creo que pueda aceptar tus disculpas bajo estas inapropiadas
circunstancias, pero supongo que te entiendo. Solo respóndeme una cosa.
¿Realmente creías, con cada fibra de tu ser, que Ian iba a matar al Dr. Polidori si lo
encontraba?
–¡Sí! –gritó Rosetta y comenzó a pasearse frente a ella y a echarle miradas
ansiosas. Angelica se retorció en la silla, deseando poder pasearse también. –Su
Excelencia nos ordenó a todos que le entregáramos a Johnny si lo encontrábamos.
¿Qué más podría pretender?
–Por lo que sé, solo quería cuestionarlo sobre su inspiración para la historia
que había puesto en peligro su reputación. Nunca dijo nada de matarlo –Angelica
hizo una pausa y la situación se aclaró. –Aunque si se entera de que le mentiste,
de que mandaste un cazador de vampiros a matarlo, y secuestraste a su esposa… –
se quedó callada, y se imaginó con horror a Ian matando a esta pobre vampira
enamorada.
Rosetta ahogó un grito cuando se dio cuenta también de la verdad. –¡Oh, Dios
mío! ¿Qué he hecho? –las lágrimas le corrieron libremente por las mejillas.
John la tomó entre sus brazos. –Ssh, mi amor. No llores.
–John, ahora estamos condenados. Tienes que irte de la ciudad –dijo
sollozando. –Morir será más fácil si sé que estás vivo y a salvo.
–No te dejaré, Rosetta –dijo John. Sus ojos oscuros le suplicaron a Angelica. –
¿Hay alguna forma en la que puedas arreglar esto?
Angelica sintió un nudo en la garganta al verlos. Era difícil permanecer
enojada ante este trágico romance.
–Me temo que no completamente –dijo. –Sin embargo, podemos arreglarlo
un poco. Deberían empezar por dejarme ir.
Rosetta asintió. –Sí, desátala, John. Me merezco cada golpe si me ataca.
Polidori rápidamente la desató y arrojó las cuerdas lejos de su vista. Al
parecer, la culpa, junto a la noticia de que había matado a un hombre hecho y
derecho, la hacía intimidante para ellos.
–Gracias –se frotó las muñecas. –Ian no debe regresar hasta mañana. Iré a
casa y quemaré esa nota de rescate –señaló a Rosetta. –Tú debes verlo cuando
llegue y confesarle que has estado escondiendo al doctor. Dile por qué y ruega por
su misericordia. Seguramente los perdonará a los dos si no descubre que
contrataron al cazador de vampiros.
–¿Quieres decir que no le dirás que te secuestramos? –preguntó Rosetta con
la voz trémula de gratitud. –¿Qué podemos hacer para pagar su bondad,
Excelencia?
Angelica vio la esperanza en los dos pares de ojos que la miraban. En verdad,
no sabía si su palabra sería suficiente para arreglar esto. Rosetta había cometido
alta traición al esconder a Polidori. Si Ian descubría este secuestro, y se añadía a la
ecuación un intento de asesinato… y si descubría su propio engaño… de seguro la
dejaría para siempre. Pero incluso sabiendo los riesgos que estaba tomando, no
podía soportar el no hacer todo lo que pudiera para ayudar a estos amantes
desventurados.
–Tú puedes enseñarme como hiciste ese exquisito nudo en tu pañuelo –dijo
con una sonrisa y se volvió hacia Polidori. –Y tú, puedes contarme de ese tiempo
infame que pasaste con los Shelleys en el Lago Geneva.
Capítulo 32

Cuando Ian aterrizó en el distrito de Soho, ya estaba casi fuera de sí por la


necesidad de alimentarse. Afortunadamente para él, había una ramera fuera del
callejón exhibiendo sus mercancías. Con una punzada de arrepentimiento por
tener que ir contra la petición de Angelica de alimentarse solo de hombres, se
echó sobre su víctima. Desesperado como estaba, le destrozó la garganta con los
colmillos. Se maldijo por la demora que le supuso curarla antes de seguir su
camino.
Ian esperaba muchas cosas cuando atravesó la puerta de Rosetta y entró en la
habitación como un vendaval. Rosetta sobre el cuerpo tendido de su esposa, con
los colmillos chorreando sangre; Polidori atacando a Angelica mientras ella
suplicaba piedad, o incluso a Angelica atacándolos a los dos con cualquier objeto
afilado que hubiera podido encontrar. Lo que no había previsto era la
determinación en la cara de su esposa cuando saltó frente a él y le bloqueó el paso
hacia Rosetta y Polidori.
–Por favor, Ian, ¡no los mates! –gritó. –¡Todo ha sido un tremendo
malentendido!
Detrás de ella, Rosetta y John se habían hincado de rodillas sobre el piso de
piedra. Rosetta escudaba a Polidori con el brazo, como si Ian fuera un halcón
dispuesto a bajar en picada y llevárselo.
–¿Qué demonios está pasando aquí? –rugió.
–Bueno, si te calmas, podemos explicarte –dijo Angelica todavía tratando de
alejarlo de sus secuestradores.
La situación era tan fantasiosa y absurda que le tomó un momento recuperar
el habla.
–¿Calmarme? Te ruego que me digas, mujer, quién está calmado aquí –volvió
a mirar a la pareja que estaba dividida entre escaparse o pelear. –¿Y cómo es
posible que me “expliques” que uno de mis subordinados me mintió, me traicionó,
y secuestró a mi esposa? No veo forma de encontrarle un lado positivo a eso.
–Lo siento, Su Excelencia. Solo quería proteger a John –dijo Rosetta.
–¿Protegerlo de qué? –preguntó Ian, su rabia mezclándose con confusión.
Angelica dio un paso adelante, implorándole con los ojos que comprendiera. –
Ella pensaba que querías matar a John. Pero no es así, ¿verdad que no?
–Claro que no –respondió con rigidez, con el único deseo de apartar a su
esposa del medio y destruir a la pareja que ella estaba protegiendo. Su mirada
suplicante era lo único que le impedía hacerlo. –¿Pero por qué te secuestró?
–¿La nota no lo decía? –preguntó Angelica.
Ian frunció el ceño. –La nota solo exigía que dejara salir de la ciudad
libremente a esos dos estafadores para que te dejaran ir –y miró a la traidora con
los ojos entrecerrados. –Ahora explícate de una vez, Rosetta.
Rosetta se puso pie con gracilidad y respiró trémula. –He estado escondiendo
a John de usted y los demás vampiros por algo más de cuatro meses. Cuando él
recibió una invitación de su esposa para una reunión de escritores, pensé que la
duquesa le había querido tender una trampa. Capturamos a Su Excelencia con la
intención de retenerla hasta que usted nos diera una carta para irnos libremente
de Londres –volvió a hincarse de rodillas ante él. –Realmente pensaba que usted
pretendía matar a mi Johnny. Y en cuanto Su Excelencia nos dijo que no era así, la
liberamos. Lo juro. Por favor, Su Excelencia, ¡tenga piedad! –las lágrimas rodaron
por sus blancas mejillas. –¡Yo lo amo!
Angelica lo miró y la luz de las velas se reflejó en sus ojos gitanos muy
abiertos. –¿No lo ves, Ian? Están enamorados. Tú harías lo mismo por mí, ¿o no?
Ian suspiró, abrumado por el inesperado giro que habían tomado las cosas. –
Supongo que sí –en verdad, probablemente él haría cosas peores. Si pensara que
alguien pretendía matar a su amor, lo asesinaría de la forma más brutal
imaginable. –¿Te hicieron daño, Ángel? –gruñó.
–No, en lo absoluto –extendió los brazos y giró para mostrar que estaba ilesa.
–¿Tuviste miedo? –sus ojos se dirigieron como dagas plateadas hacia los
secuestradores.
Angelica soltó una risita y sacudió la cabeza con audacia. –Por supuesto que
no. Sabes, una duquesa vale más viva que muerta.
Ian se rascó la barbilla pensativamente y le dirigió una severa mirada. –Pero, si
te dejaron ir, ¿por qué estás aquí en vez de estar en casa a salvo?
Ella sonrió avergonzada. –Quería saber sobre la famosa reunión de escritores
en el Lago Geneva, y también quería aprender a anudar un pañuelo
decentemente. Después de todo, tú no llegabas hasta mañana o pasado.
Ian alzó la mirada al cielo, aunque no es que fuera a esperar ninguna ayuda de
ese lugar. –Debí haberlo sabido.
Angelica se acercó a él de un salto y lo agarró por las solapas del abrigo. –Oh,
Ian, ¡John no escribió “El Vampiro” basándose sobre ti o ningún otro vampiro!
Pretendía que la historia fuera una sátira gótica de Lord Byron. Fueron amantes
una vez –añadió ruborizándose. –Ya ves, todo esto fue un gran y terrible
malentendido.
–Supongo que sí –mirando todavía a Polidori con el ceño fruncido, exasperado
por todos los problemas que había causado.
La duquesa sonrió ampliamente y dio una palmada. –¡Entonces todo está
arreglado!
John dejó caer los hombros con alivio y abrazó a Rosetta. Los ojos de la
subordinada estaban llenos de gratitud mientras se inclinaba ante él. –¿Cómo
podría agradecérselo, Su Excelencia? Yo…
Ian levantó una mano. –Me temo que todo no está “arreglado”. Como Lord de
Londres, no puedo hacer la vista gorda ante la traición de un subordinado –giró los
ojos hacia la solemne figura del Dr. Polidori. –En cuanto a usted, señor, no puedo
tolerar que un escritor mortal tan reconocido como usted ande dando vueltas por
ahí con uno de mis vampiros y conociendo los secretos de nuestra especie.
–Su Excelencia, yo nunca revelaría… –comenzó a decir Polidori.
–¡Silencio! –tronó Ian, con un dolor de cabeza incipiente, y se volvió a su
subordinada. –Rosetta, estás bajo arresto por el crimen de mentirle a tu lord y
reverla nuestro secreto a un mortal. Me acompañarás a la Casa Burnrath y te
alimentarás solo bajo mi supervisión hasta que se cumpla tu condena.
¿Entendido?
–Sí, Su Excelencia –murmuró ella inclinando la cabeza.
Se volvió hacia el mortal tembloroso, cuya pluma, para empezar, había
causado todo este problema. –En cuanto a usted, joven médico, por mucho que
me gustaría dejarle ir, su fama y su peligroso conocimiento de nuestro secreto no
me permiten hacerlo. Dr. Polidori, usted debe morir.
Capítulo 33

24 de agosto de 1821

A pesar de que hacía un calor bochornoso, la muchedumbre que se había


reunido frente a la casa en Great Pulteney Street, temblaba como si tuvieran frío.
La muerte había estado ahí.
El juez de instrucción meneó la cabeza y se secó el sudor de la frente mientras
volvía a salir al calor de agosto. Era muy evidente que la víctima se había
suicidado. La mano extendida del cuerpo había volcado una botella de ácido
prúsico, y la sustancia había caído sobre toda la cara del cadáver. Pero el policía lo
había presionado considerablemente para que escribiera “por causas naturales”
en el informe.
Además de por respeto a la reputación de la familia, el hombre había sido un
escritor famoso y amigo del infame Lord Byron. Eso era suficiente para provocar
un largo papeleo y un irritante acoso por parte de la prensa, que ya se habían
reunido afuera como aves de rapiña. Un suicidio les llevaría a un trance de éxtasis
y provocaría un jugoso escándalo.
El juez de instrucción se dirigió a la multitud. –La muerte fue por causas
naturales. Que en paz descanse. Me han informado que su familia está en Italia,
por lo que, desgraciadamente, no podrán asistir al funeral. Debido al calor y el
peligro de contagio, recomiendo que se le entierre inmediatamente.
Observó cómo la gente se echaba hacia atrás ante la mención del contagio.
Estaba bien escribir “por casusas naturales” en el informe para evitar el escándalo,
pero la principal razón por la que lo había hecho era para que el joven tuviese un
entierro apropiado. Si se descubría que Polidori se había suicidado, no lo
sepultarían en terreno sagrado. Ya era suficiente desgracia que el pobre tipo
hubiera muerto joven.
Mientras esperaba el coche de la funeraria, el juez alcanzó a escuchar pedazos
de la conversación a su alrededor.
–…sabes, él estaba muy separado de su familia –estaba diciendo un hombre a
un periodista que tomaba notas ansiosamente. –Su comportamiento disoluto y
sus deudas de juego eran demasiado para ellos.
–¡No puedo creer que esté muerto! –gritó una mujer.
–Sí, la noticia es muy trágica, ¿verdad? –replicó otra.
Un hombre tosió. –En efecto. El desgraciado me debía 30 libras.
Un petimetre blandió su bastón y gritó sobre la muchedumbre. –Bueno,
insisto en que fue castigado por el Todopoderoso por sus sucias mentiras sobre la
autoría del cuento de vampiros. Hasta un idiota podría darse cuenta de que ese es
el trabajo de Lord Byron.
Otro lo fulminó con la mirada y gritó. –¡Eres un idiota! El Dr. Polidori sí
escribió “El Vampiro”. ¡El impostor fue Lord Byron!
Se hubiera formado un disturbio si no hubiese llegado el carruaje fúnebre. La
vista del sombrío carruaje negro, tirado por caballos negros, y el rostro lúgubre del
hombre que lo conducía, inmediatamente calmó a los espectadores. Reinó el
silencio mientras sacaban el ataúd y lo montaban en el coche. Después, la
multitud se dispersó. La mayoría se fueron al bar más cercano a beber por el
difunto, y solo unos pocos siguieron al carruaje hasta el viejo patio de la iglesia St.
Pancras para escuchar al sacerdote decir algunas palabras antes de sepultarlo.
Cuando el enterrador apisonó el último montón de tierra sobre la nueva
sepultura, ya el sol se estaba poniendo. El cementerio estaba totalmente vacío,
con excepción de un chico que no se había movido de su posición estratégica
desde que el enterrador había empezado a cavar.
El muchacho era terriblemente joven. El enterrador podría apostar que ni
siquiera le había salido pelo.
–Deberías irte de este lugar antes de que oscurezca, muchachito –le gritó
mientras volvía a cargar sus herramientas en el coche. –No sea que los fantasmas
y otro tipo de bestias nocturnas te atrapen.
–Me gustaría quedarme un poco más –replicó el chico. –El Dr. Polidori era un
amigo mío.
–Haz lo que quieras –gruñó el sepulturero mientras se subía al pescante y
agitaba las riendas. –No digas que no te lo advertí.
A decir verdad, le preocupaban más los vivos que los muertos. Este vecindario
no era un lugar seguro para un chico solo, mucho menos uno tan bonito como él.
Si no andaba con cuidado, podrían asaltarlo o sodomizarlo. El sepulturero meneó
la cabeza. Bueno, no había nada que él pudiera hacer. Después de todo, su
negocio eran los muertos. Y tremendo negocio. Tendría que asegurarse de hinchar
un poco la cuenta cuando la familia de Polidori regresara a Londres.

***

Cuando el cementerio se quedó vacío por fin, Angelica se quitó el gorro de


lana y se sacudió el pelo empapado de sudor, aliviada al sentir un poco de aire
fresco en el cráneo. Rodeó la sepultura de Mary Wollstonecraft, pensando que era
muy romántico el que su hija y Percy Shelley hubieran escogido este lugar para sus
encuentros clandestinos.
Polidori le había dicho que Percy Shelley le era infiel constantemente a su
esposa, y que no solo vivía con ella y su hermanastra Claire Clairmont en un
ménage à trois, sino que siempre estaba tratando de hacer que Mary se acostara
con otros hombres. El desprecio era tan intenso en la voz de Polidori cuando
describió el matrimonio de los Shelley, que Angelica se preguntó si quizás él habría
estado enamorado de Mary también, o quizás su crianza católica le hacía rechazar
el adulterio más que los demás.
Frunció el ceño y miró la tumba recién cavada. Era muy trágico que solo le
hubiesen llorado unos cuantos. De hecho, ¡mucha gente ni siquiera sabía quién
era él! Y había muchos de los que sí lo conocían que lo habían difamado,
llamándole impostor, o lo habían despreciado por sus hábitos de beber y apostar.
Tal vez, pensó Angelica mientras miraba la luna, ganaría más respeto después de
muerto.
Con el rabillo del ojo captó el movimiento de tres figuras encapuchadas que se
acercaban a ella.
–Gracias por mantener la vigilancia –dijo una y se quedó de pie a su lado
mientras las otras dos atacaban con palas la tumba de Polidori, cubiertos por la
oscuridad.
Con rapidez sobrehumana, desenterraron el ataúd y sacaron el cuerpo.
Rosetta se alejó de Angelica y miró el rostro de su amado con preocupación. –
¿Está…?
–Se está moviendo. El efecto de la droga se está pasando –dijo Ian y su
compañero le depositó el cuerpo en las manos. –Tenemos que rellenar la tumba y
marcharnos antes de que nos descubran.
Para cuando el grupo llegó a la Casa Burnrath, Polidori había recobrado el
conocimiento. Angelica estaba aliviada de que Ian les hubiera dado la noche libre a
los sirvientes.
–No puedo creer que me hayan enterrado vivo –dijo Polidori después de
saciar la sed con un vaso de agua. –En cierta forma, me hubiera gustado estar
consciente. La experiencia hubiera sido interesante, en un sentido medio
morboso.
–Tendrás tu oportunidad bien pronto –le dijo Rafael Villar. –Tu esposa y tú
serán transportados en ataúdes en el viaje a Francia, y después a América, y solo
podrán levantarse de noche para alimentarse. Apuesto a que después de eso te
hartarás de ser un cadáver.
Angelica se estremeció ante la idea de estar encerrada en una caja durante un
viaje al otro lado del mundo. Deseó que John y Rosetta no tuvieran que irse tan
lejos, pero sabía que América era el lugar más seguro para ellos. Aunque John
había “muerto” para el público, igual había peligro de que lo reconocieran en
Inglaterra o en el continente.
El Español que iba a hacerse cargo de Londres durante los próximos cincuenta
años se acercó a John con cara de pocos amigos. –¿Estás listo, Doctor?
John besó a Rosetta y asintió. –Sí.
Ya que Ian iba a Transformar a Angelica esa noche, Rafael había accedido a
Transformar también a John, pues Rosetta no era lo suficientemente antigua o
poderosa para hacerlo ella misma.
Rafael miró a Angelica intensamente. –Considere saldada mi deuda con usted,
Su Excelencia.
Angelica tragó en seco y asintió. –Gracias, Rafael.
Ian la envolvió entre sus brazos. –¿Te gustaría ver el proceso antes de que te
Transforme?
Angelica le sonrió con los ojos brillantes. Había trabajado tan duro ideando un
plan para mantener a John y a Rosetta juntos y a salvo.
–No, confío en ti con todo mi corazón –agarró el candelabro con una mano y
le extendió la otra. –¿Nos vamos a nuestra habitación, Excelencia?
–Por supuesto, mi duquesa.
Remontaron las escaleras hacia el dormitorio, Ian apretándole la mano como
si nunca fuera a dejarla ir.
Una vez que las lámparas estuvieron encendidas, Ian se atusó la barbilla con la
punta de los dedos. –Ángel, he estado queriendo decirte que había muchas
imprecisiones históricas en tu historia de vampiros. Por ejemplo, las papas y la
cerveza no aparecieron hasta la época de Elizabeth, cuando las introdujeron al
Nuevo Mundo. El vino y el ale eran las bebidas preferidas durante el reinado de
Henry.
Angelica se puso tensa al recordar el manuscrito que él había quemado. –¿Y
qué me quieres decir con eso, Excelencia?
Él sonrió. –Si quieres reescribir el cuento, puedo ayudarte con los detalles
históricos del reino de Henry VIII. Y luego está el problema del final del cuento.
Dejaste a los personajes en tremendo aprieto. ¿Cómo pensabas solucionar eso?
El corazón de Angelica casi estalló de alegría. –¿De verdad quieres que escriba
la historia de nuevo? Yo luché hasta el cansancio con eso, ya que era incapaz de
pensar en un adecuado final feliz para mis personajes. Verás, es que las cosas
estaban tan mal entre nosotros –frunció el ceño. –¿Pero qué dirá la gente? ¿Y si
otro cazador viene a por ti?
–Gracias al cuento de Polidori, las historias de vampiros están proliferando en
todos lados. Estoy seguro de que los cazadores están de un lado para otro
tratando de encontrar a los de verdad. Aun así, creo que sería prudente esperar
un poco antes de publicar tu historia.
Angelica parpadeó incrédula ante sus palabras displicentes. –Creo que
tenemos mucho tiempo por delante, Su Excelencia. Todavía no tengo idea de
cómo terminar el dichoso cuento.
Ian le acarició la mejilla. –Entonces tendremos que buscar inspiración –se
apoderó de sus labios en un beso que la dejó sin aliento y entonces se hincó de
rodillas ante ella. –Angelica Ashton, ¿quieres ser mi eterna esposa y compañera?
¿Quieres caminar a mi lado cada noche durante todo el tiempo que vivamos?
Ella se derritió dentro de sus brazos. –Sí, quiero.
Ian hundió los colmillos en su garganta y ella sonrió. Ninguna de sus historias
podría tener un final tan perfecto como este.
Epílogo

–Ha llegado una carta para usted, Su Excelencia –dijo Burke al entrar a la
biblioteca.
Angelica levantó la vista de su libro de gramática francesa mientras Ian
tomaba la carta.
–Es del Lord de Cornwall –dijo después de que el mayordomo se marchó y
abrió el sobre. –Veamos qué tiene que decir Vincent –a medida que leía iba
frunciendo el ceño. –Hmmm… –dijo y bajó la carta aún con el ceño fruncido.
–¿Qué pasa? –preguntó Angelica esperando que Lord Deveril estuviera bien.
Era un vampiro amable.
Ian sacudió la cabeza. –Parece que Vincent está pidiendo tu ayuda.
–¿Qué? –dijo abriendo los ojos desmesuradamente. Hacía solo poco más de
un mes desde que se había convertido en vampira. ¿Cómo podría ser de ayuda
para un vampiro tan antiguo y poderoso como Deveril?
Su esposo asintió. –Recuerdas haber escuchado sobre la muerte del Conde de
Morley, ¿verdad?
–No, no me he enterado –Angelica frunció el ceño, preguntándose hacia
dónde iba la cosa. –Me pregunto qué pasó. Lo vi en la coronación del Rey y parecía
estar perfectamente de salud.
–Ese era el nuevo conde. El que murió fue su hermano mayor… en América –
Ian se pasó una mano por el pelo. –Dejó una hija atrás, y la condesa viuda se niega
a aceptarla. Al parecer, todavía está molesta por el matrimonio del conde con una
doncella, que es la primera razón por la que se fueron a América.
–¿Y qué tiene que ver eso con Lord Deveril? –preguntó Angelica,
desconcertada.
–Los Deveril y los Morleys tienen una alianza que viene desde el siglo
diecisiete –explicó Ian. –Uno de los términos de esa alianza es que uno se
convierta en el guardián de los hijos del otro, si surge esa necesidad.
Angelica ahogó un grito. –¿Entonces Lord Deveril se va a convertir en el
guardián de la hija de Morley? ¿Por qué aceptaría una cosa así? ¿Y qué espera que
yo haga al respecto?
Ian sacudió la cabeza. –No tengo la menor idea de por qué aceptó eso. Quizás
está tan loco como dicen por ahí. En cuanto a ti, te pide que ayudes a la chica en la
temporada para que pueda casarse, y así deshacerse de ella rápidamente.
Angelica abrió la boca para responder, pero estalló en carcajadas. –¿Quiere
que ayude a una jovencita a entrar en la alta sociedad? ¿Yo, la escandalosa
Duquesa de Burnrath? –su regocijo se desvaneció cuando las implicaciones de esa
tarea se le hicieron claras. –Ver a una chica subastada al mejor postor como si
fuera una yegua de cría va en contra de mis principios. Tengo que negarme.
Su esposo levantó una mano. –No te des tanta prisa, Ángel. Al menos déjame
hacerle una visita a Vincent para evaluar mejor la situación. Bien sabe el Señor que
Rafe sería incapaz de lidiar con un asunto tan delicado.
Angelica asintió a regañadientes. –Muy bien. Les diré a los sirvientes que
desempaquen nuestros baúles, ya que al parecer vamos a estar gobernando
Londres por más tiempo.
–Y tengo que enviarle una nota a Rafe –replicó Ian levantándose de la silla.
–Todavía no –Angelica se relamió los colmillos. –Toda esta charla me ha
puesto hambrienta.
–¿Ya? –él frunció el ceño. –Bueno, entonces supongo que debemos ir a cazar
primero.
Ella sacudió la cabeza pícaramente, ondeando el pelo mientras se acercaba a
él. –No, tengo hambre de ti.
Ian enseñó sus colmillos relucientes mientras le brillaban los ojos y echaba
cerrojo a la puerta de la biblioteca. –Ya veo. En ese caso, estaré encantado de
complacerte.
Nota del Autor

En 1816, Percy Shelley y su futura esposa, Mary Wollstonecraft Godwin,


disfrutaron de unas vacaciones con Lord Byron y su médico, John William Polidori.
Los cuatro pasaron una noche tormentosa de verano en la villa de Byron cerca de
Geneva, en Suiza, escribiendo historias de fantasmas. Dos de los trabajos de esa
noche llegaron a influenciar la literatura hasta la actualidad. Mary Shelley
comenzó el inolvidable Frankenstein. Lord Byron escribió un fragmento de una
novela que abandonó y el Dr. Polidori la convirtió en una historia corta, “El
Vampiro”, que fue la primera historia de vampiros escrita en inglés.
Cuando Polidori publicó “El Vampiro” de forma anónima en 1819 en el New
Monthly Magazine, los editores se la atribuyeron a Lord Byron. De hecho, “El
Vampiro” una vez fue llamado “la mejor obra de Byron”. Polidori y Byron estaban
furiosos por esto, y después de agotadores esfuerzos por aclarar el malentendido,
finalmente se concedió el mérito a quién lo merecía. La historia desató una “fiebre
vampírica” en la Europa Oriental, y el público sangriento devoró incontables
historias, piezas y óperas basadas en ese cuento.
Yo confié mucho en los hechos históricos y en la especulación, igual que en mi
licencia de autor, para desarrollar la representación ficticia del enigmático
personaje del médico que se convirtió en escritor. ¿Tuvo Lord Byron una aventura
bisexual con Polidori? Algunos historiadores especulan que sí y otros que no.
Además, Polidori nombró a su villano con colmillos “Lord Ruthven”, un nombre
que Lady Caroline Lamb, ex.-amante de Byron, usó para él en su pobremente
disimulada memoria, Glenarvon.
Otra especulación que encontré interesante es que tal vez Polidori estuviera
secretamente enamorado de Mary Shelley. Apuesto por este delicioso chisme
porque ciertamente explica la bien documentada hostilidad que Polidori sentía por
Percy Shelley. Una vez, Polidori retó a Percy a un duelo, supuestamente por una
carrera de barcas.
Hay pocos detalles conocidos sobre las circunstancias en que se sepultó a
Polidori y de la relación que tenía con su familia en el momento de su muerte.
Considerando el hecho de que su familia estaba bien posicionada y él murió sin un
centavo, se puede suponer que estaban distanciados. Encontré poca información
sobre las costumbres funerarias en la época de la Regencia, pero me pareció
lógico que si alguien muere, especialmente en el verano, y no hay nadie cerca que
se haga responsable del cuerpo, las autoridades entierren los restos tan pronto
como sea posible, por razones sanitarias. Y como los estetoscopios todavía no
eran de uso frecuente en esos días, quizás una persona podía fingir su muerte.
¿Podría ser que Polidori burló a la muerte y se convirtió en vampiro? Uno
nunca sabe. Esa es una de las cosas que hacen que la ficción sea tan divertida.

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