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Lea con atención el siguiente texto: (tomado del artículo “La función

del laico en la sociedad actual” de Carlos Martínez Cerezal.


Recuperado en: http://auladsi.net/la-funcion-del-laico-en-la-
sociedad-actual)

Al laico pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios


tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven
en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las actividades y
profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida
familiar y social con las que su existencia está como entretejida.

L.G. 31 (…) Los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo


mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos
partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de
Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en
la Iglesia y en el mundo.(…)

Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por
el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan
desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a
Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe,
esperanza y caridad.

A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los


asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal
manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y
se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor.

El Concilio Vaticano II pretende renovar la Iglesia volviendo a las


fuentes, a la vida de los primeros siglos orientándose en el Nuevo
Testamento y los santos padres. Un momento en que los laicos no son la
masa  de una sociedad de cristiandad, en la que algunos se hacen
religiosos o sacerdotes para vivir la santidad, sino un pueblo de
conversos bautizados, que en medio de una cultura pagana hacen
presente la novedad de la vida de Dios manifestada en Cristo y el don
del Espíritu Santo. (LG 32, 2; AA 1).
Por eso define a todo el Pueblo de Dios como llamado sin distinción a la
santidad, según diversos estados de vida y ministerios, pero todo el
consagrado para vivir en santidad y con una misión apostólica que es
común a todos sus miembros: dar testimonio de Cristo, anunciando el
Evangelio y llamando a la conversión, y transformando el mundo hacia
su Reino de justicia. (LG cap V; AA 2). De esta única vocación y misión
de toda la Iglesia participan los laicos desde su vida en medio de las
instituciones del mundo.

LO QUE NO SON LOS LAICOS

a) El peso histórico del clericalismo:

La historia deja siempre su huella impresa en nuestra historia. La


personal y la colectiva. La historia de la Iglesia también. A partir de la
“conversión de Constantino”, pasa a vivirse para una gran parte del
pueblo un cristianismo de conveniencia. Ser cristiano en la era de las
persecuciones suponía plantearse necesariamente la Conversión en serio
y un largo catecumenado. El testimonio, el “martirio”, la “santidad” entre
los “laicos”, entre las madres y los padres de familia, los niños, estaba al
orden del día. Ser cristiano tutelado por el poder del Cesar, pues no
tanto. Surge entonces ya ese largo proceso en el que los que quieren
plantearse en serio su bautismo decidirán que tienen que hacerlo
alejándose de la masa, del pueblo,… mediante una especial consagración
a Cristo. El Espíritu que no deja de soplar, nos presenta la imagen de la
“santidad” de la Iglesia entre los apologistas, los Padres de la Iglesia, los
monjes, los frailes, las grandes órdenes religiosas, … Han sido siglos de
historia en los que el “verdadero cristiano” tenía como referencia al
clero, ya fuera este secular o regular.

El laicado actual vive necesariamente la herencia de esta historia. El


clero también. El propio Congar, predecesor imprescindible de la teología
del laicado que impregnaría el Concilio Vaticano II, confesaba que hasta
la categoría del laico se había definido desde la categoría de “clero”. 
Por eso esta reflexión comienza diciendo que el laico NO ES ya un
cristiano de segunda categoría, un monaguillo adulto o un miembro de la
tercera orden, la de los legos, de las grandes órdenes religiosas o de un
cófrade. El que se casa ya no es el que simplemente no sirve para
cumplir con el peso del celibato y los demás “votos”. Y sin embargo, yo
no me atrevería a decir que ya estamos fuera de esta mentalidad, a
juzgar por la realidad laical, incluso asociada, que llena nuestras
Iglesias. No estoy diciendo que los laicos no lean las lecturas en la misa
o no hagan las peticiones, o pasen el cestillo o hagan de catequistas o
participen en hermosos coros o que gestionen las “obras” que los
religiosos, por falta de vocaciones, ya no pueden gestionar. Pero de ahí
a que eso se convierta en muchos casos en su principal quehacer… Que
eso sea lo que le pide de específico la Iglesia a los laicos,  pues creo que
no es acertado.

Hay también una concepción a mi juicio restrictiva de la misión del laico.


En ella se distinguen sin confusión posible, dos mundos: el de la vida
“religiosa”, privado, pietista, ligado a las “prácticas” piadosas y al
altruismo generoso con las instituciones confesionales; y el de la vida
secular, que tiene sus propias reglas de juego y en el que, como mucho
y en el caso de los “laicos más conscientes”, debe vivirse la “honradez”
personal: ser un buen trabajador, llevarse bien con todos, poner paz,
tener relaciones y trato exquisito con los compañeros, sin meterse en
demasiados líos desde luego.

La mayoría de los laicos vive con su conciencia cristiana tranquila


formando parte por un lado de un “grupo de la Iglesia” y por otro de una
situación, un cargo, un trabajo o una profesión que a la luz de una visión
de fe de la realidad está colaborando, aún desde la buena voluntad, en
una “estructura de pecado” (Juan Pablo II).

b) El peso actual del secularismo.

Del otro lado, hay un laicado comprometido conscientemente en las


realidades temporales, en las mediaciones políticas, sindicales,
económicas, culturales… como fruto de sus convicciones cristianas que
no se siente corresponsable de la Iglesia en su conjunto y que habla de
que ellos son “la otra Iglesia”, la de la base, la de la comunidad, la viva,
la encarnada en la realidad.

Su identidad está más marcada por las instituciones “temporales” a las


que están ligados y por las “capillas” que en nombre de la autenticidad,
de la libertad del Espíritu, “que no sopla sólo en la Iglesia”, han abierto
en la su Iglesia. La otra Iglesia, la jerárquica, está desde los tiempos de
los primeros tiempos del concubinato trono- altar, viviendo fuera del
mundo, no suficientemente abierta a los signos de los tiempos.

En el fondo son la otra cara de una misma moneda, porque se mantiene


aún una dualidad que no acaban de resolver entre Institución-
Comunión,  Estructura- vida, Poder- Carisma, Jerarquía- Pueblo;
Sacerdote- laico,…

Es verdad que esta postura es mucho más minoritaria que la anterior.


Pero también que tiene poderosos  altavoces mediáticos

c) No hay cristianismo sin CONVERSIÓN, sin COMUNIÓN y sin


MISIÓN

Lo que realmente está en crisis es la CONVERSIÓN. La generación


actual, ni la siguiente, ya no tiene en su equipaje, en su ropaje, en su
ajuar, en su herencia, tan siquiera la fe de tradición. Y no hay cristiano,
ni laico ni clérigo, sin proceso de Conversión. Europa es país de misión.
España es país de misión.

Y hoy como ayer, la Conversión nace de un encuentro con la Iglesia


militante, que es el encuentro con el mismísimo Cristo que vive, sufre,
lucha, combate, se angustia, se alegra y goza con los gozos, los gritos,
las angustias, los combates, el dolor, la vida de los hombres y,
preferentemente, de los pobres del Señor. Es significativo en dónde
crece la Iglesia actual, en dónde no hay crisis de vocaciones. ¡NO es
nuevo! Allá dónde nos encontramos con la Gloria de Dios, con los que
mantienen la fidelidad radical a su Amor, en medio de la persecución y la
lucha por la dignidad del hombre, la lucha por la Justicia.

Y tampoco hay cristianismo sin Comunión. Desde nunca la fe ha sido una


cuestión individual. Siempre ha sido apostólica, eclesial. Creemos en un
Dios que, como gritaba Juan Pablo II, es Comunión Solidaridad, un Dios
trinitario. Y hemos sido creados a imagen suya, es decir, para la
Comunión Solidaridad. El que se embarca en la vida de entrega
incondicional, de servicio, de amor en serio, se termina encontrando con
el Dios fuente de Solidaridad- Comunión.

Y es en este ENCUENTRO en el que se nos lanza a una misión.


Inseparable de la experiencia de encuentro con Cristo: llevad esta Buena
Nueva. Anunciadla. Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen,…
los pobres son evangelizados: Hágase tu voluntad. Venga tu Reino. El
pan compartido. El perdón recibido y regalado. Ser fermento, ser sal, ser
luz, ser levadura.

Ahora veremos la especificidad que el laico puede aportar a esta misión


de toda la Iglesia.

UN LARGO RECORRIDO HASTA EL CONCILIO VATICANO II


a) Jalones del término “laico” en la historia de la Iglesia
Sin ánimo de ser muy exhaustivo, sólo a modo de explicación breve, el
recorrido del término “laico” nos puede ayudar a perfilar su definición.

En el Nuevo Testamento no se encuentra la palabra laico. En el griego


profano, laós  (pueblo), con la terminación ikos, indicaba, dentro de un
pueblo, a una clase social distinta de los jefes; los que eran gobernados.

En el inicio de la Iglesia la forma de designarse entre los cristianos era


con la categoría de “nosotros”. No necesitaban otros términos para
hablar de una forma de ser de ciertos bautizados que se diferenciaran
del resto de los miembros de la comunidad:
El primer uso del término laico entre los cristianos parece deberse a
Clemente Romano, quien lo utiliza en su carta a la comunidad de Corinto
hacia el año 96. En ella hace referencia a aquellas personas
pertenecientes a la comunidad que se encuentran en una condición
cristiana común y que son distintos a los que tienen responsabilidades
específicas.

Con el tiempo, el término pasó al latín (laicus) para señalar a los


cristianos que no pertenecían al clero[i]. Es en el siglo III cuando
comienza a hacerse habitual su uso entre los cristianos.

Bajo una concepción piramidal de Iglesia, en la Edad Media, el laico está


situado en la base de la pirámide que tiene en la cúspide a los clérigos y
a los monjes[ii]. Al final de este período también se usa el término laico
para designar a las experiencias o a las personas que se distancian o se
oponen a la Iglesia[iii].

A comienzos del siglo XX empieza una recolocación del laico en la Iglesia


cuando nace y se desarrolla la teología del laicado, que intenta superar
los estrechamientos generados a lo largo de la historia, ofreciendo una
valoración positiva del laico y su pertenencia a la Iglesia, pero sin lograr
la superación del binomio clérigo-laico[iv]. Esta teología y los
movimientos laicales hicieron posible la aportación del Vaticano II[v].

b) El laico en el Concilio Vaticano II. Lumen Gentium.

Con la denominación de laicos el Concilio entiende lo siguiente:

“POR EL NOMBRE DE LAICOS SE ENTIENDE AQUÍ TODOS LOS FIELES

CRISTIANOS, A EXCEPCIÓN DE LOS MIEMBROS QUE HAN RECIBIDO UN

ORDEN SAGRADO Y LOS QUE ESTÁN EN ESTADO RELIGIOSO

RECONOCIDO POR LA IGLESIA, ES DECIR, LOS FIELES CRISTIANOS

QUE, POR ESTAR INCORPORADOS A CRISTO MEDIANTE EL BAUTISMO,


CONSTITUIDOS EN PUEBLO DE DIOS Y HECHOS PARTÍCIPES A SU

MANERA DE LA FUNCIÓN SACERDOTAL, PROFÉTICA Y REAL DE

JESUCRISTO, EJERCEN, POR SU PARTE, LA MISIÓN DE TODO EL

PUEBLO CRISTIANO EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO”[VI].

 “EL CARÁCTER SECULAR ES PROPIO Y PECULIAR DE LOS LAICOS (…)

A LOS LAICOS PERTENECE POR PROPIA VOCACIÓN BUSCAR EL REINO

DE DIOS TRATANDO Y ORDENANDO, SEGÚN DIOS, LOS ASUNTOS

TEMPORALES. VIVEN EN EL SIGLO, ES DECIR, EN TODAS Y CADA UNA

DE LAS ACTIVIDADES Y PROFESIONES, ASÍ COMO EN LAS

CONDICIONES ORDINARIAS DE LA VIDA FAMILIAR Y SOCIAL CON LAS

QUE SU EXISTENCIA ESTÁ COMO ENTRETEJIDA. ALLÍ ESTÁN

LLAMADOS POR DIOS A CUMPLIR SU PROPIO COMETIDO, GUIÁNDOSE

POR EL ESPÍRITU EVANGÉLICO, DE MODO QUE, IGUAL QUE LA

LEVADURA, CONTRIBUYAN DESDE DENTRO A LA SANTIFICACIÓN DEL

MUNDO Y, DE ESTE MODO, DESCUBRAN A CRISTO A LOS DEMÁS,

BRILLANDO, ANTE TODO, CON EL TESTIMONIO DE SU VIDA, FE,

ESPERANZA Y CARIDAD. A ELLOS, MUY EN ESPECIAL, CORRESPONDE

ILUMINAR Y ORGANIZAR TODOS LOS ASUNTOS TEMPORALES A LOS

QUE ESTÁN ESTRECHAMENTE VINCULADOS, DE TAL MANERA QUE SE

REALICEN CONTINUAMENTE SEGÚN EL ESPÍRITU DE JESUCRISTO Y SE

DESARROLLEN Y SEAN PARA LA GLORIA DEL CREADOR Y DEL

REDENTOR” [VII].
En el decreto sobre el apostolado de los seglares, número 5, además se
dice:

“POR TANTO, LA MISIÓN DE LA IGLESIA NO ES SÓLO ANUNCIAR EL

MENSAJE DE CRISTO Y SU GRACIA A LOS HOMBRES, SINO TAMBIÉN EL

IMPREGNAR Y PERFECCIONAR TODO EL ORDEN TEMPORAL CON EL

ESPÍRITU EVANGÉLICO. POR CONSIGUIENTE, LOS SEGLARES,

SIGUIENDO ESTA MISIÓN, EJERCITAN SU APOSTOLADO TANTO EN EL

MUNDO COMO EN LA IGLESIA, LO MISMO EN EL ORDEN ESPIRITUAL

QUE EN EL ORDEN TEMPORAL”

c) Juan Pablo II. “La era del laicado”

En una visión unitaria de la historia de la Iglesia en medio de la historia


de la humanidad, Juan Pablo II llega a afirmar, cuando se plantea la
nueva evangelización que esta la harán los laicos o no se hará. Y
también que la familia será la pieza clave de esta nueva evangelización.

Decía que había ciertamente en esta afirmación una lectura de los


“signos de los tiempos” porque tiene en cuenta dos tendencias claras
que aparecen en ambas historias. La historia de la Iglesia puede leerse,
partiendo de la separación entre “pueblo” y  “santidad” como un
continuo proceso de gestación de mediaciones dónde poder vivir la
identidad cristiana en su totalidad que partiendo de la “separación del
mundo” van progresivamente injertándose en él, en un permanente
intento de recuperar la vida de los primeros cristianos. Por otro lado, la
historia de la humanidad en su conjunto, en su proceso de “autonomía”
de Dios, de secularización científico- técnica, de globalización, también
exige un protagonismo especial de los laicos.

Por eso irá un poco más allá del Concilio en Christifideles Laici. en los nº
15-17:
“PERMITIDME, QUERIDOS AMIGOS, UNA ÚLTIMA REFLEXIÓN

CONCERNIENTE A LA ÍNDOLE SECULAR, QUE ES CARACTERÍSTICA DE

LOS FIELES LAICOS. EN EL ENTRAMADO DE LA VIDA FAMILIAR,

LABORAL Y SOCIAL, EL MUNDO ES LUGAR TEOLÓGICO, ÁMBITO Y

MEDIO DE REALIZACIÓN DE SU VOCACIÓN Y MISIÓN

(CF. CHRISTIFIDELES LAICI, 15-17). TODOS LOS AMBIENTES, LAS

CIRCUNSTANCIAS Y LAS ACTIVIDADES EN LOS QUE SE ESPERA QUE

RESPLANDEZCA LA UNIDAD ENTRE LA FE Y LA VIDA ESTÁN

ENCOMENDADOS A LA RESPONSABILIDAD DE LOS FIELES LAICOS,

MOVIDOS POR EL DESEO DE COMUNICAR EL DON DEL ENCUENTRO

CON CRISTO Y LA CERTEZA DE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA

HUMANA”  .[VIII]

III. CORRESPONSABLES EN LA IGLESIA- TESTIGOS EN EL MUNDO

a) Lo que es común del laico a todo BAUTIZADO: CONVERSIÓN y


compromiso bautismal.

El laico tiene exactamente las mismas exigencias de fe que cualquier


otro bautizado. Ni más ni menos. Todo su ser, su vivir y actuar nace de
encarnar la gracia que aceptó de Cristo en el Bautismo. Su deber de
buscar la santidad no es menos exigente que el de cualquier otro
consagrado. Su fidelidad contiene todos los “votos” que tiene cualquier
otro ministerio, aunque no sean públicos. Por el bautismo todos
contraemos el compromiso de una vida de pobreza, obediencia
(humildad) y castidad (sacrificio de fidelidad). El bautismo es el “si”, la
decisión firme, libre y total de la voluntad humana para abandonar el
hombre viejo y optar por el hombre cristificado. Este “si” a la muerte del
“yo” para poner en el centro a Cristo, le vamos haciendo consciente y le
vamos renovando en el día a día, en el minuto a minuto. Este es el
punto central y decisivo de la vida del cristiano. Por el bautismo
aceptamos la vida de Cristo en nosotros, la gracia. Todos los demás
sacramentos están en función de hacer posible crecer esta Gracia
bautismal y los compromisos y promesas que hacemos y renovamos en
ella.

Por el bautismo nos incorporamos al Cuerpo Mística de la Iglesia y


participamos de su misma misión como sacerdotes, profetas y reyes
llamados a prolongar mediante sus vidas y su lucha las manos del Señor
que es cabeza de la Iglesia en el testimonio del Evangelio, la
consagración del mundo y la extensión del Reino aprovechando 24 horas
al día todas situación personal, ambiental o institucional (LG 35, 4; AA
4; 6) 

– Profetas que con su testimonio preparan la acogida a la Palabra de


Dios en los lugares donde no llega de otro modo la Iglesia (el taller, la
clase, el autobús, la cola del paro…). Son una provocación con su vida
personal y con su quehacer institucional a que otros se planteen la
pregunta sobre Dios, Y están dispuestos sin miedo a responder
exponiendo las razones de su esperanza.

Cuando el concilio presenta esta tarea se refiere de modo explícito al


papel de los laicos en las estructuras, es en ellas donde se expresa el
dominio del mal –lo que desde Juan Pablo II se llama estructuras de
pecado– y es en el testimonio institucional donde se les pide
particularmente hacer presente el Evangelio, no tanto como discurso,
cuanto vivencia comunitaria del Mandamiento Nuevo. Este trabajo
prepara la acogida del evangelio y las conversiones, pues eleva
permanente el tono moral de la sociedad, presentan como posibles y
deseables los grandes principios morales y, con ello, prepara la tierra
para que caiga en ella la semilla del Evangelio predicado por la Iglesia.
Así al anuncio explicito de Cristo, dirá Pablo VI, precede toda esta tarea
de desarrollo, liberación, testimonio… que se llama pre-evangelización.
– Los laicos son sacerdotes que participan del Sacerdocio de Cristo que
los capacita para ello, su trabajo es entrega junto a Cristo que se ofrece
al Padre en la cruz, y además es parte imprescindible de la consagración
del mundo (LG 36). Esto se hace presente en cada Eucaristía donde el
fruto de la tierra y del trabajo de los hombres se convierte en Cuerpo y
Sangre de Cristo. Sin la vida profesional de los labradores,
transportistas, molineros, panaderos, comerciantes… no hay Eucaristía,
son  una parte imprescindible del Sacramento. Este trabajo no sólo
transforma la materia sino también las instituciones.[ix] Consagrar el
mundo es, literalmente, hacerlo santo, que las estructuras de pecado o
se transformen en estructuras de gracia  y solidaridad.[x]

– Los laicos son reyes como Cristo, que se hace rey al servir y ocupar el


último lugar. Y así la política es el mayor servicio, la forma más
importante de la caridad que se entrega por los hermanos, por dar vida
al mundo. Y es cierto, hoy más que nuca, que sin dar la vida en una
vivencia martirial de la política y el compromiso hoy no se vence a la
Cultura de Muerte.[xi] Esto es una llamada a gestionar según Dios (LG
31) de modo que

–          en la economía se encarne la pobreza y comunión de vida de las


bienaventuranzas

–          en la política el protagonismo de cada persona y de las familias


haciendo verdadera comunidad  

–          la empresa sea comunidad de persona y no de capitales

–          los medios de comunicación sirvan a la verdad y encuentro entre


los pueblos

–          exista desarrollo justo y de todos para que no se tenga que


emigrar y las migraciones que se den libremente sean el anticipo de una
comunión entre pueblos y culturas.
Que estos criterios se encarnen en instituciones eso significa que Cristo
reina en ellas.

De este modo la vida y las responsabilidades que el laico tiene por lo


que es, bautizado y ciudadano, trabajador, consumidor, vecino, padre,
votante, etc. son la materia de su vocación. Su conversión personal y el
ejercicio de sus responsabilidades en las instituciones van unidos,
haciendo de su vida y su misión un entramado que está llamado a la
unidad. Unidad en la que encontrarán respuesta tanto la llamada que
Dios le hace a la santidad, como el anuncio del Evangelio y la
transformación del  mundo, que son propios de su misión.

En el laico convergen la Iglesia y el mundo, lo que exige también


distinguir lo que hace al interior de la Iglesia o representándola en
ocasiones. A lo que hace bajo su responsabilidad en campos como la
ciencia, la política, la economía… que tienen su autonomía y en los que
debe tomar sus decisiones técnicas o políticas entre las muchas posibles
INSPIRADO en los principios morales de la fe, pero sin atribuirse la
representación de la Iglesia, pues otros cristianos, igualmente con una
conciencia bien intencionada, se posicionaran en otras decisiones
técnicas o política diferentes. Los confesionalismos quieren acaparar el
prestigio de la Iglesia (la instrumentalizan) tanto para silenciar a otros
creyentes que piensen distinto, como para usar a la Iglesia a su servicio.
Por eso, en política, los rechaza el concilio (GS 43)

b) Lo que es específico del laico.

Una manera específica de vivir su vocación a la santidad: el


matrimonio- la familia (vocación de estado)  y la profesión
(vocación profesional)

Ahora bien, lo específico del laico no puede definirse desde lo que no es


propio del ministerio sacerdotal o la vida religiosa consagrada. Lo
específico del laico TAMBIÉN responde a una VOCACIÓN. No puede
hablarse ya de vocación en el sentido restrictivo en el que a veces se
hace. Se pide por que haya “vocaciones”. Y se pide bien. Pero no
podemos referirnos con ello sólo a las “vocaciones al sacerdocio” o a las
“vocaciones a la vida consagrada religiosa”. Ser laico es también una
vocación.

La llamada a vivir LA SANTIDAD- vocación primera y determinante de


todas las demás-  es una llamada a vivir el plan que Dios tiene para
cada uno de nosotros personalmente dentro del plan que Dios tiene para
toda la Creación. El cristiano bautizado entonces va al mismo tiempo
descubriendo que su aportación al PLAN DE DIOS, que su fidelidad al
Amor de Dios, exige la consagración a un Estado de vida y a un servicio
a la comunión, a la fraternidad humana ( a esto es a lo que llamo
“profesión”)

Y el laico es entonces el que descubre en el matrimonio la manera de


consagrar su estado de vida. Y la castidad consiste entonces en la
fidelidad al sacramento, en la entrega incondicional de todas las fuerzas
de la afectividad y la sexualidad a tu mujer (o a tu marido), para llegar a
constituir con ella UNA SÓLA CARNE. El laico descubre en el matrimonio
una manera de vivir su santidad.  Y también el laico es el que descubre
en su profesión la manera de aportar sus cualidades y aptitudes a la
construcción de la fraternidad. El laico es el que decide VIVIR SU
COMPROMISO BAUTISMAL en medio del mundo, en el llamado “ámbito
secular”. COMO VOCACIÓN. Por eso el matrimonio ha llegado a ser un
sacramento (costó ocho siglos según el teólogo Borobio): un ámbito de
encuentro con la Gracia, un signo del Amor trinitario de Dios al Mundo.

Podemos constatar que este proceso de discernimiento vocacional no se


lleva a cabo con los jóvenes. Ni en las Escuelas Cristianas, ni en las
catequesis, ni mucho menos en otros ámbitos formativos donde ha
desaparecido hasta la palabra vocación. Y el que no descubre esto en su
vida está condenado a fracasar como persona, a no encontrar nunca su
lugar en el mundo.

Su “índole secular”: ser fermento EN MEDIO DEL MUNDO.


Otra de las especificidades del laicado es este EN MEDIO DEL MUNDO.
Los laicos se realizan como cristianos en la medida en que se
comprometen a vivir su fe “en el entramado de la vida familiar, laboral y
social”[xii]. Según el Papa, los laicos son personas “comprometidas…
para crecer como discípulos y testigos del Señor” . Es decir, que
[xiii]

crecerán como cristianos, como discípulos y testigos del Señor en la


medida en que se comprometan a vivir su fe en “todos los ambientes,
las circunstancias y las actividades”   de
[xiv]
su vida. Su ser está
inseparablemente unido a su actuar, a su misión.

Aquí tenemos planteado el problema de la dualidad de vida. ¿Cómo


debemos entender la “presencia” de los cristianos en el mundo? ¿Cómo
debemos entender este ser cristianos “EN MEDIO DEL MUNDO, en todos
los ambientes, circunstancias y actividades”? ¿Cómo vivir la fe, la
esperanza, la caridad en medio del mundo? Vivir en cristiano cuando me
lavo, me peino, me visto,… cuando como, bebo,… cuando atiendo a mis
hijos,…cuando decido dónde voy a vivir, en qué casa,… cuando me
relaciono en el vecindario, en el barrio, en la calle por dónde paso o
paseo, cuando empleo el transporte público, cuando voy a comprar,
cuando pienso con mi mujer el presupuesto para la familia, cuando me
compro un coche… cuando voy a trabajar, cuando deposito mi dinero en
el banco… ¿Es esto lo que dice el texto? Si, esto es lo que dice el texto:
¡en todos los ambientes, circunstancias y actividades!

Por eso un laico debe ser en primer lugar muy consciente de en qué
mundo vive. Y tiene que discernir y tener un juicio sobre hasta qué
punto el mundo en el que vive, el “mundo” que necesariamente me está
continuamente influyendo, está en armonía con ese plan de Dios, está
ajustado a ese plan de Dios o desajustado, es justo o es injusto.

Muchos laicos ni siquiera se plantean este tema. ¿Por qué? Sería un


buen motivo de reflexión. Lo cierto es que la Iglesia nos está ofreciendo
siempre luz para que hagamos este esfuerzo. ¿Por qué la mayoría de los
laicos desconocen este tesoro de la Iglesia que es su Doctrina social?
Juan Pablo II, en Evangelium Vitae, hizo una de las afirmaciones que
más transcendencia y motivos de reflexión debieran tener para un laico:
ESTAMOS ANTE UNA AUTÉNTICA GUERRA DE LOS PODEROSOS CONTRA
LOS DÉBILES. En términos igualmente preocupantes se manifiestan
muchos otros documentos dirigidos a los laicos también: tendencia al
imperialismo, tendencia al totalitarismo, dictadura del relativismo,… En
la visión de fe de la realidad en medio de la que vivimos los laicos la
doctrina destaca tres notas:

1.- Un mundo construido SIN DIOS, como si Dios no existiera. La


negación de Dios. Y entonces la doctirna social de la Iglesia (DSI)
desarrolla el tema del laicismo o del secularismo

2.- La negación del Hombre. Y la DSI nos habla de la Negación de la


Vida. Y también lo hace de la Explotación del Hombre sobre el Hombre y
de la negación de la dignidad de todo ser humano desde que es
concebido hasta su muerte natural.

3.- La negación de la Moral. La dictadura del relativismo como


perversión de la Verdad, el Amor y la Libertad

Una misión específica: Consagración del mundo.

Frente a todo este panorama, una misión: Que el mundo CANTE LA


GLORIA DE DIOS. Y como decía San Ireneo “la Gloria de Dios es que EL
HOMBRE VIVA”. Traducido quiere decir algo elemental:  que se respete
la DIGNIDAD INVIOLABLE, INALIENABLE, sagrada, de toda persona.
Consagrar el mundo significa que la persona, la dignidad de la persona,
su desarrollo integral, Y LA DE TODAS LAS PERSONAS, se coloquen en el
centro de todas las decisiones, de toda organización, de toda institución.

No se trata de “salvar mi alma”, de hacerme individualmente santo. Se


trata de entregar mi vida en esta misión, en esta tarea que me
encomienda la Iglesia. Se trata de vivir mi IDENTIDAD en esta tarea, de
configurar mi identidad cristiana en esta tarea, en esta misión.
Benedicto XVI dedica unas palabras sobre qué significa “consagrar” en el
libro Jesús de Nazaret. Y dice algo que nos deja abismados:
“Consagración significa que Dios reivindica para sí al hombre en su
totalidad, lo que comporta al mismo tiempo una misión para los
pueblos”.

Consagrar el mundo a Dios es que la Economía se organice en función


de la dignidad del hombre. Por eso la Iglesia nos propone que debemos
luchar por la dignificación del Trabajo, por la primacía del Trabajo sobre
el Capital. No por una banca ética o cristiana, que coloque el fruto de
beneficios que salen de los pobres en “proyectos” que benefician a unos
pocos pobres. Sino por una economía que no robe a los pobres.

Consagrar el mundo a Dios es que la Política se organice para servir al


Bien Común, que es la Justicia. Por eso la Iglesia nos propone el
principio de Subsidiariedad UNIDO, inseparablemente unido, al principio
de Solidaridad. Con ello, dibuja un orden político institucional en el que
las instituciones más lejanas a la persona, no pueden nunca suplantar la
iniciativa y la responsabilidad de las más cercanas. Donde la sociedad, y
en primer lugar la familia, tiene primacía sobre un Estado que no puede
ser nunca subordinador sino coordinador. Y todo ello ordenado al Bien
Común, es decir, sin perder nunca de vista el horizonte de toda la
humanidad y, en ella, de los más empobrecidos, los más débiles, los
más hambrientos. ¡Que distinto, yo diría que opuesto, es hablar de bien
común en lugar de hablar de intereses generales! Una vez que se firmó
el compromiso firme de descolonizar la India le preguntaron a Gandhi
qué planes eran necesarios para gobernar esta nación. Gandhi
respondió: “Siempre que hagas cualquier plan piensa en la persona más
pobre que conozcas”.

Consagrar el mundo a Dios implica que la Ciencia y la Tecnología se


pongan al servicio de las necesidades del hombre, de todos los hombres,
en primerísimo primer lugar. Y por eso la Iglesia nos habla del “auténtico
desarrollo” y nos previene sobre la voluntad de totalidad, de poder, que
demuestra el actual cientificismo materialista. Y por lo tanto a los laicos
nos lanza a invertir el motor de toda la gran investigación actual que es
capaz de ir a Marte y dejar que se mueran de diarrea miles de niños al
día por no poder pagar el tratamiento.

Consagrar el mundo a Dios implica que la Educación- de la que los


padres son los primeros aunque no los únicos responsables-  permita el
máximo desarrollo de todos los niños y niñas del mundo sin excepción y
tengan las deficiencias que tengan. También que descubran en ese
proceso su vocación, el lugar en el que mejor pueden servir a los demás.
Qué distinto es esto de una educación organizada como un proceso de
selección y segregación en función de las necesidades del “capital
humano” que determinan las grandes empresas.

Y así podemos seguir con todos los ámbitos en los que transcurre la vida
del hombre.

 El concilio deja claro que todo lo que se dice del Pueblo de Dios se dice
de cada uno de sus miembros. Es decir, que si la Iglesia es el Cuerpo de
Cristo, la manifestación de la comunión de la Trinidad en medio de la
historia, un Pueblo Santo en que todos somos sacerdotes, profetas y
reyes,… esto define el ser y la misión de los laicos como miembros de
ese pueblo (AA 2; LG 31).

Esta es su dignidad y su responsabilidad. No es una misión delegada por


la Jerarquía (como se decía desde Pío XI), sino es recibida como un
deber y un derecho en el Bautismo y la Confirmación. No son los
ejecutores de una estrategia cultural, política., económica… emanada del
Vaticano (expresión de los tiempos de san Pío X) sino cristianos adultos,
responsables que hacen su discernimiento de la situación (ver, juzgar y
actuar) para hacer presente el Reino de Dios en el mundo. (Pablo
VI, Octogesima adveniens, 4)

El misterio de Dios se manifiesta en la Iglesia, consagra a cada uno de


sus miembros, y por cada uno de ellos se hace presente Dios en el 
mundo, allí donde se desarrolla su vida. Así, igual que en su conjunto la
Iglesia representa a Cristo lumen gentium en la historia, cada bautizado
es  la Iglesia en el mundo,  esa levadura, luz, sal… escogida y enviada
por Dios para hacerse presente en ese preciso tiempo y lugar. La misión
del laico es la misma de toda la Iglesia, es parte la misión apostólica de
todo el Cuerpo Místico que tiene como fin la extensión del Reino de Dios.
No es un encargo de una tarea, sino que SER iglesia,  por su misma
naturaleza,  la vida del laico está llamada a ser apostolado. (AA 2)

La urgencia de una CARIDAD ADECUADA a nuestro tiempo: LA


CARIDAD POLÍTICA. Testigos de la Caridad en la Verdad.

En esto voy a valerme de la autoridad del Papa Benedicto XVI. Creo que
nadie ha formulado más claro esta exigencia actual de la Caridad. Nadie
lo ha dicho con tanta contundencia. En el número 7 de Caritas in
Veritate nos dice:

 “Desear el Bien Común y esforzarse por él es exigencia de justicia y


caridad” (7).  CARIDAD POLÍTICA: “Se ama al prójimo tanto más
eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda
también a sus necesidades reales”. Todo cristiano está llamado a esta
caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Esta
es la vía institucional- también política, podríamos decir- de la caridad,
no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que
encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones
institucionales de la polis. El COMPROMISO POR EL BIEN COMÚN,
CUANDO ESTÁ INSPIRADO POR LA CARIDAD, TIENE UNA VALENCIA
SUPERIOR AL COMPROMISO MERAMENTE SECULAR Y POLÍTICO”.

El laico no puede prescindir, ni por razón histórica ni por razón de su fe,


de la dimensión institucional de su vida y del mundo. Esta dimensión no
es externa a él sino que forma parte de si mismo. Y, por lo tanto, su
Caridad debe abarcar necesariamente esta dimensión no como algo
añadido, o superpuesto o alienante, sino como algo consustancial a la
Caridad. En descubrir esta dimensión nos jugamos demasiado, es decir,
se juegan demasiado los más pobres.
Resulta del todo acientífico y del todo irracional que ante la realidad de
hambre, de dolor, de sinsentido, de explotación y esclavitud,… que ante
esta Cultura de la Muerte,  no nos preguntemos el porqué, las causas de
esta continua sucesión de hechos.  Está claro que Benedicto XVI y todos
los Papas no nos están diciendo que nuestra razón quede anulada, que
renunciemos a buscar la verdad con la razón. Está claro que detrás de
los hechos se ponen de manifiesto la existencia no de “intenciones
subjetivas” o “voluntades personales” sino de auténticos “mecanismos” y
“estructuras de pecado”. En estos términos se expresaba Juan Pablo II
en la Sollicitudo Res Socialis.

Escuchamos con frecuencia  a muchos laicos muy comprometidos con su


fe maldecir el paro de sus hijos, familiares o vecinos y proponerles como
remedio “orar con mucha confianza para que Dios haga el milagro de
que encuentren un trabajo”. Pero esta actitud manifiesta una mentalidad
individualista impropia de un proceso histórico en dónde viene
madurando una conciencia social desde hace más de siglo y medio.
Desde luego que el Señor ha puesto generosamente en la Tierra los
bienes necesarios para que no le falte a nadie el pan. Desde luego que
necesitamos los bienes sobrenaturales de la Oración y los Sacramentos.
Pero los necesitamos para no desfallecer en nuestra misión de consagrar
el mundo a Dios, para vivir, EN MEDIO DEL MUNDO, sin ser del mundo.

Las tres tentaciones o reducionismos ante los que estar alerta:

Conviene en este momento al menos advertir de tres tentaciones, o tres


grandes debates con muchos nombres, que han estado presentes
siempre entre el laicado en su recorrido sobre todo a lo largo del siglo
XIX y XX, aunque evidentemente son de siempre en la historia de la
Iglesia. Nos las ponía muy claramente de manifiesto Congar en su
estudio “Jalones para una teología del laicado”:

El confesionalismo

Congar sitúa esta postura simbólicamente en la Edad Media. Plantear el


confesionalismo del Estado o de ciertas instituciones que pretenden
influir “desde arriba”, desde “el poder”, desde “el rey”, nos retrotrae,
según Congar, a la cristiandad medieval. Es la tentativa de instaurar el
Reino de Dios sobre la Tierra sin respetar la “autonomía” del mundo. La
tentación por lo tanto sería la de no respetar la autonomía de lo
“temporal”, la de crear un “orden temporal” gobernado por la Iglesia.
Para Congar, confesionalismo y clericalismo van de la mano.

Aunque no parece probable que podamos volver atrás, no podemos


desdeñar en muchas manifestaciones y, sobre todo, en alguna de las
acciones de la Iglesia y los laicos la expresión nostálgica de un orden
político y social que se plegara a la voluntad de la Iglesia.

El secularismo o laicismo.

Se trata de la postura de signo contrario. Congar sitúa su apogeo


“simbólico” en el siglo XIX, en pleno fervor positivista cientificista. 
Nosotros la encontramos muy actual. La Iglesia, a la sacristía. La religión
al ámbito de lo privado. La autonomía del mundo es absoluta. Lo
primero es el pan, la revolución y luego ya vendrá la evangelización.
Dejemos de hablar de Caridad y hablemos de justicia. Cristo vendrá
luego. Que la Iglesia se preocupe más de si misma. Que la Iglesia se
“adapte” al mundo: más democracia, sacerdocio de las mujeres, más
pobreza,…

La separación de los dos planos y la opción por el “compromiso


temporal” llevó a dos realidades: la disolución de la identidad de los
militantes cristianos, que terminaban defendiendo la identidad del
partido, el sindicato o la asociación en la que volcaban su compromiso
sobre su propia identidad eclesial; y, en segundo lugar, la dependencia
ideológica de los laicos del clero sobre todo regular, que marcaba las
pautas de análisis y acción de los grupos de militantes.

Por otro lado, lo cristiano quedaba relegado a “prácticas de oración


comunitarias” fuera de toda la normativa litúrgica, limitadora por
naturaleza de las realidades vitales y carismáticas. Es muy fácil
encontrar, en esta tendencia a laicos más adictos al yoga, el Pilates, o el
New Age que a la Eucaristía y la Confesión.
El espiritualismo desencarnado.

Se trata de una huída del mundo. Una huída que al final acaba siendo
otro dualismo, porque hay que convivir en todo momento con el mundo
y nadie se puede salir de él. Se buscan espacios incontaminados dónde
vivir un cristianismo auténtico. Se refugian en la piedad, en los medios
piadosos, en las obras piadosas. Se sitúan en el otro polo del laico
secularista.

El laico está llamado, desde la Iglesia a superar todos estos


reduccionismos, a vivir la unidad entre la fe y la vida. Pio XII ya nos
decía que querer hacer esta separación entre la fe y la vida, entre lo
sobrenatural y lo natural, entre la Iglesia y el mundo, es abiertamente
anticristiano.

Hacia una espiritualidad “laical”

No podemos dejar de decir algunas palabras sobre la necesidad de ir


alumbrando una espiritualidad que lógicamente no puede ser la del
monje, la del consagrado célibe al ministerio del sacerdote, la del fraile o
la del religioso. La misión que el laico tiene como Iglesia, que es la
misión también de toda la Iglesia, la presencia consciente del militante
cristiano en medio del mundo lanza un reto: la necesidad de unir, sin
separar y sin confundir, la identidad creyente propia y la inserción
secular.

El punto central lo constituye el cultivo de un deseo voluntario, libre y


conciente de entrar en un proceso de Conversión permanente, lo que
implica necesariamente el desarrollo de la conciencia de nuestro
compromiso bautismal.

El punto de partida consiste en proceso de formación del  militante


cristiano laico. En ella, formación y desarrollo de la espiritualidad vienen
a ser lo mismo ya que este proceso formativo nos plantea la centralidad
la Conversión a Cristo, a su Iglesia y la encarnación en la vida de los
empobrecidos. Dicho proceso contiene tres elementos inseparables:
1.
1. La vida solidaria que nos permita el paso del
“individuo” al equipo  y del equipo a la familia
apostólica y que se basa en el crecimiento en la
comunión de bienes, vida y acción que tiene como
referencia la encarnación en la vida de los
empobrecidos y la colaboración en tarea de la misión
laical de la Iglesia. En estos equipos se integran todas
las realidades vitales: jóvenes, familias, solteros,
viejos…       Y estos constituyen la base de la
asociación, que viene a ser la familia de familias. Estos
equipos deben ser auténticas células de la Iglesia en el
mundo, y permiten a la “familia natural” de sangre
superar sus múltiples limitaciones de cara a la acción
apostólica
2. La vida de Unión con Dios en la oración y los
sacramentos. Evidentemente la Eucaristía y la
Reconciliación se convierten es sacramentos
imprescindibles para los militantes laicos. Todos los
miembros trazan planes personales, familiares y de
grupo para crecer en esta vida de unión con Dios y la
asociación se encarga de tener ámbitos permanente
donde vivir, alentar y revisar estos planes.
3. La acción apostólica organizada en común desde
plataformas y mediaciones propias creadas y
revisadas por los propios militantes.

 Después de leer la lectura continuar con el Control de Lectura “EL TRABAJO A LA


LUZ DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA”

CONTROL DE LECTURA: “EL TRABAJO A LA LUZ DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA” Ante


las situaciones de desempleo o trabajos precarios que nos encontramos actualmente, la Iglesia
siempre ha querido atender esta realidad, no solo ocupándose de las personas, sino ha
querido ir más allá: dando pistas para leer la realidad con ojos de Evangelio y luces largas para
caminar con toda la sociedad desde donde Dios nos pide. La Doctrina Social de la Iglesia (DSI)
es un estímulo que nos pone en el disparadero de iluminar, desde el Evangelio, una práctica
especial de la caridad. La DSI expresa ese dolor de la Iglesia por las personas que están
sufriendo y por la dignidad de cada una de ellas para encaminarnos hacia la consecución del
bien común como plan de Dios. Benedicto XVI nos define trabajo digno en Caritas in veritate,
63: “Un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo
hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores,
hombres y mujeres, al desarrollo de la comunidad; un trabajo que de este modo haga que los
trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; que permita satisfacer las
necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; y que
consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; que deje espacio para
reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y
espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la
jubilación” La encíclica Laborem Exercens de San Juan Pablo II se inspira en una postura
cristiana frente al trabajo, el capital y la propiedad. Nos expone la importante distinción entre
el aspecto objetivo y subjetivo del trabajo. Por su dimensión objetiva, el trabajo humano es
valioso, muy valioso. “El trabajo en sentido objetivo es el conjunto de actividades, recursos,
instrumentos y técnicas de las que el hombre se sirve para producir, para dominar la tierra,
según las palabras del libro del Génesis” (LE 4). “El trabajo en sentido objetivo constituye el
aspecto contingente de la actividad humana que varía incesantemente en sus modalidades con
la mutación de las condiciones técnicas, culturales, sociales y políticas”(LE, 5). En el aspecto
subjetivo, el hombre es sujeto del trabajo, como persona, para el desarrollo de su propia
humanidad. “No hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado
completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona… Esta verdad…
constituye en cierto sentido el meollo fundamental y perenne de la doctrina cristiana sobre el
trabajo” (LE,6). La dignidad de la persona humana reclama un trabajo digno, no solo útil,
porque el trabajo es una vocación de Dios. Es el trabajo el que está en función de la persona y
no la persona en función del trabajo. Laborem Exercens destaca, asimismo, que el trabajo es
un bien de la persona, un bien de su humanidad. “Aquel que, siendo Dios, se hizo semejante a
nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto
al banco del carpintero. Esta circunstancia constituye por sí sola el más elocuente “Evangelio
del trabajo”, que manifiesta cómo el fundamento para determinar el valor del trabajo humano
no es, en primer lugar, el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta
es una persona humana. Las fuentes UNIVERSIDAD CATÓLICA DE TRUJILLO INNOVACIÓN
EDUCATIVA 2 de la dignidad del trabajo deben buscarse principalmente no en su dimensión
objetiva, sino en su dimensión subjetiva” (LE, 6). San Juan Pablo II. El trabajo es un valor
familiar. “El trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un
derecho natural y una vocación del hombre. (…)En conjunto se debe recordar y afirmar que la
familia constituye uno de los puntos de referencia más importantes, según los cuales debe
formarse el orden socio-ético del trabajo humano.” (LE, 10). Causas del trabajo precario
Cuando el trabajo se limita a una mera “actividad productiva remunerada”, el hacer humano
se reduce a su dimensión economicista. San Juan Pablo II nos decía en Laborem Exercens que
el trabajo no es una mercancía: “A pesar de todo, el peligro de considerar el trabajo como una
mercancía sui generis o como una anónima fuerza necesaria para la producción, existe
siempre, especialmente cuando la concepción de la regulación de las cuestiones económicas
procede señaladamente de las premisas del economismo materialista”(LE, 7). Es necesaria la
regulación de los mercados y los excesos, contener la flexibilidad laboral y buscar alternativas a
la precariedad en el empleo. La DSI presenta a la economía la guía de los principios de la
justicia y la caridad, evitando el acaparamiento de recursos, teniendo en cuenta la realidad del
paro a la hora de plantear inversiones y cooperando en todo con el Estado y los sindicatos para
que se busquen nuevas salidas La DSI nos da pistas y valores para tomar postura, cambiar y
elaborar propuestas concretas

1.- La participación de todas las personas, ya que tenemos nuestro grado de responsabilidad,
como la persona que contrata una persona para el servicio doméstico, las grandes empresas, la
administración, la comunidad cristiana… la sociedad en general. El fin no justifica los medios.

2.- La familia es un apéndice fundamental en el lugar de la consolidación del salario. Es decir,


no es solo una persona a la que se le paga un sueldo y ya está, no es un robot, es una persona
que desarrolla su trabajo, que dignifica lo que hace y que tiene una familia detrás.

3.- Contemplarlo en su dimensión mundial. La DSI reivindica, pide y alienta que haya una
autoridad mundial que marque al menos las líneas de funcionamiento. Los obispos europeos
en el 98 ya pedían que hubiera una autoridad mundial que regulara el tráfico de personas, los
salarios… que hubiera comisiones estrictas a nivel.

4.- La técnica no puede estar por encima de la ética. La eficiencia y eficacia sí, pero dignidad
humana, calidad por encima de todo. No podemos renunciar a esto, el día que renunciemos,
renunciamos a la dignidad. Porque, sino, qué va a ocurrir con las personas más débiles: que no
podrán trabajar.

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