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"Siendo yo joven, pasé por la misma experiencia que otros muchos; pensé
dedicarme a la política tan pronto como llegara a ser dueño de mis actos; y
he aquí las vicisitudes de los asuntos públicos de mi patria a que hube de
asistir.
Y vi que en poco tiempo hicieron parecer bueno como una edad de oro el
anterior régimen. Entre otras tropelías que cometieron, estuvo la de enviar
a mi amigo, el anciano Sócrates, de quien yo no tenía reparo en afirmar que
fue el más justo de los hombres de su tiempo, a que, en unión de otras
personas, prendiera a un ciudadano para conducirle por la fuerza para ser
ejecutado; orden dada con el fin de que Sócrates quedara, de grado o por
fuerza, complicado en sus crímenes; por cierto que él no obedeció, y se
arriesgó a sufrir toda clase de castigos antes que hacerse cómplice de sus
iniquidades.
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El Político nos lo dice desde las primeras líneas: tratar al sofista, al político y
al filósofo como si fuesen «de igual valor» es proferir una «burrada». El
Extranjero de Elea ha ido a Atenas a buscar al hombre regio, único digno,
en última instancia, de gobernar la ciudad; y no al ciudadano capaz de dar
su opinión no sobre cuestiones técnicas, sino sobre los grandes problemas
que se plantean a la ciudad, como lo muestra perfectamente el mito del
Protágoras, que refleja sin duda alguna el pensamiento del gran sofista:
todo ser humano dispone de un mínimo de conocimiento práctico político.
Platón juega perversamente con la ambigüedad de la téchne, como si la
política perteneciera a la órbita de un saber técnico. Pero todo consiste en
saber, precisamente, si el rey puede dirigir la ciudad sin destruir sus
fundamentos.
«Platón constituye el pasaje entre los dos mundos. Su ontología unitaria y
su identificación del ser y el bien, radicalmente ajenas al imaginario griego,
serán centrales para el pensamiento y la práctica modernos. En su profundo
odio al universo democrático y sus arborescencias (‘sofística’, retórica,
actividad política, la misma poesía), construye, a fuerza de falsificaciones
históricas, de retórica, de sofística, de escenas teatrales, de demagogia,
una imagen falaz de ellos que tendrá gravosos efectos históricos: aún se
discute el ‘pensamiento político griego’ refiriéndose a Platón, cuando él es
su negación total. Platón logra culminar una gran operación histórica por la
que transforma la destrucción de hecho de la democracia en caducidad de
derecho. Pero el pensamiento político griego debe buscarse en la creación
política democrática, y ésta culmina en lo esencial en 404 (o 399). La
diferencia misma entre Sócrates y Platón es su símbolo: Sócrates se queda
en la ciudad, Platón se retira de ella; Sócrates fue soldado, dio hijos a la
ciudad, ejerció una magistratura, mientras que no se conoce nada parecido
de Platón.
Por un lado, Platón llevó esto a cabo de un modo positivo, por decirlo de
algún modo: al poner en primer plano la idea de que puede y debe haber
una epistéme de la política, un saber seguro y cierto que permita orientarse
en el dominio político; que esta epistéme de la política se apoya finalmente
en un saber trascendente; y que incluso se apoya sobre la trascendencia
misma. En ese sentido, se puede y se debe considerar el régimen descrito
en las Leyes —para decirlo rápida y fácilmente— como mucho más
moderado que el de la República. A Platón, como suele decirse, se le
bajaron los humos con la edad. Cosa que no le pasa a todo el mundo, pero
a él sí.
Sin embargo, aunque sea más moderado, el régimen de las Leyes sigue
siendo en lo esencial un régimen teocrático. Y es él el que, en cierto
sentido, allana el camino no sólo a la crítica del régimen democrático sino
también a la crítica tan ambigua de la ley como tal. Nada ambigua, por otra
parte, sino muy clara cuando la leemos en el Político (294a-c), lo que
permite a Platón justificar sus pretensiones de superar la ley escrita en
nombre de un saber superior.
¿Por qué esta influencia de Platón? Volveré sobre esta cuestión al final.
Habría que ver en esa influencia, por un lado, lo que corresponde a Platón
mismo, y que ya vimos: toda esa serie de operaciones, esa estrategia que
pone en práctica. Pero está también lo que corresponde a los momentos
sucesivos. Aquí las cosas son relativamente simples. No hablaré de Popper,
que creó una especie de antiprejuicio: no se puede calificar a Platón de
totalitario ni erigirlo en el padre del totalitarismo. Empero, debido a su odio
a la democracia y a lo que se trasluce en él como un deseo constante de
fijar las cosas de la ciudad, detener la evolución histórica, detener la
autoinstitución, suprimirla, debido a ello Platón, en cierta manera, se
convierte desde luego en el inspirador y el arsenal de todo lo que
representará esta actitud en la historia. En lenguaje tonto: de todo lo que
será reaccionario, partidario del orden establecido, de todo lo que se
opondrá al movimiento democrático. Esto lo encontraremos tanto en los
romanos como en los primeros cristianos, durante la Edad Media y los
tiempos modernos. No quiero y no puedo —sería un trabajo inmenso—
historiar realmente ese aspecto.
Querría decir ahora cuál es mi plan para hablar de este diálogo. Son seis
puntos:
1. Ante todo, los diálogos socráticos, que son los de la juventud. No quiero
entrar en el famoso e insoluble problema: ¿quién es el verdadero Sócrates?
¿Quién es el verdadero Platón? ¿Dónde termina Sócrates y empieza Platón?
Tenemos diálogos que con toda seguridad retoman, dándole tal vez un
aspecto agudo, la enseñanza socrática: Apología, Gritón, el primer
Alcibíades, Eutifrón, Laques, Lisis, Cármides, los dos Hipias e lón.
2. Después tenemos una segunda fase que hasta aquí no se separó como
tal, pero creo que hay que hacerlo. Se trata de una fase de transición y
ataque contra los sofistas. En ella encontramos diálogos que en cierto
sentido son puramente polémicos, al contrario de los correspondientes al
primer período, que interrogan sin grandes controversias. Estos y los del
tercer período se cuentan entre los más bellos: es la madurez de Platón, la
plena posesión de sus poderes poéticos. Se trata de Protágoras, Eutidemo,
Menéxeno, Gorgias y el primer libro de la República, al que a menudo se
denomina Trasímaco, en función del sofista que en él es el principal
interlocutor de Sócrates.
Tras estas digresiones dos, tres y dos bis, se vuelve al estatus de los falsos
políticos, que se había abandonado (303b-c) y luego a las artes auxiliares y
elementales (303d-305d). Séptimo incidente: las artes servidoras de otras
artes. La existencia de una jerarquía entre las artes (304b-d). Vuelve a
darse entonces una definición del político como tejedor (305e). Y si
creíamos estar al término de nuestras aflicciones, nos equivocamos: porque
de improviso, y con respecto a esa historia del político como tejedor, es
muy posible preguntarse, en definitiva: tejedor, bueno, está bien, pero ¿qué
es lo que teje este tejedor regio? ¿Cuáles son los materiales que tiene que
combinar, entrecruzar para ejercer su función? Ahora bien, la primera
referencia sobre el objeto de ese tejido es, desde luego, la de las diferentes
artes, las siete artes principales y además las artes auxiliares que son
indispensables para la vida en común. Pero aquí, de repente, tras el octavo
incidente, acerca de la diversidad de las virtudes (306a-308c), o al mismo
tiempo que él, Platón introduce un nuevo objeto del tejido sin relación
alguna con el anterior. Mientras que hasta aquí habríamos podido entender
—y no es falso— que el político es el tejedor regio que entrelaza todas las
artes necesarias para la vida de la ciudad, aunque no las teje tanto en su
persona sino que permite más bien la coexistencia de esas diferentes artes
en la ciudad, ahora tenemos algo completamente distinto, el hecho de que
la virtud del ser humano implica partes, que esas partes son diversas, que
constituyen una diversidad y que incluso pueden, en cierta manera,
oponerse unas a otras. Ése es un punto que ya había esbozado más o
menos en la República: por ejemplo, si uno es valiente y simplemente
valiente, en última instancia esa actitud puede oponerse a cierta phrónesis.
Uno es simplemente temerario, absurdamente valiente. Y Aristóteles
retomará el tema en su teoría de la virtud.
Por último, desde 292a hasta 300c, la tercera digresión, la más importante,
la que justifica que hablemos aquí del Político, que contiene esta famosa
tesis: sólo la ciencia define al político. Lo cual se explica en una primera
parte que proporciona su fundamento; una segunda parte demuestra el
carácter absoluto de un poder político que se funde en la ciencia; una
tercera parte, por fin, critica la ley a causa de su déficit de esencia. Se trata
de la célebre idea de que la ley nunca habla sino de lo universal, mientras
que en la realidad siempre tenemos que vérnosla con lo singular. La
conclusión de todo esto, por ende, es que si el hombre regio, el hombre
político está presente, todo el resto debe cederle el paso. Ya no hay leyes,
la ley es la voluntad de este hombre regio.