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Ética y política son para Aristóteles aspectos inseparables de una misma realidad.

Suponer lo contrario sería admitir que la virtud y la felicidad de los individuos son
posibles al margen de la vida de la polis de la que el hombre, como «animal
político» que es, forma parte por exigencia de su propia naturaleza.

Recordemos que, en la clasificación de las ciencias que hace Aristóteles, ética y


política son las dos ciencias que se ocupan del comportamiento humano.

De acuerdo con el estilo aristotélico, en la ética parte del análisis de la psicología


humana mientras que, en el caso de la política, acude al análisis de regímenes
políticos concretos. En ambos casos mantiene su enfoque naturalista característico
según el cual el hombre en su comportamiento debe atenerse a la tendencia de su
naturaleza.

Si la felicidad es el bien del hombre, toda actividad que contribuya a su consecución


será virtuosa. Virtud y felicidad aparecen así claramente relacionadas. De ahí la
importancia de la discusión sobre qué es la virtud.

La virtud no es una pasión ni una facultad del alma: es un hábito. (Aristóteles: Ética
a Nicómaco, 1105 b-Ll 06 a).

La virtud como término medio. (Aristóteles: Ética a Nicómaco, 1106 a-1107 b).

Definida la virtud como un hábito, Aristóteles definirá también la vida feliz como
aquella que es «conforme a la virtud».

Para Aristóteles, la felicidad, aunque no se identifique con el placer, tampoco es


incompatible con el disfrute de bienes como la salud, el bienestar, etc. Al contrario,
no parece que una vida feliz sea plenamente posible sin las circunstancias positivas
que favorezcan su realización. En su Ética discute diversos ideales de felicidad, en
relación con distintas formas de vida, considerando la autarquía (capacidad de
bastarse a sí mismo) como piedra de toque de la felicidad. Feliz, en último término,
sería aquel que como un dios «no necesita de nada ni de nadie».

El sentido práctico que inspira finalmente la ética aristotélica aparece así coronado
por esta aspiración que, siguiendo ahora las huellas de Platón, llevará a Aristóteles
a postular el ideal del sabio dedicado a la actividad teorética (lo más elevado y
«divino» que hay en el hombre) como forma suprema de felicidad.

La felicidad como bien supremo. Hay distintos modos de entender la felicidad.

“Puesto que todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien, digamos cuál
es aquel a que la política aspira y cuál es el supremo entre todos los bienes que
pueden realizarse. Casi todo el mundo está de acuerdo en cuanto a su nombre,
pues tanto la multitud como los refinados dicen que es la felicidad, y admiten que
vivir y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero acerca de qué es la felicidad,
dudan y no lo explican del mismo modo el vulgo y los sabios. Pues unos creen que
es alguna de las cosas visibles y manifiestas, como el placer o la riqueza o los
honores; y otros, otra cosa; a menudo, incluso una misma persona opina cosas
distintas: si está enfermo, la salud; si es pobre, la riqueza; los que tienen
conciencia de su ignorancia admiran a los que dicen algo grande y que está por
encima de su alcance. Pero algunos creen que, aparte de toda esta multitud de
bienes, hay algún otro que es bueno por sí mismo y que es la causa de que todos
aquellos sean bienes [...].

No parecería sin razón entender el bien y la felicidad según las diferentes vidas. La
masa y los más groseros los identifican con el placer, y por eso aman la vida
voluptuosa -pues son tres los principales modos de vida: la que acabamos de decir,
la política y en tercer lugar la teorética-. Los hombres vulgares se muestran
completamente serviles al preferir una vida de bestias, pero tienen derecho a
hablar porque muchos de los que están en puestos elevados se asemejan en sus
pasiones a Sardanápalo (rey de Asiria, del siglo IX a.C.; famoso por sus vicios). En
cambio, los hombres refinados y activos ponen el bien en los honores, pues tal
viene a ser el fin de la vida política. Pero parece que es más trivial que lo que
buscamos, pues parece que está más en los que conceden los honores que en el
honrado, y adivinamos que el bien es algo propio y difícil de arrebatar. Por otra
parte, parecen perseguir los honores para persuadirse a sí mismos de que tienen
mérito, pues buscan la estimación de los hombres sensatos y de los que los
conocen, y fundada en la virtud; es evidente, por tanto, que incluso para estos
hombres la virtud es superior [...).

El tercer modo de vida es el teorético, que examinaremos más adelante. En cuanto


a la vida de negocios, tiene cierto carácter violento, y es evidente que la riqueza no
es el bien que buscamos, pues sólo es útil para otras cosas.

[...) (a la felicidad) pensamos que más bien se la debe considerar como una
actividad, como hemos dicho anteriormente, y si de las actividades unas son
necesarias y se escogen por causa de otras, y otras son deseables por sí mismas,
es evidente que la felicidad se ha de contar entre las deseables por sí mismas y no
por causa de otra cosa, porque la felicidad no necesita de nada, sino que se basta a
sí misma. Ahora bien, se eligen por sí mismas aquellas actividades en que no se
busca nada fuera de la misma actividad. Tales parecen ser las acciones virtuosas,
pues el hacer lo que es honesto y bueno pertenece al número de las cosas
deseables por sí mismas [...).

Si la felicidad es una actividad conforme a la virtud, es razonable que sea conforme


a la virtud más excelente, y ésta será la virtud de lo mejor que hay en el hombre.
Sea, pues, el entendimiento o sea alguna otra cosa lo que por naturaleza parece
mandar y dirigir y poseer intelección de las cosas bellas y divinas, siendo divino ello
mismo o lo más divino que hay en nosotros, su actividad de acuerdo con la virtud
que le es propia será la felicidad perfecta. Que es una actividad contemplativa, ya
lo hemos dicho. (Aristóteles: Ética a Nicómaco, 1095 a-1177 a).

El hombre, en cuanto ser natural, es un animal político. Esto hace que la felicidad
humana sólo sea alcanzable en la polis:
“La razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier animal gregario,
un animal político es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no hace nada en
vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra. La voz es signo del dolor y
del placer, y por eso la tienen también los demás animales, pues su naturaleza
llega hasta tener sensación de dolor y de placer y significársela unos a otros; pero
la palabra es para manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es
exclusivo del hombre, frente a los demás animales, el tener, él sólo, el sentido del
bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, etc. y la comunidad de estas cosas es lo
que constituye la casa y la ciudad”. (Aristóteles: La Política., 1253 a).

A diferencia de Platón, Aristóteles centra el estudio de la política en un riguroso


análisis de las constituciones escritas como exponentes de las situaciones políticas
concretas. A partir de ahí, trata de encontrar soluciones a los problemas
planteados, dejándose inspirar, más allá de toda idealización, por un espíritu
fundamentalmente realista y pragmático.

Afirma el hecho de vivir en sociedad como algo connatural al hombre, subrayando


la primacía de la polis, el marco de la convivencia política, por encima de otras
formas de relación social como la aldea o la familia. Critica la filosofía política de
Platón que establecía la supresión de la familia y de la propiedad para los miembros
de la clase de los gobernantes.

En el análisis de las relaciones sociales, Aristóteles pagará un alto tributo a la


mentalidad dominante de su época al justificar como algo exigido por la naturaleza
la existencia de la esclavitud, aunque reconozca casos de esclavitud frutos de la
violencia y admita que hay quien tiene alma de libre y cuerpo de esclavo o
viceversa.

Una gran parte de la Política está dedicada a investigar el concepto de ciudadano y


las condiciones y virtudes que ser ciudadano exige, y sobre todo a responder a la
pregunta de cuál sea el régimen político mejor.

Lo que justifica, según él, moralmente una forma de organización política es que
sirva al «bien común». La existencia real de una diversidad de regímenes está
relacionada con la división social y económica que hace predominar, como en una
relación entre extremos, a un grupo u otro que impondría un régimen político
determinado. Esta forma de imponer un régimen político se aparta de la idea
aristotélica del valor ético del punto medio.

De ahí su defensa de una amplia clase media como un factor de equilibrio y


estabilidad necesario para la supervivencia de un régimen y su preferencia por una
forma de organización política (mezcla de aristocracia temperada por controles
democráticos) en el que los derechos políticos pertenecen a las capas de población
libres, de situación económica media. La polis, comunidad perfecta. Prioridad de la
ciudad sobre el individuo. (Aristóteles: Política, 1253 a).

La condición de ciudadano:
“La ciudad es, en efecto, cierta multitud de ciudadanos, de manera que hemos de
considerar a quién se debe llamar ciudadano y qué es el ciudadano. Pues también
el ciudadano es frecuentemente objeto de discusión, y no están todos de acuerdo
en llamar ciudadano a la misma persona. El que es ciudadano en una democracia, a
menudo no lo es en una oligarquía. Dejemos de lado a los que obtienen este título
de un modo excepcional, como los que adquieren la ciudadanía. El ciudadano no lo
es por habitar en un sitio determinado (pues también los metecos (extranjeros) y
los esclavos participan de la misma residencia), ni por participar de ciertos
derechos en la medida necesaria para poder ser sometido a proceso o entablarlo…
De tales personas, como de los niños que por su edad aún no han sido inscritos, o
de los ancianos que han dejado ya de serlo, se podrá decir que son ciudadanos en
cierto modo, pero no en un sentido demasiado absoluto ... El ciudadano sin más
por nada se define mejor que por participar en la administración de justicia y en el
gobierno”. (Aristóteles: Política, 1276 a-1277 b).

Sobre la esclavitud

“De la posesión se habla en el mismo sentido que de la parte: la parte no sólo es


parte de otra cosa, sino que pertenece totalmente a ésta, y lo mismo la posesión.
Por eso el amo no es del esclavo otra cosa que amo, pero no le pertenece, mientras
que el esclavo no sólo es esclavo del amo, sino que le pertenece por completo. De
aquí se deduce claramente cuál es la naturaleza y facultad del esclavo: el que por
naturaleza no pertenece a sí mismo, sino a otro, siendo hombre, ése es
naturalmente esclavo; es hombre de otro el que, siendo hombre, es una posesión,
y la posesión es un instrumento activo e independiente. Hemos de considerar ahora
si existen o no hombres que por naturaleza tengan esa índole, si para algunos es
mejor y justo ser esclavos o, por el contrario, toda esclavitud es contra naturaleza.

No es difícil examinar teóricamente estas cuestiones, ni tampoco llegar a


conocerlas por la experiencia de las cosas que suceden [...].

El ser vivo consta en primer lugar de alma y cuerpo, de los cuales el alma es por
naturaleza el elemento rector y el cuerpo el regido [...1resulta manifiesto que es
conforme a la naturaleza y conveniente que el cuerpo sea regido por el alma, y la
parte afectiva por la inteligencia y la parte dotada de razón, mientras que la
igualdad entre estas partes o la relación inversa son perjudiciales para todas.
También esto es igualmente válido para el hombre y para los demás animales, pues
los animales domésticos son mejores por naturaleza que los salvajes, y para todos
ellos es mejor vivir sometidos a los hombres porque así consiguen su seguridad. Así
mismo tratándose de la relación entre macho y hembra, el primero es superior y la
segunda inferior por naturaleza, el primero rige, la segunda es regida.

Lo mismo tiene que ocurrir necesariamente entre todos los hombres. Todos
aquellos que difieren de los demás tanto como el cuerpo del alma o el animal del
hombre (y tienen esa disposición todos aquellos cuyo rendimiento es el uso del
cuerpo, y esto es lo mejor que pueden aportar) son esclavos por naturaleza, y para
ellos es mejor estar sometidos a esa clase de imperio, lo mismo que para el cuerpo
y el animal [...]

No es difícil ver que los que sostienen la tesis contraria también tienen razón, en
cierto modo; porque las palabras esclavitud y esclavo tienen dos sentidos: hay
también, en efecto, esclavitud y esclavos en virtud de una ley, y esta ley es una
convención según la cual lo cogido en la guerra es de los vencedores. Muchos
entendidos en leyes denuncian, sin embargo, este derecho como denunciarían por
ilegalidad a un orador; para ellos es cosa tremenda que el que puede ejercer la
violencia y es superior en fuerza haga de su víctima su esclavo y vasallo. Y aún los
sabios se dividen entre las dos opiniones expuestas”. (Aristóteles: Política, 1254 a -
1255 a).

La pervivencia de las categorías política de Aristóteles. El caso de la disputa entre


Las Casas y Sepúlveda.

Juan Ginés de Sepúlveda sobre la Guerra Justa

“Con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo
Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son
tan inferiores a los españoles como niños a los adultos y las mujeres a los varones,
o los negros a los blancos, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de
gentes fieras y crueles a gentes clementísimas.

¿Qué cosa pudo suceder a estos bárbaros más conveniente ni más saludable que el
quedar sometidos al imperio de aquellos cuya prudencia, virtud y religión los han
de convertir de bárbaros, tales que apenas merecían el nombre de seres humanos,
en hombres civilizados en cuanto pueden serlo?

Por muchas causas, pues, y muy graves, están obligados estos bárbaros a recibir el
imperio [imperium] de los españoles, [...] y a ellos ha de serles todavía más
provechoso que a los españoles, [...] y si rehúsan nuestro imperio podrán ser
compelidos por las armas a aceptarle, y será esta guerra, como antes hemos
declarado con autoridad de grandes filósofos y teólogos, justa por ley natural.

La primera [razón de la justicia de esta guerra y conquista] es que siendo por


naturaleza siervos los hombres bárbaros [indios], incultos e inhumanos, se niegan
a admitir el imperio de los que son más prudentes, poderosos y perfectos que ellos;
imperio que les traería grandísimas utilidades magnas comodidades, siendo además
cosa justa por derecho natural que la materia obedezca a la forma, el cuerpo al
alma, el apetito a la razón, los brutos al hombre, la mujer al marido , lo imperfecto
a lo perfecto, lo peor a lo mejor, para bien de todos (utrisque bene)" (Ginés de
Sepúlveda, De la justa causa de la guerra contra los indios).

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