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Suponer lo contrario sería admitir que la virtud y la felicidad de los individuos son
posibles al margen de la vida de la polis de la que el hombre, como «animal
político» que es, forma parte por exigencia de su propia naturaleza.
La virtud no es una pasión ni una facultad del alma: es un hábito. (Aristóteles: Ética
a Nicómaco, 1105 b-Ll 06 a).
La virtud como término medio. (Aristóteles: Ética a Nicómaco, 1106 a-1107 b).
Definida la virtud como un hábito, Aristóteles definirá también la vida feliz como
aquella que es «conforme a la virtud».
El sentido práctico que inspira finalmente la ética aristotélica aparece así coronado
por esta aspiración que, siguiendo ahora las huellas de Platón, llevará a Aristóteles
a postular el ideal del sabio dedicado a la actividad teorética (lo más elevado y
«divino» que hay en el hombre) como forma suprema de felicidad.
“Puesto que todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien, digamos cuál
es aquel a que la política aspira y cuál es el supremo entre todos los bienes que
pueden realizarse. Casi todo el mundo está de acuerdo en cuanto a su nombre,
pues tanto la multitud como los refinados dicen que es la felicidad, y admiten que
vivir y obrar bien es lo mismo que ser feliz. Pero acerca de qué es la felicidad,
dudan y no lo explican del mismo modo el vulgo y los sabios. Pues unos creen que
es alguna de las cosas visibles y manifiestas, como el placer o la riqueza o los
honores; y otros, otra cosa; a menudo, incluso una misma persona opina cosas
distintas: si está enfermo, la salud; si es pobre, la riqueza; los que tienen
conciencia de su ignorancia admiran a los que dicen algo grande y que está por
encima de su alcance. Pero algunos creen que, aparte de toda esta multitud de
bienes, hay algún otro que es bueno por sí mismo y que es la causa de que todos
aquellos sean bienes [...].
No parecería sin razón entender el bien y la felicidad según las diferentes vidas. La
masa y los más groseros los identifican con el placer, y por eso aman la vida
voluptuosa -pues son tres los principales modos de vida: la que acabamos de decir,
la política y en tercer lugar la teorética-. Los hombres vulgares se muestran
completamente serviles al preferir una vida de bestias, pero tienen derecho a
hablar porque muchos de los que están en puestos elevados se asemejan en sus
pasiones a Sardanápalo (rey de Asiria, del siglo IX a.C.; famoso por sus vicios). En
cambio, los hombres refinados y activos ponen el bien en los honores, pues tal
viene a ser el fin de la vida política. Pero parece que es más trivial que lo que
buscamos, pues parece que está más en los que conceden los honores que en el
honrado, y adivinamos que el bien es algo propio y difícil de arrebatar. Por otra
parte, parecen perseguir los honores para persuadirse a sí mismos de que tienen
mérito, pues buscan la estimación de los hombres sensatos y de los que los
conocen, y fundada en la virtud; es evidente, por tanto, que incluso para estos
hombres la virtud es superior [...).
[...) (a la felicidad) pensamos que más bien se la debe considerar como una
actividad, como hemos dicho anteriormente, y si de las actividades unas son
necesarias y se escogen por causa de otras, y otras son deseables por sí mismas,
es evidente que la felicidad se ha de contar entre las deseables por sí mismas y no
por causa de otra cosa, porque la felicidad no necesita de nada, sino que se basta a
sí misma. Ahora bien, se eligen por sí mismas aquellas actividades en que no se
busca nada fuera de la misma actividad. Tales parecen ser las acciones virtuosas,
pues el hacer lo que es honesto y bueno pertenece al número de las cosas
deseables por sí mismas [...).
El hombre, en cuanto ser natural, es un animal político. Esto hace que la felicidad
humana sólo sea alcanzable en la polis:
“La razón por la cual el hombre es, más que la abeja o cualquier animal gregario,
un animal político es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no hace nada en
vano, y el hombre es el único animal que tiene palabra. La voz es signo del dolor y
del placer, y por eso la tienen también los demás animales, pues su naturaleza
llega hasta tener sensación de dolor y de placer y significársela unos a otros; pero
la palabra es para manifestar lo conveniente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es
exclusivo del hombre, frente a los demás animales, el tener, él sólo, el sentido del
bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, etc. y la comunidad de estas cosas es lo
que constituye la casa y la ciudad”. (Aristóteles: La Política., 1253 a).
Lo que justifica, según él, moralmente una forma de organización política es que
sirva al «bien común». La existencia real de una diversidad de regímenes está
relacionada con la división social y económica que hace predominar, como en una
relación entre extremos, a un grupo u otro que impondría un régimen político
determinado. Esta forma de imponer un régimen político se aparta de la idea
aristotélica del valor ético del punto medio.
La condición de ciudadano:
“La ciudad es, en efecto, cierta multitud de ciudadanos, de manera que hemos de
considerar a quién se debe llamar ciudadano y qué es el ciudadano. Pues también
el ciudadano es frecuentemente objeto de discusión, y no están todos de acuerdo
en llamar ciudadano a la misma persona. El que es ciudadano en una democracia, a
menudo no lo es en una oligarquía. Dejemos de lado a los que obtienen este título
de un modo excepcional, como los que adquieren la ciudadanía. El ciudadano no lo
es por habitar en un sitio determinado (pues también los metecos (extranjeros) y
los esclavos participan de la misma residencia), ni por participar de ciertos
derechos en la medida necesaria para poder ser sometido a proceso o entablarlo…
De tales personas, como de los niños que por su edad aún no han sido inscritos, o
de los ancianos que han dejado ya de serlo, se podrá decir que son ciudadanos en
cierto modo, pero no en un sentido demasiado absoluto ... El ciudadano sin más
por nada se define mejor que por participar en la administración de justicia y en el
gobierno”. (Aristóteles: Política, 1276 a-1277 b).
Sobre la esclavitud
El ser vivo consta en primer lugar de alma y cuerpo, de los cuales el alma es por
naturaleza el elemento rector y el cuerpo el regido [...1resulta manifiesto que es
conforme a la naturaleza y conveniente que el cuerpo sea regido por el alma, y la
parte afectiva por la inteligencia y la parte dotada de razón, mientras que la
igualdad entre estas partes o la relación inversa son perjudiciales para todas.
También esto es igualmente válido para el hombre y para los demás animales, pues
los animales domésticos son mejores por naturaleza que los salvajes, y para todos
ellos es mejor vivir sometidos a los hombres porque así consiguen su seguridad. Así
mismo tratándose de la relación entre macho y hembra, el primero es superior y la
segunda inferior por naturaleza, el primero rige, la segunda es regida.
Lo mismo tiene que ocurrir necesariamente entre todos los hombres. Todos
aquellos que difieren de los demás tanto como el cuerpo del alma o el animal del
hombre (y tienen esa disposición todos aquellos cuyo rendimiento es el uso del
cuerpo, y esto es lo mejor que pueden aportar) son esclavos por naturaleza, y para
ellos es mejor estar sometidos a esa clase de imperio, lo mismo que para el cuerpo
y el animal [...]
No es difícil ver que los que sostienen la tesis contraria también tienen razón, en
cierto modo; porque las palabras esclavitud y esclavo tienen dos sentidos: hay
también, en efecto, esclavitud y esclavos en virtud de una ley, y esta ley es una
convención según la cual lo cogido en la guerra es de los vencedores. Muchos
entendidos en leyes denuncian, sin embargo, este derecho como denunciarían por
ilegalidad a un orador; para ellos es cosa tremenda que el que puede ejercer la
violencia y es superior en fuerza haga de su víctima su esclavo y vasallo. Y aún los
sabios se dividen entre las dos opiniones expuestas”. (Aristóteles: Política, 1254 a -
1255 a).
“Con perfecto derecho los españoles imperan sobre estos bárbaros del Nuevo
Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio, virtud y humanidad son
tan inferiores a los españoles como niños a los adultos y las mujeres a los varones,
o los negros a los blancos, habiendo entre ellos tanta diferencia como la que va de
gentes fieras y crueles a gentes clementísimas.
¿Qué cosa pudo suceder a estos bárbaros más conveniente ni más saludable que el
quedar sometidos al imperio de aquellos cuya prudencia, virtud y religión los han
de convertir de bárbaros, tales que apenas merecían el nombre de seres humanos,
en hombres civilizados en cuanto pueden serlo?
Por muchas causas, pues, y muy graves, están obligados estos bárbaros a recibir el
imperio [imperium] de los españoles, [...] y a ellos ha de serles todavía más
provechoso que a los españoles, [...] y si rehúsan nuestro imperio podrán ser
compelidos por las armas a aceptarle, y será esta guerra, como antes hemos
declarado con autoridad de grandes filósofos y teólogos, justa por ley natural.