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LA PRIMERA TRANSFORMACION:
HACIA LA CIUDAD-ESTADO DEMOCRATICA
En la primera mitad del siglo V a.C. tuvo lugar una transformación en las
ideas e instituciones políticas vigentes entre griegos y romanos que, por su
importancia histórica, es comparable a la invención de la rueda o al
descubrimiento del Nuevo Mundo. Dicha transformación fue el reflejo de
una nueva manera de comprender el mundo y sus posibilidades.
Dicho del modo más simple, lo que aconteció fue que varias ciudades-
Estados que desde tiempos inmemoriales habían sido gobernadas por
diversas clases de líderes antidemocráticos (aristócratas, oligarcas, monar
cas o tiranos) se convirtieron en sistemas en los cuales una cantidad
sustancial de varones adultos libres tenían derecho a participar directamen-
te, en calidad de ciudadanos, en el gobierno. Esta experiencia, y las ideas a
ella asociadas, dieron origen a la visión de un nuevo sistema político en que
un pueblo soberano no sólo estaba habilitado a autogobemarse sino que
poseía todos los recursos e instituciones necesarios para ello. Dicha visión
sigue constituyendo el núcleo de las modernas ideas democráticas y plas
mando las instituciones y prácticas democráticas.
No obstante, las modernas ideas e instituciones democráticas constan de
muchos otros elementos, que desbordan esa visión simple; y como Ja teoría
y las prácticas de la democracia moderna no sólo son el legado del gobierno
popular de las ciudades-Estados antiguas, sino que derivan además de
otras experiencias históricas, tanto evolucionarías como revolucionarias,
conforman una amalgama no siempre coherente de elementos. Como
resultado de esto, la teoría y las prácticas democráticas contemporáneas
exhiben incongruencias y contradicciones que a veces se manifiestan en
problemas profundos.
22 Fuentes de la democracia moderna
La perspectiva griega
griegas sigue siendo desconocido y tal vez nunca logremos asirlo, los
historiadores han revelado suficientes datos como para reconstruir en
forma razonable las opiniones que podría haber tenido un demócrata
ateniense a fines del siglo V (digamos en el año 400 a.C.). Esta conveniente
fecha es algo más de un siglo posterior a las reformas de Clístenes (que
inauguraron la transición hacia la democracia en Atenas), una década
posterior a la restauración democrática luego del desbaratamiento del
régimen en 411, cuatro años posterior al reemplazo del breve pero cruel y
opresivo régimen de los Treinta Tiranos por la democracia y un año después
del juicio y muerte de Sócrates.
Un demócrata griego habría partido de ciertas premisas, aparentemente
muy difundidas entre todos los griegos que reflexionaban acerca de la
índole de la vida política, y en particular acerca de la "polis" —incluso entre
críticos moderados como Aristóteles o antidemocráticos, como Platón—.
Podemos imaginar, entonces, que nuestro ciudadano ateniense, caminando
por el ágora con un amigo, le expone de la siguiente manera sus puntos de
vista.
Naturaleza de la "polis"3
Naturaleza de la democracia
posee una voz tan estentórea como para ser escuchado por tantos? La
enormidad de nuestro demos no se adecúa a nuestra democracia, como un
atleta que hubiese engordado hasta perder su presteza y agilidad y ya no
pudiese participar en los juegos.
Pues, ¿cómo puede una ciudad ser una democracia si no pued en todos
sus ciudadanos re uni rse ^ jpgfiy dopara ejercer su gobierno soberano enfos
asuntos públicos? He oído quejarse a algunos atenienses de que trepar la
colína de la Pnyx cuarenta veces por año, como se supone que debemos
hacer, para iniciar nuestra reunión en la mañana temprano y permanecer
hasta bien entrada la noche, es una caiga excesiva, sobre todo para quienes
deben llegar la noche antes desde distantes sitios del Atica y regresar la
noche siguiente a sus haciendas. Sin embargo, no veo cómo podríamos, con
menos reuniones, concluir nuestros asuntos, si a veces hasta necesitamos
sesiones extraordinarias.
Pero no es sólo merced a la Asamblea que gobernamos en Atenas.
Además, debemos turnamos en las labores administrativas de la ciudad: en
el Consejo, que prepara el temario de la Asamblea, en nuestros jurados de
ciudadanos y en las innumerables juntas de magistrados. Para nosotros, la
democracia no significa simplemente tomar importantes decisiones y san
cionar leyes en la Asamblea, también significa actuaren los cargos públicos.
De modo, entonces, que una polis no sería una auténtica polis, y nunca
podría ser una polis democrática, si tanto su ciudadanía como su territorio
excediesen el tamaño de los nuestros; y aun sería preferible que fueran
menores. Conozco bien el peligro: somos vulnerables, corremos el peligro
de ser derrotados en una guerra por un Estado más grande. No me refiero
a otras ciudades-Estados, como Esparta, sino a imperios monstruosos como
Persia. Y bien: debemos correr ese riesgo, y según los persas bien lo han
aprendido, en alianza con otros griegos nos hemos equiparado a ellos y
hasta los hemos superado.
Aunque precisemos aliados en tiempos de guerra, ni siquiera entonces
renunciaremos a nuestra independencia. Algunos afirman que deberíamos
formar con nuestros aliados una liga permanente, donde pudiésemos
escoger conciudadanos que nos representen en alguna suerte de consejo,-el
cual tendría a su cargo decidir en cuestiones de guerra y de paz. Pero no
entiendo cómo podríamos Jransferir nuestra autoridad a un tal consejo_y
seguir siendo una democracia, y aun una polis genuina, ya que en ese caso
dejaríamos de ejercer en nuestra asamblea el poder soberano so b r^ü estra
propia ciudad.
Treinta años ha, mi padre estuvo entre quienes asistieron al funeral de
los caídos en la guerra contra Esparta, y allí escuchó a Pericles, elegido para
hacer la alabanza de los héroes muertos. Más tarde me contó tantas veces lo
que ese día dijo Pericles, que aún hoy lo escucho como si hubiese estado
presente yo mismo.
Nuestra constitución, dijo Pericles, no imita las leyes de los Estados
La primera transformación 27
vecinos, más bien somos los que establecemos la pauta a seguir y no los
imitadores. N uestra forma de gobierno favorece a los muchos en lugar de
favorecerá unos pocos: por ello se la llama democracia. Si examinamoslas
leyes, brindan igual justicia a todos en sus diferencias particulares; si
atendemos a la posición social, veremos que el progreso en la vida pública
depende de la capacidad y de la fama a que ésta da origen, y no se permite
que las consideraciones clasistas interfieran con el mérito; tampoco la
pobreza es un obstáculo, pues si hay un hombre útil para servir al Estado su
oscura condición no es un impedimento. La libertad de que gozamos en el
gobierno se extiende a nuestra vida corriente. Lejos de ejercer una celosa
vigilánciasoBrecada unoHFríuestros semejantes, no nos sentimos enfada
dos con nuestro vecino por hacer lo que a él le gusta, ni somos dados a
dirigirnos esas miradas afrentosas que no pueden sino injuriar. Pero esta
soltura en nuestras relaciones privadas no nos convierte en ciudadanos
ajenos a la ley. Nuestra mejor salvaguardia contra la anarquía es nuestro
respeto por las leyes, en especial por las que protegen a los perjudicados, ya
sea que estén inscriptas en los estatutos o pertenezcan a ese código que, pese
a no estar escrito, no puede quebrantarse sin deshonra.
Nuestros hombres públicos, afirmó Pericles, atienden a sus cuestiones
privadas además de la política, y nuestros ciudadanos ordinarios, pese a sus
laboriosas ocupaciones particulares, siguen siendo jueces probos en las
cuestiones públicas. En vez de considerar lá^discusión como un estorbo en
el camino de la acción, pensamos que es el paso previo indispensable para
cualquier acción sensata.
En suma, dijo Pericles, como ciudad somos la escuela de la Hélade
(Tucídides, 1951, págs. 104-06).
Limitaciones
La tradición republicana
quía de tal modo configurados que los tres componentes finalmente concu
rran al bien de todos.
Desde luego, el modelo constitucional más notorio fue el de la república
romana con su sistema de cónsules, Senado y tribunos del pueblo. (Roma
ofreció asimismo el ejemplo obvio de la decadencia y corrupción de la
virtud cívica: el auge de los conflictos civiles y la transformación de la
república en el imperio pusieron de manifiesto que incluso una gran
república podía ser destruida.) En el siglo XVIII se añadió otro ejemplo
notorio al modelo romano: la constitución inglesa, que con su maravilloso
ordenamiento de la monarquía, la Cámara de los Lores y la de los Comunes
fue para algunos teóricos republicanos (principalmente el barón de Montes-
quieu) el verdadero epítome de un sistema de gobierno perfectamente
equilibrado.
Gracias a los acontecimientos que tuvieron lugar en Gran Bretaña y en
Estados Unidos, el siglo XVIII asistió al desarrollo de una veta de republi
canismo radicalizado que en algunos aspectos se contraponía a la vieja
tradición. Si la concepción anterior pudo llamarse republicanismo aris
tocrático, la nueva puso el acento, cada vez más, en la fundamental impor
tancia del componente democrático en la constitución de una república. La
veta más aristocrática o conservadora de republicanismo se encuentra en
Aristóteles, en Guicciardini y los ottimati del Renacimiento florentino y, en
América, en John Adams; la más democrática, en Maquiavelo, los Whigs
radicales del siglo XVIII y Thomas Jefferson.
Según la visión republicana aristocrática, auaque debía asignarse a los
muchos, al pueblo, unpapel importanteen elggI?ierno, ese papel tenía que
ser limitado pomug,era más lo que debía temerse ctei pueblo que lo que
podía confiarse en él. Para los republicanos aristocráticos, el más difícil
problema constitucional es quizá crear una estructura que pueda restringir
en grado suficiente los impulsos de los muchos. La función que le compete
al pueblo no es gobernar, como en Atenas, sino más bien elegir dirigentes
idóneos que estén en condiciones de llevar a cabo la exigente tarea de regir
los destinos del sistema político total. Por cierto, dado que los dirigentes
están obligados a gobernar teniendo en cuenta los intereses de la comuni
dad en su conjunto, y como el pueblo es naturalmente un importante
elemento de la comunidad, los dirigentes calificados gobernarán de acuer
do con el interés del pueblo; pero no lo harán exclusivamente en su interés,
por importante que sea ese elemento, pues al aceptar la esencial legitimidad
de los intereses de los pocos y de los muchos, para los republicanos
aristocráticos el bien público requiere equilibrarlos.
En cambio, en el incipiente republicanismo democrático del siglo XVIII,
.eran los pocos, no los muchos, el elemento más temible; no el pueblo, sino
los elementos aristocráticos y oligárquicos. De hecho, la confianza deposi
tada por los nuevos republicanos en las perspectivas futuras de un buen
gobierno descansa en las cualidades del pueblo; más aún, el bien público no
38 Fuentes de la democracia moderna
consiste en balancear los intereses del pueblo con los intereses de los pocos:
el bien público es, ni más ni menos, el bienestar del pueblo. Por consiguiente,
la tarea constitucional consiste en proyectar un sistema que de algún modo
supere la tendencia inevitable a la preponderancia de los pocos, o de un
único déspota y sus secuaces.
Si bien los republicanos aristocráticos y democráticos concuerdan en
que la concentración del poder es siempre peligrosa y debe evitarse, la
solución que cada uno de ellos da a este problema no es la misma. Los
aristocráticos o conservadores siguen haciendo hincapié en un gobierno
mixto que equilibre los intereses de uno, de los pocos y de los muchos, y
procuran que dichos intereses queden reflejados en la monarquía, en una
"cámara alta" aristocrática y en una "cámara baja" para los comunes. En
cambio, los democráticos ven cada vez con más dudas y recelo la idea de que
los diferentes intereses estén representados en distintas instituciones. Las
dificultades inherentes a la vieja teoría del gobierno mixto se pusieron
particularmente en evidencia en América. En ausencia de una aristrocracia
hereditaria, ¿quiénes son "los pocos" dignos de un trato especial? Presumi
blemente, los que componen una "aristocracia natural", idea que le era cara
incluso a un republicano democrático como Jefferson. Pero... ¿cómo se
podrá identificar a tales aristócratas naturales, y cómo asegurar que sean
elegidos de modo de que cumplan el papel que les corresponde en el
gobierno? Por ejemplo, ¿debe permitírseles que elijan a los de su clase para
constituir una cámara alta en la legislatura, equivalente funcional, en una
república democrática, a la Cámara de los Lores de Inglaterra? Como
descubrieron los redactores de la Constitución norteamericana en 1787,
para todos los fines prácticos el problema carece de solución. En una
república democrática, concluyeron, los intereses de "los pocos" ñólós
habilitan a tener una cámara pro£m. Y"aún menos aceptable sería proteger
el "interés monárquico'^ asignándole el Poder Ejecutivo, porque sin duda
apenas tendría legitimidad que el primer magistrado de una república
constituyese un interés especial, separado, dentro de la comunidad.
A raíz de la imposibilidad de encontrar soluciones válidas al problema
de establecer un gobierno mixto en una república democrática, los republi
canos (aunque no siempre con una visión perfectamente clara de la cues
tión) reemplazaron de hecho la antigua idea del gobierno mixto por otra
nueva, puesta en boga por Montesquieu: la de la separación constitucional
e institucional de los poderes en tres ramas, la legislativa, la ejecutiva y la
judicial. Se convirtió en un axioma de la teoría republicana que la concen
tración de estos tres poderes en un poderumco era la esencia mism ade la
tiranía, y que por lo ta ntodeHán serlócarizados en iñs tlfiicíonessepa r ad as,
cada una de las cuales jmdiese controlar a Tas otfa^ {M ontesqüieílp748],
1961, libro 11, cap. 6; Ha rruíTon¡ Jayy Madison/No. 47).Sffeidniartdción del
equilibrio de los intereses en pugna no desapareció en absoluto (fue central,
por ejemplo, en la concepción de James Madison), la tarea constitucional
Hacia la segunda transformación 39
consistía en asegurar más bien un buen equilibrio entre esas tres funciones
o "poderes" de gobierno.
Como ocurrió con la teoría y la práctica democráticas de los griegos, la
tradición republicana transmitió a los defensores posteriores de la demo
cracia algunos problema^irresueltos. Cuatro de ellos estaban estrechamen
te relacionados entre sLFrimero, como comenzaron a advertir los republi
canos democráticos en el siglo XVIII. el concepto del interés o los intereses
propio del republicanismo ortodoxo era harto simplista. Aun cuando en el
pasado algunas sociedades pudieran haber estado estratificadas en los
intereses de uno, de pocos y de muchos, ya no sucedía lo mismo. ¿De que
modo entender, ^nt^n^gg^j^ interesas °n sittpma
j^Jgjjo, y en caso d p sprnprpsann rórnorppfrapnfci rlns o _ p q i i i ljfrra ríos?
Gobierno representativo
república en el siglo XVII por parte de los puritanos, los niveladores y los
partidarios de Cromwell haya tenido mucho que ver con Grecia, Roma o la
tradición republicana (aunque por supuesto todos ellos estaban familiariza
dos con la institución de la representación, y la habían empleado); más bien
se vieron influidos por sus creencias cristianas, según las cuales no sólo
todos los hombres son iguales a los ojos de Dios, sino que además están
igualmente calificados para comprender Su palabra, para participar en el
gobierno eclesiástico y, por extensión, para regir los destinos de la comuni
dad.8En 1646, Richard Overton, un nivelador, escribió un opúsculo titulado
Una flecha contra todos los tiranos, en el que decía:
... p ues por nacim iento tod os los hom bres so n igu ales (...) y al ser en v ia d o s por D ios
a este m u n d o de la m ano d e la naturaleza, cada cual con una innata libertad y
d ign idad (...) au n así h em os d e vivir to d o s ig u a les (...) g o za n d o cada cual d e su
derecho de cuna y de su privilegio, aun tod os los que D ios h izo libres por naturaleza
(...) Siendo cada hom bre por naturaleza un rey, sacerdote, profeta, dentro de su
circuito y ám bito natural, d el que n in gú n otro p u ed e participar sin o por d elegación ,
com isión y libre con sen tim ien to de aquel que p o see el d erech o (W ood h ou se, 1938,
pág. 69).
La transformación
dos milenios había sido parte del saber convencional (Mili, [1861], 1958,
pág. 55)—.
Pero hasta el propio Mili no pudo ver hasta qué punto el gran aumento
de la escala transformaría radicalmente las instituciones y prácticas de
mocráticas. De ese cambio trascendental en la sede de la democracia se
derivaron ocho consecuencias importantes, que en su conjunto colocan al
moderno Estado democrático en agudo contraste con los antiguos ideales
y prácticas de los gobiernos democráticos y republicanos. Como resultado
de ello, este descendiente de la idea democrática convive incómodo con
recuerdos ancestrales que incesantemente invocan, plañideros, que las
prácticas actuales se han apartado de los ideales de antaño —aunque las
prácticas de antaño rara vez se ajustaban a los ideales—.
Ocho consecuencias
Representación
El cambio más obvio, desde luego, es que los actuales representantes han
sucedido a la asamblea de ciudadanos de la democracia antigua. (La frase
aislada con la que Mili desechaba la democracia directa aparecía en una obra
sobre el gobierno representativo.) Ya he descripto (en el capítulo 2) de qué
manera la representación, que en sus orígenes no fue una institución
democrática, pasó a ser adoptada como elemento esencial de la democracia
moderna. Tal vez algunas palabras adicionales nos ayuden a situar la
representación en la perspectiva adecuada.
En su condición de medio para contribuir a democratizar los gobiernos
de los Estados nacionales, la representación puede entenderse como un
fenómeno histórico y a la vez como una aplicación de la lógica de la igualdad
a un sistema político de gran tamaño.
Los primeros intentos airosos de democratizar el Estado nacional tuvie
ron lugar, característicamente, en países con legislaturas que supuestamen
te tenían como finalidad representar a ciertos intereses sociales diferencia
dos: los aristócratas, los terratenientes, los comerciantes, los plebeyos, etc.
A medida que los movimientos en pro de una mayor democratización iban
cobrando fuerza, no fue preciso urdir una legislatura "representativa" a
partir de la telaraña de ideas democráticas abstractas, puesto que ya existían
legislaturas y representantes concretos, por más que fuesen antidemocráti
cos. Por consiguiente, quienes abogaban por reformar, y que en las primeras
etapas tuvieron muy pocas intenciones de crear una democracia muy
260 Límites y posibilidades de la democracia
Extensión ilimitada
Diversidad
Conflicto
Poliarquía
Poliarquía y democracia
decir que estas siete instituciones son necesarias no es lo mismo que decir
que son suficientes. En capítulos posteriores quiero examinar algunas
posibilidades de una ulterior democratización de los países gobernados
mediante poliarquía.
En el cuadro 15.1 se explícita la relación entre la poliarquía y los
requisitos de un proceso democrático.
Evaluación de la poliarquía