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El Cerebro Corrupto
El Cerebro Corrupto
CEREBRO
CORRUPTO
E D UA R D O H E R R E R A
mis generales de ley
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el cerebro corrupto
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mis generales de ley
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los inicios
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«Yo era un tipo de
treinta años que lo
tuvo todo y que estaba
por encima de la ley.
Tenía trabajando
para mí a policías
de todos los rangos
y dependencias, a
jueces y fiscales de
todas las Salas y de
todas las regiones
judiciales».
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en el vientre de la corrupción
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«El abordaje para
la coima exige
determinadas actitudes
histriónicas. Nadie
me las enseñó. Las
improvisé. Incliné mi
cuerpo hacia donde él
estaba sentado, miré a
ambos lados y bajé la
voz. Solté entonces la
propuesta: ‘Maestro,
tengo un cariñito
para usted si me da la
copia… Ayúdeme, pe’».
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«En la Policía nunca
nadie me dijo que no.
Siempre pude ‘quebrar’
a mis interlocutores.
Ahí todos tenían un
conocido. Yo usaba un
‘operador’, una persona
que trabajaba dentro y
que me ‘ponía’ a todos
los encargados de mis
casos. Ese servidor
me costaba una
mensualidad por ser
mis ojos y oídos ahí».
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«Por lo general ellos
se comportaban como
personas probas y
yo debía seguirles la
corriente. El secreto
estaba en presionar la
tecla en el momento
exacto para soltar el
monto y no volver
a mencionarlo
más. Entendí que,
saltando las poses
e idiosincrasias
particulares, la gran
parte tiene su tarifario
muy presente».
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nunca he sido el único
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«Tal vez era una
mezcla lo que
me impulsaba
constantemente a
manejar borracho,
contratar prostitutas,
comprar drogas y
hacer espectáculos.
Todo para acabar
doblando un billete y
meterlo impunemente
en el bolsillo de
alguien con la
respectiva cachetadita
en la mejilla».
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«Montesinos poseía
una inteligencia
superior, pero no
era realmente el
genio del que todos
hablaban. Eso sí, él
diseñaba sus propias
estrategias legales y
prácticamente era su
propio defensor; sus
abogados solamente
eran bustos parlantes
de lo que él les decía
y ordenaba».
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el sueño de la puta
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«Debía fingir que
éramos amigos y que
me importaban sus
historias personales.
Tenía que reír, solícito,
de sus bromas cojudas
o alabar sus posiciones
jurídicas, tan precarias
que ni en el peor
estado de alteración de
mis sentidos hubiera
llegado a sostener. Ese
era mi rol de puta. Y
tenía que cumplirlo.
Sin chistar».
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el fin
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el descenso
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«Estaba exigiendo
caballerosidad,
códigos, palabras de
honor. ¿Me estaba
escuchando? Nada de
lo que exigía tenía el
más mínimo sentido.
Todos actuábamos
como delincuentes.
Buscábamos nuestro
provecho sin importar
quién estuviese
enfrente. En un lugar
como ese, no había
espacio al reclamo
de honor».
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Y ciertamente sucedió.
Estaba muerto.
Mis antiguos amigos y clientes no me contesta-
ban el teléfono. Perdía oportunidades laborales y veía
cómo las puertas se me cerraban en la cara. Comencé
entonces a preguntarme si esta decisión había sido la
correcta. No me estaba arrepintiendo, pero ya empe-
zaba a ver que el camino no sería nada fácil. Pensé que
quizá mis amigos tenían razón y que esto no lo podría
cambiar nadie.
Volví a conocer de cerca la necesidad. En un año
completo generé solamente cuatro mil dólares. Mucho
antes de decidir mi retiro, había planeado con dos vie-
jos amigos del colegio celebrar una gran fiesta por mis
cuarenta años. Sería un evento a lo grande. Y es que a
partir de los cuarenta la celebración de cada década
se vuelve estelar, apoteósica. Pero llegado el cumplea-
ños, ya con la decisión tomada, eso no sucedió ni re-
motamente. Un día antes, al terminar de dictar clases
en una universidad que me había contratado, tenía
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¿Si alguna vez tuve en mente acabar con todo? Sí, mu-
chas veces pensé en matarme, para decirlo claramente,
pero solamente una vez tuve un decidido acto ejecuti-
vo y frontal. Estaba sentado en la cornisa de la oficina
que tenía alquilada. Era un octavo piso. Pensé y pensé.
Mierda. ¿Y qué pasaba si por ventura de mi suerte que-
daba vivo en el intento? Pensé mucho en mi familia y
en lo que dejaría al llevar a cabo un acto como este. Me
salvó el timbre: una persona que, para variar, se había
equivocado de número.
Lo tomé como una señal del destino.
Pero no todo fue malo en la nueva etapa. Hubo gente
que me extendió la mano y me ayudó de muchas mane-
ras. Préstamos de dinero, intensas y larguísimas con-
versaciones para buscar la mejor manera de reinven-
tarme y bastante paciencia de parte de mi familia. La
pregunta central era: ¿Qué podía ofrecer un penalista
retirado? ¿Cómo recibir a alguien que falló y pecó que
únicamente quiere usar su experiencia y conocimiento
para hacer algo útil? El desafío no era menor.
Invertía mucho tiempo en conversaciones que me
ofreciesen una pista para encontrar mi rumbo en la
vida. Pensaba que estaba algo tarde para eso, pero aun
así no dejaba de buscar. Alguna vez alguien me dijo
«piensa en tu familia, no puedes seguir así». La idea era
empujarme a una decisión de corte costo-beneficio. «Si
no hay más remedio y es lo único que sabes hacer, más
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«Si conocía tan bien
cómo funcionaba
la corrupción y
cada uno de sus
mecanismos
y procesos,
podía encontrar
oportunidades
para ayudar a las
personas y empresas
a descubrir sus
debilidades y
fortalecerlas».
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«Creer que el fenómeno de la corrupción
se presenta solo en los pasillos del Pala-
cio de Justicia de Lima o en la Cortes de
Justicia de la capital constituye un error.
Si concebimos que la corrupción solo se
presenta en el lado público del ejercicio
de la práctica jurídica, estaremos visuali-
zando una parte del problema, omitien-
do casos en los cuales el agente privado
interviene activamente en el ejercicio de
estas prácticas».