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2. ¿Cuáles son las cualidades de un buen líder provida en relación con su equipo
de trabajo?
1. Tenga fe y vida de oración diaria. Sin la gracia del Señor no podrá hacer nada (cf. Jn 15:5).
3. Especialícese en uno o dos campos de la labor provida, pero conozca un poquito de todos los
demás.
4. Lleve a cabo sólo un asunto a la vez, dos o tres, sólo cuando no quede más remedio.
5. Tenga iniciativa y tome decisiones rápidas (cuando éstas de verdad se necesiten), después de
reunir toda la información, sin temer los resultados. No se lamente de un resultado malo si de verdad
hizo todo lo que pudo con la información que tenía. Hay que estar dispuestos a aprender de la
experiencia y esto incluye aprender de los errores, y aceptar esto con paz.
6. Por otro lado, no tome decisiones drásticas cuando hay duda o cuando las cosas no están claras.
No se deje llevar en esto por sus emociones. Espere un momento de más objetividad e información.
“No hacer mudanza en tiempos de desolación” (San Ignacio de Loyola).
7. Investigue, planifique y actúe (con los aportes de su equipo, véase más abajo). No planifique en
exceso ni demasiado poco. Tampoco planifique con demasiado tiempo de anticipación, lo cual no es
realista, ya que en la lucha provida los acontecimientos se suceden con cierta rapidez. Las únicas
excepciones a esto son las preparaciones de los congresos. Por ejemplo, un congreso internacional
requiere un año de preparación.
8. Pero al mismo tiempo no deje de tener visión del futuro y de la interrelación entre los distintos
sucesos (positivos y negativos) que ocurren en esta batalla provida. Aprenda a discernir
(espiritualmente) los signos de los tiempos, es decir, el plan de Dios en la historia.
9. Mantenga el sentido del humor y el buen ánimo. Recuerde que debemos “estar siempre alegres
en el Señor” (Flp 4:4) y que la alegría es una actitud y no simplemente un sentimiento pasajero.
Sobre todo trate de mantener una actitud de paz y serenidad (cf. Santiago 3:17). De ese modo usted
contribuirá a la creación de un ambiente positivo de trabajo. Es importante que usted transmita a su
equipo valentía, arrojo, buena disposición, perseverancia, etc., especialmente en los momentos más
difíciles, cuando las cosas no salen bien, cuando ha ocurrido un suceso antivida de importancia, etc.
10. Cuando se sienta triste y desanimado recurra al Señor y a un buen director espiritual o a una
amistad de confianza y comparta su problema y pídale ánimo. Evite presentarse deprimido delante
de su equipo.
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2. ¿Cuáles son las cualidades de un buen líder provida en relación con su equipo
de trabajo?
1. Reúnase periódicamente con su equipo (cada una o dos semanas) para planificar, distribuir y
evaluar el trabajo, así como para intercambiar impresiones e ideas. Es importante que usted sepa
quién está realizando qué trabajo. No deben ser reuniones largas, hay que ir a lo fundamental. Evite
también las reuniones innecesarias.
2. No se obsesione con un proyecto inalcanzable o irrealista (aunque fuese muy atractivo), déjelo ir o
déjelo para más adelante para cuando pueda llevarlo a cabo o cuando se tengan los recursos para
hacerlo.
3. Planifique con su equipo los proyectos en base a las auténticas necesidades existentes, al tiempo
y a los recursos que tiene a mano o que pueda conseguir sin mucha tardanza o dificultad (económica
o de cualquier otra índole).
4. Aprenda a discernir qué proyectos Dios quiere que lleve a cabo y cuáles no (aunque también
puedan ser importantes y atractivos). El intentar llevar a cabo más proyectos de la cuenta sólo
conduce a echar a perder los que sí se deben hacer y también lo llevará a usted al agotamiento y al
estrés. Recuerde que “el que mucho abarca poco aprieta”.
5. Ocúpese de que se recluten nuevos voluntarios o miembros del movimiento provida, de ellos
depende el futuro del movimiento. De esos nuevos voluntarios saldrán los nuevos líderes, incluso el
que lo va a sustituir a usted en el futuro.
7. Entrene a los demás a tomar decisiones y a hacer las cosas. Déles tiempo para que aprendan,
incluso de sus errores (igual que usted mismo).
8. Valore justamente a los que trabajan bajo su liderazgo y anímelos cada vez que hacen algo bueno
y corríjalos con tacto y cariño cuando se equivocan. Enséñeles a aceptar la evaluación suya y su
autoridad, pero también escúcheles atentamente. Aprenda también de ellos y no le importe que le
enseñen. Pídales sugerencias. No sea ni autoritario ni tampoco un “buenazo”.
9. Sea específico en señalarles en qué fallaron y expréseles la manera correcta de hacer las cosas
evitando las generalidades, por ejemplo: “fulano nunca hace nada bien”, “esto está todo mal”, “aquí
10. Evite dejarse llevar por sólo primeras impresiones (positivas o negativas) al evaluar por primera
vez a un nuevo miembro del equipo o del grupo.
11. Reconozca, a través del diálogo, las áreas en que tienen talentos y exíjales en ellas, y no los
evalúe negativamente sólo en base a aquellas en las que no los tienen. No haga favoritismos, sea
justo (cf. Santiago 3:17). Recuerde que el plan de Dios para cada persona se manifiesta en parte a
través de sus talentos. Si no los aprovechamos, no estaremos cooperando con el avance del Reino
de Dios (cf. Mateo 25:14-30).
12. Valore también a los que trabajan con usted por sí mismos y no sólo por lo que puedan dar. Que
se sientan amados por usted con el amor de Cristo, que es un amor incondicional. Tráteles siempre
con amabilidad y cariño. Interésese por ellos y no tenga solamente relaciones funcionales con ellos.
Aún cuando tenga que despedir a alguien por razones de incompetencia, explíquele con todo
respeto la causa y no deje de valorarlo como persona.
13. Mantenga siempre la unidad y la moral de su equipo u organización, no permita las disensiones
en las cosas esenciales y al mismo tiempo enséñeles a respetar las diferencias de opinión en lo que
no es esencial. “En lo esencial unidad, en lo dudoso (u opinable) libertad y en todo caridad” (San
Agustín). Converse los problemas personales que puedan haber surgido, pida perdón si ha errado y
ofrézcalo cuando usted haya sido el ofendido, una vez que haya corregido y aconsejado con
paciencia al culpable. Hablando se entiende la gente y se evitan muchas situaciones lamentables.
14. Enséñeles (con el ejemplo) a sacrificar las ideas o los gustos personales cuando esto sea
necesario. No tema corregir (siempre en privado primero) al que causa problema e incluso échelo si
persiste en su obstinación. Recuerde que la manzana podrida echa a perder todas las demás
restantes del frutero.
15. Por último, “actúe como si todo dependiera de usted (y de su equipo) y luego confíe y espere
como si todo dependiera de Dios” (San Ignacio de Loyola). Sea fiel e íntegro hasta el final.
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La adoración, la alabanza y la
acción de gracias.
La meditación.
El estudio asiduo de la
enseñanza del Magisterio de
la Iglesia.
La Santa Misa.
El Rosario.
Al mismo tiempo que nos unimos íntimamente con Nuestro Señor también nos unimos espiritualmente
con nuestros hermanos, ya que al comulgar cada uno el Cuerpo de Cristo nos vamos uniendo unos con
otros en ese Cuerpo, y la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, se va edificando bajo su Cabeza, que es el
mismo Cristo (cf. 1325, Rom 12:4-5; 1 Co 11:23-29; 12:12-27; Ef 4:1-6, 15-16).
En la Misa también están presentes la Virgen, los ángeles y todos los santos: ¡el cielo completo! (cf.
Catecismo de la Iglesia Católica, número 1370).
Ahora bien, para poder comulgar debemos estar limpios de pecado mortal. Por ello, el Sacramento de la
Reconciliación o Confesión es imprescindible. Sin embargo, aún sin estar en pecado mortal, la Iglesia
nos exhorta a confesarnos habitualmente (es lo que se llama confesión de devoción), para estar fuertes
espiritualmente y protegidos de los dardos del Enemigo (cf. Juan 20:21-23; 1 Juan 1:5-10; 2:1-2).
Es importante que la oración personal se haga diaria y habitual, de ser posible en el mismo lugar y a la
misma hora. Los siguientes textos bíblicos nos pueden ayudar a darnos cuenta de la importancia de la
oración y de la unión con Dios: Juan 15:5; Marcos 1:35; 14:38; 9:32.
La oración en grupo también es poderosa, incluso hasta para cambiar, para bien, ¡el curso de naciones
enteras! (Cf 2 Crónicas 7:13-14). El ayuno, para aquellos que puedan hacerlo, también es importante (Cf.
Mateo 4:1-2).
Ayuda mucho el tener un confesor y director espiritual, así como pertenecer a un grupo de oración o de
comunidad, para recibir apoyo y oración (Cf Mateo 18:19-20).
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Ahora bien, para poder interpretar la Biblia correctamente, debemos conocer la enseñanza de la Iglesia.
Esa enseñanza está contenida en el Catecismo de la Iglesia Católica. Debemos estudiar ese Catecismo.
Si, en estos momentos, es muy largo para nosotros, debemos entonces estudiar el Compendio del
Catecismo de la Iglesia Católica. Sólo bajo la guía del Espíritu Santo y del Magisterio de la Iglesia
podemos interpretar la Biblia, sin caer en el error, para beneficio propio y de los demás. Ello es así
porque el Magisterio está compuesto por el Papa y los obispos que están en comunión con él, y ellos son
los sucesores de San Pedro y los demás apóstoles, a quienes el Señor dio autoridad para enseñar en Su
Nombre al resto de la Iglesia y al mundo (cf. Mt 16:13-19; 18:18; Lc 10:16; Mt 28:16-20; 1 Tm 1:3-4; 2:7;
3:1-13; 4:13-14; 2 Tm 1:6; 4:1-2; Tito 1:5-7; 3:10-11).
En este contexto de la guía del Espíritu Santo y del Magisterio de la Iglesia, sugerimos los siguientes
pasajes, según las necesidades más importantes:
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Una de las grandes tentaciones que tiene todo católico comprometido y ciertamente todo dirigente
provida es el llegar a creerse el “hombre orquesta”, es decir, el creerse autosuficiente en la realización de
los proyectos apostólicos. Esto no es más que una soberbia disfrazada y destruye el trabajo en equipo y
la fraternidad. Recordemos que Cristo quiere que los suyos sean uno, para que el mundo se convierta a
Él (Cf Juan 17:21-22). Recuérdese también que somos parte del cuerpo de Cristo y que Dios le ha dado
dones distintos a cada uno para el funcionamiento de Su Cuerpo (Cf Rom 12:3-12; 1 Co 12:12-30).
Todos nos necesitamos unos a otros.
Esta tentación del “hombre orquesta” ataca sobre todo a los líderes, quienes no sólo pueden caer en la
tentación de no delegar el trabajo, sino también en la de acaparar todo el crédito o la gloria por el trabajo
realizado. Esto es directamente contrario al carácter de Cristo, Siervo humilde y sufriente (Cf Isaías
52:13-53:12; Marcos 10:42-45; Filipenses 2:5-11). Para el cristiano dirigir es servir y servir es amar sin
esperar nada a cambio (cf. Mt 20:26-28; Flp 2:3, 5-8), ni glorias ni premios temporales ni
reconocimientos, sino sólo la gloria de Dios (Cf Flp 2:9-11; Salmo 115:1) y el bien de sus hermanos (Mt
25:31-40; Flp 2:4).
Por supuesto, todos necesitamos el apoyo, el ánimo y el amor de los hermanos y de Dios mismo (cf. Flp
1:3-11 2:1-2; Mt 10:29-31; 40-42; 11:28-30; Jn 3:16). Pero todo ello es muy distinto a buscar la gloria
personal como compensación por la labor que el Señor nos ha encomendado (cf. Lc 17:7-10).
Por otro lado, en el trabajo en equipo va a haber roces de personalidad y conflictos. Por lo tanto, es
importante aprender a sanar las relaciones rotas a través del perdón y la reconciliación. Tenemos que
estar dispuestos a perdonar como Cristo nos perdonó (Cf Ef 4:31-32; Col 3:12-13; Mt 18:21-35; Lc 23:33-
Tanto el dar como el recibir perdón deben ser explícitos. El que ha ofendido debe acercarse al ofendido y
pedirle perdón explícitamente y el ofendido debe decirle “te perdono”. De esta manera se sana la herida
y la relación queda incluso mejor que antes. Si el ofensor no se acerca, entonces el ofendido debe
acercársele y con toda amabilidad explicarle lo que le ha molestado, entonces el otro pedirle perdón, etc.
Si la otra persona no reconoce la situación, entonces se puede buscar uno o dos testigos y si tampoco a
ellos le hace caso, entonces, después de mucha oración, habría que considerar la posibilidad (en caso
de ofensa seria) de pedirle a esa persona que se retire del equipo (Cf Mateo 18:15ss).
A continuación añadimos algunos pasajes bíblicos (además de los que ya hemos dado) que nos
ayudarán a desarrollar una actitud de unidad y amor fraternos:
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