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Cuentanos

para compartir
Cuentos de bolsillo .

El espectro y la casa
Antonio Alcornoque, seudónimo

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El espectro y la casa - Antonio Alcornoque, seudónimo 3
Cuentanos
para compartir
de la Universidad CES .
Cuentos de bolsillo
Esta es una publicación
para ti, para que la compartas, para que la
leas en voz alta a otros, para que viajes
con tu imaginación.

Escribe o ilustra
Antonioun cuento corto para
Alcornoque, seudónimo
El espectro y la casa “Cuéntanos”.
Es un habitante de la ciudad de Medellín,
Antonio Alcornoque, seudónimo Contáctanos: editorial@ces.edu.co
quien escribió este cuento basado en las
ISBN 978-958-8674-41-4 4440555 Ext. 1154
Primera edición, junio 30 de 2016 vivencias propias y en las historias que por
tradición, han acompañado a los habitantes de
Coordinación editorial:
la zona cafetera de Colombia. Se decidió a
Héctor A. Jiménez Arboleda - Editorial CES Elescribir
espectro y la casa
este texto, pensando en su hija
Ilustradores: Antonia, quien siempre ha disfrutado escuchar
Mónica Betancourt - linea.grafika@gmail.com Preciso contar mi historia, pues un
Carlos Mario Mojica - zaphiroyacero@hotmail.com la historia de la “chucha” mientras se duerme.
acto de amor no se le niega a nadie. La
Ilustración portada: experiencia que voy ay relatarles,
Mónica Betancourt Carlos Mario trazó
Mojica
Mónica Betancourt
una marca profunda
Habitantes con de
de la ciudad laMedellín,
cual debo quienes
Diseño y diagramación:
luchar: sigodonaron gratuitamente
a tientas durantesusel respectivas
día y
Grétel Álvarez - Proyección Corporativa
ilustraciones, con la intención de apoyar
tengo el gusto extraño de dormir con
esta publicación.
Distribución gratuita 20.000 ejemplares:
Periódico ADN una lámpara encendida bajo las cobi-
Universidad CES, 2016
jas, pues con el transcurrir de los años
editorial@ces.edu.co he conservado intacto en el cuerpo y la
memoria…Visítanos
... el temor a la oscuridad.
en las redes
de la Universidad CES
4 El espectro y la casa - Antonio Alcornoque, seudónimo 5

Sufrí terriblemente al sentir, y no po- adornados por chambranas en macana,


der ver, lo que se deslizaba detrás de que lo soltaban todo de sus manos, fruto
mí, acechándome o me miraba de lejos de una especie de artritis que las dobló
mientras recorría los corredores oscuros sin remedio. Y de cielorrasos que disi-
hasta el baño de la casa. ¡Nunca pude mulaban el cáncer terminal que sufría la
mirar hacia atrás! ¡Nunca pude enfren- madera. El baño, la cocina y el comedor
tar esa presencia! Sabía que mi corazón dispuestos en galería y, las habitaciones
no lo resistiría y, sin embargo, fue mi separadas del espacio exterior por un
juicio el que claudicó. Y no lo culpo por contraportón, a manera de salvaguarda.
abandonarme, pues a todos alguna vez ¡Qué días felices aquellos en que nacie-
nos ha dado miedo. ron los gaticos! Cuando la niña Antonia
Como no quiero ser responsable por alumbró el sapo y este se infló para tirar-
las locuras de otros, debo dejar, a su vo- nos leche como si le hubiesen salpicado
luntad y riesgo, la carga de querer cono- levadura a un pan; o cuando el perrito
cer el suceso que paró los pelos de pun- criollo, valorado con amor en nuestras
ta de quienes entramos en contacto con cuentas, salvó el gato de ser aplastado
aquella forma transmutada en algo real. por la puerta. ¡Qué alegría ver los azu-
Para ese entonces vivíamos en una lejos, los bichofués, las reinitas y los cu-
casa de corredores cubiertos por tablones caracheros, bañarse en la piedra que en
blanquecinos, retorcidos y chirriantes; otrora fuese utilizada para lavar la ropa!
6 El espectro y la casa - Antonio Alcornoque, seudónimo 7

¡Ah!, y cómo olvidar el olor desprendido maltrecha estructura, hacían que hasta
desde el fogón de leña y en cuyas hor- el más valiente de los hombres escon-
nillas la abuela asaba diestramente las diera cuerpo y cabeza entre las mantas,
arepas para el desayuno. esperando la llegada del nuevo amane-
Recuerdo, como si fuera ayer, a las cer. ¡Qué calor pasábamos en aquellas
hormigas negras perseguidas sin cuar- desventuras!, ¡máxime!, si creíamos
tel por mi madre; a los cucarrones mier- que en un abrir y cerrar de ojos podría
deros amarrados con un hilo en alguna estar mirándonos un bulto amorfo, re-
de sus patas, y que a modo de cometa, voloteante, con cara de bruja y deseos
los animábamos a volar. A los zancu- de saludar: historias de abuelos im-
dos que siempre trataron de chuparnos pregnadas de tradición en los habitan-
la sangre y a la tortuga que se enterró tes de la casa, y que por asiduos curio-
voluntariamente en los cimientos de la sos nos hacían pasar malas jornadas.
casa. En fin, de tantas pequeñas cosas Se tranzaba en cada uno, la contienda
que siempre fueron guardadas por no- entre el querer escuchar o esconder-
sotros con una simple y llana felicidad. se cuando se hablaba de la llorona, la
Un día esa felicidad se vio trunca- madremonte, la patasola; del jinete
da. Iniciaron aquellas pisadas raudas sin cabeza, de la muerte colgada en un
y misteriosas, amigas de la oscuridad, árbol o de la mula de tres patas; entre
que junto con el terrible crujir de la muchos otros... no sé si pueda decir...…
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Mónica Betancourt
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cuentos; porque después de tantos


años, Guillermo el primo, tiene pesa-
dillas mientras duerme; yo en su lugar,
mientras aún estoy despierto.
Para entender un poco la intensidad
del fenómeno de lo que sucedía en la
casa, bastaba con ver en las mañanas
el rostro de pánico de un pequeño San
Martín de Porres, instalado con fe, en
una de las ventanas que miraba hacia
el solar. Su alma de pasta se quebró de
tanto resistirse, por enfrentarse solita-
rio, en las noches, a la figura fantasmal.
Terminó con la cabeza gacha, sudoroso
y con los ojos desorbitados; pasaba las
noches en vela rogando a sus amigos

Carlos Mario Mojica


los santos, para no ser abandonado a su
propia suerte. ¡Tristemente enmudeció!
Y ya no acudía a los ruegos de mi ma-
dre. Acallado por el gélido terror que le
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propiciaba el contacto con su suave y se cumpliese el acto que muchos le


carnoso látigo, nunca tuvo el valor su- atribuían: poder levitar y marcharse.
ficiente para contarnos lo que pasaba. La noche dejaba cada vez más en no-
Él sabía que algo andaba mal. En sotros y en los enseres de la casa las
noches de luna, cuando la sombra del huellas inexorables de su paso: un pol-
zapote se reflejada sobre el patio y los villo diminuto y negruzco caído desde
árboles de mango en cosecha estaban el cielorraso, como fiel testigo de que
a reventar, las ramas se estremecían lo acontecido no era ficción sino reali-
vigorosamente, cada vez más cerca de dad. Se barría y sacudía todos los días,
la casa, y las hojas caían profusamente se retiraba de las colchas de retazo de
al suelo, sin explicación alguna: eran las camas no utilizadas, del piso, las
oleadas de terror fabricadas en la es- paredes y demás, pero no conseguía-
pesura que enfilaban batería hacia su mos eliminarlo a pesar de los esfuerzos
sacra humanidad; punto en el que, las infructuosos. Es penoso confesarlo y,
náuseas se apoderaban de sí y no con- acepto con justa razón sus reproches,
seguía retener sus aguas internas. Él pero un día la abuela se quedó dormida
era el paso obligado desde el cual la en un rincón del corredor en su mece-
imagen espectral conjuraba el ritual de dora y fue tanta la descarga de polvillo
quedarse en la casa hasta el amanecer. aquella noche, que alcanzó la aparien-
Por eso, ansiaba con todas sus fuerzas, cia de un termitero en un potrero. Pobre
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viejecita, ¡cómo se nos olvidó entrarla A mí me tocó con la abuela, quien


esa noche! siempre tuvo los ojos y los oídos pega-
La vida que antes fuera solo alegría dos a estas cosas misteriosas, cuando
y risas, se tornaba sin esperanza algu- de niña vio a un elegante “cachaquito”
na para su redención. Y sin embargo, aplaudirle burlonamente: un ser dimi-
la salvación llegó cuando menos la es- nuto, con sombrero de copa y de buena
perábamos: la noche no despertaba al reputación por espantar en la región. De
alba todavía y los vecinos, al igual que lo que nadie se percató, una vez parados
nosotros, escucharon desde sus literas todos en la puerta de la cocina, es que,
una especie de grilletes y cadenas que en suma, nuestro número era impar.
eran arrastrados. Las ollas de la cocina Después de cotejar silenciosamente
caían sin cesar, se desplomaban los cu- lo sucedido, nuestra querida vieja ex-
biertos desde las alacenas y tintineaban clamó: «¡hay un entierro! y es preciso
lúgubremente las cacerolas. Gruñidos sacarlo para que el alma en pena pueda
de dolor y de desespero nos alarmaron, descansar». Inmediatamente se me he-
y a pesar del miedo que no conoce cal- laron los huesos, los dientes comenza-
zones, salimos de los cuartos, de dos en ron a restallar, un sudor frío como el de
dos, por aquella vieja creencia de que a las tumbas se escurrió por mi frente, y
un número par no hay alma bendita que se apoderaron de mí unas ganas infini-
lo espante. tas de orinar. «¡Es necesario hacerlo lo
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más pronto posible!», agregó, arguyendo consiguió retener el miedo y este se le


que una vez los vecinos de una casa en escurrió como un barro oscuro entre sus
donde aconteció algo similar, excavaron piernas. Sin poder resistir el impacto,
sigilosamente desde su propia cocina, los ojos de mi padre se voltearon como
abrieron un boquete en la pared e ingre- en un trance, dejando en su lugar dos
saron sin permiso mientras los dueños pepas blancas y brillantes. «¡Virgen de
dormían. Su inmueble apareció abando- Fátima!, vea pues este como nos salió
nado a la mañana siguiente, dejando en de flojo», —gritó mi mamá. El destinado
pago un diente de oro junto a una nota a ser el sepulturero, el que liberaría al
que rezaba fugazmente: «gracias». oprimido de nuestro cementerio, se ha-
Como los hombres de la casa estába- bía quedado sin habla y sin pronuncia.
mos estupefactos, mi madre, decidida y De repente todo parecía un desastre.
con crucifijo en mano, encendió la luz y El piso de la cocina era un charco cris-
estrujó la puerta dejando a tanto miedo- talino y mal oliente; sobre el mesón, las
so a su espalda. Un viento vacilante nos cáscaras de los mangos resguardados
despelucó a todos y percibimos la huída esparcidas por doquier y, en el lavapla-
de unas pisadas del lugar. Pero ¿a dón- tos, las semillas respectivas. Una par-
de? No había otra salida. En ese instan- te del cielorraso yacía extrañamente
te, el aire se cargó de un olor insoporta- desplomada, al igual que los utensilios
ble. Augustico, el menor de los niños, no metálicos, deshojados uno a uno, de los
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clavos dispuestos en la pared. Astillas por su propio peso. «¡Véanla ahí, es una
de madera regadas como punzones fue- Chucha1!» —Alguien exclamó.
ron consecuentes con los gemidos escu- Alertada por el grito, la pobre visitan-
chados y acusaban el cansancio de este te saltó de su escondite. Se resguardó
innombrable por tratar de escapar de su ágilmente bajo las enaguas de la tía
prisión terrenal: la mañana se acercaba Lila, quien de tumbo en tumbo trato de
y era preciso regresar al territorio en el correr igual. Entre el amasijo de manos
que descansan los muertos. que trataban de sacar el escurridizo ani-
Entramos tomados de las manos. Al- mal que se metió en su falda, el inmenso
gunos dizque alcanzaron a sentir el olor rabo chuchipelado, desteñido a la mi-
azufrado que tienen los penitentes caí- tad, sobresalía ahora sin inmutarse.
dos en desgracia, pero después de re- Mi padre que había vuelto en sí de su
visar cuidadosamente, nos percatarnos trance, logró acogerla delicadamente
que nuestros miedos siempre fueron entre sus brazos y, sin escrúpulos, cum-
infundados. Aquello que parecía esca- plió con la digna tarea de llevarla a un
parse a nuestros sentidos y que dejó en bosque y dejarla en libertad.
mí la incapacidad referida, no era más En esas noches de luna, colmadas de
que un animalejo que tenía en el marsu- zapotes y de mangos, quienes sobre-
pio un reguero de animalitos que debía vivimos a la experiencia escuchamos
alimentar. Había caído desde las alturas cómo, desde la espesura, la habitante
20 El espectro y la casa - Antonio Alcornoque, seudónimo 21

fiel regresa en señal del lazo


que aún se conserva entre ella,
la casa y nosotros.

Antonio Alcornoque,
seudónimo.
27 de abril de 2016

Mónica Betancourt
1. Nombre común en la región cafe-
tera de Colombia. Conocida también
como Zarigüeya y cuyo nombre cien-
tífico es Didelphis marsupialis.
El espectro y la casa - Antonio Alcornoque, seudónimo 23
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ISBN 978-958-8674-41-4 quien escribió este cuento basado en las
Primera edición, junio 30 de 2016 vivencias propias y en las historias que por
tradición, han acompañado a los habitantes de
Coordinación editorial:
Héctor A. Jiménez Arboleda - Editorial CES la zona cafetera de Colombia. Se decidió a
escribir este texto, pensando en su hija
Ilustradores: Antonia, quien siempre ha disfrutado escuchar
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Carlos Mario Mojica - zaphiroyacero@hotmail.com la historia de la “chucha” mientras se duerme.

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Mónica Betancourt
Mónica Betancourt y Carlos Mario Mojica
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De historias y aventuras
estamos llenos todos.
Cuéntame y yo
las guardaré,
léeme y te prometo
que no viajarás solo.

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